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LA PIPA DE SAINSOU

Gary Victor

Haití, mayo de 1933. Norton era el comandante norteamericano que tenía bajo su
responsabilidad la región que se extendía desde Léogane hasta Anse-à-Veau, una de las
regiones más prósperas de Haití en aquella época. Era un blanco alto y flaco que hacía
pensar en una langosta hervida, debido a su tez de color encendido, como si los rayos de
sol hubieran querido recordarle constantemente que esta tierra no era suya y nunca lo
sería. Norton se había instalado en Léogane unas semanas después de la captura y
muerte del héroe de la lucha contra la ocupación norteamericana de 1915, Charlemagne
Péralte [1]. En aquellos tiempos difíciles, yo que les cuento esta historia, y juro sobre la
tumba de mi madre que es una historia auténtica, yo me escondía en las alturas de
Mont-Organisé, ya que los norteamericanos habían puesto precio a mi cabeza desde que
participé en un ataque contra un cuartel de marines situado en la carretera que comunica
Cap-Haïtien con la frontera dominicana. Por todas partes se decía que Norton estuvo al
mando de uno de los batallones que se habían empeñado en liquidar al jefe kako [2]. Así
que, temiendo lo peor, muchos campesinos señalados por sus vínculos con la guerrilla
prefirieron irse y buscar refugio en otra parte.
Norton se alojaba en casa de la viuda de un oficial haitiano asesinado durante los
acontecimientos [3] que sirvieron de pretexto al desembarco de los marines, una
anciana a quien la gente llamaba respetuosamente: doña Honoré. Aunque tenía más de
setenta y cinco años de edad, aparentaba sólo sesenta. De su casona de estilo colonial,
cuya fachada principal había quedado ennegrecida por un conato de incendio, sólo salía
para ir a la misa del domingo. En la época de las fiestas de fin de año y de semana santa,
suspendía momentáneamente su retiro voluntario de la vida de la ciudad, ya de por sí
tranquila. Entonces se la veía todas las mañanas y todas las tardes caminando hacia la
iglesia, con su cuerpo alargado envuelto en un inmutable vestido negro, horriblemente
ajustado en el busto.
Norton pronto se comportó como un verdadero capataz de esclavos. Obligó a todos
los campesinos a participar en el mantenimiento de las carreteras, encarcelando y hasta
ordenando fusilar a todos los que intentaban sustraerse a esas faenas que los ocupantes
se tomaban tan a pecho. Como sus espías le informaron que muchos habitantes estaban
huyendo de su jurisdicción porque preferían enfrentar los peligros y maleficios de los
montes, consiguió que las autoridades de Puerto-Príncipe enviaran unos gendarmes
adicionales, cosa que le permitió organizar batidas en llanuras y morros. Trató a la alta
sociedad de Léogane con tanto desprecio que hasta aquéllos que habían deseado la
tutela gringa por temor a una victoria de las masas campesinas, empezaron a percatarse
de que tal vez la ocupación extranjera no era la solución para los problemas del país.
Con las mujeres, Norton se portaba de manera insolente, no dudaba en amenazar a toda

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la familia cuando alguna muchacha a la que asediada con sus intentos se mostraba
reticente.
Curiosamente, sólo mostraba respeto ante doña Honoré, con quien solía jugar
interminablemente cartas o dominó. No parecía que la anciana dama estuviera al tanto
de los abusos del militar norteamericano. A veces, éste se dignaba incluso a acompañar
a doña Honoré a la misa del domingo. Era todo un espectáculo ver al oficial en traje de
ceremonia, pasando por la calle principal del brazo de la anciana dama, cuyo gran
sombrero, de un blanco siempre inmaculado, parecía combinarse con el uniforme del
norteamericano. Debido a sus buenas relaciones con el gringo, cuando éste se ausentaba
doña Honoré veía su casa invadida por las muchas gentes que venían a suplicarle que
intercediera ante Norton para que liberara a un pariente, un marido, un amigo
encarcelado por los ocupantes. Pero como estaba casi sorda, no entendía muy bien lo
que le decían, sobre todo porque no quería revelar su sordera pidiendo a sus
interlocutores que hablaran un poco más fuerte. La anciana dama se limitaba a asentar
con la cabeza, sonriendo como una tonta hasta que, desalentada, la persona a la que
había dado audiencia renunciaba a ese fastidioso ejercicio de conversación unilateral.
Una mañana de junio, doña Honoré anunció a Norton que se veía obligada a
trasladarse a Vialet, un burgo perdido en alguna parte de esas montañas hostiles que, a
lo lejos, parecían velar sobre la suerte de la pequeña ciudad. Una de sus primas,
gravemente enferma, necesitaba su presencia. El comandante norteamericano se ofreció
para acompañar a la anciana dama, pretextando que los bandidos podían atacar a una
señora tan bien puesta. En realidad, quería aprovechar esa oportunidad para efectuar una
gira de inspección en esa región temida por los gendarmes autóctonos.
Doña Honoré, sus dos sirvientas y la tropa relativamente impresionante que las
escoltaba salieron de Léogane al primer canto del gallo, cuando las viejas beatas
insomnes hacían sus abluciones antes de acudir a la primera misa. El oficial
norteamericano, mientras llevaba su caballo por la carretera donde seguían activándose
las cuadrillas de mantenimiento, se maravillaba ante la belleza agreste de los lugares por
donde pasaban, intentando adivinar las riquezas que encerraban. Al llegar a casa de la
prima de doña Honoré, Norton dejó sola a su protegida y decidió dar una vuelta por la
pequeña comarca, tratando con su acostumbrada arrogancia a los campesinos con los
que se cruzaba. Entretanto, la anciana dama conversaba con su pariente, que estaba
acostada en una cama alta, y cuyo cuerpo desaparecía bajo las sábanas. El dormitorio
olía a ajo, a ricino y a pipi. Apenas si la enferma podía hablar. A cada rato tenía que
interrumpirse para recobrar el aliento.
Norton, al regresar de su paseo, se dignó entrar en la habitación donde las dos
mujeres estaban conversando. Fue entonces cuando ocurrió la primera parte del drama.
Sainsou, el marido de la prima de doña Honoré, buscaba con qué encender su pipa. Al
ver al comandante norteamericano, se le acercó para pedirle cortésmente un fósforo.

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Furioso de ver el rostro del campesino tan cerca del suyo, Norton lo abofeteó con tanta
violencia que el viejo negro se cayó de espaldas, su pipa de terracota se le escapó de la
mano y se quebró en el suelo. Sin preocuparse ni de la reprobación de los presentes, ni
de la indignación de doña Honoré, el oficial norteamericano dio media vuelta y salió a
reunirse con sus gendarmes. Decidió entonces proseguir con la inspección del lugar
hasta el río cuyos susurros lejanos lo atraían irresistiblemente. Cuando llegó a la orilla,
descubrió a Naima, la nieta de Sainsou. Ella tenía apenas dieciséis años, era virgen y
estaba comprometida con Exansème, joven pescador oriundo de una comunidad hoy en
día desaparecida por obra y gracia del presidente vitalicio [4]: Pointe-Sapotille.
Exansème venía cada mes a Vialet para visitar a su prometida, halando siempre tras él
media docena de caballos que a duras penas cargaban con todos sus obsequios. Norton
perdió la cabeza cuando vio a la joven que, casi desnuda, estaba lavando ropa en
compañía de varios niños. No se sabe exactamente qué ocurrió entonces. Algunos
habitantes de la región afirmaron que Norton agarró a Naima por la cintura, se la llevó
detrás de un mangle y la violó varias veces, mientras que sus edecanes ahuyentaban a
los niños que se habían puesto a gritar. Otros sostuvieron que Norton se dirigió a Naime
utilizando términos ofensivos a los que la joven replicó en el acto pues, aunque ella
todavía no se había entregado a ningún hombre, no tenía la lengua en el bolsillo. Norton
golpeó a la joven y luego abusó de ella. La noticia corrió por toda la pequeña
comunidad. Un grupo de jóvenes que habían oído hablar de las hazañas de Péralte se
armaron de machetes y acudieron precipitadamente al lugar. Norton nunca más regresó
a Léogane, ni tampoco sus gendarmes.
La búsqueda se emprendió primero por la provincia, y luego por todo el país. Se
allanaron las viviendas de vivos y muertos. Miles de campesinos fueron interrogados, y
muchos fueron sometidos a las torturas más infamantes que puedan imaginarse. Se
ofrecieron recompensas muy atractivas para obtener informaciones que permitieran
encontrar a Norton, vivo o muerto. Se examinó cada palmo de terreno por varios
kilómetros a la redonda. Pero en vano. El oficial norteamericano se había volatilizado,
literalmente.
*
Dos años después, cuando los norteamericanos salieron de la isla, yo fui a visitar a
Sainsou. Lo encontré sentado en un banco debajo de una mata de mango. Parecía estar
triste, y sostenía indolentemente su pipa apagada entre sus dedos. Me informó que su
esposa había exhalado el último suspiro unas semanas después de la violación de
Naima. Le pregunté por su nieta. Ella, pese a lo ocurrido, se casó con Exansème, y la
joven pareja se había instalado en Cuba: como aquel drama seguía presente en todas las
mentes, a Exansème le pareció que era mejor abandonar esta tierra que les traía tan
malos recuerdos. Yo comenté que me parecía increíble que Norton, un oficial
norteamericano, hubiera desaparecido así, sin dejar rastro. Si es que fue asesinado, los

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asesinos se habían salido con la suya: sin cadáver, no hay crimen... Sainsou tuvo una
sonrisa que descubrió un poco sus encías oscurecidas por el tabaco.
- Norton sigue aquí, conmigo... –me dijo
Soltó una risita y sentí un escalofrío en la espalda. Se llevó su pipa a la boca.
- Comandante... Déme candela, por favor.
Una llama surgió de la nada, en algún punto entre nosotros dos, y se dirigió hacia la
pipa. Sainsou aspiró con deleite hasta que el tabaco prendió.
- Gracias, comandante. Sírvase regresar a su sitio.
Ya no había ninguna llama. Me quedé mirando a Sainsou, sin comprender.
- Norton me abofeteó porque me atreví a pedirle candela para mi pipa. Ahora, él está
condenado a prenderme la pipa, a mí y a mis descendientes hasta la séptima
generación... Si no hubiera violado a Naima, quizás el castigo habría sido más suave...
*
Se me olvidaba un detalle importante... Es que con este ron tan fuerte se me enredan
las ideas. Sainsou era el sacerdote vodú más temido y venerado de Haití. Esto, Norton
no podía saberlo. Pero ¿y si lo hubiera sabido? Seguramente se habría reído, se habría
burlado de las creencias de nuestro pueblo... “Sainsou, dígale a Norton que me dé
candela. Un oficial norteamericano atendiéndolo a uno, eso no ocurre todos los días...
Gracias, comandante... Ahora, sírvase regresar a su sitio...”

Notas de Traducción

1. La ocupación norteamericana en Haití, iniciada en 1915, finalizó en 1934 con la


firma un convenio entre los dos gobiernos. Charlemagne Péralte dirigió la rebelión
contra la invasión norteamericana. En octubre de 1919, su campamento en las llanuras
del norte de Haití fue atacado. Péralte cayó con dos balas en el pecho, y su cadáver fue
crucificado.
2. Campesinos revolucionarios seguidores de los caudillos regionales que, a lo largo de
la historia haitiana, se alzaron contra los gobiernos de turno.
3. Los norteamericanos invadieron Haití el 28 de julio de 1915, a raíz del asesinato del
presidente Vilbrun Guillaume Sam y de los graves disturbios que siguieron.
4. El dictador François Duvalier se proclamó presidente vitalicio de Haití (1957-1971).

Traducción: Amelia Hernández

Tomado de: Krik Krak… Cuentos de las Antillas. Caracas: Monte Avula Ed.; Fondo
Editorial del Caribe; Sellos de fuego, 2010.

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