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La Venus de Illa
La Venus de Illa
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negra que parecía la de un muerto. Salí corrien-
do en busca del señor, y le dije: <Nostramo, de-
bajo del olivo hay un difunto. Será menester lla-
mar al cura.»- «¿Un difunto'? >~ , contestó él, asus-
tado. Vino conmigo, y al ver la mano empezó .á
dar voces: «¡Una antigüedad! ¡Una antigüedad! :.
¡Ni que hubiera encontrado un tesoro! Cogió un
azadón y se puso á cavar como un desesperado.
- t Y qué hallasteis'?
- Una mujeraza negra, casi en cueros, hablan-
do con perdón, toda de cobre, y nos dijo el señor
de Peyrehorade que era un ídolo del tiempo de .,
los gentiles ... ¡Cómo! ¡Del tiempo de Carlomagno!
- Vamos, comprendo lo que será. Alguna
Virgen de bronce de cualquier convento des-
truido.
-¿Una Virgen'? ¡Ya, ya! Si hubiese sido la Vir-
gen la habría conocido yo en seguida. Repito que
es un ídolo. No hay más que ver su cara. ¡Echa
una mirada con sus ojos blancos!... Parece que
apunta á uno.
-¿Tiene los ojos blancos'? Deben estar incrus-
trados en el bronce. Sin duda será alguna estatua
romana.
-Eso es, romana. Así lo dijo el señor Peyre-
horade, lo cual indica que sois tan sabio como él.
-l.Está entera y bien conservada'?
- Lo mismo ó mejor que el busto de Luis Fe-
lipe, de yeso pintado, que hay en la Alcaldía. Pero,
con todo, no me gusta la cara de esa estatua; tiene
aspecto de mala ... , y lo es.
- ¡Mala! ¿Qué maldad os ha hecho'?
- A mí, ninguna, pero vais á ver. Eramos cua-
tro para ponerla derecha, sin contar al señor
Peyrehorade, que también ayudaba cuanto po-
día, y eso que tiene tanta fuerza como una hor-
miga. A duras penas conseguimos dejarla en pie.
Cogí una piedra para calzarla, cuando ¡paf!, he
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l'ír'
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Ya comprenderéis - añadió sonriéndose- que
hay que aislar á los recién casados.
Entramos en un cuarto muy bien amueblado;
el primer objeto que llamó mi atención fué una
cama de siete pies de largo y seis de. ancho, y tan
alta, que era preciso valerse de un escabel para
encaramarse á ella. Hízome ver mi acompañant~
dónde estaba la ca m panilla; aseguróse por sí
mismo de que el azucarero estaba lleno y los
frascos de agua de Colonia debidamente coloca-
dos sobre el tocador, y después de preguntarme
muchas veces si necesitaba algo, me dió las bue-
nas noches y quedé solo en el cuarto.
Las ventanas estaban cerradas, y antes de des-
nudarme abrí una para respirar el aire fresco de
la noche, apetecible después de una copiosa
cena. Enfrente estaba el Oanigó, de aspecto ad-
mirable en todo tiempo, pero que aquella noche
me pareció la montaña más sublime del mundo,
iluminada como estaba con una luna esplen-
dente. Permanecí algunos minutos contemplan-
do su maravillosa silueta, é iba á cerrar la ven-
tana, cuando bajando los ojos vi la estatua sobre
su pedestal á unas veinte toesas de la casa. Hallá-
base colocada en el ángulo de un seto que sepa-
raba una huerta de cierto vasto cuadrado perfec-
tamente unido; éste, según supe después, era un
terreno del señor Peyrehorade, cedido por él, á
instancias de su hijo, al Concejo para que sir-
iese de juego de pelota de la villa.
A aquella distancia no distinguía bien la acti-
tud de la estatua; su altura me pareció de unos
seis pies. En aquel momento dos pilluelos pasa-
ban delante del juego de pelota, bastante cerca
del seto, silbando una canción del país. Detuvié-
ronse para mirar la estatua, y uno de ellos la
apostrofó á voces; hablaba en catalán, idioma
que yo conocía lo bastante para entenderlo, por
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- Tvrbvl me desorienta. En vano busco alguno·
de los epítetos conocidos de Venus que pueda
ayudarme. Vamos á ver, ¿qué diríais de Tvrbv-
lenta? Venus que turba, que excita ... Fijaos en
que no me preocupa su perversa expresión. Tvr-
bvlenta no es un mal epíteto para caracterizar á
Venus.
Al hablar así hacíalo con tono de duda, pues
no estaba yo muy satisfecho de mi explicación.
-¡Venus turbulenta! ¡Venus alborotadora! ¡Aht
¿Creéis acaso que mi Venus es una Venus de ta-
berna~ Nada de eso, caballero; es una Venus de
buen tono. Vaya, voy á explicaros ese Tvrbvl...;
pero prometedme antes que no divulgaréis mi
descubrimiento antes de imprimir la Memoria
de que os he dado noticia; comprenderéis que
me vanaglorio de haber hecho este hallazgo. Es
menester que vosotros, los sabios de París, de-
jéis algo que espigar á los pobres provincianos.
Desde lo alto del pedestal, donde seguía enca-
ramado, le prometí solemnemente que jamás
cometería la infamia de robarle su descubri-
miento.
- Tvrbvl..., caballero- dijo acercándose y ba-
jando la voz, temeroso de que alguien le oye-
se-, leed Tvrbvlnerre.
-No lo comprendo todavía.
-A una legua de aquí, al pie de la montaña,
hay un pueblo que se llama Bulternera, corrup-
ción de la palabra latina Tm·bvlnera; nada más
omún que estas inversiones. Bulternera, caba-
llero, fué una villa romana; siempre me lo figu-
ré, pero nunca tuve la prueba hasta ahora. Esta
Venus era la divinidad tópica de Bulternera, y
este vocablo, cuyo origen antiguo acabo de de-
mostrar, justifica algo muy curioso, y es que
antes de ser Bulternera una villa romana, fu6
una colonia fenicia.
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-Vais á burlaros de mí, pero debo haceros
saber que me pasa algo inexplicable. ¡El diablo
me lleve si no creo estar hechizado!
Pensé desde luego que se le figuraba hallarse
amenazado de una desdicha por el estilo de las
tratadas por Montaigne y madama de Sévigné:
«Todo el imperio amoroso está lleno de historias
trágicas :. , etc.
-- Amigo Alfonso -le contesté -, habéis be-
bido demasiado vino de Colliure. Conste que
antes os lo advertí.
-Puede que así sea, pero se trata de algo que
es terrible.
Como hablaba con voz empañada me pareció
que su estado era el de la embriaguez.
-¿Recordáis lo que os dije de mi sortija'?
- ¿Se la han llevado'?
-No.
-Entonces la tendréis en vuestro poder.
- Tampoco. No he podido sacarla del dedo de
esa endiablada Venus.
- ¡Bah! Sin duda no habréis tirado con fuerza.
- Lo he hecho así, pero la Venus ... ha cerrado
los dedos.
Mirábame asustado, fijamente, y tuve que sos-
tenerle, porque faltó poco para que cayera al
suelo.
--No hay que apurarse- repliqué-; mañana
la sacaréis con ayuda de unas tenazas. Hacedlo
con cuidado para que la estatua no se deteriore.
Eso es imposible; la Venus tiene la mano
cerrada ... Probablemente es mi mujer, puesto
que la he dado mi sortija ... , y río quiere devol-
vérmela.
Sentí un escalofrío, pero me rehice pensando
que hablaba con un ebrio.
- Sois anticuario - añadió el novio - y co-
nocéis esa estatua; quizás tendrá algún r~sorte,
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morado. La verdad es que un soltero desempeña
un papel ridículo en la casa donde se celebra un
matrimonio.
Reinaba el silencio hacía ya algún tiempo,
cuando unos fuertes pasos hicieron crujir los
peldaños de la escalera.
- ¡Qué zopenco! - exclamé -. Apuesto á que
se cae en el corredor.
Cogí un libro para cambiar de ideas; era una
estadística del departamento, avalorada por una
Memoria del señor Péyrehorade acerca de los
monumentos druídicos de la circunscripción de
Prades. A la tercera página me dormí.
Durante la noche despertéme muchas veces,
y ' serían las cinco de la mañana cuando oí el
canto de un gallo; iba á ser de día. En aquel mo-
mento sonaron en la escalera los mismos pesa-
dos pasos que escuché antes de dormirme, y
pareciéndome un caso raro, traté de a di vinar
por qué madrugaba tanto el novio. Nada vero-
símil imaginaba y disponíame á cerrar nueva-
mente los ojos, pero desistí de hacerlo por el
ruido de puertas que se abrían con estrépito y
los campanillazos y gritos que se oían en la casa.
-¡El borracho habrá pegado fuego á alguna
habitación!- pensé saltando de la cama.
Vestíme rápidamente y salí al corredor. Del
extremo opuesto partían lamentos, y una voz
doliente se destacaba sobre las demás: «-¡Hijo
mío! ¡Hijo míoh Sin duda le había ocurrido á
Alfonso alguna desgracia. Corrí al cuarto nup-
cial, que estaba lleno de gente; el joven, medio
desnudo, hallábase tendido de costado, lívido y
sin ·movimiento, sobre la cama, cuyos barrotes
de madera estaban rotos. Mientras su madre gri-
taba, llorando, el señor Peyrehorade frotábale
las sienes con agua de Colonia y le ponía un
frasco de sales debajo de la nariz; según él, su
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