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Filosoña y Derecho
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JORDI FERRER BELTRÁN
Marcial Pons
MADRID I BARCELONA 1 BUENOS AIRES 1 SAO PAULO
2021
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La colección Filosofía y Derecho publica aquellos trabajos que han superado una evaluación
anónima realizada por especialistas en la materia, con arreglo a los estándares usuales en la comu
nidad académica internacional.
Los autores interesados en publicar en esta colección deberán enviar sus manuscritos en do
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de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.
Para Carmen,
por hacerme soñar despierto, que es como de verdad se sueña.
The truth is that in allocating the burden of persuasion
and explaining to the jury their duties with reference to it,
the courts have been performing their functions with a
mínimum of efficiency and with what President Eliot of Harvard
once described as a maximum of intellectual fragility. It is time
that the entire subject be critically reexamined.
MüRGAN, 1956: 86
ÍNDICE
Pág.
INTRODUCCIÓN 15
Pág. 1
1
l. INTRODUCCIÓN............................................................................... 171
2. LA VINCULACIÓN CONCEPTUAL ENTRE PRUEBA Y CREEN
CIAS DEL füZGADOR...................................................................... 174
3. LA MOTIVACIÓN DE LAS DECISIONES JUDICIALES SOBRE
LOS HECHOS COMO EXIGENCIA DBL DEBIDO PROCESO...... 186
3.1. Dos concepciones de la motivación........................................... 187
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ÍNDICE 13
Pág.
BIBLIOGRAFÍA : 241
INTRODUCCIÓN
Este libro empezó a gestarse en «El cul del món», un restaurante de cocina
catalanomarroquí en las afueras de Girona 1, en una larga conversación con
Michele Taruffo, con un hermoso sol de primavera, durante una de sus estan
cias anuales en la Universidad de Girona. Allí resolvimos escribir juntos un
libro sobre estándares de prueba, después de constatar los importantes proble
mas pendientes que debe enfrentar en ese ámbito la concepción racionalista de
la prueba. Han pasado casi ocho años desde aquella conversación con Taruffo
y, a pesar de que pude conversar con él sobre las tesis de los dos primeros capí
tulos, la dura noticia de su fallecimiento me golpeó antes de terminar el trabajo.
Este libro es sin duda una continuación de La valoración racional de la
prueba (2007), que a su vez era una continuación de Prueba y verdad en el de-
recho (2002). La valoración racional de la prueba terminaba ya con un primer
análisis del problema de los estándares de prueba y alguna propuesta al res
pecto. Sin embargo, no estuve entonces en condiciones de afrontar el análisis
detallado de ese tema, que quedó pendiente de mayores reflexiones y de ma
yor estudio. Desde entonces han pasado catorce años y puedo decir que este
es el proyecto de investigación más desafiante al que me he enfrentado, por su
gran complejidad y porque abordarlo de forma mínimamente seria exige tener
en cuenta raíces que ahondan en el derecho procesal, la teoría del derecho, la
teoría de las normas, la epistemología, la filosofía política y moral, etc. En este
sentido, tampoco resulta extraño que un camino poblado de minas tan diversas
sea difícil de recorrer y tan poco transitado en nuestra doctrina.
Desde la tarde de 2013 en que conversamos Taruffo y yo transcurrieron
cuatro años en los que desempeñé el cargo de secretario general y vicerector
1
http://www.elculdelmon.com.
16 JORDI FERRER BELTRÁN
* * *
No es fácil ser justo en los agradecimientos por el apoyo recibido para un
trabajo que ha tenido una elaboración tan· larga como este. Han sido muchas
las personas con las que he debatido y los foros en los que he presentado al
guna versión previa de mis ideas al respecto. A todos les agradezco profunda
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1 INTRODUCCIÓN 17
mento las críticas y los desafíos, porque ellos son los que ayudan a fortalecer
las ideas o a abandonar las que puedan resultar infructuosas. Muy especial
mente quiero manifestar mi deuda con Michele Taruffo, a quien ya mencioné
desde el inicio de estas páginas, y con Carmen Vázquez, Daniel González
Lagier, Diego dei Vecchi y Edgar Aguilera. Mesas de debate, aulas de semina
rios, cursos compartidos y también cervezas, vinos y hasta el sofá de mi casa
han sido testigos de larguísimos larguísimos debates con ellos, distribuidos
durante varios años, que han ayudado a madurar mis ideas hasta hacerme sen
tir capaz de escribirlas.
Edgar Aguilera, Jorge Baquerizo, Diego dei Vecchi, Vitor L. de Paula Ra
mos, Santiago Eyherabide, Jorge Malem, Laura Manrique, José Juan Moreso,
Giovanni Priori, José Luis Ramírez Ortiz, Sebastián Rebolledo, Marco Se
gatti, Jonatan Valenzuela y Carmen Vázquez han leído todo o parte del bo
rrador de este libro y me han realizado muy útiles sugerencias, objeciones y
recomendaciones, que sin duda han mejorado much_o el resultado final. Estoy
en deuda con todos ellos. Por último, quiero agradecer también a todos los
compañeros del grupo de investigación de filosofía del derecho de la Univer
sidad de Girona: trabajar en un contexto intelectual y humano como el que se
ha generado en este grupo es un verdadero privilegio.
Para la realización de este trabajo he contado con el apoyo del proyecto
de investigación «Seguridad jurídica y razonamiento judicial» (DER2017
82661P), del Ministerio español de Economía y Competitividad.
2 Puede verse una caracterización de esta concepción en FERRER BELTRÁN, 2007: 6466. Una
racionalista es que el objetivo primario del derecho adjetivo (o procesal) consiste en lograr la "rectitud
de la decisión" en la adjudicación, es decir, la aplicación correcta del derecho a los hechos probados
como verdaderos. [ ... ] [C]on respecto a las cuestiones de hecho disputadas, el principio asume que la
realización de este objetivo involucra la búsqueda de la "verdad" a través de medios racionales». El
fundamento del objetivo de la averiguación de la verdad como garantía de la correcta aplicación del
derecho sustantivo se encuentra ya en BENTHAM, 1827: 1719. Al respecto, véase también PosTEMA,
18 JORDI FERRER BELTRÁN
2. El concepto de verdad en juego, que resulta útil para dar cuenta de esa
relación teleológica, es el de verdad como correspondencia, de modo que dire
mos que un enunciado fáctico (formulado en el marco de un proceso judicial y
sometido a prueba) es verdadero si, y solo si, se corresponde con lo sucedido
en el mundo (externo al proceso) 4•
3. Nunca un conjunto de elementos de juicio, por rico y fiable que este
sea, permitirá alcanzar certezas racionales, no psicológicas o subjetivas, respec
to de la ocurrencia de un hecho, de modo que todo enunciado fáctico es nece
sariamente verdadero o falso, pero nuestras limitaciones epistémicas nos sitúan
siempre ante decisiones que deben adoptarse en contextos de incertidumbre.
4. El razonamiento probatorio es, pues, un razonamiento necesariamen
te probabilístico. Decir que un enunciado fáctico está probado es afirmar que
es probablemente verdadero (a un nivel que habrá que determinar), dadas las
pruebas disponibles 5•
Si bien estas premisas son ampliamente compartidas en la literatura pro
batoria, no siempre se extraen de ellas todas las consecuencias relevantes. En
particular, como dije anteriormente, la necesidad de disponer de reglas que
establezcan el grado de probabilidad que resulta suficiente para aceptar como
probado un enunciado fáctico (o una hipótesis, si se prefiere) en un proce
dimiento judicial ha sido un tema generalmente olvidado en nuestra cultura
jurídica.
Si el razonamiento probatorio es probabilístico y la certeza racional sobre
una hipótesis fáctica es inalcanzable, entonces deviene imprescindible dotarse
de reglas, que denominamos «estándares de prueba», que determinen el gra
do de probabilidad a partir del cual estamos dispuestos a dar por probada la
hipótesis, es decir, que determinen qué grado de apoyo nos parece suficiente
para aceptar como verdadera la hipótesis fáctica en cuestión (y así poder usar
la como tal en nuestro razonamiento).
1986: 343. Para mayor abundamiento y justificación de esta premisa, véase FERRER BELTRÁN, 2002: 55
y ss., y una excelente discusión en PÉREZ BARBERÁ, 2020a.
4
Al respecto, véanse, por todos, TARUFFO, 1992: .169170; GASCÓN, 1999: 59 y ss. Vale la pena.
añadir que Taruffo ha mantenido en toda su obra que en el proceso, y quizá en cualquier otro ámbito
de conocimiento, podemos alcanzar solo verdades relativas, contextuales, descartando totalmente la
existencia de verdades absolutas (véase TARUFFO, 1992: 172 y ss.). Como se verá más adelante, creo
que puede haber buenas razones contextuales para tener distintos niveles de exigencia probatoria para
aceptar como verdadera (y dar por probada) una hipótesis fáctica, pero ello no implica que la verdad
misma sea contextual. En mi entender, si adoptamos, como hago yo mismo, una noción de verdad
como correspondencia, la verdad es siempre absoluta: o Pedro ha cruzado la calle con el semáforo en
rojo o no lo ha hecho, o María ha matado a Felipe o no lo ha hecho. No hay verdades relativas, lo que
es relativo es el grado de corroboración y la prueba de que esos hechos han ocurrido; la relatividad es,
pues, epistemológica y no ontológica.
5
El razonamiento probatorio es inferencial. No importa solo el objetivo de que lo que se declare
probado sea verdadero, sino también que la conclusión se obtenga por buenas razones, es decir, que esté
inferencialmente justificada a partir de las pruebas aportadas al proceso. Al respecto, con referencia a
las denominadas «situaciones Gettier», véase PARDO, 2005: 334336.
INTRODUCCIÓN 19
6 O lo que Mendonca denomina «estrategia de destrucción» de la presunción (que debe ser dis
tinguida de la «estrategia de bloqueo»). Al respecto, véase MENDONCA, 2000: 229; también ULLMANN
MARGALIT, 1983: 149. Las dos estrategias para derrotar la presunción guardan relación con lo que
POLLOCK (1986: 511; 1991: 34) denominó rebutting defearters y undercutting defeaters.
7 En este sentido, LAUDAN, 2005: 99 y SS.
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Esta formulación tiene su análogo. también a nivel internacional en el Estatuto de Roma, que creó
y reguló el funcionamiento de la Corte Penal Internacional. Así, su art. 58 establece que: «l. En cualquier
momento después de iniciada la investigación, la Sala de Cuestiones Preliminares dictará, a solicitud
del fiscal, una orden de detención contra una persona si, tras examinar la solicitud y las pruebas y otra
información presentadas por el fiscal, estuviere convencida de que: a) Hay motivo razonable para creer
que ha cometido un crimen de la competencia de la Corte» (la cursiva es mía). Puede verse un análisis
de este pretendido estándar de prueba, así como de los que rigen para dictar la confirmación de cargos
(art. 61.7 del Estatuto de Roma) y para dictar condena (art. 66), en DEI Vsccar y CUMiz, 2019: 93 y ss.
En Estados Unidos se ha utilizado también una fórmula muy parecida por la Corte Suprema para
referirse a las exigencias impuestas por el estándar de la «Causa probable» de haber cometido un delito
(que habilita el arresto o para realizar una pesquisa sobre la persona o sus propiedades). Así, en Maryland
v. Pringle, la Corte Suprema dijo que: «No es posible dar una definición precisa o una cuantificación en
porcentaje del estándar de la causa probable porque tiene que ver con probabilidades y depende de la
totalidad de las circunstancias del caso. [ ... ) Sin embargo, ya hemos establecido que «lo fundamental de
cualquier definición de causa probable es que haya un motivo razonable para creer en la culpabilidad
y que la creencia en la culpabilidad debe ser particularizada respecto de la persona buscada o detenida»
(Maryland v. Pringle, 540 U.S. 366, 371 (2003) la cursiva es mía). Sobre la extrema indeterminación
y subjetividad del estándar de la causa probable, puede verse BACJ:GAL (1979), TASLITZ (2013: 856, quien
duda de que la «causa probable» puede ser considerado, en realidad, un estándar) y CREsPo (2020).
1
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INTRODUCCIÓN 21
El art. 140 del Código procesal penal chileno, en relación con los re
quisitos para ordenar la prisión preventiva, establece que:
«Una vez formalizada la investigación, el tribunal, a petición del Ministe
rio Público o del querellante, podrá decretar la prisión preventiva del imputado
siempre que el solicitante acreditare que se cumplen los siguientes requisitos:
[... ]
b) Que existen antecedentes que permitieren presumir fundadamente
que el imputado ha tenido participación en el delito como autor, cómplice o
encubridor» (las cursivas son mías).
Más allá del erróneo uso del verbo «presumir», que debiera ser sustitui
do por «inferir», el problema aquí es de nuevo el mismo: ¿cuándo podemos
considerar suficientemente fundada la inferencia de que el imputado ha parti
cipado en la comisión del delito, a los efectos de adoptar la medida cautelar?
El art. 530 del Codice di procedura penale italiano, relativo a la sen
tencia absolutoria, establece que:
«[ ...]
2. El juez pronunciará una sentencia absolutoria si falta, es insuficiente o
es contradictoria la prueba de que el hecho ha ocurrido, de que el imputado lo
haya cometido, de que el hecho constituya delito o de que el delito baya sido
cometido por una persona imputable» (la cursiva es mía).
Pero déjenme preguntar de nuevo: ¿cuándo es insuficiente la prueba? To
dos estos ejemplos, y muchos otros en el mismo sentido, son muestras de una
misma mala práctica: allá donde el legislador debería ofrecer criterios de sufi
ciencia probatoria (i. e., estándares de prueba), se limita a indicar que la prueba
será suficiente cuando sea suficiente, bastante, suficientemente fundada, etc. 9•
En resumen, no ofrece criterios de decisión, que son imprescindibles, dejando
al juzgador en la imposibilidad de justificar que su decisión cumple con unas
exigencias que están indeterminadas.
Sin embargo, no hay forma de dar contenido y hacer efectivas las garan
tías procesales si se desconocen las reglas de juicio o si estas están indeter
minadas 10• Urge, por tanto, conocer los requisitos para formular adecuada
humanos. Valgan como ejemplo las sentencias de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en los
casos Suárez Rasero v. Ecuador (Sentencia de 12 de noviembre de 1997, párr. 77), Cantora! Benavides
v. Perú (Sentencia de 18 de agosto de 2000, párr. 120) y Ricardo Canese v. Paraguay (Sentencia de 31
de agosto de 2004, párr. 153), donde se dice que «[l]a Corte ha señalado que el art. 8.2 de la Convención
exige que una persona no pueda ser condenada mientras no exista prueba plena de su responsabilidad
penal. Si obra contra ella prueba incompleta o insuficiente, no es procedente condenarla, sino absol-
verla» (la cursiva es añadida).
°
1 Creo que esta es, dicho sea de paso, la crítica más fundamental que puede hacerse tanto al ga
rantismo penal como al garantismo procesal, representados respectivamente por autores como Ferrajoli
y Alvarado Velloso. Ambas teorías, de presupuestos muy distintos, comparten el énfasis en las garan
tías durante el procedimiento judicial, descuidando, en cambio, la necesidad de establecer reglas de
juicio que operen como garantías de la no arbitrariedad de las decisiones sobre los hechos.
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.
Véase FBRRER BELTRÁN, 2007: 41 y ss. Me remito a ese trabajo para mayor abundamiento. En
todo caso, vale la pena recordar que esos tres momentos o fases no solo se presentan a nivel macro,
teniendo en cuenta todo el proceso y concluyendo con la sentencia final, sino también respecto de otras
decisiones intermedias, como por ejemplo las medidas cautelares.
12
En este sentido, es imprescindible dotar de una mirada epistemológica a los debates sobre la
distribución de los poderes probatorios entre las partes y el juez, sobre la dirección del proceso (judicial
management) y el alcance del principio dispositivo, las obligaciones de colaboración procesal de las
partes en materia de prueba y el discovery, las formas de practicar la prueba en juicio oral y la imple
mentación integral del principio de contradicción, entre otros.
. .
13 Aunque parte de este análisis puede haberse hecho ya en el momento de decidir sobre la admi
sibilidad de la prueba, ello no obsta para que ahora sea de nuevo necesario a la luz de la información
obtenida en la práctica de la prueba.
14 Uso el término «corroboración» sin compromiso alguno con la noción popperiana de «corrobo-
ration», por su familiaridad en el discurso jurídico general y jurisprudencia! en particular. Así, podrán
entenderse como sinónimas expresiones como «grado de corroboración de una hipótesis», «grado de
confirmación de una hipótesis», «la medida en que una prueba acredita una hipótesis», etc. Respecto de
los usos filosóficos del término «corroboración», puede verse An. MURA y Al. MURA, 2018: 282283,
nota 77.
rs En el mismo sentido, TuzET, 2020: 94, quien muestra la confusión habitual entre criterios
de valoración de la prueba y estándares de prueba, tanto en la doctrina como en la jurisprudencia, en
especial del TEDH (al considerar repetidamente al más allá de toda duda razonable como un criterio de
valoración de la prueba).
16 Véase STEIN, 2005: 121122.
24 JORDI FERRER BELTRÁN
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INTRODUCCIÓN 25
Sin embargo, temo que estos argumentos están lejos de ser concluyentes:
en primer lugar, aunque se acepte, como yo hago, que no es racional consi
derar probada una hipótesis que, a la luz de las pruebas presentadas, tiene un
grado de confirmación menor que otra de las hipótesis consideradas, ello no
implica que, para el caso que se debe decidir, la exigencia probatoria deba
ser esa mínima, salvo que se suponga una especie de estándar de prueba por
defecto que establezca que si no se dice otra cosa la regla será la de la prepon
derancia de la prueba. Pero entonces será ese estándar de prueba por defecto, y
no los criterios de valoración de la prueba, el que regule la decisión probatoria.
En segundo lugar, Bayón parece no advertir que tampoco la preponderancia de
la prueba es un criterio unívoco, como mostraré en el capítulo IV. En efecto,
¿cuáles son las hipótesis a comparar para determinar la confirmación preva
lente de una de ellas?, ¿la del actor y su negación?, ¿solo las formuladas por
las partes?, ¿todas las que puedan explicar los hechos del caso? Y, por otra
parte, ¿exigimos que se hayan aportado al proceso una cierta cantidad o pro
porción de las pruebas relevantes?, es decir, ¿imponemos exigencias de peso
probatorio o de comprehensividad de la prueba, en términos de Haack2º? ¿O
bien nos limitamos a comparar el grado de confirmación aportado a cada una
de las hipótesis por las pruebas aportadas, aunque estas sean muy escasas, y
declaramos probada la hipótesis con mayor soporte relativo?21• Todas estas
cuestiones deben ser también resueltas por un estándar de prueba, tienen un
impacto importante en la distribución del riesgo del error y en absoluto pue
den ser respondidas con el único apoyo de los criterios de valoración de la
prueba, cuyo objeto es otro.
24 Véase NIEVA FENOLL, 2020: 17 y SS. En Italia, CORDERO (2012: 995) se muestra también con
trario a la formulación legislativa de. estándares de prueba (que, en el caso del más allá de toda duda
razonable, lo considera un «banal americanismo» ), dado que «la medida de la probabilidad suficiente
para la condena no es codificable» y solo dificulta inútilmente la motivación de las decisiones sobre
los hechos.
25
Sobre la errónea vinculación que realiza Nieva entre los sistemas de prueba legal y los estánda
res de prueba volveré en el epígrafe 1.1 del capítulo II. .
26
Véanse, por ejemplo, STOFFELMAYR y SEIDMAN DIAMOND, 2000: 781; LILLQUIST, 2002: 146
y ss.; Ho, 2008: 179 y ss.
27
En el mismo sentido, LAUDAN, 2005: 106 y ss.
28
Ho (2008: 186 y ss.) propone aplicar, tanto para el proceso penal como el civil, lo que denomi
na «estándar de precaución» (standard of caution ), según el cual el juzgador de los hechos debería ser
más exigente con la prueba cuanto mayor sea el daño que su decisión puede causar si resulta errónea
(para lo que toma siempre en cuenta únicamente el daño de la condena falsa).
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INTRODUCCIÓN 27
29
Véase LILLQUIST, 2002: 162 y ss. En el mismo sentido, Ho, 2008: 179 y ss., 186 y 198. Volveré
también en el capítulo II sobre este punto.
30 Véase LILLQUIST, 2002: 160161. En la misma línea, entre otros, BARTELS, 1981: 907908;
EGGLESTON, 1978: 118 y ss.; STOFFELMAYR y SIEDMAN DIAMOND, 2000: 783; Ho, 2008: 207 y ss.;
HAMER, 2011: 425; y TRENTO, 2015: 178. Para el caso del estándar de prueba penal, RrsINGER(2004:
1306, nota 134) ha denominado esta tesis como la cuestión de la «duda razonable variable» (Floating
reasonable doubt question). En buena parte de los autores, la tesis de la flexibilidad del estándar de
prueba proviene del uso del instrumental de la teoría de la decisión racional para la determinación del
grado de exigencia probatoria, que tiene en KAPLAN (1968) su obra de referencia. Más rotundamente,
PICINALI(2013: 870) considera que la tesis de la flexibilidad es una consecuencia inevitable de adoptar
el instrumental de la teoría de la decisión para ese fin. No es este el caso, sin embargo, de la doctrina
mayoritaria danesa, que también sostiene la flexibilidad del estándar de prueba civil, sin ese fundamento
teórico. Son claros al respecto GoMARD y KrsTRUP(2013: 649), cuando afirman que «una afirmación
general acerca del grado de prueba suficiente en los casos civiles [ ... ] no es posible porque el estándar
de prueba puede ser distinto en función de los diversos hechos alegados y en diferentes contextos».
31 LILLQUIST, 2002: 163. En sentido parecido, Ho, 2008: 222223.
32 LILLQUIST, 2002: 173174. Más adelante (p. 194), vincula esta afirmación con el hecho de que el
jurado sería el representante democrático de la sociedad en el proceso. En el mismo sentido se pronuncia
una nota editorial de la Harvard Law Review, 1995: 1970. No dedicaré mi atención a este punto, pero
entiendo muy atinada la crítica de SAGÜÉS (2018: 12) de que con la participación de algunos ciudadanos
elegidos al azar no puede en ningún caso considerarse que estos representan al pueblo en una suerte de
justicia democrática. En el mismo sentido se había expresado también ANDRÉS lBÁÑEZ, 2004: 176.
28 JORDI FERRER BELTRÁN
33
NANCE, 2016: 28.
34
Que serán analizadas en el capítulo l. Véanse GoNzÁLEZ LAGIER, 2020a; DEI VECCHI, 2018:
53 y ss., y, de forma más desarrollada, id.: 2020a.
35
En este sentido, SHEPPARD (2003: 1240 y ss.) sostiene que las instrucciones sobre el sentido del
estándar de prueba dirigidas al jurado son, «fundamentalmente inmorales» porque limitan la discreción
del jurado en la decisión sobre los hechos. Contra esta forma de extender la libre valoración de la prueba
(o lafree proof) a la determinación de la suficiencia probatoria ha escrito STEIN, 1997 y 2005: 116 y ss.
Véase también, en el mismo sentido, FERRER BELTRÁN, 2013a: 28 y ss.
Para que una regla 1 pueda denominarse con propiedad «estándar de prue
ba», debe cumplir tres requisitos: 1) apelar a criterios relativos a la capacidad
justificativa del acervo probatorio respecto de las hipótesis en conflicto; 2) ser
capaz de determinar un umbral a partir del cual una hipótesis se considerará
probada, y 3) utilizar criterios cualitativos, propios de la probabilidad noma
temática. A estos tres requisitos metodológicos se añadirá un cuarto, relativo
a la relación que deben tener entre ellos los estándares de prueba que rijan las
diversas decisiones sobre los hechos que deban adoptarse en un mismo proce
so. Analizaré cada uno de ellos en los epígrafes que componen este capítulo.
1 Doy por supuesto, por las razones que han sido expuestas en las páginas precedentes, que esta
2
Véase, al respecto, un clarificador análisis en LAUDAN, 2003; también en id., 2006: 59102.
3
LOWEY (2009: 68) identifica en la jurisprudencia estadounidense dos escuelas: una, como se ha
dicho en el texto, sostiene que la razonabilidad de la duda no necesita definición ni debe darse; la otra,
LA FORMULACIÓN DE UN ESTÁNDAR DE PRUEBA: REQUISITOS METODOLÓGICOS 31
este modo, el «más allá de toda duda razonable» y «la íntima convicción» son
dos maneras de decir lo mismo 4, indicando la fórmula típicamente estadouni
dense solo el impreciso grado de firmeza que debería tener la convicción. En
ese sentido se pronuncian los tribunales y también gran parte de la doctrina 5.
Baste, entre muchísimos, este famoso pasaje del magistrado Hadan (de la
Corte Suprema estadounidense) en el caso In re Winship, en el que se vincula
el grado de exigencia probatoria con el grado de confianza que el juzgador
tenga en la corrección de sus creencias:
[E]l estándar de prueba es un intento de instruir al juzgador de los hechos
acerca del grado de confianza que nuestra sociedad piensa que él debe tener
en la corrección de las conclusiones sobre los hechos para tomar decisiones.
A pesar de que las expresiones «preponderancia de la prueba» y «prueba más
allá de toda duda razonable» son cuantitativamente imprecisas, comunican al
estima útil que se ofrezca al jurado una definición de la razonabilidad de la duda (pero, desgraciada
mente, añadiría yo) en términos del grado de confianza subjetiva que deben tener en la hipótesis fáctica.
Al respecto, puede verse también MULRINE,1997: 210 y ss. Aunque tiene ya veinticinco años, resulta
ilustrativa la reconstrucción de la jurisprudencia estadounidense, estatal y federal, acerca de la necesi
dad o no de ofrecer una definición de la razonabilidad de la duda que presenta J. N. CoHEN, 19941995:
682688. También FERRUA (2007: 381), en Italia, ha sostenido que la fórmula del más allá de toda duda
razonable es, por un lado, «clara y transparente, de inmediata comprensión» y, por otro, que «precisa
mente porque se trata de un concepto elemental, desafía a toda definición».
4 A la misma conclusión llega SoLAN, 1999: 106. No en todos los países donde se ha adoptado esta
fórmula para dar cuenta del estándar de prueba para el proceso penal ha sido interpretada en los términos
psicologistas o subjetivistas que le ha dado la jurisprudencia estadounidense. Así, por ejemplo, la Corte
Suprema mexicana ha considerado que la vinculación del estándar del más allá de toda duda razonable
con una concepción persuasiva o psicologista de la prueba es incompatible con la presunción de ino
cencia como garantía del imputado. Al respecto, véase, entre otras, la Sentencia de 26 de noviembre de
2014, emitida en el Amparo Directo en Revisión 3457 /2013, que dio lugar a la Tesis la. CCXVIIl/2015,
con núm. de registro 2009462: «In dubio pro reo. El concepto de "duda" asociado a este principio no
debe entenderse como la falta de convicción o la indeterminación del ánimo o pensamiento del juzga
dor», La jurisprudencia portuguesa, por su lado, ha considerado que se satisfacen las exigencias del es
tándar del más allá de toda duda razonable cuando la hipótesis de la culpabilidad satisface los requisitos
del primero de los estándares de prueba que serán presentados en el capítulo rv. Y la jurisprudencia de
la Corte de Casación italiana, a partir de la crucial Sentencia Franzese (Cass. Sez. Un., de 10 de julio
de 2002, Franzese, n. 30328), lo ha considerado sinónimo de «alto grado de credibilidad racional o de
confirmación», «elevada probabilidad lógica», «probabilidad próxima a o rayana con la certeza»,
«elevado grado de credibilidad racional», etc. Podrá observarse que se trata de fórmulas excesivamente
vagas e incapaces por sí mismas de identificar mínimamente un umbral de suficiencia probatoria, pero
que no vinculan la superación del estándar de prueba al hecho de que el juzgador alcance un determinado
estado mental subjetivo. Respecto de las interpretaciones dadas por la jurisprudencia italiana al más allá
de toda duda razonable, véanse DELLA TORRE, 2014: 3 y ss.; CARLIZZI, 2018: 6771.
5 Véase, por ejemplo, la forma en que se presentan las fórmulas de los clásicos estándares de
prueba norteamericanos en uno de los más reputados manuales anglosajones sobre prueba, McCormick
on Evidence: «La fórmula del "más allá de toda duda razonable" apunta a lo que realmente nos interesa,
el estado mental del jurado, mientras que las otras dos [la preponderancia de la prueba y la prueba clara
y convincente] desvían la atención hacia la prueba, dando un paso atrás, al ser aquella el instrumento
mediante el que se influye en la mente del jurado. Estas últimas fórmulas, en consecuencia, son maneras
engorrosas de expresar el grado de creencia del jurado» (BROUN et al., 2006: 568). La misma crítica,
respecto de la fórmula del estándar de la «prueba clara y convincente» puede encontrarse en REDMAY
NE, 1999: 187, nota 104. Lowey, por su parte, después de lamentar que los jurados estadounidenses no
sean capaces de distinguir entre el estándar del más allá de toda duda razonable y el de la prue?a clara
y convincente, propone una definición del primero (que en su opinión debería ofrecerse como ínstruc
ción al jurado) en términos de grados de creencia o convencimiento subjetivo (LoWEY,2009: 68 y 71).
juzgador de los hechos diferentes nociones acerca del grado de confianza que
se espera que tenga en, sus conclusiones sobre los hechos 6.
6
In re Winship, 397 U.S. 358 (1970).
7
Sobre el estándar de prueba penal en Inglaterra y Gales, véase RoBERTS y ZucKERMAN, 2004:
361 y SS.
8
Véase el Crown Court Companion, actualizado a diciembre de 2019, apartado 5.1, disponible
en https:!!www.judiciary.uk/publications!crown-court-compendium-publishedl. Última consulta: 9 de
abril de 2020. Véase, también, en el mismo sentido, DENNis, 1999: 491.
9
LOWEY, 2009: 6869.
LA FORMULACIÓN DE UN ESTÁNDAR DE PRUEBA: REQUISITOS :tvIETODOLÓGICOS 33
10 Puede verse esta confusión, por ejemplo, en KNIJNIK (2007: 34 y ss.), quien después de asumir
que el razonamiento probatorio está gobernado por la probabilidad inductiva, considera que los están
dares de prueba (que denomina «modelos de constatacdow) gradúan el grado de convencimiento que el
juzgador debe tener respecto de los hechos.
De modo general, la apelación a criterios subjetivos que remiten a estados mentales del juzgador
es característica de la concepción persuasiva de la prueba, para la que un enunciado del tipo «Está pro
bado que p» significa «El juez (o el jurado, según los casos) ha alcanzado la convicción o la creencia
de que p». Está claro que, si esto es así, entonces ni siquiera hay posibilidad de sostener que el juez se
equivocó en su decisión sobre los hechos, puesto que, si alcanzó la convicción de que p, eso es todo lo
que se requiere conceptualmente para que esté probado que p. Y no es casualidad que en esa concepción
no se plantee en absoluto la necesidad de contar con estándares de prueba.
11 Véase LAUDAN, 2006: 124126. En el mismo sentido, entre otros, Ho, 2008: 178179; PARDO,
no cumplen con este criterio las apelaciones a la sana crítica (que, en el mejor
de los casos, sería un método de valoración, pero no un umbral probatorio) 13,
ni la inducción (por las mismas razones) ni tampoco el respeto de las leyes
científicas o de la lógica. Así, resulta claro que, por ejemplo, el razonamiento
probatorio es siempre un razonamiento inductivo, también que debe respetar
las leyes de la lógica o de la ciencia, y que ello debe hacerse en todos los es
tadios del procedimiento; en cambio, en esos distintos estadios (por ejemplo,
determinar la apertura de juicio oral, la adopción de medidas cautelares o la
declaración de hechos probados en la sentencia final) las exigencias probato
rias son y deben ser distintas, por lo que no basta con decir que esas decisiones
deben estar inductivamente justificadas, etc., es necesario determinar el um
bral a partir del cual se entenderán justificadas.
Tanto la doctrina inglesa como la estadounidense han destacado también el
carácter impreciso o altamente vago de sus clásicos estándares de prueba para
el proceso civil y penal (fundamentalmente, la probabilidad prevaleciente, la
prueba clara y convincente y el más allá de toda duda razonable) 14• De hecho,
pueden también reseñarse muy interesantes estudios empíricos que muestran
cuán variable es la interpretación que abogados, jueces y jurados atribuyen a
los distintos estándares desde el punto de vista de los grados de probabilidad
requeridos 15• Y también la jurisprudencia del mundo anglosajón ha puesto én
fasis en ese carácter sumamente vago e impreciso. Baste mencionar dos citas
clásicas al respecto, empezando por Lord Denning:
Por supuesto que es verdad que nuestro derecho requiere un estándar de
prueba más alto en las causas penales que en las causas civiles. Pero esto está
sujeto a la salvedad de que no existe un estándar de prueba absoluto en ninguno
de los dos casos 16•
Y Lord Scarman, en un caso en que la House of Lords tenía que decidir
si en los procesos de habeas corpus era aplicable el estándar de prueba del
más allá de toda duda razonable o el de la preponderancia de la prueba,
afirmó:
'
13 GoNZÁLEZLAGIBR (2005: 7980) y CoLOMA (2012: 763), por ejemplo, proponen interpretarlas
como remisiones a las pautas de racionalidad epistemológica. Puede verse un análisis del origen histó
rico del concepto de sana crítica en BENFELD, 2013.
14 Véanse, al respecto por todos, además de las indicaciones bibliográficas de las notas 2 y 7 de
este capítulo, ANDERSON, ScHUMy Tw!NING,2005: 299300; LILLQUIST, 2002: 111 y SS.
15 Una buena presentación de esos estudios empíricos, respecto del más allá de toda duda razo
nable, puede verse en HASTIE, 1993: 100 y ss.; SOLAN, 1999: 119 y ss.; WALLEN,2015: 373 y SS. En
los tres trabajos se destaca, además, que los estudios empíricos muestran que las interpretaciones que
operan en la práctica estadounidense son, en general, menos exigentes en cuanto al nivel de prueba
requerido de lo que suele interpretarse en los textos académicos. Y ello no se limita a los jurados:
PosNER (2001: 367) da cuenta, por ejemplo, de que el grado de probabilidad que los jueces federales
estadounidenses estiman que exige el más allá de toda duda razonable está entre el 75 y el 95 por 100.
Una disparidad parecida puede verse en el estudio de ZANDER (2000: 1517 y ss.) respecto del grado de
probabilidad que exige el estándar de prueba penal en Inglaterra y Gales.
16 Bater v. Bater [1951], 35, 36 y 37, citado por ANDERSON, ScHUMy TwrNING,2005: 300.
LA FORMULACIÓN DE UN ESTÁNDAR DE PRUEBA: REQUISITOS METODOLÓGICOS 35
17
Khawaja v. Secretary of State for the Home Office [1984) AC 74, HL, citado por RoBERTS y
ZUCKERMAN, 2004: 364.
18
Véase LAUDAN, 2003.
19 Aunque en el caso del uso de estándares de prueba en los países anglosajones estos deberán ser
analizados conjuntamente con las diversas formulaciones de instrucciones al jurado para la aplicación
del estándar, que pueden reducir (o no) la vaguedad del mismo. Sobre los problemas que genera la
formulación extremadamente fuzzy de los estándares de prueba, con especial referencia al más allá de
toda duda razonable, puede verse también TrLLERS y GoTTFRIED, 2006: 154.
·~
20
BAYÓN, 2008: 2627. La cursiva en el original. Una objeción parecida puede encontrarse en
GAMA, 2021: 28.
21
Que, en buena medida, yo también presupuse en FERRER BELTRÁN, 2007: 144 y ss.
22
El argumento de Bayón, con los mismos problemas, puede verse también en GoNZÁLEZLA
GIER, 2020a: 431432.
LA FORMULACIÓN DE UN ESTÁNDAR DE PRUEBA: REQUISITOS METODOLÓGICOS 37
23 Por eso, aunque Bayón tenga razón en que no tenemos manera de comprobar el reparto de
errores resultante de uno u otro estándar, ello no frustra la estrategia de formular estándares de prueba
precisos, sino las exigencias 3.ª y 4.ª presentadas por él mismo.
24 En la línea propuesta, por ejemplo, por CoHEN, 1977, que veremos en el próximo epígrafe.
25 BAYÓN, 2008: 3132.
26 ÜONZÁLEZ LAGIER, 2020a: 427.
27 DEI VECCffi, 2020a: 129 y SS. En el mismo sentido, GASCÓN, 2005: 131y134. TUZET (2020:
104 y ss.), por su parte, sostiene que existe una (imprecisa) conexión funcional entre criterios de valo
ración de la prueba y estándares de prueba.
r---
28
Véase GONZÁLEZLAGIER,2020a: 419420 y, anteriormente y con mayor detalle, 2005: 81 y ss.
LA FORMULACIÓN DE UN ESTÁNDAR DE PRUEBA: REQUISITOS METODOLÓGICOS 39
ta distinto exigir, para dar por probada una hipótesis acusatoria, que se hayan
refutado todas las hipótesis compatibles con la inocencia (sea civil o penal),
o que se haya refutado la hipótesis de la inocencia sostenida por la defensa o
que solo se exija que se haya refutado esa hipótesis si la defensa aportó algu
na prueba favorable a la misma 31• Cada uno de esos resultados probatorios
presupone la aplicación del conjunto de criterios epistémicos utilizados en la
valoración de la prueba 32, pero determina el nivel de exigencia identificando
el resultado mínimo requerido de esa aplicación sobre las distintas hipótesis
fácticas en conflicto. Y es claro en los ejemplos mencionados que el grado de
exigencia de los diversos resultados es distinto.
Queda una objeción pendiente, que también señalan tanto González La
gier como Dei Vecchi 33: los resultados probatorios identificados por cualquier
estándar de prueba bien formulado son también graduales, no de todo o nada.
Así, si tomamos los ejemplos mencionados más arriba, la refutación de hi
pótesis contrarias no es categorial sino, a su vez gradual: ¿cuán fiables deben
ser los experimentos o pruebas que sirvan para refutarlas?, ¿cuán seguros de
bemos estar de las generalizaciones empíricas auxiliares para poder concluir
ante el incumplimiento de una predicción que se refuta la hipótesis y no esas
generalizaciones auxiliares? Un ejemplo puede aclarar las cosas. Si tenemos
la hipótesis de que Juan se suicidó disparándose a la cabeza con un arma de
fuego (lo que puede ser jurídicamente relevante, por ejemplo, para negar a un
familiar el derecho a cobrar el seguro de vida que Juan tenía contratado), po
demos seguir el siguiente razonamiento: dado que Juan fue encontrado muerto
con un arma en su mano derecha y dado que (sobre la base de generalizacio
nes auxiliares) sabemos que las armas de fuego expelen restos de pólvora
hacia atrás al ser disparadas y que estos restos pueden ser detectados por una
microscopía electrónica de barrido, podemos hacer la predicción de que si es
verdadera la hipótesis de que Juan se disparó, encontraremos mediante esa
prueba pericial restos de pólvora en la mano con la que empuñó el arma. Si el
resultado de la prueba es negativo, podemos considerar refutada la hipótesis
del suicidio 34, pero eso depende, claro, de que haya elementos de juicio sufi
cientes para apoyar las generalizaciones empíricas auxiliares de que todas las
armas (o la concreta arma usada por Juan) expelen restos de pólvora y de que
31
Desarrollaré estos distintos criterios con detalle en el capítulo N, donde ofreceré nn abanico de
ejemplos de posibles estándares de prueba que cumplen todos los requisitos metodológicos expuestos
en este capítulo.
32
Directa o indirectamente de todos los criterios epistémicos, no de unos u otros, como errónea
mente parece suponer GONZÁLEZ LAGIER (2020a: 430).
33 Véanse GONZÁLEZ LAGIER, 2020a: 430431; DEI VECCHI, 2020a: 215 y SS.
34
Pero en ningún caso confirmada una hipótesis alternativa (como por ejemplo la de que a Juan lo
mató su amante), como apresuradamente afirma GoNZÁLEZLAGIER (2020a: 431): «Si refutar las hipó
tesis compatibles con la inocencia es mostrar que otra hipótesis (la de la culpabilidad) es más plausible,
entonces se podría pensar que la refutación de las hipótesis absolutorias no es más que la otra cara de
la moneda de la confirmación de la hipótesis condenatoria, y no un criterio distinto». El razonamiento
probatorio es algo más complejo.
35 Y que la recogida de residuos de la mano de Juan se ha hecho correctamente siguiendo las téc
nicas oportunas y que esas técnicas de recogida de residuos son fiables; que no ha habido contaminación
en la cadena de custodia de las muestras y que la concreta máquina utilizada para hacer la microscopía
electrónica de barrido estaba bien equilibrada; que el técnico a su cargo siguió adecuadamente las in-
dicaciones protocolares para realizarla y que no hubo en ningún momento fraude en los resultados por
motivos corruptos, etcétera.
36 Porque las pruebas sobre la fiabilidad de la técnica de la microscopía electrónica de barrido, por
ejemplo, también estarán basadas en otras asunciones empíricas que, a su vez, deben estar probadas, y
estas tienen su base en otras anteriores, etcétera.
37 DEI VECCHI, 2020a: 217. Cursiva en el original.
38
Ibid.: 225. Cursiva en el original.
42 JORDI FERRER BELTRÁN
inductivo. Pero hay que andar con cuidado, porque el desafío planteado por
Hume ha llevado en muchas ocasiones al escepticismo respecto del conoci
miento de los hechos, posición que no creo que pueda ser atribuida a los au
tores comentados en este epígrafe39• En todo caso, como una vez dijo BLACK
(1968: 245246), «no sé cómo sería una demostración completa de la validez
o la legitimidad de una regla inductiva», por lo que no es dable exigir del juz
gador una justificación de todas las premisas que operan como fundamentos
inductivos de la larga (infinita, en realidad) cadena de inferencias que permite
llegar a sus conclusiones sobre los hechos probados en el proceso. Para volver
al ejemplo de la hipótesis sobre el suicidio de Juan: deberá el juez justificar sus
conclusiones probatorias sobre la muerte de Juan y para ello podrá apoyarse,
entre otras pruebas, en los resultados de la pericia de la microscopía elec
trónica de barrido para detectar restos de pólvora; podrá, y deberá, también
tomar en consideración la fiabilidad de esa prueba a la luz del conocimiento
científicotécnico existente. y la correcta aplicación de la técnica en el caso
concreto; pero no tiene sentido que hagamos del proceso un espacio de in
vestigación sobre la calidad de las teorías científicas y de los conocimientos
técnicos que directa o hasta remotamente dotan de fundamento a la técnica
de la microscopía electrónica de barrido. Cuántos pasos inferenciales hacia
atrás deben discutirse en el proceso y sobre los que el juzgador debe decidir
su suficiencia es algo que depende en buena parte de la dinámica del propio
proceso y de las alegaciones y pruebas aportadas por las partes. Por ejemplo,
si alguna de las partes alega y presenta contrapruebas sobre la fiabilidad de la
técnica de la microscopía electrónica de barrido para detectar la pólvora, ello
tendrá que ser objeto del razonamiento probatorio. En caso contrario, se podrá
asumir lo resultante de la prueba pericial correspondiente sobre la presencia o
ausencia de restos de pólvora, siempre que se disponga de información sobre
la fiabilidad de la técnica 40•. Por eso, no se puede producir un regreso al infinito
de las decisiones sobre la suficiencia del ap<;>yo inductivoni será necesario, por
tanto, un número infinito de estándares de prueba para fundar esas decisiones.
Estamos aquí ante un ejemplo de la división del trabajo cognitivo, que hace
que corresponda al proceso y al juez decidir solo sobre una pequeña parte de
la cadena inductiva inferencia! en la que encuentran fundamento las hipótesis
fácticas objeto de debate en el proceso 41•
En segundo lugar, si Dei Vecchi y González Lagier tuvieran razón en su
argumento acerca del regreso al infinito en la justificación de las decisiones
39
Respecto de las distintas maneras de responder al embate humeano a la inducción, véanse, por
todos, VON WRIGHT, 1941; BLACK, 1984. .
40
Al respecto, véase VÁZQUEZ, 2015: 198 y ss.
41
La corrección del resto de pasos inferenciales se presupone por deferencia hacia la labor reali
zada por otros agentes cognitivos (comunidades científicas, técnicas, etc.). Sobre la división del trabajo
cognitivo puede verse el seminal artículo de KITCHER (1990), que toma la expresión de la idea de
PuTNAM (1975) de la división del trabajo lingüístico. Una aplicación de esta idea al ámbito procesal, en
relación con la prueba pericial, puede encontrarse en VÁZQUEZ, 2015: 48 y ss., y 67 y ss.
l
1
l
42 Dejo para el siguiente epígrafe la discusión de los problemas que plantea la solución particu
larista.
43GoNZÁLEZLAGIER, 2020a: 432433.
44DEI Vsccar, 2020a: 230 (cursiva en el original). Algo parecido ocurre con otro de los auto
res escépticos sobre la necesidad de contar con estándares de prueba, Jordi Nieva, quien después de
44 JORDI FERRER BELTRÁN
argumentar contra esa necesidad, afirma que: «Por ello creo que ha sido más certera la estrategia de
la probabilidad inductiva tanto en su método como en sus resultados, compatibles además con las
orientaciones de la psicología sobre el particular y hasta con algunos desarrollos doctrinales sobre los
estándares de prueba. La idea consiste en trazar hipótesis bien construidas que expliquen un relato de
hechos relevante para el proceso. Solo si logramos descartar razonablemente todas las alternativas a la
del relato de culpabilidad, podremos condenar, y siempre que ese relato sea también razonable» (véase
NIEVA FENOLL, 2020: 20). En mi opinión, pueden observarse dos paradojas en el argumento de Nieva:
es precisamente el carácter probabilístico del razonamiento probatorio lo que impone la necesidad de
contar con estándares de prueba, no su alternativa; y, en segundo lugar, temo que el autor no ha adver
tido que su propuesta no es más que la formulación de un concreto estándar de prueba, puesto que las
exigencias que impone para que proceda declarar probada la culpabilidad no son evidentemente las
únicas posibles ni vienen impuestas por la valoración de la prueba ni por la racionalidad.
45
Parece, después de todo, que lo que inquieta a los autores comentados es una imagen del umbral
probatorio como cuantificación que, por mi parte, no he defendido en ningún momento y no es, desde
luego, la única posible.
~~~~~~ ·
Lillquist, por ejemplo, estima que deben tenerse en cuenta aspectos como
si el acusado en un proceso penal ha sido anteriormente condenado por otros
delitos o está ante su primera imputación. Aunque en ambos casos la condena
falsa estaría injustificada, en el segundo podría producir el daño ele romper una
vida, llevando por ejemplo a la cárcel a un estudiante con futuro prometedor.
En el primero, en cambio, ese efecto no se produciría necesariamente 51• Los
ejemplos se podrían multiplicar indefinidamente, tanto para el proceso penal
como el civil: ¿Es lo mismo retirar la patria potestad a un progenitor, basán
dose en imputaciones fácticas falsas, sobre un niño recién nacido que sobre
un adolescente a punto de llegar a la mayoría de edad? ¿Se produce el mismo
daño, declarando probados hechos no acaecidos, a quien se condena a pagar
una indemnización que representa un pequeño porcentaje de su patrimonio
que a quien la misma condena le deja en la quiebra? Dado que, sostienen
los defensores de esta posición, la decisión políticomoral sobre el grado de
exigencia probatoria debe tener en cuenta los respectivos costes y beneficios
tanto de las decisiones fácticas erróneas como de las correctas, ese cálculo
solo podría realizarse en el caso concreto. La tesis de la «flexibilidad» del
estándar de prueba no es solo una propuesta teórica, sino que ha sido también
sostenida, por ejemplo, por una parte de la jurisprudencia de Inglaterra y Ga
les en materia civil. Como; se sabe, rige allí un solo estándar de prueba para
los procesos civiles, el de la preponderancia de la prueba o más probable que
no, a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos, donde disponen también
del estándar de la prueba clara y convincente. Pues bien, aunque se mantiene
la vigencia de un solo estándar para los procesos civiles, durante un tiempo la
jurisprudencia consideró que el mismo estándar podía requerir distintos nive
les de exigencia probatoria en función de la seriedad de lo que esté en juego
en el caso, en unas ocasiones requiriendouna probabilidad mayor y en otras
un peso probatorio mayor52• También puede encontrarse esta misma doctrina
reflejada en disposiciones legislativas, como por ejemplo en la regla 140 de la
Evidence Act australiana. En esas condiciones, es claro que la afirmación de
la vigencia de un solo estándar de prueba no es más que algo retórico: si el
grado de exigencia probatoria es distinto en función de los casos, también lo
contexto, la indeterminación del estándar de prueba haría las decisiones del jurado más difícilmente
discutibles, por un lado, y permitiría que sea cada miembro del jurado quien aplique su propia prefe
rencia acerca del nivel de exigencia probatoria requerido para considerar probada una hipótesis (ibid.:
1197). Más allá de que, de hecho, esta sea o no una buena descripción de algún concreto sistema de
justicia penal o de cómo deciden los jurados, ello no escapa a las críticas que serán formuladas más
adelante acerca de la incompatibilidad de una situación así con el Estado de derecho y el debido
proceso.
51 LILLQUIST, 2002: 152 y SS., y 159 y SS.
52
Esta doctrina, con sus variantes, fue asumida por la House of Lords en Blyth v. Blyth ([1966]
AC 643) y en Re H and others (minors) ([1996] 1AllER1). Una buena presentación de la jurispruden
cia de Inglaterra y Gales al respecto puede verse en ~DMAYNE, 1999: 174 y ss. Más recientemente,
tanto IaHouse of Lords (Re B (children) ([2008] UKHL 35) como la Corte Suprema (Re S-B (children)
([2009] UKSC 17) han abandonado esa interpretación. Al respecto, véanse DENNIS, 1999: 492496;
SüRABJI, 2019: 261262.
LA FORMULACIÓN DE UN ESTÁNDAR DE PRUEBA: REQUISITOS METODOLÓGICOS 47
Frente a ello, en cambio, otros autores han señalado que, siendo la de
terminación del umbral de suficiencia probatoria una decisión de carácter
políticomoral, no regularla legalmente mediante estándares de prueba «atri
buye a los jueces y los jurados el poder de decidir casos aplicando sus valores
privados» 55• Hacerlo así conllevaría graves problemas de previsibilidad de las
decisiones judiciales sobre los hechos 56 y, por ello, una seria afectación al Es
tado de derecho 57 y al debido proceso, como argumentaré más adelante. Creo
que tanto la propuesta particularista en sí misma como la importancia de los
problemas que se le imputan merecen un análisis más cuidadoso. De hecho,
estamos ante un punto central de este libro, cuyo desenlace impone un cambio
radical de perspectiva respecto del tratamiento más habitual tanto en los países
de common law como de civil law.
53 Véase, también en este sentido, STOFFELMAYRy SIEDMAN DIAMOND, 2000: 770 y 783 y SS. Ho
(2008: 186 y ss., y 223 y ss.), por su parte, sostiene que la única indicación general que se debe dar a
los decisores sobre los hechos es que adopten un estándar de precaución (standard of caution) que les
lleve a enfatizar distintas ·virtudes epistémicas (como la empatía, la imparcialidad, la actitud de protec
ción, etc.) en el juicio sobre los hechos en función del daño potencial que una decisión errónea pueda
causar en el caso concreto.
54 Aunque González Lagier parecería más bien sostener una especie de particularismo epistemo
Schauer distinguió hace unos años entre dos formas de tomar decisiones,
que suponen también dos modos de justificarlas: la toma de decisiones parti
cularista y la toma de decisiones basada en reglas 58• Las reglas son generali
zaciones en las que se identifican ciertas propiedades consideradas como rele
vantes, a cuya presencia se vincula una consecuencia mediante un condicional
estricto59. Así, por ejemplo, «prohibida la entrada de vehículos al parque»
conecta la propiedad de ser un vehículo con la consecuencia de que no puede
entrar en el parque 6°. Ante cualquier objeto en el que se instancie la propiedad
de ser un vehículo podrá obtenerse por modusponens la consecuencia de que
no puede entrar en el parque. La regla no identifica ninguna propiedad rele
vante más para que proceda la aplicación de la consecuencia, de modo que
resultará indiferente qué otras propiedades tenga el objeto o la ocasión en que
se plantee la aplicación de la regla: por refuerzo del antecedente, vale que si un
objeto es un vehículo y de color rojo (o de emergencias o la ocasión es un im
portante desfile, etc.), está prohibida su entrada al parque. La regla misma se
justifica en una razón subyacente (por ejemplo, preservar la tranquilidad en el
parque), pero el método de toma de decisiones basado en reglas las atrinchera
respecto de sus razones subyacentes, de manera que para aplicar las reglas no
se tienen en consideración las razones subyacentes. Por ello, respecto de estas,
las reglas serán siempre supra e infraincluyentes. Volveré más adelante sobre
este punto.
En cambio, en la toma de decisiones particularista, la decisión se adoptará
tomando en consideración las razones para actuar presentes en el concreto
acto que se juzga. Así, si se pretende entrar en el parque con un viejo tanque
de la segunda guerra mundial que se quiere colocar a modo de monumento
sobre un pedestal en el centro del parque, aunque no haya dudas de que un
tanque sea un vehículo podrá permitirse su entrada, atendiendo a la razón de
preservar la tranquilidad en el parque (porque un vehículo en un monumento
no altera la tranquilidad). ¿Y qué sucedería si se tratara de un coche oficial en
el que se movilice al presidente del país en ocasión de un importante desfile
que se quiere realizar en el parque? Claramente en ese caso se altera la tran
quilidad, pero la razón de preservar la tranquilidad puede estar justificada, a su
vez, en otra de segundo orden (p. ej., maximizar el placer de los residentes del
pueblo en el que está el parque). Por ello, si tomamos en consideración esta
razón de segundo orden podríamos también permitir la entrada del vehículo
61
Es el mismo Schauer quien señala el parecido entre la toma de decisiones al modo particularista
y lo que RAZ (1975: 36) denomina actuar según el balance de razones. Como bien señala RÓDENAS
(1998: 109), si tomamos los dos modos de adoptar decisiones como modelos, «[e]l sistema particularis
ta de toma de decisiones implica considerar las reglas como absolutamente transparentes o, lo que es lo
mismo, actuar sobre la base del balance de razones de primer orden. En cambio, el sistema basado en
reglas supone tratar a las reglas como completamente opacas, lo que equivale a considerar que las reglas
resuelven siempre automáticamente todos los problemas prácticos».
62 La discusión en filosoña moral resulta aquí de interés, puesto que ya he señalado en diversas
ocasiones que la decisión sobre el grado de corroboración que consideramos suficiente es de carácter
políticomoral. En todo caso, debe considerarse que, como siempre sucede, tras la etiqueta «particula
rismo moral» se encuentra una familia de teorías con matices diversos según los autores. Al respecto,
véase McKEEVER y RIDGE, 2006: cap. l. Sobre la relación entre particularismo moral y jurídico puede
verse la discusión entre REDONDO (2005a y 2005b) y CELANO (2005).
63 Es importante advertir que la universalidad de una regla viene determinada por la posibilidad
de aplicarle un cuantificador universal, de modo que para todos los casos en que se den las propiedades
indicadas en el antecedente se siga la solución prevista en el consecuente.
64 Véase DANCY, 1993: 60. Esta tesis fue posteriormente debilitada por el mismo autor, en un
sentido que aquí no afecta a la argumentación. Así, en id., 2004: 76 y ss., se sostiene que algunas pro
piedades pueden tener una relevancia moral invariable, pero no todas, de forma que el peso conjunto de
las propiedades relevantes solo se podría determinar igualmente caso a caso.
65 Véase DANCY, 1981: 370; id., 1993: 60 y 89; También, entre otros, D. McNAUGHTON, 1988:
193; SHAFER LANDAU, 1997.
~ 50~~· ~~ ~ ~~~~···~~· .. JORDIFERRERB:~ 1
contexto y del resto de propiedades que se den en cada caso concreto), lo que
cuenta como razón para actuar de un cierto modo en un caso podría no contar
en otro, contar en un sentido contrario, o ser derrotado en el balance por el
peso de otras propiedades del caso66• Por ello, el particularismo asume una
visión holística del razonamiento práctico 67• Es, además, una teoría objetivista
por lo que hace a las respuestas morales, esto es, sostiene por las razones que
hemos visto que no hay reglas universales válidas que puedan operar en el
razonamiento moral, pero sí hay respuestas morales objetivas para cada caso
concreto.
66
Esto no excluye que puedan formularse reglas, pero tendrían solo un valor indicativo o explica·
tivo de la manera en que se ha decidido· eh casos pasados y no determinarían u obligarían a seguirlas en
el futuro. Véase DANCY, 1993: 67 y ss. ·
67 Véase BOUVIER, 2012: 180 y SS.
68
Algunos autores, como REilONDo (2005a y 2005b; 48 y ss.) o BLACKBURN (1998: 309), iden
tifican el particularismo con tesis radicales como las descritas y consideran que un razonamiento ba
sado en razones pro tanto sería ya universalista. Otros, en cambio, como CELANO (2005: 475 y ss.),
entienden que el uso de razones o reglas pro tanto nos sitúa ya en un tipo de particularismo moderado,
en el que hay que decidir en cada caso 'si hay razones para apartarse de la regla. Lo relevante para mi
interés en este trabajo no es si etiquetamos como universalista moderado o particularista moderado
un razonamiento de ese tipo, sino que estaríamos ante un razonamiento basado (aunque no solo ni
definitivamente) en reglas. Aplicado esto a nuestro tema, conllevaría disponer de estándares de prueba
(reglas que determinan el nivel de suficiencia probatoria), aunque fueran reglas pro tanto. Y esto es ya
rechazado por los particularistas de la suficiencia probatoria.
69
Recuerdo que esto solo requiere que podamos identificar un conjunto cerrado de propiedades
relevantes para cierto tipo de casos, qué se representa mediante el cuantificador universal delante del
antecedente de la regla.
70
Esta es la posición que BouVIER (2012: 44) identifica como universalismo débil: «Es posible
contar con una respuesta acerca de qué es relevante para la deliberación sobre qué hacer, pero ninguna
respuesta acerca de qué hacer».
LA FORMULACIÓN DE UN ESTÁNDAR DE PRUEBA: REQUISITOS METODOLÓGICOS 51
si el particularismo fuera una teoría moral correcta, cualquier opción por una
teoría alternativa sería errónea. Lo mismo vale, evidentemente, a la inversa.
Sin embargo, incluso si el particularismo a la Dancy fuera una teoría moral
correcta, ello no nos comprometería a adoptar una forma de decisión particu
larista en el derecho, salvo que se sostenga una concepción iusnaturalista 71•
A su vez, que se sostenga un modo particularista de decidir en el derecho no
compromete tampoco con el particularismo moral, aunque puedan encontrarse
unas bases comunes entre ellos respecto de la imposibilidad o no conveniencia
de identificar de manera universal las propiedades relevantes para la decisión.
Esto es importante, porque mientras que el particularismo moral es una teoría
objetivista o cognoscitivista, que sostiene la existencia de respuesta correcta
caso a caso para las preguntas morales, el particularismo· jurídico no tiene
por qué suponer que se espera que el decisor jurídico descubra esa respuesta
moral correcta 72: puede, simplemente, ser una manera de dejar la decisión a la
discrecionalidad del decisor individual.
Para analizar las ventajas e inconvenientes de adoptar un modo universa
lista de decisión en el derecho (basado en reglas) o uno particularista (caso por
caso), CELANO (2016) ha propuesto tener en cuenta una doble mirada: por un
lado, dirigida al sujeto que nos parece más adecuado como decisor y, por el
otro, enfocada a las garantías jurídicas para los destinatarios de las decisiones.
Si tomamos en consideración al sujeto decisor, resultan relevantes, a su
vez, al menos tres cuestiones: qué tipo de decisión está en la mano de cada uno
de ellos tomar, qué formación o capacitación tiene cada sujeto para el tipo de
decisión que debe adoptar y cuál es la distribución de poder o competencias
que estimamos adecuada entre autoridades.
Es claro que legislador, por un lado, y jueces y jurados, por el otro, adop
tan típicamente decisiones de tipo distinto. Los primeros formulan reglas ge
nerales, mientras que los segundos dictan decisiones individuales, sobre el
caso concreto 73• Por ello, para preferir entre uno u otro tipo de decisores, re
sulta relevante el tipo de decisiones jurídicas, generales o individuales, que
cada uno de ellos emite. Schauer 74 ha mostrado convincentemente el carácter
71 Véase REDONDO, 2005a: 5657. Y esto aún con matices, porque la respuesta a la pregunta
moral sobre cómo debemos decidir en el derecho no necesariamente tiene que ser la misma que a la
pregunta sobre cómo debemos decidir en nuestra vida particular. En todo caso, vale la pena aclarar que
uso la categoría «concepción iusnaturalista» para hacer referencia a toda aquella teoría que sostenga
la conexión necesaria entre derecho y moral, de modo que quedan en ella incluidas todas las variantes
del pospositivismo: en este sentido, positivismo jurídico e iusnaturalismo serían categorías excluyentes
y exhaustivas.
72 Usan también la noción de particularismo jurídico (no objetivista) MoRESO (2000: 103 y ss.) y
1
1
1
~~~~ ~····~~~~_J
~··----~-----·····-··~·--------·~~· ~· ----·--,
75
Véase ibid.: 162. En sus propias palabras: «[u]n procedimiento de decisión que apunta a lo
óptimo en cada caso puede ser autofrustrante al producir en el conjunto peores resultados que uu pro
cedimiento de decisión con ambiciones más modestas. En este sentido, el procedimiento de decisión
teóricamente óptimo bien podría ser subóptimo. Aquí es donde entran a jugar las reglas, porque[ ... ] las
reglas pueden constituir a veces la segunda mejor solución, la solución óptima en la realidad aunque sea
subóptima desde la perspectiva de un ideal (en la práctica) inasequible».
LA FORMULACIÓN DE UN ESTÁNDAR DE PRUEBA: REQUISITOS METODOLÓGICOS 53
Desde la perspectiva del sujeto decisor, para comparar las ventajas e in
convenientes de los modos de decidir particularista y universalista, el segun
do aspecto a considerar es el de la formación o capacitación que tiene cada
sujeto para el tipo de decisión que debe adoptar. Podemos plantear la cues
tión en estos términos: ¿está el juzgador del caso individual mejor preparado
para tomar la decisión sobre el nivel de suficiencia probatoria a exigir que el
legislador?76• Sin embargo, la cuestión no es tan simple, y dependerá del tipo
de decisión que se trate. Así: 1) Si se asume que la decisión es políticomoral
y que la respuesta correcta solo se puede determinar en el caso concreto (tesis
particularista), el decisor individual sería quien estuviera en mejor posición,
pero debería entonces debatirse acerca de qué características y formación de
berían tener los sujetos a los que confiáramos tal decisión. Desde luego, la
formación jurídica de los jueces o la elección al azar de los jurados no nos da
ninguna garantía al respecto. 2) Si se asume que la decisión es políticomoral
y que la respuesta correcta es de tipo universalista, el legislador pareciera
estar en mejor posición para adoptarla, aunque de nuevo ello no garantiza en
absoluto que acierte en la selección de la respuesta correcta. 3) Si se asume
que la decisión es políticomoral, pero que no hay para ello respuestas obje
tivamente correctas, entonces la selección de quien está en mejor posición
para decidir dependerá más bien de nuestras preferencias por el modelo de
las reglas o el del particularismo jurídico. En todo caso, como bien señala
Schauer77, la pregunta sobre quién debe hacer qué debe distinguirse de quién
es mejor haciendo qué. Por razones de tipo político, no siempre estamos dis
puestos a asignar el poder de decidir a quienes en principio tienen una mejor
capacitación para hacerlo: así, por ejemplo, recuerda Schauer, no encargamos
al comité científico de la revista Ethics las decisiones políticas que requieren
de evaluaciones morales. En definitiva, para elegir entre un modo de decidir
basado en reglas y uno particularista respecto de la decisión sobre el nivel
requerido de suficiencia probatoria deberemos tomar en consideración dos as
pectos adicionales que abordaré enseguida: la distribución del poder decisorio
que estimemos adecuada y la perspectiva de las garantías hacia el destinatario
de las decisiones.
76 SoLUM (1994: 132 y ss.) destaca que el modelo particularista, que él sostiene, supone confiar
en las virtudes del decisor del caso individual.
77 Véase SCHAUER, 1991: 221222 y 235236.
· ~ ~~~ ~~~~··~·~ 1
54 JORDI FERRER BELTRAN 1
78
La situación es mucho más compleja, en realidad, pero no puede ser abordada aquí. No sos
tengo una concepción formalista de la interpretación ni una teoría de la jurisdicción como función de
aplicación neutra de reglas emitidas y fijadas por los legisladores. El legislador emite disposiciones que
pueden ser interpretadas de distintos modos y, por tanto, expresar diversas reglas. Pero no toda interpre
tación vale y en la mayor parte de las ocasiones se puede identificar una interpretación vigente (es decir,
una regla vigente), en cuya conformación tienen un papel destacado tanto los legisladores y como los
intérpretes. Así, decidir conforme a reglas preestablecidas no supone que esas reglas sean el producto
de un solo sujeto: en buena medida, lasreglas jurídicas generales son el resultado coral de muchos su
jetos. Por todo ello, contra lo que afirman DEI VECCHI y CuMIZ (2019: 71), no creo que la concepción
racionalista de la prueba, al sostener la necesidad de contar con estándares de prueba, suponga «alguna
forma de cognitivismo interpretativo jurídico».
79
Como hace en España la Ley sobre responsabilidad civil y seguro en la circulación de vehículos
a motor.
°
8
Como sucede en Estados Unidos de acuerdo con la reconstrucción del Restatement (third) of
Torts: Phisical & Emotional Harm (§ 8, Judge and Jury, cmt. C2010), que asume que en el Tort Law
estadounidense se ha aceptado la «ética del particularismo».'
81 Esta es, en cambio, una tarea .típica de la filosofía política, que se pregunta, por ejemplo,
acerca de la legitimidad política de sujetos o autoridades para tomar ciertas decisiones. En términos
de legitimidad, LILLQUIST (2002: 174) sostiene, sin gran esfuerzo justificativo, que «al tomar la
decisión acerca del grado de certeza que el jurado debe requerir, los miembros del jurado proba
blemente aplicarán un estándar en línea con el que la sociedad preferiría. Por ello, en ausencia de
alguna influencia que pudiera sesgar sistemáticamente el punto de vista de los jurados respecto
del estándar de prueba, el resultado debería ser en la mayoría de los casos representativo de la
sociedad». Así, la legitimidad del jurado para tomar la decisión política sobre el nivel de suficien
cia probatoria para cada caso estaría basada en una especie de representación democrática de la
sociedad por parte del jurado (véase LILLQUIST, 2002: 194). Creo que hay aquí dos afirmaciones
claramente infundadas: en primer lugar, siendo los miembros del jurado elegidos normalmente por
una combinación de azar y de selección por las partes, es difícil sostener que en ellos se encuentra
la representación de la sociedad: ni su origen es democrático (porque no hay una elección que
merezca ese nombre) ni su composición es estadísticamente representativa de la sociedad (porque
ese criterio no forma parte de los que se usan para elegirlos). TILLERS y GoTTFRIED (2006: 156)
consideran esta tesis de la representatividad social del jurado como propia de una teoría política
«quasipopulista». En segundo lugar, sin un serio estudio empírico, sostener que las preferencias
LA FORMULACIÓN DE UN ESTÁNDAR DE PRUEBA: REQUISITOS METODOLÓGICOS 55
ni tampoco el modo en que las decisiones deben ser tomadas. Sin embargo,
sí forma parte de la labor teórica indicar, para esas cuestiones, ciertas con
secuencias de asumir algunos principios generales como premisas. Así, en
lo que sigue espero mostrar que, si se adopta la perspectiva de las garantías
para los destinatarios de las decisiones, el modo particularista de determinar
el nivel de suficiencia probatoria, que deja la decisión íntegramente en manos
de los jueces y jurados, es incompatible con el Estado de derecho y con el
derecho a la prueba como parte del derecho al debido proceso 82•
de los miembros del jurado sobre el nivel de exigencia probatoria coincidirán en la mayoría de los
casos con las preferencias mayoritarias de la sociedad no es más que un acto de fe (en el mismo
sentido, véase TARUFFO, 2010a: 60).
Laporta, en cambio, ha planteado con conclusiones totalmente opuestas el argumento de la repre
sentación democrática a través de la participación política para sustentar la toma de decisiones mediante
reglas: «[s]i es la autonomía personal la que subyace a la opción en favor de las reglas generales, enton
ces no podemos ignorar esa razón subyacente a la hora de decidir quién ha de emitir esas reglas. Sería
paradójico que concediéramos a la persona la capacidad de diseñar su propia vida y le regateáramos
al mismo tiempo la participación en las normas que han de configurar el marco de ese diseño vital»
(LAPORTA, 2007: 144 ). De modo que el sujeto legitimado para la emisión de las reglas no podría ser otro
que el depositario de la voluntad popular: el legislador.
82
Vale la pena advertir que limito la afirmación a lo que Celano denomina particularismo radical,
a la DANCY, o, en todo caso, a la idea de que la decisión sobre el umbral de suficiencia probatoria no
debe determinarse en reglas mínimamente precisas, dejándose, así, a la discreción del juzgador indi
vidual. El propio CELANO (2005: 475 y ss.) sostiene una versión moderada del particularismo para las
decisiones jurídicas, que no prescinde de las reglas sino que las asume como pro tanto o derrotables,
de forma que la regla gobernaría las situaciones normales, pero pudiera ser derrotada en circunstancias
excepcionales. De este modo, por su lado, el universalismo se caracterizaría por concebir las reglas
como absolutas o no derrotables. No discutiré aquí esta posición, porque no ha sido sostenida hasta
donde conozco por los que he denominado como particularistas probatorios. Vale la pena advertir, sin
embargo, que otros autores (véanse, p. ej., SHAFERLANDAU, 1997: 585 y ss.; REDONDO, 2005b: 49;
MoRESO, 2016: 9 y ss.) consideran que el universalismo no está comprometido con el carácter absoluto
o no derrotable de las reglas, de modo que, ahora, lo que Celano consideraba particularismo moderado
se transformaría en una especie de universalismo moderado. Lo fundamental aquí, a fin de cuentas,
como sostiene BAYÓN (2001: 57) es que «no parece que el auténtico particularismo disponga de una
respuesta convincente a la pregunta de cómo es que una "decisión acerca del caso concreto" puede
verdaderamente no ser arbitraria. Si la razón de dicha decisión es apropiada, se diría que ha de ser un
caso de una generalización que rija también para otros contextos: porque lo que en modo alguno queda
claro es cómo entender que se trata de una pretensión circunscrita al caso particular y distinta, a pesar
de todo, de una mera decisión carente de fundamento».
83 Véase w ALDRON, 2002.
84 Una presentación panorámica de las distintas concepciones puede verse en CRAIG (1997), TA
MANAHA (2004) y WALDRON (2016). De manera general, se podría decir que las concepciones sustanti
vas no rechazan lo exigido por las formales, sino que añaden requisitos relativos al origen y al contenido
del derecho; son, en este sentido, concepciones más robustas del Estado de derecho (véase, al respecto,
BAYÓN, 1996: 42)
56 JORDI FERRER BELTRÁN
términos de Raz85, ser capaz de guiar la conducta de sus destinatarios 86• Las
segundas, etiquetadas como concepciones «sustantivas» del Estado de dere
cho, incluyen, sin negar en línea de principio los requerimientos formales,
aspectos relativos al origen democrático del derecho y a la protección de los
derechos humanos 87• Para lo que aquí nos compete bastará con fijar la aten
ción en los requerimientos formales del Estado de derecho y, más adelante, en
aspectos procedimentales.
La versión más asentada en la doctrina de los requerimientos que impone
el Estado de derecho en su versión formal es la formulada por FULLER (1964:
cap. 2). Dicho autor presenta esas exigencias como ocho maneras en que el
intento de crear y mantener un sistema jurídico puede fracasar, de modo que
el incumplimiento de cada uno de los requerimientos sería, en sus palabras,
una «ruta hacia el desastre» 88• La primera exigencia tiene prioridad sobre las
demás, en el sentido de que es un prerrequisito para que las otras puedan cum
plirse: las conductas de los destinatarios deben estar gobernadas por reglas
generales, de tal forma que no se tomen decisiones ad hoc para cada caso
individual. Las siete restantes son las siguientes: las reglas deben ser públi
cas, no retroactivas, comprensibles, no contradictorias, no imponer deberes
imposibles de cumplir, estables en el tiempo y la actuación de los órganos del
Estado debe ser congruente con ellas.
Es evidente que la adopción de un modelo de toma de decisiones particula
rista sobre la suficiencia probatoria infringe ya el primero de los requisitos del
Estado de derecho señalados por Fuller, y a partir de ese incumplimiento, se
seguirían los demás: falta de publicidad, retroactividad, inestabilidad, etc. 89.
El punto quizá podría matizarse, puesto que no resulta razonable que todas
las decisiones individuales tengan que limitarse a ser una mera aplicación por
subsunción de reglas generales. Raz nos ofrece el ejemplo del policía que
ordena el tráfico, que puede decidir detener la circulación cuando las circuns
tancias del tráfico lo aconsejen aun cuando no haya una regla general que,
aplicada al caso, tuviera esa consecuencia. Aunque ello pueda generar cierta
inseguridad, pudiera resultar conveniente, siempre que se cumplan dos con
85
Véase RAz, 1979: 214.
86
Entre las concepciones formales clásicas del Estado de derecho pueden mencionarse las de
HAYEK (1960), FULLER (1964) y RAz (1979).
87
RAz (1979: 210211) considera que estas concepciones confunden el «Estado de derecho» con
el «Estado de buen derecho», al incluir exigencias acerca del contenido que el derecho debe tener. Sin
embargo, WALDRON (2011: 45) recuerda acertadamente que las dos concepciones quizá no estén tan
alejadas, puesto que las formales se fundamentan, al fin y al cabo, en los valores de la dignidad humana,
la autononúa o la libertad. Entre las concepciones sustantivas del Estado de derecho pueden mencionar
se, por todas, las de DWORKIN (1985), BINGHAM (2010) y MORESO (2020).
88
FULLER,1964: 3839. La misma idea se encuentra en RAz, 1979: 214.
89
A pesar de que, como ha señalado ENDICOTT (1999: 1), los requerimientos del Estado de de
recho pueden concebirse como ideales regulativos a los que tender, de modo que su cumplimiento es
siempre gradual, el problema aquí es que la adopción particularista de las decisiones sobre la suficiencia
probatoria nos sitúa en las antípodas del modelo.
LA FORMULACIÓN DE UN ESTÁNDAR DE PRUEBA: REQUISITOS METODOLÓGICOS 57
90 Véase RAz, 1979: 216. La lista de condiciones que deben darse para que se entienda respe
tado el Estado de derecho, según Raz, es abierta e incluye: 1) que las normas sean públicas, claras y
no retroactivas; 2) que sean relativamente estables; 3) que las normas individuales estén guiadas por
normas generales, públicas, claras y estables; 4) que se garantice la independencia judicial; 5) que se
observen los principios del debido proceso; 6) que los tribunales tengan competencia para controlar el
cumplimiento de todos estos requisitos; 7) que exista un m;:ceso fácil a la justicia, y 8) la discreción de
las agencias de prevención de delitos no debe permitirles pervertir el derecho. Véase RAz, 1979: 214
219. Una lista no muy distinta de exigencias puede encontrarse en RAWLs, 1971: 235 y ss. Puede verse
un análisis crítico de las concepciones de Fuller y Rawls, así como de la vinculación entre Estado de
derecho y libertad en CREGO, 2020.
91 Situándonos así, en términos de BoBBIO (1983) en el «gobierno de los hombres» en lugar de en
el «gobierno de las leyes», tanto en el sentido de gobierno «sub lege» como de gobierno «per leges».
sz Véanse, al respecto, FULLER, 1958: 636637; id., 194: 162; RAz, 1979: 220 y ss.; W ALDRON,
1989: 85; id., 2011: 4; ScHAUER, 1991: 200 y ss.; BAYÓN, 1996: 42; GOMETZ, 2005: 356 y ss.; LAPOR
TA, 2007: 17 y ss.; CELANO, 2016: 274 y ss.; MORESO, 2016: 11, entre otros.
93 y así, para decirlo en palabras de RAZ (1986: 369), podremos ser (en parte) autores de nuestra
propia vida.
58 JORDI FERRER BELTRÁN
94 Véase CELANO, 2016: 260274. El mismo argumento, aplicado a los estándares de prueba,
bitrario: 1) cuando las decisiones son el efecto de la voluntad ilimitada de los decisores; 2) cuando no
trata de manera igual casos iguales, y 3) cuando es impredecible. Es claro que en situaciones de ausencia
total de reglas (en nuestro caso, de estándares de prueba) o, aun existiendo, de extrema vaguedad de las
mismas, se dan los tres sentidos de arbitrariedad. Cabe destacar, no obstante, que ENDICOTT (1999: 8)
añade un cuarto sentido de arbitrariedad, que se da cuando una regla no refleja las razones en las que
la regla se basa, es decir, cuando es supraincluyente o infraincluyente. En este sentido, aun cuando una
regla fuera extremadamente precisa podría ser causa de decisiones arbitrarias.
96 No todas porque no se pueden descartar casos extremos de extraordinaria debilidad o fortaleza
de la prueba a favor o en contra de una determinada hipótesis, de modo tal que la suficiencia o insufi
ciencia probatoria no pueda ser razonablemente discutida. Sobre el papel central de la previsibilidad de
las decisiones jurídicas como elemento del Estado de derecho, véase MAY, 2018: 93 y ss.
97 Volveré sobre la importancia que tiene esta posibilidad en el marco de mecanismos de termi
nación anticipada del proceso penal por acuerdo de las partes (plea bargaining) en el epígrafe 1.2 del
próximo capítulo.
60 JORDI FERRER BELTRÁN
les sean favorables como para las contrarias. Por ello, dejar la fijación de ese
grado a la decisión particularista del órgano de aplicación del derecho es con
trario a las exigencias del Estado de derecho en sentido formal 98•
Finalmente, aunque la dimensión formal del Estado de derecho, en la ma
nera presentada, ya incluye algunos requisitos relativos al modo en que se
lleven a cabo los procesos judiciales, i. e., al. respeto del debido proceso 99, ha
sido seguramente Waldron quien más ha insistido en la faceta procesal del Es
tado de derecho 100. Según este autor, el Estado de derecho en su faceta proce
98
Las respuestas por parte de los defensores de estándares de prueba «flexibles» (o indetennina
dos) a la objeción de la falta de previsibilidad de las decisiones y, en consecuencia, de la afectación al
Estado de derecho, son sorprendentemente insatisfactorias y ligeras. Así, Ho (2008: 222), por ejemplo,
argumenta que aun siendo cierta la falta de previsibilidad, tampoco son mucho más previsibles las de
cisiones basadas en fórmulas extraordinariamente vagas como el balance de probabilidades. Está claro
que, aunque lo segundo sea cierto, en nada disminuye los problemas de su propuesta y, más bien, su
argumento parece presuponer el falso dilema entre esas dos regulaciones. En este libro intento mostrar,
precisamente, que no son las únicas posibilidades. También REDMA YNE (1999: 181182) argumenta de
modo parecido: ante la objeción de que el desconocimiento del estándar de prueba impide el control
de la corrección de la decisión probatoria en apelación, su respuesta es que, incluso si el estándar es
tuviera determinado, el acceso a lo sucedido en primera instancia a través de actas escritas hace muy
difícil que el tribunal de apelación realice ese control. Y, por si fuera poco, añade, la práctica muestra
que los tribunales de apelación ingleses son deferentes con los juzgadores de primera instancia, de
modo que no habría una diferencia práctica a los efectos. del control de las decisiones entre tener
un estándar determinado y no tenerlo. La deferencia es, evidentemente, una cuestión contingente.
También lo es que el acceso a lo juzgado en primera instancia se produzca a través de actas escritas.
Pero ambas realidades, manifiestamente mejorables, no justifican ni excusan que no se disponga de
estándares de prueba que hagan posible el control de la decisión. Es más, se podría sostener que la
supuesta deferencia de los tribunales de· apelación, en realidad, esconde precisamente la imposibilidad
de un genuino control.
Otra propuesta llamativa puede encontrarse en REYES (2020, 22 y ss.), quien sostiene, como tesis
descriptiva, que los estándares de prueba vigentes no predeterminan el nivel de exigencia probatoria que
deben requerir los jueces y tribunales para considerar probada una hipótesis fáctica. Por ello, serían los
juzgadores quienes determinen el umbral probatorio exigido y las reglas que establecen estándares de
prueba deberían entenderse como normas de competencia que les atribuyen la competencia de hacerlo.
Resulta muy evidente que de la verdad de la tesis descriptiva no se sigue la plausibilidad de considerar
que las disposiciones que establecen estándares de prueba imprecisos sean normas de competencia. Que
una norma no predetermine la respuesta normativa a un caso y que atribuya competencia a un sujeto
para determinarla son claramente cuestiones muy distintas y una no se sigue de la otra. Por otra parte,
si bien es claro que las disposiciones que expresan estándares de prueba plantean problemas interpre
tativos, no lo es menos que considerar que estas expresan normas de competencia es resultado de la
interpretación y, por ello, contingente.
99
Véanse, por ejemplo, RAWLS, 1971: 238239; RAz, 1979: 217. La referencia es menos clara
en Fuller.
100 Véase, por ejemplo, WALDRON, 2011 y 2016. La importancia del derecho al debido proceso,
por una parte, como una garantía del Estado de derecho y, por otra, como una garantía secundaria (en
términos de FERRAJOLI, 2000: 132 y ss.) de la protección de los demás derechos, se evidencia en el
reconocimiento general en las constituciones democráticas (p. ej., en las Emniendas V y XIV de la
Constitución de Estados Unidos, en el art. 24 de la Constitución española, en los arts. 24 y 111 de la
Constitución italiana, en el art. 103 de la Constitución alemana, en el art. 14 de la Constitución mexica
na o en el art. 20 de la Constitución portuguesa) y en su consagración en los tratados internacionales de
derechos humanos (p. ej., en los arts. 8 y 10 de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre,
el art. 14 del Pacto Internacional relativo a los Derechos Civiles y Políticos, el art. 8 de la Convención
Americana sobre Derechos Humanos, los arts. 7 y 26 de la Carta Africana sobre los Derechos Humanos
y de los Pueblos o el art. 6 del Convenio Europeo de Derechos Humanos). Una presentación de las
diversas concepciones del debido proceso y sus orígenes históricos puede verse en CoMOGLIO (1998),
~-~ ~- --~~~~I
1
sal exige, al menos, que nadie pueda ser penado, sufrir un estigma o una seria
privación por parte del Estado salvo a través de procedimientos que incluyan:
a) Una audiencia por parte de un tribunal imparcial que actúe sobre la
base de pruebas y argumentos ritualmente presentados ante él, en relación con
las normas jurídicas que regulen la imposición de una pena, un estigma, una
privación, etcétera.
b) Un órgano judicial con específica preparación jurídica, cuya indepen
dencia respecto de otros órganos del Estado esté garantizada.
e) Un derecho a estar representado por un abogado y a disponer del tiem
po y de las oportunidades idóneas para preparar la defensa.
d) Un derecho a estar presente en todos los momentos cruciales del
proceso.
e) Un derecho a examinar los testigos de la parte contraria.
f) Un derecho a que se asegure que las pruebas presentadas por el Estado
hayan sido obtenidas de manera oportunamente controlada.
g) Un derecho a presentar pruebas en su defensa.
h) Un derecho a presentar argumentos jurídicos sobre el alcance de las
pruebas y de las distintas normas jurídicas relevantes para el caso.
i) Un derecho a conocer las razones que fundan la decisión del tribunal,
sobre la base de las pruebas y de los argumentos presentados ante él.
j) Algún derecho de apelación a un tribunal superior con características
análogas 101•
donde también se insiste en el carácter instrumental del debido proceso como garantía de los derechos
sustanciales, en aplicación de la máxima nulluni jus sine remedium. (véase CoMoGLIO, 1998: 158 y ss.).
La vinculación entre Estado de derecho y derecho al debido proceso se muestra también en que,
al igual que sucede con el primero, también a este último le han sido asignadas (especialmente por la
doctrina estadounidense) dos facetas, formal y sustantiva. La primera hace referencia a una serie de
derechos procesales que, en el acceso al proceso y durante el proceso, garanticen un procedimiento
respetuoso de la autonomía de las partes en la protección de su vida, libertad o propiedad. El derecho
a la defensa y el derecho a la prueba forman parte de esta faz procesal del debido proceso, por lo que
me concentraré en ella. En su faceta sustantiva, en cambio, el debido proceso incorpora los derechos
humanos como límites materiales a las restricciones que el legislador, la administración o los órganos
judiciales puedan imponer a la libertad o los derechos de los individuos. Sobre la doble faceta del de
bido proceso en el sistema estadounidense puede verse L. TRIBE, 1978: 501563 y 886990; y sobre el
particular origen de la doctrina del debido proceso sustantivo en ese mismo sistema, véase WURMAN,
2020.
101
Véase WALDRON, 2011: 6.
102 Puede verse, por ejemplo, una detallada traslación de los derechos que integran el debido
proceso tanto a la jurisdicción penal como civil, en relación con el Convenio Europeo de Derechos
Humanos, en LEANZA, 2014a: 16 y ss., y 31 y ss. Véase también un análisis de la ideología del proceso
subyacente al derecho al debido proceso y a sus diversas garantías, desde un punto de vista internacio
nal y nacional comparado, en CoMOGLio,1998: 156171.
62 JOF.DI FERRER BELTRÁN
103 Véase también, en este sentido, GozAÍNI, 2004: 399. También se ha pronunciado repetida
mente en este sentido el TEDH. Puede verse una buena presentación de su jurisprudencia en SUMMERS,
2007: 99 y SS., y en LEANZA, 2014b: 114 y SS.
104
RAWLs, 1971: 238239 (cursivas añadidas). Véanse también, respecto de la relación entre Es
tado de derecho, debido proceso y derecho a la prueba, BURNs, 1999: 11 y ss.; SuMMERS, 2007: 97.
105 Véase TARUFFO, 1984: 7778; id., 2008: 56; también PICÓ I JUNOY, 1996: 35 y SS. He desarro
llado las exigencias del derecho a la prueba, como parte del derecho a la defensa y del derecho al debido
proceso, en FERRER BELTRÁN, 2007: 52 y SS.
106
Una exigencia mínima de la racionalidad es que la decisión se base en razones que la justi
fiquen sobre la base de algún criterio intersubjetivamente controlable. El problema de la vinculación
entre la prueba y el convencimiento o creencia del juez es que niega esa posibilidad de control intersub
jetivo y, por tanto, de aplicación de la racionalidad. Puede verse una reflexión general sobre los límites
a la discrecionalidad judicial y la necesidad de controles que impone el derecho al debido proceso en
CoMOGLIO, 2004: 374 y ss. En la misma línea, MATIDA y VIEIRA (2019: 227) consideran que disponer
de estándares de prueba debidamente formulados a nivel legislativo es una estrategia que permite com
patibilizar la libre valoración de la prueba con la necesidad de controlar la racionalidad de las decisiones
judiciales.
L
LA FORMULACIÓN DE UN ESTÁNDAR DE PRUEBA: REQUISITOS METODOLÓGICOS 63
art. 190 del Código Procesal Civil brasileño, presuponiendo, claro está, la disponibilidad del derecho
subjetivo.
109 Véase SUMMERS, 2007: 172 y SS.
64 JORDI FERRER BELTRÁN
113
En el mismo sentido, DIAMOND, 1990: 1727. Esta ha sido también la conclusión de la Corte
Suprema norteamericana, afirmando explícitamente que «esta Coite nunca ha aprobado la determina
ción caso a caso del estándar de prueba adecuado para un determinado procedimiento. Los estándares
de prueba, como otras "reglas procesales del debido proceso, responden al riesgo del error inherente al
proceso de averiguación de la verdad tal como se da en la generalidad de los casos, no en raras excep
ciones". Dado que tanto los litigantes como los juzgadores necesitan saber desde el inicio del proceso
cómo se distribuye el riesgo del error, el estándar de prueba necesariamente debe ser determinado
anticipadamente». Véase Santosky v. Kramer, 455 U.S., p. 757 (1982) (la cita interna corresponde a
Mathews v. Eldridge, 424 U.S. 319, 344. La primera cursiva es añadida y la segunda del texto original).
Se observará que la Corte Suprema americana vincula expresamente los estándares de prueba con el
debido proceso y que, en consecuencia, rechaza su determinación particularista. La incoherencia apa
rece, en cambio, cuando ofrece una versión subjetivista de los mismos estándares, porque, para decirlo
en términos de PARDO (2009: 1092), «una regla que instruye a los decisores a sacar las conclusiones
que ellos ya creen, después de observar las pruebas, funciona igual que no tener regla en absoluto».
114 PICINALI (2015: 142 y ss.) analiza las distintas maneras en que ha sido comprendido el están
dar de prueba del más allá de toda duda razonable (y el británico «estar seguro») y las maneras en que
se traduce en las instrucciones al jurado, señalando que al hacerlo los juristas académicos y prácticos
han olvidado poner énfasis en el razonamiento sobre la prueba que se debe desarrollar para determinar
si el estándar se satisfizo. Sobre el punto puede verse también ROBERTS y ZucKERMAN,2004: 366 y ss.
115 Véase DEI VECCHI, 2020a: 130.
116 Entender esta vinculación entre los criterios utilizados por los estándares de prueba para iden
tificar el umbral de suficiencia probatoria y los sistemas de valoración de la prueba, permite disolver el
problema planteado en la doctrina procesal italiana acerca de si el más allá de toda duda razonable (o
incluso el estándar de prueba 1 que propondré en el capítulo N) son realmente estándares de prueba o
criterios o métodos de valoración de la prueba. Al respecto de ese debate, pueden verse UBERTIS, 2013:
332333; IACOVIELLO, 2006: 3873 y ss.; id., 2013: 434439; TONINI y CoNTI, 2012: 78; FUSELLI, 2017:
5153.
66 JORDI FERRER BELTRÁN
117 A la misma idea apela Pardo cuando señala que la teoría de la prueba debe poderse integrar
coherentemente a nivel micro y macro. Así, por ejemplo, si a nivel macro se asume una concepción
inductiva no matemática de la probabilidad para dar cuenta del razonamiento probatorio, no se puede a
nivel micro asumir una noción de relevancia para la prueba según la cual una prueba es relevante si au
menta o disminuye la probabilidad matemática de las hipótesis a probar. Véase PARDO, 2013a: 104 y ss.
118 No es raro, en cambio, que en los países de tradición romanogermánica se exija la certeza
como estándar de prueba o se interpreten las formulaciones legales de los estándares en esos términos.
Entre lo más reciente, véase, por ejemplo, MENDES, 2019: 11351136. Sin embargo, por las razones
mencionadas en el texto, esto es claramente un error. Al respecto, véase también la crítica a la idea de
«certeza práctica» o «certeza moral», también presente en la cultura probatoria anglosajona, en TI
LLERS, 1993: 14761480, donde Tillers considera una contradicción en los términos exigir ese tipo de
certezas y asumir contemporáneamente que el razonamiento probatorio es probabilístico debido a que
se debe decidir en un contexto de incertidumbre.
119 En este sentido, entre muchísimos, pueden verse KAYE, 1979a: 45, nota41; TwINING, 1990:
209; STEIN, 2005: 81. .
120
En este epígrafe, seguiré muy de cerca la presentación que hice al respecto en FERRER BEL
TRÁN, 2007: 93 y SS. ' :
121
MACKIE (1973: 154) considera que «el concepto de probabilidad es extraordinariamente es
curridizo y enigmático». En cambio, BLACK (1984: 103104) considera que no hay una disparidad de
conceptos de probabilidad, sino más bien diferentes vías de verificación de afirmaciones de probabili
dad. En una línea afín, L. J. CoHEN (1977: 13 y ss.) sostiene que sí hay un elemento común a todos los
usos de la probabilidad, que estaría vinculado con la demostrabilidad, con la bondad inferencial, De este
modo, a distintos tipos de inferencia:pueden serles de utilidad distintas.concepciones de la probabilidad,
no excluyéndose, por tanto, entre ellas.
A partir de ahí, las diferentes concepciones de la .probabilidad serían modos de interpretar los
enunciados probabilísticos. Y sería posible también, como pretendió POPPER (1938: 275 y ss.) elaborar
~
una sintaxis de la probabilidad neutral a sus distintas interpretaciones. En cualquier caso, aun siendo
esta una discusión de gran importancia teórica, no es central para el tema del que me ocupo en este libro,
por lo que no me detendré en ella. Por ello, creo que lo que sigue puede mantenerse con independencia
de si estamos ante distintos conceptos de probabilidad o ante distintas interpretaciones de los enuncia
dos probabilísticos.
En la línea de lo planteado por Cohen, en las páginas que siguen se analizará qué concepción de
la probabilidad es adecuada para dar cuenta del razonamiento probatorio en el derecho, sin que ello
signifique que las otras concepciones sufran algún tipo de déficit: simplemente, no son de aplicación al
problema analizado.
122 KA.YE (1988: 35) distingue hasta siete tipos de probabilidad, aunque, como él mismo reconoce
extrañamente, no es una lista exhaustiva ni excluyente. Otras clasificaciones, entre las muchas exis
tentes, pueden verse también en BARNETT, 1973: 6495; MAcKIE, 1973: 154188; Goon, 1983: 701;
An. MURA y Al. MURA,2018: 241 y ss. La clasificación que se presenta en el texto corresponde básica
mente con la elaborada por SA v AGE (1954), aunque él denomina probabilidad objetiva a la estadística,
personalista a la subjetiva y necesaria a la lógica o inductiva.
123 Véase HACKING, 1975: 161.
-·- ····· ·· ~~~
124
Véase, al respecto, DÍEZ y MOULINES, 1997: 408.
L. J. COHEN, 1989b: 76.
125
126
Para una presentación crítica de los problemas de la tesis de Carnap, véase, por todos, L. J.
COHEN, 1989b: 120 y SS.
~
127 Una explicación clara y simple de la noción de «apuesta holandesa» puede verse en P APINEAU,
2012: 9899.
128 Si el discurso pretendiera ser descriptivo de cómo razonan Jos jueces, tribunales o jurados en
materia de hechos, encontraría, como señala ScHUM (1986: 837), graves dificultades, por cuanto en mu
chas ocasiones ese razonamiento se produce detrás de una «cortina cerrada», de forma opaca al público,
cuando no se produce simplemente en la mente del juez individual. Otra cosa sería pretender dar cuenta
del razonamiento que se expresa en las motivaciones de las resoluciones judiciales. En ese caso, la
dificultad podría encontrarse en Ja falta de objeto de estudio, por cuanto es conocido, por ejemplo, que
los jurados no motivan sus decisiones sobre los hechos y que en muchas ocasiones los jueces togados lo
hacen de forma parca e insuficiente. En todo caso, no es descriptivo el estatuto del discurso que sigue.
129 Es posible que algunas de las concepciones tengan una aplicación parcial u ocasional, como
se verá enseguida en el caso de la probabilidad frecuentista o estadística. Pero lo que interesa encontrar
es un esquema de razonamiento que dé cuenta de la estructura general del razonamiento probatorio.
ScHUM (1986: 826 y ss.) distingue cinco grandes «escuelas» del razonamiento probatorio: 1) la
escuela Pascal/Bayes de la probabilidad y la incertidumbre; 2) la escuela Bacon/Mill/Cohen de la pro
babilidad inductiva; 3) la escuela Shafer/Dempster de las creencias no aditivas; 4) la escuela de Zadeh
, ~~ ~·~~~~~~~~~~~
134 L. J.
CoHEN, 1977: 75. Al respecto puede verse también, por ejemplo, KAYE, 1978b: 104;
RHEE, 2007: 289.
135 Por efecto del denominado principio de la negación o de la complementariedad. En la nota
ción de la probabilidad matemática, 1 representa la certeza de la ocurrencia del hecho y O la certeza
de su no ocurrencia. Entre O y 1 se sitúan las medidas de la probabilidad. Pues bien, el principio de la
negación o de la complementariedad establece que Pr(p) es igual a 1 Pr(--.p) o, si se prefiere, que
Pr(p) + Pr(--.p) = 1, de forma que ambas probabilidades son siempre complementarias.
136 Según el cual, en su formulación probabilística numérica, una hipótesis está probada si su
pera la probabilidad del 0,5. El ejemplo puede adaptarse también para la responsabilidad penal: basta
suponer que 995 de los 1.000 espectadores no pagaron, de manera que la probabilidad estadística de
que cada uno de ellos no haya pagado la entrada sería del 0,95. ¿Estaría entonces justificada la con
dena penal sobre la base de una probabilidad estadística tan alta? NESSON (1979: 11921193) plantea
un ejemplo similar en el ámbito penal: así, propone considerar la situación en que un guardia muere a
manos de los presos en una determinada sección cerrada de la cárcel. La única información disponible
es que en dicha sección habitan 25 presos, de los cuales 24 participaron en el homicidio, pero no hay
ningún dato que permita identificar al preso que no participó. Siendo así, desde el punto de vista estadís
tico, la probabilidad de que cada uno de los 25 presos participara en el homicidio es de 24/25, es decir,
de un 0,96. De nuevo, ¿podríamos justificar la condena penal sobre la base de esta sola probabilidad
estadística tan alta?
137 Véanse, entre otros muchos, G. Ll. WrLLIAMS, 1979; KAYE, 1979b y 1981; EGGLESTON, 1980;
L. J. COHEN, 1980; ALLEN, 1986; FIENBERG, 1986; LEMPERT, 1986; SHAVIRO, 1989; SCHAUER, 2003:
84 y SS.
138 Nsssox (1985: 1357 y 1379) ha conjeturado que serían objeto en el proceso estadounidense de
un direct verdict, de modo que el juez ni siquiera admitiría que el caso llegase ante el jurado.
139
Se puede negar la separación categorial entre pruebas individuales y estadísticas sobre la base
de argumentos epistémicos o prácticos. Los primeros asumen que a partir de información estadística es
posible (aunque a veces se reconoce que puede ser más difícil) justificar epistémicamente conclusiones
sobre hechos individuales. Los segundos ofrecen razones de coste/beneficio para el uso de información
estadística para fundar decisiones en el proceso judicial. Podrá observarse que algunos de los argumen
tos que siguen son de tipo epistémico y otros de tipo práctico. Sobre estos tipos de argumentos, en el
marco del debate sobre la distinción entre pruebas individuales y estadísticas, véanse ScHOEMAN, 1987:
187 y ss.; REDMAYNE, 2008: 245; ENOCH, SPECTRE y FrSHER, 2012: 200 y SS.
º
14
Véase ALLEN, 1986: 50. En el mismo sentido, BRILMAYER, 1986: 676; y KoEHLERy SHAVIRO,
1990: 250.
141
KAYE (1979a: 40), sin discutir la base del argumento, ha advertido que considerar la sola
prueba estadística como insuficiente podría incentivar que las partes produzcan pruebas adicionales, de
modo que esta estrategia produzca una minimización de los errores. Otros autores han rechazado este
argumento sobre la base de que no se toma a cada individuo como un fin en sí mismo, o sobre conside
raciones de eficiencia, etc. No discutiré estos y otros contraargumentos, sino más bien el fundamento
epistemológico de la tesis de Allen.
parecería ser del 0,8. De modo que si se condenara a esa compañía a resarcir
los daños del accidente se acertaría en el 80 por 100 de los casos y se erraría
solo en el 20 por 100.
El argumento de la minimización de errores parece epistemológicamente
fundado. Pero no debemos dejarnos llevar por una impresión superficial y
conviene analizar algo más sus presupuestos.
La epistemología no está interesada solo en la reducción de errores y el
derecho tampoco. La justificación de una decisión sobre los hechos tiene una
doble cara (o hay dos tipos de justificaciones, si se prefiere): una material y
una procedimental. Desde el primer punto de vista, podemos decir que una
decisión está justificada si la proposición que se declara probada es verdadera.
En el sentido procedimental, en cambio, la decisión está justificada si la hi
pótesis que se declara probada tiene suficiente apoyo en los elementos de jui
cio disponibles 142. La misma distinción puede presentarse en términos de la
verdad y la validez de la decisión adoptada. Pues bien, tanto al derecho como
a la epistemología general no le interesa el acierto por casualidad. Una deci
sión judicial no está justificada si declara probada la hipótesis verdadera por
casualidad (porque no dispone de corroboración suficiente). Siendo así, el ar
gumento de Allen sería epistemológicamente adecuado si la hipótesis de que
el causante del accidente de la Sra. Smith fue un autobús de la Compañía de
Autobuses Azules resultara verdadera y suficientemente corroborada por los
elementos de juicio disponibles.
Para que esa condición se cumpla, es necesario que se pueda transitar
desde la probabilidad frecuentista aplicada a eventos a la probabilidad
de proposiciones. De «el 80 por 100 de los autobuses azules de la zona son
propiedad de la Compañía de Autobuses Azules» (probabilidad frecuentista)
debe poderse pasar a «la probabilidad de que sea verdadera la proposición
"el autobús azul causante del accidente de la Sra. Smith es propiedad de la
Compañía de Autobuses Azules" es del 0,8» (probabilidad aplicada a proposi
ciones). Los teóricos de la probabilidad subjetiva han sostenido habitualmen
te que esa inferencia es posible, utilizando la probabilidad estadística como
probabilidad a priori de su razonamiento 143. Ahora bien, puedo adelantar ya
que, por razones en buena parte independientes de los problemas analizados
hasta el momento, tampoco creo que el cálculo de probabilidades subjetivas
sea el método adecuado para dar cuenta del razonamiento probatorio. Por ello,
aunque fuera posible pasar de la probabilidad estadística a la subjetiva, cosa
que no voy a entrar a discutir aquí, ello no representaría un paso adelante
para la labor que me ocupa. El nudo que hay que desatar responde, en realidad
a la pregunta de si es posible pasar de la probabilidad estadística o frecuentista
144
Más concretamente aún, a la probabilidad inductiva en su versión baconiana, que no admite
el cálculo matemático.
145
Véase, al respecto, KEYNES, 1921: 94. En el mismo sentido, AYER (1972: 28) afirmó que «el
juicio que asigna a los miembros de la clase de los fumadores una determinada probabilidad de morir
por un cáncer de pulmón es[ ... ] estadístico; pero el juicio de que un determinado fumador individual
probablemente morirá por un cáncer de pulmón, si es genuinamente un juicio acerca de ese individuo y
no sobre la clase de los fumadores a la que pertenece, es un juicio de credibilidad».
146
El propio Allen ha presentado recientemente este problema para mostrar las dificultades de
la aplicación de modelos matemáticos de probabilidad. Supongamos que la Compañía de Autobuses
Azules es propietaria del 75 por 100 de los autobuses de la ciudad en que se produjo el accidente y la
Compañía de Autobuses Rojos del 25 por 100 restante. Pero puede suceder que en el barrio concreto en
que se produjo el accidente, la proporción sea exactamente la inversa. Y otra también la de los autobuses
que transitan por la calle por la que circulaba la Sra. Smith, etc. ¿Cuál es la clase de referencia adecuada
sobre la que deberíamos establecer las frecuencias relativas? Parece que la respuesta podría ser que
debe tomarse la clase de eventos más cercana a las propiedades del hecho individual, pero esto solo se
puede hacer abandonando la probabilidad estadística y usando pruebas individualizadas sobre el hecho
individual en cuestión (Ar.LENy PARDO, 2007a: 109110 y 1¡3; también PARDO, 2005: 374383). En
general, sobre el problema de la clase de referencia, pueden verse COLYVAN, REGAN y F'ERSON (2001);
CHENG (2009); Ar.LEN (2017: 136), y el Volumen monográfico del Intemational Joumal of Evidence
and Proof, 11, 2007, que incluye artículos de RoBERTS (2007), PARDO (2007a), NANCE (2007), Co
LYVAN Y REGAN (2007), RHEE (2007), LAUDAN (2007) y Ar.LEN y PARDO (2007a: 111 y ss., y 2007b ).
Por otro lado, es muy ilustrativo observar la extraordinaria similitud de este argumento con el que usó
por primera vez LYONS (1965: caps. III y IV) para mostrar que el utilitarismo de reglas colapsa en el
utilitarismo de actos.
, ~·
147 ENOCH, SPECTRE y FISHER, 2012: 204. Véase también, con mayor desarrollo y más reciente,
ENOCH y FISHER, 2015.
148 THOMSON (1986: 208) había planteado algo parecido desde el punto de vista de las pruebas
sobre 'p' que se toman como fundamento de la creencia en 'p': para justificar la creencia de A en 'p', su
«razón para creer que pes verdadera tiene que asegurar, o garantizar, que pes verdadera» (cursiva en
el original), lo que no se cumple en el caso de la prueba estadística aducida para fundar la creencia en la
ocurrencia de hechos individuales. Volveré sobre la relación entre prueba y creencias en el capítulo ID.
149 Y puede tenerla también respecto de la aceptación general hacia el propio sistema jurídico y
el sistema de justicia.
150
Véase FERRER BELTRÁN, 2007: 30. En el mismo sentido, entre otros, PARDO, 2007b: 3.
151
Un argumento parecido, en contra de la utilización de la prueba del carácter, concebida como
prueba estadística intrapersonal, puede verse en SANCHIRICO, 2001: 1277 y ss., y en ENOCH, SPECTRE
y FISHER, 2012: 216 y SS.
152
Véase ScHAUER, 2003: 87 y ss.
153
Según este principio, el valor esperado de un resultado incierto es igual a la multiplicación del
valor de las consecuencias de ese resultado por la probabilidad de que esas consecuencias tengan lugar.
Así, si alguien tiene que tomar una decisión acerca de su participación en uno de dos concursos, puede
realizar un cálculo de este tipo: si tiene un 0,2 de probabilidades de ganar el concurso., cuya consecuen
cia directa es un premio de 100.000 euros, entonces el valor esperado de la decisión de participar en ese
concurso es de 20.000. Por el contrario, si ese mismo sujeto tiene un 0,7 de probabilidades de ganar el
consurso, cuya consecuencia directa es un premio de 30.000 euros, el valor esperado de la decisión de
participar en ese concurso es de 21.000.
154
SCHAUER, 2003: 8889.
155
!bid.: 89.
LA FORMULACIÓN DE UN ESTÁNDAR DE PRUEBA: REQUISITOS METODOLÓGICOS 77
156 La hipótesis probabilística afirma que la frecuencia con que se da un evento en una serie
determinada es x. Por supuesto, cabe hablar de la probabilidad de que sea verdadera una hipótesis pro
babilística. Véase L. H. TRIBE, 1971: 1338.
·~~ · ~
país. O también el caso en que el legislador estableciera como criterio para de
terminar la existencia de discriminación sexual en una empresa el porcentaje
de hombres y mujeres contratados en cada una de las categorías laborales. En
esos casos, la prueba de una hipótesis de este tipo, por su propia naturaleza, no
podría ser más que estadística dado que la propia hipótesis a probar no estaría
referida a hecho individual alguno. Esta es la más clara de las utilizaciones
legítimas de la prueba estadística en el proceso judicial 157•
El argumento de las generalizaciones. El tercer y último argumento que
pretendo abordar aquí tiene que ver con el uso en el razonarniento probatorio
de generalizaciones no espurias (y no universales). Una generalización espu
ria es aquella que no tiene base empírica, pudiendo·ser un prejuicio, por ejem
plo. Una generalización no espuria es aquella que dispone ele base empírica,
aunque no sea una generalización universal. Sostener que los perros pitbull
son agresivos tiene base empírica, aunque no todos los perros pitbull sean
agresivos (y aunque no lo sean siquiera la mayoría). Con ello se quiere indi
car que el porcentaje de los perros pitbull que son agresivos es mayor que el
porcentaje de perros de otras razas que lo son. No toda generalización es una
frecuencia estadística, pero toda frecuencia estadística es una generalización ..
Discutiré en lo que sigue la defensa realizada por Schauer del uso de genera
1
157
Al respecto, véanse LEMPERT, 1986: 442443; TARUFFO, 1992: 220 y SS.
158
Para ello, alega las dudas sobre la fiabilidad que presenta la prueba testi:fical, como ejemplo
paradigmático de prueba individualizada (SCHAUER, 2003: 92 y ss.). Este es, no obstante, un argumento
algo sesgado. También puede ser una prueba individualizada un peritaje técnico o científico, una prueba
documental, una grabación en imagen de un accidente, etc. Cada una de ellas tendrá sus problemas
de fiabilidad, pero seguramente serán menores que los planteados por la prueba testifical (en general,
efectivamente, sobrevalorada). Por otra parte, supuesto que fuera legítimo decidir sobre la base de la
nuda prueba estadística en casos como el del accidente de la Sra. Smith, podríamos cambiar el ejemplo
de los autobuses azules de manera que la Compañía de Autobuses Azules sea propietaria del 52 por
100 de los autobuses de la zona y no del 80 por 100. En ese caso, seguiría siendo adecuado condenar
a esa compañía a resarcir por los daños del accidente, aunque la ratio de errores sería ahora del 48 por
100 (y no del 20 por 100, como en el ejemplo presentado páginas atrás). Lo que quiero mostrar es que
es contingente que la ratio de errores sea mayor o menor mediante el uso de pruebas estadísticas o de
pruebas individualizadas. Por eso, el argumento contra el uso de la nuda prueba estadística como funda
mento general del razonamiento probatorio cuando la hipótesis no sea probabilística en sí misma es el
de la invalidez del razonamiento: la conclusión no está fundada en las premisas.
LA FORMULACIÓN DE UN ESTÁNDAR DE PRUEBA: REQUISITOS METODOLÓGICOS 79
165
Véase una excelente presentación en HACKING, 1975: 109116.
166
Una buena presentación del debate puede verse en PARK y SAKS, 2006: 984 y ss.
167
En este sentido, TrLLERS y GoTTFRIED (2006: 141 y ss.) insisten en que toda probabilidad
estadística es matemática, pero no toda probabilidad matemática es estadística.
168 Al. MURA, 2003: X.
112 El cálculo se presenta como recursivo y acumulativo sobre cada uno de los elementos de juicio
disponibles. Previo a conocer E, el juzgador puede ya haber evaluado otros elementos de juicio. El
problema es la determinación de la probabilidad de H previa a la evaluación del primer elemento de
juicio disponible.
··--_J
82 JORDI FERRER BELTRÁN
173
Una presentación panorámica de la utilización de la probabilidad bayesiana aplicada al razo
namiento probatorio jurídico puede verse en NANCE, 2001: 1595 y ss.
174
Esto lleva a DE FINETTI (1970: 244245) a sostener que el resultado final no es una corrección
de la probabilidad previa de la hipótesis del grado de creencia previo lo que daría a entender que
había algo que corregir, sino una consecuencia de esa probabilidad previa en conjunción con el grado
de creencia en el nuevo elemento de juicio.
175
Véanse, por ejemplo, LEMPERT, 1986: 463 y ss.; MARTIN, 1986: 710711.
176
Otra posibilidad es la que presenta KAYE (1986: 662, 670), siguiendo a LEMPERT (1977: 1021),
consistente en determinar la probabilidad inicial sobre la base de lo que harían los jurados o jueces idea
les. Pero esto no resuelve el problema si no hay un criterio de asignación de probabilidades iniciales,
aunque sea para los jueces o jurados ideales o un método de conocimiento que permita a los juzgadores
reales saber qué harían los juzgadores ideales. Sin ese criterio el modelo, que es normativo, resulta
inútil, puesto que no podemos determinar cuándo los jueces y jurados reales se han comportado como
los ideales.
177
DE FINETTI, 1969: 14.
De esta forma, en el caso en que dos jueces (jurados, tribunales, etc.) dis
crepen acerca de la valoración de la prueba, atribuyendo una probabilidad
final. distinta a las hipótesis sobre los hechos a partir del mismo conjunto de
elementos de juicio, el cálculo de probabilidades subjetivas no es apto para
decimos cuál de esas valoraciones es la adecuada (si lo es alguna de ellas) 181•
Es más, es posible que de acuerdo con la probabilidad subjetiva lo sean todas
ellas (con la condición de que la asignación de probabilidades de cada sujeto
sea internamente coherente, en el sentido de que no pueda ser objeto de una
«apuesta holandesa»), aunque sean muy divergentes y produzcan consecuen
cias jurídicas absolutamente diversas, siempre que hayan partido de probabi
lidades iniciales distintas 182• Por ello, un esquema de razonamiento como este
podría tener utilidad como forma de control racional en el marco de las teorías
de la prueba que vinculan el resultado probatorio con la convicción judicial
o las creencias del juez o del jurado 183• El cálculo mediría, en ese caso, si el
178 Entre otros muchos, véanse en este sentido, COHEN y NAGEL, 1934: 1945; L. H. TRIBE, 1971:
1348; KOEHLER y SHAVIRO, 1990: 256; RlvADULLA, 1991: 203 y ss.; SCANDELARI, 2000: 845; WA
LLISER, ZWIRN y ZWIRN, 2003: 59.
179 Véase Al. MuRA, 2003: xxxi,
investigador sobre la ocurrencia real de un determinado evento o de una enfermedad». Como hipótesis
explicativa del impacto que ha tenido esta concepción probabilística subjetiva del razonamiento proba
torio, creo que es plausible vincularla, precisamente, a la errónea vinculación entre prueba y convicción
judicial (o del jurado), tanto en el ámbito del civil law como del common law.
184
Hay una tesis adicional que resulta importante aquí: los bayesianos sostienen que si dos per
sonas comparten la información empírica disponible y tienen creencias previas coherentes tenderán,
después de la aplicación sucesiva del método de cálculo, a converger respecto de la probabilidad a pos-
teriori de la hipótesis, dados los elementos de juicio. Pero esta tesis no está demostrada empíricamente
y, aunque lo estuviera, no resuelve el problema planteado: aunque los sujetos tiendan a converger a la
larga, necesitamos un parámetro de racionalidad intersubjetiva para cada una de sus decisiones, que no
puede ser el punto de convergencia que aún no se ha dado.
185
Véase PosNER, 1999: 1508 y 1514.
186
Cfr. FRIEDMAN, 2000: 874. Al respecto de este problema, entre otros, pueden verse también
STE!N, 1996a:, 35 y ss.; LAUDAN, 2006: 151 y ss.; DAHLMAN, 2018: 25 y SS.
187
State v. Skypper, 637 A.2d 1101, en 1107 [Conn., 1994]. Puede verse un relato del caso y el
cálculo de probabilidades en STEIN, 2005: 86.
LA FORMULACIÓN DE UN ESTÁNDAR DE PRUEBA: REQUISITOS METODOLÓGICOS 85
inicial positiva para tener alguna utilidad. En otras palabras, el Teorema de Ba
yes solo puede funcionar si no tomamos en cuenta la presunción de inocencia.
Parece, pues, este un problema difícil de salvar para la concepción subje
tivista bayesiana de la probabilidad 188•
Si la probabilidad subjetiva fuera capaz de dar cuenta de la estructura del
razonamiento probatorio, los estándares de prueba deberían formularse ape
lando a criterios propios de ese tipo de probabilidad, lo que se traduce básica
mente en determinar el umbral numérico de probabilidad que debe alcanzarse
para considerar probada una hipótesis sobre los hechos. Pero ese umbral nu
mérico no diría nada sobre el nivel en que las pruebas corroboran la hipótesis
sino sobre el grado de confianza del juzgador en que lo hagan, lo que incum
pliría el primer requisito desarrollado en este capítulo.
Por otro lado, si la probabilidad subjetiva mide la racionalidad del cam
bio de creencias, se produce una razón más de inadecuación para el análisis
del razonamiento probatorio. La corrección de un enunciado probatorio del
tipo «está probado que p» (sobre la base de un conjunto de elementos de jui
cio e) no depende de las creencias del juzgador sino de los elementos de juicio
disponibles y un estándar de prueba determinados 189• Para ello el método de
188 Algunos autores (como MARTIN, 1986: 711) han sostenido que, a diferencia del proceso civil,
en el proceso penal la presunción de inocencia exige que la probabilidad inicial sea inferior a la de
una apuesta paritaria sobre la hipótesis de la culpabilidad. Pero el problema permanece: asignar, por
ejemplo, una probabilidad de 0,4 a la hipótesis es también atribuirle una probabilidad positiva. Y si se
le atribuye una probabilidad O para evitar el problema, el resultado final del cálculo, con independencia
de los demás valores, será siempre O.
189 Que hacen al enunciado probatorio aceptable para su incorporación al razonamiento judicial.
Sobre la noción de aceptabilidad de los enunciados probatorios volveré en el capítulo III.
El mismo problema señalado en el texto se plantea también centralmente en el modelo de va
loración de la prueba planteado por SHAFER (1976), dado que vincula de forma necesaria prueba y
creencia, analizando el valor de la prueba en funciones de creencia. También la denominada escuela
escandinava del valor probatorio, cuyos precursores son Ekelof, Halldén y Edman, comparte los mis
mos problemas. Respecto de la presentación realizada hasta el momento de la escuela bayesiana de la
probabilidad subjetiva aplicada al razonamiento probatorio jurídico, la escuela escandinava del valor
probatorio comparte buena parte de sus presupuestos fundamentales: «l) el objeto de las creencias
son proposiciones que expresan hipótesis fácticas y pruebas sobre la verdad de esas hipótesis; 2) la
confianza en la verdad de estas proposiciones es cuantificable por medio del cálculo de probabilidades;
3) el cálculo de probabilidades es un sistema de lógica con el que podemos demostrar deductivamente
que la creencia con un cierto grado de probabilidad en la verdad de ciertas proposiciones implica que
debemos creer con un cierto grado de probabilidad en otras proposiciones determinadas, y 4) el teorema
de Bayes es la regla para calcular la probabilidad de que una determinada proposición A sea verdadera
dado que se conoce que es verdadera otra proposición B que contiene informaciones relevantes para la
verdad de A» (GARBOLINO, 1997: ixx), La particularidad de la escuela del valor probatorio es que pone
el acento en la relación probatoria entre A y B. Considera que lo relevante en el proceso no es tanto si A
es o no verdadera sino en qué medida B prueba la verdad de A. Se trata, pues, de evitar los aciertos ca
suales (sobre la verdad de A) no basados en las pruebas existentes. Esta me parece una buena intuición,
pero no evita aún los problemas señalados en el texto si no se desvincula de las creencias subjetivas.
Por otro lado, se presentan también buena parte de los problemas ligados al uso del cálculo matemático
de probabilidades, excepto los vinculados con el principio de complementariedad para la negación, que
esta escuela rechaza. Una buena colección de ensayos de esta escuela de razonamiento probatorio pue
de verse en GARDENFORS, HANSSON y SAHLIN, 1983. Véanse también SAHLIN y RABfNOWICZ, 1997;
~~.~ ~~~~~
·~~ ~~~~~~
DAVIS y FOLLETTE, 2002; FINKELSTEIN y LEVIN, 2003; FRIEDMAN y p ARK, 2003. Un análisis crítico de
estos últimos trabajos puede verse enALLEN y PARDO, 2007a.
190 An. MURA y Al. MURA (2018: 263) argumentan que el tipo de probabilidad adecuada para dar
cuenta del razonamiento sobre los hechos es dependiente del tipo de decisión que deba tomarse (es,
pues, contextual). Si la decisión es individual y en el propio interés, la probabilidad subjetiva parece
adecuada para dar cuenta de la racionalidad de la decisión. En cambio, las expectativas del sujeto de
cisor (juez o jurado), la probabilidad a priori que asigne, su subjetiva evaluación de las pruebas y su
disposición a apostar por una hipótesis no parecen ingredientes adecuados para justificar decisiones
públicas sobre terceros.
191
LAUDAN, 2006: 124. En un sentido parecido, para rechazar que la probabilidad subjetiva pueda
dar cuenta del razonamiento probatorio, se expresaALLEN (2014: 215): «Se supone que los juzgadores
de los hechos deben decidir sobre los hechos y no expresar.sus idiosincráticos estados mentales». Por
eso resulta totalmente desencaminada la siguiente observación de Wigmore, señalando que la dificultad
para formular un estándar de prueba es que no hay forma de medir la intensidad de las creencias. En
sus palabras: «La verdad es que nadie ha inventado o descubierto aún la manera de medir la intensidad
de la creencia humana. Por ello, no hay un modo de comunicar exitosa e inteligiblemente al jurado
un método adecuado de análisis de sus propias creencias. Si se toma esto en consideración, los tribu
nales dejarán de tratar como necesaria o decisiva jurídicamente para ese propósito cualquier formula
ción lingüística particular; porque el derecho no puede esperar hacer lo que la lógica y la psicología
no han hecho todavía» (WIGMORE, 1940: 325, sección 2497). De ahí, infieren TlLLERS y GOTTFRIED
(2006:148) que, si Wigmore tiene razón «Y los estándares de prueba son reglas jurídicas que requieren
a los decisores sobre los hechos que tengan un grado de certeza especificado acerca de tipos de hechos
LA FORMULACIÓN DE UN ESTÁNDAR DE PRUEBA: REQUISITOS METODOLÓGICOS 87
también especificados [ ... ], parece seguirse que [ ... ] sería mejor que los estándares de prueba [standards
of persuasion] dejen de existir». El error, como hemos visto, es vincular los estándares de prueba con
las creencias del juzgador (de lo que ya es indicativo el nombre standard of persuasion). Una vez esta
blecido que el estándar de prueba no debe utilizar criterios relativos a las creencias de los juzgadores,
el problema desaparece y miles de sentencias y comentarios doctrinales pierden sentido. En el mismo
sentido, CAPRIOLI, 2008: 106107. Para decirlo otra vez en palabras de LAUDAN (2006: 124125): «En
caso de que no haya quedado claro por qué lo anterior pervierte el orden lógico de las cosas. Imagine
mos que decimos a los matemáticos que de ahora en adelante pueden considerar que cuentan con prue
bas legítimas de algún teorema si es el caso de que están firmemente convencidos de que el teorema es
verdadero. O supongamos que le dijéramos a los epistemólogos que tienen una prueba de la existencia
de un nexo causal entre A y B si es que están altamente convencidos de que tal vínculo existe. Políticas
probatorias como las anteriores no pueden más que causarnos risa».
192 En el mismo sentido, WALTON, 2014: 5758.
193 Véase HAAcK, 2003a: 76; id., 2013: 75 y ss.
194 !bid., 7677.
195 Estas no son las únicas dificultades que presenta la probabilidad matemática para dar cuenta
del tipo de inferencias que caracterizan el razonamiento probatorio. L. J. CoHEN (1977: 49120) pre
sentó seis problemas específicos que hacen inadecuada la probabilidad matemática para dar cuenta del
razonamiento probatorio jurídico. Al respecto, véase también FERRER, 2007: 114120.
196 En el mismo sentido, en relación con la formulación de los estándares de prueba, véase RI
SINGER, 2018: 973 y SS. TILLERS y GOTTFRIED (2006: 145146) recuerdan que cabe también el cálculo
matemático de probabilidades no numéricas. Para evitar entrar en ese debate, a los efectos de este
trabajo, el rechazo de la probabilidad matemática debe entenderse referido a la probabilidad calculable
numéricamente.
88 JORDI FERRER BELTRÁN
197
Puede verse una extensa y buena presentación de su evolución y sus problemas en AisA Mo
REU, 1997: 43234.
198
Esto tiene la extraña consecuencia de que las leyes de la ciencia serían enunciados cuya verdad
no dependería del mundo sino del lenguaje: serían afirmaciones lógicas y, por tanto, a priori.
199
También los problemas de determinación de las probabilidades a priori, con el agravante de
que si la relación de confirmación es una relación lógica, no dependiente de información empírica,
entonces las probabilidades a priori no pueden tampoco determinarse sobre la base de información
empírica. Y entonces, ¿cómo se determinan?
LA FORMULACIÓN DE UN ESTÁNDAR DE PRUEBA: REQUISITOS METODOLÓGICOS 89
200 Véase, al respecto, L. J. CoHEN, 1977; id., 1989b. También TwINING (1990: 119 y ss.) asume
aquí que considero la doctrina de que el grado de corroboración -o de aceptabilidad- no puede ser
una probabilidad, como uno de los hallazgos más interesantes de la filosofía del conocimiento». Sin
embargo, creo que vale la pena precisar que Popper estaba pensando en el cálculo de probabilidades
de carácter subjetivo: «Con el nombre de "el problema del grado de corroboración" quiero decir el que
consiste en [ ... ] ii) hacer ver que esta medida no puede ser una probabilidad: o, con mayor precisión,
que no satisface las leyes formales del cálculo de probabilidades» (POPPER, 1935: apéndice IX, 360).
No es extraño en la literatura sobre prueba encontrar esa reducción del concepto de probabilidad a la
probabilidad matemática. Así, por ejemplo, FRIEDMAN, 1996: 1821; Ar.LEN, 2014: 213215; id., 2017:
134 y ss., quien lleva a cabo una reducción parecida del concepto de probabilidad para rechazar toda
90 JORDI FERRER BELTRÁN
reconstrucción probabilística del razonamiento probatorio .. Como alternativa, propone dar cuenta de
este razonamiento a través de la inferencia a la mejor explicación (ALLEN, 2014: 216219), sin percibir
que esa no es más que una de las formas de estructurar la probabilidad inductiva (lo que parece intuirse
enALLEN, 2017: 134). ScHUM (1994: 243261), en cambio, reconoce otras nociones de probabilidad
no matemáticas, con expresa mención a la que Cohen denomina baconiana, a la que considera perfec
tamente aplicable al razonamiento probatorio jurídico. En el mismo sentido, puede verse una excelente
presentación enANDERSON, SCHUM y Tw!NING, 2005: cap. 9, 303 y ss.
203
Véase L. J. COHEN, 1977: 245281.
204
L. J. COHEN, 1989b: 147. Se podría decir, pues, que la probabilidad baconiana constituye una
métrica para lo que Keynes denominó el peso de la prueba (L. J. COHEN, 1986a: 276278; id., 1986b:
644645).
~·
i
~ ~·· ~
LA FORMULACIÓN DE UN ESTÁNDAR DE PRUEBA: REQUISITOS METODOLÓGICOS 93
formuló distintas hipótesis que pudieran explicar los datos disponibles. Una
hipótesis ampliamente aceptada en el momento fue que la fiebre era causada
por «influencias epidémicas» que se extendían por distritos enteros y que pro
ducían la fiebre puerperal en mujeres que acababan de dar a luz. Pero esta hipó
tesis no es capaz de dar cuenta del hecho de que dos divisiones adyacentes de
maternidad fueran afectadas de modo tan distinto y recurrente por la epidemia.
!
94 JORDI FERRER BEL1RÁN
210
En este sentido, entre muchos, HEMPEL, 1966: 33; SALMON, 1967: 111114.
211
Véase HEMPEL, 1966: 33 y ss. También POPPER, 1963: 73, quien afirma que «es muy cierto
que cualquier hipótesis que elijamos habrá sido precedida por observaciones; por ejemplo, las observa
ciones que trata de explicar. Pero estas observaciones presuponen a su vez la adopción de un marco de
referencia. Un marco de expectativas, un marco de teoría», Algunos autores han sostenido que el proce
so de generación de hipótesis es de carácter abductivo y tiene, en consecuencia, su propia metodología
(véanse, p. ej., BoNORINO, 1989: 209 y ss.; TuzET, 2014c: 124129). Aunque tengo mis reservas sobre
la autonorrúa del razonamiento abductivo, no entraré aquí a ese debate, puesto que nos llevaría dema
siado lejos y no es central a mi argumento. Algo más diré al respecto, sin embargo, en el capítulo rv.
212
BUNGE, 1967: 200 y 237242.
LA FORMULACIÓN DE UN ESTÁNDAR DE PRUEBA: REQUISITOS METODOLÓGICOS 95
trastación efectiva o por razones inherentes a la propia hipótesis 213, etc. Pues
bien, formulada ya la hipótesis, ¿qué hacemos con ella? Semmelweis formuló
finalmente la hipótesis de que la causa de la fiebre puerperal era una infec
ción por contacto con «materia cadavérica». Dado el conocimiento previo
existente, pudo inferir que, si la hipótesis era correcta y el personal sanitario
se desinfectaba con sal dorada, entonces se produciría un descenso en los
índices de mortalidad posparto. Esta es una consecuencia empírica contras
table de la hipótesis que, en caso de producirse, aportaría apoyo inductivo (o
corroboración, contrastación, como se prefiera) a la misma. La corroboración
de una hipótesis supone, pues, la posibilidad de predecir214 algún evento o
estado de cosas empíricamente contrastable. Ahora bien, la hipótesis por sí
sola no permite en general derivar una predicción que le aporte apoyo induc
tivo. Es necesario también suponer una serie de conocimientos previos del
mundo que se denominan «supuestos auxiliares» (SA). En el ejemplo que he
venido presentando, Semmelweis supuso que la sal dorada eliminaría los
agentes infecciosos, lo que presupone un conocimiento acerca de las propie
dades de este producto y de los efectos que produce sobre las bacterias, etc.
Solo de este modo puede predecirse que si el personal sanitario se lava con sal
dorada dejaran de producirse las infecciones 215• Finalmente, que el personal
se lave con sal dorada constituye lo que se denomina «condiciones iniciales»
( Cl), que son los hechoscondicionantes particulares que deben darse para
que se ocurra lo predicho.
Puede ya advertirse que la estructura del razonamiento realizado es la si
guiente:
(1) HySAyCI~P
213 De nuevo, un ejemplo puede resultar iluminador: a finales del siglo XVII el astrónomo Edmond
Halley inició un estudio sobre la órbita de los cometas y sostuvo la hipótesis de que, al menos algunos
de ellos, seguían órbitas elípticas. Bajo esta hipótesis, sostuvo que el cometa avistado en 1682 era el
mismo que el que había pasado cerca de la Tierra en 1531 y 1607. En 1705, Halley publicó la predicción
de que el mismo cometa aparecería a finales de diciembre de 1758 como elemento de corroboración
de su teoría de las órbitas elípticas de los cometas. La predicción de Halley es claramente contrastable,
pero no lo era de forma inmediata. De hecho, cuando el cometa fue observado el 25 de diciembre de
1758 el astrónomo que dio nombre al cometa había muerto quince años antes.
214 La noción de predicción que se usa en epistemología y utilizo también en este trabajo, contra
un cierto uso ordinario del término, no tiene implicaciones hacia el futuro, sino simplemente hacia lo
desconocido. «Una genuina predicción es una proposición que, en el momento de enunciarse, no se
sabe si es verdadera o falsa» (QUESADA, 1988: 256). Así, no hay inconveniente en absoluto en realizar
predicciones respecto de la ocurrencia de un hecho pasado. Para evitar la extrañeza que esto produce en
el lenguaje ordinario, HAACK (2003a: 7475) distingue entre «predicción» y «posdicción», ambas con
capacidad de corroboración o falsación de una hipótesis.
215 La cuestión es algo más compleja. Si los SA se apartan de los conocimientos científicos más
generales asumidos por la comunidad científica, difícilmente la hipótesis será aceptada por esta. De
hecho, Semmelweis no consiguió el reconocimiento de sus colegas y acabó enloqueciendo. Su hipótesis
chocaba con una asunción básica de la medicina de su época, i. e., la teoría de los factores endógenos
de la enfermedad. No fue hasta mucho después, cuando Pasteur fue capaz de explicar los mecanis
mos de contagio a través de microbios, que la hipótesis de Semmelweis tuvo el armazón teórico en que
se podía insertar para explicar lo sucedido en el Hospital General de Viena.
~~~~~
·--- ~
216
Al respecto, véase LEITER, 1997: 806808.
217
Lo que supone, precisamente, el rechazo del principio de complementariedad entre la probabi
lidad de una hipótesis y su negación, propio de la probabilidad matemática.
218
De las que habla ScHAUER, 2003: 101107. Un buen análisis puede verse en ANDERSON,
ScHUM y Tw!NING, 2005: 321350.
219
TARUFFO, 1992: 271273; GASCÓN, 1999: 180181.
LA FORMULACIÓN DE UN ESTÁNDAR DE PRUEBA: REQUISITOS METODOLÓGICOS 97
220 Por supuesto, la garantía inferencia! que otorgan unos u otros tipos de generalizaciones no es
la misma. Es muy distinta la garantía que nos da una generalización científica sobre el ADN que una
máxima de experiencia acerca de la relación entre la veracidad de lo declarado por un testigo y el mo
vimiento de sus manos o la expresión de su cara mientras declaraba. El razonamiento carecerá de toda
fuerza inferencia! si se basa en generalizaciones extremadamente vagas o espurias, como esta última.
Por eso, para juzgar la corrección del razonamiento probatorio del juez, será necesario que este explicite
los diversos pasos del mismo y, en particular, las generalizaciones en las que está basado.
221 Cosa nada extraña ni incorrecta en sí misma, como hemos visto ya páginas atrás. No podemos,
ni en el proceso ni en cualquier otro ámbito, poner en discusión todas las bases de nuestro razonamiento
a la vez, por lo que solemos aceptar como válidas algunas premisas sin discutir su fundamento en ese
momento.
~~~~
222
Sí, en cambio, otorga un grado de corroboración mayor a estas hipótesis frente a otras rivales
que no puedan predecir (ni, por ello, explicar) el hallazgo de las partículas de cuarzo fracturado.
223
Este, claro está, podría modificar su hipótesis inicial (corrigiendo o añadiendo circunstancias)
y explicar que, además de jardinero, es también el amante de la propietaria, razón por la cual es fácil que
LA FORMULACIÓN DE UN ESTÁNDAR DE PRUEBA: REQUISITOS METODOLÓGICOS 99
sus huellas estén por toda la casa y también en la habitación conyugal de los dueños. La policía deberá
encontrar, entonces, algún hecho que pueda corroborar su hipótesis frente a la del detenido.
224 Pueden verse los problemas interpretativos de (2) en DÍEz y MouLINES, 1997: 7779.
225 Véase LAUDAN, 2006: 82.
226 En términos parecidos, véase BuNGE, 1967: 735744.
·· ~
sobrevivientes, si son más de una, deberán ser compatibles con ese nuevo dato
y los ya existentes anteriormente. Para aumentar la corroboración de las hi
pótesis sobrevivientes deberá realizarse alguna nueva predicción que permita
eliminar alguna de ellas (por no ser compatible no poder explicar el he
cho predicho), y así sucesivamente. Cuántos más pasos de este tipo se hayan
dado y más hipótesis rivales hayan sido eliminadas (i. e., falsadas), mayor será
la corroboración de la/s hipótesis sobreviviente/s.
Finalmente, el nivel de corroboración o apoyo inductivo corresponde a la
probabilidad inductiva de la hipótesis, en el sentido baconiano sostenido por
L. J. Cohen 227, que he presentado aquí. Todo esto nos deja frente a la escalera
en la que debemos diseñar los estándares de prueba. La probabilidad inductiva
que caracteriza el razonamiento probatorio será la fuente en la que habrá que
recabar los criterios a los que pueden aludir los estándares de prueba para
determinar el umbral de suficiencia probatoria, el escalón de la escalera de
soporte inductivo a partir del cual podemos considerar, en un tipo de proceso
específico, que una hipótesis está probada.
'227 Más estrictamente, la probabilidad inductiva de una proposición singular 'P' respecto de un
elemento de juicio, o de un conjunto de elementos de juicio, 'E' -P;(Pa, Ea)-- varía directamente con
el soporte inductivo que existe para la generalización s[\fx (Ex-+ Px)] de la que el condicional Ea + Pa
es una instancia de sustitución. El soporte inductivo en la fórmula s[ ] se aplica a los condicio
nales universalmente cuantificados y la probabilidad inductiva en la fórmula P;( )- a instancias de
sustitución de esos condicionales (L. J. CoHEN, 1977: 200).
Cohen elaboró un modelo inductivo por eliminación, que él denominó «método de las variables
relevantes» para someter a la hipótesis a controles probatorios que la desañen progresivamente (pro
poniendo hipótesis alternativas) y que permitan evaluar, así, el grado de soporte inductivo de la misma
(véase CoHEN, 1977: 121166; id., 1989b: 145163) o de legisimilitud (i. e., semejanza a una ley).
L~~~~~~~~
LA FORMULACIÓN DE UN ESTÁNDAR DE PRUEBA: REQUISITOS METODOLÓGICOS 101
228 Y aún después de la sentencia firme, cabe la posibilidad de que, en sede de recurso de revisión,
deba adoptarse la decisión sobre si nuevos elementos de juicio justifican una decisión distinta de la
adoptada en la sentencia revisada.
229 Al respecto, pueden verse ANDERSON, SCHUM y Tw:rNING, 2005: 284 y ss.; LAUDAN, 2006:
133135; FERRER BELTRÁN, 2007: 141; BADARÓ, 2019: 240.
230 Respecto de la legislación procesal penal italiana, se pronuncian en el mismo sentido, entre
otros, IACOVIELLO, 1997: 107; CAPRIOLI, 2009: 76; GAROFALO, 2020: 3892.
"· ~' .
~ '.
231
Un análisis del proceso penal mexicano, especialmente por lo que refiere al auto de vincula
ción a proceso y de la apertura de juicio oral, puede encontrarse en.ALLENDE SÁNCHEZ, 2021: 147 y ss.,
y 163176. Para el proceso civil, puede verse el estudio de las diversas decisiones sobre los hechos que
deben o pueden ser adoptadas en el proceso brasileño en MARANHAO, 2019: 230 y ss.
232
Así lo sostuve en FERRER BELTRÁN, 2018: 415. Puede verse también, en este sentido, FERRUA,
2017: 113.
233
Sí puede suceder, en cambio, que el hecho de que en un momento del procedimiento se haya
tomado una decisión sobre la base de un estándar de prueba y en un momento posterior se deba adop
tar una segunda decisión con el mismo estándar produzca un sesgo en el segundo decisor (sea o no el
mismo que el que tomó la primera decisión) favorable a reiterar el mismo resultado probatorio. Esta
posibilidad no debiera ser descuidada y puede ser una razón a tener en cuenta en el diseño procesal.
LA FORMULACIÓN DE UN ESTÁNDAR DE PRUEBA: REQUISITOS METODOLÓGICOS 103
La regla de la prueba más allá de toda duda razonable marca el nivel máxi
mo y, al mismo tiempo, mínimo para que pueda decirse, en el proceso, que una
proposición cualquiera está probada. Máximo porque la «infradeterminación»
de la prueba inductiva no permite alcanzar el grado superior de la prueba «in
dudable» en el sentido de la demostración matemática; mínimo porque, por de
bajo de ese nivel, ya no estamos ante el concepto de prueba, sino que entramos
en el reino de las suposiciones y las sospechas.
En contraste con esto, hay quien sostiene que en el proceso la prueba de
los hechos puede ser alcanzada con distintos estándares. Con el más elevado
de la regla del más allá de toda duda razonable o con el inferior de la regla del
más probable que no o con niveles análogos. La primera regla serviría para la
prueba de la culpabilidad a los efectos de la condena, la segunda para otras
decisiones como las de las medidas cautelares o la apertura de juicio.
Esta es una perspectiva inaceptable, porque por debajo del nivel de la prue
ba más allá de toda duda razonable se abandona el concepto mismo de prueba
y se entra en el reino de las suposiciones y las sospechas 236•
236 Véase FERRUA, 2018: 119120 (cursivas en el original) y, en el mismo sentido, id., 2017: 92
94. Como puede ya entenderse de este párrafo, Ferrua considera que hay una vinculación conceptual
entre «prueba» y «más allá de toda duda razonable», de modo que por debajo de ese umbral de exigen
cia no puede legítimamente hablarse de prueba: «La regla [de juicio], ya implícita en el concepto mismo
de "probar", está representada por el canon del más allá de toda duda razonable» (véase FERRUA, 2018:
84; id., 2017: 92). VIGONI (2017: 378380) rechaza esta vinculación conceptual porque tiene la incon
veniente consecuencia de que la prueba de las hipótesis defensivas solo se alcanzaría también si estas
obtuvieran corroboración más allá de toda duda razonable. Sin embargo, coincide Vigoni con Ferrua
en que dicho estándar rige para las decisiones intermedias relativas a la hipótesis de la culpabilidad
y, en particular, para la decisión sobre la prisión preventiva (véase VmoNI, 2017: 379382 y 389391).
La razón que sustentaría esa aplicabilidad no sería ya, para esta autora, la vinculación conceptual entre
prueba y más allá de toda duda razonable sino la vinculación entre presunción de inocencia y el referido
estándar de prueba: así pues, dado que la presunción de inocencia rige para toda decisión probatoria
sobre la hipótesis de la culpabilidad, de ello se seguiría también la aplicabilidad del estándar del más
allá de toda duda razonable. Como se verá en el siguiente capítulo (epígrafe 2), sin embargo, estimo
infundada la tesis de que la presunción de inocencia o el principio del in dubio pro reo estén concep
tualmente conectados con algún específico estándar de prueba.
m Por supuesto, la prisión preventiva afecta gravemente a un bien principal, la libertad, por lo
que es muy alta la gravedad del error de someter a una medida tal a un inocente. Por ello, es razonable
~~~~~~~~ ~~
Dicho sea de paso, la solución que propone Ferrua es considerar que, aun
que el estándar de prueba para adoptar la medida cautelar sea el mismo que
para la sentencia, lo que cambia es el objeto de la prueba. Así, según este
autor, a los efectos de la decisión final del proceso, deberá probarse la culpa
bilidad del imputado, en tanto que a los efectos de la decisión sobre la prisión
preventiva (por lo que hace alfumus comissi delicti) debería probarse la proba
ble comisión del delito por parte del imputado, siempre más allá de toda duda
razonable 238• Es decir, habría que probar más allá de toda duda razonable que
es probable que el sujeto al que se pretende imponer la medida cautelar haya
cometido el delito. Ahora bien, esa solución no está exenta de problemas: todo
estándar de prueba, como hemos visto, determina el cuantum de probabili
dad requerida de que sea verdadera una proposición para poderla considerar
probada y la proposición a probar, según Ferrua, sería una que afirma que «es
probable que A haya cometido el delito». Estaríamos, pues, ante un enunciado
probabilístico de segundo orden, que afirmaría que «es probable [más allá
de toda duda razonable] que sea probable [más allá de toda duda razonable]
que A haya cometido el delito». Ambas probabilidades, de primer y segundo
orden, serían probabilidades inductivas y ambas, como no puede ser de otro
modo, dependerían de las pruebas disponibles sobre la comisión del delito por
parte de A, de manera que difícilmente una probabilidad pudiera ser distinta
de la otra. En resumen, más que de dos niveles de probabilidad estamos ante
una iteración redundante 239•
que el estándar de prueba sobre elfumus comissi delicti no sea muy bajo y que deba revisarse con el
avance del proceso y de la fase probatoria. Lo que sostengo, simplemente, es que no tiene sentido que
el estándar de prueba sea el mismo que el que rija la decisión final sobre la prueba. Puede verse un muy
buen análisis de las razones para fijar un estándar de prueba para elfumus comissi delicti en CASTILLO
ALVA, 2018: 219 y ss. Sobre los problemas probatorios delpericulum libertatis o peligros procesales
(de destrucción de pruebas, de fuga, de reincidencia o de daños a la víctima, según las legislaciones),
véase DEI VECCHI, 2008: 101 y ss. Sobre estándares de prueba para la decisión sobre la prisión provi
sional véanse también BELTRÁN, 2012: 466 y ss.; VALENZUELA SALDÍAS, 2017: 69 y SS.
238
Véase FERRUA, 2007: 344 y 357; id., 2017: 111112; id., 2018: 120121; en el mismo sentido,
PAULESU, 2008: 233. Este último autor arguye a favor de esta tesis la vinculación entre la presunción
de inocencia y el estándar del más allá de toda duda razonable, de modo que rigiendo el derecho a la
presunción de inocencia como regla de juicio durante todo el devenir del proceso, también lo haría el
mencionado estándar de prueba (véase PAULESU, 2008: 229). Sin embargo, como ya he mencionado,
estimo infundada la vinculación entre presunción de inocencia como regla de juicio y cualquier espe
cífico estándar de prueba. A diferencia de Paulesu, la consecuencia que él deriva de esa vinculación
me parece una buena razón para rechazar la vinculación misma. Una posición crítica con las tesis
de Ferrua y Paulesu pueden verse, por ejemplo, en CAPRIOLI, 2009: 76 y ss.; PIERRO, 2011: 43 y ss.;
GAROFALO: 2020: 38933897. También la jurisprudencia de la Corte de Casación italiana se ha pro
nunciado expresamente a favor de la distinción de los estándares de prueba aplicables a la decisión
final sobre la culpabilidad y a la decisión sobre las medidas cautelares, rechazando así la propuesta de
Ferrua y Paulesu: «La gravedad indiciaria [es] un grado de verosimilitud de la responsabilidad penal
del imputado inferior al umbral de la duda razonable» (Cass., Sez. II, de 28 de junio de 2016, Battaglia,
n. 43146).
239 En FERRUA, 2017: 112113, nota 11, el autor propone la misma estrategia argumentativa para
la comprensión del estándar del «más probable que no», de modo que se exigiría probar «más allá de
toda duda razonable» que la hipótesis es más probablemente verdadera que falsa. Aquí el problema es
aún mayor que en el caso de iteración de probabilidades del mismo nivel: si tanto la probabilidad de
106 JORDI FERRER BELTRÁN
primer nivel como la de segundo nivel son probabilidades del mismo tipo (inductivas) y su estimación
se basa en las mismas pruebas, parece difícil concebir que se puede estimar una probabilidad prevale
ciente de primer nivel y otra más allá de toda duda razonable de segundo nivel sin caer en contradicción.
240 Véase J. T. McNAUGHTON, 19541955: 1383 y ss., y, más extensa y recientemente, ALLEN,
2013: 42 y ss., id., 2014: 200 y ss. Cabe recordar que el proceso estadounidense (tanto civil como penal)
se divide en dos grandes fases, el pre-trial y el trial. La primera se desarrolla ante un juez profesional
y la segunda ante el jurado. Ahora bien, si a la vista de las pruebas aportadas por las partes respecto de
cada una de las cuestiones de hecho planteadas, el juez profesional estima que cualquier jurado razo
nable las consideraría insuficientes para probar el hecho al nivel requerido por el estándar de prueba
para la decisión final o, inversamente, que cualquier jurado razonable consideraría el hecho acreditado
a ese mismo nivel, entonces la cuestión ya no se plantea ante el jurado y es objeto de un direct verdict.
Así, por razones de eficiencia en el uso de los recursos procesales, el caso solo pasará al trial ante el
jurado si a la luz de las pruebas aportadas por las partes no es claro si llegará a satisfacerse el estándar
de prueba que rija la decisión final. Se dice, pues, que las partes tienen la carga de aportar pruebas
(burden of production) que puedan soportar sus pretensiones, que debe satisfacerse antes de terminar
elpre-trial, y la carga de probar (burden ofpersuasion) los hechos que fundamentan sus alegaciones al
nivel exigido por el estándar de prueba final. La primera, sostiene McNaughton, es una función de la
segunda, en la medida que para determinar la satisfacción de la burden of production deberá determi
narse si un jurado razonable podría considerar satisfecha la segunda. Por cierto, como ha mostrado bien
PARDO (2009: 10971099), la indeterminación del estándar de prueba, que fija la burden of persuasion,
tiene, en consecuencia, un impacto en la burden. of productioti (que es una función de aquella), puesto
que queda indeterminado cuándo un jurado razonable podría estimar satisfecho un estándar de prueba
también indeterminado.
241
Una parte de la doctrina procesal, siguiendo a Calamandrei, ha reconstruido elfumus boni iuris
para las medidas cautelares civiles precisamente en estos términos, de modo que el estándar de prueba
para este requisito de la medida cautelar sería una función del estándar de prueba para la decisión final.
Así, según este autor «en sede cautelar basta que la existencia del derecho aparezca verosímil, o sea,
para decirlo con mayor claridad, basta que, según un cálculo de probabilidades, se pueda prever que la
providencia principal declarará el derecho en sentido favorable a aquel que solicita la medida cautelar»
(véase CALAMANDREI, 1936: 77). Una presentación de las distintas posiciones teóricas sobre elfumus
boni iuris para las medidas cautelares civiles puede verse en PÉREZ GAIPO, 2018: 81 y ss.
1
¡___ ~
~~~~~- ·~.
LA FORMULACIÓN DE UN ESTÁNDAR DE PRUEBA: REQUISITOS METODOLÓGICOS 107
1 Véase GASCÓN ÁBELLÁN, 2005: 137 y ss. En el mismo sentido, entre otros, NARDELLI, 2018:
291292.
2
Ambas funciones se corresponden con los controles de racionalidad ex ante y ex post, en térmi
nos de TARUFFO (1992: 422). El control de racionalidad ex ante permite al juez analizar el fundamento
de su propio razonamiento a la luz de las pruebas; el control de racionalidad ex post, en cambio, se
produce mediante la revisión del razonamiento judicial por parte de terceros a través de la motivación
de la decisión probatoria.
3 Véase, por ejemplo, NIEVA FENOLL, 2020: 17 y SS.
4
Según STRANDBERG (2019b: 140), una delimitación equivalente de los ámbitos de la valoración
de la prueba y de la decisión probatoria corno paso subsiguiente, gobernado por los estándares de prue
ba, es común en el derecho y la doctrina de los países escandinavos.
5
VéaseANDERSON, SCHUM y Tw.!NING, 2005: 281284.
··-
para esa valoración en la que esté preestablecida cuál es la nota mínima para
aprobar la materia. Si, en función del caso concreto, cada profesor pudiera
decidir, no solo su valoración del examen del estudiante, sino también la nota
mínima para aprobar, los estudiantes se encontrarían ante una total inseguri
dad jurídica. Por ello, cada país ha regulado la escala de evaluación y ha esta
blecido con qué nota se considera que el estudiante supera la materia. Y nadie
dice que esa regulación afecta a la (libre) valoración de los exámenes por parte
de los profesores. De hecho, será cada profesor, respecto de cada examen, el
que deberá determinar si las respuestas dadas son suficientemente buenas para
merecer la calificación mínima para aprobar. Esa es una decisión no sometida
a reglas jurídicas, aunque no puede ser arbitraria. Pero la nota mínima para
aprobar es igual para todos y se decide mediante reglas que expresan políticas
públicas. Pues bien, los estándares de prueba son a la decisión probatoria lo
que la nota mínima es a la evaluación que realizan los profesores 6•
A su vez, los estándares de prueba posibilitan el control de la corrección
del razonamiento probatorio mediante los recursos. Así, en apelación, por
ejemplo, el tribunal deberá revisar la decisión apelada a partir de su motiva
ción, controlando si la valoración individual de las pruebas fue adecuada, si
en la valoración de conjunto se atribuyó un grado de corroboración correcto
a las distintas hipótesis en conflicto en el proceso, y si se aplicó de un modo
apropiado el estándar de prueba que regula esa decisión para determinar si ese
grado de corroboración es suficiente o no para considerar probada alguna de
las hipótesis fácticas.
Como espero que resulte ya evidente a estas alturas, si no se dispone de
estándares de prueba que cumplan con los requisitos metodológicos expuestos
en el capítulo anterior, no es posible justificar las decisiones sobre los hechos
ni controlar la justificación de las decisiones de otros. Este problema se obser
va también en sistemas anglosajones con jurado. Así, por ejemplo, en los pro
cesos civiles norteamericanos las partes pueden pedir al juez profesional un
summary judgement a su favor, evitando llegar a juicio, fundándose en la ma
nifiesta insuficiencia de la prueba 7; o, bajo el mismo fundamento, después del
juicio oral ante el jurado, las partes pueden pedir al juez profesional unjudge-
ment as a matter of law antes de que decida el jurado o después del mismo 8, si
muestra que el veredicto está basado en prueba insuficiente. Situaciones muy
parecidas se plantean también en el proceso penal. Pero ¿cómo puede un juez
profesional justificar la manifiesta insuficiencia probatoria -i. e., que ningún
jurado razonable podría considerar satisfecho el estándar de prueba a partir de
6 De este modo se disuelve, en mi opinión, lo que TuZET (2014b: 92 y ss.) denomina el «dilema
de la valoración» de la prueba, consistente en que sería la vigencia del sistema de libre valoración lo
que nos impondría la necesidad de disponer de estándares de prueba (para evitar la arbitrariedad), pero
estos nos reconducirían a un sistema de prueba legal.
7 Regla 56 de las Federal Rules of Civil Procedure.
8 Regla 50 de las Federal Rules of Civil Procedure.
112 JORDI FERRER BELTRÁN
A la vez que ofrecen criterios y guías para los juzgadores, los estándares
de prueba constituyen una garantía para las partes, en diversos sentidos. Como
he argumentado en el capítulo anterior, la predeterminación del nivel de sufi
ciencia probatoria mediante reglas que cumplan los requisitos metodológicos
allí analizados es una de las condiciones del debido proceso y, por extensión,
del Estado de derecho.
Solo si las partes pueden conocer el umbral de suficiencia probatoria po
drán tomar decisiones racionales antes y durante el proceso respecto de la es
trategia de defensa de sus intereses 11: en primer lugar, decidiendo si plantean
o no judicialmente una cuestión de hecho, en un proceso civil, teniendo en
cuenta las pruebas que tienen a su disposición; o calibrando las posibilidades
9
Esto ha planteado serias objeciones a la justificación de esas decisiones de los jueces profesio
nales norteamericanos, por la indeterminación de los criterios de corrección de las mismas. Véase, al
respecto, PARDO, 2009: 10971099 y la bibliografía allí citada.
10
Esta es, de hecho, una de las tesis que recorren todo este libro. Como argumentaré en el tercer
capítulo, no hay gran diferencia en la forma más habitual de enfrentar el razonamiento probatorio en
los países del common law y del civil law, aunque en los primeros haya sido mucho más habitual el
trabajo con y sobre los estándares de prueba que en los segundos. Tanto en unos países como en otros,
la concepción mayoritaria de la prueba vincula hecho probado con la convicción del juzgador, como ya
he mostrado hasta aquí. Y este es, precisamente, el gran error. Para la concepción racional de la prueba,
en cambio, la convicción del juzgador es irrelevante desde el punto de vista justificativo y, por tanto,
los estándares de prueba no pueden ser construidos sobre la base de una graduación de esa convicción.
11 En el mismo sentido, véanse ANDERSON, SCHUM y TwlNING, 2005: 286 y ss.; ALLENDE SÁN
CHEZ, 2021: 156157.
~~~~~ ~~~··~
12 Para que esas decisiones puedan adoptarse con información mínimamente completa, es im
prescindible que el sistema prevea mecanismos de discovery, que permitan a las partes conocer las
pruebas de que dispone la parte contraria y eviten el uso sorpresivo de las mismas durante el proce
dimiento.
13 Y, aún peor, en muchos países sin conocer las pruebas de que dispone la acusación. Resulta
aquí tremendamente ilustrativa la idea que plantea Langbein acerca de la perversión de las garantías
procesales por parte de los operadores jurídicos. Así, recuerda LANGBEIN (1978: 45), que en la Europa
medieval el aumento de las exigencias probatorias para la condena en el proceso penal (requiriendo la
confesión del inculpado o dos testigos de cargo) llevó a la generalización de la tortura como mecanismo
para obtener confesiones. Lo que era una medida que pretendía disminuir las falsas condenas derivó
en un mecanismo perverso. Una situación parecida se daría en nuestra época; así, hemos diseñado un
juicio muy garantista para el imputado, empezando por el exigente estándar de prueba para la condena,
pero se ha encontrado también el mecanismo perverso que hace que esas garantías no sean efectivas: el
abuso del plea bargaining, mediante el que la acusación puede mucho más fácilmente lograr condenas
(LANGBEIN, 1978: 811).
14 Sobre las condiciones de racionalidad de las decisiones de los acusados en este tipo· de con
formidades, véanse BIBAS, 2004: 24692496 (que analiza diversas distorsiones estructurales que in
114 JORDI FERRER BELTRÁN
centivan la aceptación de culpabilidad por parte de inocentes); BoWERS,2008: 1125 y ss. (que analiza
los sesgos que sufren los acusados reincidentes); LAscuRAÍN SÁNCHEZ y GASCÓN INCHAUSTI, 2018;
sobre el impacto de estos procedimientos en el riesgo de falsas condenas, véase GILLIÉRON, 2013; so
bre las condiciones de legitimidad, véanse DUFF, 1986: 141; McEWAN, 2004: 58; VELEDA, 2021; y
sobre la evolución histórica de la institución en el common law, véase ALscHULER,1979. En Estados
Unidos la exigencia de que la fiscalía ponga en conocimiento de la defensa en el juicio oral tanto las
pruebas favorables como contrarias de que disponga se estableció como un requerimiento del debido
proceso a partir de Brady v. Maryland, 373 U.S. 87 (1963). Sin embargo, sorprendentemente, no hay
un criterio uniforme respecto de si la misma exigencia se aplica en el pre-trial a los efectos del plea
bargaining. Aunque la doctrina se pronuncia muy mayoritariamente a favor de considerar también
como condición del debido proceso que la defensa tenga conocimiento de las pruebas favorables de
que disponga la acusación a los efectos de poder tomar una decisión informada sobre la aceptación
o no de un guilty plea, lo mismo no puede decirse de la jurisprudencia de los distintos circuitos. Al
respecto pueden verse BLANK, 2000; PETEGORSKY, 2013; BIBAS, 2004: 2495, quien muy claramente
afuma que «el resultado de un inadecuado descubrimiento de pruebas [discovery] es que las partes
acuerdan con los ojos vendados».
LA FUNDAMENTACIÓN DEL NIVEL DE EXIGENCIA PROBATORIA ... 115
Las dos primeras funciones de los estándares de prueba (i. e., aportar cri
terios de justificación de las decisiones y servir de garantía para las partes)
no dependen del concreto nivel de exigencia probatoria que cada uno de ellos
imponga: se cumplen por el mero hecho de su existencia, siempre que se cum
plan los requisitos metodológicos para su formulación. A ellas, sin embargo,
se añade una tercera función de los estándares de prueba, que es consecuencia
del concreto umbral de suficiencia probatoria establecido por cada estándar de
prueba: la distribución del riesgo de error entre las partes. La doctrina mayo
ritaria, especialmente la anglosajona, ha focalizado su atención en esta última
función de los estándares de prueba 15• Esta es, sin embargo, una de las equi
vocaciones que quisiera destacar en este trabajo: poner el acento únicamente
en la función que tienen los estándares de prueba de distribuir del riesgo del
error (o de distribuir los errores, dicen algunos autores), oscurece el papel fun
damental que tienen como criterio de justificación de las decisiones judiciales
y como garantía hacia las partes; en otros términos, deja de lado que disponer
de estándares de prueba correctamente establecidos es parte sustancial del
debido proceso.
Ahora bien, a los efectos de decidir en qué punto situar el umbral de sufi
ciencia probatoria, es imprescindible comprender adecuadamente la relación
entre esa decisión y la distribución del riesgo del error entre las partes. El
punto de partida, como ya mencioné en la introducción, es que el objetivo
institucional de la prueba en el proceso judicial (al igual que en el proceso
administrativo) es la averiguación de la verdad, pero las limitaciones episté
micas que aquejan a todo razonamiento sobre los hechos impiden atribuir más
que una cierta probabilidad (inductiva) de que las hipótesis fácticas en litigio
sean verdaderas. No pudiendo, pues, fundarse certezas racionales sobre los
hechos, siempre y en todo caso cabe la posibilidad del error en la decisión,
que solo se puede evitar no decidiendo. Aunque no es el único tipo de error
relevante en el razonamiento probatorio, el que aquí nos interesa es el error
material 16• Estaremos ante un error consistente en un falso positivo cuando se
declara probada una hipótesis falsa y ante el error de un falso negativo cuando
se declare no probada una hipótesis verdadera. Puede suceder perfectamente
que esas sean las conclusiones correctas a la luz de las pruebas disponibles,
lo que muestra que el error material no tiene por qué estar causado por un error
15 Sirva de ejemplo, por todos, lo que dice LAUDAN (2016: 103): «La razón de ser de un estándar
de prueba es, precisamente, disponer de una regla de decisión que distribuya los distintos resultados de
acuerdo con sus respectivos costes».
16 También, como se verá más adelante, puede haber errores inferenciales, que son lógica y empí
ricamente independientes de los errores materiales.
116 JORDI FERRER BELTRÁN
17
GASCÓN ABELLÁN, 2005: 130. En el mismo sentido, VERGES, VIAL y LECLERC, 2015: 103;
TrcHY, 2019b: 297. Muy posiblemente, también, esta sea la idea que subyace a la consideración de
Ferrua, que discutí en el capítulo anterior, de que por debajo del estándar del más allá de toda duda
razonable solo hay suposiciones y sospechas, pero en ningún caso se puede hablar de prueba. REYES
(2020: 5 y ss.) atribuye a la que él denomina «concepción tradicional» (received view) de los estándares
de prueba que una de sus funciones es la de minimizar el riesgo de error de las decisiones. No es claro
si para REYES esta sería una función de todos los estándares de prueba o de algunos de ellos y el escaso
apoyo bibliográfico utilizado para caracterizar esa concepción tradicional no ayuda a esclarecerlo. En
cualquiera de las interpretaciones, como se verá, se trata de una tesis errónea.
18
Tomo el tipo de gráficos de BELL, 1987: 570 y ss. Este modo de presentación también ha sido
utilizado por otros autores, como DE.KA.Y, 1996: 101; LAUDAN, 2006: 109110; ALLEN, 2014: 204 y ss.;
EYHERABIDE, 2021: 191 y SS.
19
Obsérvese que, a diferencia de la representación que realizan otros autores, asumo que el eje
horizontal de las figuras representa la probabilidad inductiva de las hipótesis, dadas las pruebas aporta
das, no la estimación subjetiva de la probabilidad que realicen los jueces o los jurados,
LA FUNDAMENTACIÓN DEL NIVEL DE EXIGENCIA PROBATORIA ... 117
prueba 20• Es de esperar que el acervo probatorio en los casos en que están acu
sados los verdaderos culpables otorgue, en general, una mayor probabilidad a
la hipótesis de su culpabilidad, que en los casos de verdaderos inocentes. Sin
embargo, ello no es necesariamente así, lo que se representa en el gráfico 1
en las dos curvas que se entrecruzan. El segmento de culpables que queda a
la izquierda de la línea que señala el estándar de prueba serán casos de fal
sos negativos (o absoluciones falsas), mientras el segmento de culpables que
queda a la derecha de la línea que señala el estándarcte prueba serán casos de
falsos positivos (o condenas falsas). Pues bien, como puede verse en el ejem
plo del gráfico 1, aumentar la exigencia probatoria requerida por el estándar
de prueba, fijando el umbral en el 0,7 en lugar del 0,5 solo disminuiría el
número de falsas condenas, pero aumentaría en mayor medida el de las falsas
absoluciones, de forma que el número total de errores sería también mayor.
Por supuesto, este puede ser un efecto que estemos dispuestos a asumir corno
precio por disminuir el número de falsas condenas. Lo único que aquí quiero
destacar es que aumentar el nivel de exigencia probatoria requerido por el es
tándar de prueba para que pueda considerarse probada una hipótesis no es un
mecanismo adecuado para reducir el número total de errores o, en los términos
de Gascón, maximizar la probabilidad de acierto en la decisión.
Gráfico 1
Personas
inocentes
culpables
20 Aunque, como hemos visto, ese umbral no puede establecerse mediante el recurso a probabili
dades matemáticas, les atribuiré aquí valores numéricos solo a efectos expositivos.
21 En este sentido, entre otros, BALL, 1961: 816817; FINKELSTEIN, 1978: 6669; KAYE, 1980:
603 y ss.; id., 1982: 496 y ss.; BROOK, 1982: 86; CLERMONT y SHERWIN, 2002: 252; IlAMER, 2004: 75
y ss.; Srnrn: 2005: 143144.
118 JORDI FERRER BELTRÁN
decisiones 22, o de desutilidades 23, etc. Parece intuitivo considerar que, si to
mamos las decisiones sobre los hechos considerando probada en cada caso la
hipótesis más probable, entonces la decisión será también más probablemente
acertada que errónea, lo que minimizaría el número total de errores. Por eso,
dado que la concepción racional de la prueba asume como premisa de partida
que el objetivo de la prueba es la búsqueda de la verdad (y, por tanto, la mi
nimización de los errores), la preponderancia de la prueba como criterio de
decisión estaría ya implícito (salvo que el derecho establezca otra cosa) en la
racionalidad del razonamiento probatorio. En palabras de Bayón:
La pregunta pendiente era en qué sentido haría falta y en qué habría de
consistir un estándar de prueba en un sistema interesado solo en la reducción
del error y estrictamente indiferente respecto a su distribución.
Y la respuesta parece clara. En primer lugar, si entre las distintas hipótesis
sobre los hechos solo una ha sido corifirmada y todas las demás ha sido refu
tadas[ ... ], o si una de las hipótesis alternativas tiene un grado de confirmación
mayor que el de las demás[ ... ], un sistema de esa clase no necesitaría en abso
luto una regla o criterio de decisión externo o adicional al propio proceso de
valoración racional para determinar qué debe considerarse probado (es decir,
no habría razón alguna para que no se limitara a tener directa e inmediatamente
por probada la «única hipótesis no refutada» o la que «hubiese alcanzado un
mayor grado de confirmación»)24•
Pero esta intuición pasa por alto tres problemas cuya magnitud hace que
cada uno de ellos sea ya suficiente para abandonar el argumento de Bayón de
la justificación epistémica de la preponderancia de la prueba en la minimiza
ción de errores.
En primer lugar, el fundamento de la intuición antes aludida se basa en un
presupuesto propio de la probabilidad matemática 25' esto es, el principio de
la complementariedad, según el cual la probabilidad de una hipótesis, más la
probabilidad de su negación es igual a 1. Así, salvo que ambas hipótesis ten
gan una probabilidad idéntica, de 0,5, una de ellas siempre será preponderante
y, en consecuencia, más probablemente verdadera que falsa. Pero el principio
de la complementariedad no es de aplicación si el razonamiento probatorio
no se estructura a través de la probabilidad matemática. En la probabilidad
baconiana, en cambio, que una hipótesis tenga una muy baja probabilidad
puede deberse a que disponemos de escasa información que la avale, pero
contemporáneamente podemos tener igual o menor información que avale la
negación de la hipótesis, por lo que podría tener una probabilidad aún inferior.
22
En este sentido, entre otros, KAYE, 2002: 3 y ss.; PosNER, 1999: 1504 y ss.
23
En este sentido, entre otros, KAPLAN, 1968: 10721073; STEIN, 2005: 144.
24
Véase BAYÓN, 2008: 2223.
25
Por eso, no es sorprendente que la gran mayoría de autores que proponen propiamente un
cálculo de costes o desutilidades de los diferentes tipos de error para decidir el estándar de prueba,
asuman también el cálculo matemático de probabilidades para dar cuenta del razonamiento probatorio.
~
La hipótesis, entonces, sería más probable que su negación, pero nada nos
impone racionalmente aceptarla como probada. Para ser gráficos, si lo tradu
jéramos en números (cosa que la probabilidad baconiana no admite), podría
darse el caso que la probabilidad de 'a' fuera 0,01 y la de 'no-a' fuera 026•
Parece claro que estaríamos en un caso de ausencia de prueba suficiente tanto
respecto de 'a' como de '.no-a', por lo que ninguna de las dos hipótesis fácti
cas podría considerarse probada. Decidir, pues, directa y llanamente a favor
de la hipótesis más probable no parece aquí razonable y, desde luego, no nos
lleva en absoluto a la minimización de errores 27•
En segundo lugar, tampoco resulta claro, como ya se pudo observar en
el capítulo anterior, cuál es el contenido preciso del estándar de la prepon
derancia de la prueba: ¿cuáles son las hipótesis a comparar para determinar
la confirmación prevalente de una de ellas?, ¿nos limitamos a comparar la
probabilidad de las distintas hipótesis a partir de las pruebas presentadas o
exigimos también algún mínimo de peso probatorio o de comprehensividad
de la prueba, en términos de Haack?28• En realidad, la respuesta a estas y otras
preguntas posibles nos dará lugar a la formulación de distintos estándares de
prueba. Solo una vez precisados y en relación con cada uno de ellos podremos
preguntarnos sobre su relación con los errores 29.
En último lugar, pero más importante, la relación entre el nivel de exigen
cia del estándar de prueba y la reducción de errores es contingente. Cuál sea
el estándar de prueba rnás adecuado para minimizar el número total de errores
(falsos positivos y falsos negativos) depende de las curvas que representan el
grado de probabilidad alcanzado por las distintas hipótesis sobre los hechos
y estas son totalmente contingentes y dependientes de un buen número de
factores 30• Podrá observarse mejor con algunos gráficos. Así, que las curvas
que representan el total de casos en que en un proceso civil la verdad sobre los
hechos favorece a los demandantes o a los demandados sean como se repre
26 Recordemos que aquí la probabilidad nula o cero no equivale a falsedad, sino a ausencia total
de información al respecto.
27 El problema se replantea si, en lugar de comparar una hipótesis con su negación, comparamos
las hipótesis fácticas que sostienen las pretensiones de las partes. Aunque, en rigor, si esas hipótesis son
incompatibles una debe implicar la negación de la otra, no tienen por qué agotarse en esa negación y
pueden ofrecer explicaciones distintas de los hechos. Tampoco en este caso nada garantiza que alguna
de las hipótesis tenga un grado de probabilidad suficiente de ser verdadera ni que decidir a favor de la
hipótesis relativamente más probable minimice el número de total de errores a largo plazo. En el mismo
sentido, véase PARDO, 2013a: 112.
28
HAACK, 1993: 82.
29 En el mismo sentido, véase PARDO, 2009: 1093.
30 Muestra esto con claridad ALLEN, 2014: 210 y ss. Como señala KA.YE (1999: 24), de forma
contundente, «el mayor problema que presenta el uso de gráficos como los presentados para encontrar
la regla que minimice el número de errores es que las curvas [ ... ] son fantasías». En el mismo sentido,
BIEDERMANN, CARUSO y KOTSOGLOU, 2020: 11 (de la paginación provisional). Para el ámbito penal,
puede verse en el mismo sentido, LAUDAN, 2006: 107, nota 2, y 115116; y un mayor desarrollo sobre
algunas de las causas en EYHERABIDE, 2021: 197 y ss. Para el proceso civil puede verse, por ejemplo,
0RLOFFy STEDINGER, 1983: 11591161.
120 .TORDI FERRER BELTRÁN
senta en el gráfico 2 o en el 3, por ejemplo, depende del tipo de casos (no son
lo mismo los procesos de familia que los de consumo o los de responsabilidad
civil extracontractual, por ejemplo), de la desigualdad entre las partes, de las
facilidades de acceso a la justicia, de los mecanismos de acceso a las pruebas
para las partes y del poder que tengan para ello, y de un largo etcétera.
Gráfico 2
Casos
La verdad
favorece al
La verdad
demandado favorece al
demandante
Probabilidad de
0,5 la hipótesis del
demandante
Gráfico 3
Casos
La verdad
favorece al
La verdad
demandado favorece al
demandante
0,5 Probabilidad de
1<1 hipótesis del
demandante
31
Que la verdad favorece al demaudado debe entenderse como sinónimo de que el demaudado
es materialmente inocente. Por su parte, que la verdad favorece al demandante es sinónimo de que el
demaudado es materialmente culpable. Evito en la presentación los términos «inocente» y «culpable»
para apartarme de una terminología más propia del proceso penal y mostrar la trausversalidad del aná
lisis respecto de las distintas jurisdicciones.
~ -··--
35
Y también capacitar lo mejor posible a jueces, fiscales, abogados y demás operadores del pro
ceso para que su trabajo con y a partir de las pruebas sea el adecuado tanto en la proposición, admisión
y práctica de las pruebas como en su valoración.
36
La primera de las estrategias es objeto de lo que LAUDAN (2006: 173174) denomina el núcleo
duro de la epistemología jurídica, mientras que la segunda es su parte soft. Tesis parecidas se pueden
encontrar en STACY, 1991: 14061407, STEIN, 2005: 133 y ss.; PARDO, 2009: 1086; id., 2013b: 569560;
NANCE, 2016: 179; MATIDA, 2019: 99100.
37
Si asumimos este objetivo y comprendemos adecuadamente sus implicaciones, resultará evi
dente que una de las tareas pendientes en muchos de nuestros países es la del estudio de los errores en
las decisiones probatorias y de sus causas. Así, por ejemplo, ScHECK,NEUFELD y DWYER (2000: 263)
identifican, a partir de los casos de exoneración de condenados a través del lnnocence Project, una serie
de causas de error (ordenadas de mayor a menor frecuencia): identificaciones erróneas por testigos,
resultados serológicos positivos erróneos, irregularidades policiales, irregularidades de la fiscalía, prue
bas científicas no fiables o fraudulentas, deficiencias en la defensa y falso testimonio. Sobre las causas
de condenas erróneas en el proceso penal pueden verse FoRST, 2004; HUFF y K!LLIAS, 2008 y 2013;
DUCE, 2015; LORENZETTO, 2021; LASAGNI, 2021; GENNARI, 2021, entre otros. Una vez detectadas las
causas más frecuentes de error, deberemos preguntarnos qué modificaciones procesales o en las políti
cas de inversión en recursos materiales o en la formación de los actores del sistema deben hacerse para
disminuir el número total de errores. Sin embargo, como señalé en el texto, los estándares de prueba no
son un mecanismo adecuado para actuar sobre ese objetivo.
38
Véase DEKAY, 1996: 99. En el mismo sentido, LAUDAN, 2006: 175. STEIN (2005: 123) ha
puesto en cuestión la máxima de que la probabilidad de acierto en la decisión crece con el aumento
LA FUNDAMENTACIÓN DEL NIVEL DE EXIGENCIA PROBATORIA ... 123
Gráfico 4
Personas
peso
inocentes
culpables
0,5 Probabilidad de
culpabilidad
Es común asumir que las curvas que representan a los verdaderos inocen
tes y los verdaderos culpables que son enjuiciados en un procedimiento se
entrecruzan 40• Ello es debido a que respecto de algunos verdaderos inocentes
puede haber un consistente conjunto de pruebas en su contra y a la inversa.
Esto es lo que produce que, aunque los juzgadores no cometan errores inferen
ciales de valoración de la prueba, haya un segmento de falsas condenas (F.C.,
en el gráfico 4) y otro de falsas absoluciones (F.A. en el gráfico 4). Compare
mos ahora el gráfico 4 con el de la página siguiente.
Como puede observarse, el aumento del peso probatorio (indicado por la
línea horizontal que va de la parte superior de una curva a la otra) produce
que las dos curvas se separen. Ello representa el efecto de que, siendo más
completo el acervo probatorio, aumenta la probabilidad de que sean culpables
(a la luz de las pruebas) los verdaderos culpables. Y, a la inversa, disminuye
de la información relevante disponible. Puede verse una réplica a su argumento en FERRER BELTRÁN,
2007: 81 y SS.
39 DeKay no usa la noción de peso sino la de accuracy. El concepto de peso probatorio al que me
refiero tiene su origen en KEYNES (1921: cap. N, 71 y ss.) y fue adaptado al contexto de la probabilidad
inductiva por L. J. COHEN (1986). El valor probatorio es el grado de confirmación que un conjunto de
elementos de juicio aporta a una hipótesis. En cambio, el peso probatorio mide el grado de completitud
(i. e., la riqueza) del conjunto de elementos de juicio con el que se adopta la decisión. Así, mientras
que el valor probatorio de una hipótesis da cuenta de la probabilidad de que esa hipótesis sea verdadera
en términos comparativos con sus hipótesis rivales, el peso probatorio da cuenta de la probabilidad de
acierto de la decisión, en función de la riqueza de los elementos de juicio tomados en consideración para
decidir. Es en este sentido que puede decirse que a mayor información disponible, mayor probabilidad
de acierto. Volveré sobre la noción de peso probatorio en el capítulo IY.
4º Véanse BELL, 1987: 571, nota 46; LAUDAN, 2006: 175.
·· · ·· ~~~~
Gráfico 5
Personas peso
inocentes
culpables
0,5 Probabilidad de
culpabilidad
41
ALLEN y LAUDAN (2008: 7576) han mostrado que si nos preocupáramos solo por la distribu
ción de los errores se produciría la paradoja de que, bajo la asunción de la regla Blackstone según la cual
son preferibles diez culpables absueltos que un inocente condenado, parecería satisfactorio un sistema
de justicia en el que de cada cien casos uno de ellos sea resuelto correctamente, en noventa se absuelva
al culpable y en nueve se condene al inocente. Véase también ALLEN, 2013: 48 y ss.
L __
1
·
ciones falsas 42• Si, en cambio, el sistema de justicia no consigue que lleguen
al proceso conjuntos probatorios de peso, entonces establecer un estándar de
prueba muy exigente hará que sea muy bajo el riesgo de condena falsa, pero al
precio de un dramático aumento de las falsas absoluciones y, por tanto, de la
ineficacia del sistema en la protección de los derechos 43•
d) El estándar de prueba debe ser capaz de reflejar y producir la ratio
de distribución de los errores que se estime socialmente aceptable. Ponien
do el acento en la función de distribución de los errores que supuestamente
42 Por esto, discrepo de T ARUFFO (2005a: 117) cuando afirma que el proceso penal «no está parti
cularmente interesado de forma general en la reducción o la eliminación de los errores, sino que tiende
a distribuir los errores de forma tal que favorezcan sistemáticamente a la posición del imputado». Si
la afirmación es empírica, es contingente y dependerá de la realidad de cada sistema penal en cada
momento. Si, en cambio, es conceptual, sosteniendo que del establecimiento de un estándar de prueba
alto se infiere la despreocupación por el número total de errores, creo que es equivocada por las razones
expresadas en este epígrafe.
43
En ocasiones, la pobreza del acervo probatorio se debe a diseños procesales que no establecen
los incentivos adecuados para que se alleguen las pruebas al proceso, que no favorecen el acceso de las
partes a las pruebas relevantes (que están a disposición de la otra parte, por ejemplo) o directamente
excluyen pruebas relevantes (cosa que puede justificarse en atención a la protecciónde otros valores).
Pero en muchas otras ocasiones es la falta de medios o de recursos humanos bien formados lo que hace
inútil cualquier esfuerzo en el diseño procesal. Véanse como ejemplo algunos datos reportados por
la revista mexicana Animal Político (disponible en https:!!www.animalpolítico.com/muertos-mexico-
homicidios-impunidad/sin-tecnologia-crimen.php?fbclid=IwAROX_J5-KTWlmlzlnDOQR56DZneg-
JGmBZDOYReNsj9506Yr9FGMg-7FCJ90, última consulta: 29 de agosto de 2020) respecto a 2017 y
primeros meses de 2018: en el único laboratorio genético forense del estado de Nayarit se acumulan
todas las muestras genéticas recogidas de 41 cadáveres encontrados en los dos primeros meses del año
en el único aparato que está en funcionamiento, el refrigerador. El secuenciador de ADN está descom
puesto desde hace un año y ya con anterioridad se habían terminado los reactivos químicos necesarios
para hacer las pruebas. Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), a la fe
cha del reportaje veinte estados de la República carecían de bancos de residuos biológicos recuperados
de escenas de crímenes, lo que impide situar la presencia de personas en distintos escenarios delictivos;
siete estados no contaban con bancos de perfiles genéticos, lo que dificulta sobremanera la identifica
ción de cadáveres o de delincuentes. En el estado de México, con una tasa de 11 homicidios por cada
100.000 habitantes en 2017, solo en tres de cada diez casos se logró integrar una mínima carpeta de
investigación. El índice de impunidad en el estado para casos de asesinato fue del 97 por 100. Los
servicios periciales forenses de Ciudad de México contaban con 30 especialidades, Veracruz con 27 y
Jalisco con 26. Sin embargo, hasta 13 estados de la República tenían solo cinco o menos especialidades
forenses e Hidalgo reportó solo una. Según la publicación, a fecha del reportaje, en México había más
de 35.000 cuerpos sin identificar y más de 38.000 desaparecidos, pero solo tres estados habían volcado
información al banco de datos genéticos denominado Ante Mortem /Post Mortem, que ayudaría a com
parar muestras de fallecidos, desaparecidos, familiares, etcétera.
No puedo comprometerme con la veracidad de los datos publicados por la revista, pero no sería de
extrañar que en México o en otros países esa fuera la situación. En esas condiciones, es habitual que en
los pocos casos que llegan a judicializarse las pruebas disponibles sean sobre todo testificales, que no
tienen una especial fiabilidad. Si el estándar de prueba penal que aplicaran los jueces fuera mínimamen
te exigente, no sería de extrañar que diera lugar a un gran número de absoluciones (falsas y verdaderas).
En primer lugar, porque no se puede confiar que el sistema no someta a proceso a muchos inocentes
y, en segundo lugar, porque el acervo probatorio con el que se litiga es extraordinariamente pobre. La
impunidad, en ese caso, no podrá imputarse al diseño procesal o, más específicamente, al estándar
de prueba, sino a las graves deficiencias del sistema de investigación penal. Así lo concluye también
el Indice Global de Impunidad 2020 (IGI2020), que elabora la Universidad de las Américas, Puebla
(México), que sitúa a México como el país número 60 de 69 evaluados en cuanto a nivel de impunidad.
Puede verse el IGI2020 en https:llwww.udlap.mx/cesij!files/indices-globales/O-IGI-2020-UDLAP.pdf
(última consulta: 4 de septiembre de 2020).
126 JORDI FERRER BELTRÁN
tendrían los estándares de prueba 44, se ha debatido mucho sobre la ratio ade
cuada de falsos positivos (condenas erradas) y falsos negativos (absoluciones
erradas). Para el proceso civil, como se ha visto ya, se afirma en ocasiones,
equivocadamente, que el estándar de la prueba preponderante tiene la virtud
de producir igual número de errores de un tipo que del otro. Para el proceso
penal, en cambio, el consenso general indica que son preferibles las absolucio
nes falsas a las condenas falsas, aunque la ratio varía de 1/500 (Mandeville),
1/20 (Fortescue), 1/5 (Hale) o, la que al final se ha generalizado, propuesta por
Blakstone: es preferible que se absuelva a diez culpables a que se condene a
un inocente (1/10) 45• Cuál sea la proporción de errores de un tipo y de otro que
nos parezca aceptable dependería de los costes asociados a cada tipo de error,
a cuánto más grave consideremos que es un error respecto del otro. Si esto es
así, parecería que deberíamos diseñar un estándar de prueba que sea capaz de
distribuir los errores entre las partes en la :proporción que hayamos estimado
adecuada. Lando, por ejemplo, lo plantea así explícitamente:
Si la sociedad considera que la condena de una persona inocente es exac
tamente tan «costosa» como la absolución de 99 culpables, debe requerir un
99 por 100 de probabilidad de la culpabilidad, mientras que si la ratio de costes
fuera de 1:9, se debería exigir un umbral de probabilidad del 90 por 100, y así
sucesivamente 46•
Esta es, especialmente en la literatura anglosajona 47, la aproximación más
generalizada a la cuestión de la determinación del nivel de exigencia probato
ria que deben fijar los estándares de prueba. A pesar de ello, la relación entre
estándares de prueba y distribución del error es algo más compleja y amerita
un tratamiento menos apresurado.
En primer lugar, está claro que un planteamiento de este tipo dará como
resultado la formulación de un estándar de prueba en términos probabilísti
comatemáticos (lo que presupone que el propio razonamiento probatorio se
conduce a través de ese tipo de probabilidad). La obra más influyente en esta
línea, que determinó la doctrina de la Corte Suprema norteamericana al res
pecto 48, es un artículo de KAPLAN (1968) titulado «Decision Theory and the
Factfinding Process». En ese trabajo se parte de considerar las desutilidades,
o costes, de cada uno de los errores y la probabilidad de que se dé cada uno de
ellos. Así, la desutilidad o coste esperados serán el resultado de multiplicar
44
Como he mencionado en diversas ocasiones y defenderé más adelante, en mi opinión los
estándares de prueba no distribuyen errores, sino, algo muy diferente, el riesgo del error. En la li
teratura a veces se dice una cosa y a veces otra, no siempre dando la impresión de distinguirlas
adecuadamente.
45
Puede verse una buena presentación histórica de esas distintas ratios y su relación con la formu
lación del estándar de prueba penal en VoLOKH, 1997: 174 y ss.; EPPS, 2015: 1077 y ss.
46
Cfr. LANDO, 2009: 33. En el mismo sentido, entre otros, NAGEL, LMIM y NEEF, 1981: 360362.
La misma estrategia puede verse, para el proceso civil, en FINKELSTEIN, 1978: 68.
47
En el mismo sentido, ALLEN, 2014: 203.
48 Cfr. BELL, 1987: 558 y SS.
~~~·· ~·
49
'Da/ está por 'Desutilidad o costes de la absolución falsa' y 'De/ está por 'Desutilidad o
costes de la condena falsa'. Véase KAPLAN, 1968: 10711072. Una presentación parecida puede en
contrarse en CuLLISON, 1969: 564 y ss. Es de reseñar que la propuesta de Kaplan y Cullison recibió
también una temprana crítica por parte de TRIBE (1971: 13781381) en el sentido de que el cálculo
debería considerar no solo las (des )utilidades de las decisiones erróneas, sino también las utilidades de
las decisiones correctas. Así, la fórmula tendría la siguiente forma:
EdP= l
+ Ucv- Uaf
1 Uav-Ucf
Donde 'Ucv' está por 'Utilidad de la condena verdadera', 'Uaf está por 'Utilidad de la absolución
falsa', 'Uav' está por 'Utilidad de la absolución verdadera' y 'Ucf está por 'Utilidad de la condena
falsa'. En todo caso, este punto no cambiaría el análisis crítico que sigue en el texto. Una presentación
muy clara y sintética de los elementos principales de la teoría de la decisión y el cálculo de utilidades
puede verse en BIEDERMANN, Cxmrso y KoTSOGLOU, 2020: 6 y ss. (paginación provisional). Véase
también un atinado argumento crítico en PICINALI, 2013: 870 y ss.
°
5 Cfr. LAUDAN, 2016: 97. Anteriormente, LAUDAN (2006: 115 y ss.) había rechazado, por las
razones que expondré más adelante, que este tipo de estrategia para determinar el umbral de exigencia
del estándar de prueba fuera viable. Sin embargo, de forma sorprendente para mí, la adoptó diez años
después.
51 KAPLAN (1968: 10721077) sostiene, de hecho, que su fórmula permite dotar de sentido los
clásicos estándares de prueba penales y civiles norteamericanos. Al respecto, véanse también DEKAY,
1996; 111; REDMAYNE, 1999: 169170.
52 Esta es también una de las críticas de BELL (1987: 564) a la estrategia de Kaplan.
·
cometido los hechos que se les imputan es más difícil alcanzar las exigencias
probatorias establecidas por el estándar)58• En sentido inverso, si bajamos el ni
vel de exigencia probatoria del estándar de prueba, tendremos menos culpables
absueltos (porque es más fácil disponer pruebas de la culpabilidad que permi
tan alcanzar ese nivel de exigencia), pero más inocentes condenados (porque
también respecto de ellos es más fácil superar el grado de corroboración reque
rido). Pero es totalmente contingente que la distribución de genuinos culpables
e inocentes representada en las curvas de la figura sea esa. Si fuera, en cambio,
la que se representa en el gráfico 7, las cosas serían muy distintas:
Gráfico 6
Personas
inocentes
Gráfico 7
Personas
inocentes
culpables
ss En realidad, puede suceder que en muchos casos no se inicie el proceso contra el sujeto que
cometió el hecho porque la propia acusación, la parte demandante o el juez que deba acordar la apertura
del juicio consideren que las pruebas disponibles no permitirán alcanzar de ningún modo el estándar de
prueba previsto para la condena.
culpabilidad más allá del punto marcado con el 0,7. En ese caso, pues, bajar
el estándar de prueba desde el punto marcado con el 0,9 al punto marcado
con el O, 7 no aumentaría el número de inocentes condenados y, en cambio, sí
disminuiría el de culpables absueltos 59• Por otro lado, es de destacar también
que puede haber mucha disparidad en la forma de las curvas en tipos de casos
distintos. Nada hace pensar que los procesos contenciosoadministrativos por
infracciones al derecho de la competencia, en los que típicamente se enfrentan
la administración con grandes corporaciones, tengan que tener las mismas
características que los procesos contenciosoadministrativos por infracciones
de tráfico; que los casos penales de injurias tengan que tener las mismas ca
racterísticas que los casos de delitos sexuales; que los casos civiles de divorcio
tengan que tener las mismas características que los de derecho del consumi
dor. Un mismo estándar de prueba aplicado a tipos de casos distintos puede
dar lugar, porque sus curvas de genuinos inocentes y culpables 60 son diversas,
a distribuciones también distintas de los errores.
En su libro Verdad, error y proceso penal, Larry LAUDAN se hizo cargo
de los problemas señalados hasta aquí y propuso que el umbral de suficiencia
probatoria que deben determinar los estándares de prueba se estableciera to
mando como base, no ya la ratio de falsas condenas versus falsas absolucio
nes, sino la ratio entre verdaderas absoluciones versus falsas condenas 61• De
este modo, la ratio que serviría de base para identificar el estándar de prueba
adecuado se establecería en función de las decisiones adoptadas respecto del
grupo de los verdaderos inocentes, fuera cual fuera su magnitud total, y evita
ría los inconvenientes señalados por Allen y DeKay:
A la larga, un EdP cercano al 90: por 100 generará más o menos diez ab
soluciones verdaderas por cada condena falsa, con independencia de cuántas
personas verdaderamente inocentes y verdaderamente culpables encaren un
juicio 62•
59 EYHERABIDE (2021: 201 y ss.) ha sugerido que la forma de las curvas de los genuinos inocentes
y los genuinos culpables imputados en un proceso penal tiene que ver en buena parte con lo que él
denomina «conjunto probatorio de referencia» para los culpables y «contexto de desdicha» para los ino
centes. El primero tiene que ver con las formas regulares de investigar ciertos tipos de delitos y formas
recurrentes de valorar los resultados de esas investigaciones. El segundo tiene que ver con las formas en
que, respecto de cada tipo de delito, pueden verse típicamente involucrados en ellos genuinos inocentes
(por ejemplo, personas que viajan en un coche en el que se encuentra droga, aunque esa persona lo
desconociera).
60
Recuerdo una vez más que uso las expresiones «inocente» y «culpable» en sentido material y
para referirme de modo muy genérico a quienes han cometido los hechos que se les imputan y quienes
no, con independencia del tipo de consecuencia jurídica, sancionatoria o no, a que den lugar.
61
Véase LAUDAN, 2006: 117120. Como señalé ya más arriba, sorprendentemente diez años más
tarde LAUDAN (2016: 97 y ss.) retomó el uso de la ratio entre falsas condenas y falsas absoluciones
como base para determinar el estándar de prueba, sin explicar qué le llevó a ese cambio y por qué
consideró que los problemas señalados en el texto podían superarse ni cómo hacerlo. Respecto de los
problemas del fundamento empírico del argumento de Laudan, pueden verse GARDrNER, 2017: 224
y ss.; DEI VECCHI, 2020b: 218 y SS.
62
LAUDAN, 2006: 118.
~~· ···
Sin embargo, esta es solo una solución parcial y quedan por afrontar otros
problemas. En primer lugar, sucede que los estándares de prueba no son el
único tipo de reglas que inciden en la distribución de los errores. También lo
hacen de modo general algunas reglas procesales asimétricas, como las que
en algunos países habilitan el recurso de apelación contra las sentencias con
denatorias pero no contra las absoluciones, las que excluyen pruebas ilícitas
solo de una de las partes (como sucede, p. ej., en Estados Unidos en el proce
so penal), etc. También algunas reglas que reconocen derechos al imputado,
como el derecho al silencio (entendido incluso en unos países, pero no en
otros, como derecho a mentir). Algunas de ellas tienen finalidades que nada
. tienen que ver con los errores, como por ejemplo la protección de derechos
fundamentales, pero colateralmente impactan en su distribución. Otras tienen
como finalidad precisamente esa distribución: es el caso de las reglas sobre la
carga de la prueba y las presunciones.
Laudan percibió perfectamente que el impacto de esas reglas en la dis
tribución de los errores impide que podamos diseñar el estándar de prueba
teniendo en mente la ratio de errores que estimamos aceptable y luego con
trastar empíricamente si efectivamente se produce la ratio deseada. Por ello, su
propuesta es que, una vez determinada esa ratio y «traducidas.en un estándar
de prueba no deberíamos tener ninguna otra regla procesal que impacte en
uno u otro sentido en la distribución de errores 63• Aunque respecto de algunas
reglas, en especial de muchas de las reglas asimétricas, puede compartirse el
argumento abolicionista de Laudan, en mi opinión no puede aceptarse de for
ma general. La razón fundamental es que, como he señalado, algunas de esas
reglas tienen como finalidad directa la protección de derechos y otras, como
las que establecen cargas de la prueba o presunciones, no son prescindibles
sin más 64•
El proceso judicial es una maquinaria compleja, en la que varias de sus
piezas tienen incidencia en la distribución de errores, algunas de forma cola
teral (porque no es su función principal) y otras de forma directa. Pero debe
132
~ ~ · ~
65 ALLEN, 2012: 890. Véanse, en el mismo sentido, en relación con los costes de las decisiones,
KAPLOW y SHAVELL, 2002: 49 y 254 y ss.; ALLEN, 2014: 211212; EPPS, 2015: 1092 y SS., y la biblio
graña citada en este último trabajo sobre el impacto dinámico en la capacidad de disuasión en materia
penal y, por tanto, también en los costes de las decisiones erróneas. El punto de vista dinámico también
se puede plantear si vemos el derecho de la prueba (y, en general, el derecho procesal) como un meca
nismo a través del cual se establecen incentivos y desincentivas para las partes. En este sentido, puede
verse LEUBSDORF (2010).
~~~~~~~
69 Véase EPPS, 2015: 1072. En el mismo sentido, TILLERS y GOTTFRIBD, 2006: 152, nota 38; BA
YÓN, 2008: 26 y ss.; Gnoss y O'BRIEN, 2008: 928 (quienes afirman que «no podernos decir mucho
sobre las causas de las falsas condenas en general porque sabemos muy poco acerca de la ocurrencia
de las falsas condenas» -ibid.: 930, cursiva en el original); STRANDBERG, 2019a: 76; PAULARA
MOS, 2020: 765767; JOHNSON KrNG, 2020 (quien considera que están destinadas al fracaso todas las
estrategias de determinar el umbral de exigencia probatoria a partir de la ratio de errores y/o aciertos
que se considere deseable). Es posible, por supuesto, detectar algunos casos de decisiones erróneas,
especialmente a través de la revisión de condenas sobre la base de nuevas pruebas que demuestran la
inocencia. El denominado Innocence Project ha permitido tener datos interesantes sobre condenas erra
das en casos de delitos graves y estudiar también sus causas. Al respecto es muy instructivo el registro
actualizado de los casos de condenas erróneas y de sus causas que, respecto de Estados Unidos, realiza
el National Registry of Exonarations (consultable online en https:llwww.law.umich.edu/special/exone-
ration/Pages/about.aspxt. Sin embargo, estamos fundamentalmente ante casos de condenas por delitos
graves en las que se conservan rastros biológicos que permiten hacer pruebas de ADN y es ciertamente
dudoso que se puedan extrapolar para fundar una generalización sobre la frecuencia de las condenas
falsas en esos delitos y, aún menos, en otros tipos de delitos. Por otro lado, más difícil aún resulta tener
información empírica sobre falsas absoluciones, dado que estas no son sometidas a revisión. Al respec
to, con un análisis crítico de la estrategia de Laudan, véase FINDLEY, 2018: 1275 y ss.
LA FUNDAMENTACIÓN DEL NIVEL DE EXIGENCIA PROBATORIA ... 135
de modo que resulta del todo inviable la estrategia de fundar el nivel de exi
gencia probatoria de los estándares de prueba en las ratios de distribución de
los errores a las que supuestamente darían lugar.
¿Qué queda, pues, de la relación entre estándares de prueba y distribución
del error? Como hemos visto, la intuición de que la determinación del nivel
de exigencia probatoria tiene una incidencia en el modo en que se distribuyen
las decisiones erróneas, entre falsas condenas y falsas absoluciones, está muy
extendida en la literatura. A pesar de todas las dificultades señaladas hasta
aquí, esa es, en mi opinión, una sana intuición. El problema es que demasiadas
veces se ha atribuido a los estándares de prueba la capacidad de determinar
causalmente la distribución de los errores, lo que se ha demostrado totalmente
infundado. Habrá que buscar, pues, una relación más indirecta o más débil
entre el umbral de suficiencia probatoria y la distribución del error.
Si bien no puede decirse que la decisión sobre el umbral de suficiencia
probatoria tenga un impacto directo en la distribución de los errores, sí lo
tiene en la asignación a las partes de quién debe soportar el riesgo de error y
el quantum de ese riesgo 70• Basta para ello con mostrar que, sobre un mismo
acervo probatorio, la aplicación de un estándar de prueba exigente concluiría,
por ejemplo, en la absolución, mientras que la aplicación de un estándar de
prueba menos exigente daría lugar a la condena. En el primer caso, sería la
acusación quien cargaría con el riesgo del error, mientras que lo haría defensa
en el segundo. No se trata de que, a la Laudan, una vez determinada la ratio
de errores de un tipo y de otro que estimemos deseable podamos formular un
estándar de prueba que sea capaz de ofrecer esa ratio. Se trata más bien de de
terminar para cada tipo de casos a partir de qué grado de exigencia probatoria
estamos dispuestos a que el riesgo del error, de una condena falsa, recaiga en
la defensa o en el actor (o, mirado desde la otra cara de la moneda, hasta qué
70
No son pocos los autores que atribuyen a los estándares de prueba la función de distribuir el
riesgo de error, aunque a veces se alterna en los mismos textos con la idea de que distribuyen los errores,
cosas que, como hemos visto, son muy distintas. Por otro lado, en muchas ocasiones se trata la noción
de distribución del riesgo como la otra cara de una formulación probabilista matemática del estándar de
prueba. Así, por ejemplo, decir que el estándar de prueba exige una probabilidad del 0,8 para considerar
probada una hipótesis significaría que asumimos un 0,2 de riesgo de error. Evidentemente, por las razo
nes que ya he expuesto hasta aquí, esta noción del riesgo de error no es la que asumo. Entre los autores
que claramente vinculan los estándares de prueba con la distribución del riesgo del error, sin asumir
una noción probabilísticomatemática, véanse J. T. McNAUGHTON, 19541955: 1383; BELL, 1987: 576,
nota 55; ZUCKERMAN, 1989: 106, 110, 123 y 134140; STITH, 1990: 4; STEIN, 2005: 133 y SS. y 172
y ss.; PARDO, 2007b: 4 (que lo considera como parte de la concepción oxtodoxa de la prueba); id., 2009:
1087;VIALEDE GIL: 2014: 137; PAULA RAMOS, 2019: 766776;MATIDA, 2019: 9596; PEIXOTO, 2021:
129 y ss. TUZET (2020: 96), en cambio, parece atribuir al estándar de prueba la función de asignar a
una de las partes un riesgo distinto: el riesgo de que no se alcance prueba suficiente. En mi opinión, esta
no es función del estándar de prueba sino de la carga de la prueba; aunque en la doctrina anglosajona
es habitual tratar de forma casi indistinta las nociones de standard of proof y burden of proof o burden
of persuasion, creo que conviene mantenerlas separadas. El estándar de prueba determina el umbral de
suficiencia probatoria, mientras que la carga de la prueba determina qué parte pierde en sus pretensiones
si no se alcanza prueba suficiente respecto de ninguna de las hipótesis sobre los hechos.
71
Véase PARDO, 2009: 1089, con citas internas a las sentencias de la Corte Suprema norteame
ricana Grogan v. Gamer, 498 U.S. 279, 286 (1991); Herman & Maclean v. Huddleston, 459 U.S. 375,
390 (1983) y al voto concurrente del juez Harlan en In re Winship, 379 U.S. 358, 371 (1970).
72
En este sentido, EPPS, 2015: 10751076; VERMEULE, 2008: 926928.
73
Como he mencionado ya en diversas ocasiones y desarrollaré con mayor detalle en el capí
tulo N, esa fórmula puede utilizarse y, de hecho, se ha utilizado para hacer referencia a umbrales de
exigencia probatoria distintos.
74
Al respecto, puede verse, entre una extensísima literatura, SANDIN, 1999; MANSON, 2002; Lu
JÁN y TODT, 2011; RODRÍGUEZ LÓPEZ, 2013; ZoRZETTO,2018, y una posición crítica ya clásica en
SUNSTEIN, 2005.
1
L_ __ ..
~~
En realidad, cabe advertir que la propia noción de riesgo está lejos de ser
unívoca. Así, por ejemplo, Aven y Renn han identificado hasta diez sentidos
en los que se habla de riesgo en la literatura: 1) como equivalente a pérdida
esperada; 2) como equivalente a desutilidad esperada; 3) como probabilidad
de un resultado adverso; 4) como medida de la probabilidad y gravedad de
efectos adversos; 5) como combinación de la probabilidad de un evento y sus
consecuencias; 6) como conjunto de escenarios s, cada uno de ellos con una
probabilidad p y una consecuencia e; 7) como una combinación bidimensional
de eventos/consecuencias y sus incertidumbres asociadas (sobre si ocurrirán
los eventos y cuáles serán las consecuencias); 8) como incertidumbre de los re
sultados, las acciones y los eventos; 9) como situación o evento en los que está
en juego algo con valor para los seres humanos (incluidos los propios seres hu
manos) y en los que el resultado es incierto, y 10) como consecuencia incierta
de una evento o actividad respecto de algo que los seres humanos valoramos 76•
Es fácil observar cómo son varios los sentidos de «riesgo» listados que están
en uso en el debate sobre los estándares de prueba. En mi opinión, en cambio,
de acuerdo con el análisis realizado en las páginas precedentes, el riesgo aso
ciado a las decisiones sobre los hechos, de acuerdo con el umbral de suficiencia
probatoria, sería del tipo 7: en él, tanto el evento de la decisión errónea como
sus consecuencias son inciertas. Para ser más preciso, sabemos que habrá deci
siones erróneas, pero no podemos calcular cuántas se producirán ni, en muchos
casos, identificar cuáles son una vez producidas, y sabemos que tendrán costes
importantes, pero tampoco es factible calcular con precisión el peso relativo
de los costes asociados a las decisiones erróneas. Esto es, por cierto, lo que la
Agencia Europea del Medio Ambiente ha denominado «contexto de ignoran
cia», caracterizado por el desconocimiento del impacto de las decisiones y el
desconocimiento de las probabilidades de que se produzcan, considerando que
es el contexto en que debe regir el principio de precaución 77•
78
Sobre la distinción entre errores materiales e inferenciales, o de hecho y de razonamiento, véan
se LAUDAN, 2006: 3744; ZUCKERMAN, 1989: 122123; FERRER BELTRÁN, 2018: 419420.
79
CALLEN, 2008: 166.
L~
LA FUNDAMENTACIÓN DEL NIVEL DE EXIGENCIA PROBATORIA ... 139
80 En este sentido, Nozicx (1993: 88 y ss., y 97) considera que la racionalidad de las creencias
es sensible a lo que está en juego en cada situación. En el capítulo III propondré que es más adecuado
reconstruir la cuestión en términos de racionalidad de la aceptación de una proposición fáctica, pero
esto no es por el momento imprescindible.
81
KAPLOW, 2012: 756.
82 He planteado de forma general la analogía entre el contexto de decisión sobre los hechos en el
proceso y en la medicina diagnóstica en FERRER BELTRÁN, 2007: 49 y ss. Véase también PÁEZ, 2015:
129130.
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·--- ~~~ ~~~~~
83
Véase, por ejemplo, FELDMANy CONEE, 1985.
84 Para mayor abundamiento sobre el contextualismo, véanse, entre otros muchos, S. CoHEN
(1999); NORMAN (1999); FOLLEY (2000); RYSIEW (2001y2007); Pru:TCHARD (2002); STANLEY (2005:
especialmente, cap. 5); HAWTHORNE y STANLEY (2008).
85 FANTL y MACGRATH, 2002: 6768. Ejemplos similares habían sido ya planteados por S. Co
HEN, 1999: 58 y ss.; DEROSE, 1992.
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1
LA FUNDAMENTACIÓN DEL NIVEL DE EXIGENCIA PROBATORIA ... 141
86
Véase FANTL y MAcGRATH, 2002: 78 79. En la misma línea, en la literatura sobre estándares
de prueba, puede verse ZucKERMAN (1989: 123), que se expresa en estos términos: «[e]n las cuestiones
ordinarias tratamos con el riesgo de error fáctico balanceando la probabilidad de que nuestra inferencia
sea fácticamente errónea con la magnitud del daño que podemos sufrir si nos equivocamos. Por ejem
plo, antes de salir a dar un largo paseo escucho la previsión meteorológica. Si oigo que hay una baja
probabilidad de que llueva, tomo el riesgo de salir a pasear. Sin embargo, si estoy seguro de contraer
neumonía como resultado de cualquier lluvia que me alcance, entonces no tomaré el riesgo. Cuanto
mayor sea el daño que un evento pueda producir, menor es nuestra inclinación a correr el riesgo de su
ocurrencia».
87 Dado que tener una creencia justificada es una de las condiciones para que pueda decirse que
S sabe que p, entonces también la atribución de conocimiento es sensible al contexto. Véase S. CoHEN,
2000: 97.
88 Una buena presentación de ambos puede verse en PRITCHARD, 2002: 105 y ss.
ciencia probatoria. A título ejemplificativo, véanse BELL, 1987: 583; JACKSON, 2004: 139; STEIN, 1998:
315; id., 2005: 17ySS.,y121122; GASCÓN ABELLÁN, 2005: 129131; TARUFFO, 2005a: 119; LAUDAN,
2006: 104105; Ho, 2008: 176177; LARROUCAU TORRES, 2012: 784 y ss.; HAACK, 2012: 212; id.,
2013: 69; PARDO, 2013a: 103; ALLEN, 2014: 200; CATALANO, 2016: 51; NARDELLI y MASCARENHAS,
2016:56;MENDES,2019: 133;STRANDBERG,2019a: 89;VASCONCELLOS,2020:7.
91 Véase Nrxo, 1992.
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~~~
optar por modificar alguna de las piezas del diseño procesal y/o las prácticas
de los operadores jurídicos para cambiar aquellos resultados. Para eso, la in
formación empírica sobre cómo de hecho funciona el sistema en cada uno de
sus eslabones es un presupuesto ineludible.
La epistemología y la información empírica son, desde luego, de ayuda
para el diseño procesal, en general, y para la formulación de estándares de
prueba, en concreto; pero ninguna de las dos puede darnos una respuesta a la
pregunta sobre qué grado de exigencia probatoria debe requerirse para consi
derar probada una hipótesis fáctica en un determinado tipo de proceso 98• Esa
es una cuestión de preferencias políticas acerca de qué asignación del riesgo
de error nos parece adecuada, por ejemplo, entre los trabajadores y las empre
sas en los procesos laborales, o entre los miembros de grupos desaventajados
y los posibles demandados en procesos por discriminación, o entre la admi
nistración y las empresas en procesos por infracción al derecho de la com
petencia 99, o entre la administración y los ciudadanos en procedimientos de
derecho administrativo sancionador 10°, o entre la administración y los ciuda
danos en procedimientos por daños causados por el funcionamiento anormal
de la administración de justicia 101, o entre las partes en un proceso de familia,
o entre los consumidores y las empresas en un litigio de consumo, o entre la
acusación y la defensa en un proceso penal, etcétera.
Queda por añadir a este punto que no hay respuestas correctas para la
decisión de fijar el umbral de suficiencia probatoria en un punto u otro. En
primer lugar, porque tratándose de una decisión políticovalorativa, predicar
la existencia de una respuesta correcta presupone una concepción objetivista
de la moral que considero implausible e infundada 102• En segundo lugar, por
que respecto de los costes de los distintos tipos de errores no solo tenemos
todas las dificultades ya expuestas para su medición, sino, de nuevo, la falta
de objetividad moral para su valoración. A falta de esa objetividad, no queda
más que fundar la decisión en las preferencias sociales 103, expresadas por los
98
En términos de STEIN (2005: 132133): «Los principios epistemológicos solo pueden ayudar a
los decisores sobre los hechos a estimar las probabilidades y determinar sus pesos relativos. Estos prin
cipios, sin embargo, no establecen estándares respecto del peso probatorio (la suficiencia cuantitativa y
cualitativa del conjunto probatorio con el que cuentan los decisores), Tampoco provén criterios para dis
tinguir entre riesgos de error aceptables e inaceptables en su determinación de las probabilidades. [ ... ]
Cualquiera de estas decisiones asigna el riesgo del error de un modo u otro e involucra un importante
componente moral y político».
99
Respecto de este ámbito, son especialmente valiosos, por ejemplo, los trabajos de CASTILLO DE
LA TORRE (2009); MAGGIOLINO (2013 y 2014); CASTILLO DE LA TORRE y GIPPINI FOURNIER (2017);
KALINTIRI (2019); FUCHS (2020).
lOO Para este ámbito, véanse, por ejemplo, LETELIER, 2017: 638 y ss.; id.: 2018; ISENSSE RlMASSA,
2018: 66 y SS.
101
Al respecto, véase DoMÉNECHPASCUAL (2015).
102
Lo que excluye tanto fundamentaciones deontológicas, como la de DwoRKIN (1985: 111 y ss.,
y 251252), como consecuencialistas, como la de LAUDAN (2016: 92 y ss.).
103
HARVARD LAW REVIEW, 1993: 1095. En el mismo sentido, REYES, 2015: 20. Lo que no se
comprende bien es por qué este autor considera que concebir los estándares de prueba como meca
~· ·· ·
cauces democráticos. Esta es la razón por la que estimo que los estándares de
prueba deberían estar establecidos en los códigos procesales y decididos por
el legislador.
Sin embargo, la libre determinación política de la distribución del ries
go del error para cada tipo de casos ha sido objetada con argumentos poco
convincentes en la jurisprudencia de Altos Tribunales nacionales e interna
cionales.
La Corte Suprema norteamericana, por ejemplo, ha considerado que es
un requerimiento del debido proceso que algunos tipos de proceso judicial se
diriman de acuerdo con estándares de prueba específicos, pretendiendo de ese
modo que del derecho al debido proceso se infiere una concreta distribución
del riesgo de error. Así, por ejemplo, en In re Winship, dice expresamente la
Corte que:
Asumimos explícitamente que el derecho al Debido Proceso protege al
acusado de ser condenado salvo que haya prueba más allá de toda duda razo
nable sobre cada hecho constitutivo del delito que se le imputa 104•
La Corte Interamericana de Derechos Hum.anos, por su parte, ha sostenido
que solo puede condenarse si el resultado de las pruebas acredita la culpabi
lidad del acusado m.ás allá de toda duda razonable, lo que, sostiene, se infiere
del derecho a la presunción de inocencia:
El principio de presunción de inocencia requiere que nadie sea condenado
salvo la existencia de prueba plena o más allá de toda duda razonable de su
culpabilidad 105•
En España, aunque no está establecido legislativamente, tanto el Tribunal
Supremo como el Constitucional han sostenido también que la vigencia del
estándar del m.ás allá de toda duda razonable se infiere del derecho a la presun
ción de inocencia. Valga un ejemplo por todos:
El derecho a la presunción de inocencia comporta el derecho a no ser
condenado sin pruebas de cargo válidas, lo que implica que toda Senten
cia condenatoria debe expresar las pruebas en las que sustenta la declaración
nismos de distribución del riesgo del error, que expresan una preferencia de tipo políticomoral, está
en oposición con los postulados de la concepción racionalista de la prueba (ibid.: 20, nota 9) y con el
objetivo de la averiguación de la verdad (ibid.: 21, nota 10).
104 In re Winship, 358 U.S. 364 y 397 (1970). En Santosky v. Kramer; 455 U.S. 745 (1982), se re
quiere el estándar de la prueba clara y convincente para los hechos que puedan dar lugar a la retirada de
derechos parentales; este mismo estándar se requiere para los internamientos involuntarios en Mullaney
v. Wilbur, 421 U.S. 628 (1975). Una buena presentación de la jurisprudencia estadounidense sobre la
vinculación entre debido proceso y más allá de toda duda razonable para el proceso penal puede verse
en STELLA, 2001: 156 y SS.
1º5 Sentencia de 5 de octubre de 2015, caso Ruano Torres y otros v. El Salvador; Serie C, núm. 303,
párrafo 126. A nivel doctrinal, puede encontrarse la misma tesis, entre otros, en lLLUMINATI, 1979: 95;
SCHWIKKARD, 1999: 29 y 3637; RoBERTS y ZUCKERMAN, 2004: 328329; PAULESU, 2008: 229; AN
DRÉS IBÁÑEZ, 2009: 9192; STUMER, 2010: 5859; CATALANO, 2016: 183 y SS.
106 STC 43/2003, FJ 4.º Cursiva añadida. La primera aparición del estándar del más allá de toda
duda razonable en la jurisprudencia constitucional española, vinculado a la presunción de inocencia,
se produce en la STC 81/1998. En el mismo sentido, de forma muy clara, se expresa la STC 66/2009,
FJ 6.º Por citar solo dos sentencias del Tribunal Supremo, véanse las SSTS 258/2003, de 25 de febrero,
FJ 3.º, y 1991/2002, de 25 de noviembre, FJ 13.º
107 En el mismo sentido, SSTC 209/2007, FJ 6.0, y 70/2007, de 16 de abril, FJ 8.º También en la
jurisprudencia de la Sala Penal del Tribunal Supremo español puede encontrarse esta total incompren
sión del significado de las fórmulas con las que tradicionalmente se han expresado los distintos están
dares de prueba. Baste como ejemplo la STS 3405/2019, de 4 de diciembre, FJ 2.º, en la que después de
estimar aplicable a la decisión final sobre la culpabilidad en el proceso penal el estándar del «más allá
de toda duda razonable» (que atribuye al TEDH), afirma que «para que la tesis acusatoria pueda pros
perar, consiguiéndose la enervación de la presunción de inocencia, se le debe exigir una "probabilidad
prevaleciente", con respecto a aquellas otras hipótesis explicativas de los mismos indicios, entre las que
se puede contar la tesis fáctica de descargo».
La perplejidad sobre la coherencia de los distintos estándares de prueba vigentes en España au
menta cuando se pone en relación la exigencia del más allá de toda duda razonable para el proceso penal
y la exigencia de ausencia de duda o certeza sobre los hechos para el proceso civil. En ese sentido, el
art. 217.l LEC establece que «[c]uando, al tiempo de dictar sentencia o resolución semejante, el tribu
nal considerase dudosos unos hechos relevantes para la decisión, desestimará las pretensiones del actor
o del reconviniente, o las del demandado o reconvenido, según corresponda a unos u otros la carga de
probar los hechos que permanezcan inciertos y fundamenten las pretensiones» (cursiva añadida). Una
interpretación literal podría incluso hacer pensar que el'umbral de suficiencia probatorio es más elevado
para el proceso civil que para el penal.
LA FUNDAMENTACIÓN DEL NIVEL DE EXIGENCIA PROBATORIA ... 147
sobre el estándar de prueba que deberá utilizarse en el proceso penal 11°, pero
b) sí presupone que dispongamos de un estándar de prueba cuya aplicación
sea intersubjetivamente controlable, para hacer viable la función de garantía
de la presunción de inocencia m. En otros términos, la presunción de inocen
cia como regla de juicio exige la absolución del imputado salvo que se dis
ponga de prueba suficiente sobre su culpabilidad, en cuyo caso se derrota la
presunción; pero no predetermina cuál es el umbral de suficiencia probatoria.
Por ello, el in dubio pro reo se incorpora ya y se cuantifica, precisamente, al
establecer el estándar de prueba aplicable 112• Podría sostenerse que la presun
ción de inocencia como principio informador del procedimiento penal incluye
una preferencia por un mayor riesgo de error de absoluciones falsas que de
condenas falsas; sin embargo, aunque esto es perfectamente asumible, no es
º
11 De este modo, puede decirse que la presunción de inocencia es compatible con distintos es
tándares de prueba, unos más elevados que otros. En el mismo sentido, DIAMOND, 1990: 1731017311;
TARUFFO, 2005b: 13061307; ASHWORTH, 2006: 250; lACOVIELLO, 2006: 3870; id., 2013: 429430;
lGARTUA, 2014: 172173; NARDELLI, 2018: 297298; VASCONCELLOS, 2020: 78. Iacoviello matiza que
la compatibilidad entre el derecho a la presunción de inocencia (como regla de juicio) y distintos es
tándares de prueba tiene un límite mínimo: cuanto menos la hipótesis de la culpabilidad debe ser más
probable que la hipótesis de la inocencia para poder ser considerada probada. Si el estándar de prueba
estableciera, por ejemplo, «que para probar la culpabilidad es suficiente probar la mera compatibilidad
de la acusación con los hechos o una probabilidad lógica cualquiera, incluso inferior a la probabilidad
de la inocencia» se estaría violando la presunción de inocencia. Creo que Iacoviello tiene razón, aunque
pienso que ese límite no deriva tanto, o no solo, de la presunción de inocencia, sino más bien del propio
concepto de prueba: una hipótesis que no es, al menos; la más probable dados los elementos de juicio
disponibles no puede ser nunca considerada como probada. Eso supone que hay un límite mínimo para
el umbral de suficiencia probatoria que se obtiene del propio concepto de prueba.
in Una interpretación netamente racionalista de la prueba y del in dubio pro reo puede encon
trarse en la jurisprudencia de la Corte Suprema mexicana. Por su claridad, vale la pena reproducir in
extenso lo dicho en el Sentencia en Amparo Directo en Revisión 3457/2013, de 26 de noviembre de
2014, que afirma:
«Concebir la duda en clave psicológica, es decir, como la "falta de convicción" o la "indeter
minación del ánimo o del pensamiento" del juez es una interpretación contraria a un entendimiento
garantista de la presunción de inocencia. En efecto, asumir que la "duda" hace referencia al "estado
psicológico" que las pruebas practicadas en el proceso pueden suscitar en el juez, es algo propio de las
concepciones que utilizan la idea de "íntima convicción" como estándar de prueba.
Estas concepciones subjetivistas de la prueba no solo impiden establecer objetivamente cuándo
existe evidencia suficiente para tener por acreditada una hipótesis probatoria, sino que además resultan
incompatibles con los principios que rigen la valoración racional de los medios de prueba. De acuerdo
con la doctrina especializada, cuando una condena se condiciona a los "estados de convicción íntima"
que pueda llegar a tener un juez en relación con la existencia del delito y/o la responsabilidad del im
putado, se abre la puerta a la irracionalidad porque esos estados de convicción pueden emerger en el
juzgador sin que haya una conexión entre estos y la evidencia disponible.
[... ]
En este orden de ideas, entender la "duda" a la que alude el principio in dubio pro reo como incer
tidumbre racional sobre la verdad de la hipótesis de la acusación, no solo exige abandonar la idea de que
para que determinar si se actualiza una duda absolutoria el juez requiere hacer una introspección para
sondar la intensidad de su convicción, sino también asumir que la duda solo puede surgir del análisis de
las pruebas disponibles. En consecuencia, la satisfacción del estándar de prueba no depende de la exis
tencia de una creencia subjetiva del juez que esté libre de dudas, sino de la ausencia dentro del conjunto
del material probatorio de elementos de prueba que justifiquen la existencia de una duda» (cursivas en
el original. Notas al pie omitidas).
112
En el mismo sentido, LAUDAN: 2006: 104107 y 185; PAULESU, 2008: 179186; lACOVIELLO,
2006: 3871; id., 2013: 430; TuZET, 2013: 104.
~
Concluyo, pues, con la idea central: el debido proceso exige que el le
gislador determine para cada tipo de casos el umbral de suficiencia probato
ria 114, pero no requiere alguno en particular. Será el legislador quien deberá
tomar la decisión política de asignar y distribuir entre las partes el riesgo
del error. A la misma conclusión llega Dworkin, a través de un planteamien
to fundamentalmente moral para un problema parecido. Dicho autor se pre
gunta si tenemos un derecho a disponer de procedimientos judiciales lo más
precisos posibles en la identificación de los genuinos culpables e inocentes,
sin importar cuán costosos sean, o, en cambio, no tenemos derecho a nin
gún grado de precisión en esa identificación 115• Evidentemente, un proceso
extremadamente deficiente en la identificación de los genuinos culpables e
inocentes tendrá como resultado muchas decisiones erróneas, que dañarán
a ciudadanos 116• Por contra, invertir fuertemente en la mejora de la calidad
de la administración de justicia supondrá no poder asumir otras inversiones,
cosa que también puede causar daños a los ciudadanos o no satisfacer otras
necesidades. ¿Cómo deben tomarse estas decisiones, en las que están impli
cados daños de diverso tipo?
[N]uestra experiencia común sí sugiere una respuesta que sirve para con
testar la pregunta práctica de cómo una sociedad debe estimar el grado de
importancia de un daño moral. En determinadas circunstancias se debe dejar
la decisión en manos de instituciones democráticas, no porque lo que resuelva
un órgano legislativo o un parlamento sea necesariamente correcto, sino por
que se trata de una forma justa, dadas las circunstancias, de decidir cuestiones
113
Por ello, a pesar de la importancia que ha tenido en Italia la obra de STELLA (2001) para asentar
en ese país el uso del estándar del «más allá de toda duda razonable», entiendo como un non sequitur
su asunción de que ese estándar deriva de la mera preferencia por disminuir los errores de condenas
falsas (véase STELLA, 2001: 154 y 211216). Aun dejando aquí de lado el problema de la extraordinaria
imprecisión de aquel estándar de prueba, distribuir el riesgo del error de modo favorable al acusado o
demandado es compatible con niveles distintos de exigencia probatoria y, por tanto, con estándares de
prueba diversos. Por ello, tampoco coincido con lo sostenido por BADARÓ (2019: 247), quien reconoce
que la presunción de inocencia no tiene una vinculación conceptual con el estándar del más allá de toda
duda razonable, pero entiende que sí requeriría que «el modelo de constatación adoptado en el proceso
penal represente el nivel más elevado de confirmación probatoria que sea racionalmente exigible, para
que la proposición sea considerada probada, esto es, verdadera».
114 La misma tesis puede encontrarse en STEIN, 1997: 582583. También propone la regulación
moral o factor injusticia (el que añade el que la condena sea falsa).
150 JORD[ FERRER BELTRÁN
117
DWORKIN (1985: 120).
118
Porque la propia justificación de la democracia es objeto del debate entre objetivismo y rela
tivismo moral y una posición al respecto no es necesaria para mi argumento. Mi opinión al respecto
puede verse en el debate entre MARTÍ (2012), MoRESO (2012a) y FERRER BELT11ÁN (2013b).
119
Destaca por su claridad en este mismo sentido lo dicho por la Corte Suprema de Justicia co
lombiana (Sala de Casación Penal, Sentencia de 2 de septiembre de 2020, SP327450587, M. P. Patricia
Salazar Cuéllar): «Los estándares probatorios responden a decisiones políticas relacionadas con lo que
se conoce como "distribución del error", por lo que descansa en cabeza del legislador, no del juez, la
determinación del grado o nivel de corroboración o probabilidad suficiente exigido para concluir en
la demostración de un determinado enunciado fáctico que comprometa la responsabilidad del procesa
do» (cursivas en el original. Nota al pie omitida).
120
Véase AVEN y RENN, 2009: 2.
LA FUNDAMENTACIÓN DEL NIVEL DE EXIGENCIA PROBATORIA ... 151
121 Cfr. KNIGHT, 1921: 20. Conviene aclarar, para evitar confusiones terminológicas, que Knight
prefiere reservar al término «riesgo» para las situaciones de riesgo cuantificable a través de la probabi
lidad matemática, y utilizar el de (verdadera) incertidumbre para los casos en que no es posible aquella
cuantificación. En este trabajo, en cambio, utilizo el término «riesgo» de un modo genérico, pero, corno
veremos, entiendo que la decisión sobre el umbral de suficiencia probatoria (i. e., la determinación del
estándar de prueba) se realiza en un contexto de incertidumbre knightiana.
122 Al respecto, puede verse BENHAIM, 2019: 8586.
12s Véase BENIIAIM, 2019: 86. Otras aplicaciones al campo regulatorio jurídico pueden verse en
WEISBACH, 2015: 329 y ss., y en los trabajos del mismo número del Journal of Legal Studies (vol. 44,
núm. S2), dedicado a las políticas regulatorias en contextos de profunda incertidumbre.
126 Véanse IIANSEN, 2014: 497; WEISBACH, 2015: 321. 1
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127
Por ejemplo, no está dicho que los costes que las absoluciones erróneas pueden representar
para la capacidad disuasiva del derecho sean siempre los mismos y esta es, a su vez, de origen multi
factorial.
128
En realidad, tenemos dos opciones: o bien los cálculos sobre desutilidades esperadas tienen
bases analíticas o empíricas. En el primer caso, nada dicen de los sistemas jurídicos reales ni permiten
fundar sobre ellos estándares de prueba que tomen en consideración el funcionamiento de los sistemas.
En el segundo, tendrán que tomar en consideración, como enlas políticas de minimización de errores,
cómo son de hecho las curvas de genuinos culpables e inocentes, qué se consideran costes y de qué gra
vedad en cada sociedad y momento, etc.: un conjunto de datos complejo difícil de tratar en el cálculo.
Al respecto, puede verse el debate entre KAYE, 2002, y ALLEN, 2003; también el reciente trabajo de
JoHNSON KlNG, 2020: 12 y ss. (paginación provisional).
LA FUNDAMENTACIÓN DEL NIVEL DE EXIGENCIA PROBATORIA ... 153
bución del riesgo del error a través de los estándares de prueba, pero abando
nando la pretensión de conseguir incorporarlos a cálculos que pudieran dar
lugar a pretendidos resultados objetivos sobre el grado de exigencia probatoria
del estándar. Y esa objetividad no es alcanzable por una razón adicional a la
que ya he hecho referencia en páginas precedentes: que algo cuente como un
coste o una desutilidad y cuán costoso o grave nos parezca es el resultado de
juicios de valor que, como tales, no son objetivos y en muchas ocasiones son
socialmente controvertidos. Por todas estas razones, los factores que señalaré
en las páginas que siguen no son más que indicativos de posibles efectos de
uno u otro estándar (junto con otras variables) que en nuestras sociedades so
lemos considerar valiosos o disvaliosos. Esos factores nos pueden servir para
adoptar las decisiones políticas acerca de qué grado de exigencia probatoria
nos parece suficiente en cada tipo de casos y para cada tipo de decisión, asig
nando el riesgo de error de uno u otro modo. No debe considerarse, en todo
caso, como una lista exhaustiva de factores relevantes ni tampoco con mayor
utilidad que la indicativa.
Los distintos factores pueden operar como razones para subir o bajar el
nivel de exigencia probatoria que el estándar de prueba considera suficiente
para considerar probada una hipótesis sobre los hechos. Cuanto más exigente
sea el estándar de prueba mayor será el riesgo de absolución falsa y, a la inver
sa, cuanto menos exigente sea mayor será el riesgo de condena falsa. Como
hemos visto, sin embargo, esto no significa necesariamente que será mayor el
número de errores de uno u otro tipo, lo que depende de otros muchos facto
res. El modo en que se reparte el riesgo de error puede verse más claramente si
retomamos la representación de las curvas de genuinos culpables e inocentes
que he utilizado en páginas anteriores.
Gráfico 8;
Personas
inocentes
Pues bien, hay dos sentidos en que disminuye el riesgo ele condena falsa a
medida que aumentamos el grado de exigencia probatoria que fija el estándar de
prueba: 1) A nivel global, en línea de principio y desde una perspectiva estática,
en menos casos de personas genuinamente inocentes se alcanzará el grado de
corroboración requerido por el estándar; en cambio, una porción mayor de la
curva de genuinos culpables nos quedará por debajo del grado de corroboración
mínimo establecido por el estándar, de manera que aumentará el riesgo de ab
soluciones falsas. 2) A nivel individual, es claro que si la exigencia probatoria
para que proceda declarar probados los hechos que pueden fundar una condena
se fija en el punto 0,5 del gráfico 8, el riesgo dé condena (falsa o verdadera) para
un demandado es mayor que si se fija en el punto O, 7 y mayor aún que si se fijara
en el punto 0,9. A su vez, el riesgo de absolución (falsa o verdadera) aumenta a
medida en que subimos el umbral de suficiencia probatoria. Por eso, situar ese
umbral en un punto u otro aumenta o disminuye el riesgo de decisión adversa
errónea que asignamos a cada parte. ¿A partir de qué punto nos parece razonable
situar el riesgo del error en las espaldas del demandado? O ¿hasta qué punto nos
parece razonable situar el riesgo del error en las espaldas del demandante? Esta
es la decisión política que debe tomarse y expresarse en los estándares de prueba.
Pero ¿qué razones pueden contar para tomar la decisión sobre el nivel de
exigencia probatoria? La lista de razones es, desde luego, abierta y en ningún
caso nos podrá ofrecer resultados objetivos (puesto que de preferencias políti
cas hablamos). Sin embargo, creo importante destacar las 6 siguientes:
1) La gravedad del error en caso de condena falsa, lo que tiene que ver
fundamentalmente con la relativa importancia del bien afectado por la conse
cuencia jurídica y por el grado de afectación del mismo 129• Podemos convenir
129
Se ha sostenido la aplicabilidad del principio de proporcionalidad en la ponderación entre el
grado de exigencia probatoria y la gravedad de la afectación a bienes jurídicos que pueda tener la deci
sión a tomar. Puede verse, en este sentido, CASTILLO ALVA, 2018: 174 y ss.
en que no tiene la misma gravedad una sanción pecuniaria que una privación
de libertad, un arresto domiciliario de fin de semana que veinte años de cárcel.
La mayor importancia del bien jurídico afectado y la mayor afectación del
bien tiende a aconsejar un estándar probatorio más exigente, puesto que el
error de la condena falsa tendría más graves consecuencias 130•
Por esta razón, tradicionalmente se ha distinguido en los sistemas anglo
sajones, por ejemplo, entre el estándar de prueba que rige en los procesos pe
nales y el estándar o los estándares aplicables en los procesos civiles. A la luz
de esta primera razón, sin embargo, creo que la distinción debería ser mucho
más precisa. En efecto, nuestros sistemas penales han sufrido en estas últimas
décadas una gran transformación, olvidándose del modelo de mínima inter
vención penal e incluyendo entre los tipos penales conductas de la más varia
da condición. Como contrapartida, también la diversidad de penas ha crecido
exponencialmente, incluyendo sanciones pecuniarias, inhabilitaciones profe
sionales o para el ejercicio de cargo público, obligación de prestar servicios
sociales, órdenes de alejamiento, junto a las tradicionales penas privativas de
libertad, que pueden ser, a su vez, no solo de tiempo muy variado, sino también
en establecimiento penitenciario o incluso en el propio domicilio. Por supues
to, además, algunas de estas consecuencias jurídicas no son distintas de las
que pueden resultar de un proceso civil, contenciosoadministrativo o laboral.
Si esto es así, la gravedad de la consecuencia jurídica ante una determinación
errónea de los hechos no es siempre la misma en el proceso penal, lo que acon
seja, teniendo en cuenta esta primera razón, disponer de diversos estándares de
prueba para ese tipo de procesos en función de la gravedad de la consecuencia
jurídica prevista. Tampoco tiene por qué ser siempre más grave el error en un
proceso penal que en uno civil (no es obvio, por decirlo así, que una sanción
pecuniaria errónea en un proceso penal sea más grave que la errónea retirada
de la patria potestad o el internamiento forzoso en un proceso civil) de manera
que, de acuerdo con esta primera razón, no sería apropiado identificar un están
dar de prueba unificado para todos los procesos penales, que necesariamente
debiera ser más exigente que los, también diversos, estándares de prueba de los
procesos civiles, contenciosoadministrativos, laborales, etcétera 131•
En consecuencia, con independencia de los serios problemas de indeter
minación del estándar del «más allá de toda duda razonable», su aplicación
indistinta a todos los procesos penales debería ser, pues, reconsiderada, salvo
º
13 Por otro lado, también hay que considerar que el caso de condena falsa incluye el supuesto en
que el sujeto ha sido condenado por un hecho que, en realidad, no se produjo, y el supuesto en el que el
hecho sí existió, pero el autor no fue el sujeto condenado. En este último caso se comenten en realidad
dos errores cuyos costes deberán ser tenidos en cuenta, puesto que un inocente es condenado, pero
también queda exonerado el autor material del hecho. Sobre el doble error de algunas condenas falsas
y sus costes, véanse LIPPKE, 2013: 387; EPPS, 2015: 1125 y SS.
131 Volveré sobre este punto un poco más adelante, al analizar la quinta de las razones a considerar
para determinar el nivel de exigencia del estándar de prueba.
132 En este sentido, se ha argumentado a favor de requerir un estándar de prueba más exigente que
el «más allá de toda duda razonable» cuando la consecuencia jurídica de la condena pueda ser la pena
de muerte, por el crucial valor del bien en juego. En esa línea, véanse, por ejemplo, Koossn, 2001: 108
y ss.; SAND y Ross, 2003: 1361 y 1365 y ss., que defienden que debería exigirse que los miembros del
jurado tengan certeza sobre los hechos. Al respecto, puede verse también LILLQUIST, 2005. El concreto
estándar de prueba propuesto por estos autores no me parece safisfactorio, una vez más, porque el ma
yor grado de creencia subjetivo nada dice sobre la corrección de la decisión. En cambio, su argumento
sobre la conveniencia de elevar el umbral de suficiencia probatoria para los casos en los que la sanción
sea la pena de muerte va en la buena dirección de diversificar el estándar de prueba en los procesos
penales. Si se acepta ese argumento, parece razonable que también se pudiera plantear la vigencia de un
estándar de prueba menos exigente cuando el bien afectado por la pena y el grado de afectación fueran
menos graves que la privación de libertad, como puede ser en el caso de sanciones pecuniarias, por
ejemplo. Sin disponer de esa variedad de estándares de prueba, la realidad es que la extrema vaguedad
de la fórmula utilizada («más allá de toda duda razonable») permite que los juzgadores modulen lo que
consideran como «duda razonable» en función de las circunstancias del caso y de la gravedad de los
costes que estimen, pero esto nos devuelve a los problemas de la determinación particularista de las
exigencias probatorias, escondida tras el uso de una misma fórmula retórica.
Se argumenta en ocasiones que la estigmatización social asociada a la condena penal (que no esta
ría presente en la condena civil o de otras jurisdicciones) es un factor que hace siempre más costoso el
error en los casos penales. Sin embargo, este es un aspecto empírico, y como tal contingente, que no es
claro que vaya asociado al tipo de proceso y no al tipo de sanción, Así, por ejemplo, KAHAN (1996: 593)
ha sostenido que las condenas pecuniarias, sean civiles o penales, no llevan asociada una estigmatiza
ción social destacable, como sí la tienen, en cambio, las condenas de privación de libertad. En el mismo
sentido, RosENZv1 y FrsHER,2008: 149. Sobre la relación entre estigmatización social y estándares de
prueba, véanse STRANDBURG, 2003: 1349; EPPS, 2015: 1099 y SS.
133
En el mismo sentido, BELL, 1987: 584585; LAUDAN, 2006: 94; EPPS, 2015: 1070.
134
Evidentemente, a la defensa le bastará en muchas ocasiones con conseguir que el acervo pro
batorio de cargo no alcance las exigencias del estándar de prueba para la hipótesis de la culpabilidad,
IA FUNDAMENTACIÓN DEL NIVEL DE EXIGENCIA PROBAWRIA... . .l57~ ~~
136 STEDH Tendam c. España, de 13 de julio de 2010, § 37, que tenía ya precedentes que apun
taban en la misma dirección desde las SSTEDH Englert c. Alemania y Nolkenbockhoff c. Alemania,
ambas de 25 de agosto de 1987, Sekanina c. Austria, de 25 de agosto de 1993, y Rushiti c. Austria, de
21 de marzo de 2000. Son muy indicativas también diversas sentencias de TEDH en casos sobre este
tema contra Noruega. Este país tenía establecido (arts. 444 y 446 del código procesal penal noruego) un
régimen legal para que procediera la indemnización por prisión preventiva seguida de una absolución,
según el cual el que fue imputado y absuelto debía solicitar la indemnización y probar su inocencia, ante
el mismo tribunal que le juzgó, con un estándar de probabilidad prevaleciente. Es decir, si la hipótesis
de la culpabilidad era más probable que la de la inocencia, pero no alcanzó un grado de corroboración
suficiente a la luz del estándar de prueba penal, el acusado debía ser absuelto, pero no tenía derecho a
indemnización en caso de haber sido sometido a prisión preventiva. Si, en cambio, la hipótesis de la
inocencia era más probable que la de la culpabilidad, se entendía probada la inocencia y ello generaba
el derecho a la indemnización por la prisión preventiva sufrida. Pues bien, el TEDH considera también
contraria a la presunción de inocencia esta regulación: véase, por ejemplo, O. c. Noruega, de 11 de
febrero de 2003 (§§ 3341).
137
Desgraciadamente, el déficit de comprensión de los problemas probatorios en lajurisprudencia
del TEDH no se muestra exclusivamente en el tema de los estándares de prueba. En este sentido, Goss
(2016: 16 y ss., y 58 y ss.) muestra con sólidos argumentos que el case law del TEDH sobre la prueba
está marcado por la incoherencia, la falta de justificación y la opacidad.
138
Puede verse un elenco de casos del TEDH en el mismo sentido en DoMÉNECH PASCUAL,
2015: 28.
.. ~~~·
LA FUNDAMENTACIÓN DEL NIVEL DE EXIGENCIA PROBATORIA ... 159
(es decir, como no autor de los hechos) en todos los ámbitos en los que los
mismos hechos juzgados en sede penal fueran relevantes. Pero esto, eviden
temente, desconoce una vez más los distintos bienes en juego en sede penal
y administrativa, así como la distinta gravedad de los respectivos potenciales
errores, que hacen que los estándares de prueba aplicables no deban ser nece
sariamente los mismos. En otros términos, si no se hubiesen iniciado acciones
penales contra el Sr. Stavropoulos ¿hubiese sido correcta la decisión admi
nistrativa de revocar la adjudicación de la vivienda social? Si la respuesta es,
como creo, afirmativa, ¿qué razón tenemos para que las exigencias probatorias
en sede administrativa cambien, asumiendo un estándar probatorio ajeno a
ella y más exigente, por el hecho de que la acción pueda tener consecuencias
penales adicionalesv",
En definitiva, la doctrina del TEDH extiende la aplicabilidad del derecho
a la presunción de inocencia a toda actuación estatal posterior a la absolución
penal y relacionada con los mismos hechos. Claro está que cuando se hace esto
ya no estamos frente a una presunción iuris tantum, sino ante una presunción
iuris et de iure o incluso ante una ficción. Además, la extensión de esta presun
ción inderrotable a cualquier otro procedimiento no penal posterior supone en
la práctica considerar que el estándar de prueba en esos otros procedimientos
sea el mismo que el penal y, en consecuencia, que la cuestión probatoria ya
haya sido decidida en esa sede. Todo ello, como espero haber demostrado, se
basa en una seria confusión del rol de los estándares de prueba en el procedi
miento judicial y de su relación con la presunción de inocencia.
Hasta aquí he relacionado la gravedad del error de la condena falsa con la
importancia del bien afectado por la condena y la intensidad de su afectación.
Con ello, se centra la mirada en los efectos directos o indirectos (reputacio
nales o de estigmatización, por ejemplo) en la persona condenada. Kaplow
ha destacado, en cambio, que debe prestarse también atención al denominado
chiling effect, es decir, al desincentivo que el riesgo de una condena falsa
puede representar para la realización de acciones que consideramos valiosas
o que, en todo caso, no queremos desincentivar+", Según Kaplow, dado que
la probabilidad de que una acción valiosa sea confundida con una ilícita ope
139 Una variante de este problema se presenta así: por un lado, se asume que la presunción de
inocencia está vinculada a un estándar de prueba especialmente elevado y, por otro, se asume que puede
y debe extenderse la aplicación de la presunción de inocencia a otros ámbitos, como el derecho adminis
trativo sancionador, el derecho laboral disciplinario, etc. Dadas las dos asunciones conjuntamente, en
tonces se concluye que también en esos otros ámbitos se requiere un estándar de prueba particularmente
exigente, igual al del proceso penal. Como espero haber mostrado en este trabajo, esta conclusión es
totalmente inadecuada, pero para rechazarla hay que abandonar también alguna de las premisas o asun
ciones de partida; pues bien, mi propuesta es rechazar la vinculación entre presunción de inocencia y un
determinado estándar de prueba. Para derrotar la presunción de inocencia debe estar probada la hipóte
sis de la culpabilidad, pero cuán altas sean las exigencias para considerar probada la hipótesis depende
de las consideraciones políticas que estamos analizando y no de la presunción de inocencia misma.
140 Véase KAPLow, 2012: 746748.
160
JORDI FERRER BELTRÁN
tro único interés fuera el de evitar las falsas condenas, la mejor manera de
asegurarlo (de hecho, la única) es la de no condenar nunca a nadie 143• De ese
modo, conseguiríamos realizar completamente una de las pretensiones que
tenemos, por ejemplo, frente al Estado: que no use su capacidad sancionadora
para dañar a sujetos inocentes. Sin embargo, también de ese modo estaríamos
descuidando absolutamente otro reclamo que dirigimos al Estado como socie
dad: que proteja nuestros derechos (a la vida, la integridad física, la libertad,
la propiedad, la libertad sexual, etc.), evitando que terceros nos dañen 144• Por
141 Las dos cosas, evidentemente, pueden y suelen estar vinculadas, aunque no es necesariamen
~~ '
142
Al respecto, véase REDMAYNE, 1999: 174 y ss., y la explicación del abandono posterior de
Ja doctrina en SORABJI, 2019: 261262. También considera oportuno tomar en cuenta la gravedad de las
alegaciones para determinar el grado de exigencia probatoria a requerir por el estándar de prueba Ávr
LA, 2018: 120121. Llamativamente, el coste de las absoluciones falsas no aparece en la lista de circuns
tancias que este autor propone considerar para decidir sobre el umbral de exigencia probatoria.
143 En el mismo sentido, RoBERTS y ZUCKERMAN, 2004: 347.
144 Ya LAPLACE (1814: 133) destacó esta doble pretensión frente al Estado al plantearse el gra
do de exigencia probatoria (de probabilidad) que debía tener la hipótesis acusatoria para justificar la
condena: «la prueba del delito del acusado ¿posee el alto grado de probabilidad requerido para que
los ciudadanos teman menos los errores de los tribunales, 'si el inocente es condenado, que sus nuevos
atentados y los de los desdichados a quienes exasperaría el hecho de su impunidad si el culpable fuera
absuelto?». Este planteamiento ha sido también retomado por LAUDAN, 2016: 27 y ss. En el ámbito
del derecho penal, Roxin, entre otros muchos, ha insistido. también en el doble objetivo de protección
de los derechos de los ciudadanos a través del derecho penal y frente al derecho penal (véase RoxIN,
1994: 137). En el mismo sentido, RoBERTS y ZucKERMAN, 2004: 9 y ss., 347 y 355, y, desde la filosofía
política y moral, Nozrcx, 1974: 97. Una discusión general de las diversas situaciones de conflicto entre
la minimización de la probabilidad de condena a inocentes y la protección de los derechos de los demás
miembros de la sociedad puede verse en STUMER, 2010: 6375. Finalmente, haciendo referencia a la
prisión preventiva, el Tribunal Constitucional español también ha plateado la misma dualidad, situán
dola «entre el deber estatal de perseguir eficazmente el delito, por un lado, y el deber estatal de asegurar
LA FUNDAMENTACIÓN DEL NIVEL DE EXIGENCIA PROBATORIA ... 161
el ámbito de la libertad del ciudadano» (STC 41/1982, de 2 de julio, FJ 2.º). Es en esta línea también
que el TEDH ha considerado a la presunción de inocencia como un derecho no absoluto, que admite
limitaciones, considerando la gravedad de lo que esté en juego y respetando los derechos de la defensa:
al respecto, véase STEDH en el caso Salabiaku c. Francia, de 7 de octubre de 1988, párrafo 28. Hay
que advertir, sin embargo, que si se sostiene, como defiendo en este trabajo, que no hay una vinculación
conceptual entre presunción de inocencia y estándar de prueba específico alguno, el carácter absoluto o
no de la presunción de inocencia no tiene un impacto directo en el debate sobre los estándares de prueba
que deberían regir para cada decisión probatoria.
145 En esta línea, DEI VECCHI y CUMIZ (2019: 5152 y 87 y ss.) muestran cómo la Corte Penal
Internacional ha considerado la especial gravedad de los delitos que tiene la competencia de enjuiciar
(crímenes de guerra, masivos o de lesa humanidad) como un factor a tener en cuenta a la hora de es
tablecer el estándar de prueba, procurando evitar las falsas absoluciones. Sobre la comprensión de los
estándares de prueba por los distintos tribunales penales internacionales, véase también KLAMBERG,
2020.
,I,
contundente, que haga que sea más probable esa hipótesis que la de la ino
cencia, puede suceder que si aplicamos un estándar de prueba muy exigente
el caso acabe en una falsa absolución. Ante ese tipo de casos, cabría la posi
bilidad de diseñar un sistema que previeranna doble solución: la absolución
penal y, contemporáneamente y en el mismo proceso, una condena civil a la
reparación del daño. O cabe, en el otro extrémo, un sistema que no permita
la reparación civil, ni en el mismo proceso ni en otro, por los daños causados
por hechos constitutivos de delito si no hay condena penal. Evidentemente,
los costes para la víctima de la absolución errónea del genuino culpable son
muy distintos y, como se ve, no dependen solo del estándar de prueba que se
decida establecer, sino también, como en este caso, de otras reglas procesales.
i
También el problema del coste de las absoluciones falsas se plantea res
pecto de decisiones intermedias en el procedimiento. Cabe recordar que la
noción de absolución (como la de condena) que estoy usando en este trabajo
es extremadamente amplia: abarca tanto las penales como las de cualquier otra
jurisdicción, y también las decisiones :finales(en sentencia) como las interme
dias. Se trata, de forma general, de si se consideran acreditados o no los hechos
a los efectos de la decisión que deba tomarse, o incluso si se considera acredi
tado que no se produjeron. Pues bien, respecto de los costes de los errores en
las decisiones intermedias del procedimiento hay que distinguir aquellas que
pueden suponer la finalización anticipada del procedimiento de las que no. La
decisión sobre si están suficientemente acreditados Ioshechos a los efectos de
la adopción de una medida cautelar puede ser errónea t:ill cualquiera de los sen
tidos y tendrá, dependiendo de los casos, unos costes más o menos elevados;
pero en ningún caso supone la terminación del procedimiento. En cambio, la
decisión sobre si hay o no elementos de juicio suficientes para abrir juicio oral
en el proceso penal tiene efectos muy distintos y costes del error también muy
diferentes en función del sentido en que ,se adopte. Si el juez considera que
hay prueba suficiente, el procedimiento continuará. Si el juez considera, en
cambio, que no hay prueba suficiente, el procedimiento concluirá en ese mo
mento con el archivo de las actuaciones (o un direct verdict en el modelo
anglosajón). Evidentemente, continuar erróneamente el procedimiento tiene
costes, pero son distintos de los que tiene la decisión errónea de no hacerlo.
La primera decisión podrá ser corregida en la decisión final, mientras que la
segunda se convierte en sí misma en final (aunque no necesariamente en defi
nitiva, dependiendo del sistema de recursos vigente). Será razonable tomar en
cuenta esta diferencia de costes a los efectos de fijar el estándar de prueba que
se considere adecuado para esas decisiones intermedias.
igual riesgo de error a las dos partes. Si esto fuera así, este sería el estándar
óptimo si estimáramos tan disvaliosas las condenas como las absoluciones
falsas, ya que cualquier otro estándar expresaría la preferencia por los intere
ses de una de las partes 146• En este sentido, por ejemplo, se ha pronunciado la
Corte Suprema estadounidense 147• Sin embargo, esta conclusión debe ponerse
en cuestión por varios motivos: en primer lugar, como hemos visto ya, no es en
absoluto claro qué requiere el estándar de la preponderancia de la prueba, una
vez descartamos dotarlo de contenido mediante probabilidades matemáticas.
En segundo lugar, como ha mostrado Bell 148, la carga de la prueba impacta de·
tal modo en la distribución del riesgo del error que hace que nunca el riesgo
que soporta cada parte sea exactamente el mismo. En efecto, incluso si la
prueba sobre las hipótesis de las dos partes es tratada con el mismo estándar,
cabe la posibilidad que ninguna de las dos alcance la suficiencia probatoria,
en cuyo caso la parte que tiene la carga de la prueba perderá el proceso y so
portará el riesgo del error. En tercer lugar, tampoco es acertado sostener que
el estándar de la preponderancia de la prueba (sea cual sea su contenido) es el
único que trata por igual los intereses de las dos partes, sin preferencia por
ninguna de ellas. Para otorgar un trato igualitario a las partes en la determi
nación del umbral de suficiencia probatoria basta que el estándar de prueba
aplicable a las hipótesis de ambas partes sea el mismo, con independencia de
cuál sea este. Es decir, el trato igualitario parece requerir únicamente que no
rijan estándares de prueba asimétricos o de distinto nivel de exigencia para
las diversas hipótesis fácticas en conflicto. Sucede, sin embargo, que cuanto
más exigente sea el estándar de prueba aplicable mayor será el riesgo de que
ninguna de las hipótesis supere el estándar y, por tanto, el proceso se decida
sobre la base de la carga de la prueba, decantando la decisión a favor de una
de las partes. Es, pues, la carga de la prueba, y no el estándar de prueba, la
que desequilibra en esos casos la distribución del riesgo del error149• Volveré
enseguida sobre la interdependencia de las distintas reglas procesales que dis
tribuyen el riesgo del error.
3) Las dificultades probatorias del tipo de casos. Una tercera razón que
puede considerarse en el momento de determinar el estándar de prueba tiene
que ver con las dificultades probatorias del tipo de casos a los que se pretende
aplicar 150• Veamos un ejemplo que puede ser ilustrativo: la evolución de la ti
146 Entre los muchos autores que defienden esta tesis, véase BROOK, 1982: 8586, y el análisis
iso También el contextualismo epistemológico, al que hice referencia páginas atrás, asume que
las dificultades probatorias pueden ser uno de los factores a tener en cuenta para determinar el grado
de exigencia probatoria (véase FANTL y MAcGRATH, 2002: 81). Puede verse una clasificación de los
tipos de casos que plantean dificultades probatorias en HUNTER, 2015: 213 y ss. Vale la pena señalar
que Hunter distingue dificultades probatorias relativas al tipo de hechos y relativas a la disponibilidad
· -·--
En estos tipos de casos '·51, las dificultades probatorias pueden operar como
una razón para disminuir el nivel de exigencia del estándar, evitando así la
impunidad y con ello que el tipo penal devenga inútil por inaplicable. En otras
palabras, las especiales dificultades probatorias de estos tipos de casos tienden
a producir un gran número de falsas absoluciones, con la consiguiente despro
tección de los bienes jurídicos a los que el tipo penal pretendía proteger, lo que
puede ser una razón para bajar el estándar de prueba 152•
o facilidad probatoria de una parte en el proceso, y en ninguna de ellas plantea como posibilidad de
actuación la disminución del estándar de prueba. Sí lo hace, en cambio, ÜRMAZÁBAL, 2004: 1415. Por
mi parte, limito la toma en consideración a las dificultades probatorias relativas al tipo de hechos como
razones que pueden intervenir en la fijación del grado de exigencia del estándar de prueba.
151
Es importante enfatizar que estoy hablando de tipos de casos, no de casos individuales que, por
las razones que sean, enfrenten dificultades probatorias. Una vez más: por razones básicas de previsi
bilidad de las reglas con las que se nos juzga, los estándares de prueba tienen que estar previstos como
reglas generales y abstractas.
152
La Corte Suprema colombiana ha considerado la posibilidad de disminuir el nivel de exi
gencia del estándar de prueba en el marco de lo que es habitual denominar como «valoración de la
prueba con perspectiva de género» o «juzgar con perspectiva de género» (véase Corte Suprema, Sala de
Casación Civil, febrero 21, 2018, M. P.: M. Cabello Blanco, STC22872018, cdo. 4.5). Sin embargo,
abrir la posibilidad de modificar el estándar de prueba en los casos concretos sin mayor precisión es
altamente peligroso y contrario a Jos postulados que estoy defendiendo en este trabajo. Por un lado,
aunque algunos de esos casos podrían considerarse corno de especiales dificultades probatorias, no
todos los casos en los que están involucradas mujeres las presentan (y la Corte añade también a otros
colectivos desaventajados como «ancianos, niño[s], grupos LGBTI, grupos étnicos, afrocolombianos,
discapacitados, inmigrantes, o cualquier otro»). A ello se podría aún objetar que la determinación de
un estándar de prueba menos exigente cuando la carga de la prueba recae en un miembro de esos co
lectivos no se sostiene en las dificultades probatorias sino en el desequilibrio de poder entre las partes,
que será analizado un poco más adelante. Así, se podría sostener, por hipótesis, que dado que se trata
de grupos desaventajados, se adopta un estándar de prueba de menor exigencia en esos casos debido a
Ja preferencia política de disminuir el riesgo del error en su contra. Queda, sin embargo, una segunda
imprecisión más grave: no basta con abrir la posibilidad indeterminada de bajar el umbral de exigencia
···
LA FUNDAMENTACIÓN DEL NIVEL DE EXIGENCIA PROBATORIA ... 165
probatoria, sino que el derecho al debido proceso que tiene cualquier ciudadano (pertenezca o no a un
grupo desaventajado), requiere que el estándar de prueba esté determinado y sea cognoscible antes de
iniciar el proceso. Un buen comentario crítico de la sentencia mencionada puede encontrarse en CAL
DERÓN GARCÍA, 2018: 74 y SS.
153 Véanse, por ejemplo, el art. 95 del Código Civil y Comercial argentino o, de forma menos clara
por lo que hace a la identificación del hecho base de la presunción, el art. 33 del Código Civil español.
166 JORDI FERRER BELTRÁN
154
Es claro que esta tercera razón es, en realidad, instrumental de la segunda: así, las dificultades
probatorias son causa normal, pero no necesariamente, de absoluciones erróneas. Atender a los proble
mas generados por las dificultades probatorias suele ser muestra de la preocupación por las absolucio
nes erróneas que generan. Ahora bien, de nuevo hay que recordar que debemos atender a los efectos que
la determinación de un estándar de prueba más bajo pueda producir desde una perspectiva dinámica.
Así, no sería extraño que la menor exigencia probatoria condujera a un menor esfuerzo·investigativo,
de modo que el resultado final tampoco redujera el número de los culpables absueltos. Pone el foco en
este efecto RAMfR.Ez ÜRTIZ, 2018: 17; id.: 2020: 221.
155
Véanse ZUCKERMAN, 1989: 110; ALLEN y CAJ.;LEN, 2003: 5; STEIN, 2005: 133140.
LA FUNDAMENTACIÓN DEL NIVEL DE EXIGENCIA PROBATORIA ... 167
nas 156• Las primeras tienen forma condicional y, dado cierto hecho base, orde
nan tomar como cierto un hecho presumido si no hay prueba en contrario. Es el
caso, por ejemplo, de la presunción de conmoriencia a la que me he referido en
los párrafos precedentes. El efecto probatorio de estas presunciones es doble:
en primer lugar, cambian el thema probandum (el hecho a probar) y probado
este, alteran la carga de la prueba de la no ocurrencia del hecho presumido.
Las denominadas presunciones aparentes o verdades interinas, por su par
te, comparten con las presunciones stricto sensu la característica de admitir
prueba en contrario y situar la carga de la prueba en quien no es favorecido por
la presunción; divergen de estas, en cambio, en que no un hay hecho base que
probar a los efectos de desencadenar la presunción. La presunción de inocen
cia o la de buena fe en materia civil son ejemplos claros de este tipo de reglas.
Su efecto práctico no es distinto en absoluto al de las reglas que determinan
las cargas de la prueba 157•
También impactan en la distribución del riesgo del error, como ya hemos
visto, otras reglas que atribuyen derechos a las partes de forma asimétrica,
como la posibilidad de apelar las sentencias condenatorias, pero no las abso
lutorias, en el proceso penal estadounidense 158•
Pues bien, es fácil observar que, si queremos distribuir el riesgo probatorio
a través de los estándares de prueba, debemos también tener en cuenta qué
otras reglas operan en esa misma distribución. Si, por ejemplo, con el argu
mento de favorecer a la parte débil en las relaciones de consumo, hacemos
recaer la carga de la prueba en el fabricante en los procesos por productos
defectuosos y simultáneamente rebajamos mucho el estándar de prueba, quizá
el resultado será exactamente el contrario al buscado. En definitiva, al tomar
en consideración las razones atinentes a la gravedad de las consecuencias de la
decisión probatoria errónea o a las dificultades probatorias de los tipos de ca
sos, debe tenerse en cuenta simultáneamente quién tiene la carga de la prueba,
así como los efectos de posibles presunciones u otras reglas procesales apli
cables al caso.
156 Dejo voluntariamente a un lado las denominadas presunciones iuris et de iure, que no tienen un
función directa la disminución (y, si son asimétricas, también la distribución) de los errores inferencia
les (es decir, los casos en que la decisión no está justificada a partir de las pruebas aportadas al proceso),
mientras que los estándares de prueba apuntan a la distribución del riesgo de error material. El punto
me parece correcto, aunque no debe perderse de vista que los errores inferenciales pueden ser causa de
errores materiales y, si ese es el caso, la imposibilidad de corregir los errores inferenciales de las deci
siones absolutorias daría también lugar a la imposibilidad de corregir los errores materiales. Por eso, si
se establecen mecanismos asimétricos de control de errores inferenciales, esto tiene un efecto sobre la
corrección asimétrica también de errores materiales. Sobre el impacto de las reglas procesales asimétri
cas en la distribución del riesgo del error, véanse también LAUDAN, 2006: 181 y ss.; EPPS, 2015: 1144.
· ~
159
Sobre el distinto papel que juegan en el proceso los litigantes habituales (repeat players) y los
litigantes ocasionales (one-shotters), puede verse el clásico trabajo de GALANTER, 1974: 97 y ss.
16º
Véase STEIN, 1996b: 333338. .
LA FUNDAMENTACIÓN DEL NIVEL DE EXIGENCIA PROBATORIA ... 169
161 Al respecto, véanse, entre otros, MANN, 1992: 1798 y ss.; DUDLEY, 1993: 1081 y ss.; KLEIN,
deración a la hora de determinar el umbral de suficiencia probatoria «la importancia que puede llegar a
tener la rapidez o lentitud en la toma de la decisión», de modo que si la decisión intermedia es urgente
la exigencia probatoria no debería ser muy elevada.
~~
l. INTRODUCCIÓN
Una de las conclusiones que pueden extraerse del panorama doctrinal y ju
risprudencial que he recorrido en los dos primeros capítulos de este libro es que
siguen vigentes en la mayoría de los autores y tribunales, tanto de los países del
common law como del civil law, los presupuestos subjetivistas de la concepción
persuasiva de la prueba; presupuestos que fundan sus cimientos en la constante
vinculación conceptual entre prueba y convicción del juzgador. Esa vinculación
es común en los sistemas de tradición romanogermánica, considerando que la
prueba como actividad está dirigida a producir en el juzgador el convencimiento
acerca de los hechos y que, desde el punto de vista del resultado, un hecho está
probado si, y solo si, el juzgador alcanzó la convicción de que este tuvo lugar.
Una mirada apresurada sobre la atención que la doctrina y la jurispruden
cia de los países anglosajones ha prestado a la determinación de los estándares
de prueba podría hacer pensar que las cosas en esa tradición jurídica son muy
distintas. Esa mirada sobre las realidades de los sistemas probatorios de una
y otra tradición no es extraña entre los autores anglosajones, que, como Cler
mont y Sherwin, se sorprenden de que nuestros sistemas no contengan reglas
que establezcan umbrales de suficiencia probatoria y confíen la decisión sobre
los hechos a la convicción del juzgador 1. Sin embargo, esta es una simplifi
1 Véase CLERMONT y SHERWIN, 2002: 243 y ss. Pueden verse dos comentarios críticos sobre los
déficits del trabajo de Clermont y Sherwin desde el punto de vista del derecho comparado en TARUFFO,
1
¡'
172 JORDI FERRER BELTRÁN
2003a; WRIGHT, 2009, así como la respuesta a Taruffo en CLERMONT, 2009. También puede verse una
presentación comparada de los sistemas de valoración de la prueba y los estándares de prueba vigentes
en países de common law y civil law en BRINKMANN, 2004: 879 y ss.; TuzET, 2020: 98 y ss. Uno de
los errores más llamativos del trabajo de Clerrnont y Sherwin (y también de CLERMONT, 2013) es tomar
como referencia el modelo procesal francés y a partir de él hacer generalizaciones sobre los sistemas de
civil law. Se trata de un error análogo al que se comete en nuestra cultura jurídica cuando se parte del
sistema procesal estadounidense y a partir de él se hacen generalizaciones infundadas sobre los sistemas
anglosajones. Para una mirada más cuidadosa de la legislación sobre estándares de prueba en distintos
países europeos, pueden verse los artículos recogidos en TicHY, 2019a. Para romper esa costumbre
de generalizar sobre la regulación europea continental a partir de lo que ocurre en Francia, puede ser
también de utilidad el «Study of the laws of evidence in criminal proceedings throughout the European
Union», elaborado por The Law Society for the European Commission, donde se muestra que (pp. 38
40), a fecha de 2004, a diferencia de lo que rige en Francia, 14 de los 27 países que integran la UE
asumían el estándar del más allá de toda duda razonable para la decisión probatoria final en el proceso
penal. Dieciséis años después ese número de países ha aumentado.
2
Respecto de este estándar de prueba, ZUCKERMAN (1989: 127) sostiene que, en realidad, bajo
la fórmula del más allá de toda duda razonable se ocultan un número variado de «subestándares», unos
más exigentes que otros.
3 Es destacable que también en la literatura probatoria de los países de civil law se puede en
contrar la tesis de que la convicción judicial es graduable y puede comportarse como un estándar de
prueba flexible, adaptable a lo que exija en cada caso concreto el cálculo de utilidades y desutilidades
a través de la teoría de la decisión. En éste sentido, por ejemplo, véase SCHWEIZER, 2019: 20 y 4041.
Es interesante también el estudio empírico realizado por ScHWEIZER (2016) a partir de una muestra
de jueces y secretarios judiciales suizos, en el que concluye qué!, más allá de las proclamas retóricas,
los juzgadores adaptan el umbral de exigencia probatoria al coste estimado de los distintos tipos de
errores posibles en el proceso. Así, resultaría que, de hecho, sitúan el umbral suficiencia probatoria en
tomo al 51 por 100.
4
Omito aquí las citas bibliográficas y jurisprudenciales, que el lector podrá encontrar abundan
temente en los dos capítulos precedentes. El carácter subjetivo de los criterios de decisión se esconde,
a veces, tras instrumentales con falsa apariencia de objetividad, como son el del cálculo matemático
de probabilidades y las reglas de la teoría de la decisión, pero cuando se observan con detenimiento
es claro que uno y otro tienen una inescindible raíz subjetiva: el cálculo de la llamada, precisamente,
probabilidad subjetiva parte de probabilidades a priori determinadas por las creencias del juzgador y
mide, solo, la racionalidad del cambio de creencias, dadas laspruebas; y la teoría de la decisión racional
aplicada a la determinación de los estándares de prueba suele utilizarse para que sea el juzgador del
caso concreto el que realice el cálculo a partir de las utilidades y desutilidades que él mismo asigne a
las distintas decisiones posibles para el caso.
L
LA MOTNACIÓN DE LAS SENTENCIAS EN MATERIA DE HECHOS ... 173
5
Es significativo, en la misma línea sostenida aquí, el título de un trabajo de STEIN (1997):
«Against free proof». VIALE DE GIL (2014: 144) lo ha planteado así con claridad: «Terminaría así vol
viendo a entrar al proceso penal, por la ventana del estándar de prueba, la concepción de la libre valora
ción como íntima convicción que se había sacado por la puerta a través de las exigencias de racionalidad
y del reforzamiento del deber de fundamentar la decisión sobre los hechos». A la misma conclusión que
sostengo en el texto llegan BRINKMANN, 2004: 881882 y 887; WRIGHT, 2009: 82 y ss., y, esp. 88 y 90;
KALINTIRI, 2019: 78, que considera que al final la diferencia entre sistemas jurídicos con estándares de
prueba interpretados en términos subjetivos y sistemas jurídicos sin estándares de prueba puede ser más
una cuestión de palabras que de substancia.
6 En el caso específico del estándar del más allá de toda duda razonable, se puede decir que más
que una convergencia entre los sistemas procesales anglosajones y romanogermánicos se produce una
especie de retomo a los orígenes comunes. En este sentido puede entenderse lo que afirma WHITMAN
(2008: 5), resaltando los orígenes católicos del estándar de prueba: «La historia de la duda razonable
es realmente solo un episodio inglés en la mucho más larga historia cristiana. Doctrinas muy cercanas
a ella han sido aplicadas [ ... ] en cada parte de la cristiandad occidental». Sobre los orígenes históricos
del más allá de toda duda razonable, tratado como sinónimo de la certeza moral, puede verse, aparte del
libro de Whitrnan apenas citado, SHAPIRO, 1991; id., 2009: 264 y ss.; STELLA, 2001: 116 y ss.; DELLA
TORRE, 2015: 374 y ss.; RuGGIERI, 2017: 307 y ss. Sobre el uso indistinto en derecho canónico de la
certeza moral y el más allá de toda duda razonable, véase ARROBA CONDE, 2012: 168 y ss.
7 Puede verse un ya clásico análisis comparado al respecto en TARUFFO, 1975: 318 y ss.; y un
y de qué modo. Sobre el punto, en relación con Inglaterra y Gales, véanse JACKSON, 2002; RoBERTS,
2011; CoEN y DoAK, 2017: 788 y ss. (que ofrecen antecedentes históricos en los que se requería a los
jurados ingleses las razones del veredicto). También las referencias de Ho (2000: 43 y ss.) a Australia,
Nueva Zelanda y Canadá y a la jurisprudencia inglesa. Por lo que hace a Estados Unidos, también el de
bate está en la agenda y van prosperando instrumentos como los special verdicts o los general verdicts
with written questions, mediante los que los jurados son llamados a ofrecer un veredicto por escrito
de forma, más o menos, razonada. Al respecto, véanse NEPVEU, 2003: 269 y ss.; BuRD y HANS, 2018.
·· ~ ~· ·~
Son diversas las formas de plantear la relación entre la prueba y las creen
cias del juzgador. Puede sostenerse, por ejemplo, que cuando los juzgado
res declaran probada una hipótesis H, habitualmente creen que H tuvo lugar;
puede afirmarse que el objetivo de las partes cuando diseñan su estrategia
probatoria y presentan las pruebas es convencer al juzgador de que los hechos
ocurrieron de un cierto modo; cabe también mantener que una hipótesis H está
probada si el juzgador alcanzó la convicción o adquirió la creencia de que H
es verdadera. Las dos primeras son tesis empíricas y, por ello, contingentes.
Pueden, desde luego, ser de interés para una investigación en sociología del
derecho, pero no son objeto de mi preocupación aquí. La tercera, en cambio,
establece una relación conceptual entre la prueba de H (como resultado pro
batorio o hecho probado) y la adquisición de la creencia en H por parte del
juzgador. Me centraré en el análisis de esta vinculación y en .las implicaciones
que ella tiene para la posibilidad de justificar fas decisiones judiciales.
9
También se recoge expresamente en el art. 111.1 de la Constitución italiana (primera en ha
cerlo de las Constituciones de posguerra), en el art. 93.IX de la Constitución federal brasileña, en el
art. 205 de la Constitución portuguesa o en el art. 149 de la Constitución belga.
10 Véanse, al respecto, FIGUERUELOBURRIEZA, 1990: 120121; ALISTE SANTOS, 2011: 143
y SS. .
LA MOTNACIÓN DE LAS SENTENCIAS EN MATERIA DE HECHOS ... 175
11 DEVIS EcHANDÍA,1972: 34 (cursivas en el original). Son muchos los autores que, antes y des
pués del maestro colombiano, se han pronunciado en la misma línea. Pueden verse, entre ellos, Ov ALLE
FA VELA, 1991: 332 y 337; CABAÑAS, 1992: 21 y, para el proceso penal, TONINI, 1997: 50. CAFFERATA
NoRES (1986: 89), por su parte, clasifica los resultados probatorios en términos de estados mentales
subjetivos de «Certeza» («firme convicción de estar en posesión de la verdad»), «duda» («una indecisión
del intelecto puesto a elegir entre la existencia o la inexistencia del objeto sobre el cual se está pensan
do») y «probabilidad» («cuando la coexistencia de elementos positivos y negativos permanezca, pero
los elementos positivos sean superiores en fuerza conviccional a los negativos»), Puede verse una buena
presentación de las formas de vincular la prueba con la convicción judicial por parte de la doctrina y la
jurisprudencia españolas en ANDRÉS IBÁÑEZ, 2015: 251 y ss.
12 Las referencias a la convicción o a la firme convicción del tribunal, como criterios para poder
considerar probada una hipótesis fáctica, pueden encontrarse también en la jurisprudencia internacio
nal: al respecto, véanse, por ejemplo, las Sentencias del Tribunal de Justicia de la Unión Europea en los
casos T62/98, Volkswagen c. Commission, de 6 de julio de 2000, ECR II2707, párrafo 43; T28/99,
Sigma Tecnologie di Rivestimento Sri c. Commission, de 20 de marzo de 2002, ECR II1845, párra
fo 51, y C12/03 P, Commission c. Tetra Laval, de 15 de febrero de 2005, ECRI987, párrafo 41.
13 Un análisis de la regulación vigente en el proceso civil alemán sobre los estándares de prueba y
su interpretación puede encontrarse en KoKOTT, 1998: 18 y ss.; AHRENS, 2019: 95 y ss. De forma más
escueta se expresa el art. 157 del Código procesal civil suizo: «El juez fundará su propia convicción
valorando libremente las pruebas».
176 JORDI FERRER BELTRÁN
meza mayor o menor en la creencia o bien que la creencia verse sobre el grado
de probabilidad de la proposición fáctica, sosteniendo, por ejemplo, que el juz
gador debe creer que la proposición es más probablemente verdadera que falsa
para que esta esté probada en un proceso civil 14• Como ya he mencionado en
diversas ocasiones, los criterios que se utilicen en los estándares de prueba para
identificar el umbral suficiencia probatoria están vinculados con la concepción
que se sostenga acerca de la prueba y su valoración. Por ello, la apelación a la
creencia (y a su graduación) en los estándares de prueba es un reflejo de una
concepción subjetivista más general sobre la prueba. En este sentido, vale la
pena reiterar, por su importancia histórica para el derecho estadounidense y por
su claridad, lo dicho por el magistrado Harlan en el caso In re Winship:
[E]l estándar de prueba es un intento de instruir al juzgador de los hechos
acerca del grado de confianza que nuestra sociedad piensa que él debe tener
en la corrección de las conclusiones sobre los hechos para tomar decisiones.
A pesar de que las expresiones «preponderancia de la prueba» y «prueba más
allá de toda duda razonable» son cuantitativamente imprecisas, comunican al
juzgador de los hechos diferentes nociones acerca del grado de confianza que
se espera que tenga en sus conclusiones sobre los hechos 15•
14
TlCHY (2019b: 296) se refiere a este estándar de prueba en términos de creencia prevaleciente
y ScHWEIZER (2019: 20) como convicción preponderante. En la misma línea, CLERMONT (2013: 211)
explica así lo que requeriría el estándar de prueba de la preponderancia de la prueba: «Debes decidir a
favor del demandante si tu creencia (S) excede tu creencia (rioS), pero decidir a favor del demandado
si tu creencia (S) no excede tu creencia (noS)».
15
In re Winship, 397 U.S. 358 (1970).
16
BROUN et al., 2006: 568. La misma crítica, desde la doctrina inglesa, puede encontrarse en
REDMAYNE (1999: 187, nota 104) respecto de la fórmula del estándar de «prueba clara y convincente».
LA MOTNACIÓN DE LAS SENTENCIAS EN MATERIA DE HECHOS ... 177
17 THOMAS (2013: 490491) ofrece información empírica, por ejemplo, según la cual un 7 por 100
de los jurados ingleses admiten haber buscado información en intemet sobre los abogados o fiscales del
caso y un 1 por 100 visitó la escena del crimen a través de Google Earth. Respecto de estas situaciones,
véase también JACKSON, 2016: 288.
18 En el mismo sentido, señala TARUFFO (2009c: 104) muy claramente que «[l]a intensidad y
la profundidad del convencimiento no garantizan de ningún modo la verdad de su objeto. Muchas
personas están intensamente persuadidas de muchas cosas respecto de ellas mismas, de los otros, de la
edad del mundo, de la existencia del diablo y de mundos ultraterrenos, pero es claro que la fuerza de
su persuasión no vuelve verdadero aquello en lo que creen». Por eso no resulta coherente asumir una
concepción subjetivista de la prueba (que vincula el concepto de prueba con las creencias del juzgador)
y el objetivo de la averiguación de la verdad (entendida como correspondencia). Un ejemplo de esta
incoherencia se encuentra claramente en ScHWEIZER, 2019.
~~~ ~
19
En este mismo sentido, véanse HAACK, 2003a: 76; id., 2013: 76 y ss.; LAUDAN, 2006: 124125.
20
Véase P. ENGEL, 1998: 143: id., 2000: 3 y 9, a quien sigo en este punto. En sentido coincidente
véanse, por ejemplo, HUME, 17391740: 824; B. WlLLIAMS, 1973: 148; L. J. COHEN, 1989a: 369; id.,
1991: 467; BRATMAN, 1992: 3; REDONDO, 1996: 183 y ss.; PICINALI, 2013: 852.
21
B. WILLIAMS, 1973: 141 y SS. '
22
Por todo ello, no tiene sentido imponer normativamente la posesión de una creencia deter
minada u ofrecer un premio (una cantidad de dinero, por ejemplo) a cambio de creer una determina
da proposición. En sentido contrario, NAYLOR (1985: 434) ha argumentado que sería posible adoptar
voluntariamente una creencia mediante técnicas de autohipnosis, pero, aunque esto fuera posible, me
parece claramente un caso marginal, especialmente en et ámbito de la discusión de la prueba judicial.
También han puesto en cuestión la involuntariedad de las creencias, entre otros, VAN FRAASSEN, 1984;
LOSONSKY, 2000.
LA MOTNACIÓN DE LAS SENTENCIAS EN MATERIA DE HECHOS ... 179
Ahora bien, si esto es así, resulta que tener una determinada creencia
acerca de un evento no puede justificarse en sí mismo puesto que solo los
actos voluntarios admiten justificación. En otras palabras, si admitimos que
el resultado que producen los elementos de juicio presentes en el expediente
judicial es la producción de una determinada actitud proposicional acerca de
la proposición que se pretende probar, entonces resulta que bajo la recons
trucción que se está analizando, el resultado se podría formular como 'Creo
que p'. Y si el hecho de tener una creencia no es justificable en sí mismo,
resultará que no hay posibilidades de justificar ese resultado o, lo que es lo
mismo, la valoración de la prueba realizada por el juez. En otras palabras:
a quienes plantean que una hipótesis fáctica está probada si el juzgador al
canza un determinado estado mental (la convicción, la creencia, etc.) acerca
de ella, la coherencia del razonamiento les lleva necesariamente a tener que
sostener una concepción subjetivista de la prueba, donde la única motivación
necesaria de la decisión adoptada es que esta se corresponda con el íntimo
convencimiento del juez, que esa sea su creencia 23• Basta constatar, entonces,
que el juzgador ha alcanzado esa creencia y, dado que ese no es un acto vo
luntario, no puede exigirse una justificación en sentido estricto del mismo 24.
Otra cosa es la justificación del contenido proposicional de la creencia, es
decir, de la hipótesis fáctica. Por supuesto, es posible justificar ese contenido
proposicional, pero que una hipótesis fáctica esté justificada o no a partir de
un conjunto de pruebas no depende del hecho de que sea creída por cualquier
específico sujeto. Es, en efecto, muy distinto debatir sobre la posibilidad de
justificar el acto de tener una creencia o sobre la justificación del contenido
proposicional de esa creencia. Y lo que la concepción de la prueba que estoy
criticando adopta como condición necesaria para que una proposición esté
probada no es la justificación de esa proposición a partir de las pruebas, sino
el hecho de que el juzgador tenga la creencia de que los hechos que afirma la
proposición han ocurrido.
23 Por ello, GONZÁLEZ LAGIER (2003: 39 y ss.) califica esta concepción como «falacia de la ínti
ma convicción», por fundarse en una teoría del conocimiento insostenible.
24 Dado que tener una creencia o no tenerla es un acto involuntario, tampoco puede ser objeto de
obligaciones o prohibiciones. Esto puede verse claramente en esta tesis de Bacigalupo, quien defiende
una concepción subjetivista de la prueba y del in dubio pro reo en estos términos: «El principio in dubio
pro reo tiene dos dimensiones que se deberían distinguir: una dimensión normativa y una dimensión
fáctica que, en general, no han sido tenidas en cuenta por la jurisprudencia ni por la doctrina. En esta
última la dimensión fáctica el principio hace referencia al estado individual de duda de los jueces,
y por tanto, debe quedar fuera de la casación, pues el tribunal de casación no puede obligar al tribunal a
qua a dudar cuando este está realmente convencido respecto del sentido de una prueba que se ha perci
bido directamente. Por el contrario, la dimensión normativa se manifiesta en la existencia de una norma
que impone a los jueces la obligación de absolver cuando no se hayan podido convencer de la culpabi
lidad del acusado. Esta norma se vulnera cuando se condena sin haber alcanzado tal convicción». Véase
BACIGALUPO, 1992: 51 (cursivas en el original).
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. ~~ ~~~~ ~1
180 JORDI FERRER BELTRÁN
a creer que 'p', a considerar probado que 'p' 25. Y el juzgador, por su parte,
solo podrá incorporar a la motivación de la sentencia, en los sistemas en que
aquella se exija, la explicación (no la justificación) de las causas que le han
llevado a la creencia en 'p' 26•
Esta consecuencia está en consonancia con las tesis de quienes han soste
nido que la libre valoración de la prueba por parte del juez no puede ser más
que la expresión del íntimo convencimiento del mismo acerca de los hechos
ocurridos y escapa, por tanto, a cualquier posibilidad de control 27 y de justifi
cación 28• En cambio, esta es una consecuencia indeseable para quienes preten
dan una estructuración de la prueba judicial sobre los hechos compatible con
el debido proceso, de modo que permita el control de su justificación por parte
de un tribunal superior o de terceros (sean estos las partes, la comunidad jurí
dica o la propia sociedad). Para salvar este escollo, será necesario abandonar
la vinculación entre la prueba y las creencias del juzgador y dar cuenta de la
actitud proposicional del juzgador hacia los hechos de modo que se incluya el
elemento de la voluntariedad en la selección de los hechos probados del caso.
Volveré más adelante sobre este punto.
una presentación general en TuRRr, ALFANO y GRECO, 1999, y para la aplicación al proceso judicial,
Ho, 2008; AM.AYA y Ho, 2013.
29 Al respecto, véanse BRATMAN, 1992: 3; P. ENGEL, 1998: 143144; id., 2000: 3; CLARKE, 2000:
36 y SS.
30 Aunque es perfectamente posible responder de forma distinta a uno y a otro por razones estra
tégicas, en alguno de los dos casos se estará mintiendo respecto de la creencia que se tiene.
31 Debe advertirse que cuando el contenido proposicional de la creencia incluye términos deícti
cos (como 'este', 'tu', 'ahora', 'aquí', etc.) resulta obvio que el valor de verdad de esa proposición es
dependiente del contexto: así, por ejemplo, el valor de verdad de 'hoy llueve en Barcelona' depende
del día al que la proposición expresada se refiera en cada caso (véanse, entre la abundante literatura al
respecto, FREGE, 19181919; PERRY, 1977 y 1979). En esos supuestos, pues, el (valor de verdad del)
contenido proposicional de la creencia será dependiente del contexto, pero no así la creencia misma, no
la actitud proposicional. Al respecto, véase BRATMAN, 1992: 3, nota 4.
182 JORDI FERRER BELTRÁN
del caso. También se puede producir una disociación de este tipo si el juzgador
tiene conocimientos extraprocesales sobre el caso que no han sido incorpo
rados por ninguna de las partes al proceso; es obvio que esos conocimientos
extraprocesales inciden en la conformación de las creencias del juzgador, pero
tampoco en este supuesto pueden ser utilizados para determinar los hechos
probados del caso.
En esos supuestos, la creencia que el juzgador tenga sobre 'p' (creer que
'p', creer que 'no-p' o no creer que 'p') no puede disociarse de forma que ten
ga como ciudadano y otra ~orno juzgador32.
Un problema parecido se presenta en. la situación en que debe decidirse
sobre la prueba de un mismo hecho aplicando estándares de prueba distintos,
por ejemplo, para determinar las posibles responsabilidades penales y civiles.
Si ello debiera ser decidido por un mismo juez o jurado, a partir de idéntico
conjunto de pruebas, no cabe la posibilidad de que el juzgador crea que el
hecho ocurrió a los efectos civiles y que no lo crea a los efectos penales, pero,
en cambio, la vigencia de distintos estándares de prueba hace precisamente
posible que el mismo hecho resulte probado en un ámbito y no en el otro.
Hay dos posibles salidas a este problema, en función de cómo se interprete
a qué hace referencia la graduación de la exigencia probatoria prevista en los
estándares de prueba. La primera vía pasa por entender que la creencia del
juzgador no debe versar sobre 'p' sino sobre 'la probabilidad de que p a partir
de las pruebas presentadas' 33• De este modo, si el juzgador creyera que la pro
babilidad de que 'p' es 'x', cabría la posibilidad de que esa creencia conllevara
la condena, de acuerdo con el estándar de prueba civil, y la absolución, de
acuerdo con el estándar de prueba penal, por ejemplo.
El problema es que ello supone que el criterio para determinar el umbral
de suficiencia probatoria utilizado por el estándar de prueba no sea ya la pro
babilidad (baconiana) de que un hecho haya sucedido a la luz de las pruebas,
sino la creencia del juzgador en esa probabilidad. Recordemos, sin embargo,
que el hecho de que un sujeto cualquiera crea que la probabilidad de que un
evento haya ocurrido es 'x' es totalmente mdependiente de que esa sea, efec
tivamente, la probabilidad porque: i) la relación entre creencias y realidad es
contingente; ii) tener una creencia sobre la probabilidad de un evento dadas las
pruebas es un acto involuntario y, por ello, no admite justificación, y iii) tam
bién que es totalmente dependiente del sujeto decisor, de modo que ante las
mismas pruebas dos sujetos pueden tener creencias distintas, sin posibilidad
de considerar erróneas ninguna de las decisiones subsiguientes, dado que el
32
Cabe recordar que si definimos la prueba a partir de las creencias del juzgador (i. e., 'p' está
probada si el juzgador cree que 'p'), entonces esas creencias deben ser sobre los hechos y no sobre si en
el proceso están probados, porque en este último caso se caería en un círculo vicioso.
33
Así parecen entenderlo, por ejemplo, los citados Trcnf, 2019b: 296; SCHWEIZER, 2019: 20.
~~~
criterio de decisión sería, precisamente, que tengan la creencia. Todo ello con
lleva que formular los estándares de prueba en estos términos no respete va
rios de los requisitos metodológicos desarrollados en el primer capítulo.
Por otro lado, si los estándares de prueba recurren a las creencias de los
juzgadores sobre la probabilidad de las hipótesis para identificar el umbral de
suficiencia probatoria, resulta imposible que cumplan su función de distribuir
el riesgo del error sobre la base de la mayor o menor exigencia probatoria.
En el capítulo anterior he argumentado que cuanto mayor es la exigencia que
impone el estándar de prueba, mayor es también el riesgo del error que se im
pone a la parte sobre la que recae la carga de la prueba. Pero no está dicho que
la exigencia probatoria que imponga un estándar E1 que requiera la creencia
del juzgador en una probabilidad x para considerar probada una hipótesis H
sea menor que la que imponga un estándar E2 que requiera la creencia del
juzgador en una probabilidad x + 1 para los mismos efectos 34• Los dos es
tándares son simplemente distintos, pero no requieren uno más que el otro.
Que sea más o menos exigente satisfacer un estándar de ese tipo depende de
lo que se necesite para producir en cada juzgador las respectivas creencias y
puede suceder perfectamente que el que se encuentre en la situación de apli
car E2 alcance la creencia en H con un acervo probatorio menor que el que
deba aplicar E135• Y si el criterio previsto por los estándares es que alcancen
las respectivas creencias, no hay más que discutir.
La segunda manera de intentar dar cuenta simultáneamente de que los es
tándares de prueba imponen grados distintos de exigencia probatoria y que lo
hacen por referencia a las creencias de los juzgadores pasa por sostener que
lo que varía de un estándar de prueba a otro es el grado de firmeza o de con
fianza que el juzgador debe tener en sus creencias sobre las hipótesis fácticas 36•
Al hacerlo así, la proposición que el juzgador debería creer es la que afirma la
ocurrencia de un hecho y la probabilidad sería una magnitud que calificaría el
grado de confianza que el juzgador tenga en su creencia. Es fácil observar que
estas son precisamente las bases de lo que los clásicos defensores de la proba
34 Para un defensor de la probabilidad matemática esta sería una forma incorrecta de presentar las
cosas, puesto que toda probabilidad debe situarse entre O y 1 y una probabilidad de x + 1 sería siempre
superior a l. La perplejidad se disuelve si se recuerda que, en mi opinión, Ja noción de probabilidad
implicada en el razonamiento probatorio en el proceso judicial es de tipo baconiano, es decir, no mate
mática, y no Je son aplicables los axiomas de Kolmogorov. En todo caso, si se prefiere, puede decirse
lo mismo en estos términos: no está dicho que Ja exigencia probatoria que imponga un estándar E1 que
requiera la creencia del juzgador en una probabilidad x para considerar probada una hipótesis H sea
menor que Ja que imponga un estándar E2 que requiera la creencia del juzgador en una probabilidad x'
(dondex' >x) para los mismos efectos.
35 En esta línea creo que puede entenderse lo sostenido por CASTILLO DE LA TORRE y GIPPINI
FoURNIER (2017: 35), en el sentido de que la íntima convicción no supone la adopción de ningún están
dar de prueba particular, más o menos exigente.
36 A esta interpretación se puede adscribir lo dicho por el magistrado Hadan en In re Winship,
que es seguido por buena parte de la jurisprudencia y la doctrina estadounidense. En el mismo sentido,
véanse, entre otros muchos, DENNIS, 1999: 491; LOWEY, 2009: 68 y 71.
184 JORDI FERRER BELTRÁN
40 El mismo planteamiento crítico puede hacerse frente a la expresión «duda razonable» que forma
parte del típico estándar de prueba para el proceso penal. Si mediante el término «duda» se hace referen
cia al estado psicológico de duda, que es también un estado mental subjetivo, de nada sirve añadirle el
adjetivo «razonable», porque seguiría siendo condición necesaria del cumplimiento del estándar que
el juzgador tenga el estado mental (como todos, subjetivo) de duda. Por eso, equivoca la defensa FlNDLEY
(2018: 12691270) cuando, frente a las críticas de Laudan al «más allá de toda duda razonable», pone el
énfasis en la razonabilidad, obviando la subjetividad de la duda. Una buena parte de la doctrina procesal
penalista italiana, en esta línea, sostiene la necesidad de objetivar la noción de duda contenida en la for
mulación del «más allá de toda duda razonable»: «[l]a probabilidad lógica, que constituye el esquema ra
cional del juicio, no toma en consideración el convencimiento personal del juez acerca de Ja culpabilidad
del imputado, sino que requiere que un sólido y coherente acervo probatorio confirme inductivamente la
afirmación de Ja culpabilidad. No importa lo que subjetiva e irracionalmente piense el juez, sino lo que el
mismo juez pueda razonablemente inferir de las pruebas aportadas» (MAZZA, 2014: 723). Respecto de
esta discusión, GAMA (2021: 25) me ha atribuido una tesis algo confusa. Así: en sus palabr_as, «en contra
de lo que sostiene Ferrer, incorporar creencias o convicciones en el razon~ento probatono 1;º. condu~e
necesariamente a una concepción irracional de la prueba». Y, desde luego ti~ne r~ón, con el umco matiz
de que nunca he sostenido tal cosa. Es ~laro que el razo~anúen~o probatono del JU~~ador de los hechos
no puede hacerse con total prescindencia de sus creencias: na~e Ruede tomar declSl.ones al margen de
sus creencias. Además, si esas creencias sobre los hechos están JUStific_adas, en e~ se~tI_d? de que resultan
de una adecuada valoración de la prueba y del estándar de prueba aplicable, sena difícil sostener que la
decisión es irracional. Sucede, sin embargo, que no es el hecho de que el juzgad?r ten~~ esas cre~ncias lo
que justifica la decisión, sino la corroboración aportada por l~s prue~ll:s,y la satisfll:cc10~ del estandarcrde
prueba aplicable. Si estas dos condiciones se dan, aquella sera la decisión probatona rac10~al, al mar,,~n
de si el decisor lo cree así 0 no. Es por ello que el he~~~ de que el decis~r tenga una determmada cr~encia
es irrelevante justificatoriamente, lo que sí es la pos1c10n que he sostemdo y sostengo en este trabajo.
186 JORDI FERRER BELTRÁN
las creencias que tengan los decisores sobre los hechos devienen irrelevantes:
ya no importa si, de hecho, el juzgador cree que 'p' sino si a la luz de las prue
bas disponibles 'p' es creíble, es decir, sería una creencia justificada 41• El deba
te en la literatura epistemológica se centra precisamente en el punto de la jus
tificación de las creencias. Por el contrario, la asunción mayoritaria en materia
probatoria jurídica parece ser la absurda tesis de que las creencias del juzgador
justifican sus decisiones. De la justificación de las creencias a que las creencias
justifiquen parece haber un pequeño cambio, pero, en realidad, hay un abismo.
Volveré sobre este punto, más adelante, en el epígrafe 3.3 de este capítulo.
41
Entiendo que es precisamente este punto el que. pasa inadvertido a TUZET (2014a: 1525 y ss.),
a quien le parece poco convincente mi propuesta de desvincular conceptualmente la noción de prueba
de las creencias del juzgador. Así, sostiene que considerar involuntarias las creencias es algo insensato,
que tomaría un sinsentido todo el debate epistemológico acerca de la justificación de creencias e incluso
la propia noción de conocimiento, que requiere de la de creencia justificada. Sucede, sin embargo, que
cuando se discute en epistemología de la justificación de creencias no se está pensando en la justifi
cación del acto de tener una creencia, sino en la justificación inferencia! del contenido proposicional
de la creencia a partir de un conjunto de informaciones (que son también proposiciones). Esto último
es lo que llamo «credibilidad» para evitar la ambigüedad. En cambio, no tendría sentido alguno que la
supuesta justificación del acto de creer pretendiera obtenerse inferencialmente de la información recibi
da, porque no hay relaciones lógicas entre actos y proposiciones. El error, insisto, es considerar que el
hecho de que el juzgador crea que 'p' es condición necesaria (sea o no también suficiente) para que 'esté
probado que p', En el caso de Tuzet el error está implícito en su consideración de que para que pueda
decirse que 'está probado que p' el juez debe conocer que 'p' (ibid.: 15271528), puesto que ello requie
re que el juez crea que 'p', que esa creencia esté justificada (en el sentido de que lo esté el contenido
proposicional de la creencia) y que 'p' sea verdadera.
42
Véanse, entre otras muchas, las STEDH en los casos Vande Hurk c. Holanda, de 19 de abril de
1994, P~1!ͺ 61; Ruiz T?rrija c. España, de 9 de diciembre de 1994, párrafo 29; Suominen c. Finlandia,
de 1 ~3eJu110de ~003, parrafo 34, y Juez Albin: c. España, de 10 de noviembre de 2009, párrafo 21.
Sente~crn de la _C?rteJ?H de 5 de agosto de 2008, caso Apitz Barbera y otros («Corte Primera
de_ lo Contenczoso Administrativo»¡ v. Venezuela, Serie C, núm. 182, párrafo 78. Dicha sentencia fue la
primera en la que la Corte Interamericana de Derechos Humanos declaró explícitamente, siguiendo la
doctrina del Tnbunal Euro~eo de Derechos Humanos, que la motivación de las resoluciones judiciales
es parte del derecho al debido proceso. Le ha seguido una jurisprudencia constante y abundante en el
LA MOTIVACIÓN DE LAS SENTENCIAS EN MATERIA DE HECHOS ... 191
62 En este sentido, véanse IACOVIELLO, 1997: 8; GASCÓN ABELLÁN, 1999: 202; LOPES, 2011: 89.
TARUFFO (1975: 400) habla incluso de la motivación como «condición de "jurisdiccionalidad" de los
mandatos del juez, en el sentido de que los mismos constituyen expresión de la jurisdicción cuando se
encuentran motivados». También UBERTIS (2002: 1620), de forma más general, considera el respeto
del debido proceso como una condición necesaria para que pueda hablarse de jurisdicción.
63 En el mismo sentido, RoBERTS, 2011: 215, al que me remito también para la jurisprudencia
inglesa allí citada. Vale la pena citar de nuevo la Sentencia de la Court of Appeal inglesa en el caso
Flannery v. Halifax Estate Agencies Ltd., en la que se considera el deber de motivar las decisiones como
«Una función del debido proceso y, por ello, de la justicia» (1999) 149 NLJ 284.
64 En este sentido, TARUFFO (1975: 361) ha considerado el deber de motivación como una «ga
65
Sentencia V. R. P., V. P. C. y otros v. Nicaragua, de 8 de marzo de 201's, párrafos 254255. La
vinculación entre la prueba como mecanismo para la averiguación de la verdad, la motivación y el de
bido proceso puede encontrarse también en TARUFFO, 2009c: 134137.
66
Para esta concepción de la prueba, solo sería posible la motivación como explicación del iter
mental que ha llevado al juzgador a adquirir la creencia. Sin embargo, en tanto que explicación, ella
no tiene ningún valor justificativo de la decisión, tampoco ninguna utilidad a los efectos de dotar de
sentido y hacer posibles los recursos, porque un tribunal superior lo máximo que podrá decir es que su
creencia es otra y manda más (que es lo que sorprendentemente dijo el Tribunal Constitucional español
en su Sentencia 124/1983, FJ l.º). Queda la posibilidad de entender la motivación como explicación
de los motivos que han llevado a tener la creencia. Más; allá, sin embargo, de que una explicación de
ese tipo no tiene el menor interés para las funciones de lá motivación que he presentado, sucede que el
funcionamiento de nuestro cerebro en el proceso de adquisición de creencias es, a día de hoy, opaco a
nosotros mismos: solo muy superficialmente podemos explicar qué nos ha llevado a tener una creencia
_l
LA MOTNACIÓN DE LAS SENTENCIAS EN MATERIA DE HECHOS ... 193
y, a veces, no somos capaces de hacerlo en absoluto. En ese proceso intervienen nuestro background,
nuestras experiencias vitales, nuestros prejuicios y sesgos, nuestra ideología, etc., en un modo que no
somos capaces de reconstruir. Por ello, si «está probado que 'p'» significa que el juzgador se convenció
(adquirió la creencia) de que 'p', entonces no tiene sentido exigir motivación ni como explicación ni
como justificación.
67 Vale la pena recordar que la Sección 2.' del TEDH ya se había pronunciado sobre el caso, en
Sentencia de 13 de enero de 2009, en cuyo párrafo 65 se afirma que «[e]l hecho de que los miembros
del jurado, que no son jueces profesionales, basen su veredicto en su convicción personal y no se les
exija motivar su decisión significa que no están vinculados por ninguna jerarquía entre los tipos de
pruebas que tomen en consideración. Sin embargo, esta regulación procesal no permite comprobar
si la convicción se basó de forma significativa en pruebas no derivadas de fuentes anónimas» (dado
que la policía había relatado la existencia de un testigo de cargo anónimo, que no fue examinado en el
proceso penal que dio origen a la sentencia del TEDH). Aunque la sentencia no es muy clara al respecto,
de ello parecía implicarse la obligación de motivar los veredictos de los jurados, lo que dio lugar a que
Bélgica aprobara en este sentido una reforma de las reglas del proceso penal. El Gobierno belga solicitó
posteriormente la remisión del asunto a la Gran Sala del TEDH, que dictó en 201 O la sentencia indicada
en el texto, estableciendo que el Convenio no requiere la motivación de los veredictos del jurado. Sobre
la Sentencia del caso Taxquet c. Bélgica y la obligación de motivar los veredictos, pueden verse, entre
otros trabajos: RoBERTS, 2011; TRAMAN, 2011: 613 y ss.; CoEN, 2014; Mat. COHEN, 2016: 422 y ss.;
JACKSON, 2016: 296 y ss.; COEN y DoAK, 2017: 795 y ss.; NARDELLI, 2019: 215 y ss.; BLOMCOOPER,
2019: 48 y SS.
68 Es significativo que las dos sentencias, de una llamativa similitud argumentativa, inician su
La ley no pide cuenta a los jurados de los medios a través de los cuales
alcanzan su convicción; les ordena que :'se interroguen a sí mismos en silencio
y recogimiento, y que busquen en la sinceridad de su conciencia, qué impre
sión han causado en su razón las pruebas presentadas contra el acusado y los
medios de su defensa. La ley no les dice: «Considerarán cierto cualquier hecho
manifestado por tal o cual número de testigos»; tampoco les dice: «No con
siderarán suficientemente acreditada laprueba que no esté constituida por un
acta, un documento, un número de testigos o un número de indicios»; la ley
solo les hace esta pregunta, que contiene el alcance de la función que tienen
conferida: «¿tiene usted la íntima convicción?» 69•
Estados tengan ese tipo de sistema de enjuiciamiento no dice nada sobre su adecuación a los derechos
reconocidos en aquellos convenios, pero sí, en cambio, ofrece una imagen de lo costoso que pudiera
ser declararlo inconvencional. Por ello, ambas sentencias consideran que es competencia de los Estados
decidir sobre el diseño del proceso judicial y, en especial, si optan por atribuir a jueces profesionales o
a jurados populares la competencia de tomar decisiones sobre los hechos, siempre que se respeten los
derechos reconocidos en las respectivas Convenciones internacionales. No forma parte del cometido
del TEDH ni de la Corte IDH, dicen ambas sentencias, uniformar los sistemas de administración de
justicia de los Estados firmantes de aquellas Convenciones. Siendo esta autolimitación muy razonable,
lo que es más discutible es que para validar los diversos sistemas de enjuiciamiento por jurado vigentes,
tanto el TEDH como la Corte IDH hayan optado por excepcionar su propia doctrina sobre el derecho
a una decisión motivada y basada, añado yo, en estándares de prueba intersubjetivamente controlables.
Argumentaré enseguida en el texto esta posición.
69
Dicho artículo fue derogado, después de la sentencia de la Sección 2.ª del TEDH de 2009, por
la Ley 20091221/14, relativa a la modificación de la Cour d'Assises. El vigente art. 327 del Código de
Instrucción Criminal, resultante de la modificación intn;>ducida por aquella ley, establece que «[a]ntes
de comenzar la deliberación, el presidente dará lectura. a la instrucción siguiente, que estará también
colgada en grandes caracteres en el lugar más visible dela sala de deliberaciones: "La ley prevé que no
se puede pronunciar una condena salvo que resulte de los elementos de prueba admitidos que el acusado
es culpable más allá de toda duda razonable de los hechos que le son imputados"».
10
Su dicción literal era: «Al quedar solos los juradps, el presidente les hará la siguiente adverten
cia que debe estar escrita con gruesos caracteres y fíjada en la pieza en que se reúna el jurado: "La ley
no pide a los jurados cuenta de los medios por los cuales'han llegado a formar su convencimiento, ni les
prescribe reglas de las cuales deban deducir especialmente la certeza de los hechos. Ella les prescribe
solamente interrogarse a sí mismos, y buscar en la sinceridad de su conciencia qué impresión han hecho
en su razón las pruebas producidas en contra y en defensa del acusado. La ley no les dice tendréis por
verdad tal hecho afirmado por tal número de testigos, ella no les hace sino esta sola pregunta, que resu
me todos sus deberes: ¿Tenéis una íntima conviccíónr?».
i
~~~~~
Estas regulaciones, en las que el jurado toma la decisión sobre los he
chos sobre la base de su íntima convicción y sin motivación, no parecieron
sin embargo contrarias al debido proceso al Tribunal Europeo de Derechos
Humanos ni a la Corte Interamericana de Derechos Humanos. El primero, en
estos términos:
[E]l Convenio no exige que los jurados motiven su decisión y [ ... ] el art. 6
no se opone a que un acusado sea juzgado por un Jurado popular ni siquiera en
el supuesto de que su veredicto no esté fundamentado. Sin embargo, para que
se cumplan las exigencias de un proceso justo, el público y, en primer lugar,
el acusado, debe poder comprender el veredicto que se ha emitido. Esta es una
garantía fundamental contra la arbitrariedad 71•
"La Corte Interamericana llegó a la misma conclusión, afirmando lo si
guiente:
[L]a falta de exteriorización de la fundamentación del veredicto no vulnera
en sí misma la garantía de la motivación. En efecto, todo veredicto siempre
tiene motivación, aunque como corresponde a la esencia del jurado, no se ex
presa. Pero el veredicto debe permitir que, a la luz de las pruebas y el debate
en la audiencia, quien lo valora pueda reconstruir el curso lógico de la decisión
de los jurados, quienes habrían incurrido en arbitrariedad en el supuesto en que
esta reconstrucción no fuera viable conforme a pautas racionales72•
Finalmente, aunque el TEDH no se pronunció expresamente sobre la ínti
ma convicción como criterio de decisión probatoria, sí lo hizo, en cambio, la
CorteIDH:
La íntima convicción no es un criterio arbitrario. La libre valoración que
hace el jurado no es sustancialmente diferente de la que puede hacer un juez
técnico, solo que no lo expresa 73•
71
Sentencia de la Gran Sala, Taxquet c. Bélgica, de 16 de noviembre de 2010, párrafo 90.
72
Sentencia V. R. P., V. P. C. y otros v. Nicaragua, de 8 de marzo de 2018, párrafo 259. En este
punto la Corte menciona la doctrina coincidente del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, en par
ticular el caso Saric c. Dinamarca, núm. 31913/96. Decisión de admisibilidad de 2 de febrero de 1999,
pp. 1415.
73
Sentencia V. R. P., V. P. C. y otros v. Nicaragua, de 8 de marzo de 2018, párrafo 262. No es cla
ro, entonces, si en atención a esto último un sistema de enjuiciamiento penal por jueces profesionales
basado en la íntima convicción y sin motivación se consideraría también acorde con la Convención
Americana sobre Derechos Humanos, con la condición de que se pudiera reconstruir (imaginar) el
razonamiento que llevó al juez a decidir a partir de las pruebas presentadas. Y si no se acepta esto, la
Corte debería argumentar cuáles son las diferencias que sí lo hacen acorde en el caso del jurado. En
todo caso, en la Sentencia Lori Berenson Mejíav. Perú, de 25 de noviembre de 2004, párrafos 178179,
la Corte IDH ya había considerado acorde con la Convención el criterio de valoración de la prueba
«en conciencia» por parte de jueces profesionales, en un sentido totalmente opuesto a cuanto estoy
defendiendo en este libro. En Taxquet c. Bélgica (párr. 91), el TEDH sí hace una explícita mención a
la obligación de motivar por parte de los jueces profesionales, sin que en mi opinión se pueda justificar
que el derecho de las partes a conocer las razones de la decisión exista solo si el juzgador de los hechos
es un juez profesional y no si es un jurado. La tensión entre el derecho a una decisión judicial motivada
y la institución del jurado se puede ver claramente también en algunas legislaciones procesales. Como
ejemplo, véase lo que establece el art. 106 del Código Procesal Penal de la Provincia de Buenos Aires:
«Las sentencias y los autos deberán ser motivados, bajo sanción de nulidad. [ ... ] En el caso del juicio
·- ·~ -· ····~
por jurados las instrucciones del juez al jurado constituyen plena y suficiente motivación del veredic-
to» (cursiva añadida). Es evidente que las instrucciones del juez al jurado (reguladas en el art. 371 ter.)
no pueden ser la justificación del veredicto, aún no producido, por lo que en realidad lo que se hace
es eximir al jurado del deber de motivar sus decisiones y establecer con ello una excepción al derecho
del ciudadano de tener una decisión motivada: un incumplimiento, en definitiva, de la garantía del
debido proceso. Si se me permite la reflexión, quizá hay algo común entre la instauración del juicio
por jurados en Inglaterra a través de la Carta Magna otorgada por Juan 1 de Inglaterra y la instauración
relativamente reciente en muchos de los países de habla española: una huida ante el descrédito de la
administración de justicia. El problema es que, en términos de garantías procesales y de razonamiento
probatorio, esa huida no mejora la situación, sino que únicamente cambia los sujetos que toman las
decisiones sin justificación. Nos conviene mejorar la administración de justicia y garantizar el debido
proceso, no huir de ellos.
74
Que, en el caso de la Sentencia V. R. P., V. P. C. y otros v. Nicaragua, de la Corte Interarnericana
de Derechos Humanos se hace patente incluso internamente en la propia sentencia. Puede verse un
análisis más pormenorizado de esta sentencia en FERRER BELTRÁN, 2020.
75
Aunque fuera posible llevar a cabo ese tipo de especulación, una cosa es que conociendo las
pruebas presentadas pueda llegar a imaginarse qué razones podrían hipotéticamente fundamentar la
decisión y otra muy distinta que esas sean las razones que, de hecho, haya tomado en cuenta el jurado.
Sin un veredicto motivado se menoscaba la función endoprocesal de la motivación (i. e., permitir a las
partes fundar un recurso y al tribunal superior controlar la corrección de la fundamentación). Tal como
ha señalado JACKSON (2016: 301): «Si se exigiera motivar los veredictos habría al menos una base para
someter a escrutinio en cada caso si el jurado ha ofrecido una justificación racional para el veredicto».
En el mismo sentido, LIPPKE, 2009: 318; CüEN y DoAK, 2017: 794.
LA MOTIVACIÓN DE LAS SENTENCIAS EN MATERIA DE HECHOS ... 197
76 • En el mismo sentido, entre otros, GASCÓN ABELLÁN, 2005: 138; LAUDAN, 2006: 104; Accx
TINO, 2011: 484; SCHIAVO, 2013: 28; VIALE DE GIL, 2014: 146; TuzET, 2020: 94; PEIXOTO, 2021: 71.
77 Véase FERRAJOLI, 2000: 132 y ss.
78 Como sostiene la propia Corte IDH, entre otras, en la Sentencia Claude Reyes y otros v. Chile,
cómo la jurisprudencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, a pesar de insistir, en materia de
derecho de la competencia, en la vigencia de la presunción de inocencia, ha sido renuente a explicitar
cuál es el umbral de suficiencia probatoria para derrotarla, apelando en distintas sentencias a que la
prueba debe ser «suficientemente precisa y coherente», «sólida, específica y corroborativa», «firme,
precisa y consistente», «convergente y convincente», etc. Como no puede ser sorprendente para el lec
tor a estas alturas, la extrema vaguedad de esos criterios, que derivan en la indefinición de los estándares
de prueba requeridos, ha dado lugar a decisiones divergentes e incontrolables sobre la suficiencia pro
batoria, a veces incluso por parte de los mismos jueces (véase ibid.: 3940 y la jurisprudencia del TJUE
allí citada; también KALINTIRI, 2019: 76 y ss.).
198
~
80 Por ello, me parece equivocado el punto de, vista de lAcoVIELLO (2006: 3874 y ss.), quien
considera que los sistemas procesales que imponen .la motivación de las decisiones no necesitan de
estándares de prueba. Una lectura atenta de los argumentos de Iacoviello, en cambio, permite observar
que el autor italiano incluye dentro de las exigencias de la motivación {para el proceso penal, en su
caso) los criterios de suficiencia probatoria que seríari propios de un estándar de prueba. Así, parece no
necesitarse propiamente de un estándar de prueba, pero ello es debido a que su contenido se ha incluido
ya en los requerimientos a motivar. Por mi parte, estimo más clara una concepción de la motivación
que valga para cualquier decisión probatoria y remita.al estándar de prueba aplicable las condiciones de
suficiencia probatoria cuya satisfacción deberá justificarse.
81
C. ENGEL, 2009: 435. Desde luego, la irresponsabilidad cabe extenderla a todos los sistemas
que no exijan la motivación de las decisiones. ·
LA MOTIVACIÓN DE LAS SENTENCIAS EN MATERIA DE HECHOS ... 199
82
Véanse FERRER BELTRÁN, 2002: 90 y ss.; id., 2006: 294 y ss.; L. J. COHEN, 1989a, 1991 y
1992.
83
L. J. CoHEN, 1989: 368; id., 1992: 4. Pueden encontrarse en la literatura filosófica otras deno
minaciones para hacer referencia (con algunos ligeros matices) a la misma actitud proposicional. A títu
lo de ejemplo vale la pena mencionar las de «creencia pragmática» (KANT, 17811787: A824/B852),
«asentimiento» (DE Sotrsx, 1971) o «consideración como verdadero» -holding as true- (ULLMANN
MARGALIT y MARGALIT, 1992). Dado que el análisis de los matices diferenciadores no es el objeto
principal de este trabajo, evitaré entrar en ellos y asumiré la noción de aceptación de Cohen. Vale la
pena no obstante, aunque solo sea por la relevancia clásica del autor, observar el parecido de la noción
de «creencia pragmática» que usa Kant con la noción de «aceptación» que adopto. Así, dice Kant que
«[e]l médico tiene que hacer algo ante el enfermo en peligro, pero no conoce la enfermedad. Observa
los síntomas y decide, a falta de mejores conocimientos, que se trata de tisis. Su creencia, incluso en su
propio juicio, es meramente accidental, ya que otro podría tal vez efectuar una estimación más acertada.
Esa creencia, que es accidental, pero que sirve de base al uso real de los medios para ciertos actos, la
llamo creencia pragmática» (KANT, id; la cursiva es del autor). Una lectura atenta del pasaje muestra
que en esa noción de creencia pragmática ya están presentes los elementos de voluntariedad (porque se
«decide»), contextualidad (accidentalidad) y uso en ámbito práctico.
84 En este sentido, entre otros, COHEN, 1989: 369; VAN FRAASSEN, 1989: 192; BRATMAN, 1992:
10 y ss.; DLLMANNMARGALIT y MARGALIT, 1992: 177 y ss. Recordemos que en el razonamiento pro
batorio pueden operar, por ejemplo, presunciones que acaben produciendo que se acepte un hecho
(incorporándolo como premisa al razonamiento) por razones normativas y no epistémicas.
85 STALNAKER, 1984: 8081. También en este sentido BRATMAN, 1992: 4 y SS., 9 y ss.; P. ENGEL,
1998: 147.
~~ ~ ~ ·~ ~~~
86
En el sentido de que el contenido proposicional de la creencia estaría justificado, no el acto
mismo de tener la creencia (que no admite el discurso de la justificación).
87
Sí lo considera condición suficiente, en cambio, PEREZ BARBERÁ, 2020b: 51. La posición de
Pérez Barberá solo puede sostenerse ignorando el papel de los estándares de prueba al aportar criterios
de justificación de la decisión sobre los hechos o bien incorporando esos criterios a la noción de creen
cia justificada. Pero, en este último caso, se produce la confusión entre justificación puramente episté
mica y criterios normativos de suficiencia probatoria. Aunque ambos operan en el plano justificativo de
la decisión probatoria, cuando en la literatura se habla de creencias justificadas se hace en referencia
exclusivamente a criterios epistémicos y parece oportuno por claridad hacerlo así.
88
Ello no tiene como consecuencia, por cierto, que la fuerza ilocucionaria de un enunciado pro
batorio del tipo «está probado que 'p'» no pueda ser descriptiva, o que sea constitutiva, como han
sostenido DEI VECCHI, 2014: 254256; NANCE, 2016: 16. Si la fuerza fuera constitutiva o performativa,
no habría posibilidad conceptual de error. Sostener que cuando el juez profiere que «está probado
que 'p'» constituye a 'p' como probado, no deja espacio co~ceptual para afirmar la falibilidad del juez
LA MOTNACIÓN DE LAS SENTENCIAS EN MATERIA DE HECHOS ... 187
Sin embargo, cuando ese deber se refiere a las decisiones sobre los hechos,
no es claro en absoluto qué se entiende por motivación y cuál es su alcance.
mismo sentido, entre las que pueden verse otras, la Sentencia de 23 de noviembre de 2017, caso Traba-
jadores Cesados de Petroperú y otros v. Perú, Serie C, núm. 344, párrafo 168, y la Sentencia de 25 de
noviembre de 2019, caso Lopez y otros v. Argentina, Serie C, núm. 396, párrafo 214.
44 Véanse, entre otros, COLOMER HERNÁNDEZ: 2003, 31 y ss.; GASCÓN ABELLÁN, 2012: 175 y SS.
Las concepciones racionalista y psicologista de la motivación están fuertemente emparentadas, pero no
deben ser confundidas, con las concepciones racionalista y persuasiva o subjetivista de la prueba. Están
emparentadas porque quien sostiene la concepción subjetivista de la prueba, sostiene también una con
cepción psicologista de la motivación, por ejemplo. Pero no deben confundirse, porque la motivación
no se agota en los aspectos probatorios de la decisión judicial.
45 Al respecto, véase, entre otros muchos, lGARTUA, 2003: 61 y ss.
46 La distinción entre motivos y razones fue considerada por NJNO (1993: 37), precisamente, una
distinción fundamental de la filosofía analítica. Al respecto, véanse también, entre otros, R.Az, 1978:
34; BAYÓN, 1991: 43 y ss.; REDONDO, 1996: 79 y SS.
47 Entendida de este modo la obligación de motivar, resultaría, por ejemplo, que la Constitución
española impondría a los jueces y tribunales expresar en sus sentencias las motivaciones causales que
les llevan a tomar sus decisiones jurisdiccionales. Dado que entre estas motivaciones habrá factores
de lo más diverso (que van desde sus traumas infantiles a la presión mediática, desde su ideología a la
cultura jurídica adquirida), no se entiende bien qué relevancia social y jurídica tendría que su expresa
formulación fuera exigida constitucionalmente.
48 Desarrollando la obligación constitucional de motivar las sentencias, formulada en el
art. 120.3 CE, también el Tribunal Constitucional ha sostenido la necesidad de que «el órgano judicial
explicite el iter mental que le ha llevado a entender probados los hechos constitutivos del delito» (~éase
STC 229/1988, de 1 de diciembre, FJ 2.0). En un reciente artículo doctrinal de Magro Servet, magistra
.. ~·
'
problema es que los factores causales de nuestras creencias nos resultan (par
cialmente) inaccesibles49• Solo somos capaces de describir algunas de las más
inmediatas circunstancias que nos llevan a adquirir una creencia, pero, desde
luego, esta descripción, aún hecha concienzudamente, no sería más que limita
da y parcial respecto de las causas de la decisión 5°. No es extraño, pues, que la
motivación, entendida como expresión de~ las causas de una decisión, se limite
a descripciones muy parcas del iter mental y muchas veces sea sustituida por
largas e inútiles descripciones del desarrollo probatorio del proceso.
'
Frente a esta manera de entender la obligación de motivar, la concepción
racionalista de la motivación la entiende como justificación de la decisión
judicial. Así, decir que una sentencia está motivada significará que está debi
damente justificada. En palabras de Nieto:
'
El juez ni debe ni puede «explicar» los motivos psicológicos de su de
cisión (de los que con frecuencia ni él mismo es consciente), la ley no se lo
exige ni tendría utilidad alguna para las partes. Lo que importa y lo que es
legalmente exigible es la motivación en el contexto de justificación, es decir,
el razonamiento que justifica que la decisión es admisible dentro de los cono
cimientos y reglas del derecho51•
Se trata, pues, de que la decisión probatoria cuente con buenas razones
epistémicas y normativas que le den fundamento suficiente52• Las primeras
i
do de la Sala 2.ª del Tribunal Supremo español, se puede encontrar también con toda claridad esta nota
característica de la concepción persuasiva de la prueba: «El esfuerzo de motivación exige del juzgador
un esfuerzo de disciplina por construir de forma razonable su plasmación del proceso mental que le
lleva a su decisión y le aleja de la arbitrariedad constructiva de la sentencia» (MAGRO SERVET, 2020;
cursiva en el original). Vale decir que resulta enigmático por qué la explicitación del proceso mental
que ha llevado a una convicción sería un antídoto contra la arbitrariedad. No tiene sentido la calificación
como arbitraria de una decisión si no es sobre la base de un criterio de justificación, pero para eso debe
concebirse la motivación de otro modo, como veremos enseguida.
49 Y en caso de órganos colegiados resulta, además, especialmente complicado: ¿habrá que des
cribir los factores causales que han llevado al convencimiento de cada uno de los magistrados o de los
miembros del jurado? Evidentemente, los motivos de las convicciones de cada uno de ellos pueden ser
distintos, de manera que resultaría necesario expresarlos todos ellos.
50
Sobre estas dificultades, puede verse, por todos, TARUFFO, 1975: 147149.
51
NIETO,2000: 157. También Taruffo se ha expresado con claridad en el mismo sentido en mul
titud de ocasiones. Valga por todas esta (TARUFFO, 2003b: 8990): «La realidad es que la motivación no
es y no puede ser un relato de lo que ha sucedido en la mente o en el alma del juez cuando ha valorado
la prueba. Las normas que exigen la motivación de la sentencia no reclaman que el juez se confiese re
construyendo y expresando cuáles han sido los recorridos de su espíritu. Estas normas, por el contrario,
le imponen justificar su decisión, exponiendo las razones en forma de argumentaciones racionalmente
válidas e intersubjetivamente "correctas" y aceptables. Para decirlo de manera sintética: los procesos
psicológicos del juez, sus reacciones íntimas y sus estados individuales de conciencia no le interesan
a nadie: lo que interesa es que justifique su decisión con buenos argumentos». Véanse también, entre
otros, GIANFORMAGGIO, 1983: 136; FERRAJOLI, 1989: 38 y SS. y 640; BERGHOLTZ, 1990: 85; ATIENZA,
1991: 4 y ss.; lGARTUA, 2003: 15; ITURRALDE SESMA,:2003: 252; TARUFFO, 1975: 115 y ss.; id. 1998:
314 y ss.; id., 2009a: 407409; ALISTE SANTOS, 2011:'.153154; ANDRÉS lBÁÑEZ, 1992: 288 y ss.; id.:
2015: 280281; NARDELLI, 2018: 302; CARLIZZI,2018: 42 y SS.
52
Sobre los requisitos para una correcta motivación como justificación de las decisiones judicia
l~s, v~~se lGARTUA, 2003: 96 y ss., y, especfficament~, sobre la motivación de las decisiones probato
nas, ibid.: 135 y ss.
LA MOTIVACIÓN DE LAS SENTENCIAS EN MATERIA DE HECHOS ... 189
53 Sobre la distinción entre el modo analítico y el holista de motivar o justificar una decisión,
59
Es muy clara, en este sentido, la Sentencia de la Court of Appeal inglesa en el caso Flannery v.
Halifax Estate Agencies Ltd., que sostiene que «cuando? debido a la falta de motivación, es imposible
decir si el juez erró en el derecho o sobre los hechos, la 'parte perdedora se vería totalmente privada de
sus posibilidades de apelar, a no ser que la corte conceda la apelación basada en la propia falta de mo
tivación» (1999) 149 NLJ 284. También el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha puesto énfasis
en la función endoprocesal, como posibilitadora del ejercicio del derecho al recurso. Al respecto, véase,
por ejemplo, la STEDH en el caso Hadjianastassiou c. Grecia, de 12 de diciembre de 1992, párrafo 33.
Y la Corte Interamericana de Derechos Humanos, en la misma línea, ha considerado que «la motivación
de la decisión judicial es condición de posibilidad para garantizar el derecho de defensa» (Sentencia de
15 de febrero de 2017, caso ZegarraMarín v. Perú, Serie C, núm. 331, párr. 155).
60 Puede verse una presentación de las diversas facetas del derecho a la prueba en FERRER BEL
al hacerlo. En el mismo sentido, véase LAUDAN, 2006: 35. Puede verse un análisis más detallado al
respecto en FERRER BELTRÁN, 2002: 2023. Que en la determinación de la suficiencia probatoria inter
medien razones normativas no impide, por otro lado, que pueda afirmarse la fuerza descriptiva de «está
probado que 'p'». Las razones normativas cuentan para determinar el estándar de prueba, que establece
el umbral de suficiencia probatoria requerido para que pueda considerarse una hipótesis fáctica como
probada; y las razones epistémicas cuentan para determinar si, a la luz de las pruebas presentadas al
proceso, se alcanza o no ese umbral. Siendo así, nada impide sostener que es verdadero o falso que el
grado de corroboración de 'p' supera el umbral de suficiencia y, en consecuencia, que «está probado que
'p'». Un argumento en esta misma línea puede verse en PICINALI, 2013.
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CAPÍTULO IV
CÓMO LEGISLAR SOBRE ESTÁNDARES
DE PRUEBA
1 En el mismo sentido, VIALE DE GIL, 2014: 142. También destaca el problema de la subjetividad
3
REDMAYNE, 1999: 183.
riesgo diversas para los tipos de decisiones que estime conveniente. A partir de
ahí, deberá proceder hacia una especificación progresiva de los tipos de casos:
1) distinguir las decisiones sobre los hechos que deben tomarse en un mismo
procedimiento y atribuir estándares de prueba para cada una de ellas, respe
tando el criterio metodológico de que el nivel de exigencia probatoria debe ser
progresivo conforme avanza el procedimiento hasta llegar a la decisión sobre
los hechos en sentencia o veredicto, y 2) en cada uno de esos niveles, agrupar
tipos de casos mediante el señalamiento de propiedades generales. Puede te
ner sentido, por ejemplo, establecer un estándar de prueba para las medidas
cautelares que supongan privación de libertad, distinto del estándar para medi
das que no afecten al bien de la libertad. Si lo hiciéramos así, estaríamos cla
sificando el universo de las medidas cautelares en dos tipos de casos, tomando
como propiedad relevante la consecuencia de la privación de libertad. Quizá
puede parecemos, en cambio, que hay algunas medidas cautelares en las que
la gravedad del error de la absolución falsa (i. e., de no decretar la medida
cuando debería haber sido adoptada) es mayor que el de la condena falsa (i. e.,
. de decretar la medida injustificadamente). Pensemos en el caso de la orden de
alejamiento en casos de violencia de género, por ejemplo: el daño causado al
acusado al impedirle erróneamente acercarse a la denunciante a menos de 500
metros puede ser inmensamente menor que el daño que se cause a la denun
ciante al negarle erróneamente esa protección; si es así, quizá consideremos
apropiado adoptar un estándar de prueba distinto y muy poco exigente para
las medidas cautelares de alejamiento en los casos de violencia de género. El
mismo procedimiento de especificación de tipos de casos que pueden regular
se con un mismo estándar de prueba y tipos de casos que ameritan un estándar
distinto tendremos que seguir para las decisiones probatorias finales, teniendo
en cuenta las distintas circunstancias que fueron analizadas en el epígrafe 3
del capítulo II o cualquiera otra que la sociedad estime relevante.
No solo será conveniente tomar en consideración aspectos valorativos so
bre qué tipo de error nos parece más grave (y cuánto más grave), sino que,
para hacer esas evaluaciones, necesitaremos también información empírica
muy diversa: a los efectos de decretar una prisión preventiva, no es lo mis
mo, por ejemplo, un mundo en el que tenemos mecanismos como la pulsera
electrónica para poder tener localizado a un acusado, que un mundo en el que
no se disponía de ese tipo de mecanismos. Tampoco es lo mismo si estamos
ante casos de responsabilidad civil por accidentes de tráfico en una sociedad
donde contratar un seguro es obligatorio y generalizado que una en que no lo
es; o una sociedad en la que los posibles daños corporales puedan ser tratados
por una sanidad pública gratuita y universal que una que no disponga de esas
prestaciones. También convendrá tener información sobre cómo es el propio
sistema jurídico: no es lo mismo que la posible víctima de un delito del que el
acusado sea absuelto tenga a su disposición mecanismos de reparación civil
que la situación en que el derecho restrinja la responsabilidad civil derivada
de acciones que constituyan delito a los casos en que haya condena penal. Y,
finalmente, será necesario ser conscientes de las condiciones del propio siste
ma de justicia: quizá, por ejemplo, no se dispone de pulseras electrónicas, o
un estándar de prueba muy elevado resulte sistemáticamente inalcanzable en
un país extremadamente pobre en el que no haya laboratorios forenses o no
tengan una mínima fiabilidad.
Ello no quiere decir que necesariamente debemos hacer esas particiones
para regular los estándares de prueba. Quizá algunas de esas circunstancias nos
parezcan relevantes y otras no. Todo lo que quiero señalar es que atendiendo
a cómo es el sistema jurídico y a las consecuencias jurídicas previstas, a las
condiciones empíricas circundantes, generales y del propio sistema de admi
nistración de justicia, y a las valoraciones sobre la gravedad de los respectivos
errores, tendremos que ir especificando tipos de casos en los que estimemos
adecuado imponer una específica distribución del riesgo del error, es decir, un
estándar de prueba 5• Cualquier regla general que el legislador formule para ex
presar las preferencias sociales sobre la distribución del riesgo del error en un
tipo de casos podrá ser infraincluyente y/o supraincluyente, Siempre será po
sible encontrar un caso individual, subsumible en esa regla general, que tenga
una combinación de propiedades para la que hubiésemos preferido no aplicar
la regla, y a la inversa. Pero este es el precio a pagar por gobernarnos mediante
reglas, que es condición del Estado de derecho, como vimos en el capítulo l.
5
Se trata de una estrategia argumentativa parecida a la que ha propuesto el especificacionis
mo en el ámbito de la filosofía moral. De hecho, el problema de partida es el mismo: cómo resolver
casos en que entran en conflicto bienes o derechos a los que atribuimos valor moral y no pueden ser
satisfechos simultáneamente. Ahora bien, que podamos' adoptar una estrategia especificacionista para
ir determinando los tipos de casos y los estándares de prueba que les asignamos, no nos compromete
necesariamente con la asunción de que hay respuestas correctas u objetivas en esa determinación, como
sí asume el especificacionismo como teoría moral. De forma general sobre el especificacionismo pue
den verse RICHARDSON, 1990; HURLEY, 1990; Mrr.LGRAM, 2008; HALLIE, 2014; y sobre su aplicación
a los conflictos de derechos en el ámbito jurídico, SHAEERLANDAU, 1995; 0BERDIEK, 2008; Monsso,
2012b y 2016, entre otros. ·
CÓMO LEGISLAR SOBRE ESTÁNDARES DE PRUEBA 209
de una decisión política acerca de la distribución del riesgo del error que se
estime adecuada. Tampoco quisiera transmitir la errónea idea de que estos
son los únicos estándares de prueba que satisfacen los criterios metodológicos
expuestos en este trabajo. Su valor es meramente ejemplificativo y, de hecho,
si se mostrara que alguno de los ejemplos tiene problemas en su formulación,
eso no afectaría a la fundamentación de la teoría que he sostenido.
En lo que sigue pueden encontrarse siete ejemplos, ordenados de mayor a
menor exigencia probatoria, cuya explicación detallada dejo para los siguien
tes epígrafes de este capítulo:
Estándar de prueba 1)
Para considerar probada una hipótesis sobre los hechos deben darse con
juntamente las siguientes condiciones:
a) La hipótesis debe ser capaz de explicar los datos disponibles, inte
grándolos de forma coherente, y las predicciones de nuevos datos que la hipó
tesis permita formular deben haber resultado confirmadas y aportadas como
pruebas al proceso.
b) Deben haberse refutado todas las demás hipótesis plausibles explica
tivas de los mismos datos que sean compatibles con la inocencia del acusado/
demandado o más beneficiosas para él, excluidas las meras hipótesis ad hoc.
Estándar de prueba 2)
Para considerar probada una hipótesis sobre los hechos deben darse con
juntamente las siguientes condiciones:
a) La hipótesis debe ser capaz de explicar los datos disponibles, inte
grándolos de forma coherente, y las predicciones de nuevos datos que la hipó
tesis permita formular deben haber resultado confirmadas y aportadas como
pruebas al proceso.
b) Debe haberse refutado la hipótesis alternativa formulada por la de
fensa de la parte contraría, sí es plausible, explicativa de los mismos datos y
compatible con la inocencia del acusado/demandado o más beneficiosa para él,
salvo que se trate de una mera hipótesis ad hoc.
Estándar de prueba 3)
Para considerar probada una hipótesis sobre los hechos deben darse con
juntamente las siguientes condiciones:
a) La hipótesis debe ser capaz de explicar los datos disponibles, inte
grándolos de forma coherente, y las predicciones de nuevos datos que la hipó
tesis permita formular deben haber resultado confirmadas y aportadas como
pruebas al proceso.
b) Debe haberse refutado la hipótesis alternativa formulada por la de
fensa de la parte contraria, si es plausible, explicativa de los mismos datos y
compatible con la inocencia del acusado/demandado o más beneficiosa para
él, siempre que se haya aportado alguna prueba que le otorgue algún grado de
confirmación.
210 JORDI FERRER BELTRÁN
Estándar de prueba 4)
Una hipótesis sobre los hechos se considerará probada cuando se den, con
juntamente, las siguientes dos condiciones:
a) Que sea la hipótesis más probablemente verdadera, a la luz de los
elementos de juicio existentes en el expediente judicial.
b) Que el peso probatorio del conjunto de elementos de juicio relevantes
incorporados al proceso sea completo (excluidas las pruebas redundantes).
Estándar de prueba 5)
1
Una hipótesis sobre los hechos se considerará probada cuando se den, con
juntamente, las siguientes dos condiciones:
a) Que la hipótesis sea más probablemente verdadera que la hipótesis de
la parte contraria, a la luz de los elementos de juicio existentes en el expediente
judicial. ·
b) Que el peso probatorio del conjunto de elementos de juicio relevantes
incorporados al proceso sea completo (excluidas las pruebas redundantes).
Estándar de prueba 6)
Una hipótesis sobre los hechos se considerará probada en un proceso
cuando: ·
Sea la hipótesis más probablemente verdadera, a la luz de los elementos de
juicio existentes en el expediente judicial,
Estándar de prueba 7)
Una hipótesis sobre los hechos se considerará probada en un proceso
cuando:
La hipótesis sea más probablemente verdadera que la hipótesis de la parte
contraria, a la luz de los elementos de juicio existentes en el expediente ju
dicial.
6
Véase FERRER BELTRÁN, 2007: 147. Conviene advertir que en esa presentación no fui suficien
temente enfático, como sí lo he sido en este trabajo, en que nada impone que el estándar de prueba para
la hipótesis de la culpabilidad en el proceso penal deba ser necesariamente siempre el mismo.
CÓMO LEGISLAR SOBRE ESTÁNDARES DE PRUEBA 211
Pero, más allá de estas consideraciones generales, para una mejor com
prensión vale la pena detenerse en cada uno de los requisitos exigidos por el
7
ALLEN, 2013: 55.
8 Es lo que González Lagier, siguiendo a Haack, ha denominado como la tesis de la unidad
del razonamiento empírico o del razonamiento probatorio, Al respecto, véanse GONZÁLEZ LAGIER,
2020b: 47; HAACK, 2003b: 24.
9 Véase, al respecto, BENTHAM, 1927: 344, y, sobre esta idea como base de la tradición racionalis
ta de la prueba, TwINING, 1985: 4752; id., 1990: 211, nota 3; DAMASKA, 1997: 149.
10 En concreto, el estándar ha sido adoptado como forma de dotar de sentido, mediante criterios
intersubjetivamente controlables, al «más allá de toda duda razonable». Pueden verse, entre otras, las
siguientes sentencias: Acórdiio do Tribunal da Relacdo de Evora, de 6 de diciembre de 2011, relativo al
proc. núm. 5901/09.8TDLSB.El; Acórdíio do Tribunal da Relaciio de Lisboa, de 13 de febrero de 2013,
relativo al proc. núm. 256/10.0GARMR.Ll3; Acórdíio do Tribunal da Relacdo do Porto, de 9 de sep
tiembre de 2015, relativo al proc. núm. 2/13.7GCETR.Pl, y Acórdíio do Tribunal da Relaciio do Porto,
de 21 de febrero de 2018, relativo al proc. núm. 347/10.8PJPRT.Pl. Volveré más adelante sobre esta
utilización indirecta de un estándar de prueba para dar sentido a otra formulación.
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212 JORDI FERRER BELTRÁN
Para explicar esta cláusula puede ser útil partir de un ejemplo: supongamos
que la policía recibe una llamada advirtiendo del fallecimiento por disparo de
arma de fuego de un ciudadano en la calle. Quien llama afirma ser el autor del
disparo. Rápidamente se personan en el lugar de los hechos dos patrullas de la
policía y encuentran el cadáver de Mario, un hombre de mediana edad, tum
bado en el suelo. A su lado espera José, autor del disparo mortal. José relata
que estaba en la puerta del comercio donde trabaja como guardia de seguridad
y vio llegar a la víctima muy alterado y cori actitudes propias de alguien que
se encuentra drogado. Por eso, le impidió el'acceso al comercio, lo que derivó
en una fuerte discusión. En un momento, el fallecido intentó quitarle el arma
que llevaba en el cinturón reglamentario, :ROr lo que se produjo un forcejeo
en el que José consiguió evitar que le arrebatara el arma, pero no que esta se
disparara, causando una herida mortal en el agresor. La policía recabó, a partir
de ahí, la declaración de las personas que se encontraban en el comercio en el
momento de los hechos, recogió y custodió el arma, buscó casquillos de bala
en la zona, etc. Uno de los trabajadores del comercio explicó a la policía que,
efectivamente, se produjo una fuerte discusión entre el fallecido y el guardia
de seguridad y que no era la primera vez que ocurría, que todos los trabaja
dores tenían la impresión de que los dos implicados ya se conocían y tenían
una gran enemistad y, finalmente, que vio cómo el fallecido se alejaba de la
puerta y del guardia de seguridad, mientras seguía insultándole, momento en
el que José disparó su arma, alcanzando a la víctima desde unos 10 metros de
distancia. Sobre esta base, la policía fundó' su hipótesis de que José es autor
de un homicidio.
Como ya expuse en el capítulo I, la formulación de una hipótesis sobre los
hechos, a partir de los datos iniciales, no está gobernada metodológicamente,
sino que pertenece más bien al ámbito del ingenio que de la lógica deductiva o
inductiva 11• Sin embargo, lo más habitual es que la generación de una hipóte
sis explicativa de los hechos se base en conocimientos y experiencias previas;
y que sean también esos conocimientos los que sirvan para seleccionar los
datos de partida. Por eso, si la policía quiere determinar las circunstancias de
la muerte de Mario busca casquillos en el área, pregunta a posibles testigos,
averigua si hay alguna cámara de seguridad, investiga si víctima y victima
rio se conocían y qué relación tenían, etc. Todo ello porque la experiencia en
11
Al respecto, véase lo dicho en el capítulo I, epígrafe 3.1.3.
otros casos indica que esos, son elementos que pueden ayudar a formular y,
posteriormente, probar una hipótesis sobre lo ocurrido. Esos datos de partida,
a suvez, deberán aportarse como pruebas al proceso (a través de pruebas do
cumentales, testificales, periciales o del tipo que sea en cada caso). Cualquier
hipótesis que se formule a partir de ellos debe integrarlos de forma coherente,
porque una hipótesis incoherente es siempre falsa.
A su vez, toda hipótesis empírica permite formular otras hipótesis deriva
das que funcionan a modo de predicciones que, de cumplirse, aportan corro
boración a la primera. Pero para inferir esas hipótesis derivadas es necesario
añadir como premisas algunos conocimientos generales sobre el mundo y al
gunas circunstancias del caso. La fórmula es como sigue:
(1) H1 y SAy CI ~P12
¿Qué podemos hacer con esto en el caso de la muerte de Mario? Pues bien,
la policía (y posteriormente la fiscalía en el proceso) tiene la hipótesis (H1) de
que José mató a Mario voluntariamente con un disparo a unos 10 metros de
distancia. De ello más nuestro conocimiento de que las balas, una vez dispa
radas, tienen estrías en su superficie exterior que permiten identificar el arma
con la que han sido disparadas (SA) y que sabemos que José tenía una sola
arma, que ha sido recuperada por la policía ( C[), podemos predecir que la bala
encontrada en el cuerpo de Mario tendrá las estrías características del arma
en cuestión. Hecha la correspondiente prueba de balística, la confirmación
de la predicción aportará un cierto grado de corroboración a H1• La prueba de
balística se aportará al proceso por la fiscalía para demostrar que José cometió
homicidio. De hecho, el cumplimiento de la predicción de que la bala tendrá
las estrías características del arma de José permite descartar un número in
finito de hipótesis alternativas: todas aquellas que supongan que la bala que
mató a Mario fuera disparada desde otro lugar por cualquier otra persona y
con otra arma.
Sin embargo, el cumplimiento de esa predicción no permite cumplir la
segunda cláusula del estándar de prueba 1) 13:
b) Deben haberse refutado todas las demás hipótesis plausibles explica
tivas de los mismos datos que sean compatibles con la inocencia del acusado,
excluidas las meras hipótesis ad hoc.
La hipótesis H2, expuesta por José a la policía desde el primer momento
y que sostiene su defensa en juicio (que el arma se disparó accidentalmente
cuando Mario intentó arrebatársela a José y este forcejeaba para evitarlo) per
12 Recuérdese que H1 está por «Hipótesis¡», SA está por «Supuestos Adicionales» (generalizacio
nes empíricas sobre el mundo) y CI está por «Condiciones Iniciales» (que son circunstancias del caso
concreto).
13 Y tampoco, por cierto, la segunda cláusula, menos exigente, de los estándares 2) y 3).
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214 JORDI FERRER BELTRÁN I
mite predecir lo mismo: que la bala tendrá las estrías propias del arma de José. 1
Las dos hipótesis (homicidio y muerte accidental) permiten hacer esa mis
ma predicción y, en consecuencia, que la predicción se cumpla no sirve para
probar una frente a la otra. Por eso, necesitamos avanzar en el razonamiento,
encontrando una predicción que pueda derivarse de H1 y sea incompatible con
Hz. Sin ella, habremos logrado un cierto grado de corroboración de H1, pero
esta no será suficiente para satisfacer ni el estándar de prueba 1) ni el 2). Si
H1 permite formular predicciones adicionales que no han sido contrastadas
y aportadas como pruebas no se cumplirá Ja primera cláusula del estándar:
estaremos ante lo que denomino «lagunas probatorias», esto es, pruebas que
deberían haber sido aportadas al proceso y no lo han sido 14• Y si las pruebas
que sí han sido aportadas otorgan corroboración a H1 pero no permiten des
cartar otras hipótesis alternativas, tampoco se cumplirá la segunda cláusula
del estándar.
14 Esto evita la crítica que formulan STELLA y GALAVOTTI (2005: 925) a una de las propuestas de
estándar de prueba de Laudan: «No basta que los hechos demostrados por la acusación excluyan cual
quier otra hipótesis, sino que es necesario que la acusación.ofrezca prueba, plena y convincente (esto es,
más allá de toda duda razonable) de la hipótesis de la culpabilidad por ella planteada».
15
Que corresponden al depósito en la piel de residuos de la deflagración de la pólvora alrededor
del orificio de entrada. Este halo no se observa si el disparo se produce a muy corta distancia o a gran
distancia. Véase, al respecto, GARCÍA, DEICHLER y TORRES, 2011: 328329.
16
La segunda cláusula del estándar 2) hace conveniente para la defensa que en su estrategia for
mule una hipótesis alternativa y no se limite a negar la hipótesis acusatoria, lo que puede gustar o no. Un
planteamiento claro en la línea del estándar 2) puede encontrarse en la Sentencia de 3 de junio de 2019
de la Sección 6.ª de la Audiencia Provincial de Barcelona, que dice en su FJ l.º:
«A este respecto, ha de recordarse que en materia fáctica, las facultades del órgano de apelación
se contraen a la revisión de la estructura racional y el discurso lógico de la sentencia dictada, lo que
implica la valoración de la suficiencia de la prueba de cargo, así como su validez y licitud, comprobando
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~~
CÓMO LEGISLAR SOBRE ESTÁNDARES DE PRUEBA 215
que la culpabilidad del recurrente se ha establecido después de refutar las hipótesis alternativas más
favorables al reo que le hayan sido alegadas» (cursiva añadida).
También la Corte Suprema mexicana ha adoptado la exigencia prevista en el estándar de prueba 2)
como requisito para derrotar la presunción de inocencia en un proceso penal. Al respecto puede verse,
por ejemplo, lo dicho en el Amparo Directo en Revisión 3457/2013, Sentencia de la Primera Sala, de
26 de noviembre de 2014:
«[E)sta Primera Sala se ha ocupado en otras ocasiones de desarrollar el contenido al derecho a la
presunción de inocencia en su vertiente de estándar de prueba, de tal manera que se ha sostenido de
forma reiterada en varios precedentes amparo directo en revisión 715/2010, el amparo en revisión
466/2011, el amparo en revisión 349/2012, el amparo directo 78/2012 y el amparo directo 21/2012
que para poder considerar que hay prueba de cargo suficiente para enervar la presunción de inocencia,
el juez debe cerciorarse de que las pruebas de cargo desvirtúen la hipótesis de inocencia efectivamente
alegada por Ja defensa en el juicio y, al mismo tiempo, en el caso de que existan, debe descartarse que
las pruebas de descargo o contraindicios den Jugar a una duda razonable sobre la hipótesis de culpabi
lidad sustentada por la parte acusadora» (cursivas en el original, notas al pie omitidas).
17
Un requerimiento análogo al previsto en la segunda cláusula del estándar 1) es exigido por L. J.
COHEN, 1977: 249; ZUCKERMAN, 1989: 134135. También por ROBERTS y ZUCKERMAN (2004: 366), en
estos términos: «El jurado debe enfrentar la tarea de valorar la prueba eliminando progresivamente ex
plicaciones consistentes con la inocencia del acusado, hasta que la culpabilidad sea la única conclusión
disponible e inevitable», asumiendo, como yo mismo hago en este trabajo, que el razonamiento pro
batorio tiene un estructura de inducción eliminativa y apoyándose, al igual que yo, en la probabilidad
baconiana presentada por L. J. COHEN (id., 2004: 367368). También GARDINER (2019: 292 y ss.) ha
formulado una propuesta parecida, aunque ella propone el requisito de que se hayan descartado todas
las hipótesis alternativas relevantes, entendiendo que lo serían todas aquellas que no sean descabella
das o remotas. No entraré aquí a analizar esta noción de «hipótesis relevante», pero parece claro que
requiere más que ser posible, de acuerdo con nuestro conocimiento del mundo, como yo sostengo para
la noción de «hipótesis plausible» que he utilizado en mi formulación. También el Tribunal Ad Hoc
para la exYugoslavia se ha expresado en términos parecidos a los que propongo en un buen número de
casos, entre los que pueden verse, a título ejemplificativo: Prosecutor c. Delalic, Mucic, Delic y Landio
(IT9621A), Appeal Chamber, Judgement, 20 de febrerode 2001, párrafo 458, y Prosecutor c. Serom-
ba (ICTR200166A), Appeal Chamber, Judgement, 12 de marzo de 2008, párrafo 221. Al respecto, y
sobre el seguimiento de esas decisiones como modelo por parte del Tribunal Penal Internacional, véase
Dm VECCHI y Ctnerz, 2019: 137 y ss. Finalmente, también el Tribunal de Justicia de la Unión Europea
ha requerido, en los casos de infracción al derecho de la competencia, que no haya una explicación
alternativa de los hechos, más allá de la hipótesis de la culpabilidad. Al respecto, véase, por ejemplo,
T286/09, Jntel c. Commission, EU:T:2014:547, párrafo 66. Una presentación general de ese criterio
jurisprudencia! puede verse en CASTILLO DE LA TORRE y GJPPINI, 2017: 4144.
216 JORDI FERRER BELTRÁN
Hay que advertir que esta forma de razonamiento no opera solo respecto de
posibles predicciones de carácter científicoforense que puedan formularse a
partir de una hipótesis. Así, en el ejemplo de la muerte de Mario que he presen
tado, siendo que el suceso se produjo durante. el día, en hora comercial y que fue
precedido de una fuerte discusión en la calle, es esperable que llamara la atención
de personas que estuvieran en los alrededores o dentro del local que custodiaba
el guardia de seguridad. Por ello, H1 permite también predecir que esas personas
declararán que vieron cómo Mario se alejaba de José mientras le insultaba y que
José le disparó a unos 1 O metros de distancia. Dado que sabemos también que
frente al lugar de los hechos hay una cámara de seguridad de un banco, puede
predecirse que la grabación de esa cámara podrá también acreditar el momento
del disparo y la distancia de 1 O metros en la que José se encontraba de Mario en
ese momento. Si se confirman esas predicciones, mediante las correspondien
tes pruebas testificales y documentales, se aportará también corroboración a H1
(permitiendo refutar también la hipótesis defensiva H2).
Como puede observarse, no es muy distinto el razonamiento probatorio
que debe realizar quien está desarrollando una investigación sobre los hechos y
quien juzga si esa investigación y las pruebas aportadas por ella permiten con
siderar probada una hipótesis. La diferencia es solo de perspectiva: prospectiva
o retrospectiva. El juzgador deberá tener en cuenta qué predicciones es posible
realizar a partir de las hipótesis fácticas en conflicto y si estas se han contrasta
do y aportado como pruebas al proceso. E11o:1e permitirá detectar lagunas pro
batorias (predicciones no comprobadas) que aminoren la corroboración, cons
tatar la corroboración aportada por las predicciones sí contrastadas y razonar
acerca de qué hipótesis alternativas han sido refutadas o no. Se trata, como en el
caso de la comunidad científica respecto de una concreta investigación, de re
visar el itinerario probatorio seguido (teniendo en cuenta las pruebas aportadas
por todas las partes) y llegar a la conclusión sobre si estas son suficientes para
probar o no alguna de las hipótesis, a la luz del estándar de prueba aplicable 18•
La jurisprudencia penal italiana ha sido constante al interpretar que el es
tándar de prueba del más allá de toda duda razonable requiere que hayan sido
refutadas todas las hipótesis alternativas a la de la culpabilidad 19• Ha insistido
18
Por esta razón, entiendo errada la crítica formulada por BADARÓ (2019: 257) y, en sentido pare
cido, por PEIXOTO (2001: 223), en el sentido de que el razonamiento probatorio del juzgador tiene que
ver con la verificación de proposiciones sobre hechos pasados y no con la predicción de hechos futuros.
Las predicciones, como mecanismo de corroboración de una hipótesis, no son necesariamente hacia el
futuro, sino hacia lo desconocido. En esto el concepto de «predicción» propio de la epistemología es
distinto del característico del lenguaje ordinario. Se trata de consecuencias derivadas de la hipótesis a
probar (H) más generalizaciones empíricas (SA) y características del hecho específico (CI) ya conoci
das, cuya contrastación aporta corroboración a la hipótesis.Por otro lado, es claro que la metodología
de corroboración de hipótesis propia del razonamiento probatorio no puede tener criterios distintos para
quien intenta la corroboración y para quien la juzga.
19
Por todas, pueden verse las Sentencias Cass., Sez. Un., de 10 de julio de 2002, Franzese,
núm. 30328; Cass., Sez. I, de 14 de mayo de 2004, Grasso, núm. 32494; Cass., Sez. II, de 2 de abril
CÓMO LEGISLAR SOBRE ESTÁNDARES DE PRUEBA 217
de 2008, Crisiglione, núm. 239795; Cass., Sez. I, de 21 de mayo de 2008, Franzoni, núm. 240763;
Cass., Sez. IV, de 12 de noviembre de 2009, Durante, núm. 245879. Vale la pena destacar también que,
en línea con lo sostenido en este trabajo, la jurisprudencia penal italiana ha considerado desde 1990
(Cass., Sez. IV, de 6 de diciembre de 1990, Bonetti, núm. 4793) que el razonamiento probatorio aplica
un esquema de «probabilidad lógica o credibilidad racional». Al respecto, pueden verse An. MURA y
Al. MURA, 2018: 241 y ss.; POLI, 2019: 205 y SS. También MAZZA, 2014: 722724; DELLA TORRE,
2014: 4; FusELLI, 2017: 61, entre otros autores de la doctrina italiana, consideran que el estándar de
prueba del más allá de toda duda razonable requiere, en palabras de Fuselli, «que se hayan agotado las
posibilidades de una alternativa a la hipótesis propuesta» de la culpabilidad. La jurisprudencia italiana
reciente ha incorporado la distinción de Iacoviello entre dos tipos de duda, interna y externa, que darían
lugar a que no se satisfaga el estándar del más allá de toda duda razonable:
«La duda interna es la que revela la autocontradicción de la hipótesis (la hipótesis es intrínseca
mente incoherente) o su incapacidad explicativa (la hipótesis explica solo algunos hechos, no todos los
hechos necesarios para un juicio de culpabilidad).
La duda externa es aquella que contrapone a la hipótesis de la acusación una hipótesis alternativa,
que no tenga el carácter de mera posibilidad lógica (la conjeturabilidad de la hipótesis), sino el carácter
de la racionalidad práctica (la plausibilidad empírica: "Es posible que las cosas hayan sucedido así")»
(Ixcovtsr.r,o, 2006: 3876; cursivas en el original).
Es fácil observar el paralelismo entre estas nociones de duda interna y externa y las dos cláusulas
de los estándares 1) a 3). Sin embargo, la presentación de Iacoviello es menos precisa que esos estánda
res en cuanto a qué hipótesis alternativas deben ser objeto de refutación.
Menos clara y constante que la italiana se ha mostrado la jurisprudencia penal española, pero tam
bién algunas sentencias de la Sala 2." de nuestro Tribunal Supremo apuntan que no podrá considerarse
probada la hipótesis de la culpabilidad si hay hipótesis alternativas «razonables» que puedan dar cuenta
de los hechos conocidos y que sean compatibles con las pruebas disponibles. Véanse, por ejemplo, las
SSTS 922/2011, de 16 de septiembre, FJ 2.º, y la 185/2019, de 1 de febrero, FJ l.º, ambas con ponencia
del magistrado Luciano Varela. Más explícita en ese sentido es, por ejemplo, la Sentencia 26/2021 de
la Sección de Apelaciones de la Sala Civil y Penal del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya, con
ponencia del magistrado José Luis Rarnírez Ortiz.
Es de destacar también el avance que supone en este sentido el Anteproyecto de Ley de Enjuicia
miento Criminal española, que introduce por primera vez en nuestra legislación la regulación de los
estándares de prueba. Lo hace requiriendo (art. 693.3) el estándar del más allá de toda duda razonable
para la condena en cualquier proceso penal, cosa que ya he argumentado que estimo inadecuada. Y la
exposición de motivos (apdo. LXXVII) añade que ese estándar no podrá considerarse satisfecho «en
los casos en que existe una tesis sobre los hechos alternativa a la formulada por la acusación que
resulte rrúnimamente razonable». Respecto de esta regulación prevista en el Anteproyecto de Ley, véase
!GARTUA, 2021.
En el contexto latinoamericano, la Corte Suprema colombiana ha sostenido también la exigencia
de refutación de las hipótesis alternativas a la de la culpabilidad para que esta última pueda considerarse
probada (Sentencia de 26 de octubre de 2011, radicado 36.357), aunque no resulta claro cuáles son las
hipótesis alternativas que deben ser refutadas. Un repaso de la jurisprudencia colombiana al respecto
puede verse en Mtrñoz GARCÍA, 2019: 7385.
, ~ ~ · ~ ~ .
20
Estas dos posibilidades interpretativas dan lugar e~ la doctrina jurisprudencia! italiana a dos
posiciones sobre lo que requiere el estándar del más allá de toda duda razonable: la primera, apuntando
que el debate se clausura por las hipótesis fácticas efectivamente planteadas por las partes y la segunda,
en cambio, requiriendo que el juzgador analice si se han refutado o no todas las hipótesis alternativas,
con independencia de si han sido planteadas o no por las partes. Al respecto, véase ScARDELLA, 2013:
211212 y la jurisprudenc~a allí citada. La misma alternativa interpretativa es planteada por lGARTUA
(2021) respecto de lo previsto en el Anteproyecto de Ley dc'Enjuiciamiento Criminal español.
21
FJ 2. º de la sentencia. La sentencia, cuyo ponente es el magistrado Vicente Magro Servet,
mezcla indistintamente elementos de la concepción persuasiva o psicologista con otros propios de la
concepción racional de la prueba, elementos de la concepción subjetivista con otros de la concepción
racional de la motivación y muestra un completo desconocimiento del significado de las formulaciones
tradicionales de los estándares de prueba del más allá de toda duda razonable y de la probabilidad pre
valeciente. Aun con todos los problemas de indeterminación que tienen esas dos formulaciones y que
ya he presentado en los capítulos precedentes, es llamativa la mezcla que de ellas realizan esta y otras
sentencias del Tribunal Supremo y del Tribunal Constitucional españoles.
CÓMO LEGISLAR SOBRE ESTÁNDARES DE PRUEBA 219
las 11 :45 a.m., también el teléfono de Leoncio se ubica junto a los de las dos
mujeres; 6) el cuerpo de la víctima fue encontrado en una finca dedicada al
cultivo de la vid, que conocían tanto Leoncio como su pareja, Concepción;
7) dado que la víctima murió a causa de más de veinte puñaladas y que en
el lugar en que se encontró el cadáver no había restos de sangre, se infiere
que el cuerpo ya sin vida fue trasladado allí; 8) el lugar en que se encontró el
cadáver dista unos 20 metros del punto más próximo al que se puede acce
der en coche; 9) al maletero del coche de Concepción le falta la alfombrilla;
1 O) no habiendo señales de arrastre en el terreno, se infiere que el cadáver
debió ser transportado a peso, lo que no pudo hacer Concepción sin ayuda de
otra persona; 11) Leoncio y Concepción vendían droga al por menor, siendo
la víctima una de sus clientes; 12) Concepción declaró que la mañana de los
hechos ella se encontraba en casa, después de haber dejado a la víctima con
Leoncio, y que este llegó con la ropa ensangrentada, que se cambió y aseó y
la obligó a ella a cambiarse también de ropa y echarla en una bolsa de basura
(a pesar de que ella habría estado en casa, según su versión, y su ropa estaba
limpia). Sostiene que hizo lo que Leoncio le pidió porque él la maltrataba;
13) varios testigos, conocidos y amigos de la pareja declararon que Leoncio
y Concepción tenían una buena relación y que nunca supieron de malos tratos
entre ellos.
Pues bien, dejando a un lado si está probada o no la autoría de Concep
ción en el asesinato, ¿qué involucra a Leoncio? Fundamentalmente, la geo
localización de su teléfono junto al de las dos mujeres desde las 11 :25 a las
11 :45 a.m. y la declaración de Concepción. Sin embargo, la pregunta relevante
aquí es: ¿permanece incólume alguna hipótesis fáctica que sea compatible con
las pruebas disponibles y con la inocencia de Leoncio? Creo que la respuesta
es claramente afirmativa. Que el teléfono de la víctima se encontrara junto a
los de la pareja a partir de las 11 :25 no prueba que la víctima estuviera tam
bién allí. Concepción (quizá con la ayuda de un tercero) pudo perfectamente
abandonar el cadáver antes de esa hora y llevarse su teléfono. También cabe
la posibilidad de que Concepción acabara con la vida de la víctima y fuera
después a buscar a Leoncio para que le ayudara a deshacerse del cadáver (en
cuyo caso Leoncio habría cometido un ilícito penal, pero no el de asesinato).
La ropa que Concepción vestía cuando recogió a la víctima en el bar no fue
encontrada y testigos que estuvieron con ella horas más tarde, esa misma ma
ñana, declararon que ya vestía una ropa distinta. Pero nadie vio a Leoncio con
la víctima ni hay prueba alguna que los sitúe juntos ese día, excepto la geolo
calización de los teléfonos de ellos y de Concepción. Por ello, la única prueba
de cargo restante contra Leoncio es la declaración de Concepción, que resulta
coimputada en el caso. Sin embargo, esta afirmó que dejó a Leoncio con la
víctima y se fue a casa, lo que es puesto en duda por la geolocalización de su
teléfono; afirmó que Leoncio la tenía sometida con malos tratos y le había
obligado a cambiarse de ropa, pero diversos testigos desmienten que hubiera
··~~~
22
Ello debió ser el objeto principal de análisis de la sentencia en comento y, lamentablemente,
no lo fue en absoluto, de modo que, en realidad, no se dio respuesta motivada por parte del Tribunal
Supremo a la alegación casacional.
CÓMO LEGISLAR SOBRE ESTÁNDARES DE PRUEBK 221
23 Sobre este caso pueden verse las Sentencias 365/2015, de la Audiencia Provincial de A Coruña
(primera instancia); la 2/2016, del Tribunal Superior de Justicia de Galicia (apelación), y la 875/2016,
de la Sala Penal del Tribunal Supremo (casación).
24 Entiendo aquí por pruebas específicas a favor de una hipótesis aquellas que le aportan algún
grado de corroboración y son incompatibles con las hipótesis contrarias.
222 JORDI FERRER BELTRÁN
25
Ese cálculo se basa en unas tablas realizadas por el Instituto Nacional de Toxicología, de fecha
18 de octubre de 2001. En esas tablas, se estima que la dosis estándar de metanfetamina está entre 30
y 60 miligramos y que es habitual la utilización de tres dosis diarias. A partir de ahí, se estima que
el acopio normal que realiza un consumidor medio es para cinco días, lo que daría una cantidad de
900 miligramos. Es claro que esta última es una estimación que podría ser basada como mucho en
una máxima de experiencia o en una estimación promedio. Por eso, la mera posesión de una cantidad
no muy superior a esa no puede entenderse como prueba suficiente de que su finalidad es el tráfico
y no un acopio para consumo propio por un periodo mayor a cinco días. Puede consultarse el Acuerdo
no jurisdiccional de la Sala 2.ª del Tribunal Supremo, de fecha 19 de octubre de 2001, aquí: https://
www.poderjudicial.es/cgpj/es!Poder-Judicial/Tribunal-Sup'remo/Jurisprudencia-/Acuerdos-de-Salal
Acuerdo-sobre--la-agravante-de-cantidad-de-notoria-importancia-de-drogas (última consulta: 16 de
enero de 2020). '
26
En realidad, el acervo probatorio de cargo presenta importantes lagunas que permiten decir que
tampoco se cumplía la primera cláusula de los estándares 1) ~ 3). No consta que se realizara, por ejem
plo, un registro en el domicilio del acusado para localizar mayor cantidad de droga, instrumentos de
pesaje de precisión típicos de la partición de la droga en dosis para el tráfico o cantidades de dinero en
efectivo fuera de lo común, tampoco que se intervinieran sus cuentas bancarias para detectar movimien
tos económicos sospechosos e inexplicables para la situacióneconómica legal del acusado, etcétera.
CÓMO LEGISLAR SOBRE ESTÁNDARES DE PRUEBA 223
27 En este sentido puede interpretarse la consideración de la Corte Suprema italiana de que para
superar el estándar de prueba del más allá de toda duda razonable no es exigible refutar aquellas hipóte
sis que «están fuera del orden natural de las cosas». Véase, entre otras, la Sentencia de Casación, Sez. I,
de 21 de mayo de 2008, Franzoni, núm. 240763.
28
Véase HEMFEL, 1966: 64.
29 BuNGE, 1967: 230231. La noción de hipótesis ad hoc ha sido puesta en cuestión en filosofía de
la ciencia por su carácter escurridizo. En general ha sido caracterizada por no permitir formular a partir
de ella predicciones que hagan posible su contrastación independiente o cuyo no cumplimiento haga
posible su refutación (QUINE y ULLIAN, 1980: 204). POPPER (1974: 986), por ejemplo, las caracteriza
como hipótesis introducidas para salvar otra hipótesis principal de una prueba o hecho que la pone en
dificultad, no pudiendo ella misma ser sometida a prueba. Sucede, sin embargo, que esta incapacidad
predictiva de la hipótesis puede variar con el tiempo y el avance del conocimiento y la técnica, de forma
que lo que en un momento se consideró una hipótesis ad hoc, en otro no lo sea. Una presentación gene
ral de las maneras en que se ha definido el carácter ad hoc de una hipótesis en filosofía de la ciencia y de
sus problemas puede verse en BAMFORD, 1999 y HUNT, 2012. La provisionalidad del carácter ad hoc de
una hipótesis es, sin duda, un problema en el ámbito científico. En el contexto del proceso judicial, en
1~ · --·- ~~~
En el ámbito jurídico, por su parte, el caso más claro podría ser la defensa
en el proceso penal a través de la hipótesis del complot contra el acusado. Así,
a cada nuevo elemento de juicio que aparezca contra él, la defensa alegará que
se trata de una prueba deliberadamente construida para implicar al acusado:
si un testigo declara que vio al acusado disparar contra la víctima, se dirá que
el testigo es partícipe del complot; si hay huellas del acusado en el arma del
crimen, se dirá que han sido deliberadamente traspasadas al arma; si aparece
en casa del acusado una camisa suya manchada con la sangre de la víctima, se
dirá que eso forma parte también del complbt y que la camisa habrá sido deja
da allí para implicar al acusado, que es inocente, y así sucesivamente. ¿Puede
cambio, no lo es tanto: a los efectos de la decisión que debe ser tomada en un cierto momento, importa
si es imaginable una prueba que pueda contrastar o refutar una hipótesis en el estado del conocimiento
de ese momento histórico. !
30
En el ámbito penal, también el Tribunal Supremo español ha establecido la condición para que
una hipótesis fáctica pueda ser tomada en consideración que esta sea demostrable y falsable. Véase, por
ejemplo, la STS 282/2019, de 7 de febrero, FJ 2.º
31
CHALMERS, 1976: 7778.
i
L _
CÓMO LEGISLAR SOBRE ESTÁNDARES DE PRUEBA 225
refutarse la hipótesis del complot? Probablemente no. Pero estamos ante una
estrategia de formulación de hipótesis ad hoc, en el sentido de que ella misma
no es empíricamente contrastable. Para que una hipótesis pueda ser sometida
a corroboración, como hemos visto ya, se requiere que se puedan formular
predicciones contrastables a partir de ella. Y para que una hipótesis pueda
ser tomada en consideración como alternativa para dar cuenta de lo sucedido,
debe ser ella misma contrastable. Eso es lo que no permiten las hipótesis ad
hoc y por ello deben ser excluidas 32•
La gran diferencia entre las tres primeras formulaciones y las que compo
nen este segundo grupo es que en estas últimas no se exige que las hipótesis
alternativas (todas o algunas) hayan sido refutadas o puedan descartarse a la
luz de las pruebas aportadas al proceso. Se trata ahora de una comparación
entre los respectivos grados de corroboración de las distintas hipótesis, a los
efectos de elegir aquella que tenga mayor apoyo en el acervo probatorio, da
das ciertas condiciones 33•
32
También STEIN (2005: 179) apela al ejemplo del complot para excluir este tipo de hipótesis de
entre las que pueden generar una duda razonable en el ámbito penal.
33
La primera cláusula de los estándares 4) y 5) y la única de los estándares 6) y 7) refleja ese
juicio comparativo en términos de que la hipótesis sea «más probable que» todas o algunas hipótesis
alternativas. En FERRER BELTRÁN (2018: 417418), en cambio, había usado una fórmula distinta, ape
lando a la teoría de la inferencia a la mejor explicación. Así, para la primera cláusula del estándar 4),
proponía esta redacción:
«a) Que la hipótesis sea la mejor explicación disponible de los hechos cuya ocurrencia se trata
de probar, a la luz de los elementos de juicio existentes en el expediente judicial».
Y para la primera cláusula del estándar de prueba 5), propuse esta otra:
«a) Que la hipótesis ofrezca una mejor explicación de los hechos cuya ocurrencia se trata de
probar que la hipótesis de la parte contraria, a la luz de los elementos de juicio existentes en el expe
diente judicial».
El recurso a la inferencia a la mejor explicación para formular o dotar de sentido a los estándares
de prueba tiene importantes precedentes, entre los que destacan los trabajos de Allen, en solitario o
con diversos colaboradores (véanse ALLEN, 1986; id., 1991b; ALLEN y LEITER, 2001; ALLEN y PARDO,
2007b; PARDO y ALLEN, 2007, entre otros trabajos), así como también los trabajos de JosEPHSON, 2001;
AMA YA, 2009; BEX y W AL TON, 2012; TuzET, 2019, etc. La inferencia a la mejor explicación ha sido
utilizada tambiénjurisprudencialmente como forma de fijar el umbral de suficiencia probatoria: véase,
por ejemplo, la Sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea de 21 de junio de 2017, N. W:
and Others, C621115, EU:C:2017:484, párrafo 37. Otros autores han señalado que, aunque la inferen
cia a la mejor explicación sea una manera de dar cuenta del razonamiento inferencia! probatorio, no
basta para la toma de decisiones sobre los hechos, porque necesitaría aún determinarse si la mejor ex
plicación es suficiente de acuerdo con un estándar de prueba, que no puede ser determinado por la infe
rencia a la mejor explicación misma. Véanse, en este sentido, AMA YA, 2009: 142144; NANCE, 2016: 83.
Sin embargo, la redacción que propongo en este capítulo de los estándares 4) a 7), en términos
de mayor probabilidad, sin hacer referencia a la inferencia a la mejor explicación, no debe entenderse
como un abandono de esa posibilidad. De hecho, que una hipótesis sea una mejor explicación que otras
es, precisamente, una de las maneras de dar cuenta de qué queremos decir cuando afirmamos que esa
hipótesis es más probable. Pero no es la única forma de hacerlo y, por ello, he estimado preferible
ofrecer una formulación de esos estándares que sea neutral entre las distintas teorías de la probabilidad
inductiva.
226 JORDI FERRER BELTRÁN
Las cuatro formulaciones que paso a analizar pueden ser entendidas como
variantes del estándar de la preponderancia de la prueba o de la probabilidad
prevaleciente. Dado que en realidad expresan cuatro niveles de exigencia pro
batoria distintos, lo primero que puede advertirse es la ambigüedad de la for
mulación del clásico estándar de prueba anglosajón para el proceso civil, tal
como he señalado ya en diversas ocasiones en este trabajo 34. Una ambigüedad
que debería ser eliminada apelando a alguna de las formulaciones aquí ofreci
das o alguna variante de ellas.
34 Como mostró muy convincentemente REDMAYNE (1999: 167), aunque tiene la apariencia de ser
36 Recuérdese que el cuarto requisito metodológico expuesto en el capítulo I señala que los están
dares de prueba que rigen en un mismo proceso deben seguir un orden tendencialmente ascendente, lo
que exige que los estándares iniciales sean menos exigentes que el que resulte aplicable a la decisión
probatoria final en sentencia. Me he referido ya anteriormente a este punto y he hecho referencia, por
ejemplo, a la jurisprudencia italiana al respecto. Por lo que hace a la española, puede mencionarse en
esa misma línea el Auto del Tribunal Constitucional 289/1984, de 16 de mayo (FJ 2.º), que sostiene
que para sujetar a una persona a medidas cautelares debe ser probable que la persona cometió el delito;
también, por ejemplo, el Auto 88/2021 de la Audiencia Provincial de Barcelona (Sección 6.ª), que, en
su FJ 3.º, sostiene la posibilidad como criterio de admisión a trámite de una querella o denuncia, el
más allá de toda duda razonable como estándar de prueba para la decisión final en sentencia y la pro
babilidad prevaleciente para las decisiones intermedias (que, en el caso concreto, era la decisión sobre
el sobreseimiento de las actuaciones). Insistiré enseguida, en todo caso, que no basta con referirse sin
más a la probabilidad prevaleciente, por cuanto bajo ese rótulo se encuentran umbrales distintos de
suficiencia probatoria.
37 Sentencia 53/2021, de 18 de enero, de la Sección 6.3 de la Audiencia Provincial de Barcelona,
FJ l.º
228 JORDI FERRER BELTRÁN
Es claro que R. B. pudo romper la ventanilla del vehículo con la mera in
tención de dañarlo y sin pretender robar en su interior. Pudo hacerlo por ene
mistad con el propietario, porque se encontraba drogado o embriagado, como
un acto de expresión violenta en el contexto de un grupo de personas exaltadas
o simplemente como expresión de rabia o frustración por cualquier cuestión
personal que estuviera sufriendo. La pregunta que se realiza el tribunal de ape
lación es si ello es probable, lo que diría que.debe ser interpretado en términos
de si es más o menos probable que la hipótesis de la tentativa de robo. R. B.
caminaba solo por la calle, no consta que lo hiciera bajo los efectos del alcohol
ni de ninguna sustancia psicotrópica, no conocía al propietario del vehículo y
tampoco alegó en su defensa circunstancia alguna al respecto: en esa situación,
¿qué es más probable, que tuviera la intención de dañar el coche o de robar en
su interior? La respuesta a favor de esta última posibilidad la obtiene el tribu
nal de las máximas de la experiencia 38• Sin embargo, al plantear las cosas de
este modo, resulta evidente que se está considerando probada la hipótesis de la
tentativa de robo con fuerza en las cosas porque se estima más probable que
la hipótesis, más favorable al acusado, del delito leve y consumado de daños.
Ninguna de las pruebas aportadas al proceso .permite refutar esta última hipó
tesis, lo que resulta bastante habitual en ese' tipo de situaciones 39• Ante ello,
la condena por uno u otro tipo de delito dependerá de cuál sea el estándar de
prueba aplicable. Si consideráramos exigible ,que se superen las exigencias de
los estándares 1) o 2), habría que resolver a'favor del alegato de la defensa.
En cambio, si estimáramos aplicable alguno de los estándares que van del 4)
al 7), pudiera considerarse probada la hipótesis de la tentativa de robo con
fuerza en las cosas, como hicieron el juez de primera instancia y el tribunal
de apelación 4°. Pero, una vez más, ello muestra que tampoco para el proceso
penal el umbral de suficiencia probatoria es siempre el mismo y, sobre todo, la
necesidad de que esté correctamente determinado cuál es el estándar de prueba
aplicable con el que se decide sobre la prueba.de los hechos.
sión. Al respecto pueden verse, entre otros, NoBILI, 1969; TA.RUFFO, 2009d; LIMARDO, 2021.
39
Ello a pesar de que el propio tribunal de apelación anuncia que la condena atentaría contra
la presunción de inocencia, entre otras razones, «cuando las informaciones probatorias disponibles
estimadas fiables sean compatibles con hipótesis alternativas más favorables, probables conforme a
máximas de la experiencia» (FJ l.º). Dado que la probabilidad es gradual, caben dos posibilidades:
1) o bien la hipótesis más favorable no tiene probabilidad alguna, lo que equivale a decir que ha sido
refutada, o 2) o bien la hipótesis se considera menos probable que otra. Como he sostenido en el texto,
no estamos en el primer caso puesto que las pruebas aportadas al proceso son todas ellas compatibles
con la hipótesis del delito leve de daños. ,
40
En realidad, la satisfacción de lo establecido por los estándares 4) y 5) depende también del
cumplimiento del requisito relativo al peso probatorio, pero volveré más adelante sobre este punto. En
el caso concreto resuelto por la sentencia comentada, podría incluso sostenerse que se satisface el están
dar 3), porque la defensa no planteó la hipótesis del delito leve. de daños en el juicio de primera instancia
y no presentó ninguna prueba al respecto. Sin embargo, dado que el tribunal de apelación mismo cita
como un principio de prueba que hubiera servido el de la declaración del imputado, resulta muy simple
imaginar que así se haga en otros casos. De ser así, estaríamos de nuevo en la situación de decidir entre
hipótesis sostenidas por las pruebas y con algún grado de probabilidad.
CÓMO LEGISLAR SOBRE ESTÁNDARES DE PRUEBA 229
Ahora bien, exigir meramente que una hipótesis sobre lo sucedido sea
más probable que otras (que todas las demás o alguna en específico) puede ser
una exigencia muy débil, puesto que la hipótesis más probable puede tener,
a pesar de ello, un grado de corroboración muy bajo42• Puesto en situación
extrema, podría suceder que una hipótesis H dispusiera solo de una prueba
circunstancial a su favor (e incluso de no muy alta fiabilidad), pero que las
hipótesis rivales no tuvieran a su favor prueba alguna en el proceso. ¿Diríamos
que H está suficientemente corroborada para declararla probada en sentencia
o para adoptar una decisión intermedia del procedimiento? Creo que la res
puesta evidente es que depende de la decisión de que se trate43• Pero lo que
41 LAUDAN (2007: 111 y ss.), por ejemplo, asume la primera de las interpretaciones, en analogía
con lo que ocurre en el ámbito de la ciencia, y ello le conduce a decir que la preponderancia de la
prueba (entendida como inferencia a la mejor explicación) no podría dar cuenta del razonamiento que
conduce a la declaración de hechos probados en un proceso civil, puesto que sería demasiado exigente.
Esto sería así dado que en muchas ocasiones la hipótesis más probablemente verdadera no es ninguna
de las sostenidas por las partes, de modo que si este fuera el criterio decisivo habría que declarar como
no probadas las hipótesis de todas las partes, cosa que no sería acorde con la práctica de muchos tribu
nales. Sin embargo, por ejemplo, esta es la interpretación que ha dado a la preponderancia de la prueba
la Corte Suprema noruega, según muestra STRANDBERG, 2019a: 73 (véase también la jurisprudencia allí
citada). Volveré enseguida sobre la noción de inferencia a la mejor explicación.
42 Se trata del problema conocido como el de la mejor hipótesis de un lote malo, que VAN
FRAASSEN (1989: 143) planteó como objeción frente a la teoría de la inferencia a la mejor explicación.
Con el mismo objetivo, pero en relación con el uso de esa teoría como estándar de prueba, la presenta
también LAUDAN (2007: 101 y ss.): la mejor explicación disponible puede ser, de todos modos, una
mala explicación. Al respecto pueden verse tambiénAMAYA, 2009: 152155; CLERMONT, 2019: 1498
1499; PEIXOTO, 2021: 123124.
43 Porque no es lo mismo, por ejemplo, una decisión final en sentencia que una decisión inter
si
Este problema parece no presentarse se aplican al razonamiento proba
torio los axiomas de la probabilidad matemática. En particular, el principio de
la complementariedad para la negación establece que la probabilidad de una
hipótesis H más la probabilidad de su negación es siempre igual a 1. Así, a
falta de toda prueba en apoyo de H o de noH, ambas se situarían en el punto
de equilibro de 0,5 y cualquier elemento de juicio favorable a una de ellas ha
ría que esta superara ese umbral y fuera, en ese esquema, más probablemente
verdadera que falsa. Sin embargo, el principio de la complementariedad no es
de aplicación en el contexto de la probabilidad inductiva o baconiana, no ma
temática. Para decirlo gráficamente, en ese contexto el punto de partida para
cualquier hipótesis es O y tanto H como noH, en ausencia de todo elemento
de juicio favorable o contrario, se encontrarían en ese mismo punto. Si dis
ponemos, en cambio, de alguna información favorable a una de las hipótesis,
esta tendrá un grado de probabilidad mayor que la contraria, pero ello no nece
sariamente implica que sea suficiente. De nuevo, la metáfora numérica puede
ser de utilidad explicativa: una probabilidad de 0,01 es, desde luego, mayor
que O, pero para muchas decisiones probatorias no sería en absoluto suficiente.
investigación (en lugar de sobreseer el caso), por ejemplo; que la de abrir juicio oral o la de adoptar una
medida cautelar muy invasiva. ,
44
Dxvrnsox y PARGETTER (1987: 183184) propusieron una operación, en apariencia similar, en
su caso para la interpretación de la exigencia probatoria del más allá de toda duda razonable. Sin em
bargo, debe advertirse que el objetivo de Davidson y Pargétter, con la introducción de un requerimiento
sobre el peso probatorio, es. evitar resultados contraintuitivos de la utilización de nuda información
estadística. Así, en una variante del ejemplo de L. J. Cohen de la paradoja del colado que he presentado
páginas atrás, ellos plantean si sería suficiente para condenar en un proceso penal con la sola informa
ción de que nueve personas de un grupo de diez cometi~ron un delito. Dado que resultaría que cada
uno de ellos tendría una probabilidad de 0,9 de haber cometido el delito, ¿bastaría esa probabilidad
estadística para condenar? Su respuesta es que no, porque no se cumpliría el requisito de que el peso del
acervo probatorio aportado sea «alto». En este punto se produce la diferencia crucial con la propuesta
que presento, porque la probabilidad estadística, en efecto, no incorpora en su cálculo la información
sobre el peso probatorio, cosa que la distingue de la probabilidad inductiva (que sostengo como estruc
tura del razonamiento probatorio). "
45
Véase KEYNES, 1921: cap. N, 71 y ss. Puede verse.una crítica interna a la noción keynesiana de
peso probatorio, basada en su difícil compatibilidad con una concepción matemática de la probabilidad,
en L. J. CoHEN, 1986. El propio Cohen propone su adaptación a una concepción baconiana, no mate
mática, de la probabilidad, como la que sostengo en este trabajo. Sobre la noción de peso probatorio
véase también la presentación y el uso extenso que hace N~cE, 2016: 111 y ss.
~
46 Véase KEYNES, 1921: 73 y 77. También L. J. CoHEN (1985: 268 y ss.) y NANCE (2016: 117)
insisten en la idea de que el peso probatorio debe predicarse del acervo probatorio en su conjunto, pues
to que las pruebas favorables y contrarias a las distintas hipótesis en conflicto inciden conjuntamente
en la evaluación de la probabilidad de cada una de ellas. En este sentido, el peso probatorio no tiene lo
que NANCE (2016: 113 y 117) denomina «poder de discriminar» entre las hipótesis en conflicto cuál de
ellas debe ser aceptada como probada; en otras palabras, el peso probatorio impacta en la probabilidad
de acierto de la decisión, pero no determina el sentido de la decisión a favor de una u otra hipótesis:
esa es tarea del valor probatorio de las pruebas. También IACOVIELLO (2013: 441) pone atención a la
completitud del acervo probatorio a los efectos de la decisión sobre los hechos, aunque no la denomina
«peso probatorio».
47 A partir de aquí, podría pensarse que, si el estándar de prueba incorpora una elevada exigencia
sobre el peso probatorio, entonces disminuirá el riesgo total de errores, cosa que he negado en páginas
anteriores. Sin embargo, esta sería solo una inferencia apresurada. En efecto, cuanto mayor sea el peso
probatorio requerido, mayor será la probabilidad de acierto en la decisión, si es que se llega a disponer
de ese peso probatorio. Si, en cambio, el acervo probatorio aportado al proceso no tiene el peso reque
rido [en el caso de los estándares 4) y 5), no es completo], el proceso se resolverá en función de la carga
de la prueba, lo que contingentemente puede producir un número importante de falsas absoluciones.
De nuevo pues, elevar la exigencia probatoria del estándar de prueba (también la relativa al peso),
aumenta el riesgo de error de absoluciones falsas (si todos los demás elementos permanecen iguales)
y no necesariamente, por tanto, disminuye el número total de errores. Stein ha considerado, por esta
razón, que introducir en el estándar de prueba un requisito sobre el peso probatorio altera la distribución
igualitaria del riesgo del error entre las partes, de modo que, en su opinión, no sería adecuado, con la
condición de que las partes tuvieran igual acceso a las pruebas. Al respecto, véase STEIN, 1996b: 338;
id., 1998: 316317.
232 JORDI FERRER BELTRÁN
48
Para KEYNEs (1921: 7172), el peso, al igual que la probabilidad, no es cuantificable, pero sí
podemos comparar el peso de dos acervos probatorios cuando uno es un subconjunto del otro, supuesto
que las pruebas que adicionalmente contiene el segundo sean pruebas relevantes. En el mismo sentido,
argumentando la imposibilidad de cuantificación del peso, L. J. COHEN, 1986a: 274276. En sentido
contrario, en cambio, RUNDE, 1990: 280283; HAMER, 2012: 144 y ss.; NANCE, 2016: 146 y ss.
49
Una presentación de la noción de peso probatorio y su discusión en relación con el estándar
de prueba de la probabilidad prevaleciente puede verse en STEIN, 1998: 304 y ss. La jurisprudencia de
Inglaterra y Gales reconoce la aplicabilidad de un solo estándar de prueba para el proceso civil (el de la
probabilidad prevaleciente), a diferencia de la estadounidense, que prevé dos posibles estándares de
prueba, según los casos (el de la preponderancia de la prueba que equivale a la probabilidad prevale
ciente y el de la prueba clara y convincente). Sin embargo, las cosas son algo más complejas en cuanto
se profundiza en el análisis. Así, como he presentado ya ariteriormente, durante bastantes años una parte
de la jurisprudencia y la doctrina inglesas sostuvieron que el estándar de la probabilidad prevaleciente
debía ser entendido de forma flexible, de modo que, en función de la gravedad de las imputaciones, la
probabilidad exigida podría ser mayor o menor (pero siempre por debajo de la que consideran propia
del proceso penal). Ya he discutido largamente esta tesis yespero haber mostrado los graves problemas
que conlleva. Otra parte de la jurisprudencia inglesa, en cambio, optó por sostener que el estándar de
prueba civil tenía que ser siempre el mismo (la probabilidad prevaleciente) y no debía ser flexible, pero,
de nuevo en función de la gravedad de las imputaciones, podría graduarse el peso probatorio exigido.
Una excelente presentación de estas dos líneas jurisprudenciales puede verse en REDMA YNE, 1999: 174
y ss. De acuerdo con lo que sostengo en el texto, en cambio, la exigencia de un mayor o menor peso
probatorio supone fijar el umbral de suficiencia probatoria en niveles distintos, puesto que diversa es
la probabilidad inductiva requerida. Si esto es así, adaptar a las circunstancias concretas de cada caso
el peso probatorio requerido no es otra cosa que flexibilizar el estándar de prueba. Más recientemente,
tanto la House of Lords, primero, como la Corte Suprema, después, han cerrado el debate acerca del
estándar de prueba civil (para la decisión final sobre los hechos del proceso), considerando que debe
ser siempre el de la probabilidad prevaleciente. Son muy claras en este sentido las afirmaciones de Lord
Hoffman y Lady Hale en el voto mayoritario del caso Re B. Así, dice esta última que «quisiera[ ... ] decir
alto y claro que el estándar de prueba para la determinación de los hechos que es necesario probar[ ... ] es
la simple probabilidad prevaleciente, ni más ni menos. Ni la gravedad de las imputaciones ni la grave
dad de las consecuencias debe hacer diferencia alguna en el estándar de prueba que debe aplicarse para
determinar los hechos» en un proceso civil [véase Re B (children) (2008) UKHL 35, párr. 70. La misma
posición se encuentra en el caso Re S-B (children) (2009) UKSC 17, párr. 13, entre otras]. Una buena
presentación del debate sobre el estándar de prueba civil eri Inglaterra y Gales en estos últimos veinte
años puede verse en SoRABrr, 2019: 255 y ss. Sin embargo, aun admitiendo que el estándar de prueba
aplicable para los procesos civiles sea siempre la probabilidad prevaleciente, esto deja aún abierta la
cuestión de cómo debe entenderse: todos los estándares 4)'a 7) que he presentado pueden sostenerse
coi:io interpretaciones distintas de lo requerido por la probabilidad prevaleciente y, son, evidentemente,
estandares distintos. '
CÓMO LEGISLAR SOBRE ESTÁNDARES DE PRUEBA 233
probada una hipótesis con muy escaso apoyo probatorio, únicamente por ser
relativamente más probable que su contraria. Para valorar la satisfacción de
esta segunda cláusula, esto es, el cumplimiento de la exigencia relativa al peso
probatorio, el juzgador deberá plantearse dos cuestiones principales: 1) qué
tipo de pruebas son necesarias para poder acreditar las hipótesis sobre los
hechos que debe valorar. Esto, como hemos visto, depende de cuáles sean las
hipótesis, qué predicciones es posible realizar a partir de esas hipótesis y qué
pruebas puedan servir para demostrar su cumplimiento o incumplimiento; y
2) si esas pruebas se han incorporado al expediente judicial y están, por tanto,
disponibles para su valoración 50• Denomino «laguna probatoria» a la ausencia
en el expediente judicial de pruebas que serían necesarias para comprobar el
cumplimiento de una predicción derivada de la hipótesis a probar. Cuanto más
numerosas sean las lagunas probatorias, menor será el peso del conjunto de
pruebas disponible en el proceso 51•
Sin embargo, las cosas no son, de nuevo, tan simples y convendrá hacer
aquí dos comentarios adicionales. En primer lugar, debe observarse que la
segunda cláusula de los estándares mencionados hace referencia a que el peso
probatorio sea tendencialmente completo. Una razón evidente para matizar la
exigencia de completitud del acervo probatorio deriva del hecho de que nun
ca podremos estar seguros de que no existan elementos de juicio adicionales
hoy desconocidos y no imaginables: puede existir un testigo del hecho que
desconocemos y mañana puede inventarse una nueva tecnología o producirse
un avance en el conocimiento científico que nos permitan hacer pruebas que
hoy no son posibles52, etc. Pero, al margen de las limitaciones de nuestro
conocimiento, queda, en todo caso, una ambigüedad respecto de cuál es el
ideal de completitud que se requiere haber alcanzado. Cohen lo plantea en
términos de si es exigible que se haya aportado al proceso la totalidad de las
pruebas relevantes o la totalidad de las pruebas relevantes disponibles 53; y su
50
Técnicamente, el peso probatorio es, pues, una función de las pruebas disponibles en relación
con las hipótesis sobre los hechos en conflicto.
51 Las nociones de laguna probatoria y de peso probatorio están implícitamente capturadas tam
bién por los estándares 1) a 3), dado que la ausencia de una prueba necesaria para acreditar el cumpli
miento de una predicción implicará la falta de satisfacción de la primera cláusula de esos estándares o
la ausencia de una prueba que permita refutar las hipótesis alternativas implicará la falta de satisfacción
de la segunda cláusula de los mismos. En las enfáticas palabras de KAYE (1986: 665) «[c]ualquier mo
delo del razonamiento judicial que no sea capaz de capturar las inferencias negativas que emergen de
la obvia incompletitud de la prueba de las partes es deficiente». Al respecto, véase también BENHAIM,
2019: 78. GARDINER (2019: 290 y ss.) parte también de la necesidad de incorporar el requisito del peso
probatorio para comprender las exigencias de los tres clásicos estándares de prueba estadounidenses:
más allá de toda duda razonable, prueba clara y convincente y preponderancia de la prueba.
52 Piénsese, por ejemplo, en el impacto que ha tenido en estas últimas décadas el conocimiento y
la tecnología que ha permitido realizar pruebas de ADN, hasta hace pocos años impensables.
53 Véase L. J. COHEN, 1986: 642. Conviene advertir que la disponibilidad de las pruebas no refiere
aquí a que se hayan incorporado al expediente judicial (porque en ese caso, por definición, todos los
acervos probatorios serían completos) ni a que estén disponibles para una u otra parte, sino a las pruebas
existentes.
·~~~~~
vincula a la noción de probabilidad lógica (al respecto, véase An. MURAy Al. MURA,2018: 265266).
Quedarían, pues, excluidos del ideal de completitud los testigos fallecidos o desaparecidos, los testigos
privilegiados que opten por no declarar, las pruebas relevantes que el propio sistema jurídico excluya
porque se considere mayor el peligro de sobrevaloración o de que causen un sesgo cognitivo que su
aportación epistémica o para proteger otros valores distintos de la averiguación de la verdad; también
pruebas existentes pero inaccesibles: es el caso, por ejemplo, de ciertas geolocalizaciones muy precisas
que son realizables a partir de la conexión telefónica con aplicaciones móviles, pero para las que se ne
cesita de la colaboración de las grandes empresas de telecomunicaciones, que normalmente no ofrecen
esa información ni aunque sean requeridas judicialmente (salvo por las autoridades de su propio país).
Sin embargo, conviene aclarar que no debe entenderse «pruebas accesibles» como aquellas que están
a disposición de una concreta parte en el procedimiento, sino de forma más general como «pruebas a
las que se puede acceder», aunque quizá una parte pueda no hacerlo (porque está a disposición de la
otra, por ejemplo).
~
poradas al conjunto57• Aquí, los intereses en juego son dos: por un lado,
prima facie, el grado de corroboración y las probabilidades de acierto en
la decisión crecen con el aumento de las pruebas relevantes disponibles.
Por el otro, la excesiva abundancia de información conlleva el peligro de
desborde en el tratamiento de la misma y costes de gestión que deben ser
tomados en consideración. Además, debe tenerse en cuenta que cuando di
versas pruebas acreditan lo mismo se produce un rendimiento decreciente
de las nuevas pruebas, dibujando una curva ascendente que progresivamente
deviene plana 58• Por todo ello, cuando el rendimiento resulta ya plano puede
incluso considerarse que la nueva prueba no es relevante porque no impacta
en la probabilidad de las hipótesis en conflicto en el proceso (si se evalúa
la relevancia de la prueba en conjunción con las otras pruebas disponibles).
Finalmente, incluso si el rendimiento epistémico previsto de la nueva prueba
no es absolutamente nulo, pero sí muy escaso, deberemos tomar en conside
ración los costes de su adquisición, en términos económicos, de tiempo, et
cétera.
En definitiva, pues, la primera cláusula de los estándares de prueba 4) y
5) hace referencia a las exigencias comparativas entre las distintas hipótesis
en conflicto: para considerar probada una hipótesis esta debe tener una pro
babilidad mayor que sus hipótesis rivales (todas o la formulada por la parte
contraria). Y está claro que esta exigencia puede satisfacerse aun en el caso
en que una hipótesis tenga un grado de corroboración (i. e., valor probato
rio) muy bajo, con la condición de que sea mayor que el de sus alternativas.
En cambio, la segunda cláusula introduce una exigencia adicional relativa
al conjunto de elementos de juicio a partir del que se valorará el grado de
corroboración de cada hipótesis. De este modo, por ejemplo, si la pretensión
del actor en un proceso civil no satisface la primera cláusula, resultará que
la hipótesis planteada por el demandado tendrá comparativamente un mayor
grado de corroboración a la luz de los elementos de juicio disponibles en el
expediente59• En ese caso, si se satisface el requisito de la completitud del
peso probatorio, procederá dar por probada la hipótesis sostenida por el de
mandado. En cambio, si no se satisface la segunda cláusula del estándar de
prueba, lo que corresponderá es rechazar las pretensiones planteadas por el
actor y, en su caso, por el demandado, por falta de prueba'". En definitiva,
análogas a la distinción que plantea HAACK (1993: 82 y ss.; 2008: 264; 2013: 79) entre el grado de
apoyo que ofrecen las pruebas a una hipótesis y el grado de inclusividad (comprehensiveness) de las
pruebas, que responde a la cuestión acerca de cuántas de las pruebas relevantes tenemos. También
STEIN (1997: 581 y ss.), siguiendo a Keynes, distingue entre probabilidad de una hipótesis y peso pro
batorio, considerando la necesidad de que la decisión sobre los hechos probados tenga su fundamento
en ambas dimensiones. Vale la pena señalar que tanto la recepción más reciente de la noción del peso
--· ~~~
probatorio como la más clásica de Keynes tienen como antecedente las ideas pragmatistas de PEIRCE,
1878: § 2.676.
61
Es en este sentido que NANCE (2016: 120) considera que el peso probatorio opera para decidir
si se decide. ,
62
Sin embargo, conviene recordar lo dicho en la nota 47 de este capítulo, sobre el efecto de intro
ducir el requisito del peso probatorio sobre la distribución igualitaria entre las partes del riesgo del error.
CÓMO LEGISLAR SOBRE ESTÁNDARES DE PRUEBA 237
bunal Supremo, del que puede verse la STS 57/2002, de 28 de enero. Al respecto, puede verse también
la Sentencia del TEDH en el caso Labita c. Italia, de 6 de abril. Algunos ejemplos de este tipo de reglas
pueden verse en FERN.iliDEZ LÓPEZ, 2009: 98 y ss.
64 Vale la pena recordar que, si la controversia interpretativa es central, el resultado es que, en
contenido que él atribuye a los estándares de prueba de segundo orden. Así, por ejemplo, para Pardo el
estándar de prueba de primer orden establecería que «[u]n hecho debe ser probado por preponderancia
de la prueba», y el estándar de segundo orden podría tener este contenido: «[u]n hecho está probado
por preponderancia de la prueba cuando la mejor explicación de la prueba y de los eventos en disputa
incluye ese hecho» (PARDO, 2009: 1104). En realidad, en el ejemplo de Pardo lo que la regla de segundo
orden realizaría es dotar de significado a la expresión «preponderancia de la prueba», de modo que sin
240 JORDI FERRER BELTRÁN
Este libro puede entenderse como un alegato a favor de someter las deci
siones sobre los hechos en el proceso judicial (y en el procedimiento admi
nistrativo) a estándares que determinen el umbral de suficiencia probatoria.
Ahora bien, conviene no caer en ilusiones inalcanzables, porque nunca será
posible eliminar totalmente la vaguedad dél estándar ni, consecuentemente,
pensar en una aplicación mecánica del mismo por parte de los juzgadores.
La conocida distinción de Dworkin entre dos sentidos débiles y uno fuerte
de la discreción judicial puede semos aquf de utilidad. En sentido fuerte, la
discreción judicial se asocia con la ausencia de reglas o estándares predeter
minados que rijan o guíen la decisión del Juzgador. En los sentidos débiles,
en cambio, decimos de una decisión judicial que es discrecional si no está
sometida a ulteriores controles (es definitiva) o si debe aplicar reglas o es
tándares predeterminados para cuya labor Se requiera discernimiento 68• Con
la correcta determinación de los estándares de prueba, la decisión judicial
ella el estándar de prueba no estaría determinado. Esta puede ser, desde luego, una opción meramente
estratégica para disponer de estándares de prueba razonablemente precisos sin pretender el difícil aban
dono por los juristas de etiquetas tan establecidas como la k<preponderancia de la prueba» o el «más allá
de toda duda razonable». Sin embargo, hay que ser conscientes que esas etiquetas dicen muy poco acer
ca del umbral de suficiencia probatoria hasta que no se definen adecuadamente. El verdadero estándar
de prueba, entonces, es el que Pardo denomina como de segundo orden. Mi propuesta, en cambio, es
la de formular adecuadamente los estándares de prueba (de primer orden), y recurrir a reglas de segundo
orden para especificar los criterios respecto de aspectos concretos que difícilmente podrían ser incluidos
en una regla general manejable. ~
67
FERRUA (2004: 74) las denomina «dudas de segundo orden». Al respecto, véase también FE
RRER BELTRÁN, 2012: 183. Este tipo de dudas se puedentpresentar por tres motivos o la combinación
de cualquiera de ellos: 1) porque subsisten dudas interpretativas no resueltas respecto de algún extremo
no central del estándar de prueba pero determinante en el caso concreto; 2) porque el caso evaluado cae
en el margen de vaguedad del umbral fijado por estándar'de prueba, o 3) porque no es absolutamente
preciso el grado de corroboración alcanzado a partir de las pruebas disponibles.
68
Véase DWORKIN, 1977: 8386. Una argumentación parecida, sin referencia a Dworkin, puede
encontrarse enAGUILERA,2021. Para decirlo en palabras de GENNAIOLI y SHLEIFER (2008: 14), «mien
tras que la discreción sobre los hechos hace a los hechos menos útiles para predecir el resultado de los
procesos, hace, en cambio, más útiles para ello a las preferencias judiciales».
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sobre los hechos pasaría de ser discrecional en sentido fuerte a serlo en este
último sentido débil. Lo primero es incompatible con el Estado de derecho y
el debido proceso, como espero haber demostrado. Lo segundo, en cambio,
somete la decisión probatoria a criterios de corrección que posibilitan su jus
tificación, en el espacio del discernimiento y la argumentación. Nada más,
pero, sobre todo, nada menos.
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El propósito del libro es proponer una teoría distinta a la prevaleciente sobre la función de los
jueces constitucionales y un diseño del control judicial acorde con los postulados de la demo-
cracia deliberativa. Con base en el paradigma discursivo se defiende un modelo dialógico de
justicia constitucional, como una vía alternativa a la supremacía judicial y a la supremacía parla-
mentaria. Además, se estudian las teorías descriptivas y normativas del diálogo constitucional,
entre ellas la relacionada con la cláusula 33 de la Carta de los Derechos y las Libertades de
Canadá o el constitucionalismo popular, y se describen formas institucionales de diálogo como
las respuestas legislativas ordinarias a las declaraciones de inconstitucionalidad. Finalmente,
se reflexiona sobre los aportes que la justicia constitucional -sin supremacía judicial- puede
hacer a la democracia deliberativa, tanto a la esfera pública informal como a la deliberación
parlamentaria.
A lo largo de la obra el lector encontrará una propuesta discursiva que piensa la justicia consti-
tucional desde diferentes perspectivas, a saber: como sede, interlocutora, promotora y garante
de la deliberación. Todas estas facetas de la justicia constitucional deliberativa son importantes y
deben distinguirse. La concepción deliberativa que se defiende en la obra se separa del modelo
propuesto por el constitucionalismo de la posguerra, en el que la justicia constitucional se descri-
be como garante de los derechos fundamentales y de la democracia, y de acuerdo con el cual los
tribunales constitucionales deben ser los últimos intérpretes de la Constitución.
Construir un concepto riguroso de «Validez de los actos jurídicos de derecho privado» es el ob-
jetivo principal de los estudios de teoría general que constituyen este libro, fruto de más de diez
años de investigación desde el derecho civil con los instrumentos de la filosofía analítica aplica-
dos al derecho. Partiendo de Kelsen, Hart, Ross o Austin, pero también de la mano de Alchourron
y Bulygin, Bobbio o Guastini y de iusfilósofos españoles como Moreso y Atienza y Ruiz Manero,
la Geltung kelseniana es analizada como validez, pero también como vigencia y fuerza de obli-
gar. El análisis de las normas que confieren poderes a los particulares y de las consecuencias
de ejercerlos incorrectamente, así como los conceptos de derogación, aplicabilidad, pertenencia,
eficacia, invalidez, sanción o validación, recorren toda lo obra.
Este estudio trata sobre los derechos sociales que se encuentran incorporados al catálogo de
derechos fundamentales de las Constituciones. Como es bien sabido, la mayoría de las cláusu-
las constitucionales que pretenden garantizar derechos sociales están redactadas a través de
formulaciones sucintas y con términos ambiguos o excesivamente vagos. Por eso, el interro-
gante que se plantea es si existe algún procedimiento de argumentación que permita justificar
racionalmente su adjudicación judicial. Para responder a esta pregunta el autor partirá del marco
teórico proporcionado por la teoría de los principios de Robert Alexy. La hipótesis central del libro
es que existen dos grupos de argumentos que permiten fundamentar, como parte del significado
de las cláusulas constitucionales, reglas de derecho social que justifican la toma de decisiones
jurídicas: el primer grupo está integrado por aquellos argumentos basados en la interpretación
del texto constitucional, en el uso de casos precedentes o análogos; el segundo grupo está
integrado por aquellos argumentos que pueden ser sistematizados dentro del examen de pro-
porcionalidad por omisión. t
Según los autores del prólogo, Laura Clérico y Jan-R. Sieckmann, «son varios los motivos que
aconsejan la lectura de este libro: análisis rnlnucloso; reflexión crítica, claridad y riqueza en la
argumentación, relevancia práctica, profundidad teórica y originalidad. Se trata de una obra que
no solo resulta de importancia para la academia interesada en la teoría y filosofía del derecho, la
dogmática constitucional, de derechos humanos y de derecho comparado, sino también para las
y los operadores/as jurídicos que se plantean el desafio cotidiano de contribuir al logro del goce
efectivo de los derechos sociales».
Este libro es la contribución más conocida del filósofo. Stephen E. Toulmin. Es el autor de otras
importantes contribuciones a la filosofía de la ciencia (The Phi/osophy of Science: An lntroduction,
1953), a la ética (An Examination of the Place of Reeson in Ethics, 1950, y, en colaboración con
A. R. Jonsen, The Abuse of Casuistry: A History ot Moral Reasoning, 1988), a la teoría de la ra-
cionalidad ( Cosmopolis: The Hidden Agenda of Modern/ty, 1990, y Return to Reason, 2001) o a la
historia de las ideas (con A. Janik, Wittgenstein Vienna, 1973).
Su compromiso fue siempre con la racionalidad, pero con la racionalidad, podemos decir, encar-
nada, no sub specie aeternitatis, con la racionalidad en su contexto. Tal vez por ello, como ahora
es bien conocido, la idea central de Toulmin en este libro es que argumentar consiste en aportar
unos datos (data) que llevan a una conclusión (claim), fundados en una 1Jarantía (warrant), que
cuenta con un respaldo (backing), y que no ha sido revocada (rebutta~. Se ha convertido en una
de las obras cruciales de la teoría de la argumentación, la teoría del discurso, la lógica informal,
la retórica y la inteligencia artificial. Su recepción en la teoría jurídica gm~a también de un gran
predicamento.
Esta nueva publicación en español está a cargo de J. J. Moreso, catedrático de Filosofía del Dere-
cho en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona y codirector de esta colección, que ha revisado
la traducción y ha escrito una presentación para esta eclcíón.
Modos de describir el derecho
Normas jurídicas, proposiciones normativas y enunciados deónticos
Diego Dei Vecchi
Modos de describir el derecho consiste en un análisis de los actos de habla por medio de los cua-
les se intenta describir el derecho. El trabajo enfoca su atención en el modelo de ciencia jurídica
del positivismo normativista. De conformidad con ese modelo, describir el derecho es informar
sobre cuáles son los deberes jurídicos en cada ordenamiento.
Luego de una presentación de algunos rasgos centrales de los actos de habla en general, el libro
se estructura a partir de una clasificación de ciertos actos de habla peculiares y característicos
del discurso jurídico. Entre ellos destacan las preferencias de enunciados acerca de qué deberes
y derechos el ordenamiento jurídico instituye, las preferencias de enunciados acerca de qué nor-
mas pertenecen a un determinado ordenamiento y las de enunciados que atribuyen significado
a disposiciones de las fuentes del derecho. Esta estructura responde a la idea según la cual
desentrañar esos actos de habla a la luz de algunas discusiones clásicas de la filosofía del de-
recho resulta crucial a efectos de evaluar las posibilidades de éxito del modelo de ciencia del
positivismo jurídico normativista.
En todo caso, el resultado de la indagación no concierne solo al modelo de descripción del de-
recho propio del positivismo jurídico normativista. Por el contrario, el camino que se recorre a
efectos de evaluar la plausibilidad de ese modelo esclarece muchos rasgos de los actos de habla
propios del discurso jurídico, lo cual resulta sumamente ilustrativo respecto de otros modos de
describir el derecho.
Contra el paternalismojurídico
Giorgio Maniaci
En extrema síntesis, el paternalismo jurídico sostiene que el Estado tiene derecho a limitar la
libertad del individuo, a través de la coacción -por ejemplo, sanciones penales-, para tutelar
(aquello que se pretende que constituye) el bien del individuo mismo, con el fin de impedir que
se cause un daño, incluso si no causa un daño a terceros. De acuerdo con el antipaternalismo
jurídico moderado, en extrema síntesis, el Estado no tiene derecho a usar la coacción para limitar
las elecciones, racionales y libres de constricciones, de un individuo adulto, incluso allí donde es-
tas elecciones le causen (aquello que se pretende que constituye) un daño, por ejemplo, físico o
psicofísico, al individuo en cuestión (a condición de que no cause daños a terceros, por supuesto).
En particular, los paternalistas y los antipaternalistas discuten acerca de cuestiones morales y ju-
rídicas muy controvertidas, como la licitud/ilicitud de la prostitución, de los rituales religiosos de la
flagelación de la carne, de la venta y el consumo de sustancias estupefacientes, de la eutanasia,
del suicidio asistido, de los deportes de riesgo. Al paternalismo jurídico, a su «confutaclón», y a
la defensa del antipaternalismo, está dedicado este libro.
La revoluciónsecreta
Del Estado de derecho al Estado judicial. Un ensayo sobre Constitución y método
Bernd Rüthers
Una revolución secreta ha tenido lugar en Alemania. «Revolución», pues un sistema originalmente
parlamentario ha sido transformado en uno donde los jueces son quienes, ya no solo deciden el
derecho sino quienes también lo crean; de ese modo, el derecho no se define ya en el Parlamento
Federal, sino por aquello que deciden los más altos tribunales regionales y, muy especialmente,
por el contenido que el Tribunal Constitucional Federal asigna a la Ley Fundamental. «Secreta»,
pues ese cambio ha transcurrido prácticamente inadvertido para la doctrina en general, siendo
que no es sino en los últimos años que han comenzado a saltar las alarmas respecto al excesivo
poder del tribunal de Karlsruhe.
El ensayo que aquí se presenta constituye la etapa más avanzada de las denuncias que Rüthers ha
realizado desde hace varias décadas. El autor sostiene que las cuestiones metodológicas son cues-
tiones constitucionales y critica la poca claridad del Tribunal Constitucional Federal respecto a los
métodos que utiliza en la resolución de sus casos, así como la introducción de una «interpretación
objetiva» no contemplada en la Ley Fundamental que viene a modificar lo establecido por el consti-
tuyente, violentando así los principios del Estado democrático de Derecho y de división de poderes.
Filosofía del derecho y de la prueba
Perspectivas pragmatistas
Susan Haack
Los doce ensayos recopilados en esta obra son parte del trabajo filosófico de Susan Haack-en
epistemología, metafísica y en cuestiones del lenguaje, la lógica, la ciencia, la ética y la socie-
dad- que tienen algún impacto en la teoría del derecho en general o en el derecho probatorio
en particular. Los primeros cinco ensayos se refieren a una amplia gama de temas filosóficos ju-
rídicamente relevantes, los últimos seis a aspectos sobre el derecho probatorio estadounidense
que regula la prueba científica.
La presente obra evalúa la idea según la cual el rule' of law promueve de un modo u otro la liber-
tad en los sujetos jurídicos. Empleando el pensamiento de John Rawls y apoyándose en la obra
de Lon L. Fuller se pretende determinar con precisión cómo queda configurada la subjetividad
jurídica en un ordenamiento que cumpla con las exigencias del rule of law. Para ello, se realiza
un recorrido por la descripción canónica del rule of law, entendido en su concepción formal. Con
posterioridad, se ofrece una interpretación de la concepción de la libertad defendida por Rawls,
que resulta muy cercana a la expuesta por Fuller. A partir del estudio detallado de ambos elemen-
tos, se ofrece un análisis crítico de los diferentes argumentos dirigidos a apoyar la idea de que el
rule of law promueve la libertad, para terminar con una crítica de dichos argumentos.
En rigor, lo que aporta el rule of law es la garantía del respeto a la racionalidad deliberativa del
individuo. Este es un requisito de la libertad, pero carece por sí mismo de un valor moral des-
tacable. Por tanto, resulta obligado restringir el efecto del rule of law al ámbito de la seguridad
jurídica, y señalar el carácter ideológico de toda asignación de un valor moral que trascienda
dicha seguridad. En las sociedades pluralistas, la especificación autoritativa de los criterios de
justicia es esencial para el desarrollo de una cooperación estable. Sin embargo, esto no asegura
ninguna protección moralmente relevante de la libert~d.
r
Este libro reúne los artículos resultantes de las ponencias del 1 Congreso Mundial sobre Razona-
miento Probatorio, llevado a cabo en Girona en 2018. Se incluyen trabajos de algunos de los más
importantes referentes mundiales en materia de prueba, provenientes de distintas tradiciones
jurídicas y de cuatro continentes. El panorama de temas, sistemas jurídicos de referencia y auto-
res ofrece al lector una imprescindible imagen global del área de estudio sobre el razonamiento
probatorio.
¿Qué relación existe entre el derecho y la literatura? ¿Por qué un grupo sostenido y creciente de
juristas, filósofos y también de profesores de literatura decidió girar su mirada hacia el objeto y
la disciplina del otro? ¿Qué buscaban allí y qué decía .-y sigue diciendo, quizá- esa búsqueda
sobre el terreno propio? ¿Qué puede, en definitiva, aprender el derecho de la literatura y vicever-
sa? Las relaciones entre el derecho y la literatura. Una lectura del proyecte> de Martha Nussbaum
recorre estas preguntas a partir de dos estrategias. Por un lado, ofrece una reconstrucción de
lo que se llamó desde la década de los setenta «movimiento derecho y literatura» y explora en
a
ese ámbito los modos en que la literatura ha servido lo largo de más de cuarenta años para
presionar por la transformación de las formas de pensar el derecho. Luego presenta una lectura
detallada de uno de los proyectos singulares de más amplio alcance que le dio a la literatura un
lugar central: el proyecto filosófico de Martha Nussbaum.
Teoría analítica del derecho
Jorge Luis Rodríguez
Teoría analítica del derecho es un estudio profundizado de algunos de los principales problemas
de la teoría general del derecho, que centra la atención fundamentalmente en el lenguaje y el
razonamiento jurídico. Desde una concepción analítica de la filosofía, el libro se estructura en
siete capítulos dedicados al examen de las normas, el lenguaje y la lógica, el concepto de dere-
cho, las normas jurídicas y los conceptos jurídicos fundamentales, el derecho como sistema, la
dinámica jurídica, la interpretación y el conocimiento del derecho, el razonamiento jurídico y la
justificación de las decisiones judiciales. En cada capítulo, compuesto por cinco puntos, los tres
primeros están destinados a ofrecer una presentación del problema que se estudia en cada caso
sin presuponer conocimientos previos, en tanto que los dos últimos se orientan a quienes deseen
profundizar en ellos, de modo que la obra puede utilizarse tanto para cursos de grado como para
estudiantes de posgrado y profesionales del derecho en general. A través de sus páginas se
ensaya una defensa de una concepción positivista del derecho y escéptica en metaética y, desde
dicha óptica, un intento por ofrecer una delimitación del derecho de otros dominios normativos,
con particular énfasis en la aplicación práctica de la lógica como herramienta de análisis de
problemas jurídicos.
Desde una concepción de la «pragmática» cuyo alcance filosófico aparece delineado desde el
principio de la obra, la autora retoma el célebre planteamiento de Wittgenstein sobre el segui-
miento de reglas, para precisar que no conduce ni al escepticismo ni a un mero convencionalis-
mo, y articular un espacio de objetividad constituido en torno a las ideas de trasfondo compartido,
criterios incorporados y convenciones profundas.
El traslado de estas consideraciones al ámbito de las normas jurídicas redunda en la profundi-
zación de la noción de «convenciones interpretativas», en el refinamiento de la caracterización
de los «casos fáciles», y en una reconsideración de la «discreción judicial» hartiana. Además,
Scataglini presenta un análisis de cuestiones problemáticas como la textura abierta y la derro-
tabilidad de las normas jurídicas a la luz de su comprensión del planteamiento wittgensteiniano,
resignificando, a su vez, la noción de subsunción: saber reconocer cuándo una instancia indi-
vidual constituye un caso de una regla es una habilidad práctica que se adquiere mediante el
entrenamiento.
Por último, la autora explora el inferencialismo de Robert Brandom, una teoría pragmática del
significado que asume que toda regla presupone una normatividad implícita en prácticas, y su
variante, el expresivismo lógico, que constituye una propuesta de reformulación del rol de la
lógica, que Scataglini utiliza para esclarecer la discusión en torno a la importancia y al carácter
monotónico de la lógica en el razonamiento jurídico.