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LA HERENCI
HERENCIA DE AMERICA LAT
LATI
ATINA
Richard Morse∗
Revista Plural. N° 46. Julio de 1975. México. Pp 33-42∗.

Todos los rasgos que constituyen la fisonomía de América Latina


durante la dominación española portuguesa corresponden perfecta-
mente a la imagen que nos ha dado la sociología moderna del Estado
patrimonial. Como es sabido, Max Weber definía el "patrimonialis-
mo" como una de las formas de la "dominación tradicional"1. El go-
bernante patrimonial siempre esta en estado de alerta para prevenir
el crecimiento de una aristocracia terrateniente independiente que
goce de privilegios heredados Concede beneficios, o prebendas, como
una remuneración por servicios recibidos; las rentas que se derivan
de los beneficios son un atributo del oficio; no del receptor como
persona. Son formas, características de mantener intacta la autoridad
del gobernante: la limitación de la tenencia de los oficiales del rey; el
prohibir a los funcionarlos que contraigan lazos familiares y econó-
micos dentro de sus niveles de la administración; el definir en forma
inexacta las divisiones territoriales y funcionales de la administra-
ción, para que las jurisdicciones estén en situación de competencia y
de supervisión mutua, la autoridad del gobernante se orienta hacia la


Richard M. Morse. Historiador norteamericano. Profesor de la Universidad de Yale, don-
de fue director del Centro de Estudios Latinoamericanos. Sus libros La investigación urbana
latinoamericana, Las Ciudades latinoamericanas, antecedentes y desarrollo histórico y For-
maçao Histonca de Sao Päulo.

Traducido con el permiso de Harcourt Bruce Jovanovich Inc., del libro The Founding Of
New Societies. editado por Louis Hartz. Traduccion de Flora Botton Burla.
1
M. Weber. The Theory of Social and Economic Organization. Nueva York, 1947. pp. 341-
358, 373-381. También R. Bendix. Max Weber: un Intellectual Portrail, Nueva York, 19ó2.
pp. 334-369.
2

tradición pero le permite reclamar un poder personal total"2 Como


no está dispuesto a contraer obligaciones "legales"; su gobierno
adopta 'la forma de una serie de directivas, cada una de las cuales
puede ser sobreseída, Así 1os problemas de adjudicación tienden a
convertirse en problemas de administración, y las funciones adminis-
trativas y judiciales se unen en, muchos puestos diferentes a través
de toda la burocracia. Los remedios legales frecuentemente se consi-
deran no como aplicaciones de la ley, sino como un don de gracia o
un privilegio concedido sobre los datos de un caso, y que no consti-
tuye precedente.

Esta tipología del Estado patrimonial describe con sorprendente


exactitud la estructura y 1a lógica del imperialismo español en Amé-
rica. También nos ayuda a comprender por qué se produjo el caos
cuando la autoridad ultima del sistema, la corona española, fue súbi-
tamente desplazada.

Hasta el momento en que las tropas napoleónicas hicieron prisione-


ro a Fernando VII de España, en 1808, existía en todo el imperio es-
pañol una relativa falta de preocupación por el marco más remoto de
la sociedad y una aceptación general de la autoridad última. Un es-
tudio de las dispersas y esporádicas rebeliones que ocurrieron en
Hispanoamérica antes de la independencia las clasifica como: rebelio-
nes de los conquistadores originales, revueltas de las razas domina-
das, y movimientos criollos de protesta. Si exceptuamos las revueltas
sediciosas debidas a las ambiciones personales de poder de un sólo lí-
der, vemos que las tres clases de rebelión tienen características co-
munes. Son precisamente las características que se podrían definir
como "legitimas" para la revuelta dentro del marco del Estado tomis-
ta patrimonial.

2
El ejercicio de la libre voluntad arbitraria, a expensas de tradiciones limitativas, da lugar a
lo que Weber llamó "sultanismo".
3

"Esos movimientos eran espontáneos en el doble sentido de que


eran autóctonos (esto es no determinados por ninguna influencia ex-
tranjera, aunque en lo subsiguiente algunos elementos extranjeros se
podrían emplear para desarrollarlos y legitimarlos) y accidentales (es
decir, que no respondían a un plan orgánico o a una doctrina elabo-
rada exprofeso).

En sus principios generalmente eran locales, producidos por una


crisis que afectaba la región o la zona y dirigidos a las necesidades re-
gionales. Cuando varios movimientos surgían simultáneamente en
varios puntos se trataba de una coincidencia sociológica y cronológi-
ca, y no de un acuerdo previo.

Por último, en los casos en que se invocan principios abstractos pa-


ra alentar la actividad revolucionarla, lo último nunca ocurre como
una mera explosión ideó1ógica; siempre tiende hacia la resolución
inmediata de una crisis severa y urgente."3

En la segunda mitad del siglo XVIII las ideas y los escritos de la


Ilustración circulaban libremente en Hispanoamérica entre los gru-
pos intelectuales, profesionales y clericales y, con restricciones, en la
prensa pública. Pero su efecto fue el de estimular la critica reformis-
ta, no el de engendrar una oposición programada al régimen o un ja-
cobinismo revolucionario. Las tradiciones del propio sistema español
daban posibilidades de una mayor autonomía a las colonias y paridad
para los criollos. Se ha aducido que el principal defecto de las refor-
mas "ilustradas" del rey Borbón Carl III (1759-1788)4 consistía en
que eran ajenas a la tradición al ser demasiado racionalistas y tecno-
cráticas, y en que no lograban desarrollar las iniciativas el autogo-
bierno y los recursos humanos in loco. Su expulsión de los jesuitas en
3
L Machado Ribas. Movimientos revolucionarios en las colonias españolas de América.
Montevideo, 1940, p. 23.
4
Llamado a veces Diocleciano del imperio español.
4

1767 (acompañada de la proscripción de las enseñazas de Suárez), pa-


ra consternación de muchos criollos e indios, privó a las Indias de un
importante liderazgo intelectual, pedagógico e incluso económico. Es
un ejemplo, que no deja de tener significado para la América Latina
actual, de como una administración "progresista" puede ahogar las
fuerzas internas de progreso potencial,

La independencia

La mejor analogía histórica de las guerras de independencia hispa-


noamericanas es la Reforma protestante. Ambos movimientos ocu-
rrieron en el seno de un orden cató1ico institucional extendido y ve-
nerable, que estaba dando muestras de decadencia en sus estratos
superiores. Ambos movimientos se desarrollaron como patrones no
coordinados de revuelta dispersa y dispareja. Ninguno fue anunciado
por un cuerpo coherente de doctrina revolucionarla, y cada uno im-
provisa sus múltiples "ideologías bajo la presión de los acontecimien-
tos. En realidad, ambos movimientos dejaron traslucir, en su concep-
ción un carácter agudamente conservador o fundamentalista. Cada
uno fue la agrupación final de una serie secular de herejías, rebeliones
y sediciones desordenadas y localizadas; y en ambos casos, los acon-
tecimientos mundiales fueron al fin propicios para la transformación
de una revuelta improvisada en una revolución histórica a escala
mundial.

En el continente sudamericano la meta de la independencia sólo se


definid) claramente muchos anos después de la destitución del rey de
España por parte de Napoleón, y fue perseguida en las campañas mi-
litares que llevaron a cabo separadamente Simon Bolívar y José de
San Martín. Incluso entonces la masa del pueblo no desempeñaba
ningún papel en el movimiento, La independencia de los países de la
Sudamérica española se logró bajo los auspicios de las élites criollas
de las regiones mas apartadas. El ímpetu para las dos campañas prin-
5

cipales vino desde Venezuela en el norte y Buenos Aires en el sur.


Ambas regiones ofrecían nuevas promesas de desarrollo agrícola y
comercial. Después de la independencia. Tanto Venezuela como Ar-
gentina cayeron bajo el mando de hombres fuertes. Esto sirvió para
asegurar a las oligarquías criollas algo reconstituidas, que ahora no se
veían estorbadas por la presencia de la burocracia española.

Si exceptuamos el caso especial de Saint Dominique, donde una re-


vuelta popular de esclavos hizo que Haití se independizara de Fran-
cia, México es el único país latinoamericano donde hubo alzamientos
populares importantes. Bajo el mando de Hidalgo una bisoña muche-
dumbre de humildes indios y mestizos del centro de México fue lle-
vada a luchar por la tierra, por la autonomía mexicana y por poner
fin al sistema de castas (18lo-1811). Bajo el mando de Morelos fueron
llevados a luchar por la independencia (1813-1815). Ambos dirigentes
eran sacerdotes liberales. Ambos fueron capturados y ejecutados.
Los criollos acomodados se negaron a identificarse con la revuelta
popular o con el espíritu revolucionario francés. Algunos criollos in-
cluso descubrían en algunos españoles síntomas de la infección
ide01ógica de la francmasonería y la Ilustración. El ejército, la Iglesia
y los terratenientes permanecieron leales a la corona durante el inte-
rregno napoleónico y después del establecimiento de la reacción y el
despotismo que se produjo al ser restaurado Fernando (1814). El mo-
vimiento insurgente mexicano comenzaba a apagarse cuando de
pronto. En 1820, la monarquía española se vio obligada a aceptar re-
formas liberales, constitucionales. En ese momento temiendo por sus
privilegios los españoles de México y los criollos de las clases altas se
unieron para apoyar la causa de la independencia, Así nació el breve
imperio de Agustín de Iturbide. La independencia mexicana fue un
acto de contrarrevolución.

No se puede decir que el "nacionalismo" haya sido un ingrediente


del movimiento independentista latinoamericano. Simón Bolívar, el
6

líder máximo de la independencia, estaba desgarrado entre la genero-


sa visión de una hermandad trasnacional de los pueblos hispanoame-
ricanos y una aguda percepción de la realidad. Oligarquías locales en
lucha y campesinados atados a sus tierras, con los cuales solo se podí-
an formar naciones fantasmas. Suponemos que el empleo bolivariano
del término "anfictionía dictado por la moda neoclásica de la Ilustra-
ción, era un sustituto de su sentido instintivo de una unidad hispá-
nica enraizada en una herencia política y religiosa de tonalidades me-
dievales5. Un colombiano moderno escribe: "Si Bolívar no hubiera
temido ser Napoleón y si hubiera abandonado el paradigma de Jorge
Washington, tal vez se hubiera salvado nuestro destino nacional. La
independencia de los Estados Unidos se resolvió en una unión fede-
ral por medio del convenio entre colonias autónomas. La indepen-
dencia de Hispanoamérica ocasionó la decapitación y la disgregación
de un dominio que siempre habla sido, si no es que unificado, al me-
nos unitario. En un caso e pluribus unum, en el Otro ex uno plures.
El congreso de Panamá de 1820, aunque sirvió como primera expre-
sión del ideal americano, simbolizó el abandono de los intentos de re-
gir los asuntos internos de los pueblos hispanoamericanos desde una
perspectiva unitaria y continental”6.

La extensión de la crisis político administrativa frente a la cual se


encontraron las naciones hispanoamericanas de 1830 puede apreciar-
se si recordamos nuestro modelo del estado tomista patrimonial. Los
niveles inferiores de la administración hablan funcionado por gracia
de un monarca intervencionista y paternalista, totalmente sanciona-
do por la tradición y la fe. Su derrumbamiento privó inmediatamente
de legitimidad a los testos de la burocracia real. Era imposible encon-

5
La tesis según la cual el pensamiento político de Bolívar seguía una línea tomista es presen-
tada por L Estrada Monsalve. "EI sistema político de Bolívar en la doctrina tomista”. Bolí-
var, 13 (sept, 1952), 463-474.
6
J. Sanin Echeverri. "Los Estados Unidos y Los estadosdesunidos de América Latina". Re-
vista de la Universidad de Antioquia. 149 (abr-jun. 1962), 393-411.
7

trar una autoridad sustituta que obtuviera el consentimiento general.


Decapitado, el gobierno no podía funcionar, pues el régimen patri-
monial no había desarrollado; ni l) el apuntalamiento de las relaciones
contractuales de vasallaje que capacitan a las partes componentes de
un régimen feudal para la vida autónoma; ni 2) un orden racionaliza-
do legal que no dependiera para su operación y sus pretensiones al
consentimiento de una intervención personalista por parte de la au-
toridad máxima.

Aunque las jerarquías del gobierno y la sociedad perdieron su legi-


timidad debido a la independencia» no ocurrió ningún Cambio revo-
lucionari03 "De allí que la estructura social y espiritual del pasado se
conserve bajo Las nuevas formas: subsisten su jerarquía de clases, los
privilegios de determinados cuerpos... los valores de la religión ca-
tó1ica y de la tradición hispánica, a la vez, cambian sus formas políti-
cas y legislativas y su status internacional."7 Para exponer el asunto
con mayor amplitud, la revolución política o social no fue ni causa ni
concomitante de las guerras de independencia. Sin embargo, una vez
que se hubo logrado la independencia, la se encontró con que poseía
una nueva función. Mientras que la misión de burocracia colonial fue
la de proteger y mantener un orden tradicional. La burocracia repu-
blicana asumió precisamente la función contraria como dice Villoro:

“La nueva burocracia ha surgido de la destrucción del viejo orden


político, y sólo tiene razón de ser en tanto fuerza transformadora de
la sociedad: lejos de encontrarse —como los funcionarlos colonia-
les— en la Cima del poder establecido, tiene que oponerse, para sub-
sistir, a las clases económicamente privilegiadas. Los decretos que
aplica, las instituciones que creas no repiten moldes antiguos, sino
que están destinados a negar los existentes y provocar la transforma-
ción de la sociedad; desde el momento en que esta labor cesara, ter-
minarla también su función burocrática. La burocracia colonial, liga-
7
L. Villoro. La revolución de independencia, México. 1953, p. 154.
8

da a la conservación del pasado, era necesariamente antirrevoluciona-


ria; la burocracia criolla surgida de su negación, esta condenada a ser
revolucionarla para poder subsistir”8.

El derrumbamiento de la autoridad suprema activó las fuerzas la-


tentes de las oligarquías y municipalidades locales y extendió los sis-
temas familiares en una lucha por el poder y el prestigio en las nue-
vas repúblicas arbitrariamente definidas. Estas telúricas estructuras
sociales criollas eran herederas directas de los arreglos sociales que
hablan proliferado en la época de la conquista, pero que hablan Sido
mantenidos bajo control por el estado patrimonial, ahora volvía a
apoderarse de la situación. El caudillo del periodo independiente, que
tenia el control de un grupo de tipo clánico o improvisado por medio
del carisma, era la versión moderna del conquistador. Ante la alta de
grupos de interés económicos, desarrollados y en interacción, y que
tuvieran interés en el proceso constitucional. los nuevos países se
vieron sumergidos en regimenes alternados de anarquía y tiranía per-
sonalista. La capacidad para dominar un aparato estatal patrimonial,
separado del imperial original, se convirtió en la fuerza que impulsa-
ba la vida pública en cada uno de los nuevos países.

Hay abundantes testimonios de que Hispanoamérica sufrió en toda


su extensión una desintegración del orden moral durante las primeras
décadas de la independencia, Sin embargo, la anarquía estaba un tan-
to disfrazada por la antigua costumbre de legalizar Y legitimar todo
acto público, que habla Sido una fuerza de cohesión tan importante
para el antiguo imperio, Cada nuevo país producía debidamente su
convención constitucional y una o más constituciones del tipo anglo-
francés. EI mecanismo político que emergía era por lo general un sis-
tema bipartidario. Los programas de los partidos reflejaban fielmente
la retorcía de La política parlamentarla occidental, sin que faltara al-
guna ingeniosa adaptación a las situaciones locales. Aunque sólo
8
Ibid.. p. 207.
9

habla una élite que -era políticamente activa (como sucedía, por 1o
demás. en la Inglaterra de 1830), la pertenencia a un partido frecuen-
temente reflejaba una unión de los intereses "conservadores" de tie-
rra y. dinero, del alto clero y de los antiguos monárquicos en contra
de los profesionistas "liberales”, intelectuales, comerciantes, y aque-
llos cuya posición era anticlerical y opuesta al sistema de castas. Sin
embargo. Puesto que el sistema social era más estático que dinámico,
el juego político se convirtió en una clara competencia por el poder.

Chile fue un ejemplo tal vez no 'igualado de un país hispanoameri-


cano que logró, después de un periodo de transición de doce anos,
evitar los extremos de la tiranía y la anarquía con un sistema político
que no tenía el lastre de los mecanismos y La retórica partidista de
un liberalismo exótico. A pesar de su extraño contorno, el país tenía
cierta cohesión eco1ógica alrededor de su zona agrícola central. Co-
mo en la clase terrateniente se hablan infiltrado grupos comerciantes
formados en parte por inmigrantes recientes del norte de España, la
élite representaba un espectro de intereses económicos moderada-
mente diferentes. Un hombre de negocios de Valparaíso, Diego Por-
tales fue lo suficientemente sagaz como para identificar y coordinar
esos intereses dentro de un sistema constitucional que tuviera un au-
ra de legitimidad nativa. La Constitución centralista de 1833, que es-
taba marcada por su influencia. creó un poder ejecutivo fuerte sin
quitar al congreso Y' Las cortes su poder de contrapeso, El primer
presidente tenla el aspecto aristocrático faltaba al propio Portales:
católico fiel, general valiente, estaba por encima de las facciones del
partido y ayudó a dar legitimidad al puesto mismo. Cada uno de los
primeros presidentes estuvo en funciones por dos periodos de Cinco
años. El candidato oficial por lo general obtenla la victoria, y había
sido escogido por su predecesor. Así fue recreada la estructura del
Estado patrimonial española sólo con las concesiones mínimas al
10

constitucionalismo anglo-francés que eran necesarias para una repu-


blica del siglo XIX que acababa de rechazar el gobierno monárquico9.

A partir de nuestras premisas generales, y del caso especifico de


Chile, podemos inferir que para que un nuevo sistema político his-
panoamericano lograra la estabilidad y continuidad tenía que repro-
ducir la estructura, la lógica y las vagas y pragmáticas salvaguardias
contra la tiranía del Estado patrimonial español. El derrumbamiento
de La autoridad monárquica significó que este paso necesitaba de la
intervención de un fuerte gobierno personalista. Las energías de tal
gobierno debían estar dirigidas a investir al Estado de una legitimi-
dad suprapersonal. A su vez, los ingredientes de La legitimidad eran
las tradiciones nativas psicoculturales, abonadas, o tal vez adornadas,
por el nacionalismo y el constitucionalismo que se hablan convertido
en la ideología de la época.

La trayectoria política acostumbrada de una nación hispanoameri-


cana se puede diagramar como una u otra forma de falla o cortocir-
cuito de este modelo. La forma más notoria es el gobierno personalis-
ta que constituye su propia legitimidad intransferible, en un ambien-
te telúrico de derrumbe moral e institucional, los casos de persona-
lismo iban desde el genio político soberbio, intelectualmente infor-
mado pero trágicamente frustrado de un Bolívar, hasta las carreras
dominadas por la mera actuación sobre la base del impulso, tales co-
mo la del caudillo argentino Facundo, descrito por Sarmiento; o la
del presidente boliviano que ordenaba a sus colaboradores que
"hicieran el muerto" como si fueran perros, y que hizo que sus mi-
nistros y generales se agruparan solemnemente alrededor de la mesa
sobre la que estaba su amante desnuda.
9
Brasil, que acogió a la familla reinante portuguesa cuando Napoleón invadió a la madre
patria, es otro ejemplo de estabilidad política en el siglo XIX. Si tuviéramos espacio sufi-
ciente el case de Brasil se podría utilizar para y refinar los argumentos que aquí se presen-
tan. Algunos de los puntos importantes se tratan en mi ensayo. "'Some Themes Of Brazil-
lan History's. The South Atlantic Quarterly. LXI, 2 (primavera -1962), 159-182,.
11

Está más allá de nuestros propósitos de hacer una reseña, por breve
que fuera, de la evolución de las veinte naciones latinoamericanas
durante el último siglo y medio. En este momento simplemente va-
mos a sugerir una forma de dividir en periodos la historia de Lati-
noamérica, forma que nos permite explorar los dilemas políticos de
los países modernos a la luz de su herencia tomista patrimonial, las
divisiones históricas que se utilizan son convencionalmente las si-
guientes:

Periodo indígena: hasta 1492


Periodo colonial: 1492 a 1824
Periodo nacional: desde 1824

Y aquí está nuestro esquema radicalmente revisado (presentado


principalmente con propósitos heurísticos)

Periodo indígena hasta 1520


Periodo español; 1520 a 1760
Periodo "colonial": 1760 a 1920
Periodo nacional: desde 1920

Extendemos el periodo indígena hasta 1520 porque, durante una


generación después del descubrimiento de Colón. La colonización es-
pañola estuvo restringida a Las islas y costas del Mar Caribe, y fue
llevada a cabo sobre una base de prueba y error, más bien con explo-
tación comercial que con una colonización efectiva como rasgo pre-
dominante. Hernán Cortés, Que conquistó el imperio azteca en 1519-
21, fue el primero de los exploradores y conquistadores en aclarar a la
corona el alcance total de la aventura colonizadora y civilizadora en
que se había embarcado España10.

10
Este argumento esté desarrollado en M. Giménez Fernández. “Hernán Cortés y su revo-
lución comunera en la Nueva España”. Sevilla. 1948.
12

Las razones que tenemos para llamar a la época siguiente "periodo


español" ya fueron expuestas en secciones anteriores. Fue la época de
la "incorporación" de las Indias a civilización hispanocristiana. El
término "colonial" (empleado hasta ahora en este ensayo con su sig-
nificado convencional) sirve en el nuevo esquema para caracterizar el
periodo en que las culturas e instituciones criollas y católicas de His-
panoamérica estuvieron abiertas a las influencias y presiones del
mundo occidental, que en su conjunto estaban mediatizadas, en for-
ma no efectiva, por el ethos del periodo español, que fue la etapa de
formación.

El periodo nacional está, aún hoy en día, en su etapa incipiente. Es


una época en que se concibe, en forma errática y dolorosa, los arre-
glos políticos que acomodan directamente las tradiciones, las estruc-
turas y la psicología del Estado patrimonial a los imperativos de un
mundo industrial moderno. Es una época en que los hispanoamerica-
nos empiezan a proyectar y realizar el primer compromiso sostenido
de sus países entre si y con el mundo como Estados nacionales autó-
nomos.

Fijamos el comienzo del periodo "colonial" en 1760, en vísperas de


las más importantes reformas borbónicas. Como lo resume Octavio
Paz:

"Las reformas que emprende la dinastía borbónica, en particular


Carlos III, sanean la economía y hacen más eficaz el despacho de los
negocios, pero acentúan el centralismo administrativo y convierten a
Nueva España en una verdadera colonia; esto es, en un territorio
sometido a una explotación sistemática y estrechamente sujeto al po-
der central”11.

11
O. Paz. El Laberinto de la Soledad, México, 1962. p. l06.
13

Como sigue aclarando Paz, lo crítico no es la explotación cuantita-


tiva. Sería difícil probar que el enriquecimiento financiero de España
a expensas de las Indias, o la crueldad hacía los esclavos indios y ne-
gros, fue mayor en 1780 de lo que habla Sido en 1680 0 en 1580. El
principal sentido de "colonial", como aquí se emplea, no se refiere a
una relación de explotación unilateral, sino a una discontinuidad de
estructura y propósito entre dos sistemas. El hecho era que la "ilus-
trada", racionalista y tecnocrática política de los Borbones no era
una reforma radical de las instituciones hispanoamericanas sino que
constituía una mera superposición.

Las reformas económicas de los Borbones provocaron el antagonis-


mo de los comerciantes criollos en la ciudad de México, Caracas y
Buenos Aires, comerciantes que prosperaban bajo el Viejo sistema
monopolista. Incluso se puede llegar a la conclusión de que "mientras
España evolucionaba hacia el liberalismo (económico), habla en Amé-
rica intereses que obstruían esas nuevas corrientes"12. La reforma
administrativa y, específicamente la creación del sistema de inten-
dentes, "reveló una falta de integración fatal en la política españo-
la".Los nuevos funcionarlos estaban malpagados, sin que se les per-
mitieran las prebendas y exacciones extralegales que eran tradiciona-
les. La división de la autoridad entre los intendentes y los virreyes
estaba estipulada en forma poco adecuada o gaga. Las actividades de
los intendentes llevaron a los gobiernos de las ciudades a una mayor
actividad sin que recibieran un aumento de autoridad correspondien-
te. "(Las) reformas de Carlos III, en sus aspectos tanto administrati-
vos como comerciales, ayudaron a precipitar el derrumbamiento del
régimen imperial que debían prolongar”13.

12
E. Arcila Farias. El siglo ilustrado en America, Caracas. 955, pp. 255 y ss.
13
J. Lynch. Spanish Colonial Administration, 1782-l80. Londres 1958, pp. 279-289.
14

Los principios y los programas del liberalismo occidental seguían


siendo un pelo en la sopa de Hispanoamérica, ya sea que se presenta-
sen bajo los rasgos del despotismo ilustrado, la economía de Man-
chester o la democracia constitucional anglofrancesa La tendencia de
las reformas doctrinariamente liberales era negar legitimidad al Esta-
do patrimonial, desmantelar su aparato y cancelar las salvaguardias
paternalistas del status en favor de las masas no articuladas. Sin em-
bargo, puesto que los estímulos para el cambio económico venían
desde fuera —-desde el mundo occidental— y no desde dentro, la di-
ferenciación competitiva de la función económica, que es la razón de
ser del liberalismo, no ocurrió ni siquiera entre las nuevas oligarquí-
as. La Constitución liberal mexicana de 1857 estaba fundada en la vi-
sión de un prospero (e inexistente) campesinado independiente. Su
aplicación no hizo más que apresurar la entrega de las comunidades
indígenas tradicionales a sistemas de endeudamiento por el peonaje,
que estaban más allá de la tutela de la Iglesia y del Estado. Un proce-
so semejante tuvo lugar en los demás países indios del sur hasta Boli-
via, el liberalismo dio a las oligarquías terratenientes una cantidad de
poder absoluto total que incluso iba más allá de los sueños de los
conquistadores.

Los gritos de guerra antiespañoles de democracia, liberalismo y ci-


vilización, provocados por las guerras de independencia hispanoame-
ricanas, contenían esperanzas que fueron persistentemente defrauda-
das por el curso del siglo XIX. Esta tendencia se implica en las '"dos
etapas en que divide Leopoldo Zea la historia intelectual de la épo-
ca14. La primera era una fase romántica y ecléctica en que se mezcla-
ban corrientes distintas, y a menudo contradictorias, como el carte-
sianismo, la psicología de las sensaciones, la economía fisiocrática, el
saintsimonismo, el utilitarismo, el realismo escocés y el tradiciona-
lismo francés, todas ellas combinadas en un ataque múltiple al legado
hispánico y escolástico. La segunda fase vio cómo muchas de esas co-
14
L. Zea. The Latin American Mind. Norman, 1963, pp. XV-XVI y passim.
15

rrientes de pensamiento. y algunas más, se unieron para formar una


posición intelectual unificada, la del positivismo.

EI positivismo se dio en muchas versiones en toda América Latina,


a veces con un toque más anglo-spenceriano que franco-comteano.
Cualquiera que fuera su forma, parecía ofrecer un enfoque unitario,
constructivo, sistemático y científico a los problemas de sociedades
estratificadas y economías estancadas, y sistemas educativos arcaicos.
En la práctica. Sin embargo, los lemas del positivismo se podían usar
para justificar sistemas de intereses inamovibles y privilegios bien
definidos. Los caudillos burgueses de frac hablan sustituido a los
caudillos de uniforme de la época postindependiente. Sus regimenes
estaban asegurados, más que por un gobierno carismático y por el va-
lor militar, por la creación de condiciones de orden, que atrajeran el
comercio y la inversión extranjeros, en ese momento de auge del ca-
pitalismo europeo. El liberalismo, traído por la evolución social, va
justificar que se limitara la libertad económica a aquellos que ya la
poseían. Bajo la influencia de la antropología del siglo XIX, aceptaba
la continuada explotación de los indios, los negros, y los individuos
de "raza mixta'.

Se podría imaginar que el cambio intelectual de América Latina,


del romanticismo al cientificismo y del eclecticismo al determinismo,
no era más que un reflejo del movimiento europeo general. Zea nos
ofrece dos advertencias para corregir esa impresión. Una es que la
aceptación del positivismo en América Latina representaba una bús-
queda de la doctrina —y también del instrumento del orden— que
pudiera remplazar a la escolástica. Así considerado, se ve que el posi-
tivismo sirve más a los familiares propósitos casuísticos que a los de
la investigación científica especulativa.

En segundo lugar, al mismo tiempo que la mente latinoamericana, y


en especial la hispanoamericana, buscaba inconscientemente la forma
16

de recobrar un molde de pensamiento habitual, explícitamente estaba


atacando la civilización dentro de la cual se habla formado ese molde.
Los hispanoamericanos estaban condenados a la imposible tarea de
negar y amputar su pasado. Y sin embargo, España siempre estaba
con ellos. Incapaces de tratar su pasado con una lógica dialéctica que
les permitiera asimilarlo, lo rechazaban por medio de una lógica for-
mal, que lo conservaba en el presente e impedía su evolución. La
conquista, el colonialismo y la independencia eran problemas que
nunca se resolvieron, que nunca quedaron atrás. Todavía están vivos
en nuestro propio siglo.

“El hispanoamericano siguió adelante como si no hubiera ningún


cambio; y en realidad no habla cambio. Nada real ni definitivo pare-
cía haberse ganado. La libertad política que habla sido alcanzada era
un mero formalismo... Cada hispanoamericano sólo buscaba ocupar el
lugar que habla dejado el conquistador. De hombre dominado que
era, aspiraba a convertirse en el dominador del más débil... Mientras
tanto, el resto del mundo iba hacia delante, progresaba, y hacia la
historia. Hispanoamérica siguió siendo un continente sin historia, sin
pasado, porque el pasado siempre estaba presente15.

Las ideas de la Europa decimonónica no sólo cambiaron de tónica y


de uso en el marco latinoamericano, sino que algunas fueron elimina-
das antes de llegar a él. EI marxismo, por ejemplo, prácticamente no
tuvo ningún impacto, una filosofía que identifica un aparato de de-
molición política en la sociedad difícilmente tendrá la aceptación ge-
neral en un pueblo que busca recobrar y legitimar un Estado patri-
monial dominantes El llamado a una clase única, solidarla y militante,
encuentra poco eco en una sociedad donde todos los grupos buscan
por separado una estructura patrimonial que les dé acomodo, protec-
ción y salvación. El modelo hacia el cual tiende la sociedad tomista
debe ser formulado de manera estática, no dinámica. Su ley última es
15
pp. 9-l0.
17

natural y moral, no científica y sociológica. Estas limitaciones por lo


general no fueron tomadas en cuenta en la América Latina del siglo
XIX; pero siguieron operando clandestinamente.

La América Latina contemporánea:


contemporánea: Cinco premisas políticas

Se ha sugerido 1920 como la fecha en que empieza el periodo ver-


daderamente "nacional" de America Latina. Algunas naciones toda-
vía no han entrado a él, y ninguna ha salido totalmente del status y
el punto de vista "coloniales". Pero aproximadamente dentro de la
década que antecede y sigue a 1920. Se puede decir que ciertos países
clave produjeron regimenes políticos, programas sociales y definicio-
nes culturales que mostraban un nuevo compromiso con las realida-
des históricas. La de México fue la clásica revolución latinoamerica-
na, por la decadencia y La corrupción del régimen de caudillos bur-
gueses que fue derribado por ella. y por la forma francamente teatral
en que se llevó y se perpetúa. Sus muchas facetas y fases, por desco-
nectadas que estuvieran en la realidad, están unidas dentro de una
mística retórica y emotiva.

El hecho de que la Revolución Mexicana haya sido, entre otras co-


sas, ferozmente anticlerical, no significa que haya dejado de estar en
profunda consonancia con la tradición hispánica. Las tradiciones que
son matrices de acción social, y no mera ceremonia, conservan su vi-
talidad precisamente porque se acomodan a muchos aspectos y pro-
pósitos. Esta misma revolución anticlerical tuvo como héroe mártir a
Madero, espiritualista (esto es literal: practicaba realmente el "espiri-
tismo") y "semejante a Cristo". Se llamó a los maestros revolucionar-
los que fueron enviados entre los pobres y los indios: “misioneros”.
A veces, fueron también mártires. Los pintores revolucionarlos revi-
vieron la tradición del arte publico monumental, pintando en las pa-
redes de los edificios gubernamentales murales que mostraban la ex-
18

plotación del indio a través de los siglos, como si fueran estaciones


del Calvario que llevaran a la redención del Milenio.

Después del largo interregno de Porfirio Díaz, el subsuelo fue de-


clarado patrimonio del Estado, como lo había Sido de la corona espa-
ñola. El sistema de ejidos, por medio del cual la tierra fue redistribui-
da a los trabajadores rurales sobre una base casi comunal, tomó su
nombre de los viejos terrenos comunales de la municipalidad españo-
la. El renovado interés por el indio, sus problemas y su cultura, lo
restituyeron a su anterior posición novohispana de categoría social
bajo una jurisdicción especial. Los trabajadores rurales y urbanos,
grupos que hasta entonces habían estado políticamente descuidados,
fueron llevados a la preeminencia nacional por medio de instituciones
paternalistas establecidas o fuertemente influidas por el nuevo Esta-
do patrimonial. Trabajadores, capitalistas, grupos administrativos y
comerciales, sindicatos de profesionales y maestros, tienden a rela-
cionarse en primera instancia con el fuerte núcleo político adminis-
trativo del gobierno central, y sólo secundariamente se relacionan
entre si. Los conflictos estatales y regionales frecuentemente se lle-
van al gobierno central para su resolución, excepto en aquellos luga-
res donde un caudillo local logra establecer una satrapía temporal.

La Revolución Mexicana se describe por lo general como un mo-


vimiento dinámico y proteico que todavía no ha terminado. Como
prueba de ello se puede señalar la diferente importancia que se da, a
través de las décadas, a programas sucesivos de reforma educativa,
reforma agraria, expropiación petrolera, industrialización y obras
públicas. Este dinamismo aparente está en conflicto con nuestro mo-
delo estático del Estado patrimonial. Sin embargo, si se examinan las
cosas más de cerca resulta que la Revolución Mexicana es diferente
de la “revolución permanente” de una sociedad capitalista. Las insti-
tuciones revolucionarlas, y sobre todo las instituciones de una revo-
lución en particular, no son lo mismo que un proceso revolucionario
19

o una interacción dinámica entre instituciones. La Carta Magna de la


revolución, la Constitución de 1917, no sirve en primera instancia
como componente social o como un grupo de reglas básicas que go-
biernen la conducta de la vida publica. Esta extensa codificación que,
como las antiguas Leyes de Indias, mezcla preceptos generales y es-
pecificaciones reguladoras, está vista, en forma característica, como
un documento que se debe realizar. Es un programa. A nadie le pre-
ocupé el que muchas disposiciones de la Constitución fuesen letra
muerta muchos anos después de su promulgación. En la tradición
hispano-tomista no hay prisa por aplicar la ley si hay buenas razones
para que su aplicación no sea factible y si la comunidad en general no
parece preocuparse grandemente por ello. Una vez que la Revolución
logró la legitimidad, se la vio como algo que habla que institucionali-
zar permanentemente, no como el punto de partida de un proceso
abierto.

Esta visión de la Revolución Mexicana es muy esquemática. No


toma en cuenta, por ejemplo, las supervivencias borbónicas y los po-
sitivistas. Entre las primeras, la excesiva centralización y las tenden-
cias tecnocráticas; entre las segundas, la "educación socialista" de la
década de los treintas. Tampoco permite apreciar el rápido cambio
socioeconómico (gran parte del cual, por lo demás, parece haber Sido
provocado por el mundo industrial externo, no por una generación
interna). La unión es válida, no obstante, porque se propone identifi-
car una matriz histórica de acción y actitud social, que ahora está lo
suficientemente recuperada como para dar legitimidad y coherencia
parcial a las soluciones eclécticas del momento.

Dijimos antes que el primer problema político de un país latinoa-


mericano es la "rutinización" del carisma. Ahora sugerimos que la
forma ideal hacia la cual gravita esa rutinización es el Estado patri-
monial. Una vez que se ha logrado una versión de ese Estado, por
imperfecta que sea. El segundo gran problema político es cómo re-
20

conciliar, en el Siglo XX, los rasgos estáticos y vegetativos del Esta-


do patrimonial con los imperativos de un mundo-industrial dinámico.
Este problema es de acomodación (y no como quisieran creer muchos
occidentales liberales) de trascendencia —tal vez ni siquiera sea, en –
términos últimos, un problema de "desarrollo".

Aquí podemos resumir algunas de las presuposiciones de las condi-


ciones limitadoras y de las posibilidades del cambio político en los
países latinoamericanos a medida que van avanzando en la fase au-
ténticamente "nacional" de su historia. Por grande que pueda ser La
interferencia del mundo occidental, industrializado —o del mundo
comunista industrializado— en estos países, apresurando su ritmo de
vida, engendrando nuevas esperanzas, necesidades y temores, intro-
duciendo nuevos programas, equipo, tecnología y mercancías, parece
probable que cualquier cambio que se efectúe, de alguna manera se
acomodará con el tiempo a ciertas premisas duraderas que subyacen
la vida política latinoamericana.

La primera de ellas es que ahora al igual que en el pasado, el senti-


miento de que el hombre hace su propio mundo y es responsable de
él es menos profundo o prevalece menos que en muchas otras tierras.
El latinoamericano puede ser más sensible a su mundo, o lo puede
criticar de manera, más elocuentes o puede estar más apegado a él;
pero parece estar menos preocupado por hacerlo o rehacerlo. El or-
den natural es más importante que la comunidad humana. La vieja
tradición de la “ley natural” no se ha atrofiado como en Los Estados
Unidos. La conciencia individual se considera más falible y el proceso
de la votación menos importante que en las democracias del Norte.
El régimen de asociación política voluntarla y racionalizada, los sis-
temas bipartidistas alternantes, el procedimiento legislativo cuasi-
racional, tienen una existencia precaria después de casi un siglo y
medio de vida "republicana".
21

Algunos argumentarán que estas características son genéricas para


todos los países "subdesarrollados". Se han ideado escalas de madu-
rez política para clasificar a las naciones jóvenes de América Latina.
África y Asia. Admitiendo que América Latina tiene mucho en co-
mún con otras "regiones en desarrollo", en lo que se insiste en este
ensayo es que América Latina está sujeta a imperativos especiales en
su calidad de producto de la Europa postmedieval cató1ica e ibérica
que nunca pasó por la Reforma protestante. Desde el punto de vista
de la influencia que tiene en la conformación del presente, este pasa-
do difiere sustancialmente de un pasado confucianista, mahometano,
africano tribal.

Talcott Parsons aplica a la sociedad hispanoamericana la rúbrica de


"patrón particularistico-ascriptivo", y al hacerlo la diferencia explíci-
tamente de la sociedad china, por ejemplo. Observa que en Hispa-
noamérica las estructuras sociales más amplias, más allá del parentes-
co y la comunidad locales, tienden "a ser aceptadas como parte de la
situación de vida dada, y a tener funciones positivas allí donde el or-
den se ve amenazado, pero, fuera de eso, a ser consideradas como al-
go muy natural”

"tales sociedades más bien tienden a ser individualistas que colec-


tivistas, y no autoritarias, si no es que antiautoritarias… El individua-
lismo tiene que ver sobre todo con intereses expresivos, y lo tanto
está mucho menos relacionado con la oportunidad de conformar las
situaciones por medio del logro, hay una tendencia a cierta falta de
preocupación por el marco más remoto de la sociedad, a menos que
éste se vea amenazado. En forma semejante, no hay objeciones in-
herentes a la autoridad mientras ésta no interfiera demasiado con la
libertad expresiva; es más, puede ser recibida con agrado, como fac-
tor de estabilidad. Pero tampoco existe un incentivo directo para re-
conocer como inherente la autoridad que existe en los casos de auto-
ritarismo definido... La tendencia a la indiferencia frente a los gran-
22

des problemas sociales crea una situación en que la autoridad puede


establecerse con relativamente poca oposición16.

La segunda premisa implícita en lo que hemos citado, es que los


pueblos latinoamericanos todavía parecen estar dispuestos a entregar
el poder a sus dirigentes escogidos o aceptados, más que a delegarlo,
dentro del mismo espíritu que hace mucho fue consagrado por el
pensamiento hispanotomista. Esto no quiere decir que la gente no
conserve un agudo sentido de lo equitativo y de la justicia natural. O
que sea insensible ante los abusos del poder enajenado. Puede ser que
la imagen clásica de la "revolución" latinoamericana sea el cuartelazo
dado por un caudillo insurgente contra un gobernante cuya, autori-
dad no es legitima; pero el levantamiento más significativo, aunque
menos frecuente, es el que tiene una amplia base popular y ningún
programa claramente elaborado más allá de la reclamación de una so-
beranía de la que se ha abusado tiránicamente. El cambio socioeco-
nómico de carácter auténticamente revolucionario que puede ocurrir
a consecuencia de tales movimientos tiende a ser improvisado bajo
una dirección que trata desesperadamente de legitimizar su autori-
dad.

El tercer punto es que el periodo "nacional" actual está marcado


por una búsqueda renovada de un gobierno legítimo. A grandes ras-
gos, los regimenes del siglo pasado no alcanzaron la legitimidad. La
mayoría de ellos aun no la alcanzan. Una revolución "legitima" en
América Latina no necesita una ideología muy claramente definida;
no necesita polarizar a las clases; no necesita efectuar una redistribu-
ción inmediata y efectiva de bienes y riquezas. El régimen que pro-
duzca no necesita ser sancionado a conciencia en las urnas por un vo-
to mayoritario. La diferencia entre el apoyo político popular en
América Latina y en los Estados Unidos recuerda La distinción mís-

16
T, Parssons. The Social System, Glencoe, 1951. pp. 198-199,
23

tica que establecía Rousseau entre la voluntad general y la voluntad


de todos.

Una revolución legítima probablemente necesita de la violencia ge-


neralizada y de la participación popular, aunque sus dirigentes sean
improvisados y sus metas no estén programadas. Necesita estar in-
formada por un sentido profundo, aunque desarticulado, de urgencia
moral Necesita ser un movimiento interno, no cargado con un apoyo
extranjero. Necesita dirigentes carismáticos con un atractivo psico-
cultural especial. Con todas sus jactancias y disparates, Perón y Fi-
del Castro tienen ese atractivo. También pueden tenerlo tipos de ca-
rácter más dulce y calmado, especialmente si se han convertido en
mártires en una etapa temprana, como Marti y Madero. Los simples
tiranos no son revolucionarlos aceptables.

¿Por qué es tan importante en la América Latina moderna esa legi-


timidad algo vaga? Porque los procesos de legislación y aplicación de
la ley en América Latina no reciben en última instancia su sanción de
un referéndum popular, de leyes y constituciones, del ideal burocrá-
tico del “servicio” de un poder ejercido tiránicamente, de 'la cos-
tumbre, o de leyes “científicas y dialécticas” como dijo Gierke
hablando de la Edad Media: "Todo deber de obediencia estaba mu-
cho más condicionado por la legitimidad del derecho de mando"17. Es
decir que, en un Estado patrimonial, para el cual son fundamentales
el mandato y el decreto, la legitimidad del mandato está determinada
por la legitimidad de la autoridad de la cual emana. De ahí la impor-
tancia del legalismo puro en la administración latinoamericana, como
certificación constante de la legitimidad, no del acto, sino de aquel
que lo ejecuta, De ahí lo insatisfactorio del régimen personalista que
no da el paso extraordinariamente difícil de institucionalizar el go-
bierno.

17
O. Gierke. Political Theories of the Middle Ages, Boston. 1958, p. 35.
24

En cuarto lugar, el sentido innato de la ley natural que tienen los


pueblos latinoamericanos va de la mano con una actitud más despre-
ocupada frente a las leyes hechas por el hombre18. Las leyes humanas
a menudo se consideran demasiado duras, o imposibles de aplicar, o
injustas, o simplemente inaplicables en ciertos casos específicos. De
ahí la dificultad de recolectar impuestos; la obligación prevaleciente
de pagar cuotas o sobornos a los funcionarlos por servicios especiales,
o incluso normales: la apatía de la policía metropolitana frente al ro-
bo y la delincuencia; el floreciente comercio del contrabando en las
ciudades fronterizas; la indulgencia con los que cometen crímenes
pasionales hasta la no obediencia a los letreros de "no fumar" en los
autobuses y los teatros.

Uno de los obstáculos para construir una nación en América Lati-


na parece ser precisamente el hecho de que la ley natural guía muy
eficazmente el juicio, ya sea en el nivel internacional o en el nivel de
la familla y de las comunidades y aldeas más pequeñas, pero no en el
nivel nacional. No es un accidente que los latinoamericanos desta-
quen con tanta frecuencia como juristas internacionales, o que el
"desarrollo comunitario" tenga un lugar tan importante en los mo-
dernos planes de reforma en América Latina. A1 enfrentarse a las
complejidades, las abstracciones y las soluciones de compromiso que
se dan al planear líneas de acción para el Estado nacional, los senti-
mientos morales instintivos tienden a debilitarse o a suprimirse.

De lo que hemos querido probar salen dos conclusiones. La primera


es que a medida que los países latinoamericanos, en su nuevo periodo
nacional, se sacudan de la ya vieja tutela de los Estados Unidos se
puede esperar que desarrollen relaciones —económicas, políticas y

18
Por lo que se refiere a la resurrección de la ley natural la filosofía del derecho latinoameri-
cana, "' véase J. L. Kuntz. “La filosofía del derecho latinoamericana en el siglo XX”. Buenos
Aires. 1951, pp, 49-71.
25

culturales-— con todas las naciones del mundo, y en especial con las
no occidentales. Informados por las tradiciones del universalismo ca-
tó1ico, lo harán con una facilidad y una comprensión mayores que las
que caracterizan los pasos dados por los Estados Unidos en esa direc-
ción. En segundo lugar, parece esencial que los arquitectos de la re-
construcción social y económica de América Latina se opongan a
aquellos modelos que dan demasiada importancia a los aspectos de
organizarían y despersonalización en el desarrollo". Los planes para
las más grandes fábricas, las más grandes burocracias, incluso las más
grandes metrópolis, deben ceder. Todo programa latinoamericano de
alguna manera debe incluir al pequeño y revitalizador grupo de rela-
ción personal como su elemento medular.

Por último, ahora como en el Siglo XVI, la sociedad más amplia —


por ejemplo: la nación— es vista en América Latina como un com-
puesto de partes que se relacionan por medio de un centro patrimo-
nial y simbólico, más que con una relación directa entre ellas. Un go-
bierno nacional no funciona como un arbitro entre grupos dinámicos
de presión, sino como fuente de energía, coordinación y dirección pa-
ra grupos de ocupación y sindicatos, unidades corporativas, institu-
ciones, "propiedades" sociales y regiones geográficas En ausencia de
presiones internas poderosas generadas por una vida institucional de
competencia y al faltar imperativos ideológicos exaltados o aspiracio-
nes a la hegemonía mundial, Los regimenes políticos latinoamericanos
tienden a vegetar después de la entusiasta toma del poder, muchos
mexicanos hoy en día dicen esto de su gobierno “revolucionario". Sin
embargo, los regimenes políticos vegetativos son intolerables en el
Siglo XX. Así, el modelo del Estado patrimonial, que en ciertos as-
pectos fue estabilizador bajo el régimen de los Habsburgo, adquiere
tendencias a la revolución en la América Latina del Siglo XX.

Si se permite una ultima profecía irresponsable, será la siguiente


que no se puede esperar que la salvación y la vigorización del Estado
26

patrimonial latinoamericano ocurran simplemente como respuesta ra-


cional a las exigencias de un mundo tecno1ógico que se mueve rápi-
damente. Incluso es posible que no reciban un impulso significativo
de los programas de educación popular, de industrialización, mayor
producción económica, mejores niveles de vida y elecciones libres —
aunque todos ellos, con sus efectos ambivalentes, están destinados a
llegar. Lo que puede cambiar de manera más significativa las tenden-
cias del Estado latinoamericano son los impulsos nacionalistas desde
dentro y la injerencia de la política mundial desde fuera. Todo esto
irrumpirá en la Pax Monroviana algo malsana del hemisferio y llevará
cada vez más a las naciones latinoamericanas a un compromiso inten-
so y sostenido con los países del mundo, y con ellas mismas.

Los primeros pasos serán inseguros a veces tímidos, a veces melo-


dramáticos. Pero no es imposible que se llegue a una mayor madurez
y a imágenes nacionales de una coherencia más profunda. Una civili-
zación protestante puede desarrollar infinitamente sus energías en
regiones incultas como lo hizo la de los Estados Unidos. Una civiliza-
ción católica se estanca cuando no está en contacto vital con las dife-
rentes tribus y culturas de la humanidad.

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