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Titulo original: Escribir lo que una quiere: Antología de poesía y cuento escrita por morras
Primera edición 19 de octubre 2022
Impreso en Zacatecas México
Edición y maquetación por Colectiv@ Cultural de Librer@s de Ocasión de Zacatecas (Librería el
Árbol, Libros Libres y Libros Gea)
Se permite el uso total y parcial de la presente antología
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La casa era muy linda, tenía un jardín enorme, por fin podría tener mis propias plantas
y no andar de puesto en puesto en los mercados y para mi buena suerte, justo enfrente
vivía Doña Licha; en la colonia no la querían, decían que se robaba a los gatos para hacer
sus encargos. Nunca presté atención, conmigo siempre fue muy amable y la única que
me ayudó. A los días, Valente dijo que con su sueldo bastaría y fue muy insistente en la
necesidad de que yo atendiera a cabalidad los quehaceres domésticos, ahora estábamos
casados. Lo tomé por el lado amable, pensé que así tendría más tiempo para dedicarme
al acomodo ideal de los muebles.
Doña Licha me había dado unas gotitas infalibles, Vuelve a mí, decía la etiqueta.
Me puse lencería y vertí siete gotas en el tarro de cerveza. Estaba tan borracho que ni
sabor le tomó. Pronto comenzó acariciarme y a besarme el cuello, apretó bruscamente
mis senos, se puso como loco; parecía que los ojos se saldrían de las cuencas, me tomó
del brazo y el golpe fue tan fuerte que me hizo perder el equilibrio, le supliqué que parara
pero después del primero, vinieron muchos más. --¿De dónde sacaste esa pinche ropa?
Todas las noches lloraba hasta quedarme dormida en el baño, quizá por eso estoy
seca. Ya no lloro; ni siquiera con los golpes; también eso me quitó. La vez que casi me
mata, me arrastré como pude a casa de Doña Licha, dios la tenga en su santa gloria, me
preparó un “amansa locos”, siempre me dijo que él tenía mala sangre, no sé porque no
la escuché. - Mija, llévatelo, ni te lo voy a cobrar. Es nomás pa’ que apacigües a esa bestia.
El cuerpo de Valente yacía en un canal, Marina sabía que las amenazas en noche
de luna siempre se cumplían, vació el “amansa locos” completo en el tarro exigido de la
noche; belladona. El arcano no dictó la sentencia, esta vez la suerte estaba echada por
Marina.
- ¿Se arrepiente?
- Nunca antes sentí tanta paz.
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Louise Michel
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Bajo de mi vestido
sólo quedan estos labios
que se deshojan en un suspiro
de faro entre la niebla
Peregrino
Sin temor
Veronica G. Arredondo
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a Tatei Haramara
a las diosas de vida
alas
sobrevuelan el firmamento
al fondo
manto acuífero de esta cama
pétalos de tu ropa interior
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Rebeca M. Aragón
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La epidemia de las quemadas se expandió hasta mi país. No obstante, el método cambió. Allá
en el sur usaban ramas, keroseno, fuego… acá en el norte usaron ácido, primero ellos, luego
nosotras.
Recuerdo cuando vimos aquel video en internet. La solemnidad con la que la chica
se sumergía en las llamas, cómo salía triunfante de la hoguera: pasiva, completa y feliz.
Sentimos envidia, pues supimos que no había lugar donde nosotras pudiésemos hacer algo
similar. Pero anhelábamos ese poder que ella y las demás mostraban.
Aquí nunca supimos quién fue la primera quemada, para cuando nos enteramos ya
había muchas, y ninguna se exhibía como la que lo hizo allá. No, aquí todas se avergonzaban de
sobrevivir, tanto que terminaban con su desgracia. No recuerdo la vida sin noticias de las
quemadas con ácido: el hombre celoso, extasiado, sádico, violento, solitario, los adjetivos que
los describían y justificaban; y ellas, víctimas sin voz, ni labios, ojos, rostro, cabello, en
ocasiones sin manos. El ácido derrite más rápido que el fuego.
“¿Dónde se compra ácido?”, preguntó una amiga al ver el video y entender que debíamos
ser todas como ellas. Descubrimos que era por demás sencillo conseguirlo. La ventaja del ácido
es que no ocupa mucho espacio ni crea tanto escándalo como las hogueras. Comprendimos que
el mal no estaba en la piel agrietada y parchada, sino en ocultarla.
Ya con los galones en mi casa comenzamos a dudar. ¿Y si era otra trampa para adueñarse
de nuestros cuerpos?, ¿qué tal que todo era un simple montaje para que siguiéramos siendo
unas locas histéricas? El sur estaba muy lejos y el internet era tan manipulable... Pero la buena
nueva llegó, la trata en el sur había terminado. Entonces no sólo era verdad, también era la
respuesta.
Nos preparamos con túnicas, vendas, curaciones y rezos a diosas que no existían. Nos
tomábamos de la mano en círculo y entre todas sosteníamos el galón en el rostro que dejaría de
ser. Una por semana, primero, luego cada quince días, pues las sospechas y represalias
comenzaron a levantarse.
Al igual que en el sur, los hospitales dejaron de tomar pacientas con quemaduras por
ácido, lo cual ellos usaron a su favor, pues incrementaron sus amenazas contra las que
consideraban su propiedad. Aun así, resistimos y creamos zonas de curación. Después nos
dejaron de vender ácido a nosotras, sólo ellos podían comprarlo y de inmediato tomaron esa
ventaja. Féretros y féretros comenzaron a apilarse en las calles. Las muertas quemadas dejaron
de ser noticia por ser tantas.
Para detener los funerales doblamos acciones, si te veían quemada ya no había manera
de saber si eras una afortunada superviviente o una de nosotras “las voluntarias”. Con cada
rostro que recibía nuestra agua asesina, nacía una nueva mujer. Y fue entonces cuando todo lo
que habíamos logrado lo usaron en nuestra contra, pues ya sólo quedábamos las quemadas.
Seres impuras, no merecedoras de misericordia alguna. Sí, la trata se fue, pero porque ya no
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había que pagar por nada, pues para ellos dejamos de ser mujeres, ni siquiera éramos animales.
Así que, deformes y paganas, nos expulsaron de sus ciudades no sin antes inflarnos los vientres
a la fuerza y esperar hambrientos a nuestras crías limpias y perfectas. Su plan era bueno, he de
admitirlo.
Pero las diosas que no existían fueron creadas y encararon a su dios quien les había dicho
todo lo que debían hacer para purificarnos a su modo. Los partos comenzaron y, temerosas a la
tortura, al derrumbamiento de lo que habíamos fundado, las asesinamos al principio, cuando
no teníamos nuestro fuego. Pero ellos insistían, guiados por historias de bellezas tersas y
brillantes. Nos buscaban, asaltaban, golpeaban y volvían a quemar. Así se fueron las estaciones
hasta que, por fin, empezaron a nacer como manzanas pintas, arrugadas con tonos moreno y
ámbar. Hijas de todas las violencias su piel era firme, suave y resistente al calor.
Estábamos cerca del fin, pero ellos eran más viejos, con más historias, mitos y
antepasados. Por ello, cuando descubrieron a nuestras jóvenes frutas, entendimos cómo
habíamos sobrevivido con nuestras pieles lisas a lo largo de los siglos, a pesar de tantas cacerías,
epidemias y maleficios… Ellos las vieron, las robaron y las gozaron. Tal como lo habían hecho
con nosotras, las voluntarias, décadas atrás.
En el sur, supimos no ocurrió así, las hogueras habían generado en las propias quemadas
resistencia. Su diosa las abrazó desde mucho antes y las protegió de las violencias que acá, en
el norte tuvimos que sopesar. Pues aquí estaba la frontera de más arriba, de donde llegaban las
ideas más atroces contra nosotras.
Acá fue hasta la última generación de voluntarias, ya con los cabellos blancos y las pieles
repletas de trasplantes comprimidos, que la esperanza volvió. No sin antes arrepentirnos de
que la belleza de esos nuevos seres que habíamos forjado, como de barro fundido con acero,
sería su nueva perdición.
Esa nueva hermosura los embriagó, nacidos y criados en la violencia, ellos ya no sabían
poseer cuerpos sin destruirlos. Así que fue sólo cuestión de tiempo para que intentaran hacerles
lo que a nosotras, pero no sabían que su color ámbar era la herencia de todas nuestras pieles
juntas. En cuanto les derramaban ácido en sus dulces rostros asimétricos, ellos eran los
purificados.
Primero de manera involuntaria y con respuestas más atroces, mutilaciones y despojos,
pero nuestras frutas resistieron. Ellos sintieron la impotencia de ser inferiores, intentaron
secuestrar pequeños ámbares, pero no sólo su piel era dura, también su amor hacia los y las
suyas. Así, uno a uno fue cediendo, aceptando y ofreciendo su rostro liso a nuestra agua
incendiaria para vivir como y con nosotras.
Hoy quedamos pocas voluntarias para contarles la historia de su creación a esos tiernos
rostros que un dios arcaico y malvado llamó deformes e impuros. Pero ya todos saben que el
inicio y el fin se encuentra en ellas y ellos, el fruto más hermoso e indestructible que jamás
imaginamos crear.
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Yázkara Hernández
Estrada
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Digo que te quise mucho porque no hay palabras que puedan contener lo que
sentí por y para ti.
La experiencia de haber hecho que cada una de mis células se hicieran lava
Y que, en diez, veinte o dos mil años, exploradores encontrarán como vestigios de
lo que muchas veces fui.
Porque es difícil estructurar en oraciones que por ti fui lava que se convirtió en
roca:
Durante febrero 2022, me instalé frente al televisor para ver la transmisión en vivo desde
YouTube del programa libre masculino en los juegos olímpicos de invierno de Beijín.
Estuve ahí desde las siete y media hasta pasadas las once de la noche. Ver a Yuzuru
Hanyu en horario decente por primera vez me emocionó. Estaba muy nerviosa y en el
fondo sabía que lo vería descender posiciones frente a sus compañeros japoneses y frente
al gringo de ascendencia china.
Yuzuru es increíble. Lo descubrí gracias a Yuri on Ice allá por el 2016. Posee unas
líneas de cisne y un control sobre su cuerpo que me paraliza la respiración cada vez que
salta haciendo giros. La curiosa relación que tiene con el hielo, rayana en veneración,
pero sobre todo respeto, consigue embargarme de fascinación. Es, además, carismático.
Un alma ligera con el aplomo para retar a la gravedad montado en navajas delgadas.
Cuando lo descubrí pasé noches en vela, video tras video, con la piel chinita y lágrimas
en los ojos. Un tipo talentoso y disciplinado que se ha ganado decenas de miles de
corazones allá afuera. Por supuesto que no me iba a perder la ocasión de verlo en sus
terceros juegos olímpicos. Creo que, sin haberlo leído, -porque después lo leí en Twitter-
sabía que no aspiraba al podio, que sus energías físicas y emocionales estaban localizadas
en un reto distinto. Pese a ello, el evento fue descorazonador. Podría escribir sobre la
corrupción de los jueces, el evidente favoritismo de la, llamémosla así, federación del
hielo, de mis nervios y la tensión de su programa, de los artículos que usaron como foto
un Yuzuru caído en el hielo, que usaron como titular “perder”, “fallar”. Mas las malas
jugadas de la gente que hace las reglas de un deporte por lo demás de europeos blancos,
orientales con inviernos de nieve y ricos con acceso a pistas de hielo, no me corresponde,
por ignorante, y porque la furia de que un sujeto abiertamente homofóbico tenga el oro
de estos juegos, me enardece de sobremanera.
Quiero rescatar entonces de dos momentos en particular de los programas libre y
corto y su conclusión. Dos momentos que son de Yuzuru. Dos momentos que, si bien no
les he dado suficientes vueltas como para acabar enredándome en ellos y en la carga que
suelo darle a todo lo que se clava en mí, han resultado lo suficientemente ruidosos como
para que decida atraerlos a mi propia disciplina. Esto de aquí. Esto que me prometí una
vez más hacer diario, pero que no hago.
El primer momento se trata de un rito mínimo y personal de Yuzuru. Antes y
después de su presentación toca el hielo Se inclina a la pista previo a poner un pie sobre
ella. Vuelve a inclinarse para tocar el hielo cuando concluye su programa. Algo murmura
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para sí, pero también para el hielo. Da las gracias, pide permiso para colocársele encima,
solicita que le sea benévola, no sé. Su mano delgada acariciando el hielo me aprieta el
corazón. Hay una foto en particular que tengo pegada en la cabeza del programa libre.
Me sugiere, con la elegancia de la pose, que repita el acto, que lo acople a mis medidas y
a mi naturaleza, que vaya a mis proyectos y que, como doctor con estetoscopio, ponga
una mano encima y preste atención. ¿Qué necesitas? ¿Qué puedo hacer por ti? ¿Qué te
hace falta? No lo que quiero yo decir con el texto, sino lo que el texto desea decirme a mí
para aterrizar limpiamente. Una caricia también para agradecer, tal vez. Pero todo esto
ocurre en el plano imaginario. Ponerle encima la mano a la computadora sería extraño.
Aunque, ahora que lo pienso, Yuzuru se lleva también las guardas del filo al rostro y
agradece.
Querida HP, gracias por soportar todas mis chingaderas. Sigamos juntas mucho
más tiempo.
Queridos cuadernos, gracias por albergar la sustancia de esas historias que no me
he atrevido a bajar.
Querida cabeza, gracias por aportar chispazos de ideas y escenas, por sostener el
esqueleto de esas historias que no me animo a bajar.
Hablo de bajar como si me peleara con la gravedad. Mi propia gravedad. No
aterrizo. Peor: ni siquiera despego. Sigo titubeando a la espera de yo no sé qué.
El segundo momento, fue al final, cuando Yuzuru fue arrojado a las cámaras, a las
entrevistas después del evento. Con la frente en alto y los ojos acristalados por lágrimas,
respondió valiente cada pregunta. Durante las entrevistas del programa corto, en el que
falló un salto porque el filo de su patín, ocurrencia uno en un millón, se atoró en un
agujero hecho por algún otro patinador, dijo qué no sabía qué hizo para que el hielo lo
tratara mal. Lost in translation: del japonés al inglés, de la frase en inglés que medio
recuerdo a mi español.
¿He hecho algo yo para molestar a los medios que me permiten la escritura? ¿He
sido descuidada y desatenta? Si mis historias continúan congeladas en la caída hacia el
centro del Planeta-Arely, ¿Ha sido falta de respeto? ¿De atención?
Me hago todas estas preguntas porque me parece que he estado acercándome a mi
propia práctica desde una posición que busca cuantificar y con su libro de reglas
exigentes, igual que la federación del hielo, puntuar la densidad de los personajes, la
relevancia del tema para el mercado, el paso de un capitulo a otro, la selección del
narrador adecuado, páginas, márgenes, tipografías y número de palabras. El número
pretendido de páginas de la novela, no la densidad del contenido de la novela. El número
de personajes en lugar de la densidad para transmitirse. Los giros completamente
rotados en lugar de la expresividad. La cantidad de cuádruples en lugar del aliento
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contenido del público al contemplar a un joven menudo estar ahí y lejos, ahí encarnando
la música y lejos, en su mundo personal, hecho concentración pura y escasos minutos de
una emoción que solo él conoce.
Me he pensado más de una vez tirada sobre el tapete de yoga, rayando hojas
blancas con la que sería la trama definitiva para mi primera novela, la guía narrativa, el
capitulado. No lo hago, sin embargo. Me pretexto que hace frío, que me pesa cambiarme
del piyama a ropa de piso, que ni si quiera tengo claro por dónde deseo que pase la
historia.
Pienso ahora en Yuzuru, en su valor para enfrentarse solo a unos olímpicos, de
intentar lo impensable, de aferrarse a su propio camino y no al ya trazado de seguir
persiguiendo oros cuando ya tiene dos, de tratar a pesar de la enorme posibilidad de
fracaso, de intentar pese al cuerpo tenso y cansado y lesionado, de seguir unido a la gracia
para responder, y pese a todo, levantarse y continuar. Hacer lo que nadie: ir más lejos. Ir
full fucking blast.
Supongo que el ritmo maquínico del que escuché hablar a Vivian Abenshushan se
ha apoderado de mí. Moverme sin intención. Carecer de pausa para la escucha de mi
propio cuerpo. No estar segura de qué hacer. Tener claro los deberes, más
procrastinarlos, como si así fuera a evitar el rechazo o el fracaso o una oleada de terribles
dimes, dichos y diretes. Lo que me mueve de vuelta a Yuzuru. A sus exquisitas líneas y a
una arrojada pasión por su disciplina. La particularidad con que se acerca al patinaje le
han hecho definitivamente una leyenda, un modelo a seguir, incluso para quienes no
patinamos: si escribir es lo que deseo hacer, además de realizarlo sin miedo y con arrojo
total, he de atender al medio que me lo permite, desde mi cuerpo y lo que implica por sí
mismo, hasta el espacio y la tecnología que reduce o acelera el descenso de la escritura y
le permite aterrizar, bien rotada, sobre el filo de la pantalla, de la hoja, del soporte en
turno.
Hace años me poseyó el loco sueño de ir a estos juegos olímpicos. Muchas cosas se
atravesaron y aunque no pierdo la esperanza de ver en vivo un día a Yuzuru, le agradezco
por estos descubrimientos. Desconozco que ruta planee seguir, pero se lleva mi
admiración total. Sonará cursi, pero la idea de la escritura como patinaje no es del todo
desquiciada. La cantidad de metáforas y analogías que pueden surgir de aquí son
muchísimas. No quiero clavarme en eso tampoco, pero que la figura del patinador me
sirva ya como referente y empuje para mis tres mil promesas de escritura, es ya bastante.
You go, Yuzu! I’ll be rooting for you! Si todo fluye de acuerdo a lo que, sin querer
enseñas, estarás entre las páginas de mi novela. Y como dice Sabrina Benaim: gracias es
el poema más grande que hay en mí.
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