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José Antonio Marina | Las arquitecturas del deseo OTE Mantel ola yo) olg Moye ol Keone RCM] José Antonio Marina Las arquitecturas del deseo Una investigacién sobre los placeres del esptritu EDITORIAL ANAGRAMA BARCELONA, 1, CAMBIANDO DE CABALLO EN MITAD DE LA CARRERA Los libros tienen su destino. Este antiguo adagio se cumple en mi caso palabra por palabra, como muy bien sabe Jorge Herralde, que nunca sabe de qué va a tratar mi anual entrega hasta que la tiene en sus manos. No es que me niegue a decirselo, es que tampoco yo lo sé hasta el uilti- mo minuto. Escribir es mi modo de investigar, y esto hace gue el texto sufra las mismas sorpresas, atascos, derrapes, cambios de vias o descarrilamientos que padece la investi- gacién con la que se identifica. Ya saben que me considero un investigador privado, y los detectives nunca sabemos lo que nos deparard cada nuevo caso. Los rastros nos condu- cen a lugares insospechados y s6lo al final sabemos quién es el asesino. Dicho de manera mds académica: soy un cienti- fico que quiere hacer ciencia sin ideas predeterminadas y sin engolamiento, dejando claro lo pasmosamente diverti- do y azaroso que me resulta el oficio. Comeneé este libro con la idea de estudiar la «ideologia del deseo», como clave para entender la cultura actual, que es una cultura de la avidez y de la insatisfaccién. (Como ha- brin visto, abro un paréntesis. Por estar en el pértico del caso, me permitiré una broma. Tal vez tendrfa que hablar de 1 «da culture du désir», porque esto del deseo es muy francés. Han sido los intelectuales franceses ~pais de la revolucién y del lujo, y no uno ambas cosas ni a humo de pajas, ni a humo de inquisicién— los que inventaron una «filosofia del deseo», El demoniaco Rimbaud, tan francés, sabia que «el terror no es francés» [Una temporada en el infierno], pero el apetito, sf. En cierta ocasién, Larra escribié: «Un amigo mio ha venido de Paris con la noticia de que Dios no existe, cosa que allf saben de muy buena tinta.» Pues bien, lo del deseo lo saben también de muy buena tinta, tal vez porque st ta- lento para el anilisis psicolégico procede de su tadicidn de brillantes moralistas, y éstos siempre han estado muy intere- sados en las concupiscencias. Proust, Julian Green, Gide, Frangoise Sagan contaron las rebeldias y rorturas del deseo. Bataille se interné en las arenas movedizas del erotismo. Maine de Biran, Bergson y Blondel hicieron una metafisica del impulso, una dialéctica del deseo, una ontologia del dan, Sartre ha descrito las formas viscosas de la voluptuos dad con una precisién aterradora y Merleau-Ponty estudié convincentemente la sexualidad como modo de ser en el mundo, Deleuze, Guattari, Baudrillard, Lyotard son los creadores de esa «filosofia del desco» que he mencionado. Foucault quiso hacer historiar la construccién del «sujeto deseante», Gilles Lipovetsky es estupendo describiendo la cultura del vacfo que el lujo—un afin de distincién y consu- mo-ayuda a llenar. Y Michel Onfray ha popularizado una reivindicacién filos6fica del placer. Los franceses tienen ade- mis un talento peculiar: son «creadores de tendencias». Que un pensador presuntuosamente confuso como Derrida ten- ga éxito en Estados Unidos no puedo explicérmelo sino re- lacionandolo con el prestigio de Chanel n.° 5, Dior, Mo Chandon y el «made in France». Prometo no hacer ninguna broma mis, y cierro el paréntesis.) 12 =a Siempre se han experimentado deseos y, posiblemen- te, en épocas pasadas se manifestaron de manera mis Feroz yy menos contzolada que ahora. Al menos eso dice Norbert Elias, que es un historiador del que me fio. Pero las so dades sintieron un permanente recelo ante la proliferacién de ansias, codicias y concupiscencias, porque considera- ban que eran un peligro para la cohesién social, El deseo es, ademds, la antesala del placer, que también eta mirado con inquina y desconfianza, Ahora, en cambio, y ¢s0 es lo novedoso, el deseo esta bien considerado, y hemos organi- zado una forma de vida montada sobre su excitacién con- tinuada y un hedonismo asumible, No vivimos en la or- fa, sino en el carélogo publicitario de la orgia, es decir, en Ia apetencia programada, La publicidad ya no da a cono- cer los attactivos de un producto. Su funcién es producit sujetos deseantes. «Seduce con una promesa de satisfac- cién —escribe Ramonet-, Fabrica deseos y presenta un mundo en perpetuas vacaciones, distendido, sonriente y despreocupado, poblado con personajes felices y que por fin poseen el producto milagro que nos haré bellos, libres, sanos, deseados, modernos.» Mi propésito era estudiar esta novedad, este cambio de régimen libidinal, la aceptacién publica del deseo, el desmantelamiento de todas las defensas construidas du- rante siglos pata protegerse de su violencia, la desaparicién del miedo social al placer, la liberacién de toda suerte de represiones, la triunfante utopia de las mil pequeftas gulas suscitadas y satisfechas, el centro comercial como metafora practicable y definitiva del paraiso, al que no se llega a tra- vvés de la ascesis, sino mediante la gozosa cada en la renta- cidn, palabra, por cierto, que se ha prestigiado mucho, porque tiene un poco de «morbo», una palabra también curiosa 13, El libro debfa ser, més que un estudio de sociologia, un caso prictico de psicoandlisis social a mi manera, como el que ya intenté en mis estudios sobre el ingenio y sobre la voluntad. Estas investigaciones no son caprichosas, sino que vienen impuestas por la tozudez de la realidad. Ante el observador social aparecen comportamientos realizados por sujetos concretos y sedicentemente libres, que parecen bailar undnimes al son de una musica comin que no se escucha; se trata de fenmenos aislados y lejanos, unidos, sin embargo, por galerias subterrineas, de la misma mane ra que los islotes que aparecen frente a la costa son las crestas visibles de cordilleras sumergidas. Dicho en plata, por debajo de la dermis social que todos vemos hay «siste- mas invisibles», ideologias ocultas, que son la razén de ser de fenémenos dispersos que sin esa referencia resultan inexplicables. Por su eficacia en la sombra despiercan la sospecha de que se trate de conspiraciones, pero no puede haber una confabulacién inconsciente y estos sistemas lo son. Pues en, gqué podria ser més atractivo para un husmeador profesional que internarse por estos laberintos, y hacer espeleologia cultural? Este primer capitulo es un resumen de lo que iba a ser mi investigacién, y una ex- plicacién de por qué cambié de caballo en mitad de la ca- mera. x Comenzaré explicandoles con més detenimiento a qu llamo «ideologfa» o «sistema social invisible». Todos esta- mos, en mayor 0 menor medida, influidos por las modas, que ejercen una tiranfa democritica, en el sentido de que somos las victimas las que damos poder al tirano. :Por qué 4 aparecié y triunfé Ia minifalda en un preciso momento hiss6rico? gPor qué ha tenido ese descomunal éxito Harry Potter? z¥ el inesperado éxito de los méviles? Porque por debajo de ellas, enlazando con nuestro sistema de expectat mos, opera vas y deseos —1al vez ocultos para nosotros mis le que, a su aire, conecta conceptos, tun sistema social invis emociones, valores, crcencias, formando asi una estructura qu origina y da sentido a preferencias, sensibilidades, com- , resultan inconexos. Ya sa- portamientos que, en superfici : ben que la tinica marca que se lanzé al mercado precisa- mente para las personas que presumian de ser independientes fue Marlboro con su imagen del vaquero solitatio. Y los que presumian de invulnerables ance la publicidad cayeron ena trampa como pajaritos. Mi hipétesis de viejo detective es que nuestra aceptacién social del deseo, su glorificacién, el éxito que lo engrandece, ¢s, a pesar de su superficial evi- dencia, el efecto consciente de una ideologta desconocida. Esta nocién -sistema social invisible, ideologia descono- cida~ me parece imprescindible para comprender lo que cocurre y encontrar una légica de lo imprevisto. Les pondré un ejemplo. Por muy buenas razones, la cultura occidental ha evolucionado hacia una afirmacién rotunda del indivi- duo. Los derechos humanos son individuales, y alguno de ellos -concretamente el de libertad de conciencia— instaura la conciencia individual como tiltimo tribunal de nuestro comportamiento. La autonomia personal es el gran valor a defender. Pero las morales son hetersnomas, son fruto del pensamiento social. La racionalidad individual puede jus- tificar convincentemente el egoismo. Hume lo dijo con una sincera desfachatez: «Puede resultar racional preferir la destruccién del universo a sufrir un rasguito en Ja mano.» Nos encontramos con que la moral -al defender la autono- mia del individuo— ha debilitado, en nombre de la moral, 15 los lazos que unfan a la persona con la norma moral, es de- cir, la ha anulado en la préctica. Ha dado a luz. un véstago patricida. Eran ficiles de prever los desajustes y problemas que este «sistema invisible» iba a producir, y que Ulrich Beck ha estudiado parcialmente en sus libros sobre la «in- dividualizaciény, La moral da a luz la libertad de concien- cia que acaba desahuciando la moral. Q mejor la pone en un estado liquido, la liquida, por utilizar la expresién de Bauman. Describir nunca es bastante. Serfa intitil una medicina que se limirara a narrar minuciosamente los sintomas de tuna enfermedad. Por eso, como detective tengo que en- frentarme a un misterio: ze6mo se constrayen esas tramas inconscientes? En mis libros atribuyo esa tarea a una «inte- ligencia computacional» que funciona por debajo del nivel de conciencia, y tiltimamente la neurologfa me esté dando la razén, porque cada dia se interesa més en la llamada «in- teligencia no consciente». Es obvio que lo que pensamos y sentimos en el Ambito personal ¢s el resultado de operacio- nes ignoradas por quien las esté realizando. Soy el lugar de aparicién de ocurrencias que sé que son mias, pero a las que asisto como espectador. De repente, como un pollito que rompiera el cascarén, aparece en mi conciencia un deseo. La imagen no es mia. Es de Dostoievski, que la emplea para describir la aparicién en la conciencia del desdichado Ras- kolnikov de una ocurrencia terrible, la de asesinar a una po- bre vieja. Este es el gran escindalo o el gran enigma de la natu- raleza humana: somos protagonistas de una historia que hemos escrito nosotros mismos sin saberlo. Todo sucede neuronalmente ochocientos milisegundos antes de que nos demos cuenta de que esté sucediendo. Lo demostré Libet respecto del movimiento, Damasio respecto de los senti- 16 mientos y Kandel acaba de recordarlo. Vamos siempre un poquito retrasados respecto de nosotros mismos. Escribo conscientemente este libro sobre el deseo, pero no puedo explicar por qué se desperté en mf el deseo de escribir un libro sobre el deseo. A partir de ese momento inexplicable puedo explicar mi elaboracién del proyecto, pero no antes. Paul Valéry consideraba que el misterio de la creacién poe tica radicaba en la aparicién del primer verso. Cémo de- monios se le ocurria al poeta esa ocurrencia tan divina? El resto consistia en buscarle buena compaiiia a ese protago- nista inicial. Pero, si soy sincero, ni siquiera puedo explicar cémo se me esté ocurriendo Ia frase que escribo en este momento. No sé lo que quiero decir hasta que lo he dicho. No sé lo que sé sobre una cosa hasta que no lo he expresa- do, es decir, exprimido de la memoria, Pues bien, en el mbito social sucede algo semejante. El presente, sus mo- das y vigencias, las movilizaciones sociales, las preferencias y desdenes de una cultura, estén también influidos por un entramado inconsciente, cuya génesis y estructura me inte- resa averiguar. Tenemos, por lo tanto, que admitir un in- consciente personal y un inconsciente social muy habiles en captar relaciones, parecidos, patrones, metéforas, en realizar extrapolaciones, transferir deseos, segregar expecta- tivas y tramar sistemas en los que resultamos apresados sin saberlo y a los que, ademés, prestamos una inocente cola- boracién que los refuerzan. EI sistema del deseo constituye un ejemplo de esos dispositivos subterréneos. Antes de describirlo, y para fo- calizar su atencién, les formularé una adivinanza: zqué tienen en comtin la sociedad de consumo, el auge de la vio- lencia, cl aumento de la obesidad, las epidemias de la an- siedad, la fragilidad de las relaciones afectivas, la creciente manifestacién de comportamientos impulsivos, los centros 17 comerciales y los parques teméticos, las campafias de fide- lizacién de las empresas, el aumento de las adicciones, el prestigio de la moda y Ia falta de atencién de los alumnos en Ia escuela? Aparentemente, nada. Y, sin embargo, creo que todos estos fendmenos son manifestaciones visibles del «sistema ideolbgico del deseo» del que les estoy ha- blando. Voy a describir de manera sucinta esas relaciones, descripcién que en el libro que pensaba escribir hubiera sido mas exhaustiva y documentada. & Comencemos por el primer término de la adivinanza: la sociedad de consumo. Podia empezar por otto cualquie- 1a, porque una de las caracteristicas del sistema es que to- dos sus elementos interaccionan, y se puede entrar en él por muchas puertas, pero elijo ésta porque su evidencia es de facil acceso. Define, sin duda alguna, la cultura de los paises desarrollados. «El consumo ~escribié el reciente- mente desaparecido Baudrillard es un modo activo de re- lacién (no sélo con los objetos, sino con la colectividad y el mundo), un modo de actividad sistematica y de respuesta global en el que se funda todo nuestro sistema de cultura» Se suele olvidar que la «economia opulenta» ha alterado ra- dicalmente las funciones de la economia, como sefialé Galbraith. El sistema productivo actual ya no esté ditigido a satisfacer las necesidades existentes. Hay un exceso de produccién, una necesaria y obsesiva exagetacién produc- tiva en los paises desarrollados, consumistas, que ya no se rige por la demanda del cliente, sino por la misma oferta que el sistema crea, Primero se fabrica, y Iuego se induce la necesidad de lo fabricado, que permitira vender esos pro- 18 uctos, con frecuencia excedentes y superfluos. Hace falta ‘ovocar una bulimia, una gloronerfa vida, que metafori Pi mente se hace visible en la plaga de obesidad que padece Occidente. Tiene razén B. Turner cuando relaciona los modos del deseo con los modos de produccién. Nos hemos acostumbrado tanto a esta codicia consu- mista que nos parece que siempre ha existido, lo cual no es cierto. Zola, ejemplo eminente del intelectual comprome- tido, se alarmé hace mas de cien afios ante el protagonis- mo econémico del deseo. En 1883, publicé El paraiso de las damas. Treinta afios antes se habia inaugurado en Paris Bon Marché, una tienda precursora de Ia revolucién co- mercial. En su novela, Zola llama «traficantes en deseos» a los propietarios de los grandes almacenes. Lo que le ierita- ba era el uso de la mercancia como tentacién, Hasta ese momento, las mercancias habjan estado guardadas en ca- jas, esperando la necesidad, la demanda, que las hiciera sa- lir de las estanterias. Pero en el gran almacén, los objetos tealizaban un strip-tease comercial, iban desnudos hacia el cliente, despertando Ia lascivia consumista. No paré en eso la cosa. Por esa época se inventé la kimina de vidrio y aparecié el escaparace. Era el colmo! Las mercancfas ejer- cian su potencia tentadora contra el viandante, Era una especie de prostitucién, En efecto, prostitiere significa po- nerse en un escaparate. Exhibirse excitantemente. En este nuevo régimen, la publicidad deja de ser una ayuda para convettirse en un componente esencial de la nueva economia, que deja de ser economia de la demanda para convertirse en economia de la oferta. Su funcién es producir sujetos deseantes 0, lo que es igual, hacer alos in- dividuos conscientes de sus carencias, obligarles a que se sientan frustrados, fomentar la envidia hacia el vecino, in- ducir una torpe emulacién inacabable, para ofrecer después 19 una salida facil a su decepcién: comprar. Los psiqui ben que comprar puede convertirse en una adiccidn, y el comiin de los morcales reconocemos que comprar ¢s un gran ansiolitico, Bauman se refiere a las delicias del «dejarse llevar» del comprador. Como dicen los técnicos de publi- cidad, una persona insatisfecha es mejor cliente que una satisfecha. Asi las cosas, la propaganda se converte en dise- minadora inevitable de ansias e insatisfacciones. Sélo fo- mentandolas se puede conseguir quic la gente haga cola du- rante la noche entera para ser los primeros en comprar la nueva Play Station, Miles de psicélogos, psiquiatras, socié- logos, pedagogos, publicistas, economistas trabajan tenaz- mente para responder a una pregunta: ze6mo despertar el deseo de comprar? Para mis investigaciones suelo revisar sistemdticamente un tipo de informacién sumamente reve- ladora, aunque sea desdefiada por cientificos y fildsofos: li- bros de autoayuda y de management, revistas femeninas, re- vistas masculinas, tratados sobre marketing, consultorios sentimentales, y también las obras de los expertos en publi- cidad y en propaganda. Muchos de ellos estin escritos por gente muy lista e influyente, que acaban produciendo el fe- némeno que pretenden analizar. Me parecen por ello indis- pensables para conocer los hilos con que se esté tejiendo el tapiz del futuro, En este contexto, debemos considerar la industria publicitaria un eficaz «intelectual colectivov al servicio del mercado opulento. La hipertrofia del mercado provoca insatisfaccién por- que produce necesidades y apetencias que sélo pueden ser efimeramente satisfechas. Como la misma palabra indica, con una precisién admirable, «consumit» significa aniqui- lar un objeto, con lo que para mantener el fuego del deseo encendido es preciso echar continuamente més madera. Pero, ademas, provoca insatisfaccién por otros variados y 20 sutiles procedimientos. En primer lugar, para convertir en descable un objeto, deben atribuirsele ciertos poderes ma- gicos relacionados con la felicidad. Ya en 1958, Aldous Huxley prevenia contra la «persuasién por asociacién», un procedimiento publicitario que consiste en asociar lo que se quiere elogiar a cualquier cosa que no tenga nada que yer, pero que sea apreciada mayoritariamente en la socic- dad a que uno se dirige: «Asi, en una campafia de venta, la belleza femenina puede relacionarse arbitrariamente con cualquier cosa, desde un bulldozer hasta un diurético» («Nueva visita a un mundo feliz», incluido en Un mundo feliz y nueva visita a un mundo feliz, Edhasa, Barcelona, 2004, p. 176). Deleuze explicé que el deseo no va dirigido aun objeto, sino a un conjunto, y lo expresé con una fra- se muy gréfica: «C'est toujours avec des mondes que l'on fait Lamour.» Siempre hacemos el amor con todo un mundo. «La publicidad a través de imagenes lo sabe y presenta sus productos dentro de una combinacién de cosas —el mo- mento, el lugar, la compaiifa, la luz, la miisica~ que hace del conjunto algo deseable. Pero engafia cuando pretende vendernos el objeto abstracto, aislado», escribe Maite La- rrautri. Hay mis, porque la industria de la publicidad debe allanar el camino que va desde la apetencia al acto, y tiene que afirmar que todo el mundo puede acceder al disfruce de ese objeto en el que se cifra effmeramente la dicha, mas atin, que tiene derecho a tenerlo («porque tt lo vales», como proclaman los spots). Esto afecta incluso a aquellos objetos que se presentan como signos de distincién, para- déjicamente, ya que es contradictoria una distincién masi- ficada. Sélo poniéndolo al alcance de la mano, se pasar del mero deseo a la accién de comprar, que es lo impor- tante. Todo esto produce una frustracién inevitable y per- 21 manente, una tantalizacién continua, porque ni todas las cosas ofrecidas van a poder conseguirse, ni, en el caso de conseguirlas, van a producir la felicidad anunciada. Ahora bien, los psicélogos saben que una decepcién duradera tie- ne dos derivaciones emocionales: la depresién y la violen- cia, No me extrafia que, como sefialé el tiltimo Congreso Mundial de Psiquiacrfa, ésas vayan a ser probablemente las dos epidemias mis temibles del siglo xx1. Ademés, a su re- bufo se ha consolidado la idea de que los deseos son fuen- te de derechos, lo que ha dado lugar a una cultura de la queja apoyada por una catastrdfica pedagogia de los dere- chos, que afiade una prolongacién imprevista, una nueva galeria a explorar. Asi lo explica Baudrillard: EI goce ha tomado el aspecto de una exigencia y de un derecho fundamental. Benjamin de todos los dere- chos del hombre, ha accedido a la dignidad de un impe- rativo categérico. Es inmoral contravenirlo, Pero no tiene siquiera el encanto kantiano de las finalidades sin fin, Se impone como gestién y autogestién del deseo (De la se- duccién, Citedra, Madrid, 1986, p. 24). 4 Mercado, publicidad, ansiedad, depresién, violencia emergen ya como islas enlazadas por cl sistema oculto que estoy cartografiando. Pero tal vez no sea exacto decir que el mercado de la opulencia se basa en la fabricacién de deseos. Es mejor decir que necesita una proliferacién de deseos «ur- gentes, imperiosos y efimeros» para mantener su dinamis- mo. Esa es la definicién precisa de «capricho» pendo librito sobre pul En un estu- idad, escrito por el Grupo Marcuse 22 - titulado De la miseria humana en el medio publicitario {nielusina, Barcelona, 2006), se hace un interesante andl fs de este asunto, Los publicitarios saben que trabajan con shecesidades» y «dleseos, pero los autores no creen que €s- was conceptos expliquen el consumismo, porque son dema- fado scrios. «El consumismo acta en un plano muy dis- fino, cl de las apetencias, Que algo nos aperezca significa or un lado que ese algo no es indispensable (no es una ne- Pesidad) y por otro lado que no lo anhelamos desde lo més profundo de nuestro ser (no es un verdadero deseo). Las apeteneias son sociales y fingaces, siempre relativas a indivi- dhios cuyo estacus envidiamos. La publicidad las azuza. Re- curre a modelos que dan envidia, hace apetentes a los con- sumidores y los fuerza a un mimetismo tan caprichoso como ripida es a renovacion de las panoplias que hay que poseer pata identficarse con los estereotipos que propone FL consumismo es el mundo social de las apetencias y el reino ‘momentineo de los caprichos. Por eso no debe sorprender que no sea demasiado satisfactorio. El placer es proporcio- nala la intensidad del deseo, que crece con el tiempo de la privacién. La apetencia es el grado cero del deseo. Ceder a alla no aporta mas que un breve y limitado placer, como puede verse en los nifios consentidos 0 con la “depresi6 poscompra”. La excitacidn aumenta hasta pasar por cajay y se desvanece tan répido como habia aparecido. La apeten- cia es fundamentalmente una pasién triste (Spinoza). Car- gada de resentimiento, sélo engendra frustracién, porque sicmpre habra alguien y algo que apetecer. Ese es precisa- mente el ardid del consumismo. Puesto que se basa sélo en apetencias, se alimentard a si mismo en una huida hacia de- lance que, si no tiene el mériro de satisfacer a las personas, por lo menos lubrica la maquinaria capitalista.» Como dice Jacques Ségueéla, el publicista que dirigié la triunfante cam- 23 pafia de Mitterrand: «Sélo podemos desarrollarnos en una sociedad de superconsumo. Este excedente es necesatio para el sistema, Este sistema frigil perdura solamente por el culto a la apetencia.» Por cierto, en una interesante entre- vista publicada en Lire, decia: «No digdis a mi madre que trabajo en publicidad. Ella cree que soy pianista en un bur- del.» Lo importante de la apetencia y el capricho es que se presentan como una urgencia que ha de ser resuelta in- mediatamente, nos despefia por abismos superficiales, nos permite hacer submarinismo emocional en un charquito, y esto hay que relacionarlo con lu que los especialistas en marketing llaman «compra por impulso». Ya ha aparecido el tema de la impulsividad que les anuncié. La moda es la cristalizacién de deseos esbozados. No puede imponerse, sino que slo tiene éxito cuando puede dar figura a anhelos embrionarios. De ahi la importancia que tienen los cool hunters, los cazadores de tendencias. Las tendencias, en este contexto, han de entenderse como los descos atin imprecisos, cuando el humo atin no se ha convertido en cristal. Esta moda de los deseos efimeros, intensos, urgentes y desechables ha contagiado a nuestro mundo afectivo, que se ha fragilizado, porque incita a un hedonismo inquieto y un poco escéptico. La moda, con st atractivo imperioso y efime- 10, se ha convertido en arquetipo vital. Nada proporciona un gran placer, y la vinica solucién es encadenar miltiples y ve- loces placeres, plenamente sustituibles. Se trata de alcanzar plurales cosechas de vértigos, aunque sean small size. Lo lla- maré «hedonismo de la cantidad» porque creo que su ante- 24 cedente es la umoral dela cantidad de experiencias», dela que hrablaba Camus. Esto enlaza con una de las mis curiosas ca- racteristicas de la «nueva economfay. Lo importante no es dfrecer objetos, sino experiencias. Se trata de una nueva eco- nomia libidinal. Coches, alimentos, ordenadores, relojes no se publicitan exponiendo sus ventaja, sino prometiendo i expsienia.Experiencis porsupues, que seviven en dl gimen veloz del capricho, porque el mercado no puede dete- nerse, y necesita el combustible de la insatisfaccién para Fun- cionar. Serge Hefez, en un articulo publicado en Le Monde (6-4-5), cscribia: «Las parejas se separan no porque estén en crisis, sino porque sienten que seria insoportable una vida sin cambios, sin otras expericncias.» Jeremy Rifkin también ha llamado la atencién sobre el hecho de que el negocio del fu- turo consiste en «proporcionar expetiencias», no objetos. Bauman sefiala que hasta los hijos se han convertido en un objeto de consumo emocionalr. Y Vicente Verdit descubre que «la pareja adquiere la caracteristica del rentingy, es decir, derecho a uso sin mds atadura que pagar el alquiler mutwo mientras incerese. La agencia de tendencias Trendwatching ha acufado el término transumer. «Son aquellos consumido- res que no buscan la posesién, sino la experiencia. Defienden tuna manera de vivir transitoria y sin ataduras. Todo se alqui- Ja» La actualidad confirma y ejemplifica la afirmacién de Remo Bodei: la personalidad deseante busca compromisos sin-vinculos (non binding commitment), y de esto resulta wana personalidad incontinente en cuanto se basta con sus propios deseos, versitil en la renovacién de su identidad, habil en la eleccién de las afiliaciones, pero libre de lazos» (Una geome- tria de las pasiones, Muchnik, Barcelona, 1995, p. 31). Es f&- cil ver la telacién que todo esto tiene con Ia cultura de la diversidn, que para muchos analistas constituye lo més carac- terfstico de las sociedades desarrolladas. 25 Serfa precipitado considerar que estoy haciendo una critica de todo este sistema. No es asi. Nos movemos en el contraluz de bondades y maldades que constituye la marca de nuestra limitacién. Me interesa més el dinamismo que las figuras concreras. El navegante sabe que debe avanzar en zigzag cuando tiene el viento en contra, y ast avanzan los individuos y las sociedades. Creo que tiene tazén Lipo- versky al decir que el sistema de lo efimero «supone una nueva aproximaci6n a los ideales, una reconstruccién de los valores cemocréticos y, de paso, una aceleracién de las transformaciones histéricas y una mayor apertura colecti- va al desafio del futuro, aunque sea desde las delicias del presente» (El imperio de lo effmero, Anagrama, Barcelona, 2002, p. 176). La moda es un insaciable deseo de lo nue- vo. ¥ lo importante es aprender a cabalgar sobre el tigre. Esta necesidad de atender a muiltiples objetos de de- seo, la rapidez en la consumacién, si es que la hay, la buis- queda continua, han producido un gracioso fendmeno, Los expertos en marketing se han dado cuenta de que estaban matando [a gallina de los huevos de oro, porque la prolife- racién del deseo y de los dispositivos del deseo, como la publicidad, han vuelto tan volatil al cliente que empieza a set necesario «fidelizarlo» de alguna manera, veleidad. Nada de flirteos, una unién monogimica con la marca, ¢50 es lo que importa. Que el mercado haya descu- bierto a estas alturas la fidelidad me resulta muy interesan- te como detective, y muy irénico como observador de a pie, y espero con cierta delectacién cl momento en que la Publicidad pase de predicar la fidelidad al deseo a predicar cl deseo de fidelidad. Todo se andaré. 26 6 La exaltaci6n del capricho permite situar las dos dili- sas piezas de la adivinanza: el aumento de las adicciones y In falta de atencién de los alumnos en las aulas. La proife- racién de los deseos crea personalidades caprichosas que soportan muy mal el aplazamiento de la satisfaecién y la frustraci6n. El marco del mercado opulento es adictivo, restringe la libertad, aunque al hacer posible la eleccién ie tre productos, enmascara esa reduccidn. Ademds, como ha seftalado Lipoversky, la insistencia en el deseo y en la con- sumacién del deseo, ese hedonismo light que define nuestra cultura, y que identifica placer con diversién, desprestigia cl esfuerzo. Deleuze ~uno de los creadores de la «filosofia del deseo» definié al ser humano como un chaz de maqui nitas deseantes», plurales, inconexas y contradictorias. Este es el cliente ideal del mercado opulento. Nietzsche habia dicado mucho antes que la «pluralidad y la desagregacién de los impulsos, la falta de un sistema entre ellos, desembo- caen una “voluntad débil”y. La ideologia del deseo provoca un desmenuzamiento del Yo, un zapping deseante. Lipo- versky comenta: «La falta de atencién de los alumnos, de la que todos los profesores se quejan hoy, no es més que una de las formas de esa nueva conciencia cool y desenvuelta, muy parecida a la conciencia telespectadora, captada por todo y nada, excitada e indiferente a la vez. El Yo ha sido pulverizado en tendencias parciales segtin el mismo proyec- to de desagregacién que ha hecho estallar la sociabilidad en tun conglomerado de moléculas personalizadas.»(En la so- ciedad del capricho, la atencién se vuelve ene Ya tienen ustedes completo el dibujo que uneél con- sumo, la agresividad, la depresién, la fragilidad de las. i ciones, la falta de atencién de los alumnos e rueri quanti we 7 Antes de proseguir tengo que explicarles la razén de mi interés por el estudio de los sistemas invisibles. Si tengo razén ~y cteo que la tengo-, sirven para explicar fenéme- nos sociales de gran relevancia. Modas, movimientos socia- les, disfunciones, comportamientos culturales, revolucio- nes, Conocerlos nos permitiria ser més sabios para resolver problemas dramaticos. Por ejemplo, los fracasos de las campafias de prevencién de las toxicomanfas 0 de la vio- lencia de género no se pueden explicar sin conocer cl siste- ma invisible que las fomenta. Gastar tantos esfuerzos para disuadir de tomar drogas, al mismo tiempo que fomenta- mos el sistema que induce a tomarlas, es una conducta contradictoria y bastante estipida. Y espantarse de los ac- tos de violencia cuando se siguen transmitiendo patrones machistas es una impostura, Tal vez al poner al descubier- to los sistemas conceptuales y afectivos que nutren los fend menos visibles, descubramos que estamos aceprando exigen- cias incompatibles, metiéndonos alegremente en callejones sin salida, y que la tinica solucién puede ser cambiar esos sistemas, cosa laboriosa y lenta. He repetido varias veces que la culeura actual esta basada en una exaltacién del de- seo y de su satisfaccién. Pero Freud, que tanto colaboré a poner de moda el deseo, afirmé que la libre gratificacién de las necesidades instintivas del hombre es incompatible con Ia sociedad civilizada: la renuncia y el retardo de las sa- tisfacciones son los prerrequisitos del progreso. La obje- cidn es importante, porque, si Freud tiene razén, estamos pretendiendo construir una civilizacién contradictoria, que puede verse aquejada, como algunos seres humanos, de una enfermedad del sistema inmunitario, que ataca al mismo organismo que debe defender. 28 ste asunto me interesa especialmente como educa- dor. Desde hace tiempo, la pedagogia habla del «curriculo eotiton, es decir, de aquellas cosas que se ensefian de me tera implicita, por el modo de organizar el aula, por las eciones y por las omisiones, por la presién del marco ins- sfareional, etc. Los sistemas invsibles forman parte inevi- tablemente de estos cursieulos ocultos. Sospecho que con Glasistema del deseo» pueda ocurrir lo que con otras ma- nifestaciones del pensamiento posmoderno, y que preten- diendo aparecer como una ideologia progresista y libera- dura sca cn realidad codo lo contrario. Su relac in con el mercado opulento y su mantenimiento asf lo indican. Su relacién con las adieciones lo confirma. Y su gusto por la transgresién lo refrenda. La transgresién no es més que tuna valvula de salvaguarda de los sistemas represivos. De hecho se ha convertido en parte de un tipo de «discurso politicamente corrector. Acabo de leer una frase de Ferran ‘Adria en El Mundo (10-8-2007). El periodista le hace una pregunta «transgresoray, es decit, «correcta», incluso «pa- catav: «:Tiene fe en el pecado?» Y Adria responde correc- tamente: «Si, si, si. Hay que pecar.» La transgresién no es una revolucién, ni nada que se le parezca, sino una cana al aire compatible con una sumisi6n reverenda, Como mu- cho llega a Ia picardia. Algo semejante nos revela el auge de la pornografia, pieza esencial de una culeura del deseo, y que alcanza su plenitud en sociedades extraordinatia- mente conservadoras. CColabora a esta posible impostura el hecho de que al ha- blar de «deseo» se sobreentienda que nos estamos refiriendo al deseo sexual, aunque no se precise. Y el resto de los de- se0s, que no son tan Iidicos ni sontientes, zentran también dentro de esta apologia? z¥ el afin de poder y de domina- Cidn? :Y el sadismo, al que han rodeado de prestigio invelec- 29 tual intelectuales apresurados? Platén, que de esto sabia mu- cho, consideraba que el tirano es siempre un individuo pul- sional. Arist6teles ponia como ejemplo de chombre de de- seos» 2 Sardanipalo, y lo mismo podrfamos decir de Hitler, Stalin, Mao Zedong, Alguien se atreve a jalear a estos su- perlativos transgresores? Sospecho que estamos siendo victimas de una super- cheria que nos esclaviza dulemente, y contra la que ape- nas podemos rebelarnos, porque nos gusta. El sistema del deseo tiene un aire seductor la seduccién es tina de sus armas— y todos estamos dispuestos a cact bajo sus cnean- tos. Es verdad que Iuego nos asustan algunas disfunciones sociales Ia violencia, la depresién, la desconfianza genera- lizada, la fragilidad de los sentimientos, la corrupcién, el abuso de poder-, pero no las relacionamos con el sistema invisible, Esta era otra de las tesis de mi libro en ciernes. 8 Estaba a punto de empezar a escribirlo, cuando algu- nos textos lamativos me hicieron detenerme. El primero de ellos, penetrante como un toque de diana, fue una co- nocida frase de Spinoza: «la esencia del hombre es el de- seo.» Estas son palabras mayores, que se mueven en un nuevo registro. Pensindolo bien, algo parecido habia di- cho Aristételes: «El hombre es una inteligencia deseante 0 un deseo inteligente.» San Agustin acerté con una frase re- veladora: «Cada uno es lo que ama», y los filésofos esco- Listicos mantuvieron que los deseos inos revelan nuestra naturaleza, algo por cierto muy cercano a lo que Sartre pretendié hacer con su «psicoaniisis existencial», Llegué a la conclusién de que antes de describir el «sistema de los 30 deseos» tenia que conocer el «gran sistema del deseo» que segiin dicen estos autores constituye Ia naturaleza huma- na, Esto cuadra bien con mis intereses. No soy un sociélo- go sino, en todo caso, un arquedlogo. Arqueologia es la ciencia de los principios, de los origenes, de los cimientos. Pero al intentar hacer una arqueologia del deseo me llevé una sorpresa. Hasta donde conozco, carecemos de una teoria completa ¢ integrada de los apetitos humanos. Hay fragmentos brillantes, pero dispersos y dificiles de encajar. Conozco, por supuesto, las inolvidables paginas de Pla- tn sobre el cros, los textos que ya he mencionado de Aris tételes, Spinoza y los escolésticos, la terapia de los deseos claborada por los estoicos, el profundo andlisis de Hegel, y |e peculiar formulacién sartriana. La fenomenologfa —por ejemplo, Scheler, Pfinder y Ricoeur~ hizo interesantes estudios sobre la vivencia del deseo. Freud pensé, como Spinoza, que es la libido lo que nos define. Rodriguez Magda, desde una dptica feminista, advierte que el pensa- miento contemporineo, ya sea desde la filosofia 0 el psico- andlisis, se centta fundamentalmente en la indagacién del deseo. Pero gqué se puede hacer con estos hallazgos bri- lances y fragmentarios? Por su parte, la psicologia consideré irrelevante el tema durante la dominacién conductista, porque el deseo és un acontecimiento subjetivo, extramuros del ambito cientifico. Aquella tirania pas6, pero la psicologta actual contintia pensando que «deseo» no es un concepto cienti- fico y lo disuelve en otros muchos. En el tomo dedicado a «Motivacién y emocién» del copioso Tratado de psicologia general de la coleccién Alhambra se mencionan como con- ceptos motivacionales utilizados en psicologia: instinto, necesidad, impulso, incentivo, meta, emocién, estrés. El deseo no aparece. Los etélogos han precisado los mecanis- 31 mos tendenciales que determinan el comportamiento, Eibl-Eibesfelde habla de mecanismos apetitivos endége- nos, es decir, los que se originan espontineamente y gene- ran actividades de buisqueda, y los neurélogos han estudia- do los circuitos de recompensa y castigo, y la emergencia de las tendencias esponténeas. Ambas cosas estén, como veremos, relacionadas con el desco, pero dentro de un marco restringido. Por iiltimo, la psicologia evolutiva ha estudiado la génesis de los deseos compartides por todos los humanos, Hay, pues, una bibliografia inmensa, pero falta una exposicién coherente, y eso infecta de provisio- nalidad o sectarismo todo lo que se diga sobre el deseo. Al percatarme de ello, decid{ cambiar de caballo. Antes de exponer el sistema cultural del deseo, me interesa integrar lo que sabemos del deseo. Una vez llevada a cabo esta in- vestigacién sera el momento de volver a cambiar de caba- Ilo y continuar la galopada inicial. Ya veremos. 32 4, ARQUEOLOGIA DEL SUJETO DESEANTE La primera sorpresa que nos llevamos al estudiar los deseos humanos es que, por muy anclados que estén en nuestra fisiologia, son espirituales. Con esta palabra no me estoy refitiendo a una sustancia espiritual, sino a algo me- nos comprometido: a nuestra energia creadora. Espiritu es el dinamismo por el que la materia se vence a st misma. Espi- rituales son las matematicas, la miisica, la idea de Dios, la libertad, todas las arquitecturas que vencen la ley de la gra- vedad aprovechandose de ella, las soberbias creaciones de Ja humilde materia humana que superan la concrecién y las propiedades de la materia. Espiritual es, como dice Eu- genio Trias, el mundo simbélico. Cuando unos disparos neuronales producen la ecuacién E=mc?, estén produ- ciendo algo que sc ha separado de ellos, que tiene un cardc- ter ideal, Cuando el hombre se dice «debo actuar libre- mente», esos disparos neuronales se convierten en orden para él mismo, y la materia espiritualizada puede conver- tirse entonces en origen de maravillosas o tertibles creacio- nes, Lo que digo no es nada novedoso, porque es el signifi- cado que damos a la palabra cuando hablamos de «ciencias del espititu» por oposicién a las «ciencias de la natutaleza», 33 pero en mi caso la utilizo para designar la energia del des- pegue, lo que hace que el ser humano, empefiado siempre en volar, pretenda ir més alld de si mismo, consumido por afanes desmesurados. Por si prefieren una formulacién me- nos literaria, se la daré: me gustaria describir cémo los de- seos que surgen de la carne acaban generando la cultura y modificindose a través de la cultura. Esto hace, digimoslo de paso, que la separacién entre ciencias de la naturaleza y del espiritu se difumine. Ya era hora. 2 Comenzamos el viaje. El deseo forma parte del circuito dela accién. Introduce en él un momento de claridad cons- ciente, detenida y tensa que rompe la fluida secuencia que lleva al animal de la pulsién al acto. El deseo, en sentido es- tricro, ¢s una exclusiva humana. O, tal vez, serfa mds exacto decir que es una etapa de transicién, entre la pulsién —pre- sente en todo el reino animal y el proyecto, que es cosa del todo nuestra. Fsta es la arquitectura bésica del deseo, de la que derivan las arborescentes arquitecturas posteriores en las que vivimos y nos desvivimos. El deseo, sus hibridacio- hes y progenies, sus antecedentes y consecuencias, estan en el origen de toda actividad humana. A las claras 0 camufla- dos. Toda nuestra vida esta mantenida y dirigida por él, hasta tal punto que cuando se desploma, como ocurre en las grandes depresiones, ya no se sabe vivir. La historia de la cultura puede contarse como el empefio de la humanidad por satisfacer sus deseos ~incluido, como veremos més tar- de, el inagotable deseo de tener descos. La accién, pues, puede recibir la energia necesaria de tres fuentes distintas: pulsién, deseo, proyecto. La primera 34 deellas, la pulsidn, el drive, el Trieb, nos hace descender al centro del volcin. Hemos de hacer espeleologya vital para, desde el micleo incandescente, trepar a las variadas figuras de la lava. Las especies animales han ido progresando en su capacidad de detectar y clegir sus metas, de ampliar sus necesidades, de sustituir los mecanismos automiticos de respuesta por procedimientos mas flexibles, de pasar del mero tropismo o de la simple irritabilidad a la conciencia y sus matices, de hacer surgir en la realidad nuevos valores capaces de animar y dirigir la accién, y, correlativamente, mds posibilidad de placeres y sufrimientos, de triunfos y decepciones. Voy a narrar, pues, una aventura expansiva. Por eso, en algiin momento pensé titular el libro «La infi- nitud del deseo». Es facil ver que los seres vivos han colonizado espacios cada ver més grandes. En especial el ser humano, que pa- rece temer més que nada la monotonia y la limitacién. ‘Andamos, corremos, volamos, buceamos, nos deslizamos en el escarolado cuenco de la ola. Agrandamos el espacio que por naturaleza nos correspondia, atravesindolo con ayuda de ruedas, zancos, esquis, globos, tablas de surf. No es que el hombre sea anfibio, es multibio. Ha dejado atras los aburtidos cacareos, zureos, bertidos, ronquidos y de- mds estridencias y cadencias animales, del ronquido al gorgorito, y ha inventado diecinueve mil lenguas y la 6pe- ra. Ha transformado el soso pavoneo en una feria, elegan- te o cutre, de vanidades. Por naturaleza, somos miopes, en comparacién con el aguila, Por inteligencia hemos llegado a ver lo invisible. Nuestra medida es la desmesura, lo que ha hecho de la historia humana la crénica de la grandeza, peto también de la escupidez y la crueldad. No se tata de admitir una evolucién creadora dirigi da, como hizo Bergson, sino de constatar un hecho y des- 35 cifrar su genealogia. Los organismos ~desde el perejil al ser humano- son realidades abiertas, que necesitan interactuar continuamente con su entorno. Tienen que mantener un equilibrio bioquimico para sobrevivir, y para conseguirlo necesitan realizar actividades més 0 menos complejas. Al percebe le resulta més ficil que al leopardo. Breve animal travestido en planta, enraizado en la roca batida por las olas, no tiene que moverse para encontrar alimento, es nu- trido por un mar maternal e incesante. Y si éste retira su salada ubre, el huérfano muere. Su trabajo es escaso, pero también lo son sus posibilidades. Fl leapardo, en cambio, sale a la aventura todas las mafianas para buscar su alimento y cazar, mientras la gacela lo hace para buscar alimentos y no ser cazada, Asf cs la naturaleza, una Shakespeare sin pa- labras, autora de dramas continuos y violentos, donde se entrelazan y chocan pulsiones poderosas y casi siempre in- compatibles. Cuanto més complejos son los organismos, ms capaces son de sentir y de moverse, y més vatiados son stis entornos, lo que hace que el esquema de la accidn se complique sin parar. Recordaré una vez més la advertencia de mi maestro, el gran neurdlogo Sperry: cl cerebro no es un érgano disciado para conocer ni para alcanzar el cielo de las ideas platénicas. Esta al servicio del estémago, del sexo y de las demas necesidades. Su finalidad es dirigir la conducta, para lo cual necesita, por supuesto, percibit, aprender, conocer, pero también muchas cosas mis. De- sear y emocionarse, por ejemplo. Otro de mis maestros, el filésofo Maurice Blondel, en sus Lettres philosophiques, dice Jo mismo en otro tono: «El conocimiento no es un fin en si, ni'un término final, sino un medio, una puesta a punto para obrary por lo mismo para obtener mas del ser.» 36 3 Nillos animales ni los humanos nacemos siendo paginas en blanco en las que la experiencia iré escribiendo las indi duales biografias. A ustedes y a mi nos paricron con mucho texto ya escrito en nuestros organismos, escritura que, como tun palimpsesto, podriamos descubrir a la luz adecuada. Siel conejo no naciera con alguna habilidad innata para recono- cer al halcén que quiere matarlo, y asi poder huir al verlo, la especie se habria extinguido hace milenios. Los patitos se anzan al agua nada mds nacer, aunque hayan sido incuba- dos por una gallina y no hayan podido aprender tan arries- gada conducta, Todos los animales nacen con mecanismos preprogramados para realizar movimientos, para aprender unas cosas con més rapidez que otras, para detectar estimu- los especiales y responder a ellos de una manera rigidamente establecida, Sin saberlo, los seres vivos desarrollan una ince sante actividad interna y externa para resolver dos gran- des problemas: sobrevivir y reproducirse. Todo parece indi- car que, salvo en el set humano -o acaso en algiin otro primate esos empefios se realizan de forma no consciente. mejor dicho, la conciencia acompafia desde fuera al acto, como un testigo notarial, mientras que en nuestro caso ha- bita el acto desde dentro, como un conductor su automévil. Cuando mi perro, después de olisquear a la hembra, la monta, con una agitacidn ansiosa -y un poco ridicula por «sobreactuada»—, que la perra aguanta resignada y aburrida, no sabe que esté colaborando a la pervivencia de su especie. Una sefial ha disparado en ellos unos mecanismos amartilla- dos previamente. Son marionetas sin duefio conocido. El maestro Eckhart esctibié: «Si preguntaras a la vida durante mil afios por queé vive, te responderia: Vivo porque vivo.» La realidad entera, menos el hombre, es una gran taucologia. 37 Asi pues, todos los organismos nacen con dispositivos ~sencillos o sofisticados~ diseitados para resolver automé- ticamente los problemas bésicos de la vida, que son: Encontrar alimentos, es decir, fuentes de energia. Mantener un equilibrio quimico interno, la famosa homeostasis de la que ya hablaremos. Conservar la estructura del organismo, luchando con- tra agentes dafiinos interiores o exteriores. Reproducirse. En el ser humano, esas necesidades primarias van a ex- perimentar un proceso de inflacién interminable. No nos basta encontrar alimentos, sino que queremos aderezarlos para estimular més el apetito, No basta mantener el equili- brio interno, la salud, sino que aspiramos a buscar grados ‘mais intensos de bienestar. Para ello buscamos ampliar, cam- biar y profundizar las experiencias. Aspiramos al equilibrio, pero acaba por cansarnos y anhelamos el desequilibrio y la excitacién. Esta inquietud nos impulsa a buscar nuevos ti- pos de recompensas, como hacen los emotion seekers, los buscadores de emociones. Y, por lo que respecta a la repro- duccién, podemos aislar los mecanismos de recompensa se- xual de su funcién procreadora, y aumentar ast el repertorio de placeres. Esto es lo que hizo decir a Nietzsche que éramos canimales no fijados todavia», seres de lejanfa, para quienes su esencia no era un destino, sino una tarea. Pero :cudl? 4 Volvamos a las necesidades primarias: supervivencia y reproduccién. Son resueltas por un mecanismo andlogo 38 en todas las especies, aunque con niveles distintos de efi- cacia, flexibilidad y complicacién. El esquema general tie- ne en un extremo la «pulsién» interna al organismo; en el otto, la recompensa obtenida; y en medio, los mecanismos para pasar de uno a otro, actuando. En el arranque de la accién los protagonismos pueden alternarse. Somos im- pulsados o arrastrados. Unas veces el hambre nos mueve a comer, y otras lo hace el atractivo de la comida. Nos po- nen en marcha la pulsién o el incentivo. El deseo busca el premio, o la anticipacién del premio desencadena el de- seo. En los humanos las cosas se complican notoriamente. Nadie reserva plaza en un restaurante de moda con un afio de antelacién movido por el hambre, ni siquiera im- pulsado por las ganas de comer, que es cosa muy distinta, sino por el deseo de imaginarse comiendo alli 0 de ser vis- to comiendo alli o de poder contar que ha comido alli o a quign vio comiendo alli. Las construcciones del deseo es- tan Ilenas de arbotantes, pasadizos, escaleras de caracol y laberintos. Son irremediablemente barrocas y este libro, por mimetismo estilistico, lo sera también. Siento mucho que «wolutas» y evoluptas» no tengan la misma etimologfa, porque las volutas son el simbolo de lo volupcuoso. Todos los organismos estin lanzados hacia el futuro, pero lo ignoran. El pino no sabe para qué fabrica el pifién. Niel pepinillo del diablo conoce por qué cuando sufre un roce dispara sus semillas propulsadas por un chorro de Ii- quido. Lo hace, sin més. La gallina pone huevos y se sien- ta encima de ellos, aunque sean de madera, movida por una pulsién sin conocimiento. Las ardillas, al llegar el oto- fio, comienzan a recoger nueces y a ocultarlas, ignorando la finalidad de ese acto. No son «previsoras» porque, hasta donde sabemos, es el ser humano ~y acaso el chimpancé, Buestro primo hermano~ el tinico que puede anticipar 39 imaginativa 0 conceptualmente las cosas. En ellas actiia un impulso poderoso y ciego que funciona siempre de la mis- ma manera, Arranca la nuez, se desliza hasta el suelo, co- rretea hasta que tropieza con un tronco o una piedra y en- tonces excava con las patas delanteras un agujero, deposita la nuez y Ia tapa. Si proporcionames suficientes nueces a ardillas criadas en cautividad, primero comen hasta saciar- se, y después repiten la misma secuencia de movimientos que si estuvieran en libertad, conducta que ha perdido su sentido en la nueva siuacién. Escarban intiilmente en el suelo, al lado de las patas de las sillas, 0 junto a cualquier obstéculo, depositan allf la nuez, ¢ intentan intitilmente entetrarla. Todos hemos visto a los perros dar vueltas an- tes de echarse a dormir, para anidar el terreno, 0 mover las patas traseras después de defecar, como si quisieran ente- rar las heces, aunque estén en un piso y no les sirvan para nada esos comportamientos disefiados para la vida en la naturaleza, A los humanos nos sucede lo mismo, hacemos cosas sin saber por qué las hacemos. El nifio recién nacido, al sentir en la mejilla un tacto suave y célido, explora auto- méticamente hasta que encuentra una breve protuberan- cia, que introduce en su boca y comienza a succionar. Est chaciendo por la vida», con total ignorancia de lo que hace. Se limita a ejecutar un programa implantado en su sistema nervioso. La pulsidn es el antecedente del deseo. Cuando el bebé siente hambre es consciente sin duda de un malestar que le impulsa a agitarse y a llorar. Pero no podemos decir que siente el «deseo de comer». Se mueve agitado por impulsos. Brazelton, un avezado psicélogo in- fantil, describe un caso que todos hemos contemplado al- guna ver: 40 El nifio puede encontrarse feliz sentado en una silla y de repente el deseo de andar se apodera de él. Se ve ‘como sti mirada cambia bruscamente, rechaza la comida o la tira, y quiete liberarse de la silla. Ponerse de pie y andar se han convertido en sus prioridades absolutas (Brazelton, T. Ba y Sparrow, J. D.: Touchpoints Three to Six, Perseus, Cambridge, Mass., 2001, p. 87), Prefiero lamar pulsién a esa energia que le mueve. El proceso evoluivo del nifto puede entenderse como un pro- gresivo paso del impulso al deseo y del deseo al proyecto. Por ejemplo, el nif esté movido por una vigorosa tenden- cia a la autonomia. A partir de los dos afios quiere andar sélo, soltarse de la mano, disfruta haciendo cosas. Este im- pulso va air concretindose en deseos. Y més tarde consoli- dandose en proyectos personales. Algo parccido ocusre con al impetu de expresarse, que pasa del Iloro y la sonrisa a los didlogos gorjeantes con la madte, y sigue, cada vez. de mane- ra mas consciente y dirigida, hacia el aprendizaje del lengua- jey de las posibilidades que le brinda saber hablar. El deseo no es solo una pulsién que desencadena un jar el estado cons- movimiento, surge cuando podemos ciente, separindolo del movimiento que alumbra y del es- timulo que lo desencadena. Mentalmente, por reflexién, 0 fisicamente, deteniendo su impulso. Entonces encontra- mos en él la anticipacién intencional del acto consumato- tio 0 del objeto deseado. Es, por lo tanto, la pulsién trans- formada por la inteligencia, Ia pulsién consciente. El punto de trinsito entre la naturaleza impulsiva del animal y la naturaleza creadora del humano. Fijar el estimulo frente a la conciencia, romper su tirania, convertirlo en un significado que puedo manejar, es el momento inaugural de la inteligencia humana. 41 Las pulsiones aumentan de complejidad a lo largo de la escala animal. Nicholas Humphrey, un estudioso del comportamiento de los primates, comentaba con gracia que durante mucho tiempo no comprendié por qué los orangutanes tenfan un cerebro tan grande si su vida era tan aburrida. Al final concluyé que lo necesitaban para re- gular su vida social que siempre plantea relaciones com- plicadas. Frans de Waal, en su deliciosa obra La politica de lax chimpaneés (Alianza, Madrid, 1993), ha narrado estas tramas argumentales. Los animales superiores son curio- sos, y les gusta resolver problemas. El ser humano va més lejos y experimenta la pulsién de buscar explicaciones a Io que sucede, Freud se quedé muy impresionado por el ex- perimento de Bernheim, uno de sus maestros, que dio a una mujer hipnotizada la orden de que una vez despierta fuera a un rincén de la habitacién y abriera un paraguas, sin recordar la orden. Asi lo hizo y al preguntarle por qué lo hacia respondié sin pensarlo dos veces que para com- probar si el paraguas era suyo. Segtin Rolls, sentimos la pasién por explicar lingiiisticamente (confabulate) lo que ha sucedido en areas cerebrales fuera de la conciencia. En 1973, L. Salk documents la preferencia de las madres hu- manas por llevar a sus bebés apoyados sobre el lado iz- quierdo. Al preguntar la raz6n, las madres diestras solfan decit que para tener libre la mano derecha; en cambio, las madres zurdas argiifan que el nifio estaria més seguro si lo sujetaban con la mano mds habil. Eran explicaciones im- provisadas para salir del paso. Las mamas chimpancés y las mamds gorilas también acunan a sus crias sobre el lado iz- quierdo. Lo més probable es que sea una pulsién natural para acercar el bebé al corazén, y que al oir sus latidos, a 42 que estaba acostumbrado durante la gestacidn, se tran- vilice. Ese gesto de ternura maternal lleva dentro de si tina herencia que no ha pasado sélo de generacién en ge- rneracién, sino de especie en especie. los 6 El estudio de las ingeniosas maneras con que los ani males no humanos resuelven el problema de la accién re- sulta imprescindible para comprender nuestro. propio modo de hacerlo. Se solia relacionar la pulsién con el ins- tinto, que acabé siendo un comodin fullero, vélido para Tigar cualquier jugada, precisamente porque en si no valia nada. Cuando aparecia un comportamiento constante, se lo explicaba por la presencia de un instinco, y santas pas- cuas. Con tan superficial procedimiento se llegaron a identificar 14.046 instintos, segdn Bernard, que tuvo la pacicncia de contarlos. Niko Tinbergen y Karl Lorenz se propusieron devolver al concepto su prestigio cientifico, y consiguieron hacerlo y de paso ganar el Premio Nobel Comenzaron, con muy buen acuerdo, negindose a utilizar explicaciones antropomérficas como «el animal caza por que siente hambre», wel animal caza para alimentarse». Tinbergen se centré en el estudio de los mecanismos que producen esas conductas, en lo que he llamado el circuito dela accién. El animal nace dotado de una maquinaria fi- égica que actiia como mecanismo impulsor. Lo ponen, en marcha estados internos -hormonales, por ejemplo~ 0 desencadenantes externos. Los animales no aguardan pasi- vamente los acontecimientos, sino que en determinados estados fisiolégicos buscan o estan en condiciones de cap- tar «estimulos desencadenantes» que disparan los meca~ 43 nismos de accién. Como decfa Van Holst con frase expre- siva: «El sistema nervioso no es un burro perezoso que ne- cesite ser apaleado, sino un caballo con temperamento que debe ser contenido.» Para introducir dramatismo en el relato, contaré dos historias. Una, la aventura de caza de un halcén peregri. no. Otra, las aventuras amorosas del gasterdsteo, tal como las contd Tinbergen. Cuando el organismo del halcén detecta la necesidad de alimento —gracias a sensores que responden a una bajada en Ia cantidad de glucosa en sangre— el halcén siente el im= pulso de char a volar, toma altura y vagabundea observan- do el paisaje. Los he visto muchas veces rompiendo el aire del paramo castellano. Nosotros sabemos que esté buscan- do una presa. El, no. De repente, un estimulo ~algo que se mueve en el suelo de una peculiar manera, un patrén visual reconocido— dispara su mecanismo de caza. A partir de ese momento su sistema motor, su organismo entero, va a estar guiado por ese estimulo. La informacién proporcionada por sus ojos dirige, monitoriza, una complejisima tarea de cilculo realizada autométicamente por el cerebro del hal- cén, por lo que llamo «inteligencia computacional», que por supuesto no sabe cémo lo hace. Calcula la velocidad del vuelo, la orientacién de las plumas remeras, el angulo de in- clinacién necesario para no marrar el ataque, el momento oportuno, Una vez alcanzada y deglutida, la presa actia como recompensa y hace desaparecer el deseo, El circulo de la accién de cazar se cierra: necesidad, pulsién interna, esti- mulo exterior (el conejo), mecanismos de respuesta, activi- dad consumatoria, desaparicién de la pulsién, estado de equilibrio, Esta es la definicién estructural de un instinto. Un esquema semejante guia la conducta sexual del gasterdsteo, un humilde pececillo que Tinbergen lanzé a la 44 fama, La temperatura y la luz producen cambios hormona- Jez en el macho, que activan su conducta de bisqueda se- xual. Aparece en su vientre una mancha roja, defiende su tertitorio atacando a cualquier otra mancha roja ~aunque sea un sefiuclo puesto por el investigador— y reacciona an- te el abultado vientre plateado de la hembra con una se- cuencia muy precisa de movimientos, que termina con la fecundacién y el abaniqueo de los huevos. Como tiltimo elemento, esa conducta consumatoria —la recompensa- sa- tisface y desactiva la pulsién. : ‘A veces, una pulsién que no ha tenida acasidin de ejer- cerse, porque la necesidad a que responde esté satisfecha por procedimientos artificiales, produce estallidos impulsivos tiles, que no son sino un desahogo fisiol6gico esponts- neo. Lorenz observé que un estornino cautivo, que siempre habia estado bien alimentado, y que nunca habia tenido ocasin de desahogarse en acciones de caza, abandonaba de ver en cuando su percha, sin motivo exterior aparente, al- zaba el vuelo intentando cazar lo inexistente, regresaba a su palo, y alli hacfa los movimientos destinados a matar, como si hubiera cazado un insecto, hacia como que se lo tragaba, y recobraba la calma por un rato. Lo cuenta Irenius Eibl- Eibesfeldt en El hombre preprogramado (Alianza, Madrid, 1987), un libro sobre estos asuntos, que les recomiendo. im :Dénde se originan esas pulsiones? Decir que en las ne- cesidades del organismo es una verdad perezosa que tene- mos que desarrollar. Las necesidades aparecen en el cerebro del animal, que es un maravilloso sistema para captar infor- macién interna y externa, evaluarla y responder. Es ahf 45

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