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Apuntes Contra El Progreso
Apuntes Contra El Progreso
Dada a conocer por la Ilustración, en sus orígenes la idea de Progreso era casi subversiva. La Iglesia
imponía los dogmas de la creación y el fijismo que sentaban la inmutabilidad de los seres vivos,
creados por la divinidad tal como eran, por lo que en la Enciclopedia hubieron pocas líneas bajo la
rúbrica “Progreso”, definido simplemente como “movimiento hacia delante.” Por otra parte, Diderot
y otros enciclopedistas no consideraban la sociedad civilizada como superior a la salvaje, por lo que
su posición relativa al progreso sería cuando menos escéptica o precavida. Sea por una cosa o por la
otra, la idea se fue imponiendo en Europa a partir de la revolución industrial. El pensamiento
ilustrado interpretaba la producción industrial como el anuncio de un mundo libre de prejuicios
religiosos y gobernado por la Razón, donde todos tendrían la felicidad al alcance de la mano. Los
hechos lo contradecían a menudo, pero la contradicción se resolvía contando con que la marcha
atrás formaba parte del avance; por ejemplo, se suponía que la fealdad de la sociedad industrializada
estaba preñada de un porvenir donde la abundancia material sería la norma y la libertad su
resultado. Por añadidura, la ciencia solucionaría todos los problemas, la economía crecería y el
Estado democrático ofrecería la igualdad ante la ley a la hora de la distribución. Sin embargo, toda
medalla tiene su reverso y a golpe de ciencia, estatismo y productividad el progreso nos ha
conducido al borde del precipicio: la ciencia y la tecnología han transformado los medios de
producción en medios cada vez más destructivos; el desarrollo económico ha engendrado
desigualdad, injusticia social y miseria por doquier, devastando de paso el medio ambiente; el
Estado se ha convertido en un monstruo burocrático tentacular que devora la vida de sus súbditos.
Los desastres sociales y ecológicos se han vuelto moneda corriente y la insatisfacción, como la
crisis, se ha generalizado. Los individuos, sojuzgados por la producción y la política, son incapaces
de dominar su destino. En su interior habita un vacío acumulado durante más de dos siglos que les
imposibilita formular y comunicar su insatisfacción, aunque por primera vez, de forma general, se
derrumba la creencia en un futuro mejor. Confrontados a la posibilidad real de que el mundo entre
en dificultades mayores anunciando su fin a medio plazo, la idea de futuro ha perdido para ellos
toda su validez. En vista de los retrocesos de tanto avance los sufrimientos de las generaciones
pasadas parecen haber sido en balde. El hecho es importante puesto que todos los idearios
emancipadores desde la Revolución Francesa hasta Mayo del 68 se justificaban en nombre de la
razón científica y del progreso.
Para los progresistas, la ciencia revelaba leyes económicas y sociales inexorables cuya
necesidad histórica no se cuestionaba, ya que, inscritas en la naturaleza de las cosas, estaban por
encima de los designios humanos: para ser equitativo y justo había que obedecerlas y observarlas.
La principal sería la que postulaba la continua e ilimitada perfectibilidad del ser humano gracias
según Godwin, el referente más antiguo de la anarquía, al imperio de la Razón científica. Fourier
decía que era deseo de la naturaleza que la barbarie tendiera por etapas a la civilización. Proudhon
incluso afirmaba que la idea de Progreso sustituía en filosofía a la idea del Absoluto. Marx
designaba a la clase obrera como su principal agente histórico, en tanto que “fuerza productiva
principal”. El proceso histórico, según Hegel, era la estela que deja la Idea (el progreso) en su
marcha. Marx, su discípulo, nos enseñaba que dicho proceso no era más que un encadenamiento
natural de etapas económicas obedeciendo a unas leyes contra las cuales la voluntad humana no
podía nada; es mas, aquélla era determinada por éstas. El devenir histórico asociado al desarrollo
científico y técnico de la producción, ocuparía el centro de la doctrina marxista bien criticada por
Bakunin, en la que quedaba implícito que el conocimiento científico de sus leyes iluminaría a una
clase de dirigentes que, organizados en partido, guiarían a las masas en una revolución que
apuntaría al mejor de los destinos en una sociedad sin clases. Eran unos golpes tremendos a la
metafísica y a la religión, pero que no las derribarían, sino al contrario, las reforzarían con una
nueva superstición: la superstición científica.
La idea de Progreso establece una trayectoria ascendente desde las sociedades tachadas de
primitivas hasta la civilización moderna actual. En la práctica significa una transformación
incesante del medio social y una renovación constante de las condiciones económicas que lo
determinan. El presente no es más que una etapa pasajera en el camino de un porvenir mejor. No
obstante, la idea considera la sociedad presente como superior a todas las épocas pretéritas y sobre
todo contempla su devenir como culminación de sí misma. Éste no es más que una apoteosis del
presente. En realidad el futuro se esfuma en la ideología, no quedando del progresismo sino una
vulgar apología de lo existente. Por eso, toda la clase dominante, en política y en economía,
reivindica el progreso como una seña de identidad, porque, en la medida que domina el presente,
reescribe el pasado del que se siente heredera y conjura el futuro que no termina de controlar. El
progreso es “su” progreso. Los dirigentes progresan, valga la redundancia, merced al progreso de la
ignorancia y al del control, dando lugar a aparatos cada vez más gigantescos. Piénsese las
posibilidades de dominio que inauguran los sistemas tecnológicos de vigilancia o la cultura de
masas, por no hablar de la difusión del modelo educativo estatal en el que ponían sus esperanzas los
progresistas, creador de una forma de ignorancia funcional que el espacio virtual ha generalizado.
Así se explica que los individuos, por más que la ciencia haya progresado, sean menos que nunca
dueños de su destino. Lo que hoy en día se llama Progreso no conduce al esclarecimiento de la
mente ni a la autonomía espiritual de las personas porque lo único que pretende es el crecimiento
económico y el modo de vida consumista que le está asociado. El poder separado que lo reivindica
necesita seres egoístas y atemorizados, no quiere seres de juicio independiente capaz de orientar su
conducta moral de acuerdo con el conocimiento objetivo, sino a gente irreflexiva, absorbida por lo
accesorio y lo instantáneo, y atenazada por el miedo. Gente programada para inclinarse ante los
mensajes recibidos desde el aparato de la dominación. La mercantilización de todas las actividades
humanas produce la sinrazón característica que los dirigentes consagran en nombre del Progreso;
mientras, la ingeniería genética construye sus fundamentos biotecnológicos. La cultura de la verdad
y la justicia no fructifica en él, pero su imagen sirve de coartada a la esclavitud y la opresión. Los
pretendidos avances sociales se ven siempre acompañados por la inconsciencia, la deshumanización
y la anomia, de forma que el citado progreso elimina el mayor de sus postulados: la idea misma de
hombre libre y emancipado.
En un mundo cuantitativo la razón técnica coloca los actos reflejos por encima de la inteligencia, el
rendimiento por encima del sentido y el cálculo por encima de la verdad, de forma que cuando
hablan de “inteligencia artificial”, no es porque los artefactos se hayan vuelto pensantes, sino
porque el pensamiento humano se ha vuelto mecánico. Los visionarios de la deshumanización
completa, la machina sapiens no es más que la transferencia del legado mental a una descendencia
mecánica, pues el hombre inmerso en un universo tecnológico funciona como una máquina y la
máquina, como un autómata humano. Su destino, tal como señalan las condiciones actuales de
existencia, es “pasar la antorcha de la vida y de la inteligencia al ordenador.” La conclusión que se
impone no es sin embargo el rechazo de la técnica, sino el del papel que desempeña en el actual
periodo histórico de dominio capitalista, comenzando por su función religiosa redentora bastante
compartida por las masas. La técnica, en cuanto facilita a los humanos el metabolismo con la
naturaleza, es necesaria. La herramienta ha creado al hombre. Pero cuando se convierte en discurso
del poder se convierte en una amenaza para la supervivencia de la especie. La técnica sigue un
camino que se aparta de las necesidades humanas básicas y termina creando un mundo propio. Es el
momento de su autonomía, el momento en que toma el mando. La convivencia no puede nada
contra una tecnología invasora que altera constantemente la sociedad al ritmo de incesantes
novedades. Si hoy hacemos inventario de lo que aporta y lo que sustrae a la sociedad el balance no
puede ser más negativo. Por un lado la implantación del homo economicus en una parte del mundo
y el incremento del nivel de consumo superfluo. Por el otro, la pauperación y explotación de la
parte restante, el agotamiento de recursos y la aniquilación del planeta. Se confirma pues que el
problema social mayor no es la falta de desarrollo, sino el mismo desarrollo. No es la falta de
tecnología, sino su falta de objetivos humanos.
La crítica a la idea de Progreso nos conduce por sendas peligrosas franqueadas por abismos
ideológicos. Desde el punto de vista filosófico, la demolición del materialismo progresista no
implica un retorno a la dualidad espíritu-materia. Tampoco el rechazo de una historia teleológica
significa necesariamente el rechazo de la historia. La negación de una ética científica no llega a la
impugnación de la ciencia como tal, ni la inanidad del sistema educativo excluye la instrucción.
Simplemente, la constatación de que la historia no tiene un plan ni esconde una meta, de que
la ley natural no existe y que las leyes históricas no son tales, de que el conocimiento científico
no sirve por si sólo como faro social y de que la transmisión de la experiencia generacional no
funciona a través de aparatos educacionales. Hemos afirmado que las contradicciones sociales
derivan en último extremo de las contradicciones entre la sociedad y la naturaleza desveladas por la
historia. Pero somos hijos de la Razón ilustrada, no del Paleolítico inferior o del Bhágavad-Guitá,
por lo que creemos que las contradicciones no se resuelven elevando la naturaleza a principio
máximo, ni se conjuran con la ayuda del Cielo o de las sagradas escrituras, propiciando una vuelta
romántica y religiosa a la naturaleza o al pasado. Tales buenas intenciones no mitigan la crisis del
pensamiento racional ni la crisis del mundo, antes bien nutren ideologías irracionales y
movimientos fundamentalistas que ahondan dichas crisis. La crítica de la idea de Progreso no es una
revuelta contra la Razón ni contra la formación intelectual y el saber, y ni mucho menos contra la
civilización en general; es una crítica de su degradación y eclipse. No apela a la Trascendencia, a
una Nueva Ciencia o a la Tradición, sino al pensamiento libre de cadenas que subvirtiendo las bases
ideológicas del sistema, lleva a los seres humanos a una unión racional y a la armonía con la
naturaleza. El hombre que desea ser libre no intenta cambiar de mitos, sino conocer la verdad, el
único lazarillo al que debe seguir. Así crecerá y se convertirá en lo que potencialmente es. Dicha
crítica incluye una crítica de la Razón misma, la que señala los puntos débiles que han facilitado su
instrumentalización en beneficio de una dominación clasista. Su nuevo punto de partida no se halla
en una burocratización de la naturaleza equiparable con la de la sociedad, sino en una reconciliación
desburocratizada entre ambas. Dicha reconciliación cuestiona de entrada las condiciones actuales
que se oponen a ella, como son la industrialización, el estatismo, el desarrollo económico y el
progreso. Por lo tanto su programa ha de ser desurbanizador, ruralista y antipolítico; ella ha de
promover nuevos valores, nuevos modos de vida, nuevas maneras de acción social... La naturaleza
y la sociedad han de encontrar su equilibrio, pero para ello tienen que ser salvadas de los burócratas,
de los expertos, de los inversores y de los ideólogos redentores. La única manera de lograr la
armonía entre ambas es no cediendo, ni en la teoría ni en la práctica, a la lógica de la dominación.
Solamente una sociedad que dueña consciente de su propia historia podrá manumitir a la naturaleza
esclava del progreso.
Miguel Amorós
Charla del 8 de noviembre de 2012 en el Círculo de la Amistad-Numancia, de Soria..