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INTRODUCCIÓN
PRIMERA PARTE.
PRECEPTOS DE LAS VIRTUDES TEOLOGALES.
LIBRO PRIMERO.
Preceptos de la fe.1
CUESTIÓN PRIMERA.
Naturaleza de la fe.
3. Nociones.
1. Creer significa dar el asentimiento a una cosa debido a la autoridad o al
testimonio de otro. Luego la fe es en general el firme asentimiento a alguna
cosa por la autoridad de otro.
a. La fe se distingue de la opinión porque ciertamente la cosa se tiene por verdadera y sin
temor a errar; se distingue de la ciencia porque la cosa se tiene por verdadera por la
autoridad del testigo y no por razones internas. Quod scimus, debemus rationi, quod
credimus, auctoritate [Lo que sabemos lo debemos a la razón, lo que creemos a la
autoridad]2.
b. Al acto de fe, considerada en general, el entendimiento se mueve empujado por la
voluntad; pero para que la fe sea razonable, el entendimiento debe conocer previamente
que el testigo merece la fe porque entiende que éste ni falla al conocer ni falla al
atestiguar.
2. La fe teologal se puede considerar como hábito (virtud) y como acto. La fe
habitual es permanente y existe ya en los niños bautizados; la fe actual es
pasajera y existe en el que hace un acto de fe.
1
) Santo Tomás II. II. q. 1 – 16. San Alfonso l. 2. n. 1 – 19. Laymann, Theologia moralis l. 2. tract. 1. Io. de
Lugo, Disputationes schol. de virtute fidei div. disp. 12 – 20. Fr. Suárez, De fide disp. 1 – 8; 12 – 24.
Lacroix, Theologia moralis I. 2. n. 1 – 115. Aug. Lehmkuhl, Theologia moralis12 (Friburgo, 1914) I. n. 379 –
419. Ballerini-Palmieri, Opus theolog. morale3 (Prati. 1899) II. n. 1 – 108. Vermeersch, Theol. Mor. I3.
( Roma, 1945) Génicot- Salsmans-Gortebecke, Institutiones theologiae moralis I. 17 (Brujas, 1951).
Prümmer-Overbeck, Manuale theol. mor. I.13 (Friburgo/Br. 1958). Merkelbach, Summa Theol. Mor. I.10
(Brujas 1956). Zalba, Theol. mor. Summa I2 (Madrid 1957) n. 1249 – 1385. Mausbach-Ermecke, Kath.
Moraltheologie II.11 (Münster/Wf. 1959). Häring, Das Gesetz Christi [La Ley de Cristo](Friburgo/Br. 1961)
II. 37 – 90.
2
) San Agustín, De utilitate credendi c. 25 (P.L. 42 – 83).
4
a. La fe teologal como virtud se define así: hábito sobrenatural infuso con
el que el hombre está dispuesto para asentir firmemente a las verdades
reveladas por Dios, por la autoridad del mismo Dios que las revela.
α. Las primeras palabras de la definición presentan una característica de la fe que es
común a las otras virtudes teologales; las palabras: para asentir firmemente etc.
presentan lo que es propio de la fe y la diferencia de las otras virtudes
teologales, a saber, su objeto material y formal.
β. El sujeto de la fe, o sea la potencia en la que se injerta el hábito de fe, es el
entendimiento, pues el hábito reside en la potencia de la que nace el acto; y es el
entendimiento el que hace el acto de fe, estando dotado del hábito para producir
precisamente ese acto. Sin embargo, como para hacer el acto de fe también
concurre la voluntad, que impera el asentimiento, también existe en ella el hábito
que la dispone para hacer el piadoso acto de creer.
4. Objeto de la fe.
a. Objeto material de la fe teologal es la palabra de Dios, o sea todas las
verdades reveladas por Dios, que están contenidas en la palabra escrita
de Dios o en la Tradición y propuestas por la Iglesia para ser creídas
como reveladas por designio de Dios 2. Se distingue el objeto material
primario que es el mismo Dios y sus perfecciones, y el objeto material
secundario que lo constituyen las demás verdades distintas de Dios,
todas la cuales, sin embargo, están reveladas en orden a Dios para que
se conozca mejor a Dios mismo y sus perfecciones y para que el hombre
pueda llegar a Dios, su felicidad eterna.
b. Objeto formal de la fe teologal lo constituye la autoridad de Dios
revelante, el cual al ser la primera verdad, ni puede equivocarse cuando
1
) Concilio tridentino ses. 6. can. 28 (D 838).
2
) Canon 1323, 1.
5
conoce ni puede equivocarse cuando habla. La fe teologal se apoya por
tanto en la primera verdad, o sea en dos perfecciones divinas: en la suma
sabiduría o infalibilidad de Dios en el conocer, y en la suma veracidad
de Dios al hablar.
Por un motivo formal resulta que la fe debe ser:
a. universal, es decir extenderse a todas las verdades reveladas, pues el que niega un artículo
de fe, niega en realidad todos implícitamente porque niega el objeto formal de la fe que
es la autoridad de Dios revelante, en la cual descansan todos los artículos;
b. obligatoria porque Dios tiene derecho a que se le crea.
Necesidad de la fe.
Artículo primero.
1
) Fr. Schmid, Die außerordentlichen Heilswege [Los caminos extraordinarios de la Salvación] (Brixen
1899). Capítulo 2º. Pág. 79. Martín, De necesitate credendi et credendorum seu de fide salutari (Paderborn
1906). Lercher, I. n. 677++. Merkelbach, I. n. 706++.
9
8. Argumentos.
1. La fe actual de un adulto aún no justificado es necesaria con necesidad de
medio para su primera justificación obteniéndola o ex opere operato a través
del sacramento, o ex opere operantis por medio de un acto de caridad o de
contrición perfecta:
a. Ahora bien, sin fe es imposible agradarle [a Dios] pues el que se acerca
a Dios ha de creer que existe y que recompensa a los que le buscan 1; y
estas palabras del Apóstol hay que entenderlas de la fe actual, y,
precisamente de la propiamente dicha2.
b. Y, sin duda, el hombre adulto no puede llegar a la justificación salvo que
se prepare para ella con sus propios actos; pero no puede hacerlo sin
saber que Dios existe y le será propicio, y esto no lo puede saber sino
por la fe3.
c. El concilio tridentino al hablar de la fe, y precisamente de la propiamente
dicha, añade: sin la cual jamás a nadie se le concedió la justificación4.
La fe actual explícita y formal es necesaria sólo para la primera justificación del adulto,
pero para la segunda, que el pecador la consigue o en el sacramento de la penitencia o
mediante una contrición perfecta, basta la fe virtual, salvo que se hubiera perdido el
hábito de la fe, pues aunque el concilio tridentino 5 enumere entre las disposiciones del
adulto para conseguir la justificación la fe y la esperanza, sin embargo los actos, que el
concilio enumera, no siempre se deben hacer formalmente, como en la primera
justificación, sino que basta que existan virtualmente.
2. La fe actual es necesaria para la salvación para los adultos ya justificados
con necesidad de medio, pues el hombre adulto debe ordenarse, y todo lo
suyo, hacia Dios, fin último, es decir debe tender al fin sobrenatural de la
vida eterna con todos sus actos y debe merecerlo con todas sus buenas obras;
pero esto no puede ocurrir si no cree que Dios existe y que es remunerador de
los buenos y sancionador de los malos.
Hay quienes dicen que la fe actual es necesaria con necesidad de medio para todos los
hombres con uso de razón, absolutamente, incluso para los niños bautizados en cuanto la
hubieran alcanzado6; otros, por el contrario, dicen que, para los niños de esta clase, la fe actual
es necesaria con necesidad de precepto 7. En verdad nada impide que se haya dicho que es
necesario con necesidad de medio siempre que se entienda que estos adultos hay que
equipararlos a los niños hasta que estén instruidos en la fe y se den cuenta de hacer el acto de
fe, y así también se pueden salvar sin el acto de fe.
3. Esta fe debe ser explícita y formal en los adultos no justificados todavía, y
con ella pueden creer explícitamente en algunas verdades en sí; sin embargo
en los adultos ya justificados basta la fe virtual, siempre que sepan
explícitamente cuáles hay que creer con necesidad de medio y reconozcan la
autoridad de Dios revelante, pues no se exige más perfección para obtener el
fin para el que es necesaria la fe. Por otra parte, la fe es necesaria en la cosa,
y no basta su deseo, que se contiene en el acto de caridad de Dios.
1
) Hb 11 6. Véase Ga 2 16, Rm 3 22, Mc 16 15++.
2
) Véase Schmid l. c. n. 103. Lercher l. c. n. 678.
3
) Véase Schmid l. c. que desarrolla en el n. 94++ unos argumentos tan eruditos como ingeniosos.
4
) Concilio tridentino ses. 6. c. 7 (D 799). Véase Concilio Vaticano I ses. 3 c. 3 (D 1789).
5
) Ses. 6. c. 6 (D 798).
6
) Lacroix, l. 2. n. 11++.
7
) Ballerini-Palmieri II. n. 10.
10
Artículo segundo.
1
) Hb 11 6.
2
) Proposición 22ª condenada por Inocencio XI (D 1172).
3
) 2 de abril de 1679 (D 1214); 25 de junio de 1703 (D 1349 a); 10 de mayo de 1703 (D 1349 b); 30 de
marzo de 1898 (D 1966 a).
11
enseña: Sin fe es imposible agradarle [a Dios] pues el que se acerca a Dios ha de creer
que existe y que recompensa a los que le buscan1.
Argumentan de este modo: Antes de la venida de Cristo no era necesaria la fe en estos
misterios; pero no se puede admitir que después de la venida de Cristo sea más difícil
que se puedan salvar los gentiles que antes de su venida, lo que habría que afirmar si
fuese necesaria con necesidad de medio la fe explícita en estos misterios 2.
b. Aunque no se pueda decir que la sentencia negativa sea moralmente cierta, sin embargo se
puede decir que es verdaderamente probable, por lo que en la práctica hay que tener en
cuenta esto:
α. El adulto no bautizado todavía que se encuentra in articulo mortis y ante la
gravedad de la enfermedad no puede ser instruido, puede ser bautizado sub
conditione; del mismo modo, el adulto bautizado que in articulo mortis no puede
ser instruido, puede ser absuelto aunque ignore ambos misterios, el de la
Santísima Trinidad y el de la Encarnación; pero como el conocimiento y la fe en
ellos no es absolutamente necesaria se puede usar lícitamente esta opinión
probable sobre la validez de los sacramentos cuando se trata de la salvación
eterna de un moribundo.
β. Pero sin peligro de muerte, no es lícito bautizar al adulto todavía no bautizado ni
absolver al bautizado si ignoran los misterios de la Trinidad y de la Encarnación,
pues al ser probable la sentencia que afirma la necesidad absoluta, podría
frustrarse el efecto del bautismo y de la penitencia. Por eso, un adulto de esta
clase o tiene que dejarse hasta que esté suficientemente instruido, o antes de la
colación del sacramento debe ser instruido en lo que es necesario mediante una
monición adecuada para que adquiera los conocimientos de lo que se debe saber
y creer de precepto3.
γ. Luego el adulto que hubiese estado confesándose durante algún tiempo ignorando
los misterios de la Santísima Trinidad y de la Encarnación, a pesar de haber sido
exhortado muchas veces, no debe repetir las confesiones que hizo en este estado
de ignorancia, pues no es necesario repetir las confesiones más que cuando se
está seguro de que hubiesen sido inválidas; y probablemente estas confesiones
eran válidas.
1
) Véase San Alfonso, Praxis confess. n. 22. Filliucci tr. 20 n. 57.
14
Artículo tercero.
El precepto de la fe interna.
1
) El infiel o el hereje no está obligado ciertamente a creer mientras no conozca con certeza la verdad de la
fe cristiana, pero sí está obligado a inquirir la fe verdadera; pues cuando se trata de la salvación eterna no es
lícito descansar antes de haber encontrado el camino seguro para obtenerla. Por eso Inocencio XI condenó
esta proposición (4): El infiel que no cree, llevado de la opinión menos probable, se excusará de su
infidelidad (D 1154). Es decir, mientras al infiel le parezca probable su secta (aunque menos que la religión
cristiana), no está obligado ciertamente a creer, pero no puede permanecer tranquilo lícitamente en ella
porque está obligado a inquirir más lejos hasta llegar al conocimiento seguro de la verdad.
16
con más eficacia si no luchamos directamente contra ellas, y, en cambio, dirigimos
nuestra atención hacia otros temas.
e. Cuando se propone una definición nueva o un artículo de fe nuevo,
porque cada vez que habla Dios hay que creerle. De aquí que si se
propone algo nuevo por un dogma, no basta no negarlo suspendiendo el
asentimiento, sino que hay que creerlo con asentimiento interno.
Hay quienes dicen, con San Alfonso (l. 2. n. 7), que el precepto de hacer actos de fe rige
también de suyo in articulo mortis, porque es entonces cuando más estamos obligados a
tender a Dios fin último; además, si en ese momento obliga el precepto de la comunión,
también debe obligar el precepto de fe. Pero en verdad, no se puede demostrar con
certeza que la fe sea necesaria en ese momento, salvo que se presente una tentación
fuerte contra la fe. Y, sin duda, el que está obligado en la muerte a hacer un acto de fe, o
está en gracia, o está en pecado; si lo primero no parece necesario el acto de fe, salvo
que haya una tentación contra la fe que no se pueda superar de otra manera; si lo
segundo, es ciertamente necesaria la fe, pero no de suyo por la virtud de la fe, sino según
las circunstancias por la obligación de reconciliarse con Dios, lo que no puede ocurrir
sin la fe, al menos virtualmente elícita. Y en lo que se refiere a la sagrada comunión,
existe ciertamente el precepto de recibir la santísima eucaristía debido a la necesidad de
esta sacramento en la lucha última, pero no se puede llevar a este precepto el de hacer un
acto de fe.
Artículo cuarto.
El precepto de la fe externa.
1
) Mt 10 32, 33.
2
) Rm 10 9+. Véase 2 Tm 2 12.
17
Como este precepto también es positivo falta saber cuándo se tiene la
obligación de confesar la fe exteriormente. Pero se trata de una confesión
formal de la fe, que se hace con la intención de manifestar al exterior la fe
interna; no de una confesión material que se hace cuando se cumple un
precepto porque encierra la manifestación de la fe.
2. El Código de Derecho Canónico señala cuándo piden el precepto divino
(natural) y la correspondiente ley eclesiástica que se haga una profesión
externa de fe. Los fieles están obligados a confesar abiertamente la fe cada
vez que su silencio, tergiversación (es decir, modo de rechazar la confesión
abierta), o modo de obrar impliquen a) negación implícita de la fea, b)
desprecio de la religión católica; c) injuria a Dios; d) escándalo del prójimo 1.
a. Comete negación implícita de la fe el que calla cuando otro responde en
su lugar que él no es católico; pues en este caso el que calla parece
consentir.
b. Desprecio de la religión. El que es provocado por desprecio de la
religión o de los preceptos de la Iglesia p. e. a comer carne, está
obligado a confesar su fe.
c. Injuria a Dios. Hay sobre todo dos casos en los que la omisión de la
profesión de la fe redunda en injuria a Dios:
α. Si alguien es interrogado sobre su fe en una causa de fe por una autoridad
pública, p. e. si es católico o qué piensa de una verdad de fe, ocurra esto en
público o en privado, está obligado a confesar su fe sin ambigüedad, incluso con
peligro de la vida2, porque omitir la fe entre infieles disminuiría muchísimo la
estimación de Dios y de la religión verdadera, mientras que la confesión pública
sirve para la confirmación y propagación de la fe verdadera. Pero si un infiel
privado, o un hereje particular, pregunta a alguien por su fe, no está obligado de
suyo a confesar y puede callar o eludir la cuestión de algún otro modo.
Y si la autoridad pública, persiguiendo la religión, estableciera una ley para que
compareciesen los cristianos ante el juez o llevasen alguna señal, no rige el
precepto de confesar la fe; es más, tal ley es injusta y nadie está obligado a
obedecerla, pues quien no se manifiesta, sólo oculta su fe, lo que es lícito, y es
más, a veces está mandado3 (n. 21).
β. Si se hace burla de la doctrina de la fe o de la Iglesia. Si estando uno presente se
expone a burla la doctrina de la fe o de la Iglesia, o con blasfemias, no sólo está
obligado a confesar la fe sino también a defenderla si se juzga suficiente para
hacerlo; y si estando uno presente se profanan la Santísima Eucaristía, o unas
imágenes sagradas, o unas reliquias, se está obligado a manifestarse católico y a
impedir las injurias, a no ser que se prevea que los intentos no van a servir de
nada4.
d. Nace escándalo del prójimo cuando por ocultación de la fe los fieles son
llevados a dudas de fe o a defección de la Iglesia, o los no católicos son
confirmados en su error. Cuando esto llega a ocurrir en la práctica, hay
que decidir según las circunstancias.
3. La ley eclesiástica manda en ciertas ocasiones hacer la profesión de fe a
determinadas personas tanto eclesiásticas como seglares. La causa de este
1
) Canon 1325, 1. Véase Santo Tomás II. II. q. 3. a. 2.
2
) Proposición 18 condenada por Inocencio XI: Si uno es interrogado por la autoridad pública, confesar
ingenuamente la fe, lo aconsejo como glorioso a Dios y a la fe; el callar no lo condeno como de suyo
pecaminoso (D 1168).
3
) Prümmer I. n. 505. 1 ad a.
4
) Sporer-Bierbaum I. tract. 2. n. 43.
18
precepto se considera grave para que no se encargue a alguien infiel o hereje
el gobierno espiritual o temporal y el oficio de enseñar a otros. El Código de
Derecho Canónico determina en el canon 1406 las personas que están
obligadas a hacer esta profesión según la fórmula aprobada por la sede
apostólica; dicho canon junto con el canon 1408 reprueba toda costumbre
contraria1 .
Artículo quinto.
La negación de la fe.
20. Nunca es lícito negar la fe, tanto si se hace en serio como si solo se hace
fingida y externamente.
1
) Canon 1350 § 1.
2
) Canon 1350 § 2.
3
) Enc.: Benedicto XV Maximum illud, AAS 11 (1919) 440++; Pío XI Rerum Ecclesiae AAS 18 (1926) 65+
+; Pío XII Evangelii praecones AAS 43 (1951) 497++; Juan XXIII Princeps pastorum AAS (1959) 833++.
Véase también Vromant-Bongaerts, Ius missionarum (Brujas 1959) I. n. 49 – 52.
20
La razón de lo primero es que la negación de la fe es una injuria gravísima
hecha a Dios, pues el que niega la fe, o piensa que la revelación divina no es verdadera,
o al menos se avergüenza de la Divina Majestad: a quien me niegue ante los hombres, le
negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos 1. Quien se avergüence de mí y
de mis palabras, de ése se avergonzará el Hijo del hombre, cuando venga en su gloria 2.
Por lo cual, la Iglesia siempre tuvo como un pecado gravísimo la negación de la fe, aun
en tiempos de persecución.
La razón de lo segundo es que la negación fingida de la fe es una mentira
injuriosa hacia Dios y nociva para el prójimo debido al escándalo, por lo que la Iglesia
también tuvo como gran pecado la negación sólo externa de la fe. Por tanto, aunque el
que niega, al exterior solamente, la fe no sea hereje ni pierda el hábito de la fe, porque la
mantiene internamente, sin embargo peca contra el precepto negativo de la fe.
21. Modos de negar la fe. La fe se puede negar con palabras, o con hechos, o
con signos, o con silencio.
1. Niega la fe con palabras el que en serio o fingidamente usa palabras que
niegan toda la fe o alguno de sus artículos, bien por ellas mismas bien según
lo que entienden rectamente los que las oyen.
a. El que niega ser católico, infalibilista, etc. cuando le preguntan, o asegura que es turco o
francmasón etc. o confiesa que es luterano, vetero-católico etc. niega explícitamente la
fe verdadera.
b. Si un sacerdote o religioso, al pasar por tierras de un príncipe infiel o hereje, es
interrogado por éste sobre su estado (si es sacerdote), podría de suyo por una causa
grave eludir la pregunta con palabras ambiguas, porque no está siendo interrogado por la
fe, sino por su estado, y, si negara su estado, pecaría no contra la fe sino contra la
verdad, por la mentira (venialmente).
2. Niega la fe con hechos el que en serio o fingidamente realiza un acto que
significa necesariamente profesión en una religión falsa, bien por su
naturaleza, bien por sus circunstancias.
a. El que sacrifica a un ídolo, se arrodilla ante él, comulga en una misa de herejes, frecuenta
ordinariamente las misas de los herejes, reza o canta con ellos, niega la fe porque con
estos hechos profesa la falsa religión; y el que lo hace fingidamente, con su acto dice
una mentira injuriosa para Dios y nociva para los hombres. Por eso, la Santa Sede
declaró que no era lícito a los cristianos chinos presentar a los ídolos signos externos de
adoración aunque la intención se dirigiera a la cruz que llevaban escondida en el
vestido3.
b. A la cuestión propuesta de si es lícito a los fieles arrodillarse ante las hostias consagradas
por intrusos o cismáticos, la respuesta fue: aunque hay que arrodillarse, sin embargo hay
que procurar (para que al dar este culto no parezca que se mezclan católicos con
protestantes) que se eviten las ocasiones de encuentros con cismáticos mientras exponen
el sacramento4.
c. Es lícito visitar el Santísimo Sacramento que se conserva en las iglesias de los cismáticos
y rezar ante las imágenes que hay en ellas siempre que los católicos no se junten con los
cismáticos en las oraciones5.
1
) Mt 10 33.
2
) Lc 9 26.
3
) Sagrada Congregación de Propaganda Fide 12 de septiembre de 1645.
4
) Respuesta de Pío VI de 18 de mayo de 1793 al 11. Véase Bullarii rom. continuatio (ed. Barbèri, Roma)
IX. p. 314.
5
) Sagrada Congregación de Propaganda Fide 15 de diciembre de 1764.
21
3. Niega la fe con signos el que usa vestidos que sólo indican herejía o
infidelidad bien por su naturaleza bien por su uso o costumbre.
Los actos con los que los japoneses manifiestan su piedad hacia la patria (ofrenda shintoística
nacional), aunque nacidos desde antiguo de religiones paganas, hoy, no se tienen por nadie
como rito religioso, según la misma autoridad pública, sino como actos civiles para fomentar
la piedad hacia la patria. Lo mismo hay que decir de ciertos ritos que se practican según
costumbres patrias en funerales y en bodas; ahora se hacen sin ninguna significación religiosa,
sino sólo como señal de urbanidad hacia los parientes. Por eso ni los alumnos de las escuelas
católicas, ni ningún cristiano, tienen prohibido ofrecer esos actos si la ley o la costumbre
manda que se hagan1.
4. Niega la fe con el silencio el que calla en circunstancias en las que, con razón,
el silencio se toma como negación de la fe.
El que calla cuando otro responde por él que él mismo no es católico, del mismo modo que el
que calla cuando alguno de varios que son interrogados sobre la fe niega que haya algún
católico entre ellos, negó la fe porque el silencio en este caso es consentimiento con la
negación.
El que oye a otros hablar contra la fe o burlarse de la religión católica y calumniarla, está
obligado de suyo a contradecirles y a advertirles para que no parezca que les consiente; sin
embargo, si teme calumnias peores o un gran perjuicio para él, no peca por callar. Pero un
sacerdote en este caso, principalmente entre católicos, apenas podría callar nunca, pues su
silencio sería escándalo y confirmación del error 2; además se pueda esperar con más facilidad
el fruto de la amonestación.
1
) Sagrada Congregación de Propaganda Fide 26 de mayo de 1936 (AAS XXVIII, 406) y 22 de junio de
1940 (AAS XXXII, 24 n).
2
) E. Müller, Theologia moralis10, (Viena 1894) II. § 10. n. 6.
22
d. A veces es lícito por causa justa asistir a las funciones religiosas de los
herejes.
24. Licitud de la huída en caso de persecución por la fe. De suyo, o sea, por
razón de la fuga, siempre es lícito huir 4, pues el que huye ni niega la fe ni la disimula ni
simula una fe falsa, sino que temiendo la persecución usa su derecho de conservar la fe.
Sin embargo, según las circunstancias no es lícito huir, por lo que se establece esta regla:
a. Aquellos cuya presencia es necesaria para la salvación de los fieles,
como son los pastores de almas, los obispos y los párrocos, no pueden
huir lícitamente, a no ser que al permanecer en el sitio sean capturados
inmediatamente y con seguridad y se les quite la vida, de modo que no
puedan ayudar de ninguna manera a sus fieles.
1
) Wouters lo contradice, Theol. Moral. I. n. 500 y otros.
2
) Sagrada Congregación de Propaganda Fide 23 de marzo de 1844.
3
) Véase Lugo, De virtute fidei div, disp. 14. n. 87.
4
) Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra. Mt 10 23.
23
b. Aquellos cuya presencia es ciertamente útil, pero no necesaria, pueden
quedarse o también huir lícitamente.
c. Aquellos cuya conservación es necesaria para el bien público, o aquellos
que corren peligro próximo de negar la fe, están obligados a huir.
Aquí presentamos sólo lo que está estrictamente prohibido o permitido;
de suyo es evidente que es mucho mejor que los fieles confiesen
generosamente la fe para robustecer la suya propia y confirmar a los
demás. Hasta qué punto puede esto ser preceptivo, véase n. 99.
24
CUESTIÓN TERCERA.
25. Pecados contra la fe. Contra la fe se puede pecar por omisión, o sea
omitiendo
a. la diligencia debida en aprender las verdades necesarias que hay que
saber;
b. un acto de fe de precepto;
c. una profesión de fe mandada por Dios o por la Iglesia,
y, por comisión, haciendo algo prohibido por un precepto de la fe.
El pecado cometido por omisión puede ser por defecto o por exceso. Por exceso
se peca por credulidad, con la que sin razón suficiente se cree temerariamente como
revelado por Dios algo que no ha sido revelado, como si alguien cree a la ligera
revelaciones privadas; esto sin embargo no excede de pecado venial. Por defecto se peca
con la negación externa o interna de la fe, lo que ocurre en la infidelidad, la apostasía, la
herejía, la duda sobre la fe, la comunión con las misas de los infieles y de los herejes.
Artículo primero.
La infidelidad.
26. Definición.
1. Infidelidad propiamente dicha es la carencia de fe en el hombre no bautizado;
así, infiel propiamente se dice del que no ha recibido el hábito infuso de la fe.
Infidelidad impropiamente dicha es cualquier defecto de fe interna, acepción
que también comprende la apostasía de la fe y la herejía.
2. Hay una clase de infidelidad propiamente dicha que es negativa y consiste en
la carencia de fe en el que nunca oyó hablar de ella; hay otra clase que es
privativa y consiste en la carencia del que habiendo tenido ocasión de
conocer la fe no le presta atención; y, por último, hay otra que es positiva y
consiste en la carencia de fe de aquel a quien le han propuesto
suficientemente las verdades de ella.
1
) Por eso está condenada la proposición 68ª de Bayo: La infidelidad puramente negativa en aquellos entre
quienes Cristo no ha sido predicado es pecado. (D 1068) Véase Pío IX Alocución “Singulari quadam” (D
1647)
25
2. La infidelidad privativa es un grave pecado de omisión, con el que se
desprecia un medio necesario para la salvación. También comete el mismo
pecado el que no se preocupa de buscar la verdad después de tener una duda
razonable sobre la verdad de la propia religión1.
3. La infidelidad positiva es un grave pecado de comisión, que rechaza un medio
necesario para la salvación y encierra además un desprecio formal a Dios
revelante; por eso destruye el hábito de la fe 2.
Artículo segundo.
La apostasía de la fe y la herejía.
Para que alguien sea apóstata de la fe no hace falta que se adhiera a alguna secta falsa, basta que después de
recibido el bautismo en la Iglesia Católica se aparte totalmente de la fe; por eso los racionalistas, los
naturistas, los librepensadores, etc., que se apartaron totalmente de la fe que antes profesaban y lo
manifiestan al exterior, declarando p. e. que “no confiesan nada”, se considera que son apóstatas.
1
) Canon1323 § 1.
27
para incurrir en pena eclesiástica (excomunión) se requiere herejía externa, aunque sea
oculta.
32. Pecado contra la fe del que no rechaza una proposición proscrita por la
Iglesia.
La Iglesia puede enseñar una verdad bien como revelada por Dios bien como
una verdad simplemente. Del mismo modo puede proscribir un error bien como herético
bien como una falsedad simplemente. Además, puede enseñar y proscribir bien
infaliblemente, si lo hace en concilio ecuménico o por medio del Papa hablando ex
cathedra, bien faliblemente si lo hace por medio de alguna Congregación o por el Papa
no hablando ex cathedra.
a. El que no rechaza la proposición que la Iglesia condena como herética,
peca gravemente contra la fe divina y es hereje.
b. El que no rechaza la proposición que la Iglesia condena, aunque no como
herética, mediante el concilio o el Romano Pontífice hablando ex
cathedra, peca gravemente contra la fe eclesiástica, pero no contra la fe
divina (al menos no inmediatamente), y por eso no es hereje.
De aquí que no incurra en la excomunión establecida para la herejía, pero es sancionado
con las penas ferendae sententiae del canon2317.
La proposición que proscribe la Iglesia de este modo es ciertamente falsa porque la
Iglesia cuando actúa así en esas proscripciones es infalible; y el que no rechaza una
proposición proscrita de ese modo niega virtualmente la infalibilidad de la Iglesia: Pero
como no es de fe que la Iglesia sea infalible en lo que no ha sido revelado, por eso no
peca contra la fe divina.
c. El que no rechaza una proposición condenada por la Iglesia, bien
mediante una congregación, bien mediante el Romano Pontífice no
hablando ex cathedra, peca gravemente contra la fe de obediencia, o sea
contra la obediencia, que se debe a la autoridad de la Iglesia docente 1,
pero no peca contra la fe.
1
) Canon 1324.
28
Aunque los decretos doctrinales de esta clase no sean absolutamente infalibles, superan
sin embargo en autoridad a la de cualquier persona particular, porque el Sumo Pontífice
está puesto por Cristo para gobernar la Iglesia con su magisterio supremo. Por eso no
basta con darles el asentimiento externo, esto es, sin decir ni escribir nada en contra,
sino que también están obligados todos los cristianos a dar su asentimiento interno,
hasta que se pruebe con certeza lo contrario. Por eso mismo la Iglesia exige a sus
súbditos ese asentimiento, ya que con su autoridad doctrinal condena el error y propone
la verdad. Esto lo señala el Concilio Vaticano I con estas palabras: “A todos avisamos
del deber de guardar también las constituciones y decretos, por los que tales opiniones
extraviadas han sido proscritas y prohibidas por esta Santa Sede” 1.
De este modo el Cardenal Van Rossum no dudó en separarse de la sentencia de Eugenio
IV expuesta en el decreto para los armenios, a saber que la materia en el sacramento del
Orden consiste total o al menos parcialmente en la entrega de los instrumentos, una vez
que se había demostrado con argumentos ciertos que esa sentencia es errónea 2.
El asentimiento de obediencia se debe también a los decretos de
beatificación de los siervos de Dios y a los decretos en los que se
prohíben libros en cuanto a las doctrinas que hay en ellos.
Artículo tercero.
La duda de fe.
1
) Canon 1325, 2.
2
) Véase Concilio Vaticano I. De fide c. 3. (D 1794).
30
a. Sin embargo, no se prohíbe con esto la duda metódica que consiste en que el fiel católico,
manteniendo el asentimiento a la fe y no dejándolo en suspenso, obre así e investigue
sobre los fundamentos de la fe, principalmente en el hecho de la Revelación, como si
todavía no le constase, para que después de un examen reposado confirme que es un
obsequio razonable.
b. Por consiguiente, respecto a la fe es diferente la condición del católico y la del hereje. El
católico no puede dudar de su fe sin que falle una persuasión personal, porque sabe que
su fe no puede ser falsa; el hereje tampoco puede dudar sin pecado de las verdades cuya
revelación le consta, pero puede dudar de su iglesia o de las verdades contenidas en las
Escrituras y hacer pesquisas ulteriores sobre la verdad sin que repugne de ningún modo
a sus principios y, por tanto, a su conciencia. El hereje, en efecto, no reconoce en su
secta un fundamento infalible de la verdad; al contrario, propugna el principio de la libre
inquisición. Por lo cual, no sólo le es lícito dudar, sino que nosotros podemos también
inducirle a la duda, aunque supongamos que él está de buena fe. – Cuanto más se
dedique el católico a conocer la Iglesia, su origen y su propagación, tanto más se
confirma en la fe; por el contrario, cuanto más se dedique el hereje a conocer su secta, su
origen y su propagación, tanto más se da cuenta con mayor claridad y certeza de que es
maestra del error. Además, la gracia sobrenatural obra de diferente modo en uno y otro:
al hereje lo induce a la duda y a la investigación, al católico a la perseverancia.
3. El fiel católico:
a. que duda positivamente, es decir, que juzga con asentimiento positivo
que las verdades propuestas por la Iglesia para que sean creídas, son
dudosas e inciertas por razones contrarias, es hereje formal, pues es de
fe que las verdades de la fe son absolutamente ciertas; por tanto el que
juzga que las verdades de fe son inciertas peca igualmente contra la
autoridad de Dios y la de la Iglesia, así como aquél que niega
absolutamente todas las verdades de fe. Y con este sentido el canon1325
§ 2 dice: o duda de ellas.
b. El que se porta negativamente, o sea deja en suspenso su asentimiento
sobre la fe o algún artículo de ella, no es hereje porque ni asiente a
ningún error ni comete pertinacia alguna; pero peca por omisión contra
la fe interna.
c. El que en una tentación contra la fe duda entre dar su asentimiento o su
disconformidad y no suspende deliberadamente sin embargo su
asentimiento, no peca salvo venialmente quizá por resistir negligente y
remisamente contra la tentación.
Cuando nacen las dudas contra la fe nace al mismo tiempo una lucha entre el entendimiento,
por una parte, que da su asentimiento y la voluntad, por otra parte, que impera el asentimiento,
bien a la fe en general, bien a determinada verdad de fe. Para evitar el pecado hace falta que la
voluntad resista las dudas, que quiera conservar la fe y que siga imperando un asentimiento
firme. En relación con las dudas el entendimiento puede conducirse de dos maneras: o
entiende al punto que las dudas son vanas y conserva firme el asentimiento, bien directamente
por consideración de las dudas, bien al menos indirectamente por la autoridad divina o
mantiene temporalmente la duda porque no ve su vaciedad y por ello no puede eliminarla.
Pero en realidad una duda indeliberada de esa clase no es obstáculo para la firmeza de la fe
siempre que la voluntad resista la duda y que excluya de su imperio el temor de errar, o
siempre que mantenga su voluntad de someterse a la autoridad de la Iglesia.
4. El indiferentismo, que nace de las dudas de la fe, es moralmente malo e
ilícito, de cualquier modo que se acepte.
Pues
a. si afirma que no puede conocer la verdadera religión, se opone a los argumentos con los
que se muestra que la religión cristiana es verdadera;
31
b. si enseña que todas las religiones son igualmente verdaderas o igualmente falsas, contiene
además este error, a saber que la verdad y la falsedad han de tener el mismo sitio;
c. si dice finalmente que el hombre hay que estimarlo y juzgarlo no por lo que dice sino por
lo que hace, se opone a esta principio moral, a saber que el hombre está obligado con
obligación absoluta a tener fe en Dios que habla.
1
) Véase Pesch, VIII. n. 383. Lercher, 13.n. 663. Vermeersch, II.4 n. 32.
2
) Véase Berardi, Praxis confessariorum3 I. n. 87++.
32
Artículo cuarto.
34. Nociones.
a. Se distinguen dos clases de trato: el civil que se tiene en cosas sociales, y
el religioso o en cosas sagradas que se tiene en los asuntos religiosos.
b. El trato activo o formal se tiene cuando alguien internamente, con el
pensamiento y la voluntad participa en los actos sagrados de los
acatólicos; el pasivo o material, cuando alguien asiste a sus actos sólo
externamente y con su presencia física debido a alguna otra razón.
c. El trato es público cuando alguien asiste a actos sagrados instituidos por
los acatólicos como son las reuniones religiosas, del tipo de las misas,
que tienen lugar en sus templos; privada, cuando alguien participa en
una cosa sagrada con un acatólico, y él mismo la realiza como persona
privada, p. e. cuando un católico reza el Padrenuestro con un acatólico.
Lo que se dice del trato en asuntos sagrados, vale también para el caso de los asuntos
mixtos, como las bodas y los funerales, en cuanto estos asuntos constan de ritos religiosos y
por tanto se refieren a la religión.
35. El trato con infieles.
1. El trato civil con los infieles no está prohibido por ninguna ley eclesiástica,
salvo para evitar a los excomulgados 1; pero el peligro de perversión puede
ser una razón para que esté prohibido por la ley natural.
2. El trato en cosas sagradas con los infieles está prohibido de suyo, porque al
menos significa una profesión externa de una religión falsa y una negación
de la verdadera; por eso dice el apóstol: ¿Qué participación entre el fiel y el
infiel?2.
Se prohíbe más estrictamente este trato con los infieles que con los herejes porque el culto de
aquellos es absolutamente falso y supersticioso; por eso se les permite más difícilmente a los
fieles que asistan a los ritos mixtos de los infieles que a los de los herejes, principalmente
donde los fieles viven mezclados con muchos infieles.
3. Especialmente la ley divina y la eclesiástica prohíben el matrimonio con
infieles3
1
) Véase canon 2267.
2
) 2 Co 6 15.
3
) 2 Co 6 14++. Canon 1070, 1.
33
prohíbe estrictamente otra relación civil con los judíos más que la que la ley natural
prohíbe por razón de escándalo o de peligro de perversión.
Luego no se puede prohibir ciertamente el trabajo de la servidumbre con los judíos pues, si no se
buscan las muchachas para algo torpe o ilícito, y, además, se les permite que guarden los mandamientos de
la religión católica (oír misa, abstinencia, ayuno, etc.) y no amenaza ningún otro peligro, la servidumbre no
se debe prohibir en absoluto. Ni tampoco se ve razón alguna para que ahora se prohíba aquel servicio de
nodriza que hacía la mujer católica en una familia judía. Sin embargo, algunas circunstancias locales más
particulares pueden hacer que no sea lícito servir con los judíos, particularmente mostrarse como nodriza de
los niños de los judíos.
1
) Canon 1149.
2
) Santo Oficio 1763; 3 de mayo de 1893; 27 de junio de 1900. Canon 765, 2.
3
) Santo Oficio 22 de junio de 1859.
4
) Canon 693.
5
) Santo Oficio 1 de mayo de 1889.
6
) Santo Oficio 24 de junio de 1906.
34
acatólicos que toquen el órgano en las funciones litúrgicas de la Iglesia Católica,
si eso no hace temer escándalo1.
δ. No es lícito permitir a los acatólicos que lleven antorchas o luces a las funciones
litúrgicas de los católicos2.
38.
2. La comunión en las ceremonias sagradas, cuando se trata de nuestra
participación en los actos de los herejes, hay que distinguirla de varias
maneras:
a. la comunión formal o activa en los actos no es lícita nunca por ser una
negación de la fe mediante la profesión interna y externa de la religión
falsa3.
Esta comunión puede ser formal de dos modos:
a. explícitamente, si se hace con intención de participar en los ritos sagrados y, por
lo mismo, con aprobación de la religión falsa;
b. implícitamente, si se hace en el mismo rito sagrado, es decir, en la acción que
corresponde al rito sagrado, como recibir la cena herética o cantar con los
herejes en la función sagrada, pues no es posible en las acciones de este tipo
separar la intención mala de la participación en el rito herético.
b. La comunión material y privada en las funciones sagradas es lícita,
excluido el escándalo y el peligro de perversión, si no versa sobre algo
malo en sí.
De este modo es lícito para un católico rezar el Padrenuestro u otras oraciones junto con
un protestante, porque esta acción no encierra una profesión de religión falsa, pues el
culto privado en el que no hay nada de falso no es herético 4.
c. La comunión material y pública en las funciones sagradas está prohibida
de suyo bajo pena grave por la ley natural, y esto por varios motivos
importantes:
α. por el peligro de perversión en la fe;
β. por el escándalo de parte de los fieles que tomarán esa ocasión
para juzgar mal de la persona que comulga con los herejes y para
dudar de la fe verdadera así como por parte de los herejes que se
confirmarán en su error;
γ. por la aprobación de la religión falsa y negación de la verdadera,
que de suyo significa esa comunión. Aparte cualquier razón, a
esta última es a la que hay que prestar la mayor atención.
d. “Puede tolerarse la presencia pasiva o tan sólo material, por razón de
cargo público o de honor, con causa grave, aprobada en caso de duda
por el Obispo, en entierros de acatólicos, en bodas y solemnidades
parecidas, siempre que se evite el peligro de perversión y de
escándalo”5.
1
) Santo Oficio 23 de febrero de 1820.
2
) Santo Oficio 20 de noviembre de 1850.
3
) Canon 1258 § 1; penas en el Canon 2316.
4
) “No se reprueba el rezo común de la Oración Dominical o de una oración aprobada por la Iglesia
Católica con la que se abren y concluyen las mismas reuniones”. Instrucción del Santo Oficio “De motione
oecumenica” 20 de diciembre de 1949 (AAS XLII [1950] 142 – 147) .
5
) Canon1258 § 2.
35
Sobre este asunto hay que juzgar según los mismos principios que ya se han expuesto
sobre la acción de la que se sigue un doble efecto, bueno y malo 1, y de lo que se
expondrá más tarde sobre la cooperación.
1. La simultaneidad.
De la misma forma que no es lícito que los herejes celebren sus ritos en
nuestras iglesias, tampoco es lícito que nosotros celebremos en sus iglesias 2,
pues esto es comunicar con los herejes en cosas divinas 3. Sin embargo, como
celebrar en la misma iglesia al mismo tiempo que los herejes no es, por su
naturaleza, comunicación en las mismas ceremonias religiosas, se puede
permitir esta simultaneidad por una causa gravísima, y de hecho se permite 4.
En realidad, en Jerusalén, en la iglesia del Santo Sepulcro todas las sectas
realizan sus cultos, pero separadamente, y así los católicos profesan su fe y
no la de otros. Muchos Ordinarios estuvieron obligados a una simultaneidad
análoga, al menos tolerada, por las miserias de la última gran guerra.
1
) Véase Principios n. 83+.
2
) Véase Canon823.
3
) Sagrada Congregación de Propaganda Fide 14 de agosto de 1627; Santo Oficio 10 de mayo de 1753.
4
) Sagrada Congregación de Propaganda Fide 12de abril de 1704; Santo Oficio 5 de julio de 1889.
5
) Santo Oficio 10 de mayo de 1770.
6
) Véase Canon2319 § 1, 3º.
36
b. Asistir a las bodas que se celebran por el rito herético por herejes y ante
un ministro hereje es lícito con una razón grave si se trata de presencia
meramente material motivada por razón de cargo público o de honor 7.
c. asistir a las bodas de los herejes desempeñando algún cometido, p. e.
como testigo, que sea necesario para el valor del matrimonio o forme
parte del mismo rito sagrado, es ilícito, porque es una aprobación tácita
de la secta falsa.
d. Es absolutamente ilícito para un católico casarse con un hereje ante un
ministro hereje, pues esto es una participación manifiesta en la misma
ceremonia sagrada herética y un reconocimiento del culto herético.
Las jóvenes que, como en América del Norte hacen de damas de compañía de la novia
(first bride’s maid), se juzga por una estimación común que desempeñan un cometido
puramente civil2.
7
) Canon1258 § 2. El Santo Oficio, con fecha 14 de junio de 1874 declara que se puede tolerar que los
católicos asistan sólo por razón de su cargo civil a las bodas entre una parte católica y la otra parte acatólica
ante un ministro hereje, habiendo quitado el escándalo y cualquier peligro de perversión y, además, sin
desprecio de la autoridad de la Iglesia, lo que es de temer muchas veces si los cónyuges están próximos a
matrimonios emprendidos contra la prohibición de la Iglesia.
2
) Sabetti con Génicot, Casus conscientiae p. 45.
3
) Véase Lugo, De fide d. 14. n. 171++; Santo Oficio 13 de enero de 1818.
4
) 2 R 5 18, 19. Véase Lugo ibid. n. 173.
37
γ. Oír un discurso acatólico transmitido radiofónicamente no es
comunicación en cosas sagradas, salvo que alguien al oírlo quiera
profesar la fe heterodoxa, pero puede estar prohibido por la ley
natural a causa del peligro de perversión o de escándalo.
c. Pero nunca es lícito tocar órganos u otros instrumentos o cantar himnos o
salmos etc. en los templos de los herejes cuando se celebran allí
funciones religiosas porque esta clase de acciones encierran una
participación que es formal en el mismo culto falso de los herejes y, por
tanto, una comunicación ilícita en cosas sagradas 1.
Nota para la práctica: En las regiones donde ya desde hace tiempo los católicos viven mezclados
con herejes, debido a la costumbre ocurren sin razón grave muchas cosas que por sí solo serían ilícitas con
una razón grave, p. e., los católicos entran en los templos heréticos por mera curiosidad incluso cuando hay
funciones religiosas, asisten a funerales, etc.; es más, hasta puede ser también que hagan de buena fe cosas
absolutamente ilícitas. Realmente, como en las regiones de esa clase es menos de temer el peligro de
perversión y el escándalo de los fieles, la comunión que no sea ilícita en sí se puede tolerar con más
facilidad, y todavía más puede pasar que los pastores de almas tengan que ser muy cautos y prudentes al
prohibir cosas que de ninguna manera se pueden permitir para que no perturben la buena fe sin esperanza de
fruto, provocando además el odio de los herejes; por eso la propia Santa Sede declaró que, a veces, se
pueden disimular las comuniones ilícitas para evitar daños mayores 2.
En cambio, en las regiones donde los herejes fijaron su sede y construyeron sus templos poco
tiempo antes, y por tanto el peligro y el escándalo de la comunión prohibida es mayor, hay que urgir con
más severidad las normas arriba expuestas. Por eso, al construir los herejes templos en Roma, el Cardenal
Vicario dirigió una instrucción a los párrocos de la Urbe declarando que pecan gravemente todos los que,
por mera curiosidad, oyen discursos de los protestantes o asisten materialmente sólo a las funciones
acatólicas3.
1
) AAS LXII, 1950, 142 – 147. Véase Annotationes Hürth Per. XXXIX, 1950, 204 – 209.
2
) Santo Oficio 26 de abril de 1894.
3
) Instrucción del 12 de julio de 1878, en Aichner, Compendium iuris eccles. (Brescia 1900) p. 156.
40
LIBRO SEGUNDO.
Preceptos de la esperanza1.
CUESTIÓN PRIMERA.
41. Definición.
1. La esperanza como virtud (esperanza habitual) se define así: hábito infuso
sobrenatural que dispone al hombre para esperar con certeza la felicidad
eterna y los medios necesarios para lograrla por promesa de Dios.
La esperanza teologal como acto (esperanza actual) se define así: una
expectación cierta de conseguir la felicidad futura a causa de la promesa
fidelísima de Dios y los méritos de Cristo, a obtener por medios ordenados
por Dios.
El nombre de esperanza se usa en varios sentidos porque significa:
a. expectación de un bien futuro posible o sensible o suprasensible;
b. la misma cosa esperada, p. e. cuando se dice: aguardando la feliz esperanza 2 o: la
esperanza no nace por los méritos;
c la causa y la razón de la esperanza, primaria o secundaria, como al decir: pues Tú [Dios]
eres mi refugio3; o si a la Beata Virgen se le llama esperanza nuestra;
d. tanto el hábito como el acto de la virtud teologal.
2. La esperanza no es un acto del entendimiento sino un acto de la voluntad que
consiste en una expectación confiada, unida a una certeza o firmeza tranquila
que excluye el temor desordenado a no obtener el bien esperado.
a. La esperanza supone y encierra varios actos:
α. un acto de amor (de concupiscencia) por el que Dios nos agrada como bien
nuestro y objeto de nuestra felicidad, pues de ningún modo podemos ni esperar
sino lo que a nosotros nos agrada como nuestro bien;
β. un acto de deseo por el que la voluntad tiende hacia un bien ausente, porque en su
naturaleza nace el deseo por amor del bien, cuando éste se encuentra ausente;
γ. por la promesa divina conocemos la posibilidad de recibir el bien deseado porque
nosotros no podríamos obtenerlo, y también sabemos al mismo tiempo que Dios
no puede decepcionarnos debido a su fidelidad en el cumplimiento de sus
promesas, de donde en aquel bien nace un acto de expectación y confianza que
dará lugar a que alguna vez lleguemos a ser partícipes suyos. Finalmente
entendemos que a Dios no le falta ni voluntad ni potencia por su parte para dar
los bienes prometidos, por lo que nos animamos a una expectación cierta y
firme. Justamente esto es lo propio del acto: la firme expectación y la elevación
del ánimo.
1
) Santo Tomás II. II. q. 17 – 22. San Alfonso l. 2. n. 20+. Suárez, De spe disp. 1. y 2. Lercher, Institutiones
theol. Dogm. IV. l.3 n. 146++. Ballerini-Palmieri, II. 109 – 133. Häring, II. 90 – 103. Jorio, Theol. mor. I5 n.
242 – 247. Lehmkuhl, I. n. 420 – 439. Mausbach-Ermecke, II. § 12 – 15. Merkelbach, I. n. 794 – 841. Zalba,
I. n. 1386 – 1419.
2
) Tt 2 13.
3
) Sal 60 4.
41
b. Así pues, como la esperanza plena y adecuadamente considerada encierra en sí varios
actos, lo mismo hay que decir también de ella considerada como objeto formal, y, desde
luego, el objeto formal del amor de concupiscencia y del deseo es Dios como bien
nuestro que es, o sea la bondad relativa de Dios; motivo de la esperanza considerada
formalmente es la fidelidad de Dios en el cumplimiento de las promesas; el motivo de la
certidumbre y de la firmeza que posee la confianza es la omnipotencia y la misericordia
de Dios.
42. La esperanza unida al temor. La esperanza teologal debe ser firme y cierta
excluyendo toda desconfianza y duda, pero lleva adjunto el temor: trabajad con temor y
temblor por vuestra salvación1. La firmeza se refiere a la promesa, el temor al logro. La
firmeza y la certeza de la esperanza nacen del motivo de esperar, que lo tenemos por
parte de Dios, a saber, del conocimiento cierto de que Dios puede y quiere mantener
todas sus promesas porque es omnipotente y misericordioso; y la firmeza de este
conocimiento se aumenta ciertamente porque Dios ya nos ha dado grandes argumentos
de piedad y misericordia hacia nosotros. El temor que va unido a la esperanza nace de
nuestra parte porque sabemos que nuestra fragilidad puede frustrar que ocurra lo que
esperamos. Porque Dios no nos promete la felicidad de forma absoluta, sino
condicionada, dependiendo sin duda de nuestra colaboración; y como no podemos saber
con certeza absoluta si hemos cumplido o no con las condiciones que debemos por
nuestra parte, siempre queda la posibilidad del temor, pues verdaderamente no podemos
saber si somos dignos de odio o de amor2. Sin embargo, como podemos conseguir la
eterna felicidad siempre que la queramos en serio, este temor debe excluir de una parte
ciertamente una seguridad temeraria, y de otra parte también una ansiedad pusilánime.
1
) Flp 2 12. Véase Concilio tridentino sesión 6, c. 9. (D 803)
2
) Qo 9 1.
3
) Otros exponen de otra manera la razón de la esperanza y su objeto formal. Véase ZkTh 22 (1898) p. 63+
+: Das Formalobjekt der Hoffnung [El objeto formal de la esperanza]. Lercher, IV. 1. n. 149++.
42
CUESTIÓN SEGUNDA.
Necesidad de la esperanza.
1
) Concilio tridentino sesión 6. c. 6. (D 798): Confiando que Dios ha de serles propicio por causa de
Cristo.
2
) St 1 6, 7.
3
) 1 Tm 6 17. Rm 8 24. Col 1 5. Sal 4 6.
4
) Proposición 1ª condenada por Alejandro VII: El hombre no está obligado en ningún momento de su vida
a emitir un acto de fe, esperanza o caridad, en fuerza de preceptos divinos que atañan a esas virtudes (D
1101).
43
1. El temor.
a. Temor es un acto de la voluntad que aparta de sí un mal inminente; el
temor de Dios, o divino, aparta el mal que Dios puede infligir por el
pecado.
No podemos temer a Dios como si fuese un mal del que tuviéramos que
huir; pero tememos otro mal a causa de Dios:
α. el mal de la pena que nos puede infligir; se llama servil porque los
siervos suelen obedecer a causa del temor a la pena. Este temor es
servilmente servil si el que teme la pena o el pecado por la pena
tiene voluntad de pecar si no hubiera pena (infierno).
β. El mal de la culpa porque ofendemos a Dios y nos separamos de
Él. Se llama filial porque es propio de los hijos temer ofender a
los padres.
γ. El temor inicial teme la ofensa a Dios y la pena eterna, o sea el
pecado, porque es la ofensa a Dios que se castigará eternamente.
Se llama inicial porque es propio de los principiantes temer el
pecado tanto porque es una ofensa a Dios, como porque es la
causa de la pena.
b. Del mismo modo que el temor servil es lícito y también honesto, servir a
Dios, evitar el pecado y guardar los mandamientos por miedo a la pena
es lícito e igualmente honesto, siempre que se excluya la voluntad de
pecar; sin embargo, el motivo de la caridad es mucho más noble y
mucho más perfecto.
1
) Sesión 6. canon31: Si alguno dijere que el justificado peca al obrar bien con miras a la eterna
recompensa, sea anatema. (D. 841).
2
) Proposición 13: Cualquiera que sirve a Dios, aun con miras a la eterna recompensa, cuantas veces obra
– aunque sea con miras a la bienaventuranza – si carece de la caridad, no carece de vicio. (D. 1303).
3
) [La motivación de las acciones por la esperanza de la felicidad eterna es un falseamiento de la moralidad
pura. N. del T.].
4
) D 1221++; D 1327++.
45
El temor servilmente servil es moralmente malo y vicioso porque no excluye la voluntad
de pecar, le da más importancia a la pena que al pecado, al pecador que a Dios creador,
lo que no puede decirse del temor servil. Por eso, el temor de Dios manda: temed a
Aquél que ... tiene poder para arrojar a la gehenna 1; en la Sagrada Escritura se le llama
opuesto al pecado: el temor del Señor destierra el pecado 2; se pide como un don de
Dios: por tu terror tiembla mi carne3.
2. La esperanza.
a Se puede servir a Dios motivado por la esperanza y guardar sus
mandamientos, de tres maneras:
α.de tal modo que no se guardarían los mandamientos si no hubiera
un premio eterno;
β. de modo que sólo se guardan por el premio eterno, sin pensar en
ello; (. de modo que se guardan por el premio, pero también por
Dios.
b. Guardar los mandamientos por la recompensa eterna, de modo que no se
querrían guardar si no se diera la recompensa, es un deseo vicioso, pues
el que obra así el bien subordina el bien noble al vil; pero guardar los
mandamientos movido por la recompensa es una obra moralmente
buena y, en las debidas condiciones, meritoria; se toma a Dios como
fuente de suma perfección para nosotros, como de quien cumplimos y
en quien cumplimos.
α. El motivo de la esperanza es muy conveniente a la naturaleza humana porque es
muy conforme con el apetito natural que lleva al hombre a la propia felicidad.
Además, cuando hay que superar grandes dificultades en el servicio de Dios, el
hombre debe ayudarse con el motivo de la esperanza y del temor para no
apartarse de la perfección moral.
β. La Sagrada Escritura alaba y recomienda las obras que se hacen por motivo de la
esperanza mirando a la recompensa: Los atletas se privan de todo; y eso ¡por
una corona corruptible!; nosotros, en cambio, por una incorruptible4.
c. Aunque el motivo de la esperanza sea inferior al motivo de la caridad,
éste no excluye sin embargo al primero; es más, la esperanza induce
necesariamente a la caridad.
El que quiere la vida eterna, quiere también todo lo que sea necesario para conseguirla;
y, para conseguirla es necesaria la caridad5.
Nota. Se debe considerar la peculiar relación que existe entre la santidad del hombre (caridad de
Dios) y la eterna bienaventuranza. La vida eterna por la que luchamos es al mismo tiempo la santidad y la
felicidad del hombre. Luego quien guarda los mandamientos por la recompensa, al mismo tiempo busca
implícitamente la santidad propia y la gloria de Dios; y el que guarda los mandamientos por amor (caridad)
de Dios o sea para alcanzar la santidad, busca implícitamente al mismo tiempo la bienaventuranza propia,
ya que Dios es la bienaventuranza eterna.
1
) Lc 12 5.
2
) Si 1 27.[La frase tomada de la Vulgata en este punto y no de la Biblia de Jerusalén. Véase nota en el
volumen I; N. del T.].
3
) Sal 119 120.
4
) 1 Co 9 25. Véase Sal 119 112; Col 3 23+; Ap 2 10.
5
) 812 y 820 – 828. K. Weiß , Die Frohbotschaft Jesu über Lohn und Vollkommenheit [El mensaje de Jesús
sobre la Recompensa y la Perfección] (Münster 1927)..
46
CUESTIÓN TERCERA.
1
) Flp 1 23.
47
de la bienaventuranza; ahora bien, las razones por las que alguien se considera que no se
va a salvar pueden ser muy distintas: pues, o está persuadido de que sus pecados son
mayores de lo que Dios puede perdonar, o piensa que la vía de los mandamientos de
Dios es muy ardua, o juzga que Dios no quiere perdonarle a él ni enviarle auxilios, o
juzga que nunca puede pasar que Dios le perdone, o que esté él debidamente dispuesto
para obtener la remisión de los pecados, etc.
b. De la desesperación hay que distinguir el temor con el que a veces los hombres se
angustian debido a la incertidumbre de la salvación. De la misma manera, no hay que
juzgar fácilmente que las almas devotas que a veces se agitan con tentaciones continuas
de desesperación hayan pecado gravemente. El confesor, para conocer si un penitente
hubiera consentido en el pecado de desesperación, podría preguntarle si por eso había
dejado de hacer los ejercicios de piedad acostumbrados. Porque si alguien, p. e., deja de
rezar porque está persuadido de que Dios no quiere ayudarle, peca gravemente contra la
esperanza. Pero si sólo por cierta tristeza desordenada pierde el ánimo y deja de rezar, no
peca gravemente; y de ninguna manera peca si deja de pedir la salud porque piensa que
Dios no quiere devolvérsela1.
Nota 2. El hábito de la esperanza no se pierde por cualquier pecado contra la esperanza, sino sólo
por el que se opone directamente a ella; por lo cual, el hábito de la esperanza se pierde por el pecado de
desesperación, por el odio a Dios que separa de Él en cuanto es nuestra bienaventuranza, y por la presunción
contra la esperanza. Además como la fe es el fundamento de la esperanza, por los pecados con los que se
pierde el hábito de la fe, se pierde también el de la esperanza.
El que pierde el hábito de la esperanza, debe hacer para la justificación un acto formal de
esperanza.
1
) Lehmkuhl I n. 437.
49
LIBRO TERCERO.
Preceptos de la caridad.1
CUESTIÓN PRIMERA.
El amor de Dios.
Artículo primero.
53. Definición.
1. La caridad teologal como virtud se define así: un hábito sobrenatural que nos
inclina a amar a Dios sobre todas las cosas a causa de sí mismo, y a nosotros
y al prójimo por causa de Dios.
La caridad habitual no es el mismo Espíritu Santo que inhabita en el alma, ni la gracia
santificante injerta en el alma, sino un don sobrenatural, realmente distinto de la gracia
santificante, inherente a la voluntad, que hace al hombre capaz de hacer actos de amor
sobrenatural de benevolencia hacia Dios, hacia sí mismo y hacia el prójimo, con el auxilio de
la gracia. Aunque la caridad sea distinta de la gracia santificante, está, sin embargo, unida
inseparablemente a ella; por eso se adquiere al mismo tiempo que la gracia santificante, y se
aumenta y se destruye habiendo cesado los hábitos de la fe y de la esperanza y permanece en
la patria celestial.
2. La caridad teologal como acto se define así: el amor con el que amamos a
Dios sobre todas las cosas, a causa de sí, y a nosotros y al prójimo a causa de
Dios. Así pues, el acto de caridad es doble como doble es su objeto, pero uno
sólo es el motivo de ambos actos.
Nota.
1. En el uso teológico el nombre amor significa ambos amores, el natural y el sobrenatural, el puro
y el de concupiscencia, el honesto y el vicioso; por el contrario el nombre caridad sólo
significa el amor sobrenatural y teologal, aquél con el que Dios se ama a sí mismo y nos ama a
nosotros, o aquél con el que nosotros, en hábito o en acto, amamos a Dios.
2. El objeto de la caridad teologal debe ser Dios, tal como nos lo propone la fe, pues las virtudes
teologales deben ser sobrenaturales no sólo en cuanto al principio, sino en cuanto al objeto
también. Y en los que tienen fe habitualmente, realmente Dios (sabio, poderoso, justo, etc.) se
concibe no sólo por la razón natural, sino también como se conoce por la fe.
54. División.
1
) Santo Tomás II. II. q. 23 – 44. San Alfonso l. 2. n. 22 – 80. Suárez, De caritate disp. 1 – 10. Lessius, De
summo bono. San Francisco de Sales, Teotimo. Lercher, IV. I. n. 157 –170. Ballerini-Palmieri, II. n. 134 –
302. Häring, II. 103 – 125. Jorio, I n. 248 – 294. Lehmkuhl, I. n. 440 – 457. Mausbach-Ermecke, II. § 16 –
27. Merkelbach, I. n. 842 – 975. Zalba, I. n. 1420 – 1631.
50
1. El amor de benevolencia es el amor con el que amamos una cosa (persona)
por ella misma, o con el que queremos algo bueno por ello mismo, para que
vaya en bien de lo mismo que amamos; el amor de concupiscencia es el
amor con el que amamos una cosa (persona) por nosotros, o con el que
queremos algo por nosotros, para que venga en bien de nosotros.
a. Amar es querer un bien. Y como en el acto de amor hay que considerar dos cosas, el bien
que queremos y la persona para quien queremos el bien, el bien (persona o cosa)
podemos quererlo de dos maneras: porque en sí es un bien, o sea, a causa de la
perfección que encierra por la que es amable de por sí, o porque es un bien para
nosotros, o sea, a causa de la bondad que nos trae. Del mismo modo también podemos
querer o desear algún bien para una persona de dos maneras, o porque es un bien para la
persona amada, o porque nos viene de ahí algún bien a nosotros. En el primer caso se
tiene el amor de benevolencia, en el segundo el amor de concupiscencia.
b. El amor de benevolencia se puede distinguir en amor de complacencia, con el que
amamos la cosa o la persona (virtud, amigo) por sí misma; y en amor de benevolencia,
con el que queremos y deseamos el bien para alguna persona por ella misma, para que le
vaya bien.
c. El amor de benevolencia que se refiere a Dios, se llama caridad perfecta por razón de su
objeto formal; el amor de concupiscencia que se refiere a Dios se llama caridad
imperfecta (menos perfecta), ya que es más perfecto amar a Dios porque es bueno en sí,
que amarle porque redunda en bien nuestro. Este es ciertamente el amor que encierra la
esperanza.
d. El amor de benevolencia se llama amor de amistad, si los amantes
α. Quieren y se comunican para ellos y entre ellos un bien mutuo, o sea si se aman
con una efectividad y un afecto mutuos.
β. Tienen conocimiento de esta mutua benevolencia y beneficencia.
El acto de caridad teologal es un acto de amor de benevolencia y amistad entre Dios y el
hombre: Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando1.
2. El amor de Dios puede ser sumo, o sea sobre todas las cosas, de dos
maneras: apreciativamente, si por él se prefiere a Dios sobre todas las demás
cosas; o sea cuando por la fuerza de la caridad estamos más dispuestos a
perder todos los demás bienes y a resistir todos los males que perder a Dios,
o lo que es igual, si estamos dispuestos a evitar cualquier pecado mortal;
intensivamente, si con más fuerza y ardor amamos a Dios que a ninguna otra
cosa creada.
a. La caridad con la que Dios es amado sobre todas las cosas tiene tres grados: el primero
existe cuando Dios es amado de tal modo que estamos dispuestos más bien a perder todo
y a padecer todo antes que ofender a Dios con un pecado grave; el segundo, cuando
amamos a Dios de tal modo que estamos dispuestos más bien a perder todo y a padecer
todo antes que a disgustarle con una leve ofensa; el tercero, cuando amamos a Dios de
tal modo que estamos más bien dispuestos a perder todo y a padecer todo antes que
omitir lo que sabemos que es grato a Dios, es más, que lo que sabemos que es más grato
a Él. El primer grado, como es simplemente un amor a Dios sobre todas las cosas y
excluye el afecto hacia cualquier pecado mortal, basta para obtener la justificación y
para cumplir el precepto de caridad.
b. Luego los fieles que temen que aman más a una criatura (hijo, esposo) que a Dios, han de
ser instruidos sobre el amor a Dios apreciativamente sumo, y decirles que si guardan los
mandamientos que obligan bajo pena grave y a fortiori si también guardan los que
obligan bajo pena leve, no tienen que dudar del amor a Dios según lo que hace falta para
salvarse. Pero si violan algún precepto, sin causa que lo excuse, por amor a las criaturas,
su amor es desordenado y no es amor a Dios apreciativamente sumo.
3. La caridad se divide en afectiva, con la que amamos a Dios (y al prójimo) con
un acto interno; y efectiva o práctica, con la que intentamos guardar los
1
) Jn 15 14.
51
mandamientos y evitar los pecados, cosas ambas que son efecto de la caridad
interna.
1
) 1 P 1 8.
2
) Jn 14 15, 21, 23.
3
) Pr 8 17.
4
) Jn 14 21.
5
) 1 Jn 4 7.
6
) Lc 7 47.
53
a. La voluntad de recibir el sacramento que es el medio necesario para la remisión de los
pecados instituido por Dios, se encierra implícitamente en el acto de caridad, porque ésta
contiene la voluntad de guardar todos los mandamientos.
b. El acto de caridad justifica al hombre no a modo de causa eficiente sino a modo de
disposición última, puesta la cual Dios infunde infaliblemente la gracia santificante en
virtud de la promesa.
2. Como la caridad es un acto de amor con el que Dios es amado con todo el
corazón, con toda la mente, con toda el alma, ella misma encierra una
subordinación plena y una oblación perfecta hacia Dios, con la que el
hombre se somete a Dios y se entrega a Él con todo lo suyo.
Artículo segundo.
1
) Mt 22 37, 38. Véase Mc 12 30. Dt 6 5.
54
bien sumo, por lo que nota San Agustín: Nos hiciste para Ti y nuestro
corazón no está tranquilo hasta que descanse en Ti 1.
b. El precepto de caridad es un precepto especial, distinto de los demás; por
eso no se satisface por la mera observación de otros preceptos, sino que
hay que cumplirlo con el mismo acto de caridad. Hay tres proposiciones
condenadas por Inocencio XI de las que deducimos que existe un
precepto especial, distinto de los demás, para hacer un acto de amor a
Dios sobre todas las cosas2.
Y no se diga que según la Sagrada Escritura basta con la caridad efectiva y no hace falta
la caridad afectiva cuando dice: Quien guarda su Palabra, ciertamente en él el amor de
Dios ha llegado a su plenitud 3. Porque este testimonio no se puede oponer a otras
palabras de la Sagrada Escritura que mandan la caridad afectiva, y por tanto hay que
explicarlo así: el que guarda los mandamientos tiene caridad perfecta (interna y externa),
porque guardar los mandamientos es señal y efecto de la caridad interna. Por lo demás,
el que no hace un acto de caridad, no guarda su Palabra (la de Dios), porque desprecia
el primero y mayor de los mandamientos, que es el de la caridad afectiva con Dios.
c. Para cumplir el precepto de la caridad, se requiere la caridad perfecta,
que es el amor de benevolencia, porque la caridad con la que debemos
amar a Dios es un acto de amor con todo el corazón, con toda la mente,
con toda el alma, con todas las fuerzas; luego es un amor de una especie
perfectísima; y la caridad con la que amamos a Dios por sí mismo es
más perfecta que la caridad con la que amamos a Dios por los bienes
que nos llegan de Él.
d. Sobre todas las cosas: Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a
su madre,... y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío 4. Y sin
duda debemos amar a Dios de un modo que responda a la divina bondad
por la cual amamos a Dios; y ésa supera infinitamente a todo lo demás.
e. Apreciativamente suma, porque postula la infinita bondad de Dios para
que prefiramos a Dios sobre todos los bienes creados. Intensivamente
no, porque la intensidad del amor no responde tanto a la dignidad del
objeto como a la vivacidad de la determinación y disposición del sujeto.
Sin embargo conviene lo más posible que amemos a Dios
intensivamente más que a las criaturas.
Luego no peca el que ama intensamente y más sensiblemente al hijo, al amigo, a la
esposa, que a Dios, siempre que su ánimo esté dispuesto a perder todo antes que a Dios
y su amistad, porque no se requiere un amor intensivamente sumo. Pero pecaría el que
tuviese tal disposición de ánimo que no amase a Dios si no hubiera esperanza de premio
o si no hubiese temor del infierno, porque constituiría a sí mismo y a su felicidad como
fin suyo último, y no a Dios.
1
) Confesiones I. 1. c. 1.
2
) No nos atrevemos a condenar que peque mortalmente el que sólo una vez en la vida hiciere un acto de
amor a Dios (5). Es probable que en rigor ni siquiera cada cinco años obliga por sí mismo el precepto del
amor de Dios (6). Sólo entonces obliga, cuando estamos obligados a justificarnos y no tenemos otro camino
por donde podamos justificarnos (7). Véase también la proposición I. condenada por Alejandro VII (D
1155++; 1101).
3
) 1 Jn 2 5.
4
) Lc 14 26. Véase Mt 10 37.
55
El mandamiento de amar a Dios es afirmativo y negativo; como negativo prohíbe odiar a Dios y
amar a las criaturas apreciativamente más que a Dios: como afirmativo manda el acto de amar a Dios. Y
como el mandamiento afirmativo obliga en determinados tiempos, hay que saber cuándo y cuántas veces
hay que hacer un acto de amor a Dios. Además, a veces se debe hacer de suyo o sea por razón de la misma
caridad y, otras veces accidentalmente, o sea por razón de cumplir otro precepto.
Nota. Hay quienes pueden añadir que hay que hacer un acto de caridad:
a. In articulo mortis. San Alfonso dice que esta obligación es probabilísima
porque entonces “hay que elegir un camino muy seguro” 1; pero esta
obligación existe sólo para los que están en pecado mortal y no pueden
recibir el sacramento. En otro caso no es necesario como camino muy
seguro, pero basta que se elija como simplemente eficaz y seguro.
Otros aportarán esta razón: el hombre de un momento a otro tiene que salir de este
mundo y está obligado a desear la unión con Dios, lo que no puede pasar sin un acto de
caridad2. Pero no se demuestra que este deseo hay que concebirlo explícitamente.
b. Cuando el hombre ha perdido el hábito de caridad por el pecado mortal.
Sin embargo, con ningún argumento probable se puede demostrar la
1
) Theol. mor. II. 23.
2
) Prümmer I. n. 568, 2.
56
obligación que pueda tener un pecador de hacer un acto de caridad
inmediatamente o después de que ya está justificado por la atrición en el
sacramento de la penitencia. Es más, los que urgen demasiado esta
obligación, contra el concilio tridentino 1, parece que afirman que para la
verdadera justificación no basta la atrición con el sacramento, o
establecen sin motivo suficiente que todas nuestras acciones se tienen
que referir a Dios por motivo de caridad2.
Nota.
1. Los párrocos, los maestros y los padres deben procurar que los niños y los rudos aprendan a
ejercitarse adecuadamente en los actos de las virtudes teologales. Para lo cual no sólo hay que
exponerles las verdades reveladas, sino enseñarles que han sido reveladas por Dios y que
debemos creer a Dios revelante. De la misma manera deben enseñarles el fin para el que han
sido creados por Dios, y para excitarles con más facilidad al amor a Dios, hay que presentarles
a Dios bajo el aspecto que más eficazmente les mueva a su amor (n. 55).
2. Sin embargo, Lugo censura que los fieles a los que sólo se les dice que el Hijo de Dios
encarnado, Cristo, ha muerto por nosotros, sin añadirles que Dios nos ha revelado esto, “hacen
regularmente un acto de fe divina”, porque conciben esta doctrina confusamente como algo
sobrehumano y divino3.
1
) Sesión 14. c. 4 (D 898).
2
) Véase Principios n. 87.
3
) Véase Lugo, De virtute fidei div. disp. l. n. 126.
57
β. Dispone inmediatamente para recibir la gracia santificante y la
acompaña con un lazo inseparable;
γ. Perdida la caridad, la fe y la esperanza son virtudes informes, que
deben ser informadas por la caridad habitual para hacer
simplemente bueno al hombre y meritorias sus virtudes; además
perfecciona a la fe y a la esperanza porque confiere una dignidad
singular y esplendor a las obras que se hacen por caridad;
δ. La fe y la esperanza son virtudes del estado de viador; la caridad
es virtud de la patria; por eso la fe, en el estado de término pasa a
visión, la esperanza a posesión, y sólo permanece la caridad 1;
formalmente es divina porque Dios no cree ni espera, sino que
ama;
ε. Es el mayor mandamiento porque todos los demás se remiten a
éste y porque la caridad cumple más allá todos los preceptos,
aunque no hubiera ley2.
3. Consideradas en sí: la fe es un pleno obsequio del entendimiento y de la
voluntad ofrecido a Dios revelante, pues la voluntad obedeciendo
reverentemente al Creador, inspira a la fe y decide al entendimiento a abrazar
la verdad, realmente oscura en sí, elevando al hombre, a pesar de ello, sobre
lo que puede conocer con la luz natural 3. La esperanza, como deseo, arranca
al hombre de las voluptuosidades terrenas y lo dirige hacia la felicidad
espiritual de la otra vida; como confianza tranquiliza al hombre que por
medio de ella confía plenamente en Dios y en su gracia. La caridad abraza el
sumo bien de modo perfectísimo y une íntimamente al hombre con Dios;
constituye la misma perfección cristiana y como no puede ser ociosa ni
infructífera mueve al hombre a ejercitar cuidadosamente las virtudes; la
caridad es, por tanto, la ley en su plenitud4.
Artículo tercero.
1
) 1 Co 13 8.
2
) 1 Tm 1 9: “La ley no ha sido instituida para el justo”
3
) Véase Concilio Vaticano I const. De fide c. 3. (D 1789, 1791).
4
) Rm 13 10.
58
b. Los pecados opuestos directamente el amor de Dios se cometen por
omisión, cuando se omite un acto de caridad que está mandado hacer
por un precepto especial, o por comisión, si se hace un acto prohibido
por el precepto de la caridad. De esta clase son el odio a Dios y la
acedia de la que ya se ha hablado1.
El pecado de omisión no es motivo que ha de preocupar a los confesores porque los que
viven cristianamente no lo cometen y los que durante largo tiempo son negligentes para
sus deberes cristianos sólo pecan materialmente por inadvertencia.
64. Malicia.
a. El odio a Dios es el más grave de todos los pecados porque se opone
directamente a la más excelente de todas las virtudes y por tanto a la
misma bondad infinita de Dios; en cuanto al odio de enemistad es más
grave que el de abominación porque se opone a la bondad interna de
Dios, que se tiene falsamente como mala mientras el segundo se opone a
la bondad externa, es decir, a algún efecto procedente de Dios que el
hombre tiene como malo y contrario para sí.
Para cometer un pecado de odio se requiere que la abominación y la indignación se
dirijan hacia Dios mismo porque si el afecto de aversión y de indignación no se refieren
1
) Véase Principios n. 353.
59
a Dios, sino a cosas adversas sin relación con Dios, no habrá pecado de odio, sino de
impaciencia o de odio al prójimo.
b. El odio a Dios no admite parvedad de materia; todo acto de odio y todo
afecto malo hacia Dios, siempre que sea deliberado es pecado mortal
porque se opone directamente a la suma bondad de Dios. Y cuando el
odio a Dios va unido a la blasfemia, a la execración, o a un acto de
persecución contra la Iglesia, es manifiesto que se comete un pecado
doble.
CUESTIÓN SEGUNDA.
Artículo primero.
65. Nociones.
1. Hay que distinguir en el amor de nosotros mismos el que es un apetito innato
del que es un acto moral. La necesidad natural lleva al hombre a su propia
conservación, a su perfección y a su propia felicidad lo que no puede
conseguir si no dispone de lo que es bueno para él, por lo que la necesidad
natural le lleva a lo que es bueno para él; ahora bien querer para uno mismo
lo que es bueno para sí es amarse a sí mismo. Cuando el hombre quiere por
un acto lo que es bueno para sí, el acto es un acto de amor moral de sí
mismo.
2. En un acto de amor se debe distinguir la condición necesaria por parte del
objeto y el motivo formal. Pues el hombre no puede apetecer más que lo que
se presenta ante la voluntad como bueno y conveniente para el que apetece.
Y la potencia no puede moverse al acto más que por su propio objeto, y el
objeto propio de la voluntad es lo que es bueno y conveniente para aquél que
quiere. Pero lo que el que quiere conoce, y debe conocer, que es su bien
puede apetecerlo porque en sí es su bien o porque es bien de otro. Por lo cual
todo acto de amor es implícitamente un acto de amor propio en cuanto
encierra como condición necesaria el amor al propio bien, pero no
explícitamente en cuanto el motivo formal del amor es el bien propio, lo que
sólo ocurre en los actos de amor de concupiscencia.
1
) Lehmkuhl, I. n. 727 – 746. Göpfert II. n. 1 – 10. Th. Meyer, Institutiones iuris natur. (Friburgo 1900) II. n.
29 – 47. V. Cathrein, Moralphilosophie6 II. p. 56++. E. Müller, Theologia moralis10 II. p. 86++. Schilling,
Moralth. II. p. 2++. Lercher, IV. I3. 162++. Merkelbach I. n. 886++.
60
3. El amor de nosotros mismos se llama natural por razón del objeto si se dirige
a la perfección y a la felicidad natural, y por razón del principio si se hace
con las solas fuerzas de la naturaleza; se llama sobrenatural por razón del
objeto si tiende a la perfección y felicidad sobrenatural, que consiste en
bienes de gracia y de gloria, y por razón del principio si se hace con auxilio
de la gracia.
Como el amor natural de sí mismo se mueve de modo que el hombre se procura bienes
naturales y evita males naturales, debe regirse por la ley divina para no buscar los bienes que
sin duda agraden a los sentidos pero dañen al espíritu, o para no evitar los males que deban
soportarse para que el hombre consiga su fin.
4. El amor sobrenatural de nosotros mismos es el amor de esperanza, si el
hombre ama a Dios, eterna felicidad suya, a causa de sí, para que le vaya
bien a él; y es caridad teologal si el hombre se ama a sí mismo a causa de
Dios porque así es partícipe de la gracia y de la gloria y como de la familia
de Dios.
El fundamento y la condición del amor moral de caridad hacia sí mismo es una estimación
apropiada de uno mismo con la que nos conocemos a nosotros mismos según la dignidad
natural de la persona y según la dignidad sobrenatural de hijos de Dios y herederos de la vida
eterna. Sin embargo, esta estimación de uno mismo no impide el desprecio y el menoscabo de
sí que la religión cristiana nos recomienda como ejercicio de humildad, pues la humildad se
funda en el reconocimiento de lo que hay en nosotros procedente de nosotros y la caridad
hacia nosotros se funda en el conocimiento de lo que hay en nosotros procedente de Dios.
Artículo segundo.
1
) Mt 22 39.
61
mayores para el alma y el cuerpo. Nada impide que sigamos este apetito
siempre que guardemos en todo las normas de la honestidad 1. Pero, los
bienes en especial que estemos obligados a querer y procurar deben ser
excluidos de la obligación fundamental de tender hacia el fin último de la
vida eterna, que es querer y procurar nuestra felicidad eterna.
a. En cuanto a los bienes sobrenaturales estamos obligados:
α. a conocer nuestro fin último y lo que es necesario saber con
necesidad de medio y de precepto para que podamos llevar una
vida digna del hombre cristiano;
β. a procurarnos la vida sobrenatural, o sea la gracia santificante y
los medios necesarios para conservarla y aumentarla, además de
los méritos de la guarda de los mandamientos, sin lo cual no
podemos llegar a Dios.
Además de lo que estamos obligados a adquirir por precepto grave no estamos
obligados por caridad bajo pena grave a procurarnos más méritos ni mayor
aumento de gracia ni de gloria mediante obras buenas o el ejercicio de las
virtudes; sin embargo, la caridad hacia nosotros nos proporciona un motivo
eficaz para ocuparnos cuidadosamente del ejercicio de las virtudes y de buenas
obras.
Luego estamos obligados también por caridad hacia nosotros a aprender lo que
es necesario saber con necesidad de medio y de precepto para obtener el estado
de gracia en el caso de peligro de muerte; a no diferir la conversión durante un
tiempo notable, porque el estado de pecado prolongado mucho tiempo casi lleva
a cierta necesidad de aumentar los pecados 2; a ejercitar las virtudes y obras
buenas que prescriben los preceptos bajo pena grave.
b. En cuanto a los bienes espirituales estamos obligados a ese cultivo y
perfección de la mente y de la voluntad que es necesario para obtener
sin dificultad el fin último y para que podamos cumplir
convenientemente los deberes de nuestro estado. Pero no hay obligación
estricta de adquirir ulteriores conocimientos aunque sean útiles para
nosotros y perfeccionen nuestro entendimiento, porque al no ser
necesarios por precepto para obtener el fin, no hay más que consejo para
obtenerlos.
α. Como hoy apenas se pueden cumplir por cada uno los deberes propios debido al
auge universal de la cultura sin acudir a conocimientos más extensos, se está
obligado a adquirirlos mediante escuelas adecuadas aprovechando la ocasión
que se presente.
β. Hay que esforzarse en exhortar y advertir a todos que cultiven y perfeccionen sus
facultades intelectuales y morales todo lo que puedan porque de este modo no
sólo conseguirán más fácil y perfectamente el fin de la vida, sino que podrán
colaborar más provechosamente al bien común y a la utilidad de los demás.
Ocurre que los que están mejor instruidos resisten con más facilidad a las
seducciones de los incrédulos siempre que unan el cultivo de la mente con la
educación de la voluntad y de las costumbres.
c. En cuanto a los bienes corporales estamos obligados a conservar la
propia vida y la salud por los medios ordinarios procurándonos la
comida, el vestido y la habitación.
1
) Mausbach, Kernfragen III. Weltflucht und Weltarbeit [Cuestiones de fondo III. Aislarse del mundo y
trabajar en él] (M.-Gladbach 1903).
2
) Santo Tomás I. II. q. 109. a. 8.
62
α. En cuanto a la comida pueden servir al hombre todos los alimentos necesarios
para sustentar la vida; en cuanto a la calidad, se pueden tomar vegetales o
animales sin hacer distinciones entre alimentos puros e impuros; pero en cuanto
a la cantidad, guardando el orden de la templanza para que no sufra daño ni la
salud del cuerpo ni la vivacidad de la mente por el abuso de la comida o de la
bebida.
β. El vestido sirve a un triple fin: a defender de la influencia nociva del ambiente, a
mirar por el pudor y a mostrar la distinción de género y de estado. Cualquier
vestido que cumple lo que conviene a estos tres fines es honesto moralmente.
Seguir en este asunto las costumbres de los propios tiempos y naciones es
igualmente lícito y conveniente, pero siempre se debe cuidar de no caer en los
dos excesos que señala así San Jerónimo: “Hay que huir por igual de ornato y de
la sordidez porque una cosa huele a delicias y otra a gloria” 1.
γ. La habitación debe ser apta para conservar la vida y la salud, para proteger la
honestidad y para hacer cómoda la vida doméstica entre los miembros de la
familia. Y como hoy consta de hecho que las miserables viviendas que habitan
los pobres y los obreros principalmente en las grandes ciudades perjudican
muchísimo la vida corporal y no menos la espiritual, hay que amonestar a los
que corresponda para que remedien estos perjuicios con unas viviendas
adecuadas2.
δ. Para conservar y perfeccionar la vida del cuerpo y la del alma, los recreos
necesarios son de la mayor importancia, y son lícitos para todos siempre que no
violen las normas de la modestia y la honestidad y estén ordenados
razonablemente en cuanto a las circunstancias de tiempo, duración y modo. De
entre ellos son encarecidamente recomendables, principalmente para los jóvenes
los juegos corporales y los ejercicios de gimnasia y deporte porque todos éstos
llevan a educar y mantener la mente sana en un cuerpo sano, siempre que se
guarde el modo debido al realizarlos, porque los juegos y los ejercicios que se
hacen de forma adecuada con el cansancio del cuerpo, no sólo sirven para el
recreo, sino que también conducen a conservar y aumentar las virtudes de la
castidad y de la templanza. Por lo cual los pastores de las almas no tienen
razones para aborrecer de las sociedades instituidas para estos juegos y
ejercicios (Sociedades deportivas), sino que más bien deben intentar
promoverlas y dirigirlas por las normas de la honestidad y de la religión 3. Sin
embargo, en nuestro tiempo hay que cuidar de que estos ejercicios y esta
educación corporal no se propongan como fin último, despreciando en cambio el
cultivo del alma y de la religión.
d. Los bienes externos de la persona son el honor y la fama. Honor en
sentido amplio se llama a la estimación de alguien basada en su
excelencia. Honor en sentido estricto se llama al testimonio externo de
esa estimación. Fama es la estimación pública de la excelencia de
alguien.
α. Estamos obligados por la ley natural a cuidar de nuestra propia
fama, protegiéndola para que no se pierda y recuperándola si se
hubiera perdido.
La fama es un bien de la mayor importancia para la misma persona: pues al ser
fruto de la virtud colabora mucho en su conservación y también en la remoción
del vicio, debido al temor de perderla; igualmente es de la mayor importancia
para la vida social, porque se gana la confianza de los demás, abre la entrada a
1
) Ep. 52. n. 9.
2
) Handwörterbuch des Wohnungswesens (Jena 1929); Nell-Breuning en Staatslexikon [Léxico de términos
urbanos] (1932) ver las palabras Wohnungsbau- y Wohnungsfürsorge,Wohnungswirtschaft; Löwenstein,
Ehlen, Krahe en Wörterbuch der Politik [Diccionario de Política] VII, ver las palabras Der Mensch und sein
Wohnen, Familiensiedlung, Wohnungspolitik desde 1945.
3
) Véase Ruland, Handbuch d. pr. Seelsorge (Munich, Hueber, 1930)
63
los cargos públicos y es necesaria para desempeñar con fruto las obligaciones.
Por eso dice la Sagrada Escritura: Preocúpate de tu nombre, que eso te queda,
más que mil grandes tesoros de oro 1. Sin embargo esta obligación generalmente
es sólo leve, porque como la fama no es un bien supremo, ante bienes mayores
se puede despreciar lícitamente, a no ser que sea necesaria considerada la
condición humana.
β. Sin causa razonable no es lícito infamarse a sí mismo; pero por
una causa justa, principalmente por virtud, es lícito de suyo, de la
misma manera que es lícito por una causa razonable sacrificar los
bienes de fortuna.
Difamarse a sí mismo sin causa no va contra la justicia porque el hombre es el
dueño de su fama; por lo cual al infamarse a sí mismo no hace injuria a nadie; y
no va contra la caridad porque la caridad no obliga a la conservación de los
bienes externos, salvo en lo que haga falta para conservar los bienes internos
espirituales o corporales; pero es un vicio de prodigalidad contra la liberalidad
(por exceso), lo cual no pasa de todas maneras de pecado venial. Puede ser grave
contra la caridad o contra la justicia si la fama es necesaria para desempeñar la
obligación o si le sobreviene un daño a alguno por esa causa.
e. Estamos obligados a adquirir para nosotros los bienes externos de
fortuna que necesitemos para estar en condiciones de cumplir
debidamente las obligaciones sociales e individuales, pues el que está
obligado a un fin, por el mismo mandato está obligado a tener los
medios necesarios. Pero fuera de estos bienes necesarios moralmente
para este fin, no tenemos ninguna obligación de buscar más abundancia
de bienes ni más prosperidad de vida. Sin embargo, es lícito adquirir
para sí mayores bienes siempre que en su búsqueda y uso guarde las
normas morales. El trabajo es el medio de adquirir para sí los bienes
externos necesarios.
1
) Si 41 12.
2
) Nell-Breuning, Beiträge zu einem Wörterbuch der Politik [Contribuciones a un Diccionario de la
Política] III. (1949) véase el término Beruf.
64
problema de si existe alguna obligación para cada hombre de elegir un estado
eclesiástico o civil y pasar en él la vida.
a. La gran utilidad que reporta a los hombres cierto estado de vida es
manifiesta tanto porque el estado de vida proporciona un modo
determinado de ejercer el hombre su actividad en provecho propio y de
los demás y guardarse del ocio en el que caen los que vagan sin estado
de vida, como porque es un medio óptimo de labrar su salvación, pues el
que cumple diligentemente los deberes de la religión cristiana y de su
estado de vida puede estar seguro de la salvación de su alma.
b. La obligación de elegir cierto estado de vida puede nacer de dos puntos
principales:
α. Por caridad consigo mismo o sea por la obligación de trabajar por
la propia salvación. De aquí que el que entiende que el estado
matrimonial o el religioso es el medio de salvación necesario para
él, debe elegirlo.
β. Por piedad, o sea por la obligación de ayudar a los padres en
estado de necesidad. Por eso el que entiende que no puede
cumplir sus obligaciones si no abraza el estado del padre
(labrador, artesano, etc.), está obligado a elegirlo.
Por eso puede pecar el que no aprovecha la ocasión oportuna para adoptar un
estado de vida, el que no cultiva cuando puede sus facultades espirituales y
corporales, ni aprende las ciencias ni las artes con las que podría estar preparado
para cierto estado de vida.
Artículo tercero.
El precepto de trabajar1.
El trabajo manual, que despreciaban los antiguos paganos en general como ignominioso, es
exaltado por los nuevos paganos (los socialistas extremos y los ateos) más de lo justo como si fuese el único
medio de servicio divino. Para los cristianos el trabajo está ennoblecido por el ejemplo de Cristo y de los
Apóstoles, está prescrito por la ley divina natural y positiva (en cierto sentido), y es digno para todos.
1
) Santo Tomás, II. II. q. 187. a. 3. Encícl. Rerum Novarum 15 de mayo de 1891; Quadragesimo anno 1931
(AAS XXIII, 177++). Ed. Génicot-Salsmans Theologiae moralis institutiones10 (Bruselas 1922). I. n. 365. S.
Weber Evangelium und Arbeit (Friburgo 1898). Haessle, Das Arbeitsethos der Kirche (Friburgo 1923).
Weber-Tischleder, Handbuch der Sozialethik I (Essen 1931). Schilling, Lehrbuch der Moraltheologie, II. n.
237 – 243. Ruland, Handbuch der praktischen Seelsorge III (Munich 1933), pág. 376 – 384. Nell-Breuning,
Beiträge zur eine Wörterbuch der Politik III. [Aportaciones a un Diccionario de Política III.] (1949) ver la
palabra Arbeit [Trabajo].
65
mentalmente, útil para los demás mediata o inmediatamente. En el segundo,
una actividad humana, corporal o espiritual, que produce bienes provechosos
en algún sentido.
También se consideran bajo el nombre de trabajo en el primer sentido la oración mental o
vocal, los ejercicios de piedad, las obras de misericordia con el prójimo, etc., en general,
cualquier actividad humana, excluyendo solamente las que se hacen por mero gusto. En el
segundo sentido sólo la labor productiva y lucrativa se llama trabajo, el cual es útil para el que
lo hace o para otros o para los demás, por lo que también se llama “trabajo social”.
2. A todos y cada uno de los hombres aptos para ello se les ha impuesto el
precepto natural y divino del trabajo, aunque no siempre como trabajo
productivo y lucrativo, pero sí serio y constante, es decir, trabajo en el
sentido más amplio.
Pío XII recoge claramente los argumentos de esta afirmación 1: “Todos los hombres que se
dedican a la vida contemplativa, los varones y también sin excepción ninguna las mujeres,
están llamados al trabajo, manual o espiritual, no sólo por obligación de la ley natural (Gn 2
15; 3 19; Jb 5 7; 2 Ts 3 10), sino también como deber de penitencia así como de satisfacción
(Gn 3 19). Además, el trabajo es en general un instrumento que preserva el alma de los
peligros y la eleva hacia niveles más altos; con el trabajo podemos ofrecer nuestras obras a la
Divina Providencia, como es justo, y esto en el orden natural y en el que lo excede; con el
trabajo hacemos las obras de caridad. Finalmente el trabajo es la norma y sobre todo la ley
principal de la vida religiosa, por lo menos desde sus orígenes, según aquél ‘ora et labora’.”
3. Es propio del trabajo
a. el valor social ya que engendra prosperidad temporal, perfecciona la
cultura y aumenta la comodidad de la vida;
b. el valor moral por ser un medio para ejercitar la virtud y la abnegación;
c. el valor sobrenatural porque nos asemeja a Cristo nuestro Salvador, que
trabajó desde su juventud2.
1
) Const. Apost. Sponsa Christi (21 de noviembre de 1950). AAS XLIII, 1951, 5 – 24.
2
) Véase Mensaje radiofónico de Pío XII de 24 de diciembre de 1942 (AAS XXXV, 1943, 20) “Dignità e
prerogative del lavoro”
66
estricto no está mandado a causa de sí mismo, sino como medio necesario para
proteger la vida; luego para los que reciben por alguna otra parte lo necesario
para la vida sin caer en el ocio, cesa el mandato de buscar aquello con su propio
trabajo.
γ. Además de la obligación de cuidar de la vida propia, hay otros preceptos que
señalan la necesidad del trabajo a muchos hombres y que sin un trabajo mayor
no pueden cumplirse, como los deberes de piedad de los padres y de los hijos,
los deberes de religión de los clérigos, etc.
b. Por la obligación de evitar el ocio. El ocio expone al hombre al peligro
inminente de caer en varios pecados, pues por experiencia es una
condición de la naturaleza humana el que la vida ociosa esté afeada por
muchísimos vicios, como lo dice la Sagrada Escritura con estas
palabras: mucho mal enseñó la ociosidad1; y el único medio de evitar el
ocio es el trabajo; luego el hombre está obligado a evitar los peligros de
pecado que nacen del ocio implicándose en algún trabajo honesto.
Es evidente que para cumplir esta obligación basta cualquier trabajo, aunque no fuera
útil inmediatamente a nadie, como nos enseñan los anacoretas; pero ciertamente no es
suficiente una ocupación que consista en meros juegos y recreaciones, pues también se
sabe por experiencia que quienes pretenden meras delicias y gustos no están afeados por
menos vicios que los que se dedican al ocio.
c. Obligación de contribuir al bien común. El trabajo serio del hombre, el
que se emplea principalmente en cultivar las ciencias y las artes,
contribuye mucho a promover la cultura y la prosperidad de la sociedad
humana, por lo que nunca estaría suficientemente recomendado esta
clase de trabajo a los que disfrutan de abundancia de cosas necesarias;
es más también parece que se pueda probar la estricta obligación que
tienen de trabajar (en general); para que la sociedad humana pueda
evolucionar y sustentarse de los bienes de la tierra conviene que con un
trabajo asiduo se perfeccionen, adapten y produzcan esos bienes. Por lo
demás, con qué deben contribuir al bien común cada uno de los
miembros de la sociedad para procurar y promover la prosperidad
temporal de ella lo determinan los preceptos de la caridad y los dados
por la autoridad con respecto al bien común.
1
) Si 33 29.
2
) Th. Brauer, Das Recht auf Arbeit [El derecho al trabajo] (1919); Produktionsfaktor Arbeit [El trabajo
factor de producción] (1925). Nell, Das Recht auf Arbeit [El derecho al trabajo], Stimmen der Zeit [Voz del
tiempo] 143 (1948 – 49), 343 – 354.
67
para lo que de forma general es necesario absolutamente el trabajo
económico1.
Luego se ocasiona injuria a quien queriendo trabajar se le impide arbitrariamente que
busque y ejerza un trabajo, lo que ocurre principalmente en los puestos de trabajo. Pero
incumbe al poder civil la obligación de proteger el derecho a trabajar del que
voluntariamente no cede del suyo.
b. El derecho a trabajar, es decir el derecho a exigir que otro (un particular
o la República) le dé o le procure un trabajo, no lo tiene nadie aunque
carezca de medios necesarios para el sustento. Pues el que carece de
trabajo y de sustento al mismo tiempo, no puede exigir del prójimo, con
derecho. que le provea de un trabajo (sin embargo, por caridad o por
justicia social puede a veces estar obligado a ello el prójimo); en todo
caso la obligación de proporcionar trabajo lucrativo se opone al derecho
de propiedad. Pero de suyo ni el poder político está obligado a darle o
procurarle trabajo, porque no corresponde a su cargo procurar el bien
temporal de cada uno.
c. Pero el poder público está obligado por justicia legal a que no se ponga
en peligro el bien común, a procurarles ocasión de trabajar si la multitud
de los que carecen de él es tanta que por eso le puede venir algún daño
al bien común.
Artículo cuarto.
1
) Véase Pío XII Mensaje radiofónico en el quincuagésimo aniversario de la publicación de la Encíclica
“Rerum Novarum” (AAS XXXIII 1941, 245): “Doch beachtet: Diese Pflicht und das entsprechende Recht
zur Arbeit kommen dem Einzelmenschen in erster Linie von der Natur, nicht etwa erst von der
Gemeinschaft zu, als ob der Mensch nichts als ein von der Gemeinschaft zur Arbeit Beaufträgter wäre.“ [Sin
embargo obsérvese: Esta obligación y el correspondiente derecho al trabajo le viene a cada hombre en
primer lugar de la naturaleza, no como si sólo viniera de la sociedad, como si el hombre fuese nada más que
un empleado por la sociedad para trabajar]
2
) Tb 12 10. Véase Sal 10 6.
3
) In Ioannem tract. 51. n. 10.
68
porque el precepto que obliga a la misma caridad consigo mismo se
lesiona, p. e. si se descuida la salvación eterna, o la salud temporal, si
alguien desea o hace algo malo contra el orden de la caridad consigo, si
alguien en peligro de muerte no busca la reconciliación con Dios, si
alguien permanece en estado de pecado durante mucho tiempo.
3. Los pecados específicos cometidos contra la caridad consigo mismo no se
suelen declarar como tales en la confesión porque el precepto de la caridad
consigo no obliga bajo pecado grave; por eso al acusarse de quebrantar otro
precepto, se sobreentiende el quebrantamiento de la caridad consigo mismo 1.
Así, el que se acusa de pecar contra el quinto mandamiento del Decálogo en cuanto es
positivo, se acusa al mismo tiempo de lesionar el amor consigo en cuanto la caridad consigo
mismo manda cuidar la vida corporal; el que se acusa de quebrantar un precepto divino o
eclesiástico se acusa también al mismo tiempo de quebrantar la caridad consigo mismo en
cuanto ésta manda cuidar de la salvación eterna.
1
) Véase Ballerini-Palmieri II. n. 156.
69
CUESTIÓN TERCERA.
Artículo primero.
71. Nociones.
1.Con el nombre de prójimo se entiende toda criatura racional capaz de la gracia divina y de la
felicidad eterna, o sea: los ángeles y los santos del cielo, las ánimas retenidas en el Purgatorio
y los hombres, buenos o malos, amigos o enemigos, con la única excepción de los demonios y
los condenados.
La noción de prójimo, que para los griegos y romanos se limitaba a los conciudadanos y para
los judíos (según una interpretación de los fariseos) se limitaba a los de la misma tribu, Cristo
Señor enseña que hay que extenderla a todos los hombres, sin exceptuar a los enemigos 1.
2. Podemos amar al prójimo por caridad teologal y por caridad, que es una virtud moral. Por
caridad moral amamos al prójimo cuando este amor tiene por motivo la honestidad natural, la
cual se reconoce en el mismo amor, con la luz natural 2. Por caridad teologal amamos al
prójimo cuando el motivo de ese amor es Dios sumo bien en sí, conocido con la luz de la fe.
Para que podamos amar al prójimo por Dios y querer el bien para él, de algún modo tenemos
que haberlo considerado como referido a Dios: como criatura, imagen, hijo, amigo de Dios,
como hermano de Cristo, como redimido por la sangre de Cristo, como templo del Espíritu
Santo, como llamado a la gloria, etc. Y ciertamente esta relación es el fundamento y motivo de
la caridad hacia el prójimo. Luego amamos al prójimo con caridad teologal si queremos el
bien para él porque p. e. es hijo de Dios, pues la razón por la que lo amamos es Dios Sumo
Bien o sea por amor hacia Dios Bien Sumo, de quien el hombre es hijo. Del mismo modo que
queremos al hijo del amigo por el amigo, pues lo que nos mueve a querer al hijo del amigo es
el amor del amigo, al que amamos en su hijo3.
Artículo segundo.
72. El precepto.
1. Por precepto divino el hombre está obligado a amar al prójimo con caridad teologal, lo que
consta por las palabras de Cristo: El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como
a ti mismo4. Y hemos recibido de Él este mandamiento: quien ama a Dios ame también a su
hermano5. De donde resulta, en primer lugar, que hay un mandamiento para amar al prójimo, y
después, que esta caridad es la misma con la que amamos a Dios, y, por tanto, teologal.
1
) Véase Lc 10 30 – 37.
2
) Véase Struggl, Theologia moralis tr. 4. q. 4. n. 16.Ballerini-Palmieri II. n. 152.
3
) Véase ZkTh 22 (1898) p. 77++: Das Formalobjekt der göttl. Nächstenliebe [El objeto formal del amor
por Dios al prójimo]
4
) Mt 22 39.
5
) 1 Jn 4 21.
70
a. El amor moral al prójimo que procede de un motivo de honestidad natural no es malo,
pero si se hace por gracia es sobrenatural y está mandado por Dios: Por tanto, todo
cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros 1. Sin embargo,
ese amor no satisface el precepto divino de amar al prójimo con caridad teologal. Ni
tampoco lo satisface el amor de concupiscencia con el que queremos para el prójimo un
bien de modo que nos venga bien a nosotros.
b. Las palabras como a ti mismo no significan igualdad de amor en cuanto a la intensidad
porque debemos amarnos a nosotros más que al prójimo y no debemos amar con el
mismo amor a todos los prójimos; significan igualdad en cuanto al motivo y al objeto,
que lleguemos a querer y procurar por Dios para el prójimo los mismos bienes que para
nosotros.
2. Por el precepto divino del amor al prójimo debemos amarle con amor afectivo o sea con amor
interno de benevolencia, pues estamos obligados a amar al prójimo como a nosotros mismos,
pero nos amamos con amor de benevolencia y no puede ser de otra manera. Y sin duda el
amor consiste por su naturaleza en un acto interno de la voluntad con el que queremos el bien
de otro; luego sin acto interno no habría verdadero amor interno 2.
a. El amor afectivo hacia el prójimo se ejercita con aquellos actos (como especie) con los
que amamos a Dios, como son:
α. gozo del bien del prójimo;
β. deseo de felicidad para él;
γ. tristeza de su mal;
δ. propósito de la voluntad de estar dispuestos a hacerle el bien si se presenta la
ocasión (n. 56).
b. El precepto de amar al prójimo con caridad teologal se cumple orando por él con actos
externos de beneficencia que resultan del motivo de la caridad divina. El precepto de
amar al prójimo con un acto interno de caridad lo cumple el que se abstiene del odio y el
que tiene voluntad de guardar los preceptos sobre el prójimo.
3. El precepto divino de amar al prójimo manda también el amor efectivo o sea los actos externos
de beneficencia y misericordia con los que socorramos al prójimo indigente con nuestro
auxilio: Si alguno que posee bienes de la tierra, ve a su hermano padecer necesidad y le
cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios? Hijos míos, no amemos
de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad 3. Porque tuve hambre y no me disteis
de comer4. Y no cabe duda de que si el afecto interno es sincero y verdadero se debe
manifestar al exterior con obras.
Así pues el precepto de caridad obliga al hombre a procurar su bien y evitar su mal, en el
cuerpo y en el alma igualmente, si puede hacerse fácilmente. Sin embargo, para cumplir este
precepto no hace falta que las obras de beneficencia en favor del prójimo se hagan por caridad,
bastando que haya otro motivo menos elevado, p. e. la misericordia.
4. El amor del prójimo, el efectivo y el afectivo, debe ser universal, es decir debe extenderse a
todos los que se consideran con el nombre de prójimo; no sólo a cada uno por separado, sino
también a la sociedad humana (caridad social). Pero no es necesario que rodeemos a cada
persona de nuestro amor interno de benevolencia y del externo de beneficencia porque esto no
está mandado en ninguna parte ni es realmente posible; basta un amor general que no excluya
a nadie del afecto de benevolencia y estar dispuesto a socorrer al indigente donde fuera
necesario.
Además, este amor común hay que referirlo en circunstancias determinadas a algunas personas
y aplicarlo a ellas, p. e. cuando se siente la tentación de odiar al prójimo, o cuando el prójimo
se encuentra en una necesidad, o si apremia la necesidad de la comunidad.
1
) Mt 7 12. Véase Tb 4 16.
2
) Sobre este precepto hay dos proposiciones condenadas por Inocencio XI: No estamos obligados a amar
al prójimo por acto interno y formal (10). Podemos satisfacer al precepto de amor al prójimo, por solos
actos externos (11). (D 1160, 1161).
3
) 1 Jn 3 17, 18. Véase St 2 13++.
4
) Mt 25 42++.
71
Artículo tercero.
El orden de la caridad.
Antes de precisar más el precepto de la caridad externa, hay que presentar el orden de la caridad porque las
personas a amar y los bienes a desearles y procurarles son de importancia desigual y, por tanto, la caridad se
debe conducir en esas cosas según esta diferente importancia. También hay que distinguir las diferentes
necesidades, porque según la mayor o menor necesidad del prójimo, es diferente la obligación de socorrerle.
De todo esto resulta que hay que observar tres órdenes: entre las personas, entre los bienes y entre las
necesidades.
1
) Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu
mente; y a tu prójimo como a ti mismo. Lc 10 27.
72
El mayor bien común es el de la religión (de la Iglesia); el bien temporal común prevalece
sobre el bien temporal privado (incluso el de la vida); pero ningún bien común prevalece sobre
el bien privado espiritual, es decir, sobre la inmunidad de pecado o sea sobre el bien de Dios.
75. Orden a observar entre las necesidades. La necesidad que puede padecer el prójimo es espiritual o es
corporal; ambas pueden ser extremas, graves, y leves o comunes.
1. La necesidad espiritual.
a. En necesidad espiritual extrema se encuentra el que sin auxilio ajeno no puede rehuir de
ninguna manera la condenación eterna que se le viene encima con certeza, o, en caso de
que pueda, no es sin dificultad muy grande; p. e. el niño que va a morir sin bautismo, o
el hereje que va a morir sin penitencia.
b En necesidad espiritual grave se encuentra el que sin auxilio ajeno, sólo con dificultad
grande puede librarse del peligro de condenación, aunque no sea estrictamente
inminente, como el pecador cristiano rudo en caso de muerte que no puede hacer el acto
de contrición más que con gran dificultad.
c. En necesidad espiritual leve se encuentra el que sin auxilio ajeno no puede librarse más
que con gran dificultad del peligro de condenación o de pecado, como los pecadores
ordinarios que si quisieran hacer algún intento fácilmente podrían librarse del pecado o
salir de él, pero no sin ser ayudados, enseñados o corregidos por otros.
2. La necesidad corporal.
a. En necesidad corporal extrema se encuentra el que está en peligro de muerte inminente, o
ahora mismo o al cabo de poco tiempo (dentro de unos pocos meses), bien por causas
naturales bien por malicia de los hombres.
b. En necesidad corporal cuasi-extrema se encuentra el que está en peligro de caer en
extrema necesidad o en un mal grave o perpetuo o al menos duradero (cárcel dura,
pérdida de bienes, pérdida de estado); San Alfonso añade también la infamia gravísima.
c. En necesidad corporal grave se encuentra el que padece un mal grave, pero no duradero, o
duradero pero no tan grave.
d. En necesidad corporal común se encuentra el que padece un daño no sumamente molesto,
como los pobres ordinarios.
Como los grados de necesidad son casi innumerables, los autores hacen además otras
distinciones, de las que sin embargo sólo hay que considerar la necesidad cuasi-extrema
o sea, gravísima.
3. Orden de las necesidades según la mayor o menor obligación de ayudar al prójimo:
a. necesidad espiritual extrema.
b. necesidad espiritual grave.
c. necesidad corporal extrema; pero puede pasar que en este caso haya mayor obligación de
atenderla que en el anterior.
d. necesidad corporal grave;
e. necesidad común, espiritual o corporal.
Licitud de exponer la propia vida a un peligro para salvar la vida del prójimo.
a. se debe preferir la vida del prójimo cuando es para conservar la de una persona muy útil o
necesaria para la Religión o para el Estado, o cuando se trata de conservar la comunidad
en peligro;
b. puede preferirse lícitamente para conservar incluso una igual o inferior, principalmente si
se hace por motivo de virtud. La razón de lo primero es que por el bien común debemos
exponer no sólo los bienes de fortuna, sino también el bien de la vida; por eso,
cualquiera puede y debe exponer el propio cuerpo para defender al Jefe de la Nación de
la espada del asesino y, del mismo modo, entregarse a los enemigos para conservar
incólume la patria. La razón para lo segundo es que no se trata de un bien necesario para
la salvación, y, si la vida apropia se expone a un peligro por un motivo de virtud, no es
que se compare la vida propia con la vida del prójimo, sino la virtud que se practica con
1
) Véase Ex 32 32. Rm 9 3. Flp 1 23++.
2
) Véase Mt 16 26, Rm 3 8.
3
) Véase San Alfonso I. 2. n. 26. Lehmkuhl, Casus consc. I. n. 376.
4
) Véase Castropalao, Operis mor. tr.6. disp. 1. punct. 7.
74
la vida del prójimo cuando se ejerce para salvarle la vida. Por eso es laudable servir a los
apestados con peligro de la vida propia; lo mismo ocurre al lanzarse al agua para salvar
a otro; en las Sagradas Escrituras se alaba a Tobías que expone su vida por enterrar los
cuerpos de los difuntos1; a veces, hombres piadosos ofrecieron su vida por la salud del
prójimo y Dios aceptó su oblación2.
78.
2. El hombre está más obligado a amar al prójimo respecto sus bienes espirituales que a sí mismo
respecto sus bienes corporales o externos; por eso, a veces está obligado a ayudar al prójimo
incluso con daño propio o perjuicio propio. Pero en particular hay que establecer lo siguiente:
a. al prójimo que se encuentra en extrema necesidad espiritual hay que socorrerlo con
peligro de la vida o con gran daño temporal, pues a ejemplo del Señor también nosotros
debemos dar la vida por los hermanos 3. Sin duda, la pérdida de la vida temporal
comparada con la salvación eterna del prójimo es un mal leve al que estamos obligados
por caridad si la necesidad del prójimo es extrema.
Para que obligue este precepto son necesarias tres condiciones:
α. Que haya cierta esperanza de salvarlo;
β. Que no haya otro que pueda y quiera ayudarle,
γ. Que de ello no se siga otro mal mayor, p. e. alguien que al morirse por esa causa
pusiera en peligro la salvación de muchos otros.
b. Con peligro de la vida o de un gran daño temporal, nadie está obligado a socorrer al
prójimo que se encuentra en grave necesidad espiritual salvo quien, por su oficio, tiene
la obligación de cuidar de la salvación espiritual del prójimo, como los pastores de
almas; pero sí tiene obligación cualquiera cuando su daño o perjuicio es pequeño.
α. La razón es que el prójimo podría ayudarse a sí mismo si quisiera y, por eso no se
puede decir que haya obligación de socorrer al prójimo si existe un peligro de la
vida propia o de pérdida importante de bienes temporales; sin embargo, sería un
excelente ejercicio de virtud porque la salvación del prójimo es un bien mucho
mayor que el de la propia vida.
β. Como a la obligación de caridad se añade otra obligación que es la del oficio (de
justicia), los pastores de almas deben socorrer al que está en grave necesidad
incluso con peligro de la vida o de los bienes temporales: El buen pastor da su
vida por las ovejas4, salvo que “fuera sustituido por alguien igualmente idóneo” 5
c. Hay que socorrer al prójimo que se encuentra en necesidad espiritual leve, si es fácil, es
decir, si se puede hacer sin daño temporal, o con muy poco daño, pues la caridad con el
prójimo ciertamente exige algo: y a cada cual le dio órdenes respecto de su prójimo 6;
pero no exige que suframos más que un pequeño daño para librar al prójimo del mal del
que fácilmente puede librarse él mismo.
79.
3. El hombre está obligado a amar al prójimo respecto los bienes corporales de éste, más que a sí
mismo respecto de sus bienes externos; por eso, a veces, está obligado a socorrer al prójimo
incluso con pérdida de bienes suyos externos. En particular hay que establecer lo que sigue:
a. Al prójimo que se encuentra en extrema necesidad corporal, hay que socorrerlo con
perjuicio realmente grande, pero no con peligro de la vida o de un bien casi equivalente,
salvo quien por deber tenga que cuidar del bien corporal del prójimo, como es el caso
del médico contratado con un estipendio, pues por un bien tan excelente del prójimo
debemos sufrir sin duda algún inconveniente; de todos modos, como cualquiera está
obligado a amarse antes a sí mismo, no queda tan obligado como para llegar a sufrir un
grave perjuicio a favor del bien temporal de otro.
1
) Tb 12 12.
2
) Véase Müller II. p. 99.
3
) 1 Jn 3 16.
4
) Jn 10 11.
5
) Vermeersch n. 89.
6
) Si 17 14.
75
b. Al prójimo que se encuentra en grave necesidad temporal, hay que socorrerlo con algún
perjuicio pequeño; pues es lícito que suframos algún perjuicio a favor de un bien del
prójimo más excelente, pero nadie está obligado por caridad a privarse de un bien
grande, salvo que sea para procurar al prójimo un bien mucho mayor.
c. Al prójimo que se encuentra en necesidad temporal común, hay que socorrerlo si se puede
hacer fácilmente porque la caridad con el prójimo no exige que suframos un perjuicio
para librarle de un mal que no es grave para él1.
4. El hombre está obligado a amar más a la comunidad que a sí mismo respecto los bienes
corporales y temporales.
1
) De aquí resulta que el adagio: La caridad no obliga cuando hay un grave perjuicio, hay que entenderlo
así: un perjuicio proporcionadamente grave (respecto la necesidad del prójimo) puede excusar del precepto
positivo de la caridad.
76
Artículo cuarto.
81. Explicaciones.
1. Con el nombre de enemigos se da a entender a los que nos persiguen con odio o nos infirieron
una ofensa o una injuria. La doctrina del amor a los enemigos hay que extenderla a fortiori a
los que tenemos aversión por cualquier motivo.
La ofensa se define como la lesión a la voluntad de otro; así pues por medio de una ofensa se
hace algo que disgusta a otro y por eso excita su indignación y aversión; la injuria se define
como la lesión al derecho de otro; por la injuria no sólo se hace algo contra la voluntad de otro
sino también contra su derecho; por último, si junto con la injuria inferida se le hace un daño
al injuriado, se llama damnificación. La ofensa se compensa con reconciliación amistosa; la
injuria con una satisfacción con la que el ofensor soporte algo molesto para que el injuriado se
reconcilie con él; la damnificación con la restitución con la que se repare el daño ocasionado
al perjudicado.
2. Se llaman señales comunes de amor las que se suelen mostrar los hombres de cierta condición y
relación para significar su mutuo amor. Y se llaman señales especiales las que algunos
hombres suelen darse más allá de las comunes dentro de la amistad y familiaridad vigente
entre ellos.
a. Se consideran señales comunes generalmente: devolver el saludo, responder al que
pregunta o escribe, comprar al que quiere vender las mercancías expuestas, no excluir de
las oraciones de la comunidad o de las limosnas, dar regalos habituales, advertir de un
daño inminente a otro cuando se puede hacer fácilmente, etc. A las señales comunes
pertenece también las cosas que libremente se hacen ante una multitud, p. e. distribuir
limosna entre todos los pobres de algún lugar. Señales especiales se consideran casi sólo
éstas: hospedar, invitar a comer, consolar al triste, visitar al enfermo, hablar
familiarmente, intercambiarse cartas frecuentemente, adelantarse a saludar al
encontrarse etc.
b. De esta definición resulta que estos signos hay que calificarlos no absolutamente, sino
relativamente, según el tipo de estado y de la condición de las personas, las relaciones
entre ellas, e incluso el país y la época en que se dan; en efecto, unas veces son signos
comunes del amor que se muestran los hombres cultos, otras las que se muestran los
rudos, otras los hermanos y hermanas, otras los parientes lejanos, otras los
conciudadanos, otras los que son absolutamente desconocidos entre sí y otras incluso
cambian con el tiempo.
82. Precepto.
1. Existe un precepto especial de caridad de amar a los enemigos; pues aunque en el precepto
general de caridad con el prójimo ya está contenido implícitamente el amor a los enemigos,
sin embargo Cristo Señor añadió un mandato explícito debido a la gran dificultad que tiene,
así como a su eximia perfección y, finalmente, porque este precepto no está claramente en toda
su amplitud en el Antiguo Testamento y además la interpretación de los fariseos lo oscureció:
Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan,
rogad por los que os maltraten2.
a. La obligación de amar a los enemigos es de derecho natural porque el enemigo también
es un prójimo nuestro a quien la ley natural manda amar. Sin embargo, los filósofos
1
) Waldmann, Die Feindesliebe in der antiken Welt und im Christentum [El amor a los enemigos en el
mundo antiguo y en la cristiandad] (Viena 1902); Steinmüller, Die Feindesliebe nach dem natürlichen und
positiven Sittengesetze [El amor a los enemigos según la ley moral natural y la positiva] (Ratisbona 1909);
Bach, Die Feindesliebe nach den natürlichen und übernatürlichen Sittengesetze [El amor a los enemigos
según la ley moral natural y la sobrenatural] (Kempten 1914); C. Silvestri, Contro la vendetta [Contra la
venganza] (Milán 1948).
2
) Lc 6 27+. Véase Mt 5 44++.
77
antiguos anteriores a Cristo no llegaron al conocimiento del precepto de amar al
enemigo, aunque en algunos casos alabaran ese amor. Finalmente, los estoicos
posteriores a la era cristiana enseñan a amar a los enemigos no sin influencia de la
verdad revelada1. En el Antiguo Testamento, el amor mandado a los enemigos era: No
odies en tu corazón a tu hermano... No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos
de tu pueblo2. Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer, si tiene sed, dale de beber; así
amontonas sobre su cabeza brasas y Yahveh te dará la recompensa 3. Aunque los
israelitas enseñaron que había que amar al enemigo como a un prójimo, sin embargo no
extienden a todos este amor al enemigo, limitándolo a los enemigos dentro del mismo
linaje y más bien perseguían con odio a los que consideraban adversarios de su pueblo y
de su antiquísima religión4. Finalmente Cristo pronuncia claramente el amor perfecto a
los enemigos.
b. Este precepto especial no impone una obligación distinta a la de amar al prójimo. En
cuanto es negativo prohíbe para siempre que tengamos odio a nuestros enemigos o
alimentemos venganza o ira contra ellos; en cuanto es positivo prescribe que
mantengamos el amor tanto interno como externo incluso a los enemigos. El amor
interno debido a los enemigos no exige un acto especial de caridad sino que no lo
excluyamos del amor general al prójimo y estemos también con la voluntad dispuesta a
ayudarlos en la necesidad. Sin embargo, hay que señalar dos obligaciones en particular,
la de mostrar señales de amor y la de reconciliarse con el ofensor.
2. Por el precepto de la caridad, de suyo estamos obligados a mostrar señales comunes de amor
incluso a los enemigos, pero no señales especiales salvo por las circunstancias que pueda
haber.
La razón de lo primero es que estas señales son signos de amor general que se debe a todos los
que son nuestro prójimo, luego también a los enemigos, y, por otra parte, su omisión es signo
de odio que confirmaría a los enemigos en su enemistad. La razón de lo segundo es que esas
señales son signo de amistad especial que no se debe a nadie, luego al enemigo tampoco, y,
por otra parte, porque de esa manera el enemigo no puede suponer con su omisión un afecto
de odio o vengativo, sino sólo una falta de amistad y familiaridad, amistad y familiaridad que
a él no se le deben.
3. Por una causa razonable también se pueden negar temporalmente al enemigo incluso las señales
comunes de amor, pero habiendo eliminado siempre el odio; análogamente también puede
ocurrir, según las circunstancias, que se le debieran señales especiales.
a. No estamos obligados temporalmente a mostrar al enemigo señales comunes de amor en
estos tres casos:
α. Si hubiera esperanza de que el enemigo se corrigiera de esa manera, o se
contuviera su audacia e insolencia;
β. Como justo castigo, p. e. cuando el inferior ofende al superior;
γ. Para demostrar el dolor y el desagrado por la injuria inferida, sobre todo si fuera
atroz.
b. Pero hay que mostrar al enemigo señales especiales de amor:
α. Si su omisión fuera causa de escándalo para otros, si antes se solían dar esas
señales, porque estamos obligados por caridad a que el prójimo no reciba daño
por nuestro modo de obrar, aunque no si tenemos un perjuicio grave por eso;
β. Si con estas señales se pudiera esperar la reconciliación con el enemigo, porque
estamos obligados por caridad a alejar al prójimo del pecado, si se puede hacer
fácilmente;
γ. Si su negación fuera un signo especial de odio y de enemistad; p. e. si fuese un
signo de odio no devolver las señales especiales de caridad, saludando,
hablando, etc., que esté haciendo el enemigo en busca de la reconciliación.
1
) Véase Waldmann l. c. pág. 19++.
2
) Lv 19 17+.
3
) Pv 25 21, 22.
4
) Mt 5 43.
78
83. Negación de las señales comunes de caridad.
Puede ser un grave pecado.
a. Para medir la gravedad del pecado que se comete al omitir las señales de caridad hay que
tener en cuenta:
α. Si la omisión de esas señales procede de odio interno.
β. Si hay causa de ofensa para el enemigo o de escándalo para otros.
Si no hay ninguna de estas cosas, el pecado es sólo venial.
b. Para saber si la omisión de las señales de caridad procede del odio hay que fijarse en la
causa por la que se omiten, porque si es grave se considera que la omisión de los signos
procede del odio.
α. Quien mira a otra parte para no encontrarse con el enemigo, incluso sin llegar al
odio interno, peca gravemente si el enemigo se da cuenta de que es por su causa
y por eso lo ofende gravemente; pero no hay pecado, o sólo venial, si no lo
advierte o no le da importancia, y si se hace por una causa razonable.
β. La omisión del saludo no es pecado si según las circunstancias no es signo de
odio interno, p. e. si antes el saludo era usual entre ellos como un signo común, o
si entre varios que se saludan es solo el enemigo el exceptuado.
γ. No peca la señora que temporalmente ni mira ni habla ni corresponde en la calle al
saludo de la criada despedida del servicio por alguna injuria grave, siempre que
estas cosas no se hagan por odio, sino por algún fin honesto como por
abominación del delito en justo castigo para mostrar la gravedad de la injuria
inferida a ella; pero no puede negarle mucho tiempo los signos comunes de
caridad, sino que está obligada a devolverle el saludo para demostrarle con un
signo externo que ya había perdonado su ofensa1.
δ. El que interrumpe toda relación con otro que le ofendió y no quiere ni hablarle ni
saludarle,
a. no peca si lo hace durante algunos días para manifestar una justa tristeza o
para rechazar la mala manera de obrar de aquel otro, o para corregirle;
b. comete un pecado leve si se trata de personas entre las que debe haber
signos comunes como la conversación, el saludo, la demostración de
obsequios, etc., como en el caso de dos vecinos del mismo lugar, o de
dos alumnos del mismo seminario, o de dos monjas que no se quieran
hablar ni saludarse, y esto sólo si la causa de la enemistad es leve, o la
relación o los signos externos se suspenden durante poco tiempo;
c. comete pecado grave si esas cosas proceden del odio, como cuando
estuvieron precedidas de una riña grave, o excitan el odio, o dan
escándalo a otros2.
84. La reconciliación. El que hubiera sido herido con una ofensa cualquiera del tipo que sea, debe
reconciliarse con el enemigo que busque esa reconciliación, porque está obligado a perdonar la ofensa o la
injuria al enemigo y demostrarlo con signos externos de perdón, aunque no inmediatamente después de
recibida la ofensa; pero no está obligado a perdonar la reparación de la injuria o el daño ocasionado ni a
restaurar la familiaridad que pudo existir antes.
a. Perdonar la ofensa o injuria no es otra cosa que deponer el odio y el afán de venganza, y
esto es un mandamiento por ley divina, como consta por el precepto de caridad general y
en muchos sitios de la Sagrada Escritura, p. e.: si no perdonáis a los hombres, tampoco
vuestro Padre perdonará vuestras ofensas3.
b. Del precepto general de mostrar señales de caridad incluso al enemigo se desprende que
el perdón se debe manifestar al exterior. No inmediatamente porque sobrepasa la
fragilidad humana que el herido piense mostrar señales de reconciliación,
inmediatamente y todavía no sedada la perturbación interna,. Por eso basta que deponga
entretanto el afecto interno de odio y venganza.
De suyo, el ofendido no está obligado a buscar la reconciliación, pero según las
circunstancias, a veces, puede estarlo si es posible hacerlo fácilmente cuando sin duda,
1
) Véase Elbel-Bierbaum, Theolog. moralis2 (Paderborn 1894) I. parte 2. n. 249++.
2
) Ballerini-Palmieri II. n. 179.
3
) Mt 6 15. Véase Lv 19 17.
79
en otro caso, el ofensor perseveraría en el pecado, o si se originase un escándalo por
desconocimiento de la causa por la que se niegan las señales exteriores.
En señal de profunda tristeza se puede negar temporalmente la reconciliación, y, por lo
mismo, las señales comunes de caridad incluso al que busca la paz, habiendo depuesto el
odio y la venganza; y el escándalo puede alejarse si se conoce la causa por la que se
niegan las señales comunes. Pero si se negara mucho tiempo (aunque fuera a alguien que
no busca la paz) se consideraría con razón que esa negativa era una señal de enemistad y
de venganza, y sería pecado por lo mismo, excepto en el caso de que el enemigo no
respondiera a las señales mostradas.
c. Nadie está obligado de suyo a perdonar al enemigo el bien que le debe; la satisfacción por
la injuria y la restitución por el daño es un bien que se debe al que ha padecido la injuria
o el daño; luego cualquiera puede quererlo de suyo, pero habiendo depuesto el afán de
odio y de venganza.
Sobre lo cual, si el ofensor no quisiera compensar la deuda, es lícito pedir ante el juez no
sólo la restitución por el daño ocasionado, sino también la satisfacción por la injuria
inferida, pues cada cual puede exigir lo que justamente se le debe.
Es más, hablando estrictamente, aunque el ofensor pida perdón, todavía es lícito exigir
ante el juez la vindicación de la injuria inferida, para satisfacer a la justicia o para
escarmentar a otros, pero habiendo depuesto siempre todo afecto maligno hacia el
enemigo. Pero en la práctica se debe disuadir esto absolutamente porque es muy difícil
exigir el castigo del enemigo habiendo excluido todo afecto malo de odio y de venganza.
Accidentalmente, sin embargo, puede ocurrir que el herido tenga por caridad que
condonar al enemigo la reparación de la injuria, cuando sin duda éste para reparar la
injuria debería sufrir sin duda demasiado perjuicio comparativamente al bien que le
vendría por esto al herido.
d. Restaurada ya la paz, la familiaridad más íntima no es debida al que antes era amigo. Por
eso, pueden omitirse sin llegar al pecado todos los signos de amistad, salvo los que son
comunes, habida cuenta de la relación natural de consanguinidad, vida común, identidad
de estado, etc.
Artículo quinto.
1
) Mt 5 23, 24.
80
La caridad externa con el prójimo.
§ 1. La misericordia.
Nota. La religión cristiana es la que más nos ha enseñado la virtud de la misericordia. Pues aunque la
postule la ley natural, su noción, sin embargo, estaba tan oscurecida y su ejercicio tanto también, que Platón
habría querido desterrar de la república a los pobres, y Séneca llegó a juzgar que la misericordia era un vicio
del alma. A ellos Cristo opuso su pensamiento al decir: Me da lástima esta gente1; Venid a mí todos los que
estáis fatigados y agobiados2.
1
) Mc 8 2.
2
) Mt 11 28. Véase A. Wei8, Apologie3 (Friburgo, 1897) III. p. 807.
81
espirituales, y, finalmente, de las obras espirituales en general, en cuanto por ellas se ejercita una
colaboración al bien, o el apostolado de la Acción Católica.
§ 2. La limosna.
89. Noción. La palabra limosna se puede tomar con tres sentidos diferentes: en sentido amplio significa
cualquier obra de misericordia, espiritual o corporal; en este sentido la define así Santo Tomás: obra con la
que se da algo a un necesitado por Dios 1; en sentido estricto significa la obra corporal que se hace por
compasión con un indigente para aliviarle en su necesidad; en sentido muy estricto significa la cosa material
que se hace o se da al indigente por compasión para aliviarle de su necesidad.
Así pues, se requieren esencialmente tres cosas para que algo sea limosna en sentido muy estricto:
a. que se dé o entregue algo, es decir que se trasfiera al pobre la propiedad de la cosa
ofrecida;
b. que se dé a un indigente;
c. que se dé por compasión para aliviar su indigencia, temporal o espiritual, tanto de uno
como de muchos, lo que muchas veces ocurre dando la limosna a institutos erigidos para
estos fines.
92. Gravedad de la obligación. La Iglesia enseña expresamente que en general hay obligación grave de
dar limosna: “A los ricos aprémialos con gravísimo mandamiento de que den lo superfluo a los pobres, y les
amenaza con el juicio divino que ha de condenarlos a los suplicios eternos si no socorren la necesidad de los
pobres”3.
a. Nadie niega que hay grave obligación de socorrer al prójimo que sufre extrema necesidad;
y, en efecto, si el precepto de dar limosna es grave de suyo, ciertamente obliga bajo pena
grave en el caso de extrema necesidad del prójimo.
b. Lo mismo hay que decir en el caso de grave necesidad del prójimo, porque la gravedad de
esta obligación depende sobre todo de la necesidad del prójimo; de aquí que la
obligación grave de socorrer al prójimo urja en el caso de grave necesidad de éste
α. Parece que hay que establecer con San Alfonso (n. 31), y muchos otros, la
obligación grave respecto al prójimo que se encuentra en grave necesidad,
porque según la Sagrada Escritura muchos son los excluidos del reino de los
cielos por el único defecto de no dar limosna, y si la obligación grave se
restringiera al caso poco frecuente de extrema necesidad, no podrían ser muchos
los excluidos. Para los Santos Padres es grave además la obligación de dar
limosna porque los testimonios de ello abundan entre los autores y es increíble
que esos textos haya que entenderlos sólo referidos a la extrema necesidad.
Finalmente, los autores coinciden en establecer la obligación grave de apartar
del prójimo un daño grave cuando fácilmente se puede, p. e. apagar el incendio
de su casa, refrenar una difamación grave; luego también en este tema hay que
establecer una obligación grave.
β. Si una persona rica que posee bienes superfluos tiene el propósito de no dar
limosna nunca más que en casos de extrema necesidad, este propósito es de suyo
gravemente pecaminoso; sin embargo en casos particulares este tipo de ricos que
despide vacíos a los pobres, con facilidad no pecará gravemente, tanto por la
dificultad de determinar la superfluidad de los bienes y la necesidad del pobre,
como por la presunción de que otros quieran socorrer esa indigencia, o porque
quizá por otro camino ayude al necesitado, dándole ocasión de que gane algo
trabajando, y finalmente porque puede temer que le sobrevenga algún mal por su
largueza.
c. Los autores discuten4 si es grave o leve la obligación de dar limosna en la necesidad
común de los prójimos; sin embargo, como no está probado con certeza la gravedad de
la obligación, comúnmente se establece como leve.
Los que niegan con San Antonino5 la obligación grave argumentan así: cuando la
necesidad no es grave, tampoco puede serlo la obligación de ayudar.
Otros, con Santo Tomás6 establecen la obligación de repartir de los bienes propios
superfluos debido incluso al propio motivo de superfluidad, de modo que la gravedad de
1
) Enc. Quadragesimo anno l. c. 194.
2
) Vermeersch, ib. n. 97 y n. 99 da una triple escala relativa a las rentas superfluas y al sostenimiento de la
familia cuyo grado superior e inferior es: si la renta absolutamente superflua es 25.000 (300.000), el
poseedor sin familia debe contribuir con el 20% (40 %), si tiene 3 – 4 hijos, con el 10 % (20 %), si tiene 7 –
10 hijos: 5 % (10 %). Véase San Ignacio, Ejercicios Espirituales, Reglas a tener en cuenta para dar limosna.
3
) León XIII. Enc. Quod Apostolici, 28 de diciembre de 1878 (D 1852); del mismo modo la Encíclica
Rerum Novarum, 15 de mayo de 1891 (D 1938 b) y Pío XI Encíclica Quadragesimo Anno 15 de mayo de
1931 (D 2257).
4
) Véase San Alfonso II, 32.
5
) Summa theol. p. 2. tit. 1. c. 24 § 5.
6
) II. II. q. 32. a. 5. y q. 118. a. 4. ad 2.
84
la obligación se debe deducir del hecho de la abundancia; pero cuando no hay necesidad
en los pobres, esa erogación no es de dar limosna sino la de ejercitar otras virtudes como
la beneficencia, la magnificencia o la justicia social, por la cual el hombre está dispuesto
a compartir con otros alguna utilidad al menos por medio de diferentes asociaciones 1;
pero si se mira la necesidad como una razón el propio Santo Tomás dice: “No toda
necesidad obliga por precepto (grave) sino solamente aquella necesidad por la que quien
la sufre no puede sustentarse”.Lo cual no parece referirse a la necesidad común sin más.
Las diferentes sentencias se concilian quizá de la mejor manera diciendo que la
gravedad de la obligación es correlativa de los dos motivos: cuanto mayor es lo
superfluo basta menor necesidad; cuanto menor es lo superfluo mayor necesidad hace
falta para establecer la gravedad de la obligación 2.
El que se finge pobre no merece limosna porque la largueza de la limosna es esencialmente
una donación cuya causa motiva es la indigencia del que la recibe; luego hecha al pobre
fingido, la donación adolece de falta de su causa motiva y por ende resulta inválida. Por
lo cual, el falso pobre está obligado a devolverla a su dueño o a darla a los pobres
presumiendo con razón que esa es la voluntad del donante.
Sin embargo, las limosnas que tienen un valor mínimo no deben devolverse
necesariamente a los donantes por presunta voluntad de ellos, porque se puede suponer
correctamente que el motivo primario de la donación en esta clase de limosnas no había
sido tanto la indigencia del pobre como el amor a Dios y al prójimo.
1
) Encíclica Quadragesimo Anno 1. q. c. 194; véase Bouvier, Le précepte de l’aumône chez S. Thomas [El
mandamiento de dar limosna en Santo Tomás]. (Montreal 1935).
2
) Véase León XIII Encíclica Graves de communi de 18 de enero de 1901. Ed. Herder V, p. 23).
3
) Jn 12 8.
4
) 2 Ts 3 10.
5
) W. Liese en Lex. f. Theol. u. K. (1930) en el vocablo Armenpflege [Cuidado de los pobres]
85
Por eso Pío IX califica de “impío” el propósito de quitar “a los ciudadanos y a la Iglesia la
facultad” de recoger y distribuir limosnas1.
4. Como las circunstancias de los tiempos son tales que ni las personas privadas ni la Iglesia
pueden socorrer suficientemente a los pobres, también los poderes públicos deben tomar sobre
sí el cuidado de aquellos y ayudar a los socorros de las personas privadas y de la Iglesia.
5. Así resulta que la ayuda a los pobres o es privada o es pública, y la pública o es civil o es
eclesiástica. En el orden actual de cosas, el cuidado de los pobres corresponde a los oficios
municipales; sin embargo nunca podrán desaparecer los auxilios de las personas privadas ni
los de la Iglesia, porque el propio cuidado civil de los pobres únicamente no es suficiente para
las necesidades y hace falta el auxilio de las personas privadas y, principalmente el de la
Iglesia. Por eso lo que corresponde a la municipalidad es ayudar a la Iglesia en su tarea de
aliviar a los pobres, sin que de ninguna manera puede en cambio arrogarse todo el cuidado de
estos. El cuidado de los pobres, tal como se suele hacer en ámbito civil, adolece de muchos
defectos que impide que se pueda llevar a cabo para cumplir su fin plenamente, porque:
a. Las aportaciones de cada persona no son espontáneas sino obligadas, de donde resulta que
para los ricos tengan el aspecto de tributos y para los pobres el de deudas que se les
deben por derecho. Así, para los ricos falta la caridad cristiana hacia los pobres y para
los pobres el ánimo de gratitud hacia sus benefactores.
b. Al distribuir las limosnas:
α. Casi únicamente se mira a la necesidad temporal, ocupándose menos de los
defectos morales.
β. Se relega la caridad cristiana y la misericordia, resultando que los pobres no cesan
de envidiar a los ricos y de llevar perezosamente su suerte.
6. Como las comunidades y el Estado, los medios para socorrer a los pobres los sacan de los
tributos que pagan los ciudadanos generalmente al bien común, o en particular para los pobres,
surge la cuestión de si los contribuyentes que pagan el tributo (de los pobres) cumplen con su
obligación de dar limosna.
a. Estos tributos tienen la característica de verdadera limosna pues la ley civil por la que se
imponen, se considera que obliga civilmente a los ricos a cumplir la obligación hacia los
pobres, obligación que les incumbe por ley natural.
b. Ciertamente por el pago de este tributo se disminuye la obligación de dar limosna porque
disminuye la necesidad de los pobres socorridos con ese tributo; sin embargo, no cesa
totalmente la obligación de la misma manera que tampoco se extingue la necesidad de
los pobres, después de recibido el socorro. Por tanto, los hombres privados están
obligados a remediar la situación de las personas cuando saben que están en extrema o
en grave necesidad2
§ 3. La corrección fraterna.
94. Nociones. La corrección fraterna propiamente dicha es la reprensión hecha al prójimo por una persona
privada para que enmiende su pecado o para impedirlo. El motivo de la corrección puede ser: o que se libere
el prójimo de un mal espiritual (la misericordia), o que no se ofenda a Dios sumamente bueno (la caridad);
su fin es el bien espiritual del prójimo, o sea su corrección o enmienda.
a. La corrección no debe ser necesariamente con palabras; también puede hacerse
mostrándose dolorido3, o llevando la conversación hacia otras cosas, o dejando de dar
ayudas materiales.
b. Hay que distinguir la corrección fraterna de la corrección judicial que procede del juez y
tiene por fin el castigo del reo y por motivo el bien común; también la corrección
1
) Encíclica Quanta cura de 8 de diciembre de 1864 (D. 1693)
2
) J. M. Förstl, Das Almosen [La limosna] (Paderborn, 1909); W. Liese, Geschichte der Charitas I. y II.
[Historia de la caridad I. y II.] (Friburgo de Brisgovia 1922); L. Wolker, Die Barmherzigkeit und das
Almosen [La Misericordia y la ] (Friburgo de Brisgovia 1946); G. Gundlach y G. Dümpelmann en Lex. f.
Theol. u. Kirche (1957), véase el vocablo Almosen [Limosna].
3
) Qo 7 4. [Véase este versículo en la Vulgata, y téngase en cuenta la nota 2 de la pág. 27 del vol. I
Principios. N. del T.].
86
fraterna es diferente de la corrección paterna o evangélica que busca ciertamente la
enmienda, pero está hecha por el padre o por el superior, mientras que la corrección
fraterna la puede hacer también el superior, aunque no como tal sino como persona
privada que también es1.
96. Condiciones requeridas. Para que este precepto obligue gravemente hace falta que se cumplan estas
cuatro condiciones:
a. Que haya materia grave.
Cualquier pecado mortal del prójimo, como le arrebata su vida espiritual, se considera
que es materia grave que induce la obligación grave de la corrección fraterna; por tanto
peca gravemente quien mediante la corrección fraterna puede quitar o impedir sin gran
daño el pecado mortal de su prójimo y no lo hace por un temor vano.
b. Que haya esperanza de enmienda; porque de otra manera cesa el fin de la corrección que
es la enmienda del prójimo, y por consiguiente tampoco existe la obligación de hacerla.
α. Por eso las personas de poca autoridad están excusadas de esta obligación. En la
duda de que vaya a ser provechosa la corrección hay que omitirla; por lo cual la
prudencia persuade de que es mejor omitirla con aquellos cuyo talante se
desconoce, no sea que recibiéndola con repugnancia se vuelvan peores. Si se
espera que más adelante se pueda conseguir un fruto mayor, se puede diferir la
corrección, aunque mientras tanto repitan el pecado.
β. Aunque cese la obligación grave cuando no se ve ninguna esperanza de fruto, la
obligación permanece sin embargo, y ciertamente es tanto mayor cuanto más
grave es la materia de la que se trata y aunque la esperanza sólo brille más o
menos probablemente. Sin embargo no hace falta una misma esperanza de fruto
para que el superior y otro esté obligado a la corrección. Pues el superior está
obligado a amonestar aunque exista una pequeña esperanza de fruto; es más, si
1
) De la corrección judicial y de la autoritativa tratan los cánones 2307 – 2309.
2
) Mt 18 15 [traducido según la Vulgata; véase N. del T. en la nota 2 de este pie de página. N. del T.].
3
) Si 19 13. 14. [véase N. del T. de la nota anterior].
87
por haber omitido una corrección surgiera un escándalo para otros estaría
obligado a hacerla aun en el caso de una corrección inútil.
γ. Aunque el pecador, principalmente si adolece del mismo vicio del que haya de ser
corregido el prójimo, parezca el menos indicado para hacer la corrección, no
queda eximido sin embargo de la obligación, sobre todo si es el superior porque
nadie queda libre de la ley natural a causa de su propio pecado. Ciertamente la
corrección del pecador será menos eficaz, pero no absolutamente inútil si corrige
al delincuente sin echarle en cara el pecado sino haciéndoselo ver y
advirtiéndole1.
c. Que se pueda hacer sin gran perjuicio para el que corrige, porque la caridad no obliga con
una carga tan grande.
Por tanto quien por demasiada vergüenza o pusilanimidad no puede ser llevado a hacer
una corrección, ciertamente está excusado de pecado mortal, a no ser que se trate del
superior quien por razón de su oficio está obligado a corregir. Del mismo modo, el
temor de ofender al corrigendo y de tenerlo ofendido excusa a otro de hacer la
corrección, pero no ciertamente al superior.
d. Que haya verdaderamente necesidad espiritual del prójimo, la cual se considera que existe
si concurren estas tres cosas:
α. que conste con certeza el pecado cometido o la voluntad de cometerlo;
β. que se considere que la corrección es necesaria para enmienda del delincuente,
porque si se enmendó ya, o si se espera que se va a enmendar, la corrección es
superflua;
γ. que no haya otro más idóneo, o igualmente idóneo, que vaya a corregir.
Si falta una u otra de estas tres condiciones, no habrá ninguna obligación o sólo será
muy leve; por lo cual, como es muy raro que concurran todas, raramente las personas
privadas están obligadas a la corrección fraterna (al menos bajo pena grave), salvo quizá
respecto a la persona con la que traten muy familiarmente. Pero los escrupulosos están
absolutamente excusados de esta obligación porque ciertamente son ineptos para este
trabajo, tanto porque carecen de la discreción necesaria para corregir debido a la
perturbación de su ánimo como porque no pueden atender a las razones excusantes 2.
97. Orden que se debe observar en la corrección. Cuando el pecado es oculto hay que guardar el orden
prescrito por Cristo Señor:
a. que se haga en secreto; y, si la reprensión fuera en vano,
b. que se haga privadamente ante uno o dos testigos; y, si esta reprensión fuera vana,
c. que se haga públicamente denunciando el asunto al superior, en primer lugar como padre,
en segundo lugar como juez3.
Este precepto se funda en la ley de la caridad que pide que se enmiende al prójimo con el menor daño para
él y que se conserve su fama. Y como la caridad obliga de suyo gravemente, también hay que guardar esta
prescripción bajo pena grave.
Excepciones. A veces es lícito dejar de lado el orden preceptuado por Cristo y denunciar inmediatamente el
pecado al superior como padre.
Se distinguen dos clases de denuncia, una, la evangélica, que se hace al superior como padre para que con
afecto paternal corrija al reo para su enmienda; la otra, judicial, que se hace al superior como juez para que
juzgue públicamente al reo y lo castigue a favor del bien común. Si la denuncia que se hace al superior es
simplemente como padre, no puede proceder él mismo como juez.
Las excepciones son las que siguen y la razón interna de todas ellas es que prevalezca el bien a obtener por
la denuncia sobre la pérdida de la fama del denunciando ante el superior.
a. Cuando la enmienda del delincuente no puede obtenerse de otro modo, o cuando, al
menos, se obtiene más fácilmente y con más eficacia por medio del superior, porque la
enmienda del prójimo prevalece sobre su fama ante el superior.
1
) Véase Castropalao tr. 6. disp. 3. punct. 7. n. 1++. Elbel-Bierbaum, Theol. Moral.2 (Paderborn 1894) I. p.
2. n. 311.
2
) Gury-Palmieri, Compendium theol. mor.13 (Prato 1898) n. 233.
3
) Mt 18 15++.
88
En las comunidades religiosas puede ocurrir raramente que no se puedan denunciar
inmediatamente los delitos al superior bien porque el superior sea más apto para hacer la
corrección, bien porque de otra manera fuera de temer que la denuncia se dejara de
hacer en absoluto cuando hubiera de hacerse al superior; en efecto, si la corrección
privada que habría precedido hubiera caído en el vacío, como suele pasar, pocos
acudirán al superior temiendo que el delincuente se dé cuenta de quién le había
denunciado. Ahora bien, el superior, partiendo únicamente de esta denuncia secreta, no
puede manifestar el defecto (en el claustro, p. e.) ni proceder a los castigos ordinarios,
pero sí debe amonestar en secreto al súbdito y corregirlo con los medios oportunos 1.
b. Cuando el pecado mira al daño de la comunidad o de tercero porque hay que preferir el
bien de la comunidad a la fama de la persona particular, y el bien del inocente a la fama
del malhechor. Por lo cual, si en las comunidades se trata de un delito pernicioso, es
decir, del peligro de pervertir a muchos otros, hay que llevar inmediatamente el asunto al
superior.
Luego sólo queda que la denuncia hecha a los superiores sea en todo caso algo
ignominioso como a veces pasa especialmente con lo que está prohibido gravemente
por la ley divina. Con esto se resuelve el problema de si los alumnos están gravemente
obligados a denunciar a los corruptores ocultos.
α. Si se teme un daño común, como la corrupción de muchos, o la infamia de la
casa, están obligados a denunciar, incluso con perjuicio grande para ellos, pues
esta clase de perjuicio no excusa cuando se trata de daño común.
β. Pero si no se teme más que el daño de uno u otro, no están obligados con
perjuicio grande para ellos, porque la caridad no obliga con perjuicio grande
cuando se trata del daño privado. Puede haber un perjuicio grave si el
denunciante debe confesar su propia falta, o si se puede dar la sospecha del
delator entre los demás2.
c. Cuando el pecado es público porque en este caso el que ha de ser corregido ha perdido ya
el derecho a la fama.
d. Cuando el que ha de ser corregido ha renunciado a su derecho lo que ocurre en algunas
comunidades religiosas.
Para los que han renunciado a su derecho en este asunto tienen que tener advertidas dos
cosas:
α. Si consta ciertamente que el hermano hubo enmendado perfectamente el pecado
oculto y no hay que temer el peligro de una recaída, o de un daño, no es lícito
denunciar al superior, salvo que el hermano lo consienta, pues aunque en este
caso no se faltaría a la justicia debido a la renuncia hecha, sin embargo se
faltaría a la caridad3.
β. Si el superior inmediato puede por sí solo corregir al delincuente de tal modo que
no haya que temer peligro de recaída o de daño común, no es lícito manifestar el
delito al superior mediato.
1
) Sporer-Bierbaum, I. tract. 3. n. 793.
2
) Véase Génicot I. n. 221.
3
) Ballerini-Palmieri II. n. 234.
89
a. imponer unas penitencias moderadas al delincuente de tal modo que si el delito es grave
no lo manifiesten ni tampoco induzcan a la infamia;
b. Sacar al subordinado de su oficio o de su lugar, si se puede hacer sin infamia;
c. manifestar el delito a uno o a algunos si juzga que es necesario para mayor fruto y
seguridad del remedio a emplear;
d. reprender seriamente al delincuente ante dos o tres testigos para mayor confusión y
conmoción suya;
e. designar un acompañante fiel que vea los actos del culpable y los transmita al superior, si
el superior después de hacer la corrección piensa que es necesaria la vigilancia, para
cuyo fin podría indicarle al acompañante alguna sospecha sobre el compañero que se le
encomienda; y siguiendo así algunas cosas más de esta clase, ninguna de las cuales se
salga de los límites de la corrección paterna” 1.
§ 4. La cooperación al bien.
99. Las acciones llamadas obras espirituales de misericordia se pueden considerar también bajo el aspecto
de cooperación al bien. De la misma manera que con el escándalo, con la inducción y con la cooperación
colaboramos al daño espiritual, podemos promover mucho el bien espiritual del prójimo y de la sociedad
con el buen ejemplo de la vida, con palabras adecuadas de aliento, con escritos útiles, concurriendo a otras
obras benéficas. Es más, S. S. el Pontífice Pío XI no pocas veces dice en los documentos de “Acción
Católica” que esas obras son necesarias, que pertenecen a los deberes de la vida cristiana de los fieles, lo
mismo que para el clero son las deberes pastorales. Y se llaman necesarias aunque sean arduas y laboriosas 3.
Así lo que se trata de saber es de dónde procede y hasta dónde llega esta obligación de apostolado de los
laicos de cooperar al bien espiritual del prójimo y de la Iglesia. Las razones son:
1. Si el precepto de la caridad obliga a promover el bien corporal y material del prójimo (por
medio de la limosna en el sentido más amplio), a fortiori obligará al bien espiritual debido a la
eminencia de estos bienes sobre los corporales. Por tanto esta obligación será grave en
general, al menos cuando haya necesidad grave por parte del prójimo y (en caso de
1
) Véase Aertnys-Damen I. p. 259, que lo ha recogido de varios autores.
2
) Véase Lacroix l. 2. n. 214. Castropalao I. tract. 6. disp. 3. punct. 4.
3
) AAS XIV. 1922, 693, XIX. 1927, 45. XX. 1928, 385.
90
superfluidad de los bienes) posibilidad por parte de los fieles. Ahora bien, el propio Sumo
Pontífice da testimonio de que hay necesidad grave tanto de los fieles como de la Iglesia
entera. Pero ciertamente hay posibilidad de ejercer una influencia favorable por medio del
ejemplo y de otras obras, como se ha dicho, para la salvación de los fieles y edificación del
cuerpo de Cristo en aquellos que sobresalen entre los demás por s ciencia y su cultura o su
estado; aunque también entre los iguales, porque dice el Sumo Pontífice 1 que conviene que los
primeros y próximos apóstoles de los trabajadores sean trabajadores, mientras que los
apóstoles entre los técnicos y los comerciantes deben ser hombres surgidos de entre ellos
mismos.
2. Si el precepto de la caridad obliga más a los parientes carnales entre sí en cuanto a los bienes
corporales y a los ciudadanos entre sí respecto a los bienes civiles, lo mismo habrá que decir
respecto a los bienes espirituales para los unidos mediante lazos espirituales (n. 80). Pues
según San Pablo2 son miembros entre sí del cuerpo de Cristo y están unidos en todo el cuerpo
de tal modo que mientras realizan sus funciones aprovechan a los demás al mismo tiempo y de
forma necesaria, y colaboran a la edificación de todo el cuerpo. Esta necesidad, en el cuerpo
místico, será una obligación moral.
3. Además, para este apostolado los fieles están consagrados y dotados con gracias especiales por
el carácter de la confirmación.
Estas obras que ya son buenas por su objeto recibirán una nueva bondad de caridad, tanto por
sus circunstancias porque se hacen de forma pública, constante, con fortaleza y alegremente de
modo que influyen en mover a otros, como por su fin, cuando se busca la salvación eterna de
los prójimos. Y aunque la intención fuese la piedad por la Iglesia o la propagación de la fe,
también quedan revestidas de estas bondades específicas.
Luego hay que inculcar en las mentes de los fieles esta caridad social espiritual de manera
que se entreguen con todas sus fuerzas al apostolado laico en la Acción Católica.
Artículo sexto.
Pecados contra la caridad con el prójimo.
Nociones. Los pecados contra la caridad con el prójimo son unas veces pecados de omisión, o sea, de
omisión interna o externa, del amor cuando está mandado, p. e. la omisión debida de la limosna o de la
corrección fraterna; y otras veces son de comisión, cuando se cometen actos positivos contrarios a la caridad
con el prójimo. Actos que se oponen a la caridad interna son los de odio, y actos que se oponen a la caridad
externa son el escándalo, la inducción y la cooperación.
§ 1. El odio.
1
) AAS XXIII. 1931, 226.
2
) Ef 4 16. 1 Co 12 12.
3
) Véase Lc 14 25. 1 Co 5 3+.
91
La simple displicencia o aversión a una persona, si no se le desea el mal, generalmente es
pecado venial; sin embargo llega a hacerse grave cuando alguien odia totalmente a la persona
del prójimo como indigna de amor por completo, y que no merece ningún amor.
3. El odio de enemistad, que es propiamente el pecado de odio, es mortal siempre, tanto porque se
opone al precepto de caridad que obliga gravemente como porque el odio al prójimo está
condenado expresamente como pecado grave: Todo el que aborrece a su hermano es un
asesino1.
El que desea un mal pequeño a la persona del prójimo por una leve displicencia comete un
pecado leve por la levedad de la materia. – El que desea a otro deliberadamente un mal grave
por displicencia hacia la persona, o porque es malo para ella, peca gravemente contra la
caridad por odio de enemistad. – De la misma manera el que goza deliberadamente con un
gran mal de otro porque es un mal para éste, peca gravemente contra la caridad por odio de
enemistad. – Del mismo modo el que deliberadamente se entristece por el bien del prójimo
porque es un bien para éste, peca gravemente por odio de enemistad. Pero desear el mal de
otro y gozar con ello, no en cuanto es un mal para aquél, sino en cuanto es un bien para uno
mismo o para otros, habiendo guardado el orden de la caridad, es lícito 2.
Nota. A quienes se acusan de odio no hay que acusarles inmediatamente de pecado, sobre todo de
pecado mortal. Porque mucha veces lo que llaman odio no es más que cierta antipatía natural
o aversión del ánimo, nacida de la diversidad de caracteres, y que, como involuntaria, no es
pecado; o es una abominación de una cualidad o una acción mala que con razón disgusta
merecidamente; o, finalmente, es un deseo del mal por un fin honesto que, igualmente, no es
pecado; pero estas cosas son peligrosas porque pueden pasar fácilmente a malevolencia y
abominación contra la persona. En efecto, si no se reprimen los movimientos de aversión y
antipatía natural, la voluntad los aprueba con facilidad y así degeneran en actos de odio.
101. La maldición. La maldición es una imprecación vocal de un mal; así pues la maldición es un pecado
externo, que procede del odio o de la ira3.
1. La maldición es pecado grave siempre, porque se opone al precepto de la caridad, que obliga
gravemente; por tanto, quien impreca en serio y deliberadamente un mal grave contra su
prójimo por odio de enemistad, comete un pecado grave.
2. Sin embargo, en concreto, muchas veces las maldiciones excusan de pecado mortal, por defecto
de las tres condiciones que hacen falta para que la maldición sea mortal:
a. debido a la inadvertencia de la gravedad de la cosa, como ocurre frecuentemente en ira
vehemente;
b. debido al defecto de consentimiento porque no se profieren en serio y con voluntad de
que se cumplan, sino sólo para significar indignación o para atemorizar a otros (hijos,
subordinados); debido a la levedad del mal que se invoca.
3. La maldición que se hace para ahora tiene mucha veces la característica de la contumelia
porque lesiona con frecuencia no sólo la caridad sino también el honor debido a otro. Por eso
puede ocurrir que maldiciones graves que son nada más que veniales porque no se dicen en
serio, se vuelvan graves por causa de la contumelia, p. e. cuando el súbdito maldice en la cara
a un superior, o un hijo a su padre.
§ 2. El escándalo.
102. Definición. Santo Tomás define así el escándalo: dicho o hecho menos recto que da ocasión al prójimo
de ruina espiritual4.
a. Del escándalo propia y estrictamente tal, como se entiende en la definición dada, hay que
distinguir el escándalo entendido en un sentido impropio y más amplio, en el que se
1
) 1 Jn 3 15.
2
) Véase Principios n. 333.
3
) Si la imprecación del mal procede de un odio lícito de abominación, puede ser lícita (evitados el
escándalo y la contumelia), como se prueba con los ejemplos de la Sagrada Escritura, en primer lugar con
los salmos imprecadores (véase Sal 58).
4
) Summa II. II. q. 43. a. 1.
92
significa frecuentemente la admiración o el rumor producido en el pueblo por una acción
insólita pero que no incita a nadie a pecar.
b. Dicho o hecho: palabras con las que se debe entender no sólo una acción externa positiva,
sino también una omisión externa, ya que la omisión de un precepto también puede ser
ocasión de pecado para los demás. Menos recto, o sea lo que es malo o tiene al menos la
especie de la maldad, p. e cuando alguien que tiene dispensa de abstinencia come carne
ante los demás en día prohibido. Cuando la acción buena en sí, o indiferente, sin especie
de maldad, da ocasión de pecado a otro, no es la acción misma sino más bien la mala
disposición del que peca, o sea la fragilidad o la malicia, la que da la ocasión al pecado,
y se llama escándalo aceptado.
c. que da ocasión al prójimo, lo que quiere decir que con su manifestación, pero no que por
su naturaleza pueda influir en su voluntad, da ocasión al prójimo para determinarse a
pecar; el propio pecado todo entero es por voluntad del prójimo que se determina
libremente al acto pecaminoso al modo de los frutos maduros que cuelgan del árbol y
con sola su presencia dan ocasión para que se cometa el hurto. Así pues es característico
del escándalo que el prójimo cuya voluntad no está determinada a pecar, por su
manifestación (el mal ejemplo) da lugar a una ocasión o tentación de pecar.
d. de ruina espiritual: para el escándalo verdadero no hace falta que se siga realmente el
pecado del prójimo, sino que basta que por la acción realizada y consideradas todas las
circunstancias se pueda seguir y se prevea que se habrá de seguir. Pero nada importa que
el prójimo resulte inducido a cometer aquel pecado, ni otro absolutamente diferente. El
pecado cometido ante otros tiene las características del escándalo cuando se prevé que
aquellos ante los que se ha cometido serán arrastrados a pecar por esa causa y que de
otra manera no pecarían; pero no tiene esa característica de escándalo si aquellos ante
los que se ha cometido estaban ya dispuestos a pecar, o si están tan firmes en su
probidad que no es de temer que pequen. Del mismo modo no cometen pecado de
escándalo los que con su ejemplo dan a otros ocasión de omitir alguna obra ciertamente
buena, pero no preceptuada, como la oración antes o después de la comida, porque no
alientan al pecado.
1
) Mt 18 6. 7. Véase 1 Co 8 9++.
2
) Por eso Inocencio XI condenó la proposición 10: “Si con sus propios defectos escandaliza a otros, no es
necesario reflexionar, con tal de que no haya voluntad de escandalizar; y no poder reflexionar sobre los
propios defectos es gracia de Dios” (D 1230).
3
) Berardi, Praxis confessariorum (Faenza 1898) I. n. 271++. Génicot, I. n. 232.
4
) Véase Lugo, De poenit. disp. 16. n. 157++.
94
De lo anterior resulta bien claro que hay que evitar el escándalo activo, especialmente si mi propia acción ya
es pecaminosa; pero también aunque sólo tenga la apariencia de mala hay que omitirla de suyo, si se puede
hacer sin gran perjuicio, lo que se explica más adelante en el n. 106.
1. Aunque la acción buena o indiferente que ni siquiera tiene la apariencia de mala no sea
propiamente un escándalo dado, por caridad la debemos omitir a pesar de eso cuando se puede
hacerse sin perjuicio para impedir el pecado del prójimo; de todos modos, cuando hay una
causa cualquiera aunque no sea grave, es lícito hacer aquella acción.
a. Luego también debe evitarse el escándalo de los pequeños si es fácil hacerlo. En cambio,
ordinariamente no hay que preocuparse del escándalo farisaico; de todos modos no es
lícito poner una acción sin causa alguna, si se prevé que por esa acción vaya a pecar
alguien, porque la caridad pide que no demos ocasión de pecar a nadie si no hay alguna
causa. Cuando el escándalo previsto es el de muchos, la causa debe ser más grave.
b. Hay que notar que el escándalo de los demás se puede evitar omitiendo la acción, o
dejándola para otro rato, u ocultándola, y, si la acción tiene alguna apariencia de mala,
avisando al prójimo de la rectitud de la misma (lo que se puede hacer mostrando la
causa excusante, la dispensa); sin embargo, si a pesar de la explicación dada sigue el
escándalo, se debe considerar que es un escándalo farisaico.
2. A veces es lícito poner una acción, aunque se prevea que de ella se seguirá el pecado del
prójimo, cuando rige el conocido principio del doble efecto: si de una acción buena o
indiferente se sigue el doble efecto, uno bueno (la utilidad del escandalizador) y otro malo (el
pecado del prójimo), este efecto malo se puede permitir con una causa justa de necesidad o de
utilidad.
106. Reglas sobre la permisión del escándalo 1. Para aplicar con seguridad estos principios, hay que tener
en cuenta estas reglas que siguen en las que no se contempla el escándalo farisaico.
1. Nunca es lícito omitir por causa del escándalo ninguna obra prescrita por la ley natural
negativa; es más, tampoco es lícito omitir las obras prescritas por la ley natural positiva en las
circunstancias en las que la ley las exige verdaderamente.
La razón para esto es que nunca se pueden omitir sin que haya pecado en esa omisión; por eso
nunca es lícito mentir o jurar en falso para evitar el escándalo; ni tampoco omitir la profesión
de fe cuando es preceptiva, para evitar el pecado de un tirano, o no recibir el bautismo para
evitar el escándalo de los padres.
2. Se pueden, pero no se deben, omitir por causa del escándalo las obras prescritas por la ley
positiva, salvo alguna que otra vez quizá.
a. La razón para lo primero es que cuando concurren dos preceptos que no pueden cumplirse
al mismo tiempo, prevalece el precepto natural de evitar el escándalo. De aquí que un
párroco que no esté en ayunas puede celebrar misa un día de fiesta para evitar el
escándalo del pueblo que no puede evitar de otra forma.
b. Respecto a lo segundo hay que notar: alguna que otra vez quiere decir que hay que omitir
los preceptos si se prevé que a continuación no hay peligro de escándalo, según dicen
muchos, porque hay que preferir el precepto natural al positivo, y porque la omisión no
conlleva ningún perjuicio grave; pero todos niegan que esto deba ocurrir frecuentemente
o durante largo tiempo porque sería demasiado grave. Por eso dicen que una doncella
que sepa que a su vista se escandaliza un joven, debe quedarse en casa sin ir a misa
alguna que otra vez; y lo mismo la esposa que sabe que su marido toma la ocasión de
blasfemar cuando ella ayuna o va a misa, debe omitir la observancia de esos preceptos;
pero, ciertamente, ellas mismas no están obligadas durante mucho tiempo a omitir estos
preceptos porque eso sería demasiado gravoso. Y en todo caso, como no debe ser cierta
la sentencia que obliga a esa conducta por un tiempo breve, en la práctica no se les
puede obligar a que omitan estos preceptos.
c. Hay que señalar que todo eso vale cuando se sabe que la acción propia dará escándalo a
determinada persona, porque no hay que omitir la acción cuando se tema que la acción
puede ser escándalo para alguien indeterminado ya que la obligación de evitar incluso
este peligro sería demasiado gravosa y molesta.
3. Las obras no preceptivas, buenas o indiferentes, estamos obligados a omitirlas para evitar el
escándalo cuando puede hacerse sin gran perjuicio, pero no si hay un perjuicio grave.
1
) Véase Reuter, Theologia moralis II tr. 1. n. 137. Lehmkuhl I n. 794.
95
Por eso si una mujer supiera que ella es ocasión de pecado para determinado varón estaría
obligada, si fácilmente pudiese, a no aparecer ante él, p. e., pasando por otro camino, no
asomándose a la ventana; pero no estaría obligada a seguir esa conducta durante largo tiempo
porque sería muy duro para ella estar privada de su libertad de forma duradera. No está
obligada a dejar de pasear públicamente para evitar el escándalo, porque puede considerarse
demasiado oneroso.
4. Se debe sacrificar los bienes temporales para evitar el escándalo cuando son de poca
importancia; pero no es necesario hacerlo en caso contrario. La razón es que no sólo se puede
preferir el bien espiritual de los demás frente al propio bien temporal, sino que también debe
hacerse cuando fácilmente se puede porque cuando es con gran incomodidad la caridad no
obliga.
Por eso nadie está obligado a pagar más a un obrero cuando prevé que va a blasfemar, pues
ese perjuicio, aunque es leve en sí, se vuelve grave sin embargo porque puede hacerse
frecuente, porque los impíos se harían por ello más audaces. – Los párrocos no están
obligados, es más ni pueden omitir lo que es necesario para la conservación de los bienes de la
Iglesia, p. e. los pleitos, las exacciones de los derechos de estola, para evitar los escándalos
que nacen de aquí; pero está obligados a impedir el escándalo con una enseñanza adecuada, p.
e. explicando la razón de la exacción.
1
) San Alfonso, n. 55. Para juzgar la gravedad de la inmodestia de un adorno se debe tener en cuenta lo que
se dice en De castitate n. 51. 57.
96
Pero hay que exhortar a las mujeres cristianas no sólo a evitar cualquier clase de
escándalo sino también a que colaboren a eliminar tales usos con lo que impedirán el
escándalo de muchos, promoverán la honestidad pública y reivindicarán la propia
libertad.
d. El adorno superfluo y venialmente pecaminoso, p. e. la desnudez del pecho de forma no
gravemente deshonesta, no es escándalo grave porque no incita más que remota y
levemente al pecado, por lo cual las mujeres no están obligadas bajo pena grave a
abstenerse de esta forma de adornarse. Sin embargo, si a alguna mujer le constase el
grave peligro en el que caerá algún varón determinado y que este peligro dejará de
existir al cabo de poco tiempo, estará gravemente obligada a abstenerse durante este
tiempo de esa clase de adorno1.
La mujer que sin causa justa usa vestidos viriles, o el varón que usa vestidos femeninos,
comete pecado venial porque de suyo esto induce sólo un peligro leve de lujuria y un
escándalo leve; pero comete un pecado grave cuando el peligro propio o ajeno es grave;
a fortiori si se hace con mala intención. Cuando este intercambio de vestidos se hace por
una causa justa, p. e. para ocultarse, o para un recreo honesto, etc., no es ningún pecado 2.
108. Las pinturas y las escultura obscenas. Se llama obscenas o impúdicas a las pinturas y esculturas que
comúnmente incitan a la lujuria; esto puede pasar por causa de la escena que representan o de la desnudez
de las personas que aparecen representadas. Por lo tanto son obscenas las que representan una acción más o
menos torpe y las que presentan a la mirada las partes del cuerpo que producen próximamente la excitación;
pero las que, teniendo cubiertas éstas, tienen otras descubiertas, no se consideran como obscenas, ni
tampoco las de niños, aunque estén totalmente descubiertas, son obscenas porque son menos excitantes. Así
pues, cometen grave escándalo:
a. Los que hacen cuadros o esculturas notablemente obscenas excepto, sin embargo, en el
caso en que haya justa causa para hacerlo, p. e. para la enseñanza de la Anatomía.
b. Los que exponen públicamente tales cuadros y esculturas en sus lugares de trabajo o en
las casas o jardines, o incluso en los museos y pinacotecas donde pueden acudir toda
clase de personas.
c. Los que exponen en plazas públicas cuadros y esculturas incluso no gravemente
obscenas, pues las ven todos; es más, incluso apenas pueden dejar de verlas. En efecto,
atendida la común fragilidad humana, siempre habrá muchos que tomarán ocasión de
grave escándalo por esta clase de cosas, aunque no sean gravemente obscenas.
d. De ninguna manera se puede admitir que lo que se conoce con el nombre de obra de arte,
aunque sea deshonesto en sí, no hay que considerarla como ocasión de pecado y que
cualquiera puede contemplarla y disfrutar lícitamente de su artificio. Pues aparte esta
cuestión de si verdaderamente se merecen que se les llame obras de arte, en cuanto
excitan la lujuria misma no dejan de ser realmente ocasiones de pecado y por tanto no se
pueden recomendar sin restricción en algún modo y así no puede disfrutar lícitamente de
su vista quien no tenga otra razón que lo excuse más que la adquisición para sí de un
conocimiento general, lo que se suele llamar cultura. A todo esto hay que añadir que las
obras de arte antiguo, aunque impúdicas de suyo, excitan la lujuria menos que las obras
de arte recientes. Por eso hay que aprobar lo que se encuentra en Aertnys, “los cuadros y
las esculturas impúdicas pero de un arte extremo, realizadas por insignes artistas
antiguos pueden exponerse en alguna sala (museo o pinacoteca) aparte con la norma de
que no todo el mundo entre en ella, sino sólo los peritos especialistas de edad madura” 3.
1
) Véase Lessius, De iustitia etc. l. 4. c. 4. n. 112++.
2
) San Alfonso, n. 52.
3
) Aertnys-Damen I.13 n. 391.
97
b. Si el funeral tiene lugar con alguna solemnidad especial civil, la concurrencia es ilícita de
suyo porque se considera una ayuda dada a una persona o a una secta impía que está
pidiendo o disponiendo esa clase de funeral, o porque engendra escándalo.
Luego si no existe esta doble razón, la participación en el funeral civil puede pasar que
sea lícita; ahora bien, esta razón no existe
α. en los lugares donde estos funerales son ya habituales y por eso no llaman tanto la
atención, porque en esas circunstancias la participación se considera como un
acto meramente civil, sobre todo para los que están más estrechamente
relacionados con el difunto por lazos de parentesco o amistad;
β. para los que deben asistir al funeral por necesidad moral, como los soldados
mandados por sus jefes que carguen con el féretro, los que de otra manera
perderían su oficio, los súbditos enviados por sus superiores, pues cuando la
necesidad moral de asistir es conocida, o fácil de conocer, públicamente, todo el
mundo entiende que la asistencia fue sólo materialmente para evitar daños
graves.
c. Si el funeral civil está instituido de modo que los masones o las sectas neopaganas
intervienen con sus signos y sus enseñas, y ponen las señales de su secta sobre el féretro,
es mucho más difícil permitir la asistencia porque esta clase de funerales tienen las
características de una solemnidad establecida por la secta impía y entonces se considera
que quien asiste a ellos sin grave necesidad aprueba la secta 1.
§ 3. La inducción.
110. Noción. La inducción o sea la seducción o la solicitación al pecado es una acción externa que por su
naturaleza, y no por mera ocasión ni sólo por el fin del agente, es adecuada para provocar el pecado en otro.
La inducción puede ocurrir de diferentes maneras: por la palabra o por el escrito, por señas o por el gesto.
La inducción coincide con el escándalo en excitar al pecado al prójimo que todavía no estaba decidido a
pecar. Pero difiere del escándalo, incluso del directo, porque la inducción pone una acción (persuasión,
consejo, exhortación, mandato) cuyo fin, el intrínseco y de la obra, es que la voluntad de otro se determine a
pecar; en cambio, el escándalo pone una acción que, con sólo su presencia externa, contiene una incitación
al pecado; pero no busca el pecado de otro como fin de la obra (mal ejemplo); en el escándalo directo se
busca a veces el pecado de otro, pero esta intención no cambia el modo de incitar de la propia acción
externa, ni tampoco hace que el mal ejemplo pase a ser una exhortación o un mandato. Por eso por la
inducción se contrae la obligación de reparar, y por el escándalo directo no se contrae.
1. Nunca es lícito pedir a otro lo que no puede dar más que pecando, p. e., pedir a un
notario o a un guarda algo que va contra su obligación, porque esa petición es una
verdadera inducción al pecado.
2. Si la cosa que se pide se puede dar sin pecado y hay una causa grave se puede pedir
lícitamente, aunque el otro no la vaya a dar sin pecar, p. e., un préstamo a un usurero, el
juramento a un perjuro, el sacramento a un sacerdote en pecado, porque por una causa
justa es lícito permitir el pecado de otro pues peca la propia malicia. Pero sin causa justa
no es lícito, p. e. cuando sin gran inconveniente es posible obtener de otro una cosa que
el primero no le va a dar sin pecado.
113. Licitud de persuadir para hacer un mal menor con el fin de impedir otro mayor. Se trata del caso de
que alguien está resuelto a cometer un mal, p. e. matar a un enemigo, y entonces persuadirle de que más
bien le golpee en vez de matarlo1.
1. Cuando no se puede apartar al prójimo con ninguna razón que pueda apartar al prójimo de que
cometa un pecado para el que se ha determinado, es lícito persuadirle, para evitar un mal
mayor, a que el que cometa sea menor, es decir, de la misma especie que el que está ya
dispuesto a cometer de cualquier forma, porque no se está persuadiendo en absoluto al mal
sino que a alguien que va a hacer decididamente un mal, se le persuade de que no haga tanto
mal sino menos, lo cual es ciertamente una buena persuasión 2.
a. Luego se requiere una doble condición para que sea lícita esta persuasión:
α. Que no se pueda apartar del pecado mayor al prójimo, porque si se puede impedir
completamente el pecado, la persuasión para cometer el menor ya no es buena;
β. Que el prójimo esté determinado ya a cometer el pecado del que está persuadido;
pero sólo se puede decir que esté determinado a cometer un pecado aquel que
está persuadido a un mal de la misma especie. Por eso es lícito convencer a
quien está dispuesto a robar a Pedro cien, a que le robe sólo cincuenta, y a quien
está dispuesto a matar a Pedro para robarle, a que sólo le robe.
b. No se dice que la acción menos mala del pecador sea buena, porque es mala siempre; pero
el consejo del persuasor es bueno en estas circunstancias, ciertamente porque, al no
poderse impedir en absoluto el mal, por lo menos se tiende a su disminución.
2. No es lícito persuadir al prójimo del mal menor, cuando no está determinado todavía a
cometerlo, porque quien persuade a otro para un mal que no está decidido a hacer, es él
mismo la causa de ese mal, y esto es pecado aunque se haga por un fin bueno.
Por eso no es lícito convencer a uno que está dispuesto a cometer un homicidio a que mejor
haga un adulterio; pero es lícito proponerle un objeto que sea un mal menor, e incluso
inducirle a que lo cometa. San Alfonso dice que la sentencia afirmativa es más probable 3; y
objetivamente es cierto que esta persuasión es buena ya que tiende a disminuir el mal, pero en
verdad que subjetivamente es difícil de entender que se convenza a alguien a cometer un mal
menor cuando ya está convencido hacia un pecado de distinta especie. Y, sin duda, si a uno
que está determinado a cometer un homicidio se le persuade a que cometa un adulterio, se le
1
) Véase Castropalao, Opus morale tr. 6. de carit. disp. 6. punct. 6.
2
) Véase Gn 37 27.
3
) Algunos de los autores a los que sigue San Alfonso parece que habían considerado fuera de contexto el
texto de San Agustín (de conj. adult. II. cap. 15).
99
induce a comisión de un nuevo pecado y, si sigue la persuasión, además del pecado interno de
homicidio comete también el pecado de adulterio.
3. No sólo persuadir para cometer el mal menor, sino que persuadir para cooperar al mal menor
con una acción indiferente es lícito cuando se busca impedir el mal mayor que no se puede
evitar de otra forma.
Por eso es lícito llevarse a casa y dar de cenar a un amigo que para violar el ayuno piensa irse
a una posada. Es lícito ayudar a un ladrón a que se lleve una cosa ajena, si de ese modo se
puede impedir un daño mayor o la muerte del dueño.
A la cuestión de si es lícito inducir a la embriaguez a un ladrón y cooperar para ello
presentándole el vino para que se retraiga de cometer un homicidio, hay que decir:
a. No es lícito provocarle a la embriaguez a la que no está determinado ni para impedir un
mal claramente mayor, porque no hay que hacer un mal para que haya un bien.
b. Pero es lícito dar vino a un ladrón aunque se prevea que se emborrachará porque es
indiferente, pero se puede permitir la embriaguez por una causa justa, p. e., para impedir
un homicidio.
114. Licitud de quitar, o, también, dar una ocasión de pecado aunque se tema o se pueda prever el
pecado de otro.
a. Es lícito no quitar por causa justa una ocasión de pecado que se podría quitar, porque
debido a una causa suficiente es lícito permitir el pecado de otro; una causa suficiente es
permitir un pecado cuando se impide con ello muchos pecados que ocurrirían después.
Por eso los padres y los amos pueden permitir la ocasión de hurtar a los hijos o a los criados
para corregirlos si hubieran caído de modo que se puedan enmendar de esta manera. Los
guardas de las viñas y de los bosques pueden esconderse para sorprender y poder castigar a los
ladrones de modo que por miedo desistan de volver a robar.
b. Cuando la acción que da ocasión al pecado es buena o indiferente y subsiste la causa
justa, es lícito incluso poner la ocasión, no próxima, pues el que pone una ocasión ni
induce a otro a pecar ni concurre al pecado de ese otro, sino que lo permite por una
causa grave, p. e. para comprobar su fe o para impedir muchos otros pecados
posteriores.
Por eso los padres y los amos pueden dejar dinero a la vista o abrir las cajas donde lo guardan
para comprobar la fidelidad de los hijos o la de los criados.
Nota. Como el cese del escándalo y su reparación es una obligación de conciencia, resulta claro
que quien tiene esta obligación, si fuera grave, y todavía no la hubiera satisfecho, no puede ser admitido a
los sacramentos de la Iglesia, por ser indigno. Y todavía más, no hay razón para que quien administra los
sacramentos al que está dando escándalo y no lo ha reparado, no cometa también él pecado de escándalo,
porque da lugar a que los fieles piensen que se administra los sacramentos a indignos y se aprueba
tácitamente sus acciones escandalosas.
§ 4. La cooperación1.
116. Noción.
1. Cooperación en sentido amplio significa el concurso con un agente, y en sentido estricto
significa el concurso físico con otro que es el agente principal.
La cooperación en sentido amplio comprende también el escándalo y la inducción: pero si se toma en sentido estricto, se distingue de
ambos porque ambos concurren moralmente bien como ocasión bien como causa con determinado prójimo que todavía no está
decidido a pecar, mientras que la cooperación supone ya en el otro la voluntad determinada al pecado, y le ayuda a perpetrar el pecado
externo con una acción física. Sin embargo puede ocurrir también que la cooperación pase al mismo tiempo a ser escándalo cuando
sin duda aumenta o confirma la voluntad de pecar del prójimo.
2. En este lugar se trata de la cooperación en sentido estricto, la cual es siempre física y positiva.
Por esta cooperación alguien ayuda a pecar al prójimo, o con su acción únicamente, como el
que ayuda a otro que quiere robar subiéndolo a hombros, o proporcionando el material, como
el que da el vino a uno que se quiere emborrachar. La cooperación hay que considerarla como
opuesta a la caridad.
1
) Véase ZkTh 3 (1879) p. 511++.
101
1. La cooperación formal no es lícita nunca, porque es mala siempre en sí por incluir la aprobación
del pecado de otro.
La cooperación formal tiene malicia doble, una contra la caridad, otra contra la virtud que se
lesiona mediante la cooperación; por eso, en la confesión hay que declarar el pecado con el
que se ha cooperado formalmente.
2. La cooperación material, de suyo, es ciertamente ilícita, pero a veces si existen ciertos
requisitos se puede transformar en lícita.
a. La cooperación material se opone al precepto de la caridad porque estamos obligados a
impedir el pecado del prójimo, si no tenemos dificultades para hacerlo, luego a fortiori
estamos obligados a no ayudarle a cometerlo.
Luego la cooperación material, si es ilícita, es pecado simplemente contra la caridad,
salvo que por oficio esté alguien obligado a impedir la lesión de otra virtud.
b. Los requisitos para que la cooperación material se haga lícita son dos: que la acción sea
buena, o al menos indiferente, y que haya causa proporcionadamente grave para permitir
el pecado del otro. En verdad, puestas estas dos condiciones la cooperación material
resulta lícita, pues cuando de una acción no mala se sigue un efecto doble, uno bueno y
otro malo, es lícito por una causa que sea proporcionadamente grave poner aquella
acción, aunque se prevea que se habrá de seguir el malo 1.
c. La causa que excusa la cooperación debe ser proporcionadamente grave; pero cuál es la
causa suficiente para hacer la cooperación, lo tiene que determinar un juicio prudente.
Para hacer este juicio hay que tener en cuenta estos cuatro puntos:
α. La gravedad del pecado, porque la causa excusante debe ser tanto más importante
cuanto más grave es el pecado al que se coopera.
Así, hace falta una excusa mayor para cooperar en un homicidio que para
cooperar en un robo, y también mayor para cooperar en un pecado contra la
justicia que en otra clase de pecado, pues esta cooperación hace daño espiritual
sólo al pecador, mientras que la otra daña también al inocente y, además, contra
su voluntad. Hace falta una excusa mayor cuando se daña a la religión o a la
sociedad.
β. La cercanía de la cooperación, pues hace falta una excusa mayor en una
cooperación próxima que en otra remota; así hace falta más razón para cooperar
en la impresión de un libro depravado colocando los tipos que preparando el
papel.
γ. La necesidad de la cooperación. Porque hace falta una causa más grave cuando la
cooperación es tan necesaria que sin ella no se podría cometer el pecado, que
cuando éste se haría de todas formas aunque se negara la cooperación.
δ. La obligación de impedir el pecado. Por eso hace falta una causa más importante
en los que tienen además la obligación de justicia o de piedad de impedir el
pecado.
3. La cooperación material inmediata es ilícita exceptuados algunos casos en los pecados contra la
justicia. Pues la cooperación inmediata ordinariamente por la naturaleza de la obra es mala en
sí. Por eso nunca es lícito cooperar en la muerte de otro. Pero en algunas acciones que se
oponen a la justicia, hay veces en que la característica del mal; así, por una causa gravísima es
lícito cooperar en dañar gravemente al prójimo en sus bienes de fortuna.
a. P. e., es lícito por miedo a la muerte ayudar a alguno a quemar la casa de otro:
α. Si el cooperador quiere después resarcir el daño.
β. Si el daño se causaría también sin necesidad de su cooperación.
γ. Si con la cooperación se pudiera impedir un daño mayor del prójimo,
pues en todos estos casos no se puede hacer razonablemente contra la voluntad.
b. Se discute si también es lícito cuando el daño no se puede hacer sin la cooperación y el
cooperador no lo puede reparar. Los que lo niegan dicen que la acción del cooperador es
intrínsecamente mala porque el que ha sido lesionado, lo ha sido razonablemente contra
su voluntad, puesto que no está obligado a conservar la vida de otro con tanto daño
suyo. Los que lo afirman, dicen con más verdad que en un estado de necesidad extrema
1
) Véase Principios n. 83. De las cuatro condiciones que allí se dice que hacen falta para que sea lícito
poner una causa de la que se sigue un efecto bueno y otro malo, dos se cumplen ya en una cuestión de esta
naturaleza; por consiguiente aquí se piden sólo las otra dos.
102
es lícito mermar los bienes del prójimo (incluso destruirlos), en tanto cuanto sea
necesario para conservar la vida.
4. La cooperación en el pecado que va contra la Iglesia o contra la Sociedad para aniquilarlas, no
es lícita nunca, por lo cual no hay ninguna causa nunca que la excuse, ni el temor a un mal
gravísimo, incluso la propia muerte; pues aquel mal, al ser público, es tan importante que
cualquier persona está obligada a impedirlo incluso con riesgo de la vida.
a. Fabricar o vender ídolos es de suyo una acción indiferente porque pueden servir los ídolos
para otra cosa, además del uso propio de los fines supersticiosos, p. e. para ornato de un
palacio, para conservar el aspecto del mismo etc.
b. Escribir o imprimir cosas heréticas es indiferente de suyo porque se pueden escribir o
imprimir para refutarlas.
c. Confeccionar o vender signos francmasones, hablando absolutamente, es algo indiferente
porque estos signos admiten también otro uso y no contienen nada impío.
d. Tocar la campana llamando a una reunión herética es un signo convencional, de cuyo
significado depende si se trata de una acción mala en sí o indiferente. Si se trata de una
convocatoria para una reunión de rito herético es una acción mala en sí; pero si no indica
nada más que el tiempo de una reunión o un rito herético, es indiferente. Laymann1 y
Lehmkuhl (n. 812), junto con otros dan una significación más al toque de la campana.
1
) L. 2. tr. 3. c. 13. n. 5.
103
a. El sacerdote que administra la eucaristía a un pecador coopera al sacrilegio ciertamente
de forma próxima, pero material, pues con su acción pone la hostia consagrada desde un
lugar en otro, acción que es indiferente y que de suyo no se transforma en mala por el
conocimiento que tiene de que el otro abusará de ella para cometer un sacrilegio.
b. Fabricar ídolos o venderlos a quienes los van a emplear en un culto supersticioso se puede
decir que prácticamente es ilícito porque será muy raro que haya una causa
suficientemente grave que excuse esta cooperación próxima, pero de suyo y por su
naturaleza no hay que decir que es ilícita porque la cosa es indiferente y el conocimiento
de que ella se empleará próximamente para el mal no la convierte en ilícita; habiendo,
pues, una causa gravísima se puede permitir esta cooperación 1.
3. Las acciones que son adecuadas para aumentar o confirmar la voluntad depravada del
pecador no son intrínsecamente malas porque esta circunstancia de que la acción del
cooperador influya a su modo en la mala voluntad del pecador muestra claramente que
tiene la característica del escándalo porque otro se confirma en el mal por ella pero no
muestra que esa acción del cooperador sea mala intrínsecamente.
Por eso no son malas sino indiferentes las siguientes acciones: acompañar a un duelo; indicar
al ladrón el momento y el lugar en los que se puede hacer el robo sin peligro; hacer guardia
mientras se comete un robo o un adulterio; llevar cartas amorosas a una meretriz. Por lo cual
un criado puede llevar a cabo estas acciones, no por razón de su servicio como criado, sino por
una causa verdaderamente grave2.
1. Para que pueda determinarse una norma, hay que establecer lo siguiente:
a. La cooperación remota no necesaria excusa por un leve perjuicio que pudiera sufrir el
cooperador si la omite; luego también por la sola sujeción del hijo al padre o del criado
al amo, o por el beneficio que se saca de la acción, o que se deja de sacar si se omite.
b. La cooperación cercana, o remota necesaria, excusa por una causa grave o por un
perjuicio grave que se seguiría si se omite la cooperación.
c. La cooperación próxima, principalmente la que si se omite no ocurriría el pecado, se
excusa solamente por una causa muy grave o incluso gravísima, o por una daño
gravísimo que se seguiría si se omite la cooperación.
2. El daño grave, muy grave, o gravísimo se puede determinar como sigue según San Alfonso.
a. Ejemplos de daño o perjuicio grave son: el temor a un gran dolor, sufrir gran indignación
de parte del marido, del padre, del amo; el temor de perder una notable ganancia; sin
embargo el lucro cesante es una causa menor que el daño emergente; notable molestia o
repugnancia; gran pudor.
b. Ejemplos de daño muy grave: temor de no encontrar fácilmente otro amo sino con notable
detrimento, con gran pérdida de fama, honor o fortuna de bienes, temor de decisión por
el estado; temor grave de prisión.
c. Ejemplos de daño gravísimo: peligro de caer muerto, de perder algún miembro importante
del cuerpo o algún sentido corporal, p. e. un ojo; temor de cautividad perpetua, de la
mayor infamia, de una enfermedad aguda; pérdida de todos o casi todos los bienes 3.
1
) Lehmkuhl I. n. 814. Génicot I. n. 238. De esta manera parece que hay que entender las respuestas de la
Sagrada Congregación de Propaganda Fide que declaran ilícitas esta clase de cooperaciones por defecto de
causa suficiente.
2
) Véase Tamburini, Explicatio decalogi l. 5. c. 1. § 4. n. 19. San Alfonso n. 65. 67. Ballerini-Palmieri II. n.
289.
3
) Véase Villada, Casus conscient.2 (Bruselas 1885) I p. 85++.
104
Cuestiones particulares sobre la cooperación.
a. Igual que los pecados, la cooperación al pecado aparece también en todos los géneros de
vida (religiosos, morales, políticos, sociales, económicos, etc.) y la muestran los
hombres de cualquier condición; por eso las cuestiones hay que resolverlas de manera
muy distinta en cada caso y a veces con bastante dificultad.
b. Las cuestiones que siguen están consideradas únicamente bajo el aspecto de la
cooperación, prescindiendo de su parte escandalosa y de la intención del cooperador que
puede ser mala. Está claro que hace falta una causa más importante para que una acción
pueda convertirse en lícita cuando se juntan en ella el escándalo y la cooperación, como
en el caso de la impresión de libros depravados.
1
) S. C. de Propaganda fide 21 de noviembre de 1837.
2
) Santo Oficio 8 de enero de 1851 y muchas veces más.
3
) Véase Th. Gallo, Suppetiae missionariorum (Roma y Turín 1872) I. p. 197.
105
γ. Si el dinero se da coaccionadamente y de forma inmediata para el culto
supersticioso o para la construcción del templo, la contribución encierra un
consentimiento externo con la intención mala de los herejes o de los infieles y un
favor externo hecho a la herejía o a la idolatría. Pero puede ser lícita si de algún
modo se puede hacer que la contribución excluya el consentimiento con los
herejes1. Por la misma causa y en las mismas condiciones es lícito también dar
dinero para edificar los templos de los herejes, pues aunque se sepa que el
dinero se va a emplear sólo para un uso malo, la acción en sí no es
intrínsecamente mala porque no encierra necesariamente la aprobación de la
secta falsa.
a’. Es de notar sobre esto la respuesta de la Sagrada Penitenciaría (1822):
dar dinero para construir templos heréticos es lícito sólo si por este
motivo se pueden librar de esta escandalosa simultaneidad los católicos
que celebran sus cultos en la misma iglesia que los protestantes. De esta
respuesta se deducen dos cosas, primero que la propia acción de dar
dinero ciertamente no es mala en sí, y luego que la Sagrada Penitenciaría
juzgó suficiente sólo la causa de un daño común para que se pueda
excusar esta cooperación. Sin embargo, hay autores que consideran que
una causa grave de daño también puede excusar esta cooperación 2.
b’. En los lugares donde los católicos viven mezclados con los protestantes
es lícito que los católicos den dinero para edificar o mantener escuelas u
orfelinatos protestantes pues el fin de estos edificios no es religioso sino
para hacer obras de misericordia. Sin embargo, también hacen falta dos
cosas: que esté bien lejos el escándalo nacido de que la entrega del
dinero se pueda considerar como un favor hecho a la secta falsa, y que
conste que ese dinero no se emplea para pervertir a los católicos que son
recibidos en esos institutos3.
c’. Que pueda ser pecado dar dinero a alguna asociación socialista o liberal
depende del fin de la asociación. Si el fin es malo por todas sus partes,
como atacar a la Iglesia Católica, promover la herejía, ayudar a la
elección de un candidato marxista, la donación es intrínsecamente mala,
porque dar dinero a esa clase de asociaciones es lo mismo que promover
sus fines. Pero aunque el fin sea honesto (cuidado de enfermos, ayuda a
pobres, educación, etc.) no es lícito sin una causa excusante porque en la
consecución de su fin los principios depravados de la asociación
proporcionan la norma.
e. Llamar al ministro hereje para un moribundo:
α. Llamarlo para que administre los auxilios de su religión a un moribundo es ilícito
porque se pide formalmente una acción ilícita; según los decretos del Santo
Oficio, el católico debe conducirse pasivamente y es conveniente que lo explique
si hay ocasión.
β. Llamarlo mediante una persona qua pertenezca a la misma secta es lícito porque
de ese modo se salva la doctrina sobre la prohibición de la comunicación in
divinis4.
γ. Pero si no dice al ministro nada más sino que hay un enfermo que quiere que le
visite, el asunto es indiferente, aunque es una cooperación cercana que por las
circunstancias se puede interpretar equivocadamente; por eso parece que sólo se
puede excusar con una causa grave de necesidad.
Licitud de tratar que la acción ilícita a prestar de oficio sea prestada por otro por motivo de
conciencia. – No es lícito que uno pida a otro que haga en su lugar una acción ilícita,
porque sería inducirle a pecar, lo que tampoco es lícito cuando el otro sólo comete
pecado material; pero es lícito permitir que otro en el lugar de uno tenga que llevar a
1
) Santo Oficio 21 de abril de 1847.
2
) Véase Génicot I. n. 237.
3
) Lehmkuhl I. n. 818.
4
) Santo Oficio 14 de diciembre de 1898.
106
cabo una acción ilícita. Si unos criados cristianos prestan su trabajo junto con unos
infieles pueden pedir al patrón, es más pueden pactar con él, que no les imponga obras
supersticiosas aunque prevean que los paganos las harán; en este caso permiten lo que
no pueden impedir.
125. La cooperación de los hosteleros. Los hosteleros pueden cooperar muchísimo a los pecados
ajenos de tres maneras:
1. Dándoles comidas prohibidas.
a. No es lícito ofrecer espontáneamente a los huéspedes comidas prohibidas al menos en los
sitios católicos, y especialmente a los menores, porque esto sería incitarles al pecado.
b. Es lícito dar carne en los días prohibidos a los que la piden porque sería demasiado duro y
peligroso preguntar si tienen una causa legítima; pero si consta que no están excusados
pueden darles carne sólo por una razón grave de daño notable, p. e. que en otro caso
disminuiría notablemente la afluencia de huéspedes.
c. Por tanto si se prevé que van a llegar unos huéspedes que piden comida prohibida pueden
disponer la comida con manjares lícitos e ilícitos, y si se prevé que nadie pedirá comida
de ayuno pueden preparar sólo comida con carne; pero están obligados a advertir a los
huéspedes que pueden tomar comida de ayuno y servírsela a los que se la pidan. Pero lo
que no es lícito es hacer más difícil la observancia de la ley preparando ciertamente
comida lícita pero de menor calidad; sería una promoción indirecta de la lesión de la ley.
En una familia particular en la que se prepara una mesa para personas de fuera mediante un
precio pagado no es lícito cooperar sin una causa peculiar a que se viole la abstinencia, por eso
ni para los que lo piden es lícito dar tan fácilmente alimentos prohibidos; sin embargo una
causa medianamente grave excusa esta cooperación, si con la negativa no se puede impedir el
pecado.
1
) Canon1386, 2.
108
2. Sirviendo vino.
a. Nunca es lícito servir vino espontáneamente a quien se sabe que lo va a beber para
emborracharse, pues este servicio sería una cooperación formal.
b. Es lícito servir vino a los huéspedes que llegan indiscriminadamente por sola la ganancia,
aunque se prevea confusamente que alguno de ellos pecará emborrachándose, riñendo,
blasfemando, tanto porque no pueden impedir los pecados (se les servirá vino en otras
tabernas), como porque el hostelero sufriría un daño grave por ocurrir ordinariamente en
las tabernas esta clase de pecados reduciéndose de forma importante el número de
huéspedes.
c. Pero en un caso particular no es lícito servir vino a un huésped que lo pide para
emborracharse, ni por la ganancia ni por la indignación de los demás huéspedes; pero
como la cooperación para determinado y cierto pecado puede ser lícita, con una causa
más importante p. e. el miedo a la riña, a la blasfemia, o un notable daño por la
disminución de huéspedes1 se podría hacer.
3. Ofreciendo publicaciones malas.
a. No es lícito exponer publicaciones que son absolutamente malas, es decir, que casi
siempre se oponen a la fe y a las buenas costumbres, aunque digan muchas personas que
si no las tienen dejarán el hotel pues aunque sea un daño grave para el hostelero no
puede ser causa suficiente para permitir la ruina espiritual de muchos que se seguiría de
esas publicaciones. Además, porque la ley eclesiástica prohíbe también esa clase de
publicaciones2.
b. Las publicaciones que sólo raramente contienen algo contra la fe o las buenas costumbres,
pueden darse en un lugar apartado a quienes las pidan, si de otra forma sufren un daño
notable.
c. Sólo si consta por experiencia que casi todos los huéspedes piden esas publicaciones y
que dejarán ese hotel si no las tienen, pueden ofrecerse públicamente siempre que haya
al mismo tiempo otras publicaciones buenas. Así en las ciudades principales apenas se
puede impedir ya que esas publicaciones no se expongan públicamente en los hoteles.
127. La cooperación de los tipógrafos. Todos los que se ocupan de la tipografía ayudan al editor
en la publicación de la obra mala, unos remotamente, otros más o menos cercanamente.
a. El mismo impresor, o dueño de la tipografía, nunca puede aceptar lícitamente la
impresión de un libro malo, pues aceptar para su impresión un libro escrito es cooperar
formalmente e inducir a otros a la cooperación.
b. Es próxima la cooperación de los que dirigen la tipografía, colocan los tipos y corrigen los
folios; como su acción no es mala en sí, es lícito para ellos cooperar cuando hay una
causa gravísima (la sustentación necesaria para sí y para los suyos que de otra manera
carecerían de ella), excepto en el caso de que el libro sea tan malo que no puede tener
ningún fin bueno.
1
) Véase Elbel-Bierbaum, Theologia moralis2 I. p. 1. n. 17.
2
) Canon 1399 n. 2 – 4; 6 – 9; véase también canon1384 § 2.
3
) Canon 1404.
109
Los correctores de pruebas de imprenta los refieren todos los autores tanto a los lectores
de libros malos como a los colaboradores de su edición, aunque unos como
colaboradores remotamente y otros como colaboradores próximamente.
c. Es cercana la cooperación de los que ponen los papeles en las máquinas impresoras,
preparan la tinta y el papel, ordenan las hojas impresas y las encuadernan, mueven y
cuidan las máquinas; por causa grave es lícito para éstos la cooperación.
d. Es remota la cooperación de los que venden al tipógrafo la tinta, el papel, las máquinas, y
otras cosas necesarias para la impresión del libro; por lo cual sólo el precio a percibir
por la venta excusa esta cooperación.
En una tipografía en la que sólo se imprimen libros malos y publicaciones perversas no es
lícito cooperar; los que lo hacen en una tipografía de esta clase están obligados bajo pecado
grave a dejarla si cooperan próximamente al mal, porque si sólo cooperan cercana o
remotamente pueden permanecer cuando dejarlo sería un daño notable para ellos. En las
tipografías donde se imprimen al mismo tiempo libros buenos y malos indiscriminadamente
colaborar es lícito si hay una causa leve, o sólo por una grave, según la diversidad de las
cooperaciones.
129. La cooperación en las acciones ilícitas de los médicos. A veces se pide a las hermanas
religiosas o a otros enfermeros que colaboren en un aborto, un feticidio, o suministrando dosis letales de
morfina.
Hay que rechazar siempre la cooperación formal o inmediata en la misma acción mala.
La cooperación material más cercana, p. e. asistencia en la operación, preparación de los
instrumentos o de los pacientes, hay que negarla en los hospitales de la misma congregación religiosa; es
más deben cuidarse al elegir el médico. – Pero se puede permitir en los hospitales públicos si se pusiera en
peligro el bien común o la salvación de las almas porque a causa de su negativa despidieran a las hermanas
enfermeras y, sin embargo, otras personas estuvieran dispuestas a cooperar.
La cooperación material remota, p. e . la recepción del enfermo en la sala, la cura del mismo
puede admitirse en los hospitales privados de los médicos, y no tan fácilmente en los hospitales de la propia
congregación, especialmente si ya desde el comienzo se pide una operación ilícita de este tipo.
En el caso de una duda actual invencible se puede permitir la cooperación si el médico por otra
parte es honrado3.
1
) Véase proposición 51 condenada por Inocencio XI (D 1201).
2
) Santo Oficio 12 de julio de 1854.
3
) Véase Vermeersch II. n. 130.
110
SEGUNDA PARTE
LOS MANDAMIENTOS DEL DECÁLOGO 1.
130. El Decálogo (οί δεκα λόγοι) se encuentra formulado dos veces en la Sagrada Escritura 2.
Sobre su composición no hay una única sentencia de los Doctores. Los diez mandamientos que conservó la
Iglesia Católica, los reseñó por primera vez San Agustín3.
a. La suma importancia de los mandamientos del Decálogo se deduce ya del modo solemne
con el que Dios mandó promulgarlo y guardarlo. Y sin duda contiene los primeros
preceptos de la ley natural que, con dos excepciones obligan a los hombres de todos los
tiempos y de todos los lugares 4. Los mandamientos que se dicen de la primera tabla (los
tres primeros) ordenan al hombre hacia Dios, y los llamados de la segunda tabla (los
siete restantes) ordenan al hombre con sus prójimos, el cuarto ciertamente con los
prójimos superiores, entre los cuales el primer lugar es el de los padres, los seis restantes
con los prójimos iguales. Pero como bien nota San Agustín5, todos esos mandamientos
florecen de una misma semilla6, el amor a Dios y el amor al prójimo.
b. Los mandamientos del Decálogo tienen suma importancia moral y política porque
constituyen los fundamentos de cualquier sociedad y de cualquier ciudad y protegen sus
bienes supremos. Los tres primeros mandamientos protegen el culto de la Divinidad
Suprema, fundamento religioso de los reinos; el quinto y el octavo, la vida y la fama del
prójimo; el séptimo y el décimo, el derecho de propiedad, el cuarto, la autoridad,
fundamento de la familia, el sexto y el noveno protegen el matrimonio.
1
) San Alfonso l. 3. n. 1 – 1003. Tomás Sánchez, Opus mor. in precepta decalogi l. 2 – 4. Sporer-Bierbaum,
Theologia moral. decalogalis (Paderborn 1901) tr. 2 – 6. Tomás Tamburini, Explicatio decalogi l. 2 – 40.
Ballerini-Palmieri, Opus theologicum morale8 (Prato 1899) II. tr. 6. De preceptis decalogi. Zalba, Theol.
moral. Summa II.2 (Madrid 1957) Introductio.
2
) Ex 20 2 – 17. Dt 5 6 – 21.
3
) Quaestiones in Exod. q. 71.
4
) El precepto de no hacer imágenes y de la observancia del sábado, en cuanto es ceremonial, sólo
correspondía al pueblo judío.
5
) Quaestiones in Exod. q. 140.
6
) Véase Simar, Lehrbuch der Moraltheologie2 (Friburgo 1893) p. 39. Lippl en Lex. f. Theol. u. K. (1931),
véase Dekalog.
111
LIBRO PRIMERO.
El primer mandamiento del Decálogo.
“Yo, Yahvéh, soy tu Dios...
No habrá para ti otros dioses delante de mí”. Ex 20 2, 3.
Este mandamiento en cuanto afirmativo manda que se adore a un solo Dios verdadero, luego
manda los actos de la virtud de la religión; pero en cuanto negativo prohíbe que se niegue a Dios verdadero
el culto o que se tribute a otro que no sea Dios, es decir prohíbe los pecados opuestos a la virtud de la
religión.
__________
CUESTIÓN PRIMERA.
Naturaleza de la religión1.
131. Noción. La religión se define como la virtud moral que inclina a la voluntad a dar a Dios el
culto debido como supremo principio y fin de todas las cosas.
a. La religión se puede entender de tres maneras:
α. significa toda relación del hombre con Dios, la cual abarca todas las verdades que
enuncian esta relación y los deberes que se derivan de ellas;
β. significa la virtud especial con la que damos a Dios el culto debido;
γ. significa el estado de los que se han entregado al culto divino perpetuo mediante
la profesión de los tres votos de pobreza, castidad y obediencia.
De la religión en su primera acepción trata la Ética y la Apologética; en la segunda acepción
trata la Teología Dogmática y la Moral; en la tercera, el Derecho Canónico.
b. El culto se distingue del honor; el honor es la significación externa de la excelencia de
otro; culto es la significación externa de la excelencia con sumisión hacia aquél a quien
se le tributa. Por eso el culto sólo se puede dar a un superior en alguna clase de
excelencia, mientras que el honor se puede tributar también al igual y al inferior. La
excelencia por la que se debe tributar culto a Dios consiste en que es el Principio
Supremo de todas las cosas.
132. Objeto de la religión. El objeto material de la religión es el mismo culto que hay que dar, es
decir, las acciones con las que se da culto a Dios y a su excelencia, como alabanzas, oraciones,
inclinaciones, genuflexiones, sacrificios, etc. El objeto formal no es la excelencia divina sino la honestidad
que se encuentra en el culto divino porque mostrar las señales de la divina excelencia y de nuestra sumisión,
además de ser conforme a la norma de moralidad, se debe a Dios. Pero la razón por la que el culto es
moralmente bueno y debido a Dios es su infinita excelencia. Luego, aunque la excelencia divina no sea el
objeto formal de la religión, es sin embargo la razón por la que hay que dar culto a Dios.
133. La religión virtud moral. La religión es una virtud moral, no una virtud teologal; es parte de
la virtud cardinal de la justicia porque es a otro a quien hay que dar lo debido; no es una parte subjetiva de la
justicia, sino una parte potencial porque el derecho debido a Dios no se puede devolver en igualdad 2. Sin
embargo es excelentísima entre las virtudes morales; por eso los pecados opuestos a la religión son
gravísimos después de los opuestos a las virtudes teologales.
1
) Santo Tomás II. II. q. 81 – 100. Suárez, De virtute religionis tr. 1 – 6. Laymann, Theologia moralis l. 4.
De virtute relig. Castropalao, Operis moralis pars II. III.: De virtute religionis et ei annexis. Bouquillon, De
virtute religionis (Brujas 1880). l. B. Wirthmüller, Die moralische Tugend der Religion [La virtud moral de
la religión] (Friburgo 1881). Merkelbach, Summa theol. mor. II.8 n. 645+.
2
) Véase Principios n. 276.
112
a. Moral. Porque las virtudes teologales tocan al mismo Dios inmediatamente como propio
objeto tanto material como formal; pero el objeto de la religión no es Dios porque no
versa inmediatamente sobre el mismo Dios sino sobre las acciones internas y externas
con las que se da culto a Dios y su objeto formal es la razón de la deuda y de la
conveniencia que se deriva de la relación de la criatura con el Creador. Luego el objeto
próximo e inmediato de la religión no es Dios sino el culto a Dios, como el objeto de la
justicia no es el prójimo sino la cosa debida al prójimo; pero el fin y término de la
religión es Dios como el término de la justicia es el prójimo 1.
b. Excelentísima, porque dirige al hombre rectamente hacia el mismo Dios, no hacia sí
mismo ni hacia otros hombres, porque por eso el mismo Dios es el término y el objeto al
cual se da culto, debido a su excelencia. Por eso no es extraordinario que Cristo Señor
hubiera dado a los hombres como primicia un excelentísimo ejemplo de esta virtud 2 .
1
) Véase Lessius, De iust. et iure l. 2. c. 36. n. 7++.
2
) Véase Hb 10 7. Lc 23 46; y muchísimos testimonios en los que se lee que oraba a Dios Padre y le daba
gracias.
3
) Véase Santo Tomás II. II. q. 82. a 1. La devoción “no parece que es otra cosa que cierta voluntad de
entregarse prontamente a las cosas que se refieren al servicio de Dios.”
113
CUESTIÓN SEGUNDA.
Artículo primero.
La adoración.
135. Noción. La adoración en el sentido más amplio es el acto con el cual testimoniamos la
excelencia de otro y nuestra sujeción a él. En este sentido es lo mismo que culto y en el mismo sentido es en
el que en la Sagrada Escritura se dice que son adorados los ángeles y los hombres, p. e. los reyes 2.
Adoración en el sentido estricto es el acto externo de religión con el que testimoniamos la suprema
excelencia y dominio de Dios y nuestra perfecta dependencia y sumisión a Él. Esta adoración es propia sólo
de Dios y sólo a Él se debe3.
a. La adoración comprende dos clases de actos, unos internos tanto del entendimiento como
de la voluntad, a saber el reconocimiento de la excelencia de otro y de la sumisión
propia y la intención de manifestar al exterior con algún signo la veneración y
subordinación, y otros externos, a saber el acto de humillación y de subordinación que
significa el acto al exterior.
b. Los actos externos con los que se puede mostrar la adoración son:
α. sacrificio;
β. postración en tierra;
γ. inclinación de la cabeza y del pecho;
δ. genuflexión;
ε. beso a quien se adora o a su vestidura, descubrirse la cabeza, etc.
c. Todos estos actos externos de adoración, con la exclusión únicamente del sacrificio, son
indiferentes y se pueden presentar tanto a Dios como a las criaturas; luego la clase de
culto que se da en estos actos externos no depende del acto externo ni se reconoce por
él, sino sólo por el acto interno. Por tanto el que quiere someterse a alguien mediante un
acto externo como a Dios, hace un acto de latría, si quiere hacerlo como a un amigo de
Dios, el acto es de dulía y si lo quiere hacer como a un hombre poderoso, el acto es de
culto civil.
1
) Sobre el sacrificio véase vol. III Sacramentos.
2
) Véase Gn 18 2; 1 R 1 16; Hch 10 25.
3
) Mt 2 11.
4
) Canon 1255.
114
Con culto de latría absoluto se adora a Dios, a la Santísima Trinidad, a Jesucristo, al
sacramento de la eucaristía; con culto absoluto de hiperdulía se adora a la Beata Virgen
María; con culto absoluto de dulía se adora a los ángeles y a los santos. Con culto
relativo de latría se adora el nombre de Jesús, la imagen de la cruz, la Santa Cruz, los
instrumentos de la Pasión de Cristo: la corona de espinas, los clavos, la lanza, etc.; con
culto relativo de hiperdulía se adoran las imágenes de la Beata Virgen María; con culto
relativo de dulía se adoran las reliquias de los santos, las imágenes.
d. Hay un culto público que se da en nombre de la Iglesia, y está instituido por ella, es decir,
que se da por personas delegadas ad hoc por la Iglesia y con actos instituidos por la
Iglesia para dar culto a Dios y a los santos1; y hay otro culto que es privado, el cual o no
está instituido por la Iglesia, o no se da en su nombre.
De aquí que el oficio divino rezado por un laico es un culto privado, del mismo modo las
oraciones rezadas en común en la iglesia por los hombres de toda la parroquia son culto
privado; por el contrario el oficio divino rezado por un clérigo ordenado in sacris fuera del
coro es culto público.
Con culto público es lícito dar culto a los siervos de Dios que están incluidos por la
autoridad de la Iglesia en la lista de Santos y de Beatos; a los Santos se les da culto
conforme en todas partes y con cualquier acto, pero a los Beatos sólo en el sitio y del
modo que hubiera prescrito el Romano Pontífice 2. El título de Venerable no comporta
ningún permiso de culto público3.
Artículo segundo.
5
) Según Umberg (De religioso cultu relativo Per. 30/1941/ 161 – 162) el culto es absoluto si el honor se
dirige a su objeto propiamente y de suyo inmediatamente, y es relativo si lo hace mediatamente es decir, en
cuanto el honor dado a uno redunda en el otro.
1
) Canon 1256. Véase Pío XI Encíclica Ad catholici sacerdotii, 20 de diciembre de 1935 (D 2276) “el
sacerdote es de oficio el público intercesor ante Dios en favor de todos”.
2
) Canon 1277.
3
) Canon 2115, 2.
4
) Los filósofos morales y los apologetas muestran abundantemente que a Dios se Le debe por derecho
natural culto interno y externo, individual y social. Véase Th. Meyer, Institutiones iuris naturae (Friburgo
1900) II. p. 24. S. Tromp, De revelatione christianae I.6 38++ (Roma 1950).
5
) Mt 4 10. Dt 6 5.
6
) Canon 1248.
115
El culto de las imágenes y las reliquias sagradas . 1
137*. Declaraciones.
1. Las imágenes de las que se trata aquí son las que se exponen en las iglesias u otros lugares
sagrados para su veneración pública por los fieles, sean pintadas o esculpidas.
2. Se llaman reliquias estrictamente las que quedan de los cuerpos de los muertos santos o beatos,
p. e. los huesos; en sentido amplio también se llaman reliquias las cosas que usaban las santos
o beatos en esta vida como los vestidos, o lo que había tocado a su cuerpo muerto.
Se distinguen las reliquias insignes como son: el cuerpo, la cabeza, el brazo, el antebrazo, el
corazón, la lengua, las manos, la pierna o aquella parte del cuerpo en donde padeció el mártir,
siempre que esté entera y no sea insignificante2.
Todas las reliquias de Cristo Señor, incluso la parte más pequeña – una partícula de la Santa
Cruz, una espina de la corona de espinas, una parte de otros instrumentos de la Pasión – se
tienen como insignes.
c. Las reliquias, cuando se expongan, conviene que se tengan en estuches o cajas cerradas y
selladas. Las reliquias de la Santísima Cruz no se deben mostrar nunca a la veneración
pública en el mismo estuche que las reliquias de los santos, sino tener su propio estuche
separado.
Las reliquias de los Beatos no se deben llevar en procesión sin un indulto especial, ni
exponerse en las iglesias salvo en donde se celebre su oficio y su misa por concesión de
la Sede Apostólica1.
d. Las reliquias insignes lo mismo que las que reciben culto con gran veneración popular en
algunas iglesias no se pueden enajenar válidamente ni trasladarlas de forma perpetua a
otra iglesia sin permiso de la Sede Apostólica2.
Tampoco se pueden conservar en casas u oratorios privados sin licencia expresa del
Ordinario.
Las reliquias no insignes también se pueden conservar con el honor debido en las casas
particulares y ser llevadas piadosamente por los fieles 3.
Vender las reliquias sagradas es delito; por eso los que tienen el cuidado de las almas
deben procurar cuidadosamente que las reliquias sagradas, principalmente las de la
Santísima Cruz no puedan venderse con ocasión sobre todo de herencias o de
enajenación de un caudal de bienes o que no caigan en manos de acatólicos; los rectores
de iglesias y otros a los que corresponda, deben vigilar cuidadosamente que las sagradas
reliquias no sean profanadas de ningún modo ni perezcan por la incuria de los hombres
ni se custodien de forma menos decente4.
Artículo tercero.
La oración5.
138. Noción. Oración tomada en el sentido más amplio es la elevación de la mente a Dios; en el
sentido más estricto es la petición a Dios de cosas convenientes. Esta petición a Dios se puede hacer sólo
con la mente o también con la palabra.
a. En la oración concurren dos actos, uno de la voluntad, a saber, el deseo con el que
queremos que Dios nos conceda algún bien o nos aparte algún mal y el otro del
entendimiento que es la petición o sea la manifestación de ese deseo con el que
intentamos convencer a Dios de que nos conceda lo que deseamos.
b. Se llaman cosas convenientes las que se pueden desear de forma honesta y apropiada, las
espirituales ciertamente de forma absoluta, las temporales en cambio bajo condición al
menos implícita de que lleven a la salvación del alma.
c. La oración es un acto de religión pues, al pedir a Dios bienes, reconocemos el poder y la
bondad de Dios y confesamos que dependemos de Él y lo necesitamos como primer
autor de nuestros bienes, lo cual es un deber de religión.
1
) Mt 18 20.
118
Las razones principales con las que Lugo1 demuestra que la oración recitada con la
mente distraída es esencialmente una oración son éstas: Orar significa hablar con Dios y
manifestarle sus deseos, y esto se puede hacer incluso claramente distraído, pues si
alguien que quiere, p. e., manifestar al rey una petición, la lee de un escrito, estando
mientras tanto absolutamente distraído en su mente, se dice que está hablando con el rey
y haciéndole una petición. – Además todo el mundo concede que es válida la
administración de los sacramentos, aunque el ministro diga la forma del sacramento
claramente distraído; pero la forma de la unción de los enfermos que es deprecatoria no
podría ser válida en este caso si no fuera sustancialmente oración con toda certeza. –
Finalmente todos conceden que reza válidamente el oficio el que claramente, aunque de
modo involuntario, está distraído; y, si cualquier forma de distracción impidiera la
esencia misma de la oración, ni involuntariamente distraído satisfaría la obligación.
La oración mental, al no usar palabras, en cuya pronunciación puede perdurar
virtualmente la atención, se interrumpe con más facilidad por cualquier distracción que
lleve la mente hacia asuntos profanos. Entonces tal distracción sería pecaminosa sólo si
no se cumpliese cierto tiempo de oración prescrito bajo pecado. En tal caso, sería lícito
desde la mentalidad del legislador computar en el tiempo prescrito las distracciones
involuntarias.
141. A quiénes hay que orar. Aunque sólo hay que orar a Dios como autor principal y dador de
los bienes hasta el punto de que si se orase así a un santo sería una idolatría verdadera, sin embargo se puede
invocar útilmente como patronos e intercesores ante Dios:
1. A los ángeles y santos del cielo lo que enseña de fe el concilio tridentino2.
a. Privadamente se puede invocar también a los niños bautizados muertos antes del uso de
razón.
b. Aunque no haya un mandamiento que mande invocar la intercesión de los santos, no se
puede excusar sin embargo de pecado venial el que no invocase nunca a la
Bienaventurada Virgen María pues sería culpable de negligencia para la salvación si
alguien despreciara absolutamente un auxilio tan eficaz 3.
2. A los santos y justos que hay en la tierra, lo que igualmente es de fe por la Sagrada Escritura 4.
3. Es muy probable que las almas del purgatorio no sólo intercedan por nosotros, sino que
también pueden ser invocadas privadamente.
a. Como la Iglesia no ha definido nada sobre este asunto, no hay una única sentencia de los
teólogos. Ahora se suele conceder que las almas del purgatorio nos ayudan con sus
sufragios, pues esto se deduce de la comunión de los santos y se confirma con el
testimonio de la Sagrada Escritura en donde consta que las almas del limbo oraban por
el pueblo5. Esto lo niegan los más antiguos junto con Santo Tomás porque las almas del
purgatorio están en estado de pena 6; pero los más modernos, principalmente San
Roberto Belarmino y Suárez, se separan de ellos. Y, sin duda, el estado de pena hace
ciertamente que las almas no oren por nosotros como los santos en la gloria como de
oficio, pero no impide que puedan interceder por nosotros ya que están en estado de
gracia y de amistad divina.
b. Los que niegan que nosotros podemos dirigir útilmente nuestras oraciones a las almas
del purgatorio mantienen que ellas no conocen nuestras necesidades ni nuestras
oraciones. Pero por más que no se pueda demostrar lo contrario con argumentos ciertos,
sin embargo se cree piadosamente que Dios por sí o por ángeles tutelares les manifiesta
nuestras necesidades y oraciones. La sentencia que sostiene que podemos invocar
útilmente a las ánimas se confirma con la práctica de muchos fieles.
1
) Véase Lugo, De euchar. disp. 22. n. 29++.
2
) Sesión 25. De invoc.sanct. (D 984).
3
) Véase Concilio tridentino sesión 25 De invoc. sanct. Cod. Iur. Can. Canon 1276.
4
) Rm 15 30. St 5 16.
5
) Jr 15 1; 2 M 15 12++.
6
) II. II. q. 83. a. 11. ad 3.
119
142. Por quiénes hay que orar. Podemos y debemos orar por todos a los que podamos ayudar
con la oración y a los cuales se nos manda que amemos por el precepto de la caridad. Así pues puede y
debe orar:
a. Cada uno por sí mismo, como resulta natural;
b. Por su prójimo, incluso por el pecador y el enemigo 1, hasta el punto de que no es lícito
excluir a nadie positivamente sin pecado de las oraciones que se hacen por todos, p. e. la
oración dominical. Sin embargo, no estamos obligados a orar por una persona
determinada a no ser que se encuentre en una necesidad grave o gravísima y exista con
ella una relación especial social o de oficio.
c. Por las ánimas del purgatorio2, tanto por todas en común, como principalmente por
aquellas con las que estamos unidos por un lazo particular, como los parientes o los
bienhechores, pues como su necesidad es verdaderamente grave y las podemos socorrer
fácilmente de muchas maneras, la piedad y la gratitud nos llevan a que las ayudemos
con nuestras oraciones; sin embargo no se puede establecer la obligación estricta de orar
por los parientes y otros allegados porque no consta ciertamente que necesitan nuestra
oración.
143. Lo que hay que pedir. Podemos pedir a Dios los bienes que se desprenden en primer lugar
de la oración dominical que nos enseñó Cristo y, luego, de las oraciones que la Iglesia dirige a Dios en favor
de sus fieles. Así pues, podemos pedir:
1. Bienes sobrenaturales, a saber, la bienaventuranza eterna y los medios necesarios para
alcanzarla, y esto de forma absoluta porque son cosas naturalmente necesarias o útiles para la
salvación y nadie puede abusar de ellas hasta el pecado.
Pero no es lícito pedirlas contra el orden de la Divina Providencia ni más allá de ella p. e. la
felicidad sin obras buenas, la remisión de los pecados sin hacer penitencia, una gracia mayor
que la que tienen los mayores santos; pero dentro del orden de la Divina Providencia se
pueden pedir los bienes sobrenaturales sin limitación. No hay que pedir gracias dadas gratis
si no es en un caso especial de necesidad.
2. Bienes naturales espirituales (ciencias, artes) o corporales (salud, riqueza, honores,
dignidades), pero sólo bajo la condición implícita al menos de que Dios hubiera previsto que
habían de ser provechosos para nuestra salvación, porque de suyo no son útiles para la
salvación y podemos abusar de ellos.
3. Que Dios aparte el mal de nosotros, el moral (pecados, tentaciones) y el físico (enfermedades,
dolores, necesidad, infortunio) salvo que sea útil para nuestra salvación tolerar las tentaciones
y ciertos males físicos.
No hay que pedir que Dios apague totalmente en nosotros la concupiscencia porque esto es
contra la Providencia Divina ordinaria ni que podamos evitar todos los pecados o los muy
leves porque esto es un privilegio especial y los privilegios no se piden. En cuanto a los
pecados veniales podemos pedir que los vayamos disminuyendo o que evitemos algunos
determinados.
4. Pedir a Dios una cosa moralmente mala (mal culposo) es pecado grave siempre, aunque la cosa
que se pide sea sólo levemente mala de suyo porque pedir a Dios ayuda para una cosa mala y
hacerle así autor del mal, aunque leve, es una grave irreverencia a Dios porque repugna
directamente a su infinita santidad.
No es lícito pedir una cosa indiferente sin relacionarla ulteriormente con un fin honesto, p. e.
una ganancia en el juego no relacionándola con otro fin, porque no es una petición de un bien
verdadero y conveniente. Sin embargo como esa petición no va directamente contra ningún
atributo divino, no es pecado mortal.
144. Eficacia de la oración. La oración hecha en las debidas condiciones tiene eficacia infalible
por promesa libre de Dios para impetrar lo que se pide, sea justo el que ora sea pecador, lo que parece cierto
de fe a los teólogos por sentencias claras de la Sagrada Escritura.
a. En cuanto la oración es una obra buena suponiendo todo lo que hay que suponer, es
propio de ella el triple efecto de toda obra buena, a saber, el meritorio de la gracia
1
) 1 Tm 2 1 – 3. St 5 16. Mt 5 44.
2
) Que nosotros podemos ayudar a las ánimas del purgatorio consta por la Sagrada Escritura (2 M 12 46) y
por la doctrina de la Iglesia: Profesión de fe propuesta a M. Paleólogo (D. 464), Concilio de Florencia (D.
693) y Tridentino (D. 998).
120
santificante, el satisfactorio por las penas temporales y el impetratorio de gracias
actuales. En cuanto la oración es una petición con la que imploramos a Dios poderoso y
misericordioso que nos socorra en nuestras necesidades, tiene especial fuerza
impetratoria para obtener lo que pedimos a Dios. Ahora se trata de esta fuerza especial
de la oración y de su virtud impetratoria. Pero más adelante se tratará de las condiciones
que se requieren para que la oración impetre de forma infalible lo que se pide y de las
que comúnmente se numeran cinco.
La oración desprovista de las debidas condiciones no carece sin embargo absolutamente
de todo efecto, pues aunque no impetre infaliblemente por la promesa de Dios, al menos
impetrará de su benignidad un espíritu de oración más ferviente.
b. Aunque sea propio de Dios sumamente poderoso y benigno socorrer al que implora
humildemente su auxilio, la oración tiene sin embargo por promesa de Dios una eficacia
infalible, y Dios no puede faltar a su promesa. Dios prometió realmente una eficacia
infalible a la oración hecha en debidas condiciones: Yo os aseguro: lo que pidáis al
Padre en mi nombre os lo dará1. Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os
abrirá etc.2
Nota. Como toda oración, o sea toda petición, pretende mover a Dios para que con su intervención
especial haga realidad lo que se pide, es momento de saber de qué modo produce Dios el efecto de la
oración, si por causas naturales o sobrenaturales.
a. Si el efecto de la oración es un bien de orden sobrenatural, o sea una gracia actual, Dios la
produce inmediatamente sin que intervenga una causa natural.
b. Si el efecto de la oración es un bien de orden natural, Dios lo puede producir de varias
maneras:
α. O el mismo Dios produce el efecto sin intervención de causas naturales (al menos
al modo natural de un agente). En este caso, Dios hace un milagro según la
sustancia o al menos según el modo.
β. O Dios por la oración ya prevista dispone y dirige las causas naturales desde la
eternidad de forma que se siga el efecto en el tiempo necesario.
γ. O Dios prevé que el efecto se va a seguir por causas naturales según el actual
orden sin necesidad de intervención especial. En este caso, Dios con su
intervención sólo impide que se frustre el efecto por influencia de causas libre
(los demonios o los hombres)3.
Así pues, los efectos de las oraciones son unas veces milagros que los hace Dios mismo sin el concurso de
causas naturales, aunque son las causas naturales lo más frecuente sin que falte sin embargo la intervención
especial de Dios. De donde resulta la diferencia que se dice que hay entre milagros y oraciones escuchadas.
Pues si se toma en general la escucha de las oraciones según cualquier efecto que Dios produce a causa de
ellas, también se consideran los milagros entre las oraciones escuchadas; porque si el término se toma
específicamente la escucha de la oración se opone a milagro y significa el efecto que Dios produce mediante
causas segundas debido a la oración.
145. Las condiciones necesarias para que la oración tenga un efecto infalible se encierran en esta
breve fórmula: que la oración se haga en nombre de Jesús: Todo lo que pidáis en mi nombre [al Padre] yo
lo haré4. Orar en nombre de Jesús significa orar en unión con Jesús, y para que la oración se haga en unión
con Jesús hacen falta cinco condiciones, de las cuales una se refiere al objeto de la oración, tres al modo, y
la quinta al sujeto.
1. El objeto de la oración debe ser útil para producir el fin querido por Cristo, a saber, nuestra
salvación5.
Si se piden bienes sobrenaturales, la oración tiene un efecto infalible, aunque a veces no se
concedan los mismos bienes que se piden sino otros en su lugar que llevan mejor a nuestra
salvación. Si se piden bienes naturales, la oración no tiene efecto infalible porque esos bienes
1
) Jn 16 23. Véase 14 13, 14.
2
) Mt 7 7++. Véase Lc 11 10. St 4 3. Sal 49 15.
3
) Véase Suárez, De oratione l. 1. c. 18. Pesch IX. n. 331++.
4
) Jn 14 13.
5
) Jn 16 23, 24.
121
pueden ser para nosotros impedimento de la virtud y ocasión de pecado, lo que si Dios lo ha
previsto no lo concede por mucho que se le pida constantemente.
2. En cuanto al modo de oración debe hacerse:
a. con confianza, sin duda ni desconfianza: Acerquémonos, por tanto, confiadamente al
trono de gracia1. Las promesas divinas exigen ante todo esta condición porque nosotros
oramos en nombre de Jesús si lo hacemos con confianza en sus méritos.
Esta confianza necesaria para la oración eficaz se refiere a la oración en general; la
oración particular, en la que se pide un determinado bien puede ir unida a la duda de si
Dios lo concederá, tanto porque puede haber un defecto en la oración como porque no
conste al orante que lo que se pide sea verdaderamente un bien. Esta duda no impide
ciertamente la eficacia de la oración pero la disminuye. Por eso si alguien por gracia del
Espíritu Santo puede rezar con gran confianza, tiene la señal de la impetración futura 2.
b. Luego se debe hacer con perseverancia3. Ciertamente los bienes que son necesarios aquí y
ahora, como los auxilios para superar una tentación, Dios los concede en seguida, pero
los otros no siempre tan pronto. Ciertos bienes no se conceden sino después de una
oración constante por disposición positiva de Dios, como el don de la perseverancia,
pero otros bienes naturales o sobrenaturales no los concede Dios sino después de algún
tiempo para que entre tanto nos dispongamos mejor por la oración para recibirlos.
c. Finalmente, con reverencia, o sea, sin distracción voluntaria y sin inconveniencia de
hábito externo. Así Cristo “fue escuchado por su actitud reverente” 4.
3. El sujeto de la oración debe estar en estado de gracia, o al menos haber empezado la penitencia
por sus pecados porque ora en la unión máxima con Cristo el que ora en estado de gracia. Y no
porque la oración del pecador, si no le faltan las demás condiciones, no vaya a ser oída, sino
porque el estado de gracia contribuye mucho a aumentar la eficacia de la oración 5.
La oración de los pecadores no sólo es eficaz para impetrar, lo que consta por la Sagrada
Escritura donde se lee que los pecadores fueron escuchados 6, sino también para impetrar
infaliblemente porque la eficacia de la oración no se funda en la dignidad del orante sino en la
misericordia y en la promesa de Dios7. Por lo que queda muy claro que hay que cuidar de los
pecadores espantados como si las obras buenas y las oraciones fuesen inútiles ante Dios.
Infalibilidad de la eficacia de la oración hecha por otros. – Hay quienes dicen que para la eficacia
de la oración se necesita también que la oración sea hecha a favor de uno propio. San Agustín8
y Santo Tomás9 parecen exigirlo; pero otros, con Suárez10 enseñan que la oración hecha a favor
de otros tiene también de suyo eficacia infalible porque la promesa divina absolutamente
general no tiene ninguna limitación: Todo lo que pidiereis. A pesar de esto hay una diferencia
entre la oración hecha a favor de uno y la hecha a favor de otros que consiste en que quien
pide para sí en el modo debido cosas útiles para la salvación, por lo mismo adquiere la
disposición necesaria para recibir las gracias; pero cuando se reza a favor de otro, éste no
adquiere la disposición necesaria, al contrario, puede resistir pertinazmente a las gracias que
se piden, pertinacia por la que la oración hecha a favor de otros puede carecer de efecto.
146. Necesidad de la oración. El hombre adulto está obligado a orar no sólo por necesidad de
precepto divino, sino también por necesidad de medio.
a. De la necesidad de precepto divino no duda nadie, pues tantos testimonios explícitos de la
Sagrada Escritura en los que se inculca la oración no se pueden entender como un
1
) Hb 4 16. Véase adjuración “Per dominum nostrum, Iesum Ch.”
2
) Suárez, De oratione l. 1. c. 24. n. 9.
3
) Véase Lc 11.
4
) Hb 5 7.
5
) Jn 14 13; 15 7, 16; 16 23.
6
) Lc 18 14; 23 43.
7
) Véase Santo Tomás II. II. q. 83. a. 16. Suárez, De oratione l. 1. c. 25.
8
) In Ioan. Tr. 102. n. 1.
9
) II. II. q. 83. a. 7. ad 2.
10
) De oratione l. 1. c. 27.
122
simple consejo: Pedid y se os dará 1; sed perseverantes en la oración 2; [es] preciso orar
siempre sin desfallecer3. En este precepto hay razones internas:
α. La obligación de dar culto a Dios, que se hace con cualquier clase de oración.
β. La propia indigencia.
La oración preceptuada de petición no debe ser vocal porque no hay ningún precepto
divino que la mande así. Ni las palabras de Cristo: Vosotros, pues, orad así4 mandan a
cada uno de los fieles la misma fórmula de orar que él enseñó.
b. La oración es necesaria con necesidad de medio
α. En cuanto es la elevación de la mente a Dios; el adulto que rehuye la
conversación con Dios ni obtendrá ni conservará la amistad divina.
β. En cuanto es petición; la cuestión se traslada a si el hombre adulto está obligado a
pedir para sí mismo los auxilios necesarios para la salvación. La mayoría de los
teólogos dicen que la sentencia afirmativa no es sólo cierta sino que apenas no
hay que tenerla como de fe. La razón es como sigue: se dice que es necesario
con necesidad de medio aquello sin lo cual no se puede obtener ordinariamente
la salvación; así pues, es cierto de fe que la gracia de Dios es necesaria para la
salvación; ahora bien, según el modo ordinario de la providencia, Dios no
concede los auxilios eficaces de la gracia sino a quien los pide: pedid y
recibiréis5, es decir, según la interpretación de los Santos Padres: si no pedís, no
recibiréis6.
1
) Mt 7 7.
2
) Col 4 2.
3
) Lc 18 1. Véase Lc 11 9, Mt 26 41, 1 P 4 7, 1 Ts 5 17.
4
) Mt 6 9.
5
) Jn 16 24.
6
) El Concilio tridentino sesión VI c. 11 (D 804) enseña que la posibilidad de cumplir los mandamientos
deriva de la oración.
123
desprecian las oraciones matutinas y vespertinas, en breve ocurrirá que raramente oren y
de este modo queden privados del auxilio especial de Dios y en peligro de pecar, cosas
que ocurren todos los días, cayendo en el pecado; además fácilmente se impondrá un
motivo pecaminoso en cuanto se omiten por desidia debido a la propia comodidad, al
demasiado cuidado por las cosas terrestres , o al respeto humano.
CUESTIÓN TERCERA.
148. Nociones.
a. Contra la religión se puede pecar por omisión despreciando los preceptos de la religión
como la adoración o la oración debida, y por comisión con actos positivos contra
preceptos negativos de la religión. El pecado positivo opuesto generalmente a la religión
es la irreligiosidad tomada en su sentido genérico, que puede cometerse por exceso o
por defecto, Por exceso, no porque Dios pueda recibir nunca un culto mayor del que
merece, sino porque se le dé de forma viciosa.
b. Los pecados cometidos contra la religión por exceso se designan con un nombre propio:
superstición, la cual se define así: culto vicioso de una divinidad falsa o de la verdadera.
Él culto divino puede ser vicioso de dos maneras; por razón del objeto, cuando se da
culto a algo como si fuera Dios sin serlo, o por razón del modo, cuando se da a Dios
culto de modo indebido; por todo lo cual la superstición es de dos maneras, una con la
que se da a Dios un culto indebido, y la otra con la que la criatura (principalmente el
demonio) recibe culto divino. De nuevo esta última clase de superstición es de tres
clases según los diferentes fines por los que la criatura recibe el culto divino: idolatría,
adivinación y vana observancia, a la cual se reduce la magia y el maleficio1.
c. Los pecados cometidos por defecto contra la religión se designan específicamente con el
nombre de irreligiosidad. La irreligiosidad tomada en este sentido consiste en ofender a
Dios con irreverencia e injuria, lo que puede ocurrir con la tentación a Dios, el
sacrilegio y la simonía. Así pues los artículos de esta cuestión serán ocho:
α. el culto divino indebido;
β. la idolatría;
γ. la adivinación;
δ. la vana observancia;
ε. la magia y el maleficio;
ζ. la tentación a Dios;
η. el sacrilegio;
θ. la simonía.
Aquí sólo se tratan los pecados contra la religión que se prohíben en el primer
mandamiento del decálogo. Para tratar de una vez todos los pecados cometidos contra la
religión, se deben añadir también los cometidos contra el segundo y el tercer
mandamiento del decálogo que se oponen igualmente a la virtud de la religión, a saber:
1
) Ph. Schmitt, Dämon Abeglaube [Superstición demoníaca] (Saarbrücken 1938). Idem, Aberglaube als
Massenwahn, Astrologie in christl. Sicht [La superstición como demencia de masas, Visión cristiana de la
Astrología] (Berlin 1952). Ruland, Handbuch der praktischen Seelsorge [Manual de Pastoral práctica] III.
198 – 231 (Munich 1933). G. Hedley, The superstition of the irreligious [La superstición de lo irreligioso]
(Nueva York 1951)
124
la blasfemia, el perjurio, el incumplimiento del voto, la falta a misa, los trabajos
serviles.
Artículo primero.
La superstición de culto indebido
La superstición1 de culto divino indebido es de dos clases, una es la superstición de culto falso, y la otra es
la superstición de culto superfluo.
149.
1. Se comete superstición de culto falso si el culto al verdadero Dios contiene algo falso o
mendaz por lo que se suele llamar superstición de culto falso.
Esto puede ocurrir de muchas maneras:
a. dando culto ahora a Dios con ceremonias de la Ley Antigua p. e. con la comida del
cordero pascual;
b. proponiendo falsos milagros o falsas revelaciones para confirmar la fe, o exponiendo a la
veneración reliquias falsas;
c. fingiendo celebrar misa o absolver (por alguien que no es sacerdote);
d. queriendo dar culto a Dios con una acción deshonesta;
e. fingiendo un milagro para promover el culto de algún santo;
f. dando culto herético o cismático.
2. La superstición de culto falso es pecado grave la mayoría de las veces, porque es gravemente
injuriosa para Dios que no puede recibir un culto con falsedad y mentiras, y porque es
perniciosa para la religión que resulta sospechosa de error.
Se dice la mayoría de las veces porque parece que hay que conceder que a veces por parvedad
de materia la superstición de culto falso es pecado venial; así si un agitador añadiera una
circunstancia falsa o fingiese una historia entera para conmover más al pueblo, esto podría ser
un pecado venial, tanto porque la falsedad no se emplea inmediatamente en dar culto a Dios,
como porque no perjudica mucho a la religión verdadera 2.
150.
1. Se comete superstición de culto superfluo o vano si se da culto a Dios contra la costumbre de
la Iglesia con algo superfluo o inútil.
a. Cultos superfluos de esta clase son: querer oír misa antes de que salga el sol, con cierto
número y disposición de velas, o que la diga un sacerdote que se llame Juan o que tenga
la altura de Jesucristo; no comer partes de la cabeza de un animal el día de la
degollación de San Juan Bautista, escribir un cierto número de oraciones y enviarlas a
otros con la obligación de que, a su vez, hagan lo mismo indefinidamente (cadenas);
pues esto no aporta nada al culto de Dios. Besar el pie del cáliz después de la elevación
en la misa; añadir oraciones, signos de la cruz, aleluyas y otros en el oficio o en la misa,
que van contra las rúbricas. Pues todo lo que revela una devoción desordenada contra la
costumbre y lo prescrito en la Iglesia, aunque en sí no sean vaciedades, son cosas
inútiles, superfluas y supersticiosas como contrarias a los decretos y al uso de la Iglesia.
b. Este pecado de superstición se comete también por los cultos nuevos y las nuevas
devociones que, aunque no contengan nada incongruente, se proponen a los fieles y se
propagan entre ellos sin la aprobación de la Iglesia; en el Código de Derecho Canónico
1
) El Conc. Trident. (ses. XXII. Decreto sobre las cosas a observar y a evitar en la celebración de la Misa)
declara: “la superstición, falsa imitadora de la verdadera piedad”.
2
) Véase Struggl, Theol. Moralis tr. 5. q. 5. n. 6. Lehmkuhl, I. n. 491.
125
se prohíbe expresamente que se introduzcan estas devociones (canon 1261); por eso se
prohíben muchas veces las devociones nuevas introducidas sin licencia de la Iglesia 1.
2. La superstición de culto superfluo no excede de suyo de pecado venial porque no contiene
grave irreverencia; a veces la buena fe y la simplicidad excusan absolutamente de pecado. Sin
embargo, por razón del escándalo y del notable defecto contra lo ordenado por la Iglesia,
también podría llegar a convertirse en pecado mortal esta superstición.
Artículo segundo.
La idolatría.
151. Nociones.
1. Idolatría es la superstición por la que el culto divino se da a la criatura, sea ésta animada o
inanimada, sea incluso el mismo demonio.
Hacen falta dos cosas para que se trate de una auténtica idolatría, primero que el culto que se
da a la criatura sea precisamente el culto divino propio verdaderamente de sólo Dios o sea la
acreditación de la suprema excelencia, y luego que este culto dado a la criatura sea un culto
serio y verdadero, no ficticio ni simulado ni por hacer un juego.
2. Se distinguen dos clases de idolatría: verdadera, que es la que se comete con la intención de
adorar a la criatura; simulada, que se hace sólo exteriormente sin voluntad de adorar a la
criatura, como cuando alguien por miedo a la muerte adora un ídolo.
3. A su vez, la idolatría verdadera es de dos clases: perfecta, si se adora a la criatura pensando
realmente que es Dios, e imperfecta si a sabiendas de que en esa criatura no hay nada de
divino, se adora por odio a Dios o por deseo de conseguir algo del demonio.
1
) Véase Bucceroni, Casus consc.5 (Roma 1903) n. 40.
2
) Tácito en la “Germania” y las lápidas votivas romano-germánicas tratan de Wodan, dios mitológico
correspondiente a Mercurio de los romanos, cuyo culto se convierte en el punto central del culto de los
pueblos germánicos; confundiéndose con Odin, es un dios polifacético, de la guerra, de los muertos, ...,
toma la forma de varios animales, es dios del viento, de la fertilidad, ... llega a ser considerado el más
poderoso, el padre de los dioses del Olimpo germánico. Véase, p. e., Eugen Mogk, « Mitología Nórdica »,
126
Artículo tercero.
La adivinación.
Hay que señalar lo que sigue sobre todas las observancias supersticiosas (adivinación, vana observancia,
magia, espiritismo, etc.): si el hombre fiel quiere conocer ciertas cosas u obtener ciertos efectos que no se
pueden conseguir con las fuerzas de la naturaleza, tiene un medio único: la oración a Dios con filial
sumisión a la providencia y al orden divinos; por tanto no puede esperar eso que busca ni del menor indicio,
ni de forma infalible ni mediante algo no conveniente a Dios. Nada hay que objetar de suyo a la licitud del
empleo de otros medios que tienen una influencia natural, aunque no sea bien conocida todavía, o que
incluso sean indiferentes. Si alguien trata de conocer o de conseguir estas cosas por otro camino, falta a la
sumisión debida a Dios y da a la criatura un culto que sólo se debe a Dios.
153. Nociones.
1. La adivinación se define como la superstición con la que se invoca al demonio para conocer a
través suyo cosas ocultas.
La adivinación intenta conocer algo que no se puede saber por los medios naturales. Las cosas
ocultas puede ser presentes, pasadas o futuras; y aunque las cosas cuyo conocimiento se
pretende generalmente son cosas ocultas, sin embargo si se buscaran a través del demonio, por
juego o por hacer experimentos, cosas que fueran conocidas por todos, se tendría una
verdadera adivinación porque ésta consiste en esencia en el trato con el demonio.
2. La adivinación puede ser de dos maneras, por invocación expresa a los demonios (con pacto
expreso), o por invocación implícita o tácita (con pacto implícito).
a. Se comete por invocación expresa cuando se invoca al demonio con palabras expresas, o
si se hace un convenio con él para que produzca determinados efectos una vez que se
hayan puesto ciertas señales; para que se haya cometido esta adivinación no hace falta
que el demonio responda de hecho sino que basta con que se busque el efecto a través de
su ayuda.
b. Se comete por invocación implícita cuando alguien para conseguir un conocimiento de
algo usa medios inapropiados que sabe que no tienen la virtud de producir el efecto
deseado ni por su naturaleza ni por institución de Dios o de la Iglesia, pues el que es
consciente de que usa un medio inapropiado para obtener algún efecto, es que lo espera
de alguna virtud superior, y como el efecto no se puede esperar ni de Dios ni de los
ángeles, que reprueban esos métodos, se tiene que esperar del demonio al cual se invoca
implícitamente por el mismo uso que hacen.
Y sobre lo anterior, los que usan a sabiendas esos métodos no sirve de nada que
protesten de que no tienen trato ninguno con el demonio, pues esas protestas son
contrarias al hecho y, por tanto, son nulas.
El demonio se mezcla libremente en esa clase de métodos vanos e inapropiados, pues lo
que es vano y está reprobado por Dios, él mismo lo aprueba y además aprovecha la
ocasión de hacer lo que quiere que es que el hombre, abandonando a Dios, recurra a él y
le tribute honores divinos.
Sin embargo en la confesión se debe declarar por otra doble razón si la invocación fue
implícita o explícita:
a. para que el confesor pueda distinguir si se cometió pecado grave o leve;
b. porque consta que la adivinación con invocación expresa tiene generalmente muchos
otros pecados adjuntos que no hay cuando sólo se ha hecho invocación tácita. Los
pecados que suele haber añadidos a la invocación expresa son éstos: abjuración de
Cristo, adoración del demonio, promesa de servicio perpetuo con nueva promesa de
auxilio por parte del demonio, blasfemia de Dios, sacrilegios (abuso de las cosas
sagradas y de la misma eucaristía), etc.
1
) Véase Koch, Um die Astrologie, Stimmen der Zeit, 149 (1951/52), pág. 308+. Schmidt Ph., Astrologische
Plaudereien . Geschichte, Wesen und Kritik der Astrologie [Charlas astrológicas. Historia, naturaleza y
crítica de la Astrología]. (Bonn 1951).
2
) Véase Beßmer, Die Visionen im Kristalle [Las visiones en los cristales]. Stimmen a. M. L., 1908 p. 165+
+.
128
a. dependen ordinariamente de causas naturales, como las ocupaciones diarias, o el temple y
constitución del cuerpo, o las imaginaciones, etc. 1; sin embargo no se puede negar
b. que los sueños son excitados a veces por Dios, pues aunque Dios no gobierne a los
hombre con sueños, avisó que sería a veces autor de los sueños 2; además por la Sagrada
Escritura y por las vidas de los santos sabemos que los sueños fueron enviados a veces
por Dios3.
c. no se puede negar que el demonio puede ser, y a veces es de hecho, el autor de los sueños,
ya que puede excitar la imaginación de los hombres 4.
Cuando es Dios el que envía los sueños hay ciertos indicios, al mismo tiempo, de los cuales se
puede deducir que efectivamente Dios los ha enviado. Esta clase de indicios son:
α. Que la cosa es digna de Dios, es decir, no es vana ni indecente;
β. Que empuja hacia el bien, y no al mal ni a la presuntuosidad;
γ. Que deja paz en el alma y la hace más animosa para las obras de piedad, no la
perturba y no la inclina hacia lo terreno ni la rezaga en el servicio a Dios.
2. Como a veces los sueños pueden haber sido enviados por Dios, cuando haya una razón
prudente, hay que examinar cuidadosamente si ha sido así. Y si aparece moralmente cierto que
el sueño fue enviado por Dios, estamos obligados a creerlo si es probable y a conducirnos de
acuerdo con él.
3. Ahora bien, creer ciegamente en los sueños naturales de modo que la vida se regule
normalmente por ellos es pecado mortal de adivinación; pero poner u omitir alguna vez una
acción indiferente a causa del sueño, o inmediatamente después temer levemente que pueda
ocurrir lo que los sueños trajeron, no excede de pecado venial.
Peca gravemente el que desea que el demonio le enseñe a través de los sueños, y todavía más
peca quien por esta razón se pone a dormir en determinada posición del cuerpo. – Peca
gravemente el que guía su conducta casi exclusivamente por los sueños, las suertes, las cartas
y todo esta clase de medios vanos. – Pero en cambio no peca gravemente el que juega a los
números que ha soñado, o el que no monta a caballo por haber soñado que se caía, o el que
rebusca en un terreno porque ha soñado que allí había un tesoro enterrado porque esto no se
hace tanto por fe cierta en el futuro acontecimiento como por una demasiada timidez o
esperanza, según los casos.
157. El sortilegio o echar a suertes. Con arreglo a las tres clases de suertes que se distinguen, hay que
establecer lo siguiente:
1. Las suertes divisorias, que se emplean para discernir lo que hay que atribuir a cada uno de las
cosas a dividir, o de los litigios a resolver son lícitas, salvo que estén prohibidas por el derecho
civil, pues este sortilegio no es más que un contrato por el que de común acuerdo se discierne
a quién hay que atribuir la cosa según la suerte que le toque 5.
Este medio de dirimir las controversias mediante la suerte y constituirla en árbitro es
preferible al de llevar los litigios ante el juez; incluso se encuentra en uso por el Código
austriaco § 835 y también en el alemán § 659. 752. De estas suertes dice la Sagrada Escritura:
Se echan las suertes en el pecho, pero la decisión viene de Yahvéh 6.
2. Las suertes consultorias que se emplean para investigar qué hay que hacer u omitir, constituyen
pecado de superstición si se espera la respuesta del demonio; cuando la respuesta se espera de
Dios se tiene pecado de tentación a Dios, salvo que se haga por inspiración divina, como en el
caso de San Matías, o por una necesidad o una utilidad sumamente graves, cuando no hay
ningún otro medio ordinario, y supuesta la oración a Dios; como si alguien en una cosa de
gran importancia se queda parado sin saber de otra manera qué camino tomar .
3. Las suertes adivinatorias que se emplean para obtener el conocimiento de algo oculto
ordinariamente son un pecado grave de adivinación supersticiosa, pues las suertes ni de suyo
1
) Véase Siegmund, Der Traum [El sueño] (Fulda 1949).
2
) Hch 2 17. Nm 12 6.
3
) Jc 7 13. Dn 2 19. Mt 1 20; 2 12, 13, 19.
4
) Dt 18 10.
5
) Véase Jn 19 24.
6
) Pv 16 33.
129
ni por institución divina tienen fuerza para manifestar la cosa oculta; luego su manifestación
se espera del demonio, aunque no se le invoque explícitamente.
Ordinariamente. Sin duda comete superstición el que intenta adivinar p. e. mediante las
suertes qué números van a salir en el sorteo; pero las suertes adivinatorias no son
supersticiosas si se emplean
a. por inspiración divina1,
b. con intención de obtener de Dios la manifestación de la cosa oculta (caso en el que se
puede cometer tentación de Dios);
c. por mero juego o curiosidad de ver lo que la suerte designa en ese caso pero sin tener fe
en el asunto.
158. Uso de la varita mágica y de la radiestesia. En las ciencias naturales se expone la teoría 2 de que
cualquier objeto (orgánico o inorgánico, incluso el cuerpo humano) emite radiaciones que son percibidas
por algunos hombre dotados de mayor sentido de sensibilidad de modo que tales hombres por obra de la
concentración, como dicen, pueden conocer lo que no se logra por el conocimiento común.
Así, por la varita mágica [del zahorí] conocen las fuentes de agua o los yacimientos de metales bajo la
tierra; por obra del péndulo sidéreo conocen lo que hay escrito dentro de un sobre cerrado, una enfermedad
de los órganos internos y el remedio a aplicar; es más, incluso el sexo del embrión humano o la índole
psíquica de cierto hombre. Hay también quienes pretenden que pueden conocer episodios remotos y objetos
distantes en el tiempo y en el espacio, p. e. si vive y dónde está un soldado que todavía no ha vuelto de la
guerra (Teleradiestesia).
a. En estas cosas no es ilícito investigar científicamente, al menos si se incluye una protesta
contra el influjo del demonio.
La investigación científica no ha llegado todavía hasta el final. Pero si se quiere conocer
con certeza acontecimientos futuros que dependen de la voluntad libre de otros, u
objetos que todavía no existen, o la suerte de los animales en la otra vida, y cosas
parecidas, todo esto hay que rechazarlo como exageraciones o fábulas o adivinación
supersticiosa.
b. En cuanto a los clérigos, el Santo Oficio3 el día 26 de marzo de 1942 mandó a los
Ordinarios de los lugares y a los Superiores religiosos que prohíban estrictamente a los
clérigos tales consultas “sobre las circunstancias de las personas y los acontecimientos
que se quieren adivinar” (o sea que ¡no todo!) porque desdicen de los clérigos (p. e. una
investigación sobre una madre embarazada) o perjudican su autoridad (si adelantan
cosas que son falsas) o van en ofensa o escándalo de otros (p. e. competencia con
médicos).
Nota. De suyo es lícito usar la virtud de medios naturales que se han conocido por alguna superstición
siempre que su eficacia no dependa del influjo del demonio porque la cosa no se hace mala por haberse
conocido de un modo ilícito.
Artículo cuarto.
1
) Véase Jos 7 14.
2
) Véase Niedermeyer, Handbuch der speziellen Pastoralmedizin [Manual de Medicina especial pastoral]
(Viena 1952), Véase p. 406+ y la bibliografía recogida.
3
) A. A. S. XXXIV, 1942, 148. Véase también anotaciones propuestas por Willwoll y Creusen en Per. XXXI
1942, 279 – 290.
130
La vana observancia.
159. Nociones.
1. La vana observancia es la superstición con la que se invoca al demonio para conseguir algún
efecto con su ayuda.
2. Como la adivinación, la vana observancia es de dos clases, una con invocación explícita del
demonio y la otra con invocación implícita del demonio, o sea empleando medios inanes que
no tienen fuerza para producir tal efecto ni debido a la naturaleza ni debido a Dios. Estos
medios se llaman sacramentos del diablo, porque una vez puestos producen el efecto buscado
como prometido por él.
La vana observancia se diferencia de la adivinación en que ésta ordinariamente sirve para
conocer cosas ocultas con la ayuda del demonio, y la primera, en cambio, para obtener
igualmente con la ayuda del demonio efectos externos cualesquiera. El que emplea un medio
vano e inútil para conseguir un efecto, sin que ese medio esté dotado de fuerza para producirlo
ni por su naturaleza, ni por la Iglesia, ni por Dios, no puede esperar conseguirlo sino por el
demonio.
Pero si alguien por error pensara que hay fuerza en algún medio natural y lo empleara por eso,
no peca de superstición.
Nota.
1. La vana observancia se emplea sobre todo para obtener la salud (observancia de la salud,
medicina mágica). Esta superstición, como todas las demás, no abunda más entre los católicos
que entre los que no lo son, ni tampoco más entre las capas menos formadas de la población
que entre las personas cultas y eruditas; es más entre los paganos ya se extendía ampliamente.
Por eso, sólo por calumnia se puede afirmar que la superstición nació de la religión católica, la
cual enseña ciertamente que del uso de las oraciones y de los sacramentales se puede obtener
efectos divinos1.
2. Las curaciones de esta clase ocurren sobre todo de tres maneras. O se emplean medios físicos
(tocamientos, inhalaciones, ungüentos etc.), los cuales sin embargo no tienen propiedades
curativas que se sepa; o se emplean también medios morales, además de los físicos (oraciones,
ensalmos, conjuros); o solamente medios morales (curaciones simpáticas 2). No hay que acusar
de superstición a cualquier uso de estos medios; pues además de que Dios por influjo especial
suyo puede producir el efecto de la salud gracias a la oración, hay remedios naturales cuya
virtud curativa puede ser desconocida todavía para nosotros; y, finalmente, tampoco se puede
negar que el hombre puede producir en otro hombre varios efectos curativos por su influjo
moral (sea como sea el modo de producirlos, p. e. por sugestión); muchas veces, sin embargo,
el empleo de estos medios o es claramente supersticioso, o está mezclado con algo de
superstición. Entre estos casos se debe contar también el uso de amuletos y cosas similares 3.
3. Los pastores de almas deben estudiar las distintas formas de superstición que haya entre los
fieles que tienen encomendados, e intentar extirparlas, porque la práctica supersticiosa no
favorece a la verdadera religión ni a su ejercicio, y, en cambio, las perjudica todo lo que
puede, pues oscurece la pureza de la fe, impide la vida religiosa verdaderamente y frena la
perfección de la vida cristiana. Para ello deben recoger y destruir los folletos que enseñan la
superstición, e instruir al pueblo sobre el modo de obrar en servicio de Dios, de la vanidad de
la superstición, así como de los peligros a que da lugar, y del uso correcto de los
sacramentales.
160. Malicia moral y específica. Hay que decir sobre la malicia moral y específica de la vana observancia
lo mismo que se dijo para el caso de la adivinación:
1
) Véase sobre esto Walter, Aberglaube und Seelsorge [Superstición y cura de almas] 2 (Paderborn 1911)
pág. 92++.
2
) Con este nombre (curas de simpatía) se conocen las cosas que no son eficaces por medios materiales,
sino por el influjo de alguna persona dotada de una virtud misteriosa que la llaman simpatía.
3
) A. Closs y M. Hain en Lex. f. Theol. u. K. (1957); véase el vocablo Amulette.
131
a. La vana observancia con invocación explícita es pecado mortal siempre; la vana
observancia con invocación implícita está excusada muchas veces de pecado mortal o
por defecto de ignorancia o por falta de fe cierta o por defecto de voluntad seria.
Así no pecan mortalmente los que piensan que es un mal encontrarse el primer día del
año con cierta persona (una viejecita); los que no quieren sentarse en una mesa cuando
son trece los comensales; los que no salen de viaje los viernes. Es más, ni siquiera esto
llega a superstición propiamente dicha porque ni piensan en el demonio ni en ninguna
virtud superior. Sin embargo, estas cosas van contra la razón y pueden constituir una
tentación (implícita) a Dios cuando sin razón suficiente se espera su intervención
extraordinaria; en muchos casos se trata sólo de cierta ansiedad con la que alguien teme
algún mal porque muchas veces ha oído que hubo algo inexplicable relacionado con este
o aquel acontecimiento.
Por eso Berardi observa bien que quienes esperan ciertos efectos de algo inadecuado
para producirlos, no han de ser acusados inmediatamente de pecado de superstición. Por
tanto si el confesor comprende que penitentes, por otra parte piadosos, actúan de este
modo, pero de buena fe, no les debe acusar de pecado sino mejor enseñarles lo inútil que
son esos medios para obtener el efecto que buscan, o dígales que los medios empleados
por ellos son completamente lícitos después de haberles suprimido alguna circunstancia
vana y la expectación infalible del acontecimiento, si se ve que el asunto va por ahí 1.
b. Su malicia consiste en el trato ilícito con el demonio y en la superstición con la que se da
al demonio algún culto al recurrir a él y esperar de él lo que sólo se debe esperar de
Dios.
c. La adivinación y la vana observancia no difieren entre sí en especie, porque en ambas se
lesiona la virtud de la religión del mismo modo ya que en el aspecto de las costumbres
no importa nada que lo que se busca a través del demonio sea el conocimiento de lo
oculto o algún efecto externo.
162. Criterios para reconocer la gracia de la salud. Ocurre a veces que hombres, incluso rudos, que no
gozan de la fama de santos, se curan de sus enfermedades y de sus heridas con el signo de la cruz, o con
oraciones e inspiraciones sagradas. Todo esto no hay que condenarlo en seguida como supersticiones, pues
se puede creer piadosamente que Dios por el bien común, incluso ahora en el tiempo, confiere la gracia de la
salud2 a algunos hombres aunque no sean santos.
Pero los signos a los que hay que atender en los casos particulares para que se pueda distinguir entre la vana
observancia y la gracia de la salud dada gratis, son sobre todo éstos:
a. Si el que cura es uno sólo o si también hay otros que producen el mismo efecto con los
mismos medios, y si aquél hubiera aprendido de otros esa virtud, pues Dios
ordinariamente concede la gracia de la salud de modo que es una gracia personal
concedida a determinada persona.
b. Si los medios que emplea son vanos e impropios; ciertamente puede ocurrir que el efecto
de la gracia concedida por Dios dependa como una condición de ciertos signos externos,
pero nunca son vanos estos signos.
c. Si piensa que las mismas palabras o signos tienen una virtud curativa, pues Dios la gracia
de la salud la concede a una persona, no a unos signos externos. Pero en verdad las
virtudes sobrenaturales de esta clase dadas gratis serán rarísimas 3.
Respecto a las personas que curan enfermedades y heridas de hombres o de animales, lo que no es raro, hay
que tener en cuenta para la práctica:
a. En primer lugar habrá que preguntar si los medios empleados por ellos pueden producir
efecto con las fuerzas naturales. Si se puede al menos con razón probable atribuir el
efecto a las fuerzas de la naturaleza, se puede permitir el uso de esos medios,
anteponiendo la protesta contra la influencia del demonio.
b. Pero si el efecto no se puede atribuir a las fuerzas de la naturaleza con ninguna conjetura
probable, no hay que rechazarla al momento como supersticiosa e ilícita, sino que hay
que examinar el hecho diligentemente con todas sus circunstancias.
Si establecido el análisis consta con certeza que el caso no es supersticioso,
principalmente si las oraciones y las invocaciones no contienen nada falso o
inapropiado, si no se espera el efecto infaliblemente, y finalmente si los que emplean los
medios lo hacen de buena fe y no atribuyen a esos medios ni a las fórmulas invocatorias
ninguna fuerza infalible, no es necesario que se prohíba el uso de esos medios. Pero
siempre hay que disponer que antes del uso haya precedido una protesta rechazando
cualquier efecto que se produzca por obra del demonio.
Para terminar este punto hay que decir algo en particular sobre la “Ciencia Cristiana”. Se trata de un
sistema panteísta inventado por María Backer que reúne no pocos seguidores en comunidades religiosas.
Enseña que las enfermedades y la muerte nacen de falsos pensamientos e imaginaciones sobre la relación
del mundo con Dios; por eso la salud se produce por una íntima unión con Dios al pensar y al rezar. Pero los
hechos de la salud restituida en cuanto son verdaderos hay que atribuirlos a la autosugestión 4.
1
) Véase Lacroix l. 3. pr. 1. n. 28.
2
) Véase 1 Co 12 9. Santo Tomás II. II. q. 178. a. 2. San Alfonso l. 3. n.18. Ackermann-Schmid, Die Macht
des christl. Glaubens [El poder de la fe cristiana] (Lucerna 1915).
3
) Véase Laymann l. 4. tr. 10. c. 4. n. 4.
133
Artículo quinto.
La magia y el maleficio1.
163. Nociones.
a. La magia se define generalmente como el arte de obrar cosas maravillosas mediante
causas ocultas. Hay una magia blanca o natural que se define como el arte de obrar
cosas maravillosas e insólitas por medios naturales y una magia negra o supersticiosa
que se define como el arte de obrar cosas maravillosas por obra del demonio. También
puede haber magia con invocación explícita o implícita del demonio.
b. La magia que se emplea para perjudicar a otros se llama maleficio (encantamiento), y por
eso se define como el arte de perjudicar a otros por obra del demonio. Se distinguen dos
clases de maleficio, amatorio (filtro, de φιλέω), cuando por obra del demonio se excita
en otro un afecto vehementísimo de amor o de odio hacia determinada persona, y el
veneficio (de veneno) cuando se produce un daño a alguna persona o a algunos bienes 2.
La magia se diferencia de otras especies de superstición en que intenta producir efectos
maravillosos. El maleficio se distingue de la magia por su fin, porque el mago quiere
ostentar la representación del demonio y el maléfico, en cambio, pretende hacer daño a
otros.
164. Su malicia.
1. La magia blanca es lícita de suyo porque se ejerce con las fuerzas naturales y la sagacidad y
destreza de los hombres; pero puede hacerse peligrosa porque el demonio se inmiscuye
fácilmente en estas cosas, aunque no sea invocado, e instiga para que se cambie en
supersticiosa.
P. e. la alquimia, que reverdece en nuestros tiempos por medio de ocultistas, y que intenta
transformar sustancias inferiores en metales nobles, es de suyo magia blanca, pero puede pasar
fácilmente a negra.
2. La magia negra es de suyo un grave pecado de superstición que no difiere en cuanto a especie
moral de la adivinación ni de la vana observancia. Su malicia común consiste en el consorcio
con el demonio. Sin embargo, la magia está excusada a veces de pecado grave cuando se hace
con pacto implícito.
165. El maleficio.
a. Realmente no se puede negar que el demonio, por sí mismo o mediante hombres malos,
es capaz de hacer daño de varios modos en los cuerpos y en los bienes de los hombres
con el permiso de Dios; por otras parte es cierto que Dios igualmente lo permite de vez
en cuando con su sapientísima decisión 3. Por lo cual, aunque fácilmente no haya que
prestar la fe a los maleficios, negar todo sería imprudente.
b. Ordinariamente el atacado con maleficio amatorio no pierde la libertad, pero puede
resistir a la tentación con la gracia de Dios, por lo cual si cede, comete pecado grave o
leve según el grado de deliberación y de libertad.
4
) K. Algermissen en Lex. f. Theol. u. Kirche (1958), véase el vocablo Christian Science.
1
) Mart. Delrio, Disquisitiones magicae. Sobre este trabajo dice Lehmkuhl (II. p. 849): “Aunque contiene
inutilidades y fábulas, trata muchas cosas muy útiles con lasque se puede conocer con mayor profundidad la
malicia de la superstición.”
2
) Antiguamente, en el derecho canónico se llamaba sortilegio al maleficio, porque lleva la mala suerte a
quien afecta el maleficio; por eso a los magos y a las brujas les llamaba sorciarios y sorciarias.
3
) Jb 1 12. Véase Ex 22 18.
134
c. El maleficio contiene una doble malicia, contra la religión y contra la caridad o justicia,
porque infiere un mal al prójimo.
Como consta por la experiencia que hoy apenas existen los maleficios, difícilmente el
confesor puede creer en los maleficios que le cuenten los penitentes rudos; pero para
apartar los males que ellos atribuyen a los maleficios, puede enseñarles medios naturales
y sobrenaturales, sobre todo los que consisten en oraciones, uso de los sacramentales y
recepción de los sacramentos1.
La magia reciente.
En este tratado sobre la superstición se supone lo que se demuestra en la Teología Dogmática, a saber, que el
demonio no sólo por su parte y espontáneamente ejerce un influjo maligno en los asuntos humanos y daña
de muchas maneras a los hombres, sino que también explícita e implícitamente es invocado por los hombres
como por un pacto hecho con ellos para producir varios efectos, como consta por la historia de Job y de los
magos en Egipto. Aunque la persuasión común sobre la existencia de brujas y su influjo, que en los siglos
décimo séptimo y octavo se difundía principalmente por Alemania, haya que lamentarla como algo falso y
vano rechazable y un error infelicísimo, no se puede negar sin embargo que hubo y que todavía puede haber
hombres inicuos que ponen de manifiesto las cosas ocultas y hacen obras insólitas por obra del demonio. Lo
que antiguamente procuraban obtener mediante adivinaciones y observaciones, hoy procuran averiguarlo
mediante mesas rodantes y espiritismo; cambia el nombre, la cosa es la misma 3.
1
) Véase Berardi, praxis confessariorum3 I. n. 458.
2
) San Alfonso enseña (n. 28) lo que debe hacer el confesor con los que hacen cosas supersticiosas con
pacto explícito.
3
) Véase Fr. Spee, Cautio criminalis. I. Diefenbach, Der Hexenwahn [La brujería] (Maguncia 1886). G.
Schnürer, Kirche und Kultur im Mitelalter [Iglesia y Cultura en la Edad Media] III. 260++ (Paderborn
1929).
135
causas naturales o preternaturales, hay que atribuirlo más bien a las naturales; es más, es muy
probable que eso se produzca meramente con fuerzas de naturaleza eléctrica o magnética.
a. Como la rotación de la mesa va unida muchas veces a su consulta, se deduce con certeza
que fácilmente se pasa de una a otra porque el demonio usa el experimento natural para
incitar a la superstición, y aunque a la consulta que es diabólica no le siga la rotación,
que es distinta e independiente de ella, hay que atribuirla igualmente al demonio. Lo que
se añade sobre las cosas benditas, según dicen otros por experiencia, es falso.
b. Sin embargo hay que alejar a los fieles de estas experiencias, aunque se produzcan con las
fuerzas naturales, salvo que se trate de investigar las fuerzas naturales, porque no carece
de peligro. Pues es sabido que el demonio se inmiscuye libremente en estos asuntos y
empuja hacia la adivinación ilícita.
Nota. Sin embargo hay quienes afirman que estas consultas de las mesas son lícitas siempre que al
menos uno de los asistentes a la reunión conozca el asunto que se va a consultar. Por los
experimentos realizados para conocer los pensamientos ocultos de otros, se llegó a esta
conclusión. Luego según la sentencia de estos, antepuesta la protesta contra el influjo del
demonio, se puede permitir la consulta de las mesas, al menos con fines científicos; sin
embargo existe siempre el peligro de que las ideas religiosas que los asistentes saquen de las
respuestas sean falsas, y se hagan propensos a las verdaderas supersticiones.
168.
El magnetismo animal significa propiamente la fuerza que pensaban que había en los cuerpos vivos
semejante a la que tienen los minerales magnéticos. Luego significa un nuevo arte de curar diversas
enfermedades mediante ese magnetismo animal. Este arte médica también se llama mesmerismo, por su
inventor Franc. Mesmer († 1815). Al cabo de un tiempo, el magnetismo animal degeneró en superstición
diabólica. No hay razón para que la Teología Moral trate más detalladamente el magnetismo animal, pues
como arte médica está en el lugar del hipnotismo del que se habla más adelante, y como nueva superstición
esta considerada dentro del espiritismo1.
El magnetismo animal como medio de curar enfermedades bajo ciertas condiciones y con las debidas
cautelas, se puede emplear lícitamente 2; pero al magnetismo degenerado se refieren varias respuestas del
Santo Oficio, en las cuales se dice que es ilícito el uso del magnetismo porque por él se va a cierto género
nuevo de superstición desde los fenómenos magnéticos3.
169. El espiritismo4.
1. El espiritismo es el arte de evocar (en verdad o falazmente) a las ánimas de los difuntos o de
otros espíritus, con el fin sobre todo de que se revelen cosas ocultas o se realicen maravillas.
Nació hacia mediados del siglo XIX en Hydesville, un lugar de América donde dos hermanas
de la familia Fox empezaron a preguntar si unos ruidos misteriosos que oyeron en su casa se
debían a las almas de los difuntos y, habiendo escuchado una respuesta afirmativa, según
contaban, comenzaron a comunicarse con los espíritus. A pesar de que una de ellas dijera
abiertamente en el año 1888 que todo había sido fingido, se difundió ampliamente este uso, se
buscaban personas adecuadas que sirvieran de “Medium” y el asunto atrajo a médicos y a
cultivadores de las ciencias naturales; es más, terminaron por construir por fin una secta
religiosa propia que toma sus dogmas y revelaciones de aquella comunicación, muchas de las
cuales contradicen abiertamente las verdades cristianas, sobresaliendo entre ellas la negación
de las penas eternas. Se propaga principalmente por la curiosidad de los hombres,
especialmente de los que no tienen firme la fe verdadera, por la persuasión íntima de todos los
hombres, incluso de los incrédulos, de que hay cierto orden además del que conocemos con
los ojos y por el deseo de ellos de tener alguna comunicación con este orden, y, finalmente por
la admiración de la destreza, de los fraudes y quizá también de las fuerzas ocultas naturales
1
) Véase Lex. f. Theol. u. K:, Magnetismus. Göpfert I. n. 390++.
2
) Santo Oficio 23 de junio de 1840; 28 de julio de 1847.
3
) Santo Oficio 21 de abril de 1841; 4 de agosto de 1856 (D 1653)
4
) Véase Literatura con notas características en A. Gatterer, Der wissenschaftliche Okkultismus etc. [El
ocultismo científico etc.] p. 156++ y ZkTh 51 (1927) 570++. Niedermeyer, Handbuch der speziellen
Pastoralmedizin. [Manual de Medicina Pastoral especial] V. (Viena 1952) p. 409.
136
con cuya aplicación engañaron científicamente en gran manera no sólo a hombres simples sino
también a hombres cultos.
Los principales fenómenos espiritistas son: una intuición clara con la cual leen libros cerrados
o lenguas desconocidas, conocen enfermedades y sus remedios, ponen de manifiesto cosas que
ocurren en otros sitios o manifiestan incluso secretos íntimos; levitaciones, mediante las cuales
levantan del suelo en el aire cosas y personas; telequinesis mediante la cual mueven a
distancia cosas o instrumentos sin tocarlos; materializaciones, es decir, apariciones de manos
y caras o cuerpos de sustancias que emanan del cuerpo del “medium”; y otras cosas de esta
clase.
2. Lo que se debe pensar acerca de los fenómenos. Es cierto y está comprobado que la mayoría
son fraudes y artes embaucadoras; casi todos los “media” han reconocido e incluso confesado
que habían usado fuerzas meramente naturales. Respecto a lo que, al menos hasta ahora, no se
ha podido atribuir a fraude, los autores discrepan en varias sentencias. Los espiritistas
atribuyen estos fenómenos al cuerpo que llaman astral por el que el “médium” se comunica
con las almas de los difuntos. Entre los católicos hay unos que usando la inducción también
inscriben estos fenómenos, como los primeros a los que nos hemos referido antes, dentro de
los fraudes; otros piensan que todos son naturales producidos por fuerzas no suficientemente
conocidas por ahora; finalmente, de los demás, la mayoría, a fraudes por medio de fuerzas
todavía no bien conocidas y por medio del estado enfermizo de los “media”, y los menos,
mientras no se conozca todo mejor, al demonio1.
170.
3. Moralidad. No existe comunicación con las ánimas de los difuntos ni con los espíritus buenos
sin la voluntad de Dios; por tanto no existe para fines vanos, inútiles y falsos, ni para conocer
lo que según el orden de la providencia divina ha de estar oculto para nosotros. Si a alguno le
pareciera necesario, o útil, saber algo de eso, podría pedirlo a Dios, guardando las debidas
condiciones, y si Dios quisiera revelar algo no lo haría a voluntad de los hombres, ni
dependiendo de circunstancias vacuas ni de “media” ni de modo que pueda ser esperado con
certeza, sino en cuanto aprovechara a alguien para su eterna salvación. El demonio, por el
contrario, puede producir estas cosas y abusar libremente de ellas para hacer que caigan los
hombres y separarlos de la fe y de la religión. Por eso:
a. Si alguien busca estos fenómenos con otros medios, p. e. mediante un espíritu, está
pidiendo al espíritu malo lo que sólo se puede pedir a Dios, luego comete superstición
gravemente ilícita.
b. Pecan por inducción a esta superstición (luego contra la religión y la caridad) quienes
incluso ejerciendo artes naturales simplemente invitan a las personas a sesiones suyas
como espiritistas en las que se evoca verdaderamente a los espíritus.
c. Pecan por cooperación todos los ayudantes, consultores, incluso meros espectadores y
asistentes, exponiéndose incluso a la intervención diabólica y a su propio daño.
d. La protesta contra el influjo del demonio no siempre quita la malicia de la participación;
si alguien quiere experimentar o ver los efectos que puede haber de los medios
empleados, sólo por la intervención del espíritu malo, o si alguien quiere tener
absolutamente nada más que el efecto probablemente demoníaco, la protesta es ineficaz
y no quita la malicia.. Solamente, si alguien quiere estudiar en una cosa dudosa hasta
dónde llegan las causas meramente naturales, y nada más, quita la malicia con la
protesta.
e. Si alguien quiere examinar científicamente que cosas hacen los “media”, o hasta dónde
alcanzan las fuerzas naturales, debe disponer un laboratorio donde hacer privadamente
el examen, sin personas curiosas, pero nunca en público ni en reuniones llamadas
espiritistas; pues aunque él mismo piense que todo es natural, su presencia sin embargo,
y su reserva o silencio ante la posibilidad de que no pueda detectar ni refutar algo,
implica una cooperación prohibida. Y aunque quizá pudiera decirse que es lícita por
derecho natural una cooperación material de este tipo por una razón grave que compensa
el peligro, la Iglesia la prohíbe positivamente debido a los daños comunes y particulares.
1
) Así también el Conc. Proc. Baltimor. I. c. 7. n. 36.
137
Así pensamos que hay que entender la última respuesta del Santo Oficio de 24 de abril
de 19172:
“Si es lícito por el que llaman medium, o sin el médium, empleado o no el hipnotismo,
asistir a cualesquiera alocuciones o manifestaciones espiritistas, siquiera a las que
presentan apariencia de honestidad o de piedad, ora interrogando a las almas o espíritus,
ora oyendo sus respuestas, ora solo mirando, aun con propuesta tácita o expresa de no
querer tener parte alguna con los espíritus malignos.” – Resp. Negativamente a todo.
Luego hay que entender que las “alocuciones y manifestaciones espiritistas” que son
tales y las que como tales se anuncian se buscan o se reciben por los asistentes; pero no
los experimentos privados para uso científico excluido el pueblo.
Artículo sexto.
Tentación de Dios.
171. Noción.
1. La tentación de Dios se define generalmente como: dicho o hecho con el que alguien quiere
comprobar si Dios tiene o ejerce alguna perfección (ciencia, poder, misericordia).
a. La tentación se llama algunas veces tentación de seducción al mal y otras tentación de
prueba. Cuando se habla de la tentación de Dios, la tentación de seducción al pecado no
puede tener lugar ni activamente porque Dios no tienta a nadie de este modo 2, ni
pasivamente porque Dios no puede ser inducido a pecar.
b. La tentación de prueba se llama activa cuando Dios tienta al hombre para poner a prueba
su virtud3; y se llama pasiva cuando Dios es tentado por los hombres que pretenden
hacer un experimento sobre sus perfecciones. De esta última tentación es de la que se
tratará aquí como se deduce de la definición.
2. La tentación de Dios puede proceder sobre todo de dos vicios:
a. de la infidelidad cuando alguien duda de alguna perfección de Dios y quiere comprobarla;
b. de la presunción, cuando alguien pide temerariamente a Dios (sin necesidad ni utilidad), o
espera, un efecto extraordinario.
Procede de la infidelidad cuando alguien dudando de la presencia real de Cristo en la
eucaristía pide ver a Cristo latente bajo las especies. De la presunción, cuando alguien, dando
por seguro la presencia real de Cristo en la eucaristía, pide ver el divino niño como lo vieron
muchos santos, o cuando alguien no toma nada de comida ni bebida en cuaresma esperando
que Dios le conserve la vida. Está claro que en el mismo hecho puede haber distintas
intenciones en el agente.
172. División. Se distinguen dos clases de tentación de Dios, formal o explícita y virtual o implícita según
la intención explícita o implícita que tenga latente el agente en la tentación de Dios.
a. La formal puede ocurrir de dos maneras:
α. Cuando alguien intenta explorar una perfección de Dios, p. e. dudando del poder
de Dios pedir que haga un milagro;
β. Cuando alguien intenta explorar la voluntad de Dios mediante alguna señal
extraordinaria, p. e. arrojándose desde lo alto de una torre para comprobar con
ánimo curioso si Dios quiere salvarle la vida. La tentación formal suele proceder
de la infidelidad, aunque también se podría deber a la presunción.
b. La virtual se tiene cuando alguien no busca realmente tentar a Dios, pero hace u omite
algo que de suyo está pidiendo el milagro, p. e. cuando en una enfermedad se espera la
salud sólo de Dios sin poner los medios naturales, o cuando alguien se expone a un
2
) A. A. S. 1917 p. 268 (D. 2182).
2
) St 1 13.
3
) Dt 13 3. Tb 2 12.
138
peligro del que sólo Dios le puede salvar por medio de un milagro. La tentación virtual
procede de la presunción por ser una esperanza temeraria del auxilio divino.
Característica de la tentación es esperar algo de Dios y eso temerariamente:
a. No es tentación de Dios no esperar nada de Dios, lo que puede pasar de dos maneras:
α. Exponiéndose a un peligro porque se busca ese peligro, como el que va a un duelo
del modo que se va ahora, y no como antes cuando se esperaba frecuentemente
una intervención especial de Dios a favor del inocente, como un enfermo que
rechaza las medicinas, bien para morir antes, bien para sufrir las molestias de la
enfermedad.
β. Cuando el efecto se espera contra toda probabilidad por imprudencia o estupidez,
como si alguien sin suficiente preparación se somete a un examen confesando
que por casualidad habrá de salir bien.
b. No es tentación de Dios esperar sólo de Él algún efecto cuando faltan los medios
ordinarios y se hace por una causa justa, p. e. por inspiración divina o por necesidad o
por una gran utilidad. Por tanto es lícito pedir a Dios un milagro por justa causa de
necesidad o de utilidad, p. e. para pedir la salvación propia o ajena o para cumplir la
voluntad de Dios si le agradara. Pero no es lícito presentar ni pedir absolutamente un
milagro para la conversión de los herejes sin tener una inspiración divina para eso,
porque para ese fin están y bastan los testimonios de la fe cristiana 1.
c. Son ilícitos los juicios de Dios, conocidos también con el nombre de ordalías, que se
usaban hace tiempo para comprobar la inocencia, como la prueba del fuego o la del
agua, pues en estas cosas se comete pecado de tentación interpretativa de Dios al pedir
un milagro sin necesidad, por lo que en el derecho antiguo estaba expresamente
prohibido. Sin embargo, muchos prelados de la Iglesia sin que faltaran sínodos
provinciales comprobaron el uso de las ordalías; hay que excusarlas por la buena fe de
ellas y por las circunstancias de los tiempos. Los sumos pontífices, sin embargo, no las
aprobaron nunca, aunque hay que reconocer que esos mismos pontífices ni las
reprobaron inmediatamente ni se cuidaron de eliminar este abuso con suficiente
severidad. Y si se lee que Dios proclamó mediante milagros su inocencia, hay que
explicarlo porque las justificaciones están escogidas por los mismos inocentes, bien
debido a una inspiración divina, bien de buena fe, o porque los inocentes fueron
coaccionados por la fuerza a justificarse2.
1
) 1 R 18 23, 24.
2
) Nottarp, Gottesurteilstudien [Estudio de los Juicios de Dios] (Munich 1956).
3
) Mt 4 7.
139
enfermedad. – Del mismo modo sólo peca levemente el que por negligencia se dispone a
pronunciar un sermón sin estar preparado, esperando un auxilio especial de Dios; pero pecaría
gravemente el clérigo rudo que quisiera predicar sin prepararse esperando que la materia se la
iría a sugerir Dios oportunamente.
Artículo séptimo.
El sacrilegio.
174. Noción. El sacrilegio en el sentido más amplio es cualquier pecado contra la religión, en cuyo sentido
también son sacrilegios la adivinación, la magia, la blasfemia, etc.; pero estricta y propiamente el sacrilegio
se define como el trato indigno de las cosas sagradas. Luego se comete sacrilegio con cualquier acción que
lesione la reverencia debida a las cosas sagradas.
a. Cosa sagrada se toma aquí en sentido amplio, hasta el punto de que con este nombre de
cosa se comprenden también las personas, los lugares y las mismas cosas, pues estas tres
son las que se suelen consagrar a Dios y a su culto.
b. Cosa sagrada se llama la que ha sido segregada para el culto divino por la autoridad de
Dios o de la Iglesia. Así, no es propiamente sagrada una persona que con su propósito, o
por voto privado, se dedica a Dios, sino únicamente la que se consagra al culto de Dios
por la autoridad pública de la Iglesia.
c. Para saber si una acción es sacrílega hay que tener en cuenta:
α. A qué ha sido consagrada la cosa que se viola.
β. Si la acción ha ido contra aquello a lo que la cosa ha sido consagrada. Porque sólo
son acciones sacrílegas las cometidas por personas consagradas o contra
personas consagradas y estos sacrilegios lesionan aquello en lo que ha sido
consagrado.. Así, un sacerdote comete sacrilegio al fornicar porque ha sido
consagrado para vivir castamente, pero no lo comete blasfemando o
emborrachándose, porque no ha sido consagrado a Dios para no hacer estos
pecados. Del mismo modo los pecados que se cometen contra él como
calumnias, contumelias, no son sacrilegios porque no lesionan la propia persona
suya sino sus bienes: fama y honor.
175. División del sacrilegio. Se distinguen tres clases de sacrilegio: personal, local y real de acuerdo con
los tres géneros de cosas sagradas: personas sagradas, lugares sagrados y cosas sagradas.
a. Fuera de éstas no hay ninguna otra cosa sagrada cuya violación constituya sacrilegio, p. e.
el tiempo que se llama sagrado, porque el tiempo no está consagrado a Dios de forma
especial . Por eso no comete sacrilegio el que peca en día de fiesta, o en cuadragésima o
el día de la sagrada comunión, ni tampoco hay que manifestar en la confesión la
circunstancia del tiempo sagrado en que se cometió el pecado.
b. Se admite, sin embargo, que es pecado grave el Viernes Santo hacer fiestas públicas del
estilo de las bacanales, sobre todo si eso está prohibido por una ley especial, pero no
porque se haga en un tiempo sagrado, sino por la irreverencia hacia la Pasión del Señor
y el grave escándalo que se da a los fieles.
177. El sacrilegio personal. El sacrilegio personal se define así: violación de una persona sagrada. Hay que
distinguir dos clases de consagración de las personas:
1. Una, aquella con la que la persona se segrega para el culto divino mediante la ordenación (que
incluye también la tonsura) o mediante su admisión al estado religioso, p. e. por la admisión
en el noviciado con hábito religioso.
Contra estas personas se comete sacrilegio:
a. Por poner las manos encima de forma violenta, es decir con cualquier injuria real a un
clérigo o religioso contra el privilegio del canon5.
b. Por usurpación de la jurisdicción a las personas eclesiásticas, llevándolas al tribunal civil
contra el privilegio del fuero6, o imponiéndoles una carga servil 7, p. e. la milicia o los
tributos, salvo que la Iglesia lo hubiera consentido.
2. Otra es aquella con la que la persona se consagra 8 para guardar castidad, haciéndolo además
mediante voto público (p. e. en la ordenación sagrada, en la profesión incluso la simple o
temporal en alguna religión aprobada por la Iglesia).
En estas personas es sacrilegio el pecado de lujuria. Aquí hay que tener en cuenta:
α. Que el sacrilegio no sólo lo comete la persona sagrada sino también la que
participe en el pecado de lujuria aunque no sea sagrada, por lo cual si ésta
también es sagrada, ambos cometen un doble sacrilegio;
β. Una persona sagrada comete pecado de sacrilegio no sólo por los pecados
externos sino también por los meramente internos contra la castidad.
a. Vermeersch9 señala bien que para que los pecados internos se consideren sacrilegios es
necesario que haya deleite carnal en la persona sagrada, por lo cual una persona sagrada
que sin deleite carnal convence a otra no sagrada para un pecado carnal, no comete
sacrilegio; por el contrario, cualquiera que convenza de la misma manera a una persona
sagrada es reo de sacrilegio.
Si una persona no sagrada fomenta deseos o deleitaciones morosas hacia una persona
sagrada como tal, estas cosas toman la especie de sacrilegio en tanto en cuanto el objeto
de sus actos es sacrilegio, pero no lesiona propiamente la santidad de la persona sagrada,
del mismo modo que el deseo de robo, adulterio, simonía, etc., no lesiona el derecho del
otro ni de la cosa sagrada, sino simplemente con la intención. Estos pecados son pecados
que revisten la especie de lesa religión por el objeto pero no son lesión de la misma cosa
sagrada.
b. Sacrilegio de la violación del voto privado de castidad. Es cierto que esa violación es
sacrilegio en sentido amplio, es decir, es un pecado contra la religión debido a la
1
) L. III. n. 34.
2
) Santo Tomás II. II. q. 99. a. 3.
3
) Vermeersch II. n. 249. En el l. c. añade: “Ballerini-Palmieri II. n. 383 señalan que los hechos sacrílegos
se acusan de tal modo que no hay lugar para solicitar su especificación”
4
) Suárez, De religione tr. 3. l. 3. c. 1. n. 8.
5
) Canon 119, 614.
6
) Canon 120.
7
) Canon 121.
8
) Canon 119, 592.
9
) II. n. 251.
141
violación del voto; por consiguiente el que viola el voto privado de castidad, comete un
pecado doble, contra la castidad y contra la religión. Algunos niegan que esa violación
sea un sacrilegio estrictamente tal según la definición de persona sagrada 1.
1
) Véase Vermeersch II. n. 251.
2
) Canon 1154.
3
) Canon 1196.
4
) Canon 1172 – 1177.
5
) De poenit. disp. 16. n. 466.
142
δ. Sepultura de infieles o excomulgados después de sentencia condenatoria o
exculpatoria.
Infieles, se entiende de paganos, judíos y otros infieles, y en general de quienes
viven sin bautismo voluntariamente, por eso en cuanto a los catecúmenos y a los
hijos de los fieles que mueren sin bautismo, los autores enseñan que su sepultura
en lugar sagrado no produce su violación1. Se prohíbe ciertamente y la sepultura
de los otros, pero fuera ni la iglesia ni el cementerio quedan violados.
Nota. Violada la iglesia, pero no el mismo cementerio, aun estando contiguo, éste no se
considera violado, y viceversa2.
b. Profanación moral.
Son las acciones que están prohibidas en lugar sagrado porque contienen una
profanación, como las acciones judiciales, los mercados, los juegos teatrales, los
parlamentos civiles etc. Con estas acciones, a las que hay que añadir también los actos
de lujuria consumados, ciertamente no se viola canónicamente el lugar sagrado de modo
que haga falta la reconciliación, pero se comete en él una grave irreverencia.
α. Comer algo privadamente sin necesidad en una iglesia no pasa de pecado venial 3.
β. Se solía permitir que en la iglesia se representasen comedias para fomentar la
piedad y sesiones literarias parecidas. Sin embargo ahora están absolutamente
prohibidas en las iglesias los actos escénicos, aunque sean honestos y piadosos,
y principalmente cualesquiera proyecciones y representaciones
cinematográficas4.
γ. Laymann considera que se puede permitir, o al menos tolerar, que en el cementerio
o en el mismo templo se vendan velas u otras cosas que se refieren a la devoción
del pueblo5, si se hace sin perturbar los oficios divinos.
3. Contra la inmunidad de un lugar (estricta y ampliamente considerado) sagrado se comete
sacrilegio:
a. Con acciones con las que se lesiona la jurisdicción eclesiástica o el derecho de asilo (en
cuanto la Iglesia no ha resignado).
Inmunidad eclesiástica es el privilegio por el que las cosas eclesiásticas (personas,
cosas, lugares) están libres de la jurisdicción civil, de modo que la Iglesia puede ejercer
libremente su autoridad6. La inmunidad eclesiástica local comprende el privilegio
concedido a los lugares sagrados; por este privilegio, los acusados de crímenes
refugiados en ellos no pueden ser sacados por el poder civil. Este privilegio se llama
derecho de asilo7. Aunque las leyes civiles no reconozcan hoy el derecho de asilo, la
Iglesia no cede de su derecho si no lo ha derogado por concordato.
b. Además, según la interpretación de los autores, tomada de la naturaleza de la cosa,
también por el destrozo del lugar sagrado, el expolio, el incendio, el robo de algo que se
le hubiera encomendado al lugar sagrado8.
1
) Vermeersch-Creusen, Epitome iur. can. II. n. 489. Rit. rom. tit. 6. c. 2. n. 2
2
) Canon 1172, 2.
3
) Véase Lacroix, l. 6. pr. 2. n. 266.
4
) Sagrada Congregación del Consistorio, 10 de diciembre de 1912.
5
) Laymann, l. 4. tract. 10. c. 7. n. 9.
6
) Canon 1160.
7
) Canon 1179.
8
) Sobre las penas establecidas contra los sacrílegos, véase el folleto De poenis ecclesiasticis ad Can. 2325,
2328, 2329.
143
Las cosas sagradas son de dos clases, unas que son sagradas por su esencia, y otras que lo son únicamente
porque la Iglesia las ha dedicado al culto divino; algunas de éstas, como los vasos sagrados, las ha dedicado
con una consagración especial, y las otras, como los bienes eclesiásticos, las ha segregado simplemente para
el culto divino sin ninguna consagración especial; aquéllas sirven para este fin próximamente, éstas otras
remotamente nada más; aquéllas merecen reverencia, y éstas sólo que no las traten injustamente. Así pues,
son cosas sagradas:
1. Los sacramentos, de los que el principal es el de la eucaristía, las reliquias, la Sagrada
Escritura.
a. Luego se comete sacrilegio:
α.si los sacramentos se confeccionan inválidamente, o se administran o reciben
indignamente;
β. si no se renuevan a su tiempo las sagradas especies con peligro de su corrupción;
γ. si se deja que esté apagada largo tiempo (más de un día entero) la luz del
santísimo sacramento;
δ. si se toca irreverentemente la Sagrada Eucaristía, y con más razón, si se tira por el
suelo o se coge o se retiene con mal fin1;
ε. si se emplean para la misa vasos, corporales, etc. que estén muy sucios.
b. Aunque Cristo Señor esté realmente presente en el santísimo sacramento de la eucaristía,
la violación de este sacramento no es un sacrilegio personal, sino real porque Cristo no
se presenta en este sacramento como persona sino bajo unas especies inanimadas 2.
c. Se comete sacrilegio grave si se emplean las palabras de la Sagrada Escritura para cosas
vanas y deshonestas; sería venial si se empleasen en juegos que por lo demás fueran
honestos; pero si las palabras de la Sagrada Escritura no se emplearan para meros juegos
sino para expresar los propios sentidos con las palabras de la Sagrada Escritura, incluso
podría no haber ninguna culpa de irreverencia, sobre todo si no se usan las palabras de
Cristo Señor mismo, ni se hace más veces de lo que sea costumbre. Sin embargo hay que
cuidar de que el sentido jocoso no esté latente bajo las palabras de la Sagrada Escritura
que aparecen en la misa o en el Oficio Divino para no dar ocasión de distracciones
cuando se vaya a rezar. Emplear para usos profanos fragmentos de los libros en los que
haya palabras de la Sagrada Escritura, cuando se hace sin desprecio, no es profanación
de la Sagrada Escritura ni por tanto sacrilegio. Lo mismo hay que decir de las imágenes
de los santos no bendecidas3.
2. Son objetos sagrados: los vasos sagrados, los altares, las cruces, las imágenes de los santos, los
óleos sagrados, y las cosas bendecidas.
a. Se comete sacrilegio grave:
α. Si se emplean para usos profanos los vasos sagrados que sirven inmediatamente
para un ministerio sagrado y que por eso se suelen consagrar o al menos
bendecir, p. e. si se emplean cálices en un convite; pero emplear vasos sagrados
que sólo sirven mediatamente en un ministerio sagrado, como ampollas, jofainas
etc. no sería pecado;
β. Si se profanan las imágenes sagradas o los óleos sagrados proyectándolos o
rompiendo las imágenes con desprecio, o sustrayéndolas con hurto.
b. Cuando se trata de profanación, las imágenes se dice que son sagradas no tanto por el
objeto que representan sino más bien por haber sido destinadas al culto y por la
bendición. Por eso las imágenes de las revistas que se presentan como ilustraciones o
para mostrar el arte o como propaganda comercial, no se profanan salvo que se traten
indignamente con un desprecio especial.
c. Hay que observar que no se comete ninguna irreverencia cuando se desechan los huesos
de carne o las cáscaras de los huevos que se suelen bendecir en el tiempo pascual,
porque la bendición no cae sobre los huesos ni sobre las cáscaras, sino sobre la carne y
los huevos. Del mismo modo no se comete irreverencia cuando se emplea para usos
profanos, pero decentes, una cosa que ha sido bendecida simplemente (bendición
1
) Véase Canon 2320.
2
) Véase Lessius l. 2. c. 45. dub. 3. n. 16.
3
) Scavini, Theologia mor. universa14 (Milán 1890) II. n. 130.
144
invocativa); p. e. si se emplean candelas benditas para tener una luz para estudiar, o agua
bendita para templar el vino, o sal bendita como condimento de la comida 1.
3. Los ornamentos de la iglesia o de los ministros que se suelen bendecir, como las vestiduras
sacerdotales.
a. Se comete sacrilegio:
α. Si estas cosas se tratan indignamente por desprecio;
β. Si se emplean en usos profanos; pero emplear para usos profanos las cosas que no
se suelen bendecir como p. e. emplear en las bodas cobertores, candelabros etc.
no sería pecado;
γ. Con el robo de estas cosas.
b. El descuido al limpiar y adornar los altares, las imágenes o los utensilios sagrados no será
pecado mortal salvo que los altares estén notablemente sucios y los ornamentos muy
destrozados.
c. Los cánones del antiguo derecho prohíben severamente que se empleen en usos profanos,
ni una sola vez, las cosas sagradas, ni siquiera cambiando su forma, p. e. las piedras y
las maderas destruidas de las iglesias, o los ornamentos destrozados; lo que hay que
hacer es quemarlas o volverlas a emplear en otros usos sagrados. Pero por la costumbre
contraria resultó que las cosas sagradas, aunque hubiesen sido consagradas o bendecidas
antes, se puedan emplear hoy lícitamente para usos profanos siempre que antes se haya
cambiado su forma. Por eso las piedras y las maderas de las iglesias se pueden vender, y
emplearse en otros usos2 los vasos sagrados antes quemados y los ornamentos antes
rotos.
4. Los bienes eclesiásticos, bajo cuyo nombre se comprende:
a. Los bienes muebles e inmuebles de la Iglesia que se apartan para la sustentación de los
ministros, para la estructura de la Iglesia o para otros usos sagrados, pero no los bienes
privados de los propios ministros de la Iglesia (en esto no tiene sentido el tratamiento
indigno).
Sin embargo para que se cometa sacrilegio por su robo o por su injusta retención, hace
falta que los bienes hayan pasado ya al dominio de la Iglesia; por eso un legado hecho a
la Iglesia no es todavía cosa sagrada si no ha sido entregado todavía a ella.
b. Los bienes que pertenecen a algún instituto eclesiástico, como un monasterio, un
hospital, etc., porque estos bienes han sido destinados por voluntad del donante a un uso
piadoso y a ningún otro, y la Iglesia así los ha aceptado; por eso se cuentan entre las
cosas sagradas, y su robo, secuestro o defraudación se llama sacrilegio en derecho por
todas partes3.
1
) Véase Lacroix l. 6. pr. 1. n. 227.
2
) Véase Gennari, Consultazione moral. canon. liturg.2 (Roma 1901) pr. 2. cons. 33. Canon 1305.
3
) Canon 1497; véase canon 2346.
4
) Canon 1306, 1.
5
) Canon 1306, 2.
6
) Canon 1306, 2.
145
el diácono y el presbítero y hay que salvar el santísimo sacramento de una profanación, o hay
que darlo en forma de viático a un enfermo.
Artículo octavo.
La simonía1.
La palabra simonía viene de Simón Mago que quiso comprar con dinero gracias sobrenaturales, a saber la
potestad de dar el Espíritu Santo, lo que luego vendería 2. La malicia peculiar de este crimen consiste en
equiparar una cosa espiritual a una cosa temporal y, por tanto, en la grave injuria que se infiere de este modo
a la cosa sobrenatural. Para alejar el peligro de irreverencia hacia las cosas espirituales, la Iglesia prohibió
ciertos acuerdos que, al estar prohibidos por respeto a la religión constituyen el sacrilegio simoníaco. Luego
hay dos clases de simonía, una de derecho divino, otra de derecho eclesiástico. Además, son necesarias en la
simonía tres cosas: materia, pacto y precio. Por eso se explicará la simonía siguiendo por orden estas tres
cosas.
§ 1. Naturaleza de la simonía.
181. Definición.
1. Simonía de derecho divino es una voluntad estudiada de comprar o vender a precio temporal
una cosa intrínsecamente espiritual (sacramentos, jurisdicción eclesiástica, consagración,
indulgencias etc.) o una cosa temporal aneja a otra espiritual de tal manera que la primera no
podría existir de ningún modo sin la segunda (p. e. un beneficio eclesiástico), o que la cosa
espiritual sea objeto, aunque parcial, del contrato (p. e. la consagración en la venta de un cáliz
consagrado3).
2. Simonía de derecho eclesiástico es dar cosas espirituales por espirituales, o temporales por
temporales, o cosas anejas a las espirituales por cosas anejas a las espirituales, cuando esto
esté prohibido por la Iglesia a causa del peligro de irreverencia hacia las cosas espirituales 4.
Hay simonía de derecho divino cuando se da dinero por los sacramentos, por el sacrificio de la
misa etc.; hay simonía de derecho eclesiástico cuando se intercambian beneficios eclesiásticos,
o cuando se da dinero por el óleo bendito sin licencia de la Iglesia. Pero levantada la
prohibición de la Iglesia, la permuta o la compra o la venta de estas cosas ya no es simoníaca.
1
) Laymann l. 4. tract. 10. c. 8. Reuter pr. II. n. 452 – 503. Lacroix l. 3. pr. 1. n. 56 – 246. Castropalao tract.
17. disp. 3. A. Leinz, Die Simonie (Friburgo 1902). Los canonistas tratan abundantemente de la simonía p. e.
Wernz-Vidal, Ius can. IV. l. n. 5 – 19. (Roma 1934).
2
) Hch 8 18++.
3
) Canon 727 § 1.
4
) Canon 727 § 2.
5
) Mt 10 8.
6
) Hch 8 20.
146
De lo cual resulta evidente que la simonía es un pecado contra la religión, que se reduce a
sacrilegio real, aunque específicamente sea distinto de él. Pero como su estudio es prolijo y
está enredado con muchas dificultades, se suele exponer aparte el sacrilegio por razón de
claridad.
2. La simonía de derecho eclesiástico es un pecado grave pero no siempre, que admite parvedad
de materia. Esta simonía es mala porque la Iglesia la prohíbe gravemente por causa de la
religión, a saber para apartar el peligro de la simonía y por lo mismo para precaver la
irreverencia hacia las cosas sagradas. Admite parvedad de materia porque las prohibiciones de
la Iglesia, salvo que obste algo, se acomodan a la materia hasta el punto de que sean graves o
leves según que lo sea la materia.
3. La simonía de derecho divino y la simonía de derecho eclesiástico son pecados de la misma
especie porque la simonía de derecho eclesiástico es también un pecado contra la religión y
por eso tiene la cualidad de la verdadera simonía; pues si la Iglesia manda o prohíbe algo, por
lo mismo la cosa mandada o prohibida se convierte en materia de la virtud por la que se ha
mandado o prohibido aquello; luego la simonía de derecho eclesiástico es también un pecado
contra la religión.
§ 2. Materia de la simonía.
183. Nociones. La materia de la simonía de derecho divino aparece en el Código de dos maneras:
1. Cosas intrínsecamente espirituales:
a. Se entiende por espiritual todo lo que se ordena de suyo a la salvación del alma, bien por
disposición de Dios bien por disposición de la Iglesia, o lo que por su naturaleza es una
cosa espiritual o sensible.
b. Eso espiritual es de tres clases:
α. Formalmente espiritual, lo que en sí o en su sustancia es espiritual, como las
gracias y las virtudes sobrenaturales, la potestad de orden o la de jurisdicción,
etc.
β. Causalmente, lo que causa algo espiritual, como los sacramentos, los
sacramentales, las oraciones públicas y privadas, las predicaciones, etc.
γ. Efectivamente, lo que está causado por algo espiritual, como los actos de la
potestad de orden o de jurisdicción: consagración, absolución, excomunión,
colación de beneficios, etc.
2. Cosas temporales anejas a cosas espirituales en dos casos nada más:
a. cuando el nexo es tan necesario que lo temporal no podría existir sin lo espiritual (el
beneficio es decir el derecho a percibir rentas temporales que no puede haber sin el
oficio eclesiástico);
b. cuando la cosa espiritual es objeto al menos parcial del contrato (aunque el nexo no sea
necesario); es decir, cuando la cosa temporal se da por lo espiritual precisamente (en el
cáliz por la consagración), o por lo menos cuando se da más debido al anejo espiritual.
Los antiguos canonistas empleaban la distinción siguiente: Lo temporal anejo a lo espiritual
puede ser de tres maneras:
α. Antecedentemente, cuando la cosa temporal preexiste y luego se le añade lo
espiritual, como con todas las cosas consagradas y bendecidas (vasos sagrados,
templos, óleos benditos), con las fincas y los edificios a los que se afecta con el
derecho de patronato;
β. Consecuentemente, cuando la cosa temporal supone también como causa a la cosa
espiritual por la que se da dinero como los beneficios eclesiásticos (derecho de
percibir rentas temporales) que se dan por el oficio;
γ. Concomitante, cuando la cosa temporal existe al mismo tiempo que la espiritual
como el trabajo corporal al aceptar funciones sagradas. Ahora bien, el trabajo
anejo a la obra espiritual es o intrínseco, cuando de suyo y necesariamente va
unido a la obra como el trabajo necesario para la celebración de la misa, o para
llevar el viático, o para predicar la palabra de Dios; o extrínseco, cuando sólo va
147
unido accidentalmente a la obra, como el que debe sufrir el celebrante cuando
canta, o va a un sitio alejado, o a una hora determinada.
184. Principios.
1. Comprar o vender cosas temporales anejas a las espirituales de tal modo que la cosa temporal
no podría existir de ninguna manera sin la espiritual (según los antiguos: consecuente e
intrínsecamente anejas), es simonía de derecho divino 1. Pues en esto lo temporal es
consecuencia de lo espiritual como de su raíz, hasta el punto de que en la estimación moral de
los hombres constituyen un solo algo y no pueden separarse uno de otro.
a. Por eso no es lícito vender el derecho a la renta de un beneficio, porque se funda en el
derecho espiritual a los oficios pastorales como si fueran su raíz y no se pueden separar
uno de otro. Del mismo modo no es lícito comprar o vender el derecho de vivir de los
bienes de un monasterio porque necesariamente va unido a la profesión religiosa que es
espiritual.
b. Por eso no es lícito recibir algo como precio por el trabajo y el cansancio que van unidos a
la obra espiritual de celebrar, predicar, consagrar una iglesia. El trabajo externo que se
lleva a cabo en la celebración, administración de un sacramento etc. ciertamente es
distinto de la cosa espiritual, pero no tiene ningún valor de suyo en este caso. Pues para
que algo sea estimable con un precio porque da trabajo a una parte hace falta que sea útil
para la otra; pero en la obra externa de la celebración o de la administración de un
sacramento no hay ninguna utilidad para los fieles, pues lo que ellos piden y estiman, y
les trae utilidad, es la cosa espiritual únicamente 2.
c. Pero es lícito comprar o vender cosas temporales anejas concomitante y extrínsecamente a
lo espiritual porque lo que está unido concomitante y extrínsecamente se puede separar
de la cosa sagrada y por eso se puede valorar con un precio independientemente de lo
sagrado, y venderse.
Por eso es lícito dar dinero y recibirlo cuando el sacerdote que va a celebrar misa debe
sufrir la incomodidad de un largo itinerario o la fatiga del canto o permanecer en ayunas
hasta el mediodía. Es lícito percibir algo por unas reliquias sagradas si privarse de ellas
conlleva un gran daño por razón de un afecto especial.
2. Vender cosas temporales anejas a espirituales y que pueden existir sin las espirituales (anejas
antecedentemente) de modo que en el precio entren también las espirituales, p. e. aumentando
el precio por lo espiritual, es simonía de derecho divino 3.
Por eso no es lícito aumentar el precio en la venta de un cáliz consagrado, o de un rosario,
bendecido por la consagración o bendición que tienen.
3. Si en estas cosas lo espiritual no es objeto de contrato ni siquiera parcialmente, no hay simonía
de derecho divino4. Pues la cosa hasta ahora aneja antecedentemente a lo espiritual
ciertamente retiene después de la bendición o de la consagración su valor material, y el nexo
entre la cosa material y la bendición o consagración espiritual no es de manera que no se
pueda separar una de otra por la intención de los compradores y de los vendedores. Cuando la
venta está prohibida por la Iglesia, se comete simonía de derecho eclesiástico.
a. Por eso es lícito de suyo comprar y vender cera bendita, vasos sagrados, vestiduras
sagradas, monedas y rosarios benditos (pero las indulgencias anejas se pierden con la
venta según el canon 924 § 2), pues las cosas temporales (cera, etc.) tienen su propio
valor por el cual es lícito pagar su precio; sin embargo, muchas cosas de éstas, como se
dice luego, no pueden comprarse ni venderse sin simonía por la prohibición de la
Iglesia.
b. Pero “es pernicioso vender reliquias” 5, bien dentro de estuches, bien sueltas; esta ley, dada
por la reverencia debida a las reliquias, hace simoníaca la venta por derecho eclesiástico.
Pero si el precio del estuche se aumentase por contener las reliquias, se cometería
1
) Canon 727 § 1.
2
) Véase ZkTh 33 (1909) pág. 480++.
3
) Canon 727 § 1.
4
) Canon 730.
5
) Canon 1289 § 1.
148
también simonía de derecho divino, ya que la cosa temporal (p. e. este brazo) no podría
existir de ningún modo sin la espiritual (es decir, su índole sagrada). Pero si se vende
únicamente el estuche y la reliquia se da como don aparte, no se comete ninguna
simonía.
Nota. La simonía de derecho eclesiástico se puede cometer de muchas maneras. Desde la Teología
Moral y el Derecho Canónico resulta claro que muchos acuerdos están prohibidos por la
Iglesia a causa del peligro de herir la reverencia debida a las cosas sagradas. – Así se puede
ver sobre las misas en los Cánones 827, 840 y también comparar los 2324, 918 § 2; sobre los
sacramentos en el Canon 736; sobre las indulgencias en el 2327; sobre las reliquias en el 1289;
sobre el derecho de patronato en los Cánones 1465 § 2, 1470 § 1, 6; sobre los beneficios en los
Cánones 1441, 1486 – 1488; 1927.
§ 3. El pacto simoníaco.
185. Nociones. Cuando se trata de simonía, el pacto simoníaco (compra-venta, permuta) hay que tomarlo en
sentido amplio para cualquier convenio por el cual alguien pretende obligar a otro a dar algo espiritual por
un precio temporal1.
Se llama voluntad estudiada la que no sólo quiere deliberadamente sino que también de algún modo al
menos incipiente inicia el camino y pone los medios para hacer el acuerdo. Pues la mera voluntad de
comprar p. e. lo espiritual (simonía mental puramente) es un pecado interno de simonía, pero no es delito de
simonía, como la voluntad de robo no es delito de robo. Y para que haya simonía basta esa voluntad
estudiada, manifestada de algún modo, o un pacto incoado.
186. Asertos.
1. Para que haya simonía hace falta esencialmente algún contrato de dar lo temporal por lo
espiritual, incoado al menos por una de las partes; y basta que sea cualquiera siempre que sea
verdaderamente obligatorio.
a. Cualquier carga que se imponga o pretenda imponer a otros basta para cometer simonía,
aunque pueda obligar sólo por gratitud o por fidelidad, no por justicia, siempre que la
nueva obligación se imponga al otro de forma que haga que su retribución no sea ya
gratuita sino debida de algún modo. Por eso es simonía que alguien dé gratis una cosa
temporal con la condición de que el otro le dé gratis igualmente una cosa espiritual.
b. Es lícito dar una cosa temporal con la esperanza de recibir algo espiritual, o viceversa, a
modo de gratitud, aunque esta esperanza se manifieste al exterior porque de este modo
no se impone una obligación nueva.
c. El afecto de gratitud, por su naturaleza, es consecuencia del beneficio aceptado; luego si
el donante no pretende imponer una nueva obligación, está dando gratis sin intención
simoníaca. – Y el donante puede expresar la esperanza de la gratitud porque es lícito
pedir de otro lo que por equidad natural está obligado a dar.
2. Además hace falta que lo temporal se dé, formal o virtualmente, como precio o como justa
compensación por la cosa espiritual; pues de otra forma no se igualaría ni se conmutaría por la
cosa espiritual, lo cual hace falta para que haya causa formal de simonía.
a. Formalmente se da como precio si subjetivamente y según la forma extrínseca se tiene
equiparación entre la cosa espiritual y la temporal.
Luego no se comete simonía si lo temporal se da y se recibe no como precio de la cosa
espiritual, sino con ocasión de ello por un título justo aprobado por los sagrados cánones
o por una costumbre legítima 2. Los títulos de esta clase para dar y recibir lo temporal por
lo espiritual son muchos, como se verá en las cuestiones que se resuelven a
continuación, pero los principales son: gratitud liberal, sustento del ministro, alivio de
la necesidad, trabajo externo, reparación de injurias, costumbre. Si no hay otro título
para dar lo temporal, se presume en el foro externo que lo temporal se da como precio;
en el foro interno depende de la intención del donante el que se haya cometido simonía
de derecho divino, o de derecho eclesiástico, o ninguna simonía.
1
) Canon 728.
2
) Canon 730.
149
Simonía no es dar o recibir algo temporal con ocasión de una función sagrada a título de
donación gratuita: un donativo gratuito no es un precio; a título de estipendio o sustento
porque ni se da como precio de algo espiritual sino sólo como estipendio debido al
operario por justicia, como más adelante se repetirá con más detalle 1. Simonía no es dar
dinero a un pobre para que oiga misa por el donante o rece por él, porque ese dinero
tiene la característica de limosna para que rece por gratitud.
Pero es simonía administrar los sacramentos a alguien, a quien habría que negárselos, a
cambio de un beneficio temporal lo mismo que dar lo espiritual por compensar un favor
humano.
b. Virtualmente se da algo como precio:
α. Cuando se da algo temporal por algo espiritual como motivo, o sea, para mover a
otro a que confiera lo espiritual siempre que se haga con la disposición de no dar
lo temporal si se supiera que el otro no le iba a devolver con lo espiritual, pues el
que tiene esta mentalidad para dar lo temporal, lo da virtualmente como precio;
β. Cuando se da lo temporal en compensación gratuita por lo espiritual o viceversa2;
sin duda para imponer de este modo otra obligación de gratitud, fidelidad o
justicia, además de equidad natural de gratitud con el nombre de “compensación
gratuita”;
γ. Cuando principalmente, aunque no únicamente, se da lo temporal por lo espiritual,
o viceversa, porque también en este caso se hace una verdadera conmutación de
la cosa temporal por la espiritual.
Comete simonía quien sirve a un obispo principalmente para obtener un
beneficio como debido por el servicio, aunque lo haga también con otros fines
secundarios; pero no comete simonía quien sirve a un obispo para compensar
principalmente su benevolencia y en segundo lugar para obtener un beneficio,
siempre que no pretenda el beneficio como debido por su servicio, sino como
consecuencia efectiva de su gratitud3.
Comprar la intercesión sólo remota con una cosa temporal (trabajo manual, o
verbal, o un obsequio), p. e. de un amigo, para que mueva al vicario general a
hablar con el obispo que confiere el beneficio, no es simonía según mantiene una
sentencia común. Pero si se compra la intercesión próximamente a quien
confiere el beneficio, la sentencia más general es que hay simonía; pero la
niegan Ballerini-Palmieri4, Gennari5; Laurentius6 dice que no es cierta y llega a
citar también a Suárez. Y parece que es cierto así, porque si la compra remota de
la intercesión no es simonía, tampoco lo será la compra próxima porque más o
menos no cambia la especie y porque tal intercesión no es vía y causa
necesariamente unida a la colación de la cosa espiritual.
§ 4. El precio simoníaco.
187. Nociones. Lo que en simonía tiene la consideración de precio, en derecho se suele llamar cohecho. Se
distinguen tres clases de cohecho:
a. manual, con el que se designa el dinero o cualquier bien externo que sirva para estimar un
precio temporal como la remisión de una deuda, la permuta de dinero etc.;
b. verbal, con el que se designa cualquier apoyo de palabra como la alabanza, la
recomendación, la intercesión, la defensa etc. hecha ante otro por acuerdo para obtener
algo espiritual;
1
) Véase n. 194.
2
) Por eso Inocencio XI condenó la siguiente proposición (45): “Dar lo temporal por lo espiritual no es
simonía, cuando lo temporal no se da como precio, sino sólo como motivo de conferir o realizar lo
espiritual, o también cuando lo temporal sea sólo gratuita compensación por lo espiritual, o al contrario”.
(D. 1195) y proposición 46 (D. 1196).
3
) Véase San Alfonso n. 51.
4
) Opus th. mor. II. n. 235++.
5
) Consultazioni I, 93.
6
) Instit. iuris eccl. n. 590 nota.
150
c. obsequioso, con el que se designa cualquier servicio temporal, como el de servidumbre,
gestión de asuntos, etc. por acuerdo para obtener algo espiritual.
Luego comete simonía por cohecho manual el que da un beneficio a otro para que le perdone la deuda; por
cohecho verbal, el que da un beneficio a otro para que lo recomiende a una autoridad; por cohecho
obsequioso el que da un beneficio a otro para que instruya a sus hijos.
189. La restitución del precio recibido simoníacamente. La obligación de restituir en esta materia puede
nacer tanto del derecho natural como del eclesiástico. El derecho natural de restituir la cosa aceptada
simoníacamente obliga sólo si se hubiera lesionado la justicia conmutativa, además de la religión; pero el
derecho eclesiástico obliga a restituir como pena del delito la cosa aceptada simoníacamente aunque sólo se
hubiera lesionado la virtud de la religión pero no la justicia conmutativa.
1. Por derecho natural. Si la simonía se cometió con lesión de la justicia conmutativa, hay que
restituir el precio simoníacamente recibido, antes de la sentencia del juez porque la obligación
de restituir por lesionar la justicia conmutativa nace del derecho natural: Ahora bien, la justicia
conmutativa se lesiona:
a. si se entrega por un precio una cosa espiritual que carece de precio temporal;
b. si se concede por un precio lo que hay que dar de oficio (por justicia), y, por tanto, gratis.
De aquí que debe restituir el que acepta un precio por una bendición, por la concesión de una
dispensa, por la consagración de una iglesia, etc. porque estas cosas son meramente
espirituales. Del mismo modo debe restituir el párroco que recibe algo por explicar el
catecismo; lo mismo el obispo que concede un beneficio por un precio, porque ambos deben
hacer eso por justicia y, por tanto, gratis.
2. Por derecho eclesiástico. Aunque la simonía se hubiera cometido sin lesión de la justicia
conmutativa, debe restituirse el precio aceptado simoníacamente, al menos si la simonía no
fue puramente mental, sino convencional o real. Ahora bien, el Código estableció1 esto:
Además de las penas establecidas en derecho contra los simoníacos “el mismo contrato
simoníaco y la provisión subsiguiente, si la simonía se cometió sobre beneficios, cargos,
dignidades, carecen de todo valor, aunque la simonía se hubiera cometido por una tercera
persona, incluso sin conocimiento del beneficiado, siempre que esto no se hubiera hecho en
fraude de la misma provisión o para contradecirla. Por lo cual:
a. Antes de cualquier sentencia judicial, debe ser restituida la cosa dada y recibida
simoníacamente, si esta restitución se puede hacer y no obsta la reverencia debida a la
cosa espiritual, y el beneficio, el cargo y la dignidad deben ser dejados;
b. El proviso simoníacamente no se quede con las rentas, pero si las hubiera percibido de
buena fe, se permite a la prudencia del juez o del ordinario condonar las rentas
percibidas en todo o en parte.”
Ya se ha dicho arriba que el precio ha de ser restituido al menos si la simonía no hubiera sido
puramente mental. La razón de esta restricción es que el Canon729 establece la invalidez del
acuerdo del que trata el canon precedente 728; pero allí se trata de un acuerdo no puramente
mental, sino peculiar, en el que el ánimo simoníaco hay que deducirlo por las circunstancias;
además, nunca se podría probar la puramente mental y no constaría la validez de las
provisiones.
Las ventas de cosas bendecidas o enaltecidas con indulgencias no quedan anuladas,
pero se decreta la pérdida de las indulgencias (canon 924 § 2) y de la bendición (si se
hubieran expuesto públicamente a la venta, canon 1305 § 1). – Quien concede a otro
un beneficio a cambio de dinero, no hiere ciertamente a la justicia conmutativa,
1
) Canon 729.
151
porque las rentas del beneficio son estimables con el precio, pero según el decreto
del derecho debe devolver el dinero.
190.
1. Dar a otro una cosa temporal para que haga una cosa espiritual en beneficio propio, p. e. dar
regalos a un adolescente para que frecuente los sacramentos, dar una dote a una joven para
que ingrese en un monasterio no es simonía; estas cosas tienen en efecto consideración de
donaciones, aunque condicionadas, y que no obligan al receptor a que devuelva una cosa
espiritual, sino sólo pretenden inclinar su voluntad a una cosa útil para él mismo.
Se discute si hay, o no, simonía en dar estas donaciones con la intención de obligar
verdaderamente a otro a que reciba los sacramentos o a que entre en religión. Los que afirman
que hay simonía aportan la razón de que interviene una permuta pues el donante adquiere el
derecho de exigir que el otro haga la cosa espiritual, y el receptor contrae en verdad la
obligación de hacer aquello. Los que niegan la simonía dan la razón de que no todo pacto en
este asunto constituye simonía de derecho divino, sino sólo un pacto por el que se compra o se
vende una cosa espiritual por una cosa temporal que se da como precio 1.
2. Dar dinero a un hombre impío que detenta unas reliquias sagradas u otras cosas sagradas, para
redimirlas, no es simonía, porque el dinero no se da para comprarlas, sino para salvarlas del
peligro de profanación.
Sin embargo está prohibido que los fieles compren espontáneamente las reliquias sagradas a
los hombres impíos que las exponen a la venta, sino que hay que avisar al Ordinario quien se
encargará de recuperarlas oportunamente2.
3. Si de dos jugadores, uno expone en el juego una cosa espiritual (rosario, asistencia a una misa)
y el otro en cambio una cosa temporal, no se comete simonía porque propiamente no se hace
equiparación entre ambas cosas. Y en efecto, la cosa espiritual se expone (no como precio)
sino como premio por la victoria o pena por la derrota. Sin embargo hay que disuadir de este
modo de jugar a causa del escándalo.
Del mismo modo, no peca el sacerdote que ofrece al acreedor celebrar por él cien misas para
que le perdone una deuda de cien florines.
191. Simonía de dar algo a otro para que deje de hacer algo espiritual. El que haya simonía depende de
la acción que se omite debido al dinero.
a. Si la omisión de la acción espiritual implica al mismo tiempo el ejercicio de la potestad
espiritual hay simonía. Esto tiene lugar a veces si se omite un acto de jurisdicción
eclesiástica, p. e. cuando no se absuelve a quien ya está confesado o a quien está atado
con una censura, pues en este caso no absolver es retener, luego se da algo temporal por
el ejercicio de la potestad espiritual.
b. Si la omisión del acto espiritual no implica el ejercicio de potestad sino que es una mera
omisión de una acción libre, aunque espiritual, no es simonía, p. e. recibir limosna por
no rezar, no celebrar, no ordenar a alguien, no dar limosna, no oír en confesión, etc. pues
1
) Véase San Alfonso n. 59. Ballerini-Palmieri II. n. 437. Lessius, De iust. l. 2. c. 35. n. 66++.
2
) Sagrada Congregación de las Indulgencias, 21 diciembre de 1878.
152
dejar de hacer algo como mero uso del libre arbitrio tiene un precio que se puede
valorar; pero obrando así por otra razón se puede cometer un pecado.
c. Si se omite un acto debido por justicia, como un párroco que no oyese la confesión de un
feligrés suyo, o no hiciera la proclama de un matrimonio, Suárez junto con otros lo
excusa de simonía porque la omisión no encierra un acto de potestad espiritual, sino que
es un mero no uso libre de la potestad, uso que en este caso en que el acto se debe de
oficio, es ciertamente un pecado contra la justicia, pero no contra la religión 1.
192. Licitud de vender el derecho de patronato. – En el derecho de patronato hay que distinguir dos
cosas: el derecho al honor y subvenciones que se deben al patrón, y el derecho de presentación al beneficio;
aquél es temporal, éste es espiritual. Cuando se vende el derecho a los honores etc, derecho que es anejo
consecuentemente a lo espiritual, se comete pecado de simonía; del mismo modo si se vende el derecho de
presentación, o la cosa a la que va anejo ese derecho se vende más cara debido a este derecho, se comete
simonía. Pero no es simonía vender algo en su justo precio, llevando anejo el derecho de presentación si este
derecho se trasfiere gratis al comprador con la cosa comprada, como también puede ser trasferido en una
herencia o en una donación.
193. Licitud de recibir algo por educar a otros en la doctrina sagrada. – Hay que considerar el bien que
los otros reciben de la instrucción.
a. Si la instrucción se dirige inmediatamente a la sola utilidad espiritual de los otros, como
una homilía, una catequesis, una instrucción espiritual etc., no es lícito pedir algo salvo
por razón del sustento, igual que en las funciones sagradas.
b. Si la instrucción no se dirige únicamente al bien espiritual sino a un bien temporal al
mismo tiempo, como cultivar la inteligencia, a la honra, al entretenimiento, etc., es lícito
recibir algo por eso. Por tanto, pueden pedir algo y recibirlo los que enseñan teología,
dan consejos doctrinales, resuelven dudas y dificultades incluso en el campo moral,
aunque sus consejos lleven accidentalmente a los oyentes a la tranquilidad de su
conciencia.
1
) Suárez l. 4. c. 22. n. 9++. Lacroix l. 3. pr. 1. n. 175++.
2
) Lc 10 7; 1 Co 9 7 – 14.
3
) Mt 10 10.
4
) 1 Co 9 4 – 14 . Véase Sacramentos n. 185.
153
sagradas como tener que celebrar o predicar necesariamente. Frente a los autores
que lo niegan (n. 184), no faltan algunos que opinan que el trabajo interno
aunque inseparable de las funciones sagradas permanece, y por lo mismo la
acción física, con un precio que se puede valorar, hasta el punto de que se puede
vender y comprar sin simonía de derecho divino. Laymann intenta conciliar
ambas sentencias con una distinción adecuada, pues si el trabajo se considera
recogido dentro de las funciones sagradas con relación a la obra espiritual según
su propia y específica consideración, no se puede recibir nada por él; pero si se
considera con relación al operante según la consideración genérica de obra y
servicio hecho a favor de otro, es lícito recibir un salario por él 1.
β. Muchos afirman que es simonía pedir por la misa o por otras funciones sagradas
un estipendio mayor que el justo, o recibir un estipendio contra el uso y la ley de
la Iglesia, porque consideran que se exige una cantidad de más por la cosa
espiritual, sin que haya algún otro título que lo justifique 2. Pero excluyendo la
mala intención de recibir algo temporal por lo espiritual, no se puede afirmar que
en este caso se comete simonía, porque pedir más de lo que se puede exigir
lícitamente para la debida sustentación, será un vicio de avaricia y de justicia
pero no se puede decir que sea simonía, excluida la mala voluntad que se ha
dicho.
γ. El que pide un estipendio por un oficio debido en justicia, como p. e. un párroco
que exigiera algo por un sermón o por la administración de un sacramento,
excluida igualmente la intención simoníaca no comete simonía, sino que peca
sólo contra la justicia. Pero donde rija la costumbre de que también por el
ministerio debido de oficio se reciba algo, se lo puede quedar; pero hay que
cuidar de tres cosas:
α’. Que no aparezca la imagen de la avaricia al pedir esos estipendios;
β’. Que no se pida más de lo que marque la ley o la costumbre; en otro caso
está obligado a devolver3;
γ’. Que no se nieguen los sacramentos a los que no pueden pagar.
δ. Donde se puede pedir un estipendio por una función sagrada, es lícito también
hacer la función sagrada por la intención de percibir el estipendio; es más, no
sería simonía hacer las funciones sagradas principalmente a causa del
estipendio, hasta el punto de que no se harían si no se diera el estipendio, pues
no se vende la cosa sagrada por el estipendio, pero al hacer lo sagrado no en
honor de Dios, sino pretendiendo en primer lugar la propia utilidad, no hay
simonía, pero sí un vicio de avaricia.
1
) Laymann l. 4. tr. 10. c. 8. n. 42.
2
) Véase Wernz-Vidal IV. 1. n. 13, 3º.
3
) Canon 463, 2.
4
) Concilio tridentino sesión 25. c. 16. De regular. Canon 570.
154
d. A un monasterio de varones le es lícito no pedir nada por el sustento de los mismos
religiosos. Hay controversia sobre si hay simonía, y si ésta es de derecho divino o
eclesiástico, en que el monasterio con ocasión de la profesión pida algo a los ricos para
el sustento1. No parece que se comete simonía de derecho divino si se pide el dinero por
el sustento y no por el ingreso.
196. Licitud de dar algo para redimir un agravio injusto. En este caso se trata de que alguien no se
quede sin obtener algo espiritual p. e. un beneficio u otro bien espiritual. – Si se da para redimir el propio
agravio injusto, no es simonía, porque la redención de un agravio o la liberación de una injuria es algo
temporal y se puede valorar con un precio; pero si se da para comprar o para confirmar para sí algún
derecho a una cosa espiritual, es simonía, porque por esta razón se prepara el camino para obtener lo
espiritual, lo cual es simoníaco.
a. Se dice agravio injusto, porque redimir con dinero un agravio justo, p. e. la acusación de
un crimen, porque incapacita para un beneficio, es simonía porque el que intenta redimir
un agravio justo no tiene ningún derecho a lo espiritual, por eso al quitar el agravio se
considera que compra el derecho a lo espiritual, lo que es simoníaco.
b. Luego es lícito dar dinero al sacerdote que sin él no quiere administrar los sacramentos,
siempre que haya una razón grave para recibirlos, p. e. cumplir el precepto pascual,
porque sin una causa grave no es lícito permitir el pecado de otro 2.
1
) Véase San Alfonso n. 92. Lehmkuhl II. n. 1235.
2
) San Alfonso n. 103.
155
LIBRO SEGUNDO.
El segundo mandamiento del decálogo.
“No tomarás en falso el nombre de Yahvéh tu Dios.”
Ex 20 7.
El segundo mandamiento del decálogo en cuanto es afirmativo manda honrar el nombre de Dios y, en
cuanto es negativo, prohíbe toda irreverencia del santísimo nombre de Dios. El nombre divino de Dios:
a. se honra pronunciándolo con reverencia, se deshonra tomándolo en vano;
b. se honra invocándolo y alabándolo; se deshonra con la blasfemia;
c. se honra con el voto; se deshonra con la violación del voto;
d. se honra con el juramento; se deshonra con el perjurio y con el conjuro ilícito.
CUESTIÓN PRIMERA.
1
) Si 23 10. [El texto de la Vulgata dice: ”Tampoco tomes continuamente en boca el nombre de Dios”; véase
observaciones generales. N. del T.]
156
CUESTIÓN SEGUNDA.
La blasfemia.
Artículo primero.
La blasfemia en sí misma.
198. Definición de blasfemia. Blasfemia significa etimológicamente locución contumeliosa 1; pero el uso
común hace que signifique locución contumeliosa contra Dios.
a. Se habla de locución porque normalmente la blasfemia se comete con palabras aunque
también pueda cometerse de pensamiento o de obra; se llama contumeliosa, porque la
blasfemia consiste propiamente en que con la palabra se hace algo que deshonra a la
majestad y excelencia divinas; se dice contra Dios, o inmediata o mediatamente, porque
a Dios se le puede deshonrar en los santos y en las cosas sagradas; así pues, las palabras
contumeliosas contra los santos o las cosas sagradas son blasfemia en tanto en cuanto
redundan contra Dios lesionando así el honor debido a Dios; exactamente del mismo
modo que el culto a los santos y a las cosas sagradas redunda en Dios, también su
deshonor redunda en Dios.
b. Sólo la blasfemia cometida con palabras es blasfemia propiamente dicha; la blasfemia
cometida sólo de obra (escupir al cielo, levantar el puño contra Dios, pisar el crucifijo)
se llama blasfemia impropiamente. Pues la blasfemia es propiamente un vicio de la
lengua porque se opone directamente a la alabanza, la cual se manifiesta con palabras;
pero, basta simplemente la palabra escrita para que haya blasfemia propiamente dicha2.
200. Malicia.
1. La blasfemia es pecado siempre grave, pues cualquier blasfemia incluso la que se dirige contra
los santos es una contumelia causada a Dios, y cualquier contumelia irrogada a la suprema
majestad es grave. Por lo mismo la Sagrada Escritura dice: Cualquier hombre que maldiga a
su Dios cargará con su pecado. Quien blasfeme el Nombre de Yahvéh, será muerto 4.
Sin embargo, no es raro que las blasfemias o no sean pecado, o solamente lo sean venial, lo
que pasa cuando las palabras blasfemas se profieren sin ninguna advertencia, o con muy poca;
1
) Teniendo en cuenta el origen de la voz, blasfemia, ( = dañar; = fama) significa lesión de la
fama, que si se comete contra los hombres se llama contumelia, y si se comete contra Dios se llama
blasfemia
2
) Véase Suárez, De religione tract. 3. l. l. c. 4. n. 1++.
3
) Mt 27 40.
4
) Lv 24 15. 16.
157
esto les ocurre ordinariamente a quienes blasfeman en el calor de una pasión, p. e. la ira, salvo
que la ira vaya precisamente contra Dios o los santos. Pero la falta de advertencia no exime de
pecado grave a quien se despreocupa de enmendarse de la mala costumbre de blasfemar 1.
2. Las tres blasfemias: herética, imprecativa y puramente injuriosa se diferencian una de otra por
la especie, porque, en el caso de las dos primeras, a la violación de la religión se le añade una
lesión a otra virtud; en efecto, la herética se opone también a la fe, y la imprecativa a la
caridad. Por lo cual, en la confesión hay que distinguirlas.
3. Por razón de la blasfemia, todas las blasfemias son de la misma especie, porque todas se
oponen a la misma virtud, la religión, a la cual no lesionan de modo esencialmente distinto.
Por lo cual, en la confesión basta decir: He blasfemado gravemente tantas veces2 (y he faltado
gravemente a la fe o a la caridad).
201. Condiciones requeridas para la blasfemia. Así pues, para que se cometa pecado de blasfemia hacen
falta dos cosas: Proferir palabras blasfemas, y hacerlo con advertencia de que esas palabras contienen
deshonra de Dios.
a. Luego el que en la ira y la indignación contra los hombres o los animales profiere
palabras o nombres santos, que no encierran deshonra de Dios, como Cielos, Señor
Dios, Cruz, Hostia, propiamente no blasfema sino que peca venialmente por tomar en
vano el nombre de Dios, siempre que la indignación no vaya contra Dios. Pero puede
pecar gravemente a causa de la conciencia errónea.
b. Las locuciones que se dicen contra los santos no porque lo sean ni por su especial relación
con Dios, sino como hombres indigentes que eran aquí en la tierra, p. e. si se llama a San
Crispín y a San Crispiniano miserables remendones, o pelón a San Pedro, o narigudo a
San Carlos Borromeo, estas cosas no son blasfemias, pues no hay ninguna burla hecha a
Dios cuando se habla de defectos naturales de hombres, aunque sean amigos de Dios. Y
si se hace por broma es pecado venial de dulía, y llega a grave de dulía si se hace por
desprecio.
c. El que por ira o indignación contra los hombres o las bestias profiere palabras blasfemas
sin que lleguen a injuria ni deshonra de Dios, no comete blasfemia formal.
d. Pero el que por ira o indignación profiere palabras blasfemas o para demostrar su ira, o
para asustar a los hijos, o para estimular a los iguales, pero no con ánimo de deshonrar a
Dios, aunque advirtiendo la irreverencia que encierran sus palabras, comete pecado de
blasfemia.
202. Modos de cometer blasfemia. El pecado de blasfemia se puede cometer sobre todo de cinco maneras:
a. Atribuyendo a Dios algo que le repugna, como Dios es cruel, o negándole algo que le es
propio, como Dios no es omnisciente.
b. Atribuyendo a la criatura algo que es propio de Dios nada más, p. e. que alguien dijera:
puedo hacer esto tan bien como Dios, pues se niega la perfección divina como sólo
propia de Dios, injuriando a Dios de esta manera3.
De este modo blasfeman los que juran por los dioses falsos; lo mismo que los
enamorados locos que llaman diosa a la persona amada, único y todo bien suyo,
felicidad suya, cuando lo digan así en serio y no por cierta exageración.
c. Diciendo de Dios cosas verdaderas, pero con ironía (p. e. bonita justicia) y con desprecio.
d. Nombrando con ira contra Dios las cosas divinas o las sagradas (los sacramentos, la
sangre de Cristo, la santa Cruz), o añadiéndoles palabras despreciables.
e. Diciendo palabras contumeliosas contra la Bienaventurada Virgen o los santos porque son
santos y amigos de Dios.
203. Fórmulas blasfemas. Para distinguir las locuciones blasfemas de las que no lo son, hay que tener en
cuenta estas reglas:
1. Se consideran blasfemas las palabras que por su propio significado o por su acepción común o
por el modo de decirlas, p. e. irónicamente o con desprecio, contienen una deshonra de Dios.
a. Pues puede ocurrir que palabras que no son blasfemias de suyo, sean graves blasfemias
por su estimación; por eso hay que darse cuenta con cuidado de qué locuciones se
1
) Véase Principios n. 86.
2
) Ballerini-Palmieri II. n. 518. Lugo, De poenit. disp. 16. n. 178+.
3
) Véase Lehmkuhl I. n. 508.
158
consideran comúnmente blasfemas en cada sitio, porque casi en cada uno hay locuciones
que se tienen como blasfemas por todo el mundo y usarlas allí va por tanto en deshonra
de Dios, aunque etimológicamente no sean contumeliosas, como dicen algunos autores
oriundos de Francia y de Bélgica que pasa allí con la frase: Sacré nom de Dieu [¡Santo
nombre de Dios!]1.
b. También puede ocurrir que palabras que de suyo son blasfemias, no sean blasfemias
formales porque no se tengan por contumeliosas según el sentir general. Así la fórmula
francesa: Mille noms de Dieu [Mil nombres de Dios] y la alemana Tausend Sakrament,
Tausend Herr Gott [Mil hostias, mil señor Dios] contienen de suyo una blasfemia
herética; pero quienes usan estas fórmulas ni entienden ni conocen la herejía latente en
ellas. Por lo cual con estas palabras que por lo general se profieren por admiración no se
comete ordinariamente sino una irreverencia venial por tomar en vano el nombre
sagrado.
2. Las locuciones cuyo sentido es incompleto, igual que las palabras deformadas y las palabras a
medias, no son blasfemias a no ser que en algún sitio tengan un significado contumelioso en el
sentir general.
3. En caso de duda sobre el significado de las palabras, hay que atender a la intención y al afecto
del que las dice porque en los pecados de las palabras parece que se debe considerar
muchísimo de dónde brotan las palabras proferidas2; y si la duda permanece no hay que
tenerlas por blasfemas.
Decir: Dios se ha olvidado completamente de mí; ¿por qué me creó? Si hubiera Dios, esto no
me habría pasado, es una blasfemia, salvo que se diga, como suele ocurrir, sólo para mostrar
la gravedad de un dolor, o por simple ligereza. – Dios me manda tribulaciones injustamente;
Dios deja injustamente que los malos sean felices en el mundo, es una blasfemia herética si se
dicen dándose cuenta y en serio. – ¡Por Dios!, ¡por el sacramento! no es una blasfemia sino
más bien una fórmula de juramento y, por tanto, pecado venial por tomar en vano el nombre
de Dios. – ¡Sacramento del Señor Dios! Porque ni tiene sentido completo ni encierra
desprecio, pero es irreverencia (venial) hacia Dios y los sacramentos, salvo que se diga con
desprecio e indignación contra Dios. – Sakramentspfaff, Sakramentsschelm, Sakramentsvieh,3
son expresiones blasfemas porque encierran desprecio de los sacramentos a causa de las
palabras despreciables que incluyen. ¡La sangre de Cristo te pierda!, para unos no es más que
una imprecación, para otros una blasfemia porque va también en desprecio de Dios.
Artículo segundo.
Las maldiciones.
204. Maldecir es, propiamente, imprecar un mal para otro. Así pues, las maldiciones proferidas contra las
criaturas son blasfemias cuando redundan contra Dios. Y las maldiciones proferidas contra las criaturas
redundan contra Dios cuando se les maldice por la relación que tienen con Dios, es decir, por ser obra de
Dios o inspiradas por Él. Así pues,
1. Maldecir a los santos o a las cosas sagradas, p. e. a los mandamientos de la Iglesia, o hablar
malévolamente de algo santo, ordinariamente es blasfemia porque en unos y otras hay
ordinariamente una relación con Dios, que se comprende.
2. Maldecir a las criaturas irracionales, p. e. los vientos, la lluvia, el granizo, los animales,
ordinariamente no es blasfemia porque no se comprende su relación con Dios; luego
1
) Véase Génicot I. n. 295; aunque el editor en la última edición advierte que el sentido dado comúnmente
se puede cambiar con una enseñanza adecuada.
2
) Santo Tomás II. II. q. 72, a. 2.
3
) Exclamaciones blasfemas del idioma alemán que se podrían traducir por: ¡Brujo sacramento!, ¡Pícaro
sacramento!, ¡Animal de sacramento!. [N. del T.]
159
normalmente es pecado leve de ira y de impaciencia. Y si en la maldición a las criaturas hay
un fin honesto, no hay pecado alguno, como David cuando maldijo a los montes Gelboë, o Job
y Jeremías a la hora en que nacieron.
Sin embargo, si la relación de las criaturas irracionales, p. e. de los animales, es con los
hombres, se comete pecado contra la caridad porque el mal que se les desea, es realmente al
hombre a quien sirven a quien se le desea.
3. Maldecir a las criaturas racionales se opone normalmente a la caridad porque no se suele
comprender su relación con Dios. Este pecado frecuentemente es venial porque o hay
parvedad de materia, o falta una intención seria, p. e. en el que maldice en un estado cercano a
la ira.
Las maldiciones como: ¡que me condene Dios! ¡que te lleve el diablo! son blasfemias si se
profieren contra la criatura como hecha por Dios o a semejanza suya; pero ordinariamente el
que las profiere no se da cuenta de esa relación con Dios.
4. Maldecir al diablo, excluyendo la ira, por impaciencia o por algún otro defecto no es pecado;
pues no se hace como criatura de Dios, sino por ser enemigo acérrimo de Dios y de los
hombres y autor de tantos y tantos males.
Nota. El confesor debe saber que la acusación “Maldije” puede significar distintas cosas según la
mente de los penitentes: blasfemia, maldición, tomar en vano un nombre sagrado, usar
palabras que expresan una ira fuerte (expresiones fuertes).
CUESTIÓN TERCERA.
El voto1.
Artículo primero.
1
) Santo Tomás II. II. q 88 a. 1 – 12. San Alfonso l. 3.. n. 194 – 262. Suárez, De religione tr. 6. l. 1 – 6. Tom.
Sánchez, In preacepta decalogi l. 4. c. 1 – 56. Lessius, De iustitia et iure l. 2. c. 40. Th. Bouquillon, De
virtute religionis (Brujas 1899) parte II. I. Wirthmüller, Die mor. Tugend der Religion (Friburgo 1881) pág.
538++. Io Reuter, Theologia moral. p. II. tr. 4. C. Kirchberg, De voti natura, obligatione, honestate etc.
(Münster 1897) y otros autores que tratan toda la Teología Moral, para los cuales véase el comienzo del
libro.
2
) Canon 1307, 1.
160
es un acto de latría, sino que haría un acto de dulía o de hiperdulía (n. 136) el cual da
lugar según su intención a una obligación grave o leve.
c. No es raro que los fieles duden de si habían hecho un propósito o habían emitido un voto.
Para resolver su duda no basta atender a las palabras usadas, porque también la palabra
prometo expresa muchas veces nada más que un propósito; sino que hay que
preguntarles, con San Alfonso, “si cuando emitieron el voto pensaron que pecarían
gravemente si después no cumplían”1. Si el asunto sigue dudoso hay que resolverlo
pensando que hicieron un propósito, porque no consta nada sobre su obligación.
d. Para el valor del voto hace falta su aceptación por parte de Dios, pues es natural de la
promesa el que sea aceptada por aquél a quien se le hace. Ahora bien, Dios acepta
inmediatamente todas las promesas que se le hacen y que no carezcan de las condiciones
debidas, y si Dios no aceptase todas las promesas que se le hacen, la Sagrada Escritura
no presionaría para que se cumpliese la obligación2.
2. El voto es un acto de la virtud de la religión, y precisamente de latría, pues con el voto, el
hombre ofrece a Dios una obra buena para honrarle y darle culto. Y de la misma manera que el
voto es un acto de religión, también lo es su cumplimiento. Luego la obra buena realizada con
el voto tiene una doble bondad moral.
El valor moral del voto no sólo queda de manifiesto porque la Sagrada Escritura exhorta a su
cumplimiento y cita el ejemplo de San Pablo que había emitido un voto3, sino también por su
propia naturaleza, pues
a. las obras hechas por voto, además de la bondad que tienen por su objeto, están revestidas
del valor de la oblación hecha a Dios y del mérito de la virtud de la religión;
b. el que hace un voto exterioriza una mayor sujeción a Dios y un sacrificio más perfecto,
pues con el voto se obliga a Dios y no sólo le ofrece la cosa prometida, sino la propia
voluntad por medio de la obligación;
c. con el voto, la tendencia de la voluntad hacia el bien se hace más seria y firme;
d. si la ejecución del voto se enredara con dificultades, no sólo se afianza la voluntad
voluble, sino que además se le ofrece al que emite el voto la ocasión de mostrar su
fidelidad y amor a Dios4.
1
) Praxis confess. C. 2. n. 25.
2
) Véase Qo 5 3, 4. Nm 30 3++. Dt 23 22.
3
) Véase Hch 18 18; 21 23++.
4
) Véase Santo Tomás II. II. q. 88. a. 6.
5
) El voto público se define a veces como el que es manifiesto y se opone no al privado, sino al oculto; este
término se toma en el sentido del canon 1308.
6
) Véase la Constitución Provida Mater Ecclesia. A. A. S. 39 (1947) 114 – 124.
7
) A. Gutiérrez en De Institutis Saecularibus, I. 306 (Roma 1951). Larraona en Commentarium pro
Religiosis, 1949, 167+. H. Hanstein, Ordensrecht 303+ (Paderborn 1953).
161
haciendo inhábil para ciertos actos (p. e. el matrimonio, el contrato) a quien lo emite.
Estos efectos no existen en los votos simples, los cuales solamente hacen ilícitos los
actos contrarios a ellos.
3. En voto personal, cuando el que emite el voto promete una acción o la omisión de una acción,
como el voto de peregrinar o de ayunar; o real cuando promete directamente algo externo a sí
mismo, pudiendo necesitar una acción suya sólo en cuanto haga falta para cumplir lo
prometido, como el voto de emplear cierta cosa en los pobres o en la Iglesia; o, finalmente,
mixto cuando promete ambas cosas al mismo tiempo, como peregrinar y poner unas velas, o
ayudar al prójimo mediante una limosna.
4. En voto determinado si lo prometido se designa con exactitud: hago voto de abstinencia; o
disyuntivo si se promete una cosa a elegir de entre varias: hago voto de ayunar o de dar una
limosna.
5. En voto reservado y no reservado según que la potestad para conmutarlo corresponda sólo al
Sumo Pontífice, o también a los demás superiores.
6. En voto temporal o perpetuo según que la promesa se haga para cierto tiempo o para guardarla
toda la vida.
7. En voto expreso si la promesa interna se declara al exterior con palabras como ocurre
comúnmente; o tácito, si la misma promesa interna no se expresa exteriormente, pero se pone
a sabiendas la acción a la que va unida el voto; así se emite el voto de castidad al recibir la
ordenación de subdiácono.
Hay que distinguir el voto tácito del voto implícito; p. e. el que hace voto de religión hace
implícitamente voto de castidad. El voto implícito se diferencia del tácito en que el primero
contiene en sí lo que se promete explícitamente; el voto tácito no está contenido en la acción a
la que está anejo, pero la acción externa muestra que el voto se ha hecho internamente.
8. En voto singular, que se emite por una persona física; o común, que se emite por una persona
moral o una comunidad.
9. En voto absoluto o voto condicionado según que se prometa algo simplemente o bajo
condición. El condicionado se divide en penal si en la condición se promete la pena a infligir
por la culpa: si vuelvo a blasfemar, rezaré de rodillas un rosario; y no penal, si se promete
algo meramente bajo condición: si recobro la salud, haré una peregrinación piadosa.
Artículo segundo.
Para hacer válidamente un voto se requieren ciertas condiciones por parte del que lo hace y otras por parte
de la materia.
207. Por parte del votante se requiere intención, deliberación y libertad perfecta para la esencia del voto y
su validez.
De lo expuesto resulta claro que cualquiera que goce de razón y no se lo prohíba el derecho positivo puede
hacer votos1. Por eso se consideran válidos de suyo los votos hechos con siete años cumplidos. Los votos
religiosos no se pueden hacer válidamente antes de los dieciséis años cumplidos si se trata de los
temporales, ni antes de los veintiún años cumplidos si se trata de los perpetuos, porque la Iglesia los anula 2
1. La intención o voluntad de prometer y la de obligarse son necesarias porque las dos voluntades
corresponden a una verdadera promesa.
a. Un voto fingido, o sea emitido sin voluntad de prometer o de obligarse es nulo; pero el
voto con ánimo de obligarse, pero no de cumplir, es válido, aunque grave o levemente
ilícito según la materia.
1
) Canon 1307, § 2.
2
) Canon 573.
162
b. La voluntad de emitir el voto o de prometer hay que distinguirla con razón de la voluntad
de obligarse porque la obligación es un efecto esencial y necesario de la promesa; y,
aunque sean dos voluntades diferentes, debido a la razón que se acaba de dar, es
imposible que alguien quiera prometer pero no quiera obligarse.
208.
2. Perfecta deliberación, o sea aquella consideración de la cosa y de la obligación, que es
necesaria para que el acto sea perfecta y verdaderamente humano, pues no se considera que
nadie quede obligado sin haber tenido deliberación suficiente. Y esta deliberación ni hay que
decir que hace falta para cualquier voto, sea sobre materia grave sea sobre materia leve, pues
en todo voto se asume una obligación; pero para asumir voluntariamente una obligación se
requiere un conocimiento perfecto del objeto (en cuanto a la sustancia) y un acto de la
voluntad perfectamente humano.
a. Por eso ni siquiera bajo pecado leve es válido el voto de un niño que no es completamente
dueño de sí todavía, ni el de un hombre medio dormido, ni el de uno medio borracho. Ni
el voto hecho con completa ignorancia, o con un conocimiento nada más que a medias
de aquello a lo que lleva; ni el hecho con un conocimiento general de alguna carga que
se asume; sin embargo, para la validez del voto no hace falta considerar la cosa que se
promete en todas sus circunstancias, sino que basta con conocerla en cuanto a su
sustancia.
b. Para que valga el voto no hace falta una consideración durante mucho tiempo y madura.
Por defecto de una deliberación madura, no es raro que ocurra que se emita el voto de
forma imprudente; esta clase de desconsideración al emitir el voto da lugar a la dispensa
o a la conmutación pero no lo hace inválido.
c. Cuando hay duda de si el voto emitido se ha hecho con plena deliberación, el voto no
obliga, porque una obligación dudosa es nula. Cuando consta verdaderamente el hecho
del voto emitido, no hay que admitir con facilidad un defecto de deliberación plena.
210.
1
) Véase canon 572.
163
3. Libertad perfecta, o sea un consentimiento libre de la voluntad, por el que el votante quiere
obligarse hacia Dios para hacer u omitir algo.
El voto emitido por miedo. El voto emitido por miedo que perturba el uso de razón e impide
por tanto la deliberación necesaria no vale; pero supuesta la deliberación necesaria que incluso
el miedo grave no impide1 ordinariamente hay que establecer lo siguiente:
a. Vale el voto emitido
α. por miedo grave de lo intrínseco, es decir, si con ocasión de algún mal inminente
(por causa externa o por causa interna), el propio agente elige libremente emitir
el voto, que en caso contrario no habría emitido; por eso vale el voto hecho en
peligro de la propia vida o por enfermedad o por naufragio inminente;
β. por miedo grave de lo extrínseco, pero justamente merecido, como el de un reo
de delito que ha de sufrir una pena, a no ser que haga un voto determinado.
b. No vale el voto emitido por miedo grave de lo extrínseco e injusto, es decir, si una causa
libre determina al agente ante un mal al que está expuesto injustamente a hacer un voto
que no habría hecho en caso contrario. Ciertamente es inválido por derecho eclesiástico 2;
pero también parece nulo por derecho natural, no a causa del defecto de consentimiento
(que lo hay), sino porque Dios no acepta un voto coaccionado así, pues no puede aceptar
una promesa sacada con una fuerza injusta de extorsión, ni que pueda parecer que
aprueba una injuria inferida al votante3.
Hay quienes pueden extender esto mismo también probablemente al miedo leve; y sin
duda la razón es la misma en ambos casos siempre que conste que el miedo hubiera sido
la única y verdadera causa de haber hecho el voto. Por eso no vale el voto de entrar en
religión hecho por una joven porque sus padres la hubieran inducido a hacerlo con
importunas advertencias, lo cual, sin embargo no hay que trasladarlo a los mismos votos
religiosos como fundamentos que son de un estado de vida.
211. Por parte de la materia, para la validez del voto hace falta que sea posible, honesta y sobre un bien
mejor.
1. Posible para el votante, no sólo físicamente sino también moralmente, pues nadie puede estar
obligado a lo imposible. Se juzga que algo es imposible cuando no puede hacerse sin una gran
dificultad.
Por eso
a. no vale el voto de evitar todos los pecados veniales, aun los semideliberados, porque esto
es imposible sin un auxilio especial de Dios;
b. vale el voto de evitar todos los pecados veniales deliberados, bien en general bien los de
una especie determinada, si se hiciera por una persona que se dedica seriamente a la
perfección; pero en otras este voto es nulo debido a la imposibilidad moral, a no ser que
el voto se refiera a una especie determinada;
c. vale el voto de evitar todos los pecados mortales porque esto es posible con el auxilio
ordinario de Dios, pero no conviene que lo haga una persona frágil.
Validez del voto parcialmente posible y parcialmente imposible. Depende de la intención del
votante. Si tiene intención de cumplir ambas partes a modo de una, no está obligado a nada si
no puede cumplir el total; pero si no era aquella su intención, o si no consta la intención del
votante y hay que resolver el caso a partir de la intención presunta, se puede establecer lo que
sigue:
a. Si la materia es indivisible o si no se salva la parte posible del voto, no se está obligado a
nada. Así el que promete hacer una peregrinación a Roma y no puede cumplir todo el
camino, no está obligado a nada.
b. Pero si la materia es divisible, vale para la parte que es posible, a no ser que sea accesoria;
así el que hace voto de ayunar y no puede prescindir de comer carne, está obligado a
ayunar en cuanto a no hacer más que una comida.
1
) Por la misma razón es válido ordinariamente el voto emitido en el ardor de la pasión o de la devoción,
aunque después el votante se arrepienta de su voto, porque esta clase de afecto raramente impide la
deliberación necesaria y la libertad. Sin embargo en esas circunstancias hay razón suficiente para recurrir a
la dispensa.
2
) El canon 1307, 3 dice: El voto emitido por un miedo grave e injusto es nulo por eso mismo.
3
) Ballerini-Palmieri II. n. 609.
164
Otro ejemplo es el voto de peregrinar con los pies descalzos o peregrinar recibiendo los
sacramentos. En el primer caso, el que no puede hacer lo accesorio, está obligado a lo
principal, es decir, a hacer la peregrinación; en el segundo, el que no puede hacer la
peregrinación, tampoco está obligado a recibir los sacramentos, pero si la recepción de
los sacramentos fuese lo principal, estaría obligado a recibirlos aunque fuera en su casa.
212.
2. Honesta: porque a Dios no se le da culto más que con acciones que le sean gratas y aceptables,
y sólo lo que es moralmente bueno es de esta clase de acciones.
a. Es inválido el voto de una cosa vana e inútil, p. e. no salir de casa más que con el pie
derecho el primero. Lo mismo pasa con una cosa indiferente, p. e. es inválido el voto de
no pasar por una plaza determinada, porque no hace nada por el culto divino. Pero si la
cosa indiferente resulta moralmente buena por las circunstancias, puede ser materia de
voto.
b. Votar una cosa vana o indiferente es pecado venial. Votar una cosa levemente mala es
pecado venial según unos, pero mortal según otros. Votar una cosa gravemente
pecaminosa es pecado grave según todos porque se le infiere a Dios una injuria grave.
El argumento de los que dicen que votar una cosa levemente mala es pecado grave
parece convincente pues un voto así supone que agrada a Dios aceptar una cosa mala, y
en esto se encierra una irreverencia que no admite parvedad de materia porque eso
repugna directa e inmediatamente a su suma santidad.
Validez de hacer el voto de una cosa buena, pero por un fin malo del votante.
a. No vale si el fin malo es la causa motiva y total del voto, lo que puede ser de dos
maneras: cuando el voto se emite para pedir a Dios una cosa ilícita y cuando se hace en
acción de gracias por algo ilícito, como el voto de dar limosna para alcanzar el triunfo en
una causa injusta, o el de agradecer la muerte afortunada del enemigo, porque este fin
contamina todo el voto y lo vuelve malo y blasfemo.
b. Vale el voto si el fin malo es la causa impulsiva y parcial del voto, p. e. cuando alguien
hace voto ante mucha gente de dar una gran limosna en honor de Dios, pero también
para ser alabado por los hombres. Esta clase de votos es válida porque el fin malo sólo
acompaña accidentalmente al voto bueno en sí1.
c. Del mismo modo vale el voto hecho bajo una condición mala que no se pone como fin
del voto; y también vale si la condición es una cosa buena en sí aunque suponga una
acción mala, como si alguien hace voto de hacer una obra piadosa si sale incólume de un
duelo (conservar la vida es el bien que se entiende que pide por medio del voto), pero
también si la condición es mala, como hacer un voto de hacer una obra piadosa si
realmente mata al enemigo, porque cumplida la condición, cumplir el voto es honesto 2.
213.
3. De un bien mejor, es decir, sobre una cosa tal que no impida un bien mayor; luego la materia de
un voto no sólo debe ser buena en sí, sino también debe ser mejor, no que cualquier otro bien,
sino mejor que su omisión; pues Dios no nos obliga a que hagamos siempre las cosas mejores,
pero no puede admitir que nos obliguemos nosotros mismos a no hacerlas, y el que hace voto
de una cosa menos buena, por lo mismo se está obligando a no hacer la mejor opuesta 3. Pero
no hace falta que la cosa prometida sea un bien absolutamente mejor sino que basta con que
respecto a la persona votante sea mejor que su opuesta.
a. De aquí que el voto de casarse no vale de suyo, aunque se trate de hacerlo con una
persona piadosa y pobre o expuesta a peligro de incontinencia, porque el celibato es un
bien mayor para el votante; sin embargo si el matrimonio es necesario para el propio
votante, por quitar el escándalo o por el peligro de incontinencia, por lo mismo sería un
bien mejor y una materia apta para el voto. Igualmente si alguien ya se había propuesto
casarse vale el voto de hacerlo con una persona pobre para aliviarla de su indigencia.
b. El voto de no hacer votos de ninguna manera es inválido porque es mejor hacerlos que no
hacerlos; pero el de no hacerlos más que con licencia del confesor es válido porque
1
) Ballerini-Palmieri II. n. 621.
2
) San Alfonso n. 206.
3
) Suárez l. 2. c. 7. n. 2.
165
mejor es hacerlos sin peligro de imprudencia que con imprudencia. Y si después se
hicieran sin consultar con el confesor, el acto sería realmente pecado, pero el propio voto
sería válido, a no ser que se hubiera establecido que el voto futuro sería inválido 1.
La materia preceptuada tomada como materia de voto. – Nada impide que algo preceptuado
pueda ser materia de voto, pues por parte de la materia para que el voto sea verdadero sólo
hace falta que la materia sea buena y que no impida un bien mejor, y como la materia
preceptuada es buena y mejor que su opuesta, o sea que su omisión, el votante puede añadir a
su obligación por precepto, la obligación por religión.
NB. Si se trata de la profesión religiosa se requiere también para la validez que sea aceptada 2 por
el Superior legítimo o por otro, según las constituciones.
Artículo tercero.
215.
2. La obligación del voto es grave o leve según sea la materia del voto y la intención del votante.
Pues como el voto puede ser como una ley privada que se impone el votante a sí mismo, la
medida de la obligación depende de la intención del votante. Así, la materia grave puede ser
objeto de voto bajo pena grave o leve, pero la materia leve sólo bajo pena leve, porque no es
capaz de una obligación grave. Cuando el votante no determina expresamente la gravedad de
la obligación, se considera que la materia grave obliga gravemente y la leve levemente.
a. Luego para que el voto obligue bajo pena grave se necesitan dos cosas:
α. Que la materia sea grave.
β. Que el votante tenga intención de obligarse gravemente.
b. Se considera grave la materia que si se impone por la ley eclesiástica obliga gravemente
como la misa, la comunión, el ayuno, o cualquier cosa que conlleve al fin del voto, que
es el culto de Dios.
1
) Laymann l. 4. tr. 4. c. 2. n. 5.
2
) Canon 572 § 2, 6.
3
) Canon 1307 § 1.
4
) Dt 23 22.
5
) Qo 5 3, 4.
166
c. Los votos emitidos en religión, que ciertamente dependan no sólo de la intención del
votante sino también de la voluntad de la Iglesia, no pueden ser emitidos sólo según el
arbitrio del votante bajo pena leve; igualmente, en el voto de castidad anejo a las
sagradas órdenes, la Iglesia exige la intención de obligarse gravemente.
Coalescencia de varias materias leves en un mismo voto. El que varias materias leves de un
mismo voto puedan coalescer en materia grave depende de la intención del votante hecha
explícitamente, o de la presunción común. Así, si la intención del votante es prometer varias
materias leves como aisladas una de otra, no coalescen; pero si se prometen como algo en
uno que para mayor facilidad se divide en varias partes, sí coalescen. Y si el votante no
concibe determinada intención, el asunto hay que juzgarlo desde la presunta intención, o desde
la estimación común. Además, en los votos personales las diversas materias se conciben
generalmente más bien como cosas aisladas; en cambio, en los votos reales se considera que
se hacen a modo de una sola cosa, por lo que su obligación se suele asociar a un día y si se
omitió se debe subsanar después la mayoría de las veces, salvo que por el modo de hacer el
voto haya que suponer otra intención.
De aquí que si alguien hace voto de dar diariamente una pequeña limosna, la materia coalesce,
y si se omite durante un tiempo, peca gravemente o queda obligado a reparar; pero si se hace
voto de rezar diariamente un Padrenuesto, no coalescen cada una de las omisiones y por eso,
aunque la omisión dure mucho tiempo no es pecado grave. – Y si alguien hiciera voto de
asistir todos los años en el mes de mayo a la celebración del mes de María, hace voto de
asistencia a modo de una sola cosa durante todo el mes, y sus omisiones aisladas coalescen; al
contrario, si se hace voto de dar una pequeña limosna cada sábado en honor de la Beata
Virgen, las omisiones no coalescen, y si se omite durante mucho tiempo no se peca
gravemente porque el voto está ligado a un día.
Nota. Para juzgar la parvedad de la materia en los votos cuya materia se promete a modo de una
sola cosa, se debe considerar la materia omitida no en absoluto sino en relación con toda la
cosa prometida de modo que solamente una tercera o cuarta parte del total se debe considerar
como notable, la cual se puede omitir sin culpa grave. Así, el que prometió asistir durante todo
el mes de mayo a la devoción mariana, no peca gravemente porque omita una u otra vez la
devoción, aunque cada una de las devociones consideradas absolutamente (si duran media
hora) pueden constituir una materia grave, pero sí si se omiten ocho o diez asistencias.
216.
3. El voto por su propio fundamento no obliga más que al votante, porque nadie puede obligar a
otro con un voto ya que nadie puede prometer una cosa o una acción de otro, y de ninguna
manera la de un pariente, aunque sea la del hijo, o la de un subordinado; la obligación de un
voto real pasa a los herederos, y lo mismo la de un voto mixto en su parte real1.
a. Los hijos no están obligados a cumplir los votos de los padres con los que los
consagraron a la religión, salvo que después hubieran consentido; pero los padres están
obligados en virtud del voto en todo lo que puedan hacer a procurar que los hijos
cumplan, salvando su libertad, lo que prometieron por ellos 2. Y si los padres hacen voto
de alguna cosa que pueden imponer a los hijos, ellos mismos en virtud del voto están
obligados a mandarla y los hijos por obediencia a cumplirla.
b. Si la ciudad o la comunidad, p. e. la diócesis o la parroquia, hiciesen voto de guardar un
día de fiesta, o de abstinencia o de ayuno, en virtud del voto no quedan obligados más
que los que lo hicieron, o sea los que se adhirieron al Obispo o al Párroco que hicieron el
voto con la intención de obligarse, o los que con la misma intención hicieron el voto rato
hecho en nombre de los fieles. Los demás, especialmente los que se hicieron más tarde
miembros de esa comunidad, no quedan obligados por el voto de acuerdo con el canon
citado. Para esto, para que estén obligados también éstos a guardar el día de fiesta o el
1
) Canon 1310.
2
) Los jóvenes (y las jóvenes) que ya en su tierna edad eran entregados por sus padres a los monasterios
para su educación consagrados a Dios con anterioridad y que se llamaban oblatos, estaban obligados
ciertamente a abrazar la vida monástica por el voto de los padres; pero (desde el siglo XIII) los ingresados
después de la edad de la pubertad podían elegir el estado monástico o dejarlo por su voluntad. Véase
Kirchenlexikon2 en el término Oblati
167
ayuno, hace falta que la autoridad legítima dé la ley o el estatuto; y si se da por un
motivo religioso, hay que guardarla por ese motivo. Pero hay que notar, de acuerdo con
el derecho del Código1, que los Ordinarios de los lugares ya no pueden imponer a sus
diocesanos o a los lugares particulares a modo de hábito los días festivos ni los de ayuno
o abstinencia, sino sólo a modo de acto. Por lo tanto, tal ley o precepto no se puede dar
después del Código. Pero incluso con respecto a la época anterior raramente se
encontrará hoy la obligación porque los autores por todas partes decían que los obispos
ya no solían usar de este derecho2.
c. Si se tratase de una obra piadosa (p. e. una procesión) que los mayores hubiesen instituido
con voto y existiera una ley o precepto que se hubiera dado con certeza, los párrocos o
magistrados estarían obligados (no por voto, pero sí por estatuto) a procurar que se haga
la procesión, pero no estarían obligados cada uno de los ciudadanos 3.
d. En defecto de la ley o del precepto, la costumbre también podría producir la obligación;
pero para que esta clase de costumbre pueda tener fuerza de ley se requiere que empiece
con actos voluntarios o libres que se vayan observando tantos años cuantos son
necesarios para producir la costumbre (40 años). Luego el pueblo sabiendo que no está
obligado a estos actos debe observarlos para que pueda nacer la costumbre obligatoria, y
si juzgara erróneamente que estaba obligado por ley a hacerlos, y los hiciera por esta
razón, no se produciría la costumbre obligatoria4.
218. La obligación del voto disyuntivo, p. e. si recobro la salud, todos los sábados o ayunaré o daré limosna.
a. Si alguien hiciera un voto disyuntivo de una cosa buena o de una mala o vana o
imposible, el voto es nulo porque no se puede estar obligado igualmente a una cosa
buena que a una mala, p. e. si alguien hace este voto: o robaré, para hacerme rico, o
entraré en religión.
b. Si alguien hace voto disyuntivo de cosas buenas, el voto es válido y hay
que entender que el votante elige la opción; pero una vez elegida hay
que cumplirla, aunque después resulte imposible de cumplir la otra
parte.
c. Si antes de la elección del votante resulta imposible una parte por culpa
suya, se considera que ha elegido la otra; si no ha sido por su culpa, no
1
) Canon 1244 § 2.
2
) S. C. C. 18 de enero de 1936 (A AS XXIX, 343).
3
) Véase Vermeersch II. n. 206.
4
) Véase canon 28.
168
está obligado a nada porque él conservaba por voto la opción libre que
ahora se ha vuelto imposible.
d. Del mismo modo, si después de la elección resulta imposible la parte
elegida, por su culpa, es como si hubiese revocado su elección y está
obligado a sustituirla por la otra parte; si no ha tenido culpa, no está
obligado a nada.
1
) Canon 1310.
2
) Vermeersch II. n. 204. (En todo caso si el votante impone al heredero por testamento la carga del voto
real, el heredero lo debe cumplir por deber de justicia hacia el testador).
169
b. El voto que no se ha cumplido en el tiempo fijado cesa si este tiempo se
puso para limitar la obligación, p. e. el voto de ayunar en sábado en
honor de la Bienaventurada Virgen María. Pero si el tiempo se fijó para
apremiar el cumplimiento, el voto no cesa, sino que pasado el tiempo
fijado se debe cumplir cuanto antes.
Añadir al voto el tiempo de cumplirlo o de urgir su cumplimiento depende de la
intención del votante; pero si no consta esa intención, se considera que en los votos
personales el tiempo fijado es para marcar el fin del cumplimiento, y, en cambio, en los
votos reales el tiempo fijado es más bien para apremiar el cumplimiento, salvo que por
la naturaleza y el fin del voto se pueda establecer otra cosa, como p. e. cuando alguien
hace voto en acción de gracias de ayunar cierto día, o de ofrecer unas velas en
determinada solemnidad.
c. La dilación notable del voto sin justa causa en un asunto grave es
ciertamente un pecado grave si la cosa prometida se disminuye por la
dilación, p. e. en el voto de ingresar en religión porque el votante sustrae
una parte importante del obsequio prometido. Pero si la cosa prometida
no disminuye por la dilación, como en un voto de una peregrinación
piadosa, una dilación incluso notable y hecha sin causa justa, no parece
que exceda de pecado venial de negligencia porque la cosa prometida se
puede cumplir siempre íntegramente y la dilación no produce ningún
perjuicio a la religión. Sin embargo una dilación notable que exceda en
muchos años puede ser pecado grave a causa del peligro de olvido o de
futura impotencia para cumplir el voto.
San Alfonso (n.221) considera que la dilación que excede de seis meses para el ingreso
en religión puede ser notable; otros opinan que la dilación de dos o tres años todavía no
es grave; finalmente otros opinan que esto depende mucho de la edad del votante y que
por eso un joven de dieciséis años no peca gravemente si retrasa el ingreso tres o cuatro
años.
Artículo cuarto.
La obligación del voto puede cesar de cuatro maneras, además de por su cumplimiento:
a. por cese simple sin intervención de ninguna autoridad;
b. por irritación;
c. por dispensa; y
d. por conmutación interviniendo la autoridad humana3.
§ 1. El cese simple.
223. Por cese simple la obligación del voto termina en cuatro casos, que se enumeran por el Código4 de este
modo:
1
) Laymann l. 4. tr. 4. c. 2. n. 4.
2
) Canon 542, 1. Congregación de Religiosos, 7 de septiembre de 1909; 4 de enero de 1910.
3
) Canon 1311.
4
) Canon 1311.
171
1. Por el lapso del tiempo establecido para que termine la obligación, p. e. ayunaré en la vigilia de
la Inmaculada Concepción.
2. Por cambio sustancial (o notable) de la materia prometida, lo que ocurre:
a. Si la materia se hace física o moralmente imposible, aun con culpa del votante.
Así, el que hace voto de construir una capilla, no está obligado al voto si
inopinadamente cae en la indigencia; y el que habiendo hecho el voto de recibir la
eucaristía un día determinado rompe el ayuno a propósito ese día, ya no sigue obligado
por el principio general de que la trasgresión del voto no obliga a la compensación, sino
sólo a la penitencia1.
b. Si la materia se vuelve ilícita, inútil o impide un bien mayor.
Así no está obligado al voto el que promete a alguno dar limosna si sólo la emplea para
emborracharse; ni el que promete ayudar en una necesidad si después cesa ésta; ni el que
hace voto de peregrinar un día si no lo puede cumplir porque se encuentra atacado por
una enfermedad que estaba incubando mientras tanto.
c. Si cambian notablemente las circunstancias del votante o de la materia de tal modo que si
el votante hubiera previsto esa situación nueva, no habría hecho el voto, porque el voto
no obliga más allá de la intención del votante.
Luego todas las veces que no se pueda presumir la intención del votante en las
circunstancias determinadas sobrevenidas, el voto no obliga; pero sí obliga si ese cambio
se pudo prever de algún modo; de aquí que el voto de castidad valga aunque
sobrevengan fuertes tentaciones, porque quien hace voto de castidad promete superar
todas las dificultades que se le presenten contra ella. De la misma manera sigue valiendo
el voto de cuidar a los enfermos aunque aparezca un peligro de muerte por una
enfermedad contagiosa. Por el contrario, el que hace voto de peregrinar a Roma, y
después de hecho cae en la pobreza de manera que no puede pagar los gastos del tren, no
está obligado a ir a pie a Roma.
3. Por falta de la condición de la que depende el voto (n. 217).
4. Por falta de la causa final del voto, porque si cesa el fin, cesa el motivo de la obligación, porque
el votante no quiso obligarse más que para conseguir el fin que le decidió a hacer el voto. Por
eso el que hizo un voto de peregrinar para conseguir la salud de un hijo, no está obligado al
voto si ha muerto el hijo. Sin embargo, el voto no cesa porque hubiera cesado el fin
secundario, o causa impulsiva, porque el voto no depende de ella. Así, el que hizo voto de dar
limosna a Pedro, a quien creía pobre, para dar culto a un santo está obligado a darla a otro
pobre.
224. Declaraciones.
1. La irritación del voto en el sentido más amplio es la anulación del voto hecha por alguien de
quien el votante depende de algún modo. Esta dependencia puede ser en cuanto a la voluntad
del votante de modo que sin el consentimiento del superior no puede obligarse en firme, como
es el caso de los religiosos o de los impúberes; además puede depender en la materia del voto
que se encuentra bajo la potestad de dominio o de jurisdicción de otro, lo que ocurre con
cualquier superior.
El que está sometido a la potestad de otro no puede hacer votos firmes. Su voto es válido en
verdad, pero incluye siempre esta condición tácita: a no ser que el superior lo contradiga, por
lo que se dice que su voto no es firme, o que es irritable. Y si después el superior lo anula
realmente, su obligación cesa por lo mismo. Y si la materia del votante queda bajo la potestad
de otro, puede ser retirada de la potestad del votante y aunque por esta razón no se puede
anular el voto, sin embargo se puede impedir su ejecución.
2. Se distinguen dos clases de irritación, directa e indirecta. Directa y propiamente dicha es la
anulación del voto hecha por quien tiene potestad sobre la voluntad del votante; esta anulación
afecta al propio acto y lo resuelve de tal manera que no revive nunca más. Indirecta e
impropiamente dicha es la suspensión del voto hecha por quien tiene potestad sólo sobre la
materia del voto; esta irritación afecta a la cosa prometida cuya ofrenda suspende; por eso
1
) Véase Suárez l. c. l. 4. c. 15. n. 17++.
2
) C. A. Damen, De irritatione et suspensione votorum (Roma 1930).
172
sólo suspende la obligación del voto, obligación que luego puede revivir, y al mismo tiempo la
materia se sustrae a la potestad irritante.
3. Para irritar directamente los votos no hace falta potestad de jurisdicción, sino potestad
dominativa1, aunque sí íntegra y perfecta, de la cual dependa la voluntad del súbdito incluso
en las cosas espirituales de modo que no se puede obligar en firme y absolutamente ni siquiera
ante Dios.
De aquí se deduce:
a. que también las superioras de las monjas pueden irritar los votos de sus súbditas porque
disfrutan de potestad dominativa;
b. que el padre no puede ya irritar directamente los votos de sus hijos hechos después de la
pubertad, porque su potestad dominativa sobre ellos ya no es perfecta.
Hay quienes pueden juzgar que después del Código (canon 89) el padre puede irritar también
los votos de los hijos púberes menores de edad; pero no tienen razón: porque
a. el mismo canon 89 expone las cosas en las que el derecho declara exentos a los menores
de la patria potestad; y el derecho2 permite a los menores no sólo el ingreso en el
noviciado, sino también hacer votos temporales e incluso, más todavía, casarse en
matrimonio sin que el padre lo pueda impedir; luego supone que después de la pubertad
la educación en lo espiritual es tan perfecta que pueden hacer votos, y por tanto ya no es
íntegra la potestad del padre. Y en verdad ¿por qué no podría hacer voto de comunión
frecuente o de castidad el que según el derecho puede ir al matrimonio o hacer votos
sustanciales religiosos? Por otro lado, la patria potestad se conserva suficientemente
porque el padre puede suspender (irritar indirectamente) los votos que vayan en
perjuicio de lo familiar.
b. Antes del Código, el tiempo de pubertad estaba explícitamente estatuido como un término
ad quem [hacia el cual]3; pero ahora, según el canon 6, 4 en caso de duda no hay que
apartarse del derecho antiguo.
c. La Historia es testigo4 de que la Iglesia con todo esfuerzo impugnó la exageración de la
patria potestad del derecho romano que juzgaba inválido el matrimonio sin
consentimiento paterno de los menores de edad, exageración que consideraba contraria
al derecho natural; pero como hoy la instrucción después de la pubertad es más perfecta
que en aquel tiempo, la Iglesia no ha juzgado que haya que ampliar la patria potestad en
las cosas que ordenan al hombre hacia Dios. Finalmente sería ilusoria una reserva de
ciertos votos hechos después de los 18 años; aunque la dispensa y la irritación vengan de
una u otra fuente, sin embargo la reserva entre los 18 y los 21 años no tendría ningún
efecto si el padre pudiera irritar; el código debió más bien fijar los 21 años para la
reserva si quiso conceder la irritación al padre durante toda la minoría de edad.
4. Para irritar válidamente los votos, directa o indirectamente, no se requiere ninguna causa porque
los votos de los súbditos incluyen siempre esta condición: salvo que el superior se oponga;
para hacerlo lícitamente se requiere una causa justa, y basta cualquier causa razonable para
que el superior pueda irritar lícitamente los votos y el súbdito pedir la irritación 5.
225. ¿Quién puede irritar directamente los votos? El que tiene potestad dominativa perfecta sobre la
voluntad de otro puede irritar directamente todos sus votos, de modo que en ningún caso pueda revivir luego
la obligación. En particular:
1. Puede irritar directamente todos los votos privados de los religiosos emitidos después de la
profesión
a. el superior de los religiosos (desde el inmediato: el prior guardián, el rector hasta el
supremo);
b. el Sumo Pontífice, no en cuanto disfruta de la jurisdicción suprema en la Iglesia, sino en
cuanto es el prelado supremo de todas las órdenes religiosas;
c. el Obispo en las religiones no exentas, de las cuales es el prelado supremo;
1
) Véase Principios n. 127. Canon 1312.
2
) Canon 555 § 1, 1; 573; 1067.
3
) c. 2. C. XX, 9, 2; c. 15. C. XXII, 9, 5; c. 14. C. XXXII, 9, 2.
4
) Véase Ioyce, Die christl. Ehe [El matrimonio cristiano], pág. 117
5
) Canon 1312, 1.
173
d. las Superioras de las religiosas respecto a sus súbditas, porque por el voto de obediencia
el religioso somete totalmente su voluntad a su superior, y las monjas también prometen
obediencia a sus superioras1.
a. A la pregunta de si esta potestad es de derecho natural o de derecho eclesiástico
se responde de varias maneras. Parece que hay que decir que la profesión
religiosa con la promesa de obediencia es de derecho eclesiástico; entonces,
hecha la subordinación hacia el superior con el voto de obediencia nace por el
derecho natural la potestad de irritar los votos.
b. El Superior regular puede irritar todos los votos privados de los religiosos después
de la profesión, solemne o simple, incluso los meramente internos, aun sobre
una cosa preceptuada por otro lado. Pero se exceptúan
α. los votos sustanciales;
β. los votos anejos a los anteriores;
γ. los votos de pasar a otra religión más estricta.
c. Los votos de los novicios sólo pueden ser anulados indirectamente por el prelado
regular, porque la potestad de irritar directamente se funda en la profesión
religiosa. Por lo cual no se pueden irritar los votos de los novicios cuyo
cumplimiento no impide los ejercicios de la probación.
d. Los votos emitidos antes de la profesión religiosa se suspenden mientras el
votante permanezca en la religión. Luego no se extinguen por la profesión, sino
que después de salir de la religión vuelven a empezar a obligar 2.
226.
2. El padre puede irritar todos los votos de los hijos hechos antes de la pubertad.
a. Esta potestad se deriva del derecho natural porque la razón natural pide que los impúberes
a causa de la inmadurez de juicio y de la inconstancia de la voluntad se rijan por una
voluntad ajena y se eduquen además en las cosas espirituales, aunque ya hubieran
alcanzado el uso de razón. Pero la ley positiva perfecciona esta potestad en cuanto a la
determinación del momento, o sea la llegada a la pubertad, lo que sólo lo ha
determinado el derecho eclesiástico.
b. Esta potestad reside en el padre y en todos a los que por derecho compete la potestad
paterna, o sea a los tutores también. Hay quienes atribuyen a la madre también la misma
potestad cuando el padre o el tutor están ausentes o no se oponen.
c. Se pueden irritar todos los votos de los hijos hechos antes de la pubertad; incluso los
hechos a favor de tercero igual que los votos de los impúberes sobre cosas a cumplir
precisamente después de la pubertad; finalmente, también los votos confirmados
después de la pubertad, a no ser que se confirmen después con un nuevo voto,
independiente del primero. Pero los votos hechos por los hijos después de la pubertad a
lo sumo se pueden suspender.
227.
3. Se discute si el marido puede irritar los votos de la esposa hechos después del matrimonio; es
preferible la sentencia de los que mantienen que el marido no puede irritar los votos de la
esposa, estén hechos antes o después del matrimonio.
Los que mantienen la sentencia afirmativa usan
a. el argumento positivo sacado de Nm 30 2 – 17, donde se trata de la ley de irritación de los
votos; y Ef 5 24;
b. el argumento interno de que si la voluntad de la mujer depende plenamente y en todo del
marido3, esto conduce mucho a la paz familiar, a refrenar el ímpetu de las mujeres y a
fortalecer la debilidad de juicio de ellas.
Pero los que siguen la sentencia negativa dicen
a. esta potestad no nace del derecho natural porque sus adversarios exageran la debilidad de
juicio y la ligereza de la índole femenina, y no demuestran que es necesaria una sujeción
de la esposa tan completa que no se establece ni en la hija mayor de edad.
1
) Ballerini-Palmieri II. n. 674.
2
) Canon 1315.
3
) Santo Tomás II. II. q. 88. a. 8. ad 3.
174
b. No nace del derecho positivo, porque los textos de la Sagrada Escritura que se citan tienen
otra explicación: los textos del Antiguo Testamento hay que entenderlos referidos a la
ley especial abrogada hace ya tiempo, y los textos del Nuevo Testamento, por otro lado,
se refieren a todo lo que corresponde al recto gobierno de la casa 1.
c. La sujeción de la esposa al marido nace del contrato matrimonial, el cual no se extiende
más allá de los derechos del matrimonio por los cuales la mujer está sujeta al varón en el
uso del matrimonio, en la sociedad de vida, en la educación de la prole y en el gobierno
de la familia. Pero en las cosas espirituales está en su propio derecho igual que la hija
púber2.
228. ¿Quién puede suspender (irritar indirectamente) los votos? Todo superior que tenga potestad
dominativa o jurisdicción eclesiástica sobre la materia del voto puede suspender los votos de sus súbditos
que lesionen su propio derecho, porque por derecho natural no se puede hacer una promesa que vaya en
daño y perjuicio de otro. Y los votos pueden ser suspendidos ciertamente por el superior incluso si él mismo
hubiera dado permiso al votante o hubiera aprobado su voto siempre que no pretendiera expresamente ceder
de su derecho. Por eso
1. El marido puede suspender los votos de su esposa, incluso los hechos antes del matrimonio, que
lesionen su derecho respecto el cuerpo de su esposa, la cohabitación, el gobierno de la familia,
la administración de los bienes, como el voto de continencia, perpetua o temporal, el de
limosna abundante, etc.; pero no los votos que no van en perjuicio suyo, como el de oración
moderada.
La esposa puede suspender los votos del marido que lesionen sus derechos, como el voto de
continencia, el de dormir separadamente, etc.
2. El amo (ama) puede suspender los votos, personales o reales, de los criados, que vayan en
perjuicio de él, como el de una peregrinación muy larga, o un ayuno, con los que los criados
resulten incapaces para desempeñar el servicio del amo.
3. El padre puede suspender los votos de los hijos púberes no emancipados todavía que impidan la
libre administración de la familia o la obediencia debida al padre, como el voto de una
peregrinación al extranjero.
4. El superior religioso puede suspender los votos de los novicios que impidan los ejercicios de la
probación o vayan contra el derecho de la orden. Lo mismo hay que decir del superior de un
colegio, quien puede suspender los votos de sus alumnos que sean obstáculo para el derecho
de exigirles obediencia3.
5. El Sumo Pontífice puede suspender los votos de todos los fieles, y el Obispo los votos de todos
sus súbditos que perjudiquen sus propios derechos.
229. Declaraciones. La dispensa es la liberación de la obligación del voto hecha en nombre de Dios. La
dispensa afecta inmediatamente al efecto del voto o sea a la obligación.
a. Por el voto el hombre contrae ante Dios una obligación de la cual no le puede liberar sino
el que tiene potestad recibida de Dios para hacerlo; que la Iglesia ya tiene la potestad
para dispensar de los votos se deduce de la concesión general de desatar todos los
vínculos: todo lo que desatéis4; luego también del vínculo de la ley divina, o natural,
aunque su existencia dependa de la voluntad humana, como pasa en los votos y en los
juramentos5. La misma Iglesia usó siempre de esta potestad.
b. La dispensa se diferencia de la irritación:
α. porque para la dispensa hace falta potestad de jurisdicción, mientras que para la
irritación basta la potestad dominativa;
β. porque la dispensa se hace en nombre de Dios, y la irritación, en cambio, se hace
en nombre del propio irritante;
1
) Véase Kirchberg l. c. n. 123++.
2
) Lo confirma la Encíclica Casti connubii A. A. S. XXII (1930) 549.
3
) Ballerini-Palmieri II. n. 686.
4
) Mt 18 18.
5
) Véase Principios n. 183.
175
γ. porque para que la dispensa sea válida hace falta una causa justa y para la
irritación no;
δ.porque la dispensa afecta inmediatamente al efecto del voto, y la irritación afecta o
al acto del votante o a la materia del voto.
231.
2. Para dispensar válida y lícitamente hace falta y basta una causa medianamente grave, la cual
debe ser más grave cuanto más excelente sea el voto.
Según San Alfonso, causas justas de dispensa son las siguientes:
a. Un bien de la Iglesia o un bien común de la sociedad civil, o de la familia o del provecho
del votante.
b. Un peligro de quebranto por indisposición particular del votante o por la común fragilidad
humana.
c. Una gran dificultad, prevista o no, para cumplirlo.
d. Cuando el votante sufre grandes escrúpulos.
e. Cuando el voto se hubiera hecho temerariamente, o sea con demasiada facilidad o sin una
deliberación madura. Por esta razón los votos de los impúberes se pueden dispensar
totalmente sin conmutación sin más causa.
f. Cuando el voto se hubiera hecho por miedo nacido de una causa, externa o interna, porque
en este caso los votos se suelen hacer sin madurez, y por lo mismo se puede dispensar de
ellos sin conmutación2.
1
) Canon 1313.
2
) San Alfonso n. 252++.
3
) Canon 1313 “siempre que la dispensa no lesione el derecho adquirido de otro.”
176
principal. Sin embargo, no se puede dispensar si la promesa hecha al hombre es
principal y el voto secundario, o si ambos son igualmente principales 1.
c. Y si la promesa no es gratuita sino onerosa y mutua, como pasa con el voto y el juramento
de perseverancia que se hace en alguna congregaciones, no se puede dispensar sin
consentimiento de la congregación, aunque el voto se haga principalmente en honor de
Dios, pues el voto sigue la naturaleza del contrato al que va anejo, y el contrato no se
puede resolver sin el consentimiento mutuo.
En cuanto a las causas piadosas, el tercero que puede dar el consentimiento y al mismo
tiempo dispensar de los votos a favor de las causas piadosas es el mismo Sumo
Pontífice.
233. ¿Quién puede dispensar? La potestad ordinaria de dispensar la tienen únicamente los superiores
eclesiásticos con jurisdicción espiritual en el foro externo; los demás no pueden dispensar más que con
potestad delegada por los que la tienen ordinaria. Así pues, pueden dispensar:
1. El Sumo Pontífice en todos los votos de todos los fieles. Así pues puede dispensar:
a. no sólo del voto solemne de castidad anejo al orden sagrado, sino
b. también de la solemne profesión religiosa;
y de hecho ya lo ha hecho en ambos casos varias veces.
Sobre la práctica de la Iglesia en la dispensa de los votos solemnes hay que tener en cuenta:
a. Respecto el voto solemne de castidad:
α. Del subdiácono o del diácono habiendo una causa de bien común de la iglesia o
de la sociedad civil se dispensa con más frecuencia cuando se trata de contraer
matrimonio, pero con la condición de que se abstengan de todo ejercicio del
orden;
β. Pero no hay a la vista ningún caso de dispensa (públicamente) que se haya
concedido a un sacerdote para contraer matrimonio, aunque sí muchos ejemplos
de dispensa concedida a sacerdotes para convalidar un matrimonio contraído
inválidamente, pero habiéndole dejado sin poder ejercer ningún acto de las
órdenes que recibió. Así fueron dispensados los sacerdotes que habían atentado
matrimonio tanto en la época del cisma anglicano como en la época de la
Revolución Francesa.
b. Respecto los votos religiosos, el que deja la religión habiendo pedido el indulto de
secularización queda libre de todos los votos, incluso el de castidad; pero si ha sido
ordenado in sacris, la obligación de castidad aneja a estas órdenes (como otras más)
permanece firme2.
2. El Ordinario del lugar a todos sus súbditos, e incluso a los peregrinos, de los votos no
reservados.
3. El superior de una religión clerical exenta a los profesos, a los novicios y a los demás que
vivan día y noche en la casa religiosa por pertenecer al servicio, o por estar educándose, o
como hospedados, o por motivos de salud, de los votos no reservados.
a. El superior de una religión clerical no exenta no puede dispensar porque propiamente el
superior de los no exentos es el Obispo.
b. De los votos no reservados de los novicios hechos en el mundo o en el noviciado puede
dispensar lo mismo su propio Obispo que el superior regular; aquél porque los novicios
antes de la profesión todavía no están absolutamente exentos de la jurisdicción
episcopal, y éste porque disfruta de jurisdicción sobre ellos.
4. Los que tuvieran potestad delegada por la Sede Apostólica3.
Cualquier confesor que tenga privilegio de dispensar de votos y conmutarlos, lo puede hacer
incluso fuera de la confesión, salvo que en el documento de la delegación se restrinja la
potestad al foro de la penitencia, porque de suyo esta potestad pertenece al fuero externo y en
ningún sitio se prescribe de forma general que la dispensa haya de hacerse en la confesión.
1
) Vermeersch II. n. 211 cita a San Alfonso (l. 3. 255), Lehmkuhl I. 622.
2
) Canon 640 § 1, n. 2. Véase Decreto de la Sagrada Penitenciaría de 18 de abril de 1936, AAS XXVIII,
242: “Ley del sagrado celibato”... “si se trata de sacerdotes... nunca absolutamente sea dispensado de la
presente disciplina, ni aun en peligro de muerte.”
3
) Canon 1313.
177
234. Los votos reservados. Votos reservados al Sumo Pontífice son aquellos cuya dispensa sólo la puede
conceder la Sede Apostólica. Y son éstos:
1. Los votos públicos. Estos por su naturaleza son reservados a causa de su aceptación hecha en
nombre de la Iglesia por el superior legítimo.
2. De los votos privados, solamente dos, si se hubieran emitido absolutamente y después de
cumplidos 18 años, a saber:
a. El voto de castidad perpetua y perfecta, y
b. El voto de ingresar en una religión de votos solemnes1.
Como la reserva siendo odiosa es de interpretación estricta, los votos reservados deben ser
perfectos en todo caso:
a. Respecto la materia . Por eso no es reservado el voto de no casarse, el voto de virginidad,
el de no pecar contra la castidad, el de castidad conyugal, el de castidad temporal aunque
perfecta, el de recibir las órdenes sagradas, porque no es un voto de castidad sino un
voto de tomar estado, al cual va anejo el voto de castidad; igualmente no es reservado el
voto de ingresar en un instituto en el que sólo se hagan votos simples.
b. Respecto la edad. Sólo después de cumplidos 18 años.
c. Respecto la obligación. Por eso no es reservado el voto que obliga bajo pecado leve, ni el
voto condicionado bajo condición de futuro (ingresaré en religión si salgo incólume)
aunque la condición se llegue a cumplir; ni el voto disyuntivo de materia reservada y no
reservada (o de ayuno o de religión), ni el voto dudoso aunque sea reservado, sino sólo
si fuera cierto.
d. Respecto el motivo. Sólo si es por amor a la virtud, no por un provecho temporal.
e. Son reservados sólo respecto la sustancia, no respecto las circunstancias, así el que ha
hecho voto de ingresar en una religión más estricta puede ser dispensado por el obispo o
por quien tenga privilegio para hacerlo, para ingresar en otra religión que sea más suave.
236. Declaraciones.
1. La conmutación es la sustitución de una obra prometida por otra en su lugar y con la misma
obligación.
La dispensa difiere de la conmutación en que la dispensa quita la obligación del voto, y la
conmutación traspasa la obligación a otra materia.
2. Esta conmutación puede hacerse por otra obra mejor, igual o menor; además puede hacerse con
la propia autoridad o con la de la Iglesia.
Una obra mejor se dice que es la que aquí y ahora, considerado todo, es más grata a Dios; y se
considera que es más grato a Dios lo que según el tiempo, el lugar y la disposición del votante
es más congruente con su salvación. Así, el que promete dar limosna a un pobre determinado,
puede darla a otro más indigente siempre que el primero no hubiera aceptado la promesa.
CUESTIÓN CUARTA.
El juramento1.
Artículo primero.
239. Definición. El juramento que también se llama sacramento, se suele definir como la invocación del
nombre divino en testimonio de la verdad.
a. Invocación es una petición con la que se ruega a Dios que quiera, cuando le plazca, en
esta vida o en la otra, manifestar con su testimonio infalible la verdad de lo que se
asegura o se promete. El fin del juramento es la confirmación de la verdad con el
testimonio, que existe, firmísimo, es decir infalible, por lo que termina la controversia 2.
La invocación puede ser expresa o tácita, la cual se hace mediante meros signos
externos como son tocar el crucifijo o los evangelios o alzando los dedos en señal de
juramento. Del nombre divino porque el juramento sólo se puede prestar por Dios pues
se introdujo para confirmar la verdad con el testimonio mayor sin excepción, o sea
infalible, y sólo el testimonio de Dios es infalible.
b. El juramento supone fe en la existencia de Dios y temor de Dios; por tanto los juramentos
de los que reconocen a Dios omnisciente e infalible como los judíos, y los deístas son
verdaderos juramentos; pero los juramentos de los que no reconocen a Dios verdadero
como los panteístas, ateos, materialistas, etc., no tienen ningún valor; finalmente, los
juramentos de los gentiles que juran por los dioses falsos son nulos, aunque
accidentalmente por conciencia errónea pueden obligar.
c. El juramento, después de pronunciado, produce inmediatamente su efecto que es el de
confirmar la verdad ante los oyentes de lo que se afirma o se promete. Pues ellos
discurren así: si no fuera verdad, el que jura, que se supone que teme a Dios, no se
atrevería a invocar a Dios como testigo de su afirmación, porque Dios puede manifestar
inmediatamente, o por lo menos en la otra vida, si es verdad lo que se afirma o promete.
Nota.
1. Del fin peculiar del juramento y de su suma santidad hay que deducir:
a. Que no hay que pedir ni recibir un juramento salvo que se trate de un gran bien para la
comunidad o para una persona privada, para que el acto religioso no degenere en una
mera ceremonia, en detrimento del bien común.
b. Que no hay que pedirlo ni recibirlo de quienes se sabe que van a jurar en falso, ni de
quienes no admiten la existencia de Dios, como los ateos.
1
) Santo Tomás II. II. q. 89. San Alfonso l. 3. n. 133 – 193. Suárez, De religione tr. 5. Dicastillo, De
iuramento. Sporer-Bierbaum, Theologia moral. decalog. (Paderborn 1897) trat. 3. n. 7 – 172. Fr. Göpfert
Der Eid [El juramento] (Maguncia 1883). Bouquillon, De virtute religionis (Brujas 1880) parte III.
Ballerini-Palmieri Opus theol. morale3 II. n. 532 – 601. Merkelbach, I.8 n. 741 – 758.
2
) Hb 6 16. “Entre ellos el juramento es la garantía que pone fin a todo litigio”.
180
c. Que no hay que obligar a que juren quienes de buena fe rechazan como ilícitos los
juramentos según la doctrina de su secta y atribuyen la fuerza del juramento a una
simple afirmación y no piensan obrar contra su conciencia. Es evidente que a éstos hay
que cargarlos con las penas que afectan a los perjuros cuando conste que hubieran dado
a sabiendas datos falsos.
2. El juramento civil como lo llaman, es decir, el juramento en el que no se pretende ninguna
invocación a Dios, no es un juramento ni una afirmación que se hace “en el lugar del
juramento”.
240. Licitud.
1. Muchos, cada uno por distintas razones, desde los pelagianos hasta los jansenistas, niegan la
licitud del juramento1.
Por el fin propio del juramento consta que no hay que querer prestarlo por sí mismo sino que
es un medio de suplir algún defecto por el cual un hombre no cree a otro. Por lo que un
juramento no es lícito en forma absoluta sino sólo relativamente, a saber cuando pasa a ser
necesario o útil para su propio fin. En este caso es cierto de fe que el juramento revestido de
las condiciones debidas es lícito y honesto.
a. La Sagrada Escritura en el Antiguo Testamento
α. aprueba el juramento: A Yahvéh tu Dios temerás, a Él le servirás, por su nombre
jurarás2;
β. determina las condiciones del juramento lícito: Jurarías... con verdad, con
derecho y con justicia3;
γ. atribuye un juramento al mismo Señor Dios: Por mí mismo juro, oráculo de
Yahvéh, que por haber hecho esto... yo te colmaré de bendiciones 4.
b. Por los libros del Nuevo Testamento sabemos que San Pablo juró a menudo: Porque
Dios... me es testigo de cuán incesantemente me acuerdo de vosotros 5.
c. Por el uso y la práctica de la Iglesia consta que el juramento no sólo está permitido, sino
que hasta se prescribe6 muchas veces.
2. El juramento por su naturaleza es un acto de la virtud de la religión, pues por él reconocemos y
confesamos una doble perfección divina, a saber, su infalible omnisciencia y su veracidad, con
cuya confesión reverenciamos a Dios, y hacer a Dios reverencia es un acto de religión o sea un
acto de culto de latría.
3. De aquí resulta que las palabras de la Sagrada Escritura 7 con las que parece que se prohíbe a los
cristianos el juramento hay que entenderlas desde la interpretación de la Iglesia como no de
prohibición absoluta sino de prohibición para un estado de perfección cristiana.
Y sin duda con estas palabras se quiere decir que el juramento no por sí es bueno y hay que
tratar de prestarlo sino desde el mal (no se dice que es malo), pues su necesidad nace tanto de
la incredulidad del oyente como de la falta de veracidad del que habla. Y los cristianos tienen
que tener tanta perfección que hagan completamente superfluo el juramento y que a su simple
afirmación o negación se le pueda conceder la misma fe que al juramento 8.
Nota. Aunque de suyo se puede prestar juramento mediante procurador, el juramento que exigen
y admiten los cánones en el foro eclesiástico hay que prestarlo personalmente, sin que pueda
prestarse válidamente por procurador9.
1
) Véase Göpfert, Der Eid [El juramento] pág. 111++.
2
) Dt 6 13.
3
) Jr 4 2.
4
) Gn 22 16, 17. Véase Sal 131 11.
5
) Rm 1 9. Véase 2 Co 1 23. Ga 1 20.
6
) La Iglesia defendía la licitud del juramento contra los Valdenses (D 425), los Fraticellos (D 487), los
Wiclefitas y los Hussitas (D 662), Quesnel (D 1451). El Código de Derecho Canónico prescribe el
juramento p. e. en el canon 117, 3; en el 234; en el 425 § 2; en el 956 etc.
7
) Mt 5 33++. St 5 12.
8
) Véase Knabenbauer, en Matthaei c. 5. 33++, Cursus scripturae sacrae
9
) Canon 1316, 2.
181
241. División.
a. Por razón de la materia, el juramento se divide en asertorio, con el cual se invoca a Dios
como testigo de algo pasado o presente: juro que he dado limosna; juro que soy católico;
y en promisorio, con el cual, bajo la invocación a Dios, alguien se obliga a hacer u
omitir algo: juro que daré limosna.
Se llama promisorio porque generalmente se presta para confirmar una promesa hecha a
otro.
b. Por razón de la forma en invocatorio, con el cual se invoca a Dios sólo para dar
testimonio de la verdad; y en imprecatorio (execratorio), con el que se invoca a Dios
como testigo de la verdad y vindicador del perjurio, porque el que jura impreca males
para sí o los suyos si afirma en falso, o si no cumple aquello a lo que se obliga.
α. El juramento execratorio se suele hacer de dos maneras, o imprecando
directamente: Un rayo me caiga encima si no es verdad; o interponiendo algún
bien que se pueda perder si se jura en falso: por mi vida, por mi salud1.
β. La fórmula que se suele emplear en los juramentos, eclesiásticos o forenses: Así
Dios me ayude y estos santos Evangelios de Dios, es una fórmula de juramento
imprecatorio que se debe exponer de esta manera: si es verdad lo que juro, que
Dios me ayude, y si es falso que Dios no me preste su auxilio.
c. Por razón del término en explícito con el que se invoca a Dios inmediatamente como
testigo: Dios me es testigo2; y en implícito, con el que se invoca inmediatamente la
criatura que tiene una relación especial con Dios por relucir especialmente en ella los
atributos divinos: Pongo hoy por testigos... al cielo y a la tierra 3; pues el que jura por los
santos, por el cielo y por la tierra invoca a Dios que brilla en ellos.
d. Por razón de los signos en verbal, si se utilizan palabras; y real si se utilizan otros signos,
como levantar los dedos o señalar con ellos.
e. Por razón del modo en solemne, que se hace con cierta solemnidad externa p. e. ante el
crucifijo, con velas encendidas, ante testigos, tocando los Evangelios, levantando los
primeros dedos etc., y en simple, que se hace sin solemnidad externa.
Todos estos distintos juramentos son de la misma especie moral porque todos coinciden
en la característica formal del juramento que es la invocación del nombre divino, y los
diversos modos de invocarlo, que los diferencian entre sí, son accidentales y por tanto
no cambian su naturaleza específica.
Artículo segundo.
1
) Suárez l. 1. c. 12. n. 9.
2
) Rm 1 9.
3
) Dt 30 19.
182
a. El valor del juramento depende en conciencia de la intención del que jura, hasta el punto
de que jura verdaderamente el que tiene ánimo de jurar, aunque la fórmula que use sea
menos apta, y que, en cambio, ciertamente no jura quien no tiene ánimo de hacerlo
cualesquiera que sean las palabras o signos que emplee. En caso de duda sobre al
intención del que jura, hay que dar al juramento el valor que se deduzca de las palabras
empleadas según su acepción común; luego si las palabras empleadas son aptas para
jurar según el uso común, hay que pensar que verdaderamente ha habido juramento; en
caso contrario hay que presumir que no lo ha habido; y si las palabras son ambiguas
también se considera que no ha habido juramento.
b. Tiene intención virtual de jurar el que emplea palabras aptas para jurar en la forma usual,
aunque expresamente no piense en invocar el testimonio divino. Pero si el que pronuncia
las palabras aptas para jurar no se da cuenta realmente, por ignorancia o por falta de
consideración, que se trata de un juramento, ni siquiera implícitamente, no presta ningún
juramento.
2. Se requiere fórmula apta para jurar, con la cual se invoque a Dios por testigo. Pues aunque el
juramento interno, concebido sólo en la mente, sea un verdadero juramento 1 absolutamente
hablando, como por su propio fin se emplea a favor de otros, debe manifestarse a éstos con
algún signo externo.
243. Las fórmulas del juramento. De las fórmulas para jurar, unas son ciertamente aptas, otras dudosas y
otras ciertamente ineptas.
a. Fórmulas del juramento explícito son p. e. pongo a Dios por testigo, juro por Dios, por
Cristo, por la verdad de Dios, castígueme Dios si, etc.; también basta simplemente la
palabra juro si consta la intención de jurar; lo cual se presume si se pide la
pronunciación de la palabra juro para jurar verdaderamente; sin embargo no presta
juramento no habiendo puesto la intención de jurar el que usa estas palabras: juro que es
así, porque no invoca el testimonio de Dios. Pues aunque juro signifique invoco a Dios
como testigo, los que usan nada más esta palabra, si no están advertidos sobre el
juramento no prestan atención a su sentido pleno. Vive Dios que es así es un juramento
porque se añade la vida de Dios en testimonio de la verdad.
b. Fórmulas del juramento implícito son: juro por la bienaventurada Virgen, por el crucifijo,
por los santos evangelios, por el altar, por los sacramentos, por la fe católica, por la
Iglesia, por los santos, por el templo, por mi alma, por el cielo, etc. porque se considera
que el que jura así invoca al autor o señor de estas cosas. Sin embargo, en la práctica los
que dicen con frecuencia: por Dios, por mi alma, etc. no piensan en Dios; por eso, por
defecto de intención esas fórmulas no suelen encerrar un juramento.
c. Fórmulas de juramento dudosas son: por este juramento mío, juro por mi conciencia, a fe
mía, vive Dios, Dios es verdad, sabe Dios, hablo delante de Dios, etc. Estas palabras y
otras de este tipo son verdaderos juramentos si hay intención de jurar o si se exigen en el
foro como palabras aptas para jurar; pero si no consta la intención de jurar se considera
que se dicen de forma enunciativa nada más para lograr mayor confianza, pero no a
modo de invocación del testimonio divino. Por eso, si en una conversación corriente se
dice. Te juro que lo haré, te juro que lo hago, esto en general no es jurar, sino querer
asegurar con mucha seriedad.
d. Fórmulas de juramento ineptas son: verdaderamente, ciertamente, en verdad, tan cierto
es, es tan cierto como que yo existo, como que estoy aquí, como luce el sol, etc., ni
tampoco: que me muera, que me corten las orejas, que me lleve el diablo, si esto no es
verdad, porque éstas, como la confirmación exagerada de la verdad, no encierran un
verdadero juramento porque falta la invocación del testimonio divino, y por eso, si es
falso los que se dice se comete una mentira venial nada más. Sin embargo, si la fórmula
encierra una pena a infligir por Dios, como en que me fulmine un rayo, si no es verdad,
puede haber con más facilidad una fórmula ciertamente apta.
e. Cuando se pide a los sacerdotes, y la dan, una afirmación o promesa por su consagración:
por mi honor y fidelidad sacerdotales, no se trata de un juramento verdadero, sino de
una afirmación mayor y más segura de la verdad, como sin duda conviene que afirme o
1
) Suárez, l. 1. c. 1. n. 4.
183
prometa el sacerdote. Lo mismo hay que decir de la fórmula que suelen emplear los
príncipes: Por mi honor y lealtad de príncipe.
f. Las fórmulas con las que se compara la verdad de la afirmación con las verdades de la fe:
Es tan verdad como que hay Dios, o como que Cristo está en el venerable sacramento, o
como que el evangelio es verdadero; soy tan inocente como la Bienaventurada Virgen ,
según algunos, parece que contienen un juramento junto a una blasfemia; sin embargo
ninguna de las dos cosas, ni juramento porque no se invoca a nadie como testimonio, ni
blasfemia siempre que lo que se afirma sea verdadero porque el que lo dice no intenta la
igualdad sino la semejanza nada más entre la certeza de lo que asegura y la certeza de la
verdad revelada. Por tanto el que habla de esa manera peca venialmente por la
invocación vana del nombre divino, si es verdad lo que está diciendo; pero si fuera falso
cometería objetivamente una blasfemia porque compara su frase mentirosa con la frase o
la existencia divina de forma contumeliosa.
244. Las condiciones del juramento lícito son tres según Jr 4 2: “Jurarías : ‘¡Por vida de Yahvéh!’ con
verdad, con derecho y con justicia” porque faltando una cualquiera de estas tres condiciones, el juramento
carece de la reverencia debida a Dios1.
1. La verdad del juramento exige que la mentira se excluya del juramento; así pues, en el
juramento asertorio exige que lo que se asegura se tenga por tal como se asegura o al menos
así se crea y, en cambio, en el juramento promisorio que el que jura tenga voluntad de cumplir
lo que promete.
a. No es lícito jurar con un conocimiento sólo probable de lo que se jura, porque se requiere
un conocimiento cierto de ello, aunque basta ese conocimiento moral que se tiene
cuando no hay una duda prudente y razonable. Cuando se trata de jurar un hecho ajeno
que se conoce por lo que dice de él una persona fidedigna, ciertamente es lícito hacerlo
fuera de un juicio porque el conocimiento que se tiene es moralmente cierto, pero no en
un juicio salvo que se haya conocido por propia experiencia, porque el juramento en un
juicio se entiende que es de la ciencia propia, a no ser que se diga otra cosa
expresamente.
b. Luego el que jura con duda sobre la verdad peca gravemente porque quiere que Dios lo
atestigüe sea verdadero o sea falso. – Y el que jura en un juicio algo ciertamente
verdadero y ciertamente conocido, pero de lo que no tiene conocimiento experimental,
comete perjurio. – El que presta juramento promisorio sin ánimo de cumplir la cosa
prometida, así como el que duda de si lo hará y, finalmente el que piensa que la cosa
prometida será imposible moralmente para él, jura en falso.
c. Posibilidad de jurar lícitamente con restricción mental.
α. Jurar con restricción puramente mental es perjurio.
β. Jurar con restricción mental lata ante quienes tienen derecho a conocer la verdad
íntegra es pecado mortal.
γ. Jurar sin causa justa con restricción mental lata ante quienes no tienen derecho a
conocer la verdad íntegra es pecado venial.
δ. En cambio, jurar como en el caso anterior, pero con una causa justa es lícito,
porque al ser verdadera la afirmación, no se invoca a Dios en testimonio de una
falsedad. Sin embargo se requiere una causa más importante para la restricción
mental cuando se presta juramento que cuando no se presta 2.
2. La Justicia en el juramento asertorio está en que el que jura lo que dice lo puede comunicar a
otros lícitamente, pero en el juramento promisorio está en que la cosa prometida sea lícita y
honesta.
Así, jura contra la justicia (en el juramento asertorio) el que revela en el juramento sin justa
causa el crimen oculto hecho por otro; igualmente el que se jacta en el juramento del duelo
cometido. Jura contra la justicia (en el juramento promisorio) el que se obliga en el juramento
a decir una mentira, o a entrar en duelo, o a inferir un daño a otro.
1
) Canon 1316.
2
) Véase San Alfonso l. 3. n. 151. – Inocencio XI condenó las proposiciones 26 y 28 sobre el juramento
puramente mental (D 1176 y 1178).
184
3. El juicio o la discreción en el juramento exige dos cosas, primero que haya una causa justa para
jurar, y segundo que el propio juramento se preste con la reverencia externa e interna que
conviene a la divina majestad.
Se considera justa cualquier causa de necesidad o de gran utilidad p. e. “para corroborar los
contratos humanos” (D 623), “por mandato del juez” (D 663), “en las curias eclesiásticas se
exigen... en general para todo acto curial” (D 1575).
Artículo tercero.
El juramento promisorio.
245. Definición.
1.El juramento promisorio es el acto con el que alguien se obliga bajo la invocación del nombre
divino a hacer u omitir algo.
a. Así pues, con el juramento promisorio se comprometen dos cosas:
α. La verdad de la afirmación presente, es decir que quien jura tiene voluntad de
cumplir la obra prometida, y
β. La verdad del cumplimiento futuro, es decir que la obra prometida se hará
realmente, y se invoca a Dios a favor de ambas verdades como testigo de la
primera y como fiador de la segunda.
En cuanto el juramento promisorio se refiere a la voluntad presente de hacer la cosa
prometida, es asertorio; pero en cuanto se refiere al cumplimiento futuro es
exclusivamente promisorio. Aquí lo trataremos bajo este aspecto.
b. En el juramento promisorio no se pone a Dios como testigo del cumplimento futuro,
porque un testimonio sólo se puede aportar sobre verdades pretéritas o presentes; luego
lo que se puede decir es que atestigua la verdad de la obligación contraída. Para
confirmar la promesa en cuanto a su futuro cumplimiento se suele llevar a un fiador,
pero a Dios no se le puede llamar propiamente tal porque no asume la carga de cumplir
en defecto del que ha hecho la promesa; por lo cual ese aval en cuanto a Dios no
significa más que la mayor firmeza que Él da con su autoridad a la promesa hecha ante
Él, en cuanto el que hace esa promesa con juramento toma sobre sí la obligación de
cumplirla1 por reverencia a Dios, y por tanto, por la virtud de la religión.
2. Se distinguen dos clases de juramento promisorio, simple y confirmatorio, según que la cosa
que alguien se obliga a hacer u omitir sea un mero propósito o una promesa hecha a otro.
En el primer caso se tiene el propósito jurado: juro que voy a ayunar; en el segundo, el
juramento promisorio o confirma la promesa hecha a Dios y es el voto jurado: juro que he de
guardar el ayuno prometido a Dios, o confirma la promesa hecha a un hombre y aceptada por
éste, y es el pacto jurado: juro que he de cumplir los esponsales pactados, o confirma
finalmente ambas cosas, la promesa hecha.
a. Luego quien falta a un juramento simple comete un pecado sólo contra la religión, y el
que falta a un voto jurado comete dos pecados contra la religión, a saber contra la
fidelidad por la lesión al voto y contra la reverencia debida a Dios por la lesión al
juramento; el que falta a un pacto jurado comete dos pecados, uno contra la fidelidad o
justicia, el otro contra la religión.
b. La obligación del juramento que va unida y añadida a la promesa hecha al hombre es
absolutamente personal, y por eso afecta sólo al que ha jurado y no pasa a los
herederos.
1
) Véase Suárez l. 3. c. 16. n. 10++.
2
) Canon 1317, 1.
185
c. Los teólogos se preguntan cuál de las dos obligaciones es mayor, si la del voto o la del
juramento. La cuestión debe entenderse haciendo la comparación entre el voto y el
juramento promisorio, no el asertorio. Parece que a la cuestión así planteada hay que
responder que la obligación del voto es mayor que la del juramento, porque el voto
obliga por fidelidad a Dios, pero el juramento promisorio, en cuanto juramento, no
obliga propiamente por fidelidad sino por la reverencia debida a Dios, pues en el
juramento no se promete nada a Dios sino que se le invoca para que con su autoridad dé
una firmeza especial al propósito o a la promesa hecha a otro. Por lo cual la trasgresión
del juramento promisorio no es pecado contra la fidelidad, sino contra la reverencia
debida a Dios1.
2. El juramento promisorio, haya sido hecha la promesa a Dios o a un hombre, obliga bajo pecado
grave o leve según que la cosa prometida sea grave o leve, porque siendo la obligación del
juramento menor que la del voto y obligando el voto sólo levemente en materia leve, lo mismo
el juramento sólo obliga levemente en materia leve.
Luego el juramento no cumplido es pecado grave o leve según sea la materia; por tanto el que
no cumple la cosa leve que prometió en el juramento, o no cumple una parte pequeña de la
materia grave prometida, peca venialmente. Hay quienes dicen que el juramento promisorio
obliga siempre gravemente porque en el juramento promisorio se pone a Dios como testigo del
futuro cumplimiento, pero a Dios sólo se le pone como testigo de la obligación contraída hasta
el punto de que quien jura no la puede violar intencionadamente sin cometer una irreverencia
contra Dios. Y esta irreverencia es grave o leve según la materia.
3. El juramento promisorio de una cosa ilícita o inútil no produce ninguna obligación, pues el
juramento, que se añade al acto para dar culto a Dios, no puede obligar a un acto que no se
dirige al culto a Dios, sino, al contrario, a una ofensa a Dios 2.
a. Si la cosa resulta después ilícita o inútil, el juramento no revive, porque no se confirma a
lo largo del tiempo lo que por derecho no existe desde el principio.
b. Si el juramento es sobre una cosa ciertamente honesta, pero menos buena, hay que
distinguir entre la promesa hecha sólo a Dios y la hecha a favor de tercero; si lo primero,
el juramento no obliga porque no mira al culto a Dios hacer una obra aunque sea buena
pero que impide otra obra mejor; si lo segundo, obliga siempre que la promesa haya sido
aceptada por el tercero porque hay que mantener su derecho adquirido. Por eso el clérigo
que ha jurado que irá a trabajar a una iglesia está obligado por el juramento, salvo que
obtuviera dispensa, aunque aquello le impidiera entrar en Religión.
4. El juramento sacado con abuso por la fuerza o por miedo grave, es válido, pero el superior
eclesiástico lo puede relajar3.
Muchos dicen que el voto sacado con abuso por miedo injusto es inválido por derecho natural
porque en el voto se requiere la aceptación por parte de Dios, la cual no puede haber cuando el
votante ha sufrido una injuria. Pero el juramento, al no ser un contrato con Dios, sino una
mera invocación a Él, no requiere su aceptación, y, por consiguiente no tiene la misma
valoración.
Luego quien ha jurado por un miedo injusto (si es que no juró fingidamente), prestó un
juramento válido.
Sin embargo el que pasó miedo puede pedir la relajación del cumplimiento antes de haberlo
ejecutado, pero si lo cumplió puede compensarse ocultamente una vez obtenida la dispensa.
5 El juramento prestado, ni con engaño ni con fuerza, con el que alguien renuncia a un bien
privado o a un favor concedido por la ley a él mismo hay que guardarlo cuantas veces no vaya
en menoscabo de la salvación eterna4.
247. La interpretación del juramento promisorio. El juramento promisorio en el foro de la conciencia
hay que interpretarlo según el pensamiento del que jura, porque de su intención depende la obligación que
se impone al jurar. Y si no consta la intención del que jura, hay que interpretarla según las reglas siguientes:
1
) Suárez l. 2. c. 3. n. 7.
2
) Esto el canon 1318, 2 lo ha resuelto así: Si al acto que va directamente en daño de terceros o en perjuicio
del bien público o de la eterna salvación, se añade el juramento, no se consigue ninguna firmeza para ese
acto.
3
) Canon 1317, 2.
4
) Canon 1317, 3.
186
1. El juramento hay que interpretarlo estrictamente según el derecho, o, si el que jura obra con
engaño, según la intención de aquél a quien se jura 1. Pues las cosas odiosas hay que
restringirlas, y se deduce que el juramento es verdaderamente odioso por la grave obligación
que produce y por el peligro de violación. Además se considera que el que jura habría querido
obligarse todo lo menos posible.
2. El juramento promisorio sigue la naturaleza y las condiciones del acto al que se añade2
(propósito, promesa, contrato), porque el juramento ni cambia la naturaleza ni aumenta la
obligación del acto, sino que superpone al acto una obligación de religión. Y sin duda al ser el
acto lo principal y el juramento lo accesorio, vale el principio: Lo accesorio sigue la
naturaleza de lo principal.
a. Luego
α. El juramento añadido a un acto inválido por derecho natural p. e. una promesa
sacada con extorsión (sustancial) es inválido.
β. Como toda promesa encierra esta condición tácita: salvo que se perdone, también
la tiene el juramento, y por lo tanto cesa al cesar la promesa.
γ. La promesa confirmada por un juramento no obliga si no ha sido aceptada.
δ. El juramento confirmatorio de un voto sigue las condiciones de éste.
b. El juramento añadido a un contrato rescindible no lo hace irrescindible; únicamente
ocurre que por religión obliga a guardar el contrato. El juramento de no revocar un
testamento, no lo hace irrevocable hasta el punto de que la revocación fuera inválida e
injusta; lo único que hace es obligar por religión a no revocarlo.
c. El que ha jurado que guardará los estatutos de alguna congregación, colegio, ministerio,
etc., no queda obligado a guardarlos más que por la razón por la que de suyo obliguen
esos estatutos. Por eso
α. No está obligado a guardar los que cayeron en desuso y ya no los guarda la mayor
parte de la comunidad.
β. Los estatutos que de suyo obligan sólo bajo pecado leve o sólo bajo pena o por
conveniencia, no deben observarse de otra manera a causa del juramento.
γ. Si falta a los que obligan bajo pecado grave o leve, comete además un pecado
grave o leve contra la religión3.
d. El juramento de guardar secreto no obliga cuando cesa la obligación de ese secreto, pero
la lesión del secreto que obliga en conciencia será pecado grave o leve contra la religión,
según que el mismo secreto obligue grave o levemente porque la obligación del
juramento sigue a la del secreto4.
e. Los juramentos de los padres de castigar a los hijos no son generalmente verdaderos
juramentos porque no lo hacen con intención de jurar sino de impresionar, nada más, a
los hijos. Y si fueran verdaderos (propósitos jurados) se deben encargar ejecutar, salvo
que cese su obligación, y ésta cesa si la ejecución del propósito llegara a no ser
razonable, como en el caso de que el castigo no corrigiera al hijo, sino que lo
exacerbara, porque el juramento es accesorio al propósito, y si éste cesa, también cesa
aquél.
3. El juramento promisorio hay que interpretarlo según las condiciones que se sobreentienden en
toda promesa; las condiciones de ese tipo son:
a. si podré tanto física como moralmente;
b. salvo el derecho del superior que por justa causa puede irritar la obligación o dispensar de
ella;
c. si la cosa no hubiera cambiado notablemente, pues en este caso esa no era la intención
del que ha hecho la promesa;
1
) Canon 1321.
2
) Canon 1318.
3
) San Alfonso n. 181.
4
) San Alfonso n. 183.
187
a. Si el juramento se hace por ejercicio de la mortificación y de la perfección religiosa, el
que jura está obligado a abstenerse de todo juego.
b. Si el juramento de no jugar se hace en general sin intención de una perfección mayor, el
que lo hace no está obligado a abstenerse del juego honesto y lícito, pues el fin de este
juramento se considera que es no pasar inútilmente el tiempo ni malgastar el dinero.
c. No obra contra el juramento de no jugar el que asiste al juego de otros, los observa, presta
dinero a alguno para que lo juegue y le ayuda con su consejo, porque del que hace esto
no se dice que juega.
248. El juramento de fidelidad. Con este nombre se designa el juramento de obediencia y fidelidad que la
autoridad política suele pedir a sus súbditos, aunque no a todos, sino a los magistrados, militares y primeros
funcionarios de la nación.
Hoy hay que atender a si se exige un verdadero juramento o sólo una confirmación civil (véase n. 239, nota
2).
a. Este juramento (supuesto un gobierno legítimo) es honesto y lícito de suyo, salvo que
contenga algo que vaya contra Dios y la Iglesia, pues como los súbditos están obligados
a obedecer a las leyes válidas de la potestad política, este juramento se puede exigir a los
súbditos y estos prestarlo.
b. Es evidente que no es lícito prestar juramento de obediencia a las leyes que son contrarias
a los derechos de Dios y a los de la Iglesia 1; sin embargo, con causa suficiente es lícito
prestar juramento de obediencia, aunque algunas leyes sean contrarias a las leyes
divinas, con esta doble condición:
α. Que se añada la cláusula: dejando a salvo las leyes de Dios y las de la Iglesia.
β. Si fuera necesario para prevenir el escándalo, que se declare que la Santa Sede lo
permitió añadiendo la cláusula mencionada2.
No es necesario que se exprese una cláusula o que se haga mención de la licitud del
juramento si se conoce públicamente p, e. por una declaración de principios de que el
juramento ha de ser tomado en este sentido, o si consideradas las circunstancias no hay
que temer el escándalo porque p. e. dada la calidad de la persona ya se entiende que el
juramento no se emite en otro sentido.
c. A los eclesiásticos se les puede exigir este juramento y ellos lo pueden prestar si (como
suele ocurrir por los Concordatos) consiente el Sumo Pontífice, o cuando no hay
Concordato al menos lo cohonesta la costumbre 3. Por esta razón suelen jurar los Obispos
ante el Jefe del Estado antes de gobernar su Iglesia.
d. Los que prestan este juramento se obligan sólo a que quieran someterse a las leyes y a no
moverse contra la autoridad legítima y si son funcionarios públicos a cumplir su
obligación de acuerdo con las leyes, pero no a querer observar cada uno de los
mandamientos de las leyes por religión; y si son militares el juramento contiene también
la fidelidad en el servicio no obstante el peligro de muerte.
1
) Enc. Per la “Azione Cattolica", de 29 de junio de 1931. AAS XXIII, 306.
2
) Sagrada Penitenciaría, 10 de diciembre de 1860.
3
) Véase p. e. el Concordato alemán de 1933 art. 16 (AAS XXV, 399).
4
) Canon 1319.
5
) Suárez, l. 2. c. 39. n. 1++.
188
b. Lo mismo que la autoridad eclesiástica, también la autoridad civil puede relajar la
obligación del juramento sobre aquellas cosas que están bajo su potestad. Porque por lo
mismo que la autoridad civil libera de la obligación nacida de su derecho adquirido,
también extingue indirectamente la obligación nacida del juramento, pues lo accesorio
sigue a lo principal.
2. La dispensa, la irritación, la conmutación.
a. Los que pueden dispensar, irritar o conmutar los votos, lo mismo y por la misma razón
pueden hacerlo con el juramento promisorio.
b. Si la dispensa del juramento fuese en perjuicio de tercero, el cual no quisiera liberar de la
obligación, la Sede Apostólica es la única que puede dispensar a causa de la necesidad o
de la utilidad de la Iglesia1.
c. No sólo el que tiene la potestad ordinaria sino también quien tiene la potestad delegada de
dispensar votos, puede también dispensar de los juramentos, estén o no anejos al voto.
α. Muchos enseñan que quien tiene la potestad delegada de dispensar de los votos,
puede dispensar también de los votos jurados, en los que aparece el doble
vínculo del voto y del juramento2.
β. El que puede dispensar de los votos puede dispensar también de los juramentos
que tratan de la materia de los votos reservados si no se añade el voto porque los
juramentos no son reservados. Pero si el voto reservado está confirmado con un
juramento no puede dispensar nadie más que quien puede hacerlo de los votos
reservados.
Artículo cuarto.
El perjurio.
250. La palabra perjurio se toma en dos sentidos: estricta y propiamente significa juramento falso o carente
de verdad; en sentido amplio significa cualquier juramento ilícito, hasta el punto de que también se llaman
perjurio el juramento inicuo que es el que carece de justicia y el juramento incauto que carece de juicio.
Diremos la malicia de cada uno.
Luego el perjurio es propiamente:
a. un juramento asertorio sobre una cosa falsa, y cuya falsedad conoce el que lo presta:
b. un juramento promisorio sin intención de cumplir la cosa prometida, o con intención de
no cumplirla. Pero si alguien no cumple verdaderamente una cosa que antes había
prometido con un juramento serio, no comete propiamente perjurio, sino
quebrantamiento del juramento, aunque a éste también se le suela llamar perjurio.
1. El perjurio tomado en sentido estricto.
a. El perjurio o juramento en falso es pecado siempre grave, porque injuria directamente a la
veracidad de Dios el que pide que Dios, con su autoridad suprema, esté de acuerdo en
algo que es falso, injuria que sigue siendo grave aunque se invoque a Dios para una
falsedad ligerísima porque siempre se supone de forma contumeliosa que Dios puede
engañar o ser engañado3.
b. Todos los perjurios son de la misma especie moral, porque de la misma manera que los
distintos juramentos no difieren específicamente, sus quebrantos también son de la
misma especie moral.
Aunque el perjurio execratorio puede parecer un pecado doble, contra la religión y
contra la caridad, realmente es un pecado simple contra la religión, pues de nadie se
puede pensar en serio que impreque un mal contra sí mismo o lo suyo, por eso el que
1
) Canon 1320.
2
) Véase Suárez, De voto l. 6. c. 14. n. 6. Génicot, Inst. Theol. Mor. I. n. 307. Ballerini-Palmieri II. n. 595+
+.
3
) Por eso Inocencio XI condenó la proposición 24: Llamar a Dios por testigo de una mentira leve, no es
tan grande irreverencia que quiera o pueda condenar por ella al hombre. (D 1174)
189
profiere palabras execratorias confía interiormente que Dios no lo irá a cumplir. Con
estas palabras, sin embargo, no se niega que el perjurio execratorio sea un pecado doble,
contra la religión o contra la caridad consigo mismo o la piedad si el perjurio pretende
de verdad imprecar un mal contra uno mismo o contra lo suyo.
c. El incumplimiento del juramento promisorio es (lo mismo que el voto) pecado leve en
materia leve, y grave o leve (según la intención del que jura) en materia grave.
251.
2. El perjurio tomado en sentido amplio.
a. El juramento asertorio, que carece de justicia, en cuanto es juramento o sea en cuanto se
opone a la religión, es pecado venial, aunque sea pecado grave contra la caridad o la
justicia, como ocurre cuando alguien confirma con juramento una detracción grave, pues
con este perjurio no se comete una grave irreverencia, porque no se invoca a Dios en
testimonio de una cosa falsa sino de una cosa verdadera aunque afirmada ilícitamente
b. El juramento promisorio que carece de justicia, con el que alguien se obliga a una cosa
gravemente mala es pecado grave, y si la cosa es levemente mala, pecado leve, y si es
indiferente o inútil, también es pecado leve.
Luego en esta clase de juramentos (supuesta la voluntad de cumplirlos) se encierran dos
pecados, uno porque el que jura (que va a batirse en un duelo, p. e.) quiere una cosa
mala, y otro de irreverencia porque se obliga a pecar habiendo interpuesto en ello la
autoridad divina.
c. El juramento, sea asertorio o promisorio, que carece de juicio, o sea que no tiene
suficiente causa o no tiene la reverencia debida, no excede de pecado venial, pues la
irreverencia no parece que sea grave porque no hace nada que vaya directamente contra
algún atributo divino.
α. Hay que advertir seriamente a los fieles que no contraigan la costumbre de jurar
temerariamente ante la menor duda que surja a lo que digan, ni tampoco la de
confirmar sus promesas indiscriminadamente con un juramento, pues el que la
contrae y la retiene se expone al peligro de jurar sin darse cuenta de lo que jura y
a cometer así muchos perjurios.
β. El juramento proferido por la costumbre de jurar, si es voluntario, de suyo sólo es
pecado leve porque es un juramento que carece de juicio; pero por razón del
peligro que encierra de cometer un perjurio puede ser pecado grave. Por tanto
hay que avisar a los fieles de la obligación de quitarse la mala costumbre de
jurar, como se ha dicho antes sobre la blasfemia.
252. El juramento fingido. El juramento fingido es un juramento prestado sólo exteriormente sin ánimo de
jurar o sin ánimo de invocar a Dios como testigo de lo que se dice. Sobre esta clase de juramento hay que
decir dos cosas:
a. si produce alguna obligación;
b. clase de pecado que es.
1. El juramento fingido, sea asertorio o sea promisorio, es un juramento nulo y, por tanto, no
produce ninguna obligación por la virtud de religión, aunque de todos modos puede haber
obligación de mantener indemne al que haya sido engañado con el juramento fingido.
2.
a. El juramento fingido que se presta en confirmación de algo falso es pecado grave
siempre1 porque es una grave irreverencia, aunque sea sólo exteriormente, invocar a
Dios en testimonio de algo falso, como también lo es quemar incienso sólo
exteriormente a un ídolo.
Se presta juramento asertorio en confirmación de algo falso cuando el que jura invoca a
Dios exteriormente en testimonio de la afirmación falsa, y juramento promisorio cuando
se jura exteriormente sin ánimo de cumplir.
b. El juramento fingido que se presta en confirmación de algo verdadero no excede de
pecado venial, pues aunque esta clase de juramento encierra una mentira con la vana
1
) Véase la proposición 25 condenada por Inocencio XI (D 1175).
190
invocación del nombre divino, sin embargo Dios no se invoca como testigo de una cosa
falsa1.
De todos modos el que jura fingidamente puede pecar gravemente si lo hace en
circunstancias en las que está obligado gravemente a jurar, p. e. por mandato del
superior o del juez, o si se trata de algo de gran importancia, como es un contrato
oneroso2.
Artículo quinto.
El conjuro.
253. Noción. El conjuro es una acción con la que alguien se propone hacer u omitir algo con la invocación
de Dios o de una persona o cosa sagradas.
a. El conjuro se distingue del juramento porque en éste se invoca a Dios para confirmar una
verdad, y en el conjuro, en cambio, para hacer más eficaz un mandato o para confirmar
una petición. Y se distingue de la oración porque en ésta pedimos algo, y en el conjuro,
en cambio, mandamos o reclamamos algo por intermedio de Dios.
b. El conjuro es un acto de la virtud de religión porque con el conjuro nos aprovechamos de
que es tan grande la autoridad o la bondad de Dios que cualquier persona después de que
ha oído el nombre de Dios queda decidida a dar lo que se le pide en nombre de Dios, lo
cual va en honor de Dios.
254. División.
1. El conjuro es solemne o privado, según que se haga en nombre de la Iglesia, por ministros de la
Iglesia y con un ritual instituido por la Iglesia, o se haga sin estas solemnidades.
2. En imperativo o deprecativo, según que se haga por mandato o con oraciones
a. Imperativo es el conjuro que hizo a Cristo el príncipe de los sacerdotes: Yo te conjuro por
Dios vivo a que nos digas si tú eres el Cristo 3; deprecativo es el conjuro que usa a veces
San Pablo cuando escribe: Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios4.
b. A Dios sólo se le puede conjurar deprecativamente porque no se le puede mandar; y al
demonio sólo imperativamente porque no se le puede rezar; de ambas maneras,
imperativa y deprecativa, se puede conjurar al que es capaz de las dos como el hombre
súbdito.
255. Principios.
1. Sólo se puede conjurar a los entes racionales porque pueden ser llevados a hacer u omitir algo
por solo respeto, amor o temor.
a. Realmente usamos del conjuro con todos los seres racionales; se suele conjurar a:
α. Dios o Cristo;
β. La Virgen María, los ángeles y los santos;
γ. Los hombres viadores, p. e. cuando un súbdito conjura a un superior, un amigo a
otro amigo, un pobre a un rico para que le dé algo por amor de Dios;
δ. Los demonios. El conjuro de los demonios se llama exorcismo.
b. La Iglesia usa el conjuro deprecativo a Dios en las oraciones públicas cuando las
concluye: Por Nuestro Señor Jesucristo.
c. Cuando se exorciza la sal y el agua, no se conjura realmente a ambos, sino a Dios y al
demonio: a Dios con conjuro deprecativo para que conceda sus gracias a esas cosas que
1
) Véase Reuter II. n. 309++.
2
) Véase Lessius, De iustitia et iure l. 2. c. 42. n. 42.
3
) Mt 26 63.
4
) Rm 12 1.
191
se van a usar, y al demonio con conjuro imperativo para ahuyentarlo y que no perjudique
esas cosas que se van a usar.
d. Cuando se conjura a los roedores, a las langostas, a los granizos, a las tempestades y en
general a los elementos nocivos, realmente no se conjura a todas estas cosas
directamente sino refiriéndolas a Dios para que no permita que hagan daño, y
refiriéndolas al demonio para que no pueda dañar abusando de ellas.
2. El conjuro no produce la obligación de hacer lo que se pide (por el hombre conjurado), sea el
conjuro imperativo o sea deprecativo; porque el conjuro no está instituido para producir una
obligación sino para excitar en el conjuro un temor o amor al divino nombre, para que se
mueva a dar lo que se pide por el mismo.
Luego si el superior conjura al súbdito de forma imperativa a hacer lo que se le pide, el
súbdito está obligado verdaderamente a obedecer, pero no por la fuerza del conjuro, sino por
la del mandato al que va unido el conjuro. Por eso si un súbdito no hace lo que se le ha
mandado, no peca contra la religión, sino contra la obediencia.
3. Para que el conjuro sea lícito, se requieren las tres mismas condiciones que en el juramento:
verdad, justicia y juicio.
a. La verdad del conjuro exige que el que lo hace quiera conseguir realmente lo que pide
con el conjuro, y que la causa por la que lo pide sea verdadera.
La falta de verdad en el conjuro no excede de pecado venial porque no se lleva a la
autoridad divina a confirmar la mentira sino sólo a mover a otro a hacer algo, como si un
fingido pobre pidiera limosna por amor de Dios.
b. La justicia exige que el que hace el conjuro pida una cosa lícita.
La falta de justicia en el conjuro es un pecado grave cuando lo que se pide o se manda es
una cosa gravemente mala; y es pecado leve si eso que se pide o manda es levemente
malo, porque proponer a otro después de interponer la autoridad divina que haga una
cosa mala ciertamente encierra irreverencia hacia Dios, que es mayor o menor según la
cosa sea más o menos mala.
c. El juicio exige que el conjuro se haga por una causa justa de necesidad o de utilidad y con
la debida reverencia al nombre divino.
La falta de esta condición no es más que pecado venial.
192
LIBRO TERCERO.
El tercer mandamiento del decálogo . 1
Este mandamiento en cuanto es afirmativo manda santificar las fiestas, o sea el culto a Dios, externo y
público, mediante la santificación de ciertos días; y en cuanto es negativo prohíbe que se profanen esos días,
sobre todo con obras serviles.
Fin e importancia del mandamiento.
a. Este mandamiento tiende sobre todo a que el hombre descanse dejando lo necesario de
los trabajos principalmente los corporales para ocuparse de las cosas divinas y poder
recuperarse en lo referente al alma y al cuerpo. Es un mandamiento de gran importancia
por los frutos tan saludables que reporta su observación tanto en la vida particular como
en la social. Pero para que estos frutos se recojan con más abundancia, se debe
compaginar de forma adecuada el descanso del cuerpo con la santificación religiosa del
día. Los efectos principales son éstos:
α. Mira por la salud del cuerpo, porque el organismo humano está preparado de tal
forma que necesita un día de cada siete para descansar y no debilitarse poco a
poco por el trabajo. Sin embargo, si estos días festivos no se pasan
religiosamente suelen dedicarse a ocio y voluptuosidades que perjudican a la
salud y no aprovechan.
β. Aumenta el celo por trabajar porque cuando éste es monótono, sin interrupción
por los días festivos, deprime el ánimo mientras que el descanso, adornado por
el culto a la Divina Majestad, levanta el ánimo y lo inunda de santa alegría.
γ. Promueve la vida doméstica, pues se reúnen al mismo tiempo todos los miembros
de la familia generalmente dispersos y ocupados en varios negocios en los días
de trabajo, arraigando más plenamente la familiaridad entre ellos, implicándolos
con más fuerza en el deber de educar, y alimentando y favoreciendo el amor
mutuo con el trato durante un día entero.
δ. Suaviza la oposición entre ricos y pobres, porque con la evocación de su sublime
destino y de la propia dignidad personal, el pobre se reconoce ante Dios igual a
los demás y se persuade de que las virtudes son dignas de honor, mientras que
las riquezas son inanes.
b. Como estos estímulos del descanso que se toma en los días festivos contribuyen
muchísimo al bien del Estado, incumbe a la autoridad civil la obligación de proteger ese
descanso los días de fiesta y prohibir los trabajos serviles, lo que sucede en muchas
ciudades y no sin fruto.
1
) Santo Tomás II. II. q 122. a. 4. San Alfonso l. 3. n. 263 – 332. Suárez, De virtute religionis tr. 2. l. 2.
Sporer-Bierbaum, Theologia moral. decalog. I. trat. 3. n. 482 – 541. Gasparri, De sanctissima eucaristia
(París 1897) II. c. 8. Ballerini-Palmieri Opus theol. Morale2 II. n. 711 – 814. Merkelbach, Summa theol.
mor. II.10 n. 685 – 704. Mausbach-Ermecke, Kath. Moraltheol. II.11 § 44 – 47.
193
CUESTIÓN PRIMERA.
256. Origen del mandamiento. El mandamiento de santificar las fiestas es en parte natural y en parte
eclesiástico: natural en cuanto manda que al culto divino hay que dedicarle algún tiempo no sólo privado,
sino también público, y eclesiástico en cuanto determina los días y el modo de dar culto a Dios. Luego en
este asunto la Iglesia determinó con precisión el derecho natural.
a. El mandamiento de santificar las fiestas según se observa hoy en la Iglesia comprende
varios elementos:
α. Hay que santificar un día a la semana.
β. Este día no es como en el Antiguo Testamento el último día de la semana, sino
que debe ser el primero, el día del Señor.
γ. El día hay que entenderlo de 24 horas contadas desde media noche hasta media
noche.
δ. Hay ciertos actos religiosos mandados para los días festivos para dar culto a Dios,
y ciertas obras prohibidas como contrarias al descanso religioso.
b. No hay duda del origen eclesiástico de este mandamiento en lo referente a los puntos
tercero y cuarto anteriores; en cuanto al origen del mandamiento respecto los dos
primeros puntos, unos enseñan que ambos, a saber el santificar un día de la semana y el
de hacerlo el domingo en vez del sábado, es de derecho divino 1; otros por el contrario
enseñan que es de derecho eclesiástico que el domingo sustituya al sábado, pero además
también el que se santifique un día a la semana 2; finalmente, otros enseñan que es de
derecho divino el santificar un día a la semana, pero que el día destinado a eso sea el
domingo es de derecho eclesiástico o más bien apostólico 3. Una sentencia muy
extendida entre los autores junto con Santo Tomás y Suárez enseña que son de derecho
eclesiástico estas dos cosas: la obligación de santificar un día a la semana y
precisamente el domingo, y el modo de hacerlo ese día en alabanza del Creador y
Salvador4. En todo caso, Dios mismo, al crear el mundo en seis días y descansar del
trabajo el séptimo, dio ejemplo tanto de la división del tiempo en semanas como de
guardar el descanso el séptimo día de la semana 5.
c. De esto se deduce:
α. Se puede hacer trabajar, sin pecado, a los infieles y a los amentes perpetuos en
trabajos serviles los días festivos, pero no así a los herejes ni a los paganos de
modo que no puedan guardar el precepto natural de dar culto a Dios.
β. La Iglesia puede dispensar de esta ley no sólo a personas aisladas, cuando hay
causa suficiente, sino también a una gran comunidad entera. La Iglesia, sin
embargo, por eclesiástica que sea la ley, no la puede derogar por completo toda
entera, bien por insuficiencia de causa para hacerlo, bien por su suma
importancia espiritual.
1
) Sporer-Bierbaum tract. 3. n. 484.
2
) Suárez, De religione tract. 2. l. 2. c. 4. n. 5.
3
) Fr. Schmid, Worin gründet die Pflicht der Sonntagsruhe? [¿En dónde se basa el deber del descanso
dominical?] (Quartalschrift, Linz 1900) 12++. – Die Gewalt der Kirche über die Sonntagsruhe [La autoridad
de la Iglesia sobre el descanso dominical] ZkTh 25 (1901) 436++
4
) Véase A. Prešeren, Die Beziehungen der Sonntagsfeier zum dritten Gebot des Dekalogs [Las relaciones
de la fiesta del domingo con el tercer mandamiento del Decálogo] ZkTh 37 (1913) 563, 709. I. Böhmer, Der
christl. Sonntag nach Ursprung und Geschichte [El domingo cristiano según su origen e historia] (Leipzig
1930). H. Huber, Geist und Buchstabe der Sonntagsruhe [Espíritu y letra del descanso dominical]
(Salzburgo, 1958).
5
) Gn 2 2, 3. Véase también Ex 20 8 – 11.
194
257. El mandamiento mismo.
1. El mandamiento de santificar las fiestas obliga bajo pecado grave1 a todos los fieles con uso de
razón, por tanto una vez cumplidos los siete años, porque la materia y el fin del mandamiento
son graves; por eso, también en el uso universal de la Iglesia se ha tenido como grave; pero
admite parvedad de materia.
2. Por la constitución Universa de Urbano VIII2, los días de fiesta que había, además de los
domingos, fueron treinta y seis. Pero hoy después de la disposición del Código de Derecho
Canónico se han de guardar las siguientes diez fiestas: Natividad, Circuncisión, Epifanía,
Ascensión, Santísimo Cuerpo de Cristo, Inmaculada Concepción, Asunción, San José, San
Pedro y San Pablo, y Todos los Santos3.
a. Los días de fiesta de los patronos no están sometidas al mandamiento eclesiástico a no ser
que haya un acuerdo con la Sede Apostólica posterior al Código. Los Ordinarios de los
lugares pueden trasladar la solemnidad externa al domingo próximo siguiente 4.
b. Los días festivos que hay que santificar se deben computar de media noche a media noche
siguiente como es el uso de la Iglesia romana y manda la ley eclesiástica 5.
c. Ya hace tiempo que muchas de estas fiestas en algunas regiones, y algunas menos en
otras, se trasladaron al domingo o se derogaron, hasta el punto de que p. e. en Francia y
en Bélgica, fuera de las que coinciden con domingo, ya no se celebran más que cuatro, y
en América del Norte sólo seis. El canon 1247 dice lo que sigue sobre estas fiestas: Si en
alguna parte se traslada o se deroga algo legítimamente, no se haga nada nuevo sin
consultar con la Santa Sede.
d. Si en alguna nación, diócesis o lugar se celebra alguna fiesta de precepto además de estas
diez, bien sea por una ley particular, o por una costumbre incluso centenaria, o por
especial concesión de la Sana Sede, estas fiestas ya no son de precepto 6.
3. La Iglesia obliga a los fieles a dos cosas los domingos y días de fiesta:
a. a oír misa porque hay que dar culto a Dios como principio primero de todas las cosas;
ahora bien, en la nueva ley todos los sacrificios se han reducido al sacrificio de la misa;
b. a abstenerse de trabajos serviles, porque el fin principal de este mandamiento es que el
hombre esté libre para dedicarse a las cosas divinas, y las obras serviles impiden
claramente la dedicación a las divinas7.
Los sacerdotes cumplen el mandamiento al celebrar la misa, y los que no la celebren están
obligados a oírla.
4. El mandamiento de la Iglesia de santificar las fiestas no manda expresamente nada más aparte
esas dos cosas, ni la legítima costumbre ha introducido ninguna otra cosa. Por lo cual
a. Los fieles no están obligados a oír sermones o asistir a catequesis, salvo que les obligue
el precepto natural, p. e. cuando alguien no está suficientemente instruido en lo que debe
saber y creer explícitamente, y no quiere o no puede emplear otro medio para
aprenderlo.
Tampoco porque los párrocos estén obligados 8 a predicar por precepto de la Iglesia los
domingos y días de fiesta, se sigue que los fieles están obligados a oír el sermón, porque
los párrocos están obligados a dar ocasión de que los fieles a quienes pueda serles útil o
necesario se enteren de la doctrina cristiana. Ahora bien es tan saludable y provechoso
escuchar el sermón que ya los padres del concilio de Trento dijeron (l. c.) que los fieles
están obligados, si pueden cómodamente, a oír la palabra de Dios; y el Código de
Derecho Canónico dice que hay que exhortarles y avisarles diligentemente 9.
1
) Véase proposición 52 condenada por Inocencio XI: El precepto de guardar las fiestas no obliga bajo
pecado mortal, excluido el escándalo, con tal de que no haya desprecio. (D 1202).
2
) Constitución Universa de Urbano VIII, 13 de septiembre de 1642.
3
) Canon 1247, 1.
4
) Canon 1247, 2.
5
) Canon 1246.
6
) Código de Derecho Canónico 17 de febrero de 1918; AAS X. 170.
7
) Canon 1248.
8
) Concilio Tridentino sesión 24. c. 4. De reform. Canon 1344.
9
) Canon 1348; 467 § 2.
195
b. No están obligados a asistir a las vísperas ni a las devociones vespertinas, ni siquiera bajo
pecado leve, salvo que esa omisión produzca escándalo accidentalmente.
c. No están obligados a dar culto a Dios con ciertos actos internos como los actos de fe,
esperanza y caridad, pues el culto a Dios que nos impone este mandamiento es externo,
pero no interno.
CUESTIÓN SEGUNDA.
Oír misa.
Artículo primero.
Modo de asistir a misa.
258. Debida intención, la cual no debe ser, desde luego, la intención de conseguir el fin del mandamiento,
ni la de cumplir el precepto, sino la de hacer lo que ha mandado la Iglesia, o sea asistir a misa. Por lo cual
no cumple el mandamiento el que va a la iglesia a oír música simplemente; pero sí lo cumple el que va por
miedo a los padres.
259. Debida atención. Se distinguen dos clases de atención: externa e interna. Esta excluye la distracción
interna y aquélla la distracción externa.
La atención externa negativamente consiste en la exclusión de cualquier acción externa que no pueda ser
compatible al mismo tiempo con la atención interna, p. e. dormir, charlar; positivamente consiste en cierta
atención inicial que se dirige al sacrificio que se ofrece en el altar (n. 139).
1. Para cumplir el mandamiento eclesiástico se requiere ciertamente la atención externa, sin la
cual la asistencia no sería una acción humana ni religiosa; por eso no cumple quien lee
atentamente durante la misa unos libros profanos, o mira atentamente pinturas, lee
inscripciones, etc.
2. Por la ley natural, o por la virtud de la religión, se requiere bajo pecado leve la atención
interna que se debe a Dios cuando se le da culto.
Pero por el mandamiento de la Iglesia no se requiere más atención interna que la inicial que
encierra la atención externa, por lo que cumple el mandamiento de oír misa el que está
distraído voluntaria o involuntariamente durante toda la misa. Y sin duda la oración no exige
atención interna, luego a fortiori tampoco se exige para oír misa.
a. Como para cumplir el mandamiento de oír misa no es necesario orar, porque la Iglesia no
manda nada más que el acto de culto divino, todo el problema se reduce a si se puede
dar verdaderamente culto divino teniendo la mente distraída. Pero la realidad es que del
mismo modo que la oración, también cualquier otro acto de culto divino externo puede
darse estando distraída la mente (n. 139).
b. Para la práctica, entre ambas sentencias, la afirmativa y la negativa, sobre la necesidad de
atención interna, apenas hay diferencia, ya que los patrocinadores de la sentencia
afirmativa, junto con San Alfonso (n. 313), exigen tan poca atención interna, que por
defecto de atención sólo sería inválida la asistencia a misa si la distracción fuera
voluntaria y total, como p. e. si fuera una forma de revocar la intención, pero vale
196
siempre que se tuviera una atención que de algún modo se dirija al sacrificio que se
ofrece, y esta atención existe siempre que se haya excluido la distracción externa.
c. Luego no satisface el mandamiento el que se duerme profundamente durante una parte
notable de la misa de modo que no se da cuenta de lo que se hace en el altar; pero sí lo
cumple, en cambio, el que dormita de modo que puede discernir lo que se hace en el
altar, aunque le pase durante una parte notable de la misa. – Cumple el mandamiento el
que de vez en cuando habla con su compañero, porque eso no impide la atención
confusa, la cual basta para cumplir el mandamiento. – Del mismo modo cumplen el
mandamiento los que tocan el órgano, cantan, recogen limosna, aunque se dediquen a
esto todo el tiempo de la misa, porque estas acciones no impiden la atención a la misa.
Por la misma razón cumplen los que asisten al sacrificio de la misa medio dormidos o
medio borrachos.
Cumplimiento del mandamiento por parte de los que se confiesa durante la misa. – No lo
cumplirían en cuanto la confesión impidiera la atención externa; pero tanto hacer la
confesión como oírla no excluye la atención externa, lo cual lo sostienen muchos autores
como no improbable1.
1
) Véase Ballerini-Palmieri II. n. 773++. Génicot I. n. 431.
2
) Ballerini-Palmieri II. n. 781.
3
) Suárez, De eucharistia q. 88. sect. 2. n. 6.
197
1
expusieron voluntariamente de llegar tarde no oyendo la misa entera . Pues el que piensa
que va a perder sólo una pequeña parte, si no se da más prisa, peca levemente aunque
llegue después del ofertorio; pero el que duda o piensa que si no se da más prisa perderá
una parte notable, y lo desprecia con culpa, peca gravemente aunque llegue al Gloria.
¿Cumple el mandamiento el que oye dos medias misas? – Ciertamente no lo cumple, si las
oye al mismo tiempo, porque la misa por naturaleza propia consta de partes sucesivas 2.
Si las oye sucesivamente y la consagración y la comunión pertenecen a la misma misa,
lo cumple porque oye una misa entera; pero si la consagración y la comunión no
pertenecen a la misma misa, no lo cumple porque las partes no constituyen un único y
entero sacrificio, y la Iglesia lo que manda es asistir a un único y entero sacrificio.
4. De aquí se deduce la obligación de suplir lo que falte, cuando se puede, con otra misa, si
alguien omitió alguna parte de la misa a cuya consagración y comunión asistió. No puede
suplir una parte esencial porque las partes esenciales deben ser del mismo sacrificio. Una
parte integral se puede suplir y, a veces, se debe; pues como cualquiera está obligado a oír una
misa entera, el que ha perdido una parte notable está obligado bajo pecado grave, y el que ha
perdido una parte pequeña, bajo pecado leve; pero como lo poco se tiene por nada, una causa
razonable excusa también de la obligación de suplir un defecto leve.
261. La presencia corporal. Al menos debe ser una presencia moral; y se considera que es moral cuando
a. se está unido moralmente al celebrante y
b. cuando el que asiste, dentro o fuera de la iglesia, puede ver u oír al celebrante, o al menos
puede seguir la misa a través de los signos de los asistentes.
Por eso cumple:
a. El que está dentro de la iglesia, aunque sea en el coro detrás del altar, o detrás de una
pared o de una columna, o en alguna capilla donde no puede ver ni oír al sacerdote,
siempre que por el sonido de la campanilla o por los signos de los otros que oyen la misa
se entere de lo que hace el sacerdote. Lo mismo el que en una gran iglesia se encuentra a
una gran distancia (más de treinta pasos) del altar en donde se dice la misa siempre que
pueda darse cuenta de lo que hace el sacerdote, porque está moralmente unido con él.
b. El que está en la sacristía o en otro lugar cerca del altar desde el que pueda ver al
sacerdote, o aunque no lo pueda ver porque esté cerrada la puerta, pero siempre que lo
pueda oír y enterarse de lo que hace en el altar. También los que salen de la iglesia por
poco tiempo para tocar las campanas o traer el vino, porque no se han marchado
moralmente, porque colaboran en el sacrificio y han salido a causa de la intención de
cooperar.
c. El que está fuera de la iglesia pero cerca de la puerta, aunque esté cerrada pero pueda
seguir la misa de oídas. Igualmente el que está a alguna distancia de la iglesia que no
puede recoger toda la multitud de fieles, siempre que esté unido a la multitud.
Finalmente, también el que está en la ventana de su casa desde la que ve el altar, aunque
la plaza esté de por medio siempre que la casa no esté a más de treinta pasos de la iglesia
(según de Lugo). Pero no cumple el que se encuentre fuera de la iglesia a una distancia
mayor de unos treinta pasos, aunque pueda seguir la misa porque moralmente ya no está
unido al celebrante.
d. Luego no cumple el mandamiento eclesiástico el que oye la misa retransmitida por radio o
el que la ve desde lejos (con un telescopio p. e.) y la sigue con la mente, aunque quizá
por derecho divino recoja los frutos de la misa3.
1
) Génicot I. n. 339.
2
) Inocencio XI proscribió esta proposición (53): Satisface el precepto de la Iglesia de oír misa, el que oye
dos de sus partes y hasta cuatro a la vez de diversos celebrantes. (D 1203).
3
) Véase Pío XII, Encíclica sobre cinematografía, radiofonía y televisión. A. A. S. 49 (1957) 800.
4
) Canon 1249.
198
a. Aunque las capillas de los cementerios de las que trata el canon 1190 sean oratorios
privados, los fieles pueden sin embargo cumplir en ellas el precepto dominical. El
Ordinario puede habitualmente permitir varias misas 1.
b. La ley antigua por la que los fieles estaban obligados a oír la misa los domingos y festivos
en la iglesia parroquial, hace tiempo que fue derogada por la concesión hecha a los
mendicantes2 así como por la costumbre contraria vigente en todo el orbe. Por eso el
obispo no puede mandar a sus fieles que oigan la misa en la iglesia parroquial, porque
no puede derogar una costumbre universal que ya se ha revestido con la naturaleza del
derecho común3.
2. En los oratorios privados los fieles no cumplen la ley a no ser que tengan privilegio concedido
por la Sede Apostólica4.
Gozan de este privilegio especial por derecho propio
a. los oratorios de los cardenales y de los obispos tanto residenciales como titulares, aunque
sean privados5;
b. las capillas erigidas en los cementerios por las familias o las personas privadas, aunque
sean oratorios privados.
El que tiene indulto de oratorio privado cumple el mandamiento oyendo allí la misa. Sin
embargo, para saber quiénes y cuándo cumplen el mandamiento de oír misa en un oratorio
privado hay que tener en cuenta los indultos. Normalmente en ellos se dice:
Cumplen el mandamiento:
a. aquellos a los que se ha concedido el indulto;
b. los consanguíneos y afines que vivan en la casa hasta el cuarto grado inclusive;
c. sus huéspedes;
d. sus familiares o criados cuyo servicio es necesario durante el tiempo de la misa, bien
porque deban servir para la misa, bien porque deban acompañar a los amos.
El Ordinario, por una causa justa y razonable, pero distinta de la del indulto, puede permitir la
misa incluso en las fiestas más solemnes, pero a modo de acto, no habitualmente 6.
3. El que tiene el privilegio de oratorio privado no está obligado a usarlo para cumplir el
mandamiento si no puede acudir a la iglesia, aunque el sacerdote pueda llegar fácilmente. No
está obligado a esto, ni por el privilegio porque nadie está obligado a usar un privilegio, ni por
el mandamiento porque no obliga a emplear un medio extraordinario para cumplirlo.
Por la misma razón, el sacerdote tampoco está obligado a usar el privilegio de celebrar en un
altar portátil (movible) o en un oratorio privado para cumplir el mandamiento de oír misa en
un día festivo.
4. En el mar:
a. Ciertamente los navegantes cumplen el mandamiento si se celebra la misa en la capilla
fija de las naves, porque se considera oratorio público7.
b. Los autores no se ponen de acuerdo en lo que pasa si no hay oratorio fijo y la misa se
celebra en una sala común de la nave8 sobre un altar portátil..
Los que niegan que se cumple, o conceden sólo la probabilidad y por tanto también
niegan que los fieles estén obligados, argumentan partiendo de que en tal caso se celebra
por privilegio meramente personal y no al aire libre, y por tanto este caso no está
comprendido en el canon 1249. – Los que afirman que se cumple, dicen con más verdad
que el canon 1249 excluye solamente los oratorios privados y no los privilegiados; y las
habitaciones y los salones de las naves no son oratorios privados. Esto lo confirma
1
) Canon 1194.
2
) Constitución de Pío V Etsi mendicantium de 16 de mayo de 1567 § 2 n. 8.
3
) Benedicto XIV De synodo l. 14. n. 10.
4
) Canon 1249. Los oratorios que se erigen con licencia de la Santa Sede en las casas de campo de los
religiosos son oratorios meramente privados, porque este tipo de casas no es casa religiosa sino profana. Por
eso no se puede cumplir en ellas el mandamiento de oír misa por quienes no pertenecen a los religiosos y
familiares suyos, a no ser que tuvieran concedido un privilegio especial.
5
) Canon 1189.
6
) Canon 1195 § 2.
7
) S. R. C. 4 de marzo de 1901. Decr. Auth. n. 4069 ad V.
8
) Periódica XIX, 124*++.
199
también el índice del Código cuando en la palabra Misa pone “mandamiento que
cumplen oyendo misa... en cualquier parte, excepto en los oratorios privados, salvo que
tuvieran privilegio”.
En la práctica, hay que hacer saber a los navegantes católicos lo que tienen que hacer en
cuanto a la celebración de la misa, porque piensan que no están obligados a entender estas
sutilezas, y además para que no se vean en peores condiciones que los acatólicos que tienen
sus celebraciones de los días festivos incluso en las naves.
Artículo segundo.
263. Causas excusantes. En general cualquier causa medianamente grave excusa de oír misa, o cualquier
perjuicio o daño notable en los bienes del alma o del cuerpo, propios o del prójimo 1, porque como este
mandamiento no pertenece a los más graves, cualquier causa verdaderamente grave excusa de su
observación. Se enumeran cuatro causas de este tipo:
a. impotencia moral;
b. caridad;
c. obligación;
d. costumbre.
Para juzgar en concreto si una causa excusante es suficiente o no, hay que mirar a la condición de la
persona de que se trate; lo que es grave para una no lo es para otra, y, además hay que mirar al estado de la
conciencia porque quien tiene una conciencia timorata no exagerará en general los perjuicios ni buscará
pretextos para no cumplir su obligación.
1. Por impotencia moral, como es cualquier perjuicio grave, están excusados:
a. Quienes viven lejos de la iglesia. Según San Alfonso, todos, incluso los que están sanos,
están excusados si tienen que hacer un camino a pie de una hora de reloj, y menor
distancia si hay una tempestad, o si se trata de una persona débil de fuerzas; pero los que
pueden ir en un vehículo no están excusados aunque la distancia sea mayor.
Como bien añade Busenbaum, en este asunto hay que atenerse a la costumbre local; y
sin duda en las montañas de nuestra tierra (el Tirol), nadie se siente excusado porque
esté a una hora de distancia por el reloj, siempre que se encuentre bien de salud.
b. Los que temen una pérdida de la honra, como los que no tienen vestido adecuado a su
posición, las jóvenes embarazadas por fornicación oculta, a no ser que puedan asistir a
una misa muy temprana.
c. Los que tienen que salir necesariamente de viaje o no pueden interrumpir lo empezado.
d. Los que temen una importante pérdida de bienes de fortuna: un daño emergente o un lucro
cesante. Hay que tener en cuenta que el daño que hay que sufrir excusa con más
facilidad que el lucro cesante, pero parece que una pérdida importante de lucro excusa;
esta importancia del lucro es diferente según la posición y condiciones de las personas.
No todos los autores conceden que la pérdida de un lucro importante excusa, pues
aunque cualquiera tiene derecho a evitar un daño suyo, sin embargo no lo tiene para
lucrarse en un día de fiesta. Pero para los que se sustentan con el trabajo, parece que hay
que concederlo porque a estos raramente se les presenta la ocasión de tener un gran
lucro y para ellos es lo mismo perder un lucro importante, que sufrir un gran daño.
Luego para que el lucro cesante excuse hace falta que sea extraordinario y notable
respecto la persona a la que se considera perjudicada, lo que ordinariamente se considera
que es el doble de la ganancia correspondiente a un día. Haría falta una causa más
importante si además se tuviera que soportar un trabajo servil, y todavía mayor si se
temiera que podía dar lugar a escándalo.
1
) Véase San Alfonso n. 324.
200
e. Los enfermos y convalecientes que temieran un gran daño a su salud o un alargamiento de
la convalecencia.
α. La posibilidad real de un daño de esta clase se debe determinar con un juicio
prudente sin que haga falta recurrir al de un médico o al del confesor, sino que el
mismo enfermo puede decidir sobre esto siempre que sea capaz de llegar a un
juicio prudente. Generalmente se puede decir que está excusado el que sufre un
daño igual al que en cualquier día de trabajo dejaría normalmente todo lo demás,
p. e. el éxito de su trato del negocio, compra de lo necesario, etc. 1.
β. Según los médicos, el aire corrompido de las iglesias suele acarrear daños más o
menos graves, y puede ser una causa excusante de la asistencia frecuente al
templo. Luego aquellos que experimentan en la Iglesia incomodidades notables
como angustias o desmayos están excusados de asistir a misa. Esto ocurre
raramente a las personas sanas, pero es más frecuente en los enfermos y débiles
de salud y en los que padecen fácilmente irritaciones de los nervios 2.
f. Los que trabajan en talleres donde no se puede dejar el trabajo empezado o apagar el
horno encendido. Pero si no apremia la necesidad del trabajo, el patrono del taller está
obligado a dejar a sus obreros el tiempo necesario para que puedan oír misa.
g. Las mujeres y los hijos por la gran indignación del marido o de los padres; los soldados
que se expusieran a la vejación de los jefes o a las continuas burlas y muchas molestias
de los compañeros, siempre que la omisión de la misa no se les hubiera pedido
precisamente para demostrar desprecio a la Iglesia.
2. Por caridad, es decir, para ayudar al prójimo que se encuentre en alguna necesidad espiritual o
corporal. están excusados:
a. los que asisten a los enfermos;
b. los que auxilian al prójimo en un caso de incendio o de aluvión, etc.;
c. los que