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11 de abril en 2022

“La muerte, ¿Qué importa? Truene asoladora si siente en el pecho las iras de
un dios (Himno a Juan Santamaría) Luchar por honor, luchar por una patria
querida, derramando sangre para romper cadenas, cadenas que con el tiempo se
han vuelto manipuladoras, oprimen y sin darse cuenta aprietan con aires de libertad.
Un 11 de abril de 1856, una guerra que no es tan solo de humildes campesinos con
machetes y palos contra poderosos filibusteros que con armas y balas prometen
una mejor victoria. Es más que un conflicto bélico que cobró vidas de familias
costarricenses, y muchísimo más que una aburrida exposición en un museo. Ha
sido la historia la que ha puesto en bandeja de plata acontecimientos que para la
sociedades de hoy en día son solo el pasado, son victorias o flagelaciones pero
siguen sin llenar el vacío de la identidad de quienes son; en cambio el orgullo de ser
“ticos” se refleja en partidos de fútbol, en recitar no entonar himnos y en cada 15 de
setiembre “celebrar” ante todos que viva la soberanía costarricense; pero por más
insistente que sea la identidad de quienes fueron los antepasados que se
antepusieron aún a la muerte, viven ciegos ante la historia que el mundo les permite
ver.

“Oye el tambor, el tambor de Juan Santamaría, diana tocar en el veinte de


marzo feliz” (Marcha patriótica a Santa Rosa) Ese 11 de abril, un día que duele y
alegra recordar, no se debe olvidar la hazaña al héroe Juan Santamaria que quemó
el mesón y sin saberlo a coste de su vida contribuyó a esta actual Costa Rica. Juan,
que con su tambor y la antorcha nos liberó de Walker y sus filibusteros. A ese
mismo hombre que su nombre está en aquel aeropuerto, y que con una estatua se
rinde homenaje a su valentía como ciudadano y a su sacrificio. Ese mismo joven
que aún siendo de cuna humilde representa el espíritu nacional dispuesto a dar su
vida por la libertad de su país. Un héroe de carne y hueso, que también tenía una
vida propia, y que pudo haber estado asustado, temiéndole a la muerte, y a la cruel
guerra que nunca hace diferencia, y aunque él no necesite de un homenaje, de un
himno o de una fiesta, su aporte a esta nación es ejemplo para cada uno de los
ciudadanos que aquí residen, de cómo la opresión y la hegemonía no vencen la
identidad de quien está arraigado a las costumbres, las tradiciones, la cultura y lo
más importante la historia de su pueblo.

“Los pueblos que no defienden lo suyo, terminan siendo inquilinos en su


propio país”. (Juanito Mora) De esta forma citó el expresidente Juan Rafael Mora
Porras, un hombre a quien también se le atribuye la victoria de la Campaña
Nacional, un político que verdaderamente se interesó por su patria, y que como líder
fomentó el salir a las armas, y que con ingenio y diplomacia marcó una notoria
diferencia para el pueblo costarricense. Y siendo una persona tan querida por su
gente, Don Juanito es clara evidencia de que se puede ser político y vivir para su
país, no vivir a costillas de él; y a pesar de que ese 30 de setiembre en Los Lobos
se haya acabado de una forma injusta su vida, su increíblemente hazaña no murió
con él. Como darle olvido a un presidente, que ante una realidad de crisis no inventó
huir ni se excusó en ello para su cobardía, si no que como un libertador nacional
enfrentó la guerra, la epidemia del cólera y especialmente no le dio pie a lo que hoy
en día a raíz de un mundo globalizado hemos construido: la indiferencia del
ciudadano con y para su patria.

De esta forma es evidente que la campaña nacional no es solo una página de un


libro de historia, si no que es la esencia de la soberanía, la raíz de la grandeza que
a pesar de ser territorialmente pequeños, en esta tierra, la calidez de su gente, de
cierta manera ha forjado a partir de ella una Costa Rica diferente pero que más allá
de ser una colonia, un país en vía de desarrollo o material de interés para las
grandes potencias; sigue en pie alzando esa tripleta de colores. Ahora bien, el deber
de cada ciudadano queda a su propio juicio, mas no se ignore que la vida que cada
quien lleva, no es mérito propio, que con cada amanecer y cada letra del himno que
aquí se haga, no es gracias a la sumisión de la que se nos ha hecho creer ser parte,
ni tampoco de idealizar la cultura de afuera, más bien de estar orgullosos de haber
nacido en este país, y ser afortunados de poder decir que: “Bajo el límpido azul de
tu cielo, ¡Vivan siempre el trabajo y la paz! (Himno de Costa Rica)

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