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En el taller muchas veces hablamos de qué significa ser autor.

Dice Ortega y Gasset


que el poeta aumenta el mundo, agregando a lo real, que ya está ahí por sí mismo,
una tierra que está más allá de lo real y racional. Autor viene de la palabra latina
auctor, el que aumenta. Los romanos llamaban así a los generales que ganaban
para Roma un nuevo territorio. Pero un territorio nuevo era una lengua nueva, una
religión nueva, comidas nuevas, sonidos nuevos, todo un universo nuevo de
significado. Los autores son aquellos que traen para su pueblo y su tiempo un
pedazo de universo que hasta ese momento se encontraba más allá de lo real.

En el taller siempre hablamos de la fotografía como una práctica diaria. Así como quien
toca un instrumento, entrena un arte marcial o cuida de sus plantas, practicar todos los
días porque eso es lo que hacemos.
Herzog dice que, antes que nada, él es un caminante (cuando era joven caminó de Berlín
a París). Cuando uno camina, nuestra voluntad hace que movamos la pierna como un
péndulo de reloj, que el pie se apoye un poco más adelante, que avancemos el cuerpo y
que otra vez se mueva una pierna. Pero a pesar de que cada paso es idéntico al anterior, y
a todos los millones de pasos necesarios para ir de Berlín a París, en realidad, con cada
uno de esos pasos, uno ya no se encuentra en el mismo lugar.

En el taller siempre hablamos de la fotografía como una práctica diaria. Así como quien
toca un instrumento, entrena un arte marcial o cuida de sus plantas, practicar todos los
días porque eso es lo que hacemos.
Herzog dice que, antes que nada, él es un caminante (cuando era joven caminó de Berlín
a París). Cuando uno camina, nuestra voluntad hace que movamos la pierna como un
péndulo de reloj, que el pie se apoye un poco más adelante, que avancemos el cuerpo y
que otra vez se mueva una pierna. Pero a pesar de que cada paso es idéntico al anterior, y
a todos los millones de pasos necesarios para ir de Berlín a París, en realidad, con cada
uno de esos pasos, uno ya no se encuentra en el mismo lugar.

En el taller también hablamos del desnudo, claro. Partimos de una foto de Nan Goldin, un
retrato frontal de una chica sentada en una cama; la chica tiene los ojos hinchados, rojos,
con rastros de haber estado llorando; la chica está vestida. Ése es uno de los mejores
desnudos que haya visto. 
El desnudo no tiene que ver con desvestirse sino con no necesitar ningún escudo, ninguna
máscara y ser capaz de estar frente a otra persona y sacarse el último disfraz. 
Muchas veces, como bien señala John Berger, el estar sin ropas es lo opuesto a estar
desnudo. Estar sin ropas puede ser el disfraz más implacable, el disfraz que es imposible
de quitar.

En el taller muchas veces hablamos de encontrar una mirada propia; Deleuze se mete en
estas conversaciones. EL tipo (deleuze) dice que cuando escritor se sienta a escribir no se
encuentra con una hoja en blanco, que la hoja en blanco no existe. Con lo que se
encuentra, es con una hoja llena de mecanísmos, de máscaras y de artificios. Y que el
trabajo del autor es luchar para hacer a un lado todos estos clichés que se nos imponen,
cavar y cavar hasta encontrar su verdad.
Leminsky (Paulo) lo dice igual de bien que Deleuze (GIles)
Incienso fuese música
eso de querer
ser exactamente aquello
que uno es
un día
nos llevará muy lejos

En el taller muchas veces hablamos de algo que yo llamo curiosidad primera. Es la


curiosidad primera la que nos impulsa a sacar fotos cuando sabemos que no vamos ganar
un peso haciéndolo (más bien nos va a comer todos los ahorros). Pero confiando en ella,
podemos llegar lejos, con un poco de suerte, hasta nosotros mismos. Claro que no es un
concepto que yo haya inventado, sólo lo intuía cuando Giles Deleuze me lo explicó con su
ejemplo de Dostoievski:
"En los personajes de Dostoïevski pasa algo muy particular, muy seguido. Generalmente
están muy agitados. Un personaje se va, baja a la calle, y así como así, se dice "la mujer
que amo, Taña, me llama, allí voy, corro, corro, Taña va a morir si no voy". Y baja su
escalera y se encuentra con un amigo, o bien ve a un perro y se olvida completamente de
que Taña lo espera en tren de morir. Comienza a charlar, se cruza con otro amigo y va a
tomar el té con él y luego de golpe dice: "Taña me espera, tengo que ir" 
En Dostoïevski los personajes son perpetuamente tomados por urgencias y al mismo
tiempo que son tomados por estas urgencias de vida o muerte, saben que hay una
cuestión más urgente, no saben cuál y es esto lo que los detiene. Todo pasa como si en la
peor de las urgencias hubiera un fuego, es necesario que me vaya, pero no, no, hay otras
cosas más urgentes y no me detendré hasta que no sepa cuáles."
Estas cosas más urgentes, esta curiosidad primera es la que enciende el fuego, es el
hambre que sólo puede ser satisfecha con actos sin sentido. Cada uno de nosotros tiene
una pregunta que es la primera pregunta, algo que acarreamos desde que nacemos. Es
una cuestión que nos cruza, que nos da autoría sobre lo que hacemos. Un llamado que
nos grita desde antes de la razón, que exige que posterguemos la salvación de Taña
porque si dejamos esta pregunta vacía dejaremos de ser.

Esta semana en los talleres rondamos esta idea de lo inútil que es totalmente necesario.
En los inicios de lo que reconocemos como humanidad, convivieron los Homo Sapiens con
los Neandertal. Ahora se sabe que la primera especie no evolucionó de la segunda sino
que fueron dos especies totalmente distintas. Al igual que nosotros (homo sapiens), los
Neandertal llegaron a desarrollar un protolenguaje y herramientas. Pero lo que nos
diferencia es que nosotros, desde los inicios de la humanidad, hicimos cosas inútiles. En
tiempos donde la supervivencia ocupaba la totalidad de la vigilia, nosotros pintamos
paredes, hicimos collares, fabricamos instrumentos musicales, construimos altares. Esta
resistencia a aceptar que el mundo es sólo lo que nos es dado, la intuición de que hay otra
verdad aparte de la supervivencia diaria, la necesidad de lo inútil, es lo que nos define
como humanos. Deleuze dice que el acto creativo es un acto de resistencia; JL Ortiz dice
que los poetas (los artistas) son los herederos de los antiguos chamanes; Tarkovski dice
que el arte existe como instinto de supervivencia, pero no de la vida sino de lo humano.
El otro día en el taller hablamos del tedio. Algunas fotos llegan cuando ya estamos
aburridos, y ésas pueden ser las interesantes. Hay una verdad en el tedio: al no necesitar
entretener al otro, al no querer encantar a nadie ni de que hagan clic en me gusta, surge
otra cosa más propia y auténtica. Pero esa etapa es difícil de superar, la sensación de ser
encantador es demasiado placentera. Lo peor es que es una sensación que nunca se va;
como un alcohólico rehabilitado que nunca deja de ser alcohólico, quien alguna vez se
sintió encantador, quiere volver a sentirlo siempre. Por eso es algo que no puede darse por
superado; es una lucha diaria que rara vez se gana.
Una vez más, Bukowski tiene unas palabras para esto:
Oh sí!
Hay cosas peores que
estar solo
pero a menudo toma décadas
darse cuenta de ello
y más a menudo
cuando esto ocurre
es demasiado tarde
y no hay nada peor
que
un demasiado tarde

Ayer, una chica trajo para mostrar un trabajo de retratos que está haciendo.
Morfológicamente, las fotos era muy similiares: luz, encuadre, composición, etc. Pero
había algo en las miradas que resaltaba un grupo de pocas fotos del resto. Parece una
foto de los `50, dijo alguien. Y era exactamente eso. En nuestros tiempos el retratista tiene
que lidiar con algo que hace 20 o 30 años atrás casi no existía: la conciencia de la propia
imagen (fotografiada). Antes, casi nadie tenía una idea acabada de cómo se veía en una
foto, ni de cómo (aún más importante) debería verse. Ahora todos saben cómo se ven y
cómo quieren verse. Y es una máscara muy difícil de quitar. 
Vimos retratos casuales (no de estudio) de los años 20 y 30 y la diferencia es notable.
Tal vez por eso me gusta sacarle fotos a Lila, porque ella todavía no tiene esa máscara.

En el taller muchas veces nos topamos con autores que hablan del fuego, la llama, el
arder. Escritores, músicos, artistas marciales, fotógrafos, todos merodean por esta idea. 
Bukowski me parece un gran ejemplo de disciplina. A pesar del personaje que se armó, el
tipo era una máquina de escribir. Mientras trabajaba en una oficina de correo (lo hizo
durante doce trece años) el tipo escribió en cada espacio libre que le quedaba. En una
entrevista cuenta que estos años fueron duros, que tuvo que luchar con determinación
pero sabía que tenía que mantener viva una pequeña brasa, que en el momento indicado
con esa pequeña brasa podría encender el fuego más grande del mundo.
hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero soy duro con él,
le digo quédate ahí dentro, no voy
a permitir que nadie
te vea.
hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero yo le echo whisky encima y me trago
el humo de los cigarrillos,
y las putas y los camareros
y los dependientes de ultramarinos
nunca se dan cuenta
de que está ahí dentro.
hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero soy duro con él,
le digo quédate ahí abajo, ¿es que quieres
montarme un lío?
¿es que quieres
mis obras?
¿es que quieres que se hundan las ventas de mis libros
en Europa?
hay un pájaro azul en mi corazón
que quiere salir
pero soy demasiado listo, sólo le dejo salir
a veces por la noche
cuando todo el mundo duerme.
le digo ya sé que estás ahí,
no te pongas
triste.
luego lo vuelvo a introducir,
y él canta un poquito
ahí dentro, no le he dejado
morir del todo
y dormimos juntos
así
con nuestro
pacto secreto
y es tan tierno como
para hacer llorar
a un hombre, pero yo no
lloro,
¿lloras tú?

En el taller propongo que se tomen la fotografía como una práctica diaria. Practicar
fotografía así como quien hace yoga, un arte marcial o sale a correr cada mañana. Darle
ese espacio, esa disciplina y esa liberación. Quien practica yoga, no le pide nada al yoga;
sólo lo hace. 
"Escribir todos los días; sin esperanza y sin desesperar", decía Isak Dinesen. Bueno, algo
así.

En el taller, cuando me preguntan cuál es la definición de retrato, recurro a la que encontró


Patti Smith, tal vez sin quererlo. Patti, en su libro éramos unos niños, cuenta cómo su
Robert (Mapplethorpe) hace un retrato para la tapa del disco Horses. La luz iba y venía,
interrumpida por el paso de las nubes.
—Sabes, me encanta la blancura de la camisa. ¿Puedes quitarte la chaqueta? —dijo. Me
eché la chaqueta al hombro, como Frank Sinatra. Estaba llena de referencias. Él estaba
lleno de luz y sombra.
—Ha vuelto —dijo. Hizo unas cuantas fotografías más. 
—La tengo. 
—¿Cómo lo sabes? 
—Lo sé. 
Ese día sacó doce fotografías. Unos días después me enseñó la hoja de contactos. «Esta
es la que tiene la magia», dijo. 
Cuando ahora la miro, no me veo nunca a mí. Nos veo a los dos.
Fotos del taller.

A veces en el taller nos toca hablar de las fotos robadas:


Por foto robada me refiero a esas fotos que se sacan a escondidas, sin que el retratado se
entere de que está siendo fotografiado. 
No me interesan las fotos robadas. No es por algo moral ni tampoco estético. Muchos
dirán que grandes fotografías de la historia fueron tomadas de esta manera; otros, que si
se pregunta, el sujeto cambia la expresión y ya no es lo mismo. 
Entiendo la fotografía como mi medio para conectar con las otras personas, con el mundo
y conmigo. Cuando se saca una foto a escondidas, ese lazo se corta. El fotógrafo se aleja
del mundo, se pone como observador y no se hace cargo de su propio estar en ese lugar
en ese momento. En cambio, con el sólo hecho de preguntarle a una persona desconocida
si podemos sacarle una foto, se crea un lazo y algo se transforma. Con sólo preguntar, uno
cambia, el otro cambia y el mundo cambia.
Cuando se genera esta discusión en mis talleres, propongo esto: si quieren sacar una foto
robada, háganlo, pero después de sacarla, vayan, pidan permiso y saquen otra foto. Si no
se animan a preguntar, los pocos argumentos que tenían a favor se esfuman. Si se
animan, preguntan y les dicen que no, ya algo va haber cambiado, sólo por el hecho de
haber arriesgado algo de uno para tratar de conectar con el otro. Si se animan y les dicen
que sí, van a haber conseguido algo que no hubiesen conseguido sin la fotografía. Y con
con un poco de suerte, la foto gana vida, brilla, vibra por la conexión que se supo construir.

En el taller a veces hablamos de la técnica fotográfica (medición, composición, equilibrio,


etc), de cómo muchas veces se la confunde por ley cuando es sólo una herramienta. Suelo
comparar la técnica fotográfica con la gramática de una lengua y me sirvo de Pessoa, que
lo explica mejor que yo. En su "Libro del desasosiego" (el mejor ejemplo de lo que
realmente es una obra) escribe este fragmento:
"He meditado hoy, en una pausa del sentir, sobre la forma de prosa que utilizo. Realmente,
¿cómo escribo? Tuve, como otros muchos han tenido, la intención depravada de querer
tener un sistema y una norma. Es cierto que escribí antes de la norma y del sistema; en
eso, sin embargo, no soy diferente de los otros.
Analizándome al atardecer, descubro que mi sistema de estilo asienta en dos principios, e
inmediatamente, y a la buena manera de los buenos clásicos, erijo esos dos principios en
fundamentos generales de todo estilo: decir lo que se siente exactamente como se siente -
con claridad, si es claro; oscuramente, si es oscuro; confusamente, si es confuso-;
comprender que la gramática es un instrumento, y no una ley.
Supongamos que veo frente a nosotros una muchacha de maneras masculinas. Un ser
humano vulgar dirá de ella: “Aquella muchacha parece un chico”. Otro ser humano vulgar,
ya más próximo a la conciencia de que hablar es decir, dirá de ella; “”Aquella muchacha es
un chico”. Otro más, igualmente consciente de los deberes de la expresión, pero más
animado por el apego a la concisión, que es la lujuria del pensamiento, dirá de ella: “Aquel
chico”. Yo diré: “Aquella chico”, violando la más elemental de las reglas de la gramática,
que ordena que haya concordancia de género y número entre el sustantivo y el adjetivo. Y
habré dicho muy bien: habré hablado en absoluto, fotográficamente, lejos de la vulgaridad,
de la norma y de la cotidianidad. No habré hablado, habré dicho.
La gramática, definiendo el uso, establece divisiones legítimas y falsas. Divide, por
ejemplo, los verbos en transitivos e intransitivos; sin embargo, el hombre que sabe bien
decir tiene muchas veces que transformar un verbo transitivo en intransitivo para
fotografiar lo que siente, y no para, como el común de los animales hombres, ver a
oscuras. Si quiero decir que existo, diré “Soy”. Si quiero decir que existo como alma
separada, diré “Yo soy”. Pero si quiero decir que existo como entidad que a sí misma se
dirige y forma, que ejerce ante sí misma la función divina de crearse, ¿cómo he de
emplear el verbo “ser” sino convirtiéndolo súbitamente en transitivo? Y entonces,
triunfalmente, antigramaticalmente supremo, diré “Me soy”. Habré expresado una filosofía
en dos breves palabras. ¿No es esto preferible a no decir nada en cuarenta frases? ¿Qué
más puede exigirse de la filosofía y de la dicción?
Obedezca a la gramática quien no sabe pensar lo que siente. Sírvase de ella quien sabe
mandar en sus expresiones. Cuéntase de Segismundo, Rey de Roma, que habiendo
cometido, en un discurso público, un error gramatical, respondió a quien se lo hizo notar:
“Soy Rey de Roma, y estoy por encima de la gramática”. Y la historia cuenta que desde
entonces pasó a ser conocido como Segismundo “Supa-grammaticam”. ¡Maravilloso
símbolo! Cada hombre que sabe decir lo que dice, es, a su modo, Rey de Roma. El título
no es malo, y el alma es serse."

Cosas que vemos en el Taller de fotografía Ofuro:


"Cada día es una ilusión detrás de la cual vive la realidad de los sueños", dice Herzog en
Fitzcarraldo. Fitzcarraldo, el protagonista de la peli, quiere hacer que un barco cruce una
montaña, ése es su sueño y quiere hacerlo realidad. En Burden of dreams, el documental
acerca de Fitzcarraldo, Herzog se muestra implacable. No es una maqueta, no son efectos
especiales, Herzog realmente hace cruzar un barco por una montaña: hace de la realidad
un sueño. El sueño, a diferencia de la realidad, no tiene miseria; es sincero hasta las
últimas consecuencias. Por eso Herzog necesita empujar la realidad, estirarla hasta ese
lugar donde todo es verdad: el sueño. 
Herzog no miente.

Andrei Tarkovski, a lo largo de una vida dedicada al cine, escribe su libro Esculpir en el
tiempo. Tarda 20 años en escribirlo y durante ese tiempo, a veces se lo nota a la
defensiva, a veces se va por las ramas y hasta puede contradecirse. Al final, en su
epílogo, comprende que todo eso importa poco. Y dice: "El arte es como una declaración
de amor". Lo es en muchos sentidos: en el riesgo que uno toma, en lo que uno puede
ganar y en la necesidad de seguir nuestra propia verdad.

Cosas que vemos en el taller.


"Hasta que uno no se compromete hay vacilación, está la posibilidad de volverse atrás y
hay siempre ineficacia. 
Respecto a todo acto de iniciativa y creación sólo hay una verdad elemental: 
el ignorarla mata innumerables ideas y espléndidos planes. 
En el momento en que uno se compromete definitivamente también la Providencia se
moviliza. Acuden en nuestra ayuda toda suerte de cosas, que de otra manera nunca
hubieran ocurrido. Una corriente de sucesos fluye de la decisión haciendo surgir a nuestro
favor todo tipo de sucesos imprevistos, de encuentros y de asistencia material, y nadie
hubiera soñado que pudieran venir de este modo. 
Todo aquello que puedas hacer, o sueñes que puedas hacer, comiénzalo. 
El coraje encierra en sí el genio, el poder y la magia."
Goethe

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