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Un pescador esquimal iba todos los sábados por la tarde a la ciudad. Siempre traía
consigo a sus dos perros, uno blanco y otro negro. Les había enseñado a pelear
cuando él les ordenaba hacerlo. Cada sábado por la tarde en la plaza del pueblo,
se juntaba la gente para ver pelear a sus perros, y los pescadores hacían sus
apuestas, mientras que los dos perros luchaban. A veces, ganaba el perro blanco, y
otras veces el perro negro, pero el pescador siempre ganaba las apuestas. Sus
amigos comenzaron a preguntarle cómo lo hacía. Él dijo: para que gane el perro
negro, dejo de alimentar al perro blanco, o dejo de alimentar al perro blanco para
que gane el perro negro. Así doy de comer a quien quiero que gane. El perro que
está bien alimentado gana, porque es más fuerte.
Esta historia de dos perros es muy apropiada para enseñarnos algo acerca de la
lucha que se desarrolla dentro de nosotros.
El cristiano verdadero experimenta en su vida una lucha entre la carne y el
Espíritu. Pues podemos dec ir que ganará aquella área de nuestra vida que esté
"alimentada". ¿A qué área de nuestra vida alimentamos mejor? Todos nosotros
como cristianos experimentamos esta lucha diaria entre entregar nuestra vida al
dominio del Espíritu o al dominio de la carne. Como nos dice el Apóstol Pablo en
Romanos 7:15 (NVI) "No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero,
sino lo que aborrezco".
El Espíritu de Dios es quién nos puede ayudar a vencer esa naturaleza carnal que
se opone a que seamos dignos representantes de Dios para quienes nos rodean.
Por eso debemos alimentar nuestra vida con oración, lectura bíblica,
congregándonos, adorando y alabando a Dios, haciendo discipulado,
predicando, sirviendo a Dios en un ministerio, perdonando, soportando las
pruebas, escapando de las tentaciones y tratando en Dios, no en nuestras
propias fuerzas, que este año seamos un poquito más como Cristo que el año
pasado.
Todo cristiano tiene una lucha diaria, entre obedecer a Dios, o desobedecerlo. Sin
el Espíritu Santo nuestra decisión sería el de desobedecerlo, pero el Espíritu Santo
nos ayuda a poder vencer en esta lucha diaria; entre la carne y el Espíritu.
No debemos dejarnos vencer por la naturaleza carnal, debemos de luchar cada día,
pero no en nuestras propias fuerzas sino aferrados a Dios. Debemos luchar contra
nuestra propia pecaminosidad.
Pero debemos de estar conscientes que el Espíritu Santo que mora en nosotros es
el que nos lleva nuevamente a buscar a Aquel que nos dio una nueva vida, nuestro
Padre. Pertenecemos a Dios y debemos pensar en las cosas de Dios y no en cosas
carnales.