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Colección dirigida por

Ricardo Manuel Rojas

Ricardo M. Rojas
LA INFLACIÓN
COMO DELITO
Unión Editorial
2023

© 2022 Ricardo M Rojas


© 2023 UNIÓN EDITORIAL, S.A.
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COLECCIÓN DERECHO Y LIBERTAD
Nos sentimos muy satisfechos de poder presentar a
nuestros lectores esta nueva colección dentro del sello
Unión Editorial. La filosofía de la libertad y el Derecho han
estado ligados en forma permanente, y ello se vio
expresado cuando, en el siglo XVIII, Europa comenzaba a
alumbrar una transformación en formas y conceptos, lo que
debía consecuentemente tener su correlato en las
instituciones llamadas a impartir la justicia entre los
ciudadanos.
Con Derecho y Libertad pretendemos publicar una serie de
títulos, tanto clásicos como de autores de nuevo cuño, que
abarquen las áreas de los estudios jurídicos, de la teoría del
Derecho y distintos aspectos de lo legislativo y lo judicial.
Una colección única, dentro de la literatura en castellano.
Esperamos que sea del gusto tanto de los buenos
conocedores del catálogo de Unión Editorial como de
aquellos que se acerquen por primera vez a los títulos de
esta casa.
Ricardo Manuel Rojas
«El dinero no es una creación de la ley; no es un fenómeno de origen
estatal, sino un fenómeno de origen social. Al concepto general de
dinero le es ajena su sanción por parte de la autoridad estatal».
CARL MENGER
El dinero
«Mientras el gobierno tenga el poder de fabricar moneda con
simples tiras de papel que nada prometen, ni obligan a reembolso
alguno, el poder omnímodo vivirá inalterable como un gusano roedor
en el corazón de la Constitución misma».
JUAN BAUTISTA ALBERDI
Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina
«Al estudiar la historia del dinero, uno no puede dejar de
preguntarse por qué la gente ha soportado un poder exclusivo
ejercido por el Estado durante más de 2.000 años para explotar al
pueblo y engañarlo. Esto sólo puede explicarse porque el mito (la
necesidad de la prerrogativa estatal) se estableció tan firmemente
que ni a los estudiosos profesionales de este tema se les ocurrió
ponerlo en duda (incluido durante mucho tiempo el autor de este
trabajo). Pero una vez que se duda de la validez de la doctrina
establecida, se observa enseguida que su base es frágil».
FRIEDRICH A. HAYEK
La desnacionalización del dinero
«Para evitar ser acusado de las nefastas consecuencias de la
inflación,  el gobierno y sus secuaces recurren a un truco semántico.
Tratan de cambiar el significado de los términos. Llaman ‘inflación’ a
la consecuencia inevitable de la inflación, es decir, al aumento en los
precios. Ansían relegar al olvido el hecho de que este aumento se
produce por un incremento en la cantidad de dinero y sustitutivos
del dinero. Nunca mencionan este incremento. Atribuyen la
responsabilidad del aumento del coste de la vida a los negocios. Es
un caso clásico del ladrón gritando ‘¡Al ladrón!’. El gobierno, que
produjo la inflación multiplicando la oferta de dinero, incrimina a los
fabricantes y comerciantes y disfruta del papel de ser un defensor de
los precios bajos».
LUDWIG VON MISES
Economic Freedom and Interventionism
«A mi modo de ver, en todos los países del mundo la avaricia e
injusticia de los príncipes y Estados soberanos abusaron de la
confianza de los súbditos, disminuyendo grandemente la cantidad
real del metal que originariamente debían contener las monedas».
ADAM SMITH
La Riqueza de las Naciones
«Si el príncipe no es señor, sino administrador de los bienes de
particulares, ni por este camino ni por otro les podrá tomar parte de
sus haciendas, como se hace todas las veces que se rebaja la
moneda, pues les dan por más lo que vale menos».
JUAN DE MARIANA
Tratado y Discurso sobre la moneda de vellón (1609)
I. INTRODUCCIÓN
En el último siglo, la inflación ha sido un tema de discusión
intensa en varios países del mundo. Los políticos, analistas y
periodistas hablan vehementemente de inflación, pero
cuando lo hacen, invariablemente se refiere a algún índice
promedio de incremento de determinados precios.
Esta forma de entender la inflación es equívoca por varios
motivos:
1. porque técnicamente la inflación no es el aumento de
los precios. El aumento de los precios es una consecuencia
directa de la inflación. Incluso puede haber técnicamente
inflación sin que los precios aumenten.
2. porque los precios suben y bajan circunstancialmente
por muchos motivos que no se vinculan con la inflación. En
definitiva, todos los precios –incluido el del dinero- están
en constante movimiento según una multiplicidad de
factores que influyen sobre la oferta y la demanda.
3. porque la elección de un puñado de productos, por más
importantes y generales que sean, suele ser arbitraria y
dar resultados distintos según cuáles bienes se escojan.
Esta forma de “medir la inflación” no es resultado de la
ignorancia, sino que generalmente es la manera en que los
gobiernos suelen distraer a las personas con sus
estadísticas y manipular los resultados.
Sin embargo, y a pesar de ello, en todo el mundo se habla
de inflación en este sentido, y se hacen cálculos,
proyecciones y pronósticos sobre esas bases, con el
auspicio de los políticos, quienes están prestos a colaborar
en esparcir la confusión con el fin de alejar su propia
responsabilidad, en un hecho del cual son los únicos
culpables.
Lo cierto es que la inflación es el incremento de la
cantidad de dinero -lo que se infla es el dinero, no los
precios-, y el único que puede producir ese efecto en los
actuales regímenes de dinero fiat, creado e impuesto
monopólicamente por la legislación, es el propio gobierno.
En efecto, en tiempos de patrones monetarios vinculados a
determinados bienes de uso habitual, la cantidad de dinero
se regulaba por mecanismos de mercado en los que no
intervenía el Estado. Recién con la elección de ciertos
metales preciosos, se generó la oportunidad para tal
intervención a través de la acuñación de monedas, cuyo
monopolio los monarcas justificaron en la necesidad de
garantizar la cantidad y calidad de metal que contuviera
cada unidad. Pero como veremos, esa terminó siendo tan
solo la excusa para degradar la calidad de las monedas con
el propósito de incrementar su cantidad y financiar sus
propios gastos. La inflación, como fenómeno político
generalizado, tiene su origen en estas maniobras
efectuadas por los gobernantes sobre las monedas que
acuñaban.
Hace más de un siglo, en tiempos en que el patrón oro
tambaleaba por la intervención de los Estados que
suspendían la convertibilidad de los billetes para usar el oro
en sus gastos de guerra, Ludwig von Mises advertía lo
siguiente:
En un sistema económico basado en la propiedad privada
de los medios de producción ninguna regulación
gubernamental puede alterar los términos del
intercambio, a no ser modificando los factores que los
determinen.
Reyes y repúblicas se han negado repetidamente a
reconocer este hecho. El edicto de Diocleciano de pretiis
rerum venalium, las regulaciones de precios en la Edad
Media, los precios máximos de la Revolución Francesa
son los ejemplos más conocidos del fracaso de la
interferencia autoritaria en el mercado… En un estado
que deja la producción y la distribución a la empresa
individual tales medidas no pueden menos que fracasar.
El concepto de dinero como creación del derecho y del
estado es claramente insostenible. No lo justifica ningún
fenómeno de mercado. Atribuir al Estado el poder de
dictar las leyes del intercambio es ignorar los principios
fundamentales de las sociedades que emplean dinero1.
El abandono de los patrones monetarios basados en
bienes físicos –fundamentalmente el patrón oro-, y su
reemplazo por dinero de papel impreso que el Estado emite
monopólicamente y obliga a las personas a utilizar a través
del curso legal y forzoso, pusieron en peligro mortal al
dinero. La generalización de situaciones de alta inflación
que se vio en buena parte del mundo en muchos momentos
del siglo XX y lo que va del XXI, se ha debido a los excesos
provocados por ese monopolio estatal de emitir los papeles
llamados “dinero” y la falta de un control efectivo sobre
quienes tienen la facultad de producirlos.
Como señaló Hayek, los gobiernos nunca han utilizado su
poder para proporcionar una moneda aceptable y han
evitado cometer grandes abusos sólo mientras se mantuvo
el patrón oro2. Una vez liberados de las ataduras que les
imponía la limitación en la cantidad de metal, cometieron
todo tipo de descalabros a través del manejo discrecional
del dinero de papel.
Por medio de este mecanismo se produce una lesión
generalizada al derecho de propiedad. El Estado monopoliza
el manejo del dinero, emite moneda de curso forzoso que
las personas deben obligatoriamente utilizar y recibir en sus
transacciones, y a la vez le va quitando valor al aumentar
su cantidad. En la práctica, este proceso equivale a
sustraerle a cada persona algo de dinero que lleva en los
bolsillos sin que siquiera lo advierta.
El problema se vuelve complejo porque la relación que
existe entre los precios y el dinero es tan estrecha, que a
veces se dificulta diferenciarlos y se tiende a identificar la
inflación con el aumento de los precios, en lugar del
aumento de la cantidad de dinero. Pero señalar claramente
esa diferencia es algo muy necesario para poder determinar
quién es el verdadero culpable por la inflación; pues
considerar como inflación al incremento de los precios no es
un error inocente, sino un medio para desviar la atención de
la gente, quitando el foco de los propios gobernantes y
depositándolo en comerciantes, banqueros y conspiradores.
No existe queja más extendida que la que tiene por
objeto la “carestía de la vida”. Ninguna generación ha
dejado de expresar su descontento por los “costosos
tiempos” en que le ha tocado vivir. Pero el hecho de que
“todo” se vaya encareciendo significa simplemente que
desciende el valor de cambio objetivo del dinero3.
Este doble discurso que los políticos utilizan para esconder
la causa de la inflación, ha tenido mucho éxito en todo el
mundo, y se ha visto intensificado con la propensión de las
personas a poner sus derechos en manos del gobierno y
esperar que sea él quien resuelva todos los problemas. Al
respecto, decía Sennholz en 1978 sobre los efectos de la
inflación en los Estados Unidos:
La nuestra es una era de inflación. Durante nuestra vida,
todas las monedas han sufrido depreciaciones
importantes. En términos del dólar del consumidor de
1933, hoy hacemos nuestras compras con dólares que
sólo valen veinte centavos; y en términos de la
construcción, tan vitales para los negocios, estamos
comprando materiales y mano de obra con dólares que
sólo valen desde seis hasta cinco centavos. Si bien quizá
las autoridades no tuvieron la intención manifiesta de
inflar la moneda, sus síntomas y consecuencias son
igualmente serios y reales. La inflación destruye el ahorro
individual y la confianza en los propios recursos ya que
ella va erosionando gradualmente los ahorros de las
personas. AI beneficiar a los deudores a expensas de los
acreedores, crea un flujo masivo de ingresos y pérdidas
inmerecidos. Consume el capital productivo y destruye a
la clase media que invierte en instrumentos monetarios.
Produce los llamados ciclos económicos, los movimientos
comerciales de auge y crisis que perjudican a millones de
personas. Invita a que el gobierno haga uso de los
controles de precios y salarios y de otras políticas
restrictivas que impiden la libertad y la actividad
individuales. En resumen, la inflación produce catástrofes
económicas y desórdenes sociales y, en general, erosiona
la fibra moral y social de la sociedad libre.
No hay duda de que todo verdadero norteamericano
desea sinceramente detener la inflación y salvar al dólar.
Pero la dificultad proviene de la adhesión del público a
aquellas políticas que son directamente inflacionarias o
requieren la creación de moneda. La manera como la
gente condena públicamente las consecuencias de estas
políticas es incongruente. Se parece a la confesión
pública de los pecados que se hace en la iglesia el
domingo por la mañana. El sacerdote recita la confesión,
la congregación lo acompaña en voz alta y después sus
integrantes regresan a sus casas a seguir pecando. El
presidente denuncia la inflación el lunes y el martes
aprueba otra ley otorgando miles de millones de dólares.
Políticos que el miércoles hacen un gran ruido
combatiendo la inflación, el jueves proponen más leyes
costosas destinarlas al estímulo económico artificioso y a
la redistribución de la riqueza. Los comentaristas de
noticias se enrolan públicamente en la guerra contra la
inflación el viernes, pero el sábado se manifiestan
valientemente a favor de otro programa dispendioso para
el mejoramiento económico artificial. El ritual se repite a
la semana siguiente.
El gobierno nacional que una y otra vez declaró la guerra
a la inflación es el mismo que la inició activamente, la
condujo y ahora continúa llevándola adelante con fuerza
cada vez mayor. Los mismos políticos que a veces hablan
como si fueran militantes que luchan contra la inflación,
se pelean entre sí por gastar cada dólar del déficit fiscal4.
Por ello, las “soluciones” estatales a la inflación
frecuentemente han consistido en establecer controles de
precios, cuyos resultados siempre fueron fallidos. Decía
Ludwig von Mises al finalizar la Segunda Guerra Mundial:
El peligro real no reside en lo ya ocurrido, sino en las
falsas doctrinas provenientes de estos hechos. La
superstición según la cual el gobierno puede prevenir las
inevitables consecuencias de la inflación a través del
control de precios constituye el principal peligro. Esto se
debe a que dicha doctrina distrae la atención pública del
fondo del problema. Mientras las autoridades están
empeñadas en una lucha inútil contra el fenómeno que
acompaña a la inflación, solo unas pocas personas están
atacando el origen del mal, es decir, los métodos que el
tesoro emplea para solventar los enormes gastos.
Mientras la burocracia ocupa las primeras planas de los
periódicos con sus actividades, los datos estadísticos
referidos al aumento de la circulación monetaria de la
nación son relegados a un espacio secundario en las
páginas financieras de los periódicos5.
Eso es lo que pretendo mostrar en la primera parte de este
trabajo. Para ello abordaré cuestiones tales como qué es el
dinero, qué son los precios, qué es la inflación, cuáles son
sus causas y cómo podría evitarse. Ello permitirá concluir
que en la actualidad el gobierno es el único productor de
inflación, y que al hacerlo genera un mecanismo de
exacción que confisca la propiedad de las personas, mina la
confianza pública en la moneda y encarna un creciente
abuso de poder.
Luego examinaré este proceso de alteración de moneda y
exacción de propiedad a la luz del derecho penal. Mi
conclusión será que la actividad intencional de incrementar
la cantidad de dinero de papel llevada a cabo por
determinados funcionarios del gobierno –que en general
realizan con el propósito de cubrir el déficit de sus
presupuestos- vulnera ciertos bienes jurídicos que la
legislación penal protege.
De ello se sigue que esa acción dolosa debería ser incluida
como delito en los códigos penales. Pero para garantizar el
principio de legalidad que rige en materia penal, la propia
legislación debería aclarar cuáles son los límites objetivos
concretos a la emisión de dinero, cuya transgresión
convertiría en delictiva la conducta de los funcionarios que
la dispongan.
Finalmente, propondré un tipo penal específico, como
corolario de mi explicación, que debería ser incluido en el
capítulo sobre falsificación y adulteración de moneda, donde
creo que corresponde ubicar a este crimen; y también una
modificación a la legislación orgánica del Banco Central o la
autoridad monetaria de cada país, en lo que se refiere a su
facultad para disponer la emisión de moneda y sus límites,
que debería ser complementada con la garantía de la libre
circulación de monedas, de modo tal que la competencia
actúe como un efectivo control para detectar
tempranamente cualquier alteración a las limitaciones en la
cantidad de dinero circulante.
Para eliminar la causa principal de emisión monetaria, que
es cubrir los gastos excesivos del gobierno, se propondrá
también que a través de una modificación legislativa se
impida al Banco Central otorgar financiamiento al gobierno
o adquirir bonos del Estado, ya sea con sus reservas o con
dinero emitido al efecto.
Los sujetos activos de este tipo penal serán tanto los
funcionarios del Banco Central como del Poder Ejecutivo que
estén involucrados en la decisión de emitir y poner en
circulación dinero en forma espuria.
De este modo, la intención de este trabajo es alertar sobre
la necesidad de ponerle mayores límites y responsabilidad a
un poder estatal que se ha vuelto prácticamente
incontrolable. Nunca como en estos tiempos el Estado se ha
inmiscuido tan profundamente en un tema que jamás debió
haberle sido expropiado a las personas. El dinero surgió
espontáneamente como un bien cuya aceptabilidad
generalizada lo convirtió en medio de intercambio. No fue
una creación de ninguna autoridad o gobierno. Sin embargo,
a lo largo del tiempo su dependencia de la autoridad política
no paró de crecer.
Sé que lo ideal sería devolverle a los individuos esa
facultad, y permitir que el dinero surja espontáneamente en
el mercado, en tantas formas distintas como lo indique la
voluntad de las personas que efectúan intercambios. Pero
mientras siga siendo el producto de una actividad estatal, al
menos será necesario poner algunos límites más claros a
ese poder.
Resulta interesante observar que mientras la teoría
económica ha podido desarrollarse a partir de decisiones
individuales tomadas por personas siguiendo sus propios
valores e incentivos, y se admiten las ventajas del proceso
de mercado para la determinación de precios y el
crecimiento general de la economía, ha habido casi el
mismo consenso para eliminar el proceso de mercado en la
determinación de un precio fundamental, el precio del
dinero, el precio de aquello que se usa para expresar los
demás precios. La injerencia estatal en la moneda ha
impedido el desarrollo teórico alrededor de cómo
funcionarían sistemas con libertad monetaria, con bancos
actuando libremente, emitiendo sus propios billetes y
haciéndose cargo de sus decisiones frente al impiadoso
escrutinio de los consumidores de dinero.
El que la libre competencia entre los distintos
productores de bienes y servicios sirve a los intereses de
los consumidores y el monopolio se opone a ellos es un
principio que ha servido de guía a la corriente dominante
en el pensamiento económico desde los tiempos de
Adam Smith. La mayoría de las iniciativas empresariales
acometidas han estado influidas por este principio con la
única excepción de la acuñación de monedas metálicas
primero y la emisión de billetes de banco más adelante.
Sólo una minoría de teóricos se han opuesto a los
gobiernos que permitieron la constitución de bancos a los
que se otorgó el monopolio o cuasi-monopolio de la
emisión de billetes de banco en los siglos XVII, XVIII y XIX
y menos aún censuraron a los gobiernos, más tarde,
cuando idearon la constitución de bancos centrales de
emisión al frente de los sistemas bancarios –una versión
supuestamente bien pensada para monopolizar la oferta
de billetes de banco y reservas bancarias-, una solución
que ha llegado a considerarse una pieza indispensable de
una política monetaria nacional.
Como consecuencia de estos desarrollos, la teoría de las
implicaciones de la oferta de dinero bancario interno
(billetes de banco y cuentas corrientes a la vista)
descentralizada mediante emisores múltiples en
competencia ha sido, en gran medida, ignorada. En
realidad, la existencia de un banco central que
monopoliza la emisión de billetes de banco y reservas
monetarias para el resto de bancos comerciales de una
nación se ha considerado, durante muchos años, una
realidad tan evidente que no se ha realizado esfuerzo
alguno para analizar sistemas alternativos, aunque sólo
hubiera sido para demostrar que, en el caso de ser
establecidos, fracasarían6.
Entiendo que esa solución de mercado debe ser explorada
e implementada en el futuro. La aparición de crypto-
monedas privadas tal vez fuerce la sustitución del actual
paradigma de la moneda y los bancos. Pero mientras tanto,
las facultades estatales sobre la creación y uso del dinero,
deberán ser sometidas a los mayores controles y
limitaciones que sean posibles.
Incluso quizá la presión que la amenaza con penas de
prisión ejerza sobre los políticos irresponsables que inflan la
cantidad de dinero para pagar sus excesos, contribuya a
que ellos mismos decidan finalmente liberar un mercado
que jamás debió estar cautivo en su poder.
Tal vez sea bueno recordar, como cierre de esta
introducción, la reflexión formulada por Friedrich Hayek:
Gran parte de la política contemporánea se basa en la
presunción de que los gobiernos tienen poder para crear,
y hacer que la gente acepte, cualquier cantidad de dinero
adicional. Por esta razón los gobernantes defienden
encarnizadamente sus derechos tradicionales, pero por la
misma razón es importante privarlos de ellos7.
Al estudiar la historia del dinero, uno no puede dejar de
preguntarse por qué la gente ha soportado un poder
exclusivo ejercido por el Estado durante más de 2.000
años para explotar al pueblo y engañarlo. Esto sólo
puede explicarse porque el mito (la necesidad de la
prerrogativa estatal) se estableció tan firmemente que ni
a los estudiosos profesionales de este tema se les ocurrió
ponerlo en duda (incluido durante mucho tiempo el autor
de este trabajo8). Pero una vez que se duda de la validez
de la doctrina establecida, se observa enseguida que su
base es frágil9.
Por ello, al menos hasta que se abandone el monopolio
estatal de la creación de dinero, deberían limitarse sus
atribuciones no sólo en cuanto a la emisión –considerando
delito su extralimitación- sino también con la garantía de un
mercado lo más abierto posible de dinero y bancos, y
restricciones que eviten que la autoridad monetaria pueda
financiar al gobierno de ninguna forma.
Me dirán que ya existen varias limitaciones de este tipo, y
que en algunos países funcionan razonablemente bien aun
existiendo el monopolio estatal en la materia. Pero lo cierto
es que tales limitaciones no han sido efectivas en aquellos
países de débil institucionalidad y legalidad. De allí la
propuesta de intensificarlas y reforzarlas a través de la
legislación penal, pues la acción criminal de emitir dinero
sin justificación y ponerlo a circular con grave perjuicio para
la comunidad, no se diferencia de otras acciones criminales
que puedan cometer los funcionarios del gobierno y que
desde hace siglos han merecido castigo penal.
El peor de los mundos es el monopolio estatal de pedazos
de papel impuestos legalmente para su uso y cancelación
de deudas, emitidos y puestos a circular por funcionarios del
gobierno sin ningún control o límite efectivo. Entiendo que
mientras estos pedazos de papel a los que se llama “dinero”
sigan existiendo, la legislación debería reforzar los límites a
las facultades de emisión.
II. EL DINERO. ORIGEN Y EVOLUCIÓN
Cuando Adam Ferguson enunció su famosa frase en el
sentido de que las personas tropiezan con instituciones que
son el producto de la acción humana pero no del diseño
humano, incluyó como ejemplos al mercado, el derecho, la
moral, el lenguaje y la moneda10.
En efecto, estas instituciones se formaron y desarrollaron
porque existen personas que actúan. Si no fuese así, la
moneda no sería necesaria y no existiría. Pero ninguna
persona o grupo de personas “inventó” la moneda. Fue el
producto espontáneo de la interacción humana, que a
través de las prácticas comerciales sostenidas descubrió
esa forma de facilitar los intercambios y acumular riqueza.
Por supuesto que cuando Ferguson escribió estas ideas no
existían Bancos Centrales que “produjeran” dinero estatal,
monopólico y de curso forzoso, consistente en pedazos de
papel sin valor como mercancía. Pero a partir del siglo XX,
las reglas cambiaron generalizada y definitivamente, y en
buena medida aquella frase de Ferguson perdió virtualidad.
No obstante, es importante no olvidar cuál ha sido el
origen del dinero y su razón de ser, pues estas
circunstancias siguen teniendo hoy la misma validez a pesar
de las imposiciones estatales. Por ello, un estudio que
pretenda comprender un fenómeno económico como el de
la inflación, deberá necesariamente comenzar explicando
las circunstancias en que el dinero se formó y cómo
evolucionó con el tiempo.
1. La primitiva economía del trueque y el surgimiento
del dinero
Debemos entender la aparición del dinero a la luz de la
forma evolutiva del proceso social: la sociedad primitiva,
basada en una economía tribal y familiar sin intercambios
comerciales, dio paso a la división del trabajo y la propiedad
privada, que fomentaron el comercio fuera de la familia,
originalmente en forma de trueque11. Como Hayek explicó
muy bien, la circunstancia de que los procesos sociales
evolucionaron desde sus inicios sobre la base de acciones
individuales originadas en la conveniencia, y no por el poder
de alguna autoridad, fue comprendida claramente en los
estudios antropológicos desde los primeros tiempos12.
En efecto, la división del trabajo y la propiedad privada
permitieron el incremento de la riqueza y la consecuente
aparición de mercados donde realizar los intercambios. Pero
la economía previa al surgimiento del dinero podía ser muy
complicada y poco eficiente. Muchas veces, para obtener el
bien que uno quería, o para poder vender el propio, debían
hacerse múltiples transacciones previas que no tenían que
ver con el interés de los comerciantes, pero que eran
necesarias tan sólo para poder conseguir el bien deseado.
Ya sea por la disparidad de valor entre los bienes
disponibles, o la falta de interés de uno de los contratantes
por los bienes que el otro quería entregarle a cambio del
suyo, las operaciones se volvían engorrosas y caras13.
Sin embargo, la necesidad de obtener previamente el bien
que la contraparte estuviera dispuesta a aceptar para poder
cerrar el acuerdo principal, permitió gestar la noción de
dinero. Algunas personas comprendieron que determinados
bienes eran más aceptados que otros como pago, debido a
que por su utilidad y eso permitía que fueran fácilmente
negociados. Poco a poco, tales bienes adquirieron la calidad
de dinero, al afianzar su función como intermediarios del
comercio.
Desde la perspectiva de la individualidad del valor de los
bienes, se pudo evaluar su mayor o menor grado de
negociabilidad a partir de su aceptación generalizada. Como
la perspicacia para los negocios no se desarrolla de igual
manera en todas las personas, quienes advirtieron esta
calidad de algunos bienes, la aprovecharon e hicieron
mejores y más rápidos tratos. Esta visión del modo en que
ciertos individuos se adaptan mejor al medio y optimizan su
conducta y relación con los demás -lo que a la larga
beneficia al conjunto- fue muy bien entendida por los
autores morales escoceses. Décadas más tarde fueron
tomadas de ellos por Charles Darwin para elaborar su teoría
de la evolución14.
En este contexto, aquellos concurrentes asiduos a los
mercados que advirtieron que evaluar la aceptabilidad de
los distintos objetos facilitaba la adquisición de los bienes
deseados, rápidamente se volvieron más exitosos que sus
competidores. Produjeron de este modo un salto en la
evolución institucional, potenciando la importancia del
comercio15.
En todas partes existieron bienes de mayor negociabilidad,
disponibles en cantidad limitada y estable, pero
universalmente necesarios y deseados, lo que generó una
demanda constante, pero no satisfecha16. Por ello, aun en
tiempos de trueque, los comerciantes más perspicaces o
experimentados llevaban a los mercados objetos de este
tipo, con el propósito de facilitar el intercambio de aquellos
otros más exclusivos o valiosos. De descubrir que había
ciertos bienes que poseían mayor aceptación general en los
mercados, a descubrir el dinero, sólo fue cuestión de tiempo
y ejercicio habitual del comercio.
El interés de los distintos agentes económicos en
abastecerse de bienes les condujo, con la progresiva
consciencia de este su interés –sin acuerdos, sin coerción
legislativa alguna, sin tener en cuenta el interés general,
sino persiguiendo simplemente sus objetivos económicos
individuales- a emprender cada vez con mayor frecuencia
una serie de actos de intercambios indirectos, hasta
considerarlos una forma normal de transacción de
bienes17.
Pero además, esos mismos comerciantes más perspicaces
advirtieron que el incremento en el intercambio les permitía
acumular mayor cantidad de riqueza. Si esa riqueza se
acumulaba en bienes perecederos, se descomponía al poco
tiempo; si eran otros tipos de bienes, suponía un volumen
difícil de manejar y mantener. Vieron que era conveniente
atesorar objetos que fueran muy valiosos en sí mismos y
aceptados por los demás como medio de intercambio, de
limitado volumen y no perecederos; y en lo posible
fraccionables y fungibles. Los metales cumplían esos
requisitos.
De ese modo, las virtudes para ejercer el comercio podrían
ser mejor aprovechadas al poder acumular la riqueza
obtenida para gastarla más adelante y no tener que
consumirla en el momento. Ello generaba incentivos para
producir y comerciar más, y al mismo tiempo permitía el
ahorro y la inversión, bases del desarrollo económico que
más tarde produjo el capitalismo.
Por ambos caminos se llegaba a un mismo resultado: la
conveniencia de utilizar determinados bienes como dinero.
En consecuencia, como puso de resalto Menger, el dinero
lejos de ser inventado o producto de un acto deliberado del
legislador, surgió como “el resultado espontáneo... de una
serie de esfuerzos personales concretos de los miembros
que integran la sociedad”18.
El dinero no es una creación de la ley, no es un fenómeno
de origen estatal, sino un fenómeno de origen social. Al
concepto general de dinero le es ajena su sanción por
parte de la autoridad estatal19.
Es importante entender que el dinero no desplazó al
trueque. El uso del dinero es una forma más compleja de
trueque: es un sistema de trueques simultáneos en el que
previamente se pasa por el intercambio con un bien de
aceptación generalizada que permite poder obtener la
mercancía buscada.
Sin la aparición del dinero -que potenció las ventajas de
poder intercambiar excedentes, de cooperar en una acción
productiva, de acumular riqueza- mantendríamos una
supervivencia primitiva. La división del trabajo y la
asociación permitieron incrementar exponencialmente la
riqueza, pero para que ello ocurriera se necesitó un medio
de intercambio. En la teoría económica, David Ricardo fue el
autor que posiblemente inició el camino científico de
explicar la importancia de este proceso, idea que a partir de
entonces fue un pilar de la teoría económica20.
Es decir que el dinero apareció para cumplir dos funciones
económicas fundamentales descubiertas por los
comerciantes habituales:
1. Es medio de intercambio y pago, facilitando el comercio
y la eliminación de buena parte de los inconvenientes del
trueque tradicional. Como medio de intercambio permite
establecer relaciones de valor de todos los demás bienes
al convertirse en un común denominador del valor
económico, lo que facilita el cálculo y las decisiones.
2. Contribuye a acumular riqueza, en la medida en que las
personas pueden conservar en forma de moneda el valor
de mercancías perecederas que de otro modo se
perderían, lo que genera incentivos para incrementar la
producción, el comercio, el ahorro y la inversión.
Al cumplir estas funciones, el dinero es una institución
fundamental para el ejercicio de derechos de propiedad, en
especial en los intercambios que suponen
contraprestaciones diferidas. De este modo, sin importar a
lo que cada uno se dedique, puede aprovechar su propiedad
mediante intercambios útiles. Sin dinero el comercio sería
imposible, al menos en el nivel en que ocurre actualmente.
2. La evolución del dinero
El valor adjudicado como moneda, en tiempos en los que la
autoridad política no estaba involucrada, partía del valor
como mercancía del bien escogido, al que se le sumaba el
valor adicional de su posible uso como medio de
intercambio. Pero para tener ese valor futuro y ser aceptado
como dinero, debía previamente ser apreciado como bien
de uso21.
Ello supone que los bienes finalmente utilizados como
dinero cumplieron una serie de requisitos para su
aceptación. También determina que lo que la gente
aceptaba para intermediar sus transacciones, no sólo
evolucionó con el tiempo, y varió en distintas comunidades,
sino que también pudo diferir en el mismo momento y
lugar, de acuerdo con las preferencias y valoraciones
personales, lo que permitió que múltiples expresiones del
dinero coexistieran y compitiesen entre sí. De este modo
puede considerarse al dinero como una formación -en el
sentido hayekiano- en constante evolución.
Esta evolución se ha visto a lo largo de la historia,
producto de valoraciones y preferencias unidas a cambios
tecnológicos, políticos y otras circunstancias exógenas. En
los primeros tiempos se utilizaron espontáneamente
distintos bienes comunes en diferentes regiones, tales como
la sal, el cuero, el ganado, los clavos de hierro o el tabaco,
hasta evolucionar hacia los metales; luego se impusieron los
metales preciosos amonedados y acuñados, el papel
moneda y más recientemente las crypto-monedas. Pero esa
evolución fue entorpecida primero e interrumpida después,
debido a la intromisión estatal.
La acuñación gubernamental de moneda, los sistemas de
convertibilidad regulada, y luego la sustitución definitiva del
patrón oro por dinero fiduciario producido discrecionalmente
por el Estado, cambiaron completamente la naturaleza del
dinero, lo que le ha dado a los gobiernos facultades que son
muy peligrosas para el libre ejercicio de los derechos de
propiedad. El surgimiento de monedas virtuales que se
desarrollan con independencia del control estatal y su
aceptación a pesar de su relativa ilegalidad en algunos
países, refleja la desconfianza de la gente en la moneda
estatal.
Como sucede respecto de otros bienes, la manera de
saber cuál es la mejor moneda es permitiendo que el
mercado funcione. La aceptación y uso voluntario por las
personas es un indicador mucho más eficiente que el más
férreo de los controles estatales.
En general, lo que ha convertido a un bien determinado en
moneda, es la satisfacción de una serie de condiciones:
1. Alto valor y aceptación como bien de uso. Dicho bien ha
de ser valioso y aceptado como tal antes de que las
personas lo evalúen como medio de intercambio.
2. Alto valor por peso y volumen. Será más usado como
dinero un bien que sea más adecuado por la relación de su
valor respecto del volumen y peso, es decir que sea
práctico para usar.
3. Durabilidad. Que no se eche a perder rápidamente y por
lo tanto pueda circular y ser conservado e intercambiado
durante un tiempo considerable.
4. Fraccionabilidad. Si el bien no fuese fraccionable, sólo
podría ser usado como medio de intercambio de bienes de
valor similar, lo que reduciría notoriamente su utilidad.
5. Estabilidad en su cantidad. El dinero como bien está
sometido a las mismas reglas de oferta y demanda que el
resto de los bienes. De modo que un incremento abrupto
en su cantidad disminuirá su valor, y viceversa. Esto ha
llevado a considerar que el dinero debe tener una cantidad
estable. Pero esta afirmación debe ser tomada con
cuidado, pues es difícil pedir estabilidad en un mundo
donde nada es estable. Pero sí es importante que no se
produzcan cambios abruptos en las cantidades de dinero,
y en lo posible, que el incremento de la cantidad de dinero
acompañe al incremento de la producción de otros
bienes22.
Tras el uso inicial de todo tipo de bienes de aceptación
general, pronto se advirtió que los metales cumplían mejor
que otros objetos los requerimientos del dinero. Con el
tiempo y el desarrollo del comercio, los metales preciosos -
especialmente la plata, el oro y el cobre- se convirtieron en
los preferidos y terminaron desplazando a casi todos los
demás, al menos en las sociedades más complejas23.
En una economía de mercado que haya superado las
primeras fases de su desarrollo no existen otros bienes
en los que se realice, como en los metales nobles, una
coincidencia tan amplia de los condicionamientos
personales, cuantitativos, espaciales, temporales y de
negociabilidad. Mucho antes de que asumieran la función
de intermediarios del cambio en todos los pueblos
económicamente avanzados, los metales nobles eran ya
los bienes que tenían una demanda explícita, y por tanto
normalmente efectiva, casi en todos los lugares, en todo
tiempo y en cualquier cantidad digna de consideración en
que llegaran al mercado.
No fue la casualidad ni tampoco la consecuencia de una
coerción estatal o de un acuerdo voluntario, sino el
conocimiento exacto de los intereses individuales lo que
hizo que, tan pronto como se acumuló y entró en
circulación una cantidad suficiente de metales nobles,
estos fueran excluyendo gradualmente los viejos medios
de cambio de uso general en los pueblos desarrollados.
También el paso siguiente de los metales menos costosos
a los más costosos se debió a causas análogas24.
La necesidad de verificar tanto la cantidad como la pureza
del metal precioso contenido en las monedas, llevó al
surgimiento del cuño o su acuñación por parte de banqueros
primero, y de gobiernos más tarde. Tal acuñación les daba a
las monedas un valor adicional, que es el de la confianza, y
que dependía del prestigio que pudiera gozar quien cumplía
esa tarea. Las primeras monedas eran pequeñas piezas de
metal con una marca visible. Las utilizaron los Lidios de Asia
Menor desde el año 650 A.C., y poco después los griegos.
Los romanos extendieron su uso, y en especial desarrollaron
mecanismos más sofisticados de acuñación.
Al principio se usaron como monedas trozos de metal, sin
ninguna forma o señal especiales, que se llamaban
monedas rústicas, monetae rudes, y se negociaban al
peso; de ahí el origen de la pesa y la balanza en los
contratos romanos. Después se comenzó a trazar signos
en ellos, y así surgieron las monedas con signos,
monetae signatae. Posteriormente, para darles a esos
signos mayor duración y apariencia se les imprimió sobre
tozos de metal, reducidos a determinada forma,
mediante la percusión en ellos de marcas o cuños, a
golpes de mazo; tal fue el origen de las monedas batidas,
monetae percussae; y así quedó en el lenguaje la
expresión golpear o batir monedas, para indicar la acción
de acuñarlas. Por último, al progresar las artes, se viene
aplicando a este oficio la potencia del torno compresor,
que dio origen a lo que han llamado los doctos officinae
torculariae, talleres de acuñación, y monetae torculariae,
monedas acuñadas con troquel o molde25.
La verificación de la calidad del metal en lingotes y
monedas fue hecha en los primeros tiempos por los propios
comerciantes y luego por expertos que se acercaban a los
mercados para brindar ese servicio. Pero estos
procedimientos fueron inicialmente poco fiables y muy
caros.
La aparición de las balanzas resolvió en parte el problema
de la cantidad de metal, pero no el de su pureza, que sólo
podía ser verificada en cada caso por expertos. Tanto esa
verificación como el fraccionamiento para su uso revestían
dificultades y costos. No obstante ello, la moneda acuñada
desplazó rápidamente a los demás bienes como medio de
intercambio.
La demostración más clamorosa de la gran importancia
que para el comercio tiene la acuñación de los metales
destinados a hacer de dinero, está seguramente en el
hecho de que en casi todas partes se adopta el dinero
acuñado, el cual despoja gradualmente de su función de
medio de cambio al metal no amonedado que tiene que
pesarse. La moneda acuñada se convierte en el medio
exclusivo de cambio de uso general, mientras que el
metal monetario no acuñado pasa a convertirse en un
objeto comerciable más26.
Ello generó dos efectos: 1) que las monedas comenzaran a
llevar denominaciones vinculadas con el peso; 2) que las
monedas cuyos cuños fueran más confiables comenzaran a
tener un valor incluso superior al del metal contenido en
ellas. Por ejemplo, que una moneda de una onza de oro
cuyo cuño garantizara tanto la pureza como el peso del
metal utilizado, podía tener un valor superior al de una onza
de oro sin acuñar27. La aparición de la moneda acuñada
permitió además desarrollar sistemas de contabilidad, al
permitir el uso de ciertos criterios de verificación de
cuentas.
Por otra parte, con el florecimiento del comercio entre las
ciudades europeas tras la Edad Media, y la remanente
inseguridad de sus caminos, surgieron espontáneamente
mecanismos jurídicos y económicos para poder comerciar
sin necesidad de transportar físicamente grandes
cantidades de dinero metálico. Fue el caso de los títulos al
portador (letras de cambio, pagarés) y otras formas
documentales contractuales que permitieron representar a
la moneda depositada en los bancos, y que poco a poco
también comenzaron a circular y funcionar como moneda.
Es importante resaltar que el uso de tales formas
documentales como moneda estuvo restringido en sus
comienzos fundamentalmente por dos motivos:
1. En rigor representaban la misma cantidad de riqueza
depositada en el banco, no podían incrementarla. Un
pagaré que dijera que se le entregarían 10 monedas de
oro a quien portara el documento a partir de determinado
día y en determinado lugar, permitió la circulación del
documento como si fueran las diez monedas de oro, con la
comodidad y la seguridad de que dicho dinero físico
permanecía a resguardo. Pero en definitiva, su existencia
se justificaba en tanto esas diez monedas de oro
preexistieran y estuvieran en el lugar indicado. No había
documentos si el oro efectivamente no existía, a menos
que se cometiera un fraude.
2. El temor a esa posibilidad de fraude hacía que la
circulación de estos documentos se viera restringida a
aquellos emitidos por banqueros que gozaban de buena
reputación y credibilidad.
Estos documentos dieron paso a los billetes convertibles,
que emitieron los bancos que conservaban el oro
resguardado en sus arcas. De este modo, los tenedores de
certificados o billetes podían comerciar con mayor
comodidad y seguridad, sabiendo además que en cualquier
momento podían presentar el documento al banco y retirar
el oro.
Como dije, la base de la aceptabilidad de estos billetes era
la confianza en que el banquero no emitiría más billetes que
el oro acumulado. Pero era muy grande la tentación de
emitir billetes sin respaldo o reutilizarlos una vez canjeados
y mantener su circulación con la expectativa de que sólo un
porcentaje menor de las personas los presentarían al
cambio. De este modo, un banquero inescrupuloso podría
inflar artificialmente la cantidad de billetes. Pero hacer esto
ponía en serio riesgo a su banco, pues en caso de que la
gente comenzara a desconfiar y decidiera retirar su oro,
podría producirse una corrida que lo dejaría en insolvencia y
provocaría su quiebra.
Por ello, maniobras de este tipo no eran frecuentes en
bancos solventes y respetables, pues no estaban dispuestos
a poner sus negocios en peligro por realizar estas
operaciones marginales. En definitiva, mientras tales
billetes fueron emitidos por bancos privados que competían
en el mercado, la propia gente optaría por usar aquellos que
le merecieran más confianza, de acuerdo con la reputación
de los bancos, generando un control de calidad adicional.
Las malas artes de un banquero podrían ser denunciadas,
en primer lugar, por sus propios competidores o por sus
clientes.
Pero este sistema de billetes convertibles fue aprovechado
por los gobiernos para avanzar sobre la estatización del
dinero. Recurrieron en primera instancia a la suspensión de
dicha convertibilidad por ley, y la retención por parte del
Estado del oro conservado en las arcas de los bancos, como
modo de tener un respaldo económico para afrontar crisis
generalmente vinculadas con las guerras o las malas
administraciones. El gobierno suspendía la convertibilidad,
se comprometía a que el oro seguiría estando allí –aunque
sabía que lo iba a usar para cubrir sus gastos-; y las
personas seguirían utilizando los billetes, con la esperanza
de que la convertibilidad sería restablecida una vez que se
superara la emergencia28.
Se inició así a principios del siglo XX el camino para
eliminar completamente el dinero de mercado respaldado
por el oro, y sustituirlo por el dinero fiduciario de papel,
emitido y puesto a circular por el Estado a través de
legislación que establecía su curso forzoso.
Si bien la convertibilidad y el patrón oro se eliminaron
oficialmente a principios de los años 70, ya desde mucho
antes en el mundo circulaba con exclusividad el papel
impuesto por los gobiernos. En sus inicios, como resabio de
la cultura de la convertibilidad, se invocaba que los billetes
estatales estaban atados a la cantidad de oro disponible en
las reservas de los bancos centrales, pero muy pronto esa
atadura desapareció, y la cantidad de dinero pasó a
depender de la discrecionalidad de la autoridad monetaria
estatal29.
A diferencia de lo que hasta entonces fue el dinero, el
papel moneda estatal carece de valor como mercancía30, y
por lo tanto su valor radica en dos elementos:
1. El valor que arbitrariamente le pretenda asignar el
Estado.
2. El que luego las personas le reconozcan en sus
transacciones a partir de su poder adquisitivo real.
Como ocurre con otras formas de intervención estatal en el
proceso económico, sin importar lo que el gobierno
disponga y las penalidades que prometa a quienes no
obedecen, cada quien tomará sus propias decisiones basado
en sus valoraciones y expectativas, dentro de las cuales
incluirá el riesgo de la sanción estatal por la desobediencia.
Esto hace que el papel moneda, al no tener un valor de uso,
es susceptible de desaparecer si la gente le pierde la
confianza31.
Por supuesto que los derechos de propiedad se verán
lesionados o alterados cuando la moneda impuesta por el
curso forzoso decretado por el Estado deja de cumplir
correctamente sus funciones.
3. La intervención estatal sobre el dinero.
La intervención del gobierno en la producción o circulación
de dinero estuvo circunscripta, durante mucho tiempo, al
ejercicio del monopolio de la acuñación de monedas de oro,
plata y cobre. Como señala Hayek, esta facultad puede
rastrearse hasta los tiempos en que solamente se marcaban
con un punzón las barras de metal para certificar su ley. Si
bien hay ejemplos muy antiguos, como la acuñación de
monedas por el rey Creso de Lidia en el siglo VI a.c., la
prerrogativa de la acuñación por parte del soberano se
estableció firmemente con los emperadores romanos32.
Cuando los metales preciosos se impusieron como
moneda, el peso y la pureza adquirieron una importancia
relevante para calcular su valor de cambio. Fue entonces
que el proceso oficial de acuñación llevado a cabo por orden
de los gobernantes, cambió la percepción de la gente sobre
la moneda: se la apreció con independencia del metal del
que estaba hecha, y su valor se comenzó a asentar en la
autoridad que la acuñaba.
Casi todo el mundo piensa en la moneda como si se
tratara de unidades abstractas de alguna cosa, cada una
de las cuales se ajusta a un determinado país. Hasta en
la época en que las naciones se atenían al “patrón oro”,
la gente pensaba en términos similares: la moneda
americana eran los “dólares”, la francesa los “francos”, la
alema a los “marcos”, etc. Se reconocía que todas ellas
estaban ligadas al oro, pero todas se consideraban
soberanas e independientes y, en consecuencia, era fácil
para las naciones “salirse del patrón oro”. Sin embargo,
todas aquellas expresiones eran simplemente nombres
asignados a unidades de peso de oro y plata33.
A partir de la monetización del dinero, la intervención
estatal ha ido creciendo de distintas maneras:
a. El monopolio de la acuñación. Para la Edad Media, ya
estaba bien afirmada en el mundo la prerrogativa del
Soberano de acuñar la moneda. Las enseñanzas de Bodino
fueron un impulso muy fuerte en esa dirección, pues él
consideró a la moneda como un símbolo y expresión de la
soberanía territorial, y por lo tanto, debía estar sometida al
control del Estado.
Las regalías, nombre latino de estas prerrogativas, las
más importantes de las cuales eran la acuñación de
monedas y los derechos de aduana, fueron durante la
Edad Media la principal fuente de ingresos de los
príncipes, y en esto tan sólo estriba su utilidad en un
principio. Es evidente que, a medida que aumentaba la
acuñación, los gobiernos se dieron cuenta de que este
derecho exclusivo era, además de un importante
instrumento de poder, una tentadora fuente de
ganancias. Desde el principio, la facultad no se concedió
o reclamó sobre la base de que era para el bien común,
sino como elemento esencial de poder gubernamental.
Las monedas sirvieron de símbolos de poder, como la
bandera, a través de los cuales el gobernante afirmaba
su soberanía y mostraba a su pueblo que el amo era
aquel cuya imagen portaban las monedas hasta los
lugares más remotos34.
Consecuentemente, en los primeros tiempos los
gobernantes no tenían la facultad de emitir la moneda, sino
de certificar el peso y la ley de los materiales que se
empleaban en su fabricación. Las monedas sólo se
consideraban auténticas si contenían el sello de la
autoridad. Con el tiempo fueron ampliando esa facultad
hacia el monopolio de la acuñación, y finalmente a su curso
legal.
Esa facultad era reconocida en tanto permitía resolver
varios problemas: 1) el costo de la acuñación y verificación,
que ahora se transfería al gobernante, aunque éste solía
establecer determinados tributos para resarcirse de estos
gastos e incluso ganar algo de dinero; 2) La generalidad y
homogeneidad de ese control, que se certificaba al
momento de colocar el cuño oficial en la moneda; 3) La
mayor confianza que, en los primeros tiempos, daba la
intervención de una autoridad “neutral” a los negocios –el
gobernante-, para prestar tan delicado servicio.
Ello llevó a difundir la errónea idea de que lo que le daba
valor a las monedas era el acto del gobierno y no el metal
del que estaban fabricadas; lo que con el tiempo llevó a
gobernantes inescrupulosos a acuñar monedas de menor
peso, pretendiendo que tuvieran el mismo valor que las de
mayor cantidad de metal, tan sólo por tener impreso el
mismo sello oficial. La idea de que el valor de la moneda
estaba dado por la acuñación hizo que las nuevas monedas
con menos metal, en tanto tuvieran las marcas oficiales,
circularan sin problemas y fueran aceptadas al valor
nominal, al menos en los primeros tiempos.
Pero a partir de entonces, la intervención estatal
acompañó a la evolución del concepto del dinero, y frente a
cada nuevo sistema dinerario, tal intervención no se hizo
esperar. Como señaló Hayek:
…desde los romanos hasta el siglo XVII, momento en que
el papel moneda empieza a cobrar importancia, la
historia de la moneda se compone ininterrumpidamente
de adulteraciones o continuas reducciones del contenido
del metal en las monedas y del correspondiente aumento
del precio de los bienes35.
b. El dinero de papel. El dinero de papel originó una
intervención directa del Estado en el manejo monetario. Lo
hizo a partir de la impresión de billetes no convertibles
entregados a la gente a cambio de su oro, como forma de
ahorros forzosos.
Prácticamente desde la aparición del dinero de papel en
cualquiera de sus modalidades, el gobierno intervino
directamente en su creación y circulación, y castigó
severamente a quienes no lo aceptaban. Hayek recuerda
algunos ejemplos:
Sabemos por Marco Polo que en el siglo XIII la ley china
castigaba con la muerte el rechazo del papel moneda
imperial, y negarse a aceptar los assignats franceses
podía ser castigado con veinte años de prisión e incluso
con la muerte en algunos casos. En el antiguo Derecho
inglés se castigaba el rechazo como de lesa majestad.
Durante la revolución americana no aceptar los billetes
continentales se consideraba como un acto hostil y a
veces significaba la cancelación de la deuda36.
Se dice que los chinos, escarmentados por su experiencia
con el papel moneda, intentaron prohibirlo totalmente
(por supuesto sin éxito) antes de que los europeos lo
inventaran37. Desde luego, los Estados europeos, una vez
al tanto de esta posibilidad, comenzaron a explotarla
despiadadamente, no para producir un dinero mejor, sino
para sacar de ello mayores ingresos38.
Mientras la emisión de billetes se vinculó con la
representación de los metales preciosos, la intervención
estatal se mantuvo en cierto modo limitada, pues las
personas confiaban en los papeles sólo en tanto estuvieran
respaldados o pudieran ser canjeados por el metal. No
obstante ello, desde el primer momento los gobernantes
advirtieron el formidable poder que les podía dar desligar
los billetes del metal. La emisión de billetes era más sencilla
y barata que la acuñación de monedas. Sólo debían lograr
que la gente aceptara –por las buenas o por las malas- a
esos papeles como dinero.
También los bancos privados notaron el nuevo ámbito que
se abría ante sus ojos con la posibilidad de emitir billetes.
Pero sus intentos de ingresar en ese negocio fueron en
principio limitados y finalmente abortados por el poder
estatal.
Algunos de los primeros bancos fundados en Amsterdam
y otros lugares surgieron de los intentos de los
comerciantes de crear una moneda estable, pero el
creciente absolutismo pronto impidió los esfuerzos de
producir una moneda no estatal. En lugar de ello,
protegió el crecimiento de los bancos que emitían billetes
denominados en la unidad de cuenta oficial…
Desde que la Corona británica, en 1694, otorgó al Banco
de Inglaterra un monopolio limitado de emisión de
billetes de banco, la principal preocupación de los
gobiernos ha sido impedir que su poder sobre el dinero,
basado en la prerrogativa de la acuñación, se traspasara
a bancos realmente independientes… En cuanto se
generalizó la idea de que la convertibilidad en oro era
sólo un método para controlar la cantidad de moneda,
factor real de determinación de su valor, los gobernantes
quisieron escapar rápidamente a esa disciplina y el
dinero se convirtió más que nunca en el juguete de la
política gubernamental. Sólo algunas de las grandes
potencias mantuvieron, durante algún tiempo, una
estabilidad monetaria tolerable llevándola también a sus
colonias. Ahora bien, ni Europa oriental ni Sudamérica
tuvieron jamás un período prolongado de estabilidad
monetaria39.
Poco a poco, los billetes que en sus inicios eran meros
representantes de los metales preciosos, fueron producidos
sin respaldo alguno por gobiernos que requerían
financiamiento. La gente se fue acostumbrando a utilizar los
papeles, y lentamente se resignó a que ya no podría
recuperar el oro.
c. El dinero fiat. El abandono del patrón oro liberó la
producción de dinero al monopolio estatal, lo que convirtió
al Estado en el virtual “creador” del dinero, y a su vez en la
autoridad que dispone su uso obligatorio para cancelar
obligaciones o aceptar pagos.
La intervención estatal llevó a su manejo monopólico por
los bancos centrales, que paulatinamente se fueron
convirtiendo en los instrumentos para el manejo estatal del
dinero y excluyeron cualquier forma de intervención privada
en su producción y comercio. Concluyó Vera Smith sobre los
bancos centrales en su trabajo sobre el tema publicado en
1936:
Si examinamos las circunstancias que rodearon la
creación de la mayoría de ellos, observamos que los
primeros monopolios fueron fundados por razones
políticas muy ligadas a las necesidades financieras del
Estado y no por razones económicas que aconsejaran o
desaconsejaran el libre acceso al negocio de emitir
billetes en aquellos tiempos. Ahora bien, una vez
establecido, el monopolio se mantuvo hasta antes e
incluso después de que su justificación económica
empezara a ser cuestionada.
Las discusiones giraron primero en torno al problema de
elección entre un sistema de monopolio en la emisión por
oposición al de libre competencia entre distintos
emisores, pero más tarde, consolidado ya el monopolio,
la superioridad del banco central sobre su alternativa
llegó a convertirse en un verdadero dogma de fe que ya
nunca se volvió a discutir, y se aceptó sin preguntarse
cuáles eran sus fundamentos40.
El último siglo ha mostrado todo tipo de abusos cometidos
en varias regiones del planeta por el uso indiscriminado de
la facultad estatal de emitir dinero con el propósito de pagar
sus gastos o acumular poder político. Hace un siglo se vivió
una significativa hiperinflación en Alemania por tal motivo, y
desde entonces, con distintas intensidades asistimos al
daño que ese manejo imprudente y arbitrario de la moneda
ocasiona en el mundo, desgraciadamente con la bendición
de determinados intelectuales y economistas que han dado
argumentos pseudocientíficos a políticos inescrupulosos y
criminales.
4. La visión jurídica: el dinero como medio legal de
pago
Es importante tener en cuenta que mientras el economista
ve en el dinero a un medio de intercambio y de reserva de
valor, el jurista –y lo que es más grave, la legislación-, ven
al dinero como un medio legal de pago de obligaciones
exigibles. La visión jurídica de la moneda como medio legal
para la liberación de obligaciones mediante el pago, llevó a
justificar el monopolio estatal del manejo del dinero, y como
consecuencia directa su curso legal y forzoso.
No puede pasarse por alto que mientras la economía
surgió y en buena medida se desarrolló a partir de un
individualismo metodológico que se basa en la valoración -y
consecuente acción- individual, el derecho, en los últimos
siglos, ha sido concebido como el producto de la acción
estatal de sancionar normas e imponerlas a las personas. En
este contexto es inevitable que sus objetivos y conclusiones
difieran notoriamente41. Como en otros campos, la
regulación jurídica terminó distorsionando los efectos
económicos y de allí el daño terrible que le ha provocado al
estudio del dinero esa visión basada esencialmente en sus
consecuencias jurídicas impuestas por la legislación.
La teoría económica del dinero se expresa generalmente
en una terminología que no es económica sino jurídica.
Esta terminología ha sido elaborada por escritores,
políticos, comerciantes, jueces y otros que se interesaban
principalmente por las características jurídicas de las
diferentes clases de dinero y sus sustitutos. Esto es útil
cuando se trata de aquellos aspectos del sistema
monetario que son importantes desde el punto de vista
jurídico, pero para los fines de la investigación económica
resulta prácticamente inútil. No se ha prestado la debida
atención a este defecto, a pesar de que la confusión de
los respectivos territorios de las ciencias jurídicas y la
economía en ninguna parte ha sido tan frecuente y tan
preñada de malas consecuencias como en el campo de la
teoría monetaria42.
En la evolución del dinero, la intervención estatal
necesariamente condujo a la intervención jurídica, y a darle
al dinero una nueva dimensión y función. Al mismo tiempo,
distorsionó las reglas económicas que permiten su
existencia.
El concepto de dinero como creación del derecho y del
Estado es claramente insostenible. No lo justifica ningún
fenómeno del mercado. Atribuir al Estado el poder de
dictar las leyes del intercambio es ignorar los principios
fundamentales de las sociedades que emplean dinero43.
En los reclamos jurídicos ocasionados por el
incumplimiento de una obligación contractual o la
producción de un daño, lo que las partes discutirán y el juez
resolverá, en definitiva, es qué tipo de moneda y en qué
cantidad harán falta para que la parte responsable cancele
sus obligaciones legales con la otra y se dé por terminado el
pleito.
El hecho de que la ley considere el dinero solamente
como un medio de cancelar obligaciones pendientes
tiene importantes consecuencias para su definición legal.
Lo que la ley entiende por dinero es de hecho, no el
medio común de cambio, sino el medio legal de pago. No
entra en los propósitos del legislador o del jurista definir
el concepto económico de dinero…
…Pero el estado puede atribuir el poder de liberar de
deudas también a otros objetos. La ley puede declarar
cualquier cosa como medio de pago, y esta norma
vinculará a todos los tribunales y a todos cuantos
intervienen en hacer cumplir las decisiones judiciales.
Pero conferir a una cosa la propiedad de moneda de
curso legal no es suficiente para convertirla en dinero en
sentido económico. Sólo a través de la práctica de
quienes intervienen en las transacciones comerciales
pueden los bienes convertirse en instrumento común de
cambio; y sólo las valoraciones de estos sujetos son las
que determinan las relaciones de cambio del mercado. Es
muy posible que el comercio utilice aquellos objetos a los
que el Estado atribuye el poder de pago; pero no tiene
por qué ser así. Puede, si quiere, rechazarlos44.
Esta observación fue realizada por Mises en tiempos en
que los gobiernos establecían suspensiones a la
convertibilidad, emitían pedazos de papel que obligaban a
utilizar como dinero y para cancelar legalmente
obligaciones. Sin embargo, aun quedaba latente el regreso
a la convertibilidad de los billetes por el oro. Hoy en día, en
cambio, el problema parece naturalizado por la práctica de
tanto tiempo de monopolio legal en la creación del dinero
de papel, cada vez más difícil de rechazar y reemplazar
voluntariamente por quienes no confían en él, y al que se le
otorga el poder excluyente de cancelar deudas.
Puede suceder que ese objeto proclamado por el gobierno
como medio de pago obligatorio, tenga para los
contratantes un valor inferior al que ellos acordaron. Como
el curso legal y forzoso permite cancelar las deudas
pagando con dinero estatal, por este camino no se cumplen
las obligaciones, sino que se condonan total o parcialmente
las deudas, con una lesión significativa a los derechos
adquiridos y la certidumbre jurídica.
Cuando se atribuye valor de moneda de curso legal a
unos billetes que comercialmente se valoran a la mitad
de su valor nominal, ello significa fundamentalmente
conceder a los deudores la condonación legal de la mitad
de sus obligaciones45.
Como en tantas otras áreas del proceso de mercado, la
legislación puede interferir de manera dañina en el dinero.
Ello se extiende a las consecuencias de su poder para
establecer paridades cambiarias con monedas extranjeras,
pues en tal caso, las obligaciones nacidas de contratos que
prevén pagos en tales monedas, finalmente podrán ser
canceladas con la “nacional” de curso forzoso, al arbitrario
cambio que establezca el gobierno46.
Hace más de un siglo, cuando Mises escribía el libro que
vengo citando, todavía podía concluir lo siguiente:
Durante aproximadamente los últimos doscientos años la
influencia del Estado en el sistema monetario ha ido
creciendo progresivamente. Sin embargo, una cosa debe
quedar clara: ni siquiera en nuestros días tiene el Estado
poder para convertir directamente algo en dinero, es
decir en medio común de cambio. Incluso hoy, es
únicamente la práctica de los individuos que participan
en el tráfico mercantil la que puede convertir una
mercancía en medio común de cambio47.
Pero contemporáneamente, la Gran Guerra trajo nuevas
suspensiones de la convertibilidad, la imposición del uso de
billetes que no estuvieron respaldados en oro, y luego el
descalabro de emisión de papel moneda sin respaldo
alguno, que provocó la hiperinflación en Alemania al no
poder afrontar deudas. Si bien muchos se esperanzaban con
el restablecimiento del patrón oro convertible, lo cierto es
que asistían a los últimos tiempos en los que todavía se
podía sostener que el poder estatal no era suficiente como
para torcer la decisión de la gente en el mercado, respecto
de qué bienes se aceptarían como dinero.
A partir de entonces se produjo la brutal intromisión
estatal que culminó con la eliminación definitiva de todo
patrón monetario basado en algún bien y su reemplazo por
dinero de papel impreso por el Estado. La imposición del
curso legal y forzoso de la moneda fue definitoria para que
las personas no pudieran ejercer su voluntad en el proceso
de intercambio, y tuvieran que arreglárselas con la moneda
estatal.
De este modo, el sistema legal acompañó al proceso de
estatización de la moneda, y en lugar de encargarse de que
las deudas se cancelaran del modo acordado por las partes,
utilizaron como excusa la necesidad de establecer un
mecanismo objetivo y general para cancelar las deudas –
invocando curiosamente la necesidad de dar certidumbre
jurídica-, e impusieron soluciones caprichosas y basadas en
la autoridad del propio gobierno.
La ficción legal introducida para facilitar el trabajo del
abogado o del juez, que sostiene que sólo hay una cosa
claramente definida que se llama “dinero”,
rigurosamente distinguible de otras, nunca fue cierta en
lo que se refiere a los efectos característicos del dinero.
Sin embargo, ha sido altamente nociva, ya que ha
conducido a que, en algunos casos, sólo pueda utilizarse
el “dinero” emitido por el gobierno, o que siempre tenga
que haber algo que pueda llamarse el “dinero” del país48.
En este sentido, el concepto jurídico de “curso legal” del
dinero, ha llevado a confusión a la gente, pues resulta
frecuentemente asociado con el poder estatal de imponer
una determinada moneda emitida por él. Es, efectivamente,
el dinero de creación estatal legalmente indicado para
cancelar deudas y obligaciones de todo tipo. Ello no significa
que no puedan circular otras monedas, pero en última
instancia, a falta del cumplimiento voluntario de los
acuerdos, las deudas se podrán cancelar con la moneda de
curso legal. La identificación de curso legal con dinero
emitido por el Estado ha fortalecido la idea de la necesidad
de un monopolio estatal del dinero. No obstante ello, el
poder estatal para imponer su dinero dio lugar al
surgimiento de un concepto más drástico aun, que es el del
“curso forzoso”, que sí se refiere a la imposición del
monopolio estatal de la moneda. El concepto de “curso
forzoso” surgió a raíz de las leyes que suspendieron la
convertibilidad durante el patrón oro, de modo que la gente
forzosamente debía utilizar los billetes por imposición legal.
Al suprimirse el patrón oro, el concepto de “curso forzoso”
se diluye con el de “curso legal”, y juntos sostienen el
monopolio estatal de la moneda, con exclusivo poder
cancelatorio por encima de cualquier otra que hayan
elegido las partes de un negocio.
El término “curso legal” se ha rodeado en la imaginación
popular de una penumbra de vagas ideas acerca de la
necesidad de que el Estado suministre el dinero. Es la
supervivencia de la idea medieval según la cual el Estado
confiere de alguna forma al dinero un valor que de otra
manera no tendría. Esto, a su vez, es cierto sólo en la
medida en que el gobierno puede obligarnos a aceptar
cualquier cosa que determine en lugar de la contratada;
en este sentido, puede dar al sustituto el mismo valor
para el deudor que el objeto original del contrato. Pero la
superstición de que el gobierno (normalmente llamado
“Estado” para que suene mejor) tiene que definir lo que
es dinero, como si lo hubiera creado y éste no pudiera
existir al margen de los poderes públicos, se originó en la
ingenua creencia de que el dinero debió ser “inventado”
por alguien y que un inventor originario nos lo
proporcionó. Esta creencia ha sido totalmente desplazada
por el conocimiento de la generación de semejantes
instituciones involuntarias que a través de un proceso de
evolución social del que el dinero es principal paradigma
(siendo otros ejemplos destacados el derecho, el lenguaje
y la moral)49.
En un mercado libre basado en derechos de propiedad, los
contratos podrían ser pactados en la moneda que las partes
decidan, y en caso de conflictos o reclamos deberían ser los
jueces, examinando cada contrato en particular y los
motivos del incumplimiento, quienes determinen con qué
moneda y en qué monto se podrá cancelar la deuda, de
acuerdo con los tipos de cambio del mercado.
Como en muchos otros ámbitos, la pretensión de
certidumbre jurídica que se busca estableciendo ex ante
obligatoriamente, por ley escrita y general, cuál será la
moneda o monedas aceptadas para cancelar deudas, choca
con la realidad de que lejos de generar certeza, tal
imposición produce mayor incertidumbre al impedir que sea
la gente en sus contratos la que decida esos aspectos y
que, llegado el caso, pueda discutirlos en los tribunales.
En este sentido cabe recordar la máxima romana
elaborada desde el inicio por los pretores en el sentido de
que el contrato es ley para las partes50. El “curso legal”, en
todo caso, está establecido por las partes al contratar
libremente. La “ley” es la “ley de las partes”, el contrato. Si
no se puede o no se quiere cancelar la deuda en la moneda
pactada, probablemente el propio contrato prevea
alternativas o procedimientos para solucionar el problema.
De lo contrario lo hará un juez o árbitro51.
Cuando se legisla sobre la cancelación de deudas, si dicha
ley indicase que debe pagarse en la moneda pactada por
las partes, sería innecesaria. Si indicara que debe ser
pagada de otra forma, sería ilegítima.
En este caso se intensifica la incertidumbre de los
negocios, “al sustituir la acción libre de un contrato
voluntario y de una ley que simplemente obliga al
cumplimiento de tales contratos, por una interpretación
artificial de la misma en la que nunca habrían pensado las
partes si una ley arbitraria no se la impusiera”52.
Comentario aparte merece la intromisión estatal en la
actividad de los bancos, también con el alegado propósito
de evitar abusos.
Así como los emperadores romanos y todos los
gobernantes justificaron el monopolio estatal de la
acuñación de moneda con el argumento de garantizar la
exactitud en cuanto a calidad y cantidad de metal precioso
que contenían –aunque su propósito escondido fue
cercenarla para incrementar el dinero circulante y
aprovecharse de la diferencia-, el monopolio de la emisión
de billetes y el férreo control de los bancos a través de una
autoridad central se inició con el alegado propósito de evitar
abusos y fraudes por parte de los banqueros, y convirtió al
Estado en un gigantesco y abusivo estafador. El control de
la actividad bancaria por bancos centrales, ha cerrado el
círculo del control estatal del dinero:
Un sistema bancario descentralizado es algo que no ha
existido en ninguna parte del mundo desde 1845 cuando
el sistema bancario escocés, que es el ejemplo histórico
que más se le ha aproximado, dejó de existir como
resultado de la promulgación de la Ley de Peel que
prohibió la libre emisión de billetes de banco y consagró
el monopolio de emisión de billetes del Banco de
Inglaterra. Los ejemplos históricos más parecidos al
sistema escocés de pluralidad de emisores privados de
billetes de banco que se dieron en Suecia, China y
Canadá llegaron a sobrevivir ya dentro del siglo XX, pero
fueron sustituidos pronto por sistemas mucho más
restrictivos y monopolísticos, basados todos ellos en la
idea de un banco que centraliza la emisión del dinero
bancario básico. ¿Qué importancia tiene esto? ¿Qué
gravedad tiene el hecho de que los Gobiernos hayan
impedido que sea la competencia la que genere la clase
de dinero que el público quiere demandar, es decir
mantener a su disposición, para llevar a cabo sus
actividades económicas?
La consecuencia de esta interferencia gubernamental, a
partir del momento en que los banqueros inventaron el
billete de banco para salvar las dificultades que prestaba
la circulación del dinero metálico, han sido muy graves
por razones que hoy día deberían ser evidentes para
todos porque con la centralización de la emisión de
billetes y reservas bancarias la oferta de dinero bancario
ha dejado de responder automáticamente a las
variaciones de su demanda y se ha convertido en una
variable sometida a planificación que, por lo regular, ha
llevado a la creación excesiva de dinero bancario, a la
inflación de precios y a la formación de un ahorro forzoso
que al no ser querido acaba precipitando el sistema en
crisis que acaban con centenares de empresas cuya
desaparición precipita las economías en depresión,
estancamiento y paro masivo53.
Por lo tanto, para estudiar cómo funcionaría un sistema de
banca libre, con bancos emitiendo sus propios billetes en
competencia y sin intromisión estatal, sería casi imposible
remontarse a ejemplos históricos, dado que la injerencia del
soberano en la producción de dinero viene de larga data y
recurrentemente ha impedido esta actividad privada. Es así
como Selgin (con la colaboración de White) ha debido
remitirse al ejemplo de un país imaginario –Ruritania- y al
desarrollo espontáneo de sus instituciones, para explicar
cómo funcionarían la moneda y la banca libres, y cómo sería
su evolución a través de un relato lógico e hipotético54.
III. DINERO Y PRECIO
Existe una fuerte ligazón entre los conceptos de dinero y
precio. Las personas expresan sus valoraciones cuando
realizan intercambios, que se manifiestan en la acción de
llevar a cabo una transacción fijando un precio, lo que suele
hacerse utilizando un denominador común que es el dinero.
Esta explicación habitual, sin embargo, no está exenta de
conducir a confusión en determinadas circunstancias.
Pareciera sugerir que el dinero es un elemento externo,
utilizado por ambas partes para ayudarlas a ponerse de
acuerdo en su transacción. Pero en realidad, el dinero es
parte indispensable de la transacción. Como veremos, una
compraventa es un trueque de un bien por dinero; el dinero
es uno de los elementos directamente involucrados en la
determinación de cada precio, y su valor se rige por los
mismos principios que el resto de los bienes.
Cuando alguien menciona un precio, normalmente lo hará
en algún signo monetario. Y cuando quiere referirse a otras
consecuencias o prestaciones vinculadas con la transacción,
aclarará que se trata de precios “no monetarios” –como ser
el valor sentimental que el bien tiene para él, o el de querer
ayudar al vendedor comprándole el producto que en otras
circunstancias no compraría-. Sin embargo, es importante
no olvidar que el precio es una forma de expresar las
relaciones entre distintos bienes, que no sólo pueden
formularse en dinero. En la época del trueque directo, los
“precios” se expresaban de muchas formas distintas. Un
cerdo podía valer dos bolsas de trigo o diez de patatas. Ya
vimos los problemas que generaba ello para el
funcionamiento del mercado, y cómo el surgimiento del
dinero como común denominador de las valoraciones ayudó
notoriamente al crecimiento económico.
Pero su función fundamental como medio de intercambio
no debe hacer olvidar que el dinero es además un bien que
tiene su propio valor en el mercado, expresado en su
relación con los demás bienes. Cuando alguien compra un
producto y lo paga con dinero, en puridad está haciendo un
trueque entre el dinero y el bien; y gracias a la función de
común denominador, ese intercambio, a diferencia de otros,
permite establecer un precio unitario y comparativo con los
demás bienes.
Antes de la aparición del dinero, cada bien tenía múltiples
“precios”, dados por su relación con cada uno de los demás
bienes y servicios con los cuales trocaba. No existían precios
en los términos en que hoy nos referimos a ellos, sino
relaciones de intercambio tan numerosas como los
productos en el mercado55.
En definitiva, el precio es el tipo de cambio entre dos
bienes expresado en términos de uno de ellos56.
Ordinariamente, ese cambio se produce entre un bien y el
dinero, y el precio se expresa en dinero. De allí la estrecha
relación entre ambos conceptos y la necesidad de aclarar el
significado del “precio”, en especial porque ello nos
permitirá entender mejor al dinero y por qué la inflación no
puede ser definida simplemente como un “aumento en los
precios”.
Como expresión de valoraciones, los precios pueden
modificarse permanentemente, en tanto las valoraciones
varíen. Una persona puede cambiar su orden de
preferencias por cambios en sus gustos o intereses, por
variación en la disponibilidad de determinados bienes que
se traduzcan en modificaciones en la oferta y demanda, y
por otros motivos que tienen que ver por el propio juego de
las leyes económicas.
Pero también puede variar por cuestiones vinculadas con
la relación entre la cantidad de bienes y la cantidad de
dinero. Cuando la cantidad de dinero crece se produce una
distorsión de los precios que se vincula con oferta y
demanda de dinero. De hecho, probablemente la relación de
valoración de todos los demás bienes entre sí permanezca
mayormente inalterada. Sólo se altera la relación valorativa
de todos los bienes con el dinero.
Ello explica en parte la confusión del concepto de inflación
con el de incremento de los precios. Al inflarse la cantidad
de dinero inevitablemente éste pierde valor adquisitivo
respecto de los demás bienes. Como el precio es la
expresión de la relación entre el dinero y los bienes, el
incremento en la cantidad de dinero hará que su utilidad
marginal decrezca, y en consecuencia será necesario
entregar más dinero para obtener los mismos bienes. Ello
será advertido de inmediato como un “alza” de los precios,
aunque en realidad lo que se produjo es una baja en el valor
del dinero.
De allí la necesidad de detenernos por un instante en el
concepto de precio y su formación.
1. ¿Qué es un precio?
El proceso de intercambio en que consiste la sociedad, se
basa en decisiones individuales que se manifiestan a través
de la acción. En este sentido puede decirse que la economía
–o mejor la cataláctica- tiene como punto de partida a la
praxeología, que es la ciencia de la acción humana57.
El proceso de mercado es un proceso de acciones e
interacciones de individuos que intentan alcanzar
objetivos personales que consideran valiosos, a través
del uso e intercambio de bienes escasos. En ese proceso,
cada persona decide su acción, tras una previa
valoración, tanto de lo que aspira a conseguir como de lo
que está dispuesto a entregar a cambio. Por lo tanto, el
punto de partida para el estudio del mercado es el
análisis del valor58.
Las personas piensan, valoran y deciden individualmente
siguiendo su propio proceso de razonamiento para alcanzar
sus fines. Pero todo ello es irrelevante si no se manifiesta en
acción, en términos de interacción social59. Por ello,
nuestras valoraciones de las cosas no se expresan por lo
que pensamos –que muchas veces no es revelado ni
conocido por los demás-, ni por lo que decimos –pues a las
palabras se las lleva el viento-, sino por lo que hacemos60.
En este proceso de acción e interacción entre las personas
consiste la sociedad, y en términos de intercambios
económicos, es el proceso de mercado.
No existe nada automático o misterioso en el
funcionamiento del mercado. Las únicas fuerzas que
determinan el siempre fluctuante mercado son los juicios
de valor de los distintos individuos y las acciones
derivadas de dichos juicios61.
La acción se ejecuta a partir de previas valoraciones que
siguen un orden de preferencias, que están influidas por
factores puntuales tales como la escasez del bien que se
desea, su utilidad para quien lo valora en un momento y
lugar determinados, y los recursos de los que dispone para
realizar un intercambio. Dentro de tal contexto, que es
complejo e individual para cada persona y en cada
momento, se manifiestan las acciones que forman el
proceso social.
En circunstancias determinadas, un bien o unidad de bien
puede tener para quien lo posee un mayor valor de uso
directo o un mayor valor de cambio, o una mezcla de
ambos. El valor superior es el que determinará su acción62.
Tales intercambios se perfeccionan a través de la
determinación de los precios, que pueden ser entendidos
como la expresión de la yuxtaposición de valoraciones de
oferentes y demandantes63. Allí donde encuentran
correlación sus valoraciones, como paso previo a realizar un
intercambio, nacerá un precio. Cada persona valora las
cosas de manera diferente, elabora su propio orden de
preferencias, y ello es lo que permite que los intercambios
sean deseables, en tanto ambos consideran que van a
ganar con esa acción. Ese intercambio se lleva a cabo
porque cada individuo valora más el bien que recibe que el
que entrega.
De allí se deriva que una condición necesaria para el
intercambio es que los dos bienes tengan un orden de
valoración distinta en las respectivas escalas de valores de
las partes intervinientes.
Las condiciones del intercambio son: que los bienes sean
valorados en orden inverso por las dos partes y que cada
una de ellas conozca de la existencia de la otra y de los
bienes que posee. Sin conocimiento de los activos de la
otra persona, no podría ocurrir intercambio alguno.
...Los objetos del intercambio deben ser medios escasos
para satisfacer los fines humanos, ya que si su
abundancia fuera ilimitada serían condiciones generales
de bienestar humano y no objeto de la acción humana; si
fuera así, no habría necesidad de dar algo a cambio para
adquirirlos, y no se convertirían en objetos de
intercambio64.
No existe una correlación matemática entre el valor que
cada persona le asigna a un bien y el precio final. La
valoración del potencial comprador nos permitirá saber lo
que está dispuesto a entregar a cambio del producto que
quiere; pero por supuesto tratará de entregar lo menos
posible, y si lograra que se lo regalen sería lo ideal para él.
A la inversa, la valoración del potencial vendedor le indica
cuánto es lo mínimo que estaría dispuesto a recibir por el
producto que entrega; y por supuesto que querría que le
entreguen mucho más, todo lo posible, pero no lo daría por
menos que el piso que establece su valoración personal.
La cantidad del bien del que disponen los negociantes es
un factor de suma importancia desde el punto de vista de la
valoración individual, base de intercambio y del nivel de los
precios. En definitiva, lo que cada uno valora al decidir el
intercambio no es lo que significa un bien determinado en
términos abstractos, sino el valor que le otorga a la unidad
de dicho bien que se encuentra en discusión, en el contexto
de tiempo, espacio y cantidad determinados. A esa utilidad
que le damos a la porción de bien que evaluamos
intercambiar, se la denomina utilidad marginal, base de la
determinación de los precios.
Valoramos un bien de acuerdo con los distintos usos que le
podemos dar. De modo que según la cantidad de ese bien
de la que dispongamos, la utilidad marginal será la utilidad
del uso menos valorado, es decir, al que renunciaríamos en
caso de intercambiar esa cantidad del bien por otro. Dicho
de otro modo, la utilidad de un bien es inversamente
proporcional a la cantidad disponible. Cuando mayor
cantidad tenemos de ese bien, menos valiosa para nosotros
sería una nueva unidad65.
De modo que cuando evaluamos un intercambio, estamos
calculando sobre la base de ese menor valor que tiene la
unidad marginal para nosotros; y por eso cuando nos
preguntamos qué valor le asignamos a algo en términos
económicos, debemos entender que ese valor se calculará
en el contexto de las circunstancias dadas, en el que las
cantidades disponibles son un factor determinante.
Como vimos, la interacción de esas valoraciones se
expresa a partir de la comparación entre los bienes que se
intercambian. En una economía sin dinero, existirán tantos
precios distintos como bienes haya en el mercado. En una
economía con dinero, se facilitan las cosas pues al utilizarse
el dinero en todas las operaciones, los precios se expresarán
finalmente en esa denominación, lo que ayuda al cálculo de
cómo utilizar los recursos escasos del modo más eficiente
todas las opciones disponibles.
A partir de estas valoraciones, en el caso de una operación
única entre un comprador y un vendedor, el precio final
dependerá de varios factores involucrados en la negociación
que se lleve a cabo entre ambos, en la que cuestiones
psicológicas, ansiedad, obsesión, mayor o menos aversión
al riesgo, el nivel de las preferencias, la disponibilidad de
recursos, la utilidad marginal que la unidad que se negocia
tiene para cada uno, las habilidades para negociar, etc.,
terminarán determinando cuál será el precio final.
Cuando la operación involucra a varios compradores y
varios vendedores, las reglas de la oferta y demanda y las
cantidades involucradas harán que los precios estén
además influidos por las decisiones de otras personas, y que
adquieran relevancia fundamental las cantidades totales de
bienes y dinero involucrados en las operaciones. En este
caso, como veremos, los precios tenderán a unificarse para
cada bien, sopesando las valoraciones individuales de
innumerables oferentes y demandantes.
Lo maravilloso del orden espontáneo del mercado es que
en lugar de que una autoridad intente la imposible misión
de calcular los precios adivinando las valoraciones
diferentes de millones de personas, ocurrirá algo mucho
más sencillo: millones de personas tomarán sus propias
decisiones individuales a la luz de las señales que le
indicarán los precios. Curiosamente, la gente ha sido
convencida, tras una prédica constante, de que es más fácil
que un funcionario resuelva por todos a que cada uno
resuelva por sí mismo. Esta idea, base del autoritarismo
paternalista, ha sido suficientemente contradicha por la
teoría económica y por los hechos.
2. La vinculación de todos los precios. El factor
competitivo permanente
Bienes, servicios y dinero, compiten entre sí porque son
escasos con relación a los distintos usos a los que las
personas podrían aplicarlos. La economía expresa las
preferencias de las personas respecto de bienes escasos; y
para tomar esas decisiones se basa en la relación de
intercambio entre todos los bienes con uno que sirve de
denominador común, que es el dinero, y que también es
escaso.
Si el dinero fuese de una cantidad infinita y estuviese
disponible en todo momento para todas las personas, no
existirían precios, pues quien quisiera un bien estaría
dispuesto a ofrecer lo infinito, al igual que otros potenciales
compradores, y el vendedor no estaría dispuesto a entregar
su bien escaso a cambio de dinero que también sería infinito
para él. Los bienes no competirían entre sí por el dinero
disponible, pues habría dinero para comprarlo todo a
cualquier precio, lo que significaría en definitiva que el
dinero ya no existe66.
Examinar la teoría de precios nos ayuda a entender el
funcionamiento del mundo. En la medida en que se convirtió
en un sitio más poblado, más complejo, con mayor cantidad
de posibilidades de interacción y búsqueda de bienestar, se
ha hecho evidente que participamos en un proceso de
cooperación y asociación que suele tener como producto
final una serie de consecuencias que ni siquiera sabíamos
que contribuíamos a provocar. Por eso se ha concluido -
como hizo Hayek- que la complejidad del proceso social es
tal que no puede ser regulado o planificado por ninguna
autoridad67.
El presunto éxito de la planificación se basó en un hecho
claro, que Hayek explicó al examinar los dos regímenes
totalitarios en conflicto durante la Segunda Guerra mundial,
la Alemania Nazi y la Rusia Soviética: cualquier meta es
alcanzable si los recursos son ilimitados. Yo puedo tener un
Ferrari, si para ello vendo mi casa, mi auto y pongo todos
mis ahorros y además adquiero un préstamo. Pero el costo
de oportunidad es tan alto que jamás haría eso en mi sano
juicio. No obstante, es posible pensar que el Estado es
capaz de hacer cosas que las personas individualmente no
pueden hacer, tan solo porque tiene acceso a los recursos
necesarios gracias a ese monopolio de la fuerza. Claro que
al pensar en ello omitimos el hecho de que esos recursos les
serán sustraídos a la gente a un alto coste, consistente en
que deberían renunciar cada uno a sus propios fines
personales.
Apenas cabe dudar que casi todos los ideales técnicos de
nuestros expertos se podrían realizar dentro de un
tiempo relativamente breve, si logramos que fuera el
único fin de la Humanidad68.
Esta circunstancia produce varios efectos en el
razonamiento de la gente:
a. Tiende a pensar que las grandes obras sólo pueden ser
hechas a través de una planificación centralizada.
b. Ve las ventajas de que sea un representante del
“pueblo” quien decida qué cosas hacer en lugar del
egoísmo individual de los particulares.
c. Menosprecia y descarta las preferencias de los
propietarios de los recursos expropiados por el Estado,
quienes los hubiesen empleado en sus propios fines.
Todas las personas tienen valores diferentes que ordenan
según sus preferencias, y si pudieran, utilizarían todos los
recursos disponibles de la sociedad para seguir ese orden
de lo que consideran bueno o deseable. Rápidamente pasan
de pensar que algo es bueno a pensar que debería ser
obligatorio. En definitiva, quieren que haya un planificador,
pero que planifique según su propia escala de valores.
La ilusión del especialista, de lograr en una sociedad
planificada mayor atención para los objetivos que le son
más queridos, es un fenómeno más general de lo que la
palabra especialista sugiere en un principio. En nuestras
predilecciones e intereses, todos somos especialistas en
cierta medida. Y todos pensamos que nuestra personal
ordenación de valores no es sólo nuestra, pues en una
libre discusión entre gentes razonables convenceríamos a
los demás de que estamos en lo justo... y todos desean,
por ese motivo, la planificación. Pero sin duda, adoptar la
planificación social por la que claman no haría más que
revelar el latente conflicto entre sus objetivos69.
Esta situación no mejora si se introducen elementos de
democracia en la toma de decisiones. Pues a lo sumo la
democracia permitirá, o bien elegir al planificador –quien
luego tomará sus propias decisiones siguiendo sus propios
intereses y valores-, o bien elegir los fines –que no serán los
de cada una de las personas que será obligada a contribuir,
sino los de una parte de ellas que terminarán decidiendo los
fines del conjunto70. Es que ningún planificador, por más
poderoso que sea, tendrá el conocimiento necesario sobre
las preferencias y decisiones individuales. Ese es el principal
inconveniente de la pretensión de planificación:
No es simplemente la enorme cantidad de datos que
excede la capacidad de la mente humana. Cabe pensar
que un ordenador con capacidad suficiente podría
almacenarlos. Pero el problema real es que el
conocimiento necesario es un conocimiento de pautas
subjetivas, de compromisos entre objetivos que no se
encuentran articulados en ninguna parte, ni siquiera en
el seno de la persona misma. Se podría pensar que ante
la cruda perspectiva de una bancarrota vendería antes mi
automóvil que el mobiliario de mi casa o que sacrificaría
antes la nevera que la estufa, pero esto es algo que no
sabré hasta que llegue el momento. Si nunca llegaré a
convencer de antemano cuál será mi decisión en esta
clase de encrucijadas menos conoceré las de los demás.
No hay forma de introducir esta clase de información en
un ordenador cuando nadie la posee de antemano71.
Por el contrario, a través del proceso de mercado, no es la
autoridad de un planificador la que toma por la fuerza los
recursos de todos y los emplea en lo que en definitiva
indique su propia orden de valores, sino que cada uno
persigue sus propósitos individuales, y al hacerlo busca la
cooperación de los demás, para lo cual debe a su vez
contribuir a la satisfacción de los suyos. De este modo las
personas ordenan el empleo de sus recursos de modo
eficiente, siguiendo la indicación de los precios72.
Los precios transmiten la experiencia y las percepciones
subjetivas de unos como conocimiento efectivo para los
demás. Es un conocimiento implícito que toma la forma
de incentivo explícito. Las fluctuaciones de los precios
transmiten el conocimiento de los conflictos cambiantes
entre opciones que varían cuando las personas ponderan
costes y beneficios de manera diferente a lo largo del
tiempo, con variaciones en las preferencias o la
tecnología. La totalidad del conocimiento transmitido por
los innumerables precios y sus amplias fluctuaciones
excede con creces lo que cualquier persona puede o
necesita saber para sus propósitos73.
El proceso de mercado basado en el ejercicio de derechos
de propiedad y la libertad contractual, sin interferencias y
con acceso libre al conocimiento, genera un proceso de
acomodamiento de bienes escasos a sus usos más
eficientes o valorados, que es difícil de asimilar a primera
vista. Intuitivamente se piensa que los procesos complejos
necesitan de planificadores; pero la realidad es que los
procesos sociales, que se cuentan entre los fenómenos más
complejos, dependen de tantas decisiones volubles tomadas
por tal cantidad de personas, que ninguna autoridad los
podría planificar. El sistema de precios hace ese trabajo con
mucha mayor eficiencia74. De hecho, el proceso de mercado
es conceptualmente contrario al de la planificación, en el
sentido de que las personas que contribuyen
voluntariamente, ni saben ni les interesan los fines o
resultados últimos a los que están contribuyendo –los cuales
en la etapa de su colaboración tal vez ni siquiera existan-,
sino cómo el acuerdo o intercambio puntual en el que
interviene, es provechoso para sus propios intereses.
Las personas tienen recursos limitados, que deben ser
distribuidos para adquirir la mayor cantidad posible de los
bienes que desean tener. Cada vez que emplean parte de
sus recursos en la adquisición de un bien, no sólo pagan un
coste vinculado con la disminución de sus recursos, sino que
además pagan un “coste de oportunidad”, que está dado
por todos aquellos otros bienes que no pudieron adquirir
porque se decidieron por aquel que finalmente compraron.
Esto ocurre fundamentalmente por dos motivos, que se
interrelacionan:
a. Porque los recursos son escasos, con respecto a todos
los potenciales usos que a cada uno de nosotros se nos
puedan ocurrir.
b. Porque todos los bienes compiten entre sí por esos
recursos escasos, de modo que si me decido por adquirir
un bien, deberé resignar otro75.
Cuando se observa el fenómeno de la competencia en el
mercado, se suele examinar la contienda entre distintos
oferentes de un mismo producto, que se enfrentan por
obtener mejor precio y calidad. Pero lo cierto es que todos
los productos están compitiendo. Si compro zapatos,
posiblemente me quede sin dinero para comprar naranjas,
de modo que las naranjas y los zapatos compiten por mis
recursos, a pesar de que a simple vista parecieran no estar
relacionados y de que la actividad de uno es desconocida y
carece de interés para quien produce el otro.
Por la definición de “bien” deducimos que dos bienes no
pueden ser “sustitutos perfectos” uno del otro, puesto
que si los consumidores los consideran idénticos se
transformarían, por definición, en un mismo bien. Todos
los bienes de consumo son, por otra parte, sustitutos
parciales de algún otro bien. Cuando una persona ordena
según su escala de valores la infinidad de bienes
disponibles y estima la utilidad decreciente de cada uno,
está considerando unos como sustitutos parciales de
otros. Un cambio de posición en la escala
necesariamente cambiará la posición de todos los bienes,
puesto que toda relación valorativa es ordinal y relativa.
El aumento de precio de un bien (debido, por ejemplo, a
una disminución en la producción) tenderá a desviar la
demanda del consumidor hacia otros bienes de consumo
y, por lo tanto, sus demandas tenderán a aumentar.
A la inversa, un aumento en la oferta y la consiguiente
disminución del precio de un bien tenderá a desviar la
demanda del consumidor desde otros bienes hacia este,
y decrecerán las demandas de los otros bienes (en
algunos casos más que en otros)76.
Los precios permiten resumir las valoraciones individuales
a un común denominador, que es el dinero, y ello cumple a
su vez varias funciones:
a. Individualmente, permite orientar u ordenar las
preferencias individuales para el empleo de recursos
escasos.
b. Socialmente, permite “barrer” el mercado, al encontrar
un punto (el “precio de mercado”) donde se nivelan la
oferta y la demanda. Por encima de ese precio ya no habrá
gente dispuesta a comprar; por debajo de ese precio no
habrá gente dispuesta a vender. En ese punto, existen
tantos compradores como vendedores que harán tratos
para adquirir las cantidades disponibles de los distintos
bienes.
Ello no significa que no quede gente que quisiera adquirir
el bien o desprenderse de él. Pero ya no estarán dispuestas
a hacerlo al precio de mercado. A dicho precio no habrá ni
sobrantes ni faltantes artificiales del bien.
Ello explica las variaciones de precios cuando varía la
cantidad de un bien. Si crece la producción de naranjas,
para poder venderlas todas el precio deberá descender al
nivel de potenciales compradores que con menor cantidad
hubiesen quedado fuera por el precio superior. En definitiva,
el precio aspira a ser el punto de equilibrio para que todos
los productos disponibles sean comercializados, y no existan
oferta o demanda insatisfechas. Por este motivo, precio y
dinero son conceptos que es muy difícil desligar.
El uso del dinero no descarta la idea del trueque, sólo lo
facilita al encontrar un bien que todos están en mayor o
menor medida dispuestos a aceptar a cambio de sus
propios bienes. Cuando alguien compra un producto en el
supermercado, en realidad está efectuando un trueque
entre el producto y el dinero que paga por él. Cuando los
precios suben o bajan, habitualmente lo analizamos
respecto de los productos que se relacionan con el dinero;
pero también podría decirse que el precio del dinero sube y
baja con relación a los bienes adquiridos.
De tal modo que el precio de un bien puede subir o bajar
por dos motivos fundamentales: o porque ese bien
específicamente se ha valorizado o desvalorizado para
quienes lo negocian, por distintos motivos que atañen a ese
bien en concreto; o porque el dinero que se entrega en la
operación se ha valorizado o desvalorizado para esas
personas, también por diferentes razones que se vinculan
específicamente con el dinero. Como en todo intercambio, el
precio será el punto de confluencia en las valoraciones de
ambas partes.
La cantidad disponible será, tanto respecto de los bienes
como del dinero, uno de los motivos fundamentales por los
cuales su valor –y su precio- tenderán a incrementarse o
disminuir. A mayor cantidad de dinero, algunas personas
estarán dispuestas a entregar más por aquello que quieren
tener a cambio. En la medida en que la utilidad marginal del
dinero disponible disminuye debido a la mayor cantidad, los
precios tenderán a aumentar.
Es decir que el precio no sólo expresa el valor de los
bienes, también el del dinero utilizado para adquirirlos. En
definitiva, el “poder adquisitivo” del dinero con respecto a
cada uno de los bienes, estará dado por la demanda de
dinero (como factor de aumento de valor) y la cantidad de
dinero existente (como factor de disminución de valor)77.
Vimos que el intercambio y la cooperación social han sido
esenciales para el crecimiento humano. La división del
trabajo, los precios, los contratos, permitieron a los seres
humanos salir de las cavernas para producir y comerciar
una gran cantidad de bienes que antes no tenían
destinatario dentro de la economía familiar o del clan.
La existencia del intercambio y sus posibilidades permiten
a las personas producir para un “mercado”, en vez de
hacerlo exclusivamente para ellos mismos. En lugar de
intentar maximizar su propio uso, cada persona puede
ahora producir bienes previendo su valor de cambio, e
intercambiarlos por otros más valiosos para él.
Empíricamente sabemos que la economía del intercambio
ha permitido incrementar la productividad y la satisfacción
de todos los que participan de ella78. Cuando tales
intercambios se llevan a cabo en forma libre, se habla de
una sociedad “contractual” basada en acuerdos celebrados
voluntariamente sobre la base del interés propio de los
participantes, según sus valoraciones y preferencias79.
3. ¿Por qué varían los precios cuando la cantidad de
dinero permanece inalterada?
Consecuentemente con lo que vengo diciendo, aun cuando
la cantidad de dinero permanezca inalterada, los precios de
los bienes pueden modificarse por motivos endógenos al
mercado. Ello ocurre cuando:
1. Cambia las valoraciones de las personas. En tanto la
cantidad de dinero permanezca igual, las personas deben
decidir en qué estarán dispuestas a emplearlo. Si como
consecuencia de modas, cambios de preferencias
personales, modificaciones tecnológicas u otros motivos
las valoraciones se modifican, ello modificará a su vez la
oferta y la demanda de bienes, con incidencia sobre los
precios.
2. Cambia el precio de un producto final, lo que influye
sobre el precio de aquellos bienes necesarios para
fabricarlo, y el de los bienes alternativos o sustitutos.
Todos los precios están vinculados entre sí, y es fácil
advertir cómo una modificación en un precio afecta a
muchos otros.
3. Cambian las cantidades de bienes ofrecidos al mercado,
lo que afectará a la oferta y por lo tanto al precio, del
modo que ya hemos visto antes.
4. Se modifica la tecnología o los procedimientos de
producción, que inciden sobre los costos de ciertos bienes,
y en consecuencia permiten disminuir el precio en la
medida en que ello conduzca a un efectivo incremento de
la oferta debido a una mejor y más efectiva forma de
producción80.
La confusión en la relación de precios y costos, ha llevado
a afirmar a muchos políticos que ciertas circunstancias que
provocan incrementos en los costos se verán
necesariamente reflejadas en los precios.
Un ejemplo muy habitual de ello es el incremento del
precio de las divisas utilizadas para comprar insumos. De
acuerdo con lo que habitualmente sostienen los políticos
para esconder otras explicaciones, dicho aumento es el
motivo por el cual aumenten los precios de los bienes, y es
una clásica excusa para justificar la inflación.
Pero es importante no olvidar que los precios podrán
aumentar en tanto haya dinero con el cual pagarlos y la
intención de las personas de gastar más por ellos. Si la
cantidad de dinero permanece inalterada y la gente no está
dispuesta a resignar la adquisición de ciertos bienes para
pagar más caros otros, estos últimos no serán adquiridos,
no importa que su coste de fabricación haya aumentado y
que la gente los quiera81.
Es importante tener en cuenta los motivos de mercado
que hacen que algunos precios de algunos productos
puedan variar, porque ello demuestra la inconveniencia de
utilizar índices de variación de precios y tomarlos como
“índices de inflación”.
Si, por ejemplo, se desata una guerra u otra circunstancia
general y grave en un país que exporta grandes cantidades
de petróleo, probablemente la oferta de petróleo en el
mundo disminuya circunstancialmente, y su precio tienda a
aumentar. Si sube el precio del petróleo, tenderán a subir
los precios de los combustibles y de algunos otros productos
relacionados. Ello influirá de diferentes maneras en distintos
países por variadas circunstancias. En muchas partes, a ese
incremento circunstancial de algunos precios, lo llaman
“inflación”, lo que es un error.
De hecho, para que suba el precio de los combustibles –si
la cantidad de dinero permanece inalterada-, deberán
emplearse recursos que dejen de usarse en la compra de
otros productos. No se pueden pagar mayores precios sin
sacrificar otros consumos, a menos que se incremente la
cantidad de dinero disponible. De modo que la
circunstancial disminución de la oferta de petróleo podría
incrementar el precio de los combustibles, a expensas de la
disminución del precio de otros bienes que la gente dejaría
de comprar para pagar más caro su combustible.
Sobre cómo se adecuen los precios, influirá mucho la
elasticidad o inelasticidad de la demanda. La demanda es
inelástica cuando aunque el precio se incremente, la
demanda no disminuirá en la misma proporción. Ello ocurre
con los bienes más valorados por la gente, como por
ejemplo el combustible, de modo que a pesar del
incremento del precio intentará seguirlo comprando a
expensas de otros productos menos valorados.
Pero la demanda de bienes no tan necesarios o valorados,
como por ejemplo ciertas golosinas, comidas exóticas o
adornos, tiende a ser elástica, es decir, que el incremento
del precio producirá una retracción de la demanda. La gente
no estará dispuesta a comprar ese producto si el precio
sube. La demanda de todos los bienes, para cada persona y
en cada circunstancia, tiene distintos grados de
“elasticidad”. Es por ello que la disminución circunstancial
de petróleo a la venta y el incremento en su precio es
noticia central en todo el mundo, porque la gente en
general valora el combustible y buscará la forma de
continuar adquiriéndolo; pero no lo es la disminución
circunstancial en la oferta de ciertos abanicos españoles y el
incremento de su precio.
Otro factor que influye en estos casos, como vimos es la
cantidad de sustitutos disponibles para ese bien82. En
definitiva, el mecanismo de precios del mercado termina
haciendo que los recursos se distribuyan según las
adquisiciones más eficientes dadas por la valoración de los
participantes y la cantidad de bienes disponibles.
La inflación es otra cosa, es la distorsión de los precios
relativos como consecuencia del desfasaje entre la cantidad
de dinero y la cantidad de bienes que se pueden comprar
con tal dinero. Llamar “índice de inflación” a un “índice de
precios”, no sólo es un error conceptual, no se hace por
ignorancia ni con buenas intenciones: es la manera que los
políticos han encontrado para desviar su responsabilidad
sobre un problema que ellos mismos crearon.
4. Precios y equilibrio
Por lo dicho, el sistema de precios puede ser visto como una
especie de “tablero de señales”, que indica a las personas
lo que en principio deberían entregar de su propio
patrimonio para obtener cada uno de los objetos disponibles
en el comercio, y a partir de allí efectuar sus cálculos de
cómo emplearán sus recursos. El dinero permite relacionar
el valor de todos los bienes con el de uno, y de ese modo
tomar decisiones más eficientemente.
Como los recursos son escasos, los precios ayudan a
elaborar un orden de preferencias personales. Eso es lo que
hace generalmente quien recibe su salario a fin de mes.
Sabe cuánto dinero recibirá, y gracias al sistema de precios
puede calcular de qué modo empleará esos recursos
escasos para satisfacer la mayor cantidad posible de
necesidades y gustos. Para ello se basa en una
simplificación a la cual ya me referí antes, es decir, la
presunción de que las preferencias, y por lo tanto los
precios, en general permanecerán inalterables en el corto o
mediano plazo.
Pero esta simplificación esconde el hecho de que la
determinación de precios es un proceso altamente complejo
que depende de muchísimas variables; y que por más que
en una sociedad con moneda estable tengamos la
sensación de que los precios permanecerán estables,
existen múltiples motivos por los cuales cambian
frecuentemente.
La visión económica neoclásica mostró al mercado como
un fenómeno en el cual, a partir de los precios establecidos
mediante oferta y demanda, los particulares pueden
maximizar las funciones de utilidad, producción y consumo.
Para que el modelo funcionara, mantuvieron un criterio
estático que incluyó la estabilidad en los recursos, el
conocimiento perfecto, la invariabilidad de las preferencias,
la posibilidad de ejercer sin trabas los derechos de
propiedad y no tuvo en cuenta mayormente los costos de
transacción.
Si bien todas esas variables son fácilmente advertibles,
conspiran contra la posibilidad de pensar en precios
equilibrados y entorpece las chances del cálculo económico.
Si todo cambia permanentemente, es imposible el cálculo
futuro.
Un severo llamado de atención a esta idea la brindó el
trabajo de Ronald Coase de 196083, donde explicó que para
que el proceso de mercado funcione de manera óptima, se
requieren dos condiciones: que los derechos de propiedad
estén bien definidos y puedan ser ejercidos, y que los costos
de transacción sean cercanos a cero. Eso pocas veces
ocurre en la realidad, de modo que aquí existen dos
variables que, en el pensamiento de Coase, podían ser
resueltas o al menos minimizadas en sus consecuencias
nocivas, apelando a buenos criterios legales y judiciales.
Ello puso en discusión esa visión aséptica y estática del
mercado, y alentó el estudio de los otros factores que
pueden modificar dicho equilibro; tal variabilidad fue
claramente explicada por los autores de la Escuela
Austríaca.
Para la Escuela Austríaca, el orden social es un producto
complejo de interacciones individuales, ocurridas a partir
de los más variados motivos particulares, que producen
consecuencias no buscadas y determinadas formaciones
espontáneas. La observación del resultado final, o de la
decisión individual desnuda, impide conocer en cada
caso los propósitos concretos o realizar una síntesis de la
gran cantidad de decisiones de todo tipo que
contribuyeron a ese resultado84.
Por su parte, casi nada es constante en la evolución de
las relaciones humanas, y por eso la economía denomina
a los distintos elementos de los fenómenos sociales
precisamente como “variables”, y a efectos meramente
científicos se recurre a la ficción de pretender que aislada
una de esas variables, el resto permanezca estable
(expresado con la alocución latina ceteris paribus).
Explicó Mises que este supuesto es una ficción
indispensable para el razonamiento y para la ciencia. En
la vida real todo fluye sin cesar, pero para el
pensamiento debemos construir un imaginario estado de
quietud85.
Pero este modelo estático que ofrecieron los economistas
neoclásicos perduró en el tiempo con todos sus vicios,
tolerados tan sólo en pos de la pretensión de poder extraer
de allí algunas conclusiones generales para el análisis
científico, y sobre todo, para que sirviera a la hora de hacer
predicciones y elaborar planes.
Podría conjeturarse que en este punto los políticos
prevalecieron sobre los científicos. La ciencia económica
debió enfocarse en el estudio de estas particularidades de
la interacción humana –como hizo la Escuela Austríaca-,
pero ello impedía obtener resultados fácilmente
generalizables para el uso político. Por tal motivo, varias
escuelas económicas se embanderaron en una visión más
simple y colectivizada del fenómeno social.
Mises recurrió a una serie de construcciones imaginarias
para poder aceptar este tipo de análisis. Una de ellas es lo
que denominó “economía de giro uniforme”, que supone
una situación de precios que, una vez determinados, no
sufren variaciones posteriores86. Pero lo cierto es que tales
variaciones ocurren, aunque muchas veces suceden de un
modo tan lento o limitado, que permiten de todos modos
efectuar cálculos útiles.
Si dejamos por un momento de lado las variaciones que
puedan producirse por motivos exógenos al mercado -
fundamentalmente por intervenciones estatales de todo
tipo-, es claro que las valoraciones individuales de las
personas sobre los productos que compran o venden
también están sujetas a fluctuación. Sin embargo, a los
efectos del cálculo económico, uno de los requisitos
necesarios es considerar la estabilidad en las preferencias.
La persona que consume leche habitualmente, compra
una determinada cantidad por semana que en general
puede permanecer inalterada mientras mantenga sus
hábitos. Por supuesto que tales hábitos podrán cambiar,
podrá volverse vegana, o por el contrario, hacer una dieta
basada en lácteos. Pero para poder realizar cálculo
económico, es necesario presumir que los cambios en las
decisiones de consumo se efectuarán en forma pausada y
paulatina.
Es más, que una persona se vuelva vegana de un día para
el otro podrá significar un cambio drástico respecto de su
demanda de lácteos, pero en los grandes números que
involucran al mercado de la leche en un país, esa decisión
individual es prácticamente irrelevante en términos de
precios y producción, y probablemente se compense con las
decisiones de otras personas en sentido contrario.
Por su parte, el productor y vendedor de lácteos basa su
producción y su oferta en el cálculo de cuál supone que será
la demanda de sus productos a determinado precio,
tomando como base las cifras de los años anteriores. No
espera cambios abruptos, aunque sí podrá examinar
tendencias individuales que en el futuro puedan justificar
modificaciones en la producción.
Ambos, consumidores y productores, compradores y
vendedores, necesitan calcular sus acciones sobre la base
de un sistema de precios equilibrado, que se base
mayormente en conductas y preferencias reveladas en el
pasado, aun cuando sepan que en definitiva tal equilibrio,
en el mejor de los casos, es provisorio y temporal.
Mientras las variaciones examinadas sean las propias del
mercado, es sólo ocasional que se produzcan grandes
alteraciones de los precios de manera abrupta, y se deberá
generalmente a innovaciones tecnológicas o
descubrimientos que cambian costumbres y preferencias.
Pero cuando las variaciones se basan en acciones
estatales coactivas, son mucho más frecuentes los cambios
radicales. Ello es así porque la acción estatal involucra a
todas las personas a través de imposiciones coactivas,
mientras que los cambios producidos en el mercado
dependen de decisiones individuales voluntarias y limitadas.
Dentro de tales variaciones, como veremos, una de las
más notorias respecto del equilibrio de precios es el
aumento artificial de la cantidad de dinero en el mercado,
producido por la acción estatal.
5. El precio del dinero.
El dinero es un bien cuyo valor es adjudicado por cada
persona como ocurre con el resto de los bienes, y que por lo
tanto tiene un precio en el mercado. Como vimos, el dinero
comenzó siendo uno o varios bienes de uso con aceptación
generalizada, lo que muchas veces llevó a dicho bien a
incrementar su valor, en tanto sumaba al valor de uso, el de
intercambio.
Rothbard sintetizó los usos a los que puede servir el
dinero, de la siguiente manera:
a) los usos no monetarios de la mercancía dinero (tal
como el uso del oro para ornamentación); b) los gastos
en las diferentes variedades de bienes de consumo; c) la
inversión en diversas combinaciones alternativas de
factores de producción, y d) el incremento del saldo en
efectivo. Cada una de estas grandes categorías de uso
reúne un gran número de tipos y cantidades de bienes, y
cada opción en particular se ordena según la escala de
valores de los individuos. Puede verse con claridad cuáles
son los servicios que prestan los bienes de consumo:
proporcionan satisfacción inmediata a los deseos
individuales y son, por lo tanto, bien evaluados de
acuerdo con su escala de valores. También resulta claro
que, cuando el dinero se usa con propósitos no
monetarios, se convierte en un bien de consumo directo
en vez de ser un medio de intercambio. La inversión…
implica un incremento en el nivel de consumo futuro a
través de invertir en el presente en bienes de capital87.
En los orígenes, su valor como dinero partía de su valor
como bien, que era un piso que en definitiva mantendría
aun cuando dejara de servir como dinero.
Determinar el precio del dinero se complica por el hecho
de que habitualmente todos los precios se establecen en
dinero, y entonces pareciera producirse una suerte de
círculo vicioso en el cual necesitamos conocer el valor del
dinero para establecer la relación del dinero con los demás
bienes.
Para determinar el precio de un bien, analizamos la
demanda del mercado para ese bien; esto depende de
las demandas individuales, estas a su vez están
determinadas por las preferencias individuales respecto
de las unidades de ese bien y respecto de las unidades
de dinero, estas últimas determinadas, a su vez, por las
diferentes opciones que el uso del dinero presenta;
incluso estas últimas alternativas dependen, a su vez, de
los precios de los otros bienes. Una demanda hipotética
de huevos deberá asumir como “dado” algún precio
monetario para la manteca, la ropa, etc.. Pero ¿cómo
pueden entonces usarse escalas de valores y utilidades
para explicar la formación de los precios monetarios
cuando las propias escalas de valores y utilidades
dependen, a su vez, de la existencia de precios
monetarios?
Resulta evidente que este problema de la circularidad es
de vital importancia (X depende de Y, mientras que Y
depende de X) y no solo existe en relación con las
decisiones de los consumidores, sino también con
referencia a cualquier decisión de intercambio que ocurra
en una economía de mercado88.
Mises explicó este punto en su teorema de la regresión
monetaria. La valoración del dinero por la gente está
condicionada por su poder adquisitivo, que a su vez está
condicionado por su poder adquisitivo anterior, y así
sucesivamente hasta llegar al “primer momento” en que se
recurrió al bien como dinero, donde su poder adquisitivo
estaba determinado por el uso no monetario del bien.
Las personas valoran el dinero hoy, porque era valioso
ayer y piensan que lo seguirá siendo hoy; y ayer lo
consideraban valioso porque antes de ayer lo era. Y es
posible rastrear esa valoración hacia atrás, hasta llegar al
momento en que dicho dinero era valioso no por su uso
como medio de intercambio, sino como mercancía. En
definitiva, la explicación de Mises parte de la base de que el
dinero ha sido inicialmente un bien de uso que reúne
determinadas características que lo convirtieron en medio
de intercambio.
El problema se produce cuando examinamos el dinero de
papel, de creación estatal y uso forzoso. Tal dinero carece
de valor como bien de uso o consumo, y sólo lo conserva en
tanto las personas lo valoren por su poder adquisitivo en sí
mismo. Tal valor dependerá, en última instancia, de la
utilidad marginal que ofrezca, la que a su vez dependerá de
su cantidad en el mercado y la confianza que la gente tenga
en que será aceptado como medio de intercambio.
Cuando el mercado monetario es libre, las personas
elegirán las monedas confiables y descartarán las que son
poco confiables. Si el uso de distintas monedas está
regulado a través de precios o tipos de cambio fijados
discrecionalmente por el gobierno, por aplicación de la
llamada Ley de Gresham89 las personas tenderán a usar las
monedas artificialmente sobrevaluadas para desprenderse
de ellas, y conservarán las que consideran más valiosas.
Por ello, la situación donde existe moneda de papel, sin
valor como mercancía, impuesta monopólicamente por el
Estado, en un mercado donde la circulación de otras
monedas está restringida o regulada artificialmente, es el
peor de los mundos. En un sistema tal es muy difícil, no sólo
conocer el valor del dinero, sino poder rectificarlo o incluso
cambiar de moneda cuando pierde su valor adquisitivo.
Hay que distinguir, por otra parte, el valor puntual que las
personas otorgan al dinero cuando realizan sus
transacciones, del valor general que el dinero tiene para
ellos. Ya vimos que ha existido en todos los tiempos una
creencia general en el valor del dinero en sí mismo, con
independencia de su cantidad y otras circunstancias.
Cuando los soberanos acuñaban moneda, la gente
confiaba en el valor de las monedas como tales, y aun
cuando se la defraudaba quitándole a cada una un poco del
metal precioso que contenía, tardaba en darse cuenta de la
pérdida de su valor adquisitivo. Lo mismo sucede con los
billetes; la emisión en exceso no produce de inmediato su
pérdida de valor, y como es el gobierno el primero en poner
en circulación los nuevos billetes, puede aprovechar su
valor inicial, y transferir las consecuencias de su
devaluación a quienes lo reciban luego.
Pero la gente tiene esa sensación de que el dinero nunca
pierde su valor. En este sentido, la demanda de dinero
tiende a ser ilimitada, desde que lo que en teoría puede
adquirirse con ese dinero también lo es. Sólo cuando las
personas advierten que cuanta mayor cantidad de dinero
circula, su valor adquisitivo disminuye, esa valoración a
priori del dinero comienza a disminuir en las preferencias.
La idea popular de que la demanda de moneda es
ilimitada es fuente de innumerables errores. Todo el
mundo puede usar más dinero. Pero ello lleva a confundir
la demanda de riqueza, que puede ser ilimitada en la
mayoría de los individuos, con la demanda de moneda.
La gente quiere moneda debido a su poder adquisitivo de
riqueza real y no demanda más moneda por la moneda
misma con un diluido valor adquisitivo. ¿Quién quiere
más moneda que no proporciona mayor riqueza
verdadera? En el mercado es la demanda efectiva lo que
afecta los precios y la producción. Esta demanda
efectiva, que se refleja en el deseo individual de dejar de
lado otros bienes y servicios, es siempre limitada. Es
estrictamente limitada tanto para los bienes económicos
como en lo que respecta a la moneda90.
Las personas advierten entonces que el precio del dinero
está dado por su poder adquisitivo; que éste a su vez
depende de su utilidad marginal, la que se relaciona
claramente con la cantidad de dinero en comparación con
los demás bienes.
En un sistema monetario libre, las personas decidirán a
través del proceso de mercado cuánto dinero hará falta para
satisfacer las necesidades del intercambio, y efectuarán
permanentemente las correcciones necesarias. Pero en un
sistema monetario basado en papel emitido
monopólicamente por el Estado, la cantidad de dinero
deberá ser decidida por alguna autoridad. Esto trae serios
problemas que explican por qué la inflación es un fenómeno
tan frecuente en el último siglo. Sobre este tema de cómo
determinar la cantidad de dinero en un los actuales
sistemas monetarios, volveré más adelante.
6. La interferencia estatal en los precios
Es muy frecuente que los políticos intenten interferir en los
precios para lograr efectos que consideran beneficiosos. Los
economistas ponen su grano de arena al darle fundamentos
pseudocientíficos a la tendencia a encontrar “fallas” en el
mercado, allí donde los resultados no son los preferidos por
ellos. A partir de allí justifican su intervención a través de la
legislación.
En otro trabajo, junto con Andrea Rondón hemos definido
al “intervencionismo” como el modelo de gobierno basado
en un sinnúmero de acciones estatales irregulares,
decididas de manera discrecional sin atenerse a reglas
generales abstractas superiores, y que suponen avanzar
sobre los derechos individuales en la forma de mandatos o
prohibiciones”91.
Sostenía Mises en 1929 respecto de este concepto:
El intervencionismo pretende mantener la propiedad
privada, pero al mismo tiempo quiere regular la actividad
de los propietarios de los medios de producción a través
de normas imperativas, y sobre todo de prohibiciones.
Cuando ese control se lleva hasta el punto en que todas
las decisiones importantes dependen de las directrices
del gobierno, cuando ya no es el motivo del beneficio de
los propietarios de los medios de producción, de los
capitalistas y de los empresarios, sino la razón de Estado,
lo que decide qué es lo que hay que producir y cómo
producirlo, lo que tenemos es un orden socialista, aunque
se mantenga la etiqueta de la propiedad privada92.
La intervención estatal en el proceso económico se puede
producir ejerciendo distintas facultades para restringir el
ejercicio de derechos de propiedad, regulaciones al
intercambio económico vinculadas con la producción o
comercialización de bienes y servicios, que incluyen la
intervención directa del Estado a través de las llamadas
“empresas públicas”, o disponiendo monopolios, la
intervención al comercio internacional a través de barreras
arancelarias o controles de cambios, el manejo monetario a
través de la emisión y las regulaciones bancarias y
financieras, incrementando los impuestos y otros tipos de
tributos para financiar el aparato burocrático, etc.93
Entre estas medidas de intervención estatal están los
controles a los precios. Tales controles o interferencias no se
vinculan sólo con los precios de las mercaderías, sino que
incluyen todo tipo de precios, sea del trabajo, del dinero, de
las divisas o productos importados, etc.
El intervencionismo económico, en definitiva, significa
que la autoridad pública, por los medios a su alcance,
procura establecer para las mercancías, los servicios y
los tipos de interés, unos precios distintos de los que para
ellos hubiera fijado un mercado libre de trabas. El poder
implanta tasas máximas o mínimas –o faculta, tácita o
expresamente, a determinadas organizaciones a
instaurarlas por sí mismas- y adopta las medidas
oportunas para que, por la fuerza y la coacción, tales
mandatos se cumplan.
Al implantar las tasas, el gobierno aspira, o bien a
defender a los consumidores, cuando son máximas, o
bien a los vendedores, si tienden el carácter de mínimas.
Las primeras pretenden que el comprador pueda adquirir
lo que precisa a precio inferior al que determinaría el
mercado libre. El precio mínimo, en cambio, quisiera que
el vendedor colocara su mercancía o servicios a un precio
superior a aquél. Según sea la constelación de fuerzas
políticas que prevalezca, el poder público instaura unas u
otras. Han sido, por eso, a lo largo de la historia,
decretados precios máximos y mínimos, salarios
máximos y mínimos. Sólo el interés fue una notoria
excepción: nunca conoció limitaciones mínimas;
invariablemente se le fijaron precios máximos. Se
desconfió siempre del ahorro y el crédito94.
Podemos mencionar brevemente algunas de las formas de
interferencia y distorsión legislativa de los precios:
a. Interferencias en los precios de bienes y servicios
Es una de las formas más comunes de intervenir sobre la
generalidad de los intercambios, sea fijando precios
máximos o mínimos, o estableciendo regulaciones a la
producción, comercialización o distribución de bienes con el
propósito de influir sobre los precios.
Como vimos, una de la función de los precios es la de
“limpiar” el mercado95, esto es, encontrar un punto en el
cual todos los productos ofrecidos encuentran su comprador
a un precio determinado, sin que queden faltantes o
sobrantes. Ello es así, porque si sobran productos es porque
el precio es demasiado alto, y si faltan, es porque es
demasiado bajo. El ajuste en el precio hará que finalmente
toda oferta encuentre su demanda.
Si esos precios son alterados por decisiones legislativas,
sea imponiendo precios máximos (por encima de los cuales
está prohibido vender) o mínimos (por debajo de los cuáles
no es permitido comprar), la primera consecuencia es que
habrá ofertas o demandas artificiales insatisfechas, de
personas que quieren comprar o vender los productos al
precio establecido por la autoridad, pero que no los
encontrarán a ese precio.
A ello seguirá el desabastecimiento, mercado negro,
disminución en la producción, retracción en las ventas, etc.
Nunca los controles de precios han servido para otra cosa
que desviar la atención de las personas sobre los
verdaderos causantes de los problemas (los políticos), y por
el contrario, ha sido el instrumento para darle a esos
mismos políticos mayor poder sobre la gente, que es su
verdadero objetivo.
b. Interferencias en el precio del dinero
Otro precio que suele ser interferido es el del dinero, a
través de la regulación de los créditos, las tasas de interés,
los encajes bancarios, etc.
En tiempos de inestabilidad económica y jurídica, esta
interferencia estatal se intensifica e interfiere en las
decisiones de inversión a largo plazo, al imponer legalmente
determinadas tasas de interés y generar incertidumbre
respecto de los depósitos bancarios.
En ocasiones ello lleva a que sea el propio Estado el que
otorgue líneas de crédito a tasas preferenciales, lo que
suele ser un ámbito propicio para otorgar privilegios, pagar
favores o generar lealtades políticas. Además, muchas
veces esos créditos estatales suelen ser el mecanismo a
través del cual el Estado pone a circular dinero emitido sin
respaldo, lo que incrementa la inflación y los problemas
subsecuentes.
c. Interferencia en el precio de las viviendas y alquileres
El encarecimiento de los precios de las viviendas y de los
alquileres, como los demás precios, se produce cuando la
oferta se contrae. Si hay menos viviendas ofrecidas en
venta o alquiler, y la demanda es sostenida, las leyes
económicas explicadas más arriba muestran por qué los
precios subirán.
Frecuentemente, cuando los precios de las propiedades y
de los alquileres se incrementan, el Estado interviene
intentando proteger o beneficiar a quienes quieren comprar
o alquilar.
Estas soluciones suelen estar vinculadas con el
lanzamiento de líneas de crédito especiales, financiadas por
el Estado, a bajos intereses y largos plazos, para la compra
de viviendas; y más brutal en sus efectos nocivos, leyes que
regulan los alquileres, sea en el precio, en la duración de los
contratos o en la suspensión de desalojos.
Como vimos, la magia en términos económicos no existe, y
si bien en un primer momento la aparición de créditos
“blandos” para adquirir viviendas puede ser percibida por la
gente como una buena medida, sus resultados a la larga
son muy nocivos.
En efecto, el dinero que el Estado entrega a bajos
intereses y largos plazos para la compra de vivienda,
pueden salir de dos lados: o salen de la recaudación
impositiva, con lo cual es dinero que en lugar de invertirse
en producción -incluso en construcción de viviendas-, es
entregado a bajo precio a quienes buscan vivienda; o bien
es dinero emitido sin respaldo, generando inflación.
Por el contrario, la solución del problema requiere
inversión en construcción de nuevas viviendas si lo que se
busca es cubrir las necesidades del mercado incrementando
la oferta y bajando el precio. Si la cantidad de viviendas
ofrecidas no crece, entonces lo que estas líneas de crédito
barato consiguen es financiar a un puñado de compradores
privilegiados que, al disponer de dinero barato, incluso
contribuirán a aumentar el precio de las viviendas como
consecuencia del incremento en la demanda; y una vez que
ese dinero se acabe, el problema de la escasez de viviendas
se habrá intensificado. Además, es frecuente que esos
créditos sean repartidos a quienes demuestren lealtad
política al gobierno de turno, lo que contribuye a enturbiar
la situación.
La falta de capital para invertir en construcción, la
incertidumbre jurídica que provocan las regulaciones
estatales e interferencias al mercado y los derechos de
propiedad, y la inflación generada por la emisión de dinero
para dar créditos “baratos”, desalentarán la construcción,
habrá menos oferta de vivienda, y por lo tanto se agravará
el problema.
Respecto de las regulaciones a los alquileres, resulta claro
que toda alteración a la libertad contractual desalienta la
oferta de viviendas en alquiler. Todas las leyes regulatorias
de alquileres han producido, casi de inmediato, una
contracción en la oferta y un agravamiento del problema.
Todas ellas han fracasado invariablemente, no obstante que
cada tanto los políticos insisten en su implementación,
aprovechándose del hecho de que el público se renueva y
los motivos de sus anteriores fracasos se tienden a olvidar.
Las personas prefieren tener sus casas desocupadas antes
de someterse a regulaciones que incluso les impiden
desalojar a sus inquilinos si no pagan la renta, o actualizar
los montos según el incremento de los precios de otros
bienes. La regulación estatal puede llegar al extremo de
disponer sanciones para quienes tienen viviendas
desocupadas, ya sea con incrementos de impuestos, multas
o medidas más radicales. Lo que a su vez desalienta, no
sólo la oferta de viviendas en alquiler, sino también la
construcción de nuevas viviendas destinadas a su renta.
d. Interferencia en el precio del trabajo
El salario, como precio del trabajo, también ha sido objeto
de múltiples manipulaciones regulatorias, que con el
alegado propósito de beneficiar a los trabajadores,
invariablemente los ha perjudicado.
Regular los salarios tiene las mismas consecuencias que
regulan los otros precios: se contrae la oferta de trabajo,
disminuye la ocupación, se incrementa el mercado negro -
donde se contrata al precio de mercado, pero sin ninguna
protección a los contratos-. En definitiva, se empeora la
situación inicial que se quería mejorar.
La única manera genuina de incrementar la ocupación y
lograr la elevación de los salarios es a través de la inversión
de capital en actividad productiva, que a su vez incremente
la demanda laboral y por ese camino la ocupación y el nivel
de los salarios96. Los salarios, así como la riqueza y el
dinero, son expresión de la previa producción. No se puede
repartir ni incrementar lo que no existe, y los espejismos
creados con la intención de simular esa producción
inexistente siempre terminan mal.
Cualquier otra forma artificial de intentar tal elevación, no
sólo será infructuosa, sino que muy probablemente
produzca perjuicios colaterales que agraven en mucho la
situación. Es el caso, por ejemplo, del empleo estatal. A
veces los políticos recurren al incremento del empleo
público como forma de paliar la desocupación. Por supuesto
que esos salarios se pagan con dinero de impuestos que se
les quita a otros trabajadores, de modo que el capital que
no se invierte en producción, y que generaría una ocupación
genuina y rentable, se utiliza para pagar salarios
innecesarios y no rentables. Por ese camino, la producción
disminuye, y con ella la percepción de impuestos y la
posibilidad de seguir pagando salarios estatales; al mismo
tiempo disminuye la producción, y por ende la demanda
genuina de trabajo.
Llegado a ese punto, en un país con políticos
inescrupulosos y débiles defensas institucionales, se
recurrirá a la emisión monetaria para seguir pagando esos
salarios innecesarios, con el único propósito de mantener a
esas personas con la ilusión de que tienen trabajo y mejorar
las propias estadísticas de cara a futuras elecciones.
Otro paliativo que suele utilizarse es la creación de
seguros o fondos de desempleo pagado por el Estado. No
hablo de seguros privados o sindicales, -que son pagados
por los propios trabajadores o negociados libremente en sus
contratos con los empleadores, y se rigen por las reglas
propias de los seguros privados-, sino la entrega de dinero
público a quien ha perdido un empleo. Ello en definitiva
tiene las mismas consecuencias que el empleo público, es
decir, el dinero que debería invertirse privadamente en
incrementar la producción y por ese camino la ocupación y
los salarios, se desvía para pagar sumas de dinero a
personas que no tienen trabajo, ni lo van a conseguir
porque la oferta se retraerá como consecuencia de la
disminución en la inversión.
Ello sin perjuicio de las maniobras y estafas que se han
visto en muchos países como consecuencia del cobro de
seguros de desempleo unidos al trabajo en negro.
La posibilidad de influir positivamente en el nivel de los
salarios y el empleo a través de la emisión y circulación de
dinero, se popularizó en el mundo a partir de los escritos de
Keynes, que a pesar de ser seriamente rebatidos por Hayek
y otros economistas prestigiosos, fueron tomados
rápidamente al pie de la letra por políticos a quienes esas
ideas venían como anillo al dedo para justificar sus
intervenciones en el proceso social97. Años más tarde, en
ocasión del discurso de aceptación del Premio Nobel de
Economía en 1974, Hayek sostenía:
La verdad es que a causa de una idea teórica equivocada
hemos sido conducidos a una posición precaria en la que
no podemos impedir la reaparición de un paro sustancial,
no porque este paro esté producido deliberadamente
como medio de combatir la inflación tal y como, en
ocasiones, se presentan de manera errónea mis ideas,
sino porque necesariamente tiene que aparecer ahora
como una consecuencia, profundamente deplorable pero
inevitable, de las políticas erróneas del pasado tan pronto
como la inflación deja de acelerarse98.
Los políticos se aprovecharon del convencimiento intuitivo
general de que si se inyecta dinero en el mercado, ello
conducirá a demandar más productos, efectuar más
compras, contratar más trabajadores y pagar mejores
salarios. La realidad, explicada crudamente por la ciencia
económica, muestra que ese efecto inicial que parece
mágico, tiempo después conduce inevitablemente a la
inflación, la distorsión de los precios relativos, y la
retracción en la producción, el comercio, el empleo, etc.
Soluciones de este tipo, se han visto por lo general en
situaciones de extrema crisis económica, impulsadas por
políticos que intentaban buscar una salida desesperada, y
siempre terminaron mal:
...el economista no debería ocultar el hecho de que el
objetivo del máximo empleo que puede conseguirse a
corto plazo, por medio de la política monetaria, es
esencialmente la política de un desesperado que no tiene
nada que perder y todo que ganar por darse un breve
respiro99.
De ese modo, ya sea con restricciones o imposiciones tales
como la suspensión de despidos, o los salarios mínimos, o
acciones directas tales como la inyección de dinero para
generar empleo o la creación de empleo público artificial
generalizado y planes estatales de desempleo, las
consecuencias distorsivas, y a la larga perjudiciales, no sólo
no sirven para garantizar el nivel de ocupación y salarios,
sino que producen el efecto inverso.
Existen dos aspectos en los que los salarios y la inflación
se relacionan directamente: 1) Uno es el hecho de que la
mayoría de las discusiones sobre el nivel de los salarios en
términos generales se asienta en la necesidad de
reacomodarlos a la depreciación del dinero con el que se
pagan. Sin inflación tales discusiones, al menos, no serían
necesarias. 2) Como consecuencia de tales protestas
sindicales basadas en la pérdida de poder adquisitivo de los
salarios por la inflación, los políticos aprovechan para echar
la culpa de la inflación a los sindicalistas, sosteniendo que la
elevación de los salarios incrementa el coste laboral y por lo
tanto los precios.
e. Interferencia en el precio de bienes importados y el
comercio internacional
Una forma frecuente de interferir en los precios, es respecto
de las operaciones con productos importados. Desde muy
antiguo se ha hecho corriente la opinión de que sólo es
posible mantener una moneda sana mediante una “balanza
de pagos favorable”, esto es, cuando se exporta en mayor
cantidad de lo que se importa.
Esta idea, nacida del denominado Dogma Montaigne y
popularizado en tiempos en que los soberanos atesoraban
oro como manifestación de su riqueza y su poder, se basaba
en una errónea visión del mercado como un proceso
estático en el que las acciones no modifican las condiciones
futuras. En épocas más actuales, Keynes le ha dado un
fuerte espaldarazo a la idea de que es conveniente tener
una balanza comercial favorable en su Teoría General de
1936, lo que le dio nuevo vigor al intervencionismo estatal
en este área.
Keynes sostenía que el gobierno debía regular y controlar
las importaciones y exportaciones con el objetivo de
asegurar el nivel deseado de producción doméstica y
empleo. “Es esencial para el mantenimiento de la
prosperidad que las autoridades presten una atención
precisa al estado de la balanza comercial. Porque una
balanza favorable, en la medida en que no sea muy
elevada, es extremadamente estimulante”. Con relación
a los efectos que esto tendría con el comercio
internacional, Keynes señalaba que “la escuela clásica
exageró mucho sobre las ventajas de la división
internacional del trabajo”100.
Lo que los cultores del proteccionismo económico suelen
ignorar es que el volumen del comercio exterior es un
camino de dos vías que depende de los precios, y que éstos
–en especial los de las divisas con las que se realizan las
transacciones internaciones- dependen de la oferta y
demanda. Se puede importar mientras se tengan divisas, y
a medida que las importaciones crecen, si no aumentan en
el mismo sentido las exportaciones, las divisas comenzarán
a escasear y su precio a subir; ello desalentaría las
compras, debido al precio más alto de la divisa.
Exactamente lo opuesto sucede si crecieran las
exportaciones en detrimento de las importaciones: el precio
de la divisa tendería a bajar, lo que haría menos atractivo
exportar los productos.
Así como en el comercio local el precio “limpia” el
mercado, nivelando compras y ventas, exactamente lo
mismo ocurre en el comercio internacional, en el que el
precio de las divisas se termina acomodando en un nivel en
el que permite que compras y ventas se equiparen del
modo más eficiente posible101.
Los condimentos políticos extra que rodean al comercio
internacional, y esos mitos vinculados con la protección de
la industria local, del trabajo local, y en definitiva de la
soberanía nacional frente al avance de los productos
extranjeros, han reforzado las intervenciones.
Las barreras arancelarias y las lisas y llanas prohibiciones
de introducción de mercaderías, han sido impuestas desde
antiguo como formas de ejercicio del poder político, con los
más variados argumentos: para proteger la industria
nacional incipiente, para proteger a la moneda local –que
también es expresión de soberanía-, como retribución por la
imposición de aranceles en los demás países, como modo
de recaudación fiscal, etc.
El proteccionismo económico nacido con el mercantilismo
ha justificado varias formas de intervención en el
comercio a través de leyes que establecen controles de
cambio, aranceles, cuotas a las importaciones y
exportaciones, tratados preferenciales, compras y ventas
directas, subvenciones, programas de donaciones
nacionales e internacionales, etc. 102.
Señala Curtiss que curiosamente, aun cuando los
economistas discrepan en numerosos temas, respecto de la
inconveniencia de los aranceles al comercio exterior hace
unos dos siglos que están de acuerdo. La explicación la
encuentra en la siguiente cita:
A pesar de un siglo y medio de denuncias por parte de
los economistas, los aranceles aduaneros siguen
aumentando. En vista de que es palpablemente universal
que los políticos prácticos y los hombres de negocios
rechacen su consejo, quizá el economista tenga el deber
de explicar no solamente el motivo por el cual las
medidas que propugna son correctas, sino también el
motivo por el cual son impopulares. El primer motivo es
político y no económico. Los gobiernos, inclusive los
democráticos, tienden a dejarse desviar por las minorías
ruidosas y no por las mayorías silenciosas. Todo arancel
aduanero beneficiará a corto plazo -que es lo único que
importa a la gente que tiene sentido práctico- a una
industria en particular. Esta industria es relativamente
pequeña, por lo general bien organizada, agudamente
consciente de sus posibles ganancias y muy expresiva. El
arancel perjudicará a todo el resto de nosotros. Pero
todos es nadie. Todos los demás somos difusos,
desorganizados, inconscientes de nuestro interés común
y silenciosos. Poco debe extrañar que se nos preste tan
escasa consideración103.
Es decir que, como todas las demás intervenciones
estatales en el proceso económico y fundamentalmente en
los precios, los motivos son políticos y no económicos, y se
basan en alguna forma de acción de grupos de presión que
buscan privilegios o ayudas estatales a expensas del grueso
de los ciudadanos, que no tienen el poder de negociación
suficiente como para evitar pagar las consecuencias104.
Cuando se suman todas estas interferencias al sistema de
precios, y se produce en todas las áreas de la actividad
humana, puede llegarse a la conclusión de que
frecuentemente los gobiernos se comportan como
criminales, de un modo tan generalizado y con
consecuencias tan graves para los derechos de la gente,
que tales interferencias pueden ser consideradas como
crímenes de lesa humanidad105.
Desde el punto de vista monetario, como los precios son
en rigor una relación de trueque entre un bien y dinero, la
distorsión estatal de los precios de todo tipo es
consecuencia de una previa distorsión del dinero.
IV. LA INFLACIÓN
Como quedó dicho, al ser el dinero un bien más en el
mercado, tiene un valor dado por las personas en sus
relaciones de cambio respecto de los demás bienes y
servicios106.
De acuerdo con la ley de utilidad marginal decreciente, el
valor del dinero –como el de cualquier otro bien- decrece en
la medida en que se incrementa su cantidad, y viceversa.
Como los recursos son escasos, las personas intentan
satisfacer primero sus necesidades o aspiraciones más
valoradas. A medida que se incorporan unidades extra de
esos recursos, se van satisfaciendo necesidades o
aspiraciones de menor valor. En otras palabras, a medida
que tengo mayor cantidad de un bien y logro satisfacer las
necesidades más valiosas que ese bien me proporciona, su
valor disminuye para mí.
Como vimos en el capítulo anterior, ello explica el proceso
de oferta y demanda como mecanismo de determinación de
precios, y por qué cuando la oferta se incrementa disminuye
el precio, y viceversa.
Cada unidad sucesiva que el consumidor asigne a
diferentes líneas de gasto se situará según sea mayor la
utilidad para él. El ingreso psíquico es su unidad
marginal, es decir, el valor del uso más importante que le
puede dar. Su coste psíquico es el uso siguiente en
importancia. La unidad más alta a la que se renuncia se
define, por lo tanto, como el coste de cualquier acción de
intercambio. La utilidad que una persona obtiene o
espera obtener de un intercambio, es la unidad marginal
de agregar el bien adquirido, es decir, el uso más
importante que le puede dar a las unidades adquiridas.
La utilidad de la cual se priva es la más alta de las
utilidades que podría haber obtenido de las unidades del
bien al cual renuncia en el intercambio. Cuando se trata
de un consumidor que adquiere un bien, su utilidad
marginal al adicionarlo es el uso más valorado que puede
dar a las unidades de ese bien; es el ingreso psíquico que
espera obtener del intercambio. Por otro lado, aquello a
lo que renunciará, es al uso de las unidades de dinero
que ‘vende’ o de que prescinde. Su coste es, por lo tanto,
el valor del uso más importante que hubiera podido darle
al dinero107.
Si una persona dispone de agua en cantidad que sólo le
permite beber, quien quiera su agua deberá ofrecerle a
cambio algo muy valioso. Si su cantidad de agua aumenta,
su valor de uso disminuye, por lo que estará dispuesta a
aceptar algo menos valioso a cambio de una porción de su
agua una vez saciada su sed. La utilidad de cada unidad
adicional de agua en su poder, disminuye para él en la
medida en que aumente la cantidad disponible, y por lo
tanto, el valor de la unidad marginal que está dispuesto a
negociar, tiende a ser menor.
Si se sustituye agua por dinero, se habrá entendido la
inflación.
En el caso del trueque, la posición relativa de las utilidades
marginales se determinaba por las valoraciones de la gente
según la importancia que se le daba al uso de los distintos
bienes. En una economía monetaria, en cambio, es más
importante el valor de cambio de la mercancía moneda que
su valor de uso directo108.
La inflación es entonces el incremento de la cantidad de
dinero, respecto de los bienes y servicios para cuyo
intercambio contribuye. Si la cantidad de dinero aumenta,
entonces personas que antes no tenían acceso a él ahora
pueden adquirir bienes; otros que ven incrementados sus
ingresos pueden acceder a bienes que antes no podían o no
se decidían a comprar, o estarán dispuestos a pagar un
precio superior.
Un vendedor de heladeras que no tiene ventas debe bajar
los precios. Pero al incrementarse la cantidad de dinero, de
pronto aparecen nuevos compradores que antes no se
decidían o no podían comprar. El incremento de las ventas
lo lleva a incrementar los precios, debido a que entonces las
heladeras se convierten en bienes relativamente escasos y
valiosos con relación al dinero.
Como el incremento de esos precios es consecuencia del
incremento de la cantidad de dinero disponible, los precios
suben de manera distorsionada, según las valoraciones de
los tenedores del nuevo dinero, cada uno de ellos actuando
de acuerdo con su propia escala de valores, esperando
tener una ventaja con cada decisión. Pero en el contexto de
tal distorsión, muchos precios aumentan y la valoración
general del dinero disminuye.
En la percepción general, la gente ve a la inflación como el
incremento de los precios, cuando en realidad lo que ocurrió
fue un incremento en la cantidad de dinero que disminuyó
su valor respecto de los demás bienes y servicios. De hecho,
recordando que el precio es una relación entre dos bienes,
puede concluirse que las relaciones entre todos los demás
bienes y servicios entre sí permanecerá inalterada (el precio
de un cerdo en naranjas no experimentará variación), y lo
que se modificará será el precio de todos los bienes con
relación al dinero.
Ese proceso inflacionario se ha visto a lo largo de la
historia del mundo, fundamentalmente cuando los
gobiernos se han involucrado en la creación o regulación del
dinero.
1. La distorsión deliberada del concepto de inflación
El concepto de inflación ha sufrido una mutación en
distintos idiomas, y pueden ponerse como ejemplos tanto el
inglés –en el que no existe una autoridad oficial del
lenguaje-, como el castellano –donde la Real Academia
Española elabora un diccionario que es seguido como el
referente del idioma-.
Dicha mutación no ha sido ni casual ni inocente. Los
diccionarios en general reflejan cómo las personas utilizan
las palabras y el significado que les dan, y en la evolución
de tal uso, sobre todo en tiempos modernos, no están
ausentes determinados grupos que tienen intereses
especiales para torcer el significado de los vocablos109; y la
palabra “inflación” fue sometida a una intensa y persistente
presión –por motivos fundamentalmente ideológicos y
políticos-, para tergiversar su significado original y técnico.
A ello contribuyó el hecho de que para las personas
comunes, lo significativo de la inflación es su consecuencia
directa, esto es, el incremento en los precios. El observador
común no ve que el dinero que posee en los bolsillos pierde
paulatinamente su valor debido al incremento en su
cantidad provocado por el gobierno, sino que cuando va al
mercado debe entregar más dinero para comprar los
mismos productos. A ello lo asocia con un incremento en los
precios, y de inmediato identifica al comerciante como el
culpable principal, porque eso es lo que permanentemente
le dicen los políticos y los “especialistas” contratados al
efecto.
Ya en 1960, Henry Hazlitt llamaba la atención sobre la
ambigüedad conceptual respecto de la inflación en los
diccionarios ingleses:
La inflación siempre y en todas partes, es producida por
el aumento del dinero en circulación y del crédito. En
realidad, la inflación es el aumento del dinero en
circulación y del crédito. Si se recurre al diccionario
American College, por ejemplo, se encontrará la primera
definición de la inflación dada como sigue: “Expansión
desmedida o aumento del circulante de un país
especialmente por la emisión de papel moneda no
convertible en metálico”.
En estos últimos años, sin embargo, el término ha llegado
a usarse en un sentido radicalmente distinto. Esto se
reconoce en la segunda definición dada por el diccionario
American College: “Un alza considerable de los precios
producida por una expansión excesiva de papel moneda
o del crédito bancario”. Ahora bien: evidentemente, un
alza de los precios producida por una expansión de la
circulación monetaria no es lo mismo que la expansión
de la circulación monetaria de por sí. Una causa o
condición evidentemente no es identificable con una de
sus consecuencias. El uso de la palabra “inflación” en
estas dos acepciones completamente distintas deriva en
interminables confusiones.
La palabra “inflación” se aplicaba al principio solamente a
la cantidad de dinero. Quería significar que el volumen de
dinero estaba inflado, abultado, en extremo dilatado. No
es cuestión de simple pedantería insistir en que la
palabra debería usarse en su acepción primitiva.
Emplearla para significar un “alza en los precios” es
desviar la atención de la verdadera causa de la inflación
y de la verdadera forma de remediarla110.
Algo similar sucedió en el idioma castellano. En las
sucesivas ediciones del Diccionario de la Real Academia
Española de las últimas décadas, he encontrado estas
definiciones de “inflación”:
La edición de 1970: “Excesiva emisión de billetes en
reemplazo de moneda”.
La edición de 1984: “Econ. Exceso de moneda circulante
en relación con su cobertura, lo que desencadena un alza
general de precios”.
En la edición on-line, versión 2018: “Econ. Elevación del
nivel general de precios”.
La primera de las definiciones transcriptas, que es de una
época en la cual al menos formalmente continuaba rigiendo
en el mundo el patrón oro, remite a que la inflación es, en
efecto, la excesiva cantidad de billetes con relación a la
moneda. Se refiere a los billetes emitidos por los bancos –
privados y públicos-, que eran representativos del oro que
existía como respaldo en sus arcas.
La inflación en este esquema se produce porque los
bancos emiten mayor cantidad de billetes que el oro
guardado, o también en circunstancias excepcionales, como
guerras, porque los gobiernos suspenden la convertibilidad
de los billetes por el oro y asumen su control, emitiendo
mayor cantidad de billetes para hacer frente a sus gastos.
Se produce de ese modo una depreciación del valor de los
billetes.
La segunda de las definiciones, ya una vez abandonado
oficialmente el patrón oro y la convertibilidad, se enmarca
en un sistema donde el propio Estado, como autoridad
monetaria, emite dinero en la cantidad que determina y
obliga a las personas a utilizarlo (dinero fiat). En este
contexto, la inflación se produce cuando se emiten billetes
en exceso con relación a los bienes y servicios que son la
contrapartida. Si hay más billetes que mercaderías,
claramente por una cuestión de oferta y demanda el valor
de los billetes caerá.
En esta segunda definición, ya se incluye un agregado que
conduce a confusión, al decir que “desencadena un alza
general de precios”. Digo que genera confusión por tres
motivos: 1) introduce al alza de precios como integrante del
concepto de inflación, lo que no es correcto; 2) no se
produce un alza “general” de precios (si así fuera, sólo sería
una cuestión de asiento contable, pues todos los precios,
incluyendo salarios, subirían en la misma proporción); 3)
tampoco es correcto decir que los precios “suben”, lo que
ocurre es que la unidad utilizada para simbolizar esos
precios ha perdido valor.
Lo que la inflación produce es una distorsión de los precios
relativos, esto es, la relación entre el valor de los bienes y el
de la moneda en la que se expresan los precios. No todos
ellos se alteran al mismo tiempo ni en la misma proporción,
porque no son los precios lo que se infla, sino la cantidad de
moneda, y su uso depende de lo que cada poseedor del
dinero decida hacer con él.
La distorsión en el concepto de inflación llevó a que
finalmente –en la acepción actual-, la Real Academia
acabara cediendo a la presión política de identificar a la
inflación con el aumento de los precios, salvando así la
responsabilidad de los políticos y colocándola en cabeza de
los comerciantes111.
Ya desde hace tiempo, Ludwig von Mises advertía lo
siguiente:
Para evitar ser acusado de las nefastas consecuencias de
la inflación,  el gobierno y sus secuaces recurren a un
truco semántico. Tratan de cambiar el significado de los
términos. Llaman “inflación” a la consecuencia inevitable
de la inflación, es decir, al aumento en los precios. Ansían
relegar al olvido el hecho de que este aumento se
produce por un incremento en la cantidad de dinero y
sustitutivos del dinero. Nunca mencionan este
incremento. Atribuyen la responsabilidad del aumento del
coste de la vida a los negocios. Es un caso clásico del
ladrón gritando “¡Al ladrón!”. El gobierno, que produjo la
inflación multiplicando la oferta de dinero, incrimina a los
fabricantes y comerciantes y disfruta del papel de ser un
defensor de los precios bajos112.
De este modo, la prédica política, teñida de ciencia
económica, logró torcer el significado vulgar de la palabra
inflación, produciendo ese efecto tan bien descripto por
Mises113. Es muy sugestivo ver cómo el propio Mises, un
siglo atrás, ya descartaba absolutamente el argumento que
pretendía echarle la culpa de la inflación a comerciantes y
especuladores:
No es fácil saber si aún hay alguien que admita de buena
fe la doctrina que atribuye la depreciación del dinero a la
actividad de los especuladores. Se trata de una doctrina
que constituye un instrumento indispensable de la más
baja especie de demagogia: es el recurso de los
gobiernos para buscar una cabeza de turco. Hoy día
apenas hay escritores independientes que la defienden:
los que la apoyan están pagados para ello114.
Es importante señalar que en general, por una cuestión de
utilidad y practicidad, los precios se expresan en el tipo de
moneda en que se realizan los intercambios. Pero nada
impide que el cálculo pueda ser manifestado al revés.
Solemos decir que un kilogramo de manzanas vale cien
pesos. Pero también podríamos decir que cien pesos valen
un kilogramo de manzanas. Solemos expresarlo en pesos
porque ello nos permite comparar precios de muchos bienes
con un denominador común. Pero de hecho, lo que el
vendedor de frutas hace en su negocio es comprar pesos
pagando con manzanas.
Si se expresara la operación invirtiendo los factores,
entonces sería mucho más claro explicar la inflación
diciendo que lo que perdió valor es el dinero y no que las
manzanas lo incrementaron, y que entonces el precio del
dinero bajó en términos de manzanas, o lo que es lo mismo,
que ahora el precio de cien pesos son 800 gramos de
manzanas.
La comparación resulta clara cuando se ve que el valor de
las manzanas permanece más o menos estable con
respecto al de los demás bienes, mientras que el del dinero
se distorsiona en mayor o menor medida respecto de todos
los demás.
2. La inflación como “escasez de mercaderías” y los
controles de precios.
Una de las excusas esgrimidas para explicar la inflación
consiste en sostener que su fundamento es la escasez de
mercaderías. Al escasear los bienes –dicen-, es lógica
consecuencia que los precios se incrementen115. Esta
afirmación no sólo es falaz, sino que por lo general es
acompañada por teorías económicas que intentan justificar
a la emisión monetaria como una forma de reactivar la
economía para incrementar la producción y de ese modo
bajar la inflación. Es decir, se produce inflación verdadera,
con la intención pretendida de eliminar inflación ficticia.
Por distintos motivos puede disminuir la cantidad de
bienes: malas políticas económicas –como por ejemplo
establecer controles de precios o aumentar los impuestos-,
desastres naturales, guerras, etc. Si escasean ciertos bienes
su precio tenderá a incrementarse. Pero eso no es inflación.
Supongamos que vivimos en una ciudad medieval
asediada por un ejército enemigo que impide la llegada
de vituallas. El pueblo está pasando hambre y
necesidades. Si bien la cantidad de moneda no cambia,
ya que el oro y la plata no han salido de la ciudad
bloqueada, su poder adquisitivo declinará. La gente
muerta de hambre acuerda más valor a la comida que al
efectivo y procurará reducir el que tiene cambiándolo por
los escasos alimentos cuya importancia crece
rápidamente.
La situación es similar en todos aquellos casos en los
cuales el suministro de bienes decrece mientras que la
gente sigue teniendo la misma cantidad de moneda en
efectivo. En una guerra, cuando el enemigo impide el
acceso de suministros o la producción disminuye por falta
de mano de obra, el valor de la moneda tiende a declinar
y los precios de los bienes suben aun cuando la cantidad
de moneda continúe inalterada. En una economía
agrícola, una mala cosecha puede debilitar visiblemente
la moneda. Del mismo modo, una huelga que paraliza
una economía y reduce el suministro de bienes y
servicios, eleva los precios de los artículos y
simultáneamente reduce el poder adquisitivo de la
moneda. La imposición de controles de precios y salarios
que distorsiona los ajustes normales del mercado tiene
efectos similares. En otras palabras, toda intervención
coercitiva en la producción económica, tiende a afectar
los precios y el valor de la moneda, aun cuando ello no
resulte visible para muchos observadores.
El nivel de los impuestos es, asimismo, un importante
factor para determinar el valor de cambio de la moneda.
Cuando los impuestos demandan entre el treinta y el
cincuenta por ciento de los ingresos individuales –cosa
que ocurre hoy en la mayor parte del mundo– es posible
que se consuma el capital y que se impida la producción
de una cantidad incalculable de bienes, con lo cual los
precios de éstos aumentaran y el valor adquisitivo de la
moneda descenderá116.
Al considerar a la inflación como el aumento de los
precios, surge de inmediato el control de precios como
solución política. Sencillo, si los precios aumentan por la
insensibilidad de los comerciantes que se aprovechan de la
“escasez” de mercaderías, entonces el Estado deberá
utilizar el monopolio de la fuerza y la legalidad para evitar
que se produzcan tales aumentos.
El instrumento más antiguo y popular de la política
monetaria estatista consiste en la fijación oficial de los
precios máximos. Cree el estatista que los precios altos
no son consecuencia de un aumento en la cantidad de
dinero, sino de la actividad reprensible que desarrollan
los “alcistas” y “ventajistas”; bastaría suprimir sus
maquinaciones para que los precios dejaran de subir. Se
convierte así en delito exigir, e incluso pagar, precios
“excesivos”117.
Por este camino no sólo no se resuelve el problema del
incremento de los precios, sino que además se distorsiona
el normal funcionamiento de las transacciones comerciales.
Si los controles son inicialmente respetados, se
incrementará la escasez de bienes, que generalmente
justificará nuevos controles, agravando aun más el
problema. Explicaba Mises:
Cuando estalló la primera guerra mundial, el Reich
alemán adoptó inmediatamente una política inflacionaria.
Para prevenir el inevitable resultado de la inflación y el
aumento general de precios, recurrió simultáneamente al
control de precios. La muy elogiada eficiencia de la
policía alemana tuvo bastante éxito en el control
efectuado, para que estos precios máximos se
respetaran. No hubo mercados negros, pero la oferta de
bienes sujetos al control de precios disminuyó
rápidamente. Los precios no aumentaron, pero la gente
ya no estuvo en condiciones de comprar alimentos, ropa
o zapatos. El racionamiento fue un fracaso. Pese a que el
gobierno redujo cada vez más las raciones asignadas a
cada individuo, sólo unos pocos fueron lo suficientemente
afortunados para obtener la ración que les estaba
destinada. En sus esfuerzos por hacer funcionar el
sistema de control de precios, las autoridades ampliaron,
paso a paso, la esfera de bienes sujetos al control. Una
actividad tras otra era centralizada y pasaba a ser
dirigida por una dependencia del gobierno. Este tuvo un
control absoluto sobre la totalidad de las actividades de
producción vitales. Pero ni siquiera esto era suficiente, si
otras ramas industriales permanecían en liberad; por ello
el gobierno decidió ir más lejos. El Plan Hindenburg tuvo
como objeto la planificación total de la producción. La
idea era confiar la dirección de todas las actividades
económicas a las autoridades. Si el Plan Hindenburg se
hubiese llevado a cabo, habría convertido a Alemania en
una nación completamente totalitaria... Sin embargo, el
Plan Hindenburg no se había terminado de ejecutar
cuando el Reich se derrumbó. La desintegración de la
burocracia imperial barrió con todo el aparato de control
de precios y socialismo de guerra118.
Innumerable cantidad de veces, desde Dioclesiano hasta
hoy mismo, en todas partes del mundo y todos los tiempos,
se ensayaron controles de precios para detener la inflación,
y siempre fracasaron. Incluso la tecnología puesta al
servicio de la represión permite que un ejército de personas
sea enviado con sus teléfonos a invadir los negocios para
verificar que se respeten los precios establecidos por el
gobierno, que incluso fomenta y premia la delación de los
consumidores, como una renovada y eficiente Gestapo
económica. Ello sólo sirve para confirmar que todas las
prohibiciones, controles y amenazas de cárcel, no podrán
impedir que el dinero se continúe depreciando en tanto no
se opere sobre las verdaderas causas de la inflación.
Los ensayos que se hicieron con la ayuda de la policía y
de la ley penal para impedir un alza de los precios no
fracasaron porque los oficiales no actuaran con la
suficiente dureza, o porque la gente encontrara el modo
de esquivar las regulaciones. No naufragaron porque los
empresarios no tuvieran el espíritu público que se
atribuye al socialismo estatista; estaban condenados al
fracaso porque la organización económica que se basa en
la división del trabajo y en la propiedad privada de los
medios de producción únicamente puede funcionar en
tanto sea libre la determinación de los precios en el
mercado. Si la regulación de los precios se hubiese
llevado a cabo con éxito, habría paralizado el conjunto
del organismo económico. Lo único que permitió que el
aparato social de producción siguiera funcionando fue la
deficiente aplicación de las regulaciones debida a la
ineficacia de los esfuerzos de quienes tenían que
ejecutarlas.
Durante miles de años, en todas las partes de la tierra
habitada, se han hecho innumerables sacrificios en pro
de la quimera del precio razonable y justo. Se ha
castigado duramente a los infractores de las leyes
reguladoras de los precios; se les confiscaron sus
propiedades, fueron encarcelados, torturados,
condenados a muerte. Los agentes del estatismo
ciertamente no han pecado de falta de celo y energía.
Pero los asuntos económicos no pueden ser llevados por
magistrados y policías119.
No obstante su inutilidad para evitar la inflación, los
políticos pronto descubren en esta actividad un beneficio
adicional, ya que el control de precios y salarios se
convierte en un arma formidable de presión sobre la gente,
ya sea para recabar el apoyo político o para castigar a la
oposición120.
Como el incremento de los precios no se debe a nada que
sea imputable a los comerciantes, los controles tendrán en
definitiva dos consecuencias secundarias:
a. Si no son demasiado rígidos o eficientes, las personas
buscarán la forma de eludirlos, lo que generará un
esfuerzo adicional e incluso un incremento de precios por
la incertidumbre y el riesgo de violar la ley. A partir de allí,
el mercado negro y el soborno a inspectores serán algunas
de las principales acciones que permitirán que los
productos se continúen comercializando al precio de
mercado.
b. Si los controles y las sanciones son efectivos, entonces
el comercio se interrumpirá por falta de un precio de
mercado, lo que significa desabastecimiento y disminución
de la producción, con todas las consecuencias negativas
que ello tiene para empresarios, productores, trabajadores,
comerciantes y consumidores en general121. El efecto
inmediato será el desabastecimiento, que no tiene relación
directa con la inflación sino con los controles de precios.
Habitualmente, tales controles generan todas estas
consecuencias juntas, lo que lleva a redoblar la apuesta
disponiendo controles a la producción de bienes e incluso la
intervención directa en el funcionamiento de determinadas
empresas. Para no admitir que son culpables de la inflación,
los gobiernos causan muchos perjuicios adicionales a las
personas, provocando una generalizada y criminal violación
de sus derechos.
Los controles de precios normalmente comienzan siendo
impuestos a un puñado de bienes considerados “de primera
necesidad”. Sin embargo, los nuevos “precios” imputarán
valoraciones a aquellos bienes necesarios para producirlos,
influirán sobre los bienes sustitutos y complementarios, y
luego se relacionarán de manera directa con los precios de
todos los demás productos, en virtud del factor competitivo
permanente que existe entre todos los bienes122.
Como los precios son relaciones entre dos productos, y el
dinero utilizado como común denominador establece el
precio de todas las cosas con relación a él, la auténtica
competencia permanente es de todos los bienes respecto
del dinero, lo que en el caso de la inflación se traducirá en
una distorsión en la relación con el único bien que ha
crecido en forma artificial, y que además es el utilizado para
expresar valoración en todas las transacciones.
Con cantidad limitada de dinero, los precios de todos los
demás productos en su relación con él se terminan
compensando. La suba de unos provoca la baja de otros,
hasta que el dinero se termine distribuyendo en sus usos
más eficientes. Sólo se pueden distorsionar todos los
precios en términos de dinero, cuando es la propia cantidad
de dinero lo que se modifica artificialmente.
3. ¿Por qué la inflación es mala?
Quienes tienen ingresos limitados y periódicos, y con ellos
deben sobrevivir comprando lo necesario, padecen a la
inflación como un terrible mal. En realidad, ven al
incremento de los precios como un mal y a ello le llaman
inflación.
Pero lo malo de la inflación no se exterioriza simplemente
en el incremento de determinados precios, con un perjuicio
evidente para los poseedores del dinero. La inflación tiene
consecuencias probablemente más dañinas en términos
generales, aunque menos visibles.
La creación de bienes se basa fundamentalmente en la
inversión de riqueza previamente producida y ahorrada, en
forma de capital. El proceso de acumulación e inversión de
capital en producción, requiere de una serie de acuerdos
basados en el ejercicio de derechos de propiedad, y ello
supone a su vez estabilidad y certidumbre, no sólo para el
ejercicio de tales derechos de propiedad -incluido el
cumplimiento de los contratos- sino además estabilidad de
la moneda involucrada en tales operaciones.
Un contrato que establece el cumplimiento diferido de
entregar sumas de dinero deja de ser estable cuando ese
dinero que deberá ser entregado en el futuro pierde su
valor, o al menos es incierto cuál será ese valor al momento
de efectuarse el pago. Del mismo modo, el ahorro se
desalienta cuando la moneda en que se puede ahorrar
pierde permanentemente su valor. La gente entonces tiende
a desprenderse del dinero consumiéndolo, comprando
bienes que mantengan el valor, y ello supone no ahorrar, y
en consecuencia no invertir en producción.
El siglo XX estuvo signado por proposiciones
pseudocientíficas que intentaron justificar que la emisión
monetaria y su puesta en circulación podía ser buena para
activar la economía. La ilusión de que es posible crear
“riqueza” emitiendo papeles a los que se pretende
equiparar a la riqueza, y con ellos fomentar el consumo, la
demanda de trabajo, y finalmente la producción, ha
provocado desastrosas consecuencias económicas durante
el último siglo.
La obstinación con que la cual cada tanto se vuelven a
intentar políticas basadas en esas ideas, se puede explicar
esencialmente en la ignorancia y especialmente en la mala
fe de los políticos, para quienes son muy funcionales por
variados motivos, Las prédicas tan serias como las
brindadas por Hayek en sus discusiones con Keynes,
cedieron frente a la conveniencia política y la hábil
propaganda que llegó incluso hasta la amenaza y extorsión
contra quienes osaban poner en cuestión el dogma
intervencionista123.
A los políticos les suelen seducir las acciones que tienen
importantes efectos positivos en el corto plazo, y derivan las
consecuencias negativas hacia el futuro. En el largo plazo,
para los políticos, estará gobernando otro, y para los
inventores de estas soluciones mágicas, estaremos todos
muertos.
Pero en el corto plazo, inyectar dinero puede generar la
sensación de bienestar o progreso. Lo explicó Hayek en sus
críticas a Keynes: esa sensación de bienestar que tiene
alguien que antes no podía comprar la heladera y hoy de
repente tiene el dinero suficiente, o la empresa que recibe
un subsidio o un crédito barato que le permite contratar
empleados y pagar salarios, culminará en una gran crisis y
recesión cuando se deje de inyectar dinero124.
Por eso la inflación es una trampa de la cual es difícil salir,
y suele terminar en crisis muy profundas. Porque al igual
que las drogas, el estado placentero inicial conduce a la
necesidad de más droga para mantener el efecto, y en
determinado momento sólo el consumo de drogas permite
mantener al organismo funcionando, y lo siguiente es la
muerte.
A esa situación suelen llegar países que comenzaron
inyectando dinero para generar consecuencias atractivas, y
un día se encontraron con que no podían dejar de hacerlo si
no querían pagar el precio en recesión, desempleo y
desabastecimiento. Y entonces, mantuvieron la inyección de
dinero hasta que la hiperinflación los hizo explotar.
La esperanza de esos políticos se centra en que la
explosión se produzca en el gobierno siguiente. Los
incentivos para continuar emitiendo están dados no en la
expectativa de que tal dinero falsificado contribuya a
mejorar el proceso económico, sino en que la inevitable
explosión se produzca lo más tarde posible, aun sabiendo
que cada día el problema se incrementa y las consecuencias
finales serán más graves.
4. El daño que la inflación produce a la sociedad. Un
ejemplo histórico de la inflación utilizada como arma
de guerra.
La inflación es una manera de quitar su dinero a la gente,
que en general los gobiernos utilizan cuando ya no están en
condiciones de cobrar más impuestos (por eso se suele
decir que la inflación es un impuesto encubierto).
Pero además del daño al derecho de propiedad de cada
persona, la inflación produce una distorsión que genera un
profundo perjuicio adicional a la comunidad en general,
porque como dije, ataca directamente al proceso productivo
y comercial.
A tal punto esto es así, que puede recordarse el ejemplo
de cómo la falsificación de moneda con fines de hacerla
circular fue utilizada como arma en tiempos de guerra. Un
ejemplo claro de esto se llevó a cabo por el régimen Nazi
contra Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial,
con el nombre de “Operación Bernhard”. Dicha operación
tuvo dos etapas, una ejecutada a principios de 1940, bajo la
dirección de Alfred Helmut Naujocks, y una segunda en
1942, dirigida por Reinhard Heydrich125.
A través de esta operación, el régimen nazi pretendió
hacer colapsar la economía británica al introducir en el
mercado millones de libras esterlinas falsas. De este modo
impulsarían la inflación y provocarían la desconfianza
internacional en el valor de la moneda inglesa.
Para ello utilizaron 144 prisioneros judíos que fueron
trasladados al campo de concentración de Sachsenhausen,
próximo Berlín, donde se montó la fábrica de billetes.
Fueron instalados en las barracas 18 y 19, donde en los
años siguientes falsificaron billetes de 5, 10, 20 y 50 libras
esterlinas, por un monto total de 134 millones. Los
prisioneros tenían experiencia en falsificación de billetes,
dibujo, grabado, diseño, impresión y banca. Algunos habían
participado en la falsificación de certificados de bautismo
católico o de pasaportes, para salvar a varios judíos de la
persecución. En las barracas se instalaron las máquinas, y
no podían salir de dicho lugar. A cambio de hacer un trabajo
satisfactorio, salvaban sus vidas y tenían condiciones no tan
rigurosas como el resto de los prisioneros; aunque sabían
que en cualquier momento podían ser ejecutados, y que
probablemente lo serían al finalizar el operativo.
La idea habría surgido como una respuesta a una
maniobra previa del gobierno inglés, que arrojó sobre
Alemania vales de combustible falsificados, cuyo intento de
canje produjo múltiples problemas. Por supuesto que las
consecuencias de la inflación estaban bastante frescas en la
mente de los alemanes, quienes un par de décadas antes
habían vivido los entretelones de una de las mayores
hiperinflaciones registradas.
El objetivo principal del operativo era introducir el dinero
falso en el mercado internacional de divisas, para ocasionar
así efectos más rápidos y contundentes sobre la economía
inglesa, lo que requería una calidad superlativa de los
billetes para que fuesen aceptados por banqueros y
financistas internacionales.
Tardaron dos años hasta poder lograr la textura y espesor
perfectos del papel moneda con que estaban hechas las
libras verdaderas. Finalmente, un agente alemán llevó un
fajo de billetes falsos y los depositó en un banco suizo. No
obstante las sospechas que sugerían que un ciudadano
alemán quisiera depositar libras esterlinas en Suiza –lo que
provocó una minuciosa inspección de los billetes por el
personal del banco-, el depósito fue autorizado, y se
determinó así que los billetes tenían la calidad requerida.
Según la calidad final lograda, se clasificó a los billetes en
distintas categorías. Los mejores fueron depositados en
bancos europeos de países neutrales como Suiza o
Liechtenstein, y en valijas diplomáticas a los países
ocupados de Europa, así como a Asia, Africa y Sudamérica.
Confiaban que a través del sistema financiero internacional
el dinero llegaría a Inglaterra. Los de segunda calidad eran
usados por espías alemanes en el mundo, para pagar sus
operaciones. Los de tercera categoría se usaban para pagar
misiones en Africa, los de cuarta categoría se introducían y
distribuían directamente entre la población inglesa, y el
resto era destruido.
A partir de 1942, debido a un cambio en la dirección de la
operación –dispuesta directamente por Himmler-, se
intensificó el uso del dinero falso para financiar operaciones
alemanas en Europa.
Para 1943, se emitía un millón de billetes por mes, pero las
maniobras ya habían sido descubiertas por el Banco de
Inglaterra, a raíz del descubrimiento de un billete falso que
tenía el número de uno auténtico que había sido dado de
baja. A partir de allí se realizó una investigación que llevó a
las autoridades bancarias inglesas a descubrir la magnitud
de la maniobra, y no pudieron menos que alabar el buen
trabajo de la falsificación. El Primer Ministro Churchill debía
decidir si hacía pública la maniobra alemana y prohibía la
circulación de tales billetes, ordenando su destrucción -lo
que generaría desconfianza no sólo en el pueblo británico
sino especialmente en los inversores, en tiempos de guerra
en que Inglaterra tenía que afrontar grandes deudas-. Frente
a ello decidió, una vez frenada la introducción de billetes al
país, permitir la circulación de los billetes falsos, lo que
según él traería consecuencias menos graves que una
corrida bancaria producida por la alerta de una falsificación
masiva.
La falsificación de libras esterlinas se extendió hasta 1945
en que el ejército alemán fue derrotado. Se calcula que la
cantidad de dinero falso que circuló por Gran Bretaña
equivalió a aproximadamente el 15% del circulante total.
Para fines de 1944, ante el éxito inicial que había tenido la
Operación Bernhard, se evaluó la posibilidad de hacer lo
mismo con los dólares norteamericanos. Se trataba de
billetes más difíciles de falsificar debido a determinados
signos de seguridad que poseían, por lo que el proceso de
elaboración para lograr billetes de buena calidad fue lenta,
lo que se intensificó debido a maniobras de los propios
operadores que trataron de retrasar los trabajos. Los
prisioneros sabían que si las operaciones terminaban, muy
probablemente ellos serían ejecutados, y por otro lado
también confiaban en que pronto los aliados llegarían a
Berlín y probablemente la guerra terminara, con lo que
tenían alguna remota esperanza de salir vivos.
Para cuando las primeras copias de billetes
norteamericanos fueron emitidas, ya los aliados estaban en
las puertas de Berlín, y se dio la orden de suspender la
operación, levantar todo, y trasladarse hacia Zipf, en los
alpes austríacos. Los prisioneros fueron trasladados al
campo de concentración de Ebensee, donde poco después
fueron liberados por la intervención del ejército
norteamericano.
Antes de ser apresados por los aliados, los alemanes
embalaron las libras esterlinas falsificadas que aun
conservaban en sus depósitos, y las arrojaron al lago
Topletz, en Austria. En 1959 la revista alemana Stern envió
a un equipo que logró sacar del fondo del lago varias cajas
con billetes falsos.
Los cálculos hechos por especialistas varios años más
tarde, estimaron que la cantidad de billetes falsos emitidos
hasta el fin de la Operación Bernhard equivalía a cuatro
veces las reservas del Banco de Inglaterra. También se
calculó que al momento de descubrirse la circulación dentro
de Inglaterra, aproximadamente el 15% del dinero
circulante eran billetes falsos.
Este ejemplo histórico es importante para comprender el
daño que la inflación puede ocasionar en un país. La
distorsión de los precios producida por un incremento en la
cantidad de dinero afecta a la producción, el comercio, el
consumo, los salarios y toda manifestación económica en la
que los precios y el dinero estén involucrados.
A tal punto se comprendía esto en Alemania 20 años
después de su famosa y tan destructiva hiperinflación, que
las autoridades del régimen Nazi estuvieron dispuestas a
organizar una costosa operación de falsificación y
distribución, que originalmente estaba destinada tan solo a
introducir billetes falsos en el sistema financiero británico,
conociendo el daño que ello podría provocar cuando se
pusiera a circular.
5. ¿Es posible determinar la cantidad “razonable” de
dinero que se debería emitir?
Uno de los principales temas de discusión en los sistemas
de dinero estatal fiduciario de curso forzoso es cuánto
dinero debería estar autorizado a emitir legítimamente el
gobierno.
En los sistemas que en los inicios se basaron en
mercancías como dinero, la cantidad estaba atada a la
disponibilidad de tales mercancías –fueran bienes de
consumo como ganado, sal o cuero, o metales preciosos
como el oro y la plata-. En definitiva, si las cantidades
variaban por cuestiones de mercado, y ello las tornaba
ineficientes como medio de intercambio, la propia gente se
encargaba de eliminarlas para sus usos monetarios y
reemplazarlas por otras.
El problema se planteó a partir de que el dinero se
convirtió en papeles impresos por el gobierno en las
cantidades que él mismo decide. Se ha discutido desde
entonces cuál debería ser el criterio técnico adecuado para
justificar la emisión.
A partir del monopolio estatal del dinero, el gobierno tiene
una completa responsabilidad respecto de la cantidad de
dinero circulante, y por lo tanto, de producir inflación. Los
motivos que se invocan para justificar la emisión legítima de
dinero son básicamente tres:
1. Para reemplazar dinero dañado (billetes o monedas).
2. Para mantener el equilibrio entre la cantidad de dinero y
la de bienes y servicios para cuya comercialización el
dinero media.
3. Para promover el crecimiento económico, la producción
y la demanda de trabajo a partir del impulso que el nuevo
dinero dará al proceso económico a través del incremento
del consumo y la producción.
El primer motivo no ofrece mayores dificultades. No es en
rigor un incremento de la cantidad de dinero, sino
simplemente una sustitución de billetes viejos y
deteriorados por billetes nuevos.
Del tercer argumento me encargué en este Capítulo, ha
sido el favorito de los políticos, y sigue ocasionando enorme
daño cada vez que un gobierno sin escrúpulos lo logra colar.
El problema entre los teóricos se plantea respecto del
segundo motivo, pues involucra una discusión técnica
monetaria y no tanto política. Como en otros campos,
resulta muy difícil intentar sustituir al mercado en la toma
de decisiones sobre cantidades y precios, sea de dinero o de
otros bienes, pues los mismos principios económicos que
muestran las bondades del proceso de mercado, rigen en
todos los casos.
Cuando la moneda deja de ser una formación espontánea
de la gente, siguiendo las reglas del mercado, y se convierte
en un asunto de decisión política, aparecen muchas teorías
ad-hoc inventadas para justificar la producción de dinero,
hasta que se llega a la conclusión de que el tema debería
resolverse en cada país por un conjunto de expertos en un
Banco Central o una junta de regulación monetaria, por
supuesto bajo la supervisión del gobierno. Es decir, un tema
que se presenta como técnico, finalmente es dejado en
manos de la discrecionalidad política.
Es posible hacer unas observaciones generales respecto
de los criterios que deberían usarse para determinar la
cantidad de dinero que corresponde emitir, cuando existe
una autoridad política que tiene esa facultad:
1. Toda forma de emisión que no sea sustituir billetes
viejos por nuevos es en rigor inflación. Supone inflar la
cantidad de dinero.
2. Para que tal inflación no decante en una distorsión de
los precios, el incremento de la cantidad de dinero debería
estar acompañado por el incremento de la producción de
bienes y servicios que lo justifique. Ello es lo que permitiría
mantener la necesaria “estabilidad” del dinero para que
sirva como tal.
3. Si la cantidad de bienes y servicios crece y la cantidad
de moneda permanece invariable, la consecuencia sería
un incremento en la utilidad marginal del dinero que
llevaría a una disminución en los precios. Esto es, el dinero
se apreciaría con relación a cada uno de los bienes con los
cuales se intercambia. Este fenómeno, conocido como
deflación, es inverso pero igualmente contraproducente,
en tanto sustrae a la moneda del proceso de intercambio
debido a su mayor valor. La gente tenderá a conservar el
dinero como reserva de valor, en lugar de utilizarlo como
medio de intercambio, con lo que perdería su utilidad
principal.
4. Por lo general, el mecanismo que se utiliza para poner
en circulación el dinero extra es entregándoselo al
gobierno de alguna manera, lo que produce una distorsión
en las cuentas públicas y fomenta la ineficiencia y la
corrupción.
Si se tienen en cuenta estas consideraciones, y se
descarta la lisa y llana emisión de dinero para cubrir el
déficit presupuestario y para generar determinados efectos
de política económica, se limitan considerablemente las
razones que autorizarían al gobierno a incrementar la
cantidad de dinero.
Por supuesto que en países en los que el crecimiento
económico es nulo o muy lento, el incremento de dinero no
se justifica en absoluto. El espejismo de pensar que esa
inyección de dinero permitiría un crecimiento de la
producción no sólo es falso, sino que además, como
veremos en los capítulos siguientes, es criminal.
La teoría económica ha estudiado la cuestión de la
necesidad de dinero en el mercado, desde argumentos
puramente catalácticos.
La “estabilidad” en la cantidad de dinero se vincula
fundamentalmente con que no se produzcan variaciones
abruptas en la cantidad, las que deben responder a una
necesidad del mercado. Lo cierto es que tal estabilidad en
términos de invariabilidad de la cantidad no existe en
ninguno de los demás bienes que se vinculan con el dinero,
de modo que siendo el dinero creación artificial del
gobierno, habrá que calcular cuánto sería el óptimo para
que sea útil como medio de intercambio con los demás
bienes.
Este problema no ha existido mientras la moneda fue una
formación libre. Los metales preciosos –y especialmente el
oro- cumplieron adecuadamente ese rol de manera
espontánea, debido a que su cantidad se fue incrementando
con la sucesiva extracción de oro y su monetización, pero
ello ocurrió de un modo relativamente lento, que acompañó
al crecimiento de la riqueza en general.
Con dinero fiat, será algún funcionario del gobierno el que
tome la decisión de cuánto dinero debería circular. Y las
nociones jurídicas de curso legal y forzoso, unidas a los
refuerzos legislativos del monopolio de la moneda nacional,
impedirán que incluso esa moneda estatal emitida en
cantidades arbitrarias, sea desplazada por otras que
pudieran competir con ella.
Lo que desde el primer momento se intentó dejar en claro
fue que tratándose de dinero, era inevitable que alguna
autoridad estatal establezca su cantidad. En este sentido
resulta elocuente la firmeza con la que Jevons criticó una
propuesta de Herbert Spencer, en el sentido de permitir un
mercado privado de monedas, concluyendo
categóricamente que “nada hay que menos convenga dejar
a la acción de la competencia que el dinero”126.
Podría afirmarse que como en otros temas económicos, el
libre intercambio, la competencia, la posibilidad de elección
entre distintas alternativas, podría ser mejor solución para
tener dinero más sano, que el monopolio estatal. La mala
experiencia con las monedas estatales monopólicas en el
último siglo parecen avalar esta idea.
Incluso si bien cada Estado tiende a establecer el
monopolio de su propia moneda “nacional”, las diferentes
monedas estatales inevitablemente se comparan y
compiten en el mundo, donde algunas de ellas incluso se
terminan imponiendo como monedas locales en otros países
-como ocurre con el dólar-, y otras no son utilizadas ni en
aquel territorio donde se las declara de curso legal y
forzoso.
Para responder a la pregunta planteada en este punto,
parece claro que una multitud de bancos ofreciendo dinero
propio a su cuenta y riesgo podría contribuir a hallar del
mejor modo posible una cantidad más “adecuada” de dinero
circulante, que una autoridad monopólica estatal. El
mecanismo de precios y las consecuentes decisiones
individuales podrían ser el mejor medidor de la aptitud de
cada moneda para cumplir con su rol. Pero ello no funciona
en el caso de la moneda monopólica estatal, y será
necesario establecer un criterio.
Al respecto, dos han sido las posiciones generales que
considero más razonables, dentro de las dificultades ya
mencionadas:
1. Establecer un porcentaje del dinero circulante, como
límite máximo de la emisión permitida. La propuesta de
Friedman la estableció entre un 3 y un 5% del circulante,
como tope de la emisión anual127. Ese porcentual puede
considerarse una tasa de crecimiento anual del producto
bruto de un país como Estados Unidos en tiempos normales.
Ese número permite un cálculo claro y rápido, que no dé
lugar a interpretaciones extrañas o trampas por el gobierno.
Es verdad que podría intentar alguna picardía al momento
de establecer cómo debería calcularse el dinero circulante,
pero una vez hecho ese cálculo la primera vez, en los
siguientes años el método para calcular sería prácticamente
automático.
Pero trae como contrapartida el problema de que no
siempre el producto del país crecerá en esa misma
proporción, lo que podría quitar eficiencia a la regla.
2. Establecer la tasa de crecimiento del dinero según el
crecimiento de la producción de bienes, que puede estar
representado por el incremento del Producto Bruto Interno.
Ello tendría la ventaja de ser una cifra más adecuada para
establecer la demanda de dinero en el mercado, pero al
mismo tiempo sería más complicado de calcular. Gobiernos
de países con débil institucionalidad que pueden manipular
a los organismos encargados de hacer los cálculos oficiales
del PBI, podrían intentar cada año inflar esa cifra para
justificar emisión. Se podrían producir discusiones complejas
respecto del cálculo de dicho crecimiento, que enturbiarían
la decisión final. No obstante ello, parece un parámetro más
correcto, en especial para países que tienen altibajos
respecto del crecimiento, provocados por lo general por las
políticas económicas del gobierno.
Atendiendo a ambos criterios, creo que quizá se podría
ensayar una combinación de los dos. Esto es, que el límite
máximo de emisión esté dado por el crecimiento del
Producto Bruto Interno, pero que al mismo tiempo,
independientemente de cuál haya sido tal crecimiento, no
pueda superar determinado porcentaje del circulante.
Sólo debería incrementarse la cantidad de dinero si se
incrementa previamente la cantidad de bienes y servicios
producidos en el país; y a la inversa, una eventual
disminución del PBI debería conducir a la disminución
proporcional de la cantidad de dinero circulante.
De tal modo se podría buscar esa supuesta “estabilidad” o
“equilibrio” entre el dinero y los demás bienes,
reconociendo las dificultades que ello entraña, y los peligros
de abuso o engaños por parte del gobierno al ejercer dicha
facultad.
Pero en tanto el gobierno sea el encargado de fabricar la
moneda, un límite claro deberá existir para poder hacer
responsable al funcionario que promueva o permita emitir y
poner a circular dinero por encima de lo razonable.
V. LA INFLACIÓN EN LOS DISTINTOS
TIPOS DE MONEDA
La inflación como incremento de la cantidad de dinero, ha
existido a lo largo de la historia en muchos lugares y
épocas. Ocurrió en tiempos en que el dinero era un
producto espontáneo del mercado, lo que constituyó un
fenómeno esporádico, local, y que rápidamente fue
superado por los propios mecanismos del proceso de
mercado, es decir, dejando de utilizar dicho bien como
dinero y sustituyéndolo rápidamente por otro.
Por el contrario, tuvo mayores consecuencias, más
duraderas y graves, cuando tal incremento en la cantidad
de dinero fue producto de la intervención estatal. Lo vimos
con la alteración del metal en las monedas, que se
popularizó durante el Imperio Romano y siguió en todos los
tiempos en que existió dinero metálico acuñado por el
gobierno, y se hizo realmente generalizado cuando el
Estado asumió el monopolio de la creación de dinero, lo
independizó de cualquier bien físico, y lo convirtió en
pedazos de papel de fácil confección.
Veremos a continuación algunos ejemplos de inflación en
los distintos sistemas.
1. La inflación en los sistemas de dinero natural no
metálico.
Cuando el dinero surgió espontáneamente por la necesidad
de un medio de intercambio, y se usaron distintas
mercancías valiosas y aceptadas por la generalidad de las
personas, su utilidad como dinero estaba vinculada
fundamentalmente con su valor como mercancía, unido a la
estabilidad en su cantidad. Un cambio brusco en esa
cantidad, sea en más o en menos –es decir, una
modificación en la oferta-, alteraba su valor y eliminaba su
utilidad como dinero.
Si esos bienes eran de origen mineral, la cantidad de
dinero estaba fundamentalmente vinculada con la
capacidad de extraer el bien y “monetizarlo”, es decir,
convertirlo en un bien apto para ser utilizado en las
transacciones. Pero cuando dichos bienes eran de origen
vegetal o animal, y por lo tanto su cantidad podía variar
más rápidamente de acuerdo con la mayor o menor
producción humana, aparecieron incentivos para que las
personas se dedicaran a “producir” dinero, es decir, a inflar
la cantidad de ese bien que, además de su valor como
mercancía, tenía valor como dinero.
Es importante tener en cuenta que en tiempos en que se
utilizaron bienes de uso como dinero, esa práctica era
espontánea y surgida voluntariamente de las costumbres
comerciales, por lo que no existía ningún motivo de sujeción
a tal bien que no fuera su aceptación como medio de
intercambio. Por ello, apenas un bien dejaba de ser útil en
ese sentido, era rápidamente sustituido por otro sin que ello
requiriera modificaciones institucionales relevantes. Aunque
a veces su masiva aceptación como dinero motivaba
algunas formas de intervención del gobierno.
Un ejemplo histórico interesante en este sentido es el del
tabaco en Virginia, que durante mucho tiempo fue utilizado
como dinero. Su valor y aceptación como dinero llevó a un
incremento exponencial de su producción y la consecuente
disminución de su precio, lo que provocó múltiples
inconvenientes que acabaron descartándolo. Milton y Rose
Friedman lo explican de este modo128:
Un tipo de dinero muy interesante y del cual se pueden
extraer muchas enseñanzas fue el tabaco de Virginia,
Maryland y Carolina del Norte: “La primera ley aprobada
por la primera Asamblea General de Virginia, el 31 de
julio de 1619 (doce años más tarde del desembarco del
capitán John Smith y el establecimiento en Jamestown del
primer asentamiento permanente en el Nuevo Mundo), se
refería al tabaco. Fijaba el precio de este importante
producto a tres chelines el mejor y a 18 peniques la libra
del segundo tipo […]. El tabaco se utilizaba ya como
moneda local129.
En varios períodos el tabaco fue declarado la única
moneda legal. Continuó siendo un medio básico de pago
en Virginia y en las colonias vecinas durante cerca de dos
siglos, hasta mucho después de la revolución
norteamericana. Era la moneda que los colonos
empleaban para comprar comida, ropas, para pagar
impuestos e incluso comprar una novia…
…Como con el dinero, ocurrió también con el tabaco. El
precio original asignado al tabaco en términos de la
moneda inglesa era mayor que su coste de producción,
de modo que los plantadores de tabaco se dedicaron a
producir una cantidad cada vez mayor. En este caso la
oferta monetaria creció tanto en forma real como
figurada. Como ocurre siempre cuando la cantidad de
dinero aumenta con mayor rapidez que la de bienes y
servicios que se pueden comprar con ese dinero, los
precios de los otros bienes aumentaron en términos de
tabaco drásticamente. Antes de que la inflación acabara
cerca de cincuenta años más tarde, los precios, en
términos del tabaco, se habían multiplicado por cuarenta.
Los cultivadores de tabaco estaban muy descontentos
con la inflación. Unos precios más altos de los otros
bienes en términos de tabaco implicaban que el tabaco
podía comprar una cantidad menor de esos otros bienes.
el precio del dinero en términos de bienes es lo contrario
del precio de los bienes en términos de dinero. Como es
natural, los cultivadores pidieron ayuda al Estado. Se
aprobaron leyes sucesivas que impedían a ciertas clases
de individuos plantar tabaco, permitían la destrucción de
parte de la cosecha y prohibían la plantación de tabaco
durante un año. No sirvió de nada. Finalmente, los
colonos intervinieron directamente, se agruparon y
fueron por los campos destruyendo las plantaciones de
tabaco: “Los daños alcanzaron tales proporciones que en
abril de 1683 la Asamblea aprobó una ley que declaraba
que estos grupos habían sobrepasado los límites del
motín, y que su objetivo era la subversión del gobierno.
Se legisló que si un grupo de ocho o más personas
destruía las plantaciones de tabaco, se les debería
prender, declarar traidores y condenar a la pena de
muerte”130.
El tabaco como medio de pago ilustra vivamente una de
las leyes más antiguas en economía, la de Gresham: “El
mal dinero desplaza al bueno”. Los plantadores de
tabaco, que tenían que pagar impuestos y otras
obligaciones en términos de tabaco, utilizaron
comprensiblemente el tabaco de la peor calidad para
saldar estas obligaciones y se quedaron con el de mejor
calidad para exportarlo a fin de conseguir monedas
“fuertes”, es decir, la libra esterlina británica. Como
consecuencia, sólo el tabaco de mala calidad tendía a
circular como dinero. Se emplearon todos los resortes del
ingenio humano para conseguir que el tabaco aparentara
una calidad superior a la real: “En 1698 en Maryland se
hizo necesario legislar contra el fraude de empaquetar
hojarasca en barriles de gran capacidad que contenían
tabaco de buena calidad en la parte de arriba. Virginia
adoptó una medida similar en 1705, pero aparentemente
no sirvió de nada131.
Este ejemplo del tabaco ilustra muy bien en qué consiste
la inflación, al vincularla con un bien de uso en lugar de
papel moneda. En especial cuando el bien utilizado como
dinero es de aquellos que pueden ser producidos, las
personas tienen la fantasía de que pueden crear riqueza
produciendo ese tipo de bienes, y que sin importar la
cantidad, su valor permanecerá inalterado. Por ello
concluían los Friedman:
Sigue siendo tan cierto ahora como antes que un
aumento más rápido de la cantidad de dinero que de la
de bienes y servicios que se pueden comprar provocará
una inflación, aumentando los precios en términos de
dinero. La razón por la que la cantidad de dinero
aumenta no importa. En Virginia la cantidad de dinero-
tabaco creció y dio lugar a una inflación de precios en
términos de tabaco132.
2. La inflación en sistemas de dinero metálico.
En los sistemas monetarios basados en monedas metálicas,
la inflación se ha producido históricamente a través de la
disminución de la cantidad de metal precioso en cada
moneda, con el fin de incrementar la cantidad nominal de
dinero en beneficio de la autoridad que lo acuña.
En Roma, el incremento de los gastos provocados por las
guerras y la obra pública llevó a que, una vez que la presión
tributaria se hizo insostenible, se recurriera a la degradación
de la moneda. Ello generó un incremento de los precios que,
en tiempos de Diocleciano, se intentó paliar con controles
de precios y regulaciones que agravaron el problema133.
El desarrollo del concepto de soberanía y la lucha de los
monarcas por imponer su poder en sus regiones, llevó a que
el manejo de la moneda se convirtiera en una cuestión de
Estado. Así lo señalaba Bodin al invocar -en su célebre
tratado publicado en 1576- la necesidad de que el Estado
regule la moneda y la acuñe como expresión de su poder
soberano134.
Un ejemplo muy conocido sobre la alteración de la moneda
por los monarcas fue el de la moneda de vellón, que se
produjo en España aproximadamente para el mismo tiempo
en que Bodin publicaba su tratado. El vellón es una aleación
de cobre y plata, y las monedas de vellón eran muy
populares en España en las pequeñas transacciones, por su
escaso valor con relación a los escudos de oro y los reales
de plata, monedas inalcanzables para la gente más pobre.
El amplio uso y popularidad de la moneda de vellón llevó a
los monarcas Felipe II y Felipe III a manipularla, alterando
las cantidades de metal que contenían para de este modo
crear una suerte de impuesto invisible a través de la
inflación135.
Esta exacción generalizada fue puesta de manifiesto por el
padre jesuita Juan de Mariana en su último libro publicado
en 1609, donde denunció el robo producido por Felipe III en
esa época, y cómo mediante esa maniobra de inflar la
moneda establecía impuestos encubiertos que desangraban
a la población. Mencionaba a la inflación como un “infame
latrocinio”136.
Lo especialmente valioso de esta obra fue que puso de
manifiesto cómo los gobernantes utilizaban su manejo del
dinero metálico, y con la excusa de garantizar su valor, lo
distorsionaban y manipulaban en su propio provecho,
generando un mecanismo no sólo de control político sino de
cobro indirecto de tributos, difícil de advertir. Lo más
perverso es que sus prédicas se dirigían a buscar otros
culpables y movilizar a las propias víctimas despojadas, a
perseguir a otras que no tenían nada que ver con el
problema.
La tentación de los gobiernos por adulterar la moneda
para estirar su cantidad ha sido constante en la historia, lo
que llevó a Adam Smith a afirmar:
A mi modo de ver, en todos los países del mundo la
avaricia e injusticia de los príncipes y Estados soberanos
abusaron de la confianza de los súbditos, disminuyendo
grandemente la cantidad real del metal que
originariamente debían contener las monedas137.
Esta acción de los gobiernos produjo en tiempos de
monedas acuñadas por la autoridad, una tensión entre los
gobernantes y quienes debían utilizar el dinero, pues en la
medida en que se pudieran usar distintas monedas, y el
gobernante pretendiera regular la relación de valor entre
ellas, las personas descartaban las que no eran confiables o
estaban sobrevaluadas artificialmente, desprendiéndose de
ellas en sus transacciones y atesorando las que merecían
mayor credibilidad, aplicando de este modo la Ley de
Gresham. Como decía Mises:
La acuñación de moneda fue de antiguo prerrogativa
reservada al gobernante. La función del Estado en esta
materia se limitaba al principio a certificar el peso y la ley
de las diversas piezas monetarias. Tales circunstancias
eran las únicas que el sello oficial pretendía garantizar.
Cuando más tarde príncipes y políticos se lanzaron a
envilecer la moneda circulante, rebajando su ley
mediante la sustitución de parte del metal noble por
otros de menor valor, actuaban siempre furtivamente, a
escondidas, conscientes de que realizaban una operación
fraudulenta en perjuicio de sus administrados. Pues en
cuanto los gobernados se percataban de tales
manipulaciones, menospreciaban las nuevas piezas con
respecto a las antiguas, siendo éstas valoradas en más
por el mercado que aquéllas. Se declaraba delictivo
discriminar entre la moneda “mala” y la “buena” con
motivo de pagos y transacciones, decretándose precios
máximos para las adquisiciones efectuadas con la
“mala”. Pero los efectos así provocados no eran nunca los
que el gobierno deseaba. Las disposiciones oficiales no
impedían que la gente acomodara los precios cifrados en
la moneda envilecida a la prevalente relación
monetaria138.
Cuando los gobiernos monopolizaron la acuñación, su
poder terminó obligando a las personas a aceptar dinero
adulterado que perdía valor a medida que se le quitaba
metal.
3. La inflación en sistemas de dinero metálico
convertible. Las razones políticas de la
inconvertibilidad
La aparición de certificados y billetes que representaban al
metal depositado en los bancos, facilitó enormemente el
comercio, pero al mismo tiempo generó una oportunidad de
fraude, tanto para banqueros privados como para los
gobiernos.
En efecto, el surgimiento de los billetes que representaban
el valor del metal depositado en los bancos, alentó la
emisión de mayor cantidad de billetes que el oro
acumulado. Mientras los billetes fueran emitidos por bancos
privados, siempre existía la posible intervención judicial en
los casos de maniobras fraudulentas. En determinadas
circunstancias, dicha emisión podía constituir una forma de
fraude contra los receptores de los billetes que confiaban en
que recibirían oro a cambio de esos papeles.
Pero esa situación fáctica de inflar la cantidad de billetes
respecto del oro existente, fue muy propicia para que los
gobiernos encontraran una nueva forma de financiar sus
gastos excesivos recurriendo nuevamente a maniobras
fraudulentas en perjuicio de la gente. Fue así como en
especial desde las últimas décadas del siglo XIX y
comienzos del XX, en distintos países y épocas se
sancionaron leyes de suspensión de la convertibilidad de los
billetes, y el gobierno tomó el control del oro, para usarlo
para el pago de sus deudas.
De este modo, los billetes comenzaron a circular sin un
respaldo efectivo, y el Estado pudo emitir nuevos billetes,
generando inflación. Esta situación de incertidumbre se
invocaba como temporal, para superar emergencias
generalmente provocadas por las guerras y la
reconstrucción de los países luego de ellas o el pago de
indemnizaciones por los derrotados. El sistema se sostenía
en tanto la gente confiara que la convertibilidad sería
restablecida lo antes posible. Pero en realidad, fue la
antesala del abandono del patrón oro, cuando los
gobernantes advirtieron lo fácil que era emitir pedazos de
papel y obligar a la gente a usarlos como dinero.
4. La inflación en sistemas de patrón oro cambio
El patrón oro sufrió una modificación fundamentalmente
tras la Primera Guerra Mundial. Los gobiernos
comprendieron que sería muy difícil sostener la
convertibilidad debido a la gran cantidad de dinero que
sería necesario para reconstruir los países. Se pensó
entonces en esta forma de patrón indirecto, que estaba
basado en el oro, pero cuyos billetes no podrían ser
canjeados directamente por el metal, sino que el oro era el
respaldo general de los billetes emitidos por el gobierno, de
modo tal que la cantidad de dinero circulante debía
adecuarse y limitarse a la cantidad de oro en manos del
Estado.
Era una forma de mantener el respaldo en oro, pero
eliminando la convertibilidad que para entonces ya se veía
como algo difícil de restaurar. Pero precisamente esta
circunstancia facilitó las cosas para que los gobiernos
irresponsables recurrieran a la emisión. Se eliminó la
posibilidad de limitar efectivamente la cantidad de billetes
emitidos con relación al oro depositado, y el siguiente paso
fue el abandono definitivo de cualquier patrón monetario
atado a los metales.
5. La inflación en los sistemas de papel moneda
estatal.
El abandono en los hechos de cualquier sujeción de la
cantidad de billetes circulando, a algún bien valorado y de
cantidad estable, cambió definitivamente las reglas
monetarias en el mundo.
El dinero pasó de ser una elección de las personas, que
debía competir en el mercado del dinero con otras opciones
efectivas o potenciales, y cuyo valor y cantidad no dependía
de la decisión de una autoridad; a ser la imposición por el
gobierno de pedazos de papel no limitados por ningún bien,
con curso forzoso, y que circula en una cantidad que
depende de la voluble decisión de determinados
funcionarios del Estado.
Como señala Hazlitt, refiriéndose al abandono del patrón
oro en Estados Unidos y su reemplazo por el dólar impuesto
como dinero fiat:
El valor del dólar depende no solamente de la cantidad
de dólares, sino de su calidad. Cuando un país abandona
el patrón oro, por ejemplo, esto significa en realidad que
el oro, o el derecho a obtener oro, se ha trocado de
repente en mero papel. En consecuencia, el valor de la
unidad monetaria, por lo general, cae inmediatamente,
aun cuando no haya habido un aumento en la cantidad
de dinero. Esto sucede porque la gente tiene más fe en el
oro que en las promesas o el criterio de los
administradores monetarios gubernamentales. En
realidad, casi no se ha registrado ningún caso en el que
el abandono del patrón oro no haya sido seguido por un
mayor incremento del crédito bancario y de la emisión de
moneda139.
Librado de la atadura de un patrón monetario, el gobierno
impone legalmente la moneda a través de su curso legal y
forzoso, convirtiéndola en moneda de uso obligatorio para
cancelar obligaciones. A partir de entonces, la cantidad de
moneda dependerá de las reglas que el propio Estado
establezca.
La convertibilidad, o al menos la paridad con alguna
cantidad determinada de oro, será reemplazada por una
serie de teorías elaboradas por economistas contratados
para decir hasta dónde el gobierno puede incrementar la
cantidad de billetes.
No es casual que tras la Primera Guerra Mundial, y frente a
la necesidad de pagar las costosas consecuencias, Alemania
cayera en un proceso de emisión de dinero sin respaldo que
culminó con la hiperinflación de los años ‘20. Para hacer
frente a los gastos provocados por la guerra, la
reconstrucción del país y las fuertes indemnizaciones
impuestas por los vencedores, el gobierno alemán recurrió a
una masiva emisión de billetes (Papiermark), que no tenían
respaldo en oro ni eran convertibles. Fue una situación
anómala para la época, justificada por la situación de
extrema gravedad, pero que inició un proceso de
transformación hacia el abandono de las ataduras a la
producción estatal de dinero.
La necesidad de pagar fuertes reparaciones de guerra en
1921 hizo que las monedas respaldadas por oro
desaparecieran rápidamente del mercado y del país, y en su
lugar circularan masivamente los billetes de papel no
convertibles a los que el Estado les daba un valor arbitrario.
La carrera descontrolada entre el incremento de billetes
emitidos y el incremento de los precios culminó en la virtual
desaparición de ese dinero.
Desde entonces, en muchas partes del mundo ha habido
situaciones de hiperinflación o de altos índices de inflación.
Se pueden mencionar como algunos ejemplos el caso de
Hungría tras la invasión soviética, que en 1946 alcanzó un
incremento de precios de 41.9 trillones % (los precios se
duplicaban cada 15 horas), o Zimbabue, que en 2008
alcanzó una inflación de 89.7 trillones % (los precios se
duplicaban cada día), Venezuela, que en 2018 superó los 10
trillones %, y casos de altísima inflación como Argentina
1989-90, Brasil en 1990, Bolivia en 1984-85.
La inflación puede llevar a la pérdida del control sobre el
valor del dinero y en consecuencia a la imposibilidad de que
siga funcionando como tal. Cuando existen monedas
alternativas en el mercado, esa moneda inflada
simplemente desaparece, pero cuando es de curso legal y
forzoso, y el Estado se obstina en imponerla, los precios
inician una escalada absurda y sin control, precisamente
porque no hay posibilidad de calcular el valor de los billetes.
Un elemento esencial respecto del dinero es la confianza
de la gente en él. Cuando hay competencia de monedas o
los patrones monetarios son bienes de consumo, la gente
que desconfía del dinero simplemente lo cambia por otro.
Pero la combinación de pérdida de confianza en el dinero
más imposición estatal de su uso, lleva a consecuencias
estrepitosas.
Cada hiperinflación o alta inflación, provocada en
determinados países por motivos políticos, renuevan las
enseñanzas respecto de los peligros de la emisión de
billetes para cubrir los gastos del Estado. Pero esas
enseñanzas se olvidan fácilmente y existe la tentación en
los políticos de recaer en esa adicción a pensar que pueden
crear riqueza tan sólo imprimiendo papeles. Como bien
sintetizó Mises al fin de la Segunda Guerra Mundial:
Actualmente, casi no existe necesidad de abordar una
discusión sobre la leve e inofensiva inflación que, en un
régimen de patrón oro, puede ser resultado de un gran
aumento en la producción de oro. Los problemas que el
mundo debe enfrentar hoy en día son los referidos a los
desbordes inflacionarios del papel moneda inconvertible.
Tal inflación es siempre consecuencia de una deliberada
política gubernamental. Por un lado, el gobierno no
quiere reducir sus gastos. Por el otro, no desea equilibrar
su presupuesto a través de exacciones impositivas o
empréstitos gubernamentales. Prefiere la inflación porque
la considera el mal menor. Sigue expandiendo el crédito y
emitiendo moneda porque no percibe las inevitables
consecuencias de esa política140.
6. La inflación en el dinero virtual
La tecnología ha permitido en las últimas décadas
desarrollar lo que en otros tiempos sólo parecía reservado a
la ciencia ficción: el dinero virtual o las cryptomonedas.
Hace mucho que las transacciones –en especial en
sistemas de papel moneda fiduciario- consisten más en
asentamientos contables que en el uso efectivo de billetes,
y la tecnología ha facilitado sobremanera tales
transacciones que no requieren de moneda física (basta con
que en algún lugar dicho dinero esté depositado y
disponible para transar con él). Luego los bancos
compensan entre sí las sumas de dinero a través del
clearing.
Esta modalidad, que a primera vista parece tan útil para
facilitar las transacciones, encierra también la trampa del
control estatal. Las transacciones virtuales de todo tipo, la
necesidad de que el dinero esté previamente depositado en
cuentas que puedan ser controladas y la identificación de
quienes realizan las transacciones, facilitan notoriamente el
control estatal de las personas y de su patrimonio. Nada
queda ajeno a la órbita del Fisco y del pago de los
correspondientes tributos. No es casual que en los últimos
tiempos hayan proliferado nuevas formas de control
tributario, que nacieron a la sombra de la bancarización de
las operaciones y su manejo informático.
De modo que la tecnología, invocada frecuentemente
como auxiliar de las personas para mejorar sus vidas y
facilitar la producción de riqueza, también ha sido utilizada
para controlarla, y para permitir que el Estado pueda
incrementar su presión tributaria sin que las personas
puedan evitarlo. El Estado –detentador del monopolio de la
fuerza y la legalidad- está en condiciones ideales para
utilizar la mejor tecnología para los peores fines.
Pero más allá de esto, lo que en los últimos tiempos se ha
producido como innovación tecnológica en materia
monetaria, es la aparición de dinero que sólo existe de
manera virtual, que no es representación ni de bienes
materiales ni de billetes estatales, ni de ninguna otra clase
de moneda, sino que se justifica en sí mismo.
Esto, que hace un par de siglos hubiese sido visto como un
fraude, en realidad hoy ha adquirido cada vez mayor
aceptación por parte de la gente. Es que en definitiva, si el
Estado puede imprimir pedazos de papel y decir que eso es
dinero, ¿por qué alguien no podría inventar un
asentamiento virtual y sostener que eso es dinero?. En todo
caso, la ventaja del dinero virtual sobre el dinero fiat es que
nadie es obligado a utilizarlo o recibirlo para cancelar sus
pagos. Al menos por ahora.
Como toda moneda, la virtual depende de la credibilidad
en ella. Y esa credibilidad, según sus creadores, se la otorga
la propia tecnología involucrada en su formación. La idea es
que la cantidad de moneda no puede alterarse, y sólo
crecerá de un modo establecido en su lanzamiento original,
por medio de una serie de algoritmos que no dependen de
ningún operador ni pueden ser manipulados –al menos en
teoría- una vez que se inicia el proceso.
Si es posible garantizar esta circunstancia, se podría
cumplir con la exigencia de la estabilidad en su cantidad de
un mejor modo que con el dinero fiduciario estatal, e incluso
que con cualquier otra forma de dinero, como vimos en los
puntos anteriores. Luego habrá que discutir si la forma de
calcular la producción de nuevo dinero virtual cumple
razonablemente con los requerimientos del mercado.
Sin embargo, la posibilidad de alteración de los programas
es algo que deberá vigilarse constantemente. De hecho, ya
los políticos le han echado el ojo a las monedas virtuales de
dos maneras, ambas perjudiciales:
1. Han visto el peligro de que la gente pueda abstraerse de
los controles estatales utilizando este tipo de dinero que no
puede ser, al menos por ahora, monitoreado por el gobierno
(por eso se volvió tan aceptada en determinados círculos).
Si las personas atesoran su riqueza en este dinero virtual, al
menos al día de hoy podrían evadir impuestos y realizar
negocios que escaparan al control legal del Estado.
De allí el interés estatal por obligar a que las transacciones
en monedas virtuales sean visibilizadas -tanto las cuentas
como las operaciones- para que sobre ellas exista un control
del Estado, y sobre todo cobrar los impuestos
correspondientes. Esto genera una lucha en la cual, las
ventajas evidentes del dinero virtual podrían desaparecer –
al menos en parte-, al ser teñidas del mismo estatismo que
las otras formas de dinero141.
2. Pero por otra parte, y probablemente más peligroso,
muchos políticos han comenzado a ver en la moneda virtual
una nueva opción para incrementar su poder.
En efecto, algunos gobernantes autoritarios han lanzado
su idea de tener monedas virtuales estatales, destinadas a
realizar las transacciones del Estado, con curso forzoso. De
este modo, podrían disponer de un dinero más barato y
sencillo de producir que los papeles que imprime
diariamente.
Por supuesto que nadie pensará que políticos
inescrupulosos, que a lo largo de la historia cercenaron el
contenido de las monedas metálicas, emitieron billetes en
mayor cantidad que el oro acumulado en sus arcas, y
finalmente liberaron su atadura a ningún patrón monetario
para poder emitir sin límites, vayan a ajustarse al respeto
de una serie de algoritmos que nadie conocerá y que ellos
mismos deberían generar.
De este modo, habrá que tener mucho cuidado en el futuro
con las monedas virtuales. No vaya a ser cosa que el
encandilamiento con sus indiscutibles virtudes nos impida
ver la otra cara de la moneda, que es el peligro de su uso
directo por los gobiernos para crear una nueva y más
fácilmente manipulable forma de dinero estatal.
VI. LA INFLACIÓN Y EL CRÉDITO.
Los bancos hoy en día ofrecen una gran cantidad de
servicios y han diversificado sus negocios. Administran
financieramente los gastos de la gente a través del pago de
sus deudas con los saldos de sus cuentas, financian
compras de altos montos de sus clientes, los gastos con sus
tarjetas de crédito, hacen operaciones de cambio de divisas,
de compra-venta de valores, etc.. Su capacidad de
financiamiento y la información y comunicación fluida con
sus clientes les ha permitido involucrarse en todo tipo de
actividades comerciales.
No obstante ello, la principal actividad de los bancos sigue
siendo la de prestar dinero a cambio de un precio. En ese
sentido, como explicaba Mises en tiempos de patrón, la
actividad bancaria se desarrolla de dos formas distintas: la
intermediación crediticia mediante la concesión de
préstamos con dinero de terceros y la concesión de crédito
a través de la emisión de medios fiduciarios, esto es billetes
y saldos en cuenta corriente sin cobertura monetaria142.
Con dinero de papel creado monopólicamente por el
Estado, la labor crediticia de los bancos ha variado un poco,
y entonces puede decirse que hoy en día prestan dinero que
la gente deposita a plazo, y también el dinero que la gente
tiene en sus cuentas a la vista, sea en caja de ahorros o en
cuenta corriente. Esta última actividad ha sido cuestionada
y se la vincula con el problema de la inflación, por lo que me
concentraré fundamentalmente en ella en este capítulo.
En sus operaciones con los depósitos a plazo fijo,
básicamente el negocio del banco está dado por la
diferencia entre la tasa de interés que paga a sus ahorristas
y la que le cobra a los tomadores de crédito, descontados
los gastos operativos. Para ello, los bancos deben vigilar dos
factores fundamentales: 1) estar muy atentos a las fechas,
tanto de aquellas fechas en que deberá devolverse el dinero
a los depositantes, como en la que deberán cobrar las
cuotas de los créditos otorgados; 2) Ser bastante
cuidadosos respecto de a quiénes le prestan el dinero, para
tener las mayores garantías posibles de que pagarán sus
cuotas en tiempo y forma. Ambos factores son
fundamentales para disminuir el riesgo de caer en
insolvencia.
La concesión imprudente de créditos puede acarrear
consecuencias tan ruinosas para un banco como para
cualquier otro comerciante. Esto se deduce de la
estructura jurídica de su negocio; no existe relación
jurídica entre sus transacciones de activo y sus
transacciones de pasivo, y su obligación de devolver el
dinero tomado a préstamo no está afectada por el
destino de sus inversiones; la obligación continúa incluso
si las inversiones han acabado en pérdidas irreparables.
Pero es precisamente la existencia de este riesgo lo que
hace provechoso para el banquero desempeñar el papel
de intermediario entre quien da un crédito y quien lo
recibe. De la aceptación de este riesgo es de la que el
banco deriva sus beneficios y sus pérdidas143.
Los diferentes criterios en la teoría económica aparecen
más nítidamente cuando se discuten las operaciones de
préstamo de dinero a la vista, de los saldos de las cuentas
de los clientes. Ello así por dos circunstancias
fundamentales: 1) por el riesgo que entraña prestar dinero
que puede ser reclamado en cualquier momento por el
titular de la cuenta; 2) por la supuesta creación secundaria
de dinero a través del uso de fondos que formalmente están
depositados en una cuenta a disposición de su dueño, pero
que al mismo tiempo circulan en forma de préstamo a
terceros. Este peligro era particularmente grave en tiempos
de patrón oro, cuando los bancos podían emitir billetes y
efectuar préstamos con ellos, sin que estuvieran
respaldados con oro depositado en sus arcas.
Esa dualidad metal (dinero) – billete (representación del
dinero), permitió que las cantidades de ambas pudieran
diferir. Con dinero de papel, dicha dualidad desaparece y
entonces, según entiendo, los problemas deben ser
analizados con otra óptica.
1. Las distintas alternativas de préstamo de dinero de
cuentas a la vista.
Frente a esta discusión originada por la posibilidad de que
los bancos utilicen parte del dinero de las cuentas a la vista
que habitualmente permanece inmóvil, para otorgar
créditos a terceros, han surgido en la teoría monetaria y en
las legislaciones tres alternativas fundamentales. La
ponderación de estas alternativas deberá hacerse teniendo
en claro a cuál de los sistemas monetarios y bancarios nos
estamos refiriendo.
1. Encaje fraccional obligatorio. Según este sistema, que
es el que se aplica en la generalidad del mundo
actualmente, el Estado establece el encaje o porcentaje de
dinero de depósitos a la vista que los bancos
obligatoriamente tendrán que mantener siempre inmóviles,
pudiendo utilizar el resto de dicho dinero para otorgar
créditos en las condiciones que por lo general también
están indicadas por la reglamentación del Banco Central. A
cambio de tales limitaciones, el Estado garantiza los
depósitos en caso de una eventual insolvencia temporal o
corrida.
Si bien es el sistema que opera en casi todo el mundo y el
que más se adecúa a la filosofía del dinero fiat con curso
forzoso, es probablemente el peor por varios motivos:
1. Impide el funcionamiento del mercado y la
competencia entre los bancos. Por el contrario, fomenta
la ineficiencia, pues los banqueros ya no se preocuparán
por los créditos que otorguen debido a la garantía estatal
por los depósitos. De modo que se limitarán a prestar
hasta el monto autorizado, a todos los que reúnan los
requisitos legales.
2. Si el gobierno no quiere correr riesgos, pondrá
requisitos muy altos para acceder a los créditos. Si no le
importan los riesgos, permitirá operaciones peligrosas.
En ambos casos fomentará la ineficiencia.
Los bancos en definitiva terminan convirtiéndose en
sucursales del Banco Central, y tendrán su negocio
garantizado a cambio de atenerse a las reglas impuestas.
2. El sistema de free banking, en el cual cada banco
decidirá el riesgo que está dispuesto a correr y en todo caso
cuánto del dinero de depósitos a la vista prestará en forma
de créditos. Lo hará a su propio riesgo, a lo sumo con el
auxilio de un seguro privado, pero sin respaldo estatal.
En este caso, el banco podrá negociar contractualmente
con sus clientes distintas alternativas respecto del dinero
que tienen en sus cuentas, pudiendo disponer un encaje de
un 100 %, o un encaje menor con la posibilidad de prestar el
remanente. En definitiva, es un tema que compete a los
bancos, sus clientes y los eventuales tomadores de crédito,
que se podrá resolver a través de acuerdos privados.
En la medida en que los bancos deban hacerse cargo y
responder por sus propias decisiones y no tengan garantías
estatales a su actividad, deberán ser cautelosos y prudentes
respecto del porcentaje de saldos de cuenta que estarán
dispuestos a prestar y a quién se lo prestan.
La información que circula en el mercado y la competencia
entre los bancos ayudaría en tal caso a detectar con
suficiente antelación las malas decisiones de algunos
bancos, y como las consecuencias de una corrida podrían
ser fatales, es muy probable que los bancos más respetados
se cuidarían de actuar imprudentemente.
Por otra parte, en un mercado libre los bancos estarían
controlados por el escrutinio público en el mercado, y no por
regulaciones estatales manejadas casi en secreto por
burócratas. Precisamente la función del gobierno en esta
actividad debería ser la de garantizar que las reglas
establecidas por cada banco y los contratos que celebren
con sus clientes, se cumplan y sean transparentes.
3. El obligatorio encaje del 100% de tales depósitos,
considerando que los bancos no están autorizados a utilizar
el dinero de depósitos a la vista para otorgar créditos, y que
una actividad de ese tipo constituye un fraude a sus
clientes.
Esta posición se basa en el principio de que los bancos no
pueden disponer del dinero de las cuentas de sus clientes,
que son de su propiedad y deben estar disponibles para ser
entregadas a ellos cuando las soliciten. Por lo tanto, la
emisión de billetes o certificados para prestar dinero sin
respaldo –pues el dinero de los depósitos pertenece a los
clientes- supone un fraude y debe ser prohibido.
Además, entienden los defensores de esta posición que
estos créditos que no tienen respaldo en dinero real,
constituyen una creación secundaria de dinero que produce
inflación.
Como suele ocurrir con todas las soluciones que involucran
intervenciones estatales, la primera de las expuestas resulta
ser la más nociva, y al mismo tiempo es la más
frecuentemente utilizada. En efecto, la fijación legal de un
encaje y la garantía estatal por los depósitos fomentan los
malos negocios como consecuencia de la irresponsabilidad
del banco. Paradójicamente, el Estado impone regulaciones
con el propósito de asegurar la buena conducta de los
bancos, pero en cambio promueve su desidia, al quitarles el
peso de buena parte de su responsabilidad.
En efecto, cuando los bancos comienzan a tener
problemas, el Estado recurre en su auxilio, porque la
quiebra de un banco y la existencia de miles de clientes con
su dinero inmovilizado y con riesgo de no poder ser
recuperado, es algo que a los políticos desagrada mucho y
que además puede provocar corridas bancarias si cunde el
temor y otros clientes de otros bancos van a sacar su
dinero. Los banqueros terminan viendo como preferible
padecer los graduales perjuicios de la intervención estatal,
frente al riesgo a una quiebra. Una de las nocivas funciones
de los Bancos Centrales es precisamente producir estas
regulaciones, controles y padrinazgos.
Una discusión mucho más interesante se produce respecto
de las otras dos alternativas: esto es, considerar que los
bancos tienen vedado legalmente el préstamo del dinero
depositado en cuentas a la vista, o que es un asunto que no
debería ser regulado ex ante por la legislación, sino librado
a las negociaciones privadas entre los involucrados
No voy a adentrarme en el análisis más profundo de estas
alternativas. Existe gran cantidad de bibliografía al
respecto, y resulta particularmente interesante el debate
entre quienes ven al uso de saldos de cuentas a la vista
para otorgar créditos como una forma de fraude que debe
ser prohibido (como es el caso por ejemplo de Murray
Rothbard y Jesús Huerta de Soto), y quienes defienden la
libertad bancaria y monetaria (como es el caso de Lawrence
White y George Selgin). En esa discusión creo que los
argumentos a favor de la libertad bancaria y monetaria son
francamente superiores y no han podido ser rebatidos
adecuadamente.
Pero sí me parece importante hacer una aclaración que se
vincula directamente con el tema de este trabajo. A lo largo
de los años se ha tocado este tema en diferentes épocas,
bajo distintos sistemas monetarios y bancarios, y en
ocasiones se han discutido argumentos sin aclarar a cual
sistema monetario o bancario se refiere, y al mezclar los
argumentos se ha incrementado la confusión.
Claramente, no es lo mismo que un banco con libertad
para emitir billetes los extienda como crédito, a que un
banco en los actuales sistemas de dinero fiat y regulación
bancaria preste dinero de depósitos a la vista. Tampoco es
igual que tales billetes sean extendidos sin respaldo
monetario en un sistema de patrón oro, que si existiera
libertad bancaria y monetaria.
Cuando hace más de un siglo Mises se refería a “los
billetes y saldos en cuenta corriente sin cobertura
monetaria”, como reza la cita puesta al comienzo de este
capítulo, o Rothbard hablaba de “los sistemas monetarios
que no están respaldados 100% en moneda-mercancía”144,
ambos pensaban en el patrón oro, o algún otro patrón
basado en mercancías145.
Claro que con patrón oro el dinero es el oro y no los
billetes, y cuando un banco –con libertad cambiaria- emite
billetes sin respaldo en oro, podrá estar produciendo un
fraude, o al menos generando una desvalorización por
inflación de los billetes que representan al oro, aunque no
del dinero (oro).
Pero ello no tendría que ocurrir indefectiblemente en un
sistema de libertad monetaria y bancaria, en el que el
dinero sea producido en el proceso de mercado y no sea
necesariamente el oro o algún otro metal precioso. En tal
sistema el valor del dinero estaría dado por el modo en que
la gente lo valore, no importa si la moneda es oro, es
ganado, es tabaco, son meros billetes emitidos por los
bancos o son asentamientos virtuales.
En un esquema como el que plantea Rothbard no tendrían
cabida, por ejemplo, las cryptomonedas –a menos que en
última instancia estuvieran respaldadas por alguna
mercancía-. Sin embargo, lo que otorga valor o respaldo al
bitcoin u otras monedas similares, es un algoritmo que
limita su cantidad, y la confianza en que tal algoritmo será
respetado y no podrá ser alterado en el futuro. Mientras esa
confianza exista, las personas voluntariamente lo seguirán
valorando.
Es decir que cuando hablamos de billetes y su entrega
como crédito bancario, habrá que analizar previamente a
qué sistema monetario y bancario nos estamos refiriendo.
Benegas Lynch (h) le ha respondido con claridad a ese
argumento popularizado por Rothbard:
Rothbard fundamenta la reserva total sobre la base de
que considera fraudulenta toda reserva fraccional (toda
producción secundaria de dinero). Pensamos, sin
embargo, que mal puede calificarse de fraudulento un
arreglo contractual libre y voluntario entre partes
cualquiera sea su naturaleza (salvo los “contratos
contrarios al orden público”, los cuales se celebran para
lesionar derechos, como el homicidio, etc.); además,
como ya se ha hecho notar, a la luz de los partidarios de
la moneda de mercado, el oro constituye un mero
ejemplo y, tal vez, la moneda que probablemente elija el
mercado, pero esto no significa que el metal amarillo
necesariamente deba constituirse en moneda. Rothbard
dice que “[…] la moneda se adquiere en el mercado
produciendo bienes y servicios y luego se compra
moneda a cambio de aquellos bienes. Pero hay otra
manera de obtener moneda: creándola uno mismo sin
que medie la producción, es decir, falsificándola”146.
Rothbard incluye en esta falsificación toda producción
secundaria de dinero y de allí es que afirma que: “Defino
la inflación como la creación de dinero, es decir, un
incremento de sustitutos monetarios que no está
respaldado 100% en moneda-mercancía”147.
Recordemos, sin embargo, que en el mercado hay
intercambio de valores y si las partes consideran la
producción secundaria de dinero como un valor, no hay
fundamento alguno en la sociedad libre que permita
prohibir tal transacción y, por ende, no puede
considerarse dinero proveniente de causas exógenas.
Respecto del fraude, Rothbard explica que: “Desde mi
punto de vista, emitir recibos en exceso a la mercancía
de que se dispone es siempre un fraude y así debe
considerarse en el sistema legal. Este fraude consiste en
emitir recibos falsos, por ejemplo, por gramos de oro que
no existen […] En resumen, creo que el sistema bancario
fraccional es desastroso para la moral y las bases
fundamentales de la economía de mercado”148; y
continúa diciendo que el problema fundamental no es la
corrida bancaria sino permitir al banquero hacer negocios
basados en “recibos falsos” de igual manera que “el que
roba dinero de una empresa en la que trabaja y lo
invierte en sus propios negocios. Como el banquero, ve
oportunidad de inversión con activos ajenos. El ladrón
sabe que, por ejemplo, el auditor hará un arqueo de caja
el 19 de junio y, por ende, se decide a reponer el dinero
antes de esa fecha […]; sostengo que el mal –el robo- ha
ocurrido en el momento en que el ladrón se apoderó de
lo ajeno y no cuando se lo descubre”149. De acuerdo con
lo que hemos dicho anteriormente, no resulta propio
referirse a fraude y robo si ha habido un acuerdo entre el
depositante y el banco por medio del cual éste opera con
encaje fraccional comprometiéndose a entregar la suma
que se requiere a la vista. El sistema del dinero de
mercado, como ya hemos dicho, incluye la posibilidad de
que la clientela exija el cien por ciento de encaje.
Debemos aquí señalar que los sistemas bancarios se
diferencian en cuanto a la reserva o encaje que
mantienen respecto de los depósitos a la vista o en
cuenta corriente (y también depósitos en caja de ahorro
que operan como cuentas corrientes). Los depósitos a
plazo fijo en todos los casos se represtan a los efectos de
sacar partido entre las tasas activas y pasivas y en
ningún caso generan producción secundaria de dinero150.
Distinta también es la situación del dinero fiat. Como este
trabajo está orientado a ofrecer una propuesta para el caso
de la inflación provocada en los actuales sistemas de
monopolio estatal de la moneda, trataré este supuesto de
manera diferenciada en el punto siguiente, adelantando que
creo que muchos de los argumentos ofrecidos en tiempos
de patrón oro o libertad bancaria no son automáticamente
transmisibles a la situación actual.
2. La naturaleza de los “depósitos” a la vista bajo el
sistema de dinero fiat
Lo primero que quisiera reiterar al abordar este punto, es
que en los sistemas de patrón oro o patrón mercancía, el
dinero es el oro o la mercancía. Los billetes que emiten los
bancos son meras representaciones del dinero. Cuando se
emiten billetes por encima del dinero, lo que entra en crisis
son los billetes, y no el dinero. En todo caso, los poseedores
de billetes intentarían todos juntos recuperar el dinero, pero
no podrían hacerlo porque no hay suficiente dinero-
mercancía para cubrir la sobre-emisión de billetes.
En un sistema de dinero fiat monopolizado y fabricado por
el Estado y que circula en virtud del curso forzoso, el dinero
“es” el billete y en tal caso, cuando se infla la cantidad de
billetes se infla la cantidad de dinero. Y el único que puede
hacer eso es el Estado, que es el monopolista de la emisión
de dinero.
Creo que esta diferencia es fundamental, y hace perder
virtualidad a parte de la discusión que en su momento se
desarrolló durante la vigencia del patrón oro convertible. Por
lo tanto, me concentraré en las siguientes páginas en
efectuar algunas observaciones respecto de dos cuestiones:
1) la naturaleza de los “depósitos” a la vista; 2) si los
préstamos otorgados con los saldos de tales depósitos
pueden ser considerados como generadores de inflación.
Las personas guardan buena parte de su dinero en los
bancos por períodos aleatorios, a veces por cortos plazos
mientras deciden cómo lo gastarán, o a veces por períodos
más prolongados, a modo de ahorro. De hecho, el desarrollo
tecnológico ha tornado irrelevante para las personas tener
el dinero físicamente en sus manos. Mucha gente cobra sus
salarios o el pago por sus servicios con envíos que se giran
a sus cuentas, y desde esas cuentas, a su vez, distribuyen
el dinero a través del pago automático que el banco realiza
de servicios periódicos, o compras efectuadas con sus
tarjetas de crédito, o simplemente a través de
transferencias a otras personas utilizando el homebanking.
A su vez, esas transferencias bancarias son hechas hacia
otras cuentas de otros bancos, de modo que el dinero
permanece mayormente dentro del circuito bancario.
De este modo, cada vez en mayor medida el dinero está
en los bancos y no en los bolsillos o carteras de la gente. Y
ese dinero, mientras no es utilizado, se guarda en cuentas
corrientes o en cajas de ahorro, desde las cuales el cliente
puede operar o exigir el dinero físico en cualquier momento
que desee.
Al dinero colocado en esas cuentas a través de las cuales
las personas operan, se lo denomina “depósito”. La
expresión tiene reminiscencias de la época en la cual regía
el patrón oro, y efectivamente el oro era depositado para su
custodia en las bóvedas de los bancos –servicio por el cual
se pagaba un canon-. Hoy en día, en que el dinero son
pedazos de papel que muchas veces ni siquiera circulan
físicamente sino a través de asientos contables, el uso de la
palabra “depósito” debe utilizarse con mayor cuidado y
reservas.
El depósito, en su forma regular, es un contrato por el cual
una persona entrega a otra un bien para que lo conserve en
determinadas condiciones y se lo restituya en el momento y
circunstancias pactadas. Las facultades del depositario
podrán ser acordadas por las partes, pero en general no
tendrá derecho a usar el bien de ningún modo que lo ponga
en riesgo, sin consentimiento expreso del depositante.
Cuando los bienes depositados son fungibles, opera el
llamado depósito irregular, al que se intenta asimilar al
depósito común distinguiendo ciertas particularidades, que
en realidad lo convierten en algo bastante diferente. En
efecto, en el depósito irregular el depositario ya no tiene la
obligación de devolver exactamente el mismo bien que
recibió, sino que deberá entregar algo similar, de las
mismas características, pues dicha modalidad se vincula
con bienes fungibles.
En tales condiciones, todas las especificaciones del
depósito regular vinculadas con las obligaciones de cuidado,
conservación y limitaciones a su uso pierden virtualidad. En
definitiva, el depositario de bienes fungibles puede disponer
del bien a título de propietario, y se comprometerá a
entregar una cantidad igual de bienes de la misma calidad,
en las condiciones pactadas. Ello ocurre generalmente con
el dinero y con otros bienes fungibles como por ejemplo los
granos, aceites, etc., entregados a los acopiadores para su
futura exportación.
Por ello debe tenerse cuidado al llamar “depósito” al que
involucra bienes fungibles –como el dinero-, especialmente
cuando no existen limitaciones contractuales al uso de tal
dinero por parte de los “depositarios”. Es un caso en el que
la búsqueda de resguardar derechos formales por parte del
orden jurídico, altera la dinámica del ejercicio de los
derechos de propiedad en su aspecto económico151.
Entiendo que lo esencial es comprender las implicancias
del carácter fungible del dinero. Quienes ven en el préstamo
de parte del dinero depositado a la vista como una especie
de estafa o hurto a los depositantes, pretenden que los
bancos reciban sumas de dinero de las personas, y se hagan
cargo de guardarlo, cuidarlo, hacerse responsables por su
pérdida, como si se tratara de bienes únicos no fungibles.
Probablemente si alguien quisiera este tipo de tratamiento
para su dinero, podría contratar con el banco el uso de una
caja de seguridad, lo que le permitiría colocar allí billetes
que nadie podría tocar sin su permiso.
Lo cierto es que cuando un cliente va al banco y entrega
un billete de 50 euros al cajero para que lo coloque en su
cuenta corriente, el cajero toma el billete, lo pone en su
caja, y a partir de ese momento el billete pasa a ser de
propiedad del banco. Realiza un asentamiento electrónico y
entrega al cliente un certificado, y a partir de ese momento,
el banco es propietario del billete y el cliente de un crédito
para que el banco le entregue 50 euros cuando él los
reclame. A menos que entre el cliente y el banco existiese
algún tipo de convenio especial con cláusulas restrictivas, el
banco podrá hacer con ese dinero lo que quiera, mientras le
entregue al cliente una suma similar cuando la pida.
Por ello en la doctrina mercantil se ha definido al contrato
de depósito bancario como “aquel por el cual el Banco
recibe de sus clientes sumas de dinero, cuya propiedad
adquiere, comprometiéndose a restituir otro tanto de la
misma moneda y en la forma pactada”152.
En este contexto, no parece haber una diferencia esencial
desde el punto de vista jurídico, si el dinero se coloca en
una cuenta corriente o en un depósito a plazo fijo. La
diferencia tendrá que ver fundamentalmente con el riesgo
involucrado, pero dicho riesgo puede ser ponderado por los
intervinientes –el banco y el titular de la cuenta-, y resuelto
por acuerdos contractuales.
Esto torna más cuestionable la referencia a un verdadero
“depósito”, sino que se trata más bien de entregas de
dinero, con el compromiso de restituir otro tanto del mismo
dinero cuando le sea requerido –o cuando venza el plazo-.
Jesús Huerta de Soto sostiene lo siguiente sobre la
naturaleza del llamado depósito irregular:
Por eso, al depósito de bienes fungibles, que conserva las
características esenciales del contrato de depósito, al
variar uno de sus elementos característicos (en el
contrato de depósito regular o de cosa específica la
propiedad no se transfiere, sino que la sigue teniendo el
depositante, mientras que en el depósito de bienes
fungibles puede considerarse que la propiedad se
transfiere al depositario), se le ha denominado “depósito
irregular”. Sin embargo, hay que insistir en que la
esencia del depósito sigue inalterada y en que el
depósito irregular participa plenamente de la misma
naturaleza esencial de todo depósito, que consiste en la
obligación de guarda o custodia. En efecto, en el depósito
irregular existe siempre una disponibilidad inmediata a
favor del depositante que, en cualquier momento, puede
acudir al almacén de trigo, al depósito de aceite o a la
caja del banco y retirar el equivalente de las unidades
que originariamente entregó. Éste será el equivalente
exacto tanto en cuanto a la cantidad como en cuanto a la
calidad del bien entregado en cuestión o, como decían
los romanos, el tantundem iusdem generis, qualitatis et
bonetatis153.
Pienso que no se debe confundir el derecho jurídico de
propiedad con el derecho a exigir la entrega de una suma
de dinero de acuerdo con los términos del contrato entre el
banco y el cliente. Que exista un derecho a exigir la entrega
de dinero no implica que no se haya transferido la
propiedad al banco. Se trata de fenómenos jurídicamente
distintos, y no es posible invocar la obligación del banco de
entregar dinero al cliente, como excusa para restringir su
derecho de propiedad sobre la suma recibida.
Por lo dicho más arriba, entiendo que la propiedad del
dinero se traspasa al banco una vez que el cliente lo
entregó en la ventanilla y recibió un comprobante, que a su
vez le da un derecho a exigir una cantidad igual de dinero
cuando lo quiera. Por supuesto que el banco, si es serio,
deberá asegurarse de tener disponibilidad de dinero para
hacer frente a los pedidos de sus clientes. Pero
precisamente la práctica de efectuar préstamos con los
saldos de las cuentas corrientes o cajas de ahorro se generó
por el hecho de que, estadísticamente, buena parte de ese
dinero permanece en las arcas del banco sin ser reclamado.
El banco, siendo prudente, puede usar una parte limitada de
dicho dinero para efectuar préstamos sin comprometer de
manera peligrosa su capacidad para responder a los retiros
de dinero de sus clientes.
En todo caso, la mejor forma de hacer transparente estos
negocios es acordarlos también contractualmente con sus
clientes. Nada debería impedir que entre el banco y el
depositante existiese un acuerdo por el cual se le haga
saber al cliente que una parte del dinero colocado en su
cuenta corriente será usado para otorgar créditos, y a
cambio de la aceptación de este riesgo, se le otorgue un
interés u otros beneficios, tales como la bonificación de
ciertos servicios. Tampoco nada impediría que entre el
banco y el cliente acuerden que el dinero de su cuenta no
será usado de ninguna manera para otorgar créditos, y por
lo tanto en caso de problemas de liquidez, su dinero será el
primero en ser restituido en forma completa.
De modo que desde un punto de vista jurídico, a menos
que exista una intromisión legislativa estatal que impida a
las personas ejercer sus derechos de propiedad, o un
contrato celebrado voluntariamente entre cliente y banco
que imponga restricciones, no se podría impedir que el
banco otorgue préstamos con el dinero recibido de ese
modo. De ambas formas de restricción, la primera debería
ser descartada por todos los argumentos que explican la
inconveniencia de la regulación estatal de los negocios. La
segunda forma podría ser una buena alternativa para hacer
más eficientes estos negocios. Pero si no existen tales
acuerdos y el cliente abre una cuenta corriente o una caja
de ahorros sin establecer limitaciones contractuales con el
banco, éste podría disponer del dinero del modo que desee.
En el llamado sistema de free banking, en la medida en
que no tenga garantías estatales por los riesgos de sus
operaciones, el banco deberá ser muy cauteloso en el uso
de los depósitos a la vista para no arriesgarse a caer en
insolvencia. Así, en la práctica, el encaje decidido por cada
banco tendería a no alejarse demasiado del 100% de
reserva.
En los sistemas donde existe un encaje (legal o de
mercado), se suele decir que la parte remanente que se
presta puede equipararse a una creación secundaria de
dinero. Existe al menos contablemente una cantidad de
dinero en poder del banco, que el cliente puede reclamar o
utilizar en cualquier momento, y que paralelamente se pone
a circular en forma de préstamos bancarios. En la práctica,
ese dinero es computado dos veces simultáneamente.
Esta circunstancia es invocada frecuentemente por los
políticos para justificar el hecho de que la emisión
monetaria no es en rigor la única causa de inflación, y que
hay otras causas, como la creación secundaria de dinero
imputable a los bancos. De allí a sostener la existencia de
una “multicausalidad”, donde los comerciantes y los
especuladores, junto con los banqueros y los sindicalistas
que “suben” los salarios, son los principales responsables de
la inflación, hay un paso corto. Sin embargo, hay que poner
en contexto este asunto, y sobre todo con particular
referencia al dinero fiat.
Con patrón oro la inflación podría producirse, en primer
lugar, si hubiese un incremento notorio en el oro
amonedado circulando en el circuito comercial y bancario.
Ello es poco frecuente en condiciones normales, pues la
cantidad de oro extraído de la tierra y amonedado o
convertido en lingotes tuvo un crecimiento relativamente
lento y acompañado por el incremento de la producción de
otros bienes a los que el dinero servía de intermediario154.
Fuera de ello, la inflación con patrón oro se ha podido
producir fundamentalmente por la adulteración y
cercenamiento de metal, en ocasión de su acuñación por los
gobiernos.
Resulta particularmente relevante el caso de la emisión de
certificados o billetes por bancos privados o estatales, en
exceso del oro depositado. Se puede discutir si el banco que
hace eso en un sistema de libertad bancaria comete un
fraude o simplemente ejerce un derecho y será cuestión de
los eventuales tomadores de sus billetes decidir si confiarán
o no en tales documentos. Pero lo que sí se puede decir es
que esta actividad del banquero produciría una inflación en
los billetes –no en el dinero, que sigue siendo el oro y sigue
conservando su valor-.
Cuando el banquero decide emitir billetes sin respaldo, por
encima del oro que tiene en su poder, o hace circular
certificados una vez que canjeó y devolvió a sus dueños el
oro que ellos representaban, lo que efectivamente hace es
inflar la cantidad de billetes con relación al dinero. De allí
que resultara correcta la definición de inflación que en
tiempos de patrón oro traía el Diccionario de la Real
Academia Española: “Excesiva emisión de billetes en
reemplazo de moneda”.
Si existiese un libre mercado monetario, probablemente la
gente en algún momento detectaría esta inflación y dejaría
de utilizar esos billetes, prefiriendo otros más confiables, o
amparándose directamente en el metal.
Pero en un sistema de dinero fiat la cuestión es distinta. El
único que crea dinero es el Estado, de modo que cuando los
bancos prestan dinero, no es creado por ellos. En la medida
en que el Estado no emita nuevo dinero, siempre será la
misma cantidad, circulando de distintas formas.
Incluso se podría decir que no existe una diferencia
sustancial entre el banco que presta dinero que está
depositado en sus cuentas, y cualquier otra forma de venta
a plazo, con un interés como precio. Mientras el crédito se
vaya pagando y el banco tenga reservas suficientes como
para hacer frente a las exigencias monetarias de sus
clientes, no existe un incremento en la cantidad de dinero.
En definitiva, desde el punto de vista monetario no hay
diferencia con un préstamo a plazo fijo, con excepción del
riesgo. En el depósito a plazo fijo el riesgo se reduce
notoriamente porque el banco sabe cuándo deberá entregar
el dinero a su cliente. Pero estimativamente también sabe
que existe un porcentaje del dinero de las cuentas a la vista
que permanece inmóvil, de modo que en la medida en que
no se produzca ninguna crisis exógena que origine una
corrida por parte de los clientes, puede prestar una parte de
ese dinero sin correr demasiados riesgos.
3. Los límites a la “inflación” provocada por el crédito
Más allá de la discusión sobre los riesgos que entraña
prestar dinero que en algún momento podría ser reclamado,
una consecuencia de esta práctica es que, al menos de
forma contable, el dinero parece multiplicarse. En efecto, al
mismo tiempo figuran cantidades de dinero depositadas en
cuentas bancarias, que pueden ser reclamadas en cualquier
momento por los titulares de las cuentas, y ese mismo
dinero ha sido entregado a otras personas en forma de
créditos y está circulando en el mercado. Se dice entonces
que se ha “duplicado” la cantidad de dinero, y ello también
debería computarse como una forma de inflación.
Se dice que existe una diferencia con el depósito a plazo
fijo, pues en ese caso el titular del depósito no reclamará el
dinero hasta que el plazo venza, de modo que el banco
puede prestar el dinero a terceros sin multiplicar la
cantidad.
Mi convicción es que no existen motivos para hacer una
distinción tajante entre los depósitos a plazo fijo y los
depósitos a la vista, en lo que hace a la generación de
inflación, cuando analizamos el tema en un sistema de
dinero fiat. La cantidad de dinero (los billetes que emite el
Estado) no varía en ninguno de los dos casos, y sólo podrá
ser utilizado una vez, aun cuando contablemente también
figure en una cuenta a nombre de un cliente. Este punto se
aclara cuando se entiende que el banco no es, en rigor,
“depositario” del dinero sino propietario de él y deudor de
su cliente.
Claro que prestar dinero de depósitos a la vista importa un
mayor riesgo para la solvencia del banco, como se explicó
antes, pero ello entiendo que no hace diferencia respecto de
la producción de inflación: la cantidad de dinero no varía.
Si los bancos son prudentes, el porcentaje de dinero que
se utilizará en préstamos con relación al circulante total
será bastante bajo, pero además, una vez que el dinero se
prestó no se lo podrá volver a prestar hasta que se lo
recupere, sea con el pago de los créditos otorgados con él, o
con nuevos depósitos a la vista. De modo que dicha
creación secundaria tiene un techo que una vez alcanzado
no podrá subir significativamente. Si la cantidad de billetes
se mantiene estable, la tendencia de otorgar créditos con
dinero de depósitos a la vista se limitaría por la propia
escasez del dinero, y la reacción del mercado a la necesidad
de hacerse de los billetes necesarios para devolverlo y
pagar los intereses.
Frente a ello, la capacidad estatal para fabricar dinero sólo
está limitada por la cantidad y calidad de las máquinas que
se usan a tal fin, y la cantidad de papel y tinta disponibles.
Basta con pensar que en un país que tiene una inflación del
100% anual, ello significa que en un año se ha duplicado la
cantidad total de dinero circulante. Un efecto así jamás se
podría originar por los préstamos de dinero de depósitos a
la vista, ni siquiera en una porción minúscula, y como dije,
ni siquiera se está incrementando efectivamente la cantidad
de dinero.
De modo tal que, recapitulando, la posibilidad de prestar el
dinero de depósitos es limitada por dos vías:
1. Por la disponibilidad del dinero. El dinero depositado en
cuentas a la vista tiene un límite; y sobre ese dinero sólo
una porción podrá ser prestada por los bancos. Quienes
toman los créditos deben devolverlos con los intereses, de
modo que deberán salir a buscar el dinero, que saldrá de
depósitos bancarios en alguna medida. Si la cantidad de
dinero circulante se mantiene inalterada, una vez alcanzado
el tope de dinero que se pueda prestar (y que genera esa
sensación de que el dinero se duplica), ya no puede
prestarse más hasta que se recupere, y en todo caso, si se
pudiera considerar a eso como una creación secundaria de
dinero, allí alcanzaría su límite.
2. El otro límite importante es el riesgo que los bancos
están dispuestos a correr al prestar dinero que en teoría
podría serles exigido por los depositantes en cualquier
momento. El banco no querrá correr un riesgo excesivo al
prestar un porcentaje significativo de ese dinero, en
especial si no existe una garantía estatal en caso de
insolvencia. En sistemas de free banking, el límite del
encaje tenderá a ser muy alto por decisión de los propios
bancos.
No hay magia en esto, la cantidad de dinero es la misma, y
el trabajo del banquero es evaluar este riesgo, e incluso
comunicarlo a sus clientes y negociarlo con ellos. El dinero
nunca estará en dos lugares: o está en las bóvedas del
banco a la espera de que sus clientes lo soliciten o lo gasten
desde sus cuentas a la vista, o se entrega en forma de
préstamos a personas que lo usarán en sus propios
negocios y lo irán devolviendo en las condiciones pactadas.
Pero no estará en ambos lugares a la vez, a menos que el
Estado emita más dinero.
Aun cuando exista un asiento contable que indica que
determinados clientes tienen derecho a que se les entregue
ciertas sumas de dinero, eso no significa que la cantidad de
dinero se duplique, pues si todos van a retirar el dinero al
mismo tiempo, y parte de él fue prestado a terceros,
simplemente el banquero no podrá hacer frente a su
obligación con el cliente. Podrá pedir a su vez un crédito a
otro banco o llegar a un acuerdo con parte de sus clientes
para que esperen un tiempo para recuperar su dinero, pero
no puede disponer de un dinero que no existe.
Esto marca una diferencia fundamental con la situación
que discutían Mises y Rotbhard en los párrafos que cité más
arriba, ubicados mentalmente en un sistema de patrón oro,
donde lo que se discutía es que los bancos emitían
certificados por mayor valor que el oro depositado (que es
el verdadero dinero), para otorgar préstamos con esos
billetes representativos del dinero.
En tal circunstancia, podría haber una inflación de los
billetes (no del dinero, pues la cantidad de oro
permanecería inalterable). En la medida en que se
multipliquen los billetes, y exista libertad para convertirlos
en oro dispuesta por una paridad artificial establecida por
ley, habría una tendencia a deshacerse de los billetes y
conservar el oro, y la demanda de oro desnudaría el hecho
de que no hay dinero suficiente como para cambiar los
billetes. Entonces, la cuestión podría llevar, o bien a un
proceso por estafa a los bancos que emitieron billetes que
en realidad no tenían respaldo, o bien a una pérdida del
valor adquisitivo de los billetes espurios, restableciéndose el
uso directo del oro como moneda hasta que aparezcan
nuevos billetes confiables. O ambos.
El problema es que en determinado momento, el fomento
de la emisión de billetes sin respaldo –que incluso puede ser
producido por bancos estatales y alentado por el propio
gobierno para financiarse-, podría llevar a una suspensión
de la convertibilidad, y al uso obligatorio de los billetes
devaluados, como ocurrió fundamentalmente en las
primeras décadas del siglo XX y fue el prolegómeno del fin
del patrón oro. Ello conduciría lisa y llanamente a una
situación de inflación, a una pérdida del valor adquisitivo de
los billetes y a una gran estafa ya no cometida por algunos
banqueros inescrupulosos, sino por el gobierno en forma
global.
VII. LA RESPONSABILIDAD ESTATAL
POR LA INFLACIÓN Y CÓMO ELIMINARLA
De lo expuesto hasta aquí, podemos deducir que la inflación
es el incremento de la cantidad de dinero, que
históricamente se ha producido por la intervención del
gobernante, ya sea alterando la cantidad de monedas que
acuñaba al disminuir la cantidad de metal precioso que
contenía cada una, o emitiendo billetes por encima del
respaldo en oro. En la actual economía con dinero de papel
creado por el Estado y con curso legal y forzoso, el único
que puede generar inflación es el gobierno, disponiendo el
incremento en la cantidad de billetes que circulan.
Como hemos visto, la inflación es el incremento en la
cantidad de dinero generado por la acción estatal, que
provoca varios perjuicios. Por un lado perjudica a todas las
personas que son obligadas a utilizar el dinero inflado.
Afecta el patrimonio de cada uno al quitarle poder
adquisitivo a los billetes que porta en su cartera o tiene en
su cuenta bancaria. La vulneración a la propiedad privada
es clara y notoria.
Por otra parte, la inflación altera el proceso productivo en
general, atenta contra la certidumbre necesaria para los
negocios, desalienta la inversión, lo que retrasa la
producción de riqueza y contribuye a mantener o
incrementar las tasas de pobreza. Frente a estos problemas,
y como un intento de minimizar el rol del gobierno en la
producción de inflación, se han ensayado dos tipos de
respuestas:
a. Negar directamente que la inflación sea culpa del
gobierno. Hemos visto que a lo largo de los tiempos se ha
intentado identificar -incluso en los diccionarios- a la
inflación con el aumento de los precios, y entonces se ha
responsabilizado de tal incremento a distintas causas: a los
comerciantes codiciosos, a los especuladores
inescrupulosos, a los banqueros avariciosos, a las guerras, a
la escasez de productos, a la suba del precio del petróleo, a
los sindicalistas que suben los salarios, a conjuras
internacionales, etc.
Sin embargo, vimos que esas razones podrían justificar, a
lo sumo, algunos incrementos circunstanciales y temporales
de precios en algunos productos, pero no su distorsión
generalizada. Esto sólo puede suceder si se altera la
cantidad de dinero, y ello solo puede suceder –en sistemas
de dinero fiat-, como consecuencia de una decisión del
gobierno.
b. Admitir que el incremento en la emisión y puesta en
circulación del dinero puede producir algo de inflación, pero
que en todo caso ello se justifica por los beneficios que
puede aportar esa inyección de dinero en el incremento del
consumo, el comercio, la producción y el empleo. Tal
argumento resultó un espejismo que encandiló a muchos
políticos que, aplicando tales políticas, lograron con el
tiempo precisamente los efectos contrarios.
El desarrollo de esta última excusa se potencia a partir de
las ideas expuestas por Lord John M. Keynes en su Teoría
General de 1936155, que tuvo un influjo arrollador tanto
entre políticos como entre intelectuales, debido a dos
motivos fundamentales: a) por su personalidad y poder de
persuasión; y b) porque resultaban ideas muy convenientes
para justificar intromisiones de los políticos en la vida de las
personas, y con el respaldo de la “ciencia económica”156. Lo
peor de la posición de Keynes es que era un fuerte crítico de
la inflación y recalcaba sus nefastas consecuencias, pero su
propuesta monetaria le dio argumentos de peso a sus
seguidores para terminar justificando la emisión de moneda
a niveles obscenos.
Por ello, más allá del fracaso al que han llevado en muchas
partes del mundo, se vuelve a insistir en estas soluciones
que, como también vimos, esconden la perversa trampa de
ofrecer una percepción inicial de éxito, que luego da paso a
fracasos muy costosos.
La degradación del valor del dinero como consecuencia del
aumento de su cantidad, es un atentado directo contra la
propiedad privada. La inflación se convierte en un modo de
exacción espurio al que son sometidas todas las personas,
por parte de gobiernos que intentan hacerse de más dinero
del que pueden recaudar mediante impuestos.
Si la emisión fuera por motivos de demanda de dinero en
el mercado, no tendría justificativos que el Estado fuese el
beneficiario del dinero extra. Si esa cantidad de dinero no
está prevista en el presupuesto, la entrega al Estado es
irregular. Si lo está –al prever un déficit que debería cubrirse
de alguna manera-, entonces lo que se estaría admitiendo
es que la emisión constituye un tributo encubierto,
impuesto sin necesidad de discutirlo y aprobarlo en el
parlamento, para cubrir parte del gasto público.
De este modo, el Estado incrementa sus ingresos de
manera espuria, disminuyendo al mismo tiempo el valor del
dinero que la gente tiene en sus bolsillos o sus cuentas
bancarias. Es una forma de hurto que se lleva a cabo sin
que siquiera sea necesario tocar el dinero en poder de la
gente, una prestidigitación por la cual se puede ver cómo el
billete de 10$ de repente disminuye su valor adquisitivo
como si fueran 8$, y los 2$ restantes se los lleva el Estado
ante los ojos de un público atónito y confundido, para usarlo
en aquello que los funcionarios decidan.
Para utilizar un ejemplo sencillo, el estado construye una
carretera y la paga con billetes de la Reserva Federal
recién emitidos. Parece como si todo el mundo estuviese
en una situación mejor. Los trabajadores que han
construido la carretera han recibido sus salarios y pueden
comprar alimentos, ropa, vivienda con ellos; nadie ha
pagado impuestos. Sin embargo, donde antes no había
nada, ahora hay una carretera. ¿Quién la ha pagado? La
respuesta es que todos los tenedores de dinero la han
pagado157.
Además, como la desvalorización no es ni automática ni
matemáticamente exacta, sino que depende de cambiantes
valoraciones que se producen de a poco y con signos
diversos, al momento de poner a circular el nuevo dinero el
gobierno puede aprovechar todavía su mayor valor, y la
desvalorización será padecida por quienes lo reciben en las
sucesivas transacciones.
En general, el último en recibir el dinero es el más pobre,
que es quien más padece con la inflación.
1. Motivos por los cuáles el gobierno produce
inflación
Si la inflación es el incremento de la cantidad de dinero,
entonces la pregunta obligada es: ¿por qué el gobierno infla
la cantidad de dinero?
Como adelanté, existen dos motivos principales, según
entiendo, para la emisión espuria de moneda:
a. Por razones de política económica, que se vincula
muchas veces con la intención de reactivar la economía.
b. Para cubrir el déficit del presupuesto de gastos del
Estado.
a. La producción de dinero por razones de política
económica
Durante el siglo XX se popularizó entre los políticos la idea
de que la inyección de dinero puede motorizar las ventas, y
por esa vía incrementar el comercio, lo que reactivará la
producción, la demanda de trabajo, y en general la
economía. Para ello no necesariamente hay que emitir
dinero; se puede lograr ese efecto produciendo una
redistribución e incentivos para la circulación del dinero, por
ejemplo por vía fiscal. Pero la idea general ha llevado a
mucha gente con pocos escrúpulos a proponer como política
económica la emisión de dinero para estimular la economía.
Esta idea continúa siendo popular entre los políticos, no
obstante que en el último siglo su implementación produjo
empobrecimiento y miseria allí donde se la implementó. Los
atajos que buscan alterar la realidad en nombre de ciertas
ventajas, generalmente terminan en fracasos. Este no es la
excepción. Su absurda reiteración sólo se explica por las
ventajas que proporcionan a los políticos que disponen de
dinero fresco y algún tiempo antes de que se produzcan las
consecuencias de la inflación. Tal vez en algunos anide la
atávica esperanza de que, esta vez, las mismas acciones
produzcan resultados diferentes.
Pero la única manera de incrementar la prosperidad, la
producción de bienes y servicios, la ocupación y el nivel de
los salarios es a través de la inversión de capital en el
desarrollo de actividades productivas. Dicho capital es
riqueza previamente producida y ahorrada.
No puede sustituirse dicho proceso por el uso de papelitos
pintados que entrega el gobierno. Es una pena, sería muy
bueno que se pudiera, pues de esa manera el Estado podría
hacer ricos a todos y la pobreza no sería ya tema de
discusión.
Pero no es así como funcionan las cosas. Los papelitos
pintados que el gobierno pone a circular no son riqueza, y
lejos de ayudar a fomentar el comercio y reactivar la
producción, generan todos los problemas que mencioné en
el capítulo anterior158.
La experiencia ha mostrado que la emisión de moneda
espuria y su puesta en circulación no ha ayudado a
reactivar sólidamente la economía. Sólo ha servido para
generar la ilusión momentánea de prosperidad, que
desaparece rápidamente, y que exigirá a los políticos
mantener esa inyección para evitar que la economía se
desmorone, al costo de generar una distorsión permanente
en el precio del dinero. Por el contrario, la auténtica
producción de riqueza que determina el crecimiento
económico de la sociedad, es la que se genera a partir del
ahorro de riqueza previamente producida, y su inversión en
nueva actividad. La reducción de impuestos (que se logra
cuando se reducen los gastos), ha sido la receta más eficaz
para producir ese resultado.
La emisión como vehículo para la “reactivación
económica”, es una excusa de los gobiernos para explicar
su fracaso y esconder el verdadero motivo, que es mucho
más vergonzoso para los políticos: los billetes se emiten
para cubrir sus gastos excesivos. Precisamente los
esfuerzos estatales por incrementar artificialmente la
producción de riqueza, sólo logran incrementar sus gastos y
sus déficits, y el mismo dinero inflado termina siendo
empleado para pagar tales gastos.
Una reducción significativa del gasto público no
solamente ahorraría fondos y recursos sino que
aumentaría el empleo productivo. Para lograr la
estabilidad monetaria, no importa cuáles sean los gastos
que se reduzcan, siempre que el presupuesto resulte
equilibrado. Claro está que si los gastos nacionales y los
controles económicos se redujeran sustancialmente y las
trabas burocráticas disminuyeran o desaparecieran, ello
conduciría a la productividad y a un rápido saludable
reajuste. Es posible revivir muchas industrias por medio
de la eliminación de todo tipo de disposiciones
burocráticas. Quien quiera verlo, notará claramente que
las reglamentaciones oficiales han producido, con
angustiosa monotonía, industrias enfermas y anémicas.
Una administración que quiere estabilidad monetaria
buscaría facilitar un reajuste rápido por medio de cortes
significativos en los impuestos a las actividades
productivas. Si las empresas pagaran menos impuestos,
por ejemplo, ello haría que dieran mayores beneficios, lo
cual aumentaría la producción y los salarios y, de varias
otras maneras, apresuraría el proceso de saludable
reajuste159.
b. La producción de dinero para cubrir el déficit
presupuestario
En la mayoría de los países con sistemas institucionales
débiles y alta dosis de arbitrariedad legal y corrupción
política, la emisión se utiliza para financiar el déficit de los
gastos del gobierno, cuando no para actos de lisa y llana
corrupción.
Un gobierno puede cubrir sus gastos ordinarios y
extraordinarios de tres maneras: 1) con impuestos; 2) con
endeudamiento interno y externo; 3) con emisión monetaria
(inflación).
Las dos primeras formas –que en realidad son una, pues el
endeudamiento a la larga se paga con impuestos futuros-
tienen varias desventajas.
La presión tributaria tiene un límite, más allá del cual la
gente dejará de pagar impuestos o de realizar las acciones
gravadas. El dinero que se utiliza para pagar impuestos, al
igual que el resto del patrimonio de una persona, no es más
que la representación de riqueza previamente producida.
Es un error intentar una proyección futura de una alta
presión tributaria, pretendiendo que las cosas
permanecerán inalteradas en el tiempo. Si los impuestos u
otras formas de exacción crecen, la producción de riqueza
disminuye, ya sea porque no hay dinero ahorrado para
invertir en nueva producción, o porque las personas pierden
los incentivos para producir.
La presión tributaria tiene un punto óptimo más allá del
cual, un incremento en el nivel de los impuestos disminuirá
la recaudación, porque la gente evadirá pagarlo, dejará de
producir o simplemente no lo podrá pagar160. Es esencial en
este sentido, el grado de coacción estatal que el
“contribuyente” percibe en caso en que decida dejar de
pagar, y las consecuencias que puede esperar por ello.
Pero incluso los políticos más inescrupulosos e
improvisados saben que no se pueden subir los impuestos
indefinidamente.
Ante la imposibilidad de cobrar más impuestos en forma
directa, el endeudamiento –sobre todo del endeudamiento
externo, que es el más importante al que un gobierno en
crisis suele recurrir-, resulta atractivo porque sus efectos se
producirán más adelante, y probablemente serán un
problema para el próximo gobierno. Los políticos le dirán a
la gente que esa deuda se pagará con el incremento de
riqueza que se produzca gracias a la inversión de ese
dinero. Sin embargo, el dinero no será utilizado para
producir riqueza –si fuera así no haría falta que el Estado
pida el crédito, lo buscarían los emprendedores encargados
de crear esa riqueza-, sino para pagar gastos operativos,
improductivos, habitualmente innecesarios y muchas veces
venales.
Pero ello también tiene un límite. El endeudamiento
interno puede ser mejor manejado por el gobierno a través
de imposiciones a los bancos o acreedores. Pero el
endeudamiento externo escapa al poder monopólico de
dictar las reglas, y entonces los incumplimientos
contractuales tienen consecuencias. Sea que se declare una
cesación de pagos, o que sin llegar a ello, el índice de riesgo
del país crezca a un nivel alarmante, el flujo de crédito se
cerrará de inmediato.
Frente a tales limitaciones, aquellos gobiernos que
mantienen un déficit crónico del presupuesto y ya no
pueden seguir esquilmando a los ciudadanos, encuentran
una manera menos traumática y directa de obtener
recursos, como es la inflación. En lugar de tomar el dinero
por la fuerza u obligar a las personas a pagar
amenazándolas con graves penas si no lo hacen e incluso
enviando a los infractores a la cárcel, recurren a ese acto de
prestidigitación que termina tomando el dinero de la gente
sin que ésta siquiera lo advierta.
La financiación del gasto público realizada mediante el
aumento de la cantidad de dinero constituye una
alternativa a menudo muy atractiva, tanto para el
presidente como para los miembros del Congreso. Les
permite aumentar el gasto público y proporcionar bienes
y servicios a sus electores, sin tener que aprobar
impuestos para hacer frente a los desembolsos, y sin
tener que pedir prestado a los ciudadanos161.
Un gobierno se ve obligado a recurrir a medidas
inflacionistas cuando no puede negociar empréstitos y no
se atreve a imponer nuevos impuestos, pues tiene
motivos para temer la falta de apoyo a su política si
descubre demasiado pronto sus consecuencias
económicas generales y financieras. De este modo, la
inflación se convierte en el recurso psicológico más
importante de cualquier política económica cuyas
consecuencias haya que ocultar… Esta es la función
política de la inflación. Ello explica por qué la inflación ha
sido siempre un recurso importante de las políticas de
guerra y revolución y por qué la encontramos también al
servicio del socialismo. Cuando los gobiernos no estiman
necesario acomodar sus gastos a sus ingresos y se
arrogan el derecho de enjugar el déficit por medio de una
emisión de billetes, su ideología es simplemente un
absolutismo disfrazado162.
Lo cierto es que en los países con débil institucionalidad,
los presupuestos no reflejan la realidad de los gastos. Se
trate de una persona, de una familia o de un gobierno, no es
posible gastar más de lo que se tiene. Los presupuestos de
todo tipo se elaboran a partir de los ingresos esperados, y
se decide en qué se empleará el dinero, sobre la base de un
orden de preferencias y urgencias.
Pero como un paso más allá en la liviandad de los gastos,
se ha vuelto una costumbre en países institucionalmente
desarreglados, que los presupuestos incluyan porcentajes
que oficialmente serán considerados como “déficit”, y el
gobierno deberá ver cómo lo cubre. Ya sea con la
expectativa de una mayor recaudación impositiva, de algún
ahorro en los gastos, o creando un tributo “extraordinario”,
lo que queda en principio es recurrir al endeudamiento
interno o externo. En la medida en que el déficit
presupuestario se vuelva crónico, el Estado deberá
endeudarse anualmente para pagar el nuevo déficit más los
intereses de la deuda acumulada, creando una bola de
nieve que sigue creciendo hasta que se convierte en una
crisis163.
Es en tales condiciones en que la emisión monetaria se
vuelve una alternativa atractiva para políticos
inescrupulosos. Si el déficit no existiese, los gobiernos no
tendrían necesidad de emitir dinero, sabiendo que al
hacerlo producen distorsiones graves.
Incluso ocurre un hecho paradójico. Como la inflación
normalmente es explicada por los políticos como el
incremento de los precios, los presupuestos terminan siendo
rectificados según el índice de precios. Y entones se da la
curiosa circunstancia de que una vez que el gobierno emite
dinero para cubrir sus deudas, la inflación que produce
justifica incrementos presupuestarios que también serán
cubiertos con más emisión.
Es la ineptitud o falta de escrúpulos de los políticos lo que
los lleva a aprobar gastos –muchas veces superfluos-, sin
contar con los recursos necesarios para pagarlos. El círculo
se cierra al momento de aprobarse la cuenta de inversión al
final del período. Este acto legislativo de extrema
importancia institucional –quizá más importante incluso que
la propia ley del presupuesto- suele pasar desapercibido y
se convierte en un mero acto formal164.
En muchos casos, este manejo monetario para cubrir el
déficit provoca verdaderas crisis que culminan con el
quiebre de la moneda estatal. Como los gobiernos tienen el
monopolio de la legalidad, de la fuerza y también de la
moneda, estos problemas suelen resolverse creando bonos
que se entregan a la gente en lugar de su dinero, y que se
pagan cuando el gobierno quiere y al precio que fija
arbitrariamente. Los problemas que genera el mal manejo
de los gastos por parte del gobierno, se pagan con
exacciones de todo tipo.
Si por definición la inflación es el incremento en la
cantidad de dinero, entonces ella se acaba cuando deja de
incrementarse la cantidad de dinero.
Por supuesto que los efectos de cortar el flujo de dinero
nuevo –por los motivos que sean- traería determinadas
consecuencias que llevarían a ajustes no deseados por los
políticos165. Cuando la inflación cesa, la economía se
blanquea, y la ficción que el dinero inventado crea, da paso
a la cruda realidad. En primer lugar, el gobierno tendría que
admitir que carece de fondos para pagar sus cuentas.
Por ello se dice que una de las condiciones más perversas
de la inflación es que le permite a los políticos que la
implementan aprovechar las buenas consecuencias de los
primero tiempos, utilizando dinero fresco antes de que ese
incremento se refleje en la distorsión de los precios; pero
que luego se genera una bola de nieve que hace que esos
mismos políticos no puedan parar de emitir para pagar las
consecuencias de una moneda devaluada diariamente, y
cuanto más tiempo pasa, más duras serán las
consecuencias de una interrupción abrupta de la emisión.
Los Friedman recurrían a una analogía médica para explicar
este fenómeno que a la vez es tan fácil y tan difícil de
resolver:
La primera se refiere a un hombre joven aquejado por la
enfermedad de Buerger, una dolencia que interrumpe el
flujo sanguíneo, pudiéndose gangrenar los miembros.
Este enfermo estaba perdiendo los dedos de las manos y
los pies. El remedio era sencillo: dejar de fumar. Pero no
tenía la fuerza precisa para esto; simplemente, dependía
demasiado del tabaco. En un sentido su enfermedad se
podía curar, en otro no166.
La “solución” propuesta serán los controles de precios, al
identificar la inflación con el incremento de los precios y
depositar la culpa en los comerciantes y otros “formadores
de precios”. También tratarán de digitar las tasas de interés
y los depósitos, el tipo de cambio, e incluso la disponibilidad
física del dinero depositado en los bancos. La historia
económica del mundo ha mostrado cómo tales controles no
sólo no resuelven la inflación, sino que generan nuevos y
graves problemas, lo que ha venido ocurriendo desde los
Edictos del Emperador Diocleciano hasta la fecha.
Una vez que no queda otro remedio que sincerar las
verdaderas causas de la inflación, intentarán hacerlo de un
modo que sea lo menos traumático posible. Ello lleva a los
políticos a proponer planes “graduales” para salir de ella,
que en realidad no tienen que ver con efectos económicos
de acomodación de los precios, sino con ir disminuyendo de
a poco la emisión monetaria para paliar las consecuencias
que para el gobierno tendrá no seguir gastando al mismo
ritmo. Lo cierto es que cuando los políticos le dicen a la
gente que serán necesarios quince años para bajar la tasa
de inflación a un dígito, lo que le están diciendo en realidad
es que continuarán emitiendo dinero espurio, generando
inflación, durante quince años y probablemente muchos
más. Sólo que tratarán de emitir un poco menos cada año.
Pero desde el punto de vista económico, la inflación se
renueva cada vez que el gobierno emite dinero espurio, y se
interrumpe cuando deja de emitir. Si se quiere
efectivamente eliminar la inflación, hace falta tomar
decisiones fuertes y mucha determinación.
Ninguna medida antiinflacionaria puede tomarse sin
violentas controversias. Es éste un terreno en el que
prácticamente no caben los consejos de moderación167.
Es cierto que el gobierno podrá adoptar ciertas medidas
para tratar de aminorar el impacto de la recesión que
probablemente provoque el corte del chorro de dinero, pero
tanto el plan como las medidas adicionales deben ser
conocidos desde el primer día y aplicados con rigor, aun
cuando contemplen ciertas formas de atenuación y su
implementación en etapas.
…no hay modo de evitar los efectos secundarios que una
solución a la inflación genera. Sin embargo, es posible
mitigar dichos efectos secundarios, suavizándolos.
El instrumento más importante para moderar estas
consecuencias consiste en reducir la inflación, gradual
pero continuamente, mediante una política anunciada de
antemano y que reciba el apoyo de los distintos grupos
del país, de modo que sea creíble.
La razón de la progresividad y la notificación previa de la
política económica que se va a poner en práctica consiste
en dar a la gente tiempo para que reajuste sus acuerdos
y medidas, y para inducirla a que lo haga168.
2. ¿Cómo evitar o eliminar la inflación?
Tan fuertes son los incentivos perversos de los políticos para
generar inflación, que resulta indispensable desarrollar
todas las limitaciones legales posibles en ese sentido, e
incluso castigarlos con sanciones penales cuando lleven a
cabo esas acciones.
Milton Friedman llamó la atención sobre la ausencia de
límites al poder estatal para producir dinero y para gastarlo,
que es uno de los motivos por los cuales se extralimita en
su emisión. Propuso en tal sentido que se sancionaran
ciertas cláusulas constitucionales escritas:
El patrón oro del siglo XIX representaba una limitación
constitucional no escrita sobre la política monetaria
gubernamental. Lo mismo hacía la regla fiscal de
presupuesto equilibrado. Ambas han desaparecido. Una
alternativa es reemplazar estas limitaciones no escritas
decretando limitaciones constitucionales escritas. Los
sustitutos específicos que he favorecido son: una regla
fija de crecimiento del dinero para reemplazar el patrón
oro y una regla que limite el gasto fiscal para reemplazar
la regla del presupuesto equilibrado169.
Si bien era consciente de sus dificultades, opinaba que
ofrecer reglas claras que limitaran objetivamente las
posibilidades de gastar y de emitir, era tal vez la única
solución viable para ponerle límites al poder monetario que,
al desvincularse de patrones basados en bienes físicos, y
especialmente del oro, quedaron a merced de la
discrecionalidad de los políticos170.
El remedio para la inflación, como la mayor parte de los
remedios, consiste principalmente en extirpar la causa que
la produce. Por lo tanto, el remedio para la inflación es dejar
de inflar171. Esto que parece tan razonable, en la práctica se
vuelve complicado debido a las consecuencias de las
medidas anti-inflacionarias, tal como adelantamos en el
punto anterior; lo que no suele ser del agrado de los
políticos que tienen que tomar tales decisiones.
Es sencillo encontrar un remedio a la inflación y, sin
embargo, su puesta en práctica es difícil. Del mismo
modo que un aumento excesivo en la cantidad de dinero
es la única causa importante de la inflación, la reducción
de la tasa de crecimiento de la oferta monetaria es el
único remedio para eliminarla. El problema no consiste
en no saber qué hacer, pues resulta bastante sencillo. El
estado debe hacer crecer la cantidad de dinero a una
velocidad menor. El problema radica en tener la fuerza
política para tomar las medidas necesarias. Una vez que
la enfermedad de la inflación se encuentra en un estado
avanzado, su eliminación tarda mucho tiempo y tiene
consecuencias secundarias desagradables172.
En los años ’70, Sennholz proponía las siguientes medidas
para bajar la inflación en los Estados Unidos. Medidas que
deberían aplicarse en todo tiempo y lugar para eliminar ese
flagelo:
1. El presupuesto nacional debe estar equilibrado ahora y
ya el año que viene y todos los años en lo sucesivo.
2. La máquina inflacionaria, el Sistema de la Reserva
Federal, debe ser desactivada o, mejor aun, abolida.
3. La moneda de la Reserva Federal hoy en circulación
debe continuar circulando y ser totalmente rescatable en
oro.
4. Con estos pasos habremos logrado la estabilidad
monetaria.
Pero nos encontraremos frente a una recesión que los
anteriores gastos deficitarios y la expansión del crédito
hicieron inevitable. Sin una máquina inflacionaria que
acepte nuevos gastos deficitarios y expansiones del
crédito, será necesario que disminuyamos todavía más
las erogaciones federales, en tanto los ingresos serán
menores. Y para facilitar una rápida recuperación de la
recesión, se deberán disminuir los impuestos a las
actividades económicas. Confiamos en que de ese modo
en uno o dos años la economía norteamericana habrá
recobrado todo su vigor, con precios estables y un
sistema monetario sano173.
A fines de los años ’70, cuando Sennholz escribió ese libro,
el patrón oro se acababa de eliminar formalmente, pero
todavía tenía muchos defensores. Es que al dejar a los
gobiernos con las manos libres para emitir papeles, sin al
menos el anclaje a reservas metálicas, era visto como
abrirle al zorro la jaula del gallinero. Muchos economistas
serios pensaban que era una locura permitir que se
implantaran monopolios estatales del dinero como los que
hoy rigen en el mundo, y pensaban que ello no podría
ocurrir. Pero finalmente ocurrió.
Por otra parte, como veremos más adelante, el monopolio
estatal de la moneda reavivó la discusión sobre la libertad
bancaria y la competencia de monedas. Hayek participó
activamente al momento de discutirse la política monetaria
de la Unión Europea en esos mismos años.
El dinero es el único recurso que puede ser producido de
manera casi ilimitada por el Estado, a diferencia de los
impuestos y los créditos que tienen limitaciones. Si se une
el poder fáctico de emitir papeles con el poder jurídico de
declarar a esos papeles como moneda de curso legal y
forzoso, la única variable de ajuste será su paulatina
desvalorización, y en los casos en que eso sea posible, la
huída de la gente hacia otras monedas174.
Si se quiere terminar con este flagelo, se podría sugerir
que el propio gobierno, que es el único responsable por la
inflación, debería tomar las siguientes medidas:
1. La limitación del gasto público, para evitar los déficits
que impulsan al gobierno a emitir dinero. No se trata sólo
de que exista un equilibrio fiscal, sino que además el
gasto se mantenga lo más bajo posible para disminuir el
impacto en la economía del país y permitir el ahorro y la
inversión productiva.
Un presupuesto equilibrado, cubierto con una presión
tributaria baja, es el primer paso, al disminuir la
necesidad política de recurrir a la emisión. Al mismo
tiempo, se debe abandonar la idea de que es una buena
medida de política económica emitir dinero y utilizarlo
para reactivar la producción, incrementar el empleo o
fomentar el comercio.
2. Disponer las modificaciones legislativas e
institucionales necesarias para quitarle al gobierno
central el poder para decidir la emisión de dinero. Esta
función, en todo caso, deberá estar en manos de un
organismo autónomo, que se maneje con reglas y
argumentos técnicos y no por las necesidades políticas
del gobierno.
3. Imponer una clara limitación a las facultades de esa
autoridad monetaria, para que no pueda ordenar o
autorizar la emisión de dinero por encima de los límites
objetivos que establezca la legislación. Tal legislación
debería autorizar la emisión tan solo en dos casos: a)
para el reemplazo de billetes o monedas deteriorados; b)
cuando se produzca un previo incremento sustancial en
la producción, debidamente acreditado, que justifique la
necesidad de más dinero en el mercado.
4. Consecuentemente, se deberá prever sanciones
suficientemente disuasorias (de naturaleza política,
administrativa, civil y penal) para los funcionarios del
organismo monetario que ordenan la emisión por encima
de esos límites, y para los funcionarios de otras
reparticiones del Estado que reciben y utilizan o ponen a
circular dicho dinero ilegal, con conocimiento de su
origen ilegal.
5. Prohibir al Banco Central o autoridad monetaria el uso
de reservas para financiar el gasto del gobierno o para la
compra de bonos del Estado. Ello desalentaría la
tentación de los políticos de incrementar los gastos a
expensas de los ahorros en reservas que fortalecen el
sistema monetario, o incluso a recurrir a la emisión no
obstante la prohibición legal.
6. Garantizar la libre competencia en el mercado de otras
monedas –estatales o privadas físicas o virtuales-, que
puedan ser usadas como medios de pago, y que coticen
según el tipo cambio que libremente se negocie en el
mercado. Idealmente, se debería llegar a la eliminación
del curso forzoso de la moneda estatal, y a permitir la
concurrencia al mercado de monedas privadas.
Estas medidas podrían ayudar a que, aun con moneda
estatal, se pueda controlar un poco más su producción y
desalentar la inflación. Además, tales limitaciones al
accionar de los funcionarios en el mercado del dinero,
podrían provocar un cambio en sus incentivos respecto de
considerar al control del dinero como una fuente de poder.
Ello podría provocar que eventualmente pierdan el interés
en su manejo y lo liberen. Podría ser un primer paso hacia la
verdadera solución del problema, que es la liberación
completa del mercado monetario, con monedas privadas en
competencia.
En todo caso, si se entiende qué es la inflación y se admite
que es creada por el propio gobierno, la solución requiere
una serie de sencillas –pero a la vez políticamente
desagradables- medidas que el mismo gobierno debería
adoptar, y que van en el camino opuesto a los controles de
precios, regulaciones y prohibiciones que suelen
implementarse sin éxito alguno.
Veamos con algo más de detenimiento estas medidas
propuestas:
2.1. La disminución del gasto. El presupuesto equilibrado y
bajo
Si la emisión monetaria tiene por objeto principal cubrir el
déficit del presupuesto, la primera propuesta es fácil: para
eliminar la inflación hay que eliminar la emisión, y para ello
hay que eliminar la causa principal que provoca la emisión,
esto es, el déficit del presupuesto.
Ahora bien, hay que tener cuidado con esto, porque el
déficit puede ser eliminado de dos maneras: subiendo los
ingresos o bajando los gastos. En general, los políticos
aspiran a nivelar sus presupuestos subiendo los ingresos, lo
que generalmente significa más impuestos, endeudamiento,
etc. En sus discursos al discutir los presupuestos hablan de
fantasiosos incrementos esperados en la producción de
bienes, lo que motivará eventuales aumentos en la
recaudación de impuestos, y sobre esas bases simplemente
conjeturales deciden aprobar presupuestos que al momento
de su discusión serán deficitarios.
El recorte de los gastos no suele ser una opción política,
hasta que la situación económica llega a un nivel crítico que
lo torna inevitable. Por lo general, cuando anuncian
disminuciones de impuestos, en realidad proponen
sustituirlos por otras formas de recaudación, sean nuevos
impuestos, créditos o emisión monetaria. Pero si se busca
una solución definitiva, no se trata de modificar la forma de
gastar, sino de gastar menos.
Una administración que busque la estabilidad monetaria
y que, por lo tanto, dirija la reforma y coopere con ella,
equilibraría su presupuesto a medida que declinan sus
ingresos. Evitaría gravar con nuevas cargas a la actividad
productiva durante el período de reajuste. En realidad,
quizás hasta procuraría aligerar la carga impositiva para
apresurar la recuperación. Pero una reducción tal de los
impuestos no debe ser contrarrestada por nuevos déficits
que significan cargas para el mercado de capitales y
aumentan los intereses. Reducir los costos del gobierno y
facilitar una pronta recuperación significa reducir el
consumo de recursos económicos por parte del gobierno
y no simplemente cambiar el sistema de financiación,
pasando del impuesto a la toma de dinero prestado175.
En este tema no hay que olvidar que los principios que
rigen el gasto público no difieren de los que orientan los
gastos privados, aunque muchas veces solemos
comportarnos de manera distinta, o tolerar al gobierno lo
que no nos toleramos a nosotros mismos176.
No es este el lugar para explayarme sobre el gasto público
y cómo limitarlo. Basta con señalar que si bien el gasto no
tiene una relación directa con la inflación, sí es
indirectamente un factor fundamental, pues es el motivo
principal de la emisión monetaria. Por lo tanto, será
indispensable controlar el gasto si se quiere eliminar
seriamente la inflación177.
El control del gasto es un trabajo permanente, o como dijo
tan sabiamente Thomas Jefferson: “El precio de la libertad
es su eterna vigilancia”. Normalmente recortar gastos
estatales trae mucho esfuerzo y padecimientos, sobre todo
a personas que eran mantenidas con fondos estatales, y en
quienes finalmente se generaron incentivos perversos para
vivir a expensas del dinero público. Revertir esa situación es
algo generalmente muy costoso y traumático, y por eso los
gobiernos prefieren no tomar esas decisiones. Pero cuando
se adoptan, es necesario hacer el esfuerzo serio y
responsable de no permitir que el gasto vuelva a crecer en
el futuro.
Es importante que el gobierno nacional no obstruya,
intencional o inadvertidamente, el retorno hacia la
moneda honesta. Cuando la recesión del reajuste se
produzca, no debe permitir que el gobierno vuelva a sus
gastos deficitarios. Como todo el mundo, también el
gobierno debe reducir sus gastos cuando los ingresos
disminuyen. Y, en particular, no se le debe permitir que
imponga la carga de nuevos impuestos a la actividad
económica en ese momento crítico de recesión y
reajuste178.
Cuando el gasto público es sostenido con inflación, las
consecuencias son similares a las del adicto a ciertas
drogas. Como la inyección de drogas, la inyección de dinero
produce inicialmente efectos que se experimentan como
placenteros, lo que alienta a continuar inyectándose. Con el
tiempo la gente se acostumbra a la droga, aunque en
determinado momento comienza a sentir las consecuencias
nocivas. Cuando decide dejar de inyectarse, porque advierte
que por ese camino le irá muy mal, sufre los efectos de la
abstinencia, que son dolorosos y serios, y que en principio
preferiría no tener que soportar. Sin embargo se sobrepone
e inicia el camino de la recuperación. No obstante, la
recaída está siempre latente, la tentación de usar por un día
nuevamente la droga, por única vez, para superar un
problema puntual. Y entonces, esa persona que contó los
días, semanas, meses de estar alejada de las drogas, vuelve
a lo mismo, y todo ese tiempo de esfuerzos y padecimientos
para recuperar su salud, se ven desperdiciados en el
momento en que decide volver a inyectarse.
Con la inyección de dinero espurio por parte de gobierno
ocurre un fenómeno similar, las consecuencias son de otro
tipo, pero el proceso es muy parecido. Y los políticos suelen
actuar como el dealer que trata de convencer al adicto en
recuperación de que “por una vez” que se dé un gusto,
nada malo le va a suceder. Y cuando sucede ya es muy
tarde, y la recuperación muy traumática.
Por ello es una responsabilidad fundamental de los
legisladores mantener los gastos en niveles razonables y
sólo aprobar presupuestos equilibrados, y cuando ello
produzca efectos positivos y un crecimiento en la
producción, deberían evitar la tentación de retomar la senda
del gasto. Pero como difícilmente los políticos tiendan a
comportarse así, deberá ser la gente con sus reclamos y con
sus votos la que marque el camino de su propia defensa.
2.2. ¿Cuál debería ser el límite de la emisión monetaria?
Como vimos en el Capítulo IV, la emisión monetaria debería
ser autorizada en dos casos
a. Para sustituir billetes gastados o rotos y monedas
desgastadas. Esto no supone incrementar la cantidad de
dinero, sino mantenerlo en buenas condiciones de uso.
b. Por requerimientos del mercado, pero dentro de límites
muy estrechos: El dinero extra sólo podría emitirse si
previamente se puede acreditar un incremento sostenido y
significativo de la producción de riqueza que haga necesario
el dinero para mantener la relación. Esta sería una
responsabilidad directa de la autoridad monetaria, y de allí
su responsabilidad, incluso penal, si dispone incrementos
monetarios por encima de esa clara limitación. Ello hará que
en caso de duda, la autoridad no pueda emitir.
El crecimiento del Producto Bruto Interno aparece como un
indicador razonable, en las condiciones del monopolio
estatal de moneda de papel, para justificar su incremento.
Pero además, resulta conveniente que aun cuando se
pudiera acreditar tal incremento del PBI, no se produzcan
saltos importantes en la cantidad de dinero, por lo que se
justificaría poner otro límite vinculado a un porcentaje del
circulante, aun cuando el incremento del PBI fuera superior.
Ello no significa que automáticamente el Banco Central
pueda emitir cada año el equivalente al incremento del PBI,
sino que sólo podría emitir hasta esa cantidad, si encuentra
requerimientos del mercado que lo justifiquen. La autoridad
monetaria debería evaluar los motivos del incremento del
PBI y luego decidir si en tales condiciones se justifica o no
incrementar la cantidad de dinero. Por otra parte,
independientemente de su evaluación no podría superar el
límite anual fijado. Del mismo modo, si algún año se
produjera una disminución del PBI, la cantidad de dinero
circulante debería reducirse en la misma proporción.
Deberían descartarse todas las demás excusas para emitir
dinero por motivos de política económica. El dinero es un
medio de intercambio y de reserva de valor que depende de
su estabilidad y confiabilidad. Manipular su uso y su
cantidad con fines de provocar ciertos efectos económicos
distorsiona su fin primordial y termina produciendo más
problemas que ventajas.
2.3. La independencia de la autoridad monetaria y la
restricción al financiamiento gubernamental
En el actual sistema monetario, todos los gobiernos
pretenden utilizar su poder de emitir dinero para
financiarse. Para ello, el Poder Ejecutivo o Administración
del país tratarán de tener el control sobre la oficina
encargada de manejar la moneda. En algunos se han
desarrollado ciertas limitaciones institucionales que impiden
que el gobierno pueda ejercer arbitrariamente ese poder,
mientras que en otros ello no se ha logrado, con la
consecuente degradación a la que se conduce a la moneda
a partir de su emisión descontrolada.
Uno de los principales mecanismos institucionales
ensayados consiste en independizar a la autoridad
monetaria de la administración general, e impedir que las
decisiones vinculadas con la emisión de moneda sean
influidas por las necesidades financieras del gobierno. Si va
a existir monopolio del dinero estatal con curso forzoso,
quienes deciden sobre cuánto dinero hace falta deberían ser
técnicos, no políticos, cuyas funciones se extiendan más allá
de los mandatos políticos, basados en principios
monetarios. No se puede entregar el poder de crear dinero a
quien luego lo va a gastar.
Esta oficina independiente y técnica, tendría la difícil
misión de sustituir al mercado en una tarea que, como
vimos, es prácticamente imposible para una autoridad:
determinar cuál es la cantidad de dinero que el mercado
requiere.
Pero más allá de que se utilicen argumentos técnicos para
tomar tal decisión, no debería ser librada a la
discrecionalidad de tal oficina, sino que la propia ley debería
ponerle límites a sus facultades de emitir. La ley debería
establecer criterios objetivos claros de hasta cuánto se
autorizará la emisión, como vimos en el punto anterior.
En algunos países se ha ido un poco más allá, al prohibir
expresamente que estas autoridades monetarias autoricen
préstamos al gobierno, o la compra de bonos estatales,
entre otras medidas que suelen utilizarse para financiar los
déficits. Se puede poner como ejemplo de estas
disposiciones limitativas a la Constitución de la República de
Guatemala. Según el texto de la reforma constitucional de
1993, el artículo 133 de la Constitución dispone:
Artículo 133. Junta Monetaria. La Junta Monetaria tendrá
a su cargo la determinación de la política monetaria,
cambiaria y crediticia del país y velará por la liquidez y
solvencia del sistema bancario nacional, asegurando la
estabilidad y el fortalecimiento del ahorro nacional. Con
la finalidad de garantizar la estabilidad monetaria,
cambiaria y crediticia del país, la Junta Monetaria no
podrá autorizar que el Banco de Guatemala otorgue
financiamiento directo o indirecto, garantía o aval al
Estado, a sus entidades descentralizadas o autónomas ni
a las entidades privadas no bancarias. Con ese mismo
fin, el Banco de Guatemala no podrá adquirir los valores
que emitan o negocien en el mercado primario dichas
entidades. Se exceptúa de estas prohibiciones el
financiamiento que pueda concederse en casos de
catástrofes o desastres públicos, siempre y cuando el
mismo sea aprobado por las dos terceras partes del
número total de diputados que integra el Congreso, a
solicitud del Presidente de la República…
Probablemente esta cláusula sea una de las razones de la
estabilidad monetaria y cambiaria que ha tenido el país en
las últimas décadas desde la reforma constitucional, a pesar
de las quejas constantes de los políticos al no poder utilizar
el dinero de las reservas, o el que se pudiera emitir más allá
de las exigencias del mercado, para financiar sus “nobles
propósitos”.
En la medida en que se pretenda mantener dinero fiat, sin
valor de uso, emitido por el Estado, al menos debería
separarse de todas las formas posibles a quienes deciden
sobre la emisión monetaria, de quienes gastan el dinero.
De todos modos, aun cuando se estableciera una
independencia funcional formal, la presión del gobierno por
lograr financiamiento con fondos de reservas o con emisión
sería muy fuerte. Incluso la amenaza con prisión para el
caso de sobrepasar claras limitaciones legales, podría ceder
ante los incentivos perversos que para ambos –funcionarios
del banco central y gobernantes-, generaría la posibilidad
de buscar financiamiento por esa vía.
La imposibilidad de financiar al gobierno, sea con
préstamos o la compra de bonos, producidos con el uso de
las reservas o la emisión de dinero, contribuiría en mucho a
tener una moneda más estable, y a la vez desalentaría a los
gobernantes a gastar más de la cuenta, pues no contarían
con la posibilidad de recurrir al Banco Central para cubrir el
déficit, y pasarle los costos al siguiente gobierno.
2.4. El mercado libre como solución al problema de la
cantidad de dinero. La competencia de monedas.
Una curiosidad que puede advertirse al examinar el proceso
económico es que mucha gente que admite que el mercado
libre contribuye notoriamente a la producción de riqueza y
favorece el bienestar de las personas, al mismo tiempo
aboga por una moneda estatal de curso legal y forzoso,
emitida en las cantidades que determine una autoridad
central.
Cuando esas mismas personas explican el sistema de
precios y cómo se determinan, parecen olvidar que los
precios, en definitiva, son el resultado de un trueque entre
bienes –por lo general entre un bien de uso y algún tipo de
moneda-, y que se expresan en esta última por cuestiones
de practicidad, al tratarse del común denominador con los
demás bienes. De modo que al defender el monopolio de la
moneda, están boicoteando su propia defensa del libre
mercado y de los precios. No es razonable pedir precios
libres con moneda controlada. Ambas cosas con
contradictorias.
La mera existencia de un monopolio monetario que
acuerda a sus emisiones arbitrarias un valor legal
significa la antítesis de lo que son la libertad y el derecho
a elegir de los individuos179.
La intervención estatal en el manejo del dinero ha
producido problemas a lo largo de la historia, con todo tipo
de monedas. El monopolio de la acuñación por el gobierno –
y luego el de la emisión de billetes-, se basó en la
desconfianza en los banqueros privados, quienes se supone
que se aprovecharían de esta circunstancia. A esta
afirmación –que en realidad fue la excusa de los
gobernantes para asumir un poder muy rentable-, se puede
responder con varios argumentos:
1. Sustituir a muchos bancos privados que sólo pueden
ofrecer sus monedas a aquellos que voluntariamente las
acepten, por el monopolio estatal de dinero de curso
forzoso, no sólo no ayuda a evitar fraudes, sino que los
alienta y hace mucho más gravosas sus consecuencias,
pues la autoridad monetaria terminará perjudicando a todos
con su acción y corre el riesgo serio de convertirse en un
colosal estafador serial180.
2. Las bancas privadas que alterasen el metal de sus
monedas o emitiesen billetes por encima de lo debido en
fraude a sus clientes, cometerían delitos para cuya
persecución se organizaron los poderes del Estado. Pero
cuando es el propio Estado quien comete estos delitos, la
posibilidad de control, protección y castigo a los culpables
se reduce notoriamente.
3. Uno o algunos banqueros que realizaran estas
maniobras fraudulentas podrían ser detectados fácilmente
por sus clientes y competidores en el mercado. Como los
bancos dependen esencialmente de su confiabilidad y
prestigio para que las personas hagan negocios con ellos, el
descubrimiento de un fraude de este tipo significaría
prácticamente el fin de su negocio más allá de la
responsabilidad legal que deba afrontar. Un gobierno que
cometa el mismo fraude respecto de dinero monopólico y de
curso forzoso, no sólo es más difícil de descubrir, sino que
muchas veces, aun descubierto, las personas carecen del
poder para desenmascararlo y enfrentarlo. El propio Estado
buscará la forma de “legitimar” su conducta a través de
reformas legislativas hechas a la medida de sus
necesidades.
Lo que para un banquero privado es motivo de deshonra y
el fin de su negocio, será presentado por la autoridad
monetaria estatal como una “política económica” nacida de
la necesidad de preservar el normal funcionamiento del
comercio. Si las cosas salen mal, ya encontrará chivos
expiatorios para echarles la culpa.
La moderna economía de mercado contiene una infinita
cantidad de intrincados intercambios, la mayoría de los
cuales depende de especificaciones establecidas en
cuanto a calidad y cantidad. Sin embargo, el fraude es
mínimo y el que se produce es reprimido. Lo mismo
ocurriría, de existir acuñación privada de las monedas.
Puede estarse seguro de que la clientela de un acuñador,
sus competidores y el gobierno estarían bien alerta en
cuanto a todo posible fraude en el peso o fineza de las
monedas181.
Por el contrario, el monopolio estatal del papel moneda de
curso forzoso ha sido el paraíso del político. El dinero ya no
está vinculado con objetos físicos de cantidad limitada, sino
con pedazos de papel; y su aceptación se ve favorecida por
la obligación legal de recibirlos en los intercambios y como
medio de cancelación de cualquier deuda.
Los límites institucionales que se han intentado imponer
para evitar los abusos estatales en este campo sólo
sirvieron a medias en aquellos países donde las reglas se
respetan y ciertas agencias independientes del gobierno se
dedican al tema monetario. En el resto del mundo las
limitaciones fueron pasadas por los gobiernos como alambre
caído.
Es que pedirle a quien se beneficia principalmente con el
manejo monetario, que imponga limitaciones a su propio
poder de hacerlo y cumpla las reglas que él mismo
establece al respecto, es pedirle al lobo que organice los
mecanismos para cuidar de las ovejas.
La aparición y éxito que han tenido las cyber-monedas,
más como formas de conservar valor que como medios de
intercambio por ahora, se deben fundamentalmente a que
la gente quiere alejarse del dinero estatal.
Friedrich A. Hayek ha propuesto en el trabajo famoso que
vengo citando, la eliminación del monopolio estatal de la
moneda -según sostiene en su introducción- como una
“desesperada búsqueda de una solución política factible
para lo que técnicamente es el problema más simple, el
frenar la inflación”182. Presentó dicho trabajo bajo el título
de Denationalization of Money, con una primera versión en
1976 y una segunda revisada que fue publicada en 1978183.
Este trabajo apuntaba fundamentalmente a proponer la
libre competencia de monedas en el Mercado Común
Europeo, como alternativa a la creación de una moneda
única que tomó cada vez más fuerza hasta la definitiva
creación del Euro.
Su propuesta concreta consistía en que los países del
Mercado Común Europeo -a los que deberían sumarse los
países neutrales de Europa y en un futuro quizá los Estados
Unidos- se comprometieran mediante un tratado formal, a
no obstaculizar en manera alguna el libre comercio dentro
de sus territorios de las monedas de cada país (incluidas las
monedas de oro) o el libre ejercicio, por instituciones
legalmente establecidas en cualquiera de los aludidos
territorios, de la actividad bancaria sin trabas184.
…la principal ventaja que deriva del plan que propongo
radica en impedir que el gobierno pueda “proteger” la
moneda emitida por él de las nocivas consecuencias
derivadas de las medidas que él mismo adopta. En
consecuencia, nuestro plan hace imposible utilizar
posteriormente tan dañinos métodos. Ni podría ocultar la
devaluación de la moneda que emite para impedir la
evasión de capitales y otros bienes y recursos, ni
tampoco podría controlar los precios, medidas que por
supuesto tenderían a destruir el Mercado Común y que se
originan en el mal uso de las propias monedas en la
actividad interior. Este plan parece satisfacer mejor los
requisitos de un mercado común sin necesidad de
establecer un nuevo organismo internacional ni de
conferir nuevos poderes a una autoridad supranacional,
ni de crear una moneda común185.
La competencia de bancos privados ofreciendo distintos
tipos de moneda, sin el monopolio legal de su aceptación,
hubiese producido, al decir de Hayek, una alternativa que
seguramente hubiese permitido contar con dinero de mejor
calidad, sin el problema de su manipulación por motivos
políticos. Por ello, proponía garantizar la libertad monetaria
y bancaria en todos los países del Mercado Común Europeo,
en lugar de lo que finalmente ocurrió, que fue la creación de
una moneda estatal común, con una autoridad
supranacional común que la emite y controla su uso en
todos los países de la región.
Rechazó el argumento que presentaba al monopolio
estatal de la moneda no sólo como expresión de la
soberanía en la región, sino además como una
conveniencia, pues al tener un solo tipo monetario se hacía
más fácil comparar precios y realizar transacciones. Por el
contrario, el costo de tal monopolio es demasiado alto para
las personas:
Si el público comprendiera el precio que paga en inflación
periódica e inestabilidad por la conveniencia de utilizar
un solo tipo de moneda en las transacciones normales y
contemplara las ventajas de emplear varios,
seguramente encontraría el precio excesivo. Tal
comodidad es mucho menos importante que la de utilizar
una moneda fidedigna que no trastorne el flujo normal de
la economía –oportunidad de la que el público ha sido
privado por el monopolio gubernamental. Ahora bien, la
gente nunca ha tenido la oportunidad de descubrir la
alternativa. Los gobiernos siempre han alegado
poderosos motivos para convencer a las gentes que el
derecho de emitir moneda debía pertenecerles en
exclusiva. A todos los efectos, mientras se trataba de la
emisión de monedas de oro, cobre o plata, no importaba
tanto como hoy en día, cuando conocemos la existencia
de todo tipo de posibles monedas, incluido el papel, que
el gobernante cada vez suministra peor y de las que
puede abusar más que del dinero metálico186.
Hayek hizo el ejercicio de imaginar la posibilidad de
bancos emisores de moneda compitiendo en el mercado.
Una de las características de este mercado de monedas,
como ocurre con todos los demás, es que estarían
sometidas al escrutinio público y al control por los medios
especializados.
La competencia entre los bancos emisores se agudizaría
por el escrutinio de su conducta por parte de la prensa y
el mercado monetario. En decisiones tan importantes
para los negocios como la moneda a utilizar en
contratación y contabilidad, el público buscaría
ansiosamente en la prensa financiera toda la información
posible y los propios bancos emisores tendrían que
ponerla a disposición del público. En efecto mil sabuesos
perseguirían al desgraciado banquero que no respondiera
con rapidez a las exigencias de mantener el valor de la
moneda que emitía. Los periódicos publicarían sin duda
una relación diaria, no sólo de los tipos de cambio entre
las monedas, sino también de su valor actual y la
desviación de cada una de ellas respecto al patrón
anunciado de valor en términos de los bienes… Nada
atemorizaría más a los banqueros que ver su moneda
resaltada para indicar que el valor real había descendido
por debajo del nivel de tolerancia establecido por el
periódico187.
El problema del dinero estatal no es sólo que puede ser
emitido o producido de modo discrecional por el gobierno,
sino que además es impuesto a las personas a través del
curso forzoso. Si la moneda estatal no fuera de uso o
aceptación obligatoria por ley en las transacciones llevadas
a cabo o para la cancelación de deudas o créditos, el propio
mercado se encargaría de ralearla cuando el gobierno se
extralimitase en su emisión.
Sería ideal eliminar el curso forzoso de la moneda estatal,
garantizando la libertad para adquirir otras monedas y
utilizarlas en transacciones privadas. Los contratos deberían
poder prever el pago en cualquier tipo de monedas, y en
caso de imposibilidad o incumplimiento, los árbitros y jueces
establecerían las formas puntuales de pago de acuerdo con
los tipos de cambio libre en el mercado.
Ello fomentaría no sólo la tendencia a que la gente
abandone el uso de las monedas sospechosas, sino que
además sería una suerte de freno o limitación al propio
gobierno para emitir, pues en tal caso se haría evidente la
pérdida de valor de la moneda estatal frente a otras.
Lo interesante de la propuesta de Hayek es que intentó
que fuese el mercado, a partir de la competencia de
monedas, el encargado de controlar el valor del dinero. El
propio Hayek admitió que la idea de competencia de
monedas no había sido examinada seriamente hasta
tiempos recientes a su propia investigación, pero llamó la
atención de una serie de economistas que ya tomaban la
alternativa como aceptable, y desde entonces esos estudios
se han multiplicado188.
En rigor, el monopolio estatal del dinero tiene los mismos
defectos que todos los monopolios, es forzoso utilizar su
producto aunque no sea satisfactorio y, sobre todo, impide
el descubrimiento de métodos mejores para satisfacer
necesidades, que el monopolista no tiene ningún interés en
explorar, y el resto carece de incentivos para hacerlo189.
Probablemente con su espíritu práctico al tratar asuntos de
políticas públicas, Hayek haya visto que la eliminación del
monopolio estatal de la moneda es muy difícil de lograr a
nivel país, pues supone que el gobierno resigne un poder
muy grande y se lo reconozca a los particulares. Pero el
momento en que escribió La Desnacionalización del Dinero
fue muy oportuno para proponer la libre competencia de
monedas dentro de cada país de la Comunidad Europea, en
lugar de crear una única nueva moneda emitida por un
nuevo y superpoderoso Banco Central europeo190.
3. ¿Por qué no funcionan las limitaciones a la facultad
estatal de emitir dinero?
Estas limitaciones al poder estatal de manejar la moneda
han fracasado en países de débil institucionalidad. En su
lugar, se recurre a escribas y pregoneros devenidos en
asesores o expertos económicos, que desde un lugar
pseudocientífico pretenden reemplazar las leyes
económicas por slogans publicitarios útiles para justificar lo
que indique la ocasión. Los sospechosos de siempre en el
crimen de la inflación han sido los comerciantes, los
especuladores, los banqueros, las guerras, las crisis
internacionales o las epidemias, entre otros.
Existe una errónea tendencia a pensar que en las ciencias
sociales no existen leyes o reglas científicas; que como
“todo es opinable”, ello también incluye a lo que se
entiende como “ciencia social”. Eso conduce a
menospreciar a las ciencias sociales frente a otras ciencias
consideradas “duras” como las físicas o las naturales191.
Ello es un error. Las ciencias sociales se basan en
determinados hechos incontrastables, a partir de los cuáles
elaboran deducciones al modo en que lo hacen otras
ciencias. Entre tales hechos se encuentran las limitaciones y
dispersión del conocimiento humano y la disparidad de las
valoraciones individuales. Pero ello no debe llevar a la
conclusión de que en materia de ciencias sociales no
puedan existir reglas o leyes científicas.
La economía tiene sus leyes. A pesar de ser una de las
ciencias sociales más recientes192, ha desarrollado un
importante cuerpo teórico científico193. Por ello no cualquier
afirmación teórica de un economista es necesariamente
válida.
El problema es que a diferencia de las ciencias naturales o
físicas, la demostración del error es más difícil en ciencias
sociales, y en general cuando tales teorías se aplican
compulsivamente por los gobiernos, la demostración de su
fracaso suele ser escondida o tergiversada por los propios
responsables de un modo que entorpece su refutación194.
Como los fenómenos sociales son complejos, por involucrar
decisiones impredecibles de muchas personas, esos mismos
escribas y pregoneros del gobierno de turno se encargarán
de explicar que en realidad la culpa no fue de la decisión
estatal, sino de alguien más.
En el caso de la inflación la tienen más fácil. Como en
general se suele confundir la inflación con el incremento de
los precios, y existe un desfasaje temporal entre la puesta
en circulación del nuevo dinero y el consecuente aumento
de los precios, es más sencillo desviar la responsabilidad
hacia los comerciantes, banqueros y especuladores; o ir
más allá e incluir entre los malvados a grupos
internacionales que pretenden perjudicar al país.
De este modo, pueden manipular la moneda a su antojo y
salir impunes, porque no queda claro de quien fue la culpa
por las consecuencias; y ello les permite entonces eliminar
o saltarse las limitaciones y controles que establezcan las
leyes.
Los políticos constituyen un grupo reducido, unidos por un
núcleo de intereses e incentivos muy claros y fuertes, que
detentan el monopolio de la fuerza y la legalidad, y operan
ante una masa dispersa de personas que no sólo carecen de
medios para enfrentarse eficazmente a sus decisiones, sino
que incluso son los proveedores de los fondos que les
permite ejercer su poder.
En esas condiciones, es realmente difícil oponer
limitaciones verdaderas cuando los incentivos son tan
grandes, a menos que exista un conjunto de defensas
institucionales afianzadas en el tiempo. Son los países que
tienen las peores condiciones económicas aquellos que
recurren con mayor intensidad a la emisión monetaria.
Ambas circunstancias se potencian mutuamente y se
explican por una causa principal: la debilidad de sus
instituciones políticas, jurídicas y económicas para ponerle
freno al poder del gobierno.
El crecimiento económico requiere de ciertas condiciones:
1. Respeto de los contratos y de los derechos de
propiedad en general.
2. Libertad para la producción, el trabajo y el comercio.
3. Un gobierno limitado, bajos impuestos, sin
endeudamiento y con un presupuesto bajo y equilibrado.
4. Moneda sana, que no sea inflada por el gobierno a
través de la emisión.
Para que esto sea garantizado, es necesario que el
gobierno se encuentre subordinado a reglas y
procedimientos que le impidan abusar de su poder. La
consecuencia de no respetar tales reglas es la pobreza.
Cuando ello no sucede, las meras limitaciones legales al
poder estatal resultan insuficientes. Será necesario
acompañarlas con todo tipo de medidas que se puedan
agregar, tanto para generar controles de mercado, como
para disuadir a los funcionarios con la amenaza de
sanciones efectivas. Sobre el tema regresaré en el capítulo
siguiente.
VIII. LA RESPONSABILIDAD DE LOS
FUNCIONARIOS DEL GOBIERNO POR SUS ACTOS
Si convenimos que en los sistemas de dinero fiat la inflación
es responsabilidad del Estado por su decisión de emitir
dinero en exceso, las consecuencias nocivas de tales
acciones deberían caer en cabeza de los funcionarios
respectivos. Ello lleva a discutir un tema que se ha vuelto
inexplicablemente controvertido en los últimos tiempos, que
tiene que ver con el alcance de la responsabilidad de los
políticos por sus decisiones y acciones.
El avance del estatismo en el mundo durante el último
siglo ha generado dos efectos que tienen aceptación
general:
1. Que el poder del gobierno cada vez tiene menos límites,
y a los políticos se les reconoce la facultad de imponer su
propia visión de lo que se debe hacer, aun por encima de
las leyes y de los derechos de la gente.
2. Que los abusos y los errores que los gobernantes
cometen con sus acciones son cuestiones políticas, que no
deben merecer más sanción que la que la propia política
impone.
Ambas afirmaciones se complementan y refuerzan
mutuamente: aceptar que la organización de la sociedad
depende cada vez más de las decisiones de sus conductores
-quienes deben tener la libertad de buscar las mejores
soluciones (y para eso son elegidos y nombrados)-, supone
desligar a esos conductores de las consecuencias de sus
malas decisiones, porque después de todo están decidiendo
sobre cuestiones delicadas y complejas, y si pesara sobre
sus cabezas la amenaza de un castigo por sus fracasos, no
podrían tomar sus decisiones con la suficiente tranquilidad
de espíritu.
De este modo, se pretende que los perjuicios que los
políticos pueden ocasionar con sus actos discrecionales sólo
deberían encontrar castigo en las urnas, en las siguientes
elecciones. Esta idea se basa en determinadas
concepciones sobre la imposibilidad de rigor científico en las
ciencias sociales y políticas. Si en materia política y social
todo, en definitiva, es opinable, los actos políticos no
deberían merecer sanción por parte de los tribunales
cuando se basan en los errores que se pueden cometer de
manera inocente en estas áreas. De este modo, los políticos
y la gente se encuentran separados por una grieta cada vez
más profunda.
Pero esto, a mi entender, parte de dos errores: 1) los
políticos y funcionarios del gobierno no tienen poderes
discrecionales para decidir coactivamente sobre los
derechos de las personas; 2) Las ciencias sociales –entre
ellas la economía-, sí tienen leyes cuyo desconocimiento
trae consecuencias que se pueden prever y castigar.
Por ello, antes de encarar la propuesta de castigo penal
por generar inflación, entiendo necesario detenerme por un
momento en el análisis de la responsabilidad general de los
funcionarios del gobierno.
1. Funciones y límites a la labor de los agentes
estatales
Uno de los argumentos invocados por quienes quieren
justificar las acciones de los funcionarios que emiten dinero
indiscriminadamente con perjuicio para las personas,
sostiene que las acciones de gobierno no pueden ser
juzgadas por los jueces.
En una curiosa interpretación de la división de poderes, se
pretende que los actos políticos no son revisables
judicialmente, pues ello supondría, no sólo una intromisión
del Poder Judicial en los otros poderes del Estado, sino que
además entorpecería la necesaria acción política, al poner
en riesgo a los funcionarios por el modo en que llevan a
cabo sus tareas de gobierno.
Esa pretensión de quedar exentos de responsabilidad por
sus actos (sólo aceptan la responsabilidad “política” que a lo
sumo los llevaría a perder sus empleos hasta que la gente
se olvide de ellos y puedan volver a ser contratados), debe
ser examinada con cuidado para no caer en la trampa de
impunidad que se pretende crear.
En los países en los que funciona una república
constitucional con supremacía de los derechos individuales,
el gobierno tiene funciones limitadas. Los funcionarios sólo
pueden hacer aquello que la Constitución les autorice o
mande, en el contexto de las reglamentaciones legales que
se sancionen a esas funciones constitucionales.
En tales condiciones, los funcionarios del gobierno pueden
actuar de dos maneras:
1. Fuera del marco de sus atribuciones, lo que es ilegal y
pasible de sanciones políticas, administrativas, civiles y
penales.
2. Dentro del marco de sus atribuciones. En tal caso, si
sus acciones producen daños, deberían examinarse para
evaluar si pudo deberse a una conducta dolosa o culposa
que le sea atribuible y por la cual de todos modos deban
responder; o si están amparados por el cumplimiento de
la ley y el que debe responder es el Estado.
Esta idea requiere efectuar al menos dos aclaraciones
importantes:
a. La principal obligación de los funcionarios públicos es
cumplir con la ley y la Constitución, lo que supone no
extralimitarse de esas funciones ni incumplir con sus
obligaciones.
Sus obligaciones legales claramente estarán vinculadas
con la intención de lograr determinados resultados, tales
como cumplir con objetivos establecidos por la Constitución
o las leyes, proteger derechos de las personas, impedir
ciertas conductas nocivas para la comunidad, etc. Pero lo
cierto es que, estrictamente, su obligación excluyente es la
de cumplir con la ley, se alcancen o no los objetivos
deseados.
b. Existe de todos modos un pequeño grupo de funciones o
atribuciones que son eminentemente políticas y son
atribuidas por la Constitución a determinados funcionarios a
quienes se otorga cierta discrecionalidad en su ejercicio.
Respecto de estas funciones -a las que se denomina
“cuestiones políticas” o “no justiciables”- me referiré más
adelante, pero puedo adelantar que son excepcionales,
limitadas y siempre dejan abierta la posibilidad de revisión
judicial cuando pueden lesionar derechos individuales u otro
aspecto de la legalidad.
2. El cumplimiento de la ley como finalidad y límite
esencial de la función pública.
La labor de los funcionarios del gobierno es cumplir y
hacer cumplir las leyes, no brindar servicios específicos a
persona alguna. Esto rige para todos los funcionarios,
incluidos aquellos que están vinculados con la protección de
los derechos y la persecución de los crímenes, tales como
policías o fiscales.
Es claro que los policías patrullan las calles para brindar
protección y asistencia a los ciudadanos, y los fiscales
persiguen a los criminales y tratan de conseguir sanciones
penales para ellos. Pero esas funciones las realizan a partir
de su obligación principal de cumplir y hacer cumplir las
leyes, y no porque tengan una responsabilidad u obligación
de prestar servicios específicos a persona alguna. Estos
servicios, en definitiva, pueden justificar la sanción de la ley
que otorga ciertas funciones, pero no constituyen la fuente
directa de la autoridad.
No existe en principio una relación directa entre el
funcionario y el habitante, sino del funcionario y el
habitante con la ley. Las facultades y responsabilidades del
funcionario están establecidas por la ley; el ejercicio de los
derechos de los ciudadanos, están regulados por la ley. A
ella deben atenerse. Incluso cuando un funcionario celebra
un contrato público con un particular, no es el funcionario
quien se está obligando o beneficiando con el contrato, sino
la repartición pública en la que ejerce sus funciones. En la
medida en que el contrato sea realizado dentro de su marco
de atribuciones y de manera legal, generará
responsabilidades para el Estado, y sólo podrá generar
responsabilidad personal para el funcionario cuando haya
excedido su atribución legal.
Luego los funcionarios podrán o no alcanzar los objetivos
deseados, pero no son responsables si no lo logran, a menos
que hayan actuado en forma dolosa o negligente de un
modo que signifique una alteración a la obligación legal. Así
lo ha resuelto desde antaño la Corte Suprema de Estados
Unidos, al sostener que los oficiales públicos tienen un
deber general de hacer cumplir las leyes, no de proteger a
personas concretas195.
En 1982, una corte federal de apelaciones sostuvo:
…No hay un derecho constitucional a ser protegido por el
Estado contra ser asesinado por criminales o
malhechores. Es monstruoso si el Estado falla en
proteger a sus residentes contra tales predadores, pero
no viola la cláusula del debido proceso de la Enmienda
XIV o ninguna otra provisión de la Constitución. La
Constitución es un catálogo de libertades negativas: le
dice al Estado que deje a la gente sola, no requiere al
gobierno federal o estadual que provea servicios, aun tan
elementales servicios como mantener la ley y el
orden196.
En “Warren vs. District of Columbia” se discutió el caso de
tres mujeres víctimas de violación, que demandaron al
gobierno de Washington D.C. por negligencia policial. Las
tres mujeres fueron atacadas y violadas por asaltantes que
ingresaron en la casa que compartían, y a pesar de su
pedido de auxilio por teléfono a la policía, una patrulla llegó
una hora después, cuando los asaltantes se habían ido.
Las mujeres demandaron a la ciudad de Washington por su
negligencia al no atender su pedido de auxilio. La policía
argumentó haber perdido las grabaciones de sus llamadas
telefónicas. El tribunal absolvió a la policía y a la ciudad,
sosteniendo que la policía no tiene una responsabilidad
legal de proveer protección personal a los individuos197. En
el caso no se pudo demostrar que la policía hubiese sido
negligente en el cumplimiento de sus obligaciones legales y
reglamentarias, más allá del lamentable resultado.
Esta solución es consistente con la visión de que hacer
cargar al gobierno con la responsabilidad positiva de brindar
determinados servicios puntualmente a cada ciudadano, lo
haría pasible de demandas cada vez que no se alcanza
dicho objetivo, pues ello demostraría que falló en su
obligación de protección198. Esto es, que cada vez que se
comete un delito sería culpa de la policía porque no lo evitó.
Los resultados de las acciones no son predecibles; lo que se
puede entonces imputar a los funcionarios es no haber
cumplido con las obligaciones legales inherentes a su cargo.
De modo que la función fundamental de los agente del
gobierno es cumplir con sus mandatos establecidos por la
ley. Será la legislación la que se encargue de que esos
mandatos estén vinculados con la protección de los
derechos, el mantenimiento del orden y la resolución de
conflictos, pero no imponen responsabilidades especiales a
tales agentes, a menos que se comporten dolosa o
culposamente de un modo que implique violar sus
obligaciones legales.
Una distorsión de la forma de conceptualizar la función
política -que se desarrolló con fuerza a partir del siglo XX-
consiste en pensar que los funcionarios elegidos para
hacerse cargo del gobierno tienen no sólo la libertad, sino la
obligación de llevar a cabo políticas proactivas destinadas a
mejorar la calidad de vida de los ciudadanos; y que para ello
pueden actuar de manera discrecional, eligiendo los medios
que consideren más adecuados sin sujetarse a limitaciones
legales.
La idea del poder ilimitado e impune del gobernante
proviene de la época en que tenía fueros personales y
privilegios de todo tipo; pero incluso al sustituirse los
gobiernos autoritarios por repúblicas, siempre ha
permanecido latente la convicción de que los gobernantes
tienen un estatus superior. Es bueno no olvidar que los
gobernantes son empleados de la gente que le paga sus
sueldos para que cumplan con la ley. Cuando en las
ceremonias públicas el Presidente es anunciado como el
“Primer Mandatario”, lo que se está diciendo es que él es la
persona que trabaja para el último de los mandantes, que
son los ciudadanos, y debe responder ante ellos199.
Pero las facultades de los funcionarios públicos no son
discrecionales, si por ello se entiende que pueden ejercerlas
exclusivamente de acuerdo con su propio criterio. Su
principal obligación es cumplir con lo que indican la
Constitución, las leyes y los reglamentos que regulan sus
funciones. Incluso su criterio personal, en el ámbito en que
pueda utilizarlo según su cargo, estará siempre
condicionado a que se sujete a la legalidad. La plataforma y
plan de acción de cualquier partido político que compita en
las elecciones debería ser: “cumplir con la Constitución y
respetar las leyes sancionadas en su consecuencia”.
3. ¿Cómo se controlan los actos del gobierno?
La responsabilidad de los funcionarios, entonces, es clara
cuando se apartan de sus obligaciones legales o violan
derechos. Cuando abandonan la esfera de sus atribuciones
regladas, se exceden de sus atribuciones o incumplen sus
deberes, apartándose de la autorización o indicación legal,
de un modo que provoque o pueda provocar perjuicios,
corresponde que respondan por sus actos.
Esta responsabilidad podrá ser de naturaleza
administrativa (propia de su acción en el ámbito
burocrático, vinculada con el correcto funcionamiento de las
oficinas del gobierno), penal (por la comisión de alguno de
los delitos previstos específicamente para los funcionarios, o
que se agravan al ser cometidos por ellos), civil (vinculada a
la responsabilidad ante los particulares o el propio Estado
por los daños y perjuicios ocasionados por su conducta) o
política (que hace a su responsabilidad institucional, y se
vincula con su eventual destitución y futura inhabilitación,
en los casos en que la Constitución o las leyes lo
establezcan).
Históricamente se ha discutido si los funcionarios y
agentes del gobierno deberían ser sometidos a las mismas
reglas que el resto de las personas, o si es preferible la
creación de un régimen especial. Se discutió si debían ser
juzgados por los mismos jueces, bajo la misma ley que el
resto de la gente; o se justificaba la creación de tribunales,
procedimientos y leyes especiales para juzgar a la
administración. La primera de las soluciones fue
desarrollada fundamentalmente en el sistema anglosajón.
La segunda se inició en Francia con la creación del Consejo
de Estado200.
Ello se ha vinculado con la forma de concebir el principio
de división de poderes. Este principio republicano
fundamental, cuya importancia había sido resaltada tan
claramente por Montesquieu201, fue una de las bases de la
organización política plasmada en la Constitución de los
Estados Unidos, como modelo de muchas que vinieron
después. En ese sentido, sostenía James Madison:
La acumulación de todos los poderes, legislativos,
ejecutivos y judiciales, en la misma mano, sean éstos de
uno, de muchos, hereditarios, autonombrados o
electivos, puede decirse con exactitud que constituyen la
definición misma de tiranía202.
La idea de tal separación, al decir de Madison, significaba
que donde todo el poder de una rama está en manos de los
mismos que poseen todo el poder de otra rama, se infringen
los principios fundamentales de una constitución libre203.
El modelo norteamericano no se limitó a propugnar la
división del poder, sino que estableció un sistema de
controles recíprocos (check and balance), que convirtió a
cada poder del Estado, a la vez, en controlado y controlador
de los demás. De este modo se dio preeminencia a las
instituciones y sus funciones constitucionales por encima de
las personas que las encarnan o ejercen204. Esa relación no
es necesariamente de rivalidad, sino más bien de control, y
no excluye la posibilidad de colaboración recíproca entre los
distintos poderes, en beneficio de la función que
detentan205.
Sin embargo, a partir del siglo XX se ha intensificado una
discusión filosófica entre los partidarios de la supremacía de
las instituciones y principios republicanos, y quienes
defienden la preponderancia de la voluntad popular a través
del gobierno representativo de las mayorías. La superlativa
importancia que se le ha venido dando a la teoría y práctica
de la representación política para legitimar los actos del
gobierno, terminó minando varios ideales republicanos, y
fundamentalmente entre ellos, al de la división de
poderes206.
Esto ha provocado una tendencia a relativizar la
importancia de las instituciones, y justificar cualquier
decisión que sea supuestamente la expresión de la voluntad
de la mayoría, y por este camino se han desarrollado
muchas formas de influir y capitalizar esa voluntad, lo que
termina siendo muy poco saludable para las libertades
civiles y políticas207.
Por este camino, a mediados del siglo pasado autores
como Karl Loewenstein generalizaron la noción de que la
llamada “separación de poderes” se limita a la distribución
de funciones del Estado, algo así como una división del
trabajo entre sus diferentes órganos208.
Esta visión contribuye a ver al gobierno como el resultado
de una decisión electoral única, en la que sus distintos
funcionarios forman parte todos de un mismo equipo. De
este modo, la fusión temporal que se produce entre los
dirigentes del partido o coalición ganadora y los órganos de
estado puede afectar peligrosamente al sistema de frenos y
contrapesos esencial del constitucionalismo, que se
pretende garantizar con la división de poderes209. Por otra
parte, y en lo que tiene que ver expresamente con el tema
de este Capítulo, esta identificación del poder de los
funcionarios con el resultado electoral, los aleja de su
sujeción a las limitaciones constitucionales y legales, y
genera argumentos en pos de considerar a sus actos fuera
de la posibilidad de control por los demás poderes, en
especial por los jueces.
4. Las cuestiones no justiciables.
Más allá de la división y recíproco control de los poderes, y
en especial de las facultades de control judicial de la
legalidad de los actos, existen ciertas decisiones políticas
que excepcionalmente, por su vinculación con la necesaria
independencia frente a la demás ramas del Estado, quedan
reservadas a la esfera del poder en el que se originan, y no
pueden ser revisadas por los otros.
La Corte Suprema de los Estados Unidos trató desde sus
comienzos sobre estas cuestiones no justiciables (political
questions), a través del análisis de los alcances del control
judicial de constitucionalidad. Lo hizo en los comienzos en
su famosa decisión en “Marbury vs. Madison”210, al que me
referiré luego con detenimiento.
La discusión sobre qué actos políticos deberían quedar
fuera del control judicial para resguardar la autonomía, ha
sido complejo y accidentado. En la jurisprudencia de la
Corte Suprema Argentina, por ejemplo, no se han
establecido criterios específicos con demasiada precisión,
quedando librado el tema a la evolución casuística.
Esto ya fue señalado desde el siglo XIX. En el fallo “Cullen
vs. Llerena”, la Corte Suprema sostuvo que no correspondía
examinar el procedimiento de sanción de las leyes, porque
es una cuestión privativa de las Cámaras del Congreso. Sin
embargo, en su disidencia, el Juez Varela, con cita de
jurisprudencia de la Corte de Estados Unidos, señaló que “la
línea que separa las cuestiones judiciales de las políticas
nunca se ha trazado”211.
A lo largo de tal casuística, ha considerado como
cuestiones no justiciables, por ejemplo, a la declaración de
utilidad pública en materia de expropiación; las causas de la
declaración de estado de sitio o de intervención federal; el
proceso de sanción de leyes; el juicio político, en cuanto a
las causales de enjuiciamiento; la oportunidad, conveniencia
o eficacia de la ley; las categorías legales, en punto al
derecho a la igualdad, etc.212. No obstante ello, ha tenido
vaivenes respecto de la consideraciones de tales
cuestiones, y además ha dejado a salvo la posibilidad de
intervención por vía del control de razonabilidad.
En este sentido, ha señalado la Corte Suprema de Justicia
de Argentina:
La intervención de los jueces queda excluida en aquellas
materias que, por su propio mandato o por una razonable
opinión legislativa, han sido reservadas a otros órganos
del Estado. De otro modo la actuación del Poder Judicial
violaría el principio de división de poderes y entraría en
colisión con el sistema que el legislador, interpretando la
Constitución Nacional, estructuró para el funcionamiento
de las instituciones (Fallos: 324:1740; 326:417).
Por ello, se ha dicho que la misión más delicada que
compete al Poder Judicial es la de saber mantenerse
dentro de la órbita de su jurisdicción, sin menoscabar las
funciones que incumben a otros poderes o jurisdicciones,
toda vez que es el judicial el llamado por la ley para
sostener la observancia de la Constitución Nacional y de
ahí que un avance en desmedro de otras facultades
revestiría la mayor gravedad para la armonía
constitucional y el orden público (Fallos: 324:2315, 3358;
326:2004; 328:3573).
No obstante ello, es inherente a las funciones de un
tribunal judicial interpretar las normas que confieren las
facultades privativas de los otros poderes para
determinar su alcance, sin que tal tema constituya una
“cuestión política” inmune al ejercicio de la jurisdicción.
Esclarecer si un poder del Estado tiene determinadas
atribuciones, exige interpretar la Constitución y tal misión
permitirá definir en qué medida el ejercicio de ese poder
puede ser sometido a revisión judicial.
En el contexto de una causa, no hay otro poder por
encima de la Corte Suprema para resolver acerca de la
existencia y los límites de las atribuciones
constitucionales otorgadas a los departamentos
legislativo, judicial y ejecutivo, así como el deslinde de
atribuciones de éstos entre sí y con respecto a los de las
provincias (Fallos: 324:3358). Pero las razones de
oportunidad, mérito o conveniencia tenidas en cuenta
por los otros poderes del Estado para adoptar decisiones
que les son propias, no están sujetas al control judicial,
sin que ello obste a que ejerza el control constitucional
de la razonabilidad de las leyes y de los actos
administrativos, y una vez constatada la iniquidad
manifiesta de una norma o de un acto de la
administración, se declare su inconstitucionalidad en el
caso (Fallos: 325:28). Así, por ejemplo, la valoración de la
política económica llevada a cabo por las autoridades
competentes para ello, excede la jurisdicción de los
jueces (Fallos: 311:2453), sin perjuicio de que los actos
concretos que pudieran alterar cláusulas constitucionales
o vulnerar derechos de determinadas personas, sí
puedan ser objeto de revisión y control judicial213.
Es importante tener en consideración que esta idea de las
cuestiones no justiciables ha sido ampliamente negada y
criticada por una parte de la doctrina, en el sentido de que
tanto la constitucionalidad y legalidad de los actos del
gobierno como aquellas acciones que pudieran provocar
alteraciones en derechos concretos, deben ser siempre
pasibles de control y revisión judicial. Uno de los críticos
más constantes en este sentido ha sido Bidart Campos en
nuestro ámbito214.
El tema debe tomarse con sumo cuidado y con criterio
restrictivo. En principio todos los actos del gobierno han de
ser sometidos a control, tanto de legalidad y
constitucionalidad, como de razonabilidad en cuanto su
eventual alteración de derechos individuales. En nuestra
Constitución, este principio está consagrado en el artículo
28 en cuanto dispone que los derechos y garantías
constitucionales no podrán ser alterados por las leyes que
reglamentan su ejercicio.
Determinar cuándo una cuestión es política, y por lo
tanto no justiciable, entraña un riesgo institucional tanto
como determinar que sí es justiciable. El dilema que
encierra el punto fue señalado por el juez Harlan en su
disidencia en el caso “Baker vs. Carr”, en el que la
mayoría de la Corte Suprema estadounidense consideró
justiciable una cuestión electoral. Dijo el magistrado:
“Aquellos observadores de la Corte que la consideran
primordialmente como último refugio para la corrección
de toda injusticia o desigualdad, sin importar su
naturaleza o fuente, aplaudirán sin duda esta decisión y
su ruptura con el pasado. Aquellos que consideren que el
respeto nacional por la autoridad de la Corte depende en
gran medida de su sabio ejercicio de autolimitación y
disciplina en la adjudicación constitucional, examinarán
la decisión con profunda preocupación”215.
Por lo tanto, no puede invocarse como excusa para no
juzgar los actos del gobierno su presunta “no judiciabilidad”
en términos generales, como pretenden quienes consideran
que la acción política de los agentes del gobierno es
privativa de cada poder del Estado y no puede ser sometida
a control por los jueces. Como la propia Corte ha señalado,
no existe una fórmula que –a partir de calificar una cuestión
como política- autorice o excluya de por sí la intervención
judicial (Fallos: 311:2580). Es un tema delicado que los
jueces deberán abordar con extrema prudencia para no
incurrir en una alteración del equilibrio de poderes, pero al
mismo tiempo sin dejar indefensos los derechos de los
ciudadanos o impunes las faltas de los funcionarios del
Estado.
Así, se ha sostenido que la decisión de separar a un
funcionario mediante el juicio político es una cuestión
política no revisable, pero sí lo sería si hay vicios en el
procedimiento que vulneran la defensa en juicio o el debido
proceso; o que la elección de jueces es un mecanismo
estrictamente político en el que intervienen el Presidente de
la Nación, el Senado y el Consejo de la Magistratura, pero si
se violaran las leyes que establecen los mecanismos de
elección, con perjuicio a los derechos de determinadas
personas, ello justificaría la intervención judicial.
Consecuentemente, no puede invocarse como excusa la
“cuestión política” para buscar la impunidad de
determinados funcionarios o legitimar violaciones a
derechos concretos. De este modo, aun las decisiones de los
órganos políticos electivos no pueden permanecer al
margen del control judicial por el mero hecho del origen
popular de los funcionarios que las adoptan.
Este principio resulta aplicable a todas las acciones de
gobierno regladas por la Constitución y las leyes, lo que
incluye a la emisión de moneda y sus disposiciones sobre el
curso legal y forzoso, o las restricciones a la competencia
con otras monedas, donde las decisiones de los funcionarios
involucrados pueden ser sometidas no sólo a control
político, sino también administrativo y judicial.
4.1. La importancia del caso de “Marbury vs. Madison”.
Si bien es un caso muy conocido y es enseñado como un
leading case en materia de control de constitucionalidad por
parte de la Corte Suprema de Estados Unidos, vale la pena
recordar brevemente lo que allí se discutió, porque tiene
relación directa, entre otras cosas, con las cuestiones no
justiciables.
Poco antes de dejar su cargo, el Presidente John Adams,
aprovechando el apoyo en el Congreso, propuso la
designación de 42 jueces de paz en el Distrito de Columbia,
para lo cual envió los pliegos al Senado, que los aprobó.
Acto seguido, el Presidente firmó los nombramientos de los
jueces y el Secretario de Estado John Marshall –quien un par
de años más tarde sería presidente de la Corte Suprema de
Justicia al que le tocaría intervenir en el caso-, colocó el
sello oficial a los nombramientos y entregó las actas
respectivas, pero en cuatro casos no se alcanzaron a
formalizar los trámites, y los decretos no fueron
comunicados, permaneciendo en el despacho del Secretario.
Uno de esos jueces fue William Marbury.
Poco después se produjo el cambio de gobierno y asumió
como nuevo presidente Thomas Jefferson. Marbury
demandó al nuevo Secretario de Estado, James Madison,
para que dé cumplimiento a la comunicación de su
designación como juez. El Secretario de Estado se negó a
hacerlo, y entonces se entabló una presentación directa
ante la Corte Suprema, que ya era presidida por Marshall.
El caso involucraba muchos temas delicados: 1) si era o no
revisable judicialmente la decisión política vinculada con la
designación de jueces, que es un proceso que involucra a
los poderes Ejecutivo y Legislativo; 2) en caso afirmativo, si
la designación de los cuatro jueces había sido perfeccionada
y por lo tanto quedaba sólo el acto formal de comunicar su
designación; 3) si en tal caso, si Marbury tenía derecho a la
intervención judicial para obligar al Poder Ejecutivo a
perfeccionar esa puesta en el cargo de los jueces; y 4) si el
procedimiento por el cual se pretendía canalizar ese
reclamo era correcto, y en su caso qué debía hacer la Corte.
Por supuesto que detrás de esas discusiones jurídicas
había una profunda tormenta política. Adams había
aprovechado sus últimos momentos en el cargo para
nombrar de golpe a 42 jueces e impedirle al nuevo
Presidente, del partido contrario, que pudiera hacerlo.
Jefferson, muy molesto por la actitud de Adams, no estaba
dispuesto a instalar en sus cargos a esos cuatro jueces que
habían quedado sin notificar. La Corte Suprema sabía que si
ordenaba perfeccionar la designación y puesta en funciones
de los jueces, probablemente el Poder Ejecutivo no
cumpliría la orden y provocaría un conflicto de poderes cuyo
final era incierto. Por otro lado, si no hacía lugar al reclamo
y le daba la razón a Madison, estaría dando la señal de
debilidad y rendición ante el poder del Presidente. Es que
detrás de ese conflicto, lo que se estaba debatiendo es
quién es el intérprete último de la Constitución, y si los
jueces podían controlar los actos de los otros poderes del
Estado.
El talento del Juez Marshall encontró una solución que
convirtió a ese fallo en uno de los más importantes de la
etapa fundacional de los Estados Unidos. Pero para hacerlo,
debió recurrir a algunas argucias que han hecho pasible a la
sentencia de varias críticas. En efecto, y a riesgo de hacer
un spoiler del desarrollo de la sentencia, es bueno recordar
que finalmente se resolvió que el camino procesal utilizado
por Marbury –la presentación directa ante la Corte-, no era
el correcto, aun cuando la Judiciary Act parecía autorizarlo.
La Constitución sólo prevé ese mecanismo en caso de
jurisdicción originaria de la Corte, y en todos los demás
casos sólo podía intervenir por apelación. En una sentencia
sin la trascendencia de este caso, la Corte debió limitarse a
decir esto y rechazar la presentación de Marbury sin tratar
ningún otro argumento. Pero lo que estaba en juego era la
definición del equilibrio de poderes, el caso era ideal para
tratar este asunto, y los jueces decidieron priorizar el
tratamiento de las cuestiones constitucionales que querían
remarcar, a expensas de la claridad técnica del fallo.
En definitiva, la sentencia se ordenó según la respuesta a
tres preguntas sucesivas:
1. ¿Tiene Marbury derecho al nombramiento que reclama?
2. Si tiene derecho al nombramiento, y ese derecho fue
violado, ¿la ley lo protege?
3. Si la ley lo protege, qué puede hacer la Corte por él?
¿Puede obligar a Madison a entregarle el nombramiento?
Respecto del primer punto, luego de hacer una minuciosa
explicación del procedimiento de designación de empleados
por el Presidente de acuerdo con la Constitución y las leyes,
y de examinar la relación entre la “designación” y el
“nombramiento”, llegó a la conclusión de que Marbury
“estaba designado desde que su nombramiento fue firmado
por el Presidente, y se había estampado el sello presidencial
por el Secretario de Estado, y como la ley que crea el cargo
otorga al funcionario el derecho de permanecer en él por
cinco años, independientemente del Ejecutivo, la
designación no es revocable, sino que se hallaba investido
por los derechos legales del funcionario, los cuales se
hallaban protegidos por la ley de su país”. Por lo tanto,
retener el nombramiento es un acto que la Corte consideró
no autorizado por la ley y violatorio de un derecho legal
absoluto.
Siguió a continuación con el segundo punto, y señaló:
La esencia de la libertad civil consiste, ciertamente, en el
derecho de todo individuo para reclamar la protección de
las leyes, cada vez que recibe un daño. Uno de los
primeros deberes del gobierno es otorgar dicha
protección. En Gran Bretaña, el mismo rey es demandado
mediante la respetuosa forma de la demanda, y él nunca
deja de cumplir con el fallo de su corte.
...El gobierno de los Estados Unidos ha expresado
enfáticamente ser un gobierno de leyes y no de hombres.
Y, ciertamente, dejará de merecer ese título, si las leyes
no proveen remedios para la violación de derechos
legales absolutos.
La discusión giró entonces alrededor de si la facultad del
Presidente de designar empleados es privativa, o puede ser
revisada por los jueces:
Por la Constitución de los Estados Unidos, el Presidente
se halla investido con ciertos importantes poderes
políticos, en el ejercicio de los cuales él usa su propia
discreción, y es responsable sólo ante su país en su
carácter político, y ante su propia conciencia. Para
ayudarlo en el cumplimiento de estos deberes, él está
autorizado para designar ciertos funcionarios quienes
actúan por su mandato y de conformidad con sus
órdenes…
…Pero cuando la legislatura procede a imponer otros
deberes a tal funcionario; cuando se le ordena
perentoriamente el cumplimiento de ciertos actos;
cuando hay derechos individuales que defender del
cumplimiento de tales actos; él es hasta ahí un
funcionario de la ley; es responsable ante las leyes por su
conducta; y no puede, discrecionalmente, burlar los
derechos absolutos de otras personas.
La conclusión que ofrece este razonamiento es que, si los
jefes de departamentos son los agentes políticos o
confidenciales del ejecutivo, que se hallan sólo para
ejecutar el deseo del presidente, o más bien para actuar
en casos en que el ejecutivo posee discrecionalidad legal
o constitucional, nada puede estar más perfectamente
claro que sus actos sólo son examinables políticamente.
Pero si la ley les asigna un deber específico, y los
derechos individuales dependen del cumplimiento de ese
deber, parece igualmente claro que el individuo que se
considere dañado tiene un derecho a recurrir a las leyes
de su país para obtener remedio.
De ese modo fijó la Corte una diferencia entre las
cuestiones políticas que quedan fuera de la revisión judicial,
de aquellas que pueden ser revisadas. Los funcionarios
cuyas tareas estén reguladas o sometidas a condiciones por
la legislación, deben cumplir con la ley y su apartamiento da
lugar a la intervención judicial, al igual que si con su
conducta provocan perjuicios o lesiona los derechos de
otras personas.
Consecuentemente, en esta primera parte del fallo, la
Corte concluyó:
1. Que firmando la designación de Mr. Marbury, el
presidente de los Estados Unidos lo designó como juez de
paz para el condado de Washington en el distrito de
Columbia; y que el sello de los Estados Unidos, también
colocado allí por el secretario de estado es un testimonio
concluyente de la autoridad de la firma y de la
compleción de la designación; y que la designación le
confirió un derecho legal al cargo por el espacio de cinco
años.
2. Que, teniendo su título legal para el cargo, él tiene en
consecuencia un derecho al nombramiento; una negativa
a entregarlo es una violación lisa y llana de ese derecho,
para lo cual las leyes de su país contemplan un remedio.
De este modo, la Corte acotó la noción de cuestiones
políticas no justiciables, y decidió que Marbury tenía
derecho a la protección legal. Pero entonces debía enfrentar
la discusión más compleja, que era el camino a tomar a
partir de allí. ¿Debía imponerle al Poder Ejecutivo la
obligación de entregarle a Marbury su designación de juez?
Sabía que si lo hacía, muy probablemente el Presidente
Jefferson no iba a obedecer la orden y se iba a producir un
conflicto de poderes muy complejo y con consecuencias
insospechadas para el futuro constitucional del país.
Marshall había encontrado una posible solución, que tenía
dos opciones: una meramente formal, y otra mucho más
profunda. Algunos de los jueces de la Corte se inclinaron por
la solución formal, que le daba al Tribunal una salida sin
tener que pronunciarse. Pero Marshall insistió en que era el
momento de sentar un precedente fundamental para el
futuro de la Corte y de todo el poder judicial.
En efecto, la Corte estaba habilitada para decidir sobre la
cuestión, sobre la base de lo que preveía el artículo 13 de la
Judiciary Act de 1789. Pero de acuerdo con la Constitución,
la Corte sólo podía actuar como única instancia en los casos
exclusivos de jurisdicción originaria. En todos los demás sólo
podía intervenir por apelación. Y ese caso había tenido su
trámite directamente en la Corte.
Por ese motivo, la sugerencia de algunos jueces fue que la
Corte debía limitarse a sostener que en el caso carecía de
jurisdicción, y no decir nada más. Pero Marshall insistió en
que lo que existía era un conflicto entre una ley y la
Constitución, y si se limitaban a sostener que no había
jurisdicción, cuando la ley expresamente se la otorgaba,
estaban dejando de aplicar una ley sin pronunciarse sobre
su inconstitucionalidad.
De modo que lo que la Corte Suprema hizo fue decir que
esa cláusula legal extendía de manera improcedente la
limitación a la jurisdicción que establecía la Constitución, y
por lo tanto la declaró inconstitucional. Como consecuencia
de esa inconstitucionalidad y de lo sostenido por la ley
fundamental, declaró que no tenía jurisdicción para
expedirse sobre el fondo de la petición.
De este modo, la sentencia tuvo muchos efectos
diferentes, y sentó algunos principios muy valiosos para el
futuro de la jurisprudencia:
1. Le dio la razón a Marbury, en tanto señaló que tenía un
derecho a ser designado juez, y que estaba autorizado a
demandar por su derecho, sin que el gobierno se pudiera
escudar en el carácter político de la decisión. Siempre que
exista en el acto de gobierno una alteración a un derecho
constitucional que ocasione un perjuicio, los damnificados
tienen derecho a ser protegidos por la ley del país.
2. Le dio la razón a Madison y Jefferson, en tanto no los
obligó a poner a Marbury efectivamente en su cargo,
aunque fuera por un defecto meramente formal como es la
vía procesal intentada.
3. Lo más importante de todo desde la perspectiva
constitucional, al declarar la inconstitucionalidad del
artículo 13 de la Judiciary Act, afirmó el principio de que
son los jueces los últimos intérpretes de la Constitución, y
por lo tanto tienen el control de constitucionalidad de los
actos del gobierno. Algo que a partir de entonces se
asentó definitivamente en la jurisprudencia de la Corte, y
que no pudo ser cuestionado por el Presidente Jefferson o
su Secretario de Estado, al no tener agravio personal para
actuar debido a que la Corte desestimó la pretensión de
Marbury.
De entre todas estas enseñanzas que emanan del fallo,
quedó claro que para la Corte Suprema las political
questions que quedan fuera del control judicial son pocas, y
deben ceder en los casos en que la facultad del funcionario
esté reglada por la Constitución o las leyes, o cuando su
conducta altere derechos de otras personas.
4.2. ¿Por qué la cantidad de dinero que emite el gobierno no
es una cuestión “no justiciable”?
Entre las cuestiones no justiciables se suele incluir el caso
de asuntos que deberían estar sometidos a la
discrecionalidad de los poderes del gobierno, que actúan
ejerciendo criterios de oportunidad y conveniencia. En ellos
se suelen incluir cuestiones de “política económica” –que
frecuentemente terminan de manera desastrosa y muy
onerosa para los derechos de los habitantes-. La pretensión
de que las cuestiones económicas son discutibles y respecto
de ellas nadie tiene el éxito asegurado, permite pretender
que es un terreno donde los políticos aplican criterios de
oportunidad y conveniencia que no pueden ser
judicialmente revisados. La emisión de dinero suele
colocarse en ese grupo.
Esta pretensión merece cuestionamiento por dos motivos
principales:
1. Porque la idea de que es función del gobierno decidir
discrecionalmente “políticas económicas”, y que esa es una
función primordial y excluyente del Poder Ejecutivo, no sólo
es incorrecta, sino que además es muy peligrosa.
Quienes ejercen derechos de propiedad, producen,
comercian, etc., son los individuos, no los gobiernos. La
función que compete en el proceso económico al gobierno
es la de brindar seguridad a los derechos, resolver
reclamos, hacer cumplir los contratos, y en todo caso
garantizar la estabilidad de la moneda. Pero como vimos en
capítulos anteriores, la idea de que una función del gobierno
sea la de usar el incremento de la cantidad de moneda para
impulsar la economía o financiar sus gastos, no sólo ha sido
muy contraproducente desde el punto de vista económico,
sino que además supone una abierta extralimitación y
violación de derechos individuales, cuya protección es
función esencial del gobierno y su razón de existir.
Decía Juan Bautista Alberdi al explicar los principios
económicos de la Constitución argentina de 1853:
Toda ley que atribuye al Estado de un modo exclusivo,
privado y prohibitivo, el ejercicio de operaciones o
contratos que pertenecen esencialmente a la industria
comercial, es ley derogatoria de la Constitución en la
parte que está garantizada la libertad de comercio a
todos y cada uno de los habitantes de la Confederación.
Por ejemplo, son operaciones comerciales las
operaciones de banco, tales como la venta y compra de
monedas y especies metálicas, el préstamo de dinero a
interés; el depósito, el cambio de especies metálicas de
una plaza a otra; el descuento, es decir, la conversión de
papeles ordinarios de crédito privado, como letras de
cambio, pagarés, escrituras, vales, etc., en dinero o en
billetes emitidos por el banco. Son igualmente
operaciones comerciales las empresas de seguros, las
construcciones de ferrocarriles y de puentes, el
establecimiento de líneas de buques de vapor. No hay un
solo código de comercio en que no figuren esas
operaciones, como actos esencialmente comerciales. En
calidad de tales, todos los códigos las defieren a la
industria de los particulares… Si tales actos, pues,
corresponden y pertenecen a la industria comercial, y
esta industria, como todas sin excepción, han sido
declaradas derecho fundamental de todos los habitantes,
la ley que da al Estado el derecho exclusivo de ejercer las
operaciones conocidas por todos los códigos de comercio
como operaciones de banco y como actos de comercio,
es una ley que da vuelta a la Constitución de pies a
cabeza; y que además invierte y trastorna todas las
nociones de gobierno y todos los principios de la sana
economía política216.
Siguiendo estas ideas básicas, la Corte Suprema argentina,
en la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del siglo XX
privilegió el respeto de la propiedad privada y los derechos
de los habitantes por encima de los proyectos económicos
de los gobiernos. Ello produjo un crecimiento exponencial
del país, que en 1895 fue el de mayor ingreso per cápita en
el mundo217.
2. Porque como desarrollé más arriba, desde los primeros
tiempos -pudiendo mencionarse el caso de “Marbury vs.
Madison” de 1803 como parte de ese origen- los tribunales
han fijado dos limitaciones fundamentales a las cuestiones
políticas que se pretenden dejar al margen del control
judicial: a) cuando el acto viola la Constitución o las leyes
que le imponen al funcionario mandatos o limitaciones
concretas; b) Cuando esos actos alteran derechos de
determinados individuos.
En el caso de la cantidad de dinero, por todo lo discutido
hasta aquí parece claro que no se debería reconocer al
gobierno un poder irrestricto para incrementarla. Los
perjuicios que ocasiona la inflación a la comunidad en
general y a los derechos de propiedad en particular,
justifican que tal función esté estrechamente limitada por la
ley, y que cualquier extralimitación de la autoridad
respectiva sea juzgada y sancionada por el Poder Judicial,
en sede civil y penal, más allá de las responsabilidades en
los ámbitos administrativo y político.
Para que los jueces estén habilitados para emitir una
decisión, debe verificarse la existencia de tres elementos: a)
un caso, b) partes en conflicto, y c) una discusión actual que
requiera decisión del juez218. Ha señalado la Corte Suprema
de Argentina en tal sentido:
No puede haber decisión judicial sin caso. Los jueces no
emiten fallos en el vacío, no resuelven cuestiones
abstractas ni pronuncian sentencias meramente
declarativas, sino que deben intervenir como
consecuencia de reclamos concretos introducidos
respetando las vías procesales pertinentes, donde exista
un interés en su decisión que se mantenga hasta el
momento del pronunciamiento final (Fallos: 306:1125). Es
que los jueces sólo intervienen como respuesta al
impulso de parte, para garantizar la eficacia de derechos
concretos y evitar que éstos sean vulnerados (Fallos:
328:1146).
a. En primer lugar, se requiere la existencia de un caso,
que ha sido entendido como un asunto en que se pretende
de modo efectivo la determinación del derecho debatido
entre partes adversas (Fallos: 156:318), que debe estar
fundado en un interés específico, concreto y atribuible en
forma determinada al litigante (Fallos: 326:3007). Sin dicho
caso o controversia que requiere ser resuelto, no procede la
intervención judicial (Fallos: 323:4098). Es condición
indispensable para garantizar el balance entre los poderes
del Estado, que los jueces sólo actúen cuando existe una
controversia.
Una cuestión justiciable es aquella destinada a decidir
una situación de hecho real y concreta, que no se la haya
planteado por vía de hipótesis, ni para establecer reglas
para casos no sucedidos, porque “es de la esencia del
poder judicial decidir colisiones efectivas de derechos” y
no compete a los jueces “hacer declaraciones generales
o abstractas” (Fallos: 2:254; 12:372; 24:248; 94:444;
107;179; 115:163; 130:157; 193:524; 324:333)... Las
“causas”, “casos” o “asuntos” que habilitan la
intervención de los jueces son aquellos en los que se
persigue en concreto la determinación del derecho
debatido entre partes adversas (Fallos: 324:388;
325:474, 961; 326:2931; 327:1813; 328:2966)219.
b. La existencia de una “causa” supone la de “parte”, es
decir, quien reclama o se defiende, y quien en definitiva se
beneficia o perjudica con la resolución adoptada (Fallos:
336:2356). Por el principio de congruencia, la decisión
judicial sólo puede y debe referirse a las partes en el juicio y
tiene efectos directos respecto de ellas.
Por ello, cuando deciden sobre la legitimación como parte
en el litigio, los jueces deben determinar si existe un nexo
lógico entre el estatus invocado por el litigante y el reclamo
que se procura satisfacer, lo que resulta esencial para
considerarlo parte del juicio220. En definitiva, la calidad de
parte requiere la demostración de un interés especial en el
caso, concreto, directo e inmediato, y los agravios que alega
deben afectarla de manera suficientemente directa y
substancial (Fallos: 306:1125; 308:2147; 310:606; 326:2998
y 3007; 331:2287; 333:1213; 338:1347). La invocación de
un interés genérico o indirecto, por lo general no resulta
suficiente para ser tenido como parte.
En ese sentido se ha resuelto, por ejemplo, que la calidad
de ciudadanos, electores de una Provincia, consumidores y
beneficiarios de derechos reconocidos por la Constitución, o
invocaciones similares sin la demostración de un perjuicio
concreto, es insuficiente para sostener la legitimación
(Fallos: 336:2356).
Admitir la legitimación en un grado que la identifique, por
ejemplo, con el “generalizado interés de todos los
ciudadanos en el ejercicio de los poderes de gobierno”,
deformaría las atribuciones del Poder Judicial en sus
relaciones con el Ejecutivo y el Congreso y lo expondría a
la imputación de ejercer el gobierno por medio de
medidas cautelares (Fallos: 331:1364; 333:1023;
336:2356).
c. Debe permanecer subsistente, al momento de la
decisión del juez, la controversia o conflicto entre las partes
que requiera su decisión. No corresponde a los jueces hacer
declaraciones generales o abstractas, porque es de la
esencia del Poder Judicial decidir colisiones efectivas de
derechos221.
Dentro de estos parámetros se justifica la intervención de
los jueces. Estos requisitos también marcan los límites a las
cuestiones “no justiciables” que quedan en la esfera de los
poderes políticos. En efecto, habrá un caso, con partes en
conflicto que requieran la solución, siempre que alguien
realice una acción que contradiga al orden jurídico y
produzca un perjuicio. Dijimos que en el caso de los
funcionarios públicos, su principal obligación es el
cumplimiento de la ley y los reglamentos, de modo que
habrá un caso siempre que con su conducta infrinjan el
orden jurídico, y con ello ocasionen un perjuicio concreto,
sea a una persona física o a una institución.
En el caso de la emisión monetaria, que no es una facultad
que pueda ser ejercida de manera discrecional o arbitraria,
sino que debería estar sujeta a limitaciones legales.
Consecuentemente, cuando los funcionarios respectivos
violen tales limitaciones, y con ello produzcan inflación –que
a su vez ocasiona un perjuicio concreto, tanto a la legalidad
y normal funcionamiento de la administración pública, como
también a todos los tenedores particulares de dinero-,
existirá un caso a ser resuelto por los jueces.
La legitimación activa estará en cabeza de aquellos
funcionarios de control, que adviertan la violación a la ley y
estén obligados a actuar en consecuencia. El perjuicio
actual estará dado por la afectación al normal
funcionamiento de la administración del gobierno, al valor
de la moneda, y a los derechos de propiedad lesionados por
la inflación.
5. La responsabilidad penal de los agentes del
gobierno.
Los códigos penales contienen gran cantidad de delitos que
involucran a funcionarios y agentes del gobierno, tanto
aquellos que forman parte de la estructura burocrática
estable, como los que son el resultado de elección popular e
incluso particulares que circunstancialmente realizan tareas
o ejercen funciones de naturaleza pública. Pueden estar
involucrados como autores o partícipes, como víctimas o
como medios de comisión de tales delitos.
Si bien la participación de agentes del gobierno se puede
encontrar en innumerables tipos penales, e incluso la
calidad de funcionario público es circunstancia agravante de
varios delitos, existen determinados bienes jurídicos donde
la participación de funcionarios estatales es mucho más
determinante, como los delitos contra la seguridad de la
Nación, contra la administración pública o contra la fe
pública.
De hecho la “administración pública” como tal es un bien
jurídico tutelado por el derecho penal que contempla en sus
figuras predominantemente acciones cometidas por
funcionarios en perjuicio del propio Estado. Como tal, no se
limita a las funciones del Poder Ejecutivo, nacional,
provincial o municipal, como poder administrador, sino que
se extiende al ejercicio de las funciones legislativas,
ejecutivas o judiciales en cualquiera de aquellos tres
ámbitos. La normalidad de ese ejercicio se protege frente a
los abusos de quienes desempeñan esas funciones
(funcionarios o empleados públicos) y a los actos de
terceros, destinatarios o no del acto funcional222.
El concepto penal de administración pública es aquí algo
muy lato: es el gobierno del Estado integrado con todos
los poderes que lo componen, con los servicios que son
inherentes a esos poderes o que el Estado atrajo a su
esfera por razones prácticas, pero en cumplimiento de
finalidades públicas. Puede decirse, pues, que el objeto
de protección es la regularidad y eficiencia de la función
pública concebida en su sentido más extenso,
comprensivo de la función pública en sentido propio; es
decir, la que importa un encargo del Estado en la persona
del funcionario, por medio del cual aquél expresa su
voluntad frente a/y sobre los administrados como del
servicio público que se desenvuelve dentro de la
administración223.
Así, el Código Penal argentino aclara en su artículo 77 que
por los términos “funcionario público” y “empleado público”
se designa a “todo el que participe accidental o
permanentemente del ejercicio de funciones públicas, sea
por elección popular o por nombramiento de autoridad
competente”224.
Como veremos con mayor detalle en el capítulo siguiente,
existe una conducta básica que es fuente de
responsabilidad penal de los agentes públicos, que se
vincula directamente con la violación de la legalidad
establecida por la Constitución y las leyes.
Tal responsabilidad genérica es por acción –esto es, hacer
cosas que no están autorizadas por la ley, y consiste en un
abuso de autoridad-, o por omisión –no hacer lo que la ley le
manda hacer, lo que lleva a un incumplimiento de los
deberes del funcionario público-. Ambas formas están
plasmadas en las legislaciones penales como delitos
autónomos residuales; pero también pueden ser la base de
otros tipos penales más graves, por involucrar la lesión de
otros bienes jurídicos además de la correcta administración
pública.
En este segundo caso puede incluirse a la emisión ilegal
de dinero producido por aquellos funcionarios encargados
de regular la producción y puesta en circulación del nuevo
dinero. Entiendo, como desarrollaré en el capítulo siguiente,
que en este caso su responsabilidad penal es indiscutible.
IX. LA INFLACIÓN COMO DELITO

1. ¿Por qué sancionar penalmente a los funcionarios


que producen inflación?
Como hemos visto en capítulos anteriores, fuera del
supuesto de reemplazo de billetes dañados o en los casos
en que un previo aumento sostenido del conjunto de bienes
justifique incrementar la cantidad de dinero, la emisión de
moneda ocasiona un perjuicio directo a todas las personas.
La inflación es una especie de depredador silencioso, que
no se hace ver ni oír por las personas que, sin embargo,
advierten las consecuencias de su aparición en sus propios
bolsillos. Y como no tiene efectos automáticos ni parejos, en
general perjudica con mayor intensidad a quienes reciben el
dinero en última instancia, quienes necesitan utilizarlo para
sobrevivir y no están en condiciones de buscar formas de
inversión que les permita preservar parte de su valor. Es
decir, a las personas con menores recursos económicos.
En definitiva, determinados funcionarios del gobierno, con
el propósito de alcanzar fines extra-monetarios –que podrán
estar vinculados con cubrir el déficit del presupuesto,
efectuar gastos extraordinarios o producir determinados
efectos políticos-, utilizan su poder y autoridad para ordenar
la emisión y puesta en circulación de dinero espurio
conociendo –o debiendo conocer- los perjuicios directos y
otras consecuencias nocivas que tal conducta tendrá para la
comunidad en general.
Mientras la emisión de dinero sea considerada como una
función del gobierno, entonces deberá ser regulada
respetando las limitaciones constitucionales, en especial las
que establecen los principios de legalidad, razonabilidad y
supremacía de los derechos individuales225. Ello impide que
el gobierno ejerza esa facultad discrecional o
arbitrariamente, y que al hacerlo pueda alterar derechos
individuales de propiedad.
Una primera observación en tal sentido es que el
monopolio de la emisión monetaria no suele estar previsto
como facultad constitucional del gobierno, al menos en las
constituciones más antiguas. Ello es así porque dicho
monopolio es relativamente reciente. Que el gobierno
pudiera acuñar monedas, y luego emitir billetes, no lo
convertía automáticamente en el monopolista del dinero, y
la facultad de acuñar o emitir por parte de bancos privados
estuvo latente y se ejerció en alguna medida, hasta que se
eliminó definitivamente la convertibilidad226.
Como recordé en palabras de Friedman, existía una
cláusula no escrita de limitación a la creación del dinero
mientras rigió el patrón oro. Pero con su desaparición –y de
cualquier otro patrón basado en mercancías-, el dinero pasó
a ser creación directa del Estado, en las condiciones
establecidas por la legislación. Entonces apareció el
monopolio estatal de la emisión; y con él la necesidad de
una regulación legal razonable que haga respetar los
derechos individuales e impongan nuevos límites al poder
del gobierno.
Como ha ocurrido con otras actividades acaparadas por el
Estado, la principal excusa para el monopolio monetario ha
sido la imposibilidad de los particulares de hacerse cargo
eficientemente del asunto, o el peligro de que cometan
abusos y fraudes en perjuicio de la gente. Por supuesto que
para ambos argumentos se han desarrollado contra-
argumentos muy sólidos que muestran que no es necesario
ese monopolio estatal, como ningún otro.
El primer problema de tal razonamiento es que esas
facultades se establecen invocando la supuesta incapacidad
de las personas para ejercerlas de manera confiable a
través de los mecanismos privados contractuales, pero al
convertirse en monopolios estatales, impiden saber si se
justifica o no dicha intromisión estatal al sellar todo intento
de desarrollo privado. Decir que el proceso de mercado no
funciona para algo, mientras tal actividad es prohibida a los
particulares, no es argumento válido en tanto impide saber
si el mercado podría efectivamente funcionar o no227.
Por lo tanto, una primera forma de respetar la
razonabilidad y proporcionalidad de la legislación sobre la
regulación estatal de la moneda, debería consistir en
garantizar su competencia con otras. Ya sea con otras
monedas estatales extranjeras como con monedas privadas.
Lo ideal sería eliminar el curso forzoso y permitir que
puedan hacerse tratos o cancelarse obligaciones con otras
monedas, según los tipos de cambio libres que se
establezcan en el mercado. Un mercado abierto de
monedas, no sólo permitiría advertir posibles abusos del
gobierno en la emisión, sino también tener una cabal
respuesta del mercado respecto de si es necesario
mantener el dinero estatal, o si el desarrollo tecnológico ha
vuelto innecesaria su existencia, tal como hizo con tantos
otros productos y servicios.
Pero mientras exista el monopolio estatal del dinero, la ley
debería impedir que el gobierno emita de manera arbitraria.
Es necesario que las legislaciones establezcan los límites, y
que la violación de ellos sea considerada como una
conducta ilegal, cometida en exceso de sus funciones. Dicha
violación no sólo supone una alteración a la legalidad en
general, sino que lesiona bienes jurídicos que la legislación
protege, y por lo tanto son acciones que deben ser
consideradas delictivas.
Desde sus inicios, la legislación penal ha contemplado
delitos cometidos por funcionarios públicos que abusan de
funciones legítimas. El funcionario que inserta dolosamente
un dato falso en un documento público válido comete el
delito de falsedad documental; el que utiliza fondos públicos
para un fin distinto del previsto por la ley, comete una
malversación; el policía que somete a un imputado a
maltratos físicos durante un interrogatorio comete el delito
de apremios ilegales; el funcionario que solicita un soborno
para otorgar una autorización, comete un cohecho; el juez
que resuelve un caso en clara contradicción con la ley y el
derecho comete prevaricato.
No es discutible que estas acciones son delictivas, están
previstas desde los primeros códigos penales, e
innumerable cantidad de oficiales públicos han sido
condenados a prisión en el mundo por cometerlas. A nadie
se le ocurriría sostener seriamente que la falsedad
documental, la malversación, los apremios ilegales, el
cohecho o el prevaricato son actos políticos que no pueden
ser castigados penalmente.
Lo que parece diferenciar a la emisión espuria de dinero
provocada por los funcionarios del Banco Central o
autoridad monetaria, es la hábil acción propagandística de
los defensores del gobierno, al tratar de desviar el origen
nocivo de la emisión, de ellos mismos a los comerciantes y
banqueros. Pero cuando se comprende en qué consiste
realmente la inflación y cuáles son sus consecuencias,
resulta claro que la extralimitación de los funcionarios en el
ejercicio de su tarea de emitir dinero debería merecer un
castigo similar al previsto para otras conductas ilegales.
Ello requeriría, como veremos a continuación, extremar las
exigencias del principio de legalidad para que queden claros
sus límites, y de este modo hacer punible sus excesos. Pero
no parece razonable en modo alguno afirmar que la función
de emitir dinero debería ser impune en cualquier
circunstancia por tratarse de facultades discrecionales o
“políticas”.
Por lo tanto, sería necesario que una cláusula
constitucional –como proponía Friedman-, o al menos una
clara cláusula legislativa en la ley orgánica del Banco
Central, establezca con precisión el límite a la emisión de
dinero. Luego, la violación a ese límite deberá ser punible
penalmente, e incluso dar lugar a responsabilidad civil y
política de los funcionarios involucrados.
2. ¿Cuáles bienes jurídicos tutelados por la legislación
penal se ven afectados por la inflación?
Al examinar todas las circunstancias descriptas hasta ahora,
se puede considerar a la emisión monetaria como un crimen
que afecta varios bienes jurídicos tutelados por el derecho
penal.
Cuando el funcionario ordena la emisión no justificada de
dinero y lo pone a circular, está lesionado, por una parte, el
derecho de propiedad de todas las personas que tienen
dinero que pierde valor, y que están obligadas a utilizar por
el curso forzoso impuesto por el Estado. Por otra parte, está
lesionando la fe pública depositada en el valor de la moneda
–de manera coactiva por el monopolio estatal del dinero-
que resulta cercenada o falseada por la acción del
funcionario. Como acto doloso llevado a cabo por un agente
público, también altera el correcto funcionamiento de la
administración pública, en tanto dicho agente está, cuanto
menos, incumpliendo la ley o abusando de su autoridad.
Pueden señalarse algunos delitos protegidos por tales
bienes jurídicos, con los que se puede vincular la producción
de inflación:
a. Delitos contra la propiedad
En primer lugar, y como se advierte con claridad, la inflación
vulnera la propiedad, de una manera especialmente
perversa. A diferencia de otras figuras penales contra la
propiedad, la inflación no implica un apoderamiento físico
en sentido estricto, como sucede con el hurto o el robo (el
Estado no toma el dinero del bolsillo de la gente), o una
maniobra para que la persona, engañada por su ardid, le
entregue su dinero (estafa). En cambio, supone que el
Estado se queda con una porción del dinero de todos,
haciendo que su valor disminuya. En tal sentido puede
considerarse como una forma especial de defraudación.
El cercenamiento del valor del dinero se hace a plena luz
del día, con conocimiento y tácita aceptación de las
víctimas, que en realidad actúan con tal pasividad como
consecuencia del error en el que incurren al pensar que el
origen de la desvalorización del dinero que tienen en sus
carteras no se debe a la emisión monetaria. En todo caso, el
ardid defraudatorio podría consistir en el engaño sostenido
y sistemático sobre las causas de la depreciación del dinero,
del cual, como hemos visto, se han vuelto cómplices hasta
los redactores de los diccionarios. Pero ello parece orientado
a defraudar la fe pública puesta en el dinero, más que la
concreta propiedad de víctimas específicas.
Por ello es una acción tan curiosa que, sin dejar de afectar
la propiedad privada, se dirige contra un número
indeterminado de víctimas, y supone acciones que podrían
caer en la esfera de otros tipos de crímenes que lesionan
bienes jurídicos distintos. De hecho, quien ordena la
emisión, aun cuando provoque un perjuicio económico claro
a la propiedad de las personas, tal vez ni siquiera tenga el
propósito de obtener un beneficio patrimonial específico
para él o para un tercero.
b. Delitos contra la fe pública. Falsificación y adulteración de
moneda.
Parece claro que la acción de los funcionarios que inflan la
cantidad de dinero es similar a la de quienes en el pasado le
quitaban metal valioso a las monedas en el proceso de su
acuñación, para incrementar su cantidad. Es una forma
moderna de cercenamiento, adaptada al tipo de dinero de
papel fabricado e impuesto por el Estado. Tal conducta
excede a la propiedad como bien jurídico tutelado, pues
está enderezada a producir sus efectos sobre la comunidad
toda.
Los delitos contra la fe pública fueron entendidos
originariamente como violaciones a la confianza depositada
por el gobernante en sus funcionarios, lo que incluía al
peculado, las falsedades en documentos oficiales, o
asentadas por notarios o escribanos, o la falsificación o
adulteración de moneda acuñada por el Estado, violación de
secretos, la quiebra fraudulenta de negocios públicos,
etc.228.
Carrara vinculó la noción de fe pública con el origen de la
sociedad civil, cuya función es garantizar los vínculos
personales de sus integrantes, imponiendo el respeto a los
derechos y el cumplimiento de las obligaciones. Esa función
es llevada a cabo a través de acciones públicas en las
cuáles las personas confían. Sostenía que la confianza
depositada en los actos de la autoridad pública o en la
moneda que reciben, no se funda especialmente en la
confianza en las personas con las cuáles se contrata, sino
en la que merece la autoridad que garantiza la legalidad de
los actos229.
Esta visión de Carrara fue profundizada por Pessina, quien
consideró que la fe pública requiere proteger la eficacia de
los objetos y signos probatorios en los cuales deben confiar
las personas, es decir, ciertos elementos formales que dan
prueba o acreditan hechos, tales como son las monedas o
billetes, documentos públicos, escrituras, etc.230.
Tal fe pública también ha sido vinculada con las
costumbres desarrolladas en cada comunidad, lo que
refuerza la confianza de las personas en ciertos actos o
símbolos que cuentan con el aval público231.
La fe pública, la confianza, la creencia, no es ya la que un
individuo tiene en el otro con el que trata, sino la que
cualquier miembro del grupo social tiene en lo que se le
entrega o muestra, por la certeza que de ello da el
Estado (Véase: Pessina, Elementi, Vol. III, p. 129). Quien
recibe una moneda, por ejemplo, no tiene por cierto un
valor porque se la entregue determinada persona, ni por
lo que esté escrito en ella, sino porque sabe, aunque en
el momento de recibirla ni siquiera piensa en ello, que es
el medio de intercambio impuesto por el Estado232.
Pero otros autores han negado la noción de fe pública
como bien jurídico autónomo a ser tutelado por el derecho
penal. Entienden que en realidad esas figuras remiten a
formas de lesionar otros bienes jurídicos, y en definitiva
están protegiendo formas instrumentales de expresar
acciones. Así, Von Liszt entendía que los delitos contra la fe
pública sólo tienen en común el medio de comisión, es
decir, el engaño233.
En este sentido se ha señalado que por más que se refiera
a actos o signos estatales vinculados con la legalidad de
determinadas acciones, lo cierto es que lo que se vulnera es
la confianza de ciertas personas, no de toda la sociedad234.
Entienden estos autores que lo que está en juego en
realidad es la certidumbre sobre determinados medios de
prueba235.
Al ser el Estado quien imprime el dinero y lo impone en
forma coactiva a través del curso legal y forzoso, su acción
de incrementar la cantidad de dinero que las personas
deben obligatoriamente usar y recibir en sus transacciones
constituye una forma de adulteración.
Claro está que en rigor, lo que adultera el gobierno no es
la moneda (o el billete) sino su valor. Los billetes siguen
siendo iguales a otros que ya han sido impresos con
anterioridad, emitidos por la autoridad legalmente
autorizada y con los mismos signos, formalidades y calidad
de origen de los demás billetes. Lo que sucede es que al
incrementar notablemente la cantidad, cercenan el valor de
cada billete (no sólo de los nuevos, sino de los que habían
sido impresos antes), generando una forma sui generis de
adulteración.
c. Delitos contra la administración pública
La acción de los funcionarios del gobierno que realizan estas
maniobras que perjudican a la comunidad entera y al
sistema económico del país, involucra también a varias
figuras de delitos contra la administración pública.
Por administración pública, la ley penal alude al normal
funcionamiento del gobierno. Protege la regularidad
funcional de los órganos del Estado236.
Aun cuando la finalidad del autor no sea la de desbaratar
el funcionamiento de la administración pública sino otro –
como el económico en el cohecho o la malversación-, el
legislador suele considerar preferente la protección de la
correcta administración del Estado y coloca determinados
delitos dentro de este grupo237.
Existe entre los delitos contra la administración pública
una figura genérica que reprime al funcionario por las
acciones u omisiones en falta a sus deberes
constitucionales, legales o reglamentarios, que están
determinados por la órbita de su competencia238.
La punibilidad proviene, pues, del solo hecho de actuar el
funcionario cuando la ley no le permite hacerlo, de no
actuar cuando le obliga a hacerlo o de actuar de un modo
prohibido por la ley o no previsto por ella, con
independencia de la vulneración de otros bienes jurídicos
distintos del protegido específicamente por la norma; la
circunstancia de que el actuar o el omitir
antirreglamentariamente no cause un determinado
perjuicio a la Administración o a terceros no sustrae la
acción de los límites típicos239.
A diferencia de lo que ocurre con los habitantes en
general, cuyas acciones no prohibidas expresamente por la
ley están permitidas en cuanto no vulneren derechos de
otras personas –conforme el principio de reserva
consagrado en el artículo 19 de la Constitución Nacional-,
los funcionarios públicos tienen atribuciones taxativas, que
están regladas, y no puede extralimitarse ni incumplirlas.
La figura genérica del abuso de autoridad o el
incumplimiento de deberes es considerada con carácter
subsidiario en muchos casos. El abuso de autoridad es visto
como uno de los medios genéricos de cometer delitos, junto
con la violencia, el fraude y la injuria240.
El caso de la inflación tiene condimentos especiales. Como
hábilmente los políticos han cubierto sus huellas utilizando
como en otras circunstancias a sus “economistas” de
cabecera, siembran la duda –que en materia penal debe ser
interpretada a favor del imputado- de que los funcionarios
hayan obrado como lo hicieron siguiendo ciertas doctrinas o
teorías económicas, avaladas incluso por ganadores del
Premio Nobel en la materia.
Por ello, si en el futuro se quisiera llevar estas conductas al
ámbito del castigo penal, deberá ser clara la legislación al
señalar que la emisión de dinero fuera del marco concreto
de su autorización, deberá ser considerada una lesión a la
administración pública, a la propiedad y a la fe pública, de
modo que ningún funcionario pueda alegar su
desconocimiento o confusión al respecto. La emisión
monetaria más allá del límite legal constituiría una forma de
abuso de autoridad agravado. Como delito, su comisión no
dependerá de la evaluación de si el funcionario podía o no
considerar razonable tal emisión de acuerdo con
determinadas doctrinas económicas, sino que se verificará
con su lisa y llana violación de la ley que le impide emitir
más allá del límite autorizado.
3. La adecuada ubicación metodológica de la
inflación en el Código Penal
De entre los tres grupos de delitos o bienes jurídicos
tutelados por el derecho penal que se ven afectados por la
creación espuria de dinero, me he inclinado a incluir la
figura propuesta entre los que vulnerar la fe pública.
Es verdad que la adulteración de moneda también atenta
contra el derecho de propiedad. Ello sucede palmariamente
con el falsificador privado, que en general aspira a utilizar
dicha moneda espuria como ardid para provocar
disposiciones patrimoniales a sus víctimas. La estafa suele
ser una figura residual de este tipo de acciones.
Sin embargo, la adulteración de dinero estatal de curso
forzoso, producida por el propio gobierno, excede la
vulneración de la propiedad privada, entre otros motivos
porque su finalidad no es la apropiación de una suma
específica perteneciente a personas concretas, sino que ello
es un efecto indirecto de la verdadera intención de quienes
pretenden aprovecharse de tal emisión, que es incrementar
la cantidad de dinero disponible para poder pagar sus
deudas trasladando la carga a todos los habitantes de
manera indiscriminada. Así lo explicaba Carrara:
Los criminalistas modernos…enseñaron que la falsedad
monetaria no es sino un hurto calificado por la falsedad;
así hicieron de ella un delito contra la propiedad privada.
Hoy la ciencia se basa en un concepto más exacto, y
considera que el falsificador de moneda dirige sus actos,
no contra una sola persona, sino contra todos: “Hoc
crimen caeteris differt ut privatis non solum noceat, sed
totae civitati periculum inferat” [Este delito se distingue
de los demás en que no sólo causa daño a los
particulares, sino que pone en peligro a toda la sociedad]
(Dronsberg, De re monetali, p. 109)...
...Es indudable que en todo engaño efectuado mediante la
moneda pública, la consideración del detrimento de
cualquier suma sufrido por un solo ciudadano, no representa
nada cuando concurre un perjuicio universal contra la fe
pública241.
La acción de los funcionarios públicos que generan esta
conducta, también altera las funciones que ejercen dentro
de la administración pública. Pero por más que se lesione la
eficiencia funcional de la administración, se está
provocando un daño muy superior a la sociedad en general,
al degradar y distorsionar el valor del dinero que todos usan
obligatoriamente.
En efecto, es bueno recordar una vez más que estamos
hablando de:
a. Dinero emitido de manera monopólica por el Estado y
puesta a circular masiva e indiscriminadamente.
b. Dinero de curso forzoso que debe ser aceptado en toda
transacción de manera obligatoria.
c. Una producción de dinero que tiene aptitud para
modificar el valor adquisitivo general.
Si bien la conducta de quien ordena la emisión ilegal de
dinero supone un abuso de autoridad, entiendo que tal
abuso excede los límites de tal figura residual, y por su
gravedad y la pluralidad de bienes jurídicos que lesiona,
debería verse incluido como una modalidad específica de
adulteración de moneda.
Por tal motivo entiendo que es aquí donde debe ubicarse
esta figura. De hecho, el actual Código Penal argentino –
sancionado en 1923, cuando aun regía al menos
formalmente el patrón oro en buena parte del mundo y
existían billetes privados emitidos por los bancos- prevé una
pena de uno a seis años de prisión e inhabilitación absoluta
por el doble del tiempo, para el “funcionario público... que
fabricare, emitiere o autorizare la fabricación o emisión de
moneda, billetes de banco o cualquier título... en cantidad
superior a la autorizada” (artículo 287).
En un sentido concordante con la tesis propuesta en este
trabajo, dice Creus respecto de esta figura:
Aunque no se trate propiamente de falsificaciones según
el sentido que hemos visto en los tipos precedentes, en
cierto modo también lo son las conductas aquí previstas,
puesto que existe el peligro de lanzar a la circulación
moneda o valores no autorizados legalmente que por
consiguiente, no tendrían que tener curso legal,
afectando así el crédito público242.
Se ha discutido si esta figura podría hoy aplicarse a los
funcionarios del Banco Central que disponen la emisión de
dinero en exceso. Se invoca en contra el principio de
legalidad, que requiere una identificación clara entre el
hecho y la figura penal. En 1923 no existía el Banco Central,
regían otros principios monetarios, en especial todavía
había un mercado de monedas –el artículo 287 examinado
también se refiere a billetes emitidos por bancos privados-,
de modo que el respeto al principio de legalidad
probablemente exigiría la creación de un tipo penal
específico sancionado en el contexto monetario actual.
Por ello entiendo que lo razonable sería discutir la
incorporación al Código Penal de una nueva figura concreta
entre los delitos de falsificación y adulteración de moneda,
que contemple expresamente este caso.
4. La inflación y su similitud con el cercenamiento de
moneda
En el caso de la emisión excesiva, la violación a la fe
pública debe examinarse en el contexto propio del dinero de
papel no convertible.
Se ha dicho que la fe pública se altera en las falsificaciones
cuando se hacen aparecer como auténticos o reveladores
de verdad, signos representativos o documentos que dan
cuenta de lo pasado, cuando no son auténticos o mienten
sobre lo representado243.
En el caso de la adulteración o falsificación de moneda, es
importante determinar en qué consiste tal falsedad. Cuando
la moneda es a su vez un bien de uso que tiene valor como
tal, la falsedad suele producirse al alterar la calidad de la
moneda como bien. Por ejemplo cuando los gobernantes
adulteraban la calidad del metal precioso contenido en las
monedas que acuñaban, estaban generando una falsedad,
estaban entregando a las personas monedas que mentían
sobre lo que representaban (por ejemplo, afirmaban
contener 10 gramos de oro y en realidad contenían 6
gramos).
Dicha operación es el cercenamiento al que se refiere la
legislación en la materia. Se ha dicho que el cercenamiento
sólo puede producirse respecto de monedas metálicas –
porque su valor está dado por el contenido del metal
precioso del cual están confeccionadas-, pero no respecto
de los billetes de papel.
La moneda a que este artículo se refiere es
exclusivamente la metálica. Es necesario observar, en
efecto, que en este artículo se castiga el cercenamiento y
la alteración, y que esas acciones se hacen punibles por
cuanto tienden a establecer un desequilibrio o diferencia
entre el valor legal de la pieza y el de la sustancia de que
la moneda está compuesta. Efectuada esa operación en
muchas monedas, el sujeto obtiene el beneficio del
material extraído, pues la moneda es expendida como si
contuviera la debida cantidad. La moneda sigue en
circulación, porque su cuño no ha sido alterado; pero el
valor real de ella ha disminuido.
Nada de eso se puede dar con la moneda de papel. A
ésta nada puede quitársele de su valor real.
Hipotéticamente, podría emplearse un billete inferior
para darle la apariencia de uno superior; pero entonces el
hecho no sería punible en cuanto destrucción del billete
original empleado, sino en cuanto imitación del otro. El
tenedor de billetes que los corta o inutiliza sólo a sí
mismo se causa daño, porque destruye valores que están
en su patrimonio, cuya expendibilidad depende de su
integridad. Si el daño hecho al billete no alcanza a
destruir su valor, la acción es indiferente.
Cercenar es, por lo tanto, la acción de quitar metal
valioso a una moneda, respetando su forma general y su
cuño, de manera que conserve su calidad de moneda
emitida por el Estado y expendible. No obstante el verbo
empleado, es indiferente el medio por el cual ese
resultado se logra: corte, raspado, baños químicos,
etc.244
Si bien las diferencias son claras, de todos modos existe
una similitud conceptual entre la idea del cercenamiento de
monedas y la inflación. En ambos casos, de lo que se trata
es de incrementar fraudulentamente la cantidad de dinero
disponible para que pueda ser usado antes de que su
desvalorización sea advertida por el resto de la gente. En
ambos casos no se produce dinero falso: la moneda
cercenada por los monarcas al acuñarla eran formalmente
válida pues emanaba de la autoridad correspondiente y
llevaba estampado el cuño oficial; al igual que los billetes
emitidos en exceso, que son tan legítimos como todos los
otros que circulan.
Pero cuando se trata de dinero de papel, tal cercenamiento
consiste en una alteración de otro tipo: no se trata de
disminuir la calidad de la moneda como tal, pues eso es
irrelevante a los efectos de su valor como dinero. Muchas
veces, cuando se producen crisis económicas, el gobierno
decide abaratar su gastos en la producción de dinero,
fabrica monedas y billetes más chicos, monedas con
metales más baratos, billetes sin demasiados signos de
seguridad. Ello resulta irrelevante en la medida en que esa
moneda o billete representan la misma denominación que la
anterior mejor confeccionada. Su valor como dinero no está
dado por la calidad del material del que están hechos.
No se trata de billetes adulterados por un falsificador, que
pudieran ser detectados por alguien con buen ojo antes de
caer en el engaño. Son billetes iguales a todos los demás,
tan válidos legalmente como los otros, pero cuyo valor fue
cercenado por el incremento en su cantidad; cercenamiento
que alcanza tanto a los producidos más recientemente
como a los emitidos con anterioridad.
La gente “confía” obligadamente en el valor estable del
dinero, y al incrementar la cantidad, el Estado viola esa
confianza pública. La circunstancia de que la “confianza” no
sea un hecho espontáneo sino producto de la coacción
producida por el curso forzoso agrava la situación, en tanto
el Estado obliga a las personas a “confiar” en su moneda, y
luego le quita valor. Al no existir la libre competencia de
monedas, las personas esperan que el gobierno honre esa
“confianza” y no degrade el valor de la de uso obligatorio
alterando su cantidad. Esa traición vuelve tan grave a la
inflación como delito.
De hecho, el propio Estado admite la importancia que
tiene para la comunidad la estabilidad en el valor del dinero
cuando impone precios máximos y otras intervenciones con
el propósito de evitar que los precios se distorsionen. El
gobierno admite la gravedad de las consecuencias pero
inventa otros culpables, e implementa soluciones que sólo
agravan el problema.
Por ello, cuando se comprende la naturaleza de la inflación
resulta claro el fraude estatal a la confianza del público, lo
que conduce hacia una situación de cercenamiento del valor
del dinero, en una nueva modalidad que debería estar
contemplada específicamente en el capítulo sobre
falsificación de moneda.
A diferencia del cercenamiento o alteración de la moneda,
que se produce en forma individual (moneda por moneda),
la inflación alcanza a todo el dinero circulante, es decir,
tiene efectos sobre todas las personas que usan dinero y se
convierten en víctimas de la decisión estatal, aun cuando no
llegue a sus manos ninguno de los billetes emitidos de
manera ilegal.
Por ello, la conducta del funcionario del Banco Central que
ordena la emisión de moneda o del funcionario que la pone
a circular con conocimiento de su origen espurio,
constituyen acciones de mucha mayor gravedad por sus
consecuencias que el mero cercenamiento de monedas
metálicas específicas.
5. Las modificaciones extrapenales necesarias para
que la figura respete el principio de legalidad.
Para poder imputar la inflación como delito a los
funcionarios del gobierno, se debe establecer con claridad
cuál es el límite a sus funciones vinculadas con la emisión
de dinero. Debe quedar claro que tal emisión no es una
facultad discrecional o “política”, sino una función reglada y
sometida a límites cuyo cruce es punible.
Para poder crear una figura penal que castigue a los
funcionarios que se extralimitan en la producción de dinero,
será necesario entonces establecer primero cuál es ese
límite, de manera objetiva y concreta, que no deje lugar a
dudas ni necesite de interpretaciones, de modo que el
principio de legalidad quede suficientemente resguardado.
En todo caso, tal límite deberá ser interpretado de manera
restrictiva
Desde el punto de vista del derecho penal, deberá quedar
claro que el delito se comete al no cumplir con la ley que
establece cómo se deberán ejercer las facultades de
emisión.
6. Características del delito.
Quiero finalmente efectuar algunas precisiones sobre la
figura penal de emisión ilegal de dinero que entiendo
deberá ser la conclusión de este trabajo.
a. La acción típica.
Tradicionalmente, las acciones vinculadas con la
falsificación de dinero pueden ser fundamentalmente de dos
tipos:
a. Fabricar dinero falso desde su origen, como hace el
falsificador privado de billetes.
b. Cercenar o alterar moneda legítima.
Tanto el cercenamiento como la adulteración hacen
necesaria la existencia de una moneda de curso legal
verdadera que, con la acción del agente, pierda parte de
su valor metálico o varíe su valor, conservando
aparentemente el que tenía originalmente, o represente
uno distinto del que verdaderamente tenía, conservando
su expendibilidad...
Cercenar significa quitar parte del metal que forma la
moneda metálica, por cualquier procedimiento
(incisiones, raspaduras, procedimientos químicos),
respetando su conformación, es decir, su cuño, de forma
de mantener su expendibilidad. Alterar es cambiar o
modificar de cualquier otro modo la moneda metálica o el
papel moneda, dándole la apariencia de una moneda de
distinto valor (parte de la doctrina exige que se trate de
un mayor valor que el que realmente tiene, lo que no
parece del todo indispensable), asumiendo, asimismo, las
características de expendibilidad245.
Es decir que se puede adulterar o cercenar dinero legítimo
haciendo que su valor se incremente (o disminuya). En el
proceso de acuñación de monedas de oro, el gobernante
cercenaba las monedas para incrementar su cantidad, y si
bien con el tiempo se haría notoria su pérdida de valor
adquisitivo, el beneficio buscado por el gobierno era el de
producir mayor cantidad de monedas con la misma cantidad
de metal precioso, para gastarlas antes de que la inflación
evidenciara la disminución de su valor.
Una situación similar ocurría cuando el gobierno emitía en
exceso billetes convertibles, con convertibilidad suspendida,
y lo propio ocurre actualmente con el dinero fíat. La manera
de cercenar el dinero de papel es hoy incrementar la
cantidad de billetes, de manera tal que se produzca el
efecto similar al del cercenamiento de las monedas de
metal.
En este caso concreto, la figura debería contemplar dos
acciones típicas distintas:
1. La conducta del funcionario del Banco Central o
autoridad facultada para la emisión de dinero, que ordena o
autoriza la emisión en exceso al límite legal establecido.
Como autoridad monetaria con facultades de emitir, el
funcionario autorizado para disponer la creación de dinero
es una persona altamente calificada y con información
privilegiada para conocer los detalles de la circulación. Su
principal función es regular la producción de dinero, por lo
que parece indiscutible que es responsable directo por la
emisión espuria. Su decisión al respecto está limitada por la
propia ley, de modo que no tiene facultades discrecionales,
basadas en la utilidad o conveniencia, a no ser dentro del
ámbito de la autorización legal y debidamente fundadas.
En su caso, la figura se consuma con el acto formal de
autorizar u ordenar la emisión de dinero, comunicado a
quienes deben ejecutar la orden. No se requiere que luego
dicho dinero se fabrique y circule efectivamente, pues su
responsabilidad violatoria de la fe pública se produce al
ordenar o en su caso no evitar la emisión de ese dinero.
2. La conducta de los funcionarios del Poder Ejecutivo u
otras agencias del gobierno que reciben el dinero emitido
ilegalmente –a sabiendas de tal ilegalidad-, y lo ponen a
circular, sea pagando gastos de su repartición, otorgando
subsidios o créditos, depositándolo en cuentas oficiales o
privadas, o de cualquier otra manera en que dicho dinero
ingrese al circuito económico.
En el caso de estos funcionarios, el delito se consuma
cuando dispone del dinero ilegal y lo integra a través de
cualquier forma de circulación.
Los efectos económicos de la inflación se producen cuando
la mayor cantidad de dinero entra en contacto con los
demás bienes, esto es, cuando circula o está en condiciones
de circular y ser utilizado en transacciones. Por ello, el
primer paso en la inflación la da el funcionario que ordena o
autoriza la emisión. Pero el segundo paso lo da el
funcionario que dispone o facilita su circulación. Ambas
conductas son distintas pero se complementan, y cada una
de ellas tiene una importancia o entidad autónoma que
justifica que a pesar de su tratamiento conjunto en un
mismo artículo, sean sancionadas autónomamente.
b. Los sujetos activos.
El delito podría ser cometido por los funcionarios del Banco
Central o autoridad monetaria que tengan la facultad de
disponer la emisión de dinero. Complementariamente,
podría ser cometido por los funcionarios del Poder Ejecutivo
u otras reparticiones estatales que reciben dicho dinero a
sabiendas de su origen ilegítimo, y lo utilizan o ponen a
circular. Cada uno de ellos desarrolla un tramo típico de una
conducta compleja que unida produce como efecto la
inflación. Debido a que se trata de funcionarios autónomos
con distintas funciones y responsabilidades, no hace falta
acreditar una connivencia entre ellos.
No tendrán responsabilidad los empleados que,
cumpliendo órdenes superiores, ejecuten la acción material
de imprimir el dinero, a menos que se acreditara su
conocimiento sobre la maniobra y que contribuyeran a
llevarla a cabo, lo que podría originar alguna forma de
participación o complicidad. Incluso en caso de no poder
acreditarse alguna participación, en casi todas las
legislaciones los funcionarios públicos no deben cumplir
órdenes ilegales y están obligados a denunciar todo delito
del que tengan noticias, de modo que ante el conocimiento
de la ilegalidad de la orden, si de todos modos siguen
adelante, al menos tendrán responsabilidad por su
incumplimiento de deberes.
c. El elemento subjetivo.
Toda vez que la acción típica consiste en disponer la emisión
y puesta en circulación de dinero por encima de los límites
establecidos por la ley, el dolo exigido para la comisión de
este delito es el de querer producir tal emisión y puesta en
circulación.
No hace falta que el actor tenga ningún interés adicional,
ni siquiera que sepa o acepte que con su acción está
produciendo las consecuencias nocivas que la inflación
produciría. Se trata de violar una limitación legal a la que
esos funcionarios están sujetos, y el delito se producirá por
el solo hecho de llevar a cabo las conductas expresamente
prohibidas por la ley.
En el caso de los funcionarios de la autoridad monetaria,
se requerirá que sepan que su orden de emitir dinero
excede al límite legal. En el caso del funcionario que pone a
circular el dinero, el delito exigirá que conozca el origen del
dinero –esto es, que es producto de una emisión ilegal-, y
que no obstante ello lo utilice o autorice su circulación. Por
tratarse de casos claros de incumplimiento de obligaciones
legales, queda fuera de ponderación cualquier
consideración a cuestiones de oportunidad, mérito o
conveniencia vinculadas con teorías económicas que los
funcionarios pudieran invocar. Como en otros delitos
cometidos por funcionarios públicos, la base de la
imputación es no haber respetado su obligación legal.
En el caso de los funcionarios ejecutivos que contribuyen a
poner en circulación esos billetes, su responsabilidad dolosa
se basa fundamentalmente en el mayor deber de cuidado
que le exige el nivel y especialización de su cargo. En
tiempos en que la emisión de billetes nuevos será
excepcional, el uso de tal dinero por parte de funcionarios
que lo reciben del Banco Central requiere un cuidado
especial para garantizar que su origen no es ilícito. De modo
que su responsabilidad se funda en el conocimiento del
origen espurio del dinero, pero tal conocimiento deberá
evaluarse en cada caso a partir de su posición en el
esquema burocrático, su experiencia, y la posibilidad de
informarse sobre el origen de los fondos.
En definitiva, se trata de una figura específica y agravada
de abuso de autoridad, en la cual se prioriza el elemento
más grave, que es el cercenamiento del valor del dinero,
con consecuencias directas sobre derechos de propiedad y
la fe pública.
d. La tentativa.
En el caso de la acción del funcionario del Banco Central o
autoridad monetaria que dispone o autoriza la emisión de
dinero, parece difícil que se pueda producir una tentativa.
Antes de que suscriba el documento que ordena o autoriza
la emisión, los meros actos tendientes a expresar su
intención o incluso a preparar el documento formal no
implican un comienzo de ejecución. Tal vez en el tiempo que
transcurre entre el momento en que suscribe el documento
y su comunicación a los encargados de ejecutarlo, si por
algún motivo ajeno a su voluntad la maniobra se
interrumpe, podría hablarse de una tentativa. Esas
alternativas deberán discutirse en cada caso.
En el supuesto de los funcionarios públicos que reciben el
dinero y lo ponen a circular, podría darse el caso de que tal
puesta en circulación se viera impedida por la intervención
de alguna autoridad, situación que permite considerar que
el delito quedó en grado de conato.
e. Las penas.
Como la mayoría de los delitos de este tipo, la pena
principal correspondiente para la figura es la de prisión. Su
monto debería ser alto debido a varias circunstancias:
1. Si bien en el caso de los funcionarios del Banco Central
su acción consiste simplemente en extralimitar una
función legal, un abuso de poder o incumplimiento de sus
deberes, las consecuencias de dicha acción son muy
perniciosas para la comunidad en general, pues supone
una alteración al sistema monetario en su conjunto.
Además, como autoridad monetaria especializada, el
control del dinero es su función principal, de modo que no
se trata de un mero incumplimiento o abuso en alguna de
sus funciones, sino de su principal labor. Es una conducta
dolosa llevada a cabo por alguien que fue elegido para ese
cargo precisamente por su específico conocimiento sobre
el tema.
2. Desde un punto de vista preventivo-general, la amenaza
con prisión debe contrarrestar una serie de incentivos que
operarán sobre el funcionario: las presiones del gobierno
que necesita dinero para pagar sus deudas, el valor
económico de su decisión, que puede ser fuente de
sobornos o corrupción, las promesas políticas que puedan
hacerse a esa persona si se aviene a violar la ley, etc.
De modo que una pena leve apenas sería un disuasivo
para realizar una conducta que se enfrenta con la principal
obligación del funcionario. Resulta conveniente que se trate
de una pena que difícilmente pueda ser dejada en suspenso
y lleve al encarcelamiento efectivo.
Como complementos, se pueden agregar los siguientes
accesorios punitivos:
1. La inhabilitación absoluta, por el doble tiempo del de la
condena, como se prevé para otras figuras penales
cometidas por funcionarios públicos.
Tal inhabilitación supone la privación del empleo o cargo
público que ejercía al momento de cometer el delito, la
incapacidad para obtener en el futuro cargos, empleos y
comisiones públicas, la privación del derecho electoral, así
como otras consecuencias administrativas o económicas
que están asociadas a esta sanción, tal como la pérdida de
pensiones o retiros especiales asociados con su cargo.
2. La pena accesoria de multa. Si bien no es requisito para
la comisión del delito, ni es necesario que exista una
finalidad económica de enriquecimiento personal en el
autor, lo cierto es que su conducta produce consecuencias
económicas muy graves para la comunidad en general, y
al menos indirectamente tendrá una utilidad económica
para el gobierno, lo que justifica que la sanción incluya un
componente económico.
3. La sentencia deberá además disponer el decomiso y
destrucción del dinero emitido ilegalmente. En el caso de
que todo o parte de dicho dinero ya hubiese sido puesto a
circular, la ley que regula a la autoridad monetaria debería
regular el modo en que se sacará de circulación el
excedente monetario.
4. La sentencia condenatoria debería además ordenar que
se envíen testimonios a los abogados del Estado para que
inicien demanda civil por los daños y perjuicios que
hubiese podido provocar la emisión ilegal de dinero.
Ello sucedería sólo en el caso en que la emisión se hubiese
ejecutado total o parcialmente. Los gastos de la emisión
de billetes que deberán ser luego destruidos, así como
otros gastos o perjuicios económicos producidos como
consecuencia de la puesta en circulación de dicho dinero
que luego debería ser recuperado y destruido, son
perjuicios que justifican acciones civiles resarcitorias.
X. CONCLUSIÓN
UNA PROPUESTA CONCRETA
Ya para finalizar este trabajo, puedo enumerar de la
siguiente manera las primeras conclusiones:
1. El dinero es un bien más que se relaciona con los otros
bienes siguiendo las mismas leyes económicas. Si bien los
precios se suelen expresar en unidades monetarias (y esa
es la función esencial del dinero), lo cierto es que el propio
dinero tiene un precio que surge de su relación con los
demás bienes.
Esta función de común denominador de los precios ha
hecho pensar que el dinero puede ser creado artificialmente
por disposición de la autoridad política, lo que operó como
un fuerte incentivo para que los políticos se inmiscuyeran
en el manejo de la moneda desde antiguo, y la consideraran
como uno de los elementos distintivos de la soberanía
nacional. La experiencia histórica ha mostrado que, en
realidad, los incentivos estaban orientados a controlar el
dinero para utilizarlo en los propios fines decididos por
soberanos y políticos.
2. La eliminación del patrón oro y su reemplazo por dinero
de papel elaborado e impuesto como tal por el Estado, ha
provocado severas distorsiones debido al constante
incremento en la cantidad de dinero con distintas excusas,
aunque con la verdadera finalidad de financiar al gobierno.
Así, la inflación (el incremento en la cantidad de dinero
circulante) se ha convertido en una exclusiva
responsabilidad del gobierno, a pesar de los incesantes
intentos por buscar otros culpables, tales como
comerciantes, especuladores, banqueros, las guerras, el
precio internacional del petróleo, el clima o hasta el humor
de la gente.
3. Sé que dentro de las propias discusiones monetarias
sobre la inflación se incluyen, además de la emisión, otros
factores que pueden influir, tales como la velocidad de
circulación de la moneda o los préstamos de dinero de
depósitos a la vista por parte del gobierno, considerados
como una creación secundaria de dinero.
He dejado de lado estas discusiones (a las cuáles me referí
en el capítulo VI), porque entiendo que desvían el propósito
esencial de este trabajo, vinculado con la causa principal y
de algún modo excluyente de inflación, que es el
incremento de la cantidad de dinero físico emitido por el
gobierno.
Sobre esos otros temas existen discusiones entre los
propios economistas que no se ponen de acuerdo. Yo he
decidido entonces no profundizar en ellas,
fundamentalmente porque: a) no resulta claro que en
muchos casos se pueda considerar como “inflación” a
algunas de tales acciones, incluso ni siquiera como una
“creación secundaria de dinero”; b) en la mayoría de los
casos existen remedios dentro del propio proceso de
mercado para solucionar las consecuencias
contraproducentes de algunas de tales conductas; c) sus
efectos son secundarios y acotados, en tanto la cantidad de
dinero físico circulante no se incremente.
4. Una vez que se comprende lo que el dinero
verdaderamente es, la solución a la inflación y otros
problemas monetarios parece clara: hay que separar el
dinero del Estado y permitir que el dinero vuelva a ser un
producto de las elecciones individuales en el mercado.
Eliminar el curso forzoso del dinero, su producción estatal,
garantizar la competencia de monedas, la libertad
cambiaria y el uso libre de monedas para efectuar pagos y
cancelar obligaciones legales, deberían ser los pilares de un
sistema monetario sano.
5. Sin embargo, como esta solución es hoy por hoy al
menos lejana, y en tanto se mantengan los monopolios
estatales del dinero de papel de curso forzoso, amerita
buscar otras formas más adecuadas de limitar las
facultades del gobierno para emitir dinero.
Hemos visto varias medidas que se pueden tomar al
respecto: a) poner un límite concreto y objetivo a la facultad
de emisión; b) crear un organismo técnico e independiente
del gobierno que autorice la emisión exclusivamente por
motivos de demanda de dinero en el mercado; c) prohibir el
financiamiento del gobierno con dinero del Banco Central,
sea recibiendo dinero de él o vendiéndole bonos estatales;
d) garantizar la libre circulación, cambio y uso de otras
monedas, compitiendo con la estatal.
También debe ponderarse un factor que, sin estar
directamente vinculado a este problema monetario, influye
notablemente sobre él: el déficit presupuestario y en nivel
de gastos del gobierno. Es claro que los gobiernos recurren
a la emisión monetaria para financiar sus presupuestos
debido al exceso de sus gastos. Será motivo para otro
trabajo buscar mecanismos para que los Congresos sólo
puedan aprobar presupuestos equilibrados y con gastos
bajos para impactar de menor manera en la producción de
riqueza.
Por lo pronto, todas estas restricciones propuestas
difícilmente puedan contrarrestar los fuertes incentivos de
los funcionarios del Banco Central para cumplir con los
pedidos del gobierno, si no son acompañadas por un
conjunto de sanciones, civiles, administrativas pero
fundamentalmente penales, para quienes violan los límites
impuestos por la ley en la materia.
Así llego al final de este trabajo, con una justificación para
crear un tipo penal específico que contemple esta situación,
y con algunas sugerencias concretas sobre cómo debería
ser estructurado.
1. ¿Por qué corresponde castigar penalmente la
inflación?
Una de las principales conclusiones que pueden extraerse
del desarrollo hecho en los capítulos anteriores, es que
desde que los estados tomaron el monopolio legal de la
moneda, no se ha reconocido limitación efectiva a su poder
de degradar su valor –y por ese camino provocar una
exacción a la propiedad privada de los habitantes-, más allá
de los propios límites que se imponen a sí mismos, y que en
la mayor parte del mundo no han servido para evitar la
expoliación institucionalizada.
El modo en que el verdadero significado de la inflación ha
sido distorsionado por la prédica política, es demostración
de la gravedad del problema. Vimos cómo incluso los
diccionarios han cambiado sus definiciones en este sentido.
Por ello es tan importante abordar el tema desde su raíz;
que quede claro que la inflación –con todas sus
consecuencias- es responsabilidad de ciertos funcionarios
del gobierno; y que ello se vea reflejado en la promesa de
sanciones penales para quienes la producen.
Es bueno recordar a Mises, en sus reflexiones sobre la
inflación tras la Segunda Guerra Mundial:
Lo que la gente llama actualmente inflación no es
inflación, es decir, un aumento de la cantidad de moneda
y sustitutos de moneda, sino el alza general de precios y
salarios que, en realidad, es la consecuencia inevitable
de la inflación. Esta innovación semántica es peligrosa y
requiere nuestra atención.
En primer lugar, no existen más términos disponibles
para referirse a la inflación, entendida ésta como lo que
antes significaba. Es imposible combatir un mal que no
se puede nombrar. Los estadistas y políticos ya no tienen
la posibilidad de recurrir a una terminología aceptada y
entendida por el público cuando quieren describir la
política financiera que combaten. Deben realizar una
descripción y un análisis detallados de esta política,
mencionando todas sus peculiaridades y brindando
explicaciones minuciosas cada vez que desean referirse a
ella, teniendo que repetir este molesto procedimiento
cada vez que hacen referencia a este fenómeno. Al no
poder asignar un nombre a la política que incrementa la
cantidad de moneda circulante, el problema persiste
indefinidamente.
El segundo mal es causado por aquellos que realizan
intentos desesperados e inútiles para combatir las
inevitables consecuencias de la inflación (es decir, el
aumento de los precios), ya que disfrazan sus esfuerzos
de manera tal que parecen luchar contra la inflación.
Mientras enfrentan los síntomas pretenden estar
combatiendo las raíces del mal, y al no comprender la
relación causal entre el aumento de la circulación
monetaria y de la expansión de crédito por un lado, y el
alza de los precios por el otro, de hecho agravan la
situación246.
Por esta razón es tan importante explicar la inflación
correctamente, cómo se produce y quiénes son sus
responsables; pues de lo contrario, será un fenómeno
imposible de combatir eficazmente.
2. La creación de un nuevo tipo penal en el capítulo
de falsificación y adulteración de moneda y la
reforma a la ley que regula a la autoridad monetaria
Como consecuencia de lo dicho, entiendo que se torna
necesaria la sanción de una figura penal específica que
reprima esta forma de abuso de autoridad que lesiona
simultáneamente tres bienes jurídicos protegidos por el
Código Penal: la propiedad privada, la administración
pública y la fe pública.
Por los motivos expuestos, entiendo más adecuado ubicar
esta figura específica en el capítulo sobre falsificación de
moneda. Constituye una forma de adulteración o
cercenamiento adaptada a las características del dinero de
papel.
La propuesta de reforma penal debería ir acompañada por
otras modificaciones legislativas, algunas de ellas
necesarias para resguardar el principio de legalidad; otras
convenientes para incrementar las limitaciones y control al
poder estatal de emitir dinero.
En primer lugar será necesaria una modificación a la ley
orgánica de su Banco Central o autoridad similar que tenga
la atribución de emitir dinero, que le ponga límites estrictos
y claros a esa facultad, lo que permitirá cumplir con las
exigencias del principio de legalidad.
Entiendo que tal limitación debería estar integrada por dos
elementos, uno cualitativo y otro cuantitativo, aplicados en
conjunto: 1) Por una parte, sólo se podría autorizar la
emisión de nuevo dinero cuando se haya verificado un
crecimiento del Producto Bruto Interno en el pasado que
justifique incrementar tal cantidad; 2) Por otra parte,
independientemente de cuál haya sido tal crecimiento, la
emisión no debería en ningún caso superar el 3 % anual del
dinero circulante.
Es decir que la autoridad monetaria necesitaría acreditar
que se produjo un incremento real en la cantidad de bienes
y, expresado en el crecimiento del PBI, y sólo podría emitir
hasta la cantidad de tal incremento. Pero además, nunca
podría superar el tope anual del 3% del circulante, aunque
el crecimiento del PBI hubiese sido superior.
Además, sería conveniente para evitar que el gobierno
recurra tanto a las reservas del Banco Central como al
dinero que pudiera emitir, para financiar gastos excesivos,
que se prohíba expresamente tal financiación.
Complementariamente, aun en el caso en que exista una
moneda estatal, sería imprescindible que pueda competir
con otras. Vimos que la propuesta de Hayek respecto de la
Comunidad Económica Europea en los años ’70 giraba en
torno a las ventajas de la competencia de monedas –aun
cuando fueran de creación estatal-, en lugar de la única
moneda regional. Con cambio libre y libertad bancaria, si
alguna de tales monedas pierde su valor debido a una
emisión excesiva, esta moneda terminaría siendo excluía
por el mercado.
Por supuesto que sería óptimo el libre mercado de creación
y circulación de dinero privado, y en este sentido, el
surgimiento en el mundo de criptomonedas de creación
privada, que ya circulan con bastante aceptación en todo el
mundo, son un buen inicio hacia el mercado abierto.
3. Una propuesta a ser discutida
Todas las circunstancias mencionadas justifican la
incorporación, entre los tipos penales que castigan a la
falsificación y alteración de moneda, de una figura que
expresamente contemple la responsabilidad penal de tales
autoridades. Propongo entonces que se incorpore al Código
Penal un artículo cuya redacción tentativa podría ser en los
siguientes términos:
Se impondrá prisión de 3 (TRES) a 10 (DIEZ) años e
inhabilitación absoluta por el doble del tiempo de la
condena a prisión, y multa de 3 (TRES) a 30 (TREINTA)
millones de pesos, al funcionario del Banco Central que
ordenare o autorizare la emisión de moneda de curso
legal en la República, en cantidad superior a la
autorizada legalmente.
En la misma pena incurrirán los funcionarios públicos que
recibieren y pusieren en circulación dicha moneda, por
cualquier medio, conociendo o debiendo conocer su
origen espurio.
La sentencia que declare la emisión ilegal de dinero,
deberá disponer su decomiso y posterior destrucción.
Una vez firme la condena penal, los representantes
legales del Estado deberán promover las acciones civiles
respecto de todos los condenados en forma solidaria,
para resarcir los gastos irrogados al Estado por la
impresión de dinero ilegalmente producido y su posterior
destrucción.
Ello requerirá, además, una modificación en la ley orgánica
del Banco Central que establezca límites objetivos a la
posibilidad de emitir moneda, cuya violación justifique la
aplicación del tipo penal. Por tal motivo, propongo también
modificar la ley que regula el funcionamiento del banco
central, en los siguientes términos:
El Banco Central sólo podrá disponer la emisión de dinero
de curso legal y forzoso en el país, en los casos en que
deban reemplazarse billetes en mal estado cuya destrucción
se disponga, o cuando pueda justificar la necesidad de
inyección de dinero en el mercado sobre la base de un
sostenido crecimiento de la producción de bienes y servicios
debidamente acreditado. En este último caso, la cantidad de
dinero circulante no podrá ampliarse anualmente por
encima del incremento real del Producto Bruto Interno en el
último año; y tampoco podrá superar en el mismo período el
3% del total circulante, aunque el incremento del PBI fuese
superior.
El resto de la normativa que organiza las funciones y
facultades vinculadas con la emisión y puesta en circulación
de dinero deberá adecuarse a lo dispuesto por este artículo.
Asimismo, propongo garantizar por ley la libre circulación
de monedas y la actividad bancaria, siguiendo la propuesta
de Hayek para el Mercado Común Europeo, con una reforma
legislativa que dispusiera, en su parte central:
No se podrá obstaculizar de manera alguna la libre
circulación y uso, dentro del territorio nacional, de monedas
emitidas en otros países, criptomonedas, monedas
metálicas, así como el libre ejercicio de la actividad bancaria
por instituciones legalmente constituidas en el país o en el
extranjero. Dichas monedas cotizarán entre sí según el tipo
de cambio libremente establecido en el mercado.
Las obligaciones que emanen de los contratos o la
responsabilidad extracontractual deberán ser canceladas
preferentemente en la moneda pactada por las partes, o por
otras monedas que sean aceptadas en los propios contratos
como alternativa, o en su defecto, si las partes no se ponen
de acuerdo, en la que se disponga judicialmente o mediante
proceso arbitral.
De este modo se garantizaría la competencia de monedas
y su uso libre para cancelar obligaciones privadas, así como
su libre comercialización y tipo de cambio. Probablemente
ello llevará a la virtual desaparición de la moneda estatal en
el futuro, cuando se torne innecesaria. Una solución de este
tipo –dejo a los economistas los detalles- podría operar
como una eficiente vigilancia del mercado para evitar que,
aun con las prohibiciones y amenazas de prisión, los
funcionarios del gobierno de todos modos intenten emitir en
exceso para financiar sus gastos.
Con el mismo propósito propongo una última reforma a ser
incluida en la ley orgánica del Banco Central:
Con la finalidad de garantizar la estabilidad monetaria,
cambiaria y crediticia del país, el Banco Central no podrá
otorgar financiamiento directo o indirecto, garantía o aval al
Estado, a sus entidades descentralizadas o autónomas ni a
las entidades privadas no bancarias. Con ese mismo fin, el
Banco Central no podrá adquirir los valores que emitan o
negocien en el mercado primario dichas entidades. Se
exceptúa de estas prohibiciones el financiamiento que
pueda concederse en casos de catástrofes o desastres
públicos, siempre y cuando el mismo sea aprobado por ley
sancionada por las dos terceras partes del número total de
miembros que integran ambas Cámaras del Congreso.
En definitiva, ponerle límites claros a la emisión monetaria,
castigar civil, administrativa y penalmente a los funcionarios
que violan esos límites, y permitir la libre circulación y
competencia de monedas dentro del país, son medidas
necesarias para contrarrestar el enorme poder que ha
asumido desde hace un siglo el Estado, de ser monopolista
en la creación, puesta en circulación y regulación del uso
del dinero.
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1 Mises, Ludwig, La teoría del dinero y del crédito, Unión Ed., Madrid,
1997, pp. 41-42.
2 Hayek, Friedrich A., “La Desnacionalización del Dinero” [1978], en
Ensayos de Teoría Monetaria II (Obras Completas, volumen VI), Unión
Ed., Madrid, 2001, p. 206.
3 Mises, Ludwig, La teoría del dinero y del crédito, op. cit., p. 128.
4 Sennholz, Hans, Tiempos de Inflación, Unión Editorial, Bs. Aires,
2021, pp. 18-19.
5 Mises, Ludwig, “La inflación y el control de precios”, en The
Commercial and Financial Chronicle del 20 de diciembre de 1945,
publicado en: Planificación para la Libertad y otros Ensayos, Centro
de Estudios sobre la Libertad, Bs. As., 1986, p. 112.
6 Selgin, George A., La libertad de emisión del dinero
bancario.Crítica del monopolio del Banco Central, Ediciones Aosta,
Unión Editorial, Madrid, 2011, p. 3.
7 Hayek, Friedrich A., “La Desnacionalización del Dinero”, publicado
en Ensayos de Teoría Monetaria II (Obras Completas, vol. VI), Unión
Ed., Madrid, 2001, p. 202.
8 Se refiere a lo expresado en The Constitution of Liberty, Chicago
University Press, 1960, pp. 324 y ss.
9 Hayek, Friedrich A., “La Desnacionalización del Dinero”, op. cit, pp.
202-203
10 Ferguson, Adam, An Essay on the History of Civil Society, Cadell,
Kincaid, Creech & Bell, London, 1767, pp. 187-188.
11 Menger, Carl, El dinero, Unión Editorial, Madrid, 2013, pp. 81 y ss.
Sobre el surgimiento del mercado y del trueque ver: Spencer,
Herbert, Principles of Sociology, en los lugares citados por Menger,
op. cit., p. 98, nota 4.
12 Hayek, Friedrich A., Nuevos Estudios de Filosofía, Política
Economía e Historia de las Ideas, Unión Editorial, Madrid, 2007, p.18.
Rojas, Ricardo Manuel, Individuo y Sociedad. Seis ensayos desde el
individualismo metodológico, Unión Editorial, Madrid, 2021, pp. 26-
30.
13 Menger trae algunos ejemplos al respecto (op. cit., pp. 83-84):
“Una ilustración expresiva de esta dificultad nos la ofrecen los
célebres relatos de viaje de V.I. Cameron y H. Barth: ‘Mi primera
preocupación –escribe Cameron- fue hacerme con embarcaciones’
(para atravesar el lago Tanganica). ‘Puesto que los propietarios de
las dos embarcaciones que me habían sido prometidas estaban
ausentes, traté de alquilar una de Syde ibn Habib, dirigiéndome a su
agente, el cual quería ser pagado en marfil, que yo no tenía. Pero
vine a saber que lo tenía Mohamed ben Salib, el cual a su vez tenía
necesidad de tela de algodón. Y como yo no la tenía, la información
me sirvió poco hasta que me enteré de que Mahamed ibn Gharib
tenía la tela, pero necesitaba hilo de algodón. Por suerte yo lo tenía,
y así cedí a Mohamed ibn Gharib la cantidad de hilo que necesitaba,
después de lo cual él cedió la tela a Mohamed ben Salib, el cual por
su parte cedió al agente de Syde el marfil que deseaba. Y así
finalmente pude tener la barca’ (Cameron, V.I., Across Afrika, 1877,
I., pp. 246 y ss).
“Barth a su vez cuenta: ‘Un pequeño agricultor que lleva su trigo al
mercado del lunes de Kakaua (en Sudán) no quiere en absoluto que
le paguen con conchas, y solo raramente se contenta con la moneda
en táleros. Por tanto, quien quiera comprar su trigo se verá obligado,
si solo dispone de táleros, a cambiarlos previamente por conchas, o
más bien a comprar conchas con las que adquirir una camisa (Kúlgu)
para poder luego, tras múltiples permutas, hacerse finalmente con el
trigo. La molestia que debe soportar quien va al mercado es tal que,
con frecuencia, he visto a mis siervos volver totalmente exhaustos’
(Bart, Heinr, Reisen u. Entdeckungen in Nord-und Zentralafrika
(1849-1855, II, 1857, p. 396).
14 Esta idea probablemente le llegó a Darwin del geólogo escocés
James Hutton, a través de otro geólogo inglés, Charles Lyell, cuyo
libro: Principles of Geology leyó mientras se hallaba embarcado en
su segundo viaje en el HMS Beagle (ver Rojas, Ricardo Manuel,
Fundamentos praxeológicos del derecho, Unión Editorial, Madrid,
2018, pp. 39-42).
15 Menger, a la vez heredero de la Escuela Escocesa y creador de la
Escuela Austríaca, explicaba este fenómeno del descubrimiento de la
aceptabilidad de los bienes de la siguiente manera: “Esta idea no
surgió simultáneamente en todos los miembros de una población.
Como sucede con todos los progresos de la civilización, sólo un
cierto número de agentes económicos habrá intuido la ventaja del
procedimiento descrito para su propia actividad económica, ventaja
que en sí y por sí es independiente de que la colectividad haya
llegado a aceptar como medio general de cambio una mercancía
determinada, porque siempre y en todas las circunstancias,
semejante intercambio acerca notablemente al individuo a su
objetivo económico final de la compra de los bienes que necesita e
incrementa su aprovisionamiento o, lo que es lo mismo, es su interés
hacerlo de esa forma.
Ahora bien, puesto que como es sabido, para explicar a alguien
cuáles son sus intereses económicos no existe medio mejor que la
percepción de los avatares económicos de quienes tienen la
perspicacia y la capacidad operativa de emplear los medios
adecuados para realizarlo, entonces también es claro que nada
puede haber favorecido en mayor medida la difusión y la
generalización de esta intuición que la adquisición sistemática, por
parte de los agentes económicos más sagaces y hábiles para
perseguir su propia utilidad económica, de mercancías mucho más
negociables respecto a todos los demás. Este progreso de los
conocimientos económicos, como resultado del progreso general de
la civilización, se manifestó efectivamente por doquier donde las
circunstancias externas no lo impidieron” (Menger, op. cit., pp. 86-
87).
16 Menger enumeró los tipos de bienes que integraban esta lista de
mayor negociabilidad: 1) bienes disponibles solo en cantidad
limitada, de modo que quien los posee en cantidad demuestra con
su posesión todo su prestigio y poder; 2) Los productos locales
destinados al consumo doméstico; 3) bienes de amplia y constante
necesidad y consumo que no se producen, o no en cantidad
suficiente, en un territorio; 4) Bienes en los que, por efecto de
costumbres o de las relaciones de poder, existe la obligación de
ofrecer periódicamente en forma de prestaciones unilaterales; 5)
artículos destinados a la exportación (El dinero, op. cit., pp. 87-89).
17 Menger, Carl, op. cit., p. 87.
18 Menger, Carl, “On the Origins of Money”, Economic Journal 2
(1892), p. 250; citado por Selgin, George A., La libertad de emisión
del dinero bancario, op. cit., p. 26. Esta visión evolutiva del dinero
fue seguida por Carlisle, William W., The Evolution of Modern Money,
Macmillan, London, 1901, p. 5; en el mismo sentido, Ridgeway
sostuvo que “la idea de una convención que origina la utilización de
una mercancía específica como medio de cambio es tan falsa como
la vieja creencia en que una convención es el origen de la ley o del
lenguaje” (Ridgeway, William, The Origin of Metallic Currency and
Weight Standards, Cambridge University Press, 1892, p. 47).
19 Menger, Carl, El dinero, op. cit., p. 135.
20 Ricardo, David, Principios de Economía Política y Tributaria, Fondo
de Cultura Económica, México, 1987. En el siglo XX, el tema fue
desarrollado por Ludwig von Mises especialmente en La Acción
Humana y Socialismo.
21 Los escolásticos medievales llamaron al dinero una res fungibilis
et primo uso consuptibilis, esto es, algo que es fungible y que
principalmente se consume con su primer uso; ver Hülsmann, Jörg
Guido, La ética de la producción del dinero, Unión Editorial, Madrid,
2021, p. 37 y sus citas.
22 Es un hecho notorio que durante la vigencia del patrón oro, en el
mundo se continuaba extrayendo oro de las minas y por lo tanto se
incrementaba permanentemente su cantidad disponible como
dinero. Sin embargo, ello ocurrió de un modo lento, que además
acompañó al incremento general de la riqueza para cuya
intermediación se utilizaba el oro, de modo que no perdió por ello su
condición de estabilidad.
23 “El hecho de que hayan sido precisamente los metales, sobre
todo los metales nobles, los que prevalecieron como intermediarios
de los cambios, ya en época prehistórica en determinadas
poblaciones y en época histórica en todos los pueblos civilizados
económicamente avanzados, tiene su primera e inmediata
explicación en su gran capacidad para ser vendidos en el mercado,
superior a la de todos los demás bienes, sobre todo en la economía
de las sociedades desarrolladas” (Menger, Carl, El Dinero, op. cit., p.
115).
24 Menger, Carl, El dinero, op. cit., p. 117.
25 Carrara, Francesco, Programa de Derecho Criminal. Parte
Especial, Ed. Temis, Bogotá, 1977, Volumen VII, p. 154.
26 Menger, Carl, El dinero, op. cit., p. 126.
27 Hülsmann, Jörg Guido, La ética de la producción del dinero, op.
cit., p. 47.
28 Es muy interesante en este sentido el trabajo de Juan Carlos
Cachanosky (“La crisis del 30”, en Libertas n° 10, mayo de 1989), en
el que explica que la génesis de la crisis que comenzó en 1929 y
produjo un quiebre en Estados Unidos y buena parte del mundo, se
encuentra diez años antes, en un abuso en el manejo del dinero a
partir de la suspensión de la convertibilidad monetaria por parte de
los Estados, para cubrir fundamentalmente los gastos de la guerra.
29 En agosto de 1971 –debido a que algunos bancos centrales
europeos amenazaron con convertir sus dólares reclamando el oro
de Fort Knox (cosa que ya había hecho Francia a fines de la década
del 60)- el presidente Nixon decidió abandonar completamente la
relación del oro con el dólar y estableció lo que él denominó “el
acuerdo más importante de la historia”, que consistió en establecer
tipos de cambio fijos. Estos acuerdos se llevaron a cabo en el
Smithsonian Institute de Washington, y la parte del acuerdo
considerada la más trascendental en la historia monetaria concluyó
con el pánico de marzo de 1973, fecha en que se estableció la
llamada flotación sucia, haciendo que las monedas fluctuaran dentro
de una franja establecida por los respectivos bancos centrales
(Benegas Lynch (h), Alberto, Fundamentos de Análisis Económico,
Grupo Unión, Buenos Aires, 2011, p. 249).
30 En general, los billetes sólo adquieren valor como mercancía
luego de que dejan de circular legalmente, y se convierten en
objetos de interés para coleccionistas y curiosos. Pero a veces
existen excepciones que hacen que se valoren también los billetes
en circulación. Mientras escribo estas palabras, veo en las noticias
que una tienda de Barcelona vende como artículo de curiosidad y
para coleccionistas, billetes de pesos argentinos actualmente en
circulación. Tal es su desvalorización y su fama como ejemplo actual
de alta inflación, que la gente está dispuesta a pagar un poco más
de lo que supuestamente vale en el mercado cambiario (que tiene
tantas trabas y prohibiciones que en la práctica hace imposible su
compra), por su valor algo superior como objeto de colección o
curiosidad.
31 Dice Hülsmann al respecto: “Si los precios que se pagan por el
papel moneda caen a cero, entonces esta moneda jamás podrá ser
re-monetizada, porque fuera de un sistema de precios ya existente
los participantes en el mercado no podrían evaluar la unidad
monetaria. Por tanto, el uso del papel moneda conlleva el riesgo de
aniquilación total o permanente de su valor. Riesgo que no existe en
el caso del dinero mercancía, el cual siempre tiene un precio
positivo, con lo cual siempre puede re-monetizarse” (Hülsmann, Jörg
Guido, La ética de la producción del dinero, op. cit., p. 44).
32 Endemann, Wilhelm, Studien in der Romanisch-kanomistischen
Wirthschafts-und Rechtslehre, Berlín, 1874-1883, vol. 2, p. 171;
citado por Hayek, Friedric A., “La Desnacionalización del Dinero”, en
Ensayos de Teoría Monetaria II (Obras Completas, Vol. VI), Unión
Editorial, Madrid, 2001, p. 198.
33 Rothbard, Murray N., ¿Qué le hizo el gobierno a nuestro dinero?
Ensayos sobre el origen y función de la moneda, Unión Editorial,
Madrid, 2019, p. 44.
34 Hayek, Friedrich A., “La Desnacionalización del Dinero”, ibid.
35 Op. cit., p. 203.
36 A. Nussbaum, Money in the Law, National and International,
Foundation Press, Brooklyn, 1950, p. 53, cit. por Hayek, Fredrich A.,
“La Desnacionalización del Dinero”, op. cit., p. 204.
37 Sobre los acontecimientos en China ver: W. Vissering, On Chinese
Currency, Coin and Paper Money, Brill, 1877; Tullock, Gordon, “Paper
Money – A cycle in Cathay”, Economic History Review, 1957, pp. 393-
407; citados por Hayek, op. cit., p. 205.
38 Hayek, Friedrich A., op. cit., p. 205.
39 Hayek, Friedrich A., “La Desnacionalización del Dinero”, op. cit., p.
205.
40 Smith, Vera C., Fundamentos de la banca central y de la libertad
bancaria, Unión Editorial, Madrid, 1993, p. 185. Curiosamente, de
manera casi contemporánea con las conclusiones de Smith –la
primera edición de su libro se publicó en 1936- se creaba el Banco
Central de la República Argentina, que sustituyó a la anterior Caja de
Conversión que existía desde fines del siglo XIX, y que si bien en un
comienzo tuvo menos funciones y un régimen mixto, fue el punto de
partida para futuras modificaciones que terminaron convirtiéndolo
en el órgano que ejerce el poder monopólico estatal sobre el dinero
en Argentina.
41 Rojas, Ricardo Manuel, Fundamentos praxeológicos del derecho,
Unión Editorial, Madrid, 2018, pp. 89 y ss.
42 Mises, Ludwig, La Teoría del Dinero y del Crédito, op. cit., p. 32-
33.
43 Op. cit., p. 42.
44 Mises, Ludwig, La teoría del dinero y del crédito, op. cit., p. 42-43.
45 Op. cit., p. 44.
46 Un ejemplo notorio de esto ocurrió tras la crisis de los años 2001-
2002 en Argentina. Derogada la convertibilidad, el Estado pesificó
las deudas con los bancos, y al mismo tiempo reguló la forma en que
se incrementaba oficialmente el precio del dólar, dando lugar a la
aparición de un mercado paralelo. De este modo, las personas
cancelaban deudas por créditos en dólares, pagando en pesos la
tercera parte de la deuda total. Al darle un precio arbitrario a la
moneda, y reconocerle poder para cancelar deudas, la legislación
lisa y llanamente condonó dos tercios de las obligaciones privadas
en dólares.
47 Op. cit., p. 45.
48 Hayek, Friedrich A., “La Desnacionalización del Dinero”, op. cit., p.
227-228
49 Hayek, Friedrich A., “La Desnacionalización del Dinero”, op. cit., p.
207.
50 El derecho contractual garantiza el cumplimiento de las normas
creadas por los propios individuos, que son vinculantes por su propia
voluntad. Ello había quedado consagrado en la máxima romana del
“pacta sunt servanda”, que es el centro del derecho contractual.
Siguiendo esas ideas, el artículo 1134 del Código Napoleón dispuso:
“las convenciones legalmente formadas sirven de ley para las
partes”. De allí fue tomado el artículo 1197 del Código Civil
argentino de 1870 que dispone: “Las convenciones hechas en los
contratos forman para las partes una regla a la cual deben
someterse como a la ley misma” (Rojas, Ricardo Manuel, La
propiedad. Una visión interdisciplinaria e integradora, Unión
Editorial, Madrid, 2021, p. 152).
51 Por el contrario, los jueces y legisladores han inventado teorías
jurídicas para tratar de arreglar con más intervención estatal un
problema que el propio Estado generó. Así surgió, primero como
doctrina jurisprudencial, y luego incorporada en las legislaciones, la
“teoría de la imprevisión”, que autoriza a los jueces a alterar las
condiciones de los contratos cuando se ven afectados por un hecho
“imprevisible”, como es la inflación. Así, en 1968, la ley 17.711
introdujo en el Código Civil argentino una serie de modificaciones
que permiten la intervención de los jueces para alterar contratos. Un
agregado al artículo 1198 estableció: “En los contratos bilaterales
conmutativos y en los unilaterales onerosos y conmutativos de
ejecución diferida o continuada, si la prestación a cargo de una de
las partes se tornara excesivamente onerosa, por acontecimientos
extraordinarios o imprevisibles, la parte perjudicada podrá demandar
la resolución del contrato. El mismo principio se aplicará a los
contratos aleatorios cuando la excesiva onerosidad se produzca por
causas extrañas al riesgo propio del contrato”.
Tal acontecimiento extraordinario o imprevisible, que justificó la
reforma, fue la inflación creciente que distorsionaba los contratos. Lo
único “imprevisible” es en qué momento el gobierno va a
incrementar fuertemente la cantidad de dinero y disminuir así su
valor adquisitivo. Eso no se resuelve alterando contratos, sino
eliminando esa facultad del gobierno, que como veremos en los
siguientes capítulos, es una actividad criminal.
52 Thomas Henry, Lord Ferrer, Studies in Currency, or Inquiries into
certain monetary problems connected with the standard of value and
the media of Exchange, London, Macmillan, 1898, citado por Hayek,
Fridrich A., “La Desnacionalización del Dinero”, op. cit., p. 210.
53 Selgin, George A., La libertad de emisión del dinero bancario, op.
cit., pp. 271-272.
54 Selgin, George A., op. cit., pp. 25-56.
55 Este punto fue explicado por Mises en su Teoría del Dinero y el
Crédito. Como señala Rothbard: “Mises hizo notar que la unidad
monetaria sirve como unidad contable y como común denominador
de todos los otros precios, pero señalaba que la mercancía-dinero se
encuentra aún en un estado de trueque con los demás bienes y
servicios. Así, en la etapa premonetaria de trueque -antes de la
introducción del dinero-, no existía ningún ‘precio de los huevos’
unitario; una unidad de huevos (por ejemplo, una docena), tenía
muchos ‘precios’ diferentes: el precio en ‘manteca’, en términos de
kilogramos de manteca; el precio en ‘sombreros’, el precio en
‘caballos’, etc. Cada uno de los bienes y servicios tenía una gama
casi infinita de precios en función de cada uno de los otros bienes y
servicios. Una vez que se elige una mercancía, v.gr., el oro, como
medio a utilizar para todos los intercambios, cada uno de los otros
bienes, excepto el oro, gozará de un precio unitario; de este modo
sabemos que el precio de los huevos es de un dólar la docena; el
precio de un sombrero es de diez dólares y así sucesivamente. Pero
mientras que cada uno de los bienes y servicios, excepto el oro,
tiene ahora un precio único en términos monetarios, el dinero mismo
tiene una gama virtualmente infinita de precios individuales en
función de cada uno de los otros bienes y servicios. En otras
palabras, el precio de cualquier bien o mercancía equivale a su
poder adquisitivo en términos de otros bienes y servicios” (Rothbard,
Murray N. “The Austrian Theory of Money”, en Edwin Dolan (ed.), The
Foundations of Modern Austrian Economics, Sheed Andrews and
McMeel, Kansas, 1976, p. 160).
56 Rothbard, Murray N., El hombre, la economía y el Estado. Tratado
sobre principios de economía, Unión Editorial, Madrid, 2011, vol. 1, p.
101.
57 Mises, Ludwig, La Acción Humana, op. cit., pp. 37 y ss.
58 Rojas, Ricardo Manuel, La propiedad. Una visión multidisciplinaria
e integradora, Unión Editorial, Madrid, 2021, pp. 168.169.
59 Como señala Mises, al actuar, el hombre opta, determina y
procura alcanzar un fin (op. cit., p. 17).
60 Ver Friedman, David, Teoría de los precios, Centro de Estudios
Superiores Sociales y Jurídicos Ramón Carande, Madrid, 1995, p. 24.
En el mundo angloparlante, esta idea se expresa popularmente con
el dicho: “Put your money where your mouth is”.
61 Mises, Ludwig, Planificación para la libertad y otros ensayos,
Centro de Estudios sobre la Libertad, Buenos Aires, 1986, p. 102.
62 Rothbard, Murray N., El Hombre, la Economía y el Estado. Tratado
sobre principios de Economía, op. cit., p. 87.
63 Benegas Lynch (h), Alberto, Fundamentos de Análisis Económico,
Grupo Unión, Buenos Aires, 2011, p. 99.
64 Rothbard, Murray N., El Hombre, la Economía y el Estado. Tratado
sobre principios de Economía, op. cit., pp. 83-84.
65 Como simpatizante de Boca Juniors, puedo valorar mucho la
posibilidad de asistir a un partido de fútbol. Si encima fuera la final
del campeonato en el que Boca se puede consagrar campeón, lo
valoraría más aun. Por lo tanto, podría estar dispuesto a invertir
mucho dinero en conseguir un boleto para asistir a ese partido, e
incluso quizá un poco menos por unidad, para adquirir dos boletos e
invitar a mi novia o a un amigo para que venga conmigo. Pero si
tuviera diez boletos en mi poder, y me ofrecieran el décimo primero,
ese boleto ya no tendría el mismo valor, pues ya habría cubierto los
usos principales que quisiera darles. Yo seguiría valorando de igual
manera a Boca Juniors, y también seguiría valorando de igual
manera la posibilidad de asistir al partido final, pero la unidad
undécima de boletos que me ofrecen, una vez que ya cubrí los
boletos para invitar a parientes y amigos, no tendría el mismo valor
para mí. En definitiva, en términos económicos, lo que valoro no es
el bien en abstracto, sino la utilidad de la unidad involucrada en la
negociación, o lo que es igual, el valor inferior que para mí tiene una
unidad disponible, si soy vendedor, o el valor superior de dicha
unidad si soy comprador.
66 Esta observación, que parece llevar la explicación hacia lo obvio,
ha sido sin embargo desconocida por dirigentes políticos en
Argentina, donde la realidad es alterada e ignorada
permanentemente de manera impune. Se ha escuchado decir a
algunos políticos que en tanto el Estado tenga la facultad de emitir
el dinero, no podría quebrar porque siempre estaría en condiciones
de pagar sus deudas produciendo el dinero necesario. Y lo dicen de
corrido y sin reírse.
Mientras escribo esto, Argentina va desbarrancándose hacia otra
profunda crisis debido al mal manejo de la moneda. El Ministro de
Economía renunció y en su lugar fue designada una economista que
ya había tenido otras funciones en el gobierno, lo que de inmediato
originó una búsqueda en las redes sociales. Entre lo más publicitado
figura un twitt que publicó algún tiempo antes y dice: “Para
solucionar parte de los problemas: imprimiendo 1000 millones
descomprimiría un poco la situación. Imprimir billetes no genera
inflación, y es una herramienta básica del Estado”. Su argumento
parte de la base de que los recursos del Estado son ilimitados en
tanto tenga el poder monopólico de crear dinero de papel. Buscaron
una pirómana para ponerla a cargo del control del incendio. Pero
como en Argentina la política es más veloz que los teclados,
mientras continúo escribiendo esta Ministro ya se fue y se la
reemplazó por otro político que seguramente nos sorprenderá con
sus propuestas económicas.
67 Hayek, Friedrich A., “La teoría de los fenómenos complejos”, en
Estudios de Filosofía, Política y Economía, Unión Editorial, Madrid,
2007, pp. 59 y ss.
68 Hayek, Friedrich A., Camino de Servidumbre (Obras Completas,
Vol. II), Unión Editorial, Madrid, 2008, p. 142.
69 Op. cit., p. 143-144.
70 Sobre este punto se puede ver: Rojas Ricardo Manuel, Individuo y
Sociedad, op. cit., pp. 253 y ss.
71 Sowell Thomas, Knowledge and Decisions, Basic Books, New York,
1980, p. 217/8.
72 El famoso cuento de Leonard Read sobre el lápiz ilustra como
pocos este fenómeno que sólo puede producirse gracias a los
precios. Sin precios –y por ende sin dinero aceptado
generalizadamente-, seguiríamos viviendo en chozas y
sobreviviendo gracias al trueque (Read, Leonard, I, pencil, The
Freeman, F.E.E, New York, 1958).
73 Sowell Thomas, Knowledge and Decisions, op. cit., p. 167.
74 Sin embargo, es muy extendida la idea de que los precios son
números establecidos por autoridades especializadas, que saben
cómo fijar el precio “correcto” para cada cosa. Durante la guerra fría
fue conocida la actividad de agentes soviéticos que llegaban a
Estados Unidos con la misión encubierta de relevar los precios de los
productos en las grandes tiendas, con el propósito de replicarlos en
Rusia, presuponiendo que, dado el éxito del sistema económico
capitalista, esos eran los precios “correctos”.
En un sentido similar cuenta David Friedman la anécdota de un alto
funcionario del Ministerio de Suministros de China, que planeaba
organizar una visita a Estados Unidos para reunirse con su par en
ese país, que tuviera la función de garantizar la recepción correcta
de suministros en las fábricas norteamericanas. Planeaba aprender
los procedimientos seguidos allí para producir esa distribución de
manera tan exacta (Friedman, Milton, Teoría de los precios, op. cit.,
p. 27).
Resultaba difícil explicar a los funcionarios comunistas que los
precios se fijan y los suministros se distribuyen, no por disposición
de alguna ilustrada autoridad, sino por algo mucho más eficiente,
que es dejar que actúen la oferta y la demanda libremente en el
proceso de mercado.
75 Benegas Lynch (h), Alberto, Fundamentos de Análisis Económico,
Grupo Unión, Buenos Aires, 2011, p. 136.
76 Rothbard, Murray N., El Hombre, la Economía y el Estado, op. cit.,
pp. 283-284.
77 Rothbard, Murray N., El Hombre, la Economía y el Estado. Tratado
sobre principios de Economía, Unión Editorial, Madrid, 2013, Vol. 2,
p. 330.
78 Rothbard, Murray N., El Hombre, la Economía y el Estado. Tratado
sobre principios de Economía, op. cit., Vol. 1., p. 87.
79 Op. cit., p. 88-89.
80 En este punto es importante aclarar cuál es la relación entre
costos y precios. Una larga y errónea doctrina en materia económica
ha sostenido durante mucho tiempo que los precios son, en
definitiva, una sumatoria de costos. Este error incluyó entre otros al
propio Adam Smith en algunas de sus explicaciones del proceso
económico. Pero la relación es inversa: los precios finales de
determinados bienes imputan valoración a aquellos que son
necesarios para su producción, modificando a su vez el precio de
esos bienes (por ejemplo, si sube el precio del pan, tenderá a
aumentar el de la levadura utilizada para elaborarlo, porque los
fabricantes de levadura intentarán obtener un mayor precio por su
producto, y la fábrica de pan estará más dispuesta a pagar ese
precio por los mayores ingresos que obtendrá debido al aumento del
precio del pan. Pero si por otro motivo sube el precio de la levadura,
ello no se transmitirá automáticamente al precio del pan. Sólo
ocurrirá si la gente está dispuesta a pagar más por el pan).
81 Frecuentemente explico este punto a mis alumnos con un ejemplo
sencillo: supongamos que decido construir un automóvil. Compro las
partes, los manuales, las herramientas, me gasto una fortuna en
ello; le agrego los salarios caídos por los meses que estaré encerrado
en un taller aprendiendo a hacer algo que no sé. Al final de todo ese
trabajo, el resultado será un automóvil mediocre, mal terminado,
inseguro. Puedo juntar todas las facturas de todos mis gastos y
ofrecerlo a la venta “al costo”, esto es, sin ninguna ganancia para
mí. Difícilmente alguien me lo compre, pagando un precio cinco
veces superior al de un buen automóvil de línea que puede comprar
en una agencia. Mis costos no determinan el precio final del
producto, ni serán una variable de mucho peso cuando alguien
evalúe si está dispuesto o no a comprar mi automóvil.
82 Rothbard, Murray N., El Hombre, la Economía y el Estado, op. cit.,
p. 283.
83 Coase, Ronald, “The Problem of Social Cost”, Journal of Law and
Economics 3, 1960, pp. 1-44.
84 Rojas, Ricardo Manuel, Individuo y Sociedad. Seis ensayos desde
el individualismo metodológico, op. cit., p. 44.
85 Mises, Ludwig, Problemas epistemológicos de la Economía, Unión
Editorial, Madrid, 2013, p. 174; con cita de J. B. Clark, Essentials of
Economic Theory, New York, 1907, pp. 130 y ss.
86 Mises, Ludwig, La Acción Humana, op. cit., pp. 299-301. Pero
aclara Mises más adelante: “El mercado se encuentra en constante
agitación. El modelo de una economía de giro uniforme jamás se da
en el mundo de la realidad” (p. 397). Sobre la noción de equilibrio de
precios y las distintas posiciones al respecto dentro de la Escuela
Austríaca de Economía, se puede consultar: Rojas, Ricardo Manuel,
La propiedad. Una visión multidisciplinaria e integradora, op. cit., pp.
170-175.
87 Rothbard, Murray N., El Hombre, la Economía y el Estado, op. cit.,
vol. 1, p. 265.
88 Rothbard, Murray N., El Hombre, la Economía y el Estado, op. cit.,
vol. 1, p. 269.
89 Sir Thomas Gresham (1519-1579) fue uno de los fundadores de la
Bolsa de Valores de Londres. Se le atribuye haber hecho la
observación de que cuando existe un tipo de cambio artificialmente
impuesto por la ley entre varias monedas, y la gente percibe
entonces que unas están subvaluadas y otras sobrevaluadas, harán
circular la moneda sobrevaluada para desprenderse de ella,
conservando en su poder la subvaluada por considerarla más
valiosa; o dicho en términos sencillos: “La moneda mala desplaza a
la buena”. Recién en el siglo XIX se comenzó a mencionar este
principio con el nombre de Ley de Gresham.
90 Sennholz, Hans, Tiempos de Inflación, op. cit., p. 36
91 Rojas, Ricardo Manuel; Rondón García, Andrea, La supresión de la
propiedad como crimen de lesa humanidad. El caso Venezuela,
Unión Ed., Madrid, 2019, p. 65.
92 Mises, Ludwig, Crítica del intervencionismo (El mito de la tercera
vía), Unión Editorial, Madrid, 2001, p. 38.
93 Rojas, Ricardo Manuel; Rondón García, Andrea, La supresión de la
propiedad como crimen de lesa humanidad. El caso Venezuela, op.
cit., p. 70.
94 Mises, Ludwig, La Acción Humana, op. cit., p. 898.
95 Benegas Lynch (h), Alberto, Fundamentos de Análisis Económico,
op. cit., p. 100/1.
96 Mises, Ludwig, “Salarios, desocupación e inflación”, en
Planificación para la libertad y otros ensayos, Centro de Estudios
sobre la Libertad, Bs. As., 1986, pp. 197 y ss.
97 Hayek se lamentó más tarde de no haber seguido su debate con
Keynes, pero explicó que la aceptación general de las teorías del
pensador inglés era de tal intensidad –en especial por la
conveniencia de sus consecuencias para los políticos-, que
enfrentarlo en soledad le quitaba público para discutir otros temas
que consideraba más acuciantes en aquel momento. Además,
recordó que el propio Keynes, luego de la segunda tanda de críticas
que le realizó, le confesó que había cambiado su manera de pensar
respecto de lo sostenido en su Treatise on Money, London,
Macmillan, 1930, 2 vol.). Sin embargo, esas ideas y las contenidas
en su The General Theory of Empoyment, Interest and Money de
1936, continuaron teniendo fuerte influencia hasta nuestro días, a
pesar de ser ampliamente rebatidas en la teoría, debido a la
conveniencia para intereses de políticos, sindicalistas y algunos otros
buscadores de rentas.
98 Hayek, Friedrich A., discurso de aceptación del Premio Nobel de
Economía en 1974, publicado como “La pretensión del
conocimiento”, en Nuevos Estudios en Filosofía, Política, Economía e
Historia de las Ideas, Unión Ed., Madrid, 2007, pp. 41-54.
99 Hayek, Friedrich A., Profits, Interest and Investments, Routledge,
London, 1939, p. 63.
100 Ebeling, Richard M., Keynesian Economic Policy and its
consequences, 1998; citado por Sola, Juan Vicente, “Las
consecuencias institucionales del modelo keynesiano”, en Revista de
Análisis Institucional N° 1, Fundación Friedrich A. von Hayek, Buenos
Aires, 2007, p. 108.
101 Es bueno recordar, aunque no parezca necesario, que compras y
ventas se necesitan recíprocamente. En general la gente no disfruta
atesorando dinero. Disfruta más pensando en los bienes que podría
adquirir con ese dinero. Si existiese una situación en la que pudiera
comprar bienes permanentemente sin necesidad de entregar nada a
cambio (sea su trabajo o el fruto de su producción), sería su mundo
ideal. Pero ello es imposible porque nadie nos dará cosas a cambio
de nada. Del mismo modo, vender permanentemente productos para
contemplar el dinero que se acumula sobre una mesa mientras se
empieza a padecer hambre y frío, tampoco es la situación más
agradable. La gente vende para comprar y compra para vender.
La idea mercantilista del atesoramiento de riqueza sólo ha sido
atractiva como doctrina política para sostener las acciones de
soberanos que en realidad pretendían apoderarse de la riqueza de
sus súbditos para luego gastarla en sus propios propósitos.
102 Rojas, Ricardo Manuel, Análisis económico e institucional del
orden jurídico, Abaco, Buenos Aires, 2004, p. 180.
103 Boulding, Kenneth E., Economic Analysis, Harper & Brothers,
New York, 1941, p. 347. Citado por Curtiss, W. N., La protección
arancelaria, Fundación Bolsa de Comercio, Buenos Aires, 1979, p. 48.
104 Es bueno recordar en este punto la distinción metodológica que
hacía Oppenheimer a principios del siglo XX entre medios
económicos (basados en acuerdos voluntarios) y medios políticos
(basados en el uso de la fuerza). El Estado es la organización de los
medios políticos, y ningún Estado puede llegar a serlo hasta que los
medios económicos hayan desarrollado un número suficiente de
recursos para satisfacer sus necesidades (Oppenheimer, Franz, El
Estado. Su historia y evolución desde un punto de vista sociológico,
Unión Editorial, Madrid, 2014, p. 42). El Estado, por definición, no es
productor, es depredador, sólo puede prosperar si existen
condiciones de depredación suficientes (Rojas, Ricardo Manuel,
Individuo y Sociedad, op. cit., pp. 234-235).
105 Rojas, Ricardo Manuel – Rondón García, Andrea, La supresión de
la propiedad como crimen de lesa humanidad. El caso Venezuela,
Unión Editorial, Madrid, 2019, pp. 142 y ss.
106 “Una explicación integrada o cataláctica del valor de la moneda,
comienza con las evaluaciones y actos subjetivos de los individuos.
Jamás pierde de vista el hecho de que una teoría completa de la
moneda debe descansar en la teoría subjetiva del valor. Para poder
explicar los determinantes del valor adquisitivo de la moneda y no
solamente las causas de sus cambios, procura analizar el significado
subjetivo o utilidad que la moneda tiene para los individuos. Ya que,
así como en última instancia el precio de un bien económico es
determinado por la valoración subjetiva que de él hacen los
compradores y vendedores, el valor adquisitivo de la moneda es
determinado de la misma manera” (Sennholz, Hans, Tiempos de
Inflación, op. cit., pp. 33-34).
107 Rothbard, op. cit., pp. 263-264.
108 Rothbard, Murray N., El Hombre, la Economía y el Estado, op.
cit., p. 262.
109 Rojas, Ricardo Manuel, Individuo y Sociedad, op. cit., pp. 116 y
ss.
110 Hazlitt, Henry, Lo que debemos saber sobre la inflación, Unión
Ed., Bs. As., 2021, pp. 7-8.
111 Rojas, Ricardo Manuel, Individuo y Sociedad op cit., pp. 132-134.
112 Mises, Ludwig, Economic Freedom and Interventionism. An
Anthology of Articles and Essays, Liberty Fund, New York, 1990, pp.
109-110
113 En tiempos más recientes, el argumento de que la culpa es del
comerciante ha ido perdiendo fuerza, sobre todo cuando se ve que
los comerciantes pierden mucho dinero y sus negocios quiebran
como consecuencia de la inflación. Pero entonces aparecen otros
culpables. Mientras escribo este trabajo, el Presidente argentino
Alberto Fernández le echa la culpa de la inflación a la invasión rusa a
Ucrania, y dice que no se le ocurre otra forma de combatir la
inflación, más que incrementar el impuesto a la exportación de
granos. Mientras tanto, la vicepresidente Cristina Fernández,
sostiene en twitter que la culpa de la inflación la tienen los evasores
impositivos.
La afirmación del Presidente es bastante curiosa, si se advierte que
la invasión a Ucrania, según él, produce inflación en Argentina pero
no en Ucrania. Que admita que no se le ocurre ninguna otra forma
de disminuir la inflación que no sea subiendo impuestos de
exportación es una admisión de su propia incompetencia, y muestra
su alineamiento en el tema con su vicepresidente, pues para
ninguno de los dos la disminución del gasto público parece ser una
opción, y sólo consideran dejar de emitir en caso en que pueda subir
la recaudación de impuestos para cubrir el déficit.
114 Mises, Ludwig, La Teoría del Dinero y del Crédito, op. cit., p. 227.
115 Hazlitt, Henry, Lo que debemos saber sobre la inflación, op. cit.,
p. 15. Recuerda Hazlitt allí que: “Sin embargo, es tan persistente el
error de que la inflación es producida por una ‘escasez de
mercaderías’, que aun en la Alemania de 1923, después que los
precios se habían elevado cientos de billones de veces, los altos
funcionarios y millones de alemanes le echaban la culpa de todo a
una ‘escasez general de mercaderías’ cuando en esa misma época,
los extranjeros iban a comprar productos alemanes con oro y con sus
propias monedas a precios más bajos que los que tenían las mismas
mercaderías en sus respectivos países”.
116 Sennholz, Hans, Tiempos de Inflación, op. cit., pp. 37-38.
117 Mises, Ludwig, La Teoría del Dinero y del Crédito, op. cit., pp.
220-221.
118 Mises, Ludwig, Planificación para la Libertad y otros ensayos, op.
cit., pp. 106-107.
119 Mises, Ludwig, La Teoría del Dinero y del Crédito, op. cit., p. 223.
120 Hazlitt, Henry, op. cit., p. 20.
121 “Los productores con más altos costos se irán de ese mercado y
utilizarán sus medios de producción para la fabricación de otros
bienes no afectados por los precios máximos. La interferencia
gubernamental sobre el precio de un bien restringe la oferta
disponible para el consumo. Este resultado es contrario a las
intenciones que originaron los precios máximos. El gobierno quería
que la gente tuviera más fácil acceso a los artículos controlados,
pero su intervención trajo aparejada la disminución de la producción
y oferta de bienes” (Mises, Ludwig, Planificación para la Libertad y
otros ensayos, op. cit., p. 103)
122 Benegas Lynch (h), Alberto, Fundamentos de Análisis Económico,
op. cit., p. 136.
123 Respecto de sus discusiones con Keynes, señalaba Hayek en
1975: “Me he reprochado muchas veces por no haber seguido
combatiendo esa doctrina después de que gasté mucho tiempo y
energías criticando la primera versión del aparato teórico de
Keynes… Cuando se vio que la nueva versión de sus ideas –la Teoría
General de 1936- conquistaba a la mayoría de la opinión profesional
y cuando comprobé que algunos de sus colegas a los que más
respetaba apoyaban el acuerdo, completamente keynesiano, de
Bretton Woods, abandoné el debate, porque proclamar mi
disconformidad con lo que se había convertido en una falange
ortodoxa, casi unánime, me hubiera privado de audiencia en otros
temas que, por aquel entonces, me interesaban más” (Hayek,
Friedrich A., Ensayos de Teoría Monetaria II -Obras Completas, Vol.
VI-, op. cit., pp. 172-173).
124 Una exposición de las críticas de Hayek a la posición de Keynes
justificando la emisión monetaria como forma de generar pleno
empleo y bienestar económico, pueden verse en: Hayek, Friedrich A.,
“La campaña contra la inflación Keynesiana”, en Nuevos Estudios en
Filosofía, Política, Economía, e Historia de las Ideas, op. cit., pp. 241-
286.
125 https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/la-descomunal-
falsificacion-libras-nazis-buscaron-quebrar-nid2514896/
126 Jevons, W.S., Money and the Mechanism of Exchange, F.S. King,
London, 1875, International Scientific Series, vol. 17, p. 65; citado
por Hayek, Friedrich A., “La Desnacionalización del Dinero”, op. cit.,
p. 212.
127 Friedman, Milton y Rose, Libertad de elegir, op. cit., pp. 424-425
128 Friedman, Milton and Rose, Libertad de elegir. Hacia un nuevo
liberalismo económico, Ed. Grijalbo, Barcelona, 1980, pp. 348-351.
129 White, Andrew, Money and Banking, Ginn & Co., Boston, 1896,
pp. 4 y 6.
130 White, Andrew, op. cit., pp. 8-10.
131 Nettels, C.P., The Money Supply of the American Colonies before
1720, University of Wisconsin, Madison, 1934, p. 213.
132 Friedman, Milton and Rose, Libertad de elegir. Hacia un nuevo
liberalismo económico, op. cit., p. 351.
133 Kent, Roland, “The Edict of Diocletian Fixing Maximum Prices”,
The University of Pennsylvania Law Review, 1920; citado por
Schuttinger, Robert L. y Butler, Eamonn F., 4000 años de controles
de precios y salarios, Unión Editorial, Buenos Aires, 2016, p. 38-39.
134 Bodin, Jean, Los seis libros de la República, Tecnos, Madrid,
1985, pp. 266 y ss.
135 La moneda de vellón era comúnmente conocida como la
“blanca”, y estaba compuesta, para fines del siglo XV, por 1.17
gramos de cobre y 0.03 de plata. Distintas manipulaciones de su
contenido por ambos monarcas llevaron a que, para 1603, la
moneda contuviera sólo 0.41 grs. de cobre. Es decir que en un siglo,
los monarcas terminaron robándole a la población 0.76 gramos de
cobre y 0,03 gramos de plata por cada moneda que circulaba en el
reino.
136 Juan de Mariana, Tratado y Discurso sobre la Moneda de Vellón
[1609], Ed. Deusto, Value School, Instituto Juan de Mariana, Madrid,
2017.
137 Smith, Adam, Investigación sobre la naturaleza y causa de la
riqueza de las Naciones, Fondo de Cultura Económica, México, 1958,
p. 29.
138 Mises, Ludwig, La Acción Humana, op. cit., p. 922.
139 Hazlitt, Henry, Lo que debemos saber sobre la inflación, Unión
Editorial, Madrid, 2021, p. 11.
140 Mises, Ludwig, “La inflación y el control de precios”, en
Planificación para la Libertad y otros ensayos, op. cit., p. 111.
141 Es un peligro similar al ocurrido con otros desarrollos
tecnológicos que luego fueron regulados por el Estado. Por ejemplo,
la irrupción de UBER en muchas ciudades ocurrió de un modo casi
clandestino, no regulado e incluso prohibido por la ley, desafiando al
control de los políticos y la ira de los taxistas que estaban sometidos
a miles de regulaciones que los conductores de UBER no padecían
(en lugar de apuntar los cañones contra sus verdaderos enemigos –
los funcionarios del gobierno-, la emprendieron contra los
conductores de UBER). Mientras UBER era ilegal, y no estaba
sometido a ninguna regulación, sus precios eran bajos y su servicio
eficiente. La paulatina “legalización” de este tipo de plataformas va
trayendo aparejada la regulación estatal, los impuestos, los
controles, y en definitiva los mismos padecimientos que sufren los
taxistas, lo que podrá redundar en precios más altos y peores
servicios, dejando sólo como ventaja el avance tecnológico en
cuanto a la contratación (algo que en realidad ya usan los propios
taxis).
142 Mises, Ludwig, La Teoría del Dinero y del Crédito, op. cit., p. 235.
143 Mises, Ludwig, op. cit., p. 237.
144 Rothbard, Murray N., The mistery of banking, Richardson &
Sinder, New York, 1983, p. 109.
145 Respecto de Mises, es necesario aclarar que en La Acción
Humana, publicado en 1949, expresamente se volcó a favor de los
sistemas bancarios y monetarios libres, y explicó extensamente sus
ventajas, para concluir que “sólo la banca libre puede evitar, en la
economía de mercado, las crisis y las depresiones” (op. cit., p. 531).
146 Rothbard, Murray N., The mistery of banking, op. cit., p. 109 en
nota al pie.
147 Ibid.
148 Op. cit., p. 114.
149 Op. cit., p. 114-115.
150 Benegas Lynch (h), Alberto, Fundamentos de Análisis Económico,
op. cit., pp. 273-274.
151 Este es un buen ejemplo de la diferente visión del derecho de
propiedad según lo analicen los economistas o los juristas. Respecto
de esta diferencia ver: Rojas, Ricardo Manuel, La propiedad. Una
visión multidisciplinaria e integradora, Unión Editorial, Madrid, 2021,
pp. 177 y ss.
152 Broseta, Manuel y Martínez Sanz, Fernando, Manual de Derecho
Mercantil, Ed. Tecnos, Madrid, ed. 18ª, Volumen II, p. 268.
153 Huerta de Soto, Jesús, Dinero, crédito bancario y ciclos
económicos, Unión Editorial, Madrid, 2009, pp. 12-13. Las negritas
fueron agregadas. En el párrafo transcripto, Huerta de Soto admite
que el banco recibe el dinero en propiedad, pero hace salvedades
respecto del riesgo de que el dinero sea pedido por el cliente una
vez que el banco se lo prestó a un tercero. Creo que el derecho
jurídico del banco sobre el dinero y el riesgo económico que puede
generar su préstamo, son asuntos distintos, con soluciones distintas.
154 Si hay un caso puntual interesante para el análisis, que fue la
consecuencia -especialmente para España- de la llegada de grandes
cantidades de oro provenientes de América, que tuvieron su impacto
en el valor de la moneda.
155 Keynes, John M., Teoría General de la Ocupación, el Interés y el
Dinero, Fondo de Cultura Económica, México, 1965.
156 Schumpeter consideró a esta obra de Keynes como “el mayor
éxito literario económico de nuestra época” (Schumpeter, Joseph A.,
Historia del Análisis Económico, Ariel Economía, Barcelona, 1995, p.
1266). Paul Samuelson, uno de sus mayores difusores, dijo de la obra
de Keynes: “Es prácticamente imposible para los estudiantes
contemporáneos darse plena cuenta que de lo que correctamente ha
sido llamado la ‘Revolución Keynesiana’ para aquellos de nosotros
que hemos sido educados en la tradición ortodoxa. Haber nacido
como un economista después de 1936 fue una bendición…
Finalmente, y probablemente lo más importante desde el punto de
vista del largo plazo, el análisis keynesiano comenzó a filtrarse a los
libros de texto y, como todo el mundo sabe, una vez que una idea se
introduce en ellos, por muy mala que sea, se transforma
prácticamente en inmortal” (Samuelson, Paul, The New Economics,
Seymour Harris Ed., 1948; citada por Sola, Juan Vicente, “Las
consecuencias institucionales del modelo keynesiano”, en Revista de
Análisis Institucional N° 1, Fundación Friedrich A. von Hayek, Buenos
Aires, 2007, p. 92.
157 Friedman, Milton and Rose, Libertad de elegir. Hacia un nuevo
liberalismo económico, op. cit., p. 369.
158 El actual gobierno argentino -uno de los países con mayor
tradición inflacionaria en los últimos 60 años- ha invocado como
lema de campaña política que hay que “poner dinero en el bolsillo de
la gente”, pretendiendo que ello reactivará la economía. Con ese
argumento ganó las elecciones. Un año más tarde explotó la
inflación.
159 Sennholz, Hans, Tiempos de Inflación, op. cit., p. 26-27.
160 Este argumento según el cual el incremento en la presión
tributaria lleva a una disminución en la recaudación como
consecuencia de la elasticidad de la demanda, fue popularizado por
el economista Arthur Laffer, y conocido como “curva de Laffer”.
La explicación de Laffer ha encontrado algunas resistencias entre los
economistas. Sin embargo, el principio vinculado con la respuesta
del mercado al incremento de los impuestos parece incontrastable.
Juan Ramón Rallo sostiene que quizá sería más claro su punto si en
lugar de “curva de Laffer” se hablara de “punto de saturación de
Laffer”, aquel tipo impositivo cuyo incremento es incapaz de
incrementar la recaudación
(https://web.archive.org/web/20180621093445/http://juanramonrallo
.com/2013/05/olvidense-de-laffer/index.html).
El propio Laffer señala que el concepto es bien conocido desde hace
mucho tiempo, y en tal sentido menciona al filósofo musulmán Ibn
Khaldun, quien escribió en el siglo XIV, en su obra The Muqaddimah:
“Debe saberse que al comienzo de la dinastía, los impuestos
generan grandes ingresos a partir de pequeñas contribuciones. Al
final de la dinastía, los impuestos producen un pequeño ingreso de
grandes cuotas”. ( https://www.heritage.org/taxes/report/the-laffer-
curve-past-present-and-future)
161 Friedman, Milton and Rose, Libertad de elegir. Hacia un nuevo
liberalismo económico, op. cit., p. 365.
162 Mises, Ludwig, La Teoría del Dinero y del Crédito, op. cit., p. 198.
163 Un ejemplo de esto es el que se produjo en Argentina durante
los años ‘90, y que dieran lugar a la crisis producida en 2001.
Cuando el Presidente Menem asumió la presidencia Argentina en
1989 en medio de una hiperinflación y caos económico, inició –tras
algunas vacilaciones-, un claro proceso de saneamiento. En materia
monetaria, la Convertibilidad con el dólar implantada desde 1991,
ató la posibilidad de emitir pesos a que existieran previamente
dólares de respaldo. Ello tranquilizó al mercado y mantuvo
inicialmente limitada la emisión de pesos. Sin embargo, los
presupuestos continuaron siendo deficitarios, cada presupuesto
preveía un déficit que debía ser cubierto con endeudamiento. Se
tomaron créditos para cubrir el déficit y los intereses de créditos
previos, lo que produjo dos efectos: se creó una bola de
endeudamiento externo, y se justificó la emisión monetaria para
cubrir el déficit, toda vez que se emitieron pesos contra aquellos
dólares que ingresaban como préstamos del exterior o de algunas
privatizaciones de empresas estatales. Mientras tanto, se pretendía
que el respeto a la convertibilidad impediría un rebrote de inflación o
un quiebre económico como consecuencia de las distorsiones en los
precios que todo esto provocaba.
El diputado liberal Alvaro Alsogaray, que era asesor honorario del
Presidente Menem y a la vez defensor del sistema en general,
aunque no de la implementación de varios de sus aspectos, alertó
sobre las consecuencias que produciría esa situación de incrementar
el déficit del presupuesto y cubrirlo con endeudamiento. Votó en
contra de todos los presupuestos entre 1992 y 1999, debido a su
oposición a que se legalizara el déficit que tales presupuestos
contenían. Al discutirse el último presupuesto en que intervino como
diputado, el de 1999, vaticinó que si no se revertía esa situación en
dos años podría explotar la economía. Eso ocurrió en 2001 (ver
Rojas, Ricardo Manuel; Guido, Pablo, Alvaro Alsogaray. Sus ideas y
acción legislativa, Unión Editorial, 2021, pp. 169 y ss.).
164 En estos momentos se desarrollan los tramos finales de una de
las causas seguidas a la ex presidente Kirchner por actos de
corrupción. En su alegato, el Fiscal señaló como cierre del círculo de
corrupción la desprolijidad al momento de discutirse las cuentas de
inversión de cada presupuesto. Nunca se llevaron a cabo en término,
y consistieron en meros actos de aprobación formal en conjunto, que
se hacían de a tres períodos juntos, sin ningún rigor contable. De
este modo se convalidaron muchos pagos efectuados con dinero
estatal, sin verificar que tuvieran su correlato en las previsiones del
presupuesto.
165 Por ejemplo, que haya gente que deje de recibir subsidios, o que
deje de venderle productos al Estado, o a quienes no se renovarán
sus contratos con el gobierno, que no recibirán créditos baratos, que
no podrán licuar sus deudas por la inflación, recesión en general,
etc. Todo lo cual genera malestar en la gente, lo que no suele ser del
agrado de los políticos.
166 Friedman, Milton and Rose, Libertad de elegir. Hacia un nuevo
liberalismo económico, op. cit., p. 372. Este punto permite recordar
al gobierno de Mauricio Macri en Argentina, que heredó una alta
inflación del gobierno anterior, y tanto en su campaña como en los
primeros tiempos de su gobierno señaló que la inflación no era un
problema, que era muy sencilla de eliminar. Muchos pensaron que al
tener un diagnóstico correcto, aplicaría las medidas necesarias para
eliminar un problema que, en efecto, no era difícil de eliminar. Sin
embargo, lejos de dejar de emitir, bajar el gasto público, fomentar la
inversión y otorgar seguridad a la propiedad, mantuvo todo tal cual
estaba, con controles de precios y alquileres, y anunciando un plan
“gradual”, y terminó con una inflación superior a la heredada, y
endeudándose ante el Fondo Monetario Internacional para poder
cubrir sus gastos hasta cumplir el mandato.
167 Mises, Ludwig, La Teoría del Dinero y el Crédito, op. cit., p. 201.
Un ejemplo interesante sobre los efectos nocivos del gradualismo
para combatir la inflación, es el del gobierno de Macri en Argentina a
partir del 2015. Tras adoptar algunas medidas correctas como la
liberación del precio de las divisas, no fue igualmente enérgico con
la reducción del gasto, y anunció un plan “gradual” de reducción de
la inflación, que generó desconfianza. Finalmente ese gradualismo
jamás existió, y tan solo se sustituyó el financiamiento del déficit
que hasta entonces se hacía fundamentalmente con emisión, por el
endeudamiento externo. Macri, tras ganar holgadamente las
elecciones de medio término, inició casi de inmediato una caída en
su popularidad y en su gobierno, que lo llevó a perder las elecciones
presidenciales dos años después.
168 Friedman, Milton and Rose, Libertad de elegir. Hacia un nuevo
liberalismo económico, op. cit., p. 381.
169 Friedman, Milton, Paro e inflación, Unión Editorial Argentina,
2012, p. 178.
170 Friedman trató extensamente estos dos puntos en dos trabajos
especialmente: Un programa de estabilidad monetaria y reforma
bancaria, Deusto, Bilbao, 1962, cap. 4; y Libertad de Elegir (junto a
Rose Friedman), op. cit., capítulos 9 y 10.
171 Hazlitt, Henry, Lo que debemos saber sobre la inflación, op. cit.,
p. 23.
172 Friedman, Milton and Rose, Libertad de elegir. Hacia un nuevo
liberalismo económico, op. cit., p. 372.
173 Sennholz, Hans, Tiempos de Inflación, op. cit., pp. 21-22.
174 Señalaba Alberdi respecto del papel moneda emitido y puesto a
circular por el gobierno: “Mientras el gobierno tenga el poder de
fabricar moneda con simples tiras de papel que nada prometen, ni
obligan a reembolso alguno, el poder omnímodo vivirá inalterable
como un gusano roedor en el corazón de la Constitución misma”
(Sistema Económico y Rentístico de la Confederación Argentina
según su Constitución de 1853, EUDEBA, Buenos Aires, 1979).
175 Sennholz, Hans, Tiempos de Inflación, op. cit., p. 26.
176 Decía Juan Bautista Alberdi, al explicar los principios económicos
de la Constitución argentina de 1853: “En el interés de la libertad,
conviene no olvidar que son unos mismos los principios que
gobiernan el gasto público y el gasto privado, pues no son gastos de
dos naturalezas, sino dos modos de un mismo gasto, que tiene por
único sufragante al hombre en sociedad…” (Alberdi, Juan Bautista,
Sistema Económico y Rentístico de la Confederación Argentina según
su Constitución de 1853, EUDEBA, Buenos Aires, 1979, p. 178).
Más adelante agrega: “Todo dinero público gastado en otros objetos
que no sean los que la Constitución señala como objetos de la
asociación política argentina, es dinero malgastado y malversado.
Para ellos se destina el Tesoro público, que los habitantes del país
contribuyen a formar con el servicio de sus rentas privadas y sudor.
Ellos son el límite de las cargas que la Constitución impone a los
habitantes de la Nación en el interés de su provecho común y
general” (op. cit., pp. 333-334).
177 En la misma obra señalaba Alberdi respecto del papel moneda
emitido y puesto a circular por el gobierno: “Mientras el gobierno
tenga el poder de fabricar moneda con simples tiras de papel que
nada prometen, ni obligan a reembolso alguno, el poder omnímodo
vivirá inalterable como un gusano roedor en el corazón de la
Constitución misma” (ibid).
178 Sennholz, Hans, Tiempos de Inflación, op. cit., p. 25.
179 Sennholz, Hans, Tiempos de Inflación, op. cit., p. 23.
180 Como popularizó Lord Acton, en una carta al Arzobispo Mandell
Creighton el 5 de abril de 1887: “El poder tiende a corromper, y el
poder absoluto corrompe absolutamente” (Dalberg-Acton, John
Emerich Edward, Historical Essays and Studies, Mac Millan, London,
1919, p. 504.
181 Rothbard, Murray N., ¿Qué le hizo el gobierno a nuestro dinero?,
op. cit., pp. 50-51. En su nota Rothbard cita a Read: “El gobierno no
debería tener que hacer con la moneda más de lo que tiene que ver
con las etiquetas de remedios patentados. La tarea del gobierno
consiste en reprimir el fraude y el engaño tanto en un caso como en
el otro” (Read, Leonard E., Government, An Ideal Concept, F.E.E.,
New York, 1954, p. 83).
182 Hayek, Friedrich A., “La desnacionalización del dinero”, op cit, p.
187.
183 Este trabajo se basó, a su vez, en una conferencia dada en la
Geneva Global and Monetary Conference el 25 de septiembre de
1975 en Lausana, Suiza, bajo el título de “International Money”,
publicada inicialmente como folleto por el Institute of Economics
Affairs en 1976 y luego incluida con el título de: “Un medio para
acabar con la inflación: La libre elección de moneda” en los Nuevos
Estudios de Filosofía Política, Economía e Historia de las Ideas (Unión
Editorial, Madrid, 2007, pp. 271 y ss.).
184 Hayek, Friedrich A., “La Desnacionalización del Dinero”, op. cit.,
p. 192.
185 Hayek, Friedrich A., “La Desnacionalización del Dinero”, op. cit.,
p. 194.
186 Hayek, Friedrich A., op. cit., p. 197.
187 Op. cit., p. 223.
188 Mencionaba Hayek en este sentido a los trabajos de: Benjamin
Klein, “The Competitive Supply of Money”, Journal of Money, Credit
and Banking, noviembre de 1974; Gordon Tullock, “Paper Money –A
Cycle in Cathay”, Economic History Review, abril de 1957, pp. 393-
407; Gordon Tullock, “Competing Monies”, Money Credit and
Banking, noviembre de 1967, pp. 521-525. Con posterioridad al
trabajo de Hayek pueden mencionarse: George A. Selgin y Lawrence
N. White, “How Would the Invisible Hand Handle Money’”, Journal of
Economic Literature, vol. 32, diciembre de 1994, pp. 1718-1749;
Milton Friedman y Anna J. Swartz, “Has Government Any Role in
Money?”, Journal of Monetary Economics, vol. 17, 1986, pp. 37-62
(ver Hayek, Friedrich A., “La desnacionalización del dinero”, op. cit.,
p. 188).
189 Op. cit., pp. 196-197.
190 Mientras escribo este trabajo, veo que en varios países europeos
se quejan de que en el último año los precios de los productos
básicos han sufrido un incremento de aproximadamente un 8%.
Curiosamente en varios países de estructuras económicas distintas,
diferentes niveles de productividad y PBI, la queja sobre el
incremento de los precios promedio es similar, y los porcentajes
coinciden. Todos le echan la culpa a distintos factores exógenos: la
invasión rusa a Ucrania, la consecuente suba del precio de los
combustibles, la pandemia de Covid19 y sus consecuencias en
disminución de la actividad económica, etc. Sin embargo, lo que
vincula a todos esos países en lo que hace al incremento de los
precios es un elemento muy claro y que afecta a todos por igual con
independencia de sus particularidades: usan la misma moneda,
emitida e impuesta por una única autoridad supranacional. No es
sorprendente entonces que todos se quejen de un similar
“incremento en los precios”.
191 Machlup, Fritz, “El concepto de inferioridad de las ciencias
sociales”, en Libertas n° 7, octubre de 1987.
192 Mises, Ludwig, La Acción Humana , Unión Editorial, Madrid,
2008, p, 1,
193 Hayek, Friedrich A., Estudios de Filosofía, Política y Economía,
Unión Editorial, Madrid, 2007, p. 74. Mises explicó que dicho
desarrollo se debió a la aplicación de la ciencia de la acción humana,
praxeología, en la tarea de buscar conocimiento universalmente
válido en el campo económico, lo que no sucedió con otras áreas de
las ciencias sociales (Mises, Ludwig, Problemas epistemológicos de la
economía, Unión Editorial, Madrid, 2013. p. 48).
194 Señalaba Mises que “en el campo del conocimiento
praxeológico, ni el éxito ni el fracaso hablan un lenguaje claro, que
todos puedan entender. La experiencia derivada exclusivamente de
los fenómenos complejos no evita las interpretaciones basadas en
los simples buenos deseos. La ingenua propensión del hombre a
atribuir omnipotencia a sus pensamientos, aunque sean confusos y
contradictorios, nunca recibe la refutación clara y precisa de la
experiencia. El economista no puede refutar las fantasías y
falsedades económicas en la forma en que el doctor refuta a los
curanderos y charlatantes. La historia habla sólo a aquellos que
saben cómo interpretarla a base de teorías correctas” (Mises,
Ludwig, La Acción Humana, op. cit., p. 1020).
195 “South vs. Maryland” (1856), citado por Morgan O. Reynolds,
Using the prívate sector to deter crime, National Center for Policy
Analysis, Texas, march 1994, p. 6. En un sentido similar, un siglo más
tarde señaló la Corte Superior de New York en 1968 que una víctima
que había sido atacada luego de buscar la protección policial que no
estaba disponible en ese momento, no tenía un derecho a tal
protección. La Corte se negó a reconocer tal derecho afirmando que
sería imponer una insostenible carga económica al gobierno. La
mayoría de las cortes federales y estaduales han coincidido con esta
idea (ver Rojas, Ricardo Manuel, Las Contradicciones del Derecho
Penal, Ed. Ad Hoc, Buenos Aires, 2000, p. 55).
196 “Browers vs. De Vito” U.S. Court of Appeals, Seventh Circuit, 686
F. 2d 616 (1982); citado por Morgan O. Reynolds, op. cit., p. 7.
197 444 A 2d 1 (D.C. Ct of Ap. 1981; citado por Bruce Benson, To
serve and protect, New York University Press, 1998, p. 180.
198 Rojas, Ricardo Manuel, Las contradicciones del derecho penal,
op. cit., p. 56.
199 La Constitución Argentina de 1853-60, al regular el mandato
presidencial, se refería a él como un “empleo”, dándole al Presidente
calidad de “empleado”. Curiosamente la reforma de 1994 sustituyó
“empleo” por “función”, probablemente para jerarquizarlo.
200 Sobre el desarrollo histórico de las distintas variantes de
juzgamiento de los actos de la administración pública, puede
consultarse: Bosch, Jorge Tristán, ¿Tribunales Judiciales o
Administrativos para juzgar a la Administración?, Zabalía Editor,
Buenos Aires, 1951.
201 “Todo se habría perdido si el mismo hombre, la misma
corporación de próceres, la misma asamblea del pueblo ejerciera los
tres poderes: el de dictar las leyes, el de ejecutar las resoluciones
públicas y el de juzgar los delitos o los pleitos entre particulares”
(Charles de Secondant, Barón de la Bréde y de Montesquieu, De
l’esprit des lois, Garnier, París, 1926, Tomo 1, pp. 224 y ss.).
202 Hamilton, Alexander; Madison, James; Jay, John, The Federalist
papers, Bantam Books, New York, 1988, n° XLVII
203 James Madison en El Federalista N° XLVII.
204 Rojas, Ricardo Manuel, Elementos de Teoría Constitucional. Una
propuesta para Cuba, op. cit., p. 94.
205 Bosch, Jorge Tristán, Ensayo de interpretación de la doctrina de
separación de poderes, Seminario de Ciencias Jurídicas y Sociales,
Universidad Nacional de Buenos Aires, 1944. Citado por Rojas,
Ricardo Manuel, Análisis Económico e Institucional del Orden Jurídico,
op. cit., p. 246.
206 Un ejemplo en ese sentido, es la invocación de la voluntad
popular para superar limitaciones constitucionales. Así, se ha
invocado la soberanía popular y la legitimación por la mayoría, para
proponer que un presidente que constitucionalmente no puede ser
reelecto, pueda superar esa prohibición y presentarse nuevamente a
elecciones cuando el “pueblo” así lo pida. El argumento es que la
voluntad popular expresada en urnas no puede ser limitada por
constituciones o leyes.
207 Rojas, Ricardo Manuel, Análisis Económico e Institucional del
Orden Jurídico, op. cit., p. 246-247.
208 Loewenstein, Karl, Teoría de la Constitución, Ariel, Barcelona,
1979, pp. 55 y ss..
209 Sánchez González, Santiago y Mellado Prado, Pilar, Fundamentos
de derecho político, Universidad Nacional de Educación a Distancia,
Madrid, 1993, p. 153; citado por Midón, Mario A. R., Decretos de
necesidad y urgencia en la Constitución nacional y los
ordenamientos provinciales, La Ley, Buenos Aires, 2001, p. 11.
210 5 U.S. 137 (1803).
211 “Cullen vs. Llerena”, Fallos 53:420 (1893). En el caso se trataba
de la revisión del procedimiento de sanción de una ley de
intervención federal. La mayoría de la Corte estimó que no
correspondía al Tribunal examinar la interpretación y aplicación que
las Cámaras del Congreso dieron al artículo 71 (hoy 81) de la
Constitución Nacional. Por el contrario, la disidencia del Juez Varela
circunscribió las cuestiones políticas, en principio, sólo a las
cuestiones de soberanía (Gelli, María Angélica, Constitución de la
Nación Argentina. Comentada y Concordada, La Ley, 2006, p. 964).
212 Gelli, María Angélica, op. cit., p. 965.
213 Rojas, Ricardo Manuel, La decisión judicial y la certidumbre
jurídica, Unión Editorial, Madrid, 2018, pp. 123-124.
214 Ver, entre la profusa bibliografía de este constitucionalista:
Bidart Campos, Germán José, Manual de Derecho Constitucional
Argentino, Ediar, Buenos Aires, 1974, pp. 780 y ss.
215 Disidencia del juez Harland en “Baker vs. Carr” 369 U.S. S. Ct.
691, 7 L.Ed. 663 (1962). Traducción y notas críticas de la sentencia
en: Miller, Jonathan, Gelli, María Angélica, Cayuso, Susana,
Constitución y Poder Político, Ed. Astrea, Buenos Aires, 1987, T. 1, pp.
173 y ss. Gelli, María Angélica, op. cit., p. 966.
216 Alberdi, Juan Bautista, Sistema Económico y Rentístico de la
Confederación Argentina según su Constitución de 1853, op. cit., pp.
54-55.
217 Se pueden mencionar dos casos muy conocidos, como ejemplo
de esta doctrina de la Corte Suprema en los primeros tiempos. En
ellos quedó claro que los intereses o conveniencias económicas del
Estado no podían prevalecer por sobre los derechos de los
individuos.
1. Uno de ellos es el caso de “Municipalidad de Buenos Aires vs.
Elortondo, Isabel s/ expropiación”, fallado el 14 de abril de 1888
(Fallos: 33:162). Por ley de expropiación de 1884, se dispuso que
para la construcción de la Avenida de Mayo, que tendría 30 metros
de ancho y estaba destinada a unir la Casa de Gobierno con el
Congreso Nacional, se autorizaba no sólo a la expropiación del
terreno destinado a construir la avenida, sino los terrenos lindantes,
que hasta entonces separaban las calles Rivadavia y Victoria. El
propósito era que con la futura venta de esos terrenos, al mayor
valor adquirido luego de la construcción de la avenida, el gobierno
podría financiar la obra.
Lo que se discutió no fue la utilidad pública de la obra en sí, sino su
extensión a la expropiación de los terrenos, cuya finalidad ya no
tenía que ver con la obra, sino con un negocio del propio Estado que
le permitiera financiarla. La Corte comenzó diciendo: “Que la teoría
fundamental de la expropiación por utilidad pública… no se extiende
a nada más que a autorizar la ocupación de aquella parte de la
propiedad privada que sea indispensable a la ejecución de la obra o
propósito público de que se trate, no pudiendo ir nunca más allá, ni
cumplirse en consecuencia respecto de bienes que no sean
necesarios a aquellos fines… Que es de la misma noción, que
tampoco puede verificarse con propósitos meramente de
especulación o a objeto de incrementar las rentas públicas, o sea, no
en razón de una utilidad pública general o comunal en sentido legal
y propio de la palabra, sino de una utilidad pecuniaria y meramente
privada del Estado y sus corporaciones, ni llevarse a cabo aun
cuando la obra sea útil y conveniente a los intereses sociales, si
puede ejecutarse aquella, o dado atender a éstos, sin recurrir a la
expropiación o por otros medios que ésta”. Consecuentemente, y
tras una extensa explicación sobre los límites a la expropiación,
declaró inconstitucional la ley en tanto declaraba de utilidad pública
y sujetas a expropiación las parcelas adyacentes a la avenida en sí.
2. El otro fallo que quisiera recordar es: “Hileret c/ Provincia de
Tucumán”, del 5 de septiembre de 1903 (Fallos: 98:20). En el caso se
cuestionaba la constitucionalidad de un impuesto a la producción de
azúcar en la Provincia de Tucumán, que imponía una fuerte suba a
partir de determinada cantidad de azúcar producida. La finalidad de
la ley era regular la producción, evitando que los precios bajaran, en
perjuicio de los pequeños productores, para lo cual desalentaban la
producción de los grandes ingenios, al gravarlos con fuertes
impuestos cuando superaban determinada cantidad de toneladas. La
Corte comenzó sosteniendo que la cuestión debía ser examinada
desde el punto de vista jurídico y constitucional y no de la
conveniencia económica, recordando que las leyes que reglamentan
el ejercicio de los derechos, según el artículo 14, tienen por límite lo
consignado en el artículo 28, es decir, que no se puede a través de
la reglamentación, alterar esos derechos. Se basó en citas de Alberdi
al respecto. Entendió en tal sentido que un impuesto que equivalía a
una cantidad superior que el propio precio del producto en el
mercado, alteraba el derecho de propiedad y el ejercicio de la
industria con franca lesión a las libertades individuales protegidas
por la Constitución. Del mismo modo, ese tributo tan elevado para
los más productivos, establecía una desigualdad que también
lesionaba el principio rector del artículo 16 de la Constitución.
La Corte concluyó que si se admitieran estos argumentos de
conveniencia política para alterar derechos individuales “no habría
industria alguna […] que no pudiera ser coartada o impedida
transitoria o indefinidamente”. Si se aceptase la reglamentación
impuesta a la producción del azúcar, esta podría extenderse a todas
las actividades industriales hasta que la vida económica del país
“quedaría confiscada en manos de legislaturas o congresos que
usurparían, por ingeniosos reglamentos, todos los derechos
individuales […] hasta caer en un comunismo de Estado en que los
gobiernos serían los regentes de la industria y del comercio, y los
árbitros de capital y de la propiedad privada” (cons. 23).
218 Rojas, Ricardo Manuel, La decisión judicial y la certidumbre
jurídica, Unión Editorial, Madrid, 2018, pp. 114 y ss. Ver también:;
Ymaz, Esteban y Rey, Ricardo, El recurso extraordinario,
Jurisprudencia Argentina, Buenos Aires, 1943, pp. 40 y ss.
219 Rojas Ricardo Manuel, La decisión judicial y la certidumbre
jurídica, op. cit., p. 115.
220 Según resolvió la Corte Suprema en Fallos: 322:528. Apoyó esta
afirmación en el precedente de la Corte Suprema de Estados Unidos
“Flast vs. Cohen” (392 U.S. 83) y la autoridad del Juez Antonin Scalia
(“The doctrine of standing as an essential element of the separation
of powers” 17 Suffolk University Law Review, 1983, p. 881).
221 Rojas, Ricardo Manuel, op. cit., pp. 117-118.
222 Núñez, Ricardo C., Tratado de Derecho Penal, Ed. Lerner,
Córdoba, 1992, T. V, Vol. II, p. 18.
223 Creus, Carlos, Derecho Penal. Parte Especial, Astrea, Bs. As.,
1993, T. 2, p. 217.
224 De este modo, a los efectos de la ley penal, se equiparan los
funcionarios y los empleados públicos, no se hacen distinciones
como ocurre en la esfera administrativa. Núñez aclara el concepto
diciendo: “Una persona participa del ejercicio de funciones públicas
si el Estado ha delegado en ella, de jure o de facto, de modo
exclusivo o en participación con otras, la facultad de expresar o
ejercer la voluntad estatal en el ámbito de cualquiera de los tres
poder de gobierno nacional, provincial o municipal (conf. Carrera,
Peculado, Depalma, Buenos Aires, 1968, pp. 59 y ss). Puede tratarse
de funciones que implican poder de decisión o ejecución (actos de
autoridad) o que no lo implican y cuya finalidad es la de realizar
otros poderes o facultades estatales, como la fe pública, la
enseñanza pública o la salud pública” (Núñez, Ricardo C., op. cit., pp.
18-19).
225 En el contexto de la Constitución Argentina, por ejemplo, tal
facultad debería ser ejercida respetando la limitación contenida en el
artículo 28, en cuanto a que la reglamentación legal de esta facultad
no puede alterar los derechos y garantías que protegen a los
habitantes del país, en este caso, especialmente, el derecho de
propiedad.
226 Por ejemplo, la Constitución argentina de 1853-60 contiene dos
facultades otorgadas al Congreso en el artículo 67, incs. 5 y 10
(actuales incisos 6 y 11 del artículo 75). El primero de ellos faculta al
Congreso a “establecer y reglamentar un banco federal con facultad
de emitir moneda, así como otros bancos nacionales”; el segundo, a
“hacer sellar moneda, fijar su valor y el de las extranjeras, y adoptar
un sistema uniforme de pesos y medidas para toda la Nación”. Se ha
intentado fundar en estas cláusulas constitucionales el monopolio
estatal de la moneda de curso forzoso establecida por un banco
central. Pero como recordó González Calderón, respecto de la
primera cláusula, durante la discusión en la Convención
Constituyente de 1853, el miembro informante Benjamín Gorostiaga,
ante el pedido de explicaciones del convencional Zenteno, explicó
que “el banco emitiría billetes, mas no de circulación forzosa”.
Agregó el constitucionalista: “Estaban muy lejos del espíritu del
miembro informante, como se ve, las crisis políticas y financieras del
país que poco después impondría esa ‘circulación forzosa’ no
prevista en la tan lacónica respuesta pre-transcripta… El texto no lo
dice y no hay motivo alguno que induzca a creerlo” (González
Calderón, Juan A., Curso de Derecho Constitucional, Ed. Kraft, Buenos
Aires, 1963, pp. 430-433).
Respecto de la otra cláusula, opinaba González Calderón: “El inciso
10 del artículo 67 no puede interpretarse como que el valor de la
moneda sea arbitrariamente fijado por el Congreso. La moneda, se
ha dicho acertadamente, es una mercancía…Su valor, pues, no
depende del mero capricho del legislador al poner sobre ella el sello
de la soberanía, sino del poder adquisitivo y cancelatorio que tenga
por su propia virtud. Lo que hace la ley al sellar la moneda es
garantizar bajo la fe del Estado que ella lo representa efectivamente
en el mercado de los cambios y las transacciones comerciales. Su
valor es, propiamente, fijado por el mismo fenómeno económico que
regulariza todos los demás valores y el precio de las demás
mercancías” (Op. cit., pp. 433-434). Citado por Benegas Lynch (h),
Alberto, Fundamentos de Análisis Económico, op. cit., pp. 306-309).
227 Un ejemplo claro de esto es la distribución de correspondencia.
La Constitución Argentina la estableció como función del gobierno,
porque se consideró, a mediados del siglo XIX, que esta actividad
esencial para las personas no podría ser satisfecha adecuadamente
por particulares. A tal punto se convirtió en actividad exclusiva del
Estado que en Argentina rigió hasta los años 90 la llamada “ley
monopólica postal”, que prohibía la distribución privada de
correspondencia más allá de las empresas autorizadas
expresamente como concesionarios que el Estado podía autorizar
cuando se viera superado y no pudiera prestar adecuadamente el
servicio. Hoy sería ridículo pensar que no se podría distribuir
correspondencia si el Estado no lo hace. Lo mismo ha sucedido con
las “empresas estatales” que monopolizaron la comunicación y la
producción y distribución de energía.
En el ámbito del dinero, las cryptomonedas están ocupando los
espacios que en los 90 ocuparon los e-mails para mostrar lo
innecesario de la intervención estatal, y probablemente en el futuro
se hable del monopolio monetario como un fósil, objeto de estudios
históricos.
228 Esta primera noción se atribuye a Filangeri, Gaetano, Scienza
della legislazione, Firenze, 1872, vol. II, p. 398.
229 Carrara, Francesco, Programa de Derecho Penal. Parte Especial,
Ed. Temis, Bogotá, 1996, T. IX, parag. 3356/3358.
230 Pessina, Enrico, Elementi dei Diritto Penale, Marghieri, Napoli,
1885, vol. III, n°294.
231 Manzini, Vicenzo, Trattato di Diritto Penale, Torino, 1947, vol. VI,
pp. 431 y ss.
232 Fontán Balestra, Carlos, Tratado de Derecho Penal. Parte
Especial, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1993, Tomo VII, pp. 493-494.
233 Von Liszt, Franz, Die fasche Aussage von Gericht oder öffentliher
Behorde, Graz, 1877, p. 10.
234 Lombardi, Giovanni, Dei delitti contro la fede pubblica, Milan,
1935, cap. II, n°9.
235 Binding, Karl, Lerbuch des gemeinen deutschen Strafrechts.
Besonderer Teil, Lepzig, 1902, T. II, par. 148, p. 119.
236 Fontán Balestra, Carlos, Tratado de Derecho Penal, op. cit., Tomo
VII, p. 150 y los autores allí citados.
237 Fontán Balestra, op. cit., p. 151.
238 En el derecho penal argentino esta figura genérica está incluida
en el art. 248 del Código Penal.
239 Creus, Carlos, Delitos contra la administración pública, Astrea,
Bs. As., 1981, p. 188.
240 Creus, Carlos, Delitos contra la administración pública, op. cit.,
p. 200; Soler, Sebastián, Derecho Penal Argentino, Ed. TEA, Buenos
Aires, 1992, Tomo V, p. 180. “El prevaricato, la corrupción, la
malversación, el allanamiento de morada y muchos otros, son
hechos todos ellos que presuponen la extralimitación de un
funcionario público; en una palabra: abuso de autoridad” (Soler,
ibid.).
241 Carrara, Francesco, Programa de Derecho Criminal. Parte
Especial, Ed. Temis, Bogotá, 1996, T. IX, pp. 156-157.
242 Creus, Carlos, Derecho Penal. Parte General, Ed. Astrea, Bs. As.,
1993, T. 2, p. 386.
243 Creus, Carlos, Derecho Penal. Parte General, op. cit., Tomo 2, p.
371.
244 Soler, Sebastián, Derecho Penal Argentino, op. cit., Tomo V, p.
391. En sentido similar: Creus, Carlos, Derecho Penal. Parte Especial,
op. cit., Tomo 2, p. 170; Fontán Balestra, Carlos, Tratado de Derecho
Penal, op. cit., Tomo VII, p. 523; Moreno, Rodolfo, El Código penal y
sus antecedentes, Buenos Aires, 1923, Tomo VI, p. 378.
245 Creus, Carlos, Derecho Penal. Parte General, op, cit., Tomo 2, p.
379
246 Mises, Ludwig, “La inflación y el control de precios”, The
Commercial and Financial Chronicle, 20 de diciembre de 1945, en
Planificación para la libertad y otros ensayos, op. cit., pp. 139-140.
CONTENIDO
I. Introducción 11
II. El dinero. Origen y evolución 23
1. La primitiva economía del trueque y el surgimiento del dinero 24
2. La evolución del dinero 29
3. La intervención estatal sobre el dinero. 38
4. La visión jurídica: el dinero como medio legal de pago 44
III. Dinero y precio 55
1. ¿Qué es un precio? 58
2. La vinculación de todos los precios. El factor competitivo
permanente 62
3. ¿Por qué varían los precios cuando la cantidad de dinero
permanece inalterada? 71
4. Precios y equilibrio 75
5. El precio del dinero. 79
6. La interferencia estatal en los precios 83
IV. La inflación 97
1. La distorsión deliberada del concepto de inflación 100
2. La inflación como “escasez de mercaderías” y los controles de
precios. 105
3. ¿Por qué la inflación es mala? 111
4. El daño que la inflación produce a la sociedad.
Un ejemplo históricode la inflación utilizada como arma de guerra.
114
5. ¿Es posible determinar la cantidad “razonable” de dinero que
se debería emitir? 118
V. La inflación en los distintos
1. La inflación en los sistemas de dinero natural no metálico. 125
2. La inflación en sistemas de dinero metálico. 129
3. La inflación en sistemas de dinero metálico convertible.
Las razones políticas de la inconvertibilidad 132
4. La inflación en sistemas de patrón oro cambio 133
5. La inflación en los sistemas de papel moneda estatal. 134
6. La inflación en el dinero virtual 137
VI. La inflación y el crédito. 141
1. Las distintas alternativas de préstamo de dinero de cuentas a la
vista. 143
2. La naturaleza de los “depósitos” a la vista bajo el sistema de
dinero fiat 150
3. Los límites a la “inflación” provocada por el crédito 158
VII. La responsabilidad estatal 163
por la inflación y cómo eliminarla 163
1. Motivos por los cuáles el gobierno produce inflación 166
2. ¿Cómo evitar o eliminar la inflación? 177
3. ¿Por qué no funcionan las limitaciones a la facultad estatal de
emitir dinero? 196
VIII. La responsabilidad de los
por sus actos 201
1. Funciones y límites a la labor de los agentes estatales 202
3. ¿Cómo se controlan los actos del gobierno? 207
4. Las cuestiones no justiciables. 211
5. La responsabilidad penal de los agentes del gobierno. 229
IX. La inflación como delito 233
1. ¿Por qué sancionar penalmente a los funcionarios que producen
inflación? 233
2. ¿Cuáles bienes jurídicos tutelados por la legislación penal
se ven afectados por la inflación? 238
3. La adecuada ubicación metodológica de la inflación en el Código
Penal 243
4. La inflación y su similitud con el cercenamiento de moneda 246
5. Las modificaciones extrapenales necesarias para que
la figura respete el principio de legalidad 250
6. Características del delito. 250
X. Conclusión
1. ¿Por qué corresponde castigar penalmente la inflación? 261
2. La creación de un nuevo tipo penal en el capítulo
de falsificación y adulteración de moneda y la reforma
a la ley que regula a la autoridad monetaria. 263
3. Una propuesta a ser discutida 265
Bibliografía 269
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