Está en la página 1de 9

14- La implacable desnudez de su mirada

“Por muchas que sean las diferencias, nunca podrá discutirse la esencial igualdad del hombre y
de la mujer. La expresión de tales diferencias consiste en que la angustia se refleja más en Eva
que en Adán. Y esto se debe al hecho de que la mujer sea más sensible que el hombre. Aquí no se
trata, naturalmente, de una situación empírica o de un promedio, sino de la diversidad de la
síntesis. Porque, al ponerse el espíritu, inevitablemente será mayor la divergencia mutua si hay
“un más” en una de las partes de la síntesis; y, entonces, la angustia también encontrará, dentro
de la posibilidad de la libertad, un mayor campo de acción. En el relato del Génesis es Eva la
que seduce a Adán. Pero de esto no se sigue en modo alguno que su culpa sea mayor que la de
Adán –y esto todavía menos- que la angustia sea una imperfección, puesto que, bien al
contrario, su grandeza es un presagio de su perfección.” Sören Kierkegaard (1813-1855), El
concepto de la angustia. Ed. Libertador 2004. Página 76.

XIV. La mujer, más verdadera y más real

En el transcurso de las sesiones del seminario, evidentemente, se fue haciendo cada vez más
notorio, que para situar la función de la angustia, por su lugar respecto al deseo, sin dudas
necesitaríamos volver al terreno ya trazado en el seminario de la ética como el campo del goce.

Sin embargo, este es un terreno que siempre ha traído dificultades a los analistas. Tal como hemos
podido observarlo, en parte, por ejemplo en el escrito número 5 [5- Del amor y otros engaños.
Específicamente en el ANEXO (Espacio de discusión), en la respuesta a una pregunta de Belén].

¿A qué se debe el estado de confusión que encontramos en las distintas lecturas de los analistas
incluso hasta hoy en día? Posturas que van desde ubicarlo como la causa de todos los males, y a
tratar de encarcelarlo por todos los medios posibles, hasta negar completamente su existencia y
declararlo la fuente de un oscurantismo psicoanalítico que debiera ser extirpado.

Obviamente, tomar la cuestión por fuera del lugar en el que ha sido planteada, forma parte del
problema. Sin dudas, en el pasaje de un discurso a otro se pierden muchas cosas. Ya sea que
vayamos por el camino de sus traducciones lógicas o, por el contrario, de la exaltación mística.
Incluso cuando ambas vías, aunque contrarias, no necesariamente sean contradictorias. Lo
demuestra el hecho de que conviven perfectamente. Y, por eso mismo, el problema allí no se
resuelve.

¿Por qué no buscar la respuesta, entonces, en el discurso mismo en donde la cuestión ha sido
formulada?

Para eso hay que entender, en primer lugar, que no podemos desprender esta cuestión de su
articulación con el deseo y la demanda; precisamente, en el lugar donde se produce la angustia.
¿Qué es lo que ocurre? Lacan va a decir, en este sentido, que “por míticamente que tuviéramos
que situar ese punto, debemos concebir al goce como profundamente independiente de la
articulación del deseo.” “El deseo, en efecto, se constituye más acá de la zona que separa goce y
deseo, y que constituye la falla donde se produce la angustia. Esto no significa que el deseo no
concierna al Otro implicado en el goce, que es el Otro real. Es normativo, diría, que el deseo, la ley
que constituye el deseo como deseo, no llegue a concernir a este Otro en su centro. Sólo lo
concierne excéntricamente y de un modo lateral –a minúscula, sustituto de A mayúscula.”

Lo cual implica, que todas las degradaciones de la vida amorosa señaladas por Freud, no son un
mero hecho accidental. Son los efectos de esta estructura fundamental, que es irreductible. “Ahí
está la hiancia que no pretendemos enmascarar, si, por otra parte, pensamos que complejo de
castración y Penisneid, que en ella florecen, no son en sí mismos los últimos términos para
designarla.”

Por lo tanto, gracias a este punto, si ha llegado a decirse que la mujer demuestra ser superior al
hombre en el dominio del goce, se debe en realidad a que su vínculo con el nudo del deseo resulta
de una relación mucho más laxa. “La falta, el signo menos con el que está marcada la función
fálica para el hombre, y que hace que su vínculo con el objeto deba pasar por la negativización del
falo y el complejo de castración –esa necesidad que es el estatuto del (-φ) en el centro del deseo
del hombre-, he aquí algo que no es para la mujer un nudo necesario.” “Lo cual no significa que ella
carezca de relación con el deseo del Otro. Por el contrario, con lo que se enfrenta es precisamente
con el deseo del Otro en cuanto tal, y ello tanto más cuanto que, en esta confrontación, el objeto
fálico sólo interviene para la mujer en segundo lugar y en la medida en que desempeña un papel en
el deseo del Otro. Esto supone una gran simplificación.” Y, de este modo, “Esta relación
simplificada con el deseo del Otro es lo que le permite a la mujer, cuando se dedica a nuestra noble
profesión, estar respecto a dicho deseo en una relación que nos parece mucho más libre, sin
perjuicio de cada particularidad que ella pueda representar en una relación, si puedo decirlo así,
esencial.” Si esto es así –dice Lacan-, en definitiva, si ella tiene esta mayor libertad “es porque ella
depende menos esencialmente, wesentlich, de la relación con el Otro, en particular en lo que se
refiere a su goce.”

Por esta misma razón, entonces, llevado hasta este punto, Lacan dirá que “por fuerza tengo que
recordarles a Tiresias.” “Tiresias debería ser el patrono de los psicoanalistas.” ¿Por qué Tiresias?
Tiresias, no sé si lo recuerdan, es el vidente que interviene en la tragedia de Edipo. Por ejemplo, él
es quien aconseja entregar el trono a quién logre vencer a la esfinge. ¿Se acuerdan? Para vencer a
la esfinge había que resolver su enigma.

Por lo tanto, gracias a Tiresias, quién resuelve el enigma se convierte en rey. ¿Este es el sentido
que podría tener para nosotros el patrono de los analistas? Obviamente que no. ¿Entonces? ¿Es
porque es ciego? ¿Por qué adivina el futuro? Nada de esto. Es porque durante un periodo de su
vida él se transformó en mujer. ¿Y cómo se convirtió en mujer? ¿Cómo es que sucedió tal
transformación? Por haber interrumpido accidentalmente el coito entre dos serpientes. Y luego,
tras siete años, repetido el atentado, volvió a su posición inicial.
¿Por eso merecería ser nombrado patrono de los psicoanalistas? ¿Por interrumpir el coito? ¿Qué
representan esas dos serpientes? ¿Dos falos entrelazados?

En fin, Lacan no nos lo aclara. Pero dice, “si es llamado a testimoniar ante Júpiter y Juno sobre la
cuestión del goce es porque había sido mujer durante siete años. Y entonces, ¿qué dice? Que dirá la
verdad, sean cuales sean las consecuencias. Corroboro, dice, lo dicho por Júpiter. El goce de las
mujeres es mayor que el del hombre.”

Ahora bien, -se pregunta Lacan- “¿lo es un cuarto, o un décimo? Hay también versiones más
precisas, pero poco importa la proporción. Sólo depende, en suma, de la limitación que le impone
al hombre su relación con el deseo, que escribe el objeto en la columna de lo negativo. Es lo que
designo como (-φ).” Y debido a ello, por ejemplo, podemos pensar en todas esas bellas y oscuras
imágenes que los existencialistas nos han dejado tras su paso, sobre la pesadez de la vida. En
definitiva, ¿qué es lo que representan? Sólo podrían entenderse si las vemos asociadas a los
momentos en los cuales el hombre aparece como magnetizado por ese vacío del falo y es llamado
a representarlo.

Sin embargo, ¿será efectivamente allí donde podremos encontrarnos con el verdadero agujero del
asunto? ¿No nos alcanza con ver esa impotencia a la que es conducido el hombre en las
situaciones en las que se ve llevado a representar el falo, expresado en el fantasma de ser tragado
por el deseo de su partenaire? Por esto mismo, que tan a menudo sucede, no resulta para nada
una buena vía.

Para ubicar lo real, no es por allí por donde podríamos encontrarlo. Para decirlo de una forma
simple, y en pocas palabras, se trata de la necesidad de un vacío y de lo que eso puede
representar para el sujeto. Por el hecho de que no puede pensarse en un agujero sin que algo
venga a rellenarlo. Para ello es que la noción de real es convocada.

Entonces, si bien se ha insistido en que “a lo real no le falta nada”, de todos modos, y no tenemos
por qué asombrarnos, lo que se termina comprobando es más bien otra cosa. “En lo real pupulan
los agujeros, hasta se puede hacer en él el vacío.”

Toda la historia del pensamiento siempre ha estado a la pesca de la razón por la cual, aunque
parezca curioso, “si se hacen tarros, incluso todos iguales, seguro que son todos diferentes.”

Es decir, ¿a qué se debe la posibilidad de la individuación? O, en otras palabras, ¿en qué nada
ínfima se sostiene la identidad de cada cual?

Esta historia de los tarros, Lacan la fue armando, en principio, a partir del pote de mostaza, para
después pasar a artículos de una dignidad aparentemente más elevada. Como las primeras vasijas
de la humanidad. Pero sin importar su factura individual, su valor está dado por el vacío en torno
al cual se construyen. Incluso en nuestra experiencia más cotidiana, dice lacan: “En la mesa –es
notable- el tarro de mostaza siempre está vacío, como lo saben ustedes por experiencia. Sólo hay
mostaza cuando se sube a la nariz.”
Esto puede parecerles una completa estupidez. Pero para Lacan “la acción humana empezó
cuando este vacío fue tachado, para llenarse con lo que constituiría el vacío del tarro de al lado,
dicho de otra manera, cuando estar medio lleno es para un tarro lo mismo que estar medio vacío.”

Entonces, “En todas las culturas, se puede estar seguro de que una civilización está ya completa e
instalada cuando se encuentran las primeras cerámicas.” Es decir, en esas antiguas vasijas,
“Aunque no podamos leer lo que está magníficamente, lujosamente pintado en sus paredes,
aunque no podamos traducirlo a un lenguaje articulado de ritos y de mitos, algo sabemos –que en
esta vasija está todo. Con la vasija basta, la relación del hombre con el objeto y con el deseo está
ahí entera, como algo sensible y que sobrevive.”

Y esto se debe a que sólo ese núcleo de vacío irreductible, alrededor del cual se edifican todas
nuestras producciones, es capaz de sostener una identidad en tanto que distinta de las otras
formas en que pueden modelarse los agujeros de la existencia. En definitiva, para cada ser
hablante, no se trata de rellenar aquello que no puede decir, sino de producir el vacío que lo
distinga. De todas formas, nunca es gratis llegar hasta este punto, “cuando les traigo aquí esas
baterías de tarros tan preciosos, no crean que es sin haber convertido muchos de ellos al desguace.
Yo también –confiesa Lacan-, en mis buenos tiempos, daba discursos enteros en que la acción, el
pensamiento, la palabra, circulaban de tal modo que apestaban a simetría. Pues bien, todo acabó
en la basura.”

Evidentemente, una de esas personas que lo obligó a vaciar sus tarros, fue Piera Aulagnier. Y con
ello, se adelantó un poco a lo que él tenía para decir. Lo cual, como a cualquiera, lo enojó
bastante. Ella se adelantó al paso que Lacan creía ya estaba muy cerca. Por eso se observan en
esta clase, las manifestaciones más increíbles de un enojo casi infantil. “Lo digo porque
recientemente se nos planteó un problema de este orden. Piera Aulagnier, que es de espíritu firme,
como saben serlo las mujeres, aunque es esto lo que le hará daño, sabe muy bien que es lícito
poner la etiqueta Confitura de grosellas sobre el tarro que contiene ruibarbo. Basta con saber a
quién se quiere purgar por este medio y esperar, para recoger lo que se quería del sujeto.”

¿Cómo interpretar este exabrupto? ¿Acaso Piera Aulagnier le produjo a Lacan una purga
semejante con sus apreciaciones sobre el caso de Margaret Little? Posiblemente. ¿Por qué no?

En definitiva, ¿no es eso lo que se manifiesta como condición necesaria para acting-out? La
reacción a una interpretación que se anticipa al sujeto, cuando no se da el tiempo para que él
pueda caer por sí mismo de ese saber que lo estorba.

“Entonces –prosigue Lacan-, no reconocer, cuando manifiestamente lo comprende, que yo no


podía encontrar una observación mejor para explicar lo que usted sabe, lo que comprende muy
bien, que ha puesto el dedo en la llaga, es un poco traicionarse a usted misma.”

Evidentemente, se siente un poco enojado y traicionado. Pero lo importante, es el paso que se ha


franqueado. El binarismo, en cualquiera de sus formas, va a parar al desagüe. En cada una de sus
expresiones: continente/contenido, sujeto/objeto, hombre/mujer, significante/significado. En
todas ellas, hay un corte que impide la pareja. Y, dicho corte, es el que se elabora a partir de la
noción de lo real.

Desde esa perspectiva, y con la advertencia de no usar los términos a modo de relleno, Lacan
retomará, a partir de aquí, sobre lo que ahora quiere decir “en cuanto a la relación de la mujer con
el goce y el deseo.” Y, por primera vez, -no abundan mucho estas exposiciones- se propone hacerlo
con una de sus propias “observaciones”. Es decir, a partir de un caso de su clínica. Se trata de una
mujer “que un día me dice que su marido, cuyas insistencias son, por así decir, fundantes en su
matrimonio, la desatiende durante demasiado tiempo como para que ella no se dé cuenta.”
Entonces, en vista de lo que ella siente por parte de él como una suerte de torpeza, esto más bien
debería aliviarla. Pero nada de esto sucede. Al contrario, eso la inquieta particularmente. Y,
entonces, suelta la frase: “Poco importa que me desee, con tal de que no desee a otras.”

En la secuencia de sus asociaciones, ella demuestra que “la tumescencia no es privilegio del
hombre.” Narra lo que le ocurre en ella, una especie de hinchazón vaginal, “en respuesta a la
aparición en su campo de un objeto” que la pone en alerta, aunque sea “del todo ajeno a la
manifestación sexual.” Entonces, sin ninguna relación aparente, ella confiesa “me fastidia seguir
con lo que voy a decir.” “Me dice que cada una de sus iniciativas está dedicada a mí, su analista.”

La paciente experimenta la sensación de que “cualquier objeto” la obliga a “invocarlo como


testigo, ni siquiera para obtener su aprobación, no, simplemente la mirada.” “Digamos que esta
mirada me ayuda a hacer que cada cosa adquiera sentido.” ¿Y cómo espera ella atrapar esa
mirada? Aparece el recuerdo de una época juvenil, que la conduce hasta su primer amor, “aquel
que no se olvida.” “Se trataba de un estudiante de quien se vio pronto separada, pero con quien
continuó manteniendo una correspondencia, en el pleno sentido de la palabra. Y todo lo que ella le
escribía, dice, era, en verdad, la cito, un tejido de mentiras. Creaba hilo a hilo un personaje, lo que
yo deseaba ser para él sin serlo en modo alguno. Fue, me temo, una empresa puramente
novelezca, y que proseguí con la mayor obstinación hasta envolverme, dice en una especie capullo.
Y añade, muy graciosamente –Sabe usted, le costó mucho recuperarse.”

Sin embargo, incluso cuando no está armando un tejido de mentiras, cuando se esfuerza por ser
verdadera –según lo que ella afirma que hace con Lacan-, “Lo que ella quisiera, después de todo,
no es tanto que yo la mire, sino que mi mirada sustituya a la suya propia. Lo que reclamo es su
ayuda. La mirada, la mía, es insuficiente para captar todo lo que hay que absorber del exterior. No
se trata de mirarme hacer, se trata de mirar por mí.”

Curiosamente, o no tanto, en este momento del embrollo transferencial con su paciente, en el que
podría estar implicada su propia mirada del asunto sobre las cosas de su analizante, allí Lacan se
detiene. “Estoy, dice –ella-, teledirigida.” Le quedaba todavía una página completa de sus
observaciones. Y, sin embargo, Lacan se detiene. Hasta quizás, incluso, ya haya dicho demás.

“Entonces, ¿adónde nos lleva todo esto? A la vasija. La vasija femenina, ¿está vacía, está llena?
Qué importa, si se basta a sí misma, aunque sea para consumirse tontamente, como se expresa mi
paciente. No le falta nada. En ella la presencia del objeto está, por así decir, por añadidura. ¿Por
qué? Porque esta presencia no está vinculada a la falta del objeto causa del deseo, al (-φ) con la
que está ligada en el hombre.” Y, por eso, la angustia del hombre “está ligada a la posibilidad de
no poder.” “De ahí el mito, tan masculino, que hace de la mujer el equivalente de una de sus
costillas. Le han quitado esa costilla, no se sabe cuál, y por otra parte no le falta ninguna. Pero está
claro que en el mito de la costilla se trata precisamente de ese objeto perdido. La mujer, para el
hombre, es un objeto hecho con eso.”

Este es el secreto del amor. Del costado machista, si ustedes quieren, que el amor siempre suele
tener. Hacer del otro, el lugar de nuestra falta. De nuestra falta de sujeto. Y por ello todo lo
dramático que puede haber en una separación. Porque nos devuelve a nuestra posición de
castración. Pero está claro que esto no podría ser más que un malentendido imaginario. “La
angustia existe también en la mujer, Kierkeggard, que debía tener algo de la naturaleza de
Tiresias, probablemente más que yo, porque yo quiero conservar mis ojos, dice incluso que la mujer
está más abierta a la angustia que el hombre. ¿Hay que creerlo? En verdad, lo que nos importa es
captar el vínculo de la mujer con las posibilidades infinitas o, más bien, indeterminadas del deseo
en el campo que se extiende a su alrededor.”

¿Y por qué sus posibilidades no estarían tan determinadas y limitadas como en el caso del
hombre? Porque “Ella se tienta tentando al Otro.” “Como lo demuestra el mito de hace un
momento, la famosa historia de la manzana, cualquier cosa le sirve para tentarlo, cualquier objeto,
aunque para ella sea superfluo.” Porque después de todo “Es el deseo del Otro lo que le interesa.”

De modo tal, que así como el hombre parecía siempre sobrevalorar el objeto, en la medida en que
cree que su falta estaría implicada allí; para la mujer se trataría, sin dudas, de la cotización del
deseo. Fundamentalmente del deseo de su partenaire. [En cuanto al deseo de su marido] “Que le
importe, eso es el amor.” Que no le importe tanto que él lo manifieste, eso forma parte del orden
de cosas. Lo que la experiencia nos muestra, sin dudas, es que el hombre termina convirtiéndose
en una especie de guardián del goce de su mujer, dedicándole toda clase de cuidados. Mientras
que para la mujer el tesoro a custodiar es el deseo de su pareja. Y, por otro lado, mientras consiga
sus atenciones, después “la experiencia nos enseña que la impotencia del partenaire puede ser
muy bien aceptada, así como sus faltas técnicas.”

Obviamente, poco importa qué ubiquemos allí en el lugar del uno y de la otra. Lo que no podemos
perder de vista es otra cosa. Que en cada pareja, armada de este modo, tanto el lugar del deseo
como el del goce nunca coinciden. Y por ello la sexualidad se convierte en el lugar común de la
angustia.

“Si ustedes recuerdan mis fórmulas de la última vez sobre el masoquismo (…), acerca de la
ocultación, por el goce del Otro –o el goce aparentemente atribuido al Otro, de una angustia que
se trata indiscutiblemente de despertar, verán ustedes que el masoquismo femenino adquiere un
sentido muy distinto, bastante irónico, y otro alcance.”

Es decir, es preciso captar –en primer lugar- “que el masoquismo femenino es un fantasma
masculino.” Y –en segundo lugar- que en relación a este fantasma y a “la estructura masoquista
imaginada en la mujer”, el hombre hace que su goce se sostenga mediante algo que es su propia
angustia. “Es lo que recubre el objeto.”

Por lo tanto, debido a ello, “En el hombre, el objeto es la condición del deseo. El goce depende de
esa cuestión.” Y, entonces, “el deseo, por su parte, no hace más que cubrir la angustia. Ven
ustedes, pues, el margen que le queda por recorrer para estar al alcance del goce.” Mientras que,
“Para la mujer, el deseo del Otro es el medio para que su goce tenga un objeto, si puedo
expresarme así, conveniente. Su angustia [en este caso] no es sino ante el deseo del Otro, del que
ella no sabe bien, a fin de cuentas, qué es lo que cubre.”

Lo cual nos lleva a pensar que “en el reino del hombre siempre está presente algo de impostura.”
Mientras que “En el de la mujer, si hay algo que corresponda a esto, es la mascarada.” (En
referencia al artículo de Joan Riviere).

En conclusión, “En conjunto, la mujer es mucho más real y mucho más verdadera que el hombre,
porque sabe lo que vale la vara para medir aquello con lo que se enfrenta en el deseo, porque pasa
por ahí con mayor tranquilidad, y porque siente, por así decir, cierto desprecio por la equivocación,
lujo que el hombre no se puede permitir. No puede despreciar la equivocación del deseo, porque su
cualidad de hombre consiste en preciar.”

Por eso, para el hombre, “Dejar que la mujer vea su deseo, evidentemente, es a veces
angustiante.” Porque “para el hombre dejar ver su deseo es esencialmente dejar ver lo que no
hay.”

Entonces, hecha esta observación, que es conclusiva, ahora podemos ver lo que ocurre con ello en
análisis. Partiendo del texto que le debemos a Granoff el haberlo introducido.

En este sentido, adentrándose en el análisis del texto de Lucy Tower, Lacan dirá no encontrar
mejor preámbulo que la imagen de Don Juan. ¿Por qué? Porque “Don Juan es un sueño femenino.”
Es decir, así como en el hombre operaría el fantasma del masoquismo imputado a la mujer; en el
caso de la mujer, “Lo que haría falta alguna vez es un hombre que fuese perfectamente igual a sí
mismo, como la mujer puede vanagloriarse de serlo en cierta forma respecto al hombre. Don Juan
es un hombre a quién no le faltaría nada.” Se trata, entonces, “de una pura imagen femenina.”
Don Juan representaría “a aquel que, en épocas pasadas, es capaz de dar el alma sin perder la
suya.”

De este modo, “La huella sensible de lo que les planteo acerca de Don Juan es que la compleja
relación del hombre con su objeto está borrada para él, pero a costa de aceptar una impostura
radical. El prestigio de Don Juan está ligado a la aceptación de dicha impostura. Él está ahí siempre
en el lugar de otro. Es, por así decir, el objeto absoluto.”
Y, por eso mismo, no se trata de que él inspire deseo. “Si se desliza en la cama de las mujeres, está
ahí no se sabe cómo. Incluso se puede decir que él mismo tampoco lo tiene. Está en relación con
algo frente a lo cual debe cumplir con una cierta función.” [odore de fémina]

Ciertamente, “Hay que decirlo, no es un personaje angustiante para la mujer. Cuando sucede que
una mujer siente que es verdaderamente el objeto en el centro de un deseo, pues bien, créanme
[afirma Lacan], de esto es de lo que en verdad huye.”

Entonces, desde esta perspectiva, ¿qué podemos decir de los casos que relata Lucy Tower? En
uno, precisamente, pareciera que ella realmente huye, lo abandona. Termina derivándolo a un
analista hombre. Pero en el otro, contrariamente, resiste y llega hasta una posición exitosa.
“Ambos son neurosis de angustia.” Y ella está inclinada a ser protective con ellos.

“En el caso de estos dos hombres, dice ella, yo estaba perfectamente al tanto de lo que ocurría con
sus mujeres, y en particular que eran excesivamente sumisos, poco hostiles y en cierto sentido
excesivamente devotious, y que ambas mujeres, nos dice, porque se pone a mirar las cosas con
prismáticos, que ambas mujeres estaban frustradas por la falta (…) de una forma suficientemente
no inhibida de afirmarse como hombres.”

Y aquí está toda la agudeza de la observación: ella se había hecho su propia idea del asunto. Tal
como el caso en el que Lacan se empantana. Lo que ocurre es que el analista mira las cosas por su
paciente. Esto es lo interesante. Lo que puede ocurrir si de repente esa mirada cae. Porque lo que
sucede, en un primer momento, lo cual se asienta en la posición de sumisión en la que la propia
analista los supone, es que en el primer caso notará una “tendencia a atacarla en su potencia de
analista.” Y, en cuanto al segundo, una inclinación “más que a destruirla como frustrante”, a “ir a
obtener de ella un objeto.”

Entonces, ¿qué ocurre? Aquí Lacan va a recurrir exactamente a los mismos términos que Piera
Aulagnier usa para su análisis del caso de Margaret Little, “Por mucho que analice todo lo que
ocurre en la transferencia y también, en consecuencia, el uso que su paciente, el primero, puede
hacer en su análisis de sus conflictos con su mujer para obtener de su analista más atención y las
compensaciones de lo que nunca encontró con su madre, las cosas siguen sin avanzar.”

“¿Qué es lo que desencadenará el movimiento y hará avanzar las cosas?” Esto es lo interesante, no
es un acting out, ni una reacción impulsiva, por supuesto. Sino un sueño. “Un sueño, nos dice, que
tiene ella, la analista, por el que se da cuenta de que quizás no sea tan seguro que las cosas vayan
tan mal del lado de esa esposa.”

Es decir, las cosas cambian en el momento en que un sueño le advierte a la analista cuan implicada
está en la mirada que tiene de su paciente. “Comprende que hay algo que es preciso revisar por
completo en su concepción del paciente, que en verdad este tipo trata de hacer en su vida de
pareja todo lo necesario para que su mujer se sienta mejor, dicho de otra manera, que el deseo de
este buen hombre no va tan a la deriva, que el muchacho se toma en serio a pesar de todo, que
hay alguna forma de ocuparse de él. En otros términos, es capaz de jugar el juego, de tomarse por
un hombre, algo cuya dignidad hasta ahora le había sido negada.” Y lo que sucede, es que a partir
de este momento, “cuando vuelve a centrar su relación con el deseo de su paciente, cuando se
percata de que hasta ahora ha desconocido dónde se situaban las cosas, puede llevar a cabo
verdaderamente con él una revisión de todo lo que hasta el momento, en ella, se ha desarrollado
en el engaño.” “Y, a partir de ese momento, nos dice, todo cambia.”

“¿Cómo y en qué sentido?” Justamente, “es a partir de ese momento que el análisis se le hace
particularmente duro de soportar.” Siente, dice, “como si el paciente me pusiera a prueba a mí, la
analista, pedazo a pedazo.”

Por eso, Lacan dice que Lucy Tower, aunque no lo ve todo, “Sin embargo sabe nombrar de qué se
trata.” Lo que ella experimenta, al haber tomado nota de su deseo, y que ahora se le hace tan
difícil de soportar en la transferencia, es que habiendo despertado el deseo surge también lo que
Lacan designa como característico de la búsqueda sádica. Porque en definitiva lo que observamos
es “que la búsqueda sádica apunta al objeto y, en el objeto, al pequeño fragmento faltante.”

Debido a ello, “Una vez que ha sido reconocida la verdad de su deseo, es ciertamente de una
búsqueda del objeto de lo que se trata en la forma de comportarse el paciente.” Y, sin embargo,
otra precisión que a esta altura conviene no pasar por alto, para no alimentar confusiones,
“situarse en la línea por la que pasa la búsqueda del objeto sádico no es en absoluto ser
masoquista.” “Simplemente, atrae sobre sí una tormenta, y por parte de un personaje con quien
sólo se puso verdaderamente en relación en la transferencia a partir del momento en que su propio
deseo se vio implicado.” Y, entonces, “soporta las consecuencias de este deseo.”

Tanto es así, que experimenta lo que los analistas llaman carry-over, prórroga. Que consiste en
seguir pensando en un paciente después de la sesión, o incluso cuando ya se está con otro
paciente. Señal de que la transferencia no va en una sola dirección.

Sin embargo, cuando parecía que ya estaba llegando al final de sus fuerzas, repentinamente, se va
de vacaciones y se olvida por completo del asunto. “Eso no le interesa en absoluto.” Tal como
Lacan concluye en la sesión siguiente, después de todo, “Sabe muy bien que por más que él
busque, nunca ha sido cuestión de que encontrase.”

Por el contrario, “Se trata precisamente de esto, que él se dé cuenta de que no hay nada que
encontrar, porque lo que es el objeto de la búsqueda para el hombre, para el deseo macho, sólo le
concierne, por así decir, a él.” “Lo que busca es (-φ), lo que a él le falta –pero esto es una cuestión
de macho.”

Entonces, una vez despejado este asunto, donde radica la verdadera función del corte; en tanto
que analista, “Se encuentra verdaderamente en la posición mítica de Don Juan más libre y etéreo
cuando sale de la alcoba donde acaba de hacer de las suyas.” Y por eso, en cuanto a Lucy Tower,
“Una vez producidos esta escisión y este despegue, ella recupera su eficacia, su adaptación al caso
y, si puedo expresarme así, la implacable desnudez de su mirada.”

También podría gustarte