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El Último Amante

Anne Eames
3° Serie Montana Malone

El Último Amante (23.06.1999)


Título Original: Last of the Joeville Lovers (1998)
Serie: 3º Montana Malone
Editorial: Harlequín Ibérica
Sello / Colección: Deseo 863
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Josh Malone y Taylor Phillips

Argumento:

Alto, moreno y acaudalado, el ranchero Josh Malone tenía todo lo que


quería... excepto a la única mujer que deseaba ardientemente.
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Capítulo Uno
—¡Ni se te ocurra pararte ahora! —Taylor Phillips se quedó mirando fijamente a
los ojos del cansado vaquero y vio cómo las gotas de sudor le caían por la frente.
—¿Cuánto tiempo más tengo que estar así? —preguntó Josh mientras utilizaba de
nuevo la bomba.
—Al menos un minuto... o cinco, si puedes aguantar.
Josh refunfuñó y continuó moviéndose, pero sin mucho entusiasmo.
—¿Tienes problemas, Joshua Malone? Pensé que estabas en buena forma —Taylor
sabía que lo estaba provocando, y también sabía que así le haría esforzarse hasta el
límite.
—Ya es suficiente —dijo Josh tumbándose en el suelo al cabo de un par de
minutos.
Taylor sonrió triunfante. Miró el reloj, se puso de pie y le extendió un brazo.
—No está mal. Cuatro minutos más que ayer.
Con el brazo bueno, Josh la agarró de la mano y se incorporó.
—¿Dónde aprendiste a ser tan buena fisioterapeuta? —le preguntó mientras se
limpiaba la frente con la manga de la camisa.
Taylor se echó a reír ante aquella observación e hizo algunas anotaciones en su
cuaderno, resistiéndose a escribir sus pensamientos: «El niño rico tiene que trabajar
muy duro. Pobre chico». Por el 3rabillo del ojo, vio que la miraba con aquella
expresión suya tan sexy.
Se preguntó si Josh se daría cuenta de hasta qué punto ella disfrutaba
ignorándolo. El hombro se le había curado hacía semanas, pero sabía la razón por la
cual él continuaba merodeando a su alrededor.
Max apareció en aquel momento.
—Eh, papá... ¿le has enseñado tú a ser tan dura?
Max no atendió a la pregunta de su hijo.
—Josh... tendrás que excusarnos un momento. Hay una llamada urgente de Ann
Arbor —Max se giró hacia Taylor—. Es tu padre —dijo acercándole el teléfono.
El pulso de la chica se aceleró. Su padre no la llamaría nunca al rancho de los
Malone, pues sabía que estaba trabajando en la consulta de Max... especialmente a
aquella hora de la mañana... a menos que...
Agarró el teléfono y se preparó para recibir una mala noticia.
—¿Papá?
El tono de voz de su padre confirmó enseguida sus temores. Algo no andaba bien,
y tenía que ver con su madre.

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Taylor se dirigió a la oficina. Allí se encontraba Savannah, la nuera de Max,


sentada en el suelo con las piernas cruzadas. Su hijo, Billy, estaba de rodillas junto a
ella mirando cómo le cambiaba los pañales a su hermanito. La sonrisa de Savannah
desapareció en cuanto vio la cara de Taylor.
Ésta se dejó caer en una silla delante del escritorio y escuchó a su padre
atentamente.
—¿Qué médico la ve? —preguntó.
Cuando su padre respondió, Taylor se puso de pie y se dirigió hacia la ventana
que había detrás del escritorio.
—Tomaré el primer vuelo. Dile a mamá que espere, que voy de camino.
Taylor colgó el teléfono y miró con aire pensativo los montes Mojoe. Siempre
había sabido que aquel día llegaría, y siempre supo lo que haría cuando llegase.
—¿Taylor?
Se giró y vio la preocupación en el rostro de Savannah.
—¿Qué puedo hacer para ayudarte? —preguntó al tiempo que Max y Josh
entraban por la puerta.
—Llamaré al aeropuerto y te reservaré un billete —dijo Max.
Taylor asintió con la cabeza, perpleja aún por las noticias.
—Tengo que irme y preparar las maletas. No sé cuánto tiempo tendré que estar
fuera.
Max se acercó a ella. En su rostro se reflejaba un tremendo dolor, pues él y su
madre habían sido amigos hacía años.
—No te preocupes, nos las arreglaremos —dijo mientras le acariciaba los hombros
con suavidad—. Pero creo que no deberías conducir.
—Yo te llevaré al aeropuerto —se ofreció Josh.
—Si mal no recuerdo —apuntó Savannah— la última vez que pensé en regresar a
Detroit había sólo un vuelo antes del mediodía. Si sigue siendo así, no tendrás
tiempo de ir primero a tu casa. Quizá no puedas ni tomar el vuelo.
De una manera u otra, tomaría aquel avión. Con o sin maleta. Seguro que tendría
aún algo de ropa en Ann Arbor. Pero Savannah le sugirió una solución mejor.
—Jenny y yo tenemos cantidad de cosas que podríamos prestarte. ¿Por qué no nos
ocupamos de eso mientras Max intenta reservarte el billete?
Taylor y Savannah salieron del despacho y se dirigieron hacia la parte principal
de la casa.
—Tengo un secador y una plancha que puedo dejarte, y algo de ropa, pero creo
que la de Jenny te irá mejor.
—Gracias.

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Taylor se dirigió hacia la cocina. Hannah, el ama de llaves, y Jenny se estaban


riendo. Ambas se giraron a la vez cuando la oyeron entrar. Al verla, la sonrisa se
extinguió de sus labios.
—Mi madre está muy enferma y tengo que salir ahora mismo para el aeropuerto.
Savannah me ha dicho que podrías dejarme algo de ropa —dijo dirigiéndose a Jenny.
—Por supuesto. Ven conmigo —sugirió Jenny agarrándola del brazo—. Puedes
llevarte todo lo que quieras. De momento, no voy a necesitarlo.
Las dos mujeres se dirigieron a la cabaña donde Jenny se hospedaba con su
marido, Shane. Para estar embarazada de seis meses se movía con bastante rapidez.
Desde que Taylor había aceptado aquel trabajo a tiempo parcial, ella y Jenny no
habían sido precisamente muy amigas, pero tampoco eran enemigas. Sospechaba que
su desinterés por Joshua era la causa de la frialdad de Jenny.
Una vez en la cabaña, agarraron dos bolsos de mano y metieron en ellos vestidos
de verano, faldas, camisas y pantalones vaqueros.
—Gracias —dijo Taylor mientras cerraba uno de los bolsos, deseosa de ponerse ya
en camino.
Cuando regresaron a la estancia principal, Max estaba asomado a la ventana de la
cocina y Josh hablaba por teléfono. Al cabo de unos momentos, colgó y dijo:
—Bueno, ya lo he dejado todo solucionado para el resto del día —luego, miró a
Taylor y añadió—: ¿Estás lista?
La chica ocultó su decepción lo mejor que pudo. Aunque Josh no era la persona
que hubiera elegido para acompañarla, lo cierto era que le estaba haciendo un favor.
—Creo que sí.
Savannah sostenía un par de zapatos en ambas manos.
—He pensado que podrías llevártelos... si te están bien.
Taylor se los probó y asintió con la cabeza.
Max se acercó a ella.
—Te he conseguido un billete... pero tendrás que darte prisa. El avión sale dentro
de dos horas.
—No te preocupes, papá —intervino Josh—, iremos en la avioneta y llegaremos
con tiempo de sobra.
—Pensé que tenías que repararla —comentó Max.
—Bueno —respondió Josh encogiéndose de hombros—, se trataba de unos
cuantos arreglos sin importancia. Me ocupé de ello ayer.
—Taylor —dijo Max agarrándola del brazo—, dile a tu madre que rezaremos
todos por ella.
Las mujeres le dieron un abrazo. Josh la agarró del codo y la llevó afuera. La
camioneta roja estaba aparcada delante de la puerta. Taylor se acomodó en el asiento

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del pasajero y se abrochó el cinturón mientras Josh colocaba los bolsos en la parte de
atrás y se situaba detrás del volante. Luego puso el motor en marcha y la miró.
—No tengas miedo. Conduzco deprisa, pero con seguridad.
Taylor se mordió la lengua y puso los ojos en blanco. Sin esperar respuesta, Josh
dio marcha atrás, hizo un pequeño giro y salió disparado hacia la carretera en
dirección norte, hacia el hangar.
La ansiedad de Taylor aumentó cuando pusieron el pie en la pequeña avioneta.
El despegue fue suave y, por fin, ella empezó a relajarse. Si su mente no hubiera
estado en otro sitio, habría disfrutado de las montañas y del vivido color de los
campos que se extendían abajo.
Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.
«Por favor, Señor, dale a mamá las fuerzas suficientes para aguantar hasta que yo
llegue».
Los ojos se le llenaron de lágrimas. Rápidamente buscó un pañuelo en el bolso y
se sonó la nariz.
—Espero que todo salga bien —dijo Josh.
—Yo también —contestó ella.
—¿Te apetece escuchar música? Tengo cintas y auriculares.
—No, gracias —respondió Taylor.
Josh parecía ensimismado, y ella se preguntó en qué estaría pensando.
—¿Lleva tu madre enferma mucho tiempo?
Taylor no tenía muchas ganas de hablar, pero se sentía en deuda con él por la
ayuda que le estaba prestando, así que le contestó con el número justo de palabras.
—Tuvo un accidente de coche cuando yo estudiaba enfermería. Resultó
gravemente herida. Se rompió un brazo y una pierna..., y perdió un riñón. Estuvo
mucho tiempo en el hospital y luego en rehabilitación.
—¿Por eso estás tan interesada en ese tema?
—Supongo que sí. Recuerdo que cuando era pequeña jugaba a las enfermeras con
mis muñecas. Pero después de ayudar a mi madre con sus ejercicios, cuando regresó
a casa... bueno, vi la diferencia que había. Se recuperó por completo y pudo volver a
trabajar. No pensé que llegaría a... esto.
—¿A qué?
—El otro riñón no le funciona bien.
—¿Ha solicitado un trasplante?
—Está en la lista, pero el tiempo se agota... —Taylor exhaló un suspiro—. Si para
cuando yo llegue no ha habido ningún donante, le daré uno de mis riñones —miró a
Josh, suponiendo que empezaría a discutir sobre los peligros de tal procedimiento.
Sin embargo, él se limitó a responder:

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—Ojalá yo hubiera podido hacer algo para ayudar a mi madre.


Taylor se quedó mirándolo. Esperaba más información, pero Josh no prosiguió.
En el hospital todo el mundo sabía que Max era viudo, pero ella nunca llegó a saber
qué había sucedido. Corrían rumores de un posible suicidio, pero nadie podía
asegurarlo. Había ocurrido antes de que ella llegara al campus, y el doctor Max
Malone nunca hablaba de su vida privada.
Ya fuera en clase o visitando a los pacientes, Max siempre estaba inmerso en su
trabajo. Tenía un gran corazón, pero era bastante reservado. Si su madre no le
hubiera contado cómo había sido pionero en el campo de la cirugía ortopédica en el
Hospital Universitario de Michigan, nunca habría llegado a conocer su valía. Había
sido muy afortunada al tenerlo como mentor.
—Eres una mujer muy valiente, Taylor Phillips —dijo Josh de repente.
—No estoy tan segura. Sólo sé que tengo que hacer algo.
Él le lanzó uno de sus habituales guiños picarones, y el silencio se hizo de nuevo.
¿Por qué actuaba siempre de aquella manera? Por un momento, Taylor pensó que
había vislumbrado al hombre que realmente había en él, pero la muralla había vuelto
a levantarse. Una vez más, Josh había actuado como el típico playboy, y Taylor se
había sentido decepcionada sin saber por qué. Con curiosidad, observó su cabello
color arena, que caía despreocupadamente sobre el cuello de la chaqueta de aviador
que llevaba puesta. Se preguntó si aquella era una imagen estudiada o si surgía
naturalmente de su comportamiento.
De manera inesperada, Josh inclinó el avión y Taylor se echó bruscamente hacia
delante. Molesta, giró la cabeza y musitó con sarcasmo:
—Rápido con los coches, los aviones y las mujeres. ¡Qué hombre!
—¿Cómo dices?
—Nada. Yo... —el motor renqueó y el ruido se intensificó. Taylor se agarró a los
brazos del asiento—. ¿Qué es eso?
Josh elevó un poco más el avión. En su rostro no se reflejaba preocupación alguna.
—Es un aparato viejo. No te preocupes. Todo marcha bien.
Taylor divisó el aeropuerto más adelante, y deseó estar ya en tierra, sana y salva.
—La próxima vez que viajes conmigo, tendré mi nueva avioneta y así no pasarás
miedo.
Taylor cruzó los brazos e intentó relajarse, contenta de que el ruido hubiera
disminuido y de haber comenzado el descenso.
Una avioneta nueva, se dijo. Estupendo. Ella estaría pagando préstamos hasta el
siglo XXI, y aquel tipo hablaba de comprarse una avioneta como si se tratara de un
par de botas nuevas. Tenía razón en pensar que era un hombre egocéntrico y
consentido.
—¿Nos llamarás para decirnos cómo va tu madre?

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Taylor se quedó mirándolo por un momento. ¿Quién era, en realidad, aquel


hombre? ¿Y por qué perdía el tiempo en intentar averiguarlo?
Al ver que no contestaba, Josh la miró inquisitivamente.
—Sí, por supuesto —contestó ella por fin. Se quedó callada y observó el suave
aterrizaje. Apartó de su mente todos los pensamientos acerca de Joshua Malone y se
concentró de nuevo en los días que le esperaban.
El vuelo iría perfectamente. Ojalá no tuvieran que aterrizar en Minneapolis. Eso la
retrasaría al menos siete horas hasta llegar al lado de su madre.
«Por favor, Señor. Haz que llegue a tiempo.»
Josh la ayudó a apearse de la avioneta y le llevó las bolsas hasta la terminal.
Taylor parecía estar a miles de kilómetros de allí y él lo comprendía. Ojalá pudiera
pensar en las palabras apropiadas para consolarla, se dijo, pero recordaba todas las
bobadas que había oído tras la muerte de su madre y cómo se había sentido. Así que
permaneció en silencio y caminó junto a ella hasta la puerta de embarque.
Se quedó a su lado hasta que la llamaron para embarcar. Luego le deseó buena
suerte y la observó alejarse con elegancia.
Un sentimiento de ansiedad se agitó en su interior. No sabía por qué o cuándo el
juego había cambiado, pero había sucedido. Taylor Phillips no era ya un reto más
para él. Empezaba a sentir algo más por aquella mujer.
¿Qué le ocurriría en Ann Arbor? ¿Cuándo regresaría?
Se dio media vuelta y se dirigió hacia la salida.
¿Cómo había permitido que aquello ocurriera?

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Capítulo Dos
La puerta de la sala de espera se abrió cuando Taylor se acercó a la entrada de
cuidados intensivos. La triste figura de John Phillips apareció delante de ella. Al
principio no la vio, pues llevaba la cabeza gacha, indudablemente a causa del
cansancio y de la preocupación.
—¡Papá! —Taylor se dirigió rápidamente hacia él y los dos se abrazaron con
ternura. Él la estrechó entre sus brazos y durante un buen rato permaneció en
silencio.
—Todo va a salir bien, papá —dijo Taylor abrazada aún a su padre—. He tomado
una decisión.
John dio un paso atrás y la miró con curiosidad. Taylor le puso ambas manos en
los hombros y se quedó mirando sus oscuros ojos con la esperanza de animarlo.
—Voy a darle a mamá uno de mis riñones —él empezó a menear la cabeza, pero
ella se mostró inflexible—. No admito discusión sobre esto, papá. Mientras voy a ver
a mamá, busca al médico... Llámalo por megafonía si hace falta. ¿Dónde está
Michael? —preguntó mirando a su alrededor.
—Tu hermano está en la capilla, cariño... —dijo John con la vista fija en el suelo.
—Por favor, papá. Busca al médico. No perdamos tiempo.
Taylor besó a su padre en la mejilla y empujó la puerta de metal que desembocaba
en la unidad de cuidados intensivos. Una vez dentro, se dirigió corriendo al
mostrador.
—Quisiera ver a Ángela Phillips. Soy su hija.
—Habitación número seis del ala derecha... pero sólo puede permanecer allí unos
minutos.
—Gracias.
Taylor se dirigió hacia donde le habían indicado y, una vez delante de la puerta,
se quedó estupefacta. Había tubos y monitores por todas partes. Había visto aquello
cientos de veces, pero la enferma nunca había sido su madre... salvo en aquella
ocasión del accidente de coche. Entonces, como ahora, su madre parecía frágil y
vulnerable, muy distinta de la mujer llena de energía y vitalidad que siempre había
sido.
Ángela entreabrió los ojos. Taylor respiró hondo y se apresuró a su lado.
—Taylor —musitó Ángela acercando una mano temblorosa a su hija—. Me alegro
de que hayas conseguido venir antes de...
—Mamá, tienes que luchar. Vas a conseguir un nuevo riñón. Todo irá bien.
Ángela cerró los ojos y sonrió con dulzura.
—No puedo dejarte que lo hagas, cariño.

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—¿Quién te ha dicho que vaya a ser yo?


Ángela dirigió a su hija una mirada de complicidad.
—Lo sé.
—Está bien, voy a hacerlo y no admito discusiones —Taylor se fijó en los
monitores. El estado de su madre tendría que mejorar antes de la operación, pero
ahora que sabía que había esperanza, lucharía con todas sus fuerzas. Tenía que
hacerlo.
No podía imaginarse la vida sin ella. Siempre habían estado muy unidas, aunque
vivieran a muchos kilómetros de distancia. No había nada que no hubieran
compartido.
—Taylor —susurró Ángela al tiempo que cerraba de nuevo los ojos.
—Estoy aquí mamá —contestó ella inclinándose.
—Tienes que hacer algo por mí.
—Lo que quieras —Taylor tuvo que tragar saliva para evitar el llanto. Nunca
había visto a su madre tan enferma, ni siquiera después del accidente.
Ángela apretó la mano de su hija.
—Por favor, no me odies por lo que voy a decirte.
—No digas tonterías. No podría odiarte. Ya sabes cuánto te quiero.
—Hay algo en el desván que quiero que busques... Pero no se lo enseñes a tu
padre.
¿De qué demonios hablaba su madre? ¿Era a causa de las drogas que tomaba?
—Debajo del canapé del desván... hay unas tablas sueltas... verás un diario que
escribí... hace mucho tiempo. Son dos libros. No dejes que nadie los lea —Ángela
abrió los ojos muy despacio y se quedó mirando fijamente a su hija—. Por favor.
¿Qué demonios quería decir aquello? Sus padres nunca habían tenido secretos el
uno para el otro. Siempre se habían tratado con ternura y respeto. Tenían que ser las
drogas...
—Taylor, ¿podrías sacarlos de allí?
Fuera o no una alucinación, no podía negarse.
—Claro, mamá —Taylor besó a su madre y le acarició el cabello—. Ahora
descansa, ¿de acuerdo? Volveré más tarde. No te rindas. Te quiero.
—Yo también te quiero, hija —Ángela cerró los ojos y pareció quedarse dormida.
Taylor salió de la habitación.
Michael y su padre estaban apoyados en la pared, con los brazos cruzados y una
expresión de profunda tristeza en el rostro. Su hermano se acercó a ella para
abrazarla.
—¿Cómo está? —preguntó su padre.

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—Ahora descansa. ¿Encontraste al médico?


—Sí, y le conté tus intenciones. Dice que tu madre está muy débil para soportar
un transplante. Lo siento, cariño. Es demasiado tarde.
—¡No! —exclamó Taylor—. Mamá es una luchadora. Se pondrá mejor y podrán
operarla. Papá... —dijo mirando a su padre a los ojos—, no puedes abandonar. Mamá
lo notará en tu expresión.
—Tienes razón —contestó John sin mucha convicción—. Voy a ir a darle un beso
y a desearle buenas noches. El médico ha sugerido que nos vayamos a casa y
descansemos. Nos llamarán si hay algún cambio —se dirigió hacia la puerta de la
habitación y entró a ver a la mujer que había sido su esposa y su mejor amiga
durante casi treinta años.
Michael entrelazó los dedos de Taylor con los suyos.
—¿Dónde están tus maletas? —preguntó. Michael tenía veinte años, cinco menos
que Taylor.
—Están abajo, detrás del mostrador de información, pero...
—Ya sé que quieres quedarte, pero si no te vas papá tampoco lo hará. Estoy
preocupado por él. Ya no recuerdo cuándo durmió por última vez.
Taylor no quería marcharse, pero sabía que su hermano tenía razón. Su padre se
unió a ellos en el vestíbulo. Ella lo agarró del brazo.
—Vamos, papá. Mañana estará mejor.
Taylor había pasado toda la noche pensando en la petición de su madre y
deseando subir al desván. Pero la casa era muy pequeña y la hubieran oído, así que
había decidido esperar a que amaneciera. En aquel momento, su padre tomaba una
ducha y Michael estaba pendiente del teléfono, así que pensó que era una buena
ocasión.
Habían pasado muchos años desde la última vez que subió allí. Se detuvo en el
último peldaño y se quedó mirando la vieja mecedora situada delante de la ventana.
El canapé de madera de cerezo estaba en mejor estado de lo que había supuesto. Se
dirigió hacia él, con la esperanza de que si, efectivamente, había tablas sueltas, no
encontraría nada debajo. Al menos, nada que pudiera alterar el equilibrio de su
amada familia.
Se paró junto a uno de los extremos del pequeño sofá. Cerró los ojos y recordó la
cara de preocupación de su madre al hacerle aquella extraña petición. No podía
volver al hospital sin decirle que todo estaba solucionado.
Antes de perder los nervios, agarró uno de los brazos del sofá y lo retiró en
silencio de la pared. Un crujido reveló la existencia de dos tablas sueltas bajo sus
pies. Sintió ganas de echar a correr, pero se agachó y tiró de ellas.
Debajo, había dos libros cubiertos con un trapo. Los agarró rápidamente, colocó
las tablas de nuevo y puso el sofá en su sitio.

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Con los libros escondidos debajo del jersey, bajó las escaleras y corrió hasta su
antigua habitación.
Bueno, ya tenía el diario de su madre. Su padre nunca debía verlo ni conocer su
contenido.
Pero, ¿qué dirían que pudiera herirlo tanto?
Llamaron suavemente a la puerta y se sobresaltó.
—Taylor.
Con rapidez, escondió los dos tomos del diario en su bolso y respiró
profundamente.
—Ahora salgo, papá.
De repente, se sintió como si formara parte de una conspiración. ¿Le notaría algo
su padre en la cara? Se miró al espejo e intentó relajarse. Por fin, fue a abrir la puerta.
—¿Te ocurre algo, cariño?
—Estoy... estoy bien, papá. Creo que deberíamos irnos ya al hospital.
—Sí, será lo mejor.
Cuando llegaron a la habitación, la cama de Ángela estaba rodeada de médicos y
enfermeras. Taylor agarró con fuerza la mano de Michael. En momentos así, deseaba
saber menos de medicina e imaginar que era una niña pequeña... y que su madre era
invencible.
De repente, el sonido del monitor se hizo constante. Siguió una rápida serie de
inyecciones y reanimaciones, pero no sirvió de nada. El médico encargado informó
de la hora de la muerte.
El trío permaneció inmóvil junto a la puerta. Taylor cerró los ojos e imaginó el
alma de su madre elevándose hacia el cielo. Ahora estaría en un sitio mejor, alejada
de todo sufrimiento. Pensar en ello le ayudaba a sobrellevar aquel terrible momento,
y, seguramente, a medida que el tiempo pasara, su fe le ayudaría mucho más.
La familia no se sorprendió al leer, aquella misma tarde, las cartas que Ángela
había dejado para cada uno de ellos. Se había anticipado a aquel día y lo había
planeado todo hasta el último detalle. Había pedido ser incinerada, y si decidían
hacer una homilía, esperaba que la celebraran al día siguiente en la capilla del
hospital.
Era su última voluntad y así lo harían. Los tres se sentían aliviados por las
decisiones que habían sido tomadas, y, al mismo tiempo, consternados por la
pérdida de una mujer joven y vitalista.
Las llamadas telefónicas se sucedieron hasta bien entrada la noche. Luego, John y
Michael se retiraron a sus respectivas habitaciones y dejaron a Taylor sola en la
cocina.
Abatida, fregó los platos y limpió la encimera. Vio que su madre había señalado
en el calendario situado junto al teléfono una cita para la peluquería.

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Llamaría al día siguiente. No soportaría contar otra vez la triste historia. Había
intentado contenerse durante todo el día, más por su padre y por Michael que por
ella misma. Ahora podría llorar tranquilamente en su habitación.
Pero había otra llamada que tenía que hacer. Había prometido a Josh que
telefonearía al rancho, y Max querría también estar al corriente de lo sucedido.
Hannah contestó al teléfono y dijo que no había nadie más en la casa. Taylor le
dio la noticia y se sorprendió al oír que la vieja ama de llaves se echaba a llorar. No se
conocían tan bien como para que reaccionara así.
—Llama a Max después del funeral, ¿de acuerdo?
—Lo haré —contestó Taylor.
Mientras se dirigía a su habitación, tras haber colgado el teléfono, se preguntó por
qué le habría pedido Hannah que llamara a Max otra vez. Seguramente querría
hablar con ella de su regreso.
La capilla del hospital estaba repleta de comida y de personas que habían llegado
a dar el pésame.
No faltaron las palabras de consuelo para los familiares, y los abrazos se
sucedieron uno tras otro. El padre de Taylor permaneció a su lado todo el tiempo,
con los ojos enrojecidos por el llanto.
Gracias a Dios, el día terminó y la desconsolada familia se retiró a su pequeña
casita cerca del hospital. Recordaron los buenos tiempos y miraron los álbumes de
fotos. Finalmente, los hombres se retiraron a descansar y Taylor se quedó en la cocina
tomando un té y mirando el teléfono de la pared. Aunque los Malone habían llegado
a significar mucho para ella, Montana y la vida que había llevado allí le parecían
ahora lejanas e irreales, como los sucesos acontecidos en los dos últimos días.
Pero le había prometido a Hannah que llamaría, así que lo hizo.
Max contestó al teléfono.
—Siento mucho lo de tu madre —dijo. Sus palabras estaban llenas de dolor.
Apreciaba mucho a Ángela; habían sido buenos amigos.
—Lo sé. Las flores eran preciosas. Dale las gracias al resto de la familia en mi
nombre, por favor.
Max no dijo nada. La tensión al otro lado de la línea era palpable. Parecía como si
hubiera algo más que quisiera decir y le resultase imposible hacerlo. Taylor pensó
que sería algo relacionado con el trabajo.
—He hablado con mi padre y con Michael. Hemos decidido que lo mejor para
todos será volver cuanto antes a trabajar. La semana pasada empezaron a rehabilitar
una casa y...
—Tómate todo el tiempo que necesites. No quiero que tengas prisa.
—No te preocupes. Me vendrá bien... mantenerme ocupada.
Max no discutió. De hecho, no dijo nada.

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—Max ¿Hay algo que quieras decirme? —la pausa, seguida de un largo suspiro, le
confirmó que sí lo había—. ¿Max?
—Ya tienes bastante con lo que te ha ocurrido a ti.
—Por favor. ¿Qué ha pasado?
Sabía que no era nada bueno, pero aun así tenía que enterarse.
—Se trata de Josh.
Taylor se levantó de un salto de la silla y se dirigió al fregadero.
—¿Qué le pasa a Josh?
—No quería preocuparte con esto, Taylor, pero... bueno, ya que insistes. Tuvo un
accidente con la avioneta.
—¿Está...?
—Parece que se recuperará.
Taylor respiró aliviada, pero, antes de que pudiera relajarse, Max le contó el resto.
—Resultó muy mal herido, y... va a necesitar toda nuestra ayuda, Taylor. Está
paralítico de cintura para abajo.

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Capítulo Tres
El viaje de vuelta se le hizo aún más difícil que el de ida. La esperanza que Taylor
había albergado cinco días antes había sido reemplazada por un gran vacío. Era una
herida tan viva y profunda que no podía imaginar cómo viviría los días y meses
venideros. El trabajo y una gran ayuda de Dios serían su salvación.
¿Y por qué había tenido que ocurrirle aquello a Josh?, se preguntó mientras
avanzaba por el pasillo del hospital.
Entró en el ascensor y apretó el botón de la unidad de cuidados intensivos. Se
preguntó cuándo volvería a recuperar la alegría de vivir. Primero su madre, y ahora
Josh. Tan joven, tan alegre... tan atractivo. Lo tenía todo.
No era cierto, se recordó a sí misma. Había perdido también a su madre. Al
menos, ella había disfrutado de la suya durante veinticinco años.
El ascensor se paró y se preguntó qué le diría a Josh cuando lo viera. No había
sido muy amable con él en períodos anteriores, a causa, sobre todo, de rumores y
suposiciones... y de sus propios prejuicios hacia los jóvenes con dinero.
Pero ese día sería diferente; lo miraría a los ojos y empezaría de nuevo. Estaba
segura de que había un hombre bueno dentro de él. Después de todo, era el hijo de
Max. Y ahora, más que nunca, necesitaría ayuda para superar lo sucedido.
Se acercó a la UCI y se identificó en el puesto de enfermería. Mientras se dirigía
hacia la habitación de Josh, se juró a sí misma que haría todo lo posible para
devolverle la sonrisa. Una vez en la puerta, tuvo que hacer un esfuerzo para reprimir
un gemido. El ambiente le recordó la situación de su madre hacía pocos días. Con un
gran dolor en el pecho, entró en la habitación. La cabeza de Josh miraba hacia la
ventana. Pensó que estaba dormido, pero, al oír los crujidos de sus zapatos en el
suelo, él la miró y, en medio de un laberinto de cicatrices y cardenales, le dedicó una
amplia sonrisa.
—Hola, preciosa. Eso está mejor —dijo.
Taylor se acercó a él despacio. Deseaba tocarlo, pero, por alguna extraña razón,
sentía vergüenza.
—¿Qué está mejor?
—¡Una enfermera guapa! En las películas siempre hay enfermeras jóvenes y
guapas. Ya había perdido la esperanza.
—No soy enfermera. Soy...
—Ya, ya. Una médica sádica.
La sonrisa permanecía en el rostro de Josh, algo que la sorprendió. Sólo había
tenido que entrar en la habitación para lograr su objetivo.
—Imagino que el asunto del hombro es sólo una muestra de lo que me espera,
¿no?

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—Has acertado, vaquero. Todavía no has visto nada.


—Me encanta cuando te haces la dura.
—Bueno, ya veremos lo que aguantas tú en los meses venideros.
—¿Meses? —dijo él meneando la cabeza—. Semanas. Cuando salga de aquí, habré
sido el mejor paciente que hayas tenido.
Taylor dirigió la mirada hacia las piernas de Josh, esperando que él no notara la
preocupación en su rostro. El accidente podía haberle producido una parálisis severa.
—Serás mi fisioterapeuta, ¿verdad?
—Por supuesto. Eras uno de mis pacientes favoritos.
Josh alargó los brazos y con dedos temblorosos le agarró la mano.
—Me alegro —dijo mirándola fijamente a los ojos. Con la mano que tenía libre
señaló sus piernas—. Es temporal. Un traumatismo de no sé qué tipo. Nada que el
duro trabajo no pueda curar. Sólo tengo que imaginarme que estoy en un
entrenamiento de fútbol. Nuestros horarios solían ser bastante duros. Corríamos sin
parar y hacíamos pesas entre carrera y carrera. Pero el entrenador no tenía un
aspecto tan atractivo como el tuyo —agregó con un arrogante guiño.
Taylor meneó la cabeza. Percibía el miedo y la incertidumbre detrás de aquella
supuesta valentía.
—Nunca te das por vencido, ¿verdad?
—No —contestó él, con la mano agarrada aún a la suya.
El contacto prolongado de aquella mano hizo que a Taylor se le acelerara el pulso.
—Ahora necesitas descansar —dijo—. Volveré más tarde.
—¿Prometido?
—Prometido.
—¿Hoy?
—Si quieres.
—Sí, quiero.
Taylor dejó la UCI. Giró al final del pasillo y se detuvo. Apoyó la espalda en la
fría pared de cementó y respiró profundamente. Siempre se había enorgullecido de
ser capaz de controlar sus emociones. Había llorado sobre la tumba de su madre,
pero sabía que ahora ella estaría en un lugar mejor y que su padre y Michael
cuidarían uno del otro.
Sin embargo, ¿quién cuidaría de ella? Soñaba, con un abrazo y un hombro en el
que apoyarse. Aquélla debía de ser la razón por la cual el suave contacto de Josh la
había hecho estremecerse.
Dejó la pared y se dirigió al despacho de Max. Era normal que se sintiera
vulnerable durante algún tiempo. Haría bien en recordarlo siempre que estuviera

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con Josh. Él necesitaba su ayuda y a ella le iría bien mantenerse ocupada. Eso era
todo.
Josh miró por la ventana. Deseaba estar allí afuera, sintiendo el calor del sol en su
cara y, lo que era más importante, la tierra bajo sus pies. Trató de concentrarse en
unas cuantas llamadas que tenía que hacer, asuntos que debería delegar en otras
personas. La cosecha de trigo necesitaba ser atendida.
Pero la imagen de la granja se vio eclipsada por una preciosa cara enmarcada en
ondas de pelo rubio más bello que el trigo, y con unos hermosos ojos de un color azul
más intenso que su amado cielo de Montana.
Demonios, se había alegrado tanto de verla...
Max se levantó para saludar a Taylor.
—¿Cómo lo llevas? —le preguntó después de haberla abrazado dulcemente—.
Ojalá hubiera estado allí. Lo siento mucho.
Aquello era lo peor... escuchar a alguien decir que lo sentía y ver sus ojos llenos
de tristeza.
—Vengo de ver a Josh —dijo ella cambiando de conversación—. Parece que está
animado.
Max asintió con la cabeza y miró al suelo.
—¿Es muy grave? ¿Puedes decirme algo? —preguntó Taylor.
—Es muy pronto para hacer un diagnóstico, pero somos optimistas.
—¿La columna vertebral?
—No está gravemente dañada.
Taylor se dejó caer en una silla. En aquel momento se dio cuenta de hasta qué
punto había temido otra respuesta.
—No dejo de pensar que podía haber pasado algo peor. Si Shane no hubiera
estado cerca cuando la avioneta se cayó...
—¿Quieres decir que presenció el accidente?
Max meneó la cabeza.
—Hannah y Jenny habían preparado bastante comida aquella mañana, y Shane se
ofreció voluntario para llevar algunas cosas a la granja. Gracias a Dios, iba en el
coche y llevaba el móvil. Josh inclinó las alas cuando lo vio en la carretera... como
siempre hace al vernos... Al menos, eso fue lo que Shane pensó. Luego, la avioneta
chocó contra los árboles y... —Max respiró hondo—. Todos oímos el impacto. La
tierra tembló y supe que...
Taylor alargó la mano y le tocó el brazo.
—No tenemos por qué hablar de ello ahora.
—No importa —respondió dándole palmaditas en la mano—. Shane llamó a la
ambulancia y se dirigió al lugar del accidente. Al principio sólo veía fuego y humo.

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Luego, divisó a Josh. Se acercó todo lo que pudo y lo arrastró lejos de allí antes de la
explosión.
—¿Y cómo está Shane?
—Bueno, tiene algunos rasguños y moretones. Y una injustificada dosis de
culpabilidad.
—¿Culpabilidad?
—No puede quitarse de la cabeza que seguramente fue él quien le causó el daño a
Josh al arrastrarlo.
—Pero no había otra alternativa.
—Lo sé. Y se lo he dicho. Pero hasta que no lo vea andar de nuevo no atenderá a
razones.
Taylor se levantó de la silla y miró a Max.
—Entonces, tendremos que asegurarnos de que camine de nuevo, ¿verdad?
Max sonrió.
—Si alguien puede hacerlo, Taylor, ésa eres tú. Pero tendrás que trabajar muchas
horas extra. Sé que no te podría haber llegado en peor momento...
—El momento es perfecto. Necesito ponerme a trabajar ya.
Él le sostuvo la mirada, como si quisiera decirle algo más.
—Tengo un paciente en postoperatorio. ¿Te quedarás por aquí un rato más?
—Claro que sí.
—Estupendo. Hay algo de lo que quiero hablarte. Sé que te sonará a imposición y
que no tengo derecho a hacerlo, pero espero que te vengas a vivir al rancho cuando
Josh regrese a casa. Necesitará mucho ejercicio y dudo que conmigo quiera hacerlo.
Taylor abrió la boca para decir algo, pero Max la detuvo.
—Piénsalo. No tienes que decidirlo ahora.
Taylor se quedó de pie, sin moverse, y observó a Max alejarse por el pasillo.
¿Irse a vivir al rancho? No había pensado en ello. Sin embargo, la idea de pasar
mucho tiempo sola en su pequeño apartamento la preocupaba. El traslado le iría bien
tanto a ella como a Josh.
Entonces, ¿por qué se había quedado sin aliento? ¿De qué tenía miedo? Conocía a
la familia y le gustaba, y había espacio suficiente para ella en aquella enorme casa.
Finalmente, respiró con profundidad y se dirigió hacia la unidad de
rehabilitación. Sería mejor no pensar en el futuro, de momento. Lo que necesitaba era
trabajar. El tiempo aclararía lo demás.
Los pacientes a su cargo eran menos de los habituales, y eso brindó a Taylor
mucho tiempo para pensar. Cada vez que tenía un descanso, se acordaba de Josh y se
sentía aturdida. Hacía menos de una semana ni siquiera le caía bien. De hecho, había
hecho lo posible por evitarlo durante los pocos días que estuvo trabajando en la

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clínica del rancho. Y ahora no podía desterrarlo de sus pensamientos. Estaba herido.
Necesitaba su ayuda.
Cuando el último paciente se hubo marchado, se dirigió a la planta donde se
encontraba Josh.
Cuando llegó a su lado, él abrió los ojos y le sonrió.
—Has vuelto.
—Dije que lo haría.
—Una mujer de palabra —Josh dio unas palmaditas en el borde de la cama y ella
se sentó—. ¿Has oído algunos chistes buenos últimamente?
—Me temo que no —contestó Taylor echándose a reír.
—Lo siento —dijo él con el semblante serio—. Estoy siendo egoísta otra vez —
apagó la televisión con el mando a distancia y miró a Taylor a los ojos—. Antes me
hubiera gustado decir algo con respecto a tu madre...
Taylor temía oír de nuevo un «lo siento». Pero Josh la sorprendió.
—Sé cómo te sientes —le dijo tomándole la mano—. Siempre que quieras hablar
de ello... ya sabes dónde estoy. No tengo tantos recuerdos como tú —añadió—, pero
te hablaré de ellos si tú me cuentas los tuyos... cuando te sientas preparada.
Taylor paseó la mirada por el magullado cuerpo de Josh y luego la dirigió de
nuevo hacia sus caídos párpados. A pesar de todo lo que le había ocurrido, se
mostraba preocupado por ella. Aquello no casaba con la impresión que hasta
entonces había tenido de él. ¿Había sido siempre así de sensible y ella no lo había
percibido? ¿O era que tenía baja la guardia?
Fuera cual fuese el motivo, se alegró de que él cerrara los ojos y no viera cómo las
lágrimas estaban a punto de afluir a los suyos.
Salió de puntillas de la habitación y se detuvo en el mostrador donde había
dejado el equipaje. Las bolsas no pesaban mucho y, como el apartamento quedaba
cerca, decidió caminar.
Entró en el silencioso apartamento y se quedó de pie en medio del salón, con las
bolsas aún en la mano, sin saber qué hacer. Pasaron unos minutos hasta que recordó
algo importante. Se dirigió a su habitación, abrió una de las bolsas y encontró lo que
buscaba. Con suavidad, agarró los dos diarios y los apretó contra su pecho.
Por fin, las lágrimas brotaron libremente. Se echó en la cama y las dejó fluir. No
había nadie mirándola; ya no necesitaba hacerse la valiente.
Cuando las lágrimas cesaron, abrió la mesita de noche, guardó los diarios y cerró
el cajón con suavidad. Sabía que necesitaría tiempo para enfrentarse a aquellas
páginas tan personales. Algún día las leería, palabra por palabra. Entonces conocería
los miedos que habían atormentado a su madre.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo conforme se metía en la helada cama. Cerró los
ojos. El viejo canapé del desván de Ann Arbor y las tablas sueltas que había debajo
ocuparon sus últimos pensamientos antes de quedarse dormida.

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John Phillips subió con desgana las escaleras que conducían al desván. Una vez
arriba, descansó en uno de los brazos del viejo canapé. Recordaba las horas de dicha
que había pasado allí con su mujer mientras esperaban pacientemente el nacimiento
de Taylor. Había muchos y buenos recuerdos.
Hubo también momentos malos, pero con la ayuda de Dios el matrimonio se
salvó. Encontraron paz y amor de nuevo.
Arrastró el sofá y se agachó en busca de las tablas sueltas. Sus dedos se
detuvieron al recordar el momento en que, años antes, había descubierto los diarios,
y los días que siguieron, en los que había decidido no contarle nada a Ángela.
Por fin destruiría la única evidencia que quedaba de aquella época oscura de sus
vidas. Levantó los maderos y miró paralizado el hueco vacío. Pasaron años desde la
última vez que había echado un vistazo. Quizá Ángela los había destruido hacía
tiempo. El pulso se le aceleró. ¿Los habrían encontrado sus hijos?
No, era impensable. De ser así, habrían dicho algo. Habría visto algún cambio en
sus rostros.
Puso las tablas y el sofá en su sitio, y se dirigió hacia las escaleras con la seguridad
de que el secreto estaba por fin a salvo.

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Capítulo Cuatro
Los rasguños y los moretones desaparecieron de la cara y los brazos de Josh en el
transcurso de las dos semanas siguientes. Aunque no había vuelto a sentir las
piernas, estaba tan optimista como siempre.
Taylor lo observó mientras flexionaba los bíceps en la barra que le habían
colocado por encima del pecho. Afortunadamente, el hombro se le había curado por
completo.
—¿Cuándo voy a salir de aquí?
—No soy yo quien ha de decidirlo.
Josh hizo unos cuantos ejercicios más, presumiendo de su fuerza. Taylor había
pensado siempre que los cuerpos fornidos albergaban mentes huecas, pero ése no
parecía ser el caso de Josh. Las continuas visitas a su habitación se lo habían
demostrado.
—Bueno, puedo sentarme y levantarme de una silla de ruedas sin problema. ¿No
crees que podría manejarme igualmente en casa?
Shane y Jenny entraron en la habitación antes de que Taylor pudiera contestar. Si
Josh volvía a casa, ¿estaría ella preparada para mudarse al rancho? ¿Para trabajar tan
cerca de él... día tras día?
—¿Otra vez estás causando problemas, hermanito? —comentó Shane.
—¿Yo? —exclamó Josh ofendido. Luego sonrió—. Sólo quiero salir de aquí y
empezar a caminar, eso es todo.
—Pronto estarás bien —indicó Jenny estampándole un beso en la mejilla. Se
acarició el abultado vientre y añadió—: ¿Acaso tiene esto pinta de esperar para
siempre? ¡Recuerda tu promesa, Joshua!
Desde los pies de la cama, Taylor observó a la familia y se acordó de Michael y de
su padre. Los echaba de menos más que nunca y envidiaba la grata camaradería de
los Malone.
—¿Qué promesa? —preguntó Josh frunciendo el ceño.
—Lo sabes perfectamente... Ser nuestro apoyo si los bebés deciden venir antes de
tiempo. ¿Quién más podrá llevarnos en avioneta hasta el hospital?
—Yo podría intentarlo —intervino Shane—. No lo haría peor que él.
—Muy gracioso —repuso Josh, aunque no había diversión en su rostro. Parecía
distraído por algo y Taylor se preguntaba cuál sería el motivo. ¿Tenía miedo de volar
otra vez? Ella, desde luego, lo tendría.
—Vamos, anímate —sugirió Shane al tiempo que le golpeaba ligeramente el
hombro—. ¿Desde cuándo te tomas las cosas tan en serio?
Josh se miró las piernas y Shane sintió como si le hubieran clavado un cuchillo en
el estómago. Rodeó la cama arrastrando los pies y añadió:

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—Anoche llamaron de la casa Cessna y dijeron que tu nueva avioneta estará lista
muy pronto.
Taylor observó la reacción de Josh, pero no pudo averiguar el impacto real que
aquella información le había causado.
Jenny agarró el brazo de Shane.
—Vamos a llegar tarde a mi revisión si no nos damos prisa —besó de nuevo a
Josh y dudó si hacer otro tanto con Taylor.
Las miradas de ambas mujeres se encontraron y a Taylor le pareció ver un reto en
los ojos de Jenny: «¿Estarás aquí cuando él te necesite de verdad? ¿Hasta qué punto
lo quieres realmente?»
—Hasta luego —añadió Jenny dirigiéndose a Josh, pero sin perder de vista a
Taylor.
Esta agarró el parte médico y fingió no notar nada.
Más tarde, cuando iba paseando de vuelta al apartamento, se hizo a sí misma
aquella pregunta que había creído ver reflejada en los ojos de Jenny: ¿Hasta qué
punto quería a Josh realmente?
Justo antes de marcharse del hospital le había dicho a Max que se mudaría al
rancho, aunque sólo temporalmente, y éste se había puesto muy contento.
Con el corazón afligido, entró en el edificio y comenzó a subir las escaleras. Algo
más ocupaba su mente. Había llegado el momento de empezar a leer el diario de su
madre.
Hoy ha sido mi primer día de trabajo después del nacimiento de Taylor. Ha sido un día
lleno de emociones. Dejar a mi preciosa niñita en la guardería fue como si me arrancaran el
corazón. Esos tristes ojitos azules me llenaron de culpabilidad. Estuve tentada de tomarla
entre mis brazos y regresar con ella a casa, pero no lo hice, lo cual me hizo sentir muy egoísta.
¿Por qué no puedo ser como otras mujeres que se sienten felices siendo madres las
veinticuatro horas del día"? Me encanta estar con Taylor, pero echo de menos mi trabajo de
enfermera y la compañía de los adultos, que te hablan con frases completas.
Cuando llegué al hospital todos parecían muy contentos de verme. Incluso había un cartel
de bienvenida en la sala de enfermería. Llamé dos veces a la guardería para asegurarme de que
Taylor estaba bien y me puse muy contenta al oír que estaba haciendo amiguitos y
adaptándose con facilidad.
Me preocupaba un poco volver a la rutina del hospital, pero fue como si nunca me hubiese
marchado. Max estaba más ocupado que nunca. Fue estupendo verlo de nuevo, y también una
sorpresa. La última vez que se fue a Montana pensé que ya no regresaría. Lo echaba
muchísimo de menos, pero tenía razones de peso para marcharse. Sus tres hijos son todavía
pequeños, el menor es sólo unos cuantos años mayor que Taylor. No sé cómo se las apaña sólo
con las visitas de fin de semana, nunca lo entenderé. A veces habla de los niños con ternura,
pero luego se pone triste y cambia de conversación.
Pobre Max. Yo no podría estar lejos de mi familia.

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John ha estado un poco frío conmigo durante la cena y no quería oír hablar de mi trabajo.
Ojalá entendiera por qué necesito volver a trabajar. Ojalá confiara en que no voy a dejar que
mi trabajo perjudique de ninguna manera a nuestra hijita. Con el tiempo espero que vea que
he tomado la decisión acertada.
Taylor cerró el diario y lo metió en el cajón de la mesita de noche. Luego se enjugó
las lágrimas. Al pensar en las palabras de amor de su madre, se sintió mejor. La suya
había sido una relación muy especial y siempre permanecería en su corazón.
Cerró los ojos y dejó que saliera a flote el cansancio acumulado de toda la jornada.
Algún día le aseguraría a su padre que el hecho de que su madre trabajara nunca le
perjudicó en modo alguno.
Ryder y Shane cargaron la última caja en la parte trasera del coche. Taylor se
apretujó en un espacio que dejaron para ella detrás del asiento de Ryder. Josh había
regresado a casa con Max a última hora de la mañana.
Cuando Taylor entró por la puerta lateral del rancho, Savannah y Jenny dejaron
de hablar con Hannah, y las tres mujeres se quedaron mirándola. Savannah fue la
primera en hablar.
—Deja que te ayude con los bolsos —dijo aliviando el peso de Taylor—. Vamos,
Jen, enseñémosle la habitación de la suerte.
Savannah empezó a subir las escaleras seguida de Taylor, y ésta a su vez seguida
de Jenny.
—¿La habitación de la suerte? —preguntó Taylor.
—¿Eso he dicho? Me refería a que es una habitación muy bonita. En realidad es
más que una habitación.
Savannah se detuvo en el umbral y dejó que Taylor entrara primero.
Aturdida ante la visión, Taylor empezó a inspeccionar sus nuevos aposentos.
Había una antigua cama situada entre dos ventanales cubiertos con cortinas de
terciopelo. Una arcada conducía a una preciosa salita con chimenea. Había también
un baño privado, y el aroma de los jabones impregnaba toda la habitación.
Taylor dejó la maleta en el suelo y se giró hacia las chicas.
—Es preciosa —dijo echando un vistazo a las numerosas antigüedades y
acuarelas que colgaban de las paredes—. Puede que nunca quiera volver a casa.
Jenny se dirigió hacia una de las ventanas.
—Esta habitación me trae muchos recuerdos.
Savannah dejó uno de los bolsos de Taylor junto al armario.
—Las dos nos quedamos en esta habitación la primera vez que visitamos el
rancho. Estoy segura de que te sentirás muy bien aquí.
—Bueno —dijo Jenny retirándose de la ventana—, tengo que preparar la cena. Los
hombres estarán probablemente saludando a Josh, pero pronto subirán con el resto
de tus cosas.

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Salió de la habitación y Savannah se acercó a Taylor. Las dos mujeres se unieron


en un abrazo.
—Bienvenida a Joeville —dijo Savannah—. Estoy muy contenta de que hayas
venido por Josh. Estoy segura de que muchas veces acabará con tu paciencia, pero
todos te estamos muy agradecidos por tu ayuda.
Taylor quiso decirle que no podía prometer nada. De repente sintió como si el
peso de lograr que Josh caminara de nuevo recayese exclusivamente sobre sus
hombros.
Ryder y Shane entraron en la habitación con el resto del equipaje, y Taylor expelió
todo el aire que había estado reteniendo.
—Haré lo que pueda —dijo.
—Sé que lo harás —respondió la otra mujer sonriente.
Cuando Savannah asomó de nuevo la cabeza por la puerta, un par de horas más
tarde, Taylor había colocado ya todas sus cosas.
—La cena estará lista dentro de cinco minutos. Espero que tengas apetito. Jenny
se ha sobrepasado con la comida.
—Gracias. Bajaré enseguida.
Savannah desapareció tan rápidamente como había llegado, y Taylor se dejó caer
en un lado de la cama. La hora de enfrentarse a Josh y al trabajo que debían hacer
juntos había llegado por fin. Esa noche descansarían, pero al día siguiente empezaría
todo: el duro trabajo, las horas de esfuerzo, la cercanía de sus cuerpos, el contacto
que se derivaría de aquel tipo de rehabilitación... Ya había tenido pacientes atractivos
en otras ocasiones, pero nunca había sentido aquella aprensión. ¿Sería porque Josh
era el hijo de Max, y se sentía en deuda con su antiguo profesor? ¿Le preocupaba
decepcionarlo? Sí, debía de ser eso.
Se levantó de la cama y salió de la habitación. ¿A quién intentaba engañar? No era
tan simple.
El olor a patatas asadas le dio la bienvenida cuando entró en la cocina.
Hannah se detuvo con la espalda pegada a la puerta del comedor. Llevaba en las
manos una bandeja llena de vasos de té helado.
—¿Quieres tomar otra cosa?
—No, gracias —contestó Taylor sonriente—. El té me vendrá estupendamente.
—Bueno, pues entra. No te dé vergüenza, no van a morderte. Y si lo hacen, saben
que les morderé yo a ellos.
Taylor se echó a reír y siguió a la anciana. Sabía que tenía un corazón de oro
debajo de aquella dura coraza. Por un momento se olvidó de la ansiedad, hasta que
vio que el único asiento vacío que había en la larga mesa estaba al lado de Josh.
Todos la saludaron tan efusivamente al entrar que le resultó difícil mantener un
contacto ocular con alguno de ellos en concreto, hasta que su mirada recayó en Billy,
de diez años de edad, que la miraba sonriente.

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—Es estupendo que te quedes con nosotros, Taylor —dijo el pequeño.


—Gracias —contestó ella tomando asiento.
Max se giró hacia Hannah al ver que se disponía a salir del comedor.
—¿No comes con nosotros esta noche?
—No —respondió la anciana con un movimiento de mano—. Tengo cosas que
hacer en la cocina. Además, estoy muy cansada esta noche. Creo que me iré pronto a
la cama.
Cuando se hubo marchado, Max se giró hacia el pequeño Billy.
—Ya que estás tan hablador, jovencito, ¿por qué no bendices la mesa hoy?
—¿Yo? —preguntó el niño con ojos llenos de pánico.
—¿No me dijiste que habías aprendido una nueva manera de rezar?
—Está bien —accedió Billy exhalando un suspiro—. Pero primero nos tenemos
que dar la mano todos... incluidos los hombres.
Ryder y Shane, que estaban sentados juntos, empezaron a quejarse en tono de
broma, pero finalmente se dieron la mano y pronto se hizo un círculo alrededor de la
mesa.
Taylor tomó la mano de Josh sin mirarlo a los ojos. No era la primera vez que un
hombre le agarraba la mano, pero jamás había sentido nada igual.
Billy se aclaró la garganta.
—El maestro dice que primero debemos dar las gracias y luego hacer las
peticiones.
—Vamos, Billy, empieza ya —pidió Ryder dándole un ligero codazo—. Creo que
el tío Shane se está enamorando de mí.
Savannah alargó el brazo por detrás de su hijo adoptivo y le dio un manotazo en
el hombro a su marido.
—Querido Señor —comenzó Billy—, gracias por permitir que el tío Josh no
ardiera con la avioneta y por haberlo enviado por fin a casa. Y gracias también por
que queden solamente doce días para que termine el colegio —hizo una pausa y
Taylor se mordió el labio superior para no reírse—. Gracias por cuidar de mi madre
—continuó—, y por haberle concedido su propia estrella. Dile que la veo brillar todas
las noches. Por favor, dale también a la madre de Taylor otra estrella. Y si puedes,
haz que se hagan amigas... así, cuando lleguemos allí ya nos conocerá todo el mundo.
Josh apretó la mano de Taylor y ella tragó saliva.
—Y una cosa más, Señor. Por favor, ayuda a Taylor a que haga andar de nuevo al
tío Josh. Eso nos haría muy felices a todos. Amén.
Apenas acabó de decir la última palabra cuando sus manos se dirigieron al gran
cuenco de puré de patatas que tenía delante. De repente, se detuvo al ver que nadie
más hablaba ni se movía.

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—¿Lo he hecho mal?


Max fue el primero en recuperarse.
—Ha sido perfecto, Billy. Ahora ya puedes empezar a comer.
Tan pronto como Taylor retiró la mano de la de Josh, empezó a echar de menos su
calor. Se le había quitado el apetito. ¿Qué demonios le pasaba?
Josh era su paciente, y Max su mentor. Se trataba simplemente de otro trabajo.
Aquel joven había tenido un accidente y sentía pena por él, pero eso no negaba el
hecho de que fuera el hijo de su jefe. Era un chico mimado que lo había tenido todo
en bandeja de plata. No tenían nada en común.
Sí, sería mejor que se atuviera a aquel pensamiento. Tal vez aquel atractivo
vaquero hubiera encandilado a muchas mujeres, pero pronto se daría cuenta de que
ella no estaba interesada en su dinero, su ingenio... o su condenado atractivo.

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Capítulo Cinco
Desde el inicio de las vacaciones de verano, la rutina diaria de Billy consistía en
ayudar a Ryder por la mañana, jugar con el pequeño Chris hasta la hora de la siesta,
y luego llegarse a la clínica, donde Josh hacía ejercicio con Taylor.
Al ver cómo Billy irrumpía brincando en la habitación, con una energía
inagotable, Josh experimentó una oleada de envidia que le remitía a tiempos
pasados. Tiempos en los que caminar y correr solía ser tan fácil como respirar.
Mientras el pequeño mostraba a Taylor un dibujo que acababa de pintar, Josh se
aferró a las barras paralelas con más fuerza, hasta que los brazos le temblaron de
cansancio. Llevaba casi un mes trabajando arduamente cada día, pero seguía sin
sentir nada de cintura para abajo.
—Hola, tío Josh —Billy se sentó en la silla de ruedas y dio un par de vueltas,
considerándolo divertido, pero luego la devolvió a su sitio conforme Josh se acercaba
al final de las barras—. ¡Uauh, fíjate en esos músculos! —señaló el pecho de Josh,
quien se echó a reír—. ¿Crees que alguna vez podré ser así?
Josh se derrumbó en la silla con un quejido.
—Claro que podrás —miró aprobatoriamente a Taylor—. Conozco a una
entrenadora que puede ayudarte —hizo un guiño, y Taylor puso los ojos en blanco
como solía hacer siempre que Josh flirteaba con ella.
Billy la miró ceñudo.
—¿Y tendré que romperme algo para que me ayudes?
Josh observó cómo Taylor se reía y aseguraba a Billy que no era necesario. Al
reírse, las comisuras de los labios se le curvaban ligeramente hacia arriba, semejando
pequeños paréntesis que conferían a su rostro un aire cálido y relajado. Una
expresión que Josh apenas solía verle cuando estaban los dos solos.
¿Sería eso lo que tanto lo fascinaba? ¿El desafío de lo inalcanzable? Taylor era
muy atractiva, con el cabello rubio, los ojos azules y un cuerpo que atraía las
miradas. Pero no era simplemente su físico lo que lo atraía. Había conocido a muchas
mujeres guapas, presumidas y pagadas de sí mismas. Taylor era todo lo contrario.
Josh sabía que bajo su atractivo exterior se ocultaba una gran inteligencia.
Se preguntó si sería tan reservada con todos sus pacientes, o si él constituía una
excepción. En las horas que habían pasado juntos, Taylor no le había permitido
penetrar en aquella fachada glacial ni una sola vez. Josh sabía que era una fachada.
Su comportamiento con Billy demostraba que por sus frías venas corría sangre
cálida.
¿Qué debía hacer para ganarse su confianza? A veces, Taylor actuaba como si
entre ellos pudiera nacer una amistad, pero enseguida cambiaba, como si se diera
cuenta de que había cometido un desliz. Aunque Josh comprendía por qué no
deseaba encariñarse con él. ¿Quién en su sano juicio querría entablar una relación
con un tipo que no podía caminar?

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¿Relación? ¿Por qué había utilizado aquella palabra? Pensaba más bien en una
amistad... ¿verdad?
No estaba preparado para iniciar una relación. Ya tuviera las piernas lastimadas o
sanas. La fatiga y la frustración debían de estar afectándole el cerebro.
Josh suspiró y vio que el niño se disponía a marcharse. Ojalá Taylor pudiera
relajarse con él como hacía con Billy, Max y el resto de la familia.
Billy hizo una señal con la mano para despedirse.
—Nos veremos luego, compañero —le dijo Josh. Vio que Taylor había recuperado
la expresión seria que reservaba exclusivamente para él. Quizá era el momento
idóneo para intentar derribar la barrera que había interpuesto entre ambos.
Taylor se acercó a él con grandes zancadas, lo agarró por debajo de los brazos y lo
ayudó a colocarse en la colchoneta azul situada junto a la silla. Josh inhaló su
perfume de flores, quizá de lavanda, y el aroma familiar de su champú. Notaba cómo
los músculos de ella se tensaban contra los suyos, cómo sus generosos senos se
apretaban contra su camiseta. Y la noción de amistad fue inmediatamente
reemplazada por un deseo más primario. Podía imaginar el esbelto cuerpo de Taylor
estirado encima del suyo, su largo cabello rubio cayéndole sobre el rostro, cubriendo
como un velo los húmedos besos que deseaba posar en aquellos labios perfectos.
Se maravilló de su fuerza conforme lo sentaba de espaldas, y le sonrió cuando se
acuclilló sobre sus talones. Taylor esbozó al instante una expresión de desdeñoso
rechazo. Había vuelto a meter la pata.
—¿No podemos relajarnos unos minutos y charlar, simplemente?
«¿O puedes quitarte la ropa y revolearte conmigo por el suelo?»
Dijera lo que dijese, la respuesta de Taylor sería la misma.
Sus ojos azules emitieron un brillo desafiante.
—Tengo otros pacientes además de ti, ¿sabes? —empezó a trabajar una de sus
piernas, doblándole la rodilla, alzándola y bajándola como había hecho tantas veces
con anterioridad.
Josh observó sus manos seguras durante un rato, y dejó que la tensión
desapareciera. Luego se atrevió a hacer la pregunta en la que llevaba pensando toda
la mañana.
—¿He hecho algo malo?
Ella siguió trabajando sin mirarlo.
—Hay días en que quizá no te esfuerzas tanto como debieras.
—No me refiero a la terapia.
Taylor lo miró de reojo fugazmente, y luego pasó a la otra pierna. Empezaban a
formársele unos hilillos de sudor en el nacimiento del pelo.
Josh probó otro enfoque.
—¿Te gusta vivir en el rancho?

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Ella se secó la frente con la manga de la chaqueta blanca.


—¿A quién no le gustaría? Es precioso —le lanzó una mirada acerada, sin romper
el ritmo del tratamiento—. No todo el mundo tiene la fortuna de vivir en un sitio así.
—Aunque no todo es tan perfecto como podría pensar la gente —repuso él.
Atisbo una pequeña brecha en su armadura y se incorporó sobre los codos—. El
dinero no puede comprarlo todo, Taylor.
—Evidentemente —al cabo de un segundo, lo miró de soslayo—. Lo... lo siento.
No me refería a... —tenía los ojos clavados en sus piernas y parecía avergonzada.
—Ya lo sé —Josh le tomó la mano—. Pero, ¿a qué te referías?
Taylor trató de retirar la mano, pero él no la soltó. Se encogió de hombros.
—A nada en particular.
—¿Quieres parar y mirarme un momento, por favor? ¿Qué te he hecho?
Ella pestañeó y empezó a girar la cabeza, pero volvió a mirar a Josh cuando éste le
tiró de la muñeca.
—¿Quién ha dicho que no me caigas bien?
—¿Te caigo bien?
Taylor miró hacia otro lado y él le dio un nuevo tirón.
—Contesta. ¿Te caigo bien?
Ella abrió la boca y luego la cerró, como si temiera atragantarse con las palabras.
Josh emitió un suspiro de cansancio.
Maldición. No había querido arrinconarla de aquella manera.
—A veces puedo ser un auténtico imbécil, ¿verdad? —la miró, y Taylor por fin lo
recompensó con una tímida sonrisa—. Agradezco tu ayuda y la paciencia que tienes
conmigo, de veras. Sé que no siempre he sido un paciente fácil. Pero... en fin,
esperaba que, después de todo el tiempo que hemos pasado juntos, llegáramos a
conocernos un poco mejor —Josh vio que se ruborizaba, detalle que lo animó a
seguir—. Esperaba que hablases conmigo de una cosa, pero nunca has mencionado
nada al respecto.
—¿De qué cosa?
Él hizo una pausa, temiendo perder el poco terreno que había ganado.
—De tu madre.
Taylor agachó la cabeza y empezó a juguetear con una uña astillada. Había tanto
dolor en su rostro, que Josh pensó que rompería a llorar. Pero no fue así.
Él insistió.
—Hablamos un poco sobre ella el día que te llevé al aeropuerto. Sé lo que es
perder a una madre. Yo tampoco hablé de ello con nadie durante años, y eso me
carcomió por dentro.

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Taylor lo miró a los ojos por fin, y Josh vio que las lágrimas se le agolpaban en el
borde de las pestañas.
—No era mi intención entristecerte —le susurró. Alargó la mano para tocarla,
pero estaba demasiado lejos—. Simplemente quería que supieras que... en fin... si
alguna vez necesitas charlar, aquí me tienes —se encogió de hombros—. Podríamos
rememorar los ratos buenos que pasamos con nuestras madres. No tiene por qué ser
todo tristeza.
Taylor se mordió el labio inferior, luchando valientemente por mantener el
control. Se sorbió la nariz una vez, y luego empezó a masajearle de nuevo la pierna.
Acabaron la sesión sin que mediaran más palabras, pero Josh percibió el cambio que
se adivinaba en los ojos de Taylor. Algo se agitaba detrás de aquellos hermosos ojos
azules de niña.
Ojalá supiera de qué se trataba.
Después de la cena, Taylor ayudó a Jenny y Savannah con los platos. Dejó que la
pareja llevara las riendas de la conversación mientras sus pensamientos derivaban
hacia el rato que había pasado con Josh aquella tarde. Deseaba poder hablarle de su
madre. Sabía que eso le ayudaría a superar la pérdida. Y, desde luego, Josh
comprendería cómo se sentía.
¿Por qué se empeñaba en mantenerse alejada de él? Evocó el atractivo rostro de
Josh, como solía hacer últimamente cuando no estaban juntos, y el corazón se le
aceleró. El tiempo que compartían no hacía sino intensificar una atracción que cada
vez le costaba más reprimir. Lo cual desembocaba en la pregunta de siempre. ¿Por
qué tenía que reprimir sus sentimientos hacia Josh? ¿Eran reales o ilusorios? Se sentía
tan vulnerable, tan llena de dudas...
Jenny dio las buenas noches y Savannah la siguió por el pasillo, dejando a Taylor
sola con sus cavilaciones conforme subía cansadamente las escaleras. Cerró las
ventanas del dormitorio. El sol estaba ya muy bajo en el cielo, y una fría brisa
primaveral había llenado el cuarto.
Un encendedor de gas descansaba en un extremo de la repisa de la chimenea.
Taylor lo utilizó para encender el fuego, luego se despojó de la ropa y se puso la
camisa de dormir. Tomó el diario de la mesita de noche y se sentó frente a las llamas
teñidas de azul.
«Oh, mamá, te echo tanto de menos. Ojalá estuvieras aquí para aconsejarme sobre
Josh. ¿Qué me dirías?».
Se frotó los ojos con el dorso de la mano, abrió el libro con pastas forradas de
calicó y siguió leyendo por donde lo había dejado.
Ayer fui a la peluquería y compré un maquillaje nuevo aprovechando que había salido.
Quería que Max notase el cambio y me dijese algo... cosa que hizo, naturalmente. Parece
reparar en cada pequeño cambio, y me siento como una colegiala cuando así ocurre.
Últimamente tenemos cada vez más pacientes. Trabajamos tan bien juntos, que alguien debe
de haber notado algo. Siento un agradable calor cuando estoy cerca de él, y a veces me
pregunto si llego a ruborizarme delante de los demás.

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Una parte de mí me dice que debo poner fin a estas fantasías. Entonces me digo que Max
volverá pronto a Montana, y que todo se acabará. En cierto sentido, desearía que se marchase
mañana mismo, pero cuando lo pienso noto un gran vacío interior y siento ganas de llorar.
He sorprendido a John mirándome de una forma extraña estos últimos días, y me pregunto
si tal vez me lee la mente. Le he preparado sus comidas favoritas y le he preguntado acerca de
su trabajo, para hacerle ver que me intereso por él. Es tan buen hombre... Amable, tierno y
sincero. Tal y como era cuando nos casamos... lo cual no hace sino aumentar mis sentimientos
de culpa.
Aún recuerdo el día de la boda como si fuera ayer. Una voz interior me advirtió que me
faltaba algo. ¿Por que no hice caso? ¿Y cómo arreglo las cosas ahora?
Dentro de poco, Max se habrá ido y mi vida volverá a la normalidad. Ya superé su marcha
la otra vez, y puedo volver a hacerlo. Pero, ¿por qué tuvo que regresar, Dios mío?
Esta noche he contemplado a mi precioso ángel mientras dormía, y he rezado por que sea
más fuerte y paciente que su madre cuando crezca. Por que espere a ese hombre especial... que
sea no sólo bueno, sino que la deje sin respiración, que haga que su corazón se estremezca de
puro gozo. Perdóname, Dios, por pensar así.
Rezo por que encuentre a un hombre como Max.
Taylor soltó el diario y clavó la mirada en el fuego. Desde siempre supo de la
amistad y el respeto que habían unido a Max y a su madre, pero aquellas páginas
hablaban de mucho más.
¿Habría tenido su madre una aventura con Max?, se preguntó mientras se
deslizaba entre las sábanas. ¿Sería ése el motivo por el cual le había dicho «por favor,
no me odies» el día antes de morir?
Cerró los ojos y meneó la cabeza. Pensó en el rostro atractivo de Max. Debió de
ser un hombre irresistible cuando era más joven. Tan irresistible como...
Josh.
Taylor se puso de lado y golpeó la almohada. Aquello era ridículo. No era propio
de ella dejarse llevar por semejantes fantasías románticas. Pensar siquiera que Josh y
ella pudieran satisfacer el amor no consumado de sus padres era una locura.
La conducta de Josh durante la terapia de la semana siguiente facilitó a Taylor la
tarea de reprimir sus sentimientos. No sólo se mostraba irritable, sino que llegaba
tarde a menudo, y utilizaba su teléfono móvil para llamar a la granja y hablar con sus
empleados acerca de las cosechas.
Pero lo peor era que cada vez parecía más desanimado. No era propio de Josh
sumirse en la autocompasión, y esa conducta suponía una mala señal. Taylor había
visto casos similares. De modo que optó por tomar medidas. Aprovechó una visita
de Shane y Ryder a la clínica para intercambiar con ellos unas palabras.
—¿No crees que estás siendo muy dura con él? —le preguntó Shane, tras observar
una de las sesiones.
—Josh se está dando por vencido. No podemos permitírselo. Hay que motivarlo
de la manera más adecuada.

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Ryder soltó una risita.


—Quieres decir que hay que enojarlo.
Taylor asintió y sonrió.
—Tú lo has dicho.
Pero Josh no era como la mayoría de los pacientes de Taylor. Era terco
sobremanera y no aceptaba la ayuda de nadie. Cuando por fin consiguió instalarse en
la silla de ruedas, fue en busca de su padre.
—¿Qué tal va eso, hijo?
—Quiero trasladarme a la granja. Los muchachos me necesitan.
Max rodeó su mesa y se sentó en el borde.
—Te comprendo, hijo. Has trabajado mucho para remozar esa vieja casa. Ahora es
tu hogar. Pero no puedes vivir allí solo. Aún no.
—Lo tengo todo pensado. Hank y los demás pueden atenderme por turnos, y
siempre tendré el teléfono móvil cerca... por si las moscas. Necesito arreglármelas por
mí mismo, papá.
También necesitaba alejarse de Taylor, pero no lo dijo.
—Supongo que no puedo hacer que cambies de opinión y esperes un poco más.
Josh negó con la cabeza.
—Quisiera irme hoy mismo.
—Está bien, hijo. Hablaré con tus hermanos para que te ayuden con el traslado.
Descansa un par de días. Luego enviaré a Taylor para que sigáis con la terapia.
—Papá, no...
—En esto último no admitiré negativas, Josh. No me importa la edad que tengas.
Sigo siendo tu padre. Y, por si lo has olvidado, soy médico Sé muy bien lo que te
conviene.
Josh agachó la cabeza, dándose por vencido. El accidente le había costado algo
más que el uso de las piernas. Le había costado la libertad, la independencia.
Tras dirigir una mirada de frustración a su padre, se dio media vuelta y salió de la
habitación.

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Capítulo Seis
Josh y Hank se sentaron a la mesa de la cocina para repasar las cuentas de la venta
del trigo y la lista de tareas pendientes. Los beneficios ni siquiera se aproximaban a lo
esperado, pues el incendio había arrasado una tercera parte de los campos. Por
suerte, se había conseguido sofocar las llamas antes de que alcanzaran la casa.
—Hay problemas con el sistema de irrigación del sector sudoeste —dijo Hank
recostándose en la silla.
—¿Qué fue de la unidad afectada por el incendio?
—No se quemó, como sucedió con el trigo, pero sigue sin funcionar. ¿Hay
posibilidades de comprar una nueva?
Debían recortar gastos en la medida de lo posible. Se suponía que cubrirían el
importe de la nueva avioneta con el dinero reportado por la venta de la antigua, más
los ingresos de la cosecha de trigo. Pero el presupuesto era muy ajustado. Josh había
esperado no tener que pedirle ayuda a su padre, sobre todo porque a Max jamás le
agradó la idea de montar una granja.
Josh bostezó y se desperezó, tratando de descargar la tensión que sentía en los
hombros y la espalda.
—¿Por qué no le echas otro vistazo? Quizá haya algunas partes que se puedan
aprovechar.
Ryder y Shane entraron por la puerta accesoria, cada uno cargando con una barra
de ejercicios.
Josh emitió un quejido y señaló.
—En el salón. Pero antes tendréis que quitar algunos muebles de en medio.
—¿No nos ofreces una cerveza? —preguntó Ryder por encima del hombro.
—Primero el trabajo, luego la cerveza —replicó Josh, sin ánimo de descargar su
frustración sobre sus hermanos.
—Jenny te ha preparado un montón de comida —explicó Shane desde el salón
mientras ordenaban los muebles—. La he traído en una caja. Todo está envuelto y
etiquetado.
Hank se levantó con intención de marcharse.
—¿Eso es todo, jefe? —preguntó haciendo girar el sombrero Stetson con ambas
manos, como si ansiara marcharse de una vez.
Josh extendió la mano y Hank se la estrechó con firmeza.
—Gracias, Hank. No sé qué habría hecho sin ti...
Hank alzó la mano, apurado.
—Ni lo menciones. Bueno, nos veremos luego.

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Shane y Ryder salieron tras él para recoger otra carga del camión. La puerta se
abrió de nuevo, y Josh se dispuso a hablar cuando vio que Taylor entraba con cara de
pocos amigos. La observó mientras se dirigía como un huracán hacia el salón y oyó el
fuerte tintineo metálico que provocaba al ajustar las barras. Se preguntó si un saludo
bastaría para hacerla estallar.
Shane y Ryder introdujeron el resto de las cajas y a continuación guardaron la
comida de Jenny en el refrigerador.
—Bueno, me tomaré esa cerveza por el camino —dijo al fin Ryder—. Será mejor
que os dejemos para que podáis trabajar —se tocó el sombrero para saludar a Taylor,
y luego ambos hermanos se marcharon a toda prisa. El camión hizo crujir la grava
del camino y levantó una nube de polvo que se estrelló contra la ventana de la
cocina.
Josh miró del camión a Taylor, tratando de explicarse la prisa de sus hermanos.
¿Acaso sabían algo que él ignoraba? Decidió averiguarlo.
Taylor se hallaba de pie frente al ventanal del salón, con los brazos rígidamente
cruzados sobre el pecho. La luz se reflejaba en su cabello rubio, y el resplandor del
sol poniente difuminaba sus rasgos. No obstante, la rabia que se reflejaba en su
postura y su pétreo silencio era inconfundible.
—¿Qué hacemos? —preguntó Josh, incapaz de seguir soportando aquel silencio
un segundo más.
—Buscaré una habitación donde colocar estas cajas —Taylor agitó los brazos para
señalar el desorden que la rodeaba, y luego se palmeó los muslos con disgustada
resignación.
—Creía que íbamos a instalarnos aquí —dijo él, confuso.
Ella recogió una caja y pasó de largo.
—Y así es —respondió—. ¿Dónde está el cuarto de invitados?
Josh hizo girar la silla y ladeó la cabeza.
—¿Por qué lo preguntas?
—Quiero echarme un rato. Vamos, contesta. Esta caja pesa una tonelada.
—No pretenderás...
—¿Mudarme aquí? Sí, ése es el plan. ¿En la planta de arriba o en la baja?
—Arriba —contestó Josh, sin dar crédito a sus oídos. Taylor se dirigió hacia las
escaleras—. ¿De quién ha sido la brillante idea?
—¡Desde luego, mía no! Habla con tu padre.
—¡Y tanto que lo haré! —gritó él. Golpeó una de las ruedas de la silla y observó el
caos reinante en la casa.
¿Cómo podía su padre hacerle una cosa así? ¿Taylor bajo el mismo techo? ¿A
solas con él, un día y otro? Se dio media vuelta y se dirigió hacia el teléfono de la
cocina, deseando poder darle una patada a algo.

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Frustrado, maldijo al oír ruido en la planta superior, y de repente el desorden del


salón le pareció la menor de sus preocupaciones.
Taylor recorrió el pasillo, deteniéndose en cada una de las puertas... despacho,
dormitorio, cuarto de baño...
Al llegar a la última habitación, se quedó boquiabierta.
Una antigua cómoda de madera de arce dominaba una de las paredes y un
cabecero a juego decoraba la enorme cama doble, vestida con un mullido edredón
que la impulsó a acercarse. Taylor soltó la caja y se giró lentamente, contemplando su
nuevo cuarto. Una acuarela de los MoJoes adornaba la pared, y en el extremo
opuesto había enormes velas de marfil en sus correspondientes candelabros. Frente a
la ventana descansaban un confortable sillón de orejas y una otomana, y una
alfombra de piel de oso cubría el suelo de madera. Taylor rodeó la alfombra y probó
el sillón con cautela, paseando incrédulamente la mirada por la estancia. Quizá
detestara la imposición de instalarse en la casa, pero aquel dormitorio le encantaba.
La decoración era tan suave y armoniosa, tan...
Distinta de Joshua Malone.
¿O no?
Flexionó el cuello, tratando de disipar la rigidez que sentía, y luego se recostó y
cerró los ojos. Inspiró y expiró lentamente hasta que empezó a relajarse.
Aquélla había sido la primera vez que recordaba haber discutido con Max.
Cuando Taylor le dijo «no», él se limitó a mirarla fijamente, con ojos que parecían
decir «¿Después de todo lo que he hecho por ti?» tan elocuentemente como si lo
hubiera dicho con palabras. Max tenía fama en el hospital de salirse siempre con la
suya, pero ella jamás había visto ese aspecto de él. Y esperaba no volver a verlo
nunca más.
Pese a todo, seguía estando en deuda con él. En el pasado, cuando no quedaban
plazas en las clases que le interesaban, Max siempre le había encontrado sitio.
Siempre le había brindado su ayuda.
Conforme el sentimiento de ira iba desvaneciéndose, la culpabilidad empezó a
mostrar su fea cabeza. Además de ser hijo de Max, Joshua se veía privado del uso de
sus piernas. ¿Qué más daba que le pareciese un hombre consentido, egocéntrico,
difícil... y casi irresistible?
Y era eso, ¿verdad? Era eso último lo que más le preocupaba.
Sus hormonas se habían disparado, y no estaba acostumbrada a tener que luchar
para mantener el control de sí misma.
Sin embargo, ¿no había intentado Josh ofrecerle su amistad por todos los medios?
¿Acaso desconfiaba de sus propias emociones hasta tal punto, que sería incapaz de
quedarse ahí, en una simple amistad?
¿Qué deseaba, exactamente? En los últimos tiempos había estado tan ocupada con
sus pacientes, que no había tenido ni un solo momento para pensar en el futuro.

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Siempre había supuesto que acabaría casándose y teniendo hijos... cuando conociese
al hombre adecuado. Un hombre como su padre. Y no creía que Josh diese la talla.
Sin embargo, al contemplar el hogar que Josh había creado para sí mismo, Taylor
se preguntaba si no sería más parecido a su padre de lo que había pensado.
Cerró los ojos y descansó la cabeza en el respaldo del sillón.
Tal vez debía darle una oportunidad.
Josh la llamó desde el pie de las escaleras.
—¿Piensas dormir la siesta de veras, o vas a quitar todo esto de en medio?
Taylor se levantó del sillón y pidió a Dios que le diera fuerzas.
La tensión que ella había conseguido eliminar parecía haberse traspasado al
rostro de Josh, como pudo constatar cuando regresó al salón a recoger otra caja. Entre
sus viajes a la planta superior, Taylor trató de pasar por alto su mal humor y de
aferrarse a la esperanza de que las cosas entre ellos aún pudieran cambiar.
Finalmente, tras subir la última caja y después de aguantar la enésima indirecta de
Josh, su paciencia se esfumó junto con sus buenas intenciones.
—Mira, ¿por qué no descargas la agresividad en las barras? Quizá el ejercicio te
ayude a relajarte.
Aquel hombre la estaba volviendo loca.
Lo último que Josh deseaba aquella noche era trabajar en las barras. Las noches
eran para sentarse frente a la chimenea, escuchar el canto de los grillos y el aullido
del coyote... o para mirarse el ombligo, a falta de algo mejor. Cualquier cosa menos
trabajar.
Sin embargo, la furia rubia que en aquel momento desenrollaba la colchoneta bajo
las odiosas barras no aceptaría un «no» por respuesta.
—¿Quieres cambiarte de ropa primero? —preguntó Taylor.
Josh le lanzó su mejor mirada asesina, luego se desabotonó la camisa y la dejó a
un lado, quedándose sólo con los pantalones vaqueros y los pies descalzos.
—Está bien. Haré quince minutos de ejercicio. ¿Me dejarás en paz luego?
Ella le dirigió una sonrisa sincera que lo dejó atónito.
—Hasta mañana... cuando toque la próxima sesión.
—Pues acabemos de una vez. Tengo cosas más productivas que hacer.
Como, por ejemplo, asomarse a la ventana y contemplar el campo. Cosas que
aquella mujer no entendería, probablemente. Sin embargo, aún le sonreía. Mmm.
¿Qué se habría propuesto?
Transcurridos los quince minutos, Taylor lo ayudó a instalarse de nuevo en la
silla y dijo:
—Buen trabajo.

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Josh frunció el ceño, tratando de recordar si había oído alguna vez aquellas dos
palabras brotar de sus labios.
—¿Necesitas que te ayude en... algo más... antes de retirarme?
—Hank está al llegar, pero te lo agradezco.
—¿Te apetece beber algo mientras lo esperas?
¿Quién era aquella mujer?
—Una cerveza fría me vendría bien.
Taylor se dirigió a la cocina, aprovechando el paseo para echar un vistazo a la
casa. Al cabo de un momento, le tendió a Josh una lata de cerveza, se despidió con un
suave gesto y empezó a subir las escaleras.
—Te veré por la mañana.
Taylor se colocó un par de almohadas detrás de la espalda y pensó en lo sucedido
aquella noche. No habían hablado de nada importante, pero el rato compartido había
sido agradable. Había decidido ser amable con Josh porque se lo debía a Max.
Además, deseaba que se recuperase por completo... como solía desearles a todos sus
pacientes. En ese sentido, Josh no era distinto.
Aunque debía admitir que, en otros aspectos, no era un paciente más para ella.
¿Qué era, entonces?
Ahuecó las almohadas, con la intención de distraerse, de dejar de pensar en Josh y
en la confusión que le provocaba.
En la tercera caja que había abierto encontró el diario de su madre. Tras recogerlo,
volvió a la cama y buscó la última línea que había leído: Rezo por que encuentre a un
hombre como Max.
Lentamente, Taylor cerró el diario y lo dejó a un lado. El corazón le latía
erráticamente mientras cerraba los ojos, sintiéndose de súbito demasiado cansada
para concentrarse en la lectura.
Josh no era una copia exacta de su padre, pero poseía el encanto y el atractivo de
Max.
¡Y aquella casa! No se consideraba una mujer materialista, pero disfrutaba de la
belleza. Paseó la vista por el techo estucado y la puerta con paneles de madera, y
meneó la cabeza. Por algún motivo, había esperado que la casa de Josh fuese una
monstruosidad contemporánea de las que tanto se estilaban. Se había llevado una
grata sorpresa. Y el descubrimiento había hecho descender su autocontrol unos
cuantos enteros.
Se hundió bajo las sábanas, asombrada de lo cómoda que se sentía en su nuevo
cuarto. Quizá al día siguiente pediría a Josh que le contase la historia de la casa.
Quién había vivido en ella, por qué la había remozado, por qué prefería vivir allí y
no en el rancho...
Conforme el sueño la invadía, tuvo la extraña sensación de que por fin estaba en
su hogar...

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Pero los días siguientes no les reportaron nuevos progresos, sino sólo frustración.
Josh se mostraba cada vez más irritable, hasta el punto de que ya no se disculpaba
por increpar a Taylor cuando perdía la paciencia. Ella había visto esa conducta a
menudo en otros pacientes. Simplemente, había cometido el estúpido error de creer
que Josh sería distinto.
De modo que, cuando concluía su trabajo, Taylor solía retirarse a su dormitorio,
enterrando sus preguntas sobre la casa y la idea de que Josh pudiera llegar a ser algo
más que un paciente. Quizá las chicas de la universidad lo habían descrito bien.
A Joshua Malone sólo le interesaban las aventuras pasajeras.
Lo que más sorprendía a Taylor era el dolor y la desilusión que acompañaban a
ese pensamiento. Había deseado con toda su alma que Josh le demostrarse lo
contrario.
Ojalá su madre estuviera aún con ella. Había sido una mujer vital, apasionada,
que sacrificó mucho para brindar a su familia el cariño necesario. Aunque Taylor
amaba a su padre, ahora comprendía que entre sus padres habían existido muchas
diferencias. Los dos eran buenas personas, pero muy distintos. Y, por lo que había
leído en las últimas semanas, Taylor sabía que Max era más parecido a su madre.
Cayó en la cuenta de que le estaba ocurriendo algo sumamente raro. Cuanto más
leía acerca de lo mucho que su madre deseaba a Max, más atraída se sentía hacia
Josh.
Tras pasar la noche dando vueltas y soñando con Josh, oyó el despertador y saltó
de la cama, furiosa consigo misma por dejar que aquellos sentimientos la dominasen.
Si su madre había logrado reprimirlos, también podría ella. Se duchó y se vistió
rápidamente, tratando de ignorar la insistente voz interior que le decía: «Sí, pero tu
madre estaba casada. ¿Cuál es tu excusa?».
Taylor salió del cuarto y bajó las escaleras dando zancadas, diciéndose que debía
concentrarse en el trabajo y olvidarse de todo lo demás. No obstante, la voz interior
formuló una última pregunta:
«¿Durante cuánto tiempo podrás pasar por alto tus sentimientos?»

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Capítulo Siete
El viernes de la semana siguiente, Josh notó que se le estaba acabando la
paciencia. Y no había duda sobre qué le había llevado a aquella crisis: tenía bíceps
para dar y regalar, pero sus piernas seguían siendo inútiles.
Quizá lo serían siempre, se dijo mientras recorría las odiadas barras bajo la atenta
supervisión de Taylor. Nunca se había considerado un derrotista, pero quizá iba
siendo hora de afrontar la realidad.
—Esto no da resultado —masculló con los dientes apretados.
—¡No estás trabajando lo suficiente!
El teléfono empezó a sonar, y Taylor fue a atender la llamada.
—Déjalo que suene —vociferó Josh.
Ella se giró sobre sus talones y regresó, deteniéndose junto al extremo de las
barras. Se aferró a ellas con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. Josh
se dio cuenta de que se esforzaba por no perder los estribos, pero no le importó.
Quizá una buena discusión le ayudaría a sentirse mejor. La frustración acumulada lo
estaba volviendo loco, y sospechaba que la causa era tanto la inutilidad de sus
piernas como el pertinaz desdén de Taylor.
Finalmente, cuando el teléfono dejó de sonar, Taylor avanzó hacia él con aire
desafiante.
—¿Dónde está tu compromiso, Joshua Malone? —su voz contenía un deje
sarcástico que destrozó los nervios, ya alterados, de Josh. ¿Lo estaba provocando a
propósito? De todas maneras, ¿qué más le daba? Sonrió para sus adentros. Ansiaba
una buena pelea, y Taylor iba a enterarse de lo que valía un peine.
—¿Y el tuyo, Taylor Phillips? —dijo proyectando la mandíbula y acercándose
peligrosamente a ella.
—¿A qué te refieres? —en lugar de retroceder, ella se adelantó aún más con porte
agresivo.
—¡Compromiso! No creo que conozcas siquiera el significado de esa palabra.
—Ja! Mira quién fue a hablar. ¿Con qué estás comprometido tú?
Josh fechó los dientes.
—Con muchas cosas. Con mi familia, por ejemplo.
—Yo también. ¿Algo más?
—Con mi trabajo.
—Lo mismo digo.
—Con mi fe en Dios... en los buenos y en los malos momentos.
Taylor ladeó la cabeza y entornó los ojos.

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—¿En serio? Pues no me había dado cuenta —se cruzó de brazos y lo miró
fijamente—. Esta discusión empieza a cansarme. Ve al grano. Dime algo en lo que
creas que te estás esforzando más que yo.
Por fin había formulado la pregunta adecuada. Le había servido la victoria en
bandeja.
Josh trató de no mostrarse engreído al responder.
—En intentar que entre nosotros surja algo —percibió la súbita incomodidad en el
rostro de Taylor, y comprendió que esta vez no se escabulliría tan fácilmente. Al ver
que no contestaba, añadió—: En intentar darte mi confianza... y estar seguro de que
eres la clase de persona que jamás traicionaría dicha confianza. En eso me estoy
esforzando.
Josh se dio cuenta de que la victoria no le había reportado el placer que esperaba.
Al contrario, deseó que Taylor hubiese contestado algo, lo que fuera. Que hubiese
dicho «yo también».
Sin embargo, a continuación reaccionó de un modo que lo sorprendió. Salvó el
reducido espacio que los separaba, con los ojos clavados en sus labios. Luego, con la
rapidez del pensamiento, tomó su rostro entre las manos y lo besó en los labios. Fue
un beso rápido, duro, torturador.
—No tienes ni idea de cómo me siento, Joshua Malone.
El calor que Josh notó en el cuello no tenía nada que ver con la anterior hora de
ejercicio. De repente, todo había cambiado.
—En ese caso, dime, ¿cómo te sientes? —inquirió.
Ella retrocedió unos centímetros y arrugó la frente.
—Confusa.
—¿Sobre...?
—Sobre si quiero ser amiga tuya o...
—¿O...?
—O mucho más —Taylor estudió su rostro, como si buscase una pista para
conocer la respuesta.
—Yo... yo...
Poniendo los ojos en blanco, ella volvió tomar su rostro entre las manos.
—¿Por qué no te callas y me besas?
Josh separó los labios, sorprendido, y la boca de Taylor volvió a cubrir la suya,
esta vez sin prisas. Notó cómo le introducía la lengua, cuya calidez y humedad le
hicieron olvidarse de todo lo demás. Josh correspondió al beso con una pasión que
no recordaba haber sentido nunca. Ella ladeó la cabeza para buscar un ángulo mejor,
explorando las interioridades de su boca con aliento entrecortado.
Finalmente, Taylor interrumpió el beso y colocó con ternura los brazos debajo de
los de él para ayudarlo a tumbarse en la colchoneta. Josh alargó las manos hacia ella,

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deseoso de que se echara también a su lado, pero Taylor se incorporó bruscamente


sin dejar de mirarlo. Con ademanes meticulosos, se quitó la chaqueta y el resto de la
ropa, provocándolo, sin evidenciar la vergüenza o la timidez que habría cabido
esperar.
Josh se entrelazó los dedos detrás de la nuca y disfrutó del espectáculo.
Exceptuando los latidos de su corazón, la habitación se hallaba sumida en un silencio
absoluto, y una suave brisa mecía las ramas de los árboles en el exterior de la ventana
abierta.
Cuando Taylor quedó completamente desnuda ante él, sus ojos azules parecieron
ensombrecerse y experimentaron una leve vacilación momentánea. Josh tendió la
mano para atraerla hacia sí, pero ella meneó la cabeza y susurró:
—Todavía no.
Tan lentamente como se había desvestido, empezó a desnudarlo a él. Le sacó la
camiseta por la cabeza y luego le desabrochó el cinturón. Josh cerró los ojos. Dios
sabía cuánto deseaba a aquella mujer. Ojalá pudiera sentir algo, amarla como tantas
veces había imaginado.
Tras quitarle los pantalones y los calzoncillos, Taylor se tumbó por fin encima de
su cuerpo. El abrió los ojos y empezó a hablar, pero ella apretó un dedo sobre sus
labios, susurrándole que guardara silencio. Lentamente, centró su atención en el
cuello de Josh, posándole suaves besos por doquier, hasta llegar a la oreja. Su lengua
se movía con un ritmo constante, dejándolo sin aliento. Finalmente, sus bocas
volvieron a unirse, y Josh hizo lo posible por no lastimarla al acometer con ansiedad
sus labios y su lengua. Le deslizó las manos por la espalda, atrayéndola hacia sí,
notando el contacto de los pezones contra el vello húmedo de su pecho. Ojalá
pudiese penetrarla y consumar el acto tal y como clamaba su cerebro. Ojalá pudiese
brindarle tanto placer como ella deseaba proporcionarle a él. Deslizó la mano entre
sus muslos, sin sorprenderse al encontrarla cálidamente húmeda conforme sus dedos
se hundían en ella.
Taylor dejó de besarlo y se puso a horcajadas sobre él, moviéndose sobre su
mano, con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados. Josh siguió trabajando con
los dedos, decidido a hacerle alcanzar el éxtasis.
Ella jadeó y se retorció hasta que, por fin, Josh notó que empezaba a temblar, y
hasta llegar al clímax.
Taylor se quedó mirándolo, aún sin resuello. Él esperó que se acurrucara a su lado
o le diera un beso, pero al ver que una sonrisa le curvaba los labios, y que su brazo
derecho empezaba a moverse rítmicamente, agachó la vista para mirarle la mano.
Taylor lo estaba acariciando muy despacio. No podía sentirlo, pero lo veía. Josh
siguió mirando con absoluta incredulidad.
—Vaya, que me aspen.
Lentamente, ella se colocó sobre su sexo excitado e hizo descender el cuerpo,
centímetro a centímetro. Cuando se sintió llena, afianzó las caderas y cerró los ojos. A
continuación se echó sobre su cuerpo sudoroso y reclamó nuevamente su boca.

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Josh notó que sus sentidos zozobraban y deseó poder alzarse para corresponder a
las acometidas de Taylor. La abrazó con fuerza, diciéndole con sus labios y sus
brazos lo mucho que ella y aquel momento significaban para él.
Los movimientos de Taylor fueron cobrando velocidad, hasta que, finalmente,
fundida en su abrazo, se estremeció y musitó con voz ronca:
—Oh, Josh, Josh.
Y se derrumbó pesadamente encima de él.
Josh le besó el cuello y paladeó el sabor salado de su sudor, abrazándola con
fuerza. Acababa de darle el más valioso de los regalos. No sabía... Había creído que
nunca podría volver a...
Taylor se acurrucó a su lado y encajó la cabeza en el hueco de su axila,
cubriéndole el pecho con su propio brazo y el muslo con la rodilla.
El cerró los ojos y saboreó el momento, deseando que nunca terminase. Ni
siquiera en sus sueños más salvajes habría imaginado una tarde tan mágica como
aquélla.
Permanecieron así tumbados durante largo rato, sin hablar, mientras el sol iba
ocultándose tras los Mojoes.
Finalmente, Josh oyó relinchos de caballo en el establo y recordó que Hank estaba
a punto de llegar. ¿Qué diría si los encontrase así? Sonrió, y se dispuso a avisar a
Taylor, cuando oyó crujidos de neumáticos en la grava del camino.
Taylor se incorporó sobresaltada y empezó a recoger su ropa. Luego le pasó a
Josh la camiseta y dejó los pantalones en el respaldo de la silla. Probablemente, había
llegado a la conclusión de que tardaría demasiado en ponérselos.
La puerta de la cocina se abrió y el repiqueteo de unas botas se oyó en el suelo de
madera. Taylor se incorporó de espaldas al visitante mientras Josh esbozaba una
sonrisa cínica.
—¡Shane! ¿Qué te trae por aquí? —vio que su hermano miraba extrañado los
pantalones, terciados en la silla, y se apresuró a ofrecer una explicación poco
convincente—. Hoy he estado trabajando muy duro, y hace mucho calor. Supongo
que no es la primera vez que una fisioterapeuta ve a un paciente en ropa interior.
Shane se cruzó de brazos y se apoyó en la pared, con un asomo de sonrisa en el
rostro.
—Probablemente, no.
—¿Qué puedo hacer por ti?
—Jenny ha preparado un asado estupendo y me ha pedido que os traiga la cena
—la sonrisa de Shane se ensanchó—. La dejaré en la cocina y me iré —hizo una
pausa—. Ah, Taylor... Jen y Savannah esperan que tengas tiempo de visitarlas
mañana. Están tramando algo, aunque no sé de qué se trata.
—Muy bien —respondió ella sin volverse.

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Cuando Shane se hubo marchado, Taylor ayudó a Josh a sentarse en la silla y se


dirigieron hacia la cocina, donde ya empezaba a extenderse el aroma del asado.
—¿Quieres que te sirva un plato?
Josh meneó la cabeza, aunque se sentía famélico.
—En ese caso, creo que me retiraré a mi cuarto. Estoy cansada y no tengo mucha
hambre.
Él la miró fugazmente por encima del hombro, desconcertado por aquel cambio
repentino. Sí, debió de resultarle embarazosa la irrupción de Shane, pero ahora se
encontraban de nuevo los dos solos. Y acababan de hacer el amor. Josh había
esperado que se sentaran tranquilamente ante la chimenea, para charlar toda la
noche... o quizá incluso...
—¿Taylor? —hizo girar la silla y la miró a los ojos—. ¿Qué te ocurre? Dímelo.
Ella clavó la vista en el suelo, frente a él. El labio inferior empezó a temblarle.
—Lo siento. Nunca había hecho algo semejante...
—¿Acaso me has oído alguna queja? —Josh esperó que sonriera, pero Taylor ni
siquiera lo miró.
—¿Necesitas algo antes de que me retire?
Una explicación no estaría de más. Pero comprendió que eso no sería posible. Al
menos, aquella noche.
—No. Hank no tardará en llegar.
—Yo... —Taylor se giró bruscamente, y Josh sospechó que estaba llorando.
—No te preocupes, Taylor —dijo sin convicción—. Te veré por la mañana.
Oyó cómo subía las escaleras con pasos ligeros, y luego el ruido de la puerta del
dormitorio al cerrarse.
¿Por qué diablos se comportaba así? Josh quiso pensar que se lo contaría por la
mañana, pero con Taylor las cosas no eran tan simples ni previsibles.
Taylor combatió el impulso de arrojar el diario por la ventana. En vez de eso, lo
guardó en el cajón de la mesita de noche, que cerró con tanta fuerza que la lámpara
se bamboleó y estuvo a punto de caerse.
«Oh, mamá, ¿qué he hecho? Tú eras fuerte. Y yo soy tan débil...»
Se derrumbó sobre la cama, con la mente y el corazón hechos un remolino de
cavilaciones y sentimientos.
Le había parecido bien en el momento. Y la experiencia sexual había sido
magnífica. Pero ahí radicaba el problema. Sólo había sido sexo, no amor. ¿O sí? Se
sentía tan confusa...
¿Estaba enamorada de Josh? ¿O simplemente había absorbido la frustración de su
madre hasta tal punto, que no podía resistirse a los encantos de un Malone?

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Sintió la apremiante necesidad de gritar. Pero oyó que Hank estaba abajo con
Josh, de modo que respiró hondo y fue soltando el aire lentamente.
No funcionó.
Se sentía como si estuviera a bordo de un tren sin frenos. Todo había ocurrido tan
deprisa. ¿Cómo podría mirar a Josh a la cara al día siguiente y explicarle su
conducta?
¿Y qué haría para impedir que la experiencia se repitiera?
Josh estaba tomando café y leyendo el periódico, cuando Taylor hizo acopio de
valor para entrar en la cocina. Aturdida tras una noche de mal sueño, se sirvió una
taza de café, tomó un sorbo para fortalecerse, y por fin se sentó a su lado.
Josh dejó el periódico y la miró atentamente, con expresión neutra. Esperó a que
hablase ella primero, lo cual contribuyó a ponerla aún más nerviosa.
—Sobre lo ocurrido ayer... —empezó a decir Taylor, mirándolo de reojo—.
Desearía poder explicar por qué... sucedió —no podía contarle, ni a él ni a nadie, lo
del diario de su madre—. Pero mejor será que nos olvidemos del pasado y
empecemos a mirar al futuro. ¿Podemos empezar de nuevo? ¿Con más calma?
Josh seguía observándola en silencio. Finalmente, enarcó una ceja y agachó la
cabeza.
—Tú fuiste la que precipitó las cosas —dijo.
—Me gustaría que nos tomáramos algo de tiempo para conocernos. Para
conocernos de veras.
—¿Y luego? —preguntó Josh con una sonrisa traviesa.
Taylor notó que el corazón se le aceleraba bajo el jersey.
—Luego, ya se verá.

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Capítulo Ocho
Una vez concluida la sesión matinal de ejercicio, Taylor recordó a Josh que tenía a
otro paciente en la clínica, y que su cuñada deseaba verla aquel mismo día. Le
preparó un vaso de té helado y, tras anunciar que regresaría para la sesión de la
tarde, se encaminó hacia la puerta, agradecida de poner alguna distancia entre ellos.
Al salir se tropezó con Hank, quien accedió de buena gana a quedarse a dormir en
la casa, lo cual encajaba a la perfección en los nuevos planes de Taylor. Luego se
dirigió hacia el rancho, preguntándose qué le aguardaría allí. Sería agradable dejar
de pensar en Josh por un rato, se dijo, independientemente de lo que tramaran Jenny
y Savannah.
No obstante, al entrar en la cocina se dio cuenta de que lo sucedido el día anterior
ya no era ningún secreto. Jenny y Savannah se callaron en cuanto la vieron llegar. Las
miradas que se intercambiaron hablaban con suficiente elocuencia.
Taylor se sirvió un vaso de té helado, de espaldas a las dos mujeres, esperando
que el rubor de sus mejillas desapareciese pronto. Debió suponer que Shane
compartiría con Jenny sus sospechas, y que ésta se lo contaría todo a Savannah, pues
eran amigas íntimas.
En parte, sintió ganas de darse media vuelta y decirles que lo que pudiera haber
sucedido o no entre Josh y ella no era asunto suyo. Pero sabía que Jen y Savannah no
albergaban malas intenciones, que los Malone eran una familia muy unida.
Apuró el vaso de té, volvió a llenarlo, y decidió que se estaba precipitando. No
importaba lo que los demás pensaran, aún no se sentía preparada para semejante
compromiso. Y Josh todavía menos. Suspirando, se giró y miró a las mujeres.
—Shane me dijo que queríais verme —mantuvo un tono neutro, como si no
hubiese reparado el intercambio de miradas que se habían hecho al verla entrar. Jen y
Savannah se miraron de soslayo antes de responder.
—Habíamos pensado en animar a Josh de algún modo —explicó Jenny, haciendo
esfuerzos hercúleos por no reírse. Hizo una pausa y miró a Savannah, y eso fue su
perdición. Al ver que su cuñada reprimía a duras penas una carcajada, prorrumpió
en risas. Trató de hablar, pero le resultó imposible—. Lo siento —se disculpó al fin.
No nos estamos riendo de ti, en serio. Es que ya hemos pasado por lo mismo...
—¡Y que lo digas! —confirmó Savannah entre risitas.
Jenny recobró la compostura.
—Debe de ser algo genético. Los Malone son sencillamente irresistibles.
Taylor no pudo sino reírse entre dientes. Trataban de integrarla en su grupo, y la
idea le pareció sorprendentemente agradable. Esperó no decepcionarlas si al final lo
suyo con Josh quedaba en nada.
Chupó un terrón de hielo, recordando que había ido al rancho para evitar tales
pensamientos... por un rato, al menos.

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—Está bien —dijo Jenny—. No meteremos la nariz en lo vuestro...


—Por ahora —matizó Savannah con un guiño.
—Lo que queríamos decirte es que creemos que sería una buena idea dar una
fiesta.
Savannah se inclinó y apoyó los codos en la encimera.
—Hemos pensado en el Cuatro de Julio. Josh no celebró ninguna fiesta para
estrenar la casa cuando se mudó. Esa fecha será una buena excusa.
—Nosotros prepararemos la comida —dijo Savannah—. Y los muchachos pueden
encargarse de las bebidas y los fuegos artificiales. ¿Qué te parece?
Sólo faltaban un par de semanas para el Cuatro de Julio. Para entonces, ¿qué
serían Josh y ella? ¿Enemigos... o amantes?
¡Maldición! No debía obsesionarse tanto con aquel hombre.
Savannah rodeó la encimera.
—¿Crees que aún es pronto? ¿Será demasiado para él?
Taylor dejó de lado sus preocupaciones personales y esbozó una sonrisa.
—Me parece una idea estupenda —observó cómo hundían los hombros,
visiblemente aliviadas—. ¿Qué queréis que haga yo?
—Tal vez podrías ayudar a Josh a confeccionar la lista de invitados —sugirió
Savannah.
Taylor se preguntó si Josh estaría de acuerdo con la idea de celebrar una fiesta.
Por otra parte, ¿era ella la persona más indicada para proponerle el asunto?
Jenny agarró la tetera y se sirvió un vaso de té. —Podemos decírselo nosotras, si
lo prefieres.
—No —contestó Taylor, al tiempo que enjuagaba su vaso en el fregadero y lo
introducía en el lavavajillas—. Dejadme a mí. Y si necesitáis mi ayuda para cualquier
otra cosa, no dudéis en decírmelo. Por cierto, ¿está Max atendiendo a algún paciente?
El pequeño Chris, que estaba sentado en el suelo, empezó a lloriquear, y
Savannah lo tomó en brazos.
—Creo que no. Acabo de verlo leyendo, en su despacho.
—Gracias. Necesito hablar con él —Taylor salió de la cocina mientras las dos
mujeres trataban de aplacar al pequeño Chris. Oyó decir a Jenny lo mucho que
ansiaba ser madre.
Taylor aminoró el paso mientras se dirigía al despacho de Max, sintiendo un
vacío repentino. Hogar, marido, hijos. Jen y Savannah tenían todo aquello que ella
había deseado tener algún día. Evocó las adorables caritas de Billy y del bebé, y se
preguntó cuántos años tardaría en tener hijos propios. Emitió un sonoro suspiro. Ya
estaba otra vez. Una y otra vez, sus pensamientos volvían a converger en el mismo
punto, como si su mente fuese un disco rayado.

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Max se levantó y cruzó el despacho al verla llegar, señalando una de las sillas de
la pared lateral. Taylor ocupó una y Max se sentó a su lado.
Últimamente, a Taylor le resultaba difícil mirar a Max y no imaginarlo en su
juventud, con el aspecto que tendría cuando trabajaba con su madre. Era
increíblemente atractivo, a pesar de la edad, y el gris de las sienes le confería un aire
sabio y distinguido. Se preguntó si conocería los profundos sentimientos que su
madre había albergado hacia él.
—¿A qué debo el placer de esta visita? —la sonrisa natural de Max se extinguió
rápidamente cuando lla no contestó enseguida—. Tienes algún problema con Josh,
¿es eso?
Taylor negó con la cabeza.
—En absoluto. Se siente frustrado con la lentitud de sus progresos, pero suele
ocurrirles a casi todos los pacientes.
Max asintió, cruzó los brazos y se tamborileó con los dedos en el mentón.
—¿Crees que se está esforzando demasiado? Es decir... ¿no podríamos seguir
otros métodos, para que no se obsesione tanto con sus piernas y se relaje un poco?
Taylor apartó la mirada y esperó que su rostro no revelara sus pensamientos.
Max se removió en la silla y siguió diciendo:
—He hablado con el fabricante al que Josh encargó la nueva avioneta. Piensan
añadir controles manuales especiales. Por mucho que me oponga a que vuele, sé
cuánto lo apasiona. ¿Tú qué opinas?
Taylor reflexionó sobre ello un momento, y luego asintió lentamente con la
cabeza.
—En el cielo, como piloto, puede sentirse igual a cualquier hombre... aunque esté
privado del uso de las piernas —volvió a asentir con mayor entusiasmo—. Es una
idea estupenda.
—Creo que, antes de decírselo a Josh, debemos esperar a ver si pueden
acondicionar la avioneta adecuadamente. No quiero que se haga falsas ilusiones.
—Estoy de acuerdo —convino Taylor.
Max se palmeó las rodillas e hizo ademán de levantarse.
—Muy bien, pues...
Taylor le agarró el brazo para que se sentara de nuevo.
—Hay algo más —tomó aliento y fue directa al grano—. Quiero trasladar mis
cosas al rancho otra vez —Max abrió la boca para protestar, pero ella no le dio
oportunidad—. He hablado con Hank, y ha accedido a dormir en casa de Josh
durante el tiempo que sea necesario. Seguiré ayudándole con sus ejercicios, pero
prefiero pasar las noches aquí —percibió los interrogantes que cruzaban la expresión
de Max, de modo que ofreció una débil excusa—. Echo... echo de menos a las chicas...
y a los niños —Max seguía sin parecer convencido—. Además, a Josh le conviene

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pasar más tiempo solo... para aprender a arreglárselas por sí mismo. Será positivo
para su amor propio.
Max estudió su semblante, con la cabeza ligeramente ladeada.
—Si Hank está dispuesto, y crees que beneficiará a Josh, confío en tu criterio —
hizo una pausa momentánea, y luego añadió—: Les diré a Ryder y Shane que traigan
tus cosas cuando hayan acabado de trabajar.
—Gracias, Max.
Max le palmeó el hombro y salió del despacho.
Estaba haciendo lo correcto, ¿verdad?, se preguntó Taylor mientras se levantaba
de la silla. Sí, sin duda era lo mejor para ambos.
Taylor divisó a Josh sentado delante de la ventana, y se apresuró a subir por la
rampa y abrir la puerta de la cocina.
—¿Queda algo de ese asado delicioso? —le preguntó con una sonrisa.
—Todo —respondió él, recelando de su talante animado.
—¿Qué te parece si preparo un par de sándwiches? Tengo un hambre de lobo —
Taylor abrió la puerta de la nevera y empezó a sacar los ingredientes.
—Bien —contestó Josh, aunque su tono parecía decir: «¿Qué estás tramando
ahora?».
Ella colocó los platos y el té en la mesa, donde él tamborileaba con los dedos,
mirándola fijamente. Taylor se sentó en el extremo opuesto y agachó la cabeza un
momento, pensando en algo más que en la comida que se disponían a tomar.
«Por favor, Dios mío, ayúdame a tomar las decisiones adecuadas... para Josh y
para mí.»
—Bueno, dime, ¿qué querían Jenny y Savannah? ¿Qué están tramando esta vez?
—inquirió Josh por fin.
Taylor pensó que tramaban algo más que una fiesta, pero decidió contar la
versión abreviada.
—Quieren celebrar el Cuatro de Julio... con comida, bebida, fuegos artificiales,
invitados... Y desean hacerlo aquí, a modo de fiesta de inauguración.
Josh dejó de comer y soltó el sándwich en el plato, agachando la mirada.
—Aún faltan dos semanas, Josh. Para entonces, quizá puedas caminar con
muletas, o incluso con un bastón.
—¿Y si no progreso?
—En cualquier caso, ya es hora de que dejes de ocultarte, ¿no crees?
—Porque tal vez jamás podré levantarme de esta silla. Eso es lo que insinúas,
¿verdad? Que debo prepararme para lo peor.

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—En realidad, me refería a que debes cambiar de actitud. Dejar de obsesionarte y


reanudar, en la medida de lo posible, la vida que llevabas antes. Tal vez así recuperes
la sensación en las piernas. Es increíble lo que la mente puede conseguir.
—¿Y crees que una fiesta me ayudará?
—Sin duda alguna.
Josh la miró de reojo.
—¿Y me recomiendas algo más?
—Sí. Que des un paseo por las montañas... y disfrutes del sol y del aroma de la
salvia y de las flores... —Taylor sonrió. ¿Cuándo había sido la última vez que ella se
había detenido a oler las flores?
—¿Y cuándo, exactamente, se supone que podré hacer eso?
—En cuanto hayas terminado de comerte todo el sándwich.
Por fin Josh le dirigió una de sus sonrisas traviesas.
—Si me lo como todo, ¿tendré también postre?
Ella percibió el brillo risueño de sus ojos.
—Siempre estás pensando en lo mismo, Joshua Malone —respondió con una
sonrisa.
—Está bien. Seré un chico bueno y me lo comeré todo. Luego iremos a dar ese
paseo. Pero que sepas que no he dado mi consentimiento para celebrar ninguna
fiesta.
Taylor emitió un suspiro y disfrutó de su pequeña victoria. Ya insistiría en el
asunto de la fiesta. Y le comunicaría su decisión de trasladarse de nuevo al rancho.
Hank los había visto descender por la rampa y ayudó a Josh a instalarse en el
asiento delantero del viejo Ford de Taylor.
—Gracias, Hank —dijo ella mientras daba marcha atrás.
—Lo añoro más de lo que pensaba —comentó Josh al cabo de unos momentos—.
Echar un vistazo a los animales en el establo, oler el aroma del heno fresco, ordeñar
las vacas... Y, sobre todo, disfrutar del campo, de la naturaleza.
—Puedes volver a hacerlo, Josh.
—¿En serio? —él dejó escapar un largo suspiro de cara a la ventanilla abierta.
—Sí. Pero poco a poco. Y empezaremos ahora mismo. ¿Adonde vamos?
—Hay un pequeño camino de dos carriles que rodea los Mojoes. Está un poco
más allá del último canal de riego —Josh señaló y Taylor siguió todas sus
indicaciones.
A los pocos minutos, desembocaron en un valle profundo, lleno de colores
intensos y vivos.
—Oh, Josh... la palabra «hermoso» no alcanza a describir este lugar.

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Él adoraba aquella vista, y, por su expresión, a Taylor también parecía encantarle.


Permanecieron sentados en silencio, contemplando el valle a través del
polvoriento parabrisas. Josh estaba a punto de tomar la mano de Taylor, cuando ésta
dio marcha atrás con el coche.
—¿Ya nos vamos? —preguntó.
—Ni hablar, vaquero —Taylor aparcó en paralelo al panorama del valle y detuvo
el motor.
—¡Ahora no se ve igual de bien!
Ella puso los ojos en blanco y sonrió.
—Un poco de paciencia... por favor —se apeó del coche, lo rodeó y abrió la
portezuela de Josh—. Tengo una manta en el maletero. Y un andador.
—De acuerdo, podemos intentarlo.
Taylor sacó la manta, la extendió en el suelo, y luego colocó el andador en
posición. Con un gruñido, Josh colocó su peso sobre el aparato y salió del coche
ayudado por Taylor.
—¿Ya es hora de dormir la siesta? —preguntó con la frente perlada de sudor a
causa del esfuerzo.
Ella se echó a reír, apoyó la cabeza en el coche y cerró los ojos. Josh observó cómo
ladeaba lentamente el rostro, disfrutando de la cálida caricia del sol, y deseó con toda
su alma poder besarla en aquel mismo instante.

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Capítulo Nueve
Contemplaron el pacífico panorama en silencio, y Taylor experimentó una
sensación de paz y satisfacción que no sentía desde... desde que podía recordar. Se
suponía que aquel paseo era por el bien de Josh, pero estaba obrando milagros en
ella. No había comprendido lo tensa y frenética que se había vuelto su vida desde la
muerte de su madre y el accidente de Josh.
—¿Has ido alguna vez al centro de Joeville?
Ella meneó la cabeza.
—Las propiedades de los Malone acaban a la altura de aquel risco. Más allá se
extienden los terrenos del pueblo propiamente dicho.
Taylor entrecerró los ojos.
—¿Dónde, exactamente?
—Me he dejado los prismáticos en el coche.
Ella se incorporó de un salto, fue a buscarlos y Josh señaló hacia el este.
—¿Ves la pequeña capilla blanca que hay entre los árboles más altos? Un poco
más a la izquierda.
Taylor se giró y ajustó las lentes de los prismáticos.
—Me parece que ya la veo. ¿Sólo hay una iglesia?
—Sí. La iglesia de Joeville. Hannah habla mucho de ella... y Billy, por supuesto.
Va todos los domingos a las clases de catequesis. Los demás vamos cuando podemos.
¿Ves algo más?
—Unas cuantas casitas bajas. No se ve mucho con tanto árbol.
—No hay mucho que ver. Una tienda de ultramarinos, una ferretería y una
gasolinera. Poco más. El pueblo tiene muy pocos habitantes, en su mayoría gente
mayor con hijas jóvenes que aún viven en casa.
—¿Y no hay hombres jóvenes?
Josh cruzó los brazos y le dirigió una sonrisa engreída.
—No.
—¿Qué es lo que te hace tanta gracia?
—Supongo que eso me convierte en el último soltero de Joeville —movió las cejas,
y Taylor se echó a reír.
—Y estás muy orgulloso de ello, ¿verdad? —le dio una palmada en el hombro—.
Creo que es hora de que vuelvas a la granja y trabajes para quemar el exceso de
energía.
Al cabo de un rato, volvían a estar en el coche, descendiendo por el polvoriento
camino. Taylor disfrutaba contemplando la vegetación y las flores silvestres, y estuvo

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a punto de atropellar a un escuálido coyote. Frenó en seco y Josh dio una sacudida
contra el cinturón de seguridad.
—Lo siento. ¿Estás bien?
Él alargó la mano y se la colocó sobre el muslo.
—Estoy bien. Más que bien —la miró a los ojos unos instantes, y luego volvió la
vista al frente—. Gracias por este rato.
Eran palabras sencillas, pero provocaron un hormigueo en el interior de Taylor,
una sensación deliciosa y aterradora al mismo tiempo.
—No hay de qué —respondió, y enfiló hacia la granja.
Al llegar al camino de entrada vieron la camioneta de Shane junto a la puerta, y a
Ryder transportando una caja.
Taylor notó que el corazón se le aceleraba, e instintivamente se dio un golpecito
en la frente con el pulgar. ¿Cómo había podido olvidarse de comunicarle a Josh su
decisión de volver al rancho?
—¿Taylor? —él la miró con recelo. La relajada calidez de su rostro se desvaneció
al instante.
—Iba... iba a decírtelo. No esperaba que llegaran tan temprano —apagó el motor y
se giró hacia Josh—. Siento no haber hablado de ello antes, pero he decidido regresar
al rancho. Será mejor para los dos. Créeme.
—¿Que te crea? —repuso él con una risotada cáustica. Taylor observó cómo los
músculos de su mandíbula se contraían, pero no pudo reprocharle su enojo.
—Esto no cambia nada. Seguiré viniendo. Pero todo será menos complicado si no
me quedo aquí.
En los ojos de Josh centelleaba una furia apenas contenida.
—¿En quién no confías, Taylor? ¿En ti o en mí?
La pregunta la pilló desprevenida.
—No... no lo sé.
—¿No lo sabes? —Josh abrió la portezuela y se giró lentamente en el asiento con
ambos brazos.
Taylor vio que Shane se aproximaba y se apeó del coche, sabiendo que si
permanecía a solas con Josh un segundo más, acabarían diciéndose cosas que más
tarde lamentarían. Además, empezaba a reconsiderar su decisión.
Shane se detuvo y ella le susurró:
—Está muy disgustado, así que ándate con ojo. Sacaré la silla del maletero. —
Shane asintió y fue a ayudar a Josh, quien lanzó a Taylor una mirada de asco al verla
acercarse con la silla de ruedas.
—No necesito tu ayuda. Si tanto deseas volver al rancho, vete de una vez.
—Pero la terapia...

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—¡Vete! —vociferó él, lastimándola más con su expresión que con sus palabras.
Shane lo ayudó a apearse del coche.
—Yo lo ayudaré hoy —dijo suavemente a Taylor—. ¿Por qué no me dejas tu
coche? Así podrás volver al rancho con Ryder —sus ojos parecían aconsejarle: «Por
favor, vete. Ahora mismo».
Ella miró de soslayo a Josh. La frente se le había perlado de sudor y tenía un
incómodo nudo en la garganta. Nada había salido como ella había planeado... y la
culpa era suya. Se giró y caminó lentamente hacia Ryder, con la cabeza gacha,
sacudida por un torbellino de emociones que iban de la vergüenza al dolor y la
frustración.
Se subió en la camioneta y regresaron al rancho. Taylor agradeció el hecho de que
Ryder no dijera una sola palabra.
—Has sido un poco duro con ella, ¿no te parece? —dijo Shane, mientras
observaban la nube de polvo que levantaba la camioneta al alejarse.
Josh le lanzó una mirada cáustica, pero no contestó.
—Se ha estado esforzando mucho por ayudarte.
—Sí, lo sé —respondió Josh en tono resentido—. Ayuda a un tullido, y salvarás el
mundo.
—Sientes lástima de ti mismo, ¿eh?
—No eres tú el que está sentado en una silla de ruedas —haciendo acopio de
todas sus fuerzas, Josh hizo girar la silla y se dirigió hacia la rampa. Los párpados se
le llenaron de sudor por el esfuerzo, e hizo un alto para secárselos y recobrar el
resuello.
Shane lo empujó por la rampa, y esta vez Josh no rechazó la ayuda. Una vez
dentro, Shane sacó dos latas de cerveza del refrigerador y le ofreció una a su
hermano. A continuación se sentó a horcajadas en una silla y sorbió la cerveza, sin
prisas.
—Siento haberte contestado de esa forma —se excusó Josh.
—Olvídalo —Shane alzó la lata y siguió bebiendo.
—Mira, Shane, de no ser por ti... estaría muerto. Tú no tuviste nada que ver con lo
demás. ¿Cuándo vas a dejar de torturarte por ello?
Shane apuró la lata y la soltó con un fuerte gol— petazo metálico.
—Cuando te levantes de esa silla y vuelvas a la normalidad.
Taylor secó las sartenes y ayudó a las mujeres a fregar después de la cena.
Hablaron sobre la fiesta inminente y otros asuntos, pero Taylor fue consciente en
todo momento de sus miradas inquisitivas. No se lo preguntaron, pero podía
imaginar lo que pensaban... «¿Qué ha ocurrido entre Josh y tú? ¿Por qué has vuelto al
rancho?»

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Durante la mayor parte de la noche, y al día siguiente, mientras conducía hacia


Bozeman, se hizo a sí misma aquellas preguntas.
¿Qué había sucedido entre Josh y ella? Sí, tuvieron un pequeño incidente el día
anterior, pero sólo había sido eso... un incidente. Entonces, ¿por qué había preferido
alejarse de él, en lugar de intentar hacer las paces? Una voz interior le decía que
estaba huyendo. ¿De qué, exactamente?
Subió las escaleras de su viejo apartamento trabajosamente, como si tuviera las
piernas de plomo. ¿Acaso temía pasar el resto de su vida con un hombre que no
podía caminar? No creía que se tratara de eso. Además, aún tenía la esperanza de
que Josh se recuperase antes o después.
Giró la llave y entró en el apartamento. Conforme descorría las cortinas y abría las
ventanas, siguió con su búsqueda de respuestas.
¿Temía estar haciendo realidad las fantasías de su madre con Max, en lugar de
sentir algo verdadero por Josh? No lo creía, aunque tampoco podía negarlo con
certeza.
Agotada, se derrumbó en la silla giratoria situada junto al buró y reparó en la
lucecita parpadeante del contestador automático. Rebobino la cinta y oyó los
mensajes acumulados, anotando con un lápiz los nombres de las personas que
habían llamado. Al oír la voz familiar de su padre, soltó el lápiz y sonrió.
—Te echamos de menos, cariño. Michael y yo tenemos pensado ir a visitarte en el
próximo puente... si te va bien, claro está. Llámame. Te quiero.
Taylor marcó su número, y Michael contestó después del segundo tono.
—¿Qué haces en casa? —preguntó Taylor—. Creí que estarías por ahí, poniendo
clavos.
—Hola, hermanita. Me has pillado almorzando. Ya me iba —Michael soltó una de
sus risitas fáciles, y Taylor pudo imaginarlo con sus ojos grises y su cabello castaño
recogido en una coleta—. Entonces, ¿podemos ir? ¿Te va bien?
—Me encantará teneros aquí —Taylor notó que una burbuja de felicidad se le
formaba en la garganta. Sería la primera vez que Michael viajase en avión, y le
apetecía chillar de alegría. Estaba deseando enseñarle a su hermano las montañas, los
animales, el inmenso cielo azul de Montana—. Llamad para avisarme de cuándo
llegaréis.
Le dio a Michael el número del rancho y le explicó la situación, antes de
preguntarle por su padre. Tenía sus momentos, dijo Michael, pero afortunadamente
el trabajo le impedía obsesionarse con el dolor. Tras despedirse, Taylor experimentó
una sensación de alborozo que no había sentido desde...
Desde que hizo el amor con Josh.
Exhaló un suspiro. Ni siquiera la próxima visita de su hermano y su padre le
impedía pensar en él.
Bajó al buzón y recogió la correspondencia. A mitad de las escaleras, se detuvo en
seco.

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Oh, no. El fin de semana del Cuatro de Julio. La fiesta de Josh.


Empezó a subir de nuevo, notando un incómodo calambre en el bajo vientre. En
realidad, a Josh no le importaría que su padre y su hermano asistieran a la fiesta. Al
contrario, era muy probable que los Malone los recibieran con afecto y les brindaran
su hospitalidad.
Taylor cerró la puerta y se dejó caer en el sofá con los ojos cerrados.
Su padre y Max en la misma habitación.
¿Se conocerían? ¿Habrían coincidido alguna vez? ¿Sabría su padre lo que su
madre había sentido por Max? ¿De qué tenía miedo? ¿De qué su padre y Max
tuviesen un encuentro desagradable en la fiesta?
Se tapó los oídos con las manos y gruñó en voz alta al tiempo que se levantaba del
sofá. Necesitaba trabajar, de modo que hizo una lista mental. Primero visitaría a unos
cuantos pacientes, y luego regresaría al apartamento para cambiar la cinta del
contestador y cerrar de nuevo las ventanas. Si calculaba bien el tiempo, volvería al
rancho a la hora de acostarse.
El jueves por la mañana, Taylor condujo hacia la granja con la misma ansiedad
con que la había abandonado cuarenta y ocho horas antes. Max le había dado cierta
noticia para Josh... una noticia que, posiblemente, agravaría el conflicto.
La avioneta nueva llegaría aquel mismo día. Y no tenía ni idea de cómo
reaccionaría Josh.
Taylor se detuvo en el camino de entrada y tomó aire unas cuantas veces. Hank
salió de la puerta lateral y descendió por la rampa mientras ella se apeaba del coche.
—Buenos días, Hank.
Él se tocó el ala del sombrero.
—Buenos días.
—¿Cómo está? —inquirió Taylor.
—Creo que bien. Mejor que la mayoría de la gente en su estado —Hank parecía
ansioso por marcharse.
—Gracias por tu ayuda, Hank.
Él se giró y alzó la mano.
—No las merece.
Al entrar en la cocina, Taylor encontró a Josh sentado a la mesa, tomando una
taza de café. Llevaba una camiseta blanca, muy ceñida a su musculoso pecho, y ella
se quedó sin respiración. Aquello no iba a ser fácil. Trabajar con él, tocarlo... sin
perder el control...
Él se limitó a observarla, sin decir nada. Taylor se sirvió un café y se sentó a su
lado.
—Josh... siento mucho lo que ocurrió el martes.

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El esbozó una sonrisa muy leve, pero la expresión de sus ojos era de amabilidad.
—Me pasé de la raya. Fui un imbécil.
Taylor se sorprendió. Había esperado un arranque de ira, no palabras de
arrepentimiento. Tomó un sorbo de café y lo observó por encima del borde de la taza,
tratando de reprimir sus emociones y la fuerte atracción física que siempre le
provocaba.
—Yo también lo siento —prosiguió Josh—. Taylor, yo confío en ti. Sé que jamás
me ocultarías algo importante de forma intencionada.
—Tienes razón. Ni a ti... ni a ninguno de mis amigos.
Él enarcó una ceja.
—Entonces, ¿somos amigos?
—Por supuesto —Taylor lo miró a los ojos y se preguntó cómo diablos podría
tomarse las cosas con calma con un hombre al que ansiaba besar y acariciar con cada
fibra de su ser...
—¿Taylor?
Ella meneó la cabeza.
—¿Mmm?
—¿Te ocurre algo?
—Tenemos que hablar de un par de cosas antes de comenzar la sesión. Verás, tu
padre me ha pedido que te diga que hoy traen la avioneta nueva —Taylor observó
cómo una sombra nublaba fugazmente su expresión, y se preguntó si estaría
evocando el accidente. A continuación, Josh hizo un comentario inesperado.
—Nunca volveré a caminar, ¿verdad?
Ella lo miró a los ojos, y notó que se le partía el corazón.
—No lo sé, Josh. No quiero darte falsas esperanzas. Pero eso no significa que no
puedas recuperarte del todo.
—De todos modos, no podré pilotar la avioneta.
—Sí podrás. Tu padre pidió al fabricante que añadiera controles manuales. Podrás
cambiarlos cuando recuperes el uso de las piernas.
—Has dicho «cuando», en lugar de «si».
—Soy optimista. Bueno, es hora de comenzar la sesión —Taylor quitó el seguro de
la silla y la retiró de la mesa—. Por cierto, espero que me des un paseo en la avioneta
cuando la traigan.
Josh le lanzó una sonrisa traviesa por encima del hombro, y Taylor se preguntó en
qué se había metido esta vez.

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Capítulo Diez
La temperatura había subido mucho, y el pequeño ventilador oscilante de la
encimera no hacía sino remover el tórrido aire. Ocasionalmente, un suave soplo de
brisa entraba por la ventana, proporcionando cierto alivio.
La sesión matinal había sido una de las más duras hasta la fecha, tanto para Josh
como para Taylor. Sin embargo, Josh empezó a percibir una suerte de inexplicable
optimismo en el ambiente. En ocasiones así, todo le parecía posible... mientras
tuviera a Taylor en su vida.
La observó junto a la ventana, mientras tomaba un vaso de limonada y aguardaba
la llegada de la avioneta. La simple gracia de su atractivo lo dejaba sin aliento. La
serena sonrisa que cruzaba su rostro era más hermosa aún que las vistas que estaba
disfrutando.
—Es un mundo aparte, ¿verdad? —dijo Josh suavemente.
—Desde luego que sí —la mirada de Taylor no se apartó de las montañas y los
campos. Cuando volvió a hablar, su voz era apenas un susurro—. No recuerdo que
edad tenía cuando decidí ir a la Universidad de Montana. Escuchaba las historias que
contaba mi madre y trataba de imaginar cómo sería... —echó la cabeza hacia atrás
ligeramente y pestañeó. Luego colocó una silla junto a Josh y se sentó. Su sonrisa se
hizo más frágil—. Es mucho más de lo que había imaginado. Michigan fue mi hogar
de la infancia. Un hogar agradable, seguro. Pero creo que Montana ha sido el hogar
de mi corazón desde que nací —arrugó la nariz—. Parece una tontería, ¿verdad?
Josh meneó la cabeza, incapaz siquiera de tragar saliva. Fotografías que aún no
habían sido tomadas pasaron por su mente. Fotos familiares, en la granja, llenas de
niños y de risas, de árboles de Navidad y de juguetes.
De Taylor mirándolo amorosamente.
Ella le tocó la mano y él se sobresaltó.
—¿Josh? ¿Te ocurre algo?
Él volvió a negar con la cabeza, deseando poder compartir el momento con ella,
pero temeroso de infundirle miedo.
—Estaba pensando en lo mucho que amo este lugar, nada más.
Taylor paseó la mirada por la cocina. Ladeó la cabeza y examinó el techo
estucado.
—Parece que la hayan construido ayer, pero seguro que la casa tiene...
—Más de cien años —dijo Josh interrumpiéndola—. Mi bisabuelo la construyó y
vivió en ella hasta que murió su esposa. Mi abuelo fundó el rancho donde nació mi
padre.
—Seguro que a Max no le sentó bien que te trasladases aquí, a la granja.

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—Puedes jurarlo. Pero ya se ha acostumbrado —Josh sonrió e inclinó la cabeza


hacia Taylor—. Ruge como un león, pero habrás notado que, bajo su aspecto feroz, es
en realidad un gatito.
En lugar de reírse o darle la razón, ella apartó la mirada y pareció hallarse a
kilómetros de distancia.
—No llegaste a decirme quién remozó la casa.
—Yo. Tardé tres años, aprovechando mi tiempo libre. Shane y Ryder me
ayudaron, pero la mayor parte del trabajo la hice yo solo.
—Pero contratarías a un carpintero, ¿no?
—No. Compré algunos libros de carpintería y aprendí sobre la marcha. Disfruté
cada minuto.
—Se nota —Taylor dejó de contemplar la confortable habitación y lo miró a los
ojos—. Estoy realmente impresionada —se recostó en la silla, apuró la limonada y
dejó escapar un largo suspiro—. Creo que no te lo he dicho, pero mi padre y Michael
son carpinteros. Vienen a visitarme dentro de poco.
—Estupendo. Tienes que traerlos. Me gustaría que hicieran una crítica de mi
trabajo —Josh se echó a reír y esperó que Taylor sonriera. No fue así.
—Sólo pueden tomarse libre el puente del Cuatro de Julio.
—No me extraña. He oído que en Michigan el negocio de la construcción va
viento en popa. Taylor, ¿por qué te has puesto tan seria de repente?
—Deseo asistir a tu fiesta... Pero también quiero pasar algún tiempo con mi
familia.
Él emitió un largo suspiro de alivio.
—Bueno, eso se soluciona fácilmente. ¡Que vengan a la fiesta! Así podrán
conocerme, ver la casa... y conocer al resto de los Malone. ¿Ves qué fácil? Problema
resuelto.
Taylor se levantó bruscamente y llevó el plato y el vaso al fregadero.
—Gracias, Josh. Les transmitiré la invitación —permaneció un rato en el fregadero
hasta que, por fin, se giró con una sonrisa en el rostro—. Michael creerá que ha
muerto y subido al cielo cuando monte a caballo o vea algún alce en elcampo —clavó
la vista en el suelo—. Ya papá... a papá le encantará la casa.
—Muy bien. Asunto solucionado. Te conozco, Phillips. Si te propones que asistan
a la fiesta, no podrán librarse de ningún modo. Y ya sabes que enseguida se sentirán
como en casa entre nosotros —vio que ella esbozaba una sonrisa, y eso lo tranquilizó
un poco—. Bueno, ¿estás lista para salir? El piloto no tardará en aterrizar —la pista
de aterrizaje estaba a un kilómetro, y tardarían unos minutos en instalarse en el coche
y ponerse en marcha.
Taylor llevó el vaso de Josh al fregadero y él notó que le temblaban las manos.
—¿Te encuentras bien?

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—Sí, claro.
—Me parece que no...
—¡De verdad!
—No tendrás miedo de volar, ¿verdad? Ya has volado conmigo una vez... cuando
te llevé al aeropuerto.
Ella puso los ojos en blanco y adoptó una actitud bromista.
—Lo sé. Precisamente de eso me estoy acordando.
Josh se echó a reír y se dirigió hacia la puerta.
—Tranquila. Hoy no haré piruetas —desde la pantalla mosquitera, le pidió en voz
alta—: Hay una bolsa de vuelo de cuero negro en el armario. ¿Te importaría
traérmela? —la oyó rebuscando en la habitación contigua, y se imaginó aterrizando
en compañía de Taylor en algún lugar privado, saltando junto a ella por los campos,
arrojándole agua de un fresco manantial...
Algún día.
Pero, de momento, más le valía disfrutar de lo que tenía: una avioneta nueva y
una amiga.
Soltó una risita al pensar en la palabra «amiga». ¿Había tenido alguna vez una
amiga que no fuese algo más? Por otra parte, Taylor también había sido algo más en
el pasado. E interiormente Josh deseaba que volviera a serlo.
Taylor regresó con la bolsa de vuelo, se asió a los mangos de la silla y lo empujó
hasta el coche.
El piloto estaba deambulando alrededor de la Cessna nueva cuando llegaron. Se
quitó la gorra, se secó la frente con el dorso de la muñeca y a continuación se acercó
para saludarlos.
—Soy Gary Cullen. Usted debe de ser Joshua Malone —alargó el bronceado brazo
y le estrechó la mano.
Josh señaló a Taylor con la barbilla.
—Ésta es mi... amiga, Taylor Phillips. Nos acompañará. Porque supongo que
habrá que llevarle a usted de vuelta...
Gary se echó a reír.
—Sí, es un largo trecho a pie —miró de la silla a la avioneta y se frotó el cuello—.
¿Podrá apearse de la avioneta cuando regresen?
—¡Seguro que no me faltará ayuda! —Josh miró de soslayo a Taylor—. Además,
ni se imagina lo fuerte que es esta señorita.
—Muy bien —dijo Gary, en tono poco convencido—. En ese caso, pongámonos en
marcha.

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Gary explicó el funcionamiento y la finalidad de los nuevos controles manuales, y


Taylor observó desde el asiento trasero cómo Josh se habituaba a ellos antes de dejar
al piloto en el aeropuerto de Bozeman.
—Llámeme si tiene alguna pregunta o le surge algún problema —gritó Gary por
encima del estruendo del motor.
—De acuerdo —tras despedirse, Josh añadió—: Y gracias por todo.
Gary les hizo una señal de saludo y se encaminó hacia el asfaltado. Taylor se
deslizó al asiento del copiloto mientras esperaban que la torre de control les diera
permiso para despegar.
En cuanto volvieron a alzar el vuelo, observó el gozo que se reflejaba en el rostro
de Josh. Y, de nuevo, se desplegó en su memoria el día en que se amaron sobre la
colchoneta. Últimamente, cada vez soñaba más a menudo con los labios de Josh, con
el calor de su aliento y sus caricias. Y sabía, con toda certeza, que la experiencia
volvería a repetirse.
Josh ladeó la avioneta y señaló.
—¿Ves aquella torre de vigilancia?
—Aja.
—Es propiedad del Servicio Forestal del Estado. Antiguamente, se usaba para
detectar los incendios, pero hoy día los aviones se encargan de esas tareas. Ryder y
yo subimos una vez —le lanzó una mirada rápida—. Tienes que contemplar algún
día el panorama que se divisa desde allí.
—¿Hay ascensor?
—No —Josh dio otra pasada con la avioneta y luego puso rumbo al este—.
Cuando sea capaz de subir esas escaleras, volveremos —la miró—. ¿De acuerdo?
—¿Me estás proponiendo una cita?
—Hay un pequeño detalle que he olvidado mencionarte.
—¿Cuál?
—De noche la alquilan... así que podemos quedarnos allí a dormir y contemplar el
amanecer, si nos apetece. Sería una velada estrictamente platónica, por supuesto.
Taylor sonrió, haciendo lo posible por ocultar sus verdaderos sentimientos.
—Por supuesto.
Hank los estaba esperando cuando llegaron de nuevo a la pista de aterrizaje. Una
vez de vuelta en la granja, Josh le preguntó a Taylor:
—¿Quieres quedarte a cenar? —trató de decirle «por favor» con los ojos. No le
apetecía pasar la noche solo. Generalmente solía disfrutar de la soledad, pero ansiaba
hablar con Taylor.
Ella se hallaba de espaldas a él. Aun así, Josh percibió su indecisión.

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—No tendrás que cocinar —añadió al cabo de unos segundos—. Podemos


saquear la nevera... o asar salchichas en la chimenea. Por lo visto, la noche será fría.
Ideal para sentarse delante del fuego.
Taylor se giró lentamente y lo estudió, como tratando de discernir sus verdaderas
intenciones. O, quizá, de calibrar su propio autocontrol. Finalmente, se dirigió hacia
el teléfono.
—Llamaré al rancho para asegurarme de que no haya acudido algún paciente
inesperado —tras una breve conversación telefónica, preguntó—: ¿De veras tienes
salchichas?
—Y galletas y chocolate.
—Será como ir de acampada —comentó ella. Su cálida sonrisa sugería más de lo
que Josh se atrevía a soñar.
—Entonces, ¿te quedarás?
—Sí. Pero, mientras tanto, aún tenemos trabajo que hacer.
Él emitió un quejido. Había esperado que la excursión de la tarde lo librase de la
sesión de terapia. Debió imaginar lo contrario.
—Piénsalo de este modo —dijo Taylor—. Cada sesión de ejercicio supone un paso
más hacia la recuperación.
Tras la sesión de ejercicio, mientras Josh descansaba en su cuarto, Taylor subió al
piso de arriba y buscó en la mesita de noche. Probablemente no se había dejado el
diario allí por un simple descuido. Cada vez se le hacía más difícil leerlo, aun cuando
seguía teniendo preguntas que deseaba ver respondidas. ¿Acaso temía descubrir las
respuestas?
Se quitó los zapatos, colocó un par de almohadas sobre el respaldo de la cama y se
puso a leer tan rápidamente como le era posible. Al pasar la última página, emitió un
suspiro de alivio.
Su madre y Max no habían llegado a intimar.
Max se marchó de Ann Arbor para siempre y su madre jamás le habló a su padre
de sus sentimientos.
Taylor cerró los ojos y se apretó el diario contra el pecho. Sabía que su alivio era
un tanto egoísta. Su madre y Max debieron de pasarlo horriblemente mal en aquel
entonces, así como su padre, que sin duda habría notado que algo iba mal, aunque
no supiera con exactitud de qué se trataba.
Se incorporó lentamente y se desperezó. Al menos, ya no tendría que temer un
posible roce entre Max y su padre en la fiesta del Cuatro de Julio.
El reloj de la mesita de noche daba las seis y media. Había quedado en reunirse
con Josh a las siete.
Taylor sonrió.
Abrió el cajón de la mesita para guardar el diario, y vio el segundo libro.

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«Por favor» rogó. «Que éste no cambie nada.»


Con cierta ansiedad, lo abrió lentamente y vio la fecha anotada en el margen
superior. Habían pasado casi cuatro años desde lo narrado en el primer diario.
Taylor se saltó las páginas iniciales y vio que el tema de las nuevas anotaciones
era el accidente que casi acabó con la vida de su madre. El que le costó la pérdida de
un riñón.
Pero en ningún momento volvía a mencionarse el nombre de Max.
Taylor soltó el diario, sintiendo que en su interior surgía una nueva esperanza.
Josh y ella aún tenían posibilidades... Había pasado largas semanas preocupándose
injustificadamente.
Se dirigió al cuarto de baño para retocarse el cabello y maquillarse un poco, pues
aún le quedaban unos minutos.
Josh estaba delante de la chimenea cuando Taylor bajó las escaleras.
Al verla, emitió un tenue silbido de aprobación.
—¿Quién es esa criatura tan hermosa? —su sonrisa era contagiosa, y ella no pudo
sino devolvérsela.
—Tu acompañante en la cena de esta noche, ¿o lo has olvidado?
—En absoluto. Creo que podría acostumbrarme a esto de cenar acompañado.
—Yo también.
El fuego aún no estaba encendido, pero Taylor notó el calor que empezaba a
generarse ya entre ambos.
«Despacio» se dijo. «Disfruta del momento.»
Tenían todo el tiempo del mundo para conocerse, antes de...
Bueno, pensó, lo demás podía esperar.
Josh le tomó la barbilla con la mano y le sonrió tiernamente.
Sí, podía esperar, susurró una vocecita en su mente.
Pero, ¿por cuánto tiempo?

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Capítulo Once
Taylor enderezó los hombros y se apartó de Josh.
La idea de cenar salchichas asadas en la chimenea le parecía muy divertida, pero
no estaba segura de poder engullir un solo bocado a causa de los nervios. Se sentó
encima de un cojín, con las piernas cruzadas, y miró a Josh.
—¿Esperamos un rato, o tienes hambre ya?
—Estoy famélico, pero la comida puede esperar.
Sus ojos le enviaron un sugestivo mensaje, pero por una vez Taylor no se sintió
ofendida. ¿Cómo iba a ofenderse, si ella sentía lo mismo?
—¿Pongo algo de música?
Él señaló las estanterías de madera de cedro situadas junto a la pared.
—Pon lo que quieras... menos ópera. No me gusta demasiado.
Taylor seleccionó un CD con los mejores temas de Beethoven, ajustó el volumen y
luego volvió a sentarse junto a Josh, tomando su mano cuando él se la ofreció. Aquel
simple gesto le puso la carne de gallina, y se preguntó si su fuerza de voluntad le
bastaría para resistirse a sus encantos una noche más.
—Serviré unas copas —sugirió en tono excesivamente entusiasta. Necesitaba salir
de la habitación un momento para tranquilizarse. Ya apenas podía seguir
aparentando una serenidad que en realidad no sentía.
—Hay una botella de vino puesta a enfriar, si te apetece —le indicó él en voz alta
mientras salía.
Taylor abrió el frigorífico y agitó la puerta unas cuantas veces, refrescándose con
las bocanadas de aire frío. Estaba disfrutando de la velada, pero no sabía si podría
aguantar mucho. Sacó la botella, buscó un par de copas y tomó aliento antes de
regresar con Josh.
—Por la amistad —propuso él, y e hizo entrechocar su copa con la de Taylor. Ella
empezó a sorber el vino cuando Josh agregó—: Y por lo que pueda surgir después.
Taylor tuvo que combatir el impulso de soltar la copa. El corazón le latía con tal
fuerza, que estaba segura de que Josh podía verlo bajo la tela del vestido. Tomó un
pequeño sorbo y sonrió, notando que una repentina oleada de calor la engullía.
Como si hubiera percibido su incomodidad, Josh cambió el rumbo de la
conversación.
—¿Te importa si charlamos un rato?
—No, no —respondió ella—. Me parece bien.
—Cuando tengas hambre o frío, avísame. Encenderemos el fuego.

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Una familia de ciervos se detuvo frente a la ventana lateral, y Josh y Taylor los
contemplaron mientras comían hierba en silencio. Cuando, finalmente, se alejaron,
Josh volvió a tomar la mano de Taylor.
—Tengo una curiosidad. Esta mañana, antes de que llegase la avioneta... parecías
preocupada por algo. ¿Quieres contármelo?
Ella tomó otro trago de vino mientras organizaba sus pensamientos. No podía
contarle lo de Max y su madre. Además, ¿acaso tenía importancia? Una simple
fantasía no hacía realidad un romance.
—Pensaba... en mi madre.
—Lo sospechaba —Josh le apretó la mano—. Debes de echarla mucho de menos.
Taylor soltó la copa y lo miró a los ojos.
—Sí, mucho. Aún me cuesta creer que ya no esté con nosotros. El mes que viene
habría cumplido los años.
El le cubrió la mano con las suyas, y Taylor clavó la mirada en sus labios,
esperando a que hablase, pero deseando que aquella boca se posara sobre la suya.
—Te comprendo —Josh apartó la mirada por primera vez, y ella exhaló un
suspiro—. Yo tenía más o menos la edad de Billy... cuando mi madre murió. Pero
jamás olvidaré el vacío que sentí entonces —permaneció en silencio un momento, y
Taylor se olvidó del beso, consciente de que estaba a punto de compartir con ella
algo importante—. Mi padre se recluyó en el trabajo, en su propio mundo. Apenas
paraba en casa, y cuando lo hacía siempre parecía ausente.
Taylor podía percibir el dolor en el rostro de Josh, como si todo aquello hubiese
sucedido el día anterior.
—Debió de ser muy duro para ti. Siendo tan joven, quiero decir.
Él volvió a mirarla e hizo de tripas corazón.
—Hannah siempre estuvo con nosotros. A pesar de su carácter gruñón, nos dio
mucho cariño. Pero, al final, la situación acabó desbordándola, sobre todo por las
largas ausencias de mi padre. Lo peor fue cuando nos separaron a los tres hermanos.
Ryder asistió a la escuela secundaria de Michigan y se fue a vivir con una tía nuestra.
Shane, al ser el mayor, se quedó en el rancho. Y yo me fui a Denver, a la casa de mis
abuelos maternos —Josh se encogió de hombros, restando importancia a la soledad
que aquella separación impuso a los tres hermanos—. Unos cuantos años más tarde
volvimos todos al rancho. Aunque Ryder no se quedó mucho tiempo. Se fue para
asistir a la Universidad y no regresó hasta hace un par de años. Fue Ryder quien
encontró a mi madre aquel horrible día —tragó saliva—. Después de que se cortara
las venas en la bañera.
Taylor no sabía qué decir, así que permaneció en silencio. Hizo un esfuerzo por
no romper a llorar. ¿Existía peor traición que la de una madre que abandonara a sus
hijos pequeños, sobre todo de aquella forma tan espantosa?
Debió de ser muy triste para todos, pensó, descansando la cabeza en el brazo de la
silla de Josh, con los ojos cerrados para que él no viese sus lágrimas.

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Josh le pasó la mano por el cabello durante largo rato, sin decir nada. El sol ya
estaba muy bajo en el cielo y la habitación se había enfriado considerablemente.
Taylor pensó en encender el fuego, pero no le apetecía moverse. Algo estaba
ocurriendo en aquel pequeño espacio que tan sólo ellos dos compartían. Se preguntó
si Josh habría disfrutado alguna vez de aquel grado de intimidad. Para ella, era la
primera vez.
Cuando, finalmente, él le alzó la barbilla con el dedo, Taylor se incorporó sobre
sus rodillas y acercó los labios a los suyos. Josh salvó la escasa distancia que los
separaba y la besó con ternura, primero los labios, luego la mejilla y el cuello.
Se detuvo bruscamente y se retiró, sin aliento. Un brillo de tristeza y añoranza se
adivinaba en la profundidad de sus ojos.
—Será mejor que te vayas.
Confusa, Taylor se sentó sobre sus talones mientras Josh contemplaba el
anochecer por la ventana, sin sonreír. Tras un incómodo paréntesis, ella le frotó los
brazos desnudos y se puso de pie.
—¿Por qué quieres que me vaya? —trató de disimular el temblor de su voz, pero
estaba segura de que Josh lo había notado.
—Digamos qué no se me da bien tomarme las cosas con calma. Y sé que deseas
más de lo que yo puedo darte, Taylor.
Ella lo miró a los ojos, como si estuviera bromeando. Casi parecía haberse
propuesto hacerle daño, ahuyentarla.
Sin embargo, por mucho que le doliesen aquellas palabras, no estaba dispuesta a
permitir que él lo notase.
—¿Quieres que encienda el fuego antes de irme?
Josh negó con la cabeza y se dirigió hacia su cuarto, sin siquiera mirar atrás.
Taylor recogió las llaves de la encimera y salió de la casa, sin saber a ciencia cierta
qué pensar.
Josh oyó el ruido de la puerta al cerrarse y el chirrido del coche de Taylor sobre el
camino de grava. Deseó gritarle que volviera. Ya empezaba a echarla de menos. ¿Por
qué había pensado que podría tomarse las cosas con calma en lo referente a Taylor?
Ahora que sabía que podían hacer el amor, la deseaba.
Apasionadamente.
Aquella misma noche.
Meneó la cabeza y musitó entre dientes:
—Estúpido, estúpido, estúpido.
Un solo beso, y ya lo deseaba todo. Y no se trataba de una atracción meramente
física. Ahí estaba el problema. Sus sentimientos hacia Taylor eran muy profundos.
Debió haber cortado la situación a tiempo. En la mirada de Taylor había percibido
no sólo ternura y generosidad, sino sentimientos mucho más hondos. Demasiado.

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Se golpeó los muslos con los puños y emitió un gruñido de frustración. No


importaba lo dispuesta que ella estuviera a aceptarlo pese a su minusvalía física. Se
merecía algo mejor. Mucho mejor. Y, hasta que pudiera brindárselo, debía cortar de
raíz unos sentimientos que empezaban a escapárseles a ambos de las manos.
Le había costado lo indecible pedirle que se marchara. Y si había actuado como un
imbécil para evitar que Taylor padeciera un daño mucho mayor, bien estaba.
Maldición. ¿Por qué la terapia no daba ningún resultado? Le dijeron que no había
sufrido daños permanentes. De haber podido caminar, la noche habría tenido un
desenlace muy distinto. Le habría hecho el amor a Taylor en aquel mismo momento,
asegurándole que no se trataba simplemente de otra conquista. Ya significaba para él
más que cualquier otra mujer que hubiera conocido nunca. Si pudiera...
Se golpeó la rodilla derecha y maldijo a viva voz. Luego se asomó a la ventana.
Por primera vez en su vida, no disfrutó del panorama.
Hannah estaba introduciendo una bolsita de té en una taza cuando Taylor entró
trabajosamente en la cocina. Se sentía exhausta, hambrienta y confusa. Había
cometido el grave error de enamorarse del hombre inadecuado.
Hannah le echó una ojeada y comentó:
—Joshua te lo está haciendo pasar mal, ¿verdad? —pasó la bolsita de té a una
segunda taza, que luego llenó de humeante agua—. Ven, siéntate un rato conmigo y
toma un poco de té —llevó ambas tazas a la mesa situada junto a la ventana.
Demasiado cansada para discutir, Taylor se sentó en una de las sillas y exhaló un
suspiro.
—Si quieres desahogarte, se me da bien escuchar, hija —Hannah soltó una risita—
. Y me encanta dar consejos.
Taylor no pudo sino sonreír. Quizá una charla sincera le ayudaría.
—¿Te gusta el pan de maíz? —sin aguardar una respuesta, Hannah se levantó y se
dirigió anadeando hacia la despensa. Regresó con un plato de rebanadas de pan con
mantequilla y lo depositó en la mesa—. Tienes que comer algo, hija. Estás muy
delgada.
Él pan tenía buena pinta, de modo que Taylor obedeció.
—Mmm. Está delicioso. No comía pan de maíz desde que mi madre... —dejó de
masticar y suspiró.
—Debes de añorarla mucho —Hannah alargó su mano regordeta y le dio una
palmadita en el brazo—. Te pareces mucho a ella, querida. Eres muy guapa.
Atónita, Taylor soltó la taza y se quedó mirando a Hannah.
—Maxwell me enseñó una fotografía de tu madre en cierta ocasión. Eran muy
buenos amigos por aquel entonces. Max siempre hablaba maravillas de ella —
Hannah tomó otra rebanada de pan y apartó la mirada.
Taylor observó a la anciana por el rabillo del ojo al tiempo que mordía el pan.
¿Estaba tratando de decirle algo, o era cosa de su sobreexcitada imaginación?

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En ese momento, Jenny y Savannah entraron en la cocina con intención de comer


algo.
—No interrumpimos nada, ¿verdad? —inquirió Jenny.
Taylor señaló las dos sillas vacías que quedaban.
—No, no. Sentaos, por favor.
Jenny retiró una silla y se sentó con una risa propia del gato que acababa de
zamparse al canario.
—¿Qué, has estado tomando el sol? —preguntó, dirigiendo un guiño sesgado a
Savannah.
—¡Será mejor que os comportéis! —les reprendió Hannah con una mirada severa,
y ambas se mordieron el labio.
Taylor no se tenía por una mujer torpe, pero definitivamente se le escapaba el
sentido del chiste.
—La verdad es que no —respondió—. Entre el vuelo a Bozeman y las dos
sesiones de ejercicio, no hemos tenido tiempo de nada.
Las dos amigas se miraron y prorrumpieron en risas.
Jenny fue la primera en recuperar la compostura.
—Conque dos sesiones, ¿eh?
Taylor empezaba a sentirse algo molesta.
—Sí, dos sesiones.
—Entonces, supongo que eso lo explica.
Savannah se aclaró la garganta y adoptó una expresión arrepentida.
—Disculpa, Taylor. No nos estamos riendo de ti. Ambas hemos pasado por lo
mismo... y, créeme, no siempre es divertido.
—¿A qué te refieres?
Jenny se pasó la mano por la mejilla y el cuello.
—Las rozaduras de barba.
Taylor se puso colorada como un tomate. No se había mirado al espejo desde
que... desde que Josh la besó con su recia barba de dos días. Tenía la piel sensible y
fácilmente irritable. Debió haber pensado en ello.
Su reacción, no obstante, las sorprendió a todas.
—Si no soy capaz de encajar una pequeña broma, entonces he venido a la casa
equivocada —dijo con una sonrisa.
Hannah se levantó de la mesa y se dirigió hacia la puerta.
—Por si no os habéis dado cuenta, ya no soy una gallina joven. Me voy a la cama
—agitó el dedo en dirección a las tres mujeres—. Y hablad bajito. Estos viejos huesos
necesitan dormir un poco.

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Savannah quitó la mesa rápidamente y volvió a sentarse.


—Hacía siglos que no me divertía tanto —colocó una mano en el nombro de
Taylor—. Puede que a veces bromeemos contigo, pero nos alegramos mucho de que
sientas algo por Josh.
—¿Tanto se me nota?
Jenny apoyó un codo en la mesa y dijo:
—Deberíamos hablar de la fiesta. Ya está a la vuelta de la esquina. He preparado
algunas comidas y las he congelado, pero aún no sé cuántos invitados habrá.
—A propósito del tema —dijo Taylor—, mi padre y mi hermano vendrán a
visitarme ese fin de semana. Josh me ha dicho que los lleve a la fiesta.
—¡Estupendo! —exclamó Savannah—. Estamos deseando conocerlos —se levantó
y abrazó a Taylor—. Ojalá esto de sentarnos a charlar las tres se convierta en una
costumbre. Tenemos que contarte muchas cosas del rancho y de los Malone.
Taylor le devolvió el abrazo, sintiéndose como si ya formase parte de la familia.
Ojalá las cosas fuesen igual de fáciles con Josh.
—He pasado un rato estupendo con vosotras.
—Lo mismo digo, cariño —Savannah empezó a volverse, pero se detuvo y
añadió—: Que tengas suerte con Josh mañana. Ah, y me alegro mucho de que tu
familia asista a la fiesta.
Tras despedirse, Taylor subió a su cuarto.
«Me alegro mucho de que tu familia asista a la fiesta.»
¿Por qué la idea aún la inquietaba? En realidad, entre su madre y Max nunca
hubo nada. Y tanto Max como su padre eran hombres ya maduros.
¿Qué podía ir mal en la fiesta?

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Capítulo Doce
Apenas se miraron mientras realizaban trabajosamente la sesión matinal de
ejercicio.
Josh se sentía exhausto, acalorado y frustrado. En más de un sentido. ¿Cómo
había pensado que podría trabajar tan cerca de Taylor sin perder la cabeza?
Aquello era ridículo, se dijo. ¿Qué importancia tenía una estúpida sesión más? Al
fin y al cabo, el ejercicio no le estaba sirviendo para nada. Apoyándose en las barras
con brazos temblorosos, descendió lentamente a la colchoneta y se tumbó boca
arriba.
—Olvídalo —masculló, respirando pesadamente—. Estoy molido.
Taylor se paseó por la colchoneta, también con la respiración alterada. Josh sabía
que estaba reuniendo fuerzas para una inminente discusión, pero no le importó. Ya
se había engañado bastante a sí mismo. No volvería a caminar jamás. Por mucho
empeño que pusiera.
Taylor se detuvo a su lado y se colocó las manos en las caderas, con los puños
fuertemente apretados.
—Muy bien. Quédate ahí tumbado y púdrete. No me importa.
Él la miró de soslayo, sin moverse.
—Oh, claro que te importa. Aunque intentes hacerte la dura, no me engañas.
Ella empezó a pasearse de nuevo.
—¿De veras?
—Te importa demasiado. Ése es tu problema.
Taylor de detuvo y le lanzó una mirada asesina.
—¿Te han dicho alguna vez que eres un arrogante bastardo?
Josh soltó una risita.
—Oh, sí. Muchas veces. ¿Ahora te das cuenta?
En lugar de responder, ella se dirigió a la cocina dando rápidas zancadas. Él oyó
correr el grifo y, a continuación, el ruido de un vaso estrellándose en el fregadero.
Respiró hondo unas cuantas veces para calmarse y se entrelazó los dedos detrás de la
cabeza.
—¿Sabes? —siguió diciendo cuando Taylor regresó—. Tu frustración tiene más
que ver con el sexo que con mis piernas.
Ella se acercó con aire indignado, como si le apeteciera darle una bofetada, pero
en el último momento se giró sobre sus talones y echó a andar hacia la puerta. No
obstante, Josh alargó el pie para hacerle la zancadilla, y Taylor se cayó al suelo de
bruces.
Él se incorporó sobre un codo y empezó a asustarse al ver que ella no se movía.

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—¿Taylor? Háblame. Lo siento mucho. No he querido...


Taylor se enderezó rápidamente y clavó la mirada en el pie de Josh, boquiabierta.
—¿Me has hecho la zancadilla?
—Lo siento mucho. Yo... —la realidad de lo sucedido lo golpeó como una
descarga eléctrica—. ¿Cómo lo he hecho?
Ella seguía mirándole el pie.
—Inténtalo otra vez.
Lo intentó, pero no ocurrió nada. Taylor le quitó el zapato y el calcetín.
—Intenta mover los dedos.
Josh cerró los ojos y se concentró con todas sus fuerzas.
«Por favor, Dios mío, que éste sea el momento.»
Siguió rezando y concentrándose en su pie derecho hasta que, de repente, emitió
un quejido.
—¡Ay! —bajó la mirada y vio que Taylor sonreía de oreja a oreja—. ¿Qué ha sido
eso?
—Acabo de darte un pellizco en el dedo gordo. Te lo tenías merecido —empezó a
masajearle el pie, y notar el tacto de sus cálidas manos en la piel casi hizo que a Josh
se le saltaran las lágrimas. Podía sentirlo. Volvió a mover los dedos y contempló lo
que parecía un milagro. Justo cuando se había rendido...
Se echó a reír, y Taylor siguió su ejemplo. Luego le soltó el pie y empezó a
acercarse a él. Las risas se desvanecieron conforme sus miradas se fundían. Sin decir
nada, Taylor le rodeó el cuello con los brazos y lo meció suavemente.
Josh cerró los ojos y dio gracias a Dios... por aquel milagro y por haberle brindado
la oportunidad de conocer a Taylor. La abrazó con fuerza y la meció, alegrándose de
vivir, sintiéndose más feliz que nunca.
En ese momento, la boca de Taylor reclamó la suya, y la dicha que sentía alcanzó
una nueva dimensión. Ella se detuvo y se retiró ligeramente, con aspecto
preocupado.
—¿Vas a pedirme que me vaya otra vez?
Josh meneó la cabeza lentamente, percibiendo la incertidumbre que se reflejaba en
sus ojos.
—No... no estaba seguro de que esto ocurriera... Quería algo mejor para ti, Taylor.
—¿Y ahora?
Él se miró los dedos de los pies, y luego volvió a mirarla a ella.
—Voy a caminar, ¿verdad?
Taylor sonrió.

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—Sí, si de mí depende —se acercó más a él, con los ojos clavados en sus labios—.
Con respecto a eso de tomarnos las cosas con calma...
Josh se permitió emitir una risita áspera, mientras intentaba deshacer el nudo que
sentía en la garganta. Luego la atrajo hacia sí y reclamó sus labios ansiosamente. Se
quitaron mutuamente la ropa con movimientos casi salvajes, esparciendo las prendas
por doquier. Josh seguía sin sentir nada cuando las manos de Taylor se deslizaron
por debajo de su cintura, pero no tenía duda de lo que encontraría esta vez. La
palabra «excitación» no alcanzaba a describir las sensaciones que experimentó
cuando la lengua de ella le acarició el lóbulo de la oreja, para luego viajar de nuevo
hasta su boca.
A continuación, Taylor se ahorcajó sobre sus caderas para frotar la cara interior de
los muslos contra su sexo. Él alzó la cabeza para contemplarla mientras se colocaba
en posición y lo recibía en su interior. Josh se maravilló del placer que podía
reportarle algo que aún no era capaz de sentir. No obstante, sabía que pronto llegaría
a sentirlo, y evocó ese momento mentalmente, manteniéndose excitado durante el
tiempo que ella lo deseara.
¡Y cómo lo deseaba!
El placer y la pasión hacían que sus mejillas ardieran con tal intensidad, que Josh
hizo un esfuerzo para incorporarse y acariciarle el rostro con una mano mientras le
rodeaba la cintura con la otra. Sus senos, generosos y firmes, se ciñeron contra su
pecho, y Josh le jadeó al oído.
—Taylor... Mi dulce y bella Taylor...
Ella le deslizó las manos bajo los glúteos para elevarlo y atraerlo aún más hacia sí,
al tiempo que agitaba las caderas más y más rápido. Sus lenguas imitaron el ritmo de
sus movimientos, Taylor no tardó en estremecerse contra su pecho, mientras Josh le
recorría la húmeda espalda con las manos.
Por fin, tras recuperar el resuello, ella se incorporó sobre un codo, lo miró
brevemente a los ojos y lo besó con ternura.
—Adiós al plan de tomarnos las cosas con calma, ¿eh?
Taylor le sonrió y lo contempló con ojos anhelantes.
—¿Esperas a alguien? —inquirió. Él arrugó la frente, sin comprender la
pregunta—. ¿Debemos vestirnos deprisa, o podemos tumbarnos un rato así,
desnudos?
Josh emitió una satisfecha risotada.
—Si tanto te preocupa, puedes echar los cerrojos y volver.
No tuvo que decirlo dos veces. Taylor fue a cerrar la puerta principal y
seguidamente la lateral, mientras él la observaba y disfrutaba cada segundo.
Finalmente, ella colocó el pequeño ventilador oscilante de la cocina junto a la
colchoneta y se echó al lado de Josh.
—Ahhh —exclamó colocando la cabeza en el hueco de su brazo—. No sé cómo no
se me ocurrió antes.

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Él se rió y la atrajo hacia sí.


—Con o sin ventilador, el calor habría sido el mismo, amor mío.
Taylor alzó la cabeza y se quedó mirándolo un momento. Luego sonrió y volvió a
acurrucarse contra su cuerpo.
Dos días después, Taylor viajó de nuevo a Bozeman. Tras visitar a unos cuantos
pacientes, se pasó por el apartamento para recoger la correspondencia y oír los
mensajes del contestador. Estaba deseosa de volver a la granja, con Josh. Sus
progresos habían sido notables, y la relación que había empezado a forjarse entre
ambos resultaba cada vez más excitante.
Se quedó mirando el teléfono y decidió efectuar una llamada. Quizá Michael o su
padre estuvieran en casa, dado que era la hora del almuerzo.
Su padre respondió después del tercer tono.
—¡Taylor! Cuánto celebro que hayas llamado. Iba a telefonearte esta noche para
decirte a la hora exacta que llegaremos.
—Un momento. Buscaré un lápiz —Taylor apuntó la hora y efectuó un cálculo
rápido. Si el avión no se retrasaba, podrían dejar el equipaje en el apartamento y
luego llegar a la granja antes de que empezara la fiesta.
—Muy bien, papá. Iré sin falta a recogeros.
—Ya sólo faltan diez días. Estoy deseando verte, cariño.
—Lo mismo digo, papá.
Después de colgar, Taylor cerró el apartamento, bajó presurosa las escaleras y se
subió en el coche. Durante el largo viaje de regreso, pensó en la fiesta. Sí, todo iría
bien.
Al llegar, vio que prácticamente todos los vehículos de los Malone estaban
aparcados junto a la casa de Josh. Alarmada, Taylor se apeó del coche y salió
corriendo sin detenerse siquiera a cerrar la portezuela. ¿Qué habría pasado? ¿Habría
sufrido una caída?
Abrió la puerta y entró a la carrera en el salón, donde toda la familia formaba un
círculo alrededor de Josh. Las zapatillas de Taylor crujieron sobre el suelo de madera
cuando se detuvo en seco y emitió un sonoro jadeo.
Josh le sonrió por encima de las cabezas de Jenny y Savannah.
—Me alegro de que hayas venido a la fiesta. Fíjate en esto —con algo de esfuerzo,
y apoyándose aún en las barras, dio un paso adelante con la pierna derecha. La
familia prorrumpió en silbidos y aplausos para animarlo. Josh se detuvo un
momento para tomar aliento, y luego dio otro paso con la pierna izquierda.
Taylor lo observó con el corazón tan henchido de júbilo, que pensó que iba a
estallarle. Deseaba, más que nada en el mundo, correr hacia Josh y estrecharlo entre
sus brazos. Pero aquel momento no les pertenecía.
Él la miró con una amplia sonrisa, y Taylor le sopló un beso pensando que nadie
la miraba, pero Ryder dejó escapar un aullido de lobo.

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—Caramba, caramba —dijo sonriendo a Taylor—. Parece que últimamente han


pasado muchas cosas por aquí —guiñó a Josh—. Felicidades, hermanito.
Josh siguió mirando a Taylor, lo cual hizo que todas las cabezas se giraran hacia
ella. Apurada, se tapó el rostro con las manos, pero, sin poder evitarlo, emitió una
tímida risita. Se aventuró a atisbar por entre los dedos a tiempo de ver cómo Hannah
y Max intercambiaban una mirada de complicidad.
Finalmente, Taylor bajó las manos y se dio por vencida. Cruzó la sala para unirse
a su paciente favorito, que la esperaba con los brazos abiertos. Ella lo abrazó y le dio
un rápido beso en la mejilla, sin prestar atención a la algarabía que los rodeaba.
Todos parecían convencidos de que Taylor formaba ya parte del futuro de Josh. Ella
cerró los ojos y volvió a abrazarlo, rezando por que tuvieran razón.
Las sesiones de ejercicio seguían siendo muy penosas, y la recuperación iba más
lenta de lo que Josh había esperado, pero ya empezaba a distinguir la luz al final del
túnel.
No obstante, percibía cierta reserva en Taylor desde que, una semana antes, diera
aquellos primeros pasos. Ella le había dicho que debía reservar todas sus energías
para la terapia, que era mejor dejar ciertas actividades para más adelante. No habían
vuelto a hacer el amor, pero tampoco habían discutido ni una sola vez. Cuando
Taylor le pedía que trabajase con más ahínco, Josh obedecía sin rechistar. Cuando le
sugería probar un procedimiento nuevo, Josh no ponía ningún impedimento.
Parecían ser estrictamente una terapeuta y su paciente, aunque él sabía que entre
ellos había mucho más, aun cuando tuvieran que esperar para explorarlo.
Josh devoraba sus palabras de aliento como un hombre hambriento, y bebía de
sus dulces sonrisas y sus tiernas caricias sin sentirse nunca satisfecho.
Taylor debía de sentir lo mismo, se dijo. Pero podían esperar. Ya no quedaba
mucho.
Sólo faltaban tres días para la gran fiesta, y Taylor se marchó temprano para
ayudar a Jenny y Savannah con los preparativos de última hora. Mientras tomaba un
vaso de té helado en la cocina, Josh pensó en sus planes para aquella noche del
Cuatro de Julio.
No había duda de que Taylor era la mujer de su vida. Probablemente, lo había
sabido desde el primer día, sólo que ya no rechazaba la idea. Apuró el vaso de té y
esperó a que Hank llegara para ayudarle con la rutina de todas las noches.
Se había propuesto ser capaz de caminar con muletas la noche de la fiesta. Si lo
lograba, podría seguir adelante con el resto de su plan. Necesitaría un poco de ayuda,
pero estaba seguro de que cualquier miembro de la familia se la brindaría
gustosamente.
Josh sonrió y observó cómo una poderosa ráfaga de viento sacudía las copas de
los árboles, anunciando tormenta. Cerró los ojos y se imaginó caminando junto a
Taylor bajo la lluvia. Exhaló un suspiro.
Quizá lo hiciera durante los fuegos artificiales, cuando el resplandor iluminara su
bello rostro. Sí. Le gustaba la idea.

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La noche del sábado sería la ocasión perfecta. Incluso su padre y su hermano


estarían presentes; todos los seres queridos de ambos estarían presentes.
Josh se frotó las piernas con ambas manos, agradecido de poder sentir el masaje.
—Vamos, piernas. Mejorad un poquito más para cuando llegue el sábado —
susurró—. Sé que podéis hacerlo.

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Capítulo Trece
El viernes por la tarde, ayudado por Max y Taylor, Josh dio sus primeros pasos
con muletas. La silla de ruedas parecía hallarse a kilómetros de distancia, cuando en
realidad estaba sólo a unos cuantos metros.
Josh respiraba con dificultad, y temía que sus brazos cedieran a causa del
esfuerzo, pero centímetro a centímetro logró salvar la distancia que lo separaba de la
silla, con las sienes, la espalda y el pecho perlados de sudor.
Por fin, se sentó con un fuerte resoplido y tomó aire varias veces antes de fijarse
en los dos rostros sonrientes que lo observaban.
Las rosadas mejillas de Taylor se habían llenado de lágrimas, y los ojos de su
padre se habían humedecido visiblemente. Josh podía percibir el júbilo de los dos.
Sonrió y saboreó el momento. Había algo delicioso en el secreto que les ocultaba a
ambos. Un secreto que pronto conocerían.
Había alcanzado con éxito el objetivo de caminar con muletas. Si seguía
esforzándose, alcanzaría el siguiente.
El teléfono empezó a sonar, y Josh alargó la mano para tomar la de Taylor.
—¿Te importaría contestar en el aparato de la cocina? Si se trata de algo urgente,
tráeme el auricular portátil —conforme ella salía, Josh se acercó a su padre—. Papá...
necesito que me ayudes en una cosa. Pero Taylor no debe enterarse.
Max se acuclilló junto a la silla y Josh le contó los detalles rápidamente. Cuando
Taylor volvió a la habitación, cambiaron de tema al instante.
—Sí. Hank logró reparar las unidades averiadas. Ese tipo es una joya. Y nunca se
queja cuando tiene que ayudarme a tomar una ducha o hacer los trabajos que le
encargo constantemente. Le he dicho que voy a concederle un aumento de sueldo —
Taylor le tomó la mano y se la apretó con fuerza antes de agacharse junto a él—. ¿Era
para mí la llamada?
—No. Era mi hermano... Está tan excitado —Taylor se echó a reír con
entusiasmo—. Quería avisarme de que ha cambiado el número de su vuelo. El pobre
no sabe que sólo hay dos terminales en el aeropuerto.
—¿Llegarán a tiempo para la fiesta? —inquirió Josh.
—Espero que sí. Piensan traer poco equipaje, y eso agilizará un poco las cosas. Me
gustaría que pasaran un rato contigo antes de que llegue el resto de la gente.
Él la miró de soslayo, prácticamente incapaz de contener su propio entusiasmo.
Ojalá ella supiera lo que le tenía reservado.
—Aunque lleguen tarde, encontraré tiempo. Estoy deseando conocerlos.
Taylor le acarició el brazo y le dirigió una mirada que lo llenó de dicha.

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Max se acercó a la ventana, sacando a Josh de su ensueño. Algo parecía ir mal. Su


padre les había dado la espalda y agachaba la cabeza en actitud pensativa, como si
acarreara el peso del mundo sobre los hombros.
Josh miró a Taylor y se preguntó qué le ocurriría a su padre. No obstante, sabía
que era mejor no preguntarle al respecto, y menos delante de Taylor. Max era una
persona sumamente reservada y celosa de su intimidad.
Ya hablaría con él la próxima vez que estuvieran solos.
Quizá el domingo, después de la fiesta.
Mientras esperaba a que aterrizara el avión, Taylor se preguntó si sus
sentimientos hacia Josh serían transparentes, si su padre notaría el cambio que había
experimentado, el entusiasmo y la ternura que sentía en el corazón. Trató de recordar
en qué momento exacto había dejado de oponerse a la verdad. Pero antes de poder
llegar a una conclusión, vio que el avión se detenía junto a la compuerta de entrada,
y de repente se sintió como una niñita en Navidad. Llevaba años esperando aquel
momento... la oportunidad de mostrar a su padre y a su hermano la tierra de
Montana, que tanto adoraba. Y pronto conocerían al hombre que había conquistado
su corazón.
Michael fue el primero en aparecer, con una amplia sonrisa en el rostro. Abrió los
brazos para recibirla y ambos prorrumpieron en risas, felices de estar juntos de
nuevo. A continuación, Taylor abrazó a su padre y le dio un beso en la mejilla. Lo
notó más delgado, pero, al ver su sonrisa, supo que los días venideros serían
inolvidables para ambos.
—Mi apartamento no está lejos —les explicó Taylor—. Llegaremos enseguida —se
alegró de tener que mantener la mirada fija en la carretera, ahora que había llegado el
momento de contarles el resto—. ¿Habéis dormido en el avión?
Michael dejó escapar una carcajada.
—Papá se ha pasado casi todo el viaje roncando. Le di un codazo cuando divisé
las montañas, y abrió un ojo durante unos segundos. Yo no he dormido, pero no
estoy cansado. ¿Por qué? ¿Tienes algo pensado para hoy?
—La verdad es que sí. Si papá se siente capaz.
Su padre se inclinó hacia adelante y apoyó los brazos en el respaldo del asiento.
—No tenemos mucho tiempo, de modo que será mejor empezar cuanto antes.
Taylor exhaló un suspiro de alivio.
—Esta noche se celebra una fiesta... Con fuegos artificiales, buena comida,
caballos...
Michael la interrumpió al instante.
—¿Caballos? ¿Y se pueden montar?
—Estoy segura de que sí.
—Estupendo. ¿Y cuándo nos vamos?

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—He pensado llegarme antes al apartamento, para que podáis asearos y


cambiaros de ropa si queréis. Luego podremos irnos... si a papá le parece bien, claro.
—Lo que tú digas, cariño. Me alegra mucho que estemos juntos.
—Yo también, papá —Taylor se adentró en los aparcamientos. De momento, todo
iba bien.
Fueron los primeros en llegar, tal y como Taylor había planeado. Josh, Michael y
su padre congeniaron bien desde el primer momento. A Taylor le resultó casi
imposible apartar los ojos del rostro sonriente de Josh mientras los tres hombres
charlaban cómodamente acerca de la granja y de su historia. Se preguntó si su padre
habría notado lo que Josh significaba para ella. Si tal era el caso, no lo evidenciaba.
Parecía de un excelente buen humor, e incluso permitió que Michael tomase la
cerveza ofrecida por Josh. Taylor sabía que no era la primera cerveza de Michael,
aunque seguramente sí sería la primera que tomaba en presencia de su padre.
Josh les mostró la planta baja, y Taylor se ofreció a enseñarles la planta superior,
que su padre y Michael inspeccionaron más detenidamente al no hallarse Josh
delante.
—Ha hecho un trabajo magnífico —susurró Michael, sorprendido—. Creí oírte
decir que era granjero.
Ella se echó a reír y se sintió orgullosa mientras bajaban de nuevo a la planta
inferior, donde Hannah, Jenny y Savannah habían empezado ya a servir algunos
aperitivos.
Tras las oportunas presentaciones, las tres mujeres volvieron a sus tareas y Taylor
se unió a ellas, observando desde lejos cómo su padre se acercaba a Josh y la daba
una palmadita en la espalda.
—Buen trabajo, Josh. Buen trabajo.
—Viniendo de un profesional, señor Phillips, es todo un cumplido. Gracias.
—John... Llámame John.
Taylor notó que se le saltaban las lágrimas y pestañeó con fuerza. Se había
preocupado innecesariamente. Todo estaba saliendo mejor de lo que había esperado.
Hannah irrumpió como un torbellino en el salón y ofreció una bandeja a los dos
hombres.
—¿Le importa que yo también lo llame John? Soy Hannah, el ama de llaves del
rancho.
—Faltaría más —respondió John al tiempo que tomaba un trozo de queso de la
bandeja.
—Esto es sólo el aperitivo. Tenemos una cocinera estupenda —Hannah miró hacia
la puerta en el mismo momento en que entraba Jenny—. Ahí está... Se llama Jenny.
Está casada con ese sinvergüenza que viene tras ella, Shane.

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Taylor siguió observándolo todo y disfrutando del brillo radiante que se reflejaba
en la expresión de Josh. Oyó decir a Shane que Max tenía un caso de urgencia en la
clínica y que llegaría más tarde.
Hank se ofreció a llevar a Michael a montar a caballo, y los dos desaparecieron
enseguida. Ryder, Savannah, Billy y el pequeño Chris no tardaron en unirse al grupo
de invitados, y la casa pronto se llenó de familiares y viejos amigos, que charlaban en
pequeños grupos repartidos por el porche.
Mientras muchos de los hombres revelaban sus valiosos secretos culinarios en
torno a la barbacoa, las mujeres se deshicieron en elogios hacia la comida. Taylor no
recordaba haber visto tantos platos juntos en un mismo lugar. Las bandejas de filetes
y chuletas de ternera desfilaban sin cesar rumbo a las parrillas al tiempo que seguían
llegando más y más invitados. Josh los recibía con una amabilidad y un entusiasmo
inéditos para Taylor. Antes del accidente, siempre había sido un hombre impulsivo y
despreocupado, pero ahora Taylor veía algo más en él. Mayor profundidad y
madurez. ¿O quizá había abierto los ojos a unas cualidades que siempre habían
estado ahí?
Ocasionalmente, sus miradas se cruzaban, y la sonrisa de Josh se ensanchaba. Más
de una vez acarició Taylor la idea de ofrecerles a su padre y a Michael su coche para
poder pasar la noche con Josh, pero al final descartó la posibilidad, acusándose de
egoísta. La visita de su familia sería muy corta, mientras que Josh y ella tenían todo el
tiempo del mundo. No obstante, por algún motivo, esa noche le apetecía decirle a
Josh cómo se sentía. Si lograban verse a solas aunque fuera unos minutos, claro.
Michael regresó del paseo a caballo entusiasmado y sin aliento, y Taylor decidió
de una vez por todas que sus planes con Josh debían esperar.
Buscó a su padre con la mirada y lo vio sentado junto a Billy en las escaleras del
porche. Tres mujeres de envergaduras y edades variadas estaban estrechándole la
mano, mientras John hacía lo posible por no mostrarse impresionado.
—¡Caramba! —exclamó Michael al lado de Taylor, observando al llamativo trío—.
¿Así es como suelen vestir las mujeres por estos lares?
Taylor emitió una risita suave, procurando no llamar la atención.
—Así es como visten en el Palacio Púrpura.
Michael tragó la cucharada de ensalada de pasta y estuvo a punto de dejar caer el
plato.
—Venga ya —cerró la boca y miró a las mujeres con descaro—. ¿Te refieres a que
viven en uno de esos sitios en los que...? En fin, ya sabes... —Taylor asintió y Michael
volvió a mirarlas—. Me gusta la joven con la falda de cuero. ¿Crees que debo
presentarme?
—Siempre y cuando te limites a eso —respondió Taylor con un rictus burlón.
—¿No es Billy un poco joven para tener esa clase de amiguitas?
La sonrisa de Taylor se desvaneció.
—Vivía con esas mujeres... hasta que su madre murió. Ella regentaba el local.

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—Caray. Pobre crío.


Taylor se agarró al brazo de su hermano.
—Ryder y Savannah lo han adoptado. Josh me dijo que el pequeño aún echa de
menos a las chicas... y a su madre, claro. Pero parece haberlo superado muy bien.
Michael permaneció un momento en silencio.
—¿Y tú? ¿Lo has superado?
Taylor sabía que se estaba refiriendo a su madre, y de repente volvió a acordarse
del diario. Se preguntó si debía hablarle de ello a Michael. Quizá algún día, cuado
pasara más tiempo. Ya había sido bastante duro para ella leerlo. No deseaba...
—¿Hermanita? —Michael le echó un brazo por los hombros, y Taylor recordó su
pregunta.
—La echo de menos. Mucho. Aunque el tiempo me está ayudando a superarlo. ¿Y
tú?
Michael la apretó con ternura.
—Lo mismo.
Billy le dio la mano a una de las mujeres y las tres atravesaron la puerta principal,
con un fuerte tintineo de collares y pulseras. Michael las siguió hasta la zona donde
se servía la comida sin decir siquiera «hasta luego». Taylor se echo a reír y se dio
media vuelta justo cuando Jenny se acercaba a ella, seguida de una pareja de
ancianos. Miembros de la tribu Crow, sospechó Taylor, que ya había conocido a
varios en el hospital.
Jenny tomó aliento. Más que embarazada, parecía como si se hubiera tragado
entero uno de los melones que Taylor había visto un poco antes en la cocina.
—Taylor Phillips, te presento a mi abuela, Mary Howls. Y éste es su esposo,
Bucking Horse. Buck solía amaestrar los caballos en el rancho —Jenny guiñó un ojo a
su abuela—. Hasta que esta señora tan sexy nos lo arrebató. Ahora viven en la
reserva Crow.
Mary dio un codazo a su nieta, y luego dijo:
—Celebro mucho conocerte, Taylor Phillips. Mi Jenny dice que has ayudado
mucho a Josh.
—Es un placer conocerlos —contestó Taylor—. Su nieta me contó cómo ayudó a
Savannah a dar a luz, Mary.
—Hablando de lo cual —terció Jenny—, ¿podéis quedaros en el rancho hasta que
nazcan mis bebés? —se frotó el vientre e hizo una mueca exagerada—. Por si algo va
mal o Josh no está aquí para llevarnos al hospital en la avioneta.
—Creíamos que nunca nos lo pedirías —respondió Buck con una sonrisa.
—Oh, gracias —Jenny les dio un beso a ambos en la mejilla—. Me habéis quitado
un peso de encima. Voy a buscar a Shane para decírselo.

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Taylor se alegró de quedarse a solas con aquella pareja tan interesante. Se acercó a
ellos para preguntarles sobre la vida en la reserva Crow, y se quedó petrificada.
La voz familiar de Max le llegó procedente del porche. Se giró para echar un
vistazo.
Su padre seguía sentado en el escalón superior.
Solo.

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Capítulo Catorce
Taylor observó cómo Max le ofrecía la mano a su padre. Empezó a caminar hacia
ellos, pero de repente Buck la agarró con sus endurecidas manos y la sujetó.
Taylor trató de escuchar lo que le decía el indio acerca de caballos y otros asuntos
triviales, pero tenía toda su atención puesta en la pareja que se estrechaba las manos
en el porche. Acertó a oír vagamente cómo Max expresaba sus condolencias y vio
que su padre apartaba la mirada. Aquel acto no significaba nada en sí mismo, pero
Taylor deseó poder verle la cara. Por desgracia, Buck parecía decidido a sujetarla con
fuerza, y Mary también había empezado a hablarle.
El momento del porche pasó, y su padre entró en la casa con aspecto fatigado.
Había sido un día muy largo para él, se dijo Taylor. John la vio, y ella le hizo una
seña para que se acercase. Tras pasarle el brazo por la cintura, Taylor le presentó a
Buck y a Mary. Ryder no tardó en acercar la silla de Josh, y ambos se unieron a la
conversación, que giró en torno a la casa, la comida y otros detalles sin importancia.
De nuevo, Taylor empezó a relajarse. Max y su padre se habían encontrado y,
aunque ignoraba si había sido o no la primera vez, todo había ido bien.
Josh la buscó con los ojos y ella le sostuvo la mirada, ajena a los demás integrantes
del grupo. No hacía mucho, Taylor hubiera pensado que su única meta era llevársela
a la cama. Ahora, sus ojos expresaban sentimientos más profundos y significativos.
Ryder penetró en la neblina que envolvía su mente al decir:
—Creo que nadie me ha explicado cómo acabaste viviendo en Montana, Taylor.
Ella se obligó a retirar los ojos de Josh para mirar a Ryder con una sonrisa.
—Mi madre se crió aquí... Realizó los estudios de enfermería en la Universidad de
Montana.
—¿Enfermería? ¿No era fisioterapeuta, como tú?
—Yo también empecé estudiando enfermería. Luego vi la estupenda labor que
desarrollaba tu padre y encaucé mis estudios en otra dirección.
Josh dio un ligero codazo a su hermano.
—Creí haberte dicho que papá y la madre de Taylor trabajaron juntos en Ann
Arbor. Se hicieron muy buenos amigos.
Taylor observó cómo Ryder se ponía pálido de pronto, y un timbrazo de alarma
sonó en su mente. De repente, no sabía hacia dónde mirar. Retorció la lata de cerveza
que tenía en las manos, miró fugazmente a Buck y dijo:
—Disculpad. Iré a ver si Savannah necesita ayuda con el niño.
Taylor miró de Mary a Buck, quienes habían clavado la vista en el suelo, y luego a
Josh, que parecía ajeno a todo. ¿Lo habría imaginado? ¿O acababa de suceder algo
significativo?

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Buck tomó a Mary de la mano y ambos se perdieron entre la gente, dejándola a


solas con Josh. Taylor se estaba planteando preguntarle si sabía algo, cuando Billy se
acercó a la carrera.
—Tío Josh... ¿cuándo empezarán los fuegos artificiales?
Josh atrajo al crío hacia sí y emitió una risita.
—Yo también lo estoy deseando, Billy. Cuando oscurezca. Ya falta muy poco.
¿Por qué no ayudas a Hank a prepararlo todo?
Billy salió como una flecha de la habitación, y volvieron a quedarse solos. Josh la
miraba de un modo que le cortaba la respiración y disipaba sus preocupaciones.
¿Acaso podía ocurrir algo malo, cuando su relación con aquel hombre especial iba
tan bien?
Taylor se acercó a él.
—Josh, yo...
El le acercó el dedo índice a los labios y dijo suavemente:
—Esperemos a los fuegos artificiales, ¿de acuerdo?
Ella asintió en silencio, mientras Savannah y Hannah entraban en el salón con
más bandejas de bebidas variadas. Cuando todos tuvieron su copa, Max dio
golpecitos en la suya con una cuchara para reclamar la atención de los presentes.
Taylor se sentó al lado de Josh y le tomó la mano, percibiendo en su cariñosa mirada
todo lo que necesitaba saber. Si alguna vez había tenido dudas acerca de lo que sentía
por él, aquella mirada las había disipado al instante. Sin embargo, no tardó en
arrepentirse de haber accedido a esperar para declararle su amor.
La voz de Max se alzó por encima del ruido de las copas y los cubiertos.
—Quisiera agradecerles que estén aquí esta noche, y felicitar a las señoras por la
magnífica comida —se oyó una estruendosa salva de aplausos y alabanzas—. Ya mi
hijo, Joshua, lo felicito por el estupendo trabajo que ha realizado en esta casa, así
como por su valentía a la hora de superar la dura prueba que le ha impuesto el
destino. Ayer empezó a caminar con muletas —una serie de excitadas conversaciones
estallaron por toda la sala, y Taylor besó la mano de Josh cariñosamente, sin
preocuparse ya de lo que pensaran los demás.
Él formó con los labios la palabra «gracias» antes de que todos se acercaran.
Taylor le apretó la mano, y luego la soltó y se levantó para dejar que Josh disfrutara a
solas de su momento con amigos y familiares.
Fue entonces cuando Taylor vio a su padre. Estaba sentado en el extremo opuesto
de la sala, con los codos apoyados en las rodillas y el rostro extremadamente pálido,
como si se hallara enfermo de gravedad.
Taylor se acercó a él rápidamente y se arrodilló a sus pies.
—¡Papá! ¿Qué te ocurre?
—Ha sido un día muy largo —respondió John, si levantar la vista del suelo—.
Estoy... estoy cansado.

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—Te llevaré al apartamento.


Él la miró, con los ojos tan tristes como el día en que murió su madre.
—No quiero estropearte la fiesta.
—Tonterías. Quédate aquí, mientras busco a Michael —Taylor le dio una
palmadita en la rodilla, preguntándose si debería llevarlo al hospital. Más que
cansado, parecía enfermo.
Divisó a Michael en el otro lado de la sala y echó a andar hacia él, cuando de
súbito oyó un estrépito de platos y gritos procedentes de la cocina.
—¡Papá! ¡En la cocina! —gritó Shane.
Taylor siguió a Max, con la esperanza de poder echar una mano, esperando que
se tratara de algo serio. Se detuvo en la jamba de la puerta al ver lo que sucedía. Max
se había arrodillado junto a Jenny y le hablaba tranquilizadoramente al oído. No
hacía falta ser doctor en medicina para comprender cuál era el problema.
Max se puso en pie y miró a Taylor.
—Dile a Josh que se prepare para volar a Bozeman. Puede que no tengamos
mucho tiempo.
El habitualmente sereno Shane tenía peor aspecto aún que Jenny.
—Que alguien busque a Mary. Jenny desea que su abuela esté con ella.
Ryder ayudó a Josh a descender por la rampa y a subirse en el coche más
próximo, mientras Taylor acompañaba a una nerviosa Mary hasta el asiento trasero
del vehículo donde aguardaban Max y Jenny.
Josh bajó la ventanilla del lado del pasajero y tomó la mano de Taylor.
—Lo siento, cariño. No habrá sitio para ti en la avioneta.
—Te veré en el hospital... en cuanto lleve a mi padre y a Michael al apartamento
—respondió ella mientras Shane ponía el motor en marcha. El coche empezó a
moverse, y Taylor soltó la mano de Josh, quien sacó la cabeza por la ventanilla para
gritar algo.
—Te...
Pero el vehículo se perdió en la distancia y Taylor no pudo oírlo.
Al girarse, vio que Michael y su padre caminaban hacia ella. John parecía más
viejo que nunca... y algo más. Aturdido, quizá. Tenía el mismo aspecto que el día del
funeral de su esposa.
—¿Será Josh capaz de llevar la avioneta? —inquirió Michael con preocupación—.
Quiero decir...
—Sí. El aparato tiene controles manuales —Taylor observó a su padre. Tenía los
hombros hundidos y las manos enterradas en los bolsillos, y agitaba las monedas que
llevaba en ellos como solía hacer cuando se sentía inquieto. Taylor le tocó el hombro,
y John dio un salto—. ¿Papá?

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—No os preocupéis por mí —dijo él al tiempo que se introducía en el asiento


trasero del coche y cerraba la portezuela—. No es nada que una noche de sueño no
pueda curar.
Taylor se quedó mirándolo un momento, antes de sentarse ante el volante. Si no
había mejorado cuando llegaran a Bozeman, lo llevaría al hospital.
En la oscuridad, Taylor miró por el espejo retrovisor. Su padre tenía los ojos
cerrados y parecía haberse dormido.
La carretera estaba seca y había poco tráfico, de modo que llegaron a Bozeman en
un tiempo récord. Conforme empezaban a divisarse las luces de la ciudad, Michael se
inclinó hacia delante y susurró:
—Prefiero ir al hospital contigo en vez de quedarme en el apartamento y
perderme todo el espectáculo.
—Puede que sea una noche muy larga, Michael. Además, no quiero que papá se
quede solo. No tiene buen aspecto.
John se enderezó en el asiento.
—¿Qué estáis cuchicheando?
—Quería ir al hospital con Taylor —le explicó Michael—, pero ella tiene razón.
No tienes buen aspecto. Nos llevará a los dos al apartamento.
—No. Necesitaba descansar un poco, y ya he descansado. Iremos los tres al
hospital.
—¿Estás seguro? —inquirió Michael.
—Segurísimo. He recuperado las fuerzas.
Taylor se dispuso a protestar, pero al final decidió que ir al hospital sería lo mejor.
Quizá allí se las arreglaría para que un médico reconociera a su padre.
Taylor estacionó el coche en los aparcamientos del hospital, y los tres se apearon.
—Michael... adelántate y diles a Josh y los demás que iré enseguida. Quiero
hablar con papá un momento.
Michael echó un preocupado vistazo a su padre e hizo lo que se le pidió.
—Papá, estoy preocupada por ti —dijo Taylor girándose hacia John—. Ya que
estamos aquí, me gustaría que te viese un médico.
John se apoyó en el costado del coche y emitió un suspiro de cansancio.
—Taylor... no estoy enfermo, pero tenemos que hablar.
Ella lo atrajo hacia sí y le dio un abrazo, pensando que conocía el motivo de la
tristeza infinita que se reflejaba en sus ojos. De repente, él la agarró por los hombros
y la retiró de sí.
—Es... sobre el diario de tu madre.
Estupefacta, ella retrocedió un paso. Apartó la mirada, pero él le colocó un dedo
en la barbilla y la obligó a mirarlo a los ojos.

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—Lo sabes, ¿verdad? ¿Te llevaste el diario del ático, Taylor?


Taylor abrió la boca, pero no pudo articular palabra. Luego asintió lentamente y
vio el dolor abrasador que se traslucía en los ojos de su padre.
—Pero no se lo has dicho a Michael, ¿verdad?
Era una afirmación más que una pregunta. Taylor miró al hombre destrozado que
tenía ante sí y se preguntó qué podía decirle para consolarlo. Obviamente, conocía el
contenido del diario, aunque nunca se lo había dicho a su esposa.
John alzó el mentón y sus ojos reflejaron la luz de la farola cercana.
—Por favor... te ruego que no le digas a Michael que yo no soy su... —tragó
saliva—. Que Max es su... —sus hombros empezaron a estremecerse, y prorrumpió
en fuertes sollozos.
Taylor se quedó mirando a su padre. La conmoción la había paralizado por
completo. No podía creer lo que estaba oyendo... Su madre había dicho que jamás
faltaría a su matrimonio. Y en el diario no figuraba nada que así lo sugiriera.
—Debí haber quemado esos libros cuando los encontré —musitó su padre,
meneando la cabeza con disgusto—. Sobre todo el segundo. Nadie más debía saber
que...
El segundo.
Taylor recordó que no había llegado a terminarlo. Seguramente su madre había
confesado su infidelidad en aquellas últimas páginas.
—Por favor, Taylor. Prométeme que...
Taylor emitió un jadeo ahogado y atrajo a su padre hacia sí.
—Te lo prometo, papá.
—No habría querido más a Michael si hubiera sido hijo mío.
—Lo sé, papá —lo miró tiernamente y añadió—: Voy a llevarte al apartamento.
Necesitas descansar.
John empezó a protestar, pero Taylor abrió la portezuela del coche y lo ayudó a
instalarse en el asiento. Conforme ponía el motor en marcha, sintió que los sollozos
contenidos le atenazaban la garganta.
En la sala de espera del hospital, Savannah se inclinó sobre Ryder y le preguntó:
—¿Dónde estás? Pareces hallarte a kilómetros de distancia.
Ryder miró a su padre, qué se encontraba de pie junto a Michael en el otro
extremo de la sala. Decidió confiar a Savannah sus sospechas.
—¿Recuerdas aquella charla que tuve con mi padre hace un par de años?
Hablamos de su pasado, y confesó que había tenido una aventura con una enfermera
en Ann Arbor. No dejo de preguntarme si...
En ese momento, Billy se acercó a ellos y se sentó de un salto al lado de Ryder,
poniendo fin a la conversación.

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—¿De qué estáis hablando? No le pasa nada malo a tía Jenny o a los bebés,
¿verdad?
Ryder le dio una palmadita en la rodilla.
—No, compañero. Todo va bien. Estas cosas suelen llevar su tiempo.
El niño puso los ojos en blanco.
—Lo sé. Me acuerdo de cuando nació mi hermanito. Creí que Savannah no dejaría
de llorar nunca —frunció el ceño y ladeó la cabeza—. ¿Creéis que tía Jenny estará
llorando?
Ryder y Savannah intercambiaron una mirada, y luego vieron que Josh se
acercaba a ellos.
—¿Habéis visto a Taylor?
Ryder y Savannah menearon la cabeza.
—Yo tampoco —dijo Billy.
Josh se giró y echó un nuevo vistazo a la puerta. Desanimado, se hundió en la
silla.
Su propuesta de matrimonio tendría que esperar. Con el dedo, palpó la cajita que
llevaba en el bolsillo. Sí, seguía estando allí. La alianza de su abuela. Sabía que a
Taylor le encantaría, y que su respuesta sería afirmativa.
Josh se fijó en su padre y en Michael, que seguían charlando. No sabía por qué,
pero Max había actuado de forma un tanto extraña en las últimas horas. Parecía
tenso, nervioso.
Se acercó a ellos y carraspeó.
Max se giró. Sus ojos parecían oscuros como el carbón.
—¿Dónde habéis escondido a Taylor? —preguntó Josh, pasando por alto la
extraña conducta de su padre.
—La dejé hablando con mi padre en los aparcamientos —explicó Michael—.
Debería haber subido ya —se pasó una mano por la nuca y enarcó ligeramente las
cejas—. Papá tenía muy mal aspecto. Quizá Taylor lo haya llevado al apartamento.
Josh miró a su padre, pero éste se había vuelto de nuevo hacia la ventana, perdido
en sus propios pensamientos.
Seguramente estaría preocupado por Jenny y los bebés. Tener gemelos
prematuramente comportaba cierto riesgo.
Había una hilera de teléfonos públicos al final del pasillo. Josh decidió llamar al
apartamento para ver si allí había alguien. Probablemente Michael tenía razón.
Taylor habría llevado a su padre a casa y estaría de vuelta en cualquier momento,
pero deseaba asegurarse de que todo iba bien.
Tocó de nuevo la cajita que llevaba en el bolsillo y sonrió. Estaba deseando ver la
cara que pondría cuando llegara la hora y pudiera hacerle por fin la ansiada
pregunta.

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Capítulo Quince
Taylor utilizó un teléfono del vestíbulo para llamar a la sección de maternidad.
Luego volvió a subirse en el coche y regresó al apartamento.
Los médicos habían conseguido detener el parto de Jenny, y pasarían semanas
antes de que ocurriera algo definitivo. No hacía falta que subiera. Michael se había
ofrecido a regresar a pie, y Taylor necesitaba tiempo para calmarse y para meditar.
No podría mirar a Josh a los ojos sin que él se diera cuenta de que algo pesaba en
su mente. Y exigiría saber una verdad que ella no podía revelarle.
Tenía que hallar el modo de arreglar las cosas. Pero no aquella noche. Primero,
intentaría ayudar a su padre. Más tarde decidiría cómo solucionar el problema con
Josh.
El apartamento estaba sumido en la oscuridad y el silencio. Taylor atisbo la
silueta de su padre recortada contra el resplandor tenue de la ventana.
—¿Cómo están Jenny y los bebés? —inquirió John.
Taylor le contó lo poco que sabía.
—Michael no tardará en venir.
El silencio se prolongó hasta que él preguntó por fin:
—¿Has visto a Josh?
—No. No... me sentía con fuerzas.
—Llamará, lo sabes muy bien. ¿Qué vas a decirle?
Taylor se sentó en el suelo, junto a la mecedora que ocupaba su padre, y volvió a
sopesar una idea que ya había tenido antes. Josh no lo entendería. Pero, con suerte,
pronto podría hablar con él y arreglar la situación.
—Voy al rancho a recoger algunas de mis cosas. Regresaré por la mañana. Dile a
Josh que voy a quedarme aquí contigo y con Michael. Que voy a llevaros al parque
Yellowstone o a cualquier otro sitio que se te ocurra. Dile que lo llamaré dentro de un
par de días.
John respiró hondo.
—Lo siento mucho, cariño.
Ella descansó la cabeza en el brazo de la mecedora y le acarició el cabello.
—Tú no tienes la culpa, papá —deseaba decirle que nadie tenía la culpa, pero eso
sólo le haría más daño. Qué doloroso debió de ser para él leer el diario de su esposa.
—¿Puedo hacer algo más por ti? —preguntó John.
—Dile a Josh que deje un mensaje en el con testador si hay novedades acerca de
Jenny y los bebés —Taylor se levantó y se dispuso a salir, pero se detuvo a abrazar a
su padre—. Te quiero, papá —rompió a llorar, pese a sus esfuerzos por conservar la
calma.

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Él la abrazó con fuerza, y Taylor notó cómo sus lágrimas le empapaban el cabello.
—Yo también te quiero, Taylor —emitió un sollozo, y a continuación añadió—: Ya
Michael... Con todo mi corazón.
—Lo sé, lo sé —ella le besó la frente y salió por la puerta antes de tener ocasión de
arrepentirse. Sería una noche muy larga.
Josh colgó el teléfono y se quedó mirando la oscuridad que se extendía más allá
de la ventana. Aquella debería haber sido una de las noches más dichosas de su vida,
pero todo se derrumbaba a su alrededor. Ryder y su familia le habían hecho un gesto
de despedida mientras hablaba por teléfono con el padre de Taylor. Max seguía de
cara a la ventana, con la cabeza gacha. Buck se hallaba sentado en la sala de espera,
prácticamente en estado de trance. Y ahora John Phillips acababa de asestarle un
último golpe desconcertante: Taylor no estaba en casa, ni estaría por un tiempo. Se
iban de viaje durante un par de días, según le había comentado John. ¿Qué diablos
estaba sucediendo? ¿Sería él el único que no sabía nada? Sí, toda la familia estaba
preocupada por Jenny, pero Josh presentía que había algo más. Sobre todo, por lo
que respectaba a Taylor. En el pasado se hubiera sentido indignado por su
comportamiento, pero era evidente que algo ominoso había invadido el mundo de
ambos. Y había llegado el momento de averiguar de qué se trataba.
Hizo girar las ruedas de la silla con fuerza y se acercó a su padre, llamándolo
antes de detenerse.
—¿Papá?
Max lo miró por encima del hombro, y Josh se dio cuenta de que sus sospechas
habían sido ciertas. Pero debía hallar un sitio más reservado donde pudieran hablar
con libertad.
—Papá... siento los miembros un poco rígidos. ¿Te importaría venir conmigo a la
sala de fisioterapia y ayudarme a hacer un poco de ejercicio? Sé que es tarde, pero...
—Sí, sí —Max sacudió la cabeza, como si intentara aclararla—. Claro, hijo. Vamos
—asió los mangos de la silla y pasaron junto a Buck, quien ni siquiera pestañeó.
La sala de fisioterapia estaba cerrada, pero Max encontró la llave y abrió la puerta.
Se dirigió hacia las barras y empezó a ajustarías con tanta parsimonia, que Josh
perdió la paciencia.
—Papá... déjalo.
Max se giro hacia él lentamente.
—Tienes que decirme la verdad, papá. El secreto que está en la mente de todos y
que yo desconozco —Josh comprendió que estaba utilizando un tono acusador, y
decidió enmendarlo—. Ryder sabe algo. Al igual que Buck y Mary. Y ahora, Taylor y
su padre... Sea lo que sea, me afecta a mí también. Taylor piensa marcharse unos días
sin siquiera despedirse. Eso no es propio de ella, papá.
Josh siguió mirando a su padre, que parecía debatirse con algo que escapaba a su
control. Por fin, Max acercó un banco de pesas a la silla y se sentó en uno de los
extremos. Apoyó los codos en las rodillas al tiempo que exhalaba un suspiro de

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cansancio, y a renglón seguido le contó a Josh todo lo que sabía con certeza, e incluso
las conclusiones a las que había llegado conforme transcurría la traumática noche.
—Entonces, Michael podría ser...
Max asintió, implorando perdón con los ojos.
Josh notó que le palpitaban las sienes, y se dio un masaje con los pulgares. Podía
sentir el dolor de su padre. Y tan sólo alcanzaba a imaginar el de John. Suponiendo
que John estuviese al tanto de todo. Recordaba haber notado un cambio en su
actitud cuando su padre llegó a la fiesta. Por otra parte, John y Taylor habían hablado
en los aparcamientos del hospital. Y no habían subido.
Sí. John lo sabía.
Y Taylor.
¿Cómo le habría afectado a ella la revelación? Era imposible que lo hubiera sabido
antes, porque él se lo habría notado. ¿Qué había sucedido después de la fiesta? Eran
demasiadas preguntas, y apenas conocía las respuestas.
No obstante, Josh aún veía esperanza en medio de aquel desastre. Todos eran
buenas personas. Debían esforzarse en hallar una solución juntos.
—Papá... ¿crees que Michael sospecha algo?
Max negó con la cabeza lentamente.
—Seguramente por eso Taylor ha decidido irse sin contármelo. ¿Qué te parece si
la busco y le digo que ya sabemos lo de Michael? ¿Que jamás se lo diremos ni a él ni
a nadie?
Max meditó sobre ello un momento, y su expresión se tornó aún más sombría.
—Estabas planeando un futuro con Taylor, y ahora...
Josh se sacó del bolsillo la cajita con la alianza, negándose a darlo todo por
perdido.
—Por cierto, gracias por conseguir la ayuda de Hannah —abrió la cajita de
terciopelo negro para mostrársela a su padre—. Mira. Era de tu madre. La abuela se
la dio a Hannah para que la guardase. Iba a dársela a Taylor durante los fuegos
artificiales.
Max cerró los ojos y echó hacia atrás la cabeza. Tardó un rato en hablar, y Josh
aguardó con impaciencia, rezando por que se produjera un milagro.
—No hubieras podido escoger a una mujer mejor que Taylor. Ya se siente parte
de la familia. Pero, ¿me aceptará como suegro? ¿Querrá verme a diario, después del
daño que le hice a su familia?
Josh sopesó las preguntas de su padre.
Por lo que había podido ver, Taylor casi veneraba a Max. ¿Podría llegar a
perdonarlo alguna vez?
—Sé que lo que hice no tiene perdón —siguió diciendo su padre—, pero mereces
saber toda la verdad. Después de que tu madre muriese, descubrí... ciertas cosas.

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Cosas que me enojaron y que no conseguía comprender. Por eso regresé a Ann Arbor
un tiempo... para escapar.
Josh sabía a que se refería su padre. Todos se habían enterado, años atrás, de la
infidelidad de su madre. Pero dejó que Max siguiera hablando sin interrumpirlo.
—Ángela y yo nos habíamos hecho amigos durante las dos temporadas que
trabajé allí con anterioridad. Había algo especial entre nosotros, pero ella estaba
casada y tenía una hija. Además, yo era incapaz de engañar a tu madre —meneó la
cabeza, y Josh comprendió que su padre estaba reviviendo una etapa dolorosa de su
vida—. Una noche, perdí a un amigo en la mesa de operaciones, y Ángela me estaba
ayudando en la intervención. Más tarde, fue a mi despacho a consolarme. Todo
empezó con una suave caricia en mi mejilla. Sólo ocurrió esa vez. Volví al rancho
poco después. Josh, yo nunca sospeché que...
Josh miró al techo y respiró profundamente, notando en el pecho la angustia y el
arrepentimiento de su padre.
—¿Podrás perdonarme, hijo?
Josh acercó la silla y aferró el brazo de su padre.
—No hay nada que perdonar, papá.
Max se levantó bruscamente y miró a su hijo con aire decidido.
—Joshua, yo he causado todo este problema... y voy a solucionarlo. Iré a hablar
con John. Ahora mismo.
John insistió en que Michael ocupase el dormitorio de Taylor, dado que ésta no
regresaría hasta la mañana siguiente. Michael buscó sus auriculares, se acostó y se
quedó profundamente dormido antes de que Max llamase a la puerta del
apartamento.
John fue a abrir, y ambos hombres se estudiaron mutuamente en silencio. Jamás
habían supuesto que acabarían enfrentándose cara a cara. Pero ambos sabían que
Josh y Taylor se amaban, y estaban dispuestos a soportar cualquier dolor por el bien
de sus hijos.
John se digirió a la cocina, encendió la luz y se sentó a la mesa. Max tomó asiento
frente a él. Hablaron civilizadamente, abordando el asunto sin andarse por las ramas.
El objetivo de ambos era simple: hablar con Michael y ayudar a Josh y a Taylor.
Max preguntó cuál era el grupo sanguíneo de Michael, pero John no se acordaba.
Sin embargo, sí se acordó de la toalla que su hijo había empapado de sangre mientras
se afeitaba, horas antes, y que aún seguía en el cuarto de baño. Max introdujo la
toalla en una bolsa y se dirigió al hospital, acompañado por John.
Tras dejar la muestra de sangre en el laboratorio, para su análisis, ambos se
retiraron al despacho de Max.
—Amaba a mi esposa —dijo John—. Y Michael fue mi hijo desde el día en que
nació —hizo una pausa—. Supongo que siempre albergué la esperanza de que fuese
realmente hijo mío... Temía lo que una prueba de paternidad pudiese revelar...

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No había nada más que decir, así que ambos esperaron en silencio, sabiendo que
el resultado de la prueba, fuera cual fuese, haría la vida más fácil para todos.
En el rancho, Taylor subió de puntillas a su cuarto e introdujo en una maleta la
ropa imprescindible. A continuación fue a la granja para recoger los diarios que
había dejado en el cajón de la mesita de noche. Tenía planeado entrar y salir lo más
rápidamente posible y luego regresar a Bozeman. No obstante, una vez dentro del
cuarto, se derrumbó sobre una alfombra, ante la fría chimenea, y apretó los diarios
contra su pecho.
Un par de silenciosas lágrimas le rodaron por las mejillas. ¿Cómo podía pensar
ahora en un futuro con Josh? No podía ocultarle aquel secreto y, aunque pudiera, ¿no
se sentiría su padre traicionado, en cierta medida?
Se levantó, introdujo unos cuantos troncos en la chimenea y los prendió con un
fósforo. Una vez que las llamas empezaron a lamer la madera, se colocó los diarios
en el regazo y los contempló.
Podía leer las páginas restantes, pero, ¿para qué? ¿Para constatar personalmente
que su madre y Max habían sucumbido a la atracción mutua que compartieron? Eso
ya lo sabía. Y durante el viaje en coche había tenido tiempo de llegar a unas cuantas
conclusiones. La esposa de Max se había suicidado un año antes de que naciera
Michael. Taylor recordaba haber oído decir que Max regresó a Ann Arbor para pasar
una tercera y breve temporada. Su madre era una mujer sensible y compasiva. Quizá
sólo había sucedido una vez; quizá no. Por una parte, deseaba conocer toda la
historia. Pero su conciencia le decía que no era asunto suyo.
Lentamente, empezó a arrancar las páginas y fue arrojándolas al fuego. Observó
cómo las palabras de su madre se ennegrecían y se convertían en cenizas.
Finalmente, cuando el fuego hubo devorado la totalidad de los diarios, Taylor
salió de la casa y emprendió el viaje de regreso a Bozeman.
Antes del amanecer, Max encontró a Josh en la sala de espera y le habló de la
larga conversación que había tenido con John, además de comunicarle los resultados
de la prueba.
Josh descansó los codos sobre sus rodillas y agachó la cabeza, exhausto y
emocionalmente agotado. Era imposible saber qué repercusiones tendría aquella
nueva noticia en su relación con Taylor. El daño ya estaba hecho. Max se sentó a su
lado.
—Necesitas descansar, Josh. Aquí no puedes hacer nada más. John dijo que
hablaría con Taylor antes de salir de Bozeman. Deja que se tomen unos días de
vacaciones. Luego, cuando John y Michael se hayan marchado... en fin, ya se verá.
Taylor volverá contigo, hijo. Dale tiempo.
Por fin, Josh sonrió y miró a su padre.
—Me parece un buen plan, papá —mientras Max hacía girar la silla y la empujaba
hacia la puerta, Josh añadió—: Gracias, papá... Por todo.

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Capítulo Dieciséis
Taylor apenas acababa de dormirse cuando olió el aroma del café recién hecho
procedente de la cocina. Se dio la vuelta y abrió un ojo para echar un vistazo al
despertador. Las 9:30. Se incorporó trabajosamente, con los miembros aún
extenuados y la mente embotada por los acontecimientos de las últimas veinticuatro
horas.
El sol se filtraba por las cortinas, y Taylor entornó los ojos para asomarse al
exterior. El hombre del tiempo había anunciado un día de sol radiante, y su familia
estaría ansiosa por ir de excursión. Al menos, Michael lo estaría. Taylor se preguntó
cómo se sentiría su padre esa mañana. Lo había encontrado profundamente dormido
en el sofá, junto a Michael, al llegar al apartamento.
Salió de la cama, se puso su bata favorita y dio los buenos días con voz soñolienta
antes de dirigirse al cuarto de baño. Una ducha fría le ayudaría a despejarse lo
suficiente como para ejercer de guía turística. Y un café, naturalmente. Mientras
sentía el chorro de agua en el rostro, decidió sacar el máximo partido a los días
venideros y afrontar la situación con más optimismo.
Tras vestirse rápidamente, fue a la cocina. Su padre levantó la vista de los huevos
revueltos que estaba tomando y le sonrió.
Michael le pasó un plato y una taza de café.
—Lamento haberte dejado la cama hecha un desastre. Papá me sacó de ella en
plena madrugada.
Taylor emitió una risita.
—No te preocupes —tomó un sorbo de café y se dispuso a repasar los planes que
había hecho para el día—. He pensado que podemos ir a Yellowstone y luego dar un
paseo hasta Red Lodge. He reservado habitaciones para pasar la noche allí, pero
podemos proseguir el viaje si os apetece.
—Le he echado un vistazo al mapa —dijo Michael—. Desde luego, es todo un
paseo.
John soltó su taza.
—Voto por ir directamente a Red Lodge y pasar algún tiempo allí. Incluso he
comprado una de esas cámaras instantáneas por si vemos animales.
Taylor se echó a reír. Empezaba a notar los efectos de la cafeína y a pensar que
podrían pasarlo bien, pese a los acontecimientos del día anterior.
No tardaron en ponerse en camino. Durante el primer tramo del trayecto, Taylor
pensó en los Malone y en el desastre que había dejado atrás. Pero necesitaba pasar
unos días alejada de ellos, sobre todo de Max y de Josh, para ver las cosas con
perspectiva. Además, su padre y su hermano se marcharían pronto. Michael
regresaría algún día, pero Taylor dudaba que su padre lo hiciese. El pensamiento la

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entristeció, pero acabó desechándolo mentalmente, decidida a disfrutar de la breve


visita de su familia.
El domingo por la tarde, Shane entró en la sala de fisioterapia con la sonrisita
satisfecha propia de los nuevos papás. Cerró la puerta y cruzó la habitación dando
grandes zancadas. A pesar de las normas del hospital, les dio sendos puros a Max y a
Josh, y los tres los encendieron al mismo tiempo.
Josh estaba sentado en una silla, junto a la pared. Se inclinó hacia adelante y dijo:
—¿Y bien? ¿Vamos a tener que adivinarlo, o nos lo dirás de una vez?
Shane expulsó una nubecilla de humo y disfrutó del momento.
—Dos niñas absolutamente preciosas. Tanto ellas como la madre están bien.
Max tomó la mano de su hijo y le dio una palmadita en la espalda.
—Niñas. ¡Por fin! —meneó la cabeza—. Me parece que las vamos a consentir
terriblemente, ¿sabes?
Shane se sentó y cruzó las piernas.
—De eso se trata.
Joshua observó el rostro de su hermano y compartió su dicha, aunque debía
admitir que sentía cierta envidia.
Llevaba una semana sin ver a Taylor, y empezaba a preguntarse si volvería a
llamarlo alguna vez. Sabía que John y Michael habrían vuelto ya a Ann Arbor, pero
seguía sin recibir noticias de ella. De momento, había seguido el consejo de su padre
y había aguardado pacientemente, pero empezaba a desesperarse.
Shane dejó de expeler humo y preguntó:
—¿Dónde está Taylor? Se ha perdido todo el espectáculo.
Josh y Max intercambiaron una mirada.
—Se fue a pasar unos días con su familia —explicó Max.
Josh aplastó el puro en el cenicero y cambió de tema.
—¿Crees que podrás encajar más buenas noticias hoy? —inquirió a su hermano.
—Adelante —respondió Shane.
Max le pasó a Josh un par de muletas, y éste se puso en pie. Luego recorrió la
habitación sin ayuda de nadie, dejando que sus piernas hicieran casi todo el trabajo.
Finalmente, se dio media vuelta y se acercó a su hermano.
Shane se levantó y lo miró boquiabierto de arriba abajo. Empezó a hablar, pero
luego abrazó a Josh y le palmeó con fuerza la espalda.
—Gracias a Dios, gracias a Dios —retrocedió un paso, con lágrimas en los ojos.
—No irás a llorarme encima, ¿verdad, hermanito mayor?
Shane abrió los ojos de par en par, pestañeó y soltó una risita.
—Diablos, no. Los vaqueros de verdad no lloramos.

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—Aja —Josh se sentó dirigiéndole una sonrisa—. ¿No tendrás un vídeo del parto,
verdad?
Shane se sacó un pañuelo del bolsillo y se sonó la nariz.
—Ya lo creo que sí.
Seguían riéndose cuando el teléfono empezó a sonar. Max atravesó la sala para
responder. Quienquiera que estuviese al otro lado de la línea, preguntó por las
gemelas, y Max le contó con alegría todos los detalles. Cuando hubo acabado, se giró
y sonrió a Josh.
—Es para ti.
Josh miró el rostro de su padre y supo instantáneamente quién había llamado.
Agarró las muletas y se acercó al teléfono en un tiempo récord. Sin aliento, tomó el
auricular y observó cómo su padre salía de la sala, llevándose consigo a Shane.
—¿Diga? —al principio, no hubo respuesta al otro lado de la línea, pero pudo oír
el sonido de una respiración entrecortada.
—Hola —dijo ella por fin, y Josh notó que el corazón le daba un vuelco. —
Taylor... Te he echado de menos...
—Siento haber tardado tanto en...
—Tengo muchas cosas que contarte...
—Tenemos que hablar —dijo ella entre risas—. En persona.
A Josh le encantaba su risa. El sonido de su voz.
—¿Puedes reunirte conmigo en el aeropuerto?
—¿Ahora?
—Sí, ahora.
—Muy bien, dentro de media hora estaré allí.
Tras colgar, Josh se sentó, tomó aliento y, finalmente, hizo las llamadas necesarias.
Josh escondió las muletas en el asiento trasero de la avioneta, palpó el bolsillo de
su chaqueta de aviador y trató de no quedarse sin aliento cuando vio a Taylor
atravesando el asfaltado. El viento mecía su cabello, y Josh pensó que jamás la había
visto tan hermosa como entonces.
Taylor se instaló en el asiento del pasajero con naturalidad, como si fuese algo que
hiciera a diario, y le dirigió una amplia sonrisa.
—Hola, vaquero.
Josh le sostuvo la mirada, percibiendo que se sentía tan nerviosa como él. Tenían
tantas cosas que decirse... Le sonrió antes de mirar al frente para iniciar el despegue.
El sol acababa de ponerse cuando alcanzaron el primer conjunto de montañas,
teñidas del resplandor rojizo del atardecer. Varias familias de alces pacían en los
claros aquí y allá, y la oscura sombra de la avioneta se proyectaba sobre las plácidas
aguas de los arroyos.

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Finalmente, Josh descendió levemente y sobre voló el denso bosque que los
separaba de la torre que se alzaba a unos cuantos kilómetros. Miró de soslayo y, al
ver la serena sonrisa de Taylor, comprendió que ella sabía hacia dónde se dirigían.
Tras dar un par de vueltas, aterrizaron en el verde prado y se detuvieron a
escasos metros de la escalerilla de mano de la torre.
Taylor abrió la puerta y dirigió a Josh una última sonrisa antes de apearse de la
avioneta. Él agarró nerviosamente las muletas y la siguió hasta la escalerilla de
madera. Con los dientes apretados, dejó las muletas en el suelo e inició el ascenso
poco a poco, subiendo los peldaños uno a uno, sin mirar atrás. Oyó que Taylor lo
seguía de cerca. Por fin, con la frente perlada de sudor y el corazón martilleándole el
pecho, llegó a lo alto de la torre y se sentó a recobrar el aliento. Frente a él vio el
rostro de mujer más dulce y dichoso que había contemplado jamás.
Josh le alargó la mano, y Taylor se sentó a su lado.
—¿Y bien? No pareces muy sorprendida. ¿No vas a decir nada?
—Te quiero, Joshua Malone.
—No, me refiero a... —Josh se detuvo y la miró fijamente, sin dar crédito a lo que
acababa de oír—. ¿De veras? —inquirió cuando se hubo recuperado de la sorpresa.
—De veras.
Quiso decir «yo también te quiero» y sacar la alianza del bolsillo al mismo tiempo,
pero se contuvo. Podía esperar un poco más.
—¿Te apetece que... charlemos un rato?
Taylor contempló las copas de los árboles y emitió un largo suspiro.
—Imagino que Max te habrá contado lo de Michael.
—Sí. Y también me habló de la prueba.
Ella miró al frente.
—Ni siquiera sabía que habían ido al hospital aquella noche. Encontré a mi padre
dormido cuando volví al apartamento. Y, durante los días siguientes, tanto él como
Michael actuaron como si nada hubiera pasado. Papá me dejó una carta debajo de la
almohada. La vi cuando ya se habían marchado... En ella decía que no había querido
estropear nuestra excursión.
—¿Te dijo que...?
—¿Que la prueba confirmó que Michael es definitivamente hijo de Max? Sí. Pero
también afirmó haberlo sabido siempre, y que eso no cambiaba nada. También me
pidió que no permitamos que lo sucedido se interponga entre nosotros. Sabe lo
felices que somos y se alegra por nosotros —Taylor sonrió—. Incluso me decía en la
carta que le caes bien. Algún día te hablaré de los diarios de mi madre, pero no hoy.
Sólo te diré, Josh... que tu padre no tuvo la culpa de lo sucedido.
Josh expelió una larga bocanada de aire y la rodeó con el brazo.
—¿Lista para entrar?

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Ella se acurrucó contra su cuerpo y se estremeció al notar la fría brisa del


anochecer.
—¿Qué tal si abro la puerta y te arrastro hasta el interior? —dejó escapar una
suave risita contra su pecho.
—¿Qué tal si entras y me traes el par de muletas que ha dejado Ryder?
—Lo tenías todo preparado, ¿eh?
Josh pensó en la alianza que llevaba en el bolsillo.
—Sí.
Taylor fue a buscar las muletas y a continuación lo ayudó a incorporarse. Una vez
dentro, paseó la mirada por las paredes llenas de enormes ventanales, que dejaban
filtrarse la luz azulada de las estrellas.
—Es tan asombroso como decías.
Josh encendió una lámpara de propano y se sentó en un maltrecho sofá situado
ante los ventanales. Luego la invitó a sentarse a su lado. Ambos permanecieron un
rato en silencio, contemplando el hermoso panorama.
—Creo que deberíamos venir todos los años, este mismo día —musitó Josh al fin.
A la difusa luz de las estrellas vio que los ojos de Taylor se humedecían, y
comprendió que había llegado el momento. Se dio media vuelta y sacó la cajita del
bolsillo de la chaqueta. Luego se la puso en la mano. Ella la abrió tímidamente y
emitió un jadeo sofocado mientras contemplaba la alianza.
—Era de mi abuela materna.
—Es preciosa, Josh.
Él le tomó la barbilla con la mano.
—Quiero casarme contigo, Taylor... Pasar el resto de mi vida contigo en esa vieja
granja... y llenarla de tantos niños como desees —vio que una única lágrima corría
por la mejilla de ella.
Inesperadamente, Taylor se ahorcajó sobre él y le posó una lluvia de besos en el
rostro.
—Te quiero —susurró entre beso y beso. Entonces se detuvo y se retiró
ligeramente—. Un momento. No recuerdo que me hayas hecho la pregunta.
Josh tardó un par de segundos en captar el sentido de aquel comentario. Por fin,
dijo:
—Taylor Phillips, ¿quieres casarte conmigo?
Entre risas y sin aliento, ella le rodeó el rostro con las manos y respondió:
—Puedes apostar tus botas a que sí, vaquero. Creí que no me lo preguntarías
nunca.

Fin.
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