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El indio Cantuña, adaptación 2020

Cristian- ¿qué les ha parecido el recorrido chicos? Yo les cuento que me siento realmente
emocionado, estar de pie en este magestuoso atrio milagro de la arquitectura me hace sentir
muy recomfortado, al mismo tiempo que me recuerda una bella leyenda que alude de manera
fantástica al orijen de la construcción sobrehumana de este atrio de San Francisco. ¿quieren
escuchar?

Narrador- hace muchos años, en la época de la colonia, existió un personaje bastante


particular, quien impulsado por la codicia del oro y las ancias de grandeza, cometió una locura
que ni al mismo Quijote con todo y su desazón se le hubiese ocurrido.

Cantuña, que así se llamaba nuestro hombre, se comprometió a construir el famoso atrio en
menos de lo que cantara un gallo, en menos de lo que muriera una mosca, en menos de lo que
tardara una persona en parpadear, en… haay bueno, la idea es esa, el punto es que había
jurado solemnemente concluir la obra en un lapso de tiempo más bien corto.

El tiempo corría y corría, en precipitada e inmisericorde carrera, pero el indio Cantuña se


sentía desfallecer. Completamente hagotado, jadeante, sediento, mugriento y mejor sigo
porque si no me pierdo, al ver lo imposible de su azaña, nuestro hombre se dijo:

Cantuña- ¡¡por las barbas de mi abuela, por el sombrero del mismísimo satanás! ¿y ora qué
hago? Faltan solo disiocho horas y esta pendejada no se acaba, apenas va a la mitad y yo ya no
jalo… Carajo, (suspirar cansado) lo pior es que si no termino la obra en el tiempo que
quedamos estas gentes pueden creer que les hice la casita, y entonces si me va como a perro
en misa, cuando no hasta me mandan a la cárcel.

Narrador- Sin embargo, a pesar de las Quejas de cantuña, el tiempo seguía transcurriendo. Tic,
tac, se mueve el sol; tic, tac, por oxidente se va el traidor, y al son de las campanas, el indio
ruega a dios en acto conmovedor.

Cantuña- o, señor mío, tú que todo lo puedes, ayúdame a terminar el pretil de la iglesia, Mira
que solo con tu poder infinito, con tu luz magestuosa y con la intervención de tu
misericordiosa mano podrá concluirse este milagro. Señor mío, no dejes a este pobre siervo
solito, ya que si lo haces, entonces seré maldito…

Narrador- rogando para sus adentros, trémulo de emoción, Cantuña se dirijió a San Francisco.
Una extraña sensación lo invadía, algo le decía que el señor había escuchado sus ruegos y que
presto acudiría a salvarlo. De pronto, al jirar por un ángulo de la plaza, los ojos de nuestro
hombre se abrieron desmesurados, y <descontrolado por la euforia, se dijo:

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