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Revolución mundial y edificación del socialismo en la URSS

 29 junio, 2018  

La Revolución Soviética que empezó hace 100 años tiene una importancia actual por dos
razones principales:

1º) demostró que la clase obrera puede conquistar el poder político y nos enseñó cómo
hacerlo.

y 2º) demostró que, ejerciendo el poder político, la clase obrera puede realizar progresos
sin precedentes, y también nos enseñó cómo hacerlo.

Concretamente, convirtió una sociedad atrasada en una de las más avanzadas; suprimió el
hambre, la pobreza, el desempleo, las crisis económicas y el analfabetismo; elevó el nivel
de vida de toda la población y redujo las diferencias de clase hasta tal punto que los medios
de producción dejaron de ser privados para convertirse en propiedad social.

Todo eso y más es lo que la Unión Soviética consiguió mientras se veía obligada a
defenderse de las agresiones continuas de los Estados capitalistas. Decenas de millones de
vidas y enormes destrucciones materiales le costaron la guerra civil con intervención de 14
potencias extranjeras, desde 1918 hasta 1922, y la Segunda Guerra Mundial, desde 1941
hasta 1945. 

La Revolución Soviética fue un éxito porque siguió el camino abierto por Carlos
Marx, el primer gran dirigente de la clase obrera, nacido hace ahora 200 años.

Marx y Engels no inventaron el socialismo. Lo que hicieron fue demostrar que esta meta no
era una utopía, sino la consecuencia necesaria de la socialización de la producción operada
por el capitalismo. Convirtieron el socialismo en la ciencia que permite suprimir el
obstáculo del capitalismo y continuar el progreso social.

Marx y Engels tampoco descubrieron la lucha de clases. Lo que hicieron fue educar y
organizar a la clase proletaria engendrada por el modo de producción capitalista para que
culmine su lucha contra la clase burguesa con una revolución victoriosa.

Al marxismo le corresponden dos descubrimientos clave:

 El primero de ellos es que, tras formular el materialismo dialéctico e histórico, su


aplicación a la sociedad capitalista da como resultado que la esencia de ésta, su
centro gravitatorio, consiste en la producción de plusvalía. Por esta razón, la clase
social llamada a dirigir la lucha del pueblo por el socialismo no puede ser otra que
la clase obrera industrial.

 El segundo de ellos es que esta transición revolucionaria abarca un período


histórico que empieza con la sustitución de la dictadura de la burguesía por la
dictadura del proletariado, y que termina con la supresión completa de las
diferencias de clase.

En la URSS, la clase obrera realizó las medidas que Marx y Engels habían deducido de la
ciencia de su época y de la experiencia práctica del movimiento obrero.

El Manifiesto del Partido Comunista, redactado por ellos, proclama que: “el primer paso
de la revolución obrera es la elevación del proletariado a clase dominante, la
conquista de la democracia. El proletariado se valdrá de su dominación política para
ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital , para centralizar todos los
instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado
organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible la
suma de las fuerzas productivas.”

Parece que el asunto está claro y, sin embargo, no lo estaba para algunos que se decían
partidarios del marxismo.

Había quienes se oponían a aplicar estas medidas en la Rusia Soviética y hubo que
luchar contra su oposición para poder realizarlas.

Primero, fueron los mencheviques rusos y los dirigentes de la socialdemocracia


internacional. Éstos se opusieron a que la clase obrera tomara el Poder político en
Rusia. Y apoyaron incluso la contrarrevolución armada de la burguesía internacional.

Luego, fueron los trotskistas. Inicialmente, éstos apoyaron la Revolución de Octubre y la


defendieron de aquella agresión militar. Pero se opusieron a edificar el socialismo en la
Rusia atrasada y defendieron a cambio que el Poder soviético se sacrificara para
exportar la revolución al Occidente más desarrollado.

La discusión para clarificar el rumbo a seguir y organizar las fuerzas empezó en 1903,
durante el II Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, dejando al partido
dividido en bolcheviques y mencheviques. El debate se agudizó tras la muerte de Lenin
en 1924. Y concluyó en 1927, con los acuerdos tomados por el Decimoquinto Congreso del
Partido. A partir de este Congreso, el objetivo de edificar el socialismo en la URSS se
convertiría en condición indispensable para continuar como miembro del Partido.  Este
objetivo sería la principal concreción del internacionalismo del proletariado soviético, su
principal contribución a la revolución mundial.

El acierto de la dirección bolchevique se demostró de manera práctica en las dos o tres


décadas siguientes. La prueba de fuego de la solidez del socialismo soviético fue su
victoria sobre los ejércitos invasores del nazi-fascismo en la Segunda Guerra Mundial,
que hasta entonces habían ocupado la mayoría de los países de Europa. Esta titánica
proeza habría sido imposible sin las fuerzas humanas y materiales creadas por la
industrialización socialista acelerada, por la colectivización y mecanización agrícola, y
por la ejecución eficaz de los primeros planes quinquenales . La victoria habría sido
imposible si, como sostiene la opinión oficial de nuestros días, el socialismo soviético
hubiese sido un bluf propagandístico y una tiranía impuesta al pueblo.
Incluso después de esta devastación bélica, que ha sido la mayor de la historia, la base
socialista que se había construido hizo posible:

1- que la URSS resistiera al chantaje nuclear de la «guerra fría» que habían desatado los
Estados Unidos y las demás potencias imperialistas;

2- que se reconstruyera y sobrepasara sus realizaciones anteriores en un tiempo récord;

3- que ayudara moral y materialmente a los nuevos países socialistas, al movimiento de


liberación nacional y al movimiento obrero.

Los restos de libertad, de democracia, de bienestar y de paz que todavía quedan en pie, se
los debemos a la Revolución Soviética.

¿Qué caminos equivocados tuvo que desechar la URSS para poder realizar una
hazaña como ésta?

Ante todo, los revolucionarios de Rusia tuvieron que combatir una comprensión unilateral
de la lucha de clases que consideraba al campesinado como una capa burguesa más,
olvidando que la mayoría de los campesinos son también trabajadores y explotados.

En los partidos socialistas europeos, el marxismo revolucionario no había conseguido


suprimir la herencia oportunista de Lassalle. Para éste, salvo la clase obrera, el resto de la
población no era más que una masa reaccionaria. Además, pretendía luchar contra la
burguesía y alcanzar el socialismo mediante una alianza reaccionaria con el Estado
prusiano terrateniente. La socialdemocracia internacional corrigió esta última aberración,
pero no la anterior, a pesar de las reiteradas indicaciones de Marx.

En Rusia, como antes en Alemania, la revolución proletaria necesitaba ir precedida de


una revolución democrático-burguesa que liberara la economía y el pueblo de las
ataduras feudales.

Los mencheviques cedían la dirección de esta revolución a la burguesía liberal, mientras


negaban el importante papel que las masas campesinas mayoritarias podían desempeñar en
ella.

Eludían la conclusión de El Manifiesto de Marx y Engels, según la cual “los comunistas
apoyan por doquier todo movimiento revolucionario contra el régimen social y político
existente. En todos estos movimientos ponen en primer término, como cuestión
fundamental del movimiento, la cuestión de la propiedad, cualquiera que sea la forma más
o menos desarrollada que ésta revista”.

En la Rusia de principios del siglo XX, no había duda de que el campesinado estaba
objetivamente interesado en luchar contra la propiedad terrateniente y el régimen zarista
que la defendía.

Lenin y los bolcheviques sí habían comprendido correctamente el marxismo. Para ellos, el


proletariado debía dirigir la revolución democrático-burguesa en alianza con el
campesinado. Una vez derribada la autocracia zarista, pasaría a luchar por la revolución
socialista en alianza con los campesinos pobres que eran mayoría, aprovechando las
disensiones entre los Estados capitalistas.

Frente a éstos, Trotski negaba el papel revolucionario del campesinado, igual que los


mencheviques, pero deducía de ello que los obreros rusos no debían luchar por una
revolución democrático-burguesa, sino únicamente por la dictadura del proletariado. Su
consigna era “abajo el zar, por un gobierno obrero”. Por consiguiente, su teoría de la
«revolución permanente» -la llamó así- prescindía del análisis materialista de la Rusia
zarista, además de prescindir de la inmensa mayoría de la población rusa, que era
campesina. Pero, además, durante el II Congreso del Partido, Trotski había relegado el
objetivo de la dictadura del proletariado a un futuro en que “la clase obrera organizada…
constituya la mayoría de la nación”. Así que, de ambas premisas, se desprendían dos
consecuencias lógicas.

La primera era su adhesión al menchevismo también en cuanto al tipo de partido que


necesitaba la clase obrera de Rusia. En efecto, si la revolución debía esperar a que la clase
obrera fuera mayoritaria, se comprende que Trotski rechazara la exigencia leninista de
construir un partido disciplinado alrededor de un aparato central de revolucionarios
profesionales dedicados a preparar una insurrección popular. Junto a los mencheviques,
propugnaba un partido de simpatizantes organizados en tendencias alrededor de
determinadas personalidades y calificaba de «burocracia» al aparato del Partido
bolchevique.

La segunda consecuencia de las premisas de las que partía era situar la fuerza principal de
la revolución socialista fuera de la sociedad rusa. El proletariado de Rusia sólo podría
imponerse a una población campesina hostil al socialismo, si recibía la ayuda estatal de la
clase obrera que hubiera vencido en los países capitalistas más desarrollados, donde ésta
constituía la mayoría de la nación.

Mientras los socialistas rusos luchaban por sumar a las masas a uno u otro camino, el
capitalismo se adentraba en una nueva etapa de su desarrollo, algo evidente a partir de la
Primera Guerra Mundial. El imperialismo era el resultado de un progreso tan gigantesco
de la socialización del trabajo que la libre competencia se veía desplazada por la
dominación de unos pocos monopolios.

Aplicando el marxismo al estudio de esta nueva realidad, Lenin y los


bolcheviques dedujeron que el desarrollo del capitalismo ya había creado las condiciones
económicas para edificar el socialismo y que se iban a exacerbar las contradicciones entre
la cúspide de la burguesía de cada país y el resto de clases y naciones. Además,
comprendieron que la dominación de los monopolios iba a imponer a las diferentes
naciones un desarrollo desigual y a saltos. Todo ello determinaba que unos Estados
capitalistas fueran más fuertes, frente a otros que serían fáciles de derrocar. Por
consiguiente, la revolución ya no podría producirse simultáneamente en el mundo
entero. Un determinado destacamento nacional de la clase obrera podría romper la cadena
de países capitalistas por su eslabón más débil, uniendo a su alrededor las fuerzas
suficientes para hacer triunfar la revolución, construir una sociedad socialista y ayudar al
movimiento obrero de los países todavía capitalistas. Ésta es la teoría leninista de la
revolución que tuvo su demostración práctica en la Unión Soviética.

Diametralmente opuesta fue la deducción que hicieron los socialdemócratas reformistas y


trotskistas. Consideraron que el imperialismo iba a acelerar la centralización del capital y
la proletarización de la población trabajadora. En consecuencia, para ellos, la revolución
proletaria debía esperar a que se completara este proceso. Según los trotskistas, la
revolución podría iniciarse, pero no podría sostenerse hasta que triunfara en los
países capitalistas más desarrollados.

En definitiva, mientras los marxistas-leninistas aprovechaban las contradicciones del


imperialismo para debilitarlo y fortalecer el movimiento revolucionario, los
socialdemócratas y trotskistas depositaban sus esperanzas en el desarrollo futuro del
régimen burgués. Por esta razón, apoyaron y siguen apoyando a los imperialistas frente a
los Estados socialistas y a las fuerzas revolucionarias, más allá de su fraseología
«izquierdista», antiburocrática o internacionalista.

En la sociedad soviética de los años 1920 y 30, Trotski reunió a su alrededor a todos los
que se oponían a la dirección bolchevique encabezada por Lenin y luego por Stalin, para
intentar derribarla por las buenas o por las malas. La construcción del socialismo en un solo
país como la URSS era considerada por él una herejía contra su esquema dogmático de
revolución internacional, porque significaba la refutación definitiva de su criatura
intelectual.

La lamentable restauración paulatina del capitalismo que ha sufrido la Unión Soviética


desde los años 1950 volvió a regalar al trotskismo un semblante de veracidad, pero sólo
para quienes aspiran a un mundo nuevo sin luchar, sin arriesgarse y sin esforzarse por
analizar concretamente las distintas realidades concretas. Si el socialismo hubiera
seguido los consejos de Trotski en la URSS, lejos de evitar su posterior derrota, ni siquiera
habría existido y la clase obrera internacional no tendría ni un solo ejemplo práctico en que
apoyarse para elevar su lucha revolucionaria.

En Trotski, vemos cómo un error, cuando se insiste en él hasta el extremo de negar la


evidencia, se acaba convirtiendo en algo monstruoso. Un comportamiento así no tiene
nada que ver con la concepción del mundo de una clase revolucionaria como es el
proletariado. Es propio del revolucionarismo pequeñoburgués de ciertos intelectuales y se
traduce en una práctica fraccional y sectaria.

Dicho lo anterior, es pertinente hacerse la siguiente pregunta: ¿Podría haber algo en común
entre el trotskismo y los defectos que impiden a los marxistas-leninistas de hoy recuperar la
fuerza de masas que tuvieron los bolcheviques? Concretamente, ¿qué objetivo inmediato
propugnan éstos para los países más atrasados: revoluciones democrático-nacionales o
revoluciones directamente socialistas?; ¿luchan por la dirección proletaria de todas las
fuerzas oprimidas por el imperialismo o más bien conciben a las clases sociales intermedias
y a los Estados soberanos (China, Rusia, Venezuela, etc.) como una masa igual de
reaccionaria que las potencias dominantes?; ¿practican, como hacen los trotskistas, el
fraccionalismo, el sectarismo y la endogamia o bien luchan, como hacían los bolcheviques,
por la unidad de los marxistas-leninistas en un único Partido consolidado en torno a la
defensa de los principios, la aplicación del centralismo democrático y la vinculación
omnímoda con las masas principalmente proletarias?; etc.

Asociación de Amistad Hispano-Soviética, 9 de junio de 1918.

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