Está en la página 1de 2

Dios te llama a una vida de servicio

Qué significa la palabra servir. Se trata de estar al servicio de alguien, sujeto a una persona por
cualquier motivo haciendo lo que él quiere o dispone. Todo verdadero creyente es un siervo de
Dios (Ro. 6:22), comprado con la sangre preciosa de Jesucristo en la cruz. Ya no nos
pertenecemos a nosotros mismos. No somos los dueños de nuestra vida, sino que tenemos el
mejor amo y Señor del mundo: Dios.

Cuando el apóstol Pablo tuvo un encuentro con Jesús en el camino a Damasco, una de las
primeras cosas que le preguntó fue: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (Hch. 9:6). Esto nos
recuerda que todo discípulo de Jesús es su siervo.

El servicio a Dios fluye de un corazón agradecido a Él por perdonarnos y salvarnos. Queremos


servir a Dios sirviendo a los demás. Para servir a los demás, hace falta tener un corazón humilde y
amoroso. Debemos considerar a los demás como superiores a nosotros mismos:

“No hagan nada por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes
considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios
intereses, sino más bien los intereses de los demás”, Filipenses 2:3-4.

Los intereses de un siervo


Dios nos llama a una vida de servicio, y un siervo no mira por sus intereses en primer lugar, sino
por las necesidades de los que le rodean. Por eso no hay un lugar específico de servicio, porque
toda nuestra vida tiene que ser de servicio a Dios. No tenemos un traje de siervo para ciertas horas
del día, o para ciertos días de la semana. El siervo cristiano lo es las 24 horas del día y los siete
días de la semana.

Para servir a los demás, hace falta tener un corazón humilde y amoroso. Debemos considerar a los
demás como superiores a nosotros mismos

A veces creemos que la iglesia es el lugar para el servicio cristiano, cuando tenemos un ministerio
o responsabilidad de servir a los demás. Esto es verdad en un sentido. En la iglesia debe haber un
orden y no todos pueden o deben predicar desde un púlpito, no todos pueden o deben ser
maestros de jóvenes o niños, no todos son evangelistas, etc. Para que una iglesia funcione, todos
los miembros han de poner al servicio del Señor los dones que recibieron de parte de Él. Dios nos
da dones para servir a los demás, no para nuestro propio beneficio o disfrute, sino para la
edificación de su pueblo. El apóstol Pedro lo deja claro:

“Según cada uno ha recibido un don especial, úselo sirviéndose los unos a los otros como buenos
administradores de la multiforme gracia de Dios. El que habla, que hable conforme a las palabras
de Dios; el que sirve, que lo haga por la fortaleza que Dios da, para que en todo Dios sea
glorificado mediante Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el dominio por los siglos de los
siglos. Amén”, 1 Pedro 4:10-11.

Por lo tanto:

Todos tenemos uno o varios dones que hemos recibido de Dios. No pongas excusa de que no
sabes hacer nada; tienes algo que ofrecer sirviendo a la iglesia. Si no estás seguro, pregunta a tu
pastor o a alguien que te conozca bien.

Los dones que recibiste no son para lucirte y que otros digan qué bien sirves o haces cualquier
trabajo. Son para ministrar a los demás, para edificación de la iglesia.
Debemos servir y ministrar a otros como buenos administradores, con un espíritu humilde. No te
alabes por lo que haces. ¡Qué triste es ver a algunos recitando y pavoneándose de todo lo que
hacen por el Señor! ¡Cuidado con el orgullo!

Los dones que Dios nos da son regalos de su gracia, no los merecemos.

Si tienes ciertos dones, no pienses que se debe a que eres muy inteligente o sabes ministrar bien.

El poder para servir viene de Dios. Por nuestras propias fuerzas, sería imposible. Se trata del poder
de Dios obrando y capacitándonos para servir.

Todo lo que hagamos para servir a Dios y los demás es para la gloria de Dios como fin último. No
para tu propia gloria o para que te den aplausos.

Servicio más allá del templo

Al mismo tiempo, necesitamos entender que servir es un estilo de vida. No solo servimos en la
iglesia, sino que en todas las esferas de nuestra vida debemos tener un espíritu de servicio.

Así que cuando estás cambiando el pañal de tu bebé, estás sirviendo; cuando estás cuidando y
siendo ayuda idónea para tu esposo, estás sirviendo; cuando cuidas los niños de un matrimonio
para que puedan salir a pasear o cenar solos, estás sirviendo; cuando estás en tu trabajo y tienes
que hacer tareas desagradables, estás sirviendo al Señor. Debemos remangar nuestras mangas y
hacer el trabajo sucio, o el trabajo que nadie quiere hacer. Tenemos que estar dispuestos a servir a
los que no pueden recompensarnos.

El Dios santo, creador del universo, el rey de reyes, ¡se hace siervo! Por amor a nosotros y para
salvarnos

A mí me ha ayudado mucho, a la hora de hacer una tarea desagradable, como limpiar baños en la
iglesia —por ejemplo—, pensar que lo hago para mi Señor. Cuando pienso en eso, mi actitud
cambia por completo. “Todo lo que hagan, háganlo de corazón, como para el Señor y no para los
hombres” (Col. 3:23). Servir trae una satisfacción personal de saber que estamos haciendo lo que
el Señor quiere, y Él ve cada vaso de agua fría que ofreces a un niño en su nombre.

Quiero terminar con el mejor ejemplo, el de nuestro Señor Jesús:

El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos
(Mt. 20:28).

Recuerda cómo Jesús lavó los pies de sus discípulos. Allí tenemos un buen ejemplo de servicio y
humildad, para que siguiéramos su ejemplo (Juan 13:1-20).

Jesús se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres. Se
humilló a sí mismo y fue a la cruz. El Dios santo, creador del universo, el rey de reyes, ¡se hace
siervo! Por amor a nosotros y para salvarnos (Fil. 2:5-8).

Por lo tanto, si nuestro Señor se hizo siervo por nosotros, ¿acaso haremos algo de más si nosotros
nos hacemos siervos por Él?

También podría gustarte