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UN SIGLO DE MEJICO

O B R A S D E A L F O N SO JU N C O

POESIA
Por la senda suave— 1917,
E l alma e s t r e lla - 1920, 1936.
Posesión— 1923, 1936.
Florilegio eucarístico— 1926.
La divina aventura— 1938.

PROSA
Fisonomías— 1927, 1943. -
La traición de Querétaro— 1930.
C r i s t o - 1931, 1942, 1943.
Un radical problema guadalupano■ —1932.
Motivos mejicanos— 1933.
Inquisición sobre la Inquisición— 1933, 1938.
U n siglo de M éjico— 1934, 1937, 1946.
Cosas que arden— 1934.
Carranza y ¡os orígenes de su rebelión— 1935.
Gente de M éjico— 1937,
Lumbre de M éjico— 1938.
Savia— 1939.
La vida sencilla— 1939.
El difícil paraíso—1940.
Sanpre de Hispania— 1940.
T res lugares comunes■ —1943.
E gregios— 1944.
E l milagro de ¡as rosas— 1945.
España en carne viva— 1946.

EDICIONES BOTAS.
Propiedad del autor. ,
Derechos reservados conforme a la ley.
' Impreso en Méjico.

Imp. “M. León Sánchez”, S. C. I».—M. R. del Toro de Lazarín 7


A L F O N S O J U N C O

UN SIGLO
DE
MEJICO
De Hidalgo a Carranza
TERCERA EDICION
ADVERTENCIA
W ^^ISIM ILES en amplitud y en estructura,
t 1 escritos al azar de la ocasión y sin p r o
pósitos de ulterior unidad, estos estu­
dios, sin embargo, congregados ahora,
quizá puedan ofrecer una manera de panorama
del siglo más tempestuoso y grávido de nuestra
historia, e iluminar los más salientes personajes
y los puntos más, obscurecidos por el polvo de la
pelea.
En el conjunto se advertirá la reiteración de
algunos conceptos y algunas citas. N o he que­
rido suprimirlos, para que cada trabajo, indivi­
dualmente, conserve su información y sentido
cabal.
Páginas de lealtad escritas para hombres
leales, buscan lectores —como ellas— capaces
de rectificación y desinterés, juveniles los ojos
y libre el alma.
A MANERA DE PROLOGO

EL CABALLERO QUE SE QUEDO


CALVO
U E N T A S E que un caballero entrecano anda­

C ba en malos líos con dos prójimas: una se


despepitaba por verle negra su cabellera y de­
dicábase a arrancarle las canas; otra tenía la dulce
ilusión de contemplarle plateada la cabeza, y dábase a
la tarea de quitarle los cabellos negros. Y así, de aque­
lla am orosa discrepancia y contienda, el malhadado ca­
ballero vino a quedar injustamente calvo.
Nuestro M éjico recuerda la anécdota. Ha venido
a quedar injustamente calvo de virtudes y fama, por
el antagónico ardor de los partidos. Cada uno se ha
puesto a arrancar y nulificar lo que es gloria del otro,
y así hemos quedado sin un pelo de renombre y de­
coro.
Pero nos hemos calumniado.

E l frenesí de la enconosa pelea ha hecho negarle


todo el adversario, saturarlo de diatribas, pintarlo co­
mo un monstruo. Y , conjugando las pinturas recipro­
cas, resultamos un país de pesadilla.
M as la verdad es otra. Podemos sin miedo entrar
a esclarecer y escudriñar nuestra historia. ¡Cuántos va-
roñes admirables, cuánta honrada convicción, cuántas
fidelidades heroicas, cuánta generosa hidalguía! Pe­
ro mucho de esto anda habitualmente en la penumbra:
es, también, que la virtud suele ser tan callada como
estrepitoso el vicio.

Y a nuestra propia tarea de calumnia y estimula­


dos por nuestro ejemplo, se han sumado muchisimos ex­
tranjeros que, movidos de incomprensión o desconoci­
miento, de interés o pasión, han divulgado un M éjico
caricaturesco y mentido; así Poinsett hace un siglo y
John Lind en nuestros días, pasando por casi todos
los que escribieron de la Intervención y el Imperio.

A éstos aludía Arrangoiz cuando, patriota y jus­


ticiero, exclamaba en la Introducción de su viril H is­
toria:

"H an descrito a M éjico como un país bárbaro, en


que no existía nada de lo que constituye un pueblo ci­
vilizado, antes de que fuera Maximiliano; le han lla­
mado pueblo feroz, salvaje, traidor, fundándose en los
crímenes que se han cometido en la guerra civil, olvi­
dándose de que son comunes al género humano cuan­
do se exaltan las pasiones; de que el mismo pueblo
francés sobresalió en el refinamiento de los atrocísimos
que cometió en la revolución de 1792; que, si bien en
menor escala, los cometió el de París en 1830 y 1848,
y los ha cometido en grandísima el ilustrado gobierno
de la Commune en este año de 1871; crímenes que se
han cometido en Argel, en la guerra de la India y en
la civil de los Estados Unidos, y que se repetirán siem­
pre, en todas las guerras, por muy civilizados que pre­
tendan estar los p u e b lo s ...”
La guerra europea, en nuestros días, ha confir­
mado esa verdad invocada por Arrangoiz, el cual, pen­
sando sin duda en Miguel López por un lado y en N a­
poleón III por otro, proseguía:
“Olvidan también esos detractores de los mejica­
nos, que si por desgracia ha habido traidores, los ha
habido también extranjeros, y de muy alta categoría,
en los asuntos de Méjico; que no ha escaseado el nú­
mero de mejicanos leales, tanto militares como parti­
culares, cuyos paralelos difícilmente encontraríamos
hoy en otros países. . . " Y concluía que al deturpado
partido conservador, "ningún otro, en ningún país, le
ha llevado ventaja en consecuencia y abnegación".

I callemos miserias, ni inventemos gloriólas. Ni


N tapemos lacras, ni despleguemos lentejuelas. Pe­
ro conozcamos, amemos, divulguemos las virtudes que
resplandecen en nuestros hombres egregios y en nues­
tros hombres obscuros, en nuestra vida política y en
nuestra vida familiar.

Dos botones de muestra quiero cortar en este huer­


to. Irán en la solapa del conservador Alamán y del
liberal Leandro Valle.
IC IE M B R E de 1829. La guarnición de la ciudad
D de Méjico ha secundado el plan de Jalapa, des­
conociendo al Presidente interino don José María Bo-
canegra, que substituyó a Guerrero. Triunfante el mo­
vimiento, han sido designados para ocupar provisio­
nalmente el Poder Ejecutivo, don Pedro Vélez, don
Luis Quintanar y don Lucas Alamán.
Este dirige al Presidente depuesto —quien nos lo
narra en sus M em orias— la carta que sigue:

"M uy señor mío y de mi aprecio:

"M i amistad se resiente de saber que teniendo us­


ted conocimiento de que, por mi desgracia y contra mi
voluntad e inclinación, he sido comprometido a tomar
parte en el gobierno actual, creyese usted necesario
estar oculto. Habiéndonos dicho que estaba usted en
casa de la señora Guerrero, estuvimos los señores Fa-
goaga, Barrio y yo, a buscar a usted, dándole las se­
guridades de que nada tenía que temer. Las repito a
usted, confiado en lo que he oído a los señores Vélez
y Quintanar, y en general a todo el mundo; agregan­
do que si no se juzga usted seguro en su casa (a pe­
sar de lo que digo), tiene usted la mía a su disposición
por si gusta disponer de ella, así como de todo cuan­
to pueda su atento s. s. q. b. s. m.—Lucas A tam án '.

Y Bocanegra, tan caballeroso como Alamán, con­


testa por los mismos consonantes este rasgo señoril.
✓ '"GUERRA de Reforma. Relámpagos de furia por
todos los horizontes. j
Miramón abandona la capital y escribe a Leandro
Valle. su amigo del Colegio Militar, hoy su enemigo
en los campos de batalla. Dícele en substancia: " T e
encomiendo mi familia. Haz por ella todo lo que yo
haría por la tuya en circunstancias análogas".
¡Qué sencilla y qué hermosa seguridad en la re­
ciproca hidalguía! Y Leandro V alle hace , honor, col­
madamente, a la confianza de su amigo-enemigo.
Luego, sale a campaña rumbo a Toluca. Se bate
con trágico denuedo contra Márquez y Gálvez. Agó-
tansele las municiones, cae prisionero y, de acuerdo con
la terrible práctica trocada en ley en ambos bandos,
se le va a fusilar.
Momentos antes — ¡con qué serena ternura fami­
liar! ¡con qué franqueza y qué hombría!— escribe:
"E n el Monte de las Cruces.—Junio 23 de 1861,
"Papá y madre queridos, hermanos todos:
"V oy a morir, porque esta es la suerte de la gue­
rra, y no se hace conm igo m ás que lo que yo hubiera
h ech o en igual caso: por manera que nada de odios,
pues no es sino en justa revancha.
"H e cumplido siempre con mi deber: hermanos chi­
cos, cumplan ustedes, y que nuestro nombre sea hon-*
rado como el que yo he sabido conservar hasta ahora.
"Padre y mamá: a . . . esta carta, a mí un eterno
recuerdo. También de ti me acuerdo, Agus” (su her­
mana Agustina): tú has sido mi madre también. . .
A mis hermanos y amigos, adiós"

BU N D A N en nuestra historia trazos hidalgos.


A Antonio de la Peña y Reyes cumplió la hermosa
tarea de congregar muchos de ellos en su A ntología
M oral (1 9 2 0 ), que, quitada alguna paja de incerti­
dumbre e hipérbole, es un nutridísimo granero.
Dejemos de calumniarnos. {Fuera el lastre del odio!
Afrontemos sin reticencias, con ancho espíritu de ejem-
plaridad y de amor, nuestra realidad mejicana. Hay lo­
do y sangre. Pero también batir de alas.

Junio d e 1932.
HIDALGO Y ALAMAN
N E R O de 1810. Guanajuato,

E El cura del cercano pueblo de Dolores ha


venido, como suele, a esta ciudad. Se aloja
con el párroco de ella, el doctor don Antonio Laba-
rrieta, y arabos comen diariamente en casa del inten­
dente Riaño. Ahora está aquí el obispo electo, Abad
y Queipo, y en compañía del intendente y del cura de
Dolores —sentados los tres en un canapé y departien­
do jovialmente— preside la familiar pastorela en ca­
sa de los Septienes.
Un primo de éstos, huérfano de padre, mancebo
de dieciocho años, precozmente docto y reflexivo, ve
y trata muy de cerca, allí y en su propia casa — fuerte
casa en el ramo de minas—, al párroco forastero:
"E ra de mediana estatura, cargado de espaldas, de
color moreno y ojos verdes vivos, la cabeza algo caída
sobre el pecho, bastante cano y calvo, como que pa­
saba ya de sesenta años, pero vigoroso, aunque no ac­
tivo ni pronto en su,3. movimientos; de pocas pala­
bras en el trato común, pero animado en la argumen­
tación a estilo de . colegio, cuando eneraba en el calor
de alguna disputa. Poco aliñado en su traje, no usaba
otro que el que acostumbraban entonces los curas de
pueblos pequeños. Era este traje un capote de paño
negro con un sombrero redondo y bastón grande, y
un vestido de calzón corto, chupa y chaquete de un
género de lana que venía de China y se llamaba rom-
pecoche”.

IS C U R R E N pocos meses. La idea de indepen


D dencia viene inquietando espíritus e incubando
conspiraciones. Una, delatada, aborta en estallido pre­
maturo. A su cabeza va, con ímpetu juvenil, el vie­
jo párroco. En tomo suyo se arremolinan y desbocan
las muchedumbres. Llegan ahora a las puertas de Gua-
najuato. El cura intima rendición a su amigo y co­
mensal Riaño: "al pie de su comunicación oficial, re­
cordando su antigua amistad con el intendente, le ofre­
cía un asilo para su familia en un caso desgraciado".
Se abre la lucha, desaforada y crudelisima. Cae muer­
to el intendente. Entra, victorioso, el cura. E l obispo
fulmínale excomunión. |Y he aquí en brusca y trágica
ruptura, por la saña de la guerra, a los tres apacibles
amigos que departían jovialmente en el canapé de los
Septienes!

El joven que nos ha pintado el cura, sigue en su


casa de Guanajuato. Presencia el horroroso y san­
guinario saqueo a que se entregan las turbas. Y nos
cuenta las cosas con aquel pormenor directo y menu­
do, con aquel color y calor de vida que nada puede
suplir:
"Quiso Hidalgo hacer cesar tanto desorden, para
lo que publicó un bando el domingo 30 de septiembre;
pero no sólo no fue obedecido, sino que no habiendo
quedado nada en las casas y en las tiendas, la plebe
había comenzado a arrancar los enrejados de fierro de
los balcones, y estaba empeñada en entrar en algunas
casas de mejicanos, en que se le habla dicho que ha­
bía ocultos efectos pertenecientes a los europeos. Una
de las que se hallaban amenazadas de este riesgo era
la de mi familia. . .
"M uy difícil fue contener a la plebe, que por el en­
tresuelo había penetrado hasta el descanso de la esca­
lera, corriendo yo mismo no poco peligro, por haber­
me creído europeo. En este conflicto, mi madre resol­
vió ir a ver al cura Hidalgo, con quien tenia antiguas
relaciones de amistad, y yo la acompañé.

"Grande era para una persona decentemente ves­


tida, el riesgo de atravesar las calles por entre una
muchedumbre embriagada de furor y licores; llegamos,
sin embargo, sin accidente hasta el cuartel del regi­
miento del Príncipe, en el que estaba alojado Hidal-
do. Encontramos a éste en una pieza llena de gente
de todas clases; había en un rincón una porción con­
siderable de barras de plata, recogidas de la Albón­
diga y manchadas todavía con sangre; en otro, una
cantidad de lanzas, y arrimado a la pared y suspendi­
do de una de éstas, el cuadro con la imagen de Gua­
dalupe, que servia de enseña a la empresa.

"E l cura estaba sentado en su catre de camino coa


una mesa pequeña delante, con su traje ordinario y so­
bre la chaqueta un tahalí morado, que parecía ser un
pedazo de estola de aquel color. Recibiónos con agra­
do, aseguró a mi madre de su antigua amistad, e im­
puesto de lo que se temía en la casa nos dió una escol­
ta, mandada por un arriero vecino del rancho del C a­
calote, inmediato a Salvatierra, llamado Ignacio Cen­
teno, a quien había hecho capitán. ..

"Centeno, teniendo por imposible contener el tu­


multo que iba en aumento, pues se reunía a cada ins­
tante más y más gente empeñada en entrar a saquear,
dio aviso con uno de sus soldados a Hidalgo, el cual
creyó necesaria su presencia para contener el desor­
den que no había bastado a enfrenar el bando publi­
cado, y se dirigió a caballo a la plaza, donde mi casa
estaba, acompañado de los demás generales. Llevaba
al frente el cuadro de la imagen de Guadalupe, con
un indio a pie que tocaba un tambor; seguían porcióto
de hombres del campo a caballo, con algunos drago­
nes de la Reina en dos líneas, y presidía esta especie
de procesión el cura con los generales, vestidos éstos
con chaquetas. . . ; todos llevaban en el sombrero la
estampa de la Virgen de Guadalupe.

"Llegada la comitiva al paraje donde estaba el ma­


yor pelotón de plebe, delante de la tienda de Posadas,
se le dio orden al pueblo para que se retirase, y no
obedeciéndola, Allende quiso apartarlo de las puertas
de la tienda, metiéndose entre la muchedumbre; el en­
losado de la acera forma allí un declive bastante pen­
diente, y cubierto entonces con todo género de sucie­
dades, estaba muy resbaladizo: Allende cayó con el
caballo, y haciendo que éste se levantara, lleno de ira
sacó la espada y empezó a dar con ella sobre la plebe,
que huyó despavorida, habiendo quedado un hombre
gravemente herido. Siguió Hidalgo corriendo la plaza
y mandó hacer fuego sobre los que estaban arrancan­
do los balcones de las casas, con lo que la multitud se
fue disipando, quedando por algún tiempo grandes
grupos, en los que se vendían a vil precio los efectos
sacados en el botín”.

E aquí asentado por la pluma de aquel mancebo


H que, los años andando, fue el historiador mayor
de Méjico, el testimonio del esfuerzo de Hidalgo por
reprimir y señorear los desmanes de sus turbas. Y an­
tes se ha puesto de relieve el rasgo caballeroso para
Riaño. No hay, en el gran historiador, prevención con­
tra el cura, a quien conoció y trató, que frecuentaba
su casa y que tenía respetuosas deferencias para su
madre. Todo lo que pueda decirse en pro de Hidalgo,
lo dice, a boca llena, don Lucas Alamán. Perb escritor
probo y entero, dice también todas las fallas y respon­
sabilidades del caudillo, si bien suele emplear una cir­
cunspecta moderación; y así, sólo escribe al paso quei
era ‘ poco severo en sus costumbres”, sin demorarse
ni esparcirse en campo tan propicio para el ancho re­
tozo de una pluma adversa.
Consigna que “don Miguel se distinguió en los es­
tudios que hizo en el colegio de San N ico lá s.. . en el
que después dio con mucho lustre los cursos de filoso­
fía y teologia, y fue rector del mismo establecimiento”;
advierte que poco o nada se ocupaba en “la adminis-'
tración espiritual de sus feligreses, que había dejado,
con la mitad de la renta del curato, a un eclesiástico
llamado don Francisco Iglesias; pero traduciendo el
francés, cosa bastante rara en aquel tiempo, en espe­
cial entre los eclesiásticos, se aficionó a la lectura de
obras de artes y ciencias, y tomó con empeño el fo­
mento de varios ramos agrícolas e industriales en su
curato”: uva, moreras, fábrica de loza y de ladrillos,
curtiduría de pieles, talleres de diversas a r te s .. . " T o ­
do esto, y el ser no sólo franco sino desperdiciado eií
materia de dinero, le había hecho estimar mucho dé
sus feligreses, especialmente de los indios, cuyos idio­
mas conocía, y apreciar de todas las personas que, co­
mo el obispo electo de Michoacán, Abad y Queipo, y
el intendente de Guanajuato, Riaño, se interesaban en
los verdaderos adelantos del país”.

Así siempre, a lo largo de su historia, hace justi­


cia don Lucas al caudillo. Cuando llega a su dramáti­
co fin, se complace en evocar los versos que escribe
en la prisión y aun los minúsculos detalles de serení­
sima valentía que muestra en las inminencias del pa­
tíbulo: “cosas pequeñas en sí, pero que así como la
firmeza con que pudo escribir estas palabras: Que ma­
ñana va a m orir, manifiestan que su espíritu no se ha­
bía abatido, y que no era el terror de la muerte lo que
había dictado los sentimientos que expresó en su ma­
nifiesto".

O. Alamán no tiene enemiga contra Hidalgo, ni


N contra Allende y Morelos y Bravo, ni contra M a­
tamoros y Guerrero y los Galeana, ni contra ninguno
de los grandes caudillos insurgentes: sin ocultar sus
yerros o miserias, narra sus méritos y los encomia se­
gún su leal entender. Tiene enemiga contra los cabe­
cillas bandoleros que medraron a río revuelto —Arro­
yo, Bocardo. Albino García, Vicente Gómez “el ca­
pador” . . . — y contra el sistema de saqueo, ruina y
matanza inútil que desgraciadamente mancilló la cau­
sa y le restó fuerzas y amigos. No es adversario de la
independencia, sino de aquello que la desnaturalizó, la
desprestigió y la retardó mientras se luchaba, y de
aquello que, después del triunfo, esterilizó y frustró
hasta cierto grado los bienes que racionalmente espe­
rábanse de ella.

Un patriotismo austero, valeroso y perspicuo —san­


grante por la vaticinada catástrofe del 47 que se cum­
ple a sus ojos mientras escribe— corre en aquella pro­
sa de anchos cauces, llana y solemne como un gran
río. Como el Río Grande, que parece un brazo de la
patria, y que al marcarle su frontera le señala su pe­
ligro.

S eptiem bre de 1933.


HIDALGO VISTO POR MORA
R IS T E , canija, pobre cosa el espíritu de secta y

T bandería. Ciérrase a la aventura del conocimien­


to y al gozo de la comprensión. Cataloga a los
hombres en dos listas herméticas —conservador, libe­
ral; reaccionario, revolucionario— , incapaz de adver­
tir los recíprocos influjos, cruzamientos y concomitan­
cias. Mete a las gentes en irremisibles casilleros, ciego
a la ondulante riqueza del pensamiento y al tornasolado
fluir de la acción. Satisfácese con etiquetar los cerebros
como si fuesen fardos, y asi se nulifica para el riesgo
fecundo y alborozado y libérrimo de indagar, de enten­
der, de matizar.

Nutrido de inepcia y de rutina, hormiguea en los


campos de nuestra historia este roñoso espíritu de
secta.

Por él, verbigracia, abomínase de Iturbide como


aristócrata, olvidando que los encopetados borbonistas
le fueron medulares enemigos y que el pueblo bajo lo
idolatró. Cállase que Gómez Parías lo propuso y acia-
mó emperador, y Guerrero rindióle fervoroso acata­
miento. Créese que es el hombre de Alamán, cuando
anduvieron distanciados y éste lo juzga con severidad
notoria.

Piénsase que don Lucas se ensaña con Hidalgo


— del que, no obstante, dice todo lo bueno que en jus­
ticia hay que decir—, y no se recuerda o sabe que
don José María Luis Mora, proclamado antípoda de
Alamán, trata al caudillo de Dolores con un aire duro
y hasta despectivo que no llega a asumir el prohombre
conservador.

Es lo que hoy paso a ejemplificar.

Alamán y Mora, guanajuatenses los dos y con­


temporáneos de la insurgencia, personifican, en efecto,
orientaciones ideológicas contrarias en puntos funda­
mentales. Pero concuerdan al narrar con honradez y
comentar con franquezá no pocos hechos básicos.

Esto sorprenderá al incomprensivo espíritu de ban­


dería: ¿sacará algún buen fruto de su sorpresa? Sá-
quelo o no, para todos será de interés conocer o re­
frescar lo que de Hidalgo opina don José M aría Luis
Mora, reverenciado abuelo del liberalismo.

De M éjico y sus revoluciones, su obra capital, pu­


blicada en París en 1836, destaco los textos siguien­
tes, que figuran en el tomo cuarto, libro primero. Y
huelga decir que el destacarlos no implica, de ningu­
na manera, suscribirlos en todo y por todo.
O TICIA y juicio general:
N ‘‘El cura Hidalgo era hombre de una edad
avanzada, pero de constitución robusta; había hecho
sus estudios en Valladolid de Michoacán con grandes
créditos de famoso escolástico. El deseo que lo devo­
raba de hacer ruido en el mundo le hizo sacudir, más
por espíritu de novedad que por un verdadero con­
vencimiento, algunas de las preocupaciones dominan­
tes en su país y propias de su estado: así es que leía y
tenía algunas obras literarias y políticas prohibidas se­
veramente por la Inquisición y desconocidas para el
común de los mejicanos. Esta libertad lo hizo entrar
en relaciones íntimas con el obispo Queipo y el inten­
dente Riaño, que eran de las mismas ideas, y por sola
esta razón buscaban naturalmente el trato de perso­
nas que las tuvieran, aunque no fuesen por otra parte
de un mérito superior; el de Hidalgo era muy media­
no, como lo demostró después la experiencia por toda
la serie de sus operaciones. En efecto, este hombre ni
era de talentos profundos para combinar un plan de
operaciones, adaptando los medios al fin que se pro­
ponía, ni tenia un juicio sólido y recto para pesar los
hombres y las cosas, ni un corazón generoso para per­
donar los errores y preocupaciones de los que debían
auxiliarlo en su empresa o estaban destinados a con­
trariarla. Ligero hasta lo sumo, se abandonó entera­
mente a lo que diesen de sí las circunstancias, sin ex­
tender su vista ni sus designios más allá de lo que
tenía que hacer el día siguiente; jamás se tomó el tra­
bajo, y acaso ni aun lo reputó necesario, de calcular
el resultado de sus operaciones, ni estableció regla nin­
guna fija que las sistemase. Allende era de un carácter
enteramente opuesto a H id a lg o ..." (Pág. 8).

N TR A N los insurgentes a Morelia en octubre de


E 1810:
"E n Valladolid se hizo lo que en todas las otras po­
blaciones: se saqueó, arrestó y atropelló a los españo­
les, se les tomó el dinero que no pudieron salvar, y se
destrozó cuanto no se pudo o se quiso aprovechar".
(Pág. 6 8 ),
"N i aun entonces se ocupó (Hidalgo) de dar algún
orden a las masas que lo seguían, y retirar de ellas las
que, no pudiendo ser armadas, sólo servían para fo­
mentar desórdenes y consumir caudales, comprometién­
dolo a cada paso por los alborotos que de necesidad y
frecuentemente c a u s a b a n ..." (Pág. 69).
Hidalgo, en Morelia, "mandó dar muerte a sangre
fría, en el cerro de la Batea, a un número considera­
ble de españoles que tenía presos. . . Estos miserables
eran sacados en la oscuridad de la noche y muertos a
machetazos o puñaladas. Tales atrocidades no necesi­
tan comentario ni merecen disculpa, y ellas fueron el
principio de otras muchísimas que. provocando repre­
salias, contribuyeron a empapar en sangre todo el
suelo mejicano”. (Pág. 116).
E aproximan los insurgentes a la metrópoli y se
S registra el combate en el Monte de las Cruces:
“Se puede asegurar, sin temor de equivocarse, que
ningún hombre medianamente acomodado, por mucho
que fuese su afecto a la independencia, deseaba la en­
trada de Hidalgo a M éjico"- (Pág. 82).
“Hidalgo, a cuya serenidad y decisión se debió el
que la revolución no hubiese sido sofocada en su cu­
na, se acobardó sobremanera con las bajas que ha­
bían sufrido sus masas en el triunfo que sobre las fuer­
zas españolas acababan de obtener en las Cruces, y
se obstinó, contra el dictamen de los demás jefes y
contra lo que indicaba la naturaleza misma de su po­
sición, en que era necesario rehacerse antes de volver
a entrar en campaña. Esta falta indisculpable, aun pa­
ra el hombre de más vulgares nociones, se ha querido
disculpar en Hidalgo, suponiendo que fue impulsado
a cometerla por el deseo de evitar a México los des­
órdenes que sus masas le causarían en una violenta
ocupación; el crédito que merece semejante suposición
puede valuarse por lo que pasó en Celaya, Guanajua-
to y Valladolid. - Es decir, que no merece crédito
alguno. (Pág. 8 5 ).
“Este caudillo no permaneció en las inmediaciones
de M éjico sino para cometer otra falta” (mandar un
parlamentario al virrey) “que acabó de dar en tierra con
su prestigio". (Pág. 86).
L insurgente José Antonio Torres ocupa Guada-
lajara:
“Este hombre, sin embargo que no había hecho mal
a nadie, y que había salvado de los horrores revolucio­
narios a la segunda ciudad del virreinato, cuando to­
dos los que defendían la misma causa entregaban al
saqueo y a las furias de un pueblo desenfrenado las
ciudades que ocupaban. . . ha sido olvidado por los
mejicanos al decretar honores a sus héroes, entre los
cuales merecía ser contado con preferencia a algunos
que tal vez no lo merecen”. (Pág. 94).
Llega Hidalgo a Guadalajara, donde, gracias a
Torres, "no se había hecho odiosa a sus vecinos la in­
surrección por saqueos, persecuciones y asesinatos, ni
la organización pública había sufrido notables altera­
ciones, y de esto resultaba que no sólo las masas, sino
también los hombres de influjo, abrazasen con entu­
siasmo la causa de la independencia. Otro hombre que
Hidalgo, hubiera sacado mucho partido de elementos
tan favorables, creando aunque fuese la sombra de
un gobierno nacional que interesase a todos los órde­
nes del Estado; don Ignacio Rayón, el general don
Mariano Abasólo, el regente de aquella Audiencia
don Antonio de Villaurrutia y otros muchos, le ins­
taron para que lo verificase; pero, ya sea que no lle­
gó a penetrarse de la conveniencia de esta útilísima
medida, ya sea, lo que parece más probable, que bien
hallado con la posesión del poder que le proporciona­
ba la especie de dictadura que ejercía, sentía repug­
nancia a desprenderse de ella; el resultado es que este
caudillo se contentó con dar respuestas evasivas a las
repetidas instancias que se le hacían, y mantuvo en su
persona la suma del poder arbitrario e indefinido de
que había gozado hasta entonces, y que tampoco supo
ejercer con acierto”. (Pág. 120).
En la propia Guadalajara, ‘‘Hidalgo mismo creyó
deber hablar al público, y lo hizo por primera vez en
un manifiesto, en el cual no se anuncia ninguna mejo­
ra, ningún principio político, ni aun la independencia
m ism a.. . En esta pieza hay errores, falsedades y
máximas antisociales; se anuncia que la religión corre
riesgo con los españoles, se procura hacer odiosos a
é s to s .. . T a l es el manifiesto en que Hidalgo habló
a la nación por primera y última vez; él pinta mejor
a este caudillo que cuanto pueda decirse, y da idea de
sus principios políticos, o por mejor decir, de la falta
absoluta de ellos. Los mejicanos se avergonzaron de
tan miserable producción, y los españoles la convir­
tieron en texto que sus diputados glosaron en las cor­
tes de Cádiz para excluir a M éjico de la mediación
inglesa admitida con el objeto de acordar las diferen­
cias entre la metrópoli y las demás colonias americanas
que se hallaban en insurrección". (Pág. 122).
‘‘La resistencia de Hidalgo a establecer un gobier­
no y las prisiones que se empezaron a hacer a su llegada
a G uadalajara. . . enfriaron el entusiasmo de los
habitantes y empezaron a hacer disgustados”. (Pág.
124).

Con esto, Hidalgo, siempre prevenido contra los


españoles y poco dispuesto a hacerles justicia. . . se
resolvió a deshacerse de todos” los que tenía presos
en Guadalajara, y en diciembre de 1810 fueron conde­
nados a morir, ‘‘no por un acto público, sino por una
resolución privada de Hidalgo, que se intimaba a cada
uno al momento preciso de ser acuchillado. Un lidiador
de toros, llamado Marroquin, fue el encargado de eje­
cutar por sí mismo estas bárbaras matanzas, y por las
noches, cuando la ciudad se hallaba en silencio, to­
maba las partidas de españoles que conducía a la ba­
rranca del Salto, situada a ocho leguas, y los pasaba
a c u c h illo ...” (Pág. 125).

"P or algunos dias se ignoraron estas atrocidades


en la ciudad, aun entre los jefes de la insurrección.. .
pero no tardaron mucho en saberse, y entonces la in­
dignación fue general. Don Ignacio Allende y don M a­
riano Abasólo hicieron fuertes aunque infructuosos re­
clamos para hacer variar de resolución a Hidalgo. . ,
Abasólo no se contentó con eso, sino que salvó a mu­
chos . . . E l espíritu público, ya muy trabajado por las
arbitrariedades de Hidalgo, por su resistencia a esta­
blecer un gobierno y por las diferencias ocurridas en­
tre los jefes de la insurrección, que todos se oponían
a las matanzas, acabó de perderse por los clamores de
las familias de las víctimas y por el interés que inspi­
raban a la generalidad de los ciudadanos”. (Pág. 126)
L E G A M O S a los últimos tiempos: retirada al Nor­
L te, traición de Elizondo, ejecución de los caudillos
insurgentes.
‘X a s graves y repetidas faltas en que Hidalgo ha­
bía incurrido, especialmente en el ramo de guerra, to­
do el tiempo que había ejercido el poder, y las frecuen­
tes derrotas que a ellas se habían seguido y eran en
gran parte su resultado, acabaron de desopinarlo aun
entre los jefes que hasta entonces habían creído deber
seguir a ciegas sus disposiciones. Allende y Abasólo,
que tanto se habían opuesto a los asesinatos de espa­
ñoles, a la dictadura de Hidalgo y a que se presentase
acción a las tropas de Calleja, irritados sobremanera
con la pérdida sufrida en Calderón, trataron seriamen­
te de deponer a dicho jefe o a lo menos de separarse
de él, si los demás se empeñaban en sostenerlo. Al
efecto, provocaron la junta de guerra que va dicha,
y sostuvieron era necesario que Hidalgo dejase el man­
do, protestando que ellos no continuarían a sus órde­
nes. Sólo don Ignacio Rayón se atrevió a disculparlo,
pues defenderlo era imposible. . (Pág. 138).

“Doña Manuela Taboada, nacida de una familia


rica y principal del pueblo de Chamacuero, en el Esta­
do de Guanajuato” (el mismo pueblo donde Mora na­
ció), “había casado un año antes de empezar la insu­
rrección con Abasólo, y fue una de las pocas personas
que conocieron y pronosticaron el triste resultado de
los desórdenes que acompañaron los primeros movi­
mientos; ella, por el ascendiente que ejercía en su ma­
rido, contribuyó a la oposición que éste siempre hizo
a las matanzas de españoles decretadas por Hidalgo,
el cual la tomó en grande aversión por la mortificación
que le causaba ver censurada su conducta y paraliza­
das hasta cierto punto sus operaciones por la oposición
de una joven, en la cual no quería ver otras prendas
que los atractivos de su hermosura. El orgullo de Hi­
dalgo, que se consideraba el primer hombre de M éji­
co y no se hallaba con fuerzas para sufrir esta humi­
llación, lo hizo romper abiertamente con esta dama,
hasta el punto de despreciar la noticia que ella dió del
lazo que les tendía Elizondo”. (Pág. 149).

“Así acabaron los primeros caudillos que tomaron


por su cuenta la independencia de la patria; sus erro­
res, sus equivocaciones, sus debilidades, y hasta la cruel­
dad misma de Hidalgo, desaparecen a la vista de sus
desgracias, y sobre todo del imponderable servicio de
haber emprendido una revolución perniciosa, destruc­
tora y desordenada, es verdad, pero indispensablemen­
te necesaria en el estado a que habían llegado las co­
sas, y que abría el camino a otra ordenada, benéfica y
gloriosa". (Pág. 156).
R E O que, considerando en total lo que acerca de
C Hidalgo estampan Alamán y Mora en sus respec­
tivas historias, sobre hallarse esenciales concordan­
cias, resulta más ventajoso para el caudillo el pincel
de don Lucas. Este marca aspectos simpáticos u hon­
rosos que el otro pasa por alto, y, al narrar hechos y
externar juicios, detiénese circunspecto ante el santua­
rio de las intenciones, que Mora traspasa.
¡Balance inesperado y desconcertante, que merecía
poner en fértil inquietud al soñoliento y monocorde es­
píritu de secta!

E n e ro d e 1935.
MORELOS GUADALUPANO
LM A de la independencia mejicana fue la V ir­
A gen de Guadalupe. Todos los campeones de
aquella heroica empresa que, sin exceptuar
uno solo, ponían la religión como esencial cimiento de
unidad y grandeza de la patria, tomaron por patrona a
la Guadalupana, la irguieron como símbolo y bandera
y la amaron con encendida devoción.
Al alborear el levantamiento, Hidalgo recoge y tre­
mola en Atotonilco el estandarte de la Virgen. Sus tro­
pas se congregan y enardecen al grito de “ jViva la
Virgen de Guadalupe!'’, y llevan en los sombreros la
imagen venerada.
Morelos, de quien luego hablaremos con singulari­
dad, tiene en su ejército suriano el regimiento “Gua­
dalupe”, que se destaca por su bravura; al triunfar en
O ajaca, conduce a la Virgen en procesión militar des­
de la catedral hasta su santuario; y —contra lo que
erróneamente cree don Ignacio Manuel Altamirano en
P aisajes y L ey en d a s—, si hace flamear como enseña
en los combates la imagen de la Guadalupana, ostenta­
da también personalmente por él y por sus soldados. Y
hace mós: por bando solemne declara traidor a la n a­
ción al que no rinda culto a la Virgen del Tepeyac.
Don Carlos María de Bustamante, compañero y
fogoso colaborador de Morelos, muestra fervor extra­
ordinario en su D isertación gu adalupana y otros escri­
tos de igual tema, y es él quien nos refiere —y a su
cargo dejamos la noticia—, que don Mariano M ata­
moros, cura de Jantetelco, enardecido por las irre­
verencias que contra la imagen de nuestra Virgen co­
metieron allí ciertas tropas españolas, voló a incorpo­
rarse en Jas filas insurgentes.
Luchador tenacísimo fue quien llevó su devoción
al extremo de mudar su propio nombre por el de Gua­
dalupe Victoria, en honor de la Virgen con la cual
vinculaba su esperanza en el triunfo. Y siendo más
tarde el primer Presidente de la República, púsose el
nombre de T ep ey a c a una corbeta que adquirió la na­
ción en 1825.
Don Vicente Guerrero, que ocupaba la Presiden­
cia en octubre de 1829, hizo traer las banderas arreba­
tadas en Tampico a la vencida expedición española de
Barradas, y fue a depositarlas solemnemente a los pies
de la Virgen de Guadalupe, entre las aclamaciones del
gentío que, refiere Zavala, inundaba la Calzada de
M éjico a la Villa.
Finalmente, Iturbide, con aprobación del Congre­
so, fundó en 1822 la Orden de Guadalupe, cuyos ca­
balleros juraban defender las bases del Plan de Igua­
la, insignia y concreción de nuestra triunfante inde­
pendencia. En la Cámara de Diputados tuvo desde en­
tonces y por muchos años sitio de honor una imagen
de la Guadalupana. Y cuando abdicó don Agustín, fue
a depositar su bastón de generalísimo en los altares
de la Virgen.
La Virgen de Guadalupe fue, históricamente, el
alma de nuestra independencia. Y Ella, por lo que sig­
nifica de intimidad nacional, de idiosincracia vernácu­
la, de baluarte de nuestros valores autónomos, sigue
siendo, actualmente, el alma de nuestra independencia.

R E C IS E M O S algunos datos sobre el guadalupa-


P nismo de Morelos, “el hombre más extraordi­
nario que ha producido la revolución de Nueva Espa­
ña", como escribe Alamán y es unánime sentir.
Entresaco las citas que van a continuación, de los
dos volúmenes publicados en 1927 por la Secretaría de
Educación Pública, bajo el título de: M orelos. D ocu ­
m entos inéditos y p oco conocidos.
El caudillo atribuye todos sus triunfos a la E m p e­
radora G uadalupana. Dice a don Ignacio Rayón, en
oficio fechado en el Cuartel General de O ajaca, el pri­
mero de diciembre de 1812: “El 25 del inmediato no­
viembre pensé entrar en O ajaca y entré con pérdida
de doce hombres; la acción no se me debe a mí, sino
a la Emperadora Guadalupana, como todas las demás”.
(Tomo II, pág. 267).
Y en el manifiesto titulado Desengaño d e la A m é­
rica y traición descu bierta d e tos europeos, asienta M o-
reíos en 1812: “Espera (la América), más que en sus
propias fuerzas, en el poder de Dios e intercesión de
su Santísima Madre, que en su portentosa imagen de
Guadalupe, aparecida en las montañas del Tepeyac
para nuestro consuelo y defensa, visiblemente nos pro­
tege. Espera que esta soberana Reina del Empíreo, cas­
tigará vuestra insolencia y perfidia inaudita” (habla a
los europeos impíos), “con que se está viendo ultra­
jada. . . Espera que sus hijos arrancarán de vuestras
manos cuanto habéis robado a Dios y a su Iglesia”.
(Tomo I, pág. 137).

En las tropas de Morelos se tuvo por santo y seña


la Virgen de Guadalupe. Así se lee en el parte de don
Juan Antonio Fuentes, fecha 6 de diciembre de 1810,
al Gobernador Interino de Acapulco, don Antonio Ca-
rreño, sobre eh ataque dado por Morelos a dicha pla­
za: " . . . y visto que no hacían movimiento, creí ser
enemigos, por cuya razón en voz alta les pregunté:
¿Quién vive? A lo que con algazara respondieron:
¡La V irgen d e G uadalupe! M e retiré para la línea y
mandé inmediatamente romper el f u e g o ...” (Tomo
II, pág. 7 9 ). Y los insurgentes llamaban a su cau­
sa "la ley de Nuestra Señora de Guadalupe”, por opo­
sición a “la ley de los gachupines”. (Tomo I, pág.
323).
Hubo numerosos estandartes de la Guadalupana en
los ejércitos de Morelos, según parece colegirse de la
declaración que éste rindió el primero de diciembre de
1815 ante sus jueces: "Preguntado por dos banderas
que en la acción de Temalaca se le cogieron, la una
con las armas de M éjico y la otra con la efigie de Nues­
tra Señora de Guadalupe, a efecto de que diga a qué
cuerpos pertenecían, respondió: que son parte de otras
muchas que se hicieron en O ajaca durante el tiempo
que estuvo allí, y que no tienen cuerpo señalado en la
gente que lo acompañaba”. (Tomo II, pág. 364).
Y Morelos personalmente llevaba consigo una me­
dalla' de la Guadalupana, como se ve en la "N ota de
las alhajas y muebles que el Virrey de Nueva España
remite al excelentísimo señor Ministro de la Guerra”
con fecha 30 de abril de 1814, en que figura "un pec­
toral compuesto de seis topacios; y pendiente de él una
medalla de oro con la imagen de Nuestra Señora de
Guadalupe en forma de relicario. . . que usaba el ci­
tado cura". (Tomo II, pág. 227).

L E G A M O S a lo más substancioso y sugeridor. El


L bando que sigue es un monumento del sentir de
Morelos, en que se mira cómo identificaba a la Guada­
lupana y a la Patria:
"Don José M aría Morelos, Capitán General de los
Ejércitos Americanos y Vocal de la Suprema Junta
Nacional Gubernativa del Reino, etc., etc.
"P or los singulares, especiales e innumerables fa­
vores que debemos a María Santísima en su milagrosa
imagen de Guadalupe, patrona, defensora y distingui­
da emperatriz de este reino, estamos obligados a tribu­
tarle todo culto y adoración, manifestando nuestro re­
conocimiento, nuestra devoción y confianza; y siendo
su protección en la actual guerra tan visible que na­
die puede disputarla a nuestra nación, debe ser visible­
mente honrada y reconocida por todo americano.
' Por tanto, mando que en todos los pueblos del rei­
no, especialmente los del Sud de esta América Sep­
tentrional, se continúe la devoción de celebrar una mi­
sa el día 12 de cada mes, en honra y gloria de la San­
tísima Virgen de Guadalupe, y en todos los pueblos en
que no hubiere cofradía o devoto que exhiba la limos­
na, se sacará ésta de las cajas nacionales; y en las di­
visiones de nuestro ejército será obligación de los ca­
pellanes sin percepción de limosna y en donde hubie­
re muchos capellanes le tocará al que entrare de se­
mana.
"E n el mismo día 12 de cada mes deberán los veci­
nos de los pueblos exponer la Santísima Imagen de
Guadalupe en las puertas o balcones de sus casas so­
bre un lienzo decente, y cuando no tengan imagen col­
garán el lienzo mientras la solicitan de donde las hay,
añadiendo arder las luces que según sus facultades y
ardiente devoción les proporcione.
" Y por cuanto no todos se pueden manifestar de
este modo, deberá todo hombre generalmente de diez
años arriba, traer en el sombrero la cucarda de los co­
lores nacionales, esto es, de azul y blanco, una divisa
de listón, cinta, lienzo o papel, en que declarará ser
devoto de la Santísima Imagen de Guadalupe, sóida-
do y defensor de su culto, y al mismo tiempo defensor
de la religión y su patria contra las naciones extranje­
ras que pretenden oprimir la nuestra, como lo son a la
presente la nación española y la francesa.
“Y para que esta disposición obligatoria tenga su
debido cumplimiento, mando a todos los jueces milita­
res y políticos, ruego y encargo a todos los prelados
eclesiásticos, cuiden y celen con todas sus fuerzas, a
fin de que los súbditos logren tan santos fines, reser­
vando declarar por indevoto y traidor a la nación al
individuo que, reconvenido por tercera vez, no usare
de la cucarda nacional o no diere culto a la Santísima
Virgen, pudiendo.
" Y para que llegue a noticia de todos y nadie ale­
gue ignorancia, mando se publique por bando en las
provincias de Teipan, Oajaca y siguientes del reino.
“Dado en el Cuartel General de Ometepec, a los
°nce días de marzo de 1813 .— Jo sé M aría M o relo s.
— Por mandato de Su Excelencia, Jo sé L ucas M a rín ,
Prosecretario". (Tomo I, pág. 154).

en la hora suprema, culminó el fervor del gran


Y caudillo. Prisionero y cargado de grilletes, lle­
vábanlo en coche de la capital hacia el patíbulo de San
Cristóbal Ecatepec. Y al pasar por la Villa de Guada-
Ipe, haciendo un hondo esfuerzo para sobreponerse a
la pesadumbre de sus cadenas, púsose de rodillas pa­
ra reverenciar a la Virgen.
¡Símbolo heroico de su pueblo!

El pueblo mejicano, como Morelos, ama la liber­


tad; por amarla es a veces afrentado, como Morelos,
con injustas cadenas; pero, sobrepujando la pesadum­
bre de los hierros, sabe, como Morelos, en ímpetu su­
premo de amor y de esperanza, postrarse ante la V ir­
gen del Tepeyac.

S eptiem bre d e 1931.


ITURBIDE
P O R T IC O

A B L E M O S del Libertador de M éjico, tan

H increíblemente desfigurado por la ignorancia


y por la pasión. No opondré leyen das blan­
cas a las leyen das negras. Creo en la eficacia de la ver­
dad. Y la amo ante todo.

H ID A L G O E IT U R B ID E

L 27 de septiembre de 1783 —el mismo año que


E Bolívar— , nace don Agustín de Iturbide y Arám-
buru, de padre español y madre mejicana, en la ciudad
de Morelia —entonces Valladolid— . Su familia es muy
distinguida y regularmente acomodada. Estudia Itur-
bide en el seminario de Morelia y a los quince años
va a administrar una hacienda de su padre y toma la
carrera militar. A los 22 años se casa con doña Ana
María Huarte, conterránea suya.

A poco de reventar en 1810 la insurrección. Hidal­


go invita a Iturbide —con quien tiene conocimiento y
hasta alguna relación de parentesco— , ofreciéndole
hacerlo teniente general.
"L a propuesta —escribe más tarde, en su Manifies­
to de Liorna, el Liberador desterrado— era seducto­
ra para un joven sin experiencia y en la edad de ambi­
cionar; la desprecié, sin embargo, porque me persua­
dí de que los planes del cura estaban mal concebidos;
ni podían producir más que desorden, sangre y des­
trucción, y sin que el objeto que se proponía llegara
jamás a verificarse. E l tiempo demostró la certeza de
mis predicciones’'.
Hidalgo se lanzó intrépidamente a un gran empe­
ño patriótico, arriesgando la vida y sabiendo que no
vería el término victorioso. Es un héroe. Pero ¿qué
decir de los principios que invocaba v de los medios
que empleó?
Los principios que parecía enarbolar —tiranía de
España, odio a los gachupines, reivindicación de de­
rechos de los primitivos indígenas— eran falsos y ab­
surdos:
España nos dio un esplendor de civilización que
maravilló al sabio Húmboldt; unas Leyes de Indias que
son monumento de sabiduría magnánima; una larguí­
sima paz que no se fundaba en las bayonetas; un go­
bierno generalmente bueno y a veces admirable por
su rectitud paternal, como en Mendoza, Velasco, Re-
villagigedo. ..
La sangre española estaba tan entrañada en nos­
otros que vilipendiarla era vilipendiarnos; y quienes
habían pensado siempre en la independencia y los que
entonces la procuraban reclamando ilusorias reivindi­
caciones indígenas, “no eran los indios ni lo hadan
para los indios — escribe un pensador—, sino que era
un pueblo nuevo que se había formado precisamente
por la conquista española, que de ella había naddo, que
por ella se había educado y que a ella debía aun el
territorio que habitaba”.
Y los medios que Hidalgo autorizó o no impidió:
despojos, incendios, mutilación y matanza hasta de
pacíficos, no como tumultos excepcionales sino casi co­
mo sistema, dieron a la revolución un carácter vandá­
lico que manchó la causa de la independencia y retra­
jo a muchísimos que con ella simpatizaban vivamente.
Así lo confiesa y declara el historiador liberal don
Fernando Iglesias Calderón en su estudio sobre E l
L ibertad or Iturbide:
“Si no secundaron (muchos criollos) al iniciador
de nuestra independencia, fue porque el engañoso gri­
to de V iva F ern an d o V il y mueran los gachupines
— grito que la premura de las circunstancias y la nece­
sidad de allegarse secuaces inmediatamente, explican
y disculpan— no podía resonar en sus oídos como un
grito de independencia, sino tan sólo como una inci­
tación a la guerra de castas: y, por ende, como una
amenaza a sus vidas y propiedades, y, lo que era peor
aún, como una amenaza al honor de sus esposas y de
sus hijas. Y esta natural apreciación del grito de Dolo­
res, confirmada por la matanza de Granaditas y el sa­
queo de Guanajuato, convirtió a los criollos, que por
tres siglos habían acariciado el deseo de independen­
cia, en los más resueltos defensores del régimen
colonial.
“Sin aquel desacertado grito, la independencia ha-
bríase realizado desde 1810, en unos cuantos meses y
con perjuicios insignificantes para la propiedad, la in­
dustria y el comercio de la colonia, como se verificó
en 1821, cuando el Plan de Iguala, conjurando el pe­
ligro de la guerra de castas y proclamando la garan­
tía de la unión, borró en lo político las diferencias que
separaban a criollos, mestizos e indios, para dejar tan
sólo su común condición de mejicanos". (En E l D e­
m ócrata, septiembre de 1921, y en A m érica E sp añ ola,
números 13 a 15).
La justificación de la independencia estaba en la
naturaleza de las cosas —por la edad y desarrollo a
que había llegado la colonia— y en ciertos abusos y
restricciones que contrariaban el bienestar de la Nue­
va España y las legítimas aspiraciones de los criollos.
Es notable que lo haya visto con perspicacia y decla­
rado sin ambages el célebre realista Calleja, en la co­
municación reservada que dirigió al virrey Venegas des­
de Guadalajara, el 29 de enero de 1811:
"V o y a hablar a V . E. castellanamente, con toda
la franqueza de mi carácter. Este vasto reino pesa de­
masiado sobre una metrópoli cuya subsistencia vaci­
la; sus naturales y aun los mismos europeos, están con­
vencidos de las ventajas que les resultarían de un go­
bierno independiente, y si la insurrección absurda de
Hidalgo se hubiera apoyado sobre esta base, me pare­
ce, según observo, que hubiera sufrido muy poca opo­
sición. Nadie ignora que la falta de numerario la oca­
siona la península; que la escasez y alto precio de los
efectos, es un resultado preciso de especulaciones mer­
cantiles que pasan por muchas manos, y que los pre­
mios y recompensas que tanto escasean en la colonia,
se prodigan en la metrópoli .
¿Había posibilidad física y madurez social en 1810,
para un lúcido y ordenado movimiento emancipador,
y hubiera éste podido triunfar en poco tiempo? Siem­
pre será conjetural y discutible la respuesta. Lo que
parece notorio es que ía lucha insurgente —en que al­
gunos pelearon por limpio ideal e intentaron corregir,
•aunque con fruto exiguo, lo funesto del inicial impul­
so— , si manchó la causa, la grabó a fuego. Y en 1821.
vencida la rebelión, la $ e a era más viva y universal.

LA L U C H A Y E L A M O R

O pudiendo atraerlo, Hidalgo intenta lograr la


N neutralidad de Iturblde, ofreciéndole salvocon­
ducto para su padre y familia, y exención de saqueo
y destrucción para sus fincas: triste prueba de que ta­
les crímenes no eran del todo ajenos al influjo de!
caudillo.
Iturbide rehúsa; parécele que la inacción es cobar­
día, y combate resueltamente por el orden social. Es
un guerrero: se inicia bizarramente en el Monte de las
Cruces; vence en Morelia al invencible Morelos; ga­
na en acciones todos sus ascensos, y llega pronto a co­
ronel; cuenta las batallas por las victorias: una sola vez
es rechazado, en Cóporo, pero ha dado el asalto por
subordinación, previniendo a su jefe que se va al
fracaso.

Acúsasele de crueldad por el fusilamiento de in­


surgentes; mas cuando éstos mataban a sus prisione­
ros, y a los simples sospechosos, y hasta en masa a
vecinos pacíficos (Cerro de Jas Bateas, Tehuacán,
Cerro Colorado), agregando toda suerte de atrope­
llos, el rigor realista era una represalia demasiado
explicable.

Pero Agustín de Iturbide —como buen c r io llo -


ama la independencia. Pondera la facilidad con que
se lograría, ahorrando sangre hermana, si los mejicanos
se uniesen; hasta piensa en atraer a los insurgentes, pe­
ro acaba juzgando que es preciso primero reprimirlos,
ya que sus falsas máximas y sus sistema de excesos em­
pañan irremediablemente una causa pura. Así lo dice
ai Filisola durante el sitio de Cóporo, y añade: "Quizá
llegará el día en que le recuerde a usted esta conver­
sación, y cuento con usted para lo que se ofrezca". F i­
lisola lo promete. Y él mismo hizo relato de esta plá­
tica a Alamán. En términos iguales habla Iturbide
repetidamente con su abogado y amigo íntimo, don
Manuel Bermúdez Zozaya.
Hacer la independencia le es una idea fija.

Sólo esperará el momento en que él pueda entrar


en la empresa con posibilidades de encauzarla por ál­
veos rectos y fecundos, y no con riesgo de ser
un elemento impotente, sumado al aluvión y arro­
llado por él.
Cuando empuña la bandera de Iguala, no es Itur-
bide un hombre que niega y traiciona su pasado; aco­
mete una hfltaña que ha estado siempre en su pensa­
miento y en su voluntad. Porque él nunca ha enten­
dido luchar contra la independencia, sino contra el
anárquico furor que la desnaturaliza y la arruina. Tan
leal y enraizada es esta convicción suya, que años más
tarde, desde su destierro de Liorna, cuando no pueden
moverle oportunismo ni interés, vuelve a expresarla
con valiente franqueza. Comentando sus pugnas con el
congreso, escribe:
“E l congreso de M éjico trató de erigir estatuas a
los jefes de la insurrección y hacer honores fúnebres
a sus cenizas, A estos mismos jefes habla yo perse­
guido, y volvería a perseguir si retrogradásem os a aqu e­
llos tiem pos: para que pueda decirse quién tiene razón,
si el congreso o yo, es necesario no olvidar que la voz
de insurrección no significaba independencia, libertad
justa, ni el objeto reclamar los derechos de la nación,
sino exterm inar a todo eu ropeo, destruir las posesion es.
prostituirse, despreciar las leyes de la guerra y hasta
las de la religión”.
Y agrega, reconociendo los excesos realistas:
‘‘El desorden precedía a las operaciones de ame­
ricanos y europeos; pero es preciso confesar que los
primeros fueron culpables, no*sólo por los males que
causaron, sino porque dieron margen a los segundos
para que practicaran las mismas atrocidades que veían
en sus enemigos”.
Puede opinarse de esto lo que se quiera, pero es
de justicia reconocer la lealtad con que Iturbide —co­
mo otros muchos contemporáneos— veía así las cosas.
Y a nosotros, con perspectiva histórica y gratitud
comprensiva, nos cumple discernir y enaltecer —por
sobre yerros y manchas que en ambos hubo y que exis­
ten en los personajes similares de todas las naciones— ,
el heroísmo del iniciador Hidalgo y la gloria del con­
sumador Iturbide.

PRO CESO Y RECESO

N 1816 obtiene "el mando de las provincias de


E Guanajuato y Valladolid y del ejército del Nor­
te —dice don José Joaquín Pesado en su imparcial es­
tudio sobre Iturbide.— Algún exceso de severidad y
algunas medidas violentas propias en los hombres nue­
vos, constituidos en autoridad y favorecidos por la
victoria, concitaron contra él la animadversión de ca­
sas y personas influyentes de Guanajuato y Querétaro,
las cuales dirigieron al virrey fuertes acusaciones en
su contra. Iturbide se queja de que la calumnia obra­
ba en ellas. Es muy natural que a los hechos verdade­
ros se añadiesen otros falsos, y que en todo se mezclase
la exageración". (D iccionario U niversal d e H istoria
y d e G eo gra fía , tomo cuarto. Méjico, 1854).

Decíase, principalmente, que aprovechando su po­


sición oficial, don Agustín había obtenido ganancias
ilícitas, sobre todo con el monopolio de la venta del
azogue. Se le llama a Méjico, se le abre proceso y se
falla a su favor. Como prueba de lo fundado de la
sentencia —dice Iglesias Calderón' \ debe conside­
rarse que ésta no fue simplemente aosolutoria, sino
que declaró calumniosa la acusación en todas sus par­
tes y dejó expedita la acción de injurias contra los
calumniantes; y que, de los siete acusadores de Itur-
bide, los dos principales —la condesa de Casa Rui y
Alamán, el padre de don Lucas— abandonaron la acu­
sación . . . "
En otra oportunidad penetraremos a fondo en es­
te asunto casi virgen, y examinaremos el desfavorable
y sospechoso testimonio del cura Labarrieta.
Basta ahora advertir que dos cosas corroboran el
juicio favorable: el raro desprendimiento que eviden­
ció más tarde don Agustín, y el que, no obstante ser
acusación de poderosos españoles contra un jefe me­
jicano, el gobierno español sentencia en pro de Itur-
bidc y le conserva su mando, si bien prácticamente no
vuelve a él, sin duda para complacer en parte a los
quejosos.
Permanece en Méjico, toma en arrendamiento del
gobierno la hacienda de la Compañía, cerca de Chalco.
Por entonces, dice don Lucas Alamán, “Iturbide, en la
flor de la edad, de aventajada presencia, modales cul­
tos y agradables, hablar grato e insinuante, bien reci­
bido en la sociedad, se entregó sin templanza a las di­
sipaciones de la capital”, que le dieron ocasión "de
ejercer su carácter imperioso, exigiendo, como se refie­
re de Federico el Grande, recibo de los azotes que se
supuso haber dado a un individuo que lo había ofen­
dido de palabra” . (H istoria d e M éjico, tomo V ) .

Pero aquel mozo "altivo y dominante” que "para


conservar su favor con las autoridades necesitaba es­
tar a distancia de quien podía mandarle”, como ob­
serva Zavala, sabrá templar sus arrogancias, abolir
sus devaneos, dulcificar sus violencias, ir madurando
para su obra.

E L M A RCO D E LA O BRA

principios de 1820, la sublevación militar de


A Riego y otros jefes de la península, restaura en
España la constitución de 1812, compele a Fernando
V II a restablecer las cortes y le pone en condiciones
desairadas y embarazosas. Una división destinada a la
guerra en América, es la que, eludiendo cumplir coa
su deber, da el primer grito de rebelión. Las cortes
premian luego con ascensos a todos los sublevados.
El ejemplo había de resonar en las colonias.
Hace tres años que la revolución insurgente quedó
vencida en Nueva España, y se han restaurado, con la
tranquilidad y la confianza, las actividades de indus­
tria, minería, agricultura, comercio. Sólo queda en el
Sur el núcleo sin importancia de Guerrero, encarama­
do en sus montañas que lo han salvado.
Pero las noticias de la península ponen en eferves­
cencia los ánimos. Todos ven que es el momento y pien­
san en obrar. Reúnense las célebres juntas de la Pro­
fesa, encabezadas por el canónigo Monteagudo, en
que se concibe un plan semejante a lo que la Audien­
cia había intentado cuando la invasión francesa en E s­
paña: impedir la publicación de la constitución, ya
que el rey ha obrado sin libertad al decretarla, y depo­
sitar la Niieva España en manos del virrey Apodaca
para que la gobierne según las leyes de Indias y con
independencia de la península mientras allá príve la
coacción sobre el rey. Se piensa en Iturbide para posi­
ble brazo ejecutor, y habla con él el virrey, que le pin­
ta entristecido la posición lamentable de Fernando V II.
Pero estos planes se desconciertan, porque Apodaca
se ve forzado por las cincunstancias a decretar preci­
pitadamente la constitución.
Danse las cortes liberales a legislar contra las con-
s
gregaciones religiosas, clausurando numerosos conven­
tos, vedando nuevas profesiones, desterrando a los je ­
suítas y otras órdenes. Esto causa vivísimo disgusto en
la península y mucho más en Nueva España, donde
tanto se debe a los religiosos y son tan amados; don­
de ya Morelos y el Congreso de Chilpancingo pugna­
ban expresamente por el restablecimiento de la Com­
pañía de Jesús. El pueblo se apresta en muchas partes
a resistir con las armas: el virrey Apodaca, que cum­
ple a su pesar esas leyes, tiene que templarlas a veces
para no exacerbar los ánimos.
"E n Puebla —escribe Alamán— fue menester ha­
cer que los jesuítas saliesen ocultos, estando el pueblo
dispuesto a impedirlo. . . Salieron también de sus con­
ventos los religiosos belemistas, que tenían a su cargo
varias escuelas de primeras letras y el hospital de con­
valecientes; los hipólitos que cuidaban de los demen­
tes, y los juaninos que socorrían a los necesitados en
sus hospitales. Todos estos establecimientos quedaron
al cuidado del ayuntamiento, y los bienes destinados a
su dotación y a la manutención de los religiosos, fue­
ron ocupados por la hacienda pública, y han sido des­
pués dilapidados de la manera más escandalosa”. Y a
desde entonces se cumplía la historia de siempre: en
nombre de la libertad se oprime a gente benéfica, y
luego se evaporan la beneficencia y los dineros.
En tal exaltación y desconcierto de los espíritus,
Iturbide va madurando su propio plan. Muchas veces
había dicho a su amigo Manuel Bermúdez Zozaya que.
sin tener mando de alguna división de tropas, era im­
posible hacer la independencia con la presteza y el aho­
rro de perturbación y de sangre que él anhelaba. Veía,
pues, el medio de obtener un mando y tenía un proyec­
to arriesgadísimo para levantarse en la propia capi­
tal, cuando el mando le vino a las manos espontánea­
mente, por designación del virrey a su favor para la
comandancia del sur, que Armijo acababa de renun­
ciar. Así, las circunstancias indicaron el nuevo camino.

L A IN IC IA C IO N

A R T E Iturbide el 16 de noviembre de 1820 para


P pacificar aquella región, donde queda Guerrero,
el irrevocable. Lleva instrucciones de intentar ganarlo
por vías conciliatorias. V a pidiendo al virrey dinero y
tropas para el buen éxito “del golpe que tiene medita­
do", esperando poder dar gracias a Dios “porque nos
haya concedido la paz completa de este reino, y auna­
do los intereses de todos los habitantes”, usando así ex­
presiones de estudiada ambigüedad.
Mientras hay algunos encuentros de poca impor­
tancia entre avanzadas insurgentes y realistas, Itur-
bide escribe a Guerrero para atraerlo. Rehúsa éste de
pronto, pero, vencidos sus recelos, se adhiere al plan
libertador de Iturbide, quien comunica al virrey, como
un triunfo, la sumisión del suriano. Guerrero ha pac­
tado por conducto de Figueroa, pues aunque "casi to­
dos los escritores cometen el error de suponer que Itur-
bide tuvo una conferencia con Guerrero antes de la
publicación del plan de Iguala '—asienta Alamán—, es­
to es falso; Iturbide nunca vio a Guerrero, hasta estar
en marcha hacia el Bajío".
Por entonces sale de M éjico para Acapulco una
conducta de 525,000 pesos, pago de los efectos apor­
tados por el buque de Manila, Iturbide. con precisión
de recursos para el desarrollo de su empresa, se apo­
dera en Iguala de la conducta y escribe a sus dueños
pidiendo se disculpe su proceder, no ajustado a su gus­
to sino al imperio de la necesidad, y ofreciendo el pago
con la mayor premura que concedan los sucesos. Por
ser amigos íntimos de Iturbide los comisionados del
comercio de Manila, tiénese por seguro que estaban
instruidos del plan y sabían, al poner en movimiento
los caudales, el destino que se les daría.
Y a con una base para afrontar la empresa, y mien­
tras sus comisionados procuran, con notable sigilo,
atraer a otros jefes prominentes, Iturbide lanza en Igua­
la, el 24 de febrero, una proclama dirigida a todos los
habitantes de la Nueva España, con la exposición de
su plan, y escribe al mismo tiempo al virrey, al arzo­
bispo de México y a otras personas principales, expli­
cando su actitud y propósitos, y pidiendo aprobación.

Iturbide, encarnación de la actividad, cumple, solo,


una labor abrumadora, escribiendo por sí mismo, sin
secretario idóneo, múltiples y trascendentales comu­
nicaciones, atendiendo a la situación militar, atrayendo
prosélitos, pendiente de las negociaciones de sus en­
viados.

C R IT E R IO S O B R E E L M O D O

U E decir del proceder de Iturbide?


Q Obró con doblez hacia el conde del Vena-
dito, aceptando y pidiéndole elementos que pondría al
servido de la independencia. Los enamorados de la
lealtad hasta la quijotería, no podemos ver sin grave
desazón tal conducta. Mas se debe notar —y es fun­
damental observación— que esa forzada y pasajera
actitud no pinta su carácter, firme y erguido como su
figura. Y es justo advertir sus enormes atenuantes:
El plan de Iguala ofrecía el trono del emancipado
imperio mejicano, en primer lugar, a Fernando V II.
El rey que, independientemente de sus calidades per­
sonales, constituye la encarnación suprema de la patria
en las monarquías, no resultaba traicionado -—tampo­
co, pues, España—, sino asentado en sitio firme y de
honor, precisamente cuando su trono se bamboleaba en
la península ante la turbulencia liberal. El mismo vi­
rrey, como dijimos, había deplorado ante Iturbide la
congojosa situación del monarca.
Mucho se habló por entonces de una carta secreta
de Fernando V II para Apodaca, fechada en Madrid
el 24 de diciembre de 1820, diciéndole en sustancia:
Mi situación acá es insostenible; me evadiré de Espa­
ña e iré a reinar allá, donde espero encontrar súbditos
más leales. Dícese que Apodaca comunicó esta carta
al marqués del Jaral, dándole instrucciones por si el
rey llegase por Tampico. Así lo aseguró a Odoardo la
marquesa de San Román, hermana del marqués. Y Ala-
mán escribe: “Puede tenerse por una confirmación el
que habiendo yo pedido noticias sobre este punto al
mismo marqués del Jaral, con la timidez propia de su
carácter irresoluto se excusó de dármelas, pero no ne­
gó el hecho". Y agrega otras circunstancias que corro­
boran la sospecha, y copia el texto de la carta que se
publicó después de la prisión de Apodaca, como halla­
da entre sus papeles. (Tomo V , págs. 61 y 6 2 ).
Todo esto lleva a pensar que el plan de Iguala po­
día abrir el campo propicio para los deseos del rey,
que eran también los del leal Apodaca.
Al mismo virrey, además, se le ofrecía la presiden­
cia de la junta provisional gubernativa, dándosele así
el sitio primero mientras venía el monarca.
E l fermento de la independencia estaba en viva ac­
tividad; eran volcanes los espíritus; casi seguramente
hubieran reaparecido rebeliones que prosiguieran, em­
peorándolo, el sistema sanguinario y asolador de la pri­
mera insurrección. En tales momentos, hacer la inde­
pendencia por todos anhelada, pero hacerla breve, ho­
norable y justicieramente, sin ruinas materiales ni mo­
rales, vinculando opiniones e intereses encontrados,
aboliendo el odio y proclamando la unión, asegurando
al rey ibero el cetro mejicano que de otro modo perde­
ría, era beneficiar a Méjico y beneficiar a España.
Así, Iturbide concluía en su carta oficial al virrey:
“Yo no soy europeo ni americano; soy cristiano, soy
hombre, soy partidario de la razón. Conozco el ta­
maño de los males que nos amenazan; me persuado
que no hay otro medio de evitarlos, que el que he pro­
puesto a V. E., y veo con sobresalto que en sus supe­
riores manos eséá la pluma que debe escribir: religión ,
paz, felicidad, o confusión , sa n gre, desolación a la
A m érica Sep ten trio n a l".
El virrey contesta el mismo día a Iturbide su co­
municación oficial, sin haber abierto el sobre que lle­
va su carta particular: “no puedo abrir ni lo abro
— dice—, manifestando a V . S. en solo este hecho
cuanto cabe sobre su anticonstitucional proyecto de in­
dependencia. Espero, pues, que V . S. lo separe inme­
diatamente de sí. .
Don Agustín escribe entonces al mismo Fernando
VII, el 16 de marzo, exponiendo todos los sucesos,
quejándose de que el virrey no se ha penetrado de su
exposición ni dádole respuesta explícita, e invitando
al monarca a aceptar un plan en que se satisface lo de­
bido a la fidelidad y lo requerido por el bien del país.
Con igual fecha y propósito escribe a las cortes espa­
ñolas, concluyendo: “Finalmente, señor, la separación
de la América Septentrional es inevitable: los pueblos
que han querido ser libres, lo han sido sin remedio:
llena está la historia de estos ejemplos, y nuestra ge­
neraciÓn los ha visto recientemente materiales. Hága­
se, pues, señor, si debe ser, sin el precio de la sangre
de una misma familia; salga el glorioso decreto del
centro de la sabiduría y sean los padres de la patria
los que sancionen la pacífica separación de la América.
Venga, pues, un soberano de la casa del gran Fernan­
do a ocupar aquí el trono de felicidad que le preparan
los sensibles americanos, y establézcanse entre los dos
augustos monarcas, en unión de los soberanos congre­
sos, las relaciones más estrechas de amistad, pasman­
do al mundo entero con tan dulce separación”. (Pero
la hora de la convicción no había llegado: ¡cuánto per­
dimos por ello!)
El proceder de Iturbide, pues, aunque reprobable
en su aspecto más obvio, muda notablemente de sem­
blante si se atiende, no sólo a la empresa popular, pa­
triótica, justa y radicalmente excepcional de hacer la
independencia, sino al cúmulo de especialísimas circuns­
tancias que lo esclarecen y cohonestan.
Por lo demás, en caso semejante están muchos cons­
picuos paladines de la independencia hispanoamerica­
na, y entre nosotros Allende, Aldama y Abasólo. T o ­
dos son ensalzados por los deturpadores de Iturbide
que. con menguada parcialidad, en él execran lo que
en los otros subliman. Y los hay que se ensañan con­
tra “el traidor Iturbide”, mientras quieren glorificar
a Guerrero, sin advertir que éste sería entonces simple
cómplice del traidor, pues aprobó su plan y púsose res­
petuosamente a su servicio.
Oigamos la opinión de don Lorenzo de Zavala:
“El tránsito del sistema colonial al estado de in­
dependencia, es, a mi modo de ver, el único caso en
que pudo disculparse a las tropas y jefes nacionales
volver el frente contra el gobierno que los paga y di­
rige. Es tan grande, tan sublime y universal el senti­
miento de nacionalidad, que puede compararse al que
en la esclavitud doméstica tiene constantemente el in­
feliz mortal de quien dispone un propietario. Es, pues,
no sólo disculpable, sino laudable y aprobado por el su­
fragio general, ese abandono de los ejércitos de las
banderas que oprimen su país, para sostener y pelear
bajo el pabellón de sus conciudadanos. Esto han hecho
en todas circunstancias los hombres más patriotas y
distinguidos, cubriendo de gloria su nombre . (E n sayo
H istórico, capítulo 19).
Y escuchemos al propio Zavala, íntimo de Guerre­
ro y adversario político de Iturbide, comentando cómo,
cuando ambos caudillos se concertaron y unieron, Gue­
rrero venció sus naturales recelos ante el enemigo de
antaño, porque "'Iturbide, aunque sanguinario, inspi­
raba confianza por el honor mismo que él ponía en to­
das sus cosas. No se le creía capaz de una felonía, que
hubiera manchado su reputación de valor y de noble­
za de proceder”. (Ensayo Histórico, capítulo 7 ) ...........
He aquí al auténtico Iturbide, pintado por pluma
adversa: valor, nobleza, honor.
Cualquiera opinión que se sustente sobre su pro­
ceder al iniciar la independencia, hay que recalcar que
fue proceder absolutamente único y excepcional en
Iturbide, como era absolutamente única y excepcional
la empresa, y que las características de don Agustín,
sabidas de todos y proclamadas aun por sus enemigos,
eran valor, nobleza y honor.

E L P L A N D E IG U A L A

’C ' L Plan de Iguala, obra personal del Libertador,


es admirable. Proclama las tres garantías funda­
mentales: Religión, Unión, Independencia, simboliza­
das en los tres colores de nuestra bandera y que dan
nombre al ejército trigarante.

R eligión .~ B a s e eterna de moral social, como lo


proclaman todos los pensadores, aun heterodoxos; fuer­
za irreemplazable de dignificación, de cohesión, de ar­
monía nacional; fuente de todo lo grande, generoso y
civilizador que hubo en la Nueva España; amor car­
dinal de todos sus habitantes; fundamento de Hidalgo
y Morelos como de Iturbide; razón primaria del gra­
vísimo descontento por las leyes anticlericales de las
cortes españolas. Esta garantía, con la expresa decla­
ración de que “el clero secular y regular será conser­
vado en todos sus fueros y propiedades”, da al plan un
valor a la vez perpetuo y accidental, y lo hace eminen­
temente venerable y eminentemente popular.
U nión.— Al odio se sustituye el amor. Indios, mes­
tizos, criollos y españoles son por igual ciudadanos de
la patria y forman una sola comunidad cordial. Todos
los habitantes, “sin distinción alguna de europeos, afri­
canos ni indios, son ciudadanos de esta monarquía, con
opción a todo empleo según su mérito y virtudes
— base medularmente popular y democrática— , y sus
personas y propiedades serán respetadas y protegidas ,
seguridad esencial ante el reciente ejemplo de las de­
masías insurgentes.
In d ep en d en cia .^ No con gritos absurdos, no con
falsas declamaciones. La hija llega a la mayor edad, y
se separa del solar paterno para formar hogar propio.
Tiene elementos para valerse por sí misma; quiere go­
bernarse con la prontitud y eficacia que impiden las
lejanías y restricciones de la metrópoli. Pero ama y
venera a sus padres.
Por eso, estableciendo que "su gobierno será mo­
narquía moderada, con arreglo a la constitución pe­
culiar y adaptable del reino", quiere prolongar aquí
la dinastía hispana, y llama al trono a Fernando V II,
o a sus hermanos don Carlos o don Francisco de Pau­
la, o al archiduque Carlos de Austria, o, en último ca­
so, a otro individuo de casa reinante que el congreso
designe, "para hallarnos con un monarca ya hecho, y
precaver los atentados funestos de la ambición,... Asi
la nación nueva nacerá fuerte y respetada, reconocida
por las potencias europeas, y luego, a poco andar, ten­
drá su dinastía nacional.
Mientras llega el monarca, nómbrase una Junta Gu­
bernativa que convocará al congreso que ha de dar
constitución al país, segün las líneas fundamentales
del plan.

M O N A R Q U IA Y R E P U B L IC A

R R O R tan profundo como frecuente es tener pre­


E vención contra Iturbide porque fue monárquico.
E l republicanismo barato que hemos padecido después
en M éjico, ha difundido una literatura risible de la
que se desprende que monarquía equivale a tiranía, y
república equivale a libertad. Hay que abolir tal inepcia.
Monarquías en que se respira verdadera y anchísi­
ma libertad, las ha habido y las hay: ilustres testigos
actuales, entre otros, Inglaterra y Bélgica. Repúblicas
en que se pisotean los derechos de los ciudadanos y
en que la libertad es una diosa tan incensada como
ausente, conocemos muchísimas y las tenemos muy
cerca.

Monarquía y república son formas políticas con


sus ventajas y desventajas cada una; formas que pue­
den ser buenas o malas, según de ellas se use, y con­
venir o no a una nación según su idiosincrasia, su his­
toria, sus condiciones peculiares.

Evidentemente que a M éjico le convenía la monar­


quía cuando se hizo independiente, y los ciudadanos en
formidable mayoría simpatizaban con esa forma rodea­
da de prestigio y a la que estaban acostumbrados. A
un pueblo que jamás se había ocupado en asuntos po­
líticos y que adolece de apatía congénita, lanzarlo de
súbito, sin preparación, sin educación adecuada, a ejer­
cer la plenitud de actividades cívicas que reclama una
república, es error manifiesto. Lo dice la razón y lo
ha confirmado nuestra historia lamentable.
¿Hemos tenido república realmente? Jamás: el pue­
blo no se preocupa por votar; lo hacen algunos parti­
dos organizados por políticos de profesión, casi siem­
pre inmorales y belicosos; el sufragio es una farsa, y
una farsa con sangre cuando no con modorra; sube al
poder —periódicamente abierto a la ambición—, no el
que el pueblo quiere, sino el más astuto o el más au­
daz: casi siempre el jefe de la última revolución. Y
el único tiempo en que hemos vivido pacíficamente y
con progreso, al menos material, fue la época en que
don Porfirio Díaz fue monarca —y no constitucional
sino absoluto— , con nombre de presidente.
Basta, pues, tener ojos para ver que a nuestra con­
formación moral y social convenía el sistema monár­
quico y no el republicano. M ás tarde se hubiera ido
experimentando, gradualmente, si convenía mudar de
sistema.
Iturbide lo vio con clarividencia absoluta: Los re­
publicanos —escribió en Liorna al llegar desterrado—
“fueron mis enemigos porque estaban persuadidos de
que jamás me reducirían a contribuir al establecimien­
to de un gobierno que, a pesar de todos sus atractivos,
no conviene a los mejicanos. La naturaleza no produce
por saltos, sino por grados intermedios. El mundo mo­
ral sigue las reglas del mundo físico. . .; querer de
repente y como por encanto adquirir ilustración, tener
virtudes, olvidar preocupaciones, penetrarse de que no
es acreedor a reclamar sus derechos el hombre que no
cumple con sus deberes, es un imposible que sólo ca­
be en la cabeza de un visionario. ¡Cuántas razones se
podrían exponer contra la soñada república de los me­
jicanos, y qué poco alcanzan los que comparan a la que
se llamó Nueva España, con los Estados Unidos de
América! Las desgracias y el tiempo dirán a mis pai­
sanos lo que les falta. ¡O jalá me equivoque!”
No se equivocó: la genial profecía está cumplida.
Y por eso —comenta admirablemente Alamán —,
“por haber querido establecer con la independencia las
teorías liberales más exageradas, se ha dado lugar a
todas las desgracias que han caído de golpe sobre los
países hispanoamericanos, las cuales han frustrado las
ventajas que la independencia debía haberles procu­
rado”. Y agrega que es muy de notar “que los dos hom­
bres superiores que la América Española ha produci­
do en la serie de tantas revoluciones, Iturbide y Bo­
lívar, hayan coincidido en la misma idea, levantando
el primero en su plan de Iguala un trono en M éjico pa­
ra la familia reinante en España, e intentando el segun­
do llamar a la de Orleans a ocupar el que quería eri­
gir en Colombia”. Pero añade que hay “una diferen-
cía notable en favor del grande hombre mejicano: la
convicción que en Bolívar procedía de una funesta ex­
periencia, era en Iturbide el efecto de una prudencia
previsora". Y adviértase que el historiador que habla
así fue adversario de Iturbide, y no le escatima seve­
ridades y hasta alguna injusticia.
Los Estados Unidos hicieron la independencia con­
servando el sistema de gobierno que tenían: imitarlos
cuerdamente, no era copiar sus instituciones, sino su
norma. La república federal unía allá lo disperso: en
M éjico dispersaba lo unido. Allá invitaba a la paz:
aquí invitaba a la inquietud. Nuestros bisoños republi­
canos de entonces fueron asesorados y hechizados por
el astuto Poinsett, enviado yanqui que servía los ambi­
ciosos intereses de su país, cuyo engrandecimiento pro­
yectábase ya a costa de nuestras divisiones y distur­
bios, hijos naturales de la república federal en Méjico.

E l Brasil, que realizó en 1822 lo que Iturbide an­


helaba, independiéndose bajo el gobierno monárquico
de don Pedro de Portugal, es, con su maravilloso y pa­
cífico florecimiento, un ejemplo de la felicidad que
nuestro Libertador buscaba para M éjico, y que perdi­
mos por seguir quimeras seductoras pero insensatas.
Reconocer esta verdad, no implica actuales deva­
neos de monarquía, que en nadie existen. El sueño mo­
nárquico sería hoy en nuestra patria tan obtuso y fu­
nesto como entonces lo fue el sueño republicano.
L A C A M P A Ñ A D E IN D E P E N D E N C IA

A campaña es digna del plan.


L Reúne Iturbide en su alojamiento de Iguala, el
primero de marzo (1821), a los jefes y oficiales, les
revela su plan y pide su opinión, dando toda garantía
y seguridad para separarse al que disienta. La apro­
bación es unánime y ardiente: en el calor del entusias­
mo quieren forzar a Iturbide para que acepte el nom­
bre y tratamiento de teniente general, Don Agustín
se opone con firmeza, y al fin acepta el título de "pri­
mer jefe del ejército”, pero sin perjuicio de los oficia­
les beneméritos, expresa, "a cuyas órdenes serviría
con la más sincera complacencia en calidad de
soldado”.
El día siguiente, juran con solemnidad el plan de
Iguala, ante el crucifijo y sobre los evangelios, Itur-
bide y todos los oficiales. Y en la plaza del pueblo,
por la tarde, la tropa toda hace el juramento y des­
fila jubilosa bajo la bandera. Iturbide, adelantándose
en su caballo, lanza esta arenga breve y caldeante,
digna de un gran capitán:
"Soldados: Habéis jurado observar la religión ca­
tólica, apostólica, romana; hacer la independencia de
esta América; proteger la unión de europeos españoles
y americanos, y prestaros obedientes al rey, bajo de
condiciones justas. Vuestro sagrado empeño será ce­
lebrado por las naciones ilustradas; vuestros servicios
serán reconocidos por nuestros conciudadanos, y vues­
tros nombres colocados en el templo de la inmortali­
dad. Ayer no he querido admitir la divisa de tenien­
te general, y hoy renuncio a ésta”. (S e arranca y arro­
ja sus insignias de coronel). “La clase de compañero
vuestro llena todos los vacíos de mi ambición. Vuestra
disciplina y vuestro valor me inspiran el más noble
orgullo. Juro no abandonaros en la empresa que hemos
abrazado, y mi sangre, si necesario fuere, sellará mi
eterna fidelidad”.
En tanto, el gobierno se apresta a la lucha. Lanzan
proclamas el virrey y el ayuntamiento de Méjico, y
todas las autoridades a quienes se envían confirman
al punto su adhesión y protestan su apoyo a todo tran­
ce. En algunos sitios se organizan milicias para su de­
fensa. Apodaca abre los brazos ofreciendo indulto am­
plísimo a cuantos se arrepientan, incluso Iturbide. Ha­
ce que escriban a don Agustín su esposa y su anciano
padre, de quienes él es amantísimo, instándole a que
desista. Siendo inútil, el H de marzo lo declara fuera
de la ley, y delito toda comunicación con él. Se orga­
niza el ejército poderoso que ha de combatirlo.
Son angustiosos los mometnos. Iturbide, que afron­
tó la empresa con sólo 2,400 hombres ante los 84,000
del gobierno virreinal, no puede contar siquiera coa
la segura decisión de ese núcleo pequeño. Pasado el ins­
tante de calor, y ante el movimiento realista .en el país,
muchos oficiales, conturbados tal vez por instintos de
lealtad militar, vacilan en el trance, y buscan o apro­
vechan, con sus soldados, la ocasión de volver a las
antiguas banderas. La masonería, muy extendida y
muy influyente en la política, trabaja contra la inde­
pendencia, por apego a la constitución liberal espa­
ñola y la logia de M éjico ordena a Almela, con ame­
naza de muerte, que vuelva sobre sus pasos. Este jefe
español que, con fuerzas importantes, había salido de
Iguala para fomentar el movimiento en Puebla, aban­
dona la causa y protesta fidelidad al virrey. En Aca-
pulco, por el arribo de dos fragatas españolas de guerra,
prodúcece vigorosa reacción realista que cierra a Itur-
bide la puerta para el exterior. La deserción ha redu­
cido sus tropas a la mitad. Las fuerzas de Guerrero
nada valen fuera de sus montañas. Nadie se mueve en
apoyo de su plan. Y al contrario, Márquez Donallo ha
puesto en armas todo el valle de Cuernavaca, y el gran
ejército de Liñán puede arrojarse sobre Iturbide y dis­
persarlo.

En tal aprieto, sálvale su certera resolución de abrir­


se paso rápidamente hacia el Bajío, tierra de más recur­
sos y que le es familiar. Por entonces ve a Guerrero y
comprende que sus fuerzas no le serán útiles en otra
parte, encomendándole que permanezca en el Sur, im­
pidiendo la comunicación de la capital con Acapulco.

Empiezan noticias más favorables: algunas adhe­


siones de diversos puntos, principalmente la de Busta-
mante en Guanajuato y la de Barragán y Domínguez
en Michoacán. Con su maestría para insinuarse y per­
suadir. Iturbide entrevista a Negrete y Cruz, jefes es­
pañoles de gran nombre, y logra la adhesión del pri­
mero y la neutralidad del otro. Unense Bravo, Santa
Anna, H e rre ra ... Iturbide sitia Valladolid y gana
su capitulación. Más tarde la de Querétaro y la de
Puebla. Guadalajara se ha declarado por la indepen­
dencia. Y asi siguen las cosas hasta el triunfo final,
mientras en M éjico hay una injusta insubordinación
contra el noble Apodaca, que es depuesto, sustituyén­
dolo Novella, en tanto que arriba a Veracruz O 'D o-
nojú, nuevo virrey.
Conforta la lectura de esta campaña, hecha con to­
da la hidalguía de las leyes de la guerra, con caballe­
resco pundonor en los contendientes, con honrosas an­
gustias de conflicto moral en los jefes realistas, apre­
tados entre el deber militar y el anhelo patriótico.
Dos rasgos de Iturbide que lo pintan. Mientras si­
tia Valladolid, viene Cela a conferenciar, y al retirar­
se del campamento empieza a llover; Iturbide se quita
su propia capa y la echa en los hombros de su enemi­
go. En Querétaro pasa una visita de cortesía a la es­
posa de Luaces, que defiende la plaza, e informado de
que éste está en cama, va esa misma noche a visitarlo
al cuartel enemigo sin más compañía que un ayudan­
te. Al gritársele el quién vive, contesta: Iturbide. Los
soldados españoles se agolpan a conocerlo, y pasa en
medio de ellos, llenos de asombro y de respeto.—Todo
Iturbide está aquí: don de gentes, diplomacia sagaz,
instinto señoril, amigable hidalguía, valor magnánimo.
No fue esta campaña sólo paseo militar, como sue­
le pensarse, sino empresa de arrojo y con instantes
peligrosísimos, salvada por la inicial decisión del Li­
bertador y por su genio político que, ayudado más tar­
de por la felicidad de los sucesos, pudo convertir en
acciones incruentas los combates, con aquella su her­
mosa obsesión de hacer la independencia sin sangre.
La poca que se vertió fue donde él no estuvo; su pre­
sencia quizá la hubiera ahorrado.

Dar a Guerrero, como algunos quieren, la gloria que


pertenece sólo a Iturbide, es perfidia o necedad. La
concepción, el arranque, la dirección, el término de la
empresa, son obra exclusiva de Iturbide. El suriano es
un colaborador, menos importante que otros. Su méri­
to, peculiar y distinto, es la perseverancia en el antiguo
ideal.

Guerrero remueve el primer obstáculo que se opo­


ne de momento al plan del Libertador, y comprendien­
do que Iturbide puede hacer lo que él no puede, péne­
se generosamente a su servicio. Pero su ayuda posi­
tiva es harto escasa, y cuando el temible Pedro Asen-
sio sale de sus fragosidades, es fácilmente derrotado
y muerto. No obstante, a la generosidad de Guerrero
contesta la generosidad de Iturbide, que atribuye a su
apoyo más importancia de la que él sabe que tiene,
que en la entrada triunfal a la metrópoli lo nombra se­
gundo comandante de la gran división de vanguardia,
y poco después lo asciende a mariscal de campo, con
honores de capitán general de provincia en el rumbo
del Sur. No empañen nuestras miserias aquella doble
generosidad.

TR A TA D O S D E CORDOBA

U A N D O O ’Donojú llega a Veracruz, el 30 de ju­


C nio de 1821, sólo unas cuantas plazas quedan
por el poder virreinal. Lanza una proclama de miras
conciliatorias, y escribe cordialmente a Iturbide, so­
licitando una conferencia que éste concede. Celébrase
en Córdoba, donde recibe a O ’Donojú una lucida escol­
ta trigarante. Cuando llega el Libertador, el pueblo
se ilumina espontáneamente y lo recibe con delirio,
quitando las muías de su coche para conducirlo a
brazos.

Iturbide va inmediatamente a cumplimentar a O ’Do­


nojú y su esposa, y el siguiente día, 24 de agosto, tras
breve conferencia, convienen en los puntos del trata­
do, que redacta el secretario de Iturbide y es aceptado
por O'Donojú, sin variar más que dos expresiones pues­
tas en su elogio.
Los tratados de Córdoba son confirmación del plan
de Iguala, sin otra variación esencial que llamar al
trono, después de Fernando V II o a sus hermanos, a su
sobrino don Carlos Luis, príncipe heredero de Lúea,
y por su renuncia o no aceptación al que el congreso
mejicano designe, sin necesidad de ser individuo de
casa reinante.
O ’Donojú tuvo por todo empeño asegurar el trono
de Méjico a la dinastía española, e hizo en esto lo más
y mejor que las circunstancias le permitieron en be­
neficio de su patria, quedando el tratado sujeto a la
aprobación de las cortes españolas.

Desde el punto de vista mejicano, la variación im­


plicaba inteligente y patriótica previsión, pues no acep­
tando los príncipes hispanos, era evidentemente mejor
tener libertad para elegir, que verse constreñido a an­
dar mendigando, estérilmente quizá, un principe ex­
tranjero. Parece que don Antonio Pérez, el célebre
obispo de Puebla —ciudad donde ya a la entrada de
Iturbide se oyeron aclamaciones de V iva Agustín I —,
le sugirió esta conveniencia. Más adelante juzgare­
mos de las intenciones de Iturbide.

E N T R A D A T R IU N F A L

E S P U E S de algunas contestaciones entre O 'D o-


D nojii y Novella, éste entrega el mando y el ejér­
cito trigarante se apresta a ocupar la metrópoli.
Iturbide solicita la generosidad de los ciudadanos
para remediar al ejército, que anda deplorable de ves­
tuario y calzado. Y al ejército, recomendándole el in­
tachable comportamiento que ha de observar al ocu­
par la plaza, le dice: “No os aflija vuestra pobreza y
desnudez: la ropa no da virtud ni esfuerzo; antes bien,
así sois más apreciables, porque tuvisteis más calami­
dades que vencer para conseguir la libertad de la
patria".
El 27 de septiembre de 1821, aniversario del nata­
licio de Iturbide, hace el ejército trigarante su entra­
da triunfal a la metrópoli. Dieciséis mil hombres, la
mitad de caballería, avanzan en marcial formación.
Iturbide a la cabeza, sin distintivo alguno, los jefes al
frente de sus divisiones. Por la calzada de Chapulte-
pec, el Paseo Nuevo (hoy Bucareli) y San Francisco,
llegan al extremo de esta avenida donde hay un arco
triunfal. Detiénense, y el alcalde Ormaechea entrega
las llaves de la ciudad a Iturbide, que baja del caba­
llo para recibirlas y las devuelve con estas nobles
palabras:
"E stas llaves, que lo son de las puertas que única­
mente deben estar cerradas para la irreligión, la des­
unión y el despotismo, como abiertas a todo lo que
pueda hacer la felicidad común, las devuelvo a vuestra
excelencia, fiado de su celo que procurará el bien del
público a quien representa”.
Monta Iturbide, llega al palacio nacional, donde lo
esperan O ’Donojú y otras autoridades, y sale él al
balcón, donde ve desfilar al ejército, saludando con vi­
va cordialidad a jefes, oficiales y aun soldados: cono­
cía y amaba a los suyos, que le amaban también y co­
nocían. V a luego con las autoridades al solemne T e
Deum que se canta en la catedral, soberbiamente ilu­
minada.
Todo está engalanado; los colores trigarantes bri­
llan en las colgaduras de las casas y en los atavíos de
las mujeres; la ciudad entera se ha echado a la ca­
lle; se agolpa el pueblo al paso del ejército, y aclama,
en el delirio del júbilo, a su Libertador; rostros y cora­
zones están de fiesta; todos se sienten libres y herma­
nos, radiantes y como asombrados todavía de que sea
realidad el sueño tan largamente acariciado y tan di­
fícil. Día grande, día puro, día máximo de la patria.
¡Los que lo vieron nunca lo olvidaron!

H O N O R E S Y E L E C C IO N E S

E ha instalado la Junta Gubernativa de la que es


S individuo O ’Donojú, compuesta de 38 personas
elegidas con generoso criterio por Iturbide, llamando
—escribe él mismo y lo confirman Alamán, Zavala y
Bocanegra—, “a aquellos hombres de todos los par­
tidos que disfrutaban cada uno en el suyo el mejor
concepto, único medio en estos casos extraordinarios,
de consultar la opinión del pueblo”. Aun antes de su
instalación, la Junta en las sesiones preparatorias ce­
lebradas en Tacubaya, a moción de don Agustín, se
ocupa, con honrosa premura, del reconocimiento y pa­
go de las deudas públicas, no sólo de las contraídas
por el movimiento independiente, sino de las del go­
bierno anterior.
La adoración nacional para Iturbide —que ahora
pocos imaginan— , desborda en las clases altas de la
Junta con un diluvio de honores, como había desborda­
do en las clases populares con las aclamaciones de la
víspera. E l 28 de septiembre se decreta el acta de In­
dependencia del Imperio Mejicano, redactada por don
Juan José Espinosa de los Monteros, en que se llama a
Iturbide "genio superior a toda admiración y elogio,
amor y gloria de su patria". Se le elige presidente de
la Junta (poder legislativo) y quiérese nombrarle tam­
bién de la Regencia (poder ejecutivo), pero alguien
observa que quedarían en unas solas manos ambos po­
deres, y entonces se designa al obispo de Puebla para
presidente de la Junta, quedando Iturbide de la Regen­
cia. Pero se le da, además, pleno señorío sobre el ejér­
cito, nombrándole generalísimo y almirante, empleos
creados para él, pues deben cesar a su muerte. A su
padre se le otorgan honores y sueldo de regente, mues­
tra de lo arraigado de las costumbres monárquicas,
que ligan a la familia la gloria personal. Y a otra mues­
tra hubo antes, cuando la esposa del Libertador fue
recibida y aclamada como reina al llegar a Morelia,
huyendo de los desastres que se temían en el sitio de
M éjico.

Decrétase también un presente para Iturbide de un


millón de pesos, y de veinte leguas en cuadro de te­
rrenos nacionales en T ejas: don Agustín, con desinte­
rés ejemplar, renuncia a ambos premios. Asígnasele
sueldo de diez mil pesos mensuales a correr desde el
24 de febrero en que proclamó la independencia, pero
él renuncia, a favor del ejército, lo que toca a los me­
ses vencidos.

Tuvo Iturbide grandes intuiciones políticas. No só­


lo se revelan en su obra maestra y dilectísima, el plan,
de Iguala, sino en varios momentos de su gobernación.
Al convocarse a elecciones para el congreso, piénsase
seguir el sistema español; pero Iturbide presenta una
proposición que desgraciadamente no es aceptada en
su esencia; de lo cual resultaron elecciones deficien­
tes, en que influencias o intrigas, favorecidas por un
alquitarado voto indirecto, empañan la verdadera vo­
luntad popular: y esto originó, en última resonancia,
las dificultades con el congreso, su disolución y los
trastornos que precipitaron la caída de Iturbide, en
que “él y su obra sucumbieron al mismo golpe", para
desdicha nacional.

Monseñor Banegas, obispo de Querétaro, histo­


riador egregio por la erudición, la imparcialidad y el
juicio, dice en su obra novísima, que era el ahinco de
Iturbide "que el congreso fuera la verdadera repre­
sentación nacional, por estar en él representados, en la
proporción que en la nación existen, todos los intere­
ses de ella, y por haberse nombrado los diputados me­
diante el voto directo". Y agrega: "Cuando se han me­
ditado los profundos estudios sobre el régimen repre­
sentativo últimamente publicados en Europa por in­
signes sociólogos, sobre todo belgas, que lo estudian
no desde el falso idealismo rusoyano, sino apoyándose
en la fría realidad de la sociedad humana, se admira
uno de que el coronel del regimiento de Celaya, en
1821, cuando todo era democracia igualitaria y pacto
social, hubiera comprendido el verdadero problema que
ese régimen entraña, y propuesto una solución que es,
en el fondo, la aceptada por todos los sociólogos mo­
dernos con el nombre de representación proporcional”.
(Historia de Méjico, tomo II).

IT U R B ÍD E E M P E R A D O R

L 13 de febrero de 1822, las cortes españolas re­


E chazan categóricamente los tratados de Córdo­
ba, resolución lamentable para España, que pierde así
irreparablemente su influencia en este vasto imperio,
y lamentable para México, porque malogra el óptimo
plan de Iguala y abre el camino a agitaciones, perple­
jidades y discordias.

Ante la no aceptación española, toca al congreso,


como expresamente lo estipula el tratado de Córdoba,
elegir a quien crea digno para la corona. Pero los
diputados borbonistas insisten en que sea individuo de
la familia real; los pocos republicanos pretenden —no­
toriamente sin razón— , que se declare nulo el trata­
do y se haga asunto de discusión la forma de gobier­
no que ha de adoptarse; los iturbidistas ven engrosar
sus filas y toda la nación se regocija por la posibili­
dad de hacer emperador a don Agustín, viejo plan
que ya dos veces ha impedido Iturbide, Porque éste
y sus amigos más capaces comprenden bien que un
monarca no se improvisa y que su exaltación va a
atraer envidias y malevolencias.
Pero es urgente organizar el gobierno definitivo
del país; los distintos partidos se agitan, acentúanse
las diferencias, las ambiciones apuntan, fácilmente sur­
girán movimientos con derivaciones anárquicas. . .
Los iturbidistas determinan precipitar los aconte­
cimientos para lograr su ideal y afianzar el orden. "N o
hay ni indicio ni testimonio autorizado —dice Mons.
Banegas— para afirmar que él mismo (Iturbide) hu­
biera preparado su proclamación. Sin duda lo que Ala-
mán dice es la verdad: se prestó a las miras d e los que
querían encum brarlo, y dejó que sus amigos hicie-
ti
ra n . . .
Don Luis Gonzaga Cuevas, contemporáneo de in­
corruptible probidad, vaticinador penetrante de E l Por­
venir d e M éjico, escribe: "N o es seguro que Iturbide
estuviese resuelto a representar la monarquía, ni aun
después de saberse que España no aceptaba el tratado
de Córdoba. Los que lo trataron íntimamente, convie­
nen en que comprendía bien las dificultades de estable­
cerla y conservarla, de la situación violenta en que iba
a colocarse y, sobre todo, de la poca armonía que guar­
daba este plan de engrandecimiento con la gloria que
había alcanzado. Lo más probable es que, dudando
del partido que debía tomar, y siendo importunado por
tantos hom bres.. . dejaba correr los sucesos esperan­
do que lo condujeran sin violencia a la elevación
proyectada”.
Los iturbidistas, pues, mueven las tropas y el pue­
blo de la capital, y la noche del 18 de mayo el sargento
Pío Marcha y sus colegas del regimiento de Calaya se
lanzan a la calle gritando vivas a Agustín I. Júntanse-
les pronto muchos cuerpos y numeroso pueblo, genera­
lízase el movimiento, se ilumina la ciudad, óyense co­
hetes, tiros, salvas, vivas, música, repiques de todas las
campanas. . . La señal ha sonado, y toda la metró­
poli secunda entusiasmada la aclamación por que an­
helaba. Los antiiturbidistas se esconden temerosos, pe­
ro no hay el más leve desorden,
Iturbide está en su casa, de tertulia con el ministro
Herrera, el general Negrete y otras amistades. La mu­
chedumbre se ha congregado enfrente aclamándolo em­
perador. Don Agustín consulta a los presentes, y uno
de ellos —que Zavala afirma fue Herrera—, dícele:
“Se considerará vuestro no consentimiento como un in­
sulto, y el pueblo no conoce límites cuando está irri­
tado”. Habla entonces Iturbide a la multitud mostranr
do su agradecimiento, pero exhortándola a que se so­
meta a la resolución del congreso, y así vuelve a ha­
blarle varias veces en el curso de la noche, a la vez
que hace por escrito igual exhortación que se publica
en la madrugada. Llama al punto a los demás regen­
tes, a varios generales, al presidente del congreso don
Francisco Cantarines y otros diputados para consul­
tarles. Se le aconseja que ceda a la voluntad general,
y los jefes y oficiales, entre ellos Echávarri y Negrete,
mandan una exposición al congreso ofreciendo ocu­
parse de conservar el orden y rogando que la asam­
blea delibere urgentemente sobre la aclamación de Itur-
bide para emperador.
Reúnese el congreso a las siete de la mañana si­
guiente. Una muchedumbre de pueblo y de soldados
francos rodea la cámara, vitoreando sin tregua a Itur-
bide emperador. Pide el congreso a la regencia que
calme el tumulto: responde la regencia que no está en
su mano hacerlo; acuerdan entonces los diputados in­
vitar al mismo Iturbide para que asista a la sesión, juz­
gando que asi tendrán orden y podrán deliberar
libremente.
Llega Iturbide a la una y media de ia tarde; el pue­
blo ha desuncido las acémilas y tira de su coche. Al
penetrar don Agustín al salón, un alud de gente preci­
pítase tras él. Habla recomendando silencio, compos­
tura y sujeción a lo que el congreso resuelva, en lo
que él dará ejemplo. La sesión se desenvuelve tempes­
tuosa; pero aunque las condiciones nada tienen de pro­
picias, se hacen las deliberaciones con libertad y cada
grupo sostiene sus opiniones características.
Y es don Valentín Gómez Farias, reputado precur­
sor del partido liberal, quien dice, en la proposición que
presenta — firmada por él y cuarenta y seis diputados
más—, estas palabras categóricas que pueden dar luz
a muchos ofuscados de hoy:
"E l grande y memorable acontecimiento que se nos
ha comunicado el día de hoy, lo tenía preparado el mé­
rito singular del héroe de Iguala. Su valor y sus vir­
tudes lo llamaban al trono; su modestia, su desinterés
y la buena fe en sus tratados lo separaban.
“Si la soberbia España hubiera aceptado nuestra
oferta; si Fernando V II no hubiera despreciado los
tratados de Córdoba; si no nos hiciera la guerra ni hu­
biera provocado a otras naciones a que no reconocieran
nuestra emancipación, entonces, fieles al juramento y
consecuentes a nuestras promesas, ceñiríamos las sie­
nes del monarca español con la corona del imperio de
M éjico; pero rotos ya el plan de Iguala y tratados de
Córdoba, como es bien constante por documentos in­
dubitables, yo me creo con poder, conforme al artícu­
lo tercero de los mismos tratados, para votar por que se
corone al gran Iturbide, y entiendo que V . M. se
halla igualmente autorizado.

“Señor: confirmemos con nuestros votos las acla­


maciones del pueblo mejicano, de los valientes genera­
les y de los oficiales y soldados beneméritos del ejér­
cito trigarante; y así recompensaremos los extraordi­
narios méritos y servicios del Libertador de Anáhuac,
y conseguiremos al mismo tiempo la paz, la unión y la
tranquilidad que, de otra suerte, acaso desaparecerán
de nosotros para siempre”.
La proposición se aprueba por sesenta y siete votos
contra quince, que desean la previa consulta a las pro­
vincias. Han faltado algunos diputados, temerosos tal
vez de que no haya garantías para deliberar. Pero a
la sesión siguiente, del 21 de mayo, concurren ciento
seis, que por unanimidad aprueban el decreto respecti­
vo. Y publica el congreso un manifiesto declarando
que ha elegido emperador a Iturbide, "porque habien­
do sido el Libertador de la nación, sería el mejor apoyo
para su defensa; porque así lo exigía la gratitud na­
cional; así lo reclamaba imperiosamente el voto unifor­
me de muchos pueblos y provincias, expresado antes
de ahora, y así lo manifestó de una manera clara y evi­
dente el pueblo de M éjico y el ejército que ocupaba la
capital”.

M ás tarde, sublevadas las pasiones faccionarias,


querrá el congreso declarar nula la elección atribuyén­
dola a violencia; pero los hechos y palabras anteriores
patentizan lo contrario. (V éase sobre esto a Mons. Ba-
negas, tomo II, págs. 128-129).

La noticia se esparce por la nación levantando un


regocijo universal. “A los pocos días —confiesa Bo-
canegra, adversario de Iturbide—, comenzaron a lle­
gar contestaciones y felicitaciones no sólo de cada di­
putación provincial, sino de todos los ayuntamientos,
autoridades, jefes, cuerpos militares, comunidades y
personas sin carácter público, de suerte que la ratifi­
cación que se hizo de la elevación verificada por el con­
greso fué tan completa, tan unánime, que puede decirse
sin exageración que de cada mil habitantes de la nación,
apenas habría uno que no hubiera expresado su asen­
so y hasta su regocijo por el advenimiento al trono del
generalísimo Iturbide”. (M em orias para la historia d e
M éjico independiente, tomo I, pág. 6 6 ).

Recordemos que el célebre P en sad or M ejican o, vi­


vamente identificado con la primitiva insurgencia, es­
cribía el 29 de septiembre de 1821, a raíz del triunfo
y dirigiéndose públicamente a Iturbide: "S i no es V . E.
emperador, maldita sea nuestra independencia. No que­
remos ser libres si V . E. no ha de estar al frente de
sus p a isa n o s... V . E. hará muy bien en no aspirar
a la corona, y la patria hará muy mal si no ciñe con
ella sus heroicas sienes”. Y al ser electo emperador
don Agustín, publicaba E l P en sad or su periódico po­
lítico E l A m igo d e la paz y d e la p a t r i a en que recor­
daba con gozo sus antiguos presagios y deseos, y cómo
"en los días 27, 28, 29 y demás inmediatos de septiem­
bre (1821), la opinión más común y aun casi genera­
lizada, no era otra sino de que se coronara al señor
Iturbide”, y "ya en todos o los más pueblos y ciudades
por donde había transitado el Primer Jefe del E jérci­
to Trigarante lo habían aclamado Agustín I, Empe­
rador de M éjico”; y comentando los sucesos recientes,
hacía constar la espontaneidad y el delirante fervor
con que pueblo y ejército proclamaron emperador a
Iturbide, y cómo éste se empeño en resistir y en aquie­
tar a la muchedumbre, pero tuvo que plegarse al cla­
mor popular. "¿Qué arbitrio le quedaba al Generalísi­
mo para no admitir la corona, ni al congreso para sos­
tener su dignidad contra un pueblo alarmado, empe­
ñado en coronar a su Libertador, y además sostenido
por las tropas? Entiendo que si se empeña el Genera­
lísimo en renunciar y el congreso en sostener su re­
nuncia, no queda un diputado vivo; pero ni tampoco
Su Alteza”.
Y véanse las palabras que Guerrero escribía a don
Agustín, en carta del 4 de junio (1822), después de
contarle cómo se había celebrado en Tixtla su procla­
mación; “Nada faltó a nuestro regocijo, sino la presen­
cia de Vuestra M ajestad Imperial; resta echarme a sus
imperiales plantas y el honor de besar su mano, pero
no será muy tarde cuando logre esta satisfacción, si
V . M. I. lo permite. . . Esta es contestación a la muy
apreciable carta de V . M . I. de 29 del próximo pasado
mayo con que me honró, presentándole de nuevo mi res­
peto, mi amor y eterna gratitud. Creo haber dado prue­
bas de estas verdades y me congratulo de merecer la
estimación de V . M . I., en quien reconoceré toda mi
vida mi único protector”.
“Este lenguaje sumiso del más representativo de
los caudillos de la independencia —comenta García
N aranjo—, desbarata la leyenda de que Iturbide trai­
cionó los ideales insurgentes”. Y agrega que don Agus­
tín “no violó las leyes establecidas ni hizo nada que
mereciera no digamos la execreción, pero ni siquiera
el reproche de la posteridad”. (Discurso pronunciado
en San Antonio, T ejas, el 27 de septiembre de 1921).
En cuanto al general Bravo, a quien Iturbide nom­
bró su consejero de Estado, “tomó con tanto calor la
causa de la monarquía de Iturbide —escribe Bulnes— ,
que llegó a proponer en el Consejo de Estado la pena
de muerte para los conspiradores contra el trono”.
(L a guerra d e in depen den cia. H id alg o-I tur bid é) .
Queda, pues, probado con testimonios irrecusables,
lo que proclama el mismo Bulnes: Iturbide fue em­
perador por la voluntad unánime del pueblo”.
Su coronación se efectúa solemnísimamente en la
catedral de M éjico, el domingo 21 de julio de 1822.

E L A M B IC IO S O

E aquí, examinada con imparcialidad, a lo que


H se reduce la acreditada especie de la ambición
de Iturbide:
Está arraigadamente convencido de que conviene
a M éjico la monarquía.
Al iniciar su empresa no piensa ni por asomo en
la corona, pues herméticamente se cierra la puerta en
el plan de Iguala, y explícitamente dice que lo hace
"para precaver los atentados funestos de la ambición".
En Córdoba abre la puerta que cerró en Iguala, pe­
ro esto, ya se dijo, es previsión inteligente y patrió­
tica. Sin duda entrevió entonces con complacencia un
trono levantado por el amor de su pueblo, noble imán
que al más austero habría cautivado; “pero también
nos parece cierto —dice Mons. Banegas— , que Itur-
bide, aun cuando había allanado el camino para subir
al trono, no estaba resuelto a recorrerlo a todo trance;
pues impidió que se le proclamara emperador el 27 de
septiembre y el 27 de octubre de 1821, ocasiones so­
lemnísimas y tiempo muy a propósito para hacerlo,
porque para todos era entonces un gen io superior a
toda adm iración y elogio, am or y gloria d e su patria,
aun no habían sobrevenido las divisiones, la Junta le
daba poderes y riquezas de monarca, y la nación ente­
ra, sin distinción de clases, lo aclamaba con entusias­
mo: circunstancias todas que habrían cegado a un am­
bicioso vulgar, pero que no alucinaron a don Agustín,
que veía los peligros que la empresa entrañaba en sí y
los que traían consigo las circunstancias. No, no era un
ambicioso vulgar, ni lo dominaba, como al rey de Sha­
kespeare, la obsesión de la corona”.

Rehusado el trono de M éjico por los príncipes his­


panos, la opinión avasalladora del país designa a Itur-
bide para ocuparlo. Aun sus mayores enemigos re­
conocen que él es el único capacitado: “¿Quién podía
disputarle los títulos gloriosos que le daban sus in­
mensos servicios? —exclama don Lorenzo de Zava-
la— . La grandeza de éstos suplía en cierta manera, los
respetos que se tributan a los nombres históricos y he­
reditarios”. (E n say o histórico, I, 241).

La dilación hubiera traído graves disturbios. El


puede evitarlos y se siente con el deber de hacerlo:
"Tom é a mi cargo —dice— la independencia de la
patria; el término de esta empresa es verla constituida;
mientras esto no llegue, soy responsable del éxito”.
Acepta, pues, la corona.,
No es esto caer en el candor de que “su determina­
ción haya sido tan pura y limpia, que en ella no ha­
ya influido el halago que naturalmente tienen la gran­
deza y el mando — dice el limo. Sr. Banegas— ; lo que
afirmamos es que quiso la corona, no simplemente por
engrandecerse, sino por concluir la obra comenzada
en Iguala, de formar la patria .
Y la prueba incontrovertible y decisiva es su glo­
riosa abdicación. En cuanto cunde la discordia y el
ejército empieza a defeccionar, renuncia por no de­
rramar sangre de hermanos, excelso afán que cumple
desde Iguala hasta el fin; renuncia precisamente para
que no se diga que se hace la guerra por su ambi­
ción. No renuncia por impotencia: “aun tenía armas y
opinión, y sus enemigos temblaban en presencia suya” ,
confiesa rotundamente Zavala. “No lo hice por miedo
de mis enemigos: a todos los conozco y sé lo que va­
len”, escribe luego él mismo con justa arrogancia.
Esta no es la conducta de un ambicioso: es la de
un abnegado y un patriota.
Así lo decía el 27 de septiembre de 1841 don José
María Lafragua, ministro que fué de Comonfort, Juá­
rez y Lerdo: “Iturbide, como general y como liberta­
dor, es igual a Bolívar y a W áshington; si es menos
que Napoleón como emperador, es indudablemente su­
perior a estos tres. El día 20 de marzo de 1823, abdi­
có en Tacubaya una corona que podía haber conser­
vado fácilmente. Bolívar usurpó el mando y no supo
dejarlo; Napoleón abdicó dos veces, por fuerza, por­
que toda la Europa se había conjurado contra él; W ash ­
ington no se halló en este caso . . . Iturbide, pues, apa­
rece solo, dando este ejemplo noble de heroicidad, des­
pojándose del poder supremo voluntariamente y por
un acto puro de patriotismo. . . "
Como quiera que se opine sobre los juicios y el
paralelo que establece Lafragua, su alabanza para Itur-
bide no puede ser ni más categórica ni más significa­
tiva.

P O R Q U E C A Y O IT U R B ID E

qué cayó Iturbide, si tenía la adhesión y


el amor de su pueblo, y era sin disputa el más
idóneo para gobernarlo? Por un complexo de circuns­
tancias que pueden quizá resumirse en nuestra eterna
razón: una minoría activa y audaz que se impone a
una mayoría pasiva y cautelosa. Porque toda la lu­
cha fue entre unos pocos políticos y militares: el país
permaneció sentado en su perpetua butaca de es*
pectador.
El congreso que, merced a las deficientes eleccio­
nes, recibe en su seno —al lado de hombres de valía—
muchos elementos de discordia, empieza queriéndose
arrogar todos los poderes y reservándose el título de
M ajestad . Imbuidos en Rousseau y Benjamín Constant,
deslumbrados por la revolución francesa y la repúbli­
ca norteamericana, casi todos los diputados, de buena
o de mala fe, sueñan con importaciones ilusorias y ven
como despótica cualquiera orientación opuesta a aque­
llas normas. "L a experiencia es ninguna, la ciencia po­
ca, la intolerancia política infinita".
El influjo yanqui sopla. “Pronto habrá de abando­
nar Iturbide la aspiración al poder hereditario, y de
no hacerlo así, será destronado y derrotado”, escribe
Monroe a Jefferson el 25 de agosto de 1822. Poco
antes ha nombrado agente confidencial en M éjico a
Poinsett que, cargado de prejuicios protestantes, re­
publicanos y sajones, no puede entender a un país ca­
tólico, monárquico y latino; que, conviviendo con los
enemigos de Iturbide y haciendo un viaje de tres me­
ses, escribe sobre M éjico impresiones apresuradas, fac­
cionarias y plagadas de errores; que en las logias yor-
quinas atiza la animosidad para el emperador, "no se
descuida de sembrar ideas republicanas y de presentar­
nos como modelo las leyes de su patria”, dice Tornel,
y que, empleando todo el día en conferenciar con los
diputados presos, escribe luego que "están sobremanera
alarmados porque temen que enviemos una misión a
la corte imperial, y que con nuestro reconocimiento de
un usurpador demos fuerza moral a la usurpación".
(N o tes on M éxico, página 69. Londres, 1825). Y estas
informaciones —expresa Zavala, intimo de Poinsett—-,
norman la política de Estados Unidos. Y a se imagina­
rá cuál sería la política.

Por otra parte, "las logias del rito escocés —infor­


ma Bocanegra—, trabajaban con actividad y . . . dis­
ponían en sus tenidas lo que había de proponerse al
congreso y lo que debía acordarse por su mayoría”.
( M em orias, II, 3 9 ).
En fin, el congreso maquina constante y solapada­
mente contra Iturbide para poner tropiezos a su go­
bierno, irritar a don Agustín y precipitarlo. En ocho
meses nada hace de constitución, objeto fundamental
de la asamblea; nada de hacienda, cuando la penuria
del erario es problema pavoroso.
"E l congreso procuraba enervar todas aquellas dis­
posiciones que pudieran ser más favorables a Iturbi-
de; trabajaba lentamente la co n stitu ció n ..." confie­
sa Rocafuerte, acérrimo enemigo de don Agustín. (B o s­
q u ejo ligerísim o d e la revolución d e M éjico, pág. 164).
Y Fray Servando Teresa de Mier proclamará solem­
nemente en el segundo congreso constituyente: "si
hasta entonces nos habíamos resistido a dar una cons­
titución, aunque Iturbide nos la exigía, fue para no
consolidar su trono".
Asamblea que falta así, obstinadamente y a sabien­
das, a sus deberes elementales, trocándose de rue­
da de un organismo gubernamental en obstáculo cons­
pirador contra él, ha levantado una masa de protestas
pidiendo su disolución —que los militares solicitan eje­
cutar como un honor—, y ha caído en absoluto des­
prestigio. "¿Qué causas, señor, nos han conducido al
estado en que nos hallamos? ¿Cómo ha Venido este con­
greso a caer en tanto descrédito?”, exclama Zavala en
un discurso del 25 de septiembre, proponiendo que el
congreso se reforme a sí mismo, y el día 3 anterior el
diputado Andrade ha pedido que “se disuelva el con­
greso, quedando una diputación”: porque ya la cáma­
ra había conocido “la posición que guardaba, y al mis­
mo tiempo advertía que cuando al cuerpo legislativo
se le retiraba el prestigio, éste aumentaba respecto del
emperador", confiesa claramente Bocanegra. {'Memo­
rias, I, 8 0 ).
Así las cosas, congrega Iturbide en su casa a un
grupo numeroso para consultarle qué se debe hacer con
el congreso; están los consejeros de Estado, los minis­
tros, más de setenta diputados, varios generales pro­
minentes: se discute cuatro horas, y se nombra, para
presentar un dictamen en la sesión siguiente, a los mi­
nistros Herrera y Domínguez y los diputados Zava-
la y Bocanegra. Este se había mostrado defensor de
la cámara. Al salir, como él mismo lo refiere en un
párrafo que revela a Iturbide, lo llevó el emperador a
su gabinete, y le dijo:

“Señor Bocanegra: He llamado a usted para ma­


nifestarle que no me ofenden las opiniones, sino el
que se emitan con odio; voy a mostrarle a usted, por­
que conozco su intención y buena fe, una verdad que
no conoce, para que se penetre de la razón con que
obro”. “Sacó de una gaveta un legajo de papeles, que
vi, y que contenían representaciones de varias autori­
dades, generales, jefes y cuerpos del ejército y de la
guarnición de Méjico, todas reducidas a pedir expresa
y claramente la disolución del congreso”. ( M em orias,
I. 9 2 ).
El dictamen de los comisionados es que se reduzca
el número de diputados, de 150 que son, a 70; pero sal­
va su voto Bocanegra, que quiere que el mismo congre­
so resuelva. Aunque la mayoría en la reunión aprueba
lo primero, Iturbide intenta lo segundo; pero ante la
oposición de la desprestigiada cámara, decreta y se
ejecuta su disolución, el 31 de octubre de 1822, cosa
que a nadie conmueve, como Zavala testifica.
La representación nacional se conserva en una Jun­
ta Instituyeme que el gobierno designa con imparcial
criterio, excluyendo a los sistemáticamente obstruccio­
nistas, pero dejando a diputados independientes y de
valer, como el mismo Bocanegra, Zavala, el insurgente
Argándar, Becerra, Guridi y Alcocer, etc. Y de he­
cho la Junta se opone a varios designios de Iturbide
y él respeta sus determinaciones. Los objetos princi­
pales de la Instituyente son; convocar a elecciones pa­
ra un nuevo congreso constituyente, formar el proyec­
to de constitución que ese congreso ha de discutir, ex­
pedir una ley de hacienda provisional y legislar sobre
los asuntos urgentes.
No movieron, pues, a Iturbide, propósitos de des­
potismo, sino de salvación nacional. Don Agustín tra­
tó siempre de limitar el poder y limitárselo: al triunfo
de la independencia sujétase inmediatamente a la Jun­
ta Gubernativa; luego al congreso, de quien solicita con
instancia el freno constitucional; luego a la Junta Ins-
tituycntc. Y precisamente al instalarla el 2 de noviem­
bre, dice un notable discurso en que, aludiendo al ab­
soluto poder de que el Congreso se había investido, pro­
nuncia estas palabras:
“La autoridad tan poderosa que no tiene sumisión
a ley alguna ni admite otra que la que quiera a sí mis­
ma prescribirse, obra indudablemente por su arbitrio,
y esta idea es tan característica y peculiar del despotis­
mo, como incongruente y repugnante a la de un gobier­
no moderado. Entre hombres, el mayor poder es una
predisposición al mayor abuso, porque es muy difícil
que el que puede hacer todo lo que quiere, no quiera
hacer más de lo que debe; y si respecto de un solo
hombre o entre pocos, es imprudencia fiarse a la mera
presunción de una moderación virtuosa y voluntaria,
entre muchos, nada hay que pueda inspirar semejan­
te confianza”.
Durante la campaña de independencia, en que Itur-
bide obra solo, todo marcha bien y merece la aproba­
ción nacional. Sus desaciertos de gobernante se deben
en gran parte, sin duda, a su embarazosa posición en­
tre la energía y unidad con que conviene obrar, y el
deseo de no aparecer absolutista: así, se le ve a veces
vacilante, pasando de una medida vigorosa a una ate­
nuación de debilidad. Pudo fácilmente erigirse en dic­
tador, y quizá hubiera entonces salvado al país; pero
no quiere faltar a su palabra ni dar pretexto a que lo
tachen de ambicioso.
Añádanse las trabas perpetuas del congreso, que
imposibilitan todo funcionamiento normal, dificultan lo
más simple y ahogan al gobierno en las miserias del
erario, orillándolo a última hora a medidas extremas,
como la deplorable ocupación de la conducta para V e-
racruz. Súmense el influjo yanqui, la natural inexpe­
riencia, la libertad en que se deja a los enemigos para
atacar al gobierno y esgrimir el ridículo —muy fácil
de explotar a costa de princesas flamantes y grandes
títulos acabados de hacer— , y se comprenderá la si­
tuación.
A Iturbide no le venía grande la corona: podía con
ella: el ridículo no llegó a él, sino a sus próximos. Pe­
ro hay un elemento misterioso e irreemplazable; el tiem­
po, la tradición, la estirpe. Un rey no se improvisa;
Iturbide lo sabía bien, y por eso quería en su plan de
Iguala que nos encontráramos "con un monarca ya he­
cho”. El mismo extraordinario Napoleón fracasó en
la empresa, y con su lúcida mirada veía por qué: ‘‘¡Ah,
si yo hubiera sido mi nieto!” — exclamaba.

IT U R B ID E , G O B E R N A N T E

O N todo, el gobierno de Iturbide resulta ejemplar,


C y quizá habríase consolidado, para bien del país,
sin la oposición sistemática del congreso y las intri­
gas que medraban a su sombra.
Iturbide gobernante, sintió la magnitud de sus de­
beres, y se levantó a su altura. Obró en todo con gran­
deza de miras. No supo de rencor, no conoció la en­
vidia. Llamó a su gobierno a toda gente útil, sin distin­
ción de partidos. Perdonó a sus enemigos con magnani­
midad excesiva. "Jamás desmintió, por ningún acto de
crueldad, la protesta que había hecho de respetar la
sangre de sus conciudadanos”, atestigua Zavala.
Su desinterés incomparable le llevó a renunciar, no
sólo al millón de pesos y los grandes terrenos que se
le otorgaron como premio nacional, sino a medio mi­
llón —en beneficio de la minería—, sacado del millón
y medio de pesos con que se dotó su casa imperial; y
del resto sólo tomó una pequeñísima parte.
Aun en lo personal, luchó contra su carácter im­
petuoso y logró vencerlo en muchas ocasiones dignas
de ira; y "en su vida privada —recuerda Bulnes— ma­
nifestó siempre, mientras fue gobernante, gran pureza
y dignidad de costumbres”.
"E ra amigo de la gloria —dice, a pesar de su se­
veridad, don José Joaquín Pesado—; deseaba sincera­
mente hacer la felicidad de su patria; apreciaba el mé­
rito ajeno donde quiera que lo encontraba;. . . su ca­
rácter, inteligencia y prendas personales, lo hacían muy
superior a sus enemigos”.
He aquí algunos sucesos principales durante el go­
bierno de Iturbide: Frustrada conspiración republicana
de Victoria y otros. Voluntaria adhesión de Yucatán y
Guatemala al imperio mejicano. Sedición de las tropas
españolas capituladas que habían quedado en el país.
bajo la inspiración de Dávila, exgobemador de V e ­
racruz, que permaneció posesionado de San Juan de
Ulúa y quiso en vano atraer a Iturbide a su empresa,
fomentando hábilmente sus divisiones con el congreso.
Asalto de Veracruz por las fuerzas españolas de San
Juan de Ulúa, que son rechazadas. Proceso y prisión
de algunos diputados conspiradores. Rebelión, vencida,
de Felipe de la Garza en Tamaulipas, generosamente
perdonado por Iturbide y conservado en su mando— ,
Y , detalle no muy conocido: carta de Bolívar felicitan­
do a don Agustín por su exaltación al trono.

L A C A ID A

A madurado la agitación, y los sucesos se preci~


H pitan.
Santa Anna —nuestro eterno Santa Anna— que,
cuando Iturbide fue proclamado emperador, le escri­
bió: "V iva Vuestra M ajestad para nuestra g lo ria .. . y
el dulce nombre de Agustín I se transmita a nuestros
nietos", y decía a sus soldados: "N o me es posible
contener el exceso de mi g o z o .. . Corramos velozmen­
te a proclamar y jurar al inmortal Iturbide por empe­
rador”, el mismísimo Santa Anna se siente republicano
un buen día y se insurrecciona en Veracruz, procla­
mando la república, el 2 de diciembre de 1822. Se le
adhiere Victoria.
M al aconsejados y seducidos, Bravo y Guerrero
—cuya actitud ante Iturbide emperador ya vimos—,
salen de M éjico para ir a revolucionar por el Sur y, en
contradicción con su conducta anterior, dicen lamenta­
blemente en su manifiesto de 13 de enero de 1823: “T e ­
nemos hoy la noble osadía de negar la obediencia al
que se nombra emperador, porque siendo nulo como
es el acto y forma de su proclamación, no estamos en
el caso de sostenerla". Cuidan, no obstante, de aña­
dir: “No será nuestro objeto oponernos al sistema de
gobierno establecido; no pensamos en constituirnos
republicanos precisamente, nada menos que eso; sólo
aspiramos por nuestra libertad, por la restitución de
nuestro congreso constituyente".

El gobierno vence en varias acciones a los rebel­


des, y el movimiento parece amortiguado; pero cuando
Echávarri sitia a Santa Anna en Veracruz cree hallar­
se en situación difícil y vacila; los masones —según
lo expresan Alamán y Zavala, que era masón—, apro­
vechan la coyuntura, proyectan el plan de Casa M ata
y hacen que los jefes — casi todos recién afiliados a las
logias, porque estaba de moda—, secunden la idea:
acéptase el plan por sitiadores y sitiados, desistiendo
aparentemente de la república —tanto así sabían que
era un estorbo para triunfar— y pidiendo el restable­
cimiento de la representación nacional por convoca­
ción a nuevo congreso, a la vez que protestando falaz­
mente respetar la persona del emperador.

Iturbide, ante esta defección y otras sucesivas car­


gadas de ingratitud, y mirando por el pronto restable­
cimiento del orden, pasa por la medida conciliatoria de
reinstalar el congreso disuelto. Inútil todo. Aquello es
el pretexto: lo que se busca es acabar con Iturbide. El
no quiere por su causa ensangrentar al país, y renun­
cia la corona ofreciendo alejarse de la patria para que
su presencia no dé ocasión a suspicacias. El congreso,
contestando nobleza con ruindad, se desentiende de la
abdicación y el propósito de ausencia: decreta nula la
elección del emperador y lo destierra a Italia. Concé­
desele, no obstante, el tratamiento de E xcelen cia y una
anualidad de veinticinco mil pesos, cosas todas que sa­
be don Agustín hasta después de emprendida su
marcha.

E L V IA C R U C IS

O D O es desde aquí viacrucis que termina en el


calvario de Padilla. Todo es amargo y sabe a
tragedia.
Parte Iturbide con toda su familia a Veracruz, es­
coltado por Bravo. Se alarma el gobierno porque en
Tulancingo se le rinde acatamiento de emperador. En
Apam se despide para siempre de su padre de ochen­
ta y cinco años y una hermana enferma, convencido de
que no resistirán el viaje: y hasta la permanencia de
estos inválidos se quiere impedir como peligrosa. M ar­
chan por sendas apartadas, temiendo manifestaciones
iturbidistas en las poblaciones. Todo son recelos, tra­
bas, cicaterías. Llégase a tratar a Iturbide como pri­
sionero. En la hacienda de Lucas Martín, cerca de Ja ­
lapa, el aventurero M ejía y el criminal P. Marchena
traman asesinar a Iturbide; Bravo lo impide noble­
mente. En la aduana de Veracruz quieren registrar su
equipaje, agravio que también impide Bravo.
El 11 de mayo de 1823 se embarcan don Agustín
y los suyos en la fragata inglesa R aw lins; la flota es­
pañola de San Juan de Ulúa trata de dar caza a la
fragata, peligro al que deliberadamente se le ha ex­
puesto; don Agustín enferma en la travesía, que dura
casi tres meses; el 2 de agosto desembarca en Liorna,
después de quince días de permanencia a bordo por­
que hay cuarentena, y tiene que permanecer en el
lazareto quince días más.
Desea establecerse en Roma» pero no puede hacer­
lo por la oposición del ministro de España ante la cor­
te pontificia. Quédase en la V illa G uevara, de Lior­
na, donde concluye y firma a 27 de septiembre de
1823, su interesantísimo manifiesto o B rev e diseñ o cri­
tico d e la em ancipación y libertad d e M éjico, que du­
rante la travesía ha dictado a su sobrino don José
Ramón Malo.
V a a Florencia, capital de la Toscana, donde el
Gran Duque le recibe con extraordinaria deferencia y
simpatía. Vuelve a Liorna, y el gobernador le advierte
que peligra, porque Fernando V II proyecta su captu­
ra, y le aconseja trasladarse a país no sujeto a la San­
ta Alianza. Decide marchar a Inglaterra, pero la nave
en que se embarca, combatida por recio temporal, tie­
ne que regresar a Liorna. El gobernador le expresa que
lo compromete si se queda allí. Inmediatamente parte
por tierra —atravesando los Alpes en el rigor del in­
vierno—, con sólo sus dos hijos mayores, su sobrino y
el pérfido Torrente, español que le ha ofrecido sus ser­
vicios de intérprete. E l ministro francés en Florencia
exige la entrega del Libertador; informado del viaje,
envía a que se le aprehenda; pero Iturbide, con su ce­
leridad característica, frustra el propósito.
Al pasar por Franckfort, su escasez le obliga a ven­
der un aderezo de su esposa.
Llega a Londres el primer día de 1824. Allá le es­
pían Migoni, encargado de negocios de Méjico, el do­
minico Marchena y otros.
Ha estado recibiendo constantemente noticias de
la patria, en que sus amigos le pintan las tendencias se­
paratistas que el intento de federación ha desperta­
do en muchos; los síntomas de desorganización, la dis­
cordia de federalistas y centralistas, el peligro de lu­
cha intestina que facilitará los planes españoles de re­
conquista, la urgencia de su regreso para salvar a la
patria cuya mayoría suspira por él, ya que no hay otro
hombre con el prestigio y la capacidad precisos para
unificar a todos los mejicanos.
Júntase a esto la carta que de París —a donde ha
salido— le escribe Torrente comunicándole su larga
entrevista con el Duque de San Carlos, embajador es­
pañol, en que éste le ha dicho que su país, de acuerdo
con las naciones de la Santa Alianza, prepara expedi­
ción para la reconquista de Méjico. Que suponiendo
que Iturbide estará resentido por la conducta de sus
paisanos y arrepentido por haber hecho la indepen­
dencia, le ofrecen el mando de la expedición. Iturbi-
de se indigna y no contesta la carta, pero determina
regresar para defender a su patria.
Estos planes de reconquista no se cumplieron, pero
alarmaron a Iturbide sinceramente. Y él no fue el úni­
co. Por ello Canning, ministro Inglés, invitó a Monroe
a hacer su célebre declaración de “ América para los
americanos", doctrina que acaso nació para libertar
pero de cierto ha vivido para oprimir. Por ello Bolívar
proyectó su famosa Liga an fict iónica d t P an am á.
Juzgúese, además, como dice Mons. Banegas con
exacta psicología, que “tiene el destierro la propiedad
de agrandar en el alma los acontecimientos que suce­
den en la patria, felices o desgraciados, y de excitar,
por esa especie de espejismo, el temor y la angustia o
la esperanza y el deseo .
V a disponiéndose Iturbide para el regreso. Manda
por su familia, y no puede dejar a sus hijos mayores en
colegios de París, porque Luis X V III lo veda. A tal
punto llega la hostilidad para el Libertador.
Ocúpase en agenciar recursos, gente, armas, y cuan­
do entiende que los logrará si realiza su expedición,
escribe al congreso mejicano el 13 de febrero, expli­
cando su forzada traslación a Londres, informando de
los propósitos españoles y ofreciendo sus servicios a
la patria.

Mientras tanto, recibe de M éjico nuevas y más


apremiantes misivas, y se decide a emprender el viaje
urgentemente, sin esperar respuesta del congreso, que
tendrá que tardar cuatro o dnco meses. Pero marcha
solo, porque ignora si se aceptará o no su proposición
y no quiere infundir sospechas.
Hace que su hijo mayor, Agustín, renuncie por es­
crito sus derechos al trono de Méjico, y el 27 de abril
le escribe una admirable carta de despedida —carta
que revela la madurez del hombre y del cristiano—, lle­
na de limpísimos consejos y en que aletea ya el
presentimiento de la muerte.
Iturbide, sin ser literato, escribe con soltura y efi­
cacia y a momentos con cierta elocuencia. Pero en sus
documentos públicos, hay casi siempre el político vi­
gilante, que cuida las palabras, busca el efecto, da a ve­
ces en la declamación de que es imposible librarse e
los conductores de multitudes, y hasta alguna ocasión
1
cae en insinceridad.
En esta carta, el amor se abandona en el regazo
de la intimidad. Y por ella se transparenta que Itur-
bide —que no trae plan fijo para servir a la patria, sino
que piensa actuar según las circunstancias—, aunque
no busca la restauración del trono, comprende que tal
vez pueda llegar y aconseja discretísimamente a su hi-
Jo, para encontrarlo, en caso preciso, a la altura
de sus deberes.
D eja a seis de sus hijos colocados en colegios de
Inglaterra, y el 4 de mayo se embarca en el bergan­
tín Spting, con su esposa grávida, sus dos hijos más
pequeños, su sobrino Malo, su amigo Beneski, los pa­
dres Treviño y López, el intérprete Morandini y al­
gunos sirvientes.

E L D E C R E T O D E P R O S C R IP C IO N

A L recibir el congreso mejicano, el 6 de mayo la


exposición de Iturbide, manda, por toda contes-1
tación, que se publique con un informe adverso que M i-
goni ha enviado y con el decreto de proscripción que
la cámara acaba de dar el 28 de abril, originado por
algunas actividades iturbidistas en M éjico y Guadala-
jara. Léese en el decreto:
“ lo .— Se declara traidor y fuera de la ley a doif
Agustín de Iturbide siempre que bajo cualquier títu­
lo se presente en algún punto de nuestro territorio. En
este caso queda por el mismo hecho declarado enemi­
go público del estado.
"2 o .— Se declaran traidores a la federación y serán
juzgados conforme a la ley de 27 de septiembre de
1823, a cuantos cooperen por escritos encomiásticos,
o de cualquier otro modo, a favorecer su regreso a
la república mejicana .
Ha dicho Zavala, que los enemigos de Iturbide
“temblaban en presencia suya”: véase cómo también
temblaban en su ausencia.
Porque estaban en su derecho para reprimir con
energía cualquier movimiento contra el gobierno esta­
blecido; pero no para cometer la grosería de no con­
testar el respetuoso escrito de Iturbide; ni para dar
en la ridiculez de declararlo traidor, con la misma ra­
zón con que hubieran podido declararlo incendiario o
habitante de la luna; ni para equiparar con los cons­
piradores y ladrones y juzgar en consejo de guerra
(ley de 27 de septiembre) al escritor que dedicara un
artículo encomiástico al Libertador de la patria, cuan­
do tres meses antes se publicaba el acta constitutiva de
la Federación, proclamando pomposamente la liber­
tad de p re n sa .. .
También se acordó en la cámara mandar soldados
extranjeros para pelear contra Iturbide si volvía a
Méjico, temiendo que las tropas mejicanas se nega­
ran a luchar contra él “por el amor que le tienen”, con­
fiesa don Carlos Bustamante.

E L P A R R IC ID IO

G N O R A N T E de estas miserias, Iturbide llega a


I Soto la Marina el 14 de julio, y manda a Benes-
ki a hablar con el comandante Felipe de la Garza
—eí mismo perdonado por él magnánimamente_ pa­
ra explorar los ánimos.
Finge Beneski llevar un proyecto de colonización
y dice que Iturbide está en Londres; Garza hace re­
cuerdos agradecidos del emperador, ponderando lo
útil que a la nación sería su presencia. Beneski vuelve
contándolo así, pero igualmente lleva noticias indi­
cadoras de que la opinión no está en el punto que Itur-
bide imaginaba.
Decide don Agustín hablar con Garza, y desembar­
ca solo con Beneski, sin arma alguna y vistiendo le­
vita y pantalón negros. Monta a caballo con su ga­
llardía peculiar, le reconoce el excoronel Asúnsolo
que accidentalmente está en la rada, y hace que se
manden soldados para alcanzarlo y avisar a Garza.
Este se le presenta, Iturbide no se oculta: tienen una
conferencia en que Garza informa a don Agustín deí
decreto, pero sin duda se convence de la rectitud de
miras y razones patrióticas de su vuelta, pues van jun­
tos a Soto la Marina, donde le da alojamiento, y don
Agustín avisa a su familia que desembarque.
Intempestivamente, al otro día, un oficial de Garza
se presenta manifestando a Iturbide que a las tres de
la tarde será ejecutado. Iturbide suplica a Garza que
venga a hablar con él y le manda la parte de la ex­
posición al congreso que lleva escrita.
Hay una intensa conturbación en Garza, que no
puede olvidar que debe la vida a Iturbide. "N o está
ciertamente a mi alcance —dirá más tarde a Mier y
Terán, ministro de la guerra— , manifestar los remor­
dimientos que pesaban sobre mi conciencia al cum­
plir la ley*'.
Aplaza, pues, la ejecución, resolviendo que el con­
greso de Tamaulipas decida, y marcha a Padilla lle­
vando a don Agustín en calidad de preso. A medio
camino, toma la indescifrable determinación de dejar
en libertad a Iturbide y poner a su mando la tropa,
mientras él, diciendo que vuelve a Soto la Marina, se
adelanta a hablar con los diputados.
A las ocho de la mañana del 19 llega Iturbide a
las puertas de Padilla; Garza se apresura a encontrar­
lo, quitarle el mando y ponerlo preso. En la cámara
intenta defender a Iturbide por su desconocimiento de
la ley, pero es inútil y se decreta la muerte.
Se le participa a las tres de la tarde, para ejecutar
la sentencia a las seis. Ni siquiera se le conceden unas
horas para comulgar la mañana siguiente, como lo
suplica por su confesor.
¡Qué tumulto de pensamientos patrióticos, de ter­
nuras familiares, de rebeliones contra el crimen, de
amarguras ante la ingratitud, sacudirían el espíritu
del Libertador, súbitamente acorralado por lo impla­
cable!
Se le aplica una ley que no podía conocer: mons­
truosidad inconcebible; y se le aplica sin escucharle
y sin figura de juicio. Se le mata de prisa, atropellan­
do toda norma de humanidad y civilización, como con
miedo de que la presa se escape de las manos. Orde­
nan la sentencia sus compatriotas, que le deben la li­
bertad, y la ejecuta un hombre que personalmente le
debe la vida.
El deber de Garza era muy claro. Al desembarcar
Iturbide darle a conocer el decreto y obligarlo a reem­
barcar: si luego volvía, ya afrontaba Iturbide las con­
secuencias. Pero Garza adoptó una conducta vacilan­
te y obscura, en que a la torpeza notoria parecen mez­
clarse paradójicamente la buena y la mala fe.
Quédanos, como áurea reliquia del Libertador, su
exposición al congreso. Escrita ante el asombro del
inicuo decreto que se le da a conocer, enumera los ac­
tos de su vida generosa, preguntando, con doliente iro­
nía y explicable altivez, por cuál de aquellos crím enes
se le mata. Declara los propósitos patrióticos de su re­
greso y, cortada la relación por el anuncio que le dan
de su fusilamiento, queda allí la emoción del Liberta­
dor ante la horrible certeza del crimen. Y , finalmente,
concluida y firmada sin mudar lo escrito, cuando está
cara a cara con la muerte y ha llegado la hora grande
de la verdad y de Dios, sus palabras cobran la fuerza
de la sinceridad sin menoscabo, y constituyen revela­
ción segura de la vida y el alma de Iturbide.
A las seis de la tarde, el mismo don Agustín avisa
a los guardias que es la hora, y marcha tranquila­
mente, sin cobardía ni ostentación, a la plaza del pue­
blo. ‘‘A ver, muchachos —dice a los de la escolta— ,
daré al mundo la última vista”, y espacia en torno la
mirada. Reparte a los soldados tresonzas y mediade
oro en monedas pequeñas que trae en el bolsillo; da
al eclesiástico que le acompaña una carta para su es­
posa, y su reloj y el rosario que lleva al cuello para
su hijo mayor; se venda los ojos por sí mismo, y con
voz firme y sonora que llena la plaza, dice sus últP
mas palabras:

“Mejicanos:

“En el acto mismo de mi muerte, os recomiendo el


amor a la paz y la observancia de nuestra santa reli­
gión: ella es quien os ha de conducir a la gloria.

“Muero por haber venido a ayudaros, y muero gus­


toso, porque muero entre vosotros. Muero con honor;
no como traidor. No quedará a mis hijos ni a su pos­
teridad esa mancha. ¡No soy traidor! ¡No!
“Guardad subordinación y prestad obediencia a
vuestros jefes; que hacer lo que os mandan, es cum­
plir con Dios.

“No digo esto lleno de vanidad, porque estoy muy


lejos de tenerla".

Reza el credo y el acto de contricción, besa el cru­


cifijo y recibe la muerte.

La noticia recorre la república como una ola de


consternación. Entre los diputados mismos, “se pintó
la tristeza en el semblante de muchos '—dice Busta-
mante— . E s verdad que de allí salió el decreto de pros­
cripción, pero puedo asegurar que jamás se creyó que
tuviera su cumplimiento; dictóse a d tet tótem , para re­
traer a Iturbide de que viniese”. Zav;ala escribe que
“el congreso guardó silencio acerca de un aconteci­
miento que no podía tomarse en consideración sin con­
denar a los autores de la catástrofe”. La prensa más
sañuda contra Iturbide se expresó en términos circuns­
pectos y queriendo inculpar a sus partidarios que lo ha­
bían comprometido.

Había un nudo en la garganta nacional.

El gobierno necesitaba romperlo; Iturbide muerto


resultaba más temible que vivo. Y como quien se pone
a silbar para espantar el miedo, entregóse a esparcir
su complacencia porque la paz y la consolidación de
la república estaban aseguradas, aunque dolorosamen­
te. con la desaparición de Iturbide.

Asesinato infame por todas las circunstancias que


lo rodean. Parricidio afrentoso en que el padre de la
Patria es peor tratado que el último criminal.

“Esa sangre derramada en Padilla —dice Riva


Palacio— , ha sido y es quizá, una de las manchas más
vergonzosas de la historia de M éjico”. ”E1 pueblo que
pone las manos sobre la cabeza de su libertador, es tan
culpable como el hijo que atenta contra la vida de su
padre. Hay sobre los intereses políticos en las nacio­
nes, una virtud que es superior a todas las virtudes:
la gratitud”. (E l Libro R o jo ),
L A R E P A R A C IO N

O el liberalismo prístino —Gómez Farías, Zava-


la. Quintana Roo, Prieto Iglesias, Comonfort—,
pero sí el liberalismo oficial tras los enconos de la In­
tervención y el Segundo Imperio, ha condenado larga­
mente a Iturbide al olvido o al oprobio.
"Las balas asesinas de Padilla no solamente mar­
can el epílogo de una tragedia, sino el prólogo de una
gran injusticia — exclama García N aranjo— . E l pa­
ladín de Iguala fue expulsado del templo de la pa­
tria y su nombre se borró sacrilegamente de las listas
de nuestros inmortales”. ¿Por qué? Porque "Iturbide
ha sido durante un siglo la víctima principal del odio
que se profesan las facciones mejicanas”.
Hay que acabar con ese crimen. Estamos perpe­
tuando el asesinato de Padilla.
Iturbide nos dio nombre, nos dio bandera, nos dió
patria.
No es héroe de facción: es héroe nacional. ¿A qué
mezclar aquí las banderías posteriores?
Bien le cantaba Amado Ñervo:

"¿Quién borrará tu nom bre d e la historia


sin borrar d e tu enseña los colores?"

¿Qué aberración monstruosa, sólo vista en Méjico,


es ésta de loar la libertad y maldecir al libertador,
glorificar la obra y desdeñar al obrero, tomar el don
y escarnecer al que lo da?
Urge consumar la reparación. Y no sólo en nom­
bre de la gratitud.
Para honrar a Iturbide bastan dos cosas: saber his­
toria y ser justiciero,
Iturbide es una gloria de México. “Tenía un alma
superior", confiesa Zavala. Su genio militar, su visión
política, su gobierno magnánimo, su abdicación glo­
riosa, su decencia personal, su amor al pueblo y el amor
de su pueblo, pénenlo entre las figuras universales.
Puede hombrearse sin miedo con los héroes más altos
de todas las patrias.
Grabemos sobre su tumba dolorosa aquel egregio
canto que a Bolívar alza Rodó, y que cuadra, con asom­
brosa literalidad, a Iturbide:
“Grande en el pensamiento, grande en la acción,
grande en la gloria, grande en el infortunio; grande
para magnificar la parte impura que cabe en el alma
de los grandes, y grande para sobrellevar, en el aban­
dono y en la muerte, la trágica expiación de la
grandeza”.

Julio d e 1924, prim er centenario d e la muerte d el


L ib ertad or.
DON V IC EN TE GUERRERO
E L N IÑ O B U E N O Y E L N IÑ O M A L O

E N E M O S personajes históricos ensalzados has­

T ta el fetichismo; tenemos personajes históricos


infamados hasta la diatriba. La pasión de sec­
ta. sin anchura, sin probidad, sin comprensión, parece
adherirse al criterio simplista de los apólogos infantiles,
en que hacen el gasto el niño bueno y el niño malo. Pe­
ro la realidad es infinitamente más compleja y mati­
zada: el mal y el bien, el descarrío y el acierto andan
mezclados y entreverados de mil modos en las gentes
y en la vida.
¿Por qué no hacer que triunfen en nuestra histo­
ria, absurdamente desfigurada, el conocimiento claro
y cabal de los hechos y su apreciación desinteresada
y serena?
Intentémoslo acerca de don Vicente Guerrero.

EL HEROE

S, ante todo, el héroe.


E El héroe en toda su fuerza primitiva y espon­
tánea. El héroe, ignorante del interés y del medro, lim-
s
pió de toda turbia ambición, inmune a la desesperanza,
magnifico en el denuedo, sublime en la terquedad.
En medio de ásperos reveses, ni intrigas de los
propios ni victorias de los extraños logran poner una
fluctuación en su propósito ni un vuelco en su volun­
tad, Hijo del pueblo, pobre arriero sin un adarme de
cultura, abraza la causa insurgente con un sentimien­
to virgen, instintivo y total, que sigue ardiendo, como
una antorcha solitaria, cuando todas han ido apagán­
dose al soplo de la muerte, de la cárcel o del indulto.
Al entablar entendimientos con Iturbide, cuando
—vencida la legítima desconfianza— se persuade de
que éste quiere sinceramente la independencia nacio­
nal, con un plan noble y luminoso y con capacidad de
realizarlo, se une al que puede efectuar lo que él no
puede, y se pone patrióticamente a sus órdenes.
A la magnanimidad de Guerrero responde la de
Iturbide, que da al suriano sitio de honor en la triun­
fal entrada a Méjico, pondera la importancia de su
cooperación — que él sabe menos influyente que otras—
y le eleva a la categoría de mariscal de campo, con
honores de capitán general de provincia en el Sur.
Iturbide no tiene más que lealtad y deferencia pa­
ra Guerrero. Este permanece identificado con él, in­
cluso cuando don Agustín es proclamado emperador.
CON EL EM PERADOR

AL proclamación no fue simple efecto del torpe


movimiento de Pío Marcha: estaba en la atmós­
fera, por la popularidad clamorosa de Iturbide, en­
carnación del nacionalismo triunfante; fue propuesta
por don Valentín Gómez Farías en el congreso, y éste
la respaldó no sólo en aquellos momentos anormales,
sino más tarde con pleno sosiego y libertad, aunque
posteriormente cometió la incongruencia de desauto­
rizar su propia obra. Un sentimiento inmenso de jú ­
bilo —escribe don Justo Sierra en M éjico. Su evolu ­
ción social — porque la repulsa de las cortes (españo­
las) había dejado al Imperio dueño de sí mismo y le
había dado un carácter nacional. . . ; un deseo vehe­
mente de retar al poder de Fernando V II, poniendo
frente a él a un monarca nacido del movimiento mis­
mo de la Independencia, eran los caracteres de la opi­
nión dominante y avasalladora. Iturbide aparecía más
que nunca ante las multitudes como un guía y como
un faro: era el orgullo nacional hecho carnev\
Por eso la elevación de Iturbide fue acogida con
una explosión de unánime entusiasmo popular, en el
Este hizo celebrar el suceso en Tixtla, su tierra na­
tal, con grandes fiestas públicas, y escribiendo al em­
perador el 4 de junio de 1822, le daba cuenta de ello y

que los antiguos insurgentes estuvieron genuinamen-


te representados por don Vicente Guerrero.
le decía: "N ada faltó a nuestro regocijo, sino la pre­
sencia de Vuestra M ajestad Imperial; resta echarme
a sus imperiales plantas y el honor de besar su mano,
pero no será muy tarde cuando logre esta satisfac­
ción, si V , M . I. lo p erm ite... Esta es contestación
a la muy apreciable carta de V . M . I. de 29 del pró­
ximo pasado mayo con que me honró, presentándole
de nuevo mi respeto, mi amor y eterna gratitud. Creo
haber dado pruebas de estas verdades y me congratu­
lo de merecer la estimación de V . M. I., en quien re­
conoceré toda mi vida mi único protector".
¿Puede darse acatamiento más absoluto, adhesión
más rendida, entusiasmo más expresivo?

CO N TRA EL EM PERAD O R

E R O el que así hablaba, fue más tarde víctima


P de influjos perniciosos. Su total incultura ha­
cíale fácil presa de astutos "directores intelectuales”,
que buscaban el gran prestigio de Guerrero para po­
nerlo al servicio de intereses de facción,
Y así lograron, apenas transcurridos siete meses,
lanzarlo a la rebelión contra Iturbide, no sólo invocan­
do errores o faltas en el gobierno, sino —con deplo­
rable inconsecuencia, digna del cínico Santa Anna que
había iniciado el movimiento— , declarando nula la
elección que el propio general Guerrero había celebrado
y reconocido con fervor. He aquí las palabras que
constan en el manifiesto de 13 de enero de 1823, lan­
zado por don Vicente Guerrero y don Nicolás Bravo
—aliados que más tarde se convertirían a su vez en
adversarios— : “Tenemos hoy la noble osadía de ne­
gar la obediencia al que se nombra emperador, porque
siendo nulo como es el acto y forma de su proclama­
ción, no estamos en el caso de sostenerla",
Y en el propio manifiesto —digámoslo de paso—
se encuentran estas frases, reveladoras de la popu­
laridad entonces de la forma monárquica establecida
y de la impopularidad de la forma republicana, con
la que protestan no solidarizarse Bravo y Guerrero:
“No será nuestro objeto oponernos al sistema de go­
bierno establecido; no pensamos en constituirnos re­
publicanos precisamente; nada menos que eso; sólo
aspiramos por nuestra libertad, por la restitución de
nuestro Congreso Constituyente”.

EN EL POD ER

R A S la abdicación de Iturbide, funciona el Po­


der Ejecutivo en que Guerrero viene al cabo a te­
ner un puesto. Al llegar a este punto, don Lucas Ala-
mán, que le conoció y trató, estampa estos curiosos da­
tos y comentos sobre don Vicente Guerrero:
“No era éste a propósito para tener parte en el go­
bierno, por lo que hasta entonces, a pesar del empeño
que los partidarios de la insurrección habían tomado
para hacerlo valer, nunca se le había empleado ni en
la Regencia ni en el Consejo de Estado, pues aunque
tenía bastante penetración y buen sentido natural, su
falta de instrucción era tan absoluta, que apenas sa­
bía firmar su nombre; y acostumbrado a vivir entre
los insurgentes, con la continua desconfianza que és­
tos tenían uno de otros, había adquirido tal hábito
de suspicacia y de simulación, que cuando hablaba,
se podía asegurar que lo que decía era contrario a
lo que pensaba".
Presidiendo Guerrero el Poder Ejecutivo, tocóle
firmar y promulgar la ley de 27 de septiembre de 1823,
que establecía la pena de muerte para los ladrones y
los conspiradores, iQuién le dijera que esa terrible
ley, habría de serle aplicada a él mismo pocos años
más tarde!

P O IN S E T T Y L A S S E C T A S

*l^\O N Guadalupe Victoria, primer Presidente de la


República, sube al poder en octubre de 1824, te­
niendo por Vicepresidente a don Nicolás Bravo.
La masonería del rito escocés, importada a M éjico
en los preludios de la independencia —y en la que se
intrigó sañudamente contra Iturbide, al punto de pro­
ponerse su asesinato, según lo refiere el masón Zava-
la— , había sido contraria a la elección de Victoria.
Triunfante éste, mandan las logias comisionados pa­
ra hacerle presente su adhesión como autoridad cons-
tituída. Pero el Presidente desconfía y piensa en crear
otro grupo masónico que le sirva de apoyo y contra­
rreste a los escoceses.
Llega en mayo de 1825, como ministro plenipoten­
ciario, Mr. Joel R. Poinsett, que ya en 1822 nos habla
visitado a manera de explorador o espía, escribiendo
luego sus N otes on M éxico. Líganse con él don Lorenzo
de Zavala y don José María Alpuche, y, logrado el
apoyo del gobierno, fundan las nuevas logias. Poin­
sett, antiguo masón, solicita y obtiene para ellas la in­
corporación en el rito de York, preponderante en los
Estados Unidos, y es él quien inaugura la gran logia.
El ministro de Hacienda, don José Ignacio Esteva;
el oficial mayor de Justicia, don Miguel Ramos Arizpe,
y otros elementos gobiernistas, desempeñan altos car­
gos en la secta flamante, a la que afluyen muchos bus­
cando el sol que más calienta; allí se distribuyen pues­
tos, gajes y privilegios, y aun no pocos escoceses des­
amparan sus logias y hasta revelan secretos al aco­
gerse a las yorquinas.
Semillero de politiquería febril fueron entonces las
sociedades secretas, que radicaron en M éjico la dis­
cordia, sembraron la intolerancia y el encono, caldea­
ron hasta el rojo blanco las pasiones de bandería. Don
Nicolás Bravo era el jefe de los escoceses y don V i­
cente Guerrero el de los yorquinos; y así pararon en
adversarios dos nobles representativos de la primiti­
va insurgencia.
Guerrero, hombre bueno y patriota, pero de cortos
alcances, vino a convertirse en lamentable instrumen-
to de Poinsett, por conducto de don Lorenzo de Z a-
vala, individuo inteligente y sagaz, irreligioso y codi­
cioso, que, identificado con el habilísimo ministro yan­
qui, secundó sus miras y desarrolló con él una política
profundamente funesta, que había de cegarle hasta el
extremo de acabar en traidor a su patria, patrocinan­
do Ja segregación de Tejas, repúbliaa de un día de la
que fue vicepresidente.
Es de singular interés a este propósito, lo que Poin­
sett dice de Guerrero y de Zavala en párrafos cifra­
dos de su despacho del 21 de octubre de 1826, que tra­
duzco al pie de la letra: "E l hombre que figura como
cabeza ostensible del partido (yorquino) y que será
su candidato para la próxima presidencia, es el gene­
ral Guerrero, uno de los jefes más distinguidos de la
revolución. Guerrero carece de educación, pero posee
excelente talento natural, combinado con una gran de­
cisión de carácter y un intrépido valor. Su temple vio­
lento le hace difícil de dirigir, y por tanto considero
indispensablemente necesaria la presencia aquí de Z a ­
vala, porque él posee gran influencia sobre el gene­
ral. . . ” Zavala "es uno de los más eficientes líde­
res del partido amigo de los Estados Unidos, los yor-
quinos, (the party friendly to the United States), y
es más útil aquí de lo que pudiera serlo en W a sh ­
ington". (Citado por don Victoriano Salado Alvarez
en su artículo P oinsett y G u errero).
Sigamos.
Las pasiones de bando estallaban en E l S ol, órga­
no de los escoceses, y en E l C orreo d e la F ed eración ,
órgano de los yorquinos; los destinos del país esta­
ban en manos de las logias, al grado de que el propio
gobierno sufría su imperioso influjo; la sociedad pací­
fica, la gente de orden y trabajo, veía con dolor indig­
nado aquella furia de camarillas que atizaban la divi­
sión y el odio en una nacionalidad naciente que reque­
ría, con urgencia vital, unión y amor.
Tan excesivo era el mal y tan claro su origen, que
el propio don Nicolás Bravo, jefe de los escoceses, en­
cabezó el pronunciamiento de Montaño, en que se pe­
día la prohibición de toda sociedad secreta en la Re­
pública, y, haciéndose eco de la opinión general, re­
queríase también el retiro del ministro Poinsett, alma
negra de aquella discordia que había de extenuarnos
en provecho de nuestros vecinos.
Guerrero, ayudado por Santa Anna que se ofrece
para ello expresamente, sale a batir a Bravo, el cual,
por la inferioridad de sus elementos, tiene que rendirse
en Tulancingo, tras insignificante resistencia, el 7 de
enero de 1828.
Suscrita, como gran maestro de los yorquinos, por
Guerero, y como secretario por don José Antonio M e-
jía -—el que fue, como Zavala, inescrupuloso mercader
de las tierras de T e ja s —, se envía una comunicación a
las logias de los Estados Unidos, participándoles el
triunfo obtenido, no como el de un gobierno contra
una rebelión, sino como el de una masonería contra
su rival.
Los escoceses piden absolución para Bravo y los
suyos, invocando —como era cierto— que el gobierno
ha reconocido prácticamente en casos anteriores el
“derecho de petición” a mano armada; los yorquinos
exigen frenéticamente la sangre de los vencidos; la ad­
ministración de Victoria sigue su camino intermedio,
y salen desterrados don Nicolás Bravo y compañeros.

IM P O S IC IO N Y F R E N E S I

U E D A N los escoceses deprimidos y acéfalos, y


Q entonces, como siempre que un partido carece
de adversarios, los yorquinos se dividen entre sí. Para
las elecciones inmediatas adoptan unos por candidato
a don Manuel Gómez Pedraza, ministro de la Gue­
rra, y otros, los más exaltados y demagógicos, a don
Vicente Guerrero.

Efectuadas las elecciones en septiembre de 1828


por las legislaturas de los Estados, según la ley de en­
tonces, triunfa Pedraza por once votos contra nueve
para Guerrero, seis para Bustamante y algunos votos
más para diversos candidatos.

Y surge por primera vez —ejemplo perpetuadó a


través de nuestra historia con cenagosos charcos de
sangre— la imposición de las armas contra la paci­
fica votación.
Santa Anna, prototipo del hombre sin principios
ni escrúpulos — férvido imperialista que, por resenti­
mientos personales, rebelase luego contra Iturbide e
“inventa” la república, y es ahora federalista y guerre-
rista furibundo— , pronúnciase contra el resultado de
la elección. A punto de ser vencido en O ajaca, surge
en la capital el cuartelazo de la Acordada, encabezado
por Lobato y por Zavala, y del que toma luego la je ­
fatura, torpemente, el propio Guerrero. Pero éste, no
sé si queriendo enmendar el mal paso, se aparta de los
suyos en plena lucha, a principios de diciembre de 1828,
retirándose al pueblo de Tlahua, y por su parte G ó­
mez Pedraza, ministro de la Guerra y origen de la re­
belión, desampara su puesto y huye bochornosamente,
renunciando sus derechos a la Presidencia.
Victoria parlamenta con los alzados y nombra mi­
nistro de la Guerra al general Guerrero. Al triunfo de
los rebeldes se registra el asqueroso saqueo del Pa-
rián — que hay que poner a cargo de Lobato y Zavala,
pero no de Guerrero—, vandalismo que arruina a mu­
cha gente trabajadora y pacífica que en aquel empo­
rio del comercio tenía todos sus bienes.
Luego se promulga la inicua ley de expulsión de
españoles, más sañuda y radical que la de 1827. Gue­
rrero, conmovido por la sollozante petición de las es­
posas de los expulsos —casi todas mejicanas— , envía­
la al congreso con su recomendación. Todo es inútil;
el frenesí de bando se impone: “a la verdad, casi pri­
vando de libertad a las cámaras y al gobierno, se dio
el 20 de marzo (1829) la ley”, escribe Bocanegra, mi­
nistro de Guerrero, en sus M em orias: y aquella legión
de familias prácticamente mejicanas, tiene que abando­
nar el país y padecer horribles penalidades en el ex­
tranjero.

LA C LA V E

S T E odio ciego a lo español —entonces explica­


E ble por lo reciente de la lucha aun no cancelada
y por los devaneos de reconquista— fue atizado astu­
tamente por Poinsett, al propio tiempo que sembraba
desmesurados entusiasmos por las instituciones, prác­
ticas y virtudes norteamericanas.

T al sigue siendo la clave y hay muchos que aun


no se percatan: los que quieren desnacionalizarnos y
absorbernos, suscitan en nosotros admiraciones y re­
medos pueriles de lo yanqui, a la vez que difunden
desconfianzas y falsificaciones, descréditos y calum­
nias sobre todo lo hispano. Lo hispano, por estar en­
trañado en nuestra sangre y nuestra religión, en nues­
tra lengua y nuestra mentalidad, en nuestra cultura
y nuestras costumbres, informa sustancialmente nues­
tro ser nacional, y constituye ante el yanqui irreduc­
tible barrera: cuanto la mine y enflaquezca, enflaque­
ce y mina nuestra capacidad de resistencia contra la
absorción. Absorción igualmente intolerable, aunque no
llegue a lo físico y se concrete a lo moral.

E L P R E S ID E N T E

* P L primero de abril de 1829 subió a la presidencia


Guerrero, y tuvo al fin que atender el clamor so­
cial, que surgía no sólo por la prensa, sino por varias
legislaturas y ayuntamientos: en julio pidió secreta­
mente y al cabo obtuvo del gobierno yanqui el retiro
de su plenipotenciario Poinsett, aunque éste salió del
país hasta enero de 1830, ya en el poder Bustamante.
Se tramitó el negocio con gran tino y vigor por el pro­
bo ministro de Relaciones, don José María de Bocane-
gra, ocultándolo todo al ministro de Hacienda, Z a-
vala, quien, dando a su íntimo Poinsett la noticia, hu­
biera dificultado o frustrado las negociaciones.
Cediendo también a la opinión, Guerrero separó
del ministerio, el 2 de noviembre, al odiado Zavala;
pero esto y lo de Poinsett —sus dos funestos inspira­
dores, de quienes al fin en parte se libertó—, fue ya
tarde.
No lograron fortalecer y prestigiar al gobierno, ni
el espléndido triunfo sobre la expedición española de
Barradas, cuyas vencidas banderas puso Guerrero a
los pies de la Virgen de Guadalupe: ni la patriótica
amnistía para Bravo y sus compañeros desterradas; ni
el uso generalmente recto y moderado que hizo el E je ­
cutivo de las facultades extraordinarias que se le con­
cedieron-— si se exceptúan la atentatoria ocupación
de la mitad de las rentas de españoles expulsados, y la
excesiva restricción decretada en 4 de septiembre con­
tra la libertad de prensa, de la que ciertamente se ha­
bía abusado.
El gobierno, que traía el lastre original del motín
de la Acordada y los desenfrenos del Parián, aparecía
incapaz de dominar la demagogia desencadenada y de
señorear la situación.

EL DERROCADO

EL Vicepresidente don Anastasio Bustamante, “va­


liente, serio, reflexivo y probo", que “represen­
taba una aspiración general a la estabilidad” —escri­
be don Justo Sierra—, se adhirió al plan de Jalapa el
4 de diciembre de 1829, y "tal era el desprestigio so­
cial de la administración de Guerrero — dice el propio
don Justo— , que todo el mundo aplaudió” .
Los pronunciados protestaban su adhesión a las
instituciones, y pedían la derogación de las facultades
extraordinarias y la vuelta al orden constitucional, asi
como la remoción de "aquellos funcionarios contra quie­
nes se ha explicado la opinión general”, aunque sin
mencionar para nada al Presidente.
Guerrero salió & batir a los insurrectos, dejando de
Presidente sustituto a Bocanegra, pero un levantamien­
to triunfante en la capital quitóle toda esperanza. Escri­
bió entonces, tanto a don Lucas Alamán (diciembre 25)
como a las cámaras (enero 3 ), diciendo que se suje­
taría incondicionalmente a lo que éstas acordaran y
que deponía toda actividad bélica. "E l bastón de Pre­
sidente de la República —decía el congreso— , lo de­
posito en el poder nacional: sus representantes harán
el uso que estimen por conveniente de él, en la inte­
ligencia de que la soberana resolución de las augustas
cámaras sobre este particular, juro sostenerla como
la verdadera voluntad de la nación, hasta con la últi­
ma gota de mi sangre”.
Como el congreso sancionó el movimiento de Jala­
pa y declaró a Guerrero con "imposibilidad” para go­
bernar, éste no tenía más que sujetarse, de acuerdo con
lo que había ofrecido y jurado tan espontánea como
solemnemente. Por desgracia, poco después, víctima de
las pérfidas insinuaciones de Alpuche, faltó a su pa­
labra y tomó las armas contra la administración de
Bustamante.
En nada de esto hay que hablar de derecho genui­
no: tanto el gobierno de Bustamante como el de Gue­
rrero fueron fruto de la fuerza, acatada y revestida
después por el congreso con artificios legales.
¡S A N T A A N N A F IE L !

O T E M O S aquí, como curiosa circunstancia, la


N no acostumbrada fidelidad de Santa Anna para
Guerrero, de quien fue compadre: coincide con él en
el levantamiento contra Iturbide; ofrécele y le pres­
ta sus servicios en la lucha contra Bravo cuando el
plan de Montaño; rebélase, por resentimientos perso­
nales, contra la elección de Pedraza y a favor de Gue­
rrero; invítanlo a participar en el plan de Jalapa con­
tra éste, y se niega, dando razones —chistosísimas en
su boca— sobre lo pernicioso de las revoluciones; de­
rrocado Guerrero, levántase en su defensa; aprehen­
dido el caudillo del Sur, intercede por su vida; y en
1842, siendo Presidente de la República, ordena la
conducción, con todos los honores, de las cenizas de
Guerrero a la capital.

L A T R A IC IO N

T ? N los vaivenes de la lucha contra la administra-


ción de Bustamante, vino Guerrero con don Juan
Alvarez a operar por el rumbo de Acapulco, y aprove­
charon varias veces, para traslado marítimo de tropas,
víveres, etcétera, el bergantín C olom bo, del italiano
Francisco Picaluga.
Importaba mucho al gobierno quitar ese recurso a
los rebeldes y emplearlo contra ellos en alguna acción
decisiva. Habiendo venido Picaluga a la capital con
pasaporte de su amigo Guerrero —sea para liquidar
algunas cuentas, como le dijo, sea para ver qué jugo
sacaba de nuestras discordias—, entrevistó al ministro
de la Guerra don José Antonio Fació, ofreciéndole po­
ner su bergantín a disposición del gobierno, entregán­
dolo en Santa Cruz Huatulco, lugar de la costa oaja-
queña, mediante el pago de cincuenta mil pesos.
Así se convino y Picaluga volvió a Acapulco, don­
de el 11 de enero de 1831 Guerrero le notificó que el
bergantín quedaba embargado y tenía que hacer de­
terminados movimientos al servicio de la rebelión. Sea
porque esto lesionaba sus intereses y proyectos, sea
por "hacer méritos" ante el gobierno y asegurar mejor
el pago de la suma convenida, sea porque el convenio
implicara la entrega de Guerrero, Picaluga tendió una
miserable celada a su amigo, invitándolo a comer en su
embarcación, el 14 de enero, levando anclas y entre­
gándolo en Huatulco a las fuerzas del gobierno, jun­
tamente con el bergantín.
Mucho se ha discutido si el gobierno de Busta-
mente, o por lo menos el ministro Fació, concertó y pa­
gó la traición de Picaluga. Los ministros rechazan la
imputación, y aunque se les hizo un enconado proce­
so en 1833, no se encontró prueba positiva en su con­
tra. Inferencias y conjeturas más o menos plausibles,
las hay en ambos sentidos.
El honrado Zamacois, que estudió a fondo el asun­
to con toda la documentación respectiva, trata amplia­
mente la cuestión en el tomo undécimo de su Historia
y opina que no hubo pacto para la felonía.
El probo Lafragua opina lo contrario en su biogra­
fía de Guerrero, analizando también concienzudamen­
te el punto. (M e dice don Luis González Obregón que
esa biografía, incluida en la serie de H om bres ilustres
m ejicanos, fue escrita por don Manuel Orozco y Berra,
aunque aprobada y suscrita por Lafragua, quien ca­
reció de tiempo para cumplir personalmente el ofreci­
miento hecho a los editores).

Se adhiere a Lafragua Olavarría y Ferrari, en el


tomo cuarto de M éjico a través d e los sig los, con buen
acopio de datos y noticias pero con deplorable apa­
sionamiento faccional,

Bocanegra, ministro de Guerrero y presidente sus­


tituto depuesto por los bustamantistas, hombre natu­
ralmente resentido contra éstos, pero de intachable ho­
norabilidad, en sus importantes M em orias —publica­
das hasta 1892 por V ig il—, cree que sí se pactó la fe­
lonía, pero concreta la responsabilidad en Fació.

Don Carlos M aría de Bustamante, viejo insurgente


adicto a la administración de su homónimo don Anas­
tasio, en la continuación de su C uadro histórico, na­
rra como un hecho el pacto de traición, celebrado en­
tre Picaluga y Fad o exclusivamente. No dice en qué
se basa o por dónde lo sabe —ya que se trata de asun­
to rigurosamente secreto— , pero tal ves tuvo mane­
ra de oler algo. Don Carlos reprueba a Picaluga, pero
absuelve a Fació, ya que éste, como un ardid de gue­
rra, utilizó a un traidor para concluir con una lucha
que costaba mucho dinero y mucha sangre a la nación.
(Habría entonces afinidad entre este caso y la traición
de Miguel López en Querétaro, utilizada por Esco-
bedo sin que ello manche al jefe republicano).

LA M U E R T E

T L E G A D O S a Huatulco el 20 de enero, tomóse


■■■* allí declaración a Guerrero, Picaluga y acompa­
ñantes, entre los cuales iba dofl Manuel Primo Tapia,
exdiputado a quien Guerrero estimaba como hijo su­
yo y a quien el gobierno envió de paz para proponer aí
caudillo que dejase las armas y se expatriase, cubrién­
dosele una pensión decorosa: propuesta que estaba
pendiente de resolución por parte de Guerrero.

Todos fueron luego conducidos a Oajaca, donde el


4 de febrero prosiguióse el proceso. En éste, que fue
publicado íntegro por el gobierno y está en parte re­
producido por Bocanegra, da profunda tristeza ver
la desairada actitud de Guerrero, enredándose en sub­
terfugios y falsedades, queriendo negar su evidente re­
belión, presentándose como un infeliz a quien Alvarez
y otros jefes constreñían a suscribir proclamas y docu­
mentos: |nada de la virilidad y la grandeza que en los
campos de guerra mostró el viejo insurgente!

De acuerdo con la ley de 27 de septiembre de 1823,


que el propio Guerrero había promulgado siendo miem­
bro del Poder Ejecutivo, fue el caudillo condenado a
la pena capital por el consejo de guerra el día 10, par­
ticipándosele el 11 la sentencia y dándosele tres días
para prepararse cristianamente a morir, como lo hizo.
Conducido al cercano pueblo de Cuilapa, con gran
serenidad y religioso recogimiento recibió la muerte,
el 14 de febrero de 1831, diciéndosele misa y enterrán­
dosele en la parroquia del lugar.
¡Balas mejicanas acribillaron a Iturbide; balas me­
jicanas acribillaron a Guerrero!
Cierto que en Padilla se mató atropelladamente en
unas horas, de acuerdo con una ley que ignoraba, a
un hombre que arribaba inerme y solo, y que en Cui­
lapa se sacrificó a un rebelde en plena actividad, de
acuerdo con una ley que él mismo había promulgado.
Pero sus altos méritos de insurgente y hasta su vil en­
trega por traición, debieron eximirlo de aquella pena
horrible.
Cupo a Guerrero la fortuna — que ha ignorado
Iturbide— , de no ser calumniado por la posteridad, y
de que sus restos, trasladados a M éjico en 1842, fue­
sen recibidos con honor por el Presidente sustituto don
Nicolás Bravo, a quien Guerrero había combatido, y
por don Manuel Gómez Pedraza, a quien había derri­
bado ilegalmente.
C O N C L U S IO N

U E , en suma, don Vicente Guerrero, héroe ad­


F mirable de la independencia. Valiente como po­
cos, tenaz como ninguno, limpio de cualquier ambi­
ción que no fuese la libertad de su patria.
Hombre de buenos sentimientos y de rectísimas in­
tenciones, sin codicia de poder ni de lucro, su partici­
pación en la política, sin embargo, fue, en general, erra­
da y funesta, porque cayó en las manos inempeora-
bles de Zavala y de Poinsett, que habilísimamente
aprovecharon para sus turbios fines, la exigua intelec­
tualidad y el caudaloso prestigio del caudillo suriano.
Por sobre yerros y culpas de que nadie está exen­
to, Iturbide y Guerrero, unidos en el triunfo luminoso
de la independencia, unidos en la sombría ingratitud del
fusilamiento, ¿por qué no han de quedar también uni­
dos en nuestra patriótica reverencia a sus méritos y a
su gloria?
F e b re r o d e 19319 prim er centenario del fusilam ien­
to d e G uerrero.
SANTA ANNA A LA VISTA
ESBO ZO

ON Antonio López de Santa Anna, limpio de

D lealtad y de pudor, incoherente y dinámico,


aparatoso e irresponsable, nacionalista y fol­
klórico, logrero y romanticón, intolerable e indispensa­
ble, bien merece un libro, que por los cuatro costados
saldría gustoso, pintoresco y mejicanísimo.
Mientras hay quien se anime a hacer el libro, con­
tentémonos con dibujar algunos aspectos singularmen­
te emborronados, y con recomendar las M em orias del
propio Santa Anna (publicadas en la colección de do­
cumentos de Genaro G arcía), que nos adentran en la
psicología del personaje. Estas M em orias, sembradas
de mentiras y de llantos, de exclamaciones y de cursi­
lerías, de pormenores interesantísimos y de ingenui­
dades egolátricas, son como para morirse de risa. Y o
las hojeo cuando estoy tedioso, y me resultan tan cu­
rativas como el mejor humorista.
ha mantenido incensantemente a la república; con toda
esta inconsecuencia consigo mismo, por la cual no ha
dudado sostener, cuando ha convenido a sus miras,
ideas enteramente contrarias a sus opiniones privadas;
entre los inmensos males que ha causado para subir al
mando supremo, sirviéndose de éste como medio de
hacer fortuna, se le ve también, cuando los españoles
intentaron restablecer su antiguo dominio desembar­
cando en Tampico en 1829, presentarse a rechazarlos
sin esperar órdenes del gobierno y obligándolos a ren­
dir las armas; correr en 1835 a las colonias sublevadas
de T ejas y llevar las banderas mejicanas hasta la fron­
tera de los Estados Unidos, para asegurar la posesión
de aquella parte del territorio nacional, como lo habría
logrado, si la desgracia, que en la guerra es casi siem­
pre efecto de la imprevisión y del descuido, no lo hu­
biese hecho caer en manos del enemigo ya vencido,
y al que no quedaba más que el último ángulo del te­
rreno que pretendía usurpar. Si los franceses se apode­
ran del castillo de San Juan de Ulúa e invaden la ciu­
dad de Veracruz en 1838, Santa Anna les hace frente,
perdiendo una pierna en la refriega; y, por último, en
la guerra más injusta de que la historia puede presen­
tar ejemplo, movida por la ambición, no de un monar­
ca absoluto, sino de una república que pretende estar
al frente de la civilización del siglo diecinueve, cuando
el ejército de los Estados Unidos penetra en las pro­
vincias del Norte, Santa Anna combate con honor en
la Angostura; traslada con increíble celeridad el ejér­
cito que había peleado en el Estado de Coahuila a de­
fender las gargantas de la cordillera en el de Veracruz,
y derrotado allí, todavía levanta otro ejército con que
defender la capital, con un plan tan acertadamente
combinado como torpemente ejecutado, y mereciendo
el elogio que el senado romano dio en circunstancias
semejantes, al primer plebeyo que obtuvo fasces con­
sulares, de “no haber desesperado nunca de la salva­
ción de la república”, los invasores lo consideran, así
como al desgraciado general Paredes, como los únicos
obstáculos para una paz que hizo perder más de la mi­
tad del territorio nacional, y todos sus esfuerzos se en­
derezan a apoderarse de su persona.

"Conjunto de buenas y malas cualidades; talento


natural muy claro, sin cultivo moral ni literario; espí­
ritu emprendedor, sin designio fijo ni objeto determi­
nado; energía y disposición para gobernar, obscure­
cidas por graves defectos; acertado en los planes ge­
nerales de una revolución o de una campaña, e infe­
licísimo en la dirección de una batalla, de las que no
ha ganado una sola; habiendo formado aventajados
discípulos y tenido numerosos compañeros para llenar
de calamidades a su patria, y pocos o ningunos cuan­
do ha sido menester presentarse ante el cañón francés
en Veracruz o a los rifles americanos en el recinto de
M éjico, Santa Anna es, sin duda, uno de los más no­
tables caracteres que presentan las revoluciones ame­
ricanas. Y este es el hombre que dio el primer golpe
al trono imperial de Iturbide”.
O T E S E que Santa Anna vivía cuando Alamán
N escribió lo transcrito, y que muy poco después
(1853-55), volvió al país a ejercer la dictadura y per­
derse en los trágicos devaneos de Alteza Serenísima.
Alamán, que empezó por dirigirle una notable carta,
fue su primer ministro, se impuso al general y rigió
el timón con admirable entereza y patriotismo. . . pe­
ro sólo unas semanas: el 2 de junio de 1853 murió.
No pudo ver ni juzgar lo que vino después.

Treinta años más tarde, un hombre representativo


del campo opuesto, don Ignacio Manuel Altamirano.
externaba sobre Santa Anna un parecer que coincide
con el de Alamán. Encuéntrase en su inteligente JRe-
vista histórica y política —que, por cierto, contiene
el juicio más ecuánime y justiciero sobre Juárez, desde
el punto de vista liberal— , y consta en el Prim er a l­
m anaque histórico, artístico y m onum ental d e la R e
pública M ejicana, publicado por Manuel Caballero
(1883-84).
Dice así:
“Ese hombre, digno de estudio, cuya personalidad
vemos, por desgracia, mezclarse en todos los aconteci­
mientos de la historia de México, desde 1821 hasta
1855, es decir, por cerca de medio siglo, y que toda-
vía pugnó por seguir figurando más tarde, aunque en
vano, es el ejemplar del Proteo político y del ambicio­
so audaz y descarado más completo que pueden pre­
sentar los anales de un pueblo destrozado por las re­
vueltas.
Realista oficioso y amigo de la dominación espa­
ñola en los últimos años de ella; independiente e iturbi-
dista apresurado en 1821; imperialista entusiasta en
1822; republicano, el primero que proclamó la repúbli­
ca, en 1822; federalista en 1823; amigo de los yorki-
nos y guerrerista en 1828; pedracista en 1832; liberal
y constitucionalista en 1833; enemigo de la Constitu­
ción en 1835; centralista en 1843; dictatorial en 1844;
otra vez constitucionalista en 1846; otra vez dictatorial
y absolutista en 1853! Después fue imperialista, pero
rechazado por los franceses y por el Imperio, se hizo
juarista y aun orteguista, pero ni Juárez ni Ortega lo
admitieron.
“Para él las convicciones políticas no importaban
nada. El poder a toda costa; tal fue el programa de
su vida entera.
“No puede negarse, ciertamente, que prestó algunos
buenos servicios a su patria, combatiendo contra los
españoles en Tampico en 1829, habiendo recibido allí
una herida, a consecuencia de la cual perdió un pie, y
contra los americanos en los años de i 836 y 1847, aun­
que en estas últimas campañas su incapacidad militar
fué más funesta que útil a M éjico.
“Pero basta una ligera reflexión para comprender
que estos servicios fueron eclipsados enteramente por
la desatentada ambición que le hizo mantener en una
agitación constante a su país. ..
" . . . Sobre todo, cualesquiera que hayan sido los
antecedentes patrióticos del general Santa Anna, ellos
quedaron manchados con su conducta injustificable en
su última dictadura de 1853 a 1855, durante la cual
M éjico gimió en la más triste servidumbre. Fue esa una
dictadura grosera y salvaje, sin una sola tendencia ge­
nerosa, sin un fin elevado, sin un motivo patriótico”.

E A S E cómo ni Alamán ni Altamirano tienen a


Santa Anna por representativo de un partido. Ni
siquiera lo fue cuando se le llamó en 1853, creyéndose
encontrar en él — a pesar de sus lacras, de todos co­
nocidas—, al hombre fuerte y prestigioso en el ejérci­
to, que pudiera garantizar, contra asonadas militares,
la paz indispensable para emprender una política cons­
tructiva. De ello hablaremos luego. Baste recordar que
entre las personas que en especial comisión fueron has­
ta Veracruz para recibir a Santa Anna con grandes ho­
nores, figuraba un caballero que se llamaba Miguel
Lerdo de Tejad a.
C O N S E R V A D O R E S Y L IB E R A L E S A N T E
SAN TA ANNA

R A congojosa la situación de M éjico: "el país

E se disolvía, como llegó a decir el ministro de


la Guerra, Robles Pezuela. Bajo estos tristes
auspicios comenzó el año de 1852 — prosigue don
Justo Sierra— , con un nuevo congreso pero con una
situación peor, que el Presidente (don Mariano Aris­
ta) trazó con líneas sombrías en un discurso que
parecía el d e profundts de la Federación y de la Repú­
blica . . . Corrieron así los meses; todo se repetía: bár­
baros, filibusteros, pronunciamientos, escaseces infini­
tas; una federación convertida en confederación por la
excesiva libertad de los Estados. . . "
Surgió entonces el movimiento contra Arista y se
pensó en llamar a Santa Anna, recluido a la sazón en
Colombia, creyendo inexcusable su brazo fuerte y su
influjo en el mundo militar para contener insurreccio­
nes y anarquías, y dar cimientos de paz a un gobierno
que pudiera hacer labor constructiva.
Todos sabían las fallas de Santa Anna; no era pa­
ra los conservadores un ideal, sino un mal menor, que
u
se toleraba como imprescindible. Gentes de otra orien­
tación volvían también ojos a él: logias y elementos
afines pensaban en Santa Anna —nos lo cuenta el ma­
són don José María Mateos en su H istoria d e la maso­
nería en M é jic o —, y personas como don Miguel Ler­
do de Tejada iban en viaje especial a Veracruz a dar­
le la bienvenida, y en su administración tomaban pues­
tos de notoriedad: así el de oficial mayor de Fomen­
to, desempeñado por el susodicho don Miguel.

L partido conservador estaba identificado con San­


E ta Anna? ¿Lo sentía su h om brel
No, Diáfanamente se ve así en la notabilísima
carta que don Lucas Alamán dirigió, el 23 de marzo de
1853, al general que, ya nombrado Presidente, venía
a ocupar su puesto. Puede leerse entera en Arrangoiz,
en Zamacois, en M éjico a través d e los sig los. He aquí
algunos fragmentos que tocan nuestro asunto:
“Ahora la presente sirve de credencial para que
el amigo don Antonio de Haro, que será el portador
de ella, exponga a usted más particularmente cuáles
son las disposiciones en que se encuentra con respec­
to a usted y al país, esto que se llama el partido con­
servador; habiendo pensado que estos informes no po­
dría usted recibirlos de persona que le fuese a usted
más grata y en que mayor confianza pudiera tener, ni
para nosotros más segura, pues el señor Haro está uni­
do con nosotros en opiniones y d eseo s.. .
“Usted encontrará a su llegada a este puerto (V e-
racruz) y en diversos puntos de su tránsito a esta ca­
pital, multitud de personas que han salido o van a sa­
lir en estos días a recibir a usted, entre las cuales se
encuentran enviados de todos los que por algún ca­
mino están especulando a expensas del erario nacio­
nal; de todos los que quieren comprometer a usted
en especulaciones de las cuales a ellos les quedará el
provecho y a usted la deshonra, y otros muchos que
van a alegar méritos para obtener premios. Estos le
dirán a usted que ellos han hecho la revolución para
llamar a usted, siendo así que han sido pocos y entre
ellos muy especialmente el señor Haro, los que han he­
cho esfuerzos y se han puesto en riesgo con aquel fin. . .
Las cosas se han ido encadenando como sucede en to­
das las revoluciones cuando hay mucho disgusto, has­
ta terminar en el llamamiento y elección de usted pa­
ra la Presidencia, nacida de la esperanza de que usted
venga a poner término a este malestar general que sien­
te toda la n a ció n .. .
“Nuestros enviados, a diferencia de todos esos otros, .
no van a pedirle a usted nada ni a alegar nada; van
únicamente a manifestar a usted cuáles son los prin­
cipios que profesan los conservadores, y que sigue
por impulso general toda la gente de bien".
‘C ' X T R A C T O y gloso rápidamente esa exposición
de principios que hace Alamán:
"E s el primero conservar la religión católica, por­
que creemos en ella, y porque, aun cuando no la tuvié­
ramos por divina, la consideramos como el único lazo
común que liga a todos los mejicanos, cuando todos
los demás han sido rotos, y como lo único capaz de
sostener a la raza hispanoamericana y que puede li­
brarla de los grandes peligros a que está expuesta".
He allí el pensamiento cardinal: el catolicismo co­
mo sustancia salvadora de la nacionalidad y de la ra­
za; pensamiento más obsesionante entonces que nun­
ca, por la reciente amputación de la República.
Y , en consecuencia, quiérese respeto para la Igle­
sia, sin que ello se oponga a posibles reformas o mo­
dificaciones: basta "arreglar todo lo relativo a la ad­
ministración eclesiástica con el Papa", que es el ca­
mino lógico, justo, racional.
No se desea oprimir a nadie: "no es cierto, como
han dicho algunos periódicos por desacreditamos, que
queramos inquisición ni persecuciones".
Se busca gobierno fuerte, pero no arbitrario ni irres­
ponsable. Al revés: "Deseamos que el gobierno tenga
la fuerza necesaria para cumplir con sus deberes, aun­
que sujeto a principios y responsabilidades que eviten
los abusos, y que esta responsabilidad pueda hacerse
efectiva y no quede ilusoria”.
Federación se ha traducido prácticamente por dis­
gregación. Hay que ir contra ello. También "contra
todo lo que se llama elección popular, mientras no des­
canse sobre otras bases”. No es desdén, sino respeto
a la auténtica opinión pública, pisoteada en las farsas
electivas.

¿Militarismo? No, al contrario: “Pensamos que de­


be haber una fuerza armada, en número competente
para las necesidades del país, siendo una de las más
esenciales la persecución de los indios bárbaros y la
seguridad de los caminos; pero esta fuerza debe ser
proporcionada a los medios que haya para sostenerla,
organizando otra mucho más numerosa de reserva, co­
mo las antiguas milicias provinciales, que poco o nada
costaban en tiempo de paz y se tenían prontas para ca­
so de guerra. . .

“Estos son los puntos esenciales de nuestra fe po­


lítica, que hemos debido exponer franca y lealmente,
como que estamos muy lejos de pretender hacer mis­
terio de nuestras opiniones; y para realizar estas ideas
se puede contar con la opinión general, que está de­
cidida en favor de ellas. . . Toda la gente sensata es­
tá en el mismo sentido. ..

“Creemos que la energía de carácter de usted, con­


tando con estos apoyos, triunfará de todas las dificul­
tades, que no dejarán de figurarle a usted muy gran­
des los que quieren hacerse de su influjo para conser­
var el actual desorden. .
R O S IG U E Alamán diciéndole virilmente a San­
P ta Anna:
"Tememos, a la verdad, por otro lado, que, cuales­
quiera que sean sus convicciones, rodeado siempre por
hombres que no tienen otra cosa que hacer que adular­
le, ceda a esa continuada acción, pues nosotros ni he­
mos de ir a hacernos presentes, ni hemos de luchar
con ese género de armas.
"Tememos igualmente que vayan a tener su cum­
plimiento algunos negocios de que acaso esté usted
impresionado por no haberlos examinado bastante, los
que han sido ya demasiado onerosos a la República,
y de que queda pendiente la parte más desesperada,
capaz por sí sola de acabar con el crédito de usted.
"Tememos no menos que, llegado aquí, vaya usted
a encerrarse en Tacubaya, dificultándose mucho ver­
le, haciendo muy gravoso para todos el ir allá, y que
por fin haga usted sus retiradas a Manga de Clavo,
dejando el gobierno en manos que pongan la autori­
dad en ridículo y acaben por precipitar a usted, como
antes sucedió.

"Tiene usted, pues, a la vista, lo que deseamos, con


lo que contamos y lo que tememos. Creemos que esta­
ré por las mismas ideas; mas si así no fuere, tememos
que será gran mal para la nación y aun para usted.
En ese caso, le suplico eche al fuego esta carta, no vol­
viéndose a acordar de ella. En manos de usted, señor
general, está el hacer feliz a su patria, colmándose us­
ted de gloria y de bendiciones”.

O N F O R T A el tono patricio y la austera valen­


C tía de esta carta, que pinta de cuerpo entero al
hombre insigne que la escribió, al cual nos hemos em­
peñado en incomprender y calumniar —'así en M éjico
a través d e los siglos* l l a m á n d o l o “enemigo de la
independencia" y otras aparatosas necedades.
Se aguantó Santa Anna la epístola, y el 20 de abril
nombró un gabinete conservador con Alamán por je ­
fe. Don Lucas, enfermo, se rehusaba, pero hubo de ac­
ceder. Trabajó intensamente. El como cerebro y San­
ta Anna como brazo, habrían formado un consorcio
fecundo en bienes para la patria. Fue una alta y su­
prema ocasión. Pero la deshizo la muerte. El 2 de ju­
nio, apenas en sus inicios la tarea, bajó al sepulcro don
Lucas Alamán.
Sin él don Antonio de Haro y Tamariz —el porta­
dor de la epístola— , probo y enérgico ministro de H a­
cienda, quiso enfrenar a Santa Anna; ante la imposi­
bilidad, renunció, para convertirse luego en vivo foco
de protesta y de rebelión, y fue sañudamente persegui­
do. Otros, menos denodados, ni se atrevían a romper
ni lograban imponerse. “Con la muerte de Alamán y
la separación de Haro —asienta don Justo Sierra— ,
cesa el gobierno del partido reaccionario; muchos re­
accionarios quedan en la administración.. . pero en
segunda línea, a la cola de los militares, que son los
dueños de la casa",

Santa Anna se entrega a su camarilla y se precipi­


ta en toda suerte de arbitrariedades y abusos. Prorro­
ga su dictadura y, ya hacia el final, ocúrresele "con­
sultar a personas de opiniones conservadoras, pero ale­
jadas de la p o lítica ... sobre la manera de transfor­
mar el gobierno personal. E l insigne jurisconsulto Cou­
to redactó el d ictam en ... Couto, el jefe del cabildo
eclesiástico Moreno y Jove, y otros proceres de su ta­
lla, marcaban la línea en que los liberales de gobierno
y los conservadores se confundían en un mismo odio
a la tiranía y a la anarquía". Así lo expresa en M éjico,
su evolución social, don Justo Sierra, a quien insisto en
citar por la significación de su insospechable testi­
monio.

he aquí un contraste sorprendente.


Y Cuando ya Santa Anna se había desmanda­
do de mil modos y —contra lo estatuido al llamársele
a la Presidencia— se había prorrogado indefinidamen­
te el poder autocrático, don Juan Alvarez, futuro jefe
de la revolución de Ayutla, desde su Hacienda de La
Providencia escribía lo siguiente al dictador, el 24 de
diciembre de 1853:
"Guadalajara, el día 17 del mes anterior, fue tes­
tigo de un suceso grande e importante, dictado por el
patriotismo y sancionado por la más libre y espontánea
voluntad. Pronto los demás pueblos, atentos a la ar­
dua empresa de su regeneración política emprendida
por Vuestra Excelencia con un distinguido y noble
empeño, secundarán el voto de Guadalajara, y a este
voto tan sublime y popular, V . E., que tanto ama la pa­
tria que rige, no puede ser indiferente ni dejar de acep­
tarlo. El prorrogar a V . E., las facultades extraordi­
narias que le confirieron los convenios de seis de fe­
brero, en virtud de los cuales V . E., ha empezado una
obra cuya conclusión gloriosa a V . E. exclusivamente
pertenece.
"E l Departamento de Guerrero, de cuyo mando me
encuentro separado temporalmente, se ha adherido ya
al voto unánime de los pueblos: las actas y demás do­
cumentos relativos, deben a esta fecha haberse remiti­
do al supremo gobierno; y cuando me he felicitado por
un acontecimiento en el cual los mejicanos todos fun­
dan las más lisonjeras esperanzas, yo no puedo resis­
tir al deseo de manifestar a V . E., como tengo el honor
de hacerlo, que de acuerdo en todo con el plan de
Guadalajara y el acta levantada en Bravos, se digne
considerarme como uno de tantos ciudadanos que en
V . E. depositan toda su confianza para la salvación
y progreso de la República, cuyos destinos se hallan
encomendados a sus diestras manos.

"Felicito a V . E. de la manera más cordial por la


confianza que ha merecido de sus compatriotas, por el
distinguido título de Capitán General con que ha sido
proclamado unánimemente; y al disfrutar el honor de
manifestarlo a V . E., me honro en reproducirle las
protestas de mi alta, respetuosa consideración y justo
aprecio”.
Quien así se expresaba y había aceptado de San­
ta Anna el nombramiento de comendador de la Orden
de Guadalupe, seria pronto cabeza del movimiento de
Ayutla.
Suponer que todo lo transcrito era falacia y ardió
paréceme enfermiza explicación que, sin favorecer ni
honrar al interesado, peca de gratuita e insuficiente.
Y la interrogación se impone. ¿Abrazó don Juan
Alvarez la revolución por sincero amor a la libertad? ¿O
más bien porque creyó en peligro —a causa de la re­
celosa actitud de Santa Anna— el ancho cacicazgo que
ejercía en el Sur?

A g osto d e 1932,
HORAS DE SANGRE
L respeto a la vida humana es esencia de civi­

E lización, Pero hay períodos tempestuosos, de


ensañamiento y fiebre, en que la crueldad se
enseñorea de los hombres y la sangre reclama sangre.
Uno de esos trágicos períodos en nuestra historia, fue
la Guerra de Tres Años.
¿Quién, en esa lucha dramática, empezó a verter
sangre de prisioneros, a desdeñar la vida humana y
hasta a proclamar el designio de aterrorizar por ese
medio a los adversarios?
¿Quién, en cambio, reprobó el primer exceso del
bando propio y propugnó por humanizar y dignificar la
contienda, aunque luego las pasiones fueran creciendo
en furor, y las sangrientas represalias se sucedieran
vertiginosas en ambas facciones?
Interesa saberlo al estudioso que quiera indepen­
derse de enturbiadores partidarismos y de vulgarida­
des rutinarias, a fin de conocer y justipreciar impar-
cialmente el pasado.
ON Juan Zuazua, coronel liberal nuevoleonés, fue
D en la Guerra de Tres Años, el primero que —al
tomar la plaza de Zacatecas tras una resistencia heroi­
ca— , mandó fusilar a los valientes vencidos, el 30 de
abril de 1858.
Así se arrebató la vida, a despecho de la conster­
nación de la sociedad, al general Antonio Mañero, al
coronel Antonio Landa, al teniente coronel Francisco
Aduna, al comandante Pedro Gallardo y al capitán de
artillería Agustín Drechi. Y había la punzante circuns­
tancia de que uno de los fusilados, Landa, era el que,
apenas el mes anterior, había aprehendido a Juárez y
sus ministros en Guadalajara y les había salvado la
vida que tuvieron en gravísimo riesgo,
Don Santos Degollado, jefe entonces del bando li­
beral por la ausencia de Juárez que se había embarca­
do en Colima, al tener noticia de los fusilamientos, los
comentó en carta a Zuazua, que dice así:
"Con satisfacción he recibido la nota de V . S„ fe­
cha 2 del actual, y con ella los impresos en que cons­
tan los partes que ha dado al Excmo. Señor General
en Jefe del Ejército del Nort|, sobre los brillantes he­
chos de armas de esa división en el puerto de Carre­
tas y Zacatecas. Por tan plausibles acontecimientos,
felicito sinceramente a V . S„ y en nombre de la Repú­
blica le tributo el más cumplido voto de gracias, re­
servando para mejor época la justa recompensa con
que la nación debe premiar a sus buenos hijos. Igua­
les felicitaciones merece el ilustrado Estado a que V . S.
pertenece, y le ruego que en representación del gobier­
no constitucional, las dé al Excmo. Señor General don
Santiago Vidaurri, entretanto que, restablecida la se­
guridad de la correspondencia, me dirijo a S. E, di­
rectamente de oficio.
“Es muy sensible ocurrir en una guerra de herma­
nos a sangrientas ejecuciones; pero, supuesto que los
eternos enemigos de toda garantía, con su obstinación
y barbarie han cerrado las puertas de la clemencia, por
más doloroso que sea para el Supremo Gobierno, ya
que tenga por misión el restablecimiento de la ley, sa­
brá ejecutarla con vigor. Por lo mismo, debo decir a
V . S. que si los recursos de prudencia y benignidad no
son suficientes para restaurar la moral y tranquilidad
pública, atropelladas con tanto cinismo por la reacción,
el pueblo que represento, no sólo aprueba las rigurosas
medidas legales que se empleen para reprimirla, sino
que recomienda a los que le reconocen que, sin distin­
ción de clases ni categorías, apliquen las leyes estable­
cidas, como aprueba, por estar conforme con ella, la
pena impuesta a los jefes que fueron ejecutados en
esa ciudad.
“Quiera la Divina Providencia, cuyo santo nombre
no invocamos hipócritamente los que de veras nos ape­
llidamos amigos de la humanidad; quiera, repito, que
tan triste como merecido castigo sirva de saludable
ejemplo a los que medran con las desgracias del país,
para que éste entre por fin en el sendero de paz, li­
bertad y progreso, y que al retirarnos a nuestros ho­
gares llevamos el consuelo de haber conquistado un
escalón de felicidad para aquél. Una muy grande parte
de ese honor va a caber al valiente Ejército del Norte
a quien saludo con la efusión más tierna del alma, por
conducto de V . S., que es uno de sus más dignos re­
presentantes, a quien en lo particular renuevo mis pro­
testas de afecto y confraternidad.
“Dios y Libertad.—Cuartel General en esta ciudad
de Guzmán, mayo 17 de 1858.—D egollado.
“Señor coronel don Juan Zuazua, jefe de la prime­
ra división del Ejército del Norte.— Zacatecas o don­
de se halle".

U Y pronto vino la primera represalia. E l teniente


M coronel conservador don Manuel Piélago, eje­
cutó en mayo a dos liberales, y entonces el Presidente
don Félix Zuloaga hizo dirigir al general Casanova, co ­
mandante general de Jalisco, la siguiente comunica­
ción.
“Con el mayor sentimiento y desagrado se ha im­
puesto el Excmo. Señor Presidente de la nota de V .
S. de 22 del actual, en la que da parte de las operaciones
militares de la sección del teniente coronel don Manuel
Piélago por los pueblos de Ahualulco y Ameca, inme­
diatos a esa ciudad, comunicando que uno de los indi-
viduoa de las partidas que perseguía, y cayó prisio­
nero, fué pasado por las armas; y la ejecución de don
Ignacio Herrera y Cairo, que se hallaba en la Hacienda
de la Providencia, por las razones que expresa en su
citada comunicación.
"Su Excelencia no puede aprobar semejante con­
ducta, y lamenta profundamente que uno de los jefes
del ejército restaurador de las garantías se haya mos­
trado tan cruel e inhumano con los dos individuos de
que se trata.
El primero, cuyo nombre no se menciona, ha de­
bido considerarse como un prisionero de guerra, y per­
teneciendo probablemente a la clase de enemigos del
gobierno que son arrastrados o por la ignorancia o por
la seducción, a unirse con las gavillas que amenazan la
seguridad pública en varios lugares del Departamento,
ha debido por lo menos esperarse que un proceso se­
guido en forma, pudiera acreditar si merecía o no la
pena de muerte,
"E n cuanto a don Ignacio Herrera, la responsabi­
lidad es mucho mayor, porque no constando por la no­
ta de V . S. sino que se tenía noticia de que en la Ha­
cienda de la Providencia, donde se hallaba, existían al­
gunas armas y pertrechos de guerra, y que allí se re­
unían los enemigos del gobierno, el teniente coronel
Piélago debió tomar informes más seguros y proceder
con toda la justificación que es necesaria en estos ca­
sos. En ninguno pudo ordenar la ejecución, porque
aprehendido aquel individuo, pudo consultar con V . S.
o ponerlo inmediatamente a su disposición como la au-
toridad de que depende, procediendo como un jefe
de honor y de moralidad que no quiere confundirse con
los que devastan los pueblos y violan todas las garan­
tías personales.
“El Excmo. Señor Presidente me ordena diga a V .
S., que la conducta del teniente coronel Piélago y las
dos ejecuciones que ha ordenado han causado una do-
lorosa sensación en el gobierno, que ni quiere ni pue­
de permitir que el ejército nacional se manche con una
sola gota de sangre que se derrame fuera del orden
de la justicia, y que bajo este concepto, es preciso que
V . S. mande inmediatamente separar del mando de la
sección de tropas que tiene a sus órdenes al expresado
jefe, previniendo se le instruya el proceso correspon­
diente, y ordenando al fiscal dé cuenta a V . S. del
estado que tuviere cada cuarenta y ocho horas, para
que sufra el castigo que merece por aquellos actos san­
guinarios y deshonrosos para la milicia y el buen nom­
bre de la nación.

“Nada puede empañar más el lustre de sus armas


y la bandera que ha levantado, como imitar la conduc­
ta bárbara de sus enemigos. Los sucesos de Zacatecas
y algunos otros bien lamentables, lejos de autorizar una
política sangrienta, deben excitar a todos los que de­
fienden los principios que se han proclamado, a no
buscar otro apoyo que el de una justicia que no teme
el examen ni de los nacionales ni de los extranjeros;
justicia que puede concillarse muy bien con la energía
y con la humanidad, y que es la única que puede con­
solidar la paz, el respeto al gobierno y la unión que
éste desea establecer entre los mejicanos.
"Reitero a V . S. las seguridades de mi considera­
ción.
"Dios y Libertad.'—'Méjico, mayo 29 de 1858. —
Parra.
"Sr. Gral. don Francisco Casanova, comandante ge­
neral del Departamento de Jalisco .

O puede ser más acentuado el contraste entre las


N comunicaciones de Degollado y de Zuloaga. El
jefe liberal, en medio de eufemismos que a nadie en­
gañan, aprueba los fusilamientos, los recomienda para
el futuro y prácticamente anuncia una era de terror;
el jefe conservador los desaprueba sin reticencias, or­
dena destitución y proceso para el responsable y en­
carece procedimientos ecuánimes y civilizados.
Pero claro que en la furia de la guerra esta ecua­
nimidad era casi inasequible, y la crueldad se contestó
con crueldad, y las represalias fueron sucediéndose y
eslabonándose trágicamente.
No faltan lenidades honrosas: el conservador don
Tomás M ejía, al entrar en Tampico el H de mayo, tra­
ta hidalgamente a los adversarios y hasta da libertad
a algunos de ellos; y en el otro campo, el propio Zua-
zua, al tomar San Luis Potosí el 30 de junio, recor­
dando sin duda la reprobación y el horror público por
las ejecuciones de Zacatecas, respeta la vida de los
vencidos.
Pero prevalece el rigor y las pasiones van caldeán­
dose más y más; y así, por ejemplo, violándose las ga­
rantías de la capitulación, los conservadores Monayo
y Piélago son horriblemente sacrificados en Guadala-
para en octubre de 1858 y asesinado el general Blan-
carte, a quien Degollado garantizó la vida, sin que el
conocido asesino sea al fin castigado; y el 11 de abril
de 1859 —un año después de las ejecuciones de Z a ­
catecas, que rompieron las normas civilizadas antes se­
guidas por ambos bandos— los conservadores fusilan
en Tacubaya a los jefes y oficiales vencidos, incluyen­
do a quienes prestaban servicio médico.
Tales son los “mártires de Tacubaya" a quienes
se conmemora cada año, renovando anatemas contra
el “tigre" Leonardo Márquez, “monstruo del averno"
y otros horrores parecidos. Sobre este punto, que ha­
bría que estudiar a fondo para deslindar hechos y res­
ponsabilidades, conviene decir brevemente:
Que Márquez, uno de los personajes más calum­
niados de nuestra historia, —hombre honorable, de
firmes y sinceras convicciones, y exento de ambición
personal— , aunque severo y endurecido en los trances
de la guerra, no era particularmente sanguinario;
Que en lo de Tacubaya procedió amparado por or­
den escrita del Presidente Miramón, y supo soportar
el diluvio de dicterios sin exhibir la orden autógrafa
que lo vindicaba, y que fue descubierta más tarde por
el gobierno liberal;
Que, según afirma en su manifiesto de 1868, pasó
la orden para su cumplimiento sin intervenir él en las
ejecuciones, cosa que se inclina a aceptar don José M a­
ría Vigil;
Que las víctimas fueron dieciséis, según Zamacois,
o diecisiete, según la lista nominal que viene en M éjico
a través d e los siglos, pero no cincuenta y tres, fantás­
tica cifra que repiten Pérez Verdía y otros;
Y que si fueron sacrificados algunos médicos y pai­
sanos, debióse a que en aquella jornada tenían grado
militar y desempeñaban también —o se juzgó que des­
empeñaron — actividades bélicas.
En cuanto a Miramón, que tampoco se caracteriza
por sanguinario, lamentó después la extensión que se
había dado a su orden, de la que él expresamente ex­
ceptuó a algunos liberales de importancia.

O R O P I O es de espíritus civilizados condenar los


fusilamientos de Tacubaya, así como todos los
horrores semejantes, cualquiera que sea el partido que
los cometa. Pero, al hablar de estas cosas, es de justi­
cia recordar quiénes iniciaron la orgía de sangre duran­
te la Guerra de Tres Años, y cómo don Santos Dego­
llado —el mismo que fue derrotado en Tacubaya— ,
fue quien sancionó y recomendó el sistema sanguina­
rio, mientras Zuloaga lo reprobaba con vigor.

A bril d e 1931,
DON BENITO Y LOS VECINOS
U N A DE LAS CLAVES DE NUESTRA
h is t o r ia

S T A M O S en abril de 1859.

E Hace más de un año se desencadenó la que


habrá de llamarse Guerra de Tres Años o de
Reforma. Zuloaga subió a la presidencia de la Repúbli­
ca en enero de 1858, y fue espontáneamente reconoci­
do por todas las naciones extranjeras, los Estados
Unidos inclusive. Juárez salió de la capital, se embarcó
en Colima, abandonó el territorio mejicano y, pasando
por Panamá y Nueva Orleans, fue a establecerse en
Veracruz.
Forsyth, ministro yanqui ante Zuloaga, no logra
las concesiones antipatrióticas que de éste pretende.
Despechado, conviértese en enemigo del gobierno. Juá­
rez, en tanto, multiplica gestiones para ser reconoci­
do por los Estados Unidos. ¿Qué ofrecimientos hace,
qué compromisos toma, a qué pretensiones da entrada?
Luego lo sabremos. E l caso es que logra lo que an­
hela.
He aquí algunas frases de la estudiada circular en
que Ocampo, ministro de Relaciones de don Benito,
participa desde Veracruz la gran noticia, el 6 de abril,
a los gobernadores liberales:
“Acaba de presentar el Excmo. Señor Robert M.
M ac Lañe al Excmo. Señor Presidente, la carta que
le acredita enviado extraordinario y ministro plenipo­
tenciario de los Estados Unidos en la República de
M éjico, reconociendo así solemnemente aquel gobier­
no al constitucional del Excmo. Señor Juárez.
“M e apresuro, con suma satisfacción, a comunicar
a V . E. tan fausto acontecimiento, celebrado y feste­
jado aquí debidamente, para que V . E. se digne hacerlo
saber a los pueblos de su Estado. El es de una gran­
de im portancia.. . Abre una nueva era para las re­
laciones de dos pueblos, cuya mutua prosperidad está
en el interés de ambos, pues que comienzan ya a com­
prender que unidos pueden desafiar al mundo y re­
gular los destinos de la nueva hum anidad.. . Da a
nuestro gobierno facilidad de relaciones que hasta hoy
no había podido entablar, y acelera rapidísimamente el
desenlace de una contienda fratricida, que casi ha he­
cho entrar en agonía a la República y ha dislocado ya
todo su orden social.
“Resuelto el Excmo. Señor Presidente a entrar en
una nueva política, franca y decorosa, con los E sta­
dos Unidos, evitará que cunda más entre nosotros el
espíritu de insensato antagonismo que, para que los
demócratas de todo el mundo no se entiendan y ayu­
den, ha conseguido sembrar un jesuitismo diestro y
m aquiavélico... Se unirá, por último (el señor Pre­
sí den te) a los economistas que piensan que un vecino
rico y poderoso vale más y da más ventajas que un
desierto devastado por la miseria y la desolación” .

E N D IA esta comunicación a preparar suavemen­


T te el terreno para lo que Ocampo ya traía en el
cuerpo y habría de conocerse después.
Dejemos a un lado la literatura, poco inteligente
y bastante risible, sobre la nueva hum anidad cuyos des­
tinos — desafiando al mundo entero— regirían en om­
nipotente consorcio los Estados Unidos y . . . Méjico.
¡Ni más ni menos!
Vayamos a cosas más serias.
Ocampo declara que el reconocimiento de los E s­
tados Unidos “acelera rapidísimamente el feliz des­
enlace" de la contienda fratricida. ¿Por qué? Claro
que el simple reconocimiento no tenía esa virtud. ¿Se
trataba, entonces, de ayuda positiva que iban a dar los
yanquis a los liberales? ¿Qué ayuda era ésa? ¿Hasta
dónde era lícita, conveniente y patriótica, teniendo en
cuenta que entonces la lucha era exclusivamente en­
tre mejicanos?. . .
Declara Ocampo que se adoptará una “nueva polí­
tica" con los Estados Unidos, desterrando el “insensa­
to antagonismo" que no es, como cualquier patriota
pensaría, fruto natural de la pérfida conducta de los
yanquis, de la inicua guerra del 47 y del reciente robo
de la mitad de nuestro territorio, sino resultado arti­
ficial de una propaganda “jesuítica”. ¿Y qué busca esa
propaganda? “Que los demócratas de todo el mundo
no se entiendan y ayuden". Ahora, pues, van a ayu ­
d arse los demócratas de Estados Unidos —curiosos
demócratas esclavistas con su presidente Buchanan
a la cabeza— y los liberales de Méjico; Es decir, aqué­
llos van a ayudar a éstos. ¿Cómo ayudarán? ¿Qué pe­
dirán o tomarán a cambio de esa ayuda?. . .
Ocampo manifiesta que Juárez “se unirá a los eco­
nomistas que piensan que un vecino rico y poderoso
vale más y da más ventajas que un desierto devastado
por la miseria y la desolación”. ¿Qué quiere decir es­
to? E l vecino rico y poderoso son los Estados Unidos.
Desierto pueden llamarse entonces la B aja California,
Sonora, Chihuahua, tierras codiciadas por el vecino
opulento, como lo ha revelado, sin mayores eufemismos,
el presidente yanqui Buchanan en su mensaje de 6 de
diciembre de 1858, queriendo que el congeso lo auto­
rice para apoderarse de algunas porciones de territorio
mejicano, so pretexto de las depredaciones cometidas
por los indios. Con ese Buchanan, anexionista voraz,
es con quien anuda entusiastas y efusivas relaciones
el gobierno de don Benito, deseando que el “desierto"
desaparezca para que se nos aproxime más el “vecino
rico y poderoso".
■ p 'O R M A contraste vivísimo esta circular del go-
**■ bierno de Juárez, con el documento que lanzó in­
mediatamente ¿1 gobierno de Miramón.
Copio íntegro ese documento, notable por varias ra­
zones, entre ellas por prever y anunciar desde entonces
que la fraternidad yanqui-liberal tenía seguramente por
objetivo algún tratado funesto y deshonroso para M é­
jico; y así fue, pues en diciembre de aquel año se fir­
mó el tratado M ac Lane-Ocampo, en que quedaron
pactadas la intervención de los Estados Unidos, su
cuasi soberanía en Tehuantepec y otras tristes cosas.
He aquí la antedicha protesta del gobierno conser­
vador, que —salvo lo de la execración nacional”
contra Juárez y algunas otras expresiones de partido,
en que caben discrepancias de opinión—, es una fiel,
viril y patriótica manifestación de la verdad:
“Secretaría de Estado y del despacho de Relacio­
nes Exteriores.
"Logrado el triunfo de la causa del orden y de las
garantías sociales contra la más funesta demagogia que,
conculcando todos los principios de moral y de polí­
tica, se entronizó desde agosto de 1855 hasta 23 de
enero de 1858, fué instalado en la capital de M éjico
con general aplauso de la nación, el gobierno que ac­
tualmente la rige, emanado del plan proclamado en
Tacubaya el 17 de diciembre de 1857 y reformado en
M éjico el 11 de enero de 1858. Este gobierno fue in­
mediatamente reconocido por todos los señores repre­
sentantes de las naciones extranjeras, incluso el señor
Forsyth, ministro de los Estados Unidos, quien con­
currió con los demás señores sus colegas a felicitar al
nuevo Presidente por su advenimiento al poder.

"Poco tiempo después, el mismo ministro de los E s­


tados Unidos abrió una negociación, por órdenes ex­
presas de su gobierno, con el de la República, para
celebrar un tratado, en virtud del cual se concediese
a los Estados Unidos, por una suma de dinero que se
estipularía, una parte muy considerable del territorio
nacional, y el paso a perpetuidad del istmo de Tehuan-
tepec. Desechadas estas proposiciones como injurio­
sas al buen nombre e intereses vitales de Méjico, el
ministro de los Estados Unidos cambió de política y
comenzó a suscitar embarazos a la administración pro­
vocando cuestiones desagradables, hiriendo a cada pa­
so la susceptibilidad nacional y entablando o sostenien­
do reclamaciones muy exageradas siempre, y las más
veces destituidas de fundamento. Reclamaciones eran
éstas derivadas casi en su totalidad de quejas anterio­
res contra funcionarios o agentes del gobierno derri­
bado por sus escandalosos atentados, y expresadas en
notas del lenguaje más cáustico y ofensivo. Ni excusó
tampoco, así el aconsejar a los ciudadanos americanos
la desobediencia al gobierno, a fin de provocarlo a me­
didas coercitivas para hacerse obedecer, y entonces pro­
testar y suspender las relaciones, según lo verificó; co­
mo el proteger a los enemigos del gobierno -—que lo
son también de la sociedad, por los principios de bar­
barie que ellos profesan y por la conducta salvaje que
observan— , hasta el extremo de tener el señor Forsyth
en su propia casa a los jefes de la revolución para que
conspirasen a mansalva y aun para que ocultasen la pla­
ta que, por orden del llamado gobierno constituciona-
lista, extrajeron de la catedral de Morelia, arrancán­
dola de sus altares.
“El gobierno de Méjico, sin embargo, guardó siem­
pre al representante de los Estados Unidos todas las
consideraciones y prerrogativas debidas a su rango, li­
mitándose a hacer patente su irregular manejo ante
su gobierno. Pero ese gobierno, lejos de ofrecer a M é­
jico la satisfacción que su propio decoro reclamaba,
aprobó la conducta de su ministro, y, dejando todo dis­
fraz, acaba de reconocer oficialmente como gobierno
legítimo de la República Mejicana al llamado consti-
tucionalista, representado por don Benito Juárez, que
se halla en el puerto de Veracruz, adonde se refugió
lanzado por la execración nacional de todos los pun­
tos en que quiso establecerse.
“En vista de esta conducta inconsecuente y desleal,
tan opuesta al derecho de gentes y a los usos estable­
cidos y admitidos por todas las naciones, y la cual no
puede tener otra mira que el engrandecimiento mate­
rial de los Estados Unidos a costa de la República
M ejicana, ya sea por la adquisición de una parte de su
territorio, sin detenerse en los medios para obtenerlo,
ya por la celebración de algún tratado, contrato o con­
venio para procurarse influencias o ventajas contrarias
a los intereses de Méjico, y para cuya consecución tra­
tan de revestir con las apariencias de gobierno legíti­
mo al mismo que desconocieron y desecharon cuando
tenían esperanzas de conseguir sus planes entendién­
dose con el único nacional admitido por todas las po­
tencias amigas y legítimo representante de la soberanía
de M éjico: el infrascrito, ministro de Estado y del des­
pacho de Relaciones Exteriores, por orden especial del
Excmo. Señor General Presidente de la dicha Repú­
blica M ejicana, declara:
“Que son nulos y de ningún valor ni efecto cuales­
quiera tratados, convenios, arreglos o contratos que
sobre cualquier materia se hayan celebrado o puedan
celebrarse entre el Gabinete de W áshington y el lla­
mado constitucionalista; y que desde ahora para siem­
pre protesta ante el mundo civilizado, a nombre de la
nación, dejar a salvo la plenitud de sus derechos, así
sobre toda la extensión de su territorio, según quedó
demarcado por el tratado de Guadalupe Hidalgo de
2 de febrero de 1848 y el posterior de 30 de diciem­
bre de 1853, como sobre cualquiera otro punto en que
se afecten los intereses y soberanía de M éjico.
"Palacio del gobierno nacional en M éjico, a 14 de
abril de 1859.'—M anu el D iez d e Bonilla
T A situación marcada por estos documentos es muy
clara y da la clave de todo un tormentoso perío­
do de nuestra historia:
Hay lucha civil en nuestra patria, exclusivamente
entre mejicanos.
Los Estados Unidos reconocen espontáneamente al
gobierno conservador, que domina en la metrópoli y en
la mayor parte de la República, y tratan de obtener
de él concesiones bochornosas. El gobierno conserva­
dor se niega de plano, afrontando la poderosa enemis­
tad yanqui y sacrificando así las conveniencias de par­
tido ante las conveniencias de la patria.
Entonces los Estados Unidos, solicitados por el
partido opuesto, se entienden con él, se constituyen
en la única nación del mundo que reconoce al gobier­
no liberal, y obtienen de éste —como se trasluce en la
circular de Ocampo y se ve a plena luz en otros do­
cumentos— lo que patrióticamente negaron los conser­
vadores.
El gobierno de Juárez, por tal de conseguir la ayu­
da yanqui para poder vencer en una guerra exclusiva­
mente mejicana, se echa en los brazos peligrosísimos
de los Estados Unidos, nuestro enemigo natural, cuan­
do estaba fresca la sangre del 47, fresca la tinta del
53, con que nos compelieron a firmar el tratado de
la Mesilla, y fresca la voz del Presidente anexionista
ij
Buchanan, pidiendo posesionarse de territorio meji­
cano.
Todo hombre recto y patriota, desentendiéndose
de nomenclaturas faccionales, de tergiversaciones in­
veteradas y de fobias anacrónicas, puede y debe de­
cidir: ¿De parte de quién estaban aquí la sensatez, el
pundonor, el patriotismo?

M a y o d e 1932.
IN T E R M E Z Z O P O L E M IC O : H IS T O R IA
Y JU V E N T U D

G R A D E Z C O y aplaudo el esfuerzo de sere­

A nidad del señor licenciado don Ramón Prida


en el caballeroso artículo que me dedica. M uy
explicable, natural y aun respetable me parece su adhe­
sión exclusiva y ardorosa a Juárez y al partido liberal,
por estar vinculado a don Benito con lazos familiares y
por haber alcanzado en su niñez el olor de la pólvora
de aquellas encarnizadísimas contiendas.
Pero los que hemos venido mucho después y esta­
mos exentos de toda ligadura familiar o política, así
personal como heredada, podemos y debemos pene­
trar en nuestra historia con ojos nuevos, con ánimo
tranquilo, con ansia exclusiva de verdad y de justi­
preciación. E s hora ya de que nos libertemos defini­
tivamente del sentido de bandería, del sentido de fac­
ción, que todo lo desnaturaliza, enturbia y saca de qui­
cio. Propia tarea de juventud es sacudir esa asfixiante
rutina, ese unilateralismo esclavizados para abrir ge­
nerosamente el alma a la comprensión de la totalidad
mejicana.
mí me es absolutamente igual que tal o cual he­
A cho, que tal o cual documento, redunde en pro
o en contra de Juárez, en pro o en contra de M ira-
món, en pro o en contra de Maximiliano, en pro o
en contra de quien sea. Sin esfuerzo, por espontánea
inclinación, quédome al margen de personalismos y
bandos.
Lo que pasa es que como la historia oficial, inspi­
rada o impuesta por el triunfador —así la historia so­
mera que a todos se nos imbuyó en los bancos esco­
lares y en las tribunas cívicas, como la historia monu­
mental al modo de M éjico a través d e los sig los—, con­
tiene una glorificación exagerada y sistemática de los
vencedores, y una exagerada y sistemática depreciación
de los vencidos, cuando por cuenta propia nos mete­
mos a estudiar e indagar, marchamos de sorpresa en
sorpresa, comprobamos mil silencios interesados y mil
inaceptables tergiversaciones, y entonces el espíritu de
justicia —no el espíritu de partido— , nos mueve a pre­
cisar tal o cual verdad que redunda, sin que nos lo
propongamos, en honor de los postergados. Y al que
tal hace, los que no pueden sentir y pensar sino en
función de secta, le cuelgan al instante el mote incom­
prensivo: conservador.
No. Lo escribí hace más de un año y ahora lo re­
pito con las mismas palabras:
"Y o no soy conservador. Y a he dicho en otra oca­
sión que. independientemente del sentido general que
la connotación tiene en muchos países del mundo, a
mí la palabreja me desplace, y en M éjico resulta equi­
voca y engendradora de perniciosas prevenciones, por
las luchas sangrientas que naturalmente evoca. Los
conservadores mejicanos están bien muertos, y el ha­
cerles justicia histórica no implica unimismarse con
ellos, ni menos querer para hoy los ideales y propósi­
tos que ellos alentaron en su época.
"Y o amo férvidamente la libertad, la elevación in­
tegral de los humildes, la mejor distribución de la ri­
queza. Y o creo —contra lo que hoy está de moda— que
la democracia no ha fracasado: que lo que ha fracasa­
do es la farsa de democracia. Y o creo que la esencia
democrática es esencia cristianq, y que sin ella el mun­
do es inhabitable y odioso. Y o creo que hay cosas
respetables que conservar, pero más corruptelas que
demoler, y que es indispensable evolucionar, ponerse
racionalmente al día, tender los ojos a las auroras del
porvenir.
"¿E s esto ser conservador? Y o no lo sé, pero es se­
guro que no suele entenderse así; y hay que desechar
las palabras que sirven para confusión y no para cla­
ridad”.
E A L M E N T E examinadas las observaciones que
L se me han presentado, no encuentro nada que
modificar en mi trabajo sobre U na d e las claves d e nues­
tra historia. Allí estudio, nótese bien, un momento pre­
ciso de nuestra vida nacional y, sin hacer generaliza­
ciones, digo exactamente lo que brota de documentos
indiscutibles.
Los Estados Unidos reconocen espontáneamente
—como todas las demás naciones— al gobierno conser­
vador de 1858, y gestionan con él un tratado funesto
para M éjico, que incluye enajenación de territorio y
otras franquicias. “El partido conservador enajenó to­
do lo que pudo’', dice el señor Prida. Radicalmente in­
exacto, porque aquí pudo enajenar, se le urgió para
ello con amenazas y promesas, y no lo hizo.
Y para nada influyó en el asunto el no dominar los
conservadores en la totalidad del país, pues ni los yan­
quis pedían tal requisito, ni los liberales dominaban to­
talmente cuando después concertaron el tratado M ac
Lañe.
Aquel gobierno conservador —cuyo ministro de R e­
laciones era entonces el ilustre e integérrimo don Luis
Gonzaga Cuevas— , negándose al convenio deshon­
roso, sabía perfectamente que se atraía la poderosa
y quizá decisiva animadversión yanqui; puso en ries­
go su triunfo político por salvaguardar el decoro pa­
trio. ¿Por qué no gloriarnos de esta actitud? ¿No eran
acaso mejicanos los que la asumían? ¿No es evidente
que si firman, con tal o cual modificación —-como lue­
go lo hizo Ocampo — el tratado propuesto, hubieran
consolidado fuertemente su victoria y los yanquis no
hubieran acudido a los liberales ni dádoles su recono­
cimiento y apoyo?

X 7 T A C Lañe llegó a Veracruz el primero de abril de


1859, habló con el gobierno liberal sobre el con­
venio tenazmente pretendido, cruzóse con don Melchor
Ocampo los días 4 y 5, importantísimos papeles — que
otra vez estudiaremos— para tener constancia escrita
de la favorable disposición del gobierno, y hasta d es­
pu és d e obten er esa constancia, reconoció el día 6 a la
administración de Juárez.
La circular que el propio 6 de abril expidió Ocam-
po, muestra con perfecta claridad que en esa ocasión
— pues de años posteriores hay documentos en senti­
do contrario—, Juárez estaba dispuesto a enajenar te­
rritorio. Dice rotundamente don Melchor, que el Pre­
sidente “se unirá a los economistas que piensan que
un país rico y poderoso vale más y da más venta­
jas que un desierto devastad© por la miseria y la de­
solación”. La frase, en su calculado eufemismo, es diá­
fana; no tiende ni puede tener otro sentido; el desierto
está en B aja California, Sonora, Chihuahua; el vecino
son los Estados Unidos.
Existe, pues, el hecho incuestionable, oficialmente
atestiguado por Ocampo: en aquel momento, Juárez
estaba resuelto a vender tierra mejicana.
Pero aquella tierra levantó formidable polvareda
entre los conservadores y también entre liberales. Esto
obligó sin duda a seria reconsideración, y al firmarse
el tratado M ac Lañe en diciembre de 1859 no se habla
de la venta territorial, aunque sí de intervencionismo
noteamericano y otras cosas profundamente depresi­
vas y funestas para M éjico, las cuales afortunadamen­
te no llegaron a convertirse en realidad, porque el se­
nado yanqui, por razones de política interna —pugna
del Norte y el Sur que ya presagiaba la guerra inmi­
nente'— no llegó a ratificar el tratado, a pesar de las
ardientes gestiones que para lograrlo hacían allá los
delegados de Juárez.

U E la cesión de territorio entraba en los planes


Q del gobierno de Veracruz en abril le 1859, se
confirma también porque, al responder Ocampo el día
28 la protesta de los conservadores, ni remotamente
niega lo que se le imputa, y se concreta a devolver la
imputación de rebote, afirmando que, “a pesar de to­
da protesta, la nación” —es decir, el gobierno libe­
ral— “hará lo que más le convenga”. Oigamos:
‘No hay, pues, que atender a los que con un hipó­
crita celo del honor nacional aparentan escandalizar­
se, horripilarse de la idea de disminuir el territorio.
cuando a sus torpezas se debe la separación de Gua­
temala y de T ejas, los actos que prepararon el tratado
de paz de Guadalupe y el negocio todo de la Mesi­
l l a . . . A pesar de toda protesta, la nación, que ya
no necesita de oficiosos tutores, hará lo que más le
convenga.. . ”

Si no es acaso en lo de la Mesilla, poco feliz andu-


.vo Ocampo en sus alusiones. No hay paridad alguna
entre lo que se arrebata a mano armada y lo que se
entrega en frío. Por lo demás, nada hay turbio en lo
de Guatemala que voluntariamente se agregó a nos­
otros en 1821 y voluntariamente se segregó después,
sancionando su separación el congreso liberal de 1824.
En el enjuague de T ejas, el conservador don Lu­
cas Alamán sostuvo una política previsora y patrióti­
ca, y el liberal don Lorenzo de Zavala llegó abierta­
mente al oprobio. Cuando la invasión yanqui, don M i­
guel Lerdo y otros de su matiz encontraban aceptable
la anexión, mientras que los tratados de Guadalupe,
forzados por la bota del invasor, fueron obra de me­
jicanos de inmenso patriotismo, reconocido por todos
los historiadores. En cuanto al lío de la Mesilla, que
halló pretexto inicial en un error en el plano de Dis-
turnell que sirvió de base a la fijación de límites en
los tratados de Guadalupe, creo que Santa Anna —el
cual no es prototipo de conservador, sino de incon­
gruente y ch aq u etero— se vió compelido por la ac­
titud amenazante de los Estados Unidos que ya ha­
bían ocupado militarmente la región disputada, y por
el racional temor a una nueva guerra que nos cogía fí­
sica y moralmente despedazados y exangües tras la ca­
tástrofe del 47.
Pero, independientemente de todo esto, en el caso
que comentamos, los liberales pudieron hacer perfecta­
mente lo que los conservadores. Y no lo hicieron. ¿A qué
tergiversar cosa tan clara? ¿Por qué no juzgar con
ánimo justiciero ambas actitudes?

A de los juaristas les valió el pujante apoyo de


L los Estados Unidos, que en trance crítico culmi­
nó el 6 de marzo de 1860, con la intervención arma­
da en aguas mejicanas, para capturar, unidos libera­
les y marinos yanquis, los dos buques conservadores
con que Miramón iba a robustecer y completar su ata­
que decisivo sobre Veracruz, reducto de Juárez.
Esta ayuda norteamericana, solicitada y recibida
cuando la guerra era exclusivamente entre mejicanos,
no hacia sino objetivar y poner en acción la tesis sus­
tentada en el campo liberal, con motivo de las pro­
testas conservadoras ante la recepción de M ac Lañe
y los prolegómenos del tratado. He aquí un fragmen­
to de lo que el redactor en jefe del G uillerm o Tell, ór­
gano ultraliberal que se publicaba en el puerto de V e ­
racruz, escribía el 24 de octubre de 1859:
Algunas veces los pueblos, cansados de sufrir
una odiosa tiranía, miden sus propios recursos, prue­
ban sus fuerzas y al encontrarse impotentes, redaman
de los demás pueblos un auxilio para vencer a sus ti­
ranos. Y cuando esa esclavitud quiere emanciparse, y
la mano de otro hombre libre cruza los mares para
romper las cadenas, entonces algún labio ruin excla­
ma: ¡T raición, traiciónl ¿A qué se llama, en fin, ex­
tranjero? ¿Con qué se significa la traición a la patria?
Aquí se remontaba a la unidad de la familia hu­
mana, que viene de Adán, y proseguía:
“¿No es cierto que si todos somos hermanos, la pa­
tria no es una extensión de arena, sino que lo es el
universo? Pues ¿cómo os atrevéis a decirle a un pue­
blo que recibe el auxilio de sus hermanos, que con es­
to traiciona a la patria?
Quienes así raciocinaban, declarándose abierta­
mente intervencionistas, mal podían calificar de trai­
d o res a los que, años más tarde, ponían en práctica al­
go de esa doctrina, aunque por razón más imperiosa y
yi^gl; creer ineludible nuestra muerte por engullimien-
to yanqui, si no nos fortificábamos con una alianza eu­
ropea.

M a y o d e 1932.
P O R Q U E F U E R E C O N O C ID O JU A R E Z

eco rdem o s ei escenario.

R En enero de 1858, el gobierno conserva­


dor de Zuloaga se establece en la capital, y es
reconocido espon tán eam en te por todos los países, in­
clusive los Estados Unidos, cuyo presidente es el es­
clavista Buchanan, y cuyo ministro en M éjico es For-
syth. Este pretende un tratado funesto y depresivo
para nosotros; rehúsase patrióticamente el gobierno
conservador, y entonces Forsyth, despechado, intri­
ga, obstrucciona y acaba por “desconocer'’ y reti­
rarse.
En tanto, el gobierno de Juárez, instalado en V e-
racruz, multiplica vivísimas gestiones para que los E s ­
tados Unidos lo reconozcan. Estos, d esp u és de asegu­
rarse de que lograrán el tratado que buscan, se convier­
ten en el único país del mundo que reconoce a la admi­
nistración juarista, en abril de 1859, concediéndole así
su espaldarazo y su apoyo decisivo. Poco después, en
diciembre, fírmase el tratado tesoneramente persegui­
do: suscríbenlo Ocampo y M ac Lañe.
L G O que ilustra nuestro asunto hallamos en la
A interesantísima correspondencia de Juárez con
su correligionario y después yerno don Pedro Santa-
cilia (publicada en 1928 por la Secretaría de Educa­
ción).
De Veracruz y con fecha 20 de junio de 1858, es­
cribe don Benito a Santacilia, radicado en los Estados
Unidos, donde trabaja por la causa:
"Celebro bastante que el Presidente de los Esta­
dos Unidos no esté ya resuelto a proteger al gobierno
de Z uloaga. . . Y celebro tanto más esa resolución del
magistrado referido, cuanto que ella importa la con­
vicción que debe tener de que el gobierno en cuestión
protegerá siempre la política y los intereses europeos
con preferencia sobre los americanos, que por razón
natural le son siempre opuestos".
Aquí encuentro, proclamada por la boca autoriza­
dísima de Juárez, una verdad sustancialmente lumino­
sa sobre la antagónica orientación de conservadores y
liberales: los conservadores "protegerán siempre la po­
lítica y los intereses europeos con preferencia sobre
los americanos"; los liberales harán lo contrario. Ni
unos ni otros son por eso traidores, como recíproca­
mente se llamaron en el hervor de la contienda; pero
¿quién ve con más lucidez?
En proteger de preferencia a los yanquis y reci­
bir su apoyo hay el gravísimo peligro de que nuestro
natural y codicioso enemigo nos absorba, sin defensa
posible para nuestra debilidad: y, al revés, en proteger
de preferencia a los europeos y recibir su ayuda, hay
la ventaja y el propósito de contrapesar el influjo yan­
qui y robustecernos contra la absorción.
Quien no sepa y entienda esto, nunca comprenderá
nuestra historia; y quedará condenado al triste y ana­
crónico absurdo de calumniar a más de medio Méjico,
llamándolo traidor.

R O S IG A M O S .
E l 3 de agosto de 1858, dice Juárez a San-
tacilía:
“E l señor M ata me escribe desde W áshington y
me asegura que el gobierno americano está ya resuelto
a reconocer al constitucional de M éjico, y al mismo
señor M ata como su ministro. Es probable que el re­
conocimiento indicado se haya verificado ya a esta
fecha, y él nos facilitará, indudablemente, la adquisi­
ción de recursos en ese país. . . "
Don José M aría Mata, como se ve, hacía solicita­
ciones en W áshington de tiempo atrás; en agosto ase­
gura que el gobierno americano está ya resuelto a
otorgar el reconocimiento. Pero no hay nada. Siguen
los aplazamientos y los afanes.
Transcurren meses. Y por febrero del año siguien­
te, Lerdo y Ocampo, sin duda para estimular y deci-
dir a los yanquis al reconocimiento, convienen con
Churchwell en unas bases increíbles para un posible
tratado.
Finalmente, el primero de abril (1859), escribe Juá­
rez a Santacilia;
"H oy amaneció en este puerto el Quaker City tra­
yendo a bordo al señor Lañe, que, según todos los da­
tos que tengo, reconocerá inmediatamente al Gobier­
no Constitucional".
Aún no lo reconocía. Antes de hacerlo, los días
4 y 5, se cruzó con el ministro don Melchor Ocampo
los papeles de que vamos a hablar, y hasta después
vino — “por fin", según expresión de Juárez— el sus­
pirado reconocimiento.
E l día ocho (acaso haya error y deba ser 7 ), lo
comunica don Benito a Santacilia:
“Por fin ha sido reconocido el Gobierno Consti­
tucional de esta República el día de ayer, como verá
en el adjunto impreso. Este suceso aumentará la fuer­
za moral de la causa liberal que aquí sostenemos, y
nos facilitará la adquisición de recursos para resta­
blecer la paz".
# U E pláticas, ofertas y compromisos habían me-
^ V i,^ diado para llegar a esta conclusión?
Vamos a verlo, en los siguientes sensacionales do­
cumentos, casi desconocidos, pues por primera vez
los sacó a luz don Alberto María Carreño el año de
1922, en su importantísimo libro M éjico y los E sta d os
U nidos d e A m érica, que apenas si ha circulado.
He aquí, en su cruda desnudez que inutiliza el
comentario, lo que don Melchor Ocampo y don M i­
guel Lerdo, representantes del gobierno de Juárez, ha­
bían convenido con el enviado de W áshington, Mr.
Churchwell, hacia febrero de 1859:
"Protocolo que contiene ciertas condiciones y esti­
pulaciones convenidas por los señores Ocampo y Ler­
do de Tejad a por una parte, y el señor Churchwell
por la otra, como las más apropiadas para formar la
base de futuras negociaciones entre el Gobierno Cons­
titucional de Méjico y el de los Estados Unidos.
" l o .—En vista de la peculiar situación del Territo­
rio de la B aja California, el cual desde que fue ce­
dida la Alta California a los Estados Unidos, ha que­
dado separado y desintegrado del cuerpo principal de
la República Mejicana, el Gobierno Constitucional con­
sentirá en traspasar la soberanía sobre dicho territo­
rio a los Estados Unidos, por una remuneración que
después será convenida entre las partes contratantes.
“2o.—El Gobierno Constitucional de M éjico con­
cederá igualmente a los Estados Unidos los derechos
de vía para tránsito a través del territorio mejicano,
que en seguida se mencionan:
“I.—De El Paso a Guayjnas, en el Golfo de C a­
lifornia;
“II.*—De algún punto del Río Grande a Mazatlán,
en el mismo Golfo.
“Méjico, además, concederá a las compañías que
designen los Estados Unidos y a todo lo largo de las
líneas de tránsito, secciones de tierra a uno y otro la­
do, con una extensión de diez leguas cuadradas. Cada
una de dichas líneas de tránsito será protegida, si
fuere necesario, de las depredaciones de los indios
hostiles, por medio de guarniciones militares, com­
puestas, ya sea de tropas mejicanas o de los Estados
Unidos. De igual manera se estipulará que los mismos
Estados Unidos gozarán de un derecho de vía perpe­
tuo a través del Istmo de Tehuantepec.
“3o.—Se estipulará de igual manera que una parte
de los fondos que M éjico recibirá de los Estados Uni­
dos como un equivalente de las anteriores concesiones
de territorio y derechos de vía, se reservará en el con­
trato que se firme, con el propósito de extinguir la deu­
da de M éjico para con los tenedores ingleses de bonos.
“4o.— Las dos partes contratantes convendrán de
igual manera en el nombramiento de comisionados, con
el fin de ajustar las reclamaciones de sus respectivos
ciudadanos; serán compensados del mismo fondo, y
tendrán su asiento en la ciudad de Méjico.
5o.—Habrá perfecta reciprocidad en el comercio
y en la navegación y en las relaciones directas e indi­
rectas entre las dos partes contratantes.
“6o.— Ningún derecho de tránsito se cargará a los
artículos de un país que pasen a través del otro.
“7o.— Ninguno de los dos países podrá favorecer
en el comercio o de alguna otra manera a otro país,
sin que esos beneficios resulten comunes a las partes
contratantes.
“8o.— Se otorgará protección eficiente a los ciuda­
danos de uno de los dos países que residan o tengan
negocios en el otro.
“9o.— Se añadirá una estipulación a virtud de la
cual, en el caso de ejercerse los derechos de vía, el
gobierno de M éjico se reserva el derecho de formu­
lar un tratado especial aplicable en casos de guerra .

A C Lañe, al llegar a Veracruz, alude al trans­


M crito convenio en el siguiente comunicado que
dirige al gobierno juarista:
“El señor Churchwell, en una carta confidencial
dirigida al Presidente en 22 de febrero de 1859, le
manifestó que el gobierno del Presidente Juárez ejer­
cía jurisdicción sobre todos los Estados del Norte y
del Sur de M éjico, en número de dieciséis, y que esta­
ba en situación para tratar, desde el punto de vista
político, respecto a las relaciones extranjeras del Im­
perio (sic).
“Manifestó, además, y de modo particular, que di­
cho gobierno estaba preparado para negociar con el
gobierno de los Estados Unidos respecto de un cam­
bio de línea limítrofe entre M éjico y los Estados Uni­
dos, así como para otorgar un derecho de vía perpetuo
a través del Istmo de Tehuantepec, con otros tránsi­
tos o derechos de vía, desde puntos del Río Grande al
Golfo de California.
"Los proyectos de tratados propuestos por el go­
bierno de los Estados Unidos, según las instrucciones
al señor Forsyth, presentan ampliamente las miras de
aquel gobierno respecto de la compra de territorio y
del derecho de vía a través del Istmo de Tehuantepec,
cuando el Presidente Comonfort ejercía las funciones
de Ejecutivo en la República de M éjico.
“Las mismas ideas generales deberán prevalecer
en cualquier tiempo en el arreglo de los detalles de
una negociación para cualquier cambio de la línea di­
visoria, de tal manera que se incluya el territorio de
la B aja California dentro de los límites de los Esta­
dos Unidos, así como para establecer tránsitos y de­
rechos de vía entre las aguas del Atlántico y las del
Océano Pacifico”.
(Aquí precisa cuáles serán “dos de esos tránsi­
tos, además del de Tehuantepec”, y prosigue:)
“El señor Churchwell hizo constar, además, que
el gobierno del Presidente Juárez, al arreglar el limi­
te Norte de M éjico de tal manera que la B aja C a­
lifornia quede incluida dentro de los límites de los
Estados Unidos, y al conceder el derecho de vía y
tránsitos del Atlántico al Pacífico a través del territo­
rio mejicano, estaba dispuesto a estip u lar:..
(Aquí otros de los puntos expresados en el docu­
mento anterior, y luego concluye:)
“Al iniciar las relaciones políticas con la Repúbli­
ca de M éjico, el Presidente de los Estados Unidos no
llenaría fielmente los deberes de la rama ejecutiva del
gobierno, si dejara de asegurarse:
“ lo .— De que existe un gobierno en M éjico que po­
see el derecho político para arreglar honorable y sa­
tisfactoriamente las cuestiones que se discutían cuan­
do se suspendieron las relaciones entre los dos países.
"2o .— De que tal gobierno está dispuesto a ejercer
sus derechos políticos y su poder en los asuntos antes
expresados, con un espíritu leal y amistoso.
“En la determinación de estos dos puntos, el Pre­
sidente de los Estados Unidos sólo está influenciado
por los bien reconocidos principios de la ley nacional
y por un profundo y gran deseo del bienestar y de la
prosperidad mutuos de los dos países.

”R ob ert M . M ac Lañe.—Veracruz, M éjico, abril


4 de 1859".
O M O se ve, M ac Lañe concretaba en los dos
C puntos citados su pregunta y certificación sobre
todo lo anterior. Y Ocampo, al otro día, contesta afir­
mativamente a esos dos puntos, en documento autó­
grafo que reproduzco con la jota de M éjico y la i la ­
tina por y griega que él usaba:
“El S. Churchwell informó con exactitud al S. Pre­
sidente de los Estados Unidos asegurándole: lo. Que
existe en M éjico un Gobierno en posesión del derecho
político de ajustar de manera honrosa i satisfactoria
las cuestiones que estaban pendientes cuando se sus­
pendieron las relaciones de los dos países; 2o. Que di­
cho Gobierno está dispuesto a ejercer su derecho po­
lítico en tales premisas con un espíritu de lealtad i
de amistad.
“Los sucesos posteriores nada han cambiado ni
contra la existencia i poder de este Gobierno, ni en la
buena voluntad que conserva de terminar amistosa i
lealmente los puntos pendientes entre M éjico i los E s­
tados Unidos, de manera que resulten en bien i ven­
tajas mutuas de ambos países.
“M . Ocampo (rúbrica). — Veracruz, Abl. 5 de
1859.“

Adviértese el esfuerzo de Ocampo por no firmar


cosa expresamente comprometedora; pero resulta evi­
dente que todo lo afirmado por M ac Lañe sobre los
convenios con Churchwell es rigurosamente exacto,
pues de otro modo Ocampo estaba en la indeclinable
obligación de rectificar; y se ve que la venta de B a ­
ja California y demás estipulaciones bochornosas no
lo parecían a don Melchor, pues de otra suerte era im­
prescindible, sobre “tales premisas , una expresa pa­
labra de salvedad, de indignación o de protesta.
Y en su circular del día siguiente —6 de abril de
1859'—* que analicé hace poco, se transparenta con ni­
tidez la disposición del gobierno de Juárez en favor
de la venta de territorio y todo lo demás. De venta
de territorio se trataba, como se ha visto: no sólo de
construcción de caminos, según alguien supone benig­
namente.
El escándalo que se armó hizo que al fin no se
vendiese tierra, pero las otras estipulaciones, agrava­
das con un pacto de intervencionismo permanente, que­
daron consignadas y suscritas, a cambio de un poco
de oro, en el tratado M ac Lañe-Ocampo que don Be­
nito Juárez ratificó, y cuya clarísim a negrura no pu e­
d e empañarse ni con todas las argucias de abogado de­
fensor —no de crítico histórico— que esgrimiera en
su tiempo el señor Iglesias Calderón.

Junio d e 1932.
JU A R E Z IN T E R V E N C IO N IS T A

L A C E M E , en los estudios históricos como en

P lo demás, aducir hechos que, por su calidad


de indiscutibles, sirvan de base de aproxima­
ción y concordia para todos los hombres probos, cual­
quiera que sea su bandera. Reconocido el hecho, po­
drá discreparse en su apreciación; pero ya la diver­
gencia vendrá muy a menos, pues lo que suele acon­
tecemos ahora y distanciarnos en el juicio, es que
no conocemos desnudamente hechos cardinales que la
historia faccional ha embozado con un silencio penum­
broso o con un furtivo disfraz.
Uno de estos hechos, es que don Benito Juárez fue
intervencionista.
Lo fue en el sentido de intervención armada, no
sólo de mediación amistosa.
Lo fue durante la guerra de Reforma (1858-1860),
en que la lucha era exclusivamente entre nacionales.
Lo fue, aceptando o pidiendo la intervención de
los yanquis, singularmente peligrosa para el país y
singularmente antipática para todo mejicano.
Lo fue, antes de que los conservadores se adhirie­
ran a la intervención europea (1862), la cual acepta­
ron —a regañadientes muchos— , precisamente como
un remedio amargo y desesperado contra el racional
temor de que el yanqui nos tragara.
Lo fue también posteriormente.

A RA lograr de Juárez el tratado que no pudieron


P arrancar a Zuloaga, los yanquis desrecon ocieron a
éste y habilitaron de gobierno a aquél. Y el tratado
firmóse en Veracruz ,en diciembre de 1859, entre el
ministro liberal Ocampo y el plenipotenciario yanqui
M ac Lañe.
Este tratado no se concretaba al tránsito por el Ist­
mo de Tehuantepec, sino que se extendía a otras mu­
chas concesiones desmesuradas y bochornosas. Pue­
de verse su texto en el tomo X V de Zamacois. en el
V de M éjico a través d e los siglos, en Ju árez y las re­
voluciones d e A yutla y d e R eform a, por Bulnes, y en
los muy suculentos y nada divulgados E stu dios H istó­
ricos, de don Alejandro Villaseñor (dos tomitos de la
colección de Agüeros).
■Entre otras cosas, el tratado era intervencionista.
Su artículo quinto prevenía que los yanquis po­
dían introducir y emplear sus fuerzas militares en te­
rritorio nuestro, “con el consentimiento o a petición"
de cualquier autoridad mejicana; pero “en el caso ex­
cepcional de peligro imprevisto o inminente para la vi­
da o las propiedades de ciudadanos de los Estados U ni­
dos, quedan autorizadas las fuerzas de dicha repúbli­
ca para obrar en protección de aquéllos, sin h aber o b ­
tenido previo consentim iento". . . Bien se entiende que,
prácticamente, esto nos dejaba a merced de los yan­
quis, que han invocado siempre la protección de sus
nacionales, como en Nicaragua, para todo atentado
similar.
Pero había algo todavía más grave, más concre­
to, más explícito. Oigamos:
“A rtículos adicionales.
“Por cuanto, a causa d e la actual guerra civil d e
M éjico, y particularmente en consideración del estado
de desorden en que se halla la frontera interior de M é­
jico y los Estados Unidos, pueden presentarse oca­
siones en que sea necesario para las fuerzas de las dos
repúblicas obrar de concierto y en cooperación para
hacer cumplir estipulaciones de tratados, y conservar
el orden y la seguridad en el territorio de una de las
dos repúblicas; por tanto, se ha celebrado el siguiente
convenio:
"Artículo lo .—Si se violaren algunas de las estipu­
laciones de los tratados existentes entre México y los
Estados Unidos, o si peligrase la seguridad de los
ciudadanos de una de las dos repúblicas dentro del
territorio de la otra, y el gobierno legítimo y reconoci­
do de aquélla, no pudiera, por cualquer motivo, ha­
cer cumplir dichas estipulaciones o proveer a esa se­
guridad , será obligatorio para ese G obiern o el recurrir
a l otro para qu e le ayu de a hacer ejecu tar lo pactado,
y a conservar el orden y la segu ridad en el territorio
de la dicha república donde ocurra tal desorden y dis­
cordia, y en semejantes casos especiales p ag ará los
gastos la nación dentro de cuyo territorio se haga ne­
cesaria tal in te rv en ció n ...”
Descartando la risible ficción de reciprocidad y
los demás eufemismos protocolarios, lo anterior se tra­
duce así: M éjico está en guerra civil; en todo lugar
de combate, no habrá orden ni seguridad; donde im­
peren los conservadores, que desconocen y natural­
mente “violarán” este tratado, los liberales no podrán
hacerlo cumplir; entonces no sólo tendrán derecho a
intervenir los yanquis, sino que será obligatorio para
los liberales pedir su ayuda —y pagarla—, a fin de
que juntos venzan a los conservadores.
Esto es un pacto perentorio de intervención arma­
da. Y como habría que pagarla y no habría con qué.
los yanquis, a no dudarlo, tomarían en garantía el te­
rritorio fronterizo que descaradamente codiciaban, y
así, aunque el tratado no estipulaba explícita cesión
de territorio, ese vendría a ser, prácticamente, su re­
sultado final.
Ppra fortuna nuestra, la pugna entre los partidos
políticos yanquis hizo que el tratado se rechazara por
el senado de aquella nación, a pesar de los denodados
esfuerzos de los juaristas para que se aprobase.
E R O todavía después, cuando don Benito triun­
P fante. estableció su gobierno en Méjico, se so­
lidarizaba de modo inverosímil con el tratado M ac Lañe,
en una circular que Zarco dirigió a los demás minis­
tros el 16 de abril de 1861, y en que se lee lo que sigue:
“E l Excelentísimo Señor Presidente interino, que
desea vivamente moralizar la administración en todos
sus ramos, no quiere que sean ocupados los puestos pú­
blicos por personas que se hayan hecho indignas de la
confianza del Supremo Gobierno. . .É n tal virtud, S.
E. me manda prevenir a V . E. que inmediatamente pro­
ceda a hacer una averiguación de los empleados que
pueda haber en esa Secretaría y que han firmado las
protestas hechas contra las leyes de Reforma, el tratá~
d o llam ado M ac L añ e, o cualquier otro de los actos
del Supremo Gobierno Constitucional durante su resi­
dencia en Veracruz. Y que los dichos empleados sean,
desde luego, separados de los destinos que obtuvieren .
E s decir, que el mejicano que hubiese hecho pública
su natural indignación ante el tratado indecoroso —así
juzgado por muchos conspicuos liberales—, constituía
un elemento de desmoralización, era indigno de la con­
fianza del gobierno, y ameritaba el castigo de una ful­
minante destitución que lo pusiera en pláticas con el
hambre.
M e he restregado bien los ojos antes de creerlo.
Pero así es.
T " X E las palabras se pasó a los hechos: de los papeles
de M ac Lañe a los cañonazos de Turner. No se
sancionó en Estados Unidos el tratado intervencionis­
ta M ac Lane-Ocampo; pero sin sanción, realizóse en
parte: don Benito Juárez, en trance de apuro, solicitó
y recibió la ayuda bélica de los yanquis, en el fondea­
dero de Antón Lizardo,
Fue en 1860. Miraraón sitiaba a Veracruz y, para
hacer decisivo el sitio por mar y tierra, adquirió en La
Habana dos vapores. Al saberlo, Juárez, en circular de
25 de febrero, los declaró piratas, y cuando llegaron
a nuestras costas, gestionó y logró que los buques ame­
ricanos W av e e Indianola y la corbeta de guerra yanqui
S aratog a, tripulados por marinos yanquis al mando del
comandante Turner y en compañía de algunos libera­
les como el general Ignacio de la Llave, ministro de
Juárez — que resultó levemente herido— , atacasen y
capturasen el 6 de marzo, en aguas mejicanas y con de­
rramamiento de sangre mejicana, a los buques conser­
vadores.
Estos fueron llevados a Nueva Orleans y encarce­
lados allí sus tripulantes, a quienes se abrió juicio, del
que al cabo salieron plenamente vindicados, reprobán­
dose la conducta de Turner y los suyos por los propios
tribunales norteamericanos, Pero ya el golpe estaba
dado, y don Benito, en momento de peligro excepcional
y decisivo, salvado gradas a la intervención armada
de los yanquis.
O M O aportación nueva a este punto histórico,
C quiero aducir aquí lo que sobre el caso encuentro
en los apuntes autobiográficos de don Benito, publica­
dos en 1928 por la Secretaría de Educación, juntamen­
te con sus cartas a Santacilia.
En el consejo de ministros del 26 de febrero de
1860 (día siguiente a la declaración de que los buques
conservadores eran piratas), con asistencia de Degolla­
do, Ruiz, Emparán, Lerdo, Llave, Iglesias y Partearro-
yo, se acuerda — escribe Juárez— * que los señores Ler­
do y Partearroyo contraten a la Indianola, para que se
arme y persiga a los ladrones (sic) y que se arme tam­
bién O ajaca y aun el W a v e si es posible, haciéndose
el gasto y trabajándose con toda actividad .
“Día 4 (marzo de 1860).—Los señores Partearroyo
y Degollado manifestaron que el cónsul americano, ex­
cediéndose de sus facultades, desalentaba a los tripu­
lantes del W a v e y del In dian ola para que cumplieran
con el contrato que habían celebrado con el gobierno
para prestar sus servicios. Se previno que el señor D e­
gollado hablase con el Secretario de la Legación, para
ver el modo de que se supla el servicio del Consulado,
y, allanado este punto, se retire al cónsul el exequátur.
Que asimismo el señor Partearroyo hable con el capi­
tán del S avan ah para saber su disposición. Se retiró el
exequátur".
Aquí queda confirmado —contra lo que insistente­
mente pretendieron hace tiempo algunos publicistas li­
berales— , que Juárez no sólo aceptó, sino expresamen­
te solicitó la ayuda yanqui. Y queda patente —contra
lo que sostiene el señor Iglesias Calderón y dijo el go­
bierno de Veracruz en comunicaciones oficiales de en­
tonces (L as supuestas traiciones d e Ju árez, páginas 404
y siguientes)— , que si el cónsul americano Twyman,
se atrajo el anatema, no fue por borracho ni por otras
razones, sino exclusivamente por haber querido impedir
la enormidad que se fraguaba.
Y ya que cito a don Fernando Iglesias Calderón,
diré de paso que toda su defensa —tan aparatosa como
pueril— la cifra en que Juárez declaró a sus enemigos
piratas, como si la vanidad de esta palabra modificase
la sustantividad de los hechos, Y añadiré que ha sido
refutado, en su mismo terreno, y con recia lógica, por
Aquiles P. Moctezuma, en E l conflicto religioso de
1926 (M éjico, 1929), libro notable que contiene una vi­
sión sintética y documentada de nuestra historia.

IG U E N los apuntes de don Benito:


S "E l día 6 . . . salió la S aratoga con el W a v e
y la Indianola, á las ocho de la noche, a aprehender a
los buques que no dieron bandera, a pesar de haber­
la pedido el Castillo." (Como se ve, esto de que no
dieron bandera” fue un simple pretexto, pues la cap­
tura estaba planeada y resuelta de antemano).
“Día 7 .— Fueron aprehendidos los buques, y a las
doce del día llegaron los prisioneros y el vapor M a r­
qu és d e la H a b an a".
Cómo interpretaron el hecho en el campo liberal y
qué trascendencia vieron que tenía, se advierte en los
transportes de entusiasmo con que el Guillerm o T ell
periódico de Veracruz, escribía a raíz de los sucesos, el
12 de marzo de 1860: •
“No es §ólo nuestra voz la que hoy se eleva para
rendir un voto de gracias a la marina americana que,
cumpliendo con las leyes del mar, ha hecho indirecta­
mente un servicio inmenso a la República M ejicana. . .
Veracruz (no sólo) aprecia en su justo valor la apre­
hensión del pirata Marín, sino que reconoce cuál es
la m ano g en erosa que libró a una ciudad de tanto des­
astre como se la esperaba con los pertrechos de gue­
rra venidos de la Habana, y rinde una prueba de gra­
titud a su salvador. El señor comandante Turner, así
como los demás jefes de los otros buques americanos,
reciban nuestro recuerdo. . . El hecho será inolvida­
ble para la República Mejicana, y en el corazón d e los
dem ócratas, el nom bre d e Turner y d e los suyos vivirá
etern am ente".
No creo que este lenguaje pueda dejar de ser hi­
riente y rispido para todo oído mejicano.
O D A V IA seis años después, cuando Juárez lla­
maba traidores a los intervencionistas y luchaba
contra ellos, hacía una evocación significativa de los
sucesos de Antón Lizardo —en medio de otros párra­
fos de patriótico sonido— , en carta dirigida a su yerno
y correligionario don Pedro Santacilia, fechada en El
Paso el 9 de febrero de 1866:
"Las noticias que me comunica usted son buenas
y de ellas deduzco como indefectible: o la retirada de
los franceses en todo el presente año, o una guerra
abierta de los Estados Unidos con Francia. Lo último
lo juzgo muy difícil por las razones que ya usted me
ha indicado, y que son poderosas, y lo primero es, pues,
lo seguro, aunque no será tan pronto como algunos
desean; pero sí creo que no pasará del presente año,
salvo qu e entretanto haya algún h ech o com o el d el ca­
pitán Turner en V eracruz en 1860, qu e precipite un
rom pim iento”.
Bien sabía Juárez que él mismo había provocado y
concertado el h ech o del capitán Turner, o sea la inter­
vención armada yanqui en favor de los liberales. Y si
ahora contaba como posible un suceso semejante, ¿era
que había alguna gestión encaminada a lo mismo? La
había, en efecto.
Y en todo caso, Juárez evocaba lo de Turner sin
dolor, y en algún acontecimiento parecido cifraba una
esperanza que no le parecía reprobable.
El intervencionista subsistía.
el texto transcrito no está solo. Acompañante
Y en el epistolario a Santacilia, muchos semejantes,
que merecen separada puntualización.
M e concretaré de momento a señalar que Juárez
escribía en Chihuahua, el 25 de mayo de 1865: "C e ­
lebro mucho que Mr. Johnson sea partidario decidido
de la doctrina M onroe”; esto es, regocijábase de que
el Presidente yanqui fuese partidario de la doctrina
que ha servido siempre de bandera al intervencionismo
imperialista, con detrimento y opresión de los pueblos
hispanoamericanos.
Y poco antes, el 6 de abril de 1865, había escrito
Juárez, también desde Chihuahua: Si esa República
(Estados Unidos) llega a terminar pronto su guerra
civil, y ese gobierno, como amigo y no como amo, qui­
siera prestarnos un auxilio d e fuerza o de dinero, sin
exigirnos condiciones humillantes, sin sacrificio de una
pulgada de nuestro territorio, sin mengua dé la digni­
dad nacional, n osotros lo aceptaríam os, y en ese sen­
tido se le han d a d o instrucciones reservadas a nuestro
ministro
Esto es intervencionismo declarado —aunque enton­
ces secreto— y con las mismas taxativas y condiciones
que ponían los intervencionistas del otro bando, quienes
precisamente lo fueron, creyendo salvar así la integri­
dad territorial y autonómica de M éjico que veían en
riesgo mortal por la voracidad norteamericana.
Ni unos ni otros —entiéndase bien— querían la ex­
traña intervención como dulce ideal y golosina: la acep­
taban como acerba necesidad y curación.
Y si el intervencionismo liberal no pudo ahora cua­
jar en hechos aplastantes, no fue por falta de voluntad
y ahinco: don M atías Romero, representante en W ash ­
ington, pactaba con el general Schofield que viniese a
la cabeza de un ejército yanqui, y multiplicábase en ges­
tiones y afanes ante Seward. Fue. simplemente, falta
de fortuna en la ardorosa tarea.
Y ante estas verdades evidentes, ¿habrá un átomo
de equidad y rectitud en llamar patriotas a los interven­
cionistas con Yanquilandia, traidores a los intervencio­
nistas con Europa?

Julio d e 1932.
MIRAMON EN QUERETARO
L A F IG U R A

ID A L G U IA , prestancia, bravura, impetuosi­

H dad, romántico a ir ó n ... E l aguilucho que


en Chapultepec se enfrenta a los invasores,
será siempre un patriota orgánico, un paladín de la
esencia mejicana. Prócer figura digna de un libro pro­
cer, en que a la depuración histórica se uniese el cá­
lido tumulto de la novela y la luz serenísima del arte.

Lo admiran y lo quieren aun sus encarnizados ene­


migos. Veamos cómo lo pinta el desparpajado pincel
de Guillermo Prieto:

M orena tez, alta frente,


liso el alzad o cabellot
dócil cual cop o d e espum a,
com o el azabach e negro,
sus ojos reverberaban
en la ira com o un incendio,
e irradiaban festejo so s
cuando expresaban contento;
carnes enjutas, arm adas
so b re ten don es d e acero;
altivo su continente,
d e rápidos m ovimientos,
gran corazón alm a gran de
y grandísim os d e fe c t o s . . .

¿Quién no los tiene? ¿Y cómo podría el adversario


no hacer salvedades en la loa? Pero veamos otras pin­
celadas:

F ran co, listo, enam orado,


asom bro d e los valientes,
servicial con los am igos,
buen sold ad o, buen jinete,
en la ciudad caballero
y calavera decen te,
en el cam po d e batalla
siem pre con fiad o y aleg re,
d el con servador partido
la adarga y el brazo fu e r te . . .

El “brazo fuerte” cae en Querétaro, en plenitud de


juvenil lozanía, defendiendo al emperador que an­
tes lo ha eliminado, que aún recela un tanto de él, y
que en la hora desesperada y catastrófica recibe el
apoyo fulgurante de su espada y su oblación.
E L D IA R IO IN E D IT O

O C O después de aparecer mi libro sobre L a trai­


P ción d e Q uerétaro, o sea la consumada por d
coronel imperialista Miguel López el 15 de mayo de
1867, topé con unas valiosas cartas inéditas de Es-
cobedo" — que han quedado incluidas en mi volumen
de M otivos m ejican os—, y un docto y respetabilísimo
amigo tuvo la gentileza de comunicarme otros pape-
les desconocidos de extraordinario interés para la his­
toria de aquel sitio memorable y de su conclusión in­
tempestiva, singularmente, el diario del general M i­
guel Miramón.
Desde el 26 de mayo, cuando ya había sido tras­
ladado de la casa del doctor Vicente Licea a la pri­
sión del convento de Capuchinas, escribió. Miramón
un diario que concluye la noche del 18 de junio, vís­
pera de su ejecución. El diario tiene forma de carta,
dirigida a su concuño don Isidro Díaz, en cuyo poder
debe de haber quedado el original. Doña Concepción
Lombardo, esposa de Miramón y hermana de la esposa
de Díaz, conservó cuidadosamente una copia de ese do­
cumento, junto con los demás papeles del archivo del
general. Y la señorita Guadalupe Miramón, hija de és­
te, proporcionó en Roma esa copia, el año de 1924, al
ilustrado amigo mío que ahora la posee y que me ha
comunicado algunos fragmentos. Hoy salen a luz por
primera vez.
Este diario íntimo, de una sinceridad y franqueza
absolutas, revela sin eufemismos, restricciones ni com­
ponendas, lo que sentía, sabía y pensaba Miramón,
advirtiéndose desde luego su mala inteligencia con
Márquez y su embarazosa situación ante el recóndito
recelo del archiduque y el influjo de otros jefes im­
perialistas. Constituye un incomparable documento hu­
mano.
He aquí la página del diario, fechada el 26 de
mayo de 1867, en la que yo intercalo títulos y alguna
observación.

IN C ID E N T E S D E L S IT IO

(C T y E S P E C T O de los acontecimientos, hemos teni-


do la suerte de que Ramírez Arellano se haya
salvado; de consiguiente él pondrá a tu vista todo lo
que aquí se trabajó para salvar la situación difícil en
que Márquez nos metió; pero nada podrá decirte so­
bre mi persona en la mañana del 15 que vendió la
plaza el miserable Miguel López. Esto será lo que me
ocupará luego,
“Y o en la plaza tenía grande influencia, pero no
mandaba. No hubo salida chica ni grande donde no
me encontrase, y como de costumbre, adonde era más
necesario; mi mando era el Cuerpo de Ejército de In­
fantería; éste cubría cuatro líneas de las cinco en que
se dividió la plaza; la otra, la quinta, la de la Cruz, la
cubría la Infantería de reserva, y estando allí el Em­
perador y el Estado Mayor, quedaba al cargo de és­
te, aunque el mando lo tenía López.

“Después de la salida del 27 — de abril, sobre el


Cimatario— “nuestras tropas, si es cierto que alcanza­
ron un gran triunfo, muchos generales y jefes se des­
moralizaron porque vieron que, a pesar de haber des­
truido diez mil hombres, en la misma tarde la línea
enemiga quedó cubierta. Yo, que lo noté, comprendí
que era preciso otro golpe, y me fijé en la línea opues­
ta, en San Gregorio. Desgraciadamente el Emperador
se empeñó en tomar la garita de M éjico y hacienda
de Callejas, y apoyado por Castillo se atacó el día
primero la hacienda, que se tomó, y la garita, de la
cual fuimos rechazados, perdiendo al coronel Rodrí­
guez que llevó la columna.

“Visto esto, el Emperador estuvo por mi plan so­


bre San Gregorio, pero Castillo lo modificó, y dio por
resultado que fuimos rechazados, no sin que el ene­
migo perdiese multitud de gente en muertos y heridos,
pero a nosotros nos costó cuarenta y ocho prisioneros
y la muerte de los mejores jefes, así como heridos otros
de igual condición. Los prisioneros hechos al enemigo
no compensan nuestra pérdida”. (E n vista de estos
datos del propio Miramón, debe retocarse en mi libro
lo referente a la acción de San Gregorio, el 3 de ma­
y o). Prosigue el general:
“Desde este día, ya no tuve otro pensamiento que
romper el sitio. E l Emperador conservaba hasta últi­
ma hora la esperanza en Márquez; yo no la tenia, pe­
ro dejaba marchar el tiempo para que no se inter­
pretase de una manera desfavorable mi opinión. E n ­
tretanto, la escasez de víveres llegó a su colmo, y con
ello la desmoralización de nuestras tropas: durante
los dos primeros meses no hubo un desertor, pero en
los diez días últimos perdimos cuatrocientos hombres.

“En tal estado no era posible permanecer, y encar­


gándome el Emperador el plan de salida, lo hice y to­
mé todas mis precauciones para su ejecución en el ma­
yor secreto. E l día fue fijado para el domingo 12. En
la mañana reuní a los jefes de los Cuerpos, les ma­
nifesté la situación, y aunque había algunos desmora­
lizados, todos aceptaron la idea de combatir para que
si se triunfaba, hacer levantar el campo al enemigo, y
si se perdía, continuar nuestra marcha con las tropas
que nos quedaran rumbo a la Sierra.

“Escritas las órdenes y preparado todo, el general


M ejía se presentó al Emperador diciéndole que si se le
daban dos días él podría reunir seis u ocho mil hom­
bres y que todos juntos podríamos echarnos sobre el
enemigo y derrotarlo. Y o no estuve conforme, pero
me vi obligado a acceder, y se perdieron los días 12
y 13”.
LA V IS P E R A D E L A E N T R E G A

T C » E JIA no pudo reunir doscientos hombres. En


vista de esto, se dispuso todo para el 15; el
movimiento debía ejecutarse a la una de la mañana;
las tropas, la población y el enemigo sabían que se
trataba de una batalla; yo, en secreto, mencioné el pun­
to contrario fijado para el de salida, como el de ata­
que, y tuve tan buen éxito que lo vimos reforzar y
después hemos sabido que por allí nos esperaban.
“Desgraciadamente el tiempo había pasado, y los
espíritus tímidos, con cuarenta y ocho horas de pensar
en el riesgo de la salida, se acobardaron de tal mane­
ra que sólo pensaron en salvar la vida, aunque fuese
sacrificando las de sus compañeros y el honor.
“El Emperador, a quien la conducta del general
Méndez había desagradado, le mandó un recado muy
fuerte; éste pidió, para vindicarse, que se le dejase
reunir su división el día 15 para hablarle, y que en
la noche se ejecutase la salida; el Emperador no hizo
aprecio, pero Castillo fue a casa a las nueve de la
noche, hora en que daba las órdenes para poner los
puentes y establecer la artillería; suspendí la orden y,
diciéndole que no estaba para perder una sola hora de
tiempo, nos dirigimos para la Cruz. E l Emperador es­
taba de acuerdo conmigo, pero Castillo triunfó como
había triunfado el 23 del pasado y otras muchas veces.
como triunfó cuando el ataque a San Gregorio. Se
suspendió la salida, y al retirarme dije al Emperador:
“Señor, Dios nos guarde estas veinticuatro horas”. No
temía una traición, sí una desmoralización en masa
debida al hambre que acosaba a nuestras tropas.
“Arellano presenció todo esto, porque el Empera­
dor tenía gran confianza en él. A las once volví a mi
casa, indiqué al Emperador y a Castillo que me iba
a acostar porque las dos noches anteriores no lo había
hecho; en la puerta de la casa encontré a M ejía, le
participé que el movimiento se suspendía, y a las doce
me acosté”.
Nótese que Miramón no pone en boca de Maximi­
liano las palabras que le atribuye, exclusivamente, V íc­
tor Darán: “No os aflijáis, Miguel: ¿qué importan vein­
ticuatro horas para el éxito de una operación de gue­
rra?” Y tampoco habla de esto Arellano.
Adviértase, principalmente, lo que dice Miramón
sobre el aplazamiento de la salida: primero, fue ini­
ciativa de M ejía; luego, “el Emperador no hizo apre­
cio" de la petición de Méndez, y estaba de acuerdo
con Miramón en cuanto a salir la misma noche del 14;
pero prevaleció la opinión del general Severo del Cas­
tillo. No fue, pues, y así lo he observado en mi li­
bro, ni iniciativa, ni empeño, ni resolución espontánea
de Maximiliano el aplazamiento —absolutamente im­
prescindible si él tramaba la entrega de la plaza— ,
y por tanto es ilógico atribuir complicidad en ella al
Archiduque.
Por su parte, Ramírez de Arellano, testigo presen­
cial, en sus Ultimas H oras d el Im perio, coincide con
lo que ahora vemos que escribió Miramón y confirma
lo que he observado sobre la conducta de Maximilia­
no. Dice así: “Detenido lo más posible el ejército por
M ejía, le había llegado su turno a Méndez. E l coronel
Redonet y el general Castillo fueron sus agentes para
obtener de Maximiliano y Miramón que difiriesen has­
ta el día siguiente la salida del e jé r c ito ... Por fin,
se difirió hasta el día siguiente, según los deseos de
Méndez, a quien apoyaba Castillo .

Continúa Miramón:

L A M A Ñ A N A D E L 15 D E M A Y O

(i O E R IA N las tres de la mañana, cuando un ayu-


dante de la cuarta línea, la del río, me avisó
de parte del general Monterde que la mandaba, que
los tres jefes del Quinto —Paz y Puente, Ontiveros
y Gil de Castro— , con otros tres oficiales, se habían
pasado al enemigo, preguntándole si el batallón no
había hecho movimiento, me dijo que no; que sólo un
sargento y un cabo, a quienes fue necesario que abofe­
tearan, eran los que se habían marchado, y que de éstos
el cabo había vuelto.
“Mandé inmediatamente dos de mis ayudantes a
la línea y entretanto me vestí y puse unas órdenes pa­
ra relevar el batallón. Entre los que tenía más con­
fianza era el de tiradores, que mandaba Carlos” (el
coronel Carlos Miramón) “pero la hambre había sem­
brado la desmoralización, y ese día se habían largado
once con un sargento. Uno de los ayudantes de los
que mandé al río, vino a decirme que aquello no esta­
ba bien, que veía los semblantes muy tristes y que
creía necesario que yo fuera. Y a lo había pensado y
sólo me detenían las órdenes que estaba dando. A las
cuatro me dirigí al río, seguido de los ayudantes que
dormían en la casa; visité la línea, hablé con el ge­
neral Monterde, con los oficiales que habían quedado
del Quinto, con los soldados, y tranquilo porque vi
en ellos buena disposición, me pasé al puesto avanza­
do del mesón que quedaba al otro lado del río, visité
éste y previne a Monterde disparase al toque de dia­
na cuatro o seis cañonazos sobre el enemigo y dos ti­
ros por plaza cada soldado del Quinto. Y o quise que­
darme para presenciarlo; dieron las cinco, se tocó la
diana, se cumplió con mi orden, el enemigo contestó
y yo me retiraba tranquilo por haber visto que el mal,
aunque grave, no era tan grande como debía esperarse.

“Había andado dos cuadras, cuando el repique


de San Francisco me llamó la atención; violenté el pa­
so, pero un ayudante del 12 batallón que estaba en la
alameda, me dijo que el general Castillo le prevenía
al coronel se replegase a la línea de la plaza, porque la
Cruz se había perdido. Prevengo a mis ayudantes mar­
char a buscar sus caballos y los míos y que se dirijan
a la Cruz; me quedo con Ordóñez y Sepúlveda, orde­
no a éste que se traiga para la plaza de San Francisco
el batallón de Tiradores, al ayudante del 12 que para
el mismo lugar conduzca el coronel su batallón, y estan­
do a una cuadra de San Francisco le prevengo a Ordó­
ñez que se adelante y me participe lo que pasa, siguién­
dolo a unos cuantos pasos. En esto llega el comandan­
te Nava y me dice: ‘'Señor, toda la fuerza de la Cruz
se ha perdido; el coronel López ha entregado la plaza
y ya el enemigo me sigue muy de cerca .

M IR A M O N , H E R ID O Y P R E S O

{{O A LG O a la plaza y veo a Ordóñez amenazado


por un oficial a caballo; tomar mi pistola, co­
rrer unos veinte pasos y disparar sobre este oficial, fue
obra de un segundo; desgraciadamente no le pego, él
me hace fuego así como a Ordóñez, me hiere en la
cara y en un dedo de la mano izquierda y hiere a O r­
dóñez en la cara también, y se pone a salvo; corro tras
él toda la plaza, da vuelta al Biombo donde le disparo
un segundo tiro, pero era muy tarde, y entonces se
vuelve con unos cincuenta hombres del batallón de
Nuevo León, que al desembocar me hacen fuego. E n ­
tretanto me desangraba muchísimo, y teniendo miedo
de que me cayese, pues no sabía aún qué clase de he­
rida era, me retiro para mi casa; llego y ordeno que
el general Casanova tome los dos batallones y marche
a San Francisco; ordeno que la caballería salga a for­
mar sobre el camino de la garita de Celaya, y pido un
médico. Este se tarda y voy a su casa; ahí está mi
desgracia. El médico es el bribón de Licea; cree que
es fuerza extraer la bala y me martiriza durante dos
horas; en este tiempo la Plaza queda ocupada por el
enemigo, la caballería me espera en la puerta de la
casa del doctor, el general Casanova no ha podido
llegar a tiempo a San Francisco con los batallones y to­
dos quieren seguir mi suerte; yo les suplico que se sal­
ven, que se vayan con la caballería o que se escondan
en otra parte, pues es claro que seremos denunciados.
La caballería se marcha con algunos; otros se quedan
conmigo, entre ellos los generales Casanova, Moret y
mis ayudantes Gorbitz y Castillo. Jáuregui y Acebal se
esconden y se salvan.

"L as fuerzas enteras y los principales jefes del


ejército perguntan por mí para salvarme: ¡fatalidad
de la herida y mayor aún la de estar en manos de ese
médico, que dos horas necesitó para decir que la bala
había salido y que por fortuna mi quijada estuvo muy
dura, si no me la arranca! ¡Fatalidad igualmente que
este médico tuviese un cuñado llamado general Refu­
gio I. González, que entró uno de los primeros y a
cuya buena fe nos entregamos!

"E ste, que no es sino un bandido, nos ofreció sal­


vamos, pero una vez asegurados nuestros caballos, ar­
mas y equipajes, nos denunció vilmente, resultando
que a las tres de la tarde, cuando los generales Rocha,
Vélez, Echegaray, los coroneles Rincón (Pedro y P e­
pe), Martínez Cosío y otros muchos habían arregla­
do nuestra salida para la noche, ya no fue posible
porque a todos los que me acompañaban se los lleva­
ron al convento de la Cruz, y yo, gracias a la resisten­
cia que hice y al coronel Julio Cervantes, condiscípulo,
se me dejó allí, por supuesto bien asegurado; en la
noche, dos amigos intentaron el sacarme, pero no sien­
do posible, quedé ya definitivamente a discreción de
esta gente, o mejor dicho, de Juárez .

Lo anterior es de sumo interés, porque revela có­


mo importantes jefes republicanos, amigos de M ira-
món, lo estimaban de modo tan cordial que pensaron
favorecer su evasión.

Lo que sigue es también de particular importancia,


porque confirma lo que por otros conductos. sabíamos
sobre la ocupación de la plaza y yo he subrayado en
mi libro La traición d e Q uerétaro: o sea que el gene­
ral Francisco Vélez sostuvo desde luego una versión
falsa —así reconocida ya por todos—, que fue la que
él, Chavarría y otros jefes republicanos patrocinados
por Escobedo, ampararon con su firma en los certifi­
cados que dieron a López para exonerarlo de respon­
sabilidad; y que el coronel José M . Rincón Gallardo
—el cual ni quiso solidarizarse con la consigna em­
bustera ni dio certificado a López— , contó la verdad
de los hechos desde luego, como la refirió más tarde
verbalmente y por escrito, lo cual le atrajo indisposi­
ciones y rozamientos con personas de su partido.
Prosigue el diario inédito:

L A T R A IC IO N

( í T U N E S 27.—De todo te hablé ayer, menos de la


parte más interesante; de la traición del mise­
rable de López. Voy, pues, a decirte lo que Vélez y
Rincón me han dicho.
"V élez quiere que aparezca López como sorpren­
dido en el panteón de la Cruz, para quitarle a la trai­
ción su fealdad y para que aparezca la plaza tomada
por sorpresa.
"Rincón es más franco y dice la verdad. López pa­
só al campo enemigo, con quien estaba en relaciones
hacía dos días, y ofreció entregar la Cruz a las cuatro
de la mañana. Su proposición fue aceptada, y Escobe-
do dio el encargo a Vélez y a Rincón, con dos bata­
llones cuyo número serían setecientos hombres. López
avisó a los centinelas que se iban a pasar unos solda­
dos enemigos, y él mismo salió a las cuatro para indi­
carles el camino; ya en el panteón desarmó a los cien­
to cincuenta hombres que había y se dirigió al conven­
to por los patios que él bien conocía, desarmando en ca­
da paso los piquetes de ocho o diez hombres que cu­
brían estos pasos; llegó a los claustros haciendo la mis­
ma operación; en la salida del convento había una re­
serva de doscientos hombres, y el mismo López, que
no se separó un momento de Rincón, ordenó poner las
armas a tierra y desfilar; un solo comandante dijo:
“Señor López, ¿por qué desarma usted mi tropa?" A
lo que contestó Rincón: “Y a es tarde toda resistencia",
y todos se conformaron con ello.
“Entretanto, el jefe del Estado Mayor (general
Severo del Castillo), “dormía; el Emperador lo mismo,
así como los demás jefes de los tres cuerpos que se en­
contraban en la Cruz: las cuatro y media de la maña­
na y nadie vigilaba, con la circunstancia que una sola
noche Castillo se ha desvelado hasta entonces. Fue
preciso el despertarlos y el decirles que se marcharan.
“El Emperador y Castillo salieron —Rincón los
vio y los dejó marchasen o creyó que eran paisanos— ,
tomando el camino del Cerro de la Campana, a don­
de se rindieron mejor que exponerse a salir con mil
caballos, arrostrando una muerte dudosa; el Empera­
dor cayó con dignidad y su apuración era muy gran­
de por mi persona. Lo demás ya lo sabes. Sorprendida
la Cruz se dirigió Rincón para el interior, donde no
había un soldado, pues todos estaban en las líneas; el
repique anunció a éstos que algo pasaba; los tiros oca­
sionados por mí y la falta de mi presencia hizo se con­
sumara la ocupación pacífica de la plaza. ¡Maldición
eterna al miserable de López!"
Se ve en lo transcrito el reproche de Miramón al
general Castillo y otros jefes porque dormian, así co­
mo porque, ya en las Campanas, no acometieron la au­
daz empresa de abrirse paso a toda costa, lo cual casi
seguramente se habría intentado, si hubiese estado allí
el impetuoso Miramón.
Ahora, un salto hasta la última página del diario.
Y hay que notar, en el primer párrafo de lo que voy
a transcribir, que al hablar Miramón de la infructuo­
sa súplica de Maximiliano a Juárez, no dice que el
Hapsburgo, al participárselo y abrazarlo, se pusiera
de rodillas, según cuenta, exclusivamente, Víctor D a­
rán. E l detalle parece inverosímil, y se confirma la du­
da con el silencio de Miramón, que difícilmente dejaría
de consignar y ponderar una demostración tan insólita
y estupenda.
Escribe, pues, Miramón —y concluimos— , con fe­
cha 18 de junio de 1867, víspera de la ejecución:

E L U L T IM O A D IO S

A R T E S en la noche.
"Todas las puertas se han cerrado, me­
nos las del cielo. El Emperador ha hecho por última
obra, una que vivirá imperecedera en el ánimo de los me­
jicanos: ha pedido a Juárez nuestra vida, pidiendo ser él
sólo sacrificado; por supuesto que Juárez se negó. T a n ­
to M ejia como yo quedamos muy agradecidos.
"N os han violentado el tiempo: en lugar de las
diez, son las seis las horas señaladas para el sacrifi­
cio; me he confesado de nuevo, y estoy dispuesto y re­
signado con la suerte que Dios me ha deparado.
"Como no tengo tiempo de que disponer, cierro és­
ta. He pasado dos días terribles con la ausencia de
Concha" (su esposa, doña Concepción Lombardo):
"nunca he conocido como hoy lo mucho que la amo.
"Adiós, querido hermano. Vela por Concha, por
mis adorados hijos, dales un abrazo a Merced y a las
otras muchachas, unos besos a mis sobrinos y princi­
palmente a mi ahijada, y tú recibe el último recuerdo
de tu hermano.*—M ig u el’»

N oviem bre d e 1931.


LA OBRA DE DON PORFIRIO DIAZ
I porfirista ni antiporfirista, ni reaccionario ni
revolucionario, exento de todo vínculo perso­
nal o heredado que pueda poner trabas a mi
lengua, intento concretar aquí, sin ditirambos ni diatri­
bas, un juicio ecuánime, honrado y libre acerca de la
obra de este hombre extraordinario.
No aplicaré un criterio relativista, porque después
de ciertas monstruosidades posteriores, a don Porfirio
"le han salido alas de serafín”, como decía Urueta;
confrontaré sus actos con las normas austeras de la
justicia y la moral, del patriotismo y del bien público.

A C E en cuna humildísima (1830), pasa por las


N aulas del seminario y del instituto de Oajaca, se
yergue virilmente contra la tiranía de Santa Anna
(1854), continúa con las armas en la mano durante las
luchas de Reforma, la Intervención y el Imperio, y des­
cuella lo mismo por su bravura y sagacidad en la gue­
rra, que por su capacidad administrativa, su probidad
intachable y su alto don de gobierno.
Así, al triunfar los liberales en 1867, Díaz es una
figura nacional que inspira recelo a Juárez. Las rela­
ciones de ambos son frías y reticentes. Don Porfirio
se retira del ejército. Y cuando Juárez, terminado su
período en 1871, aprovecha la maquinaria gubernamen­
tal para reelegirse, Díaz, secundado por muchos libe­
rales de fuste como V allaría y el Nigromante, se insu­
rrecciona en nombre de las instituciones por medio del
plan de la Noria.
La súbita muerte de don Benito, en 1872, y la am­
nistía decretada por su substituto legal, Lerdo de T e ja ­
da, disuelven la rebelión. Pero cuando Lerdo, cuya ti­
ranía demagógica le crea una clamorosa impopulari­
dad, prepara también sus maniobras para reelegirse,
surge el plan de Tuxtepec que acaba en Tecoac, con
el triunfo de don Porfirio y los suyos.
Evidentemente, ambos planes son insinceros. Pro­
claman la no reelección, la independencia de los tres
poderes, el respeto al sufragio y otras mil cosas que
don Porfirio anuló en su prolongado gobierno. Evi­
dentemente también, Juárez y Lerdo se empecinaron
en conservar la silla, provocando una justa indigna­
ción en el mismo campo liberal. Don Porfirio fue el
portavoz de esa indignación, que se conjugaba con
sus propias ambiciones presidenciales. Pero ¿era un
ambicioso vulgar?
No. El sentía palpitar en sí mismo aquella excep­
cional capacidad de gobierno que ya se había esboza­
do, y luego se reveló con plenitud. Veía el mal rumbo
que llevaban las cosas y el buen rumbo que podían lle­
var. Palpaba las estupendas posibilidades de M éjico,
desgarradas hasta entonces por tiranías y anarquías,
desaciertos y rencores, y quería empuñar el timón con
la mira patriótica de engrandecer a Méjico, cimentan­
do la paz, estableciendo la concordia, encauzando la
prosperidad.
Lo hizo. Lo hizo durante un tercio de centuria. Es
la gloria capital y privativa del general Díaz. Nadie
lo había logrado antes; nadie lo ha conseguido después.
Hay que meterse en el infierno pavoroso de nuestras
guerras civiles desde la independencia hasta 1876, en
aquella repugnante sucesión de ambiciones, de cuartela­
zos y pronunciamientos, de miseria, de sangre, de odio,
de opresión, de bandidaje, que habían llevado al país
hasta la agonía y la desesperación, para comprender
la novedad y el sentido libertador y vital de aquella
obra magna.
Con un penetrante conocimiento de los hombres,
con una astucia sutilísima, equilibrando intereses, mez­
clando hábilmente la represión y la atracción, la fuer­
za y la diplomacia, logró don Porfirio aquietar el her­
videro del militarismo y de las tradiciones levantiscas,
ir sosegando perniciosas inquietudes y encauzándolas
por las vías del trabajo y la paz.
En cuanto a los vencidos que habían luchado por
ideales, en cuanto a la sociedad, dolida y pisoteada en
lo más sagrado de sus derechos, don Porfirio fue li­
mando asperezas, restañando heridas, atrayéndose a
todos por medio de su nobilísima política de concilia­
ción, llevando poco a poco la paz a las conciencias.
El sabía muy bien que aquellos a quienes en la jer­
ga de la lucha se llamaba traidores, no lo eran; que
había entre ellos muchos hombres eminentes por la ho­
norabilidad, por la cultura, por el patriotismo; que ha­
bían pugnado por un derecho fundamental: la liber­
tad religiosa, y que si habían solicitado o aceptado la
alianza europea, era sin mengua de la integridad y
soberanía de la nación, y como una medida desespera­
da para defender precisamente la independencia na­
cional contra el arrollador peligro yanqui. Por eso don
Porfirio, vencedor, tomó en cuenta la razón de los ven­
cidos. Abrióles las puertas para colaborar en su admi­
nistración; puso en olvido la legislación opresora, con­
cediendo de hecho cierta libertad religiosa, y forta­
leció a su país contra la absorción de los Estados Uni­
dos, observando ante ellos una actitud amistosa, pru­
dente y digna, robusteciendo la pacífica unión na­
cional y con ella el sentido de solidaridad y de patria,
fomentando la creación de industrias e intereses euro­
peos que balancearan a los yanquis, buscando, en fin,
todos los medios de contrarrestar el peligro norteame­
ricano que nunca se apartó de sus ojos.
L concluir el primer período presidencial, estaba
A muy fresco el postulado de No Reelección para
violarlo. Apartóse don Porfirio, dejando el poder a
don Manuel González, que a su tiempo lo devolvió leal-
mente, y ya después vinieron modificaciones constitu­
cionales que cohonestaron una larga permanencia en
el poder. Pero esta permanencia fue eminentemente po­
pular: estaba respaldada por el respeto, la adhesión, la
voluntad de todo el país.
¿Por qué? Porque don Porfirio había suprimido las
libertades políticas, pero había asegurado y robusteci­
do las libertades civiles; aquéllas son un simple medio
para lograr éstas; si éstas se disfrutan, el fin está
conseguido, y fácilmente se desentiende de las otras
la gente honrada y laboriosa que sólo quiere que se
la deje trabajar y vivir con garantías y en paz.
No obstante, las libertades políticas son preciosas
y nunca debe abandonarlas un pueblo; porque ¿quién
le garantiza la perpetua rectitud y bondad de su gober­
nante?, ¿dónde hallará pacífica defensa cuando éste
quiera violar la justicia?
De hecho, el gobierno del general Díaz, autocracia
ejercida con el mínimo de terror y el máximo de bene­
volencia, como exactamente se ha observado, no ca­
reció de graves lacras. La administraciójn de justi­
cia se desnaturalizaba y perdía su majestad sujeta a
la voz del amo; en el reclutamiento forzoso de solda­
dos perpetuáronse errores y abusos; la opresión* a la
prensa tocó a veces extremos intolerables; mantuvié­
ronse hasta el fin cacicazgos bochornosos con que el
Presidente condescendía inexplicablemente, acaso por
compromiso político, acaso por cálculo maquiavélico;
la exagerada sumisión a un hombre engendraba en
el mundo oficial no pocos servilismos, y en general,
cierto rebajamiento de los caracteres, cierta modorra
moral.

E aquí algunos cargos de particular gravedad que


H cabe hacer a la dictadura.
E l general Díaz comprendió que la Constitución
del 57, con su apéndice reformista, pugnaba en muchas
cosas con la verdadera constitución social de M éji­
co; por tanto, con su genial buen sentido, procuró ir
arrumbando ciertas leyes impopulares y tiránicas; pe­
ro si al principio tenía que mantener una situación equí­
voca por no despertar y exacerbar susceptibilidades ja ­
cobinas entonces muy intensas por la lucha reciente,
al andar los años sí pudo y debió haber suscitado la
reforma constitucional que consagrase la libertad y
la verdad, que pusiese la ley de acuerdo con la prácti­
ca que él reconocia indispensable para el bien social.
No lo hizo. ¿Le faltó valor para esta obra sincera?
¿Prefirió que la mayoría mejicana le quedase perso­
nalmente vinculada y fiel, agradeciéndole como favor
lo que le tocaba como derecho? Lo cierto es que, inc^n-
sando k> que violaba, don Porfirio, en esto como en
otras cosas, perpetuó una funesta situación de falsía.
Y la mentira como institución, es necesariamente de­
gradante para un pueblo.
En política, aunque tuvo tiempo, no supo ir prepa­
rando las cosas para que su obra no muriera con él. Po­
sibilidades y voces de aviso no faltaron. Bulnes, en
1908, pronunció a este respecto un discurso que le honra,
diciendo que la gran obra de don Porfirio seria nula
si no le sobrevivía. La conferencia con Creelman alen­
tó movimientos democráticos que, respetando sincera­
mente al Presidente, querían llevar a la vicepresiden­
cia un hombre prestigioso, fuerte y apto. Don Porfi­
rio, con suspicacia ya senil, receló de don Bernardo
Reyes, personalidad capaz de hacerle sombra, y que
no debería el puesto a él sino al voto. Obstinóse en im­
poner a Corral, y don Bernardo, desoyendo acaso su
deber político por consideraciones personales de respe­
to y lealtad y por temores patrióticos de disturbios in­
ternos y exteriores, abandonó el campo. Ocupólo el
maderismo, que, agotados los recursos pacíficos y con
un respaldo de popularidad arrolladora, lanzóse a la
revolución. Y aquí hay que hacer la eterna pregunta:
¿Quién es el responsable de la revolución: el que la
encabeza, o el que la ha provocado?
En lo intelectual y educativo, un positivismo escue­
to y un laicismo desolador, mutilando las alas del es­
píritu y desterrando la idea operante de Dios, produ­
jeron en las clases altas un engreimiento intelectualis-
ta que desdeñaba a los de abajo, en las clases medias
y humildes un opacamiento de la vitalidad religiosa, en
todos un materialismo más o menos inconfeso que ha­
bía al cabo de estallar en catástrofes sociales. E l es-
piritualísmo es una imperiosa necesidad humana: sin
él, las más deslumbrantes apariencias carecen de ci­
miento y armazón; sin él, la justicia y la caridad son
dos inmensas proscritas. ¡E l problema de M éjico exi­
ge torrentes de amor, y aquello era un estanque de
hielo!

La miseria del peón clamaba al lado de la opulen­


cia del poderoso; y como el individualismo liberalista
pugnaba con el concepto de asociación sindical que
hubiera fortalecido a campesinos y obreros, éstos per­
manecían aislados, indefensos, víctimas de una sarcás­
tica libertad contractual. Cuando los catódicos, que
fueron los primeros y entonces los únicos que en nues­
tra patria ocupáronse en estas cosas, pugnaron por el
mejoramiento de los trabajadores del campo y de la
ciudad, organizaron estudios, congresos y asociaciones
obreras y presentaron renovadores programas socia­
les, don Porfirio les dijo, con una de aquellas frases
familiares y gráficas que eran tan suyas: “No me al­
boroten la caballada”. ¡Faltóle visión, faltóle grande­
za! Como a él, a todo el liberalismo dominante. Y ello
multiplicó dificultades y ataduras para una labor que,
sin embargo, algo pudo iniciar y realizar por la solu­
ción del problema social.

La revolución, que empezó con simple carácter po­


lítico, arrastró en sí, consciente o inconscientemente,
un caudal de reivindicaciones sociales contra las in­
justicias y desigualdades hirientes que habían ido acu­
mulando sedimentos de malestar y de rencor. Claro
que en muchos, esto de las reivindicaciones fue mero
alarde oportunista y biombo de medro. Pero el mal
existía. Y “nada hay más revolucionario —ha dicho
admirablemente el padre Pesch— que un mal social
no se cura".

" p E R O no exageremos las responsabilidades del ge-


neral Díaz. El positivismo mutilador, el libera­
lismo laico e individualista que prevalecían entonces en
nuestro mundo político-intelectual, obraban con fuer­
za de atmósfera, de la que era dificilísimo eximirse.
El peso de los años, por otra parte, tiene mucho de
fatal, y a los ochenta no es fácil evolucionar, renovar­
se, ponerse al día. E s humano, además, que el dictador,
al perpetuarse, piense perpetuar el bien que con el pro­
pio sistema ha conseguido, sin percatarse de que la dic­
tadura es por esencia régimen transitorio, y que en su
perpetuación está su descomposición definitiva.
Los errores y lacras del régimen porfiriano, sean
para nosotros advertencia y lección. E l hombre excep­
cional, probo y patriota que organizó la paz, la con­
cordia y la grandeza material de M éjico, que concen­
tró en su mano, por tres décadas, la adhesión entusias­
ta de sus conciudadanos, tendrá inconcusamente en
nuestra historia un sitio ilustre. Vano será quien quie­
ra deificarlo; injusto quien hable de él sin respeto.

S eptiem bre d e 1930.


MADERO, HUERTA Y LOS CATOLICOS
U A L fue la actitud de los católicos ante M a­

C dero y ante Huerta? ¿Es cierto que conspi­


raron contra aquél y se identificaron con és­
te. y que por tal razón se explica la agresividad an­
ticatólica del carrancismo, que se decía vindicador de
Madero?

T ^ E S D E sesenta años atrás, nunca los católicos me


jicanos habían disfrutado de la libertad políti­
ca que «tuvieron en tiempos de don Francisco I. M a­
dero. ¿Iban a mirarlo con ceño o rencor?
Hombre honrado y leal en sus propósitos democrá­
ticos, desde que inició su campaña contra el régimen
dictatorial aplaudió la política de conciliación y se ex­
presó contra ciertas leyes restrictivas que justamente
calificaba de anacrónicas.
Triunfante la revolución que encabezaba, realizóse
'-■'a pesar de naturales deficiencias y lacras— el ensayo
democrático más sincero que conoce nuestra historia,
y así pudo organizarse el Partido Católico Nacional
y llevar a las cámaras federales y locales muchos au­
ténticos y dignísimos representantes del pueblo.
Una treintena de diputados católicos figuró en la
X X V I Legislatura, y si otros tantos fueron indebi­
damente desechados a pesar de sus limpias creden­
ciales, no fue Madero ciertamente el responsable de
aquellos enjuagues parlamentarios.
E l Partido Católico, respetando la voluntad de la
avasalladora mayoría de sus componentes, adoptó a
Madero como candidato presidencial y votó por él. Con
igual lealtad, desinterés y dignidad, contestó a la ex­
presa recomendación que Madero le hizo a favor de
Pino Suárez para vicepresidente, sosteniendo el Par­
tido a su espontáneo candidato, don Francisco León
de la Barra. Pudieron los católicos congraciarse fácil­
mente con Madero, siguiendo su sugestión vicepresi­
dencial. No lo hicieron, y les honra su actitud. Y aun­
que ella tuvo que contrariar a don Francisco, éste ni
se dio por agraviado ni menos hostilizó a quienes tan
honorablemente procedían.
La atronadora popularidad del Madero insurgente,
fue mermándose mucho ante el Madero gobernante.
Sin mengua de las rectas intenciones, había falta de
coherencia, de vigor, de tacto, de lucidez. Cundía el
descontento, patriótico en unos, interesado en otros.
Pululaban rumores de conjuras.
Algunos conspiradores quisieron tomar contacto
con tal o cual miembro del Partido Católico, y, sabién­
dolo, el licenciado don Juan Villela se dirigió, pidien­
do una orientación, al grupo conspicuo de prelados re­
unidos a la sazón en Zamora —enero de 1913—, para
la segunda Gran Dieta de los Círculos Católicos de
Obreros, reunión en la que —recordémoslo de pasó­
se expusieron ideas y programas de una fuerte, avan­
zada y generosa sociología.
Estaban allá los ilustrísímos señores M ora y del
Río, Guillow, Ruiz y Flores, Orozco y Jiménez, Eche­
varría, Núñez, Valverde Téllez. La respuesta, por uná­
nime acuerdo, fue que era ilícita la rebelión contra el
legítimo gobernante, y que por ningún motivo podrían
los católicos, si se les solicitaba para ello, participar
en conspiración alguna. M ás aún. Hasta la censura
licita y justiciera, encarecían los prelados que se hicie­
se “con toda moderación y sin menoscabo del respeto
que se debe a la autoridad’’.
¿Puede darse actitud más categórica?

II

S U B E Huerta al poder por sucio camino.


Ante los hechos consumados e irreparables,
las cámaras federales y de todos los Estados —salvo
únicamente Sonora y Coahuila—, aceptan de buena
° mala gana la situación. Hay hombres probos de las
más varias filiaciones que, competidos por las circuns­
tancias, creen deber o poder cooperar para que el go­
bierno tome una ruta sana y salve al país de la anar-
quta amenazante. En cuanto a la religión nacional, ni
Madero la hostilizó ni Huerta la hostiliza. Este hasta
intenta navegar con bandera católica. P ero. ..
Don Gabriel Fernández Somellera, Presidente del
Partido Católico, y don Enrique Zepeda, Director de
La N ación , órgano del Partido, son aprehendidos ba­
jo el régimen huertista y deportados a Veracruz. ¿Quié­
rese agresión más decidida y a más destacados repre­
sentantes? Se logra el amparo y ambos vuelven a la
capital. Pero la vida se les hace de tal modo imposi­
ble que tienen luego que abandonar el país.
AI disolver Huerta el congreso legítimo, la trein­
tena de diputados católicos queda en la calle. Claro
que si fuesen huertistas, Huerta los hubiera repuesto
a todos. M as no es así. Propónense algunos volver y
a base de limpio y denodado sufragio lo consiguen;
pero sólo unos seis. Entre ellos se cuenta el licen­
ciado don Perfecto Méndez Padilla, que con serena
virilidad habla y vota, el 11 de diciembre de 1913, pa­
ra que no se otorguen las facultades extraordinarias
que Huerta pide, y cuando éste da cuenta más tarde
del uso de ellas, toma la palabra —el 28 de abril de
1914— en contra de la aprobación con dispensa de
trámites. La osadía le cuesta un comparecimiento for­
zoso ante el dictador, y unas horas de riesgo grave.
Cuando se trata de elecciones, el Partido Católico
lucha y vota por don Federico Gamboa para Presiden-
te y el general don Eugenio Rascón para Vicepresi­
dente. La fórmula triunfa en verdad, pero el gobier­
no declara victoriosa la* planilla Huerta-Blanquet, aun­
que luego se permite el aparatoso lujo de dar por nu­
las las elecciones. Toda esta campaña acarrea difi­
cultades y atropellos a miembros del Partido Católi­
co. Por protestar virilmente La N ación, sobrevienen las
iras del dictador y el antedicho destierro de Fernández
Somellera y de Zepeda. No se ve la armonía.
Y es fácil tarea multiplicar la ejemplificación.

m
Primer Jefe.
S U R G EDonel Venustiano Carranza, adicto a don Por­
firio, en cuyo régimen disfrutó curul senatorial por el
ancho término de tres lustros, fué partidario fervoro­
so de don Bernardo Reyes. Y cuando éste, mal mirado
ya por el general Díaz, no quiso rebelarse contra su
antiguo jefe y aceptó el exilio, don Venustiano se
sumó al movimiento armado de Madero, que por ley
natural aprovechó el ansia de renovación y el oleaje
de descontento suscitados por el reyismo.
Pero esta alianza fortuita no era afinidad real. C a­
rranza se sentía superior a Madero y no ocultaba su
desestimación y su desdén. Y las cosas se agriaron más,
Por habérsele suspendido a don Venustiano el subsi­
dio federal para unas fuerzas irregulares que como Go­
bernador de Coahuila tenía a su disposición.
¿Podrá demostrarse documentalmente que Carran­
za intentaba conspirar contra Madero, cosa que un im-
portante colaborador de éste me asegura y que se ha
afirmado con insistencia? En otra ocasión he de es­
tudiarlo. Pero desde luego me consta, por respetable
testimonio de personas allegadísimas a Madero y vi­
vamente identificadas con él, que don Venustiano y
don Francisco estaban en pésimas relaciones; que, ya
en las postrimerías del régimen, el Gobernador había
enviado al Presidente, por conducto personal, una co­
municación de tal modo intemperante, que Madero se
la había mandado devolver por el mismo conducto
— aunque no alcanzó a llegar a su punto de origen—,
diciéndole a Carranza que no podía aceptar ni conser­
var en su archivo papeles de esa calidad.
La animadversión es indudable, y no aparece don
Venustiano muy persuasivo como cabeza de una re­
volución que se decía vengadora del Presidente de­
rrocado.
Ni puede hallarse más que pretexto y añagaza, en
querer cohonestar la persecución irreligiosa de enton­
ces, achacando a los católicos un amor para Huerta y
un odio para Madero que estuvieron muy lejos de
profesar.

F eb rero d e 1933.
LA VOZ DE CARRANZA
E habla de reformar el artículo tercero de la

S Constitución. Carranza también quería que se


reformase. Pero el Primer Jefe de la Revolu­
ción proponía reforma en sentido liberal, y hoy pro­
ponen reforma en sentido de tiranía.
Es útil oír la voz de Carranza, pues no cabe tes­
tigo de mayor excepción. Hay verdades que en su bo­
ca toman insólito relieve. ¿Querrán meditarlas y aten­
derlas los hijos de la Revolución que el Primer Jefe
engendró y sostuvo con férrea constancia?
En el D iario O ficial del 21 de noviembre de 1918,
se lee la iniciativa presentada por don Venustiano al
Congreso. Poquísimos la conocen o la recuerdan. V a ­
le la pena leerla toda. Pero aquí hemos de limitarnos
a espigar.
X P R E S A que en varios asuntos de interés gene­
E ral, “la acción legislativa ha llegado a resentir­
se de excitaciones inconducentes y de circunstancias
graves del momento. En tal caso se halla la garantía
de la libertad de enseñanza”.
Cita el artículo tercero, tal cual figura en la Cons­
titución de 1917, y comenta: "Tratada así la garan­
tía, su evidente forma restrictiva y su espíritu.. . no
se acomodan a la amplitud filosófica en que ha de ex­
ternar el derecho de libertad de enseñanza, ni se ha­
llan concordes con las necesidades reales y menos aún
en armonía con el medio para el cual se legisla”.
"A partir de 1824, el proceso histórico del princi­
pio contenido en el artículo tercero ha ido acusando
paso a paso una tendencia contraria a los mandatos que
se hallan en vigor, con la particularidad de que ni en
las épocas de mayor atraso se usó de otras prohibiciones
que las que manifiestamente pugnaran con la moral”.
Recuerda cómo en el A cta Constitutiva de 1824,
que establecía como religión oficial la católica, "a pe­
sar del carácter religioso del Estado, el legislador se
abstuvo de dictar cualquier restricción a la enseñanza
de ideas opuestas a las dominantes”.
“En pleno período de despotismo militar y de pre­
dominio del clero, la situación jurídica sobre esta ma­
teria se mantuvo ig u a l... No obstante este cuadro
de avasalladora teocracia” (alude al tiempo presiden­
cial de Santa Anna), "jamás se opusieron obstáculos
a la enseñanza de doctrinas ajenas a las que estaban
en boga. . . ”
"T ales hechos entrañan indudablemente en nues­
tra vida institucional un insuperable sentido de res­
peto a la conciencia de los demás, sentido que el espí­
ritu liberal, falseado o mal comprendido, no podría sal­
var por medio de prohibiciones de que la propia dic­
tadura clerical prescindió siempre. . . ”
V a repasando los códigos sucesivos, y al hablar
del Congreso de 1857, expresa que en él, "una cone­
xión estrecha vinculó, como antes se ha dicho, los de­
bates sobre libertad de conciencia con las garantías
de enseñanza, de imprenta y otras; mas el criterio ca­
pital, sustentado aun por los representantes del ateís­
mo, fue que la libertad debía aceptarse incondicional-
•ttente, quienquiera que fuese el que la usara para
Propagar sus ideas o defender sus intereses” .
"La letra vigente de la Constitución de Querétaro
sobre esta materia, se aleja de la doctrina progresista
y de la tradición jurídica”.
Y agrega que si en tiempos pasados se respetó la
libertad de enseñanza, "esta conquista inapreciable de
Ia justicia humana y de la civilización, no podría ser
repudiada en los días que corren. . ."

ia
((U L Ejecutivo considera a todas luces de trascen-
dental importancia, afirmar que en el actual mo­
mento de la civilización, resulta infundado cualquier
temor al ejercicio de la libertad. El poder público, par­
ticularmente, nada teme de la libertad de enseñanza;
por el contrario, cuenta en ella con un auxiliar de
primer orden para la consecución de los fines de pro­
greso”.
"Independientemente del pueril temor a una reli­
gión o a un cuerpo clerical, existe el derecho innato
del hombre para creer y practicar, sin que baste ningún
poder en contra de esa ingénita libertad que, si es sus­
ceptible de acallarse por la tiranía, es indestructible
en su principio vital, no habiendo, en consecuencia, un
motivo capaz de justificar el imperio del poder públi­
co sobre esta materia”.
Palabras trascendentales y definitivas,
Y no lo son menos las que fijan el derecho indecli­
nable de los padres de familia:
"Nadie, humanamente considerado, se interesa más
por el adelanto y bienestar de la infancia, que los pa­
dres mismos. La vigilancia del Estado debe venir des­
pués de la de aquéllos, más bien en su defecto. E s in­
concuso que la voluntad familiar respecto de la ense­
ñanza de los hijos no puede coartarse, salvas las razo­
nes de ética”.
' T i R A T A N D O de explicar y cohonestar el laicis-
mo en las escuelas oficiales, dice don Venustiano:
"Los gastos de los servicios nacionales se cubren
con el dinero de los contribuyentes, sin distinción de
ideas. Los contribuyentes católicos, protestantes de to­
das las sectas, mahometanos, budistas, ateos o de cual­
quier otro matiz, se declararían justificadamente con­
tra el empleo que se hiciera de los impuestos para en­
señar privilegiadamente una religión en las escuelas
oficiales, aun en el caso de que se eligiese la de la
mayoría de los habitantes, pues se produciría siempre
un agravio al derecho de los demás. Esta razón de or­
den práctico es incontestable, porque se funda en las
exigencias más evidentes de la justicia distributiva”.
Muy bien, digo yo. Pero del razonamiento se con­
cluye que lo que procede no es la escuela laica, que a
nadie satisface, sino la repartición proporcional del
presupuesto escolar, que a todos respeta y a nadie
lesiona, según se practica en países de vanguardia.
Mas, independientemente de esto, si Carranza re­
pudiaba en la escuela oficial una imposición en contra
de la minúscula minoría, ¿cómo no repudiaría ahora
una imposición en contra de la gigantesca mayoría?
« Q I en las leyes institucionales perdurase el espí-
ritu parcial que se observa en el artículo ter­
cero, según fue aprobado en la Asamblea de Queréta-
ro, se correría el grave riesgo de prolongar la irrita­
ción característica de las contiendas de religión que
tan funestas han sido en el V iejo y en el Nuevo Mun­
do, porque guardar en la Ley Suprema los rescoldos
de semejantes disensiones, equivale a fomentar las
rencillas que comprometen la solidaridad humana y la
cuerda de fraternidad con que deben ligarse los ciu­
dadanos de cualquiera nación".
"Resultaría inconcebible que las armas de partido
que quedaron sin esgrimirse a raíz de la Guerra de
Tres Años, fuesen empleadas hoy, cuando a pesar de
los intentos diseminados de algunos retrógrados y con
todo y la efervescencia del espíritu radical, el sentir
franco y general del país se ha externado en favor de
la más sincera tolerancia".
"Como las leyes, aunque tendiendo a estimular el
progreso de los asociados, han de ser el reflejo exacto
de la colectividad que regulan, estando, por otra parte,
definitivamente resueltas en Méjico las cuestiones re­
ligiosas que en la pasada centuria ensangrentaron al
país, pues en la actualidad ningún espíritu bien pon­
derado trata de revivirlas, se infiere inevitablemente
que del texto constitucional debe desterrarse, el enga­
ñoso diapasón en que se halla concebido. . . "
íf^ T ^ E O R IC A M E N T E no cabe dudar de que el re-
A conocimiento de los derechos naturales ha de
revestir en la letra de la ley una generalidad positiva,
condición que no ha llegado a cum plirse..
“Reglas primarias de legislación ordenan abstener­
se, al fijar cualquier rama jurídica, señaladamente las
que integran la Institución Política, de toda prescrip­
ción diferencial que dañe la igualdad innata de los aso­
ciados; y aparece con claridad completa que la profe­
sión de determinadas ideas religiosas no significa una
desventaja en los ciudadanos de cualquier matiz con­
fesional, que aspiren al ejercicio completo de los dere­
chos del hombre”.
“Las leyes impracticables, allanando el camino de
la injuria, orillan al pueblo a la violación y al menos­
precio de los mandatos escritos. Por contrarrestar el
fanatismo, no seria lícito acudir al menoscabo de las
garantías constitucionales, aparte de que los riesgos
de la libertad no se conjuran con declaraciones hipo­
téticas. . . Además, distaría de la juiciosa previsión
extinguir por motivos de credo los focos de instruc­
ción que sean capaces de contribuir seriamente al es­
parcimiento de las luces que redaman los pobladores
del territorio nacional”.
En suma, el Primer Jefe de la Revolución tiene por
Indispensable “sostener el principio (de libertad de en­
señanza) con la pureza que exigen la civilización y el
reconocimiento categórico de las garantías".
O N E X IO N apretada con lo anterior tiene la re­
C forma al articulo 130, propuesta también por
don Venustiano Carranza al Congreso, y que puede
verse en el D iario O ficial del 27 de diciembre de 1918.
He aquí unos cuantos párrafos:
“Por la índole de la presente iniciativa, son aplica­
bles para fundar las modificaciones que se proponen,
todos los argumentos centrales que sustenta la que con­
sulta la reforma del artículo tercero, y por la unidad
filosófica de la libertad de enseñanza con la de cultos.
El respeto a todos los credos religiosos, sin más limi­
tación que las exigencias de la moral, es un derecho
natural que el poder público no estaría capacitado pa­
ra restringir, mayormente en el estado actual de la
civilización".
Eso “aparecería extemporáneo e incompatible con
la tolerancia y con la cultura ambientes”.
Explica la atmósfera encendida del Congreso de
Querétaro, porque “la lucha armada abierta con el Plan
de Guadalupe, superó en caudal de sangre y en furor
de pasiones, a la Guerra de T res Años", pero agrega
que “siendo imposible, dentro de la perdurabilidad que
debe distinguir a las leyes, particularmente a las cons­
titucionales, mantener las exaltaciones de ningún ins­
tante político, por justificadas que hayan sido, es in­
eludible la conveniencia de suprimir en el Código Su­
premo las medidas sobre culto que no sean suscepti­
bles de comprobarse por el espíritu democrático y por
el alejamiento que en la potestad civil debe guardarse
respecto de los pormenores del organismo eclesiásti-

“El Ejecutivo estima de prudencia y equidad que se


derogue la prevención general a que se ha aludido”
(fijación del número de sacerdotes), “pues altera la
unidad teórica y los fines imparciales de la Carta Mag~
na, a la vez que contradice la jurisprudencia nacional,
escrupulosa en mantener la diferencia entre la jurisdic­
ción del Estado y la jurisdicción religiosa”.

"Algunos conceptos del artículo 130 denuncian una


condición de atraso social de la que felizmente salió
M éjico hace varias d écad as.. . Sólo resta que la Ley
Suprema sea el fiel exponente de nuestra condición de
cultura, y por ello procede desterrar del Código Supre­
mo cualquier indicio restrictivo por el que se pudiera
juzgar que el Estado M ejicano ha permanecido estacio­
nario en el concierto universal. . . ”

“Ni la salud de la República ni la del Gobierno se


perturban con la reforma que hoy se inicia, porque da­
da la evidencia de la máxima ya transcrita de que “el
culto es la expresión de la conciencia”, al eliminarse
los preceptos reglamentarios del articulo 130 que al­
teren en mayor grado la espontaneidad del organismo
religioso, se conseguirá formular la cuestión en los tér­
minos de más apta cordura y de estricta jurispruden­
cia”.
E aquí la voz de Carranza. La voz del Primer Je ­
H fe de la Revolución.
Defiende los derechos imprescriptibles, las garantías
constitucionales, la igualdad ante la ley, los intereses
de la cultura, los fueros de la civilización, el prestigio
de Méjico.
¿Será escuchada la voz?

E n ero d e 1934.
JUAREZ Y CARRANZA
E largo tiempo atrás ha cautivado mi aten­

D ción la semejanza entre estos dos personajes.


Existe, independientemente de cuanto pue­
da haber de intencional reminiscencia en Carranza.
(Al levantarse contra Huerta, evoca al punto la Gue­
rra de Tres Años! Titula "constitucionalista" a su mo­
vimiento. Resucita, contra sus adversarios, la ley de
muerte de 1862. Cuando se refugia en Veracruz al em­
puje villista, recuerda explícitamente a Juárez concen­
trándose allí).
Pero hay afinidades y coincidencias espontáneas.
Quiero esbozar aquí un paralelo susceptible de am­
plio desarrollo y documentada corroboración.
U A R E Z y Carranza son hombres del pasado (gu-
bernatura de O ajaca, senaduría porfiriana), que
llegado un recodo de la historia, empuñan el estandar­
te de la renovación y el porvenir.
Ambos inician y cumplen su actividad culminan­
te siendo ya viejos; los dos demuestran una insólita
resistencia física; los dos sorprenden a sus contempo­
ráneos con una personalidad que no les habían sos­
pechado.
Ambos son de talento normal, de extraordinario
carácter, parcos de palabras, sobrios de gestos, auste­
ros de actitud, más bien opacos que brillantes.
Ambos son poco o nada afectivos y emocionales.
Ambos reservados, fríos, parsimoniosos, de impertur­
bables nervios.
Ambos señálanse por el indomable tesón, por la
idea fija, por la aversión a la ductilidad conciliatoria,
por el apego a las medidas intransigentes y abruptas,
por el "véngase el mundo abajo” ante lo irrevocable
de su autoridad y jefatura.
Ambos conservan inmutable la altivez y la fe, aun
en los máximos extremos de la desesperada adversi­
dad. (Predominio casi total del Imperio, escisión for­
midable del villismo).
Ambos son probos y desinteresados en lo personal,
pero como políticos desencadenan y autorizan gigan­
tescos despojos, que lesionan el sentido moral, no en­
riquecen al Estado sino a unos cuantos audaces, y
perjudican económicamente al pueblo. (Así la usur­
pación de los bienes eclesiásticos, que daban un ser­
vicio social no sustituido, como lo confesaba el cle-
rófobo don Juan A. Mateos; así la inundación y des­
conocimiento de “bilimbiques” y el universal latroci­
nio que dio vida folklórica al verbo “carrancear” por
sinónimo de robar).

Ambos encabezan pavorosas persecuciones sin ser


personalmente jacobinos, perseverando quizá en el fon­
do creyentes, y habiendo antes mostrado moderación,
tolerancia y aun simpatía hacia las instituciones re­
ligiosas. (Juárez invoca en sus escritos oficiales a Dios
y a la Providencia; en 1849 encarece el deber de con­
tribuir a “la manutención de los ministros de la reli­
gión que profesamos”; en 1857 manda celebrar y su­
fragar un solemne T e Deum; todavía en 1858, ya lan­
zado en la lucha, ensalza “el amor a Dios y al próji­
mo”. Carranza, Gobernador de Coahuila, preside ac­
tos del colegio de San Juan, de los jesuítas, favorece
a los Hermanos de las Escuelas Cristianas y lleva con
todo lo católico excelentes relaciones).
Ambos son arrollados por el alud que despeñan,
van más allá de lo que querrían y pugnan después por
enmendar excesos. (Juárez defendiendo, en agosto de
1867, el voto activo y pasivo para los sacerdotes, que
no por serlo dejan de ser ciudadanos; Carranza propo­
niendo, en noviembre y diciembre de 1918, reformas al
código de 1917 en pro de las libertades de conciencia
y enseñanza).
Ambos alzan como lábaro esencial y justificación
suprema la Constitución, y ambos desgarran la Cons­
titución con que bautizan su insurgencia. (Las Leyes
de Reforma son anticonstitucionales por su origen y
por su contenido; la ley “mortuoria” del 25 de enero
de 1862, viola la Constitución del 57 en su artículo 23,
prohibitivo de la pena de muerte para los delitos polí­
ticos. El período “preconstitucional'' de Carranza y la
abolición del código del 57 para implantar el de 17 sin
seguir el camino legal, son violaciones flagrantes del
invocado constitucionalism o).
Ambos actúan en nombre de la ley y la democracia,
pero obran como dictadores y lo soln hasta donde
pueden.
Ambos hablan de la opinión y el voto popular, pe­
ro prácticamente los desoyen y descartan. Ambos per­
manecen en el poder hasta su muerte; Juárez reeligién­
dose indefinidamente y provocando con esto el disgus­
to de los suyos y la rebelión de Díaz; Carranza que­
riendo imponer a Bonillas y provocando así el descon­
tento en sus filas y el levantamiento de Obregón.
Ambos, civiles, encabezan y rigen movimientos in­
tensamente guerreros hasta llegar al triunfo; pero lue­
go obstruyen el paso a los caudillos militares que el
movimiento hace descollar ( Porfirio Díaz, Alvaro Obre-
gón), y son combatidos y desplazados por éstos. (En
el caso de Juárez, por su repentina muerte, hay el in­
terregno de Lerdo de Tejada; pero el fenómeno es
igual).
Ambos tienen la simpatía y el apoyo de los E sta­
dos Unidos: ni Buchanan ni W ilson recatan sus inten­
ciones, vínculos e influjos. Y esa simpatía y ese apoyo
culminan en intervenciones armadas en Veracruz: mar­
zo de 1860, abril de 1914, solicitada y pasajera aqué­
lla, sufrida ésta largamente sin represión d e hecho.
Ambos auspician y favorecen la penetración del pro­
testantismo, grato a los yanquis, ingrato a los mejica­
nos. Y , ambos, en medio de todo esto, tienen sus ho­
ras de embarazo y dificultad con el coloso, sus acti­
tudes arrogantes, sus estallidos de mejicanidad.

X ? AC1L es prolongar las líneas paralelas.


Y cada quien podrá sacar las deducciones de
su predilección.
Los carrancistas quizá piensen: ¿Qué mayor gloria
Para Carranza que ser comparado con Juárez?
Los anticarrancistas acaso se sorprendan e indig­
nen; o tal vez, con la cruda experiencia vivida, ras­
pen el polvo de oro que recubre el pasado.
Y o no escribo para dar gusto ni para dar disgusto
a nadie.
Libre y escuetamente, señalo fisonomías, cotejo si­
tuaciones, confronto hechos.

A bril d e 1934.
A MANERA DE EPILOGO

NUESTRO PROBLEMA VITAL: MEJICO


Y LOS ESTADOS UNIDOS
U A N D O , limpio el espíritu de pasión y ban­

C dería, con una imparcialidad serena, patrióti­


ca, deseosa de comprensión y de ejemplaridad,
ahondamos en el estudio de nuestra historia, tan de­
formada por las "verdades oficiales" impuestas por el
vencedor, encontramos dos grandes corrientes de pen­
samiento y de conducta, que sólo revelan su genuina
Intimidad, su eficacia y su acierto, relacionándolas
con el vital problema de nuestra patria ante los Esta­
dos Unidos del Norte.
Sin acrimonias ni declamaciones: es un hecho pa­
tente, indiscutible, que los Estados Unidos constitu­
yen nuestro peligro natural.
Nación vigorosa y en plena expansión desde los
albores del siglo pasado, vio muy pronto la urgencia
de asegurar su hegemonía en América, y con la flexible
Y afilada doctrina Monroe cortó radicalmente la po­
sibilidad de que otras potencias limitaran su ambición
y obstruyeran su avance.
Su simpatía y ayuda para la emancipación política
de las naciones hispanoamericanas, tenia profundas
perspectivas de propia conveniencia; pero se prestaba
para la lisonjera propaganda de la amistad fraterna,
del amor a la libertad y otras cosas amables y sono­
ras. De este aspecto falaz pudo revestirse la Doctrina
Monroe, que encandiló a no pocos pueblos de Améri­
ca, pero que, con excepción honrosa para M éjico, no
logró seducir al penetrante ministro Alamán.
Ningún poder se limita por sí solo, y no existien­
do en América quien pudiera oponer un valladar al des­
bordamiento yanqui, éste necesitaba asegurarse la abs­
tención europea, arrullando a la vez con cánticos fra­
ternos y libertarios a las futuras víctimas.
El pescado grande, como siempre, se ha comido al
chico. Nuestro territorio desmembrado y los sucesos
de Panamá, de Cuba, Haití, Santo Domingo, Filipi­
nas, Nicaragua, hacen ahora que hasta los ciegos vean.
Pero no fué asi al principio, y hoy podemos hacer jus­
ticia a los que, en el curso de nuestra historia, se mos­
traron clarividentes. Hoy podemos, por la actitud de los
yanquis ante nuestros gobiernos y partidos, entender
cuáles eran y cuáles no eran un estorbo para sus pro­
pósitos imperialistas.
Basándonos en hechos macizos y en testimonios
irrecusables, aunque no suficientemente conocidos y
aquilatados, demos una mirada histórica, lo más clara
y sintética posible, a esta cuestión medular.
T U R B ID E , ídolo entonces del pueblo mejicano,
I concretó en su gobierno el verdadero ser y el
verdadero sentir nacional. De consolidarse definitiva^
mente su trono, hubiéramos tenido una patria unida y
P u jan te.. . que no podía convenir a nuestros vecinos
del Norte. La fuerza de ellos tenía que nutrirse de
nuestra debilidad.
'Pronto habrá de abandonar Iturbide la aspira­
ción al poder hereditario, y de no hacerlo así, será
destronado y derrotado”, escribía Monroe a Jeffer-
son, con reveladora seguridad, el 25 de agosto de 1822.
Y se apresuraron los yanquis a enviar a Poinsett, que
sedujo hábilmente a muchos de los nuestros, haciendo
Apasionada apología de las libertades republicanas; mi­
nando, con prejuicios protestantes y anticlericales ves­
tidos de “ideas modernas”, la vivificadora unidad re­
b o s a que es la entraña de nuestra unidad nacional,
sembrando el semillero de la discordia en las logias
yorkinas y soliviantando los ánimos contra Iturbide.
Su agitación dio frutos. Y tuvimos guerra civil, y
tuvimos floración jacobina, y tuvimos república sin sa-
^er con qué se comía eso, y tuvimos un federalismo pos­
tizo que era disgregación auténtica.
Se daba el primer paso para la absorción de T ejas,
en que había de representar prominente papel don Lo-
r®nzo Zavala, el íntimo de Poinsett. Con los princi­
pios federalistas, pudo T ejas invocar que era un “E s­
tado libre y soberano", y apoyado por la perfidia yan­
qui se segregó de la patria com ún.. . y los aires de
independencia terminaron en ir a depender de los E s­
tados Unidos.

Vino luego, enredada falazmente con el lío de T e ­


jas, la invasión norteamericana —dechado de injusti­
cia—, que nos encontró divididos, empobrecidos, lle­
nos de anarquía y desesperación. Y hubo Estados que,
usando liberalmente de su soberanía, no contribuyeron
a las necesidades de la defensa nacional. Y el general
Scott no ocultaba, en su proclama de Jalapa, que había
entre los mejicanos un partido monárquico que su país
no podía tolerar; mientras que los republicanos exalta­
dos con quienes el invasor constituyó el Ayuntamiento
de la capital, ofrecieron a Scott un banquete en el De­
sierto de los Leones, donde ‘‘los hombres más cons­
picuos del partido liberal, don Miguel Lerdo de T e ­
jada, Palacios y otros, brindaron con el invasor ame­
ricano por la anexión de Méjico a los Estados Uni­
dos", escribe don Jacinto Pallares; y es en vano dis­
putar sobre el brindis, cuando en la quinta de las “Ins­
trucciones otorgadas por la junta general de electo­
res", al Ayuntamiento (17 de diciembre de 1847), se
prevé y acepta, en términos suficientemente claros, la
probabilidad de la anexión. Porque “las ideas de ane­
xión surgían en grupos compuestos de gente ilustra­
da” Y "gran parte de la sociedad aceptaba la tutela
americana por cansancio de desorden y ruina”, expre­
sa don Justo Sierra en M éjico y su evolución social.
A tal extremo habíamos llegado. Y tras una lucha
imposible, llena de rasgos heroicos y de impotencias
bochornosas, los yanquis recogieron el fruto de sus
sudores llevándose la mitad de nuestro territorio.
Con la rabia en el alma hubo que dar parte pa­
ra no perder el todo, y en 1853, por la misma razón de
la sinrazón, quedó “perfeccionado” el tratado de Gua­
dalupe con el tratado de la Mesilla, que nos arrancaba
otra fracción de territorio.

U R G IO a poco la revolución de Ayutla, cargada


de gérmenes jacobinos y demagógicos. Los Esta­
dos Unidos — ¡naturalmente!— ayudaron de modo efi­
caz a Comonfort, proporcionándole armas y recursos.
Apenas triunfante la revolución en 1855, vino la lla­
mada “ley Juárez”, que, ofendiendo el sentir religio­
so del país, avivaba las teas de la discordia. Y fue
un liberal inteligente y célebre, don Manuel Dobla­
do, Gobernador entonces de Guanajuato, quien alzó
U voz para decir estas palabras memorables:
"Antes de consentir en que, so pretexto de liber­
tad, se rompa el vínculo religioso, único lazo de unión
que liga a los mejicanos, he resuelto apurar la resisten­
cia y oponer los recursos de este Estado a esa autori­
dad qup hoy se halla en pugna con las principales cla­
ses que forman nuestra sociedad. So pretexto de re­
formar al clero, se pretende introducir en la Repúbli-
ca un protestantismo tanto más peligroso cuanto más
disfrazado se presenta, y se rompe el vinculó religioso,
única potencia de unión que neutraliza los elementos
de escisión y anarquía que pululan por todas partes".
Era, independientemente del credo personal, la voz
de la razón y el patriotismo. Pero las pasiones no tie­
nen oídos. Siguió, acrecentado, el vendaval, con la
Constitución del 57 y la Guerra de Tres Años.
Tuvieron los Estados Unidos que reconocer, como
todo el cuerpo diplomático, a Zuloaga, pues los conser­
vadores dominaban en la capital y casi toda la Repú­
blica, mientras que Juárez, prófugo, salía del país por
Manzanillo en 1858, pasando por Panamá y Nueva
Orleans para volver a establecerse en Veracruz; con
lo cual, entre paréntesis, rompía la legalidad que invo­
caba, como lo reconoce el exaltado juarista Frías y
Soto: "A l salir Juárez del territorio perdía su alto ca­
rácter de Presidente, dejaba de existir el gobierno le­
gítimo, faltaba la bandera en torno de la cual se lu­
chaba. . . "
Pero el ministro yanqui Forsyth pretendió nego­
ciar con Zuloaga un tratado en que se cediera a su país
una porción de nuestro territorio, el tránsito a perpe­
tuidad por el Istmo de Tehuantepec, y otros privilegios
que lesionaban nuestra soberanía, a cambio de amplias
compensaciones pecuniarias y un apoyo absoluto que
garantizaría el triunfo definitivo de los conservadores
contra los liberales. La proposición era tentadora en
trance de necesidad y de guerra. ‘Pero el general Zu-
loaga, preciso es hacerle justicia —dice el liberal V i-
gil— , rechazó terminantemente las proposiciones que
se le hacían".
Forsyth, desairado, se convirtió en enemigo del go­
bierno y amparador de sediciosos. Luego, los Estados
Unidos rompieron con los conservadores y reconocie­
ron a Juárez, para lograr de él, como desgraciadamen­
te lograron en 1859, mediante el tratado M ac Lane-
Ocampo, lo que les había negado patrióticamente Zu-
loaga.
Con esto, la protección yanqui a los juaristas fué
decidida, y culminó al año siguiente en el doloroso su­
ceso de Antón Lizardo.

T ' X ON Melchor Ocampo, ministro de Juárez, que el


28 de marzo de 1858 había escrito en Colima:
"E l señor Presidente jamás dará su nombre para que
los infames que especulan con las desgracias de varias
naciones hispanoamericanas, vengan a intervenir en
nuestras cuestiones domésticas”, mudaba pronto de pa­
recer. Y a raíz del mensaje del Presidente esclavista
Buchanan en que expresaba sus intentos de apoderarse
de Sonora y Chihuahua, desiertos —según él-— que los
indios tenían devastados por la miseria y la desola­
ción, Ocampo decía en circular del 6 de abril de 1859,
que debía concluir nuestro ‘‘insensato antagonismo”
para los yanquis, y que ‘‘el Excelentísimo Señor Pre­
sidente se unirá a los economistas que piensan que un
vecino rico y poderoso vale más y da más ventajas
que un desierto devastado por la miseria y la desola­
ción”.

Este reconocimiento claro y público de los propósi­


tos de vender el territorio codiciado por los vecinos
opulentos, no hacía sino coronar lo tratado en secreto,
pues desde febrero de 1859, Ocampo y Lerdo estipu­
laban con Churchwell un protocolo cuyo primer pun­
to dice así: ‘‘En vista de la peculiar situación del te­
rritorio de la Baja California, el cual desde que fue
cedida la Alta California a los Estados Unidos, ha
quedado separado y desintegrado del cuerpo princi­
pal de la República Mejicana, el Gobierno Constitu­
cional consentirá en traspasar la soberanía sobre dicho
territorio a los Estados Unidos, por una remuneración
que después será convenida entre las partes contra­
tantes”. En el mismo protocolo se anota también el
otorgamiento del derecho de vía de El Paso a Guay-
mas, y de algún punto del Río Bravo a Mazatlán, con
secciones de tierra, a uno y otro lado, de diez leguas
cuadradas, así como el derecho perpetuo de tránstio
por Tehuantepec. Dicho protocolo fue recordado por
Mac Lañe en su memorándum fechado en Veracruz el
4 de abril de 1859, que Ocampo contestó al día siguien­
te, escribiendo de su puño y letra y aunque esforzán­
dose por ser ambiguo, que “el señor Churchwell in­
formó con exactitud al señor Presidente de los Esta­
dos Unidos" sobre aquellos asuntos.
Algo de esto vino a cuajar en el tratado que se
concertó entonces en Veracruz, entre Ocampo y el
ministro yanqui Mac Lañe. Este famoso tratado con­
cedía a los ciudadanos y al ejército de los Estados Uni­
dos, perpetuo derecho de tránsito por Tehuantepec, de
uno a otro mar, y de la frontera Norte a los puertos del
Golfo de California; si por cualquier motivo el gobier­
no mejicano dejaba sin resguardo el istmo, lo vigila­
rían tropas norteamericanas que podían ser solicita­
das hasta por las autoridades locales; y en cualquier
momento podían los yanquis invadir nuestro territo­
rio sin previo aviso, para garantizar propiedades y
vidas norteamericanas que se hallasen en peligro in­
minente, pagando nosotros los gastos por ese favor.
Aparte de otros aspectos, este tratado, por el que se
abonarían a Juárez cuatro millones de pesos, ‘es ante
todo —comenta Bulnes— un pacto intervencionista,
de intervenciones continuas, desde el momento en que
se encomienda al gobierno de los Estados Unidos cui­
dar a perpetuidad la conservación de la paz en M éji­
co.
Merced a una fortuna singular, el senado estado­
unidense no aprobó el tratado, por razones de política
interna —rivalidad del Norte y el Sur, que al poco
tiempo estalló en la guerra separatista—, y aquella
vergüenza quedó sin ejecución.
Pero en otras cosas sí se pasó a los hechos.
Una lucha tan larga y tenaz —dice el liberal Ri­
vera Cambas— había venido modificando la esperan­
za en el próximo triunfo; y con el deseo de terminar­
la habían dado el consentimiento Juárez y Ocampo, de
admitir voluntarios norteamericanos en las filas libe­
rales. . . La circunstancia de haber sido llamados aven­
tureros para aumentar las filas de las tropas libera­
les, fue el origen de serios disgustos para el jefe de los
constitucionalistas.

Además, y principalmente, la decidida ayuda nor­


teamericana culminó con violación de nuestra sobera­
nía, en el fondeadero de Antón Lizardo, cerca de V e-
racruz, el 6 de marzo de 1860, cuando —nótese b ie n -
la lucha era todavía exclusivamente entre mejicanos.
Miramón iba a atacar por mar y tierra a Veracruz y
su triunfo se tenía por seguro y concluyente. Para
evitarlo, Juárez tuvo que apelar a marinos yanquis que,
unidos con fuerzas liberales al mando del general La
Llave, en los buques norteamericanos W av e, Indianola
y S ar atog a, atacaron y aprehendieron, con derrama­
miento de sangre mejicana y en aguas mejicanas, a los
buques conservadores M iram ón y M arqués d e la H a ­
bana, llevándolos luego prisioneros, dizque por pira­
tas, a Nueva Orleans. Más tarde, con la conveniente
extemporaneidad, los jueces norteamericanos recono­
cieron que aquella acción fue una injusticia. Pero el
golpe estaba dado, Juárez a salvo en el trance defini­
tivo, y en aptitud de recuperarse y triunfar después.
T ^ O N Benito —que había exacerbado la división y
el odio internos con leyes impopulares y liberti­
cidas— hubo de favorecer a sus aliados en algo que
les importaba fundamentalmente: la introducción del
protestantismo.
Y aquí dejo la palabra al historiador liberal Fran­
cisco G. Cosmes:
“La religión católica es en M éjico poderosísimo
elemento de unidad nacional y de independencia con
respecto al anglosajón, y será siempre tarea antipa­
triótica el pretender desterrar esa religión de nuestras
creencias, porque echará por tierra uno de los más
fuertes valladares que nos separan de nuestros codi­
ciosos vecinos. Por consiguiente, la protección otor­
gada al protestantismo de preferencia a la religión ca­
tólica por algunos gobernantes poco reflexivos, no
podrá ser sino profundamente impopular entre la gran
mayoría de la población, y enteramente contraria a los
verdaderos intereses nacionales.
"A tacar a la religión dominante en el país, y pro­
teger otra contraría, es obra impolítica: y tal fue la
obra que emprendió el gobierno de Juárez, quien cre­
yó que era acto de buen liberalismo proteger en el país
Ja propaganda protestante. No podía hacer esto sino
sacrificando a la religión católica; y así se vio con ver­
dadero escándalo, que el ministro de Hacienda, don
Matías Romero, vendió a los protestantes por cantida­
des mezquinas y de una manera secreta —porque no
los sacó a la pública subasta para que los católicos
pudiesen hacer sus ofertas de compra-— varios templos
clausurados"; lo cual era "procedimiento altamente im­
político, porque con él se demostraba claramente que el
gobierno, además de faltar a los verdaderos principios
de tolerancia religiosa, parecía tener la intención de
descatolizar al país".

ON todo esto, el peligro yanqui se destacaba más


C inexorable cada día ante los ojos de los conser­
vadores patriotas. El sistema republicano y federal,
sembrado astutamente por Poinsett, era entre nosotros
una triste farsa, engendradora de disgregación, caudi­
llaje ambicioso, revoluciones cotidianas, miseria, atra­
so y anarquía, con destierro perpetuo de la cacareada
libertad. Hombres pensadores volvían los ojos al sis­
tema monárquico, más conforme entonces con nuestras
tradiciones y costumbres, más unitivo y fuerte, no
opuesto a la libertad como imagina cierto republicanis­
mo indocto, más favorable a la paz por cerrar la puer­
ta a la ambición de la silla, y, sobre todo, apto para ase­
gurar definitivamente nuestra nacionalidad contra la
absorción yanqui, logrando el robusto apoyo de Euro­
pa para el príncipe que empuñara el cetro. Nosotros
salvábamos nuestra nacionalidad; Europa enfrentaba
un valladar a la expansión temible de los Estados Uni­
dos, que ya ahora pone en aprietos a las viejas poten -
cías. E l mutuo interés se hermanaba, sin mengua para
nadie.
Un grande y desesperado anhelo de salvación na­
cional fue el que trajo a nuestras tierras el imperio de
Maximiliano. No pudiendo improvisarse una dinastía
mejicana y aleccionados en esto por el fracaso de Itur-
bide, se solicitó un príncipe extranjero —de casa aje­
na a las tres potencias intervencionistas, que a su ves
se equilibraban entre sí— cosa normal de que hay mu­
chos ejemplos, alguno tan respetable y alentador como
el de Bélgica. Ese príncipe, al aceptar la corona, se
nacionalizaba, y su descendencia, a poco andar, sería
prácticamente mejicana.
Por la fuerza de las circunstancias, los franceses
quedaron solos, como aliados que se retirarían a su tiem­
po y cuyos gastos cubriría la nacipn, dejando estricta­
mente a salvo su integridad territorial y su soberanía.
Es justo hacer constar que en este punto, Maximilia­
no —decepcionador en tantos otros— fue recto y fiel
a su juramento nacionalista.
Claro que, en la práctica, el hecho material de los
soldados franceses obrando con aire de superioridad
V peleando contra mejicanos, era duro, tremendo, odio­
so a veces, y despertó en algunos militares conser­
vadores perplejidades, abstenciones, pesadumbres, cam­
bios de partido. Acaso se hubiera acertado si se logra
alianza francesa sólo en proporcionar armas, recur-
s°s y apoyo diplomático, pero no soldados: los núes-
tros bastaban, y se excluía la apariencia terrible que
daba aires y bríos patrióticos a la resistencia.
Pero, cualesquiera que hayan sido los yerros y la­
cras de la ejecución, indiscutiblemente el propósito era
limpio y la visión certera. “En el triste caso de ser ne­
cesaria, indefectible, la intervención de una potencia
extranjera, el partido liberal aceptaría más fácilmente
la de los Estados Unidos", decía en Veracruz el pe­
riódico juarista L a R eform a Social. Nuestro estado an­
gustioso de disolución hacía pensar a todos en la ne­
cesidad de una intervención extraña, pero unos la bus­
caron en nuestros enemigos naturales y con riesgo de
nuestra nacionalidad, mientras otros la buscaban pre­
cisamente como remedio amargo pero indispensable
para evitar que el coloso nos tragara.
Los Estados Unidos, conocedores de sus intereses,
no reconocieron al Imperio, aunque dominó en casi la
totalidad del país con beneplácito de la mayoría de la
sociedad; dieron, en cambio, su apoyo a los republi­
canos —aunque menor al que éstos solicitaban de
Seward por conducto de don M atías Romero—, ya con
elementos de guerra, ya con la amenaza decisiva que
obligó a Francia a retirarse, dejando al Imperio sin
ejército francés y casi sin ejército nacional, pues en su
desorganización se había esforzado astutamente Ba-
zaine. Así, a pesar del heroísmo de muchos conserva­
dores, postergados anteriormente por Maximiliano y
a última hora agrupados generosamente en torno suyo,
cayeron para siempre el Imperio y su posibilidad. Que­
dó abatido el muro contra el yanqui.
" D S T A M O S sin defensa positiva. Si no nos han He-
*** vado más tierra, es porque no la han necesitado
nuestros vecinos. Afortunadamente, el Istmo de T e-
huantepec perdió su interés como canal posible que
uniera ambos océanos, y no nos tocó a nosotros, sino
a Colombia, sufrir la amputación de Panamá, ni nos
Ha tocado la invasión de Nicaragua en interés de otro
Posible canal interoceánico.
Pero ¿dónde está, de hecho, nuestra independencia?
Toda nuestra política tiene que contar con W ash ­
ington. Revolución con su apoyo, es triunfo; con su
hostilidad, es derrota. Y ante este regulador infali­
ble, tenemos que ser, mal que nos pese, lo que quiera
la Casa Blanca. Si se le ocurre desembarcar en V era-
cruz o pasear por el Norte una expedición punitiva,
«o tenemos más que mordernos los codos o mandar al­
gunas notas tan elocuentes como baldías.
Nuestros disturbios, nuestros rencores, nuestras tor­
pezas, han hecho salir del país inmensas legiones de
Mejicanos; se establecen en Estados Unidos y no vuel­
ven; sus hijos nacen y se educan yanquis. No perdemos
tierra, pero perdemos hombres. Son pedazos de patria
^reparablemente segregados.
Y , al propio tiempo, el capital yanqui nos penetra
y absorbe en bancos,, industrias, propiedades y empre­
sas de toda índole, ante cuya irrestricta pujanza es im­
posible la competencia del esfuerzo nacional o de otros
países, que servirían de útilísimo contrapeso; y de es­
ta suerte, quedaremos a merced del capital norteame­
ricano, simples empleados suyos en nuestra propia
patria.
La avanzada pacífica del protestantismo —conve­
nientemente disfrazado de atletismo, cultura y benefi­
cencia —cumple la tarea de arrancarnos insensiblemen­
te, con halagos utilitarios, nuestras profundas y esen­
ciales características, ayancándonos poco a poco. . . o
mucho a mucho. Así la conquista será por afinidad y
compenetración: es más suave, más eficiente, limpia
de riesgos y de escándalos.

U E S T R A salvación estaría en la paz constructi­


va; en la concordia regeneradora y magnánima;
en la afirmación de nuestra auténtica fisonomía reli­
giosa y social; en el progreso dentro de la justicia y
la libertad para todos; en la defensa inteligente, mul­
tiforme, irrevocable de nuestra autonomía económica;
en una política honrada y sagaz que tonificara en los
mejicanos el sentido de patria, desmedrado por tanta
catástrofe, y buscara en el exterior la fuerza de equi­
librio —solidaridad hispanoamericana, Liga de las N a­
ciones, lo que sea— para limitar la omnipotencia
yanqui.

Todo sin gritos y en honrosa amistad con nuestros


vecinos, de quienes tenemos tanto que aprender; pero
asimilándonos lo excelente, y no, como ahora, reme­
dando simiescamente lo pésimo.
Fructífera amistad, libre de daños por la virtud de­
fensora de algún organismo internacional. ¿Será posi­
ble todavía? De otro modo, tendremos perpetuamente
en riesgo la honra o la vida. El derecho sin la fuerza,
es una cosa muy sagrada, pero muy pisoteada.

A g osto d e 1928.
M EM ENTO CRONOLOGICO
1810.— Inicia Hidalgo la guerra de independen­
cia.
1821.— Consuma Iturbide la independencia.
1822-1824.— Iturbide, emperador. Abdicación y des­
tierro. Regreso y fusilamiento.
1829.—Expedición española de Barradas. Capi­
tula.
1829-1831..— Guerrero, presidente. Es derrocado. Se
levanta en armas y se le fusila.
1835.—Empieza la guerra separatista de T ejas.
1838-1839.—Tropas francesas en Veracruz. Tratado
de paz con Francia.
1844-1845.—Anexión de Tejas a los Estados Unidos.
1846-1848.— Invasión norteamericana y pérdida de la
mitad de nuestro territorio.
1853.—Santa Anna, presidente por enésima vez.
? Tratado de la Mesilla, vendiendo a los
Estados Unidos una fracción territorial.
1854-1855.—Revolución de Ayutla y derrocamiento de
Santa Anna.
1855-1858.— Presidencia de don Juan Alvares y don
Ignacio Comonfort. Constitución de 1857.
Calda de Comonfort.
1858-1860.— Guerra de Tres Años o de Reforma. Juá­
rez asume la presidencia, que conservará
hasta su muerte.
1862-1867.— Intervención Francesa e Imperio de M a­
ximiliano.
1867.— Fusilamiento de Maximiliano. Reinstala­
ción de Juárez en la capital,.
1871. —Levantamiento de don Porfirio Díaz con­
tra don Benito Juárez (Plan de la Noria).
1872. —Muerte de Juárez. Presidencia de don S e­
bastián Lerdo de Tejada. *
1876.—Lerdo derrocado por Díaz (Plan de Tux-
tepec).
1876-1880.— Díaz, presidente.
1880-1884.—Presidencia del general Manuel González.
1884-1911. — Presidencia de don Porfirio.
1910. —Revolución de Madero.
1911. —Don Francisco I. Madero, presidente.
1913.— Madero traicionado y asesinado. Presi­
dencia del general Victoriano Huerta. Re­
volución de don Venustiano Carranza.
PERSONAS CITADAS
Abad y Queipo.—21. 26, 33.
Abasólo M ariano.—36, 38, 39, 72.
Acebal.—'242.
Aduna Francisco.— 174.
Alamán Lucas.— 15, 16, 21 a 27, 32, 41, 47, 60, 64, 66,
68, 70. 78, 88. 92, 111, 133, 143, 155. 158, 160,
162, 164, 166, 167, 201, 292.
Aldama.— 72.
Allende.—25. 27, 34, 38, 39, 72.
Almela.— 82.
Alpuche José M aría.— 135, 143.
Altamirano, Ignacio Manuel.—45, 155. 158, 160.
Alvarez Juan.— 144, 147, 168, 170, 312.
Andrade.— 105.
Apodaca, V irrey.—65, 66, 69, 70, 81, 83.
Argándar.— 106.
Arista M ariano.— 161.
Armijo.— 67.
Arangoiz, 14, 15, 162.
Arroyo.—27.
Asencio Pedro.—84.
Asúnsolo, excoronel.— 119.
Banegas y Galván Francisco, Monseñor.—90, 92, 96,
99. 101, 115.
Barra Francisco L. de la.—26d.
Barradas.—46, 141. 311.
Barragán.—82.
Barrio.— 16.
Bazaíne, M a r is c a l.-304.
B e c e r r a .- 106.
Beneski.—117 a 119.
Bermúdez Zozaya M anuel.—61, 66.
Blancarte, g e n e r a l.-180.
Blanquet.—267.
Bocanegra, José M a.— 16, 88, 104 a 106, 140, 141, 143,
146, 147.
Bocardo,—27.
Bolívar.—55, 79, 101, 102, 110, 115, 125.
Bonillas Ignacio.— 286.
Bravo N ic o lá s.-2 7 , 83, 98, 111 a 113, 133 a 135, 137,
138, 142, 144, 148.
Buchanan.— 188. 194, 205, 287, 297.
Bulnes Francisco.—98, 99, 218, 257, 299.
Bustamante Anastasio.—82, 138, 141 a 145.
Bustamante Carlos M a.—46, 118, 122, 146, 147.

Caballero Manuel.— 158.


C alleja.—39, 58.
Canning,— 115.
Cantarines Francisco.—93.
Carlos de Austria.—75.
Carlos Luis, Príncipe de Lúea.—85.
Carranza Venustiano.—267, 268, 271 a 280, 283 a 287,
312.
Carreño Antonio.—48.
Carreño, Alberto M a.—209.
Casa Rui Condesa de.—63.
Casanova Francisco.— 179.
Casanova, Gral.— 242.
Castillo Severo del.—235, 237 a 240, 242, 245, 246.
Cela,—83.
Centeno Ignacio.—24.
Cervantes Julio.— 243.
Comonfort Ignacio.— 101, 124, 212, 295, 312
Constant Benjamín.— 102.
C o r r a l.- 257.
Cosmes Francisco G .—301.
Couto.— 168.
Creelman.—257.
Cruz.—82.
Cuevas, Luis G ,—92, 198.

Chavarría.—243.
Churchwell.—208, 209, 211, 212, 214, 215, 298.

Darán V íctor.—238, 246.


Dávila.— 110.
Degollado Santos.—■174, 179 a 181, 223.
Díaz Isidro.—233.
Díaz Porfirio.— 77, 251 a 260, 267. 286, 312
Diez de Bonilla, Manuel.— 192.
Doblado Manuel.—295.
Domínguez.—82, 105.
Drechi Agustín.— 174.

Echávarri.—94, 111.
Echegaray.— 243.
Echevarría, M ons.— 265.
Elizondo.—39. 40.
Emparán.—223.
Escobedo M ariano.— 147, 233, 243, 244.
Espinosa de los Monteros J. J .—89.
Esteva José Ignacio.— 135.

Fació José Antonio.— 145 a 147.


Fagoaga.— 16.
Federico el Grande.—64.
Fernando V I I . - 6 4 . 65, 69. 71, 72, 75, 85, 95, 113, 131.
Fernández de Lizardi.—97.
Fernández Somellera Gabriel.—266, 267.
Figueroa,—68.
Filisola.—60.
Forsyth.— 185, 190, 191, 205, 212, 296, 297.
Francisco de Paula.—75.
Frías y Soto H ilarión.—296,
Fuentes Juan Antonio.—48.

Galeana.—27,
Gálvez.— 17,
Gallardo Pedro.— 174.
Gamboa Federico.—266.
García Albino.—27.
García Genaro. — 153.
García Naranjo Nemesio.—98. 124.
Garza Felipe de la.— 110. 118, 119, 120, 121.
Gil de Castro.—239.
Gómez Farías Valentín.—31, 94, 124, 131.
Gómez Pedraza.— 138, 139, 144, 148.
Gómez Vicente.—27.
González Manuel.—255, 312.
González Obregón Luis.— 146.
González Ortega Jesús.— 159.
González Refugio I.—242.
Gorbitz.—242.
Guerrero Vicente, — 16, 27, 32, 46, 65, 72, 73, 84, 98,
129 a 149, 311.
Guerrero Sra.— 16.
Guillow, M ons.—265.
Guridi y Alcocer.— 106.

Haro Antonio de.— 162, 163, 167.


Herrera.—83, 93, 105.
Herrera y Cairo Ignacio.— 177.
Hidalgo.—21 a 27, 31 a 41, 45, 55 a 57, 59, 62, 74,
311.
Huarte Ana M a.—55.
Huerta Victoriano.—263 a 268, 283. 312.
Humboldt.— 56.
Iglesias Calderón Fernando.—57, 63, 215, 224.
Iglesias Francisco.— 26.
Iglesias José M aría.— 124, 223.
Iturbide.—31, 46, 47, 55 a 125, 130 a 134, 148 149,
155, 157, 293, 303, 311.

Jaral Marqués del.—70.


Jáuregui.—242.
Jefferson.— 103, 293.
Johnson.—227.
Juárez. — 101, 158, 159, 174, 185 a 228. 243, 246, 252,
283 a 287. 295 a 297, 299 a 301. 312.

Labarrieta Antonio.— 21, 63.


Lafragua José M a.— 101, 102, 146.
Landa Antonio.— 174.
Lerdo de Tejada Miguel.— 160, 162, 201, 208, 209,
223.
Lerdo de Tejada Sebastián — 101, 252, 287, 312.
Licea V icente.—233, 242.
Lind John.— 14.
Liñán.—82.
Lobato.— 139.
Lombardo Concepción.—233, 247.
López Padre.— 117.
López Miguel.— 15, 147, 233 a 235, 243 a 245, 294,
298.
Luaces.—83.
Luis X V I I I . - 115.
Llave Ignacio de la. — 222, 223, 300.

Mac Lañe.—•1S6, 189, 198 a 200, 202, 205, 208, 211


213 a 215, 218, 221, 222, 297 a 299.
Madero Francisco I. —263 a 268, 312.
Malo José Ramón. — 113. 117.
Mañero Antonio. — 174.
Marcha Pío.—83, 131.
Marchena. — 113, 114.
Marín Almirante. — 225.
Márquez Donallo. — 82.
Márquez Leonardo. — 17. 180, 234 236 .
Martínez Cosío.—243.
Marroquín.—38.
M ata José M a.—207.
Matamoros Mariano. —27, 46.
Mateos José Ma. — 162.
Mateos Juan A .—285.
Maximiliano. — 14, 196, 237 a 239, 245, 246, 303, 304,
312.
M ejía José Antonio.— 113, 137.
Mejía Tomás. — 179, 236 a 239, 246.
Méndez, Gral.—237 a 239.
Méndez Padilla Perfecto.—266.
Mendoza, Virrey. — 56.
Mier y Terán. — 119.
Mier, Fray Servando Teresa de. — 104.
Migoni.— 114, 117.
Miramón Carlos.—240.
Miramón Guadalupe.—233.
Miramón M ig u el.-17, 180. 181, 189, 196, 202, 222,
231 a 247, 300.
Moctezuma Aquiles P .—224.
Monayo.— 180.
Monroe. — 103, 115, 227, 291 a 293.
Montano.— 137, 144.
Monteagudo Canónigo.—65.
Monterde, Gral.—239, 240.
Mora José María Luis, Dr.—31 a 41.
Mora y del Río, Mons.—265.
Morandini.— 117.
Morelos.—27, 45 a 52, 60, 66, 74.
Moreno y Jove.—368.
Moret.— 242.

Napoleón I. — 101, 102, 108.


Napoleón III.—85.
Nava, Comandante.—241.
Negrete,—82, 93, 94.
Ñervo Amado. — 124.
Nigromante (Ignacio Ramírez). — 252.
Novella,—83, 86.
Núñez, Mons.—265,

Obregón Alvaro. —286.


Ocampo Melchor. — 185, 187 a 189, 193, 199 a 201,
206, 208, 209, 214, 215, 218, 222, 297 a 300.
Odoardo.—70.
O ’Donojú.—83, 85 a 88.
Olavarría y Ferrari.— 146.
Ontiveros.—239.
Ordóñez.— 241.
Ormaechea.—87.
Orozco y Berra. — 146.
Orozco y Jiménez, Mons. 265.
Palacios.—294.
Pallares Jacinto. — 294.
Paredes, General.— 157,
Partearroyo. — 223.
Paz y Puente.—239.
Pedro de Portugal. — 79.
Pensador Mejicano, El (Fernández de Lizardi).—97.
Peña y Reyes Antonio de la.— 18.
Pérez Antonio.—86.
Pérez Verdía. — 181.
Pesado José Joaquín. — 62, 109.
Pesch Enrique.—259.
Picaluga Francisco. — 144 a 147.
Piélago Manuel.— 176 a 178, 180.
Pino Suárez.—264.
Poinsett.— 14. 79, 103, 134 a 137, 140, 141, 149, 293,
302.
Prida Ramón.— 195, 198.
Prieto Guillermo. — 124, 231.

Quintana-Roo. — 124.
Quintanar Luis.— 16.
Ramírez Arellano.—234, 238, 239.
Ramos Arizpe Miguel. — 135.
Rascón, Gral. — 266.
Rayón Ignacio.—36, 39, 47.
Redonnet.—239.
Revillagigedo.— 56.
Reyes Bernardo.—257, 267.
Riaño.—21, 22, 25, 26, 33.
Riego.—64.
Rincón Gallardo Pedro.—243.
Rincón Gallardo José M a.—243 a 245.
Riva Palacio Vicente — 123.
Rivera Cambas Manuel.— 300.
Robles Pezuela. — 161.
Rocafuerte V icente.— 104.
Rocha Sóstenes.— 243.
Rodó José Enrique.— 125.
Rodríguez, Coronel.—235.
Romero M atías.—228, 301, 304.
Rousseau Juan Jacobo. — 102.
Ruiz.—223.
Ruiz y Flores Leopoldo. M ons.—265.

Salado Alvarez Victoriano.— 136.


San Carlos, Duque de.— 115.
San Román, Marquesa de.—70.
Santa A n n a .-8 3 , 110, 111, 132, 137, 139, 144, 153
a 170, 201. 251, 273, 311.
Santacilia P e d ro .-2 0 6 , 207, 208, 223, 226, 227.
Scott, Gral.—294.
Schofield.—228.
Septienes.— 21, 22.
Sepúlveda.—241.
Seward.—228, 304.
Sierra Justo.— 131, 142, 161, )t>7, I6ó, 294.

Taboada Manuela.—39.
Tapia Manuel Primo. — 147.
Tornel José María.— 103.
Torrente. — 114.
Torres J. Antonio. —36.
Torres J. Antonio.—36.
Toscana, Gran Duque de — 113.
Treviño, Comandante.—222, 225, 226.
Twyman.—224.

Valverde y Téllez Emeterio. Mons. — 265


Vallarta Ignacio.—252.
Valle Leandro.— 15, 17.
Valle Agustina.— 18.
Velasco, Virrey. — 56.
Vélez Francisco.—243, 244.
Vélez Pedro.—16.
Venegas, Virrey.—58.
Venadito, Conde del.—69.
Victoria Guadalupe.'—46, 109, 110, 134, 138, 139.
Vidaurri Santiago.— 175.
Vigil José María.— 146, 181, 297.
Vülaseñor y Villaseñor Alejandro.—218.
Villaurrutia Antonio de.—36.
Villela Juan.— 264.

W ashington.— 101.
W ilson,— 287.

Zamacois Niceto.— 146, 162, 181, 218.


Zarco.—221.
Zavala Lorenzo de.—46, 64, 73, 88, 93, 100, 101, 103 a
106, 109, 111, 118, 123 a 125, 134 a 137, 139, 141,
149, 201, 293.
Zepeda Enrique.—266, 267.
Zuazua Juan.— 174, 176, 179.
Zuloaga F é lix .-1 7 6 , 179, 181, 185, 205, 206, 218,
296, 297.
INDICE
A manera de prólogo:
EL CABALLERO Q U E SE QUEDO CALVO 11

HIDALGO y ALAMAN 19

HIDALGO VISTO POR MORA 29

m o relo s GUADALUPANO 43

it u r b id e 53

Pórtico 55
Hidalgo e Iturbide 55
La lucha y el amor 59
Proceso y receso 62
El marco de la obra 64
La iniciación 67
Criterio sobre1 el modo 69
El plan de Iguala 74
Monarquía y república 76
La campaña de independencia 80
Tratados de Córdoba 85
Entrada triunfal 86
Honores y elecciones 88
Iturbide emperador 91
El ambicioso 99
Por qué cayó Iturbide 102
Iturbide gobernante 108
La caída 110
El viacrucis 112
El decreto de proscripción 117
El parricidio 118
La reparación 124

DON V ICEN TE GUERRERO 127

El niño bueno y el niño malo 129


E! héroe 129
Con el emperador 131
Contra el emperador 132
En el poder 133
Poinsett y las sectas 134
Imposición y frenesí 138
UN SIGLO DE MEJICO 331

La clave 140
El presidente 141
El derrocado 142
¡Santa Anna fiel! 144
La traición 144
La muerte 147
Conclusión 149

SANTA ANNA A LA VISTA 151

Esbozo 153
Juicios de Alamán y de Altamirano 155
Conservadores y liberales anteSanta Anna 161

HORAS DE SANGRE 171

¿Quién empezó? — Degollado y Zuloaga.


— La tragedia de Tacubaya 173

DON BENITO Y LOS VECINOS 183

Una de las claves de nuestrahistoria 185


Intermezzo polémico: Historia y juventud 195
Por qué fue reconocido Juárez 205
Juárez intervencionista 217
MIRAMON EN QUERETARO 229

La figura 231
El diario inédito 233
Incidentes del sitio 234
La víspera dd la entrega 237
La mañana del 15 de mayo 239
Miratnón herido y preso 241
La traición 244
El último adiós 246

LA OBRA DE DON PORFIRIO DIAZ 249

MADERO, HUERTA Y LOS CATOLICOS 261

LA V O Z DE CARRANZA 269

JUAREZ Y CARRANZA 281

A manera de epílogo:
NUESTRO PROBLEMA VITA L: MEJICO Y LOS E S ­
TADOS UNIDOS 289

M EM EN TO CRONOLOGICO 309
PERSONAS CITADAS 313
FRAY FRANCISCO DE AGUILAR
HISTORIA DE LA NUEVA ESP AÑA.— Copiada y revisada por Al
fonso Teja Zabre.
DIEGO ARENAS GUZMAN
LA CONSUMACION DEL CRIMEN.— Episodios y documentos di
la Revolución Mexicana.
MARIANO AZUELA
EL PADRE AGUSTIN RIVERA— Ilustrado.
ALDO BARONI
YUCATAN.— Prólogo de A. Medí* Bolio.
DJED BORQUEZ
CRONICA DEL CONSTITUYENTE.
ALFREDO BRECEDA
MEXICO REVOLUCIONARIO. (2 tomos).
LIC. BLAS URREA (LUIS CABRERA)
VEINTE AÑOS DESPUES. (El Balance de la Revolución).
ALBERTO MARIA CARRERO
EL CRONISTA LUIS GONZALEZ OBREGON .(Viejos cuadros.)
JOSE CASTILLO TORRE
A LA LUZ DEL RELAMPAGO. (Ensayo de biografía subjetiva
de Felipe Carrillo Puerto).
TULIO M. CESTERO
CESAR BORGIA.
GUILLERMO DURANTE DE CABARGA
ABELARDO L. RODRIGUEZ. E L HOMBRE DE LA HORA.
TORIBIO ESQUIVEL OÉREGON
MI LABOR EN SERVICIO DE MEXICO. (Partido Antirreeleccio-
nista. Trabajos para la pacificación. Decena trágica. Gobierno de
Huerta).
LUIS FERNANDEZ-GUERRA Y ORBE
DON JUAN RUIZ DE ALARCON Y MENDOZA — E d ició n con nue
vos datOB de Alfonso Teja Zabre.
M. GARCIA GAROFALO MESA
PLACIDO. POETA Y MARTIR.

GRAL. MANUEL W. GONZALEZ


CONTRA VILLA,— Relato de la Campaba 1914 15.
MANUEL HORTA
VIDA EJEM PLAR DE BORDA Y MINIATURAS ROMANTICAS.
JACOBO DALE VUELTA
CARIÑO A OAXACA.— Escrito para Viandantes.
LUIS LARA PARDO
MADERO.— Esbozo político.
JOSE DE J . NUSEZ Y DOMINGUEZ
AL MARGEN DE LA HISTORIA.— MIGAJAS DEL BANQUETE
DE OLIO.
HISTORIA Y TAUROMAQUIA MEXICANAS.— Ilustrado.

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Justo Sierra Nftm. 52. México. D. F

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