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Traduccion - Xime - Velasco - Affect. Encyclopedia of Communication
Traduccion - Xime - Velasco - Affect. Encyclopedia of Communication
Afecto
Brian L.Ott
DOI: 10.1093/acre/9780190228613.013.56
Aproximación: Afecto
Así, cuando Jameson identifica una disminución del afecto como emblema de la
cultura posmoderna, se refiere específicamente al arte en el capitalismo tardío y,
de hecho, sus principales ejemplos contrastan las obras de Vincent Van Gogh y
Edvard Munch con las de Andy Warhol, los estilos personales del alto modernismo
con la reproducción mecánica del posmodernismo. Señalo las diferencias en los
puntos de vista de Jameson y Massumi sobre el afecto porque, incluso cuando
señalan la complejidad del terreno académico que involucra el afecto, resaltan una
posible heurística interpretativa para comenzar a mapear ese terreno.
La visión del afecto como un estado elemental tiene sus raíces en la psicología y
la neurociencia. En algunas iteraciones de este punto de vista, se hace poca o
ninguna distinción entre el afecto y otros estados emocionales. De hecho, a
principios de la década de 1990, Batson, Shaw y Oleson (1992) informaron que en
psicología "la mayoría de las veces, los términos afecto, ánimo, y emoción se usan
indistintamente, sin ningún intento de diferenciación conceptual” (p. 295). En los
casos en que se hacen distinciones conceptuales, el afecto se usa a veces como
un término general para referirse a una variedad de estados emocionales. Charles
Altieri (2003), por ejemplo, define los afectos como “modos inmediatos de
respuesta sensual a la obra [de arte] caracterizados por una dimensión
imaginativa acompañante”, lo que permite que el afecto sirva como un “término
general” que incluye cuatro categorías básicas: sentimientos, estados de ánimo,
emociones y pasiones (pág. 2). En otros casos, el afecto se trata como su propio
núcleo o estado elemental distinto de la emoción y el sentimiento.
En esta sección, se exploran dos teorías principales del afecto que lo tratan como
un estado elemental. La primera es la teoría de los afectos primarios del psicólogo
Silvan S. Tomkins, y la segunda es la teoría de las emociones básicas del
neurocientífico Antonio Damasio. Según su propio relato, Tomkins (1982)
comenzó a reconocer la importancia del afecto a principios de la década de 1940,
aunque en ese momento, señala, “el afecto estaba en graves problemas y
desprestigio” (p. 353). El estatus desfavorable del afecto en los círculos
académicos fue principalmente producto de dos tradiciones intelectuales: el
conductismo y el psicoanálisis. A principios del siglo XX, un enfoque conductual
dominó la psicología. Este enfoque se refería a lo que podía observarse y
probarse objetivamente, lo que, según uno de sus defensores más famosos, John
B. Watson, estaba restringido a los comportamientos públicos y las reacciones de
los individuos. En consecuencia, los comportamientos privados, como los
pensamientos y las emociones, quedaron excluidos del estudio serio. Al afecto le
fue un poco mejor en la tradición psicoanalítica, donde Freud lo subordinó a los
impulsos, que él creía que “constituían el sistema motivacional primario” (Tomkins,
2008, p. 4). Entonces, con respecto tanto al conductismo como al psicoanálisis, se
consideraba que los afectos desempeñaban un papel inconsecuente o secundario
en la motivación y la acción humanas.
Eso no quiere decir que la experiencia personal no juegue ningún papel en las
emociones básicas, pero es indirecta. Desde una perspectiva neurológica, la
activación de la emoción (para nuestros propósitos, el miedo) se ve así. Un objeto
o evento amenazante se registra a través de un sentido exteroceptivo (p. ej., la
vista de un oso). Esto envía una señal neuronal a la amígdala, que reconoce el
objeto o evento como un estímulo emocionalmente competente (ECS, por sus
siglas en inglés). El ECS, que es un patrón que ha evolucionado biológicamente
con el tiempo para garantizar un rango homeostático seguro para el cuerpo,
desencadena una respuesta automática o un programa de acción (es decir, la
amígdala envía comandos predeterminados al hipotálamo y al tronco encefálico).
El estado del cuerpo cambia a miedo (es decir, la frecuencia cardíaca y
respiratoria aumentan, el cortisol y la adrenalina se secretan en el torrente
sanguíneo, los vasos sanguíneos de la piel se contraen, etc.). Estos cambios en el
estado del cuerpo son detectados por el sistema interoceptivo y mapeados (es
decir, se desarrolla un sentimiento). Si bien el miedo es, para Damasio, una
experiencia en gran medida universal, el miedo a los osos no lo es. Experiencias
personales de vida con osos (p. ej., tal vez uno sea un entrenador de animales),
así como el contexto en el que uno se encuentra con un oso (p. ej., mientras
acampa versus en el zoológico), modular si se ve o no a un oso califica como un
ECS.
Mientras que la visión del afecto como un estado elemental generalmente tiene
sus raíces en las disciplinas de la psicología y la neurología, la visión del afecto
como una fuerza intensiva se asocia más comúnmente con los desarrollos en
filosofía y disciplinas basadas en las humanidades como la literatura, la historia del
arte, la comunicación y la literatura. estudios culturales, así como la antropología
cultural y la geografía. El defensor más famoso de esta concepción es el filósofo
francés Gilles Deleuze, junto con su amigo y frecuente colaborador, el
psicoanalista y filósofo francés Félix Guattari. En su opinión, el afecto implica “el
cambio, o variación, que ocurre cuando los cuerpos chocan o entran en contacto”
(Colman, 2010, p. 11), o más bien, “pasajes de intensidad, una reacción en o
sobre el cuerpo al nivel de la materia” (O'Sullivan, 2006, p. 4). En esta sección,
exploro la comprensión de Deleuze y Guattari del afecto como una variación
intensiva y luego describo dos tendencias actuales de esta concepción: la tesis del
teórico cultural Brian Massumi sobre la “autonomía del afecto” y la teoría no
representacional del geógrafo cultural Nigel Thrift. Aunque Massumi y Thrift están
lejos de ser una lista exhaustiva de los académicos que trabajan en esta área, la
mayoría de las concepciones del afecto como fuerza intensiva se basan en su
trabajo.
Entre los académicos más destacados que retoman estas ideas se encuentra
Brian Massumi, un teórico cultural, quien es uno de los principales traductores del
trabajo de Deleuze y Guattari. Siguiendo a Deleuze y Guattari, Massumi (2002)
equipara el afecto con la "intensidad", que argumenta que no está "ordenada
semántica o semióticamente", sino que "está incorporada en reacciones
puramente autonómicas que se manifiestan más directamente en la piel, en la
superficie del cuerpo". , en su interfaz con las cosas” (págs.24-25). La insistencia
de Massumi en que el afecto es “la respuesta del cuerpo a los estímulos en un
nivel precognitivo y prelingüístico” (Labanyi, 2010, p. 224) que involucra al cerebro
pero no a la conciencia es quizás más evidente en la fuerte división que traza
entre el afecto y la emoción. De hecho, como explica Ruth Leys (2011) en una
edición especial de Investigación crítica. Sobre el afecto, a Massumi se le atribuye
ampliamente el énfasis en la "autonomía del afecto", la idea de que el afecto es
"una 'intensidad' no consciente y no significativa desconectada del eje subjetivo,
significativo y de significado funcional al que pertenecen las categorías más
familiares de emoción" (p. . 441). Si bien la visión de Massumi sobre la distinción
entre afecto y emoción es consistente con la de Deleuze y Guattari, la enfatiza de
manera más explícita y contundente. En Parábola para lo virtual, Massumi (2002)
sostiene que “la emoción y el afecto —si el afecto es intensidad— siguen lógicas
diferentes y pertenecen a órdenes diferentes” (p. 27).
Aunque distintivos, los diversos puntos de vista del afecto como una fuerza
intensiva inspirados por Deleuze y Guattari comparten un conjunto común de
suposiciones. En primer lugar, el afecto se considera una forma distinta de
conocer. En palabras de Thrift (2008), “El afecto es entendido como una forma de
pensar.” (pág. 175). En segundo lugar, esa forma de pensar se considera
presubjetiva, asignificante e inconsciente; ocurre a nivel de los cuerpos (Clough,
2007, pp. 1–2). Esta perspectiva representa un desafío directo a la noción de que
el pensamiento es exclusivamente una actividad individual, racionalista,
representacional y consciente. En tercer lugar, el afecto es distinto de la emoción.
En palabras de Massumi (1995), “Una emoción es un contenido subjetivo, la
fijación sociolingüística de la calidad de una experiencia que se define a partir de
ese momento como personal. La emoción es intensidad calificada, el punto
convencional y consensuado de inserción de la intensidad en progresiones
formadas semántica y semióticamente, en circuitos narrativos de acción-reacción,
en función y significado. Es intensidad poseída y reconocida” (p. 88). Dicho de otra
manera, la emoción es “la captura subjetiva de los afectos” (Schrimshaw, 2013, p.
31). En cuarto lugar, el afecto implica una estética material. Tomar en serio la
visión del afecto como fuerza intensiva implica poner en primer plano la
importancia de la materia como vivaz, vibrante y animada. Una forma útil de
pensar en esto es en términos de lo que Jane Bennett (2004) llamacosa-poder,
“que figura la materialidad como un flujo proteico de materia- energía y figura la
cosa como una forma relativamente compuesta de ese flujo” (p. 349). Bennett
describe además el poder-cosa como “la energía viva y/o la presión resistente que
surge de un ensamblaje material y es recibida por otros” (p. 365). Aunque
asignificante, la materia es expresiva, ya que las cualidades estéticas de las cosas
provocan sensaciones cuando los cuerpos entran en contacto entre sí (ver
Hawhee, 2015).
Este conjunto unificador de suposiciones ha resultado particularmente atractivo
para los estudiosos de la retórica, los medios y los estudios culturales interesados
en la materialidad y las formas en que los cuerpos pueden ser excitados,
preparados y balanceados (es decir, afectados) en el nivel de la materia. Uno de
los principales defensores de un enfoque deleuziano del afecto ha sido Eric. S.
Jenkins. En estudios que exploran la circulación de memes (Jenkins, 2014a), las
contribuciones del afecto a la ecología de los medios (Jenkins & Zhang, 2016) y
las dimensiones afectivas de la animación (Jenkins, 2014b), Jenkins ha afirmado
que el afecto “no es la propiedad o posesión del sujeto, sino que surge en el
medio, en los intervalos que conectan los cuerpos” (Jenkins, 2014b, p. 7). De
manera similar, D. Robert DeChaine (2002) adoptó esta perspectiva para analizar
el carácter encarnado de la experiencia musical, mientras que Eric King Watts
(2012) lo utilizó para demostrar la experiencia vibratoria de la voz humana. JD
Dewsbury (2015) ha utilizado esta perspectiva para examinar la relación entre los
paisajes y las materialidades performativas del hábito, mientras que Greg
Dickinson, Brian L. Ott y Eric Aoki (2013) la emplearon para evaluar la experiencia
espacial de la Whitney Gallery of Western. Arte. En cada caso, los autores antes
mencionados enfatizan la intersección de la materia, el movimiento, la estética y la
sensación para afectar.
La “teoría de las atmósferas” del filósofo alemán Gernot Böhme, que desafía las
firmes dicotomías objeto/sujeto y afecto/emoción, brinda una cuarta perspectiva
mediadora sobre el afecto como estado elemental y fuerza intensiva. Según
Böhme, las atmósferas “designan aquello que media las cualidades objetivas de
un entorno con los estados corporales-sensoriales de una persona en este
entorno” (Böhme, 2014, p. 92). Profundizando en su "estado de intermediario
peculiar... entre sujeto y objeto", Böhme escribe:
las atmósferas no son algo objetivo, es decir, cualidades poseídas por las
cosas, y sin embargo son algo cosificado, perteneciente a la cosa en cuanto
que las cosas articulan su presencia a través de cualidades concebidas
como éxtasis. Tampoco las atmósferas son algo subjetivo, por ejemplo,
determinaciones de un estado psíquico. Y, sin embargo, son como sujetos,
pertenecen a sujetos en cuanto que son sentidos en presencia corporal por
los seres humanos y este sentir es al mismo tiempo un estado de ser
corporal de sujetos en el espacio. (Böhme, 1993, págs. 114, 122; véase
también Anderson, 2009)
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Notas:
(2.) Estas no son, por supuesto, las dos únicas formas de conceptualizar el afecto,
aunque se destacan regularmente. Seigworth y Gregg (2010), por ejemplo,
identifican dos vectores clave de la teoría del afecto: “el afecto como el principal
motivador de ‘interés’ que viene a poner la pulsión en las pulsiones corporales
(Tomkins); [y] afecto como un todo, vital, y campo modulador de miríadas de
devenires a través de seres humanos y no humanos (Deleuze)” (Seigworth &
Gregg, 2010, p. 6). Estos dos vectores corresponden en gran medida con lo que
llamo las tradiciones del “estado” y la “fuerza”. La centralidad de estos dos
tradiciones también es destacada por Paasonen, Hillis y Petit (2015), quienes
observar: “En las nuevas investigaciones materialistas inspiradas en la filosofía de
Gilles Deleuze y Félix Guattari, … afecto se traduce como no subjetivo e
impersonal potencialidad, intensidad y fuerza… . En cambio, en la obra del
psicólogo Silvan Tomkins,... los afectos son identificables y específicos...
reacciones fisiológicas” (Paasonen, Hillis y Petit, 2015, pág. 6).
(3.) Brinkema (2014) postula, por ejemplo, que “El afecto no es el lugar donde algo
inmediato, automático y resistente tiene lugar fuera del lenguaje.. …Afecto no es
donde la lectura ya no es necesaria(Brinkema, 2014, p. xiv). Brinkema es un
textualista comprometido que sostiene que cualquier teoría productiva del afecto
permitiría a los críticos “leer el afecto y la afectividad en los textos”.
(4.) He optado por no tratar el psicoanálisis lacaniano como una “perspectiva”
distinta sobre el afecto en este ensayo de enciclopedia por dos motivos. En primer
lugar, coincido con Evans (1996), quien sostiene que “Lacan no propone una
teoría general de los afectos” (Evans, 1996, p. 5), aunque dedica todo un
seminario (1962-1963) a discutir L'angoisse(traducida diversamente como
ansiedad, angustia o angustia), que él consideraba como un afecto, no una
emoción (Evans, 1996, p. 11). En segundo lugar, me veo obligado por la
afirmación de Seigworth (2011) de que “Lacan consideraba que cualquier atención
sostenida al afecto estaba completamente equivocada”. En el último día de sus
seminarios en 1953-1954, Lacan respondió a una pregunta sobre el afecto de esta
manera: “Creo que ese es un término ['lo afectivo'] que uno debe borrar por
completo de nuestros papeles” (Seigworth, 2011, pág. 183). Reconozco y aprecio
que esta es una posición controvertida, razón por la cual he incluido en esta
revisión la visión del afecto de inspiración lacaniana de Christian Lundberg, así
como el trabajo de Joshua Gunn. Para aquellos interesados en aprender más
sobre el papel del afecto en el pensamiento de Lacan, consulte el de Soler (2015)
Afectos lacanianos.
(5.) Lacan (1988), por ejemplo, argumenta que: “Lo afectivo no es como una
densidad especial que escaparía a una contabilidad intelectual. No se encuentra
en un más allá mítico de la producción del símbolo que precedería a la formulación
discursiva” (Lacan, 1988, p. 57). En otras palabras, Lacan se opone a tratar el
ámbito afectivo como primario.