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Breve historia de los sefarditas

en la costa caribe colombiana

Por Azriel Bibliowicz (Profesor, Universidad Nacional de Colombia)

Los Sefarditas del XVIII, y la Inquisición en Cartagena de Indias.

En 1590, todavía no había en Cartagena Tribunal de Inquisición, lo que no


quería decir que la Nueva Granada estuviera exenta de la mirada del
Santo Oficio. Dependía del Tribunal de Lima, que inició labores en 1569,
con jurisdicción sobre todo el territorio español en Suramérica. Y en el
mismo año de su fundación, el Tribunal de Lima envió a Cartagena al
inquisidor Cerezuela Bustamante, en compañía del fiscal Alcedo y del
secretario Eusebio de Arrieta. A los pocos días fueron a Panamá, donde
encontraron al primer judío sefardí de origen portugués, Salvador Méndez
Hernández. Según el fiscal Alcedo, más de seis personas habían testificado
en su contra, pero alcanzó a huir. Por ello, lo quemaron en estatua en
Sevilla. Ante el hecho, el Tribunal solicitó que siempre que los presos
huyeran se le avisara para que los pudiera buscar. Durante la visita, los
inquisidores se quejaron de fraudes y de poco o ningún castigo en estas
tierras.

Sobre la faz del abismo, ed. 2002


Luego, el secretario del Tribunal escribía al Inquisidor General que el
Nuevo Reino de Granada (el territorio de la actual Colombia y que en esa
época incluía también a Panamá) estaba lleno de hijos y nietos de
reconciliados. Se llamaba «reconciliado» al reo que, una vez juzgado, se
reintegraba a la Iglesia, de cuya doctrina se había separado. Pronto
advirtieron los miembros de Tribunal de Lima que, a pesar del número de
letrados, era muy difícil hacer nombramientos en el Santo Oficio, pues no
había seguridad sobre su limpieza de sangre. Debido a esta dificultad, el
fiscal Alcedo le escribía a la Inquisición de España que en los territorios de
la Nueva Granada, «fácilmente hace a uno judío y para averiguar la verdad,
y lo contrario, hay mal aparejo». En otras palabras, para averiguar la
verdad había mala disposición.
El Tribunal de Inquisición de Cartagena sólo vino a instalarse en 1610 y
operó hasta 1821, esto es, un total de 211 años. Tuvo atribuciones en la
Nueva Granada, Venezuela, Islas del Caribe, probablemente, en algunos
sitios de Centro América, como Panamá y Nicaragua. Muchos historiadores
sostienen que sus actuaciones fueron modestas, comparadas con las de
Lima. Debo confesar que después de investigar sobre la materia, no estoy
tan seguro de dicha afirmación y en ningún momento sus gestiones fueron
inocuas, como algunos historiadores tienden a aseverar.
Itic Croitoru Rotbaum perteneció a la generación de inmigrantes de
Europaoriental que llegaron a Colombia durante la década de los treinta y
cuarenta del siglo XX. Fue uno de los primeros judíos en Colombia que se
preocupó en estudiar el tema de la Inquisición en Cartagena. Si bien
Croitoru no era un historiador profesional le interesó indagar la historia de
los judíos sefardíes en la costa Caribe colombiana. Publicó un primer
volumen en 1967 en el cual compiló documentos originados en el Tribunal
de Inquisición de esta ciudad y en 1971 publicó un segundo volumen. Los
libros compuestos por folios originales no resultan fáciles de leer, ya que
son transcripciones en español antiguo y no tienen un orden claro ni se
encuentran todos los casos procesados. Sin embargo, resulta un esfuerzo
valioso por parte de Croitoru, intentado buscar las raíces de los judíos en
Colombia. Dichos documentos cuando se hace el esfuerzo y se revisan
terminan por ser —para decir lo menos— reveladores y escalofriantes.
Señalan que hubo mucha gente mortificada, y en los documentos se
describen con detalle dichos padecimientos. La mayoría de los acusados de
judaizar fueron torturados para que confesaran su delito. También en los
documentos se ven las maniobras de los inquisidores corruptos, como el
caso de Juan de Uriarte, que se apropiaron de la hacienda de los reos.
No es fácil establecer una relación precisa de lo acontecido, pero que hubo
judíos sefarditas en Cartagena y que fueron perseguidos resulta innegable.
Por cierto, uno de los datos que llama la atención y que develan los
documentos compilados por Croitoru es la existencia de una sinagoga en
la ciudad.Y nos dice que estaba localizada «en casa de Blas de Paz Pinto,
que fue del capitán Diego de Rebolledo, pared en medio de las de Alonso
Martín Hidalgo, que hacen frente a las que solían ser de don Martín Felex,
difunto» (Plaza Fernández de Madrid n.º 37-14).
Manuel Ballesteros Gaibrois, en sus documentos para la Historia de la
Inquisición en España y América, es categórico al afirmar que como no se
conservaron los documentos en la antigua sede del Tribunal, el material
con el que podemos contar hoy, almacenado en el archivo del Consejo de la
General Inquisición, representa sólo una ínfima cantidad de la que se
debió producir en Tribunal de Cartagena. Ahora bien, de acuerdo con el
historiador Daniel Mesa Bernal, durante los 211 años que duró la
Inquisición en Colombia, 83 personas fueron acusadas de judaizar. Pero
de nuevo las cifras no son en ningún momento claras. De acuerdo con
Anna María Splendiani, una de los historiadores que más ha estudiado el
caso de Cartagena, en los primeros cincuenta años del Tribunal, más de
150 nombres de judíos aparecen en las actas, pero sólo 59 fueron
procesados.
Sin embargo, José Toribio Medina, el destacado historiador de la
Inquisición en América, autor del libro Historia del Tribunal del Santo
Oficio de la Inquisición en Cartagena de Indias, sostiene que en los 26
años de fundado y sobre el tema de las brujas y los judíos, no había
habido tantas causas como las que se diligenciaron en Cartagena. Afirma
que en 26 años, iban testificadas y castigadas 888 personas y se habían
celebrado tres Autos de Fe y más de 12 particulares. En otras palabras,
según José Toribio Medina, Cartagena no fue un tribunal menor como en
muchas ocasiones se ha afirmado o se ha querido presentar.
Mesa Bernal calcula que a 27 casos se les suspendió la sentencia por falta
de pruebas. Sin embargo, este hecho no los libró de la tortura o de la
incautación de sus propiedades. Uno de esos casos fue el de Antonio
Rodríguez Ferrerin, a quien torturaron una y otra vez. Se desmayó, lo
martirizaron por segunda vez, soportó 6 vueltas de cordel (un número
inusitado por lo intolerable del dolor), aguantó sin confesar y salió libre.
También en su primer juicio salió libre Luis Gómez Barreto, portugués de
sesenta y cinco años de edad cuando fue denunciado. A pesar de haber
sido Depositario General y Regidor de Cartagena, no se salvó del potro, la
cámara de tormentos de la época. Lo acusaron de mantener juntas de
judíos que se reunían en su casa de Cartagena para judaizar. A Luis
Gómez Barreto lo inspeccionaron y encontraron que era circunciso. Lo
torturaron y le partieron los dos brazos. Estuvo preso año y medio. Luego
de varios procesos se pronunció sentencia: lo dieron por libre y se ordenó
desembargar sus bienes.

En el libro de Croitoru también hay un documento que habla de una


cadena de oro que Luis Gómez Barreto le dio al inquisidor Juan de Uriarte
al salir de la cárcel, en su primer juicio. Anna María Splendiani nos cuenta
que a Gómez Barreto lo acusaron posteriormente de reincidir con en el
delito y padeció otro proceso. En dicha ocasión lo despojaron de la mitad
de sus bienes y lo desterraron de las Indias. Ahora bien, de acuerdo con
Mesa Bernal, fueron 9 (cifra aproximada) los judíos enviados a galeras
después de haber sido torturados.

En las cárceles del Santo Oficio murieron 4 a causa de las torturas, entre
ellos, Blas de Paz Pinto, un cirujano portugués que llegó a Cartagena
desde Angola para escapar de la Inquisición española, que había ejecutado
a su hermana. Se decía que Blas de Paz Pinto era «capataz de los judíos»,
lo que se puede interpretar como el rabino de la comunidad, ya que en su
casa funcionaba la sinagoga. La Inquisición se ensañó con Blas de Paz. Le
quitaron 50.000 pesos, que en la época eran una fortuna. Durante su
permanencia en el potro, la cuerda se rompió a la segunda vuelta, ya que
los verdugos habían sido comprados. Sin embargo, los Inquisidores
mandaron cambiar inmediatamente el cordel y lo torturaron hasta que
estuviera dispuesto a confesar y a denunciar a otros 13 judíos. Murió a los
pocos días.

En la hoguera de Cartagena fueron quemados vivos 2 judíos: Juan


Vicente, que provenía de Brasil, y un del Valle, remitido de Venezuela.
Persiste, sin embargo, la impresión de que la Inquisición en Colombia no
fue tan severa, y de que la actitud del Santo Oficio hacia los judíos fue de
«tolerancia», según lo afirma en su trabajo Anna María Splendiani. En
verdad, no acabo de entender a qué tolerancia se refiere. Frente a los
hechos que ella misma describe, no sé cómo se puede llegar a dicha
conclusión.

Ahora bien, por más de que las cifras fueran pequeñas comparadas con el
Tribunal de Lima, Méjico o España, no dejan de ser significativas. Más
aún, tal vez las cifras del Tribunal de Inquisición de Cartagena no resultan
tan elevadas debido a la desaparición de muchos de los documentos que
se deterioraron ante la humedad y condiciones adversas para su
conservación. Más aun, el olvido, que caracteriza la historia de Colombia,
hace que lo que sucedió ahí pase a un segundo plano. Pero, sin duda, los
judíos o cristianos nuevos que vivían en la ciudad escuchaban con temor,
horror y angustia las campanas y los pregoneros del Tribunal en las calles
de esta ciudad. Las advertencias del Santo Oficio no dejaron de
amedrentar e intimidar a estos sefarditas.

También es importante subrayar que los judíos no fueron los únicos que
estuvieron en la mira de los inquisidores de la ciudad. La Iglesia mantenía
una estrecha vigilancia, en forma indistinta, sobre diversos grupos sociales
de la Colonia. También murieron muchos protestantes, que la Inquisición
denominaba: «miembros de la secta de lucero». Por cierto, de acuerdo con
José Toribio Medina, el primer quemado en Cartagena fue un protestante
llamado Adán Edón, en el fastuoso Auto de Fe que se celebró en 1622.

Curiosamente, el motivo que explica por qué no fueron aun mayores las
atrocidades en Cartagena ha sido una usanza de larga duración en estas
tierras: la corrupción. La doble moral y falta de ética de los inquisidores les
salvó la vida a muchos acusados, pero, hay que subrayarlo, no los eximió
de la tortura ni de la pérdida de sus bienes.
Ante esta situación de corrupción que era cada vez mas visible. El Consejo
de la Suprema comisionó al inquisidor Medina Rico para que investigara la
conducta de los representantes del Santo Oficio. El visitador terminó su
trabajo presentando ciento quince cargos contra el inquisidor Juan Pereira
y sesenta y ocho contra el inquisidor Juan Bastidas Villadiego. Escribió
que Villadiego mantenía amistades con los penitenciados judíos, con
quienes comía, jugaba y de los cuales recibía dinero prestado. Registró,
además, que el fiscal Bernardo de Eyzaguirre se había apoderado del
dinero de los reos y que el secretario Juan de Uriarte Araoz vendía sus
influencias a los parientes de los conversos que estaban presos a fin de
que no sufrieran a manos de la Inquisición. Las deficiencias del Tribunal
de la Inquisición fueron cada vez más evidentes, y la situación empeoró
con los ataques de los piratas a la ciudad. En 1697, los franceses la
sitiaron.

En verdad hay un gran vacío documental sobre la presencia de judíos


sefarditas en Colombia durante el siglo xviii. Sin embargo, los pocos que
vinieron, de acuerdo con algunos historiadores, dejaron testimonio de su
paso por ciertas regiones. Daniel Mesa Bernal en su libro De los judíos en
la historia de Colombia, sostiene que la hipótesis del origen judío de los
antioqueños, debe mirarse con más cuidado, ya que a pesar de que no
existe una prueba contundente, hay muchas de tipo circunstancial y,
según el, hay fundamento para dicha aseveración. Claro que este mito
comienza con una historia fantástica en la que se sostiene que las diez
tribus perdidas de Israel se encontraban en la provincia del Cauca (de la
cual formaba parte Antioquia) y que relata el Rabino Menashe Ben Israel
de Ámsterdam en su libro: El Origen de los Americanos, esto es Esperanza
de Israel, publicado en el año 5.410 del calendario hebraico, lo que
equivaldría al año de 1.652 de la era común.

Ahora bien, la presencia clara de una comunidad judía sefardita sólo viene
a surgir de nuevo durante el siglo xix con la Independencia y la creación de
la República.

Los Judíos de Curazao y Abraham Zacarías López Penha.

Se sabe que los judíos sefarditas de las Antillas, especialmente Curazao,


apoyaron económicamente la gesta libertadora de Simón Bolívar y entre
ellos se destacan Abraham de Meza y Mordechai Ricardo. Por ello, en 1819
el gobierno de Colombia le entregó a «los miembros de la nación hebrea» el
derecho de radicarse en el país, así como la garantía de su libertad
religiosa y los mismos derechos políticos del resto de los ciudadanos. Sin
embargo, estos derechos se confirieron con una gran ambivalencia, ya que
establecieron restricciones y básicamente a estos judíos sefardíes se les
permitiría residir únicamente en la costa del Caribe.
En las primeras décadas del siglo xix, Curazao padeció los efectos de una
grave depresión económica, acompañada de sequías y una epidemia de
viruela, muchas familias judías sefarditas emigraron hacia otras islas del
Caribe y a Suramérica; algunos partieron hacia Coro en Venezuela y otros
llegaron a Barranquilla un puerto sobre el río Magdalena al pie de la costa
caribe de Colombia.

Es importante señalar que el desarrollo y la importancia de Barranquilla


está directamente ligado y se debe fundamentalmente a las diversas
inmigraciones que encontraron albergue en esta ciudad durante el siglo
xix.

Al final de la Colonia, era una aldea poblada por humildes pescadores,


artesanos y agricultores. En 1775 Barranquilla fue incorporada como
corregimiento de la Provincia de Cartagena, sólo se transformó en Villa el 7
de abril de 1813.

En 1823, el libertador Simón Bolívar le entrega al judío alemán Juan


Bernardo Elbers la primera concesión para navegar en barcos de vapor por
el río Magdalena, luego algunos correligionarios siguieron sus pasos y
fundaron compañías de transporte fluvial.

En 1832, Abraham Isaac Senior establece el cementerio hebreo de


Barranquilla, que posteriormente va a ser incorporado al cementerio
Universal de dicha ciudad.

Durante este período se van a establecer pequeñas comunidades judías de


origen sefardita, tanto en Santa Marta como en Riohacha.

En 1835 Barranquilla contaba 5.359 habitantes y comenzó a


transformarse en un puerto importante en la región. En 1844 se establece
un cementerio judío en Santa Marta y en 1850, se consolida una pequeña,
pero significativa comunidad sefardita en Barranquilla. Poco a poco,
Barranquilla comienza a superar la población de Santa Marta, aun cuando
el puerto principal de la costa continua siendo Cartagena. No sabemos
mucho sobre las actividades de los primeros sefarditas en Santa Marta,
Riohacha o Barranquilla, pero es claro que varias firmas de sefarditas
como fueron los Salas, los Senior, los Correa, le pidieron permiso al
gobierno nacional para importar mercancías a través del puerto de
Sabanilla. Así, el comercio, las importaciones y exportaciones que se van a
efectuar a partir de dicho puerto van a marcar un auge que impulsó el
desarrollo de Barranquilla.

Según el interesante e importante libro de Adelaida Sourdis Nájera,


titulado: El Registro Oculto: los sefardíes del Caribe en la formación de la
nación colombiana 1813-1886, va a ser en la casa de Abraham Isaac
Senior donde se van a reunir los judíos sefarditas de la ciudad en minyan
para rezar y leer el Pentateuco. En dicho periodo el rabino de la
comunidad es don Moisés De Sola. Según los testimonios de Rodolfo
Cortissoz, la comunidad se reunía todos los sábados y se celebraban las
fechas de año nuevo en septiembre y el día del perdón. Y en 1867 se
establece un comité local de la Alliance Israélite Universelle.

Para 1871, Barranquilla cuenta con 11.595 habitantes y es el puerto más


importante de la región superando a Cartagena que en ese momento
contaba con 8.603 habitantes y a Santa Marta con 5.702 almas.

El papel que vino a desempeñar la comunidad judía sefardí en el desarrollo


de la ciudad también fue documentado en el cuidadoso estudio Árabes y
judíos en el desarrollo del Caribe colombiano, 1850-1950 realizado por
Louise Fawcett y Eduardo Posada Carbó. Es claro que la llegada de
inmigrantes judíos de origen sefardita, sirio-libaneses, alemanes, entre
otros, transformaron a ciudad y la convirtieron en la urbe más cosmopolita
de país. Entre el grupo de familias sefardíes se destacan los apellidos:
Senior, Salas, Alvarez-Correa, Cortissoz, De Sola, López-Penha, Sourdis,
Juliao, Salzedo y Heilbron, por mencionar algunos.

El rápido crecimiento y el desarrollo económico se explica en parte por la


favorable ubicación de la ciudad, pero también debido a que se generó una
sociedad atractiva, libre de barreras sociales, donde estos grupos de
inmigrantes encontraron la posibilidad de interactuar sin problemas ni
dificultades porque no enfrentaron las convenciones que hicieron a
Medellín y a Bogotá ciudades difíciles y cerradas. Barranquilla como
ciudad nueva, pujante, abierta a múltiples costumbres, más generosa que
las ciudades tradicionales, tenía que transformarse en la urbe de mayor
crecimiento con un 38 por ciento, algo hasta ese momento nunca visto en
la historia demográfica del país.

Fawcett y Posada Carbó señalan que la elección de David Pereira como


Gobernador de la provincia de Barranquilla en 1854 era ya un indicativo
de la integración alcanzada por la comunidad judía durante la segunda
mitad del siglo xix. Por ello, la historia de este grupo de inmigrantes está
íntimamente ligada a la transformación de la ciudad que llegará a ser el
puerto más importantes del país.

Es diciente que, en 1871, siete de las veintidós contribuciones más


elevadas de impuestos fueron pagadas por firmas originarias de Curazao.
Es evidente que estos inmigrantes tenían unos contactos comerciales y un
conocimiento económico que no había en la región.

En 1871 en Riohacha se instala un comité local de la Alliance Israélite


Universelle.
Fueron múltiples los logros destacados en el ámbito social y cultural que
se pueden atribuir a esta ola inmigratoria. Entre los más relevantes hay
que señalar el acueducto de Barranquilla, dado al servicio en 1880 y
construido gracias al impulso de Jacobo Cortissoz y Ramón B. Jimeno,
asociados con miembros de la comunidad sefardí. Según Adelaida Sourdis
Nájera, el grupo judío controlaba 255 de los 406 votos. Jacobo Cortissoz
fue nombrado presidente del acueducto.

Así mismo un buen número de inmigrantes judíos fundó el Club Social de


Barranquilla. El primer banco de la ciudad, el Banco de Barranquilla fue
establecido por don Jacobo Cortissoz y 17 accionistas de judíos, que
controlaban el 31% de las acciones.

También cabe resaltar que en 1919, Ernesto Cortissoz tuvo un papel


determinante en el establecimiento de la primera compañía comercial de
transporte aéreo que funcionó en el Nuevo Mundo, SCADTA. Por cierto,
para honrar su memoria el aeropuerto internacional de la ciudad de
Barranquilla fue bautizado con su nombre.

El mundo cultural y las artes no les fueron ajenos a estos judíos sefardíes.
La obra literaria de Abraham Zacarías López-Penha, quien nació en
Curazao en 1865 y vivió en Barranquilla desde muy joven, representa una
bocanada de aire fresco para la época y aun cuando se pierde en las
brumas literarias del país, merece ser redescubierta y reconocida como
una de las obras que inaugura una época y una nueva tendencia en la
literatura del país. En el estudio titulado Historia de la poesía colombiana,
se le reconoce el mérito de ser el primer escritor que estableció contacto
con los modernistas franceses. En su publicación Flores y perlas, un
quincenario, tradujo por primera vez a Mallarmé, Baudelaire y Rimbaud.
Mantenía correspondencia con Rubén Darío y con Max Nordau, entre
otros. Fue amigo del poeta modernista colombiano Luis Carlos López. Y
con «el tuerto» López y Manuel Cervera publicaron una antología de
poemas titulada Varios á varios. Su poemario Cromos fue prologado por
Nicanor Bolet Pedraza y editado por la Biblioteca Azul de París en 1895.
Dos años después publica su primera novela Camila Sánchez y en 1898
otro volumen de versos con el título Reflorecencias.

A pesar de las referencias a sus publicaciones en el Diccionario Espasa de


1915, podríamos decir que en Colombia sus poemas y novelas se han
olvidado y desconocido. La suya es una cripto-obra dentro de la literatura
colombiana. De acuerdo con Alfredo de la Espriella, historiador
barranquillero, este judío sefardita goza, entre otras cosas, del mérito de
ser el autor de la primera novela esotérica de Colombia titulada La
desposada de una sombra que fue editada por la librería de la Vda. de Ch.
Bouret en 1902 en México.
En una nación gobernada en aquellos días por conservadores, que se
consagraba todos los años al Sagrado Corazón de Jesús, las composiciones
de López-Penha fueron un desafío por su tono escéptico y agnóstico. Vale
la pena ver un ejemplo:

¿Presumís dudar que descendemos


de los gorilas y otras bestias, asno de Dios?

No; si no aprended á mirar en redor vuestro,


y, luego, contemplaos en un espejo vos...

de fijo os convenceréis al cabo, ¡es lógico!


que el mundo, en suma, es un jardín zoológico;

que el hombre es un piteco mentecato


con un poco más vicios que el primato;

que, tras de inventar un Dios á imagen suya,


entre luces, incienso y beatíficas fanfarrias,

le exige un cielo en cambio de salmos y aleluyas,


puesto en hipócrita actitud de parias...

en verdad os digo: el templo está desierto,


y el Dios del hombre-mono está bien muerto!

La irreverencia del poeta sefardí impidió que las páginas literarias de los
diarios capitalinos, lo reconocieran. Alfredo de la Espriella, en una
conferencia que le dictó a la comunidad judía con motivo de los 500 años
del Descubrimiento de América y expulsión de los judíos de España,
explicó: «No comulgaba con el laurel fachendoso de los poetas bogotanos, o
su poesía patriótica o los juegos florales que tanto caracterizaron la
producción literaria de su época.»

David López-Penha, su hermano, era el dueño de un café llamado La


Estrella (tenía grabada en la puerta la Estrella de David). Ahí, Abraham
Zacarías se deleitó en la lectura de los modernistas. Y por cierto fue uno de
sus precursores, como bien lo indican Dino Manco Bermúdez y Paulina
Santander Guerra en su tesis sobre el poeta. También los López-Penha,
entre sus múltiples negocios, tuvieron a bien establecer el primer el
cinematógrafo de la ciudad y fueron dueños de librerías prestigiosas.

El poeta Clímaco Soto Borda, refiriéndose a la actividad periodística y


divulgadora de López-Penha, solicitó que: «se estableciera un cordón
que se tildaba y todavía se tilda a Bogotá para que librase a nuestros
bardos de aquel terrible contagio». ¿Cuál era el temor de Soto Borda?
¿Sería que intuía que López-Penha y los modernistas, el cine y las nuevas
artes marchitarían el romanticismo floral de los poetas de la Gruta
Simbólica?

A pesar de la polémica que despertó en su momento López-Penha, hoy ha


caído en total olvido. Siempre me ha extrañado que Colombia, un país de
poetas, tan atento a cualquier vate, se descuide y desconozca la obra de
López-Penha con tanta pasión. Es inexplicable el olvido al que someten a
este poeta sefardí enterrándolo en las bóvedas de la historia literaria
colombiana. Me atrevo a pensar que se debe al desconocimiento de sus
escritos. Pero, sorprende y resulta sospechoso el desdén y amnesia del
mundo poético por sus obras. Tal vez por ello sea apropiado recordar uno
de sus versos que dice: «En un rincón de la casa / la araña teje que teje, /
y el sol alumbra que alumbra, / y el hombre miente que miente.»

Las actividades tanto comerciales, industriales como artísticas de estos


inmigrantes le dieron a la comunidad judía sefardita una eminente
posición dentro de la vida social y económica de Barranquilla. Es bueno
destacar que la presencia de estos inmigrantes judíos lejos de producir
celos, fue recibida con entusiasmo y de manera cordial.

Sin embargo, el desarrollo que fomentó esta comunidad y el impacto que


tuvo en la ciudad caribeña no ayudó para que el gobierno colombiano
tuviera una actitud más tolerante y una mirada más benévola hacia la
nueva ola inmigratoria de judíos ashquenazitas que vendrían de Europa
oriental y judíos sefarditas provenientes de los países árabes durante la
década de los treinta y cuarenta del siglo xx quienes huían de la depresión,
la guerra mundial y la persecución Nazi.

Colombia siempre fue y continua siendo un país cerrado a la inmigración.


Y las prohibiciones a la venida de judíos durante la década de los treinta
cobijó tanto a las comunidades ashquenazitas como a las sefarditas. Para
los antisemitas son iguales unos y otros a pesar de sus marcadas
diferencias culturales. Y por consiguiente los que vinieron a Colombia, al
comienzo lo hicieron de contrabando (parece ya un patrón histórico en el
país).

Durante la preguerra surgió un pequeño tráfico de visas, resultado de las


prohibiciones que se establecieron en torno a la inmigración. Los
inmigrantes judíos sefarditas y ashquenazitas que ya habían logrado
asentarse y que vinieron a Colombia durante la década de los veinte y
principio de los treinta, ante las dificultades que vivían sus familiares
tanto en Europa como en los países árabes, hicieron lo imposible por
traerlos legalmente. El gobierno los obligó a depositar en el Banco de la
República la elevada suma de mil pesos para empezar las diligencias
legales (en otras palabras, unos once mil dólares de hoy día) lo que hacía
particularmente difícil y onerosa la traída de cualquier pariente al país. La
angustia los llevó a trabajar en forma tesonera y a ahorrar para pagar la
suma que demandaba el Estado para comenzar unos trámites que no
necesariamente garantizaban la admisión de los suyos. Los que llegaban
debían jurar que eran mecánicos agrícolas o expertos en aguas o riego,
cualquier profesión o práctica, pero nunca la del comercio, la única que en
verdad podían ejercer.

El Ministro de Relaciones Exteriores del Presidente Eduardo Santos, Luis


López de Mesa, quien gozaba entre los círculos de poder de una extraña
fama de «sabio» fue el artífice de esta visión discriminatoria. Estudios como
el del sociólogo Carlos Uribe Celis, titulado Luis López de Mesa,
aproximación crítica a su obra, permite entrever las concepciones racistas
y xenófobas de este personaje. Era claro que López de Mesa consideraba
inconveniente la inmigración de judíos dadas «sus costumbres
invertebradas de asimilación de riqueza por el cambio, la usura, por el
trueque y el truco, sin arraigar en las actividades de su producción y
transformación.»
Las absurdas teorías racistas de López de Mesa, que en alguna ocasión
afirmó que la mezcla entre los indígenas y los judíos daría la peor de las
condiciones «un usurero zalamer», lo llevaron a emitir una circular el 30 de
enero de 1939 a todas las embajadas donde subrayaba: «Considera el
Gobierno que la cifra de 5.000 judíos actualmente establecida en Colombia
constituyen [sic] ya un porcentaje [sic] imposible de superar [...] opongan
todas las trabas humanamente posibles a la visación de nuevos pasaportes
a elementos judíos.»

Y sin embargo, aun cuando existió un antisemitismo oficial en Colombia


que dificultó su entrada y la de sus familiares al país, también hay que
decir que Colombia, desde los días de la Conquista, acuñó y volvió propia
la famosa frase del conquistador español Sebastián de Belalcázar: «se
obedece pero no se cumple». Y por más que los decretos prohibieran la
entrada de judíos o que llegarán con papeles falsos no se registraron
denuncias, devoluciones o extradiciones de quienes consiguieron ingresar
al territorio nacional.

Colombia siempre ha mantenido una actitud ambivalente y discrepante


con sus propias leyes, y los colombianos se mueven sin problemas entre
un país legal y otro real. Por lo tanto, los judíos de Colombia, a pesar de su
ilegalidad, en el siglo xx pudieron desarrollar una vida judía sin mayores
dificultades y crearon instituciones como sinagogas, colegios, revistas,
clubes, carnicerías para sus dietas religiosas, cementerios que todavía
persisten y pudieron crecer y prosperar dentro de la cultura que traían de
Europa y el Medio Oriente, en un país xenófobo que nunca les dio la
bienvenida, pero les permitió refugiarse en silencio en sus tierras.

Sin embargo, su silencio no les sirvió de mucho cuando comenzaron a ser


victimas del flagelo que látigo a los industriales y comerciantes durante la
década de los setenta, ochenta y noventa: el secuestro. La comunidad
judía, al igual que la clase dirigente colombiana, vino a ser uno de los
sectores afectadas por esta practica criminal que terminó a financiando a
todos los grupos armados del conflicto colombiano.

En el caso de la comunidad sefardita, el secuestro, extorsión y posterior


asesinato en 1998 del joven Benjamín Khoudari, miembro de dicha
comunidad de Bogotá, por parte de personas vinculadas a los organismos
de seguridad del Estado haciéndose pasar por guerrilla, asustó y precipitó
la salida de buena parte de esta judería.

Se calcula que el Centro Israelita de Bogotá( la comunidad ashquenazi) la


institución más numerosa de la ciudad, perdió en dicho año un 25% de
sus miembros; la Comunidad Hebrea Sefardita de Bogotá cerca de un 30%
y la Asociación Israelita Montefiore, la comunidad más liberal y de origen
alemán, un 15% de sus miembros. Ahora bien, el 60% de los afectados que
salieron del país emigraron a Miami; el 25% a Israel; el 10% a Costa Rica y
el 5% a otros países.

Para concluir, es importante tener en cuenta en este cuadro sobre los


sefarditas en Colombia, que fue solo hasta 1991 que el país, ante la crisis
y los dilemas de su falta de apertura tanto política como cultural, expide
una nueva Constitución en la cual por primera vez acepta y oficializa la
libertad de cultos en el territorio nacional.

Bibliografía

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