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La Religión en Las Relaciones Internacionales - Contrapuntos para Comprender Las Relaciones Internacionales en El Siglo XXI
La Religión en Las Relaciones Internacionales - Contrapuntos para Comprender Las Relaciones Internacionales en El Siglo XXI
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Mariana Colotta y Julio Lascano y Vedia (compiladores)
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Un caso peculiar es el de la Iglesia católica, que es la única organización religiosa con estatus de actor diplomático y que, a través de la
Santa Sede, ha sido reconocida como sujeto de derecho internacional, con derechos y obligaciones análogos a los de los Estados y man-
tiene relaciones diplomáticas con la casi totalidad de los Estados. Un relacionamiento extraordinariamente activo en las últimas déca-
das, si se tiene en cuenta que en 1978, al inicio del pontificado de Juan Pablo II, la Santa Sede tenía relaciones oficiales plenas con 85
Estados, y, cuando este papa murió, la cantidad era más del doble. Entre los grandes Estados que establecieron esas nuevas relaciones,
hay que destacar a la Gran Bretaña de Margaret Thatcher, a los Estados Unidos de Ronald Reagan y a la Unión Soviética de Mikhail Gor-
bachev. Ultimamente, el logro más importante fue la firma en 2018 del Acuerdo Provisional entre la Santa Sede y la República Popular
de China.
Además del caso especial de la Santa Sede –sobre el cual volveremos luego–, podemos reiterar que hay también una importante partici-
pación de las organizaciones no estatales en las relaciones internacionales, a través de aquellas vinculadas inicialmente a cuestiones
humanitarias, a los derechos humanos, especialmente los civiles, y posteriormente las que impulsan demandas relacionadas con la situa-
ción de las mujeres y las cuestiones ambientales. Ultimamente van teniendo un protagonismo, aunque todavía bastante reducido, otras
iniciativas en el campo de la cooperación internacional impulsadas por varias confesiones religiosas, con predominio de diversas deno-
minaciones cristianas, agrupadas como organizaciones basadas en la fe (OBF).
Efectivamente, en los últimos veinte años se han multiplicado las iniciativas interinstitucionales en materia de cooperación internacional
para el desarrollo con actores religiosos. Según PNUD (2019), las agencias de desarrollo de la ONU y los actores de ayuda humanitaria
han sido “relativamente más conscientes acerca del potencial y el valor de tales asociaciones”, particularmente desde el Fondo de Pobla-
ción de Naciones Unidas, que ha elaborado unas directrices al respecto (UNFPA, 2009). Otras entidades de Naciones Unidas, como la
Organización Internacional del Trabajo, ONUSIDA, el PNUMA (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente), UNICEF y
el Banco Mundial, también aumentaron su interés hacia las OBF hacia fines de la década de 1990. Más recientemente, la Oficina del Alto
Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y el Departamento de Asuntos Políticos de las Naciones Unidas han
comenzado a investigar el potencial y a visibilizar la importancia de la asociación con organizaciones religiosas.
En junio de 2010, se constituyó el Grupo de Trabajo Interinstitucional de las Naciones Unidas en Religión y Desarrollo para abordar los
desafíos compartidos en materia de asistencia humanitaria y desarrollo, y últimamente en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible
(Criterio, 2018; Calvo, Shikiya, Montealegre, 2017). En 2016 se formó la plataforma “International Partnership of Religion and Develop-
ment”, integrada por agencias gubernamentales de ayuda al desarrollo, organizaciones intergubernamentales, y más de setenta organi-
zaciones basadas en fe y actores religiosos y organizaciones de la sociedad civil que trabajan activamente en el campo del desarrollo y la
ayuda humanitaria.
Este reconocimiento y valoración de la actuación de las religiones en el ámbito público se contrapone a otras concepciones del pasado y
también actuales. Efectivamente, las corrientes dominantes de la cultura, especialmente desde mediados del siglo XIX, aunque antagó-
nicas entre sí, han sido sin embargo convergentes en cuanto a descalificar el fenómeno religioso. El positivismo, por ejemplo, continuan-
do la tradición iluminista de siglos anteriores, consideraba que la religión es un producto de la fantasía, de la ignorancia y de los
prejuicios.
De este modo, la religión había sido uno de los principales responsables del atraso y la ignorancia de los pueblos. Liberada de ella, la
razón –especialmente la ciencia y la técnica– guiaría a la felicidad mediante un progreso indefinido. La religión era un lastre del cual
había que desprenderse para asegurarnos el ascenso a una etapa superior de la humanidad. El positivismo científico encontró en el libe-
ralismo un aliado en el plano político y social. Sabemos que, a su vez, el liberalismo permitió la expansión del capitalismo. Todos estos
movimientos combinados son los que en gran medida han diseñado el mundo y la cultura tal cual la conocemos hoy, al menos en
Occidente.
Ahora bien, el socialismo –particularmente el de orientación marxista–, pese a que fue el antagonista más potente del capitalismo libe-
ral, tenía el mismo carácter positivista militante que, entre otras cosas, rechazaba de plano el fenómeno religioso, al que consideraba un
opio adormecedor que impedía a la humanidad liberarse de sus esclavitudes.
Desde otro punto de vista, en el campo de las teorías de desarrollo económico y social, se consideraba –hasta no hace mucho– que la
creencia religiosa en cuanto elemento integrante de la cultura tradicional era un obstáculo que trababa la modernización de una socie-
dad. La modernidad entendida como una actitud innovadora, dinámica y creativa en oposición a la tradición considerada como mera
reproducción del pasado. En lugar de la previsión y planificación del desarrollo, la religión era vista como la promotora principal de un
sentido providencialista y pasivo de la vida.
También el malestar de la cultura adquiere grandes proporciones y se manifiesta en un gran desencanto respecto a las promesas de la
modernidad, que lleva en las sociedades opulentas a un hastío individualista, a conductas adictivas y violentas, a un vacío de sentido
(González-Carvajal, 1991).
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Tampoco se superó la miseria, sino que se agigantó la brecha entre pobres y ricos. Al parecer, la razón librada a sí misma, especialmente
en la versión positivista, es ciega para encontrar los caminos de un verdadero desarrollo humano. Cunde por doquier la incertidumbre y
el escepticismo. A grandes ilusiones, siguieron grandes decepciones.
La desconfianza generalizada es una manera de entender lo que hace ya unos cuantos años comenzó a denominarse “la muerte de las
ideologías”. Ante este panorama, algunos han diagnosticado una vuelta de lo religioso. Hay hasta quien pronostica que el siglo XXI será
un siglo religioso. Es cierto que las ideologías, o los llamados “grandes relatos”, tanto de derecha como de izquierda, muchas veces pre-
tendieron ocupar el lugar de las religiones ofreciendo una explicación absoluta y total de la existencia, pero de ahí a que su ocaso impli-
que necesariamente una vuelta a lo religioso es un paso que habrá que probar más serenamente.
Efectivamente, ciertos resurgimientos religiosos parecen más bien simples construcciones reactivas ante la angustia y un mundo excesi-
vamente tecnificado, se ofrecen como sedantes o espacios para sentirse bien. El caso de la New Age es el más difundido. Por otro lado, el
neoconservadurismo, especialmente fuerte en amplios ambientes estadounidenses, ante un mundo que se resquebraja, encuentran en la
religión el principal emblema de su resistencia y de su ofensiva. Según esta visión, el mundo va a un “choque de civilizaciones”. Hunting-
ton (2000) ha sido el mayor exponente teórico de esta visión que sostiene que la fuente esencial de conflicto no será básicamente ideoló-
gica o económica, sino entre culturas, siendo las religiones la diferencia específica principal de cada una de ellas. El correlato de este fun-
damentalismo occidental a la americana le corresponderá el fundamentalismo islamita.
El escritor palestino Edward Saïd (2005) propondrá superar ambos planteos indicando que en realidad se trata de una “guerra de igno-
rancias” y considera que “hay que desterrar la idea de que Occidente y el islam son identidades cerradas, como quieren hacer creer los
fundamentalismos de distinto signo”. En un enfoque convergente a partir del estudio de las religiones mundiales, el teólogo Hans Küng
ha elaborado el Proyecto de una Ética Mundial, que propone un consenso, no ciertamente una religión o una ética unitaria, pero sí algu-
na clase de principios, valores, ideales y fines compartidos que permita a las personas, familias y hasta las naciones convivir humana-
mente mediante la educación y el diálogo interreligioso, como camino para un futuro esperanzador (Küng, 2008, 2000).
En forma semejante, la filósofa Adela Cortina (1986) plantea una “ética mínima”, entendida como el conjunto de mínimos morales –
principios, valores, actitudes y hábitos– que una sociedad democrática debe transmitir y que de hecho están presentes en muchas reli-
giones. Desde esta posición, no se pretende abolir las religiones, a la manera del laicismo o secularismo, o imponer una religión determi-
nada, sino respetar su existencia y su espacio en la vida humana. Por su parte, Jürgen Habermas (2011) repetidamente ha planteado la
función sui generis de la religión como recurso y reserva inagotable de memoria y esperanzas críticas y utópicas, y como parte de los
fundamentos morales prepolíticos del Estado liberal.
De todas maneras, en Europa y en otras regiones del mundo más desarrollado, la fuerte secularización de las últimas décadas ha dado
lugar, en todo caso, a la sobrevivencia de una fe religiosa posmoderna desinstitucionalizada, supuestamente alejada de las mediaciones
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jerárquicas y sus orientaciones éticas. En Latinoamérica, ha crecido el evangelismo a nivel popular, con un estilo habitualmente apolítico
y acentuando la dimensión inmediatamente retribucionista de la fe, basada en la “teología de la prosperidad”. No obstante, últimamente
se advierte un nuevo evangelismo político integrista (Semán, 2019). En cuanto al catolicismo, mantiene un fuerte accionar institucional,
especialmente a través de sus servicios educativos y sociales, pero experimentaría cierto desgaste simbólico y de su papel de gran media-
dor sociopolítico.
Ahora bien, importantes sectores de la teología y las prácticas católicas y buena parte de las iglesias históricas provenientes de la Refor-
ma protestante, en América Latina, ponen de manifiesto que la religión, lejos de ser un obstáculo al desarrollo, ha generado un movi-
miento en pro de la lucha por la justicia y la causa de los pobres (Gutiérrez, 1971; Scannone, 2005). En esta perspectiva, la religión es
entendida como alimentadora de esperanza y de dignidad, y mueve a la emancipación. Lejos de un rol adormecedor, puede convertirse
en un ariete crítico contra el economicismo neoliberal, el cual, pese a sus promesas, ha generado crecimiento, pero no desarrollo equita-
tivo, sino exclusión.
La mayor percepción actual acerca de la complejidad y la pluralidad de manifestaciones del fenómeno humano ha generado una actitud
menos hostil y preconcebida sobre el hecho religioso en algunos campos de la filosofía y de las ciencias sociales. Se observa una mayor
predisposición a escuchar la sabiduría ancestral de los pueblos y de valorar las tradiciones religiosas como otros modos de penetrar en la
exploración del mundo, de su origen y de su destino.
Más allá de la terminología, la Iglesia constituye un “caso atípico” y despliega una diplomacia particular que está al servicio de una insti-
tución, la Iglesia, que no es un Estado, sino un ente religioso aunque a la vez social. Teniendo en cuenta esta perspectiva, los mismos
papas –prosigue Abril y Castelló– cumplen un papel de excepción al respecto con sus múltiples documentos, viajes internacionales,
encuentros con jefes de Estado, de Gobierno, ministros, diplomáticos, responsables de organismos internacionales, responsables de
otras confesiones religiosas.
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Una tarea singularísima que ha cumplido la Santa Sede es la función de arbitraje o de mediación que, por solo referirnos a los tiempos
modernos más recientes, van desde la mediación en la guerra franco-prusiana del 1870, hasta una de las más próximas sobre el canal de
Beagle entre Argentina y Chile en 1978-1984. Otra tarea especial es el establecimiento de concordatos y más recientemente de acuerdos
parciales sobre puntos determinados (marco jurídico, acuerdos sobre escuelas, vicariatos castrenses, patrimonio artístico, etc.). Asimis-
mo, otra cuestión que interesa a la Santa Sede es la acción ecuménica en cuanto factor de paz interreligioso y social.
En cuanto a la participación en las organizaciones internacionales, a la que nos referimos al principio, es otra de las instancias en la que
se involucra intensamente la acción diplomática de la Santa Sede para promover los grandes principios religiosos, morales, culturales y
humanitarios referentes especialmente a la causa de la paz, de la justicia y del desarrollo integral puesto al servicio de la dignidad de la
persona humana. Objetivos todos ellos que requieren, a juicio de la Doctrina Social de la Iglesia, la instauración de una autoridad públi-
ca universal (Mealla, 2014).
De todos modos, la incidencia de la Santa Sede no se reduce a una proclamación abstracta de principios, sino que según los casos se pro-
nuncia concretamente, y a veces a contracorriente, en candentes asuntos internacionales, como cuando abogó sostenidamente por un
estatus internacional para Jerusalén, reconociendo a Taiwán como China, sosteniendo el derecho a la vida en todas las fases del desarro-
llo biológico, o en algunos casos señalando las reservas morales que tenía respecto de algunos puntos como en la Conferencia sobre
Población de El Cairo en 1994, en que se alineó con los Estados musulmanes. Este último episodio levantó algunas voces críticas que
cuestionaron el estatus diplomático de la Santa Sede. En forma similar, hace años The Economist (2007) hacía una pegunta incisiva:
¿No se vería fortalecida la autoridad del Vaticano clarificando su propio estatus? En vez de decir que practica
una forma de diplomacia intergubernamental, podría renunciar a su estatus diplomático especial y decir lo
que realmente es: la mayor organización no gubernamental del mundo.
Más allá de estas consideraciones, que se dan también al interior de la comunidad eclesial, no cabe duda acerca del papel insoslayable
que desempeña la Santa Sede a través especialmente de la persona del Sumo Pontífice en el seno de la comunidad de naciones. Es
memorable la primera visita que realizara un pontífice a la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, efectuada por Pablo VI en 1965,
y luego las de Juan Pablo II en 1979 y 1995, y de Benedicto XVI en 2008. Francisco ha continuado esta práctica concurriendo a la Asam-
blea General en septiembre de 2015, pocos meses después de la publicación de la encíclica Laudato Si’, reafirmando su llamado a consi-
derar la seriedad de las consecuencias del cambio climático. Llamamiento que también realizó en la visita a la Casa Blanca como ante el
Congreso de Estados Unidos –la primera que realiza un papa a ese ámbito parlamentario–, pidiendo acciones eficaces. De la misma
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manera, exhortó a la Conferencia de París sobre el Cambio Climático, celebrada en octubre de ese año, para que lograra acuerdos funda-
mentales y eficaces.
No corresponde hacer aquí una reseña completa sobre la actuación de Francisco, ya cumplidos los siete años de pontificado, pero sí se
impone destacar algunos aspectos de sus gestos y palabras que más han trascendido con referencia a las relaciones internacionales. El
primero más significativo fue su viaje a la isla italiana de Lampedusa a pocos meses del inicio de su ministerio en Roma para poner de
relieve la situación sobre los migrantes que pierden su vida en el mar. Tema muy controvertido en Europa en que la Iglesia ha pedido
reiteradamente soluciones a la comunidad internacional.
También cabe mencionar, sin pretender ser exhaustivos, la intervención personal de Francisco en el acercamiento, a pedido de las par-
tes, entre Cuba y Estados Unidos; los servicios similares prestados para facilitar el diálogo entre el presidente saliente y entrante de
Colombia; o “el abrazo de las tres religiones” que protagonizó con el rabino Abraham Skorka y el musulmán Omar Abboud ante el Muro
de los Lamentos en 2014. Ciertamente, además de estos gestos, de fuerte carga emotiva y simbólica, no han faltado aportes reflexivos,
especialmente referidos, por ejemplo, a la economía internacional y al futuro de la educación. Pero, entre todos ellos, ciertamente sobre-
sale la carta encíclica de Francisco Laudato Si’, sobre el cuidado de la causa común, donde se plantea la necesidad de una ecología inte-
gral. En uno de sus párrafos, nos ofrece precisamente una apretada síntesis de lo que considera puede ser el aporte armonioso de las
religiones al conjunto de la comunidad humana:
No ignoro que, en el campo de la política y del pensamiento, algunos rechazan con fuerza la idea de un Crea-
dor, o la consideran irrelevante, hasta el punto de relegar al ámbito de lo irracional la riqueza que las religio-
nes pueden ofrecer para una ecología integral y para un desarrollo pleno de la humanidad. Otras veces se
supone que constituyen una subcultura que simplemente debe ser tolerada. Sin embargo, la ciencia y la reli-
gión, que aportan diferentes aproximaciones a la realidad, pueden entrar en un diálogo intenso y productivo
para ambas (LS 62).
Bibliografía
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1. Licenciado en Filosofía (USAL) y profesor en Teología (UCA), con estudios de posgrado en Desarrollo y Cooperación en la Univesi-
tat de Barcelona. Actualmente, es investigador y profesor en la USAL, y en la Universidad Nacional de Moreno. Últimamente es
coeditor de Etica aplicada, perspectivas desde Latinoamérica, UNIANDES, Bogotá. Integra el Grupo Farrell, espacio multidiscipli-
nario dedicado a la reflexión sobre la realidad política, social, cultural y económica de Argentina y Latinoamérica desde la perspec-
tiva social cristiana. Impulsa el programa Educación, Ética y Desarrollo, que puede consultarse en https://bit.ly/2RU1u0t. Correo
electrónico: eloy.mealla@usal.edu.ar.↵
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Título de la
Contrapuntos para comprender las relaciones internacionales en el siglo XXI
publicación
Autor Mariana Colotta, Julio Lascano y Vedia (compiladores)
Fecha mayo 7, 2020
ISBN del libro
9789877232509
impreso
política exterior, diplomacia, relaciones internacionales, teorías internacionales, ciencia política, sociología,
Keywords/Tags
actualidad
DOI 10.55778/ts877232509
Copyright 2020 / Editorial Teseo
Imagen de tapa "Lo que quedó del derrumbe", de Adrián De Andrea (2019)
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