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la guerra

no espera
entrevistas a corresponsales
de guerra cubanos

Andy Jorge Blanco


Andy Jorge Blanco (Cárdenas, Matanzas, 1996). Periodista y locu-
tor cubano. Licenciado en Periodismo por la Facultad de Comunica-
ción de la Universidad de La Habana en 2020. Egresado del Centro
de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Ha colaborado con las
revistas La Jiribilla, El Caimán Barbudo y Alma Mater. Trabajó como
reportero en Cubadebate y fue redactor multimedia del canal interna-
cional de noticias Telesur. Ha sido premiado en varias ediciones del
Concurso Nacional de Periodismo 26 de Julio. Premio de Periodismo
Histórico 2021, en la categoría de Hipermedia. En 2022 recibió la
Medalla «Por la Valentía durante el Servicio», por la cobertura perio-
dística del incendio en la Base de Supertanqueros de Matanzas. La
guerra no espera es su primer libro.
la guerra no espera

entrevistas a corresponsales
de guerra cubanos

Andy Jorge Blanco


Derechos © 2023 Andy Jorge Blanco
Derechos © 2023 Ocean Press y Ocean Sur
Derechos © 2023 Cubadebate
Ilustración de cubierta: Belkis Vega Sánchez

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida,
conservada en un sistema reproductor o transmitirse en cualquier forma o por cualquier
medio electrónico, mecánico, fotocopia, grabación o cualquier otro, sin previa autorización
del editor.

ISBN: 978-1-922501-97-4

Primera edición 2023

PUBLICADO POR OCEAN SUR


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Índice

Prólogo
Iraida Calzadilla Rodríguez 1
Nota del autor
Andy Jorge Blanco 7
Ganar la batalla
Entrevista a Héctor Ochoa Carrillo 11
¿Qué está bien en una guerra?
Entrevista a Belkis Vega Belmonte 25
La guerra es un susto
Entrevista a Roger Ricardo Luis 39
En Angola había que dormir apurado
Entrevista a Alberto Núñez Betancourt 57
¿Dónde caerá la próxima bomba?
Entrevista a Rolando Segura Jiménez 67
Anexos 79
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sobre la teoría política y filosófica de la izquierda, la historia de nuestros pueblos,
la trayectoria de los movimientos sociales y la coyuntura política internacional.
Ocean Sur es un lugar de encuentros.
A mi madre, mi razón, el motor impulsor de cada meta.

A mis abuelos Armando y Luisa, mis internacionalistas de Angola.


Los dueños de las medallas de la casa por la independencia
de aquella añorada tierra africana.

A la profe Iraida, por las enseñanzas y las sesiones de café,


por el Periodismo infinito.

Al profe Roger, mi corresponsal de guerra favorito,


porque en él está inspirado este libro.

A mi hermanito, mi capitán, porque sabes reducir el universo


a un beso y un «te quiero, tata».

A los combatientes y periodistas que perdieron la vida


en la guerra.

A Cuba siempre.
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múltimples facetas.
PRÓLOGO

Es difícil para una mujer de paz escribir sobre la guerra y los


corresponsales. Sin ir a ella, la he vivido en varias oportunida-
des desde la zozobra y el dolor de la retaguardia, de quienes
quedan a cargo de la familia, del sustento, del bienestar de los
suyos para evitarles traumas que luego son difíciles de vencer.
Es una perspectiva pocas veces redimida ante la magnitud de
quienes están dispuestos a perder la vida por salvar ideales y
retornan, vivos o muertos, con la hombradía del deber acabado.
Quizás porque conozco de primera línea ese altísimo valor
humano y profesional de los corresponsales, desde las aulas me
anima la voluntad de desmitificar la participación de los perio-
distas tal como se ofrece en los filmes de espectaculares efectos
tecnológicos. Tras las medallas y distinciones enaltecedoras de
haber estado en una trinchera, una emboscada, un atronador
«al combate» o un «alto al fuego», hay demasiadas acciones
que sobrepasan el sufrimiento, experiencias nunca olvidadas,
vivencias insoportables y marcas de afecto rebeldes a cirugías.
La guerra, la real, es un conflicto que los seres humanos aún
seguimos reinventando, casi siempre por sentimientos egoístas,
en vez de enarbolar la paz digna.
Pero no por ello dejo de asumir la guerra como una expre-
sión adulta a la que casi todos los periodistas quisieran llegar
en el ejercicio supremo de la profesión para dar fe de amor y
odio; un proceso en el que incluyen su cuota de compromiso
2 La guerra no espera

humano, ideológico, político y ético: el compromiso por una


causa, por la defensa de su país o de otros, por dar a conocer de
la manera más verídica posible los intríngulis de los conflictos y
los hombres y mujeres involucrados.
Así, saludo a La guerra no espera, libro de entrevistas a
corresponsales de guerra cubanos, quienes desde cinco zonas
en conflicto y en el largo período comprendido entre 1961 y
2011, estuvieron en campos beligerantes de Cuba (Playa Girón),
Líbano, Angola, Nicaragua y Libia.
Esas conversaciones tuvieron ambientes tan disímiles
como la sala de un hogar, el tránsito hacia el trabajo, el salva-
dor WhatsApp, la comunicación telefónica y otras vías más en
el mundo fantástico y apresurado de la prensa. En todas ellas,
su autor, Andy Jorge Blanco, muestra a los protagonistas como
mediadores proactivos entre los acontecimientos y el público,
en la misión cimera e irrevocable de informar a los lectores
y, sobre todo, los entregó como seres humanos con dudas y
miedos a cuestas, sin prejuicio para narrar las vivencias en esos
escenarios, reportar el contexto sociopolítico, hablar de las per-
sonas que sufren en los conflictos, las secuelas y las historias
que dejan y conforman.
Es decir, ellos describieron su visión de una guerra real.
De la que le tocó en particular, de la vivida y no la contada
por otros. Esa en la que estuvieron latentes intereses plurales,
desigualdad de poderes entre las partes, lucha de clases, y donde
actuaron no solo para ofrecer cifras de heridos y muertos, sino
para convertirse en observadores internacionales, narradores de
los puntos de vista de las partes en contienda, de la población
civil, de las organizaciones humanitarias que intervienen. Tam-
bién desmintieron las noticias falsas siempre impactantes en su
incitación desmovilizadora.
Entrevistas a corresponsales de guerra cubanos 3

Desde las tres contiendas por la definitiva independencia


cubana y la Guerra Civil Española, hasta los conflictos de Playa
Girón, la Crisis de Octubre y las misiones internacionalistas en
Argelia, Siria, Angola, Etiopía, El Congo y Nicaragua, Cuba
presenta un vasto ejemplo solidario en el accionar de los corres-
ponsales de guerra, cuyos pioneros se divisan en el ya lejano El
Cubano Libre.
En ese hacer, les continuaron otros hombres y mujeres bri-
llantes para contar con toda crudeza los logros en el campo de
batalla, los ataques enemigos, la gloria y la traición, utilizando
la palabra impresa, la radio, la televisión, las imágenes y la
amplia red integrante de una profesión que pone el conflicto en
el debate de la sociedad en general, y del hogar en particular,
donde siempre hay un miembro, un amigo, un conocido con
una experiencia para relatar.
Las de estos corresponsales son historias que llegan desde
una narración aparentemente sencilla, como si el autor de las
entrevistas apenas intercediera. Esa, justamente, fue la preten-
sión: dejar hablar a los otros, insertar preguntas sugerentes cual
pautas conductoras, y permitir al lector conformar por sí mismo
el universo mostrado.
Así, sin didactismo, destaca en todos su compromiso, lle-
vado hasta sus últimas consecuencias al cambiar, incluso, las
agendas de notas por fusiles, trascendiendo su esencia de con-
tar lo que sucede para participar en lo que sucede y dar cuenta.
Estos corresponsales cubanos entrevistados por Andy Jorge
Blanco, obviaron la matriz de «tipos duros» para develar histo-
rias, muchas de las cuales les rompieron el umbral de resistencia
y, aun así, sobreponiéndose, escribieron, radiaron, televisaron y
acompañaron a las tropas de las cuales dieron parte.
4 La guerra no espera

El libro de este autor subvierte las perspectivas de los perso-


najes. Si bien son, por antonomasia, contadores de los mundos
de otros, ahora están en el fragor de protagonistas que reme-
moran el pasado, lo contextualizan, analizan e interpretan y
salvaguardan la vieja condición del periodismo como registro
histórico, como legado para el examen de una época y de una
sociedad, cuyo desarrollo natural fue abortado por una confla-
gración.
Como lectora de La guerra no espera, cuyos textos Andy Jorge
Blanco publicó en los medios Cubadebate y El Caimán Barbudo,
agradezco la voluntad de hacer perdurable el sacrificio de
corresponsales cubanos que simbolizan a decenas que lo han
sido y no caben en la presión de un espacio editorial restrin-
gido. Ellos ahora interpretan un tiempo cuando el deber y la
conciencia estuvieron por encima de la razón movilizadora.
Y si en otros lares y contextos políticos la guerra y su cober-
tura se ejecuta también desde salones de cancillerías, despachos
presidenciales, lujosos hoteles, sedes habituales de las conferen-
cias de prensa y habitaciones refrigeradas donde se elaboran
informaciones vertiginosamente, entonces merecen medallas
al valor estos corresponsales cubanos, quienes vivieron con
las tropas, afrontaron sus peligros, comieron y bebieron lo que
pudieron, y mantuvieron el crisol del sentido ético junto a la
voluntad de informar a como diera lugar.
Cuando pregunto a los estudiantes de Periodismo sobre
qué se necesita para ser un corresponsal de guerra, hablan de
querer la profesión y estar dispuestos a arriesgarlo todo en las
zonas de peligro. Divina ingenuidad para quienes tal vez, solo
tal vez y por suerte cada vez menos, se despiden de padres,
hijos, familia, de quienes aman, de amigos, compañeros, veci-
nos, de su entorno, de las calles de la ciudad, de las playas tibias
Entrevistas a corresponsales de guerra cubanos 5

y nobles de la Isla, de los almuerzos de fin de semana, de las


duras realidades del día a día; y parten sin seguridad de regreso
para enfrentar combates, la muerte de compañeros, las viven-
cias de triunfadores y derrotados, y los traumas que dimanan
del infierno.
Admiro a quienes lo han hecho, los admiro enormemente
porque partieron sabiendo que la guerra no espera. Pero sigo
siendo una mujer que vota por la paz.

Iraida Calzadilla Rodríguez


Septiembre de 2022.
colección
diálogos en contexto

Diálogos
en Contexto
Nota del autor

Mentiría si dijera que fue de forma consciente. Quiero pensar


que, mucho antes de escribir este libro, comencé a incubar la
idea cuando veía las fotos de mis abuelos maternos en la guerra
y las medallas que pesan, como la historia, en alguna gaveta del
armario. Escuché sus anécdotas, ella de enfermera y él de com-
batiente, en diferentes etapas de una contienda bélica que se
extendió por casi 16 años en Angola. Muchas familias en Cuba
tuvieron a madres, padres, hijos, sobrinos, hermanos, vecinos,
peleando en tierras africanas, cada uno desde su frente. Algu-
nos regresaron con la independencia angolana en los ojos, la
piel, el alma. Más de 2 000 murieron.
La historia de la gesta cubano-angolana en la voz de mis
abuelos, en sus fotos en blanco y negro, en las cartas, en los
besos que faltaron, en las medallas con sus nombres —que son
los nombres y las medallas de muchos—, y en el sueño de vol-
ver a abrazarse con la independencia conquistada, es la historia
que está detrás de este libro que empecé a concebir, ya de forma
consciente, para mi tesis de licenciatura en 2019.
Fue el orgullo de tener un profesor corresponsal de guerra,
la posibilidad de escuchar sus anécdotas, leer sus crónicas de
Nicaragua o de Cuito Cuanavale, saber de cerca cuánto sufre
el que se va y la familia que se queda, y la conmoción humana
de conocer aquellas historias, lo que me hizo decidirme
8 La guerra no espera

definitivamente. Roger Ricardo —a quien me atrevo a llamar


hoy abuelo o viejo— es también la razón de este libro.
La idea era contar, desde la pluralidad de voces y zonas
en conflicto, las historias de varios corresponsales de guerra
cubanos, una etapa del periodismo en la Isla que se remonta al
siglo xix y cuya esencia siguieron defendiendo con su labor los
entrevistados que dejan sus testimonios en estas páginas. Son
historias de gente guapa que apenas tenía tiempo para dormir.
«Trabajo sin descanso», escribió el destacado periodista cubano
Pablo de la Torriente Brau en su primera carta durante la Gue-
rra Civil Española. Resumía quizás, en tres palabras, la vida de
un reportero en una contienda bélica.
Dice uno de los protagonistas de La guerra no espera que una
regla de oro para un corresponsal en un conflicto es no dejar
para mañana lo que puede escribirse hoy. Otro asegura, a raja-
tablas, que un periodista debe ser valiente; que la guerra es
un susto, o que muchos años después la causa palestina sigue
siendo una herida cuando se piensa en la contienda bélica en
Líbano.
Ojalá hubiera un mundo de paz, pero como afirma Alberto
Núñez Betancourt: «Los conflictos continúan, por lo que hay
que tener profesionales preparados para asumir ese tipo de
situaciones de riesgo. Lo que no podemos permitirnos es que
esa etapa del periodismo de guerra cubano quede en el olvido».1
En el presente libro se describe la labor periodística de cinco
entrevistados desde distintas contiendas bélicas: Playa Girón,
Líbano, Nicaragua, Angola y Libia. Desde luego que no han
sido las únicas zonas en conflicto donde ha habido correspon-
sales de guerra cubanos. Por eso quiero pensar que tras el punto


1
Entrevista personal realizada el 11 de agosto de 2020.
Entrevistas a corresponsales de guerra cubanos 9

final de este libro habrá que seguir conociendo las disímiles


historias de los periodistas cubanos en las guerras. Los sustos,
bombas, el fuego de la metralla, la cara pavorosa de la guerra,
el dolor lacerante de dejar a la familia, pasaje de ida pero no de
regreso, el valor y el miedo… todo ello está presente en estas
páginas. Los protagonistas reflejan, como diría García Márquez,
que «la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y
cómo la recuerda para contarla». Por ellos y para ellos se escri-
ben estas líneas.
Yo, como Pablo, «quisiera no tener que escribir por ahora».
Quisiera, a decir verdad, que sean los protagonistas de estas
páginas quienes cuenten. Nadie más que los corresponsales de
guerra para hablar del temor, la soledad, el desasosiego, y tam-
bién de esperanzas, triunfos y mucha, pero mucha resiliencia.

Septiembre de 2022
Héctor Ochoa en Playa Girón.
GANAR LA BATALLA


Entrevista a Héctor Ochoa Carrillo

Al amanecer del sábado 15 de abril de 1961, Héctor Ochoa Carrillo


estaba de guardia en el entonces Palacio Presidencial, en La Habana
Vieja. Desde allí vio la humareda negruzca que dejaba atrás el bom-
bardeo de aviones B-26 sobre el aeropuerto de Ciudad Libertad,1 en
el municipio habanero de Marianao. Habían sobrevolado la pista por
unos tres minutos.
De pronto, la llamada de urgencia. «Cogí la cámara y salí corriendo
para allá». Trece kilómetros y 18 minutos separaban al Palacio de la
base área atacada por la fuerza enemiga. La Revolución tenía apenas
dos años de existencia y vivía el preámbulo de lo que sería, 48 horas
más tarde, una invasión mercenaria apoyada por Estados Unidos.
«Cuando llegué vi tres rastras ardiendo. Allí filmé la recogida de
dos cadáveres y un trozo de tabla donde Eduardo García Delgado,2 uno


1
Ciudad Libertad: Antiguo campamento militar de Columbia, ubicado
en el municipio habanero de Marianao. Fue la primera fortaleza del
régimen de Fulgencio Batista. El 14 de septiembre de 1959 fue entre-
gado al entonces ministro de Educación de Cuba, Armando Hart,
para ser transformado en un centro escolar. Junto a San Antonio de
los Baños y Santiago de Cuba, su aeropuerto fue bombardeado por la
aviación enemiga como preámbulo del desembarco mercenario por
Playa Girón.

2
Eduardo García Delgado (1935-1961): Joven artillero cubano ase-
sinado por la aviación enemiga de Estados Unidos que bombardeó
aeropuertos cubanos el 15 de abril de 1961.
12 La guerra no espera

de los jóvenes artilleros ya moribundo, había escrito con su sangre el


nombre de Fidel. Tras 60 años no he olvidado la imagen».
Su memoria ha echado a rodar. Ochoa parece ver los pies de
película con que filmó, para la historia, aquella vorágine de sangre y
odio que despojó a ese abril de la primavera.
Ahora, a sus 89 años, se mira filmando el sepelio de las víctimas: la
tabla y la sangre numerosa que describiera Guillén en su poema; el ros-
tro del muchacho que apenas comenzaba a vivir y que la aviación ene-
miga había acribillado justo a las 5:53 a.m. de aquel 15 de abril. «Eso le
parte el alma a cualquiera», dice y traslada la historia a la intersección
de las calles 23 y 12, en el Vedado capitalino, donde el entonces primer
ministro, Comandante Fidel Castro, declaró el carácter socialista de la
Revolución Cubana. A dos cuadras, en el cementerio, descansan los
caídos en el ataque aéreo.3
Cuba entera estaba en pie de guerra. Tras los bombardeos, la inva-
sión era inminente. Cuando se produjo el desembarco de las tropas
enemigas por Playa Girón, al sur de Matanzas, Ochoa aún estaba en
La Habana. No tuvo tiempo de echarse encima el uniforme de mili-
ciano. Pantalón de civil, camisa blanca, unos mocasines y «arranqué
pa’ allá en la madrugada del 18 de abril, con René García y un telefotó-
grafo». La guerra no espera.
«¡Qué sabía yo lo que me iba a encontrar allí! Yo iba pa’ allá a ver
cómo era la bronca».

¿Y qué vio?
El pueblo, compadre, el pueblo que quería ir a fajarse con
los invasores. ¡Primera vez en la historia que veía eso, no me


3
Como parte del bombardeo se atacaron los aeropuertos de San Anto-
nio de los Baños y Santiago de Cuba. Los aviones mercenarios lleva-
ban las insignias de la Fuerza Aérea Revolucionaria. Asimismo, el
objetivo del ataque era destruir en tierra los pocos medios aéreos de
combate que poseía entonces la Revolución Cubana.
Entrevistas a corresponsales de guerra cubanos 13

lo contaron! Ahí están mis imágenes. ¿Me copiaste? Queríamos


entrar al central Australia,4 donde ya estaba Fidel dirigiendo las
operaciones, pues allí se ubicaba la comandancia de las fuerzas
revolucionarias. El chofer no quiso seguir en el carro. Nos baja-
mos y continuamos a pie como un kilómetro. A cada rato escu-
chábamos tiroteos.

Además del puesto de mando, en el central se ubicaba una posta


médica, donde atendían a los heridos que comenzaban a llegar de la
zona de guerra, y acampaban los milicianos que irían al frente y quie-
nes regresaban.
Dora Alonso,5 también corresponsal de guerra en aquellos días
decisivos, narraba: «Aquí nadie duda ni supone, ni ha pensado en
ningún momento, que el invasor pueda salir, no ya victorioso, sino
siquiera vivo de la aventura. Desde los chiquillos de 12 y 13 años, que
también vienen a defender su tierra, hasta los ancianos campesinos de
70, que blanden el fusil junto a las canas y el corazón entero, están
convencidos de ello».
Ochoa también lo supo cuando, con el alba, subió a un camión
rumbo al frente de combate. El rozamiento de las gomas del vehículo
sobre el terreno hacía levantar un polvo blanquecino que dificultaba la
visualidad. Cuenta que, apenas amaneció, los francotiradores mercena-
rios empezaron su «cosecha». Hasta las ambulancias de la Cruz Roja
eran bombardeadas por la aviación enemiga.
«¡Avión, un avión, coño!», gritó.


4
El central Australia estaba ubicado a pocos kilómetros de la costa donde
se producían las acciones combativas en Playa Larga y Playa Girón.

5
Dora Alonso (1910-2001): Destacada periodista, narradora, drama-
turga y poeta cubana. Es considerada una de las más prominentes
escritoras para niños. Entre sus obras más notables se encuentran El
cochero azul; Pelusín del monte; Once caballos; y las novelas Sol de Batey y
Tierra Brava. Fue Premio Nacional de Literatura en el año 1988.
14 La guerra no espera

El sonido atronador de una aeronave incendiada y en picada lo hizo


saltar del camión para captar la imagen. En ese preciso momento nadie
escapa al susto.
«Cuando cae un avión deja el ambiente que parece que te quema
el cuerpo. ¡Es terrible…! y el calor de la explosión te seca la boca. A
mí se me partieron los labios y no llevaba agua. ¡Yo estaba embarca’o!
Lo otro es la pólvora, que da una sed del carajo y sientes que te falta el
aire. Después de eso, recuerdo que filmé a dos muchachos milicianos y
ya al amanecer estaba metido en Playa Girón.
»Entonces veo que vienen unos tanques por los pinos frente al mar.
Cojo la cámara, pongo el ángulo ancho, foco fijo y ¡prrrrr!, empiezo a
grabar —dice como si contara una película por fotogramas—. En uno
de esos tanques venía Fidel para tirarle al Houston,6 uno de los buques
agresores. Recuerdo que Tirso Martínez7 me alertó que el Comandante
estaba dentro del tanque. Tirso y Juan Pineda8 estaban allí conmigo».

¿Y el fotógrafo y camarógrafo Guillermo Miró?


Era de allí de Matanzas. También lo vi cuando filmaba una
ambulancia enterrada a orillas de la carretera, víctima de un
bombardeo. Medio molesto me comentó que, cuando le pre-
guntó al Gallego Fernández9 dónde estaban las tropas de mili-
cianos, este le dijo que fuera hasta donde el valor le permitiera.

Buque Houston: Uno de los barcos que transportaron a varios de los


6

invasores de Playa Girón.



7
Tirso Martínez: Fotógrafo cubano del periódico Revolución. Autor de
la foto de Fidel Castro bajando de un tanque en la batalla de Playa
Girón, seleccionada como una de las mejores imágenes captada por
un corresponsal de guerra en aquella epopeya.

8
Juan Pineda: Camarógrafo del Noticiero Nacional de la Televisión.
Corresponsal de guerra en Playa Girón.

9
José Ramón Fernández (1923-2019): Héroe de la República de Cuba.
Sufrió prisión durante tres años en el Presidio Modelo de la Isla de la
Juventud por su lucha revolucionaria contra la tiranía batistiana. Tras
Entrevistas a corresponsales de guerra cubanos 15

Junto a ellos, en diferentes puntos de la zona de combate, estaba el resto


del grupo de la prensa televisiva:10 «Gente buena», como los define
Ochoa, que develaron las imágenes de la guerra frente a la metralla, el
calor abrasador del día y el frío de la madrugada. Ciénaga de Zapata
adentro.

***

El diente de perro le destrozó los zapatos. El agreste terreno y la zaga


de mosquitos y jejenes también son protagonistas de las grandes bata-
llas. No creen en bandos; da igual si vistes de miliciano, si invades un
país o si llevas una camisa blanca y una cámara Bell & Howell. El
prontuario de la guerra quizás dice cómo debe ir preparado un comba-
tiente, tal vez un periodista; pero a Ochoa no le dio tiempo repasarlo,
como a la inmensa mayoría de sus colegas que marcharon por primera
vez, y en cuestión de horas, para el frente de batalla. El aprendizaje
fue sobre la marcha. No obstante, él encontró, en su experiencia de la

el triunfo de la Revolución Cubana se vinculó a las Fuerzas Armadas


Revolucionarias (FAR) y participó en la lucha contra bandidos, así
como en la dirección de combates en Playa Girón bajo las órdenes de
Fidel Castro.

10
Luis Font y Tió, camarógrafo de la televisión en Matanzas; Mario Ferrer,
camarógrafo de la televisión y fotógrafo del periódico Revolución en
Villa Clara; Otto Serguera, camarógrafo de la televisión cubana; Ave-
lino Fernández, cineasta y camarógrafo del Noticiero Nacional de la
Televisión; Orlando O’relly, camarógrafo de la televisión cubana; René
García, camarógrafo del Noticiero Nacional de la Televisión; Manolo
Ortega, locutor del Noticiero Nacional de la Televisión; Osvaldo
Valdés Mejías, reportero de la televisión cubana; Roberto Agudo Gar-
cía, reportero de Prensa Latina; Eddy Martin Sánchez locutor del Noti-
ciero Deportivo, Premio Nacional de Periodismo «José Martí»; Gabriel
Molina Franchossi, editor del diario Combate y redactor de Prensa
Latina, Premio Nacional de Periodismo «José Martí»; José González
Rivas, Premio Nacional de Periodismo «José Martí»; Manuel García
García, Premio Nacional de Periodismo «José Martí» y Héroe Nacional
del Trabajo de la República de Cuba.
16 La guerra no espera

lucha clandestina contra la dictadura de Fulgencio Batista, las agallas


para ir a Girón.
«¡Yo soy guapo! Para ser periodista hay que ser valiente», reafirma
con su vozarrón de trueno 60 años después de la epopeya.

***

A las 12:30 p.m. del 13 de marzo de 1958, Ochoa, junto a otros jóvenes
del Movimiento 26 de Julio (M-26-7) en La Habana, prendió fuego a la
Colchonería «La Luisita», a los depósitos de combustibles de los ómni-
bus Santiago-Habana y a un taller de carpintería cerca de los buses.
«Las empresas eran propiedad de algunos allegados a Batista. Por
eso, el M-26-7 llevó a cabo los sabotajes. Al día siguiente aparecieron
dos cadáveres tirados en la calle. Esos compañeros no eran del grupo
nuestro. Fue una triste represalia del régimen», expresa en su autobio-
grafía, escrita a máquina sobre un papel ya amarillento por los años,
donde también rememora al joven revolucionario Eduardo Otero,11
quien lo incorporó al Movimiento.
Héctor Ochoa trabajaba como ayudante iluminador en los Estu-
dios Nacionales de Cine, ubicados en las calles Estrella y Placencia,
cerca del mercado Carlos III, en el centro de su Habana natal. Allí
había llegado, con apenas 12 años, de la mano de su padre José Ochoa,
quien era jefe de Iluminación. Comenzó como su asistente en las pelí-
culas Siete muertes a plazo fijo (1950); Música, mujeres y pira-
tas (1950); La Rosa Blanca, momentos de la vida de José Martí
(1953); Más fuerte que el amor (1953); Casta de roble (1954); La
pandilla del soborno (1956); y Yambao (1957), donde fungió como
foquero de segunda cámara.


11
Eduardo Otero: Luchador revolucionario cubano. Miembro del M-26-7.
Participó en la conocida «Noche de las 100 bombas» en La Habana
contra la dictadura de Batista.
Entrevistas a corresponsales de guerra cubanos 17

En el estudio cinematográfico —donde aprendió el séptimo arte—


también almacenaban propaganda, hacían bombas y guardaban
armamento. «Era el lugar idóneo para conspirar contra la tiranía de
Batista», evoca. Allí trabajó hasta el 27 de marzo de 1958. Ese día, dos
semanas después del sabotaje, tomaba unas cervezas junto a su her-
mano Rafael en la bodega del gallego Valentín, frente a los Estudios de
Estrella y Placencia. No sabían que firmaban, en el mejor de los casos,
su destierro.
Los esbirros del coronel Esteban Ventura12 buscaban en La Habana
a los autores del suceso. El 7 de febrero de 1958 habían asesinado a
Gerardo Abreu Fontán,13 uno de los principales jefes de la clandestini-
dad en la capital, y el 19 de marzo, Sergio González López El Curita,14
líder del grupo de acción y sabotaje del M-26-7, yacía agujereado por
las balas.
Ahora, con la mirada hundida sobre unas hojas amarillentas,
Ochoa lee en voz alta una suerte de diario que guarda con celo:
«De pronto, se personaron dos carros de los esbirros de Ventura.
Uno de los policías me reconoció y me puso una ametralladora en la
cabeza. Junto a mi hermano y otro compañero de trabajo nos lleva-
ron para la Novena Estación de Policía, ubicada en la calle Zapata. A
las 3:00 a.m. llegó Ventura con Rafael Salgado, quien era, hasta ese

12
Esteban Ventura Novo (1913-2001): Militar cubano. Conocido como
«El sicario de traje blanco» por sus crímenes durante la dictadura de
Fulgencio Batista. Tras el triunfo revolucionario en la Isla abandonó
el país hacia República Dominicana y posteriormente se estableció en
Estados Unidos, donde murió.
13
Gerardo Abreu Fontán (1932-1958): Destacado revolucionario cubano.
Miembro del M-26-7. Dirigió las Bandas Juveniles de dicho movi-
miento hasta que fue apresado, torturado y asesinado por la dictadura
batistiana.

14
Sergio González López El Curita (1921-1958): Combatiente revolucio-
nario cubano. Jefe del grupo de Acción y Sabotaje del M-26-7. Organizó
y dirigió la conocida «Noche de las 100 bombas».
18 La guerra no espera

momento, luchador clandestino. Delante de él, con frases groseras, me


preguntó si sabía los nombres de los compañeros que participaron en
el sabotaje, su dirección… Comprendí inmediatamente que Salgado
era un traidor. No pude contenerme y le di un piñazo. Me dieron
golpes. También a mi hermano. Nos separaron y fui encerrado en un
cuarto, tal vez un sótano, donde me interrogaron nuevamente».
Toma aire, resopla y comienza a leer:
«Mi abuela era cocinera del fiscal de la Audiencia de La Habana.
Ventura le dijo a él que me liberaría con la condición de abandonar
el país o, de lo contrario, me iba a matar. El 24 de abril de 1958, con
la ayuda de mis compañeros de los Estudios Fílmicos, salí de Cuba
rumbo a Colombia».
Tirar la toalla después de tanto haber sudado nunca fue su opción.
¿Rendirse? La respuesta se la daba el viejo Hemingway: «El hombre
no está hecho para la derrota. Un hombre puede ser destruido, pero no
derrotado». Ochoa siempre asumió la frase como actitud de vida.
«De Colombia fui para Venezuela. Cierto día en Caracas me des-
pertó en la madrugada un tiroteo del carajo que provenía de las cerca-
nías del Palacio de Miraflores», cuenta, como el camarógrafo veterano
que es, poniéndole efectos a las bombas y las balas.
«El fotógrafo Eduardo Hernández Guayo15 y yo fuimos para allá.
Le querían dar un golpe de Estado al presidente Wolfgang Larrazábal.
Ahí filmamos toda esa bronca».
Navidad de 1958, a punto de triunfar la Revolución en la Isla. A
30 kilómetros de Caracas, en La Guaira, lo esperaba el yate Aurora para
regresar a Cuba. Zarparon de las costas sudamericanas 12 miembros del
M-26-7, dos venezolanos y un español, capitán de la embarcación.


15
Eduardo Hernández Guayo (1916-1976): Destacado reportero cubano
y director de fotografía y del noticiero Noticuba. Fue de los primeros
periodistas cubanos que subieron a la Sierra Maestra a entrevistar a
Fidel Castro antes del triunfo revolucionario.
Entrevistas a corresponsales de guerra cubanos 19

Antes, el 6 de diciembre, un avión carguero C-46 había despegado


del aeropuerto de Maiquetía rumbo a la Sierra Maestra, con 84 cajas
con armamentos y municiones: 10 000 balas 30.06; 100 granadas de
demolición; 150 fusiles Garands; 20 ametralladoras Browing; 10 ame-
tralladoras calibre 30 de trípode, con su parque y cinta metálica.
En el Aurora también traían pertrechos de guerra para contribuir
a darle la estocada final a Batista. Con una cámara de 35 milímetros,
Ochoa grabó toda la travesía.

El barco zarpó a finales de diciembre de 1958, pero no llegaron a


tiempo a Cuba…
¡Llegamos el 2 de enero, compadre! El barco tenía tres moto-
res de combustible de 150 caballos de fuerza y tres tanques de
1 200 galones cada uno, pero tuvimos una avería en Panamá.
De ahí salimos a las islas San Andrés y después hacia Costa
Rica, donde cogimos las armas que traeríamos a Cuba. El 30 de
diciembre de 1958, cerca de las costas cubanas, nos azotó un mal
tiempo y perdimos el rumbo. Llegamos por Cienfuegos, sobre
las 3:00 a.m. del 2 de enero de 1959. Había mucha neblina. Con
ese reportaje que yo filmé en el barco, más el que Guayo grabó
en la Sierra Maestra al Comandante en Jefe Fidel Castro, él rea-
lizó el documental De la tiranía a la libertad, y lo vendió por dis-
tintos países, incluyendo a varias empresas de cine y televisión
norteamericanas.

En el propio 1959 comenzó a trabajar como camarógrafo en la Direc-


ción de Divulgación del Palacio Presidencial. Ello le permitió filmar
acontecimientos relevantes de la naciente Revolución Cubana, que
después fueron transmitidos por el Noticiero Nacional de Televisión.
Entre ellos, Ochoa recuerda la primera concentración popular efec-
tuada el 22 de marzo de 1959 en la casa de gobierno; el primer desfile
20 La guerra no espera

por el Día Internacional de los Trabajadores, en la Plaza de la Revo-


lución; la Primera Declaración de La Habana; el último discurso de
Camilo Cienfuegos el 26 de octubre de 1959…
El ataque a Playa Girón no lo cogió «fuera de base». Como quien
firma su propio epitafio, Ochoa suelta una sentencia que martilla: «El
problema mío era llegar a Girón y empezar a filmar. Si me mataban,
bueno, mala suerte».

***

Las balas le silbaban al oído en un ¡ziiiiiiiiiuuu! impertinente, pero no


lo alcanzó ni una. Otros no tuvieron la misma suerte. Ochoa frunce
el ceño y dispara las palabras, ora iracundo, ora mustio: «En Girón
grabé dos muchachos calcinados, tras un bombardeo de la aviación
enemiga en el que utilizaron napalm. Y ahí es cuando tú dices: «¡Mira
los jueputas estos qué tipo de agresión vienen a hacernos!». Antes,
el camarógrafo había perpetuado para siempre la imagen de un jeep
invasor, repleto de armas automáticas y un mercenario herido.
Parado sobre el diente de perro, filmó los tanques que avanzaban
por la playa y mojaban allí sus esteras. De un T-34 que se abría paso
entre las uvas de caleta, Fidel Castro saltó y subió a otro blindado, un
SAU-100, dotado de una pieza artillera de 100 milímetros que espetó
el proyectil directo al buque Houston.
Mientras el barco ardía en llamas, los agresores se trasladaban en
lanchas y a nado sobre las cálidas aguas de Girón.
Tras un día y medio en el frente de combate, Ochoa regresó a La
Habana. Imperioso era transmitir las nueve latas filmadas por él, de
100 pies de película cada una, las cuales equivalían a casi 23 minutos
de imágenes.
Al sur de Matanzas quedaba el rastro de la metralla: el camión
cañoneado con niños y mujeres dentro; el carbonero que se batió en el
frente, luego de que le asesinaran a sus tres hijos y esposa; aviones ene-
Entrevistas a corresponsales de guerra cubanos 21

migos B-26 derribados por la artillería cubana; morteros, ametralla-


doras calibre 50, bazucas; ambulancias que socorren, algunas de ellas
hostigadas por la aviación; los huecos de las bombas en las carreteras;
la naturaleza también herida de guerra; campesinos evacuados; más de
150 muertos y cientos de heridos; un país peleando…
Al día siguiente, en la portada del periódico Revolución, podía
leerse: «Liquidada la invasión. Aplastante derrota del enemigo».

***

Ahora, luego de más de diez años jubilado, Ochoa sigue siendo un


hombre inquieto. Mientras sostiene en sus manos la Bell & Howell de
cuerda y tres lentes, como la utilizada por él en Girón, exclama: «¡Esta
cámara no cree ni en lluvia ni en na’!». Le pasa la mano y aprieta el
obturador… Con el ¡prrrrrr! de fondo, pareciera grabar lo que expresa:
«Nosotros, los camarógrafos cubanos, tenemos tremendas imágenes de
las guerras acontecidas desde el triunfo de la Revolución».

La cámara que usted utilizó en Girón se conserva en el Museo de la


Imagen, en Santiago de Cuba…
Sí, chico. Voy a ver si me la robo y la traigo para acá.

Pero fue usted quien la entregó al museo.


Claro. En realidad, esa cámara forma parte de la historia de
la prensa de la época y para mí es un orgullo que la conserven
allí, a pesar de que nunca he ido.

Aunque sin su Bell & Howell, usted ha vuelto a Girón. ¿Cuánto ha


cambiado el lugar?
Ahora tú ves que hay pueblecitos, comunidades, actos cultu-
rales, una programación y un trabajo político-cultural hecho en
Girón que le traquetea. No se parece al de 1961. Hoy, cada mes
de abril, se recuerda la invasión, los caídos y la victoria.
22 La guerra no espera

De fondo, se escucha una emisora de radio que no preciso. En una


esquina del comedor yace, como reliquia familiar, un televisor Caribe
con la clásica pantalla botada hacia delante. A la derecha de la arma-
zón, un espejo inmenso refleja cada reconocimiento que Ochoa ahora
señala con la punta del índice, y que engalanan las paredes de la habi-
tación.
Allí, en cada rincón, está su huella como corresponsal de guerra:
«Pionero de la fotografía en el cine cubano» durante el I Festival
Nacional UNEAC de Cine (1984); Premio Festival de Nueva York
(2004) por el documental Médicos en Girón; Artista de Mérito del
Instituto Cubano de Radio y Televisión (2007); Premio Nacional de
Televisión por la Obra de la Vida (2009); Premio Caribbean Broadcas-
ting Union (2015) con el documental La verdad de la historia, sobre
los días de Girón… Pero los premios los ganó después.
Cuando llegó a La Habana, el 19 de abril de 1961, su esposa le
espetó la frase que fue la duda impenitente mientras Ochoa rodaba
imágenes en Girón: «¡Está vivo!».

¿Por qué se le suele ver con una boina verde olivo?


Fue de un muchacho que mataron en Girón, y yo la recogí
—dice, se la quita y la besa.

Y en los sueños, Ochoa… ¿nunca le aparecen escenas de Playa Girón?


Compadre, yo después de Girón descansé, porque se logró
lo que se quería: ganar la batalla.
OTROS títulos DE OCEAN SUR

EL COMPROMISO DE LOS INCONFORMES


Entrevistas a jóvenes periodistas cubanos
Liudmila Peña Herrera y Rodolfo Romero Reyes

En El compromiso de los inconformes cada conversación tras-


ciende el marco de lo personal para abordar el panorama del
periodismo de factura nacional, sus aciertos y deficiencias,
los temas pendientes y los desafíos a superar. De ahí que no
importe por qué caminos lleguemos a este libro: una vez que
nos encontremos con él, hallaremos mil razones que lo convier-
ten en necesario y entrañable.

158 páginas, 2021, ISBN: 978-1-922501-15-8


Belkis Vega con Yasser Arafat.
¿QUÉ ESTÁ BIEN EN UNA GUERRA?

Entrevista a Belkis Vega Belmonte

¿Qué está bien en una guerra?, pregunta y calla. Intenta encontrar


una respuesta sensata. Cuando salió de Cuba hacia el Líbano, a ini-
cios de septiembre de 1980, quizás ni se había formulado algo parecido.
Tenía 28 años. Cuatro décadas después de aquella contienda bélica
interminable, como reza uno de sus documentales, Belkis Vega Bel-
monte tiene los signos de interrogación frente a los ojos.
Sentada sobre un butacón rojo, la documentalista desanda sus his-
torias. Por el ventanal de cristal del apartamento entra un viento que
mueve los helechos de la sala. En una de las paredes, mirando hacia la
avenida Paseo, en su Habana natal, cuelga un retrato suyo del pintor
Alberto Carol, fechado en 1982.
De pronto, Belkis pierde la vista en la ciudad tras la vidriera y,
como si auscultara el cielo de la capital libanesa, dice: «Mi primer
contacto con la guerra en el Líbano fue el sonido: los aviones israelíes
violando el espacio aéreo de Beirut, y el ruido de las antiaéreas».
Debía acostumbrarse. La escena era cotidiana en aquella nación del
Oriente Medio, a la que había llegado luego de 25 horas de vuelo y dos
escalas intermedias.
Par de años antes, Belkis había investigado sobre los palestinos, for-
zados a vivir sin patria, sin pasaporte, dando tumbos por el mundo…
Líbano fue el refugio para ellos.
26 La guerra no espera

«¡Me puedo morir!», pensó en cuanto subió al avión.


En Cuba dejaba a sus padres y hermanos. Aún no tenía hijos. Dice
que si entonces hubiese sido madre «a lo mejor no hubiera ido».
Pronto supo, como ahora lo afirma, que «las bombas no tienen
nombre, ni las piezas de artillería tampoco, los tiros no llevan carteli-
tos de para dónde van. Muere cualquiera».

Rewind
«Yo me hice cineasta oyendo historias de personas que venían de los
campos de batalla», dice mientras parece repasar, con la memoria,
algunos de sus documentales con protagonistas de guerra, muchos de
ellos premiados a nivel nacional e internacional: España en el cora-
zón (1983); Huambo, crónica de un crimen (1984); Operación
Carlota (1985); Corresponsales de guerra (1986); Siempre, la
esperanza (1991) y Marcas bajo la piel (2002).
En algún momento de la conversación recuerda uno de los prime-
ros: Angola, una victoria cierta, a color y en formato 35 milíme-
tros. Cuando lo dirigió apenas comenzaba en los Estudios de Cine y
Televisión de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (ECITVFAR).
Había llegado allí como última opción en el año 1975. Si algo nunca
quiso hacer en la vida fue ponerse un uniforme verde olivo encima.
Hablando en plata: le aterraba. Provenía de la escuela de Diseño que
«era quizás todo lo contrario: irreverente, crítica, bastante informal».
Sin eufemismos dice que querer hacer cine hacia 1975 en Cuba era
como aspirar a cosmonauta. De pronto, la fílmica militar abrió una
convocatoria con puestos para civiles. Tomarlo o dejarlo fue, tal vez, la
decisión de su vida y hasta la razón por la que hoy sucede esta entre-
vista.
«Estuve tres noches despierta pensando si mi amor por el cine era
tan fuerte como para trabajar en una institución en la cual, pensaba,
iba a ser muy duro para mí. Al final decidí: ¡Sí, al menos lo intento!
Entrevistas a corresponsales de guerra cubanos 27

Cuando fui a informarlo me dijeron que, aunque mi plaza era de guio-


nista, me iban a dejar hacer asistencia de dirección. Muy pronto pude
dirigir, lo que en el Instituto Cubano de Arte e Industrias Cinemato-
gráficas (ICAIC) hubiera costado muchos años. ¡Increíble!».

Sin embargo, no fue por las FAR que usted cubrió la guerra en el
Líbano.
En 1978 Cuba fue sede del Festival Mundial de la Juventud
y los Estudiantes. Se consideró que el tribunal internacional «La
juventud acusa al imperialismo» era una actividad fundamen-
tal en términos políticos. Fueron muy lacerantes los testimonios
que escuché allí, entre ellos, de palestinos. Aunque la causa de
ese pueblo siempre me había sensibilizado, en el tribunal fue
mayor el sentimiento hacia su lucha. Después de eso decidí
que debía hacer algo a favor de los palestinos. Y la manera
de contribuir no era tirando tres tiros allí porque yo no era
militar, sino con una película para denunciar lo que le estaba
ocurriendo a ese pueblo en el Líbano. Los estudios de cine de
las FAR no tenían posibilidad de hacer eso.
Los Estudios Fílmicos de la Televisión comenzaron a hacer
documentales en zonas en conflicto. Yo conocía al director
Diego Rodríguez Arché,1 a quien le habían aprobado un pro-
yecto sobre Palestina. Fui a verlo para ir como asistente de él, y
estuvieron de acuerdo. Lo más difícil era lograr que las FAR me
autorizaran a viajar con un equipo de filmación hacia allá. Pedí
una reunión con el coronel Calvo, quien era jefe de Agitación
y Propaganda de la Dirección Política, a donde pertenecían los
Estudios Cinematográficos. Y me recibió.


1
Diego Rodríguez Arché: Cineasta cubano. Director de varios docu-
mentales, entre ellos El camino de la tierra, sobre la causa Palestina en
el Líbano.
28 La guerra no espera

Le dije que esa experiencia era fundamental, porque yo creía


en ello. No me pudo decir que no. Logramos el apoyo de la
Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y se hicie-
ron todas las tramitaciones con el equipo de Yasser Arafat.2
Desde ahí se aprobó la coproducción entre ellos y nosotros. Por
su parte ponían la película virgen, los archivos, el hospedaje en
el Líbano, viáticos, transporte y un traductor e intérprete. Noso-
tros poníamos el equipo: toda la posproducción y las copias del
documental se harían en Cuba, pero el rodaje lo asumieron ellos.

¿Cuál era la misión del equipo de filmación?


Nosotros considerábamos que no se iba al origen histórico
del conflicto, ni cómo y por qué se crea el Estado de Israel, ni
qué ocurre cuando la Liga de las Naciones le impone a Pales-
tina partirla en dos y crear otro país dentro de su territorio. Ello
facilitaba la expansión de Israel. Palestina había sido ocupada
por los británicos, no tenía las bases de un Estado ni un ejército
sólidos. Y para explicarlo teníamos que ir allá.
Vimos un conflicto dentro de otro: la guerra civil y la con-
tienda palestina. El Líbano era el refugio de ese pueblo, y ello le
costaba al país la agresión de Israel. No podíamos desaprove-
char entonces un documental sobre lo que estaba ocurriendo allá
adentro; en Cuba no se sabía casi nada. Para eso sí llevamos pelí-
culas nuestras. Filmamos a la vez para los dos documentales. La
coproducción se llamó El camino de la tierra y el otro lo titulamos
Líbano, la guerra interminable, sobre la contienda civil libanesa.


2
Yasser Arafat (1929-2004): Fue un político y líder palestino. Primer
presidente de la Autoridad Nacional Palestina. Dedicó la mayor parte
de su tiempo a dirigir la lucha nacional de ese pueblo para exigir su
derecho a la autodeterminación. Premio Nobel de la Paz (1994).
Entrevistas a corresponsales de guerra cubanos 29

¿Cómo era la correlación de fuerzas en el país?


La izquierda libanesa estaba al sur, junto a los palestinos,
enfrentando al comandante Saad Haddad —un asesino—3 y a
Israel. Al norte del país se ubicaba la derecha. En cuanto a Siria,
era una nación en paz en aquel momento, pero la Liga Árabe4 le
dio el mandato de mantener en el Líbano a las Fuerzas Árabes
de Disuasión.5 Constituían una fuerza vigilante.

Así, Belkis cuenta que, si bien había investigado la guerra a la cual


se sometía por voluntad, la realidad siempre lo supera todo. No hay
remedio.

Líbano adentro
Recogió la ropa y la puso en la maleta. Dentro del equipaje guardó
una carta a la familia; afuera, de puño y letra, una nota en la que pidió
entregaran sus pertenencias a sus padres en Cuba… si no volvía.
«Es la única vez que he hecho eso en mi vida», comenta al recordar
su salida de Beirut hacia el sur del Líbano para poner micrófonos y
cámara frente al enemigo.


3
Saad Haddad (1936-1984): Militar libanés. Fundador y líder del Ejér-
cito del Sur del Líbano. Recibió el apoyo de Israel en la lucha contra
Palestina. De Tel Aviv recibió armas y equipos para masacrar a los
palestinos en el Líbano.

4
Liga Árabe: Principal organización política-económica que agrupa a
los Estados árabes. Fundada en 1945, la organización ha sido la princi-
pal voz de los países árabes ante organismos como la ONU, el Fondo
Monetario Internacional, la Unión Europea y la Unión Africana.

5
Fuerzas Árabes de Disuasión (FAD): Formada en 1976 tras la celebra-
ción de las cumbres árabes de Riad y El Cairo. La FAD tenía como
misión inicial restablecer la seguridad en el Líbano, tras la guerra civil
en ese país. Estaban integradas por soldados sirios, saudíes, sudane-
ses, suryemeníes y de los Emiratos Árabes Unidos. Concluyó el man-
dato en 1982.
30 La guerra no espera

«Saad Haddad había cortado a dos soldados de las Naciones Uni-


das por la mitad y tenía declarado el sur del país como República del
Líbano Libre. Cuando llegamos a hacerle la entrevista, nos tuvieron
prisioneros en un centro de información israelí. Para mí, nos montó
un teatro de miedo. A varios de nuestros compañeros los pincharon
con bayonetas; recuerdo que se lo hicieron a Leonel Nodal,6 de Prensa
Latina, porque decían que era palestino».

¿Por qué se arriesgaron a hacer esa entrevista?


Porque Cuba siempre filmaba de un lado. Nunca grabába-
mos al enemigo. Los corresponsales cubanos no somos neutra-
les y todo el mundo lo sabe, si bien no somos los únicos. Eso
implica un peligro plus. En el Líbano tratamos de hacernos los
neutrales. Pensábamos que era fundamental filmar al adversa-
rio, y nos autorizaron.
Ese monstruo debía estar en la película para poder hacer un
montaje entre lo dicho por él y la realidad de los bombardeos a
los campamentos, los niños muertos... Nos dijo que los palesti-
nos se tenían que ir del Líbano, y nosotros le preguntamos: ¿Para
dónde van si no tienen país?; nos respondió que no le importaba.
En aquel encuentro Saad Haddad asumió una postura muy
irónica…
Toda la entrevista fue irónica, él estaba divertido. Se hizo el
gracioso y nos hizo chistes y todo. Nos decía: ¿Ustedes pensa-
ron que podían regresar?, y reía.

No es lo mismo morir por una bomba, que estar en las manos de un


asesino como Saad Haddad, quien puede hacer contigo lo que le dé la


6
Leonel Nodal: Periodista cubano. Fue analista internacional del perió-
dico Juventud Rebelde. Corresponsal de guerra en el Líbano por la
agencia Prensa Latina.
Entrevistas a corresponsales de guerra cubanos 31

gana, se dijo antes de ir a la entrevista, pero fue solo un pensamiento.


De vuelta al hotel, ubicado en una zona llamada Hamra, en la capital
libanesa, a Belkis se le derrumbó la pesadilla.
«Sentí mucha tranquilidad, fue una paz así como quien dice:
¡libré!», suspira en un alivio que anestesia al miedo. Nunca fue tan
placentero abrir la maleta y botar los papeles al cesto, hojas de despe-
dida que nadie quiere escribir ni leer jamás.
«Necesito que alguien me abrace y me diga: Tranquila, ya pasó,
¡sobrevivimos!», pensó, y dio una vuelta por la cocina del hotel, para
enseñarle a los árabes la sazón de la comida cubana.

Como el título de uno de sus documentales… ¿qué «marcas bajo la


piel» le dejó esa experiencia con Saad Haddad?
Me dejó una marca para siempre. Cuando tú piensas que
la muerte puede estar ahí, haces una revalorización de la vida,
tratas de salvar lo mejor del ser humano. Por eso, intentar uni-
versalizar experiencias como crecimientos humanos ha estado
presente en muchos de mis documentales.

En el otro bando de la guerra en el Líbano, el entrevistado era Yasser


Arafat, el líder de la Organización para la Liberación de Palestina
(OLP). Catorce años más tarde del encuentro de Belkis Vega y el
equipo de filmación cubano, Arafat recibió el Premio Nobel de la Paz,
en 1994.
Como personajes antagónicos en el frente de combate, el diálogo
con Saad Haddad suscitó el miedo y tuvo como locación un espacio
al aire libre cerca de Israel; mientras la entrevista con Arafat generó
«calidez y cercanía» a tres pisos bajo tierra, afirma Belkis.
Como veteranos topos, los palestinos construyeron fábricas de con-
servas, laboratorios de cine, y almacenaban armamentos y uniformes
en el subsuelo. En la hondura de la superficie libanesa fueron armando
32 La guerra no espera

su casa, y la tierra parecía hacer, ella misma, un acto grandilocuente


de geofagia para ayudarlos. Israel les había arrancado su patria como
se extirpa la raíz de un árbol.

***

Bajo los cimientos del Castillo de Beaufort —sobre una de las cordi-
lleras más elevadas de la región sureña de Nabatiyeh— los palestinos
defendían las ruinas de la fortificación de cualquier ataque israelí o del
comandante Saad Haddad y el Ejército del Sur del Líbano. Hasta los
alrededores del lugar llegó Belkis con el resto de la tropa de cine, acom-
pañados por una persona del equipo político de Arafat y un traductor.
A los pies del medieval fortín zigzagueaba el río Litani. Muy cerca
de allí se habían asentado los israelíes dos años antes, en 1978, en su
impertinente hostigamiento contra Palestina.

El castillo era un vestigio de lo que fue antes, sin embargo, los palesti-
nos seguían allí. ¿Por qué?
Beaufort tenía un significado histórico y simbólico para los
palestinos. Era un sitio con un valor sentimental: desde allí bajó
Saladino7 a recuperar Jerusalén de los Cruzados.8 Aunque en
ruinas, estaba soterrado dos pisos o más. Los tuvieron que sacar
con gases. En una ocasión empezamos a darle vueltas al castillo
a ver desde dónde podíamos filmar, y nos sorprendió un ataque
israelí. ¡Allí me di cuenta que un bombardeo de aviación es del
carajo!


7
Saladino (1137-1193): Gobernante islámico y sultán de Egipto y Siria.
También dominó los territorios de Palestina, Mesopotamia, Yemen,
Libia. Defensor del Islam que combatió a los cristianos cruzados.

8
Cruzados: Cristianos que se dedicaban a hacer cruzadas, una serie de
guerras religiosas impulsadas por la Iglesia Católica durante la Edad
Media. Estas campañas militares tenían como objetivo recuperar la
región del cercano Oriente —tierra santa— para la cristianidad.
Entrevistas a corresponsales de guerra cubanos 33

Pero, paradójicamente, una película de guerra lo precisa. Belkis lo supo


y lo vivió en otra escena grabada desde un campamento palestino en
algún rincón del Líbano. La noche que ella pasó allí, con la libreta de
anillas cual diario de rodaje en mano, los aviones israelíes asediaron el
lugar, como si llevaran la saña en lo más profundo de su ser.
Cuenta que el hostigamiento era casi todas las noches: «Los hom-
bres se ubicaban en las antiaéreas para proteger al campamento y
las mujeres y los niños iban hacia los refugios; es muy triste decirlo,
pero la película necesitaba un bombardeo, si no lo filmo no lo puedo
denunciar».
La escena le recordó el ataque a otro campamento palestino: masa-
cre de Tal Al Zaatar9. «La derecha libanesa entró y asesinó a montones
de gente, abrió vientres de mujeres embarazadas… hizo horrores. Yo
conocí esa historia cuando filmamos en el orfanato con niños sobrevi-
vientes a aquello», añade con un dolor maternal.
Belkis hace un alto en la conversación para recordar y continúa:
«Unos libaneses nos dijeron que los palestinos siempre hablaban de Tal
Al Zaatar, pero callaban sobre Damour. Este último era un barrio de
la alta burguesía del país, la cual estaba afiliada a la derecha, que atacó
el campamento. Sobrevivientes de Tal Al Zaatar tomaron Damour y
pasaron por arma blanca a muchos de los pobladores allí, lo cual es
terrible. Pero cuando a tu hijo le aplastaron el cráneo, a tu hermana le
abrieron la barriga y a tu hermano lo arrastraron con alambre de púa,
tú haces cualquier cosa».
Mueve el pie derecho sobre el suelo, como quien cuenta los segun-
dos, cuando pregunta:
«¿Está bien? Claro que no, pero… ¿qué está bien en una guerra?».


9
Tal Al Zaatar: Masacre ocurrida el 12 de agosto de 1976 durante la
Guerra Civil Libanesa. Fue un asedio a los campos de refugiados
palestinos al norte de Beirut, Líbano, dirigido por la derecha libanesa.
34 La guerra no espera

***

—¡Rodandoooo! —se escuchó una voz desde el orfanato.


Caminó hacia ella una niña. El rostro de la pequeña de cuatro años
se le pareció al suyo cuando tenía la misma edad. «Esa carita todavía la
llevo conmigo», cuenta como si le hablara. La orfandad de la guerra es
tan lacerante como las vidas perdidas.
«Intenté adoptarla, pero los palestinos no permiten hacerlo porque
es una manera de defender su identidad», comenta y los ojos se le tor-
nan mustios.

***

Mientras revisa mentalmente su archivo fílmico, Belkis cuenta ahora


otro de los parajes de la guerra en el Líbano:

TOMA 1:
Una de mis tareas como segunda del grupo era obtener todo el
material de archivo. No había transporte público, sino como…
los boteros de La Habana, que tú le dices: ¿vas por San Lázaro,
coges por Neptuno? En una parte de Beirut estaba, en los bajos
de un edificio, la Agencia Palestina de Noticias y, en la primera
planta, el Instituto Palestino de Cine. Allí me encontraba.

TOMA 2:
Terminé de revisar los materiales y empecé a parar carros:
¿Hamra, Hamra? Ninguno paraba. Entonces le pregunté a uno
de los taxistas qué pasaba allí, y me dice: Hamra… ¡boom, boom,
boom! Regresé al edificio y me informaron que había una guerra
de artillería cerca del hotel.
Entrevistas a corresponsales de guerra cubanos 35

TOMA 3:
Finalmente llegué a donde estaban mis compañeros. En el com-
bate habían reventado la discoteca del hotel, ubicada en la otra
calle. Vi dos tipos armados sentados en la esquina. Esa misma
noche la embajada cubana tenía una fiesta porque al otro día
regresaban dos custodios, y fuimos para allá, agachándonos por
las entrecalles. Por supuesto, no pudimos regresar al hotel por-
que lo que se armó en la madrugada fue…

TOMA 4:
Después, filmamos el entierro de las víctimas de ese combate de
artillería. Hay una imagen de la madre de uno de los muertos,
que se araña toda la cara, dejándose la marca en un gesto de
desesperación tremendo para poder enfrentar el dolor.

***

En el otro extremo de la capital se alzaban elegantísimos hoteles de


lujo, como si nada pasara. Beirut Este y Beirut Oeste: dos mundos
paralelos en una misma ciudad.
«Queríamos hacer el gran contraste de aquellos hoteles cinco
estrellas espectaculares, con piscinas en cascadas, conciertos. Había
una altísima burguesía libanesa con muchísimo dinero, carros que yo
nada más había visto en películas, tiendas con vestidos de 500 dóla-
res... Nunca me imaginé encontrarme eso. Era un país en guerra, pero
podías ir a un show de Dalila, una cantante de la época, reconocida a
nivel universal.
»¡Tú te puedes imaginar cuánto costaba filmar a Dalila allí, en
un Sheraton! Y nosotros no teníamos dinero de producción. ¡Fuimos
para Beirut sin un cen-ta-vo! Pero cada uno de estos lugares tenía un
grupo armado, de los involucrados en el conflicto, que los protegían.
En ese hotel estaba el Frente Popular para la Liberación de Palestina
36 La guerra no espera

(FPLP)10, y ellos nos autorizaron a filmar. Pusimos nuestras cámaras


de cine y cuando Dalila salió y las vio, paró el espectáculo. Entonces
le dijeron que, si quería estar protegida, tenía que dejarse grabar. Nos
dio tres minutos, pero filmamos como seis. Eso nos permitió hacer el
montaje paralelo con el cual comienza la película».
Belkis recoge las tazas de café y se dirige a la cocina. Desde allí
afirma: «¡El Líbano era el país de las grandísimas contradicciones!».

De vuelta
Cuando Israel invadió nuevamente en 1982, ella había finalizado sus
dos documentales en el país de los cedros: El camino de la tierra y
Líbano, la guerra interminable, ambos a color y en formato cine
16 milímetros. En Cuba, Belkis supo del ataque. Quiso volver, porque
hay noticias que estremecen como las bombas, pero no autorizaron al
equipo de rodaje.
Las tropas israelíes llegaron hasta un orfanato, el mismo de los
niños de Tal Al Zaatar. «Quizás los asesinaron», pensó, pero cono-
ció luego que los pequeños estaban a salvo. El régimen de Tel Aviv
hizo del Líbano y los palestinos refugiados, el laboratorio perfecto para
ensayar su armamento.
«Yo sigo sangrando por esa herida. El Líbano ha logrado normali-
zarse, pero los palestinos no. Y yo no le veo un final».

¿No tuvo miedo?


No quería morir… ni que me partieran un dedito. ¡Claro que
tenía miedo! Yo nunca me he creído superwoman.


10
Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP): Fundado en
diciembre de 1967 con el objetivo de defender los derechos de los
palestinos oprimidos por la ocupación de Israel y alcanzar la libera-
ción de su patria.
Entrevistas a corresponsales de guerra cubanos 37

¿Cuánto representa para una periodista sobreponerse a eso en medio


de la guerra?
Es esencial, porque el miedo en este caso refleja la necesi-
dad de sobrevivir. Para nuestro trabajo el miedo no puede tener
nunca un efecto paralizante.

¿Cree que la mujer tiene otra visión de la guerra a la del hombre?


La mayor parte de las películas realizadas por hombres van
más a la heroicidad, a la épica del combate; y las hechas por
mujeres tratan de buscar el ser humano detrás de eso. No creo
que tenga tanto que ver con el sexo como con la construcción de
la guerra.

Ahora, en la sala del apartamento, Belkis pregunta: «¿Qué está bien


en una guerra?». Calla. Mientras tanto vuelve a rescatar, desde algún
escondrijo del corazón, la imagen de la niña del orfanato, de la que
nunca supo nada más.
Roger Ricardo en Nicaragua.
LA GUERRA ES UN SUSTO

Entrevista a Roger Ricardo Luis

Varios años después, en un avión con destino a la guerra, Roger


Ricardo recordó lo que le dijo su padre a los 13 años de edad, cuando
dejaba su natal Holguín para irse becado a La Habana: «¿Usted se
montó en el caballo?, pues ahora dele pa’lante y no se atreva a bajar».
Antes de subir al IL-18 de Cubana de Aviación rumbo a Nicara-
gua, le dio el último beso a Iraida y la pequeña Patricia. Se agachó a la
altura de su hija de nueve años y le dijo: «Voy a estar un tiempo lejos,
tú verás que vuelvo pronto». Abrazó a la esposa, como solía hacerlo
en aquellas puestas de sol que disfrutaban juntos en la playa de Santa
María, y abordó la aeronave un día de agosto de 1986.
«Sentí el fantasma de la separación con la posibilidad de no regre-
sar, pues como corresponsal allí tenía la guerra como un destino
seguro». Para el joven reportero la ida para el país centroamericano
devenía compromiso. «Mi generación es raigalmente guevariana,
teníamos muy cerca en el tiempo la epopeya del Che y mirábamos su
ejemplo con absoluta convicción». Amigos y familiares ya lo habían
antecedido en Angola y Etiopía, y otros menos jóvenes combatieron en
la limpia del Escambray y estuvieron movilizados cuando la Crisis de
Octubre.
«Luego, la Revolución Sandinista no fue para mí una estación de
paso, una casualidad, sino un destino previsto entre las opciones que
40 La guerra no espera

ya estaban presentes en el mapa geopolítico de la época y, además, tuve


la gran oportunidad de hacer mi primera misión internacionalista
ejerciendo mi trabajo de reportero y sentir con absoluta modestia que
seguía los pasos de Pablo de la Torriente Brau, a quien le debo, desde la
adolescencia, mi vocación por el periodismo».
Con todos esos pensamientos, Roger abordó en la madrugada el
vuelo con destino a Managua: «Es muy fuerte ese instante cuando
uno entra al salón de última espera, se hace inminente el abordaje de
la aeronave, y observas a través del cristal a los tuyos diciéndote un
adiós que por momentos sientes que puede ser definitivo. Solo cuando
el avión levanta el vuelo y el país se te va haciendo chiquitico hasta
desaparecer bajo las nubes, te dices: ¡Me voy, pero me llevo a mis seres
queridos conmigo!».
Roger divisó los primeros claros de luz a 24 000 pies de altura,
mientras atravesaba el Caribe. «Había vuelos casi todos los días hacia
Managua. Fue un viaje de poco más de dos horas, donde iban compa-
ñeros de la colaboración civil y militar, diplomáticos, nicaragüenses y
¡hasta un cargamento de huevos!».
Por un problema de seguridad, las aeronaves cubanas tenían que
subir a una altitud donde no las pudieran alcanzar las armas de la
contrarrevolución. «Siempre se especuló que en cualquier momento los
contras podían disponer de cohetes antiaéreos portátiles suministrados
por Estados Unidos. Hasta llegaron a decir que derribarían un avión
lleno de comunistas. Por eso, los pilotos de Cubana se mantenían a
una altura donde estuvieran fuera del alcance efectivo de cualquier
proyectil enemigo y, al sobrevolar Managua, describían una espiral
descendente sobre la ciudad donde sí era posible la protección hasta
tocar la pista del aeropuerto internacional Augusto César Sandino».
Tras su arribo a la capital nicaragüense, se hospedó en el hotelito
de Los Robles, gerenciado por Cubatécnica, empresa encargada de
servicios de la Isla en el país centroamericano. Allí tenía su «cuartel
Entrevistas a corresponsales de guerra cubanos 41

general» el grupo de prensa integrado por colegas de la televisión,


Radio Rebelde, Radio Habana Cuba, Juventud Rebelde y
Granma, y él como jefe del equipo.
Cuenta que a su llegada, observó un grupo de niños escarbando
tenazmente en los tanques de desechos ubicados frente a la instalación.
«Empezaron a tomar de la basura las latas de leche condensada con
las cuales habían preparado el desayuno al personal cubano llegado
antes. Le pasaban los dedos y se los chupaban con desesperación. ¡Fue
como un terremoto en mi conciencia! Era mi primer choque, en vivo
y directo, con la miseria. Después vi cosas peores allí y en otros paí-
ses, pero esa imagen me acompaña como si la estuviera viendo ahora
mismo».
El periodista recién llegado pulsó rápidamente la vida de la capi-
tal nica, con su lago como espejo gigante y las ruinas del terremoto
de 1972 que coronaban aún el centro de la ciudad como recuerdo y
advertencia. «Managua era una mujer alegre y soñadora. La urbe
parecía disfrutar la paz, como si la guerra se librara en el otro extremo
del mundo y no a unos 30 kilómetros camino a Matagalpa».
«Claro, Managua no era París, pero allí cantaban, bailaban, juga-
ban pelota; las calles y los mercados estaban llenos de público; se sen-
tían los aromas de los platos hechos a base de maíz; las fiestas patrias,
revolucionarias y religiosas eran multitudinarias, y hasta por las
noches se tiraban fuegos artificiales; los cines, salones de fiestas y dis-
cotecas estaban repletos. Mucha gente joven, con la sonrisa a flor de
labios, proclamando, tal vez, la divisa existencial de esos tiempos: ¡La
vida es hoy! Pero al mismo tiempo, uno percibía la atmósfera bélica
porque había gente con fusiles al hombro, vestidas de camuflaje, muje-
res de luto, los lamentos apagados y sentidos de los funerales de los
caídos, los rezos por ellos y las historias de los combates estaban en los
medios de comunicación».
42 La guerra no espera

En las zonas de guerra —o lo que es lo mismo, en la mitad del


país— las personas trataban de hacer una vida lo más normal posible
durante el día. No siempre con éxito, pues por momentos era posible
percibir una mezcla de angustia y tensión en la mayoría de los rostros.
Apenas anochecía, la oscuridad parecía tragarse toda la selva.
«Al caer la tarde, por ejemplo, la gente se recogía en sus hogares
a cal y canto. Daban la impresión de ser pueblos muertos. Y cuando
los perros ladraban a medianoche, se producía un sobresalto colectivo
y silencioso. Todo el mundo se erizaba. Se vivía con la posibilidad
muchas veces comprobada de un ataque de los contras».

***

Roger aprendió en la práctica que la guerra como continuidad de polí-


tica no se «cocinaba» solo en la capital. Había que ir a su verdadero
epicentro: «La vida profesional con demasiada rapidez me corroboró
una regla de oro para comprender y trabajar una situación tan compleja
como esa: si me quedo en Managua, aunque sea el centro político neu-
rálgico del conflicto, solo tendría una parte de la información. Entonces
había que ir a la guerra para tocarla con las manos. De ello dependía la
mayor objetividad posible en mis despachos periodísticos y la informa-
ción de primera mano a la que no llega ni el más avezado diplomático».

¿Cómo se desarrollaron las relaciones con las fuentes de información


militares?
Si obtener fuentes de información confiables y estables en
tiempos de paz es una construcción de tiempo y paciencia, en
tiempos de guerra es lo mismo, pero con olor a pólvora.
La dirección sandinista tenía cabal compresión del papel
de la comunicación en el conflicto y por extensión el Ejército
Popular Sandinista (EPS). La victoria vietnamita sobre los yan-
quis había dejado importantes enseñanzas en ese campo y el
Entrevistas a corresponsales de guerra cubanos 43

Síndrome de Vietnam estaba muy a flor de piel todavía en la


opinión pública estadounidense, en los altos mandos castrenses
y la cúpula política del imperio.
Es así como los nicas se mostraron hábiles en el manejo de la
prensa, en especial la extranjera y dentro de esta, la de Estados
Unidos. De ahí su interés por brindar todas las facilidades posi-
bles a los corresponsales nacionales y foráneos en materia infor-
mativa mediante boletines, conferencias de prensa, entrevistas
exclusivas, organizando viajes a las zonas de guerra, coordi-
nando peticiones para enrolarse en expediciones militares o
facilitando el permiso a quienes se aventuraban a adentrarse
por su cuenta y riesgo en «tierra caliente».
La institución militar se encargaba de organizar expedicio-
nes a las zonas de guerra, casi siempre de un día, donde pre-
valecía el interés por denunciar los desmanes de los contras o
hacer una demostración de fuerza. Sus organizadores, en honor
a la verdad, tomaban todas las medidas posibles de seguridad;
pero, aun así, muchos de nosotros sabíamos que se corría el
riesgo de caer en una mina no descubierta por los zapadores
del EPS, ser blanco de un furtivo francotirador, de un ataque
comando y hasta de secuestro, pues en la guerra, como se dice,
nada está escrito de antemano.
El EPS y la Cancillería se encargaban de tener a la prensa en
jaque permanente, pues el desarrollo del conflicto bélico mar-
caba el rumbo de nuestras agendas de trabajo. Se podía estar
una madrugada entera esperando una información de última
hora en la Casa de Gobierno y de ahí partir, con el amanecer,
en helicópteros hacia una comunidad campesina remota donde
los contras habían ejecutado una matanza, regresar en la tarde a
Managua y partir para una conferencia de prensa para informar
de las gestiones del Canciller en Naciones Unidas. A la mañana
44 La guerra no espera

siguiente, ir para el aeropuerto porque llegaba un equipo de


embajadores del Grupo de Contadora (después se denominó
Grupo de Río), entidad de gobiernos latinoamericanos interesa-
dos en gestionar un acuerdo de paz.

Usted afirma que los sandinistas tenían un gran sentido del espectáculo
político…
Hay un caso muy famoso, el de Eugene Hassenfus,1 piloto
norteamericano que volaba el primer avión que derribaron los
sandinistas. Fue una prueba fehaciente de la presencia de Esta-
dos Unidos en la guerra, pues el gringo tenía la misión de abas-
tecer militarmente a la contra.
Al prisionero lo tuvieron guardadito unos días. Citaron
a toda la prensa nacional y extranjera en el sitio donde había
caído la aeronave y mostraron al grandulón americano con las
manos atadas y escoltado por unos pocos sandinistas, con sus
AKM en ristre. La puesta en escena era similar a la que años
atrás hicieron los vietnamitas con un piloto de combate yan-
qui capturado en los arrozales del país indochino tras derri-
bar su caza de combate. Aquella instantánea le dio la vuelta al
mundo. Y con la de Hassenfus pasó lo mismo, recordándoles
a los yanquis que la historia de Vietnam podía repetírsele en
Nicaragua.

Por aquellos tiempos, el país se convirtió en un foco de atención mun-


dial por la escalada de tensiones entre el gobierno sandinista y la Casa
Blanca y la presencia de corresponsales y enviados especiales creció


1
Eugene Hassenfus: Fue el prisionero de guerra más importante en
Nicaragua durante la guerra de los años ochenta. Volaba el avión
DC-3 con pertrechos de guerra para la contra.
Entrevistas a corresponsales de guerra cubanos 45

notablemente. Roger recuerda que hubo un momento en que coincidie-


ron más de 300 periodistas en Managua.
Pero los primeros en asentarse de manera permanente fue-
ron las grandes cadenas de televisión norteamericana, pues
como decían sus representantes, ellos querían estar en territorio
nicaragüense antes de que desembarcaran sus marines. Motivos
tenían, pues cuando la invasión a Granada, en 1983, los milita-
res los dejaron fuera del juego. Pero esa arribazón de informa-
dores americanos ya era de por sí una señal de alarma de lo que
podría pasar en cualquier momento.

¿Cómo eran las relaciones entre un grupo tan numeroso con disímiles
intereses, lenguas diferentes, personalidades?
Un funcionario de la Cancillería nos llamaba la «tropa loca».
En términos generales prevaleció entre todos los corresponsales
una relación profesional, en ocasiones de ayuda mutua, pues en
materia de información nadie tiene la llave del candado. En ese
policromático conglomerado había periodistas con un sentido
muy acendrado de la profesión, por suerte, la gran mayoría. De
su actuar aprendí mucho. Al llegar a Nicaragua, me enfrenté a
un ejercicio periodístico muy diferente al que se hacía en Cuba,
lo que constituyó, desde el primer día, reto y aprendizaje a mar-
cha forzada.
También había colegas que estaban allí para reportar la lle-
gada de los marines, mientras algunos hacían sus reportes en
un refrigerado bar y mandaban a sus redacciones refritos de lo
que decían los medios locales y lo que sacaban del cotilleo con
otros colegas y funcionarios invitados a comer o a darse unos
cuantos palos de ron. Pero en honor a la verdad, pocos se enro-
laban en los operativos. Ellos mismos decían que eran «alérgi-
cos a las balas».
46 La guerra no espera

La oposición interna era también un objetivo informativo. Roger tiene


el criterio que los partidos políticos tradicionales no pasaban de ser un
circo, pero la cúpula de la iglesia católica sí se las traía.
Siempre recuerdo al cardenal Miguel Ovando y Bravo. Sus
homilías dominicales, camufladas con las palabras de la fe cris-
tiana, eran verdaderos comunicados subversivos. En Nicaragua,
a mi juicio, no había ningún liderazgo político antisandinista de
la estatura e influencia de ese cura en una población eminente-
mente católica. A las misas acudían casi todos los corresponsa-
les extranjeros, pues allí se sabía, entre otras cosas, por dónde
irían los tiros…
Anticomunista furibundo y por extensión anticubano.
recuerdo que en una oportunidad, mi colega Antonio Gómez
(El Loquillo), se acercó al obispo con su cámara de televisión
y Monseñor no pudo contener la ira, interrumpió su liturgia y
dijo a sus feligreses: ¡Tenemos aquí enviados del Diablo!.

En la práctica, ¿cómo era la dinámica de ir a las zonas de conflicto?


Por lo general, los corresponsales hacían la solicitud a la
oficina de Relaciones Públicas del EPS. Cuando se salía en un
operativo con los Batallones de Lucha Irregular (BLI), se sabía
casi de sorpresa el día de partida. Daban una fecha estimada de
regreso que, como regla, era la primera baja por razones obvias.
Ellos, por ejemplo, calculaban de una semana a diez días, pero
podían alargarse hasta 45 días. Un corresponsal no se podía ale-
jar de Managua por tanto tiempo por razones de fuerza mayor,
a no ser que fuera de una revista o tuviera interés muy especial
el medio para el cual trabajaba.
Por otro lado, las acciones combativas se daban sobre la
marcha. Parafraseando la canción de Adalberto Álvarez, el
escenario era a lo «yo te embosco y tú me emboscas, ¡a bailar
Entrevistas a corresponsales de guerra cubanos 47

el toca-toca!». Solían ser operaciones tácticas para cercar, tomar


posiciones, poner fuera de combate a fuerzas de tarea enemi-
gas, perseguir y aniquilar a las bandas que cometían crímenes
con la población civil, acciones de protección de la frontera
norte, por ejemplo. Se basaban en golpes sorpresivos, relám-
pagos, en escenarios complejos por desarrollarse en selvas y
regiones montañosas muy inhóspitas. Como se puede advertir,
se trataba de una guerra eminentemente irregular con mucho
movimiento y actividad.

Se dice que en Nicaragua, Estados Unidos aplicó el concepto de guerra


de baja intensidad. ¿En qué consistió?
Nicaragua desde siempre fue un país agrícola y su renglón
exportable más importante era el café. La guerra se desarrolló
en las zonas cafeteras que quedaron en ruinas; asimismo, hubo
desplazamientos forzosos de población campesina, imperó el
terror en algunos sitios. Por demás, el resto de la endeble eco-
nomía nacional se vio paralizada por la guerra, le aplicaron
un bloqueo. Comenzó el desabastecimiento, se acrecentaron
las dificultades en los servicios básicos públicos, la cifra de los
muertos creció.
El objetivo de Estados Unidos era mostrar al gobierno san-
dinista ante su pueblo como un «estado fallido», como suelen
decir ellos ahora. Bajo esta concepción no había que arrasar con
bombardeos ni enviar miles de marines —aunque estuvieron
dispuestos y preparados para invadir a Nicaragua—, sino des-
gastar, estrangular a todo un pueblo día a día, hasta que el san-
dinismo dejara de ser una opción positiva.
48 La guerra no espera

Roger recuerda la primera vez que participó en un combate y vio morir a


un cachorro de Sandino.2 La avanzada de exploración palpaba el terreno,
pero el factor sorpresa comporta siempre una ventaja del enemigo.
«Cuando se desató el tiroteo, lo primero que hice fue tirarme al
suelo, busqué de dónde venían las balas y una posición para prote-
germe y disparar. De pronto, vi a un cachorro que me recordó a uno
de mis hermanos menores, que puso rodilla en tierra y empezó ¡rata-
tatáaa! y, con el influjo de su ejemplo, mi AKM también cantó bonito.
¡Si te dejas ganar por el miedo, te cagas! Siempre recuerdo a mi abuelo
Justo que cuando niño me decía sentencioso: ¡Al miedo hay que irle
pa´rriba, coño!».
Tras una hora de fuego cruzado, desapareció el silbido incesante
de las balas y, con ello, sobrevino el silencio de la noche. La tropa
sandinista acampó, aunque Roger poco pudo dormir por la incomodi-
dad del cuerpo sobre el manojo de hojas frías, piedras y raíces de árbo-
les en el irregular terreno. Vigilaba constantemente cualquier asomo
de serpientes. Con el alba, siguió la avanzada por la lúgubre zona de
guerra.
Para andar por los montes, Roger cargaba un fusil AKM-47 y ves-
tía el uniforme del EPS: «Fui a Nicaragua convencido de qué lado yo
iba a reportar y las vivencias de cada día me la reafirmaron. No padecía
de la ortodoxia de la imparcialidad que llevó a muchos colegas de otros
países a enrolarse en un operativo vestidos de civil, sin armas, con cha-
lecos con rótulos que casi gritaban: ¡Prensa. No disparen! Como si las
balas supieran leer...».


2
Cachorros de Sandino: Nombre con el cual se conocía a los soldados
del Servicio Militar Patriótico, estrategia del gobierno del Frente San-
dinista de Liberación Nacional (FSLN) entre 1983 y 1990, para hacerle
frente a las guerrillas antisandinistas (los contras) en la región norte,
centro y Atlántico de Nicaragua.
Entrevistas a corresponsales de guerra cubanos 49

¿Cómo era la comunicación con La Habana?


En aquellos tiempos ni en ciencia ficción aparecía Internet.
La información se despachaba por el teletipo o se dictaba por
teléfono a la redacción central con un grado de dificultad pare-
cido a un combate: ¡No te oigo! Ese pitico de mierda no me
deja escucharte ¡Repite! ¡Llama más tarde, coño! Otra vía muy
socorrida era el envío de los materiales, especialmente los rollos
fotográficos, con algún compañero que retornara a Cuba y coor-
dinar que fueran del periódico a buscarlo al aeropuerto. Uno no
estaba tranquilo hasta que al día siguiente o más allá me confir-
maban la recepción. Cualquiera puede pensar ahora hasta en
una escena del medioevo, pero finalmente las cosas funciona-
ban. Todo era un asunto de cogerle el tumba’o, como decimos
los cubanos. Las cosas se complicaban si mi jefe, Juan Marrero,
me llamaba para pedir algo especial, siempre solicitado para
«ayer». Otro tanto cuando pedía aguantar el cierre porque tenía
una información muy importante que se debía publicar sin falta
y solo de pensar en las comunicaciones hacía que me comiera
las uñas y hasta los dedos… Eso solo le pasa a los periodistas,
claro».

En la vida de campaña, ¿cómo se las arreglaba un periodista?


Como un soldado más, pero con la desventaja de no estar
fogueado como los jóvenes, casi niños guerreros, con los que
tuve el privilegio de compartir esas travesías, y por quienes
siempre tuve una extraordinaria admiración.
Me eché a la espalda una mochila en la cual cargaba 600
balas, las raciones de alimentos, el nylon para protegerme de
la lluvia, la hamaca, una frazada, abrigo, toalla, una muda de
ropa, cantimplora de reserva (con ron) y una libretica de notas
donde muy poco anoté, pues solía grabarlo todo en mi cabeza.
50 La guerra no espera

Llevaba una pechera con tres cargadores para el AKM con


culata plegable, dos o tres granadas, otra cantimplora con agua
colgada a la cintura y calzaba unas botas soviéticas, las cuales,
hasta que no me acostumbré, las sentía como par de anclas. Ah,
y el sombrerito de tela distintivo de las tropas sandinistas.

Del módulo de alimentos de campaña inicial que les daban, Roger no


olvida unas galletas soviéticas, tan duras como si estuvieran conser-
vadas desde la Gran Guerra Patria. La mochila de guerra también
soportaba el peso adicional de minidosis de leche condensada, carne
prensada, chocolate y una cuota de pinolillo que era, para los nicara-
güenses, una bebida dulce tradicional que Roger no podía ni oler.
Todo el mundo estaba claro de que en la marcha la comida
caliente era una ilusión. Cuando se acababa el módulo, venía la
alimentación de supervivencia hasta llegar al punto de abaste-
cimiento previsto en el itinerario que, por razones de la propia
guerra, a veces no era posible montar o llegar a él. Por suerte,
conmigo iba una botella plástica con miel de abeja que llegué
a administrar casi con un gotero. Fue una costumbre adquirida
desde los tiempos de las escuelas en el campo.

En su libro Guerra adentro, en proceso de edición por la Editora


Verde Olivo, usted habla de una situación con los monos.
Recuerdo que los simios a lo largo de determinadas trayec-
torias chillaban de lo lindo y nos tiraban ramas, frutos desde
la fronda de los árboles donde se escondían. Ciertamente se
ponían pesaos. En una balacera murió un monito y la madre
persiguió a la tropa gritando con su cría moribunda cargada.
Óigame, ¡aquella mona lloraba con un desconsuelo terrible!.
Entrevistas a corresponsales de guerra cubanos 51

El agua…
Para bañarse, casi siempre cuando llovía; por suerte, los
aguaceros eran todos los días, pero si resbalabas y rodabas cerro
abajo, el lodo que recogías te convertía en una suerte de sol-
dado de terracota chino. El agua de los caudalosos ríos ni para
bañarse y mucho menos tomar, porque venía enlodada y, tras
los combates, uno se podía encontrar cadáveres inflados como
globos arrastrados por las crecidas. También existía la posibi-
lidad de agua cristalina en pequeños manantiales en algunos
tramos del camino, o la que prodigaban los propios árboles
cuando apretaba el zapato de la sed.

***

La tropa caminaba encartonada por el fango seco sobre el uniforme,


cuando el sonido atronador de morteros y cohetes RPG-7 los lanzó al
suelo. Allí sintió, por primera vez, que la muerte estaba cerca. «Fue
otra emboscada y tuve la impresión de haberme quedado ciego»,
cuenta. Pasó las manos por los ojos cubiertos de sangre y polvo… ¡y
vio! El temor de perder la vista, que tanto le aterraba, se disipó en ese
instante. Pensó que estaba herido, pero la sangre era de otro comba-
tiente que cayó, destrozado por la metralla, casi sobre él.
Fueron fracciones de segundos para agarrar el AKM en reposo a
unos metros y responder al ataque enemigo. Mentalmente veía, en
letra capital, aquella máxima de los nica: ¡No se apendeje, compa!,
¡pa’lante, coño, pa’lante!
La libreta de notas, en la que solo escribía datos específicos porque
«podía quedar en manos de la contrarrevolución», cayó en derredor
junto a la mochila de campaña. Uno de los cachorros sandinistas gri-
taba, luego de ver cómo un morterazo hizo trizas a su hermano. Tras
el último disparo el dolor fue haciendo estragos en cada combatiente.
52 La guerra no espera

Los muertos…
Me impactaron mucho, más si eran compañeros míos; al
final, aunque yo iba como periodista, me consideraban un
soldado más. Todos los muertos de la guerra se van con uno y
cuando menos te lo piensas ahí están recordándote el pasado.

Crímenes de guerra…
Una vez nos topamos con una mujer famélica, de luto rigu-
roso y descalza con un AKM al hombro y en sus manos una
azada. La encontró la exploración en medio del monte donde
nadie imaginaba existiera una persona. Estaba labrando un
pequeño paño de tierra contigua a una champa o bajareque,
donde vivía, y al lado tres tumbas con flores silvestres. Nos dijo
que estaba allí cuidando a sus muertos. Contó que una noche
los contras se le aparecieron y primero decapitaron a su esposo,
luego mataron a su hijo mayor y finalmente al más pequeño. La
cabeza de su compañero de la vida la pusieron en una estaca,
luego le prendieron fuego a la casa y le dijeron que la dejaban
viva para que hiciera el cuento de lo que le pasaba a los sandi-
nistas. Un volcán de odio nos salió a todos de bien adentro. ¿Se
puede ser imparcial ante hechos como ese?

¿En algún momento percibió que estaba solo?


Estaba por la costa atlántica cercana a la frontera con Hon-
duras y quería hacer un reportaje a un grupo de médicos cuba-
nos que trabajaban en esa zona de guerra. Debía ir por río, pero
el barquero me llevaría a la mañana siguiente, por lo que esa
noche me iba a quedar en su casa.
Después de un torrencial aguacero al anochecer, el aire venía
raro, me dijo sobresaltado el hombre, como si detectara que se
acercaban personas. Podían ser los contras, pues era zona pro-
Entrevistas a corresponsales de guerra cubanos 53

clive a las infiltraciones. Entonces me escondió en algún rincón


de aquel monte y se fue.

¿Qué pensó en ese momento?


Me quedé solo. Sentí por primera vez en mi vida estar
inmerso en el desamparo, con la posibilidad de ser cazado, pero
en la adversidad hay que crecerse, de lo contrario, te matas tú
mismo. El ser humano tiene infinitos mecanismos para sobrevi-
vir y los míos en ese momento fueron mi esposa y mi hija. Así
que me preparé a repartirle balas al primero que apareciera en
la oscuridad de la selva preñada de ruidos nocturnales que me
tenían erizado.
Luego de un tiempo que se me tornó eterno, escuché el
ladrido de unos perros que venían hacia donde estaba. Puse en
automático la cadencia de disparo del AKM y, en ese momento
providencial, el barquero gritó. Al amanecer salimos con
rumbo al sitio donde estaban mis compatriotas, pero a medio
camino, río abajo, otro lanchero nos hizo saber que a los cuba-
nos los habían evacuado con urgencia para Puerto Cabezas el
día anterior.

¿Cuál fue su valoración de la situación de Nicaragua 15 meses des-


pués de su llegada?
Lo resumo así: el conflicto ya contabilizaba unas 50 000
muertes en una población de apenas tres millones de habitan-
tes. La economía estaba en ruinas. Había una fuerte presión
para rendir al país o por las armas o una paz negociada favo-
rable a Estados Unidos. A ello se sumó la onda expansiva de
la Perestroika. Recuerdo que a Managua llegó a principios de
noviembre de 1987, Boris Yeltsin, entonces miembro del Buró
Político de Partido Comunista de la URSS, y cuando se marchó
54 La guerra no espera

se filtró que el hombre había ido de parte de Gorbachov a


decirle a los sandinistas como una vieja canción cubana: ¡Sujé-
tense de la brocha que me llevo la escalera! Este escenario llevó
a que en 1990 ganara en las urnas la representante de la oposi-
ción Violeta Barrios de Chamorro y se cerrara así el primer ciclo
en el poder de la Revolución Sandinista.
Si algo puedo decir con absoluta convicción es que más allá
de presiones, agresiones, errores internos y un cambio brusco
del contexto internacional desfavorable a la Revolución, en
Nicaragua encontré a un pueblo bravo, heroico y muy valiente.

***

En un paneo de la memoria, Roger regresa al caimán. En Cuba se


había preparado de 1983 a 1984, como corresponsal militar en la Aca-
demia de las FAR General Máximo Gómez. Dos años después, poco
antes de viajar a Nicaragua, recibió de manos del General de Ejército
Raúl Castro la Réplica del machete del Generalísimo, el mayor galar-
dón que entrega las Fuerzas Armadas Revolucionarias a personalida-
des de la cultura cubana.
Recuerda que, tras concluir el curso en la institución militar,
muchos de los periodistas y fotógrafos del grupo cumplieron misión
en Angola o Etiopía. Su guerra, en cambio, fue seguir publicando en el
periódico las dos páginas que, cada miércoles, se dedicaba a la defensa
como parte de la preparación de los cubanos en la doctrina militar de la
guerra de todo el pueblo.

¿Cuánto influyó esa preparación militar en su trabajo como corres-


ponsal de guerra en Nicaragua?
Fue de mucha utilidad porque aprendimos cultura de
Estado Mayor con todas las implicaciones que tiene en el ejer-
cicio del mando militar. Es decir, algo muy importante para el
periodista que escribe de guerra. Profundicé el conocimiento
Entrevistas a corresponsales de guerra cubanos 55

del lenguaje militar, aprendí a leer los mapas, conocer el des-


plazamiento de las tropas, supe de táctica a partir de disciplinas
teóricas y prácticas.

***

Tres años antes de la derrota sandinista en las urnas, Roger regresó


a Cuba en noviembre de 1987. El relevo de nuevos corresponsales de
guerra significaba el fin de sus 15 meses de cobertura en el conflicto
nicaragüense, lo que recuerda como su primera experiencia periodís-
tica en el extranjero y su mayor aventura profesional. El tiempo que
estuvo en casa, con Iraida y Patricia, apenas le alcanzó para contar las
historias. En un IL-62 de Cubana de Aviación salió en los primeros
meses de 1988 de La Habana hacia la guerra en Angola, con destino
final en Cuito Cuanavale, como enviado de Granma. Pero esa es una
historia para otra entrevista.
Después volvería a sus reportajes sobre ciclones, desastres natu-
rales; formaría parte del grupo de periodistas que participaban en la
cobertura de actividades del presidente Fidel Castro y, como el maestro
que siempre ha sido, cargado de experiencias profesionales y anécdotas,
se enredaría en un aula universitaria de la cual no ha podido escapar
desde 1992.
Siempre que habla de Nicaragua se emociona. Motivos tiene. La
medalla de Combatiente Internacionalista de Primera Clase que
ostenta lo respalda. Pero su mayor orgullo lo siente cuando su nieto
Ignacio dice a sus amiguitos del barrio y la escuela que su abuelo
estuvo en la guerra.

Entonces, ¿cómo la definiría?


¿La guerra? La guerra es un susto.
Alberto Núñez, corresponsal de guerra en Angola.
EN ANGOLA HABÍA QUE DORMIR APURADO

Entrevista a Alberto Núñez Betancourt

Apenas escuchó la noticia por la radio, se dijo en un sobresalto: «coño,


ahí es donde iba esta gente». La emisora anunció el derribo de un avión
cubano y Alberto no lo creyó, quiso que repitieran la noticia, prefirió
pensar que había oído mal, que no era verdad. ¡Que estaban vivos!
¿Cómo era posible que Tony hubiera muerto? No. Se rehusaba a acep-
tarlo. Pudo ser él uno de los caídos aquel día. Angola, 1988.
Estaba en la región de Xangongo y recordó cuando dos noches
antes había jugado dominó con Tony, su hermano de guerra y su
pareja en aquel juego que les catalizaba la añoranza por Cuba.
Los dos periodistas habían llegado a Lubango, procedentes de
Luanda, y tenían la orientación del director del periódico Verde Olivo
en Misión Internacionalista de dirigirse hacia destinos diferentes.
Desde Lubango, Alberto Núñez Betancourt iría hacia Chamutete y
Antonio Pérez Medina (Tony) viajaría rumbo a Cahama y Xangongo.
Pero no fue así.
—Estuve hace poco en Xangongo, a mí no me motiva ir de nuevo
allí —le dijo Tony a la mañana siguiente.
—Yo no he estado en ninguno de los dos lugares, así que escoge tú,
para mí va a ser nuevo e interesante cualquiera —contestó Alberto.
58 La guerra no espera

—Entonces sale tú pa’ Xangongo —respondió Tony sin imaginar


jamás que aquella respuesta le cambiaría no solo un destino dentro de
la geografía angolana, sino la vida.
Intercambiados los caminos, Alberto recorrió los 400 kilómetros
que separan a Lubango de Xangongo. «Era un terreno minado»,
recuerda. Por carretera, el peligro era mayor que por aire. Tony salió
dos días después, en un avión rumbo a Chamutete junto a varios com-
pañeros, entre los que se encontraban el camarógrafo Eduardo Bosch
y el sonidista Marcos Martínez. Ambos de la Fílmica de las Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Cuba.
De modo que, cuando la radio espetó la noticia, Alberto lo sin-
tió como si fuera una ráfaga. Supo después que el avión había sido
derribado por error. Un cubano le disparó desde una pieza de artillería
antiaérea y todos murieron.
Tony tenía 28 años. Alberto, 23. Hacía pocos meses habían llegado
juntos a Angola, en septiembre de 1987, en un IL-62 de Cubana de
Aviación como puente entre La Habana y Luanda. Fueron compañeros
de asiento en aquella travesía hacia África, donde se enrolarían como
corresponsales de guerra en la Operación Carlota.

***

Desde noviembre de 1975 y durante más de 14 años de lucha por la


independencia de aquel país, cubanos y angolanos combatieron juntos
en la misma trinchera. Desde octubre de ese año el ejército de Sudá-
frica, con apoyo de Estados Unidos, había invadido el sur de Angola.
El entonces presidente del Movimiento Popular para la Liberación
de Angola (MPLA), Agostinho Neto, coordinó con la dirección del
gobierno de la Isla el envío de tropas por mar y aire hacia la nación
africana. Iniciaba así la conocida Operación Carlota, calificada por
Fidel Castro como «la misión más prolongada y compleja».
Entrevistas a corresponsales de guerra cubanos 59

La resistencia de cubanos y angolanos ante la agresión de Sudá-


frica provocó la retirada de las fuerzas de ese país hacia 1976, por lo
que el gobierno de Cuba decidió retirar de allí a cerca de la mitad de las
tropas cubanas.
Sin embargo, en las postrimerías de 1987, Angola se vio amena-
zada una vez más por la invasión sudafricana, que vino en ayuda de la
Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA), y
se enfrentó a las Fuerzas Armadas Populares de Liberación de Angola
(FAPLA). Se pidió entonces el apoyo de la Isla nuevamente. Por esa
fecha, Alberto Núñez viajaba a tierra africana como corresponsal de
guerra.

***

«Cuando me senté a su lado, aún no lo conocía. Le pregunté cómo se


ponía el cinturón de seguridad porque yo ni sabía. Y antes de despegar
el avión empecé a hermanar con él. Fíjate tú lo que es la vida», dice
Alberto, mientras mira una de las fotografías de un equipo de prensa
cubano posando frente a un tanque enemigo. «Trofeo de batalla», añade,
y vuelve a hablar de Tony y que «la guerra tiene mucho de azar».
«Aunque era solo cuatro o cinco años mayor que yo, Tony tenía
experiencia militar. Yo estaba recién graduado de Periodismo en la
Universidad de La Habana y siempre le di mis trabajos periodísticos
para que se los leyera y me aconsejara. En una ocasión escribí sobre
una maniobra y él me dijo que iniciara el texto narrando, como si lo
ocurrido hubiera sido una acción combativa de verdad, y entonces des-
pués dijera que aquello no era más que un ejercicio en el terreno. Su
muerte me golpeó mucho. Fue muy duro».
Durante los casi 16 años que duró la Operación Carlota, en la que
Cuba y Angola lucharon por defender la independencia de aquella tierra
africana, 337 033 militares y unos 50 000 colaboradores civiles cumplie-
ron misión internacionalista allí, y más de 2 000 perdieron la vida.
60 La guerra no espera

Para Alberto, uno de los momentos más desgarradores que vivió


como corresponsal de guerra en Angola fue asimilar la muerte de com-
pañeros de lucha. Y lo reafirma cuando dice: «La guerra tiene el mis-
terio de que, en poco tiempo, se crea una hermandad entre la tropa».
Uno nunca está preparado para ver morir a un hermano.

***

El MI-17 aterrizó y, sin detener las aspas que arremolinaban el polvo


del suelo, descargó los periódicos que llegaban atrasados de Cuba y las
cartas enviadas por los familiares a los combatientes. Aquel era, pro-
bablemente, uno de los momentos más esperados por los miembros de
la tropa.
«La prensa y la correspondencia eran oxígeno para nosotros. Las
primeras cartas te sacan lágrimas. Yo vi cubanos allí, todo lo gran-
des y fuertes que tú quieras, llorar con una carta. La gente las bau-
tizó como “gorriones”, por la nostalgia que significaban», rememora
Alberto. Agrega que las misivas más difíciles de escribir eran las que
llevaban la noticia de algún caído. Sabía que mañana él podía ser uno
de ellos. Había una pregunta casi invariable: ¿Hoy me tocará a mí?

***

Íbamos en una caravana y, antes de salir, me dicen que me


tocaba ir delante con los zapadores. Yo estaba en Huambo y
nos dirigíamos a Cuito Bie. Mis compañeros me reforzaron con
balas. ¡Te imaginas! Eso me impactó mucho. Uno sentía que en
cualquier momento te podía estallar una mina.
En otra caravana, de Cuito a Menongue, tuvimos siete u
ocho bajas por minas entre muertos y heridos. Recuerdo que
nos tiraron en esa ocasión y no pudimos responder porque uti-
lizaron una quimbería como resguardo. Por tanto, no podíamos
Entrevistas a corresponsales de guerra cubanos 61

abrir fuego porque hubiéramos matado a inocentes. Lo que hici-


mos fue acelerar el paso.
Pero si algo no se me olvida fue aquel vuelo a finales de
1987. Íbamos en helicóptero, por la zona de Huambo, recono-
ciendo campamentos del enemigo, en este caso la UNITA. Era
un vuelo rasante. La razón por la que volábamos a baja altura
consistía en que el helicóptero era menos visible para el adver-
sario y, si nos disparaban, no era lo mismo caer cerca del suelo
que a una altura mayor.
Me parecía que estaba viajando en tren porque íbamos un
poco más alto que la copa de los árboles. Corríamos el riesgo de
que nos tiraran. Hasta que llegamos a un lugar donde había ocu-
rrido una batalla entre las FAPLA y la UNITA hacía muy poco
tiempo. Todavía me parece sentir el olor a pólvora, el humo. Me
impactaron los muertos, amontonados todos. De regreso, me
dieron la misión de custodiar a un prisionero. O sea, ibas como
periodista, pero uno no deja nunca de ser un soldado.

***

Alberto Núñez Betancourt asegura que, en ocasiones, el hostigamiento


de los sudafricanos era tan sostenido que no se podía salir de los refu-
gios ni para buscar agua al río. «Ya te imaginarás los días sin bañar-
nos», advierte sin bajar la voz. No hay tribulaciones en lo que confiesa.
A fin de cuentas, en un conflicto bélico hay que entender el contexto.
«Muchas veces nos acostábamos vestidos, listos para cualquier
imprevisto. Teníamos que dormir apurados. Las madrugadas eran cor-
tas. ¿Habría que preguntarse ahora si uno llegó a dormir bien alguna
vez en Angola? Y los amaneceres… se disfrutaban. Era un nuevo día,
de peligros, de riesgos, de batalla, pero nuevo día al fin», dice.
Desde su oficina en el periódico Trabajadores, rotativo que dirige
desde 2011, Alberto Núñez mira una y otra vez algunas de sus fotos
62 La guerra no espera

en tierra angolana. En una está sentado frente a una máquina de escri-


bir, vestido de militar y con 30 años menos. «¡Cómo pasan los años!»,
dice y enseguida agrega que, como corresponsal de guerra, además del
texto, también tenía que «sumar la parte gráfica»:
«Los periodistas en Luanda se podían acompañar de un fotorrepor-
tero experimentado, pero en mi caso, por ejemplo, que era itinerante,
o sea, no estaba fijo en un lugar, tenía que hacer también mis fotos. Y
eso fue otra incertidumbre. Había que revelar los rollitos fotográficos
en un cuarto oscuro. Uno siempre se turbaba por si las fotos habían
salido y si habían quedado con calidad, como mismo me preocupaba
porque podían dispararle al helicóptero en el cual viajaba. Como para
no dormir tranquilo, hasta que revelara el rollo».
Hay otra foto que guarda con un celo extraordinario porque la
lleva en la memoria, aunque no la tenga en papel. Cuando la describe
da la impresión de que no es una imagen fija. Pareciera que es injusto
recordarla como algo estático en el tiempo. Entonces habla de Iacopo,
el niño angolano de tres años, a quien le relucían los ojos cuando los
soldados y oficiales cubanos le regalaron un rústico juguete de lata y
madera.
«Fue por la quimbería de Liambinga. Había que verle la carita.
Estaba descalzo, con toda la pobreza que tenía allí, pero ese niño era el
más feliz del mundo en ese momento, en medio de los sinsabores de la
guerra. Tú les veías a los pequeños una expresión en la mirada impre-
sionante, intensa, reflejo de la angustia, pero también del optimismo,
la alegría. Se te partía el alma».

***

Diciembre de 1988. Tras la victoria en Cuito Cuanavale, se firmaron


los acuerdos finales entre Angola, Cuba y Sudáfrica para garantizar
la integridad y soberanía de Angola como nación independiente y la
Entrevistas a corresponsales de guerra cubanos 63

independencia de Namibia. La retirada paulatina de las tropas cubanas


era inminente.
«Cuando se dan los acuerdos comenzaron a reducir plantilla y a
regresar las tropas poco a poco. Dentro de los que pertenecían al perió-
dico Verde Olivo en Misión Internacionalista, el que más tiempo
llevaba en Angola era yo. Regresé a Cuba antes de que finalizara el
año. No me cogió otro 31 de diciembre allí por cuestión de días. Se res-
piraba paz», señala con la satisfacción de quien estuvo hasta el final de
la guerra y vivió para contarla.

***

Es viernes 10 de mayo de 1991. Alberto Núñez vuelve a Angola,


esta vez como enviado especial del periódico Granma para reportar
el regreso de los últimos internacionalistas cubanos a la Isla. Otra
vez Angola. Otra vez en un IL-62 de Cubana de Aviación. Tony ha
muerto hace tres años. Junto a Alberto viaja ahora el fotorreportero
Arnaldo Santos.
Desde abril, la jefa de información del diario, la periodista Susana
Lee, le había preguntado si estaba dispuesto a viajar nuevamente a
Luanda. Él respondió que sí, aun cuando tenía un niño de 13 meses y
su esposa estaba en los días de parto del segundo hijo del matrimonio.
«En esa situación uno traga en seco. Por suerte, el niño nació
el 1ro. de mayo, antes de irme. No obstante, uno se pregunta ¿y si
caigo?, y después te dices, bueno, pero pude conocer a mi segundo hijo.
Yo sabía que estaba siendo testigo de días históricos: se preservaba la
independencia de Angola, se ganaba la de Namibia y el Apartheid reci-
bía el tiro mortal. Cuba incidía en la libertad del Cono Sur africano, y
yo estaba allí».

***
64 La guerra no espera

Es sábado 25 de mayo de 1991. Entre Bengo y Luanda viaja la cara-


vana de cierre en un recorrido de 145 kilómetros por la carretera Pana-
fricana. La técnica se alista para embarcarla rumbo a Cuba desde el
puerto de Luanda. En el aeropuerto capitalino sale el último vuelo.
Alberto Núñez mira desde la ventanilla del avión cómo Angola se le
empequeñece mientras la aeronave toma altura y cómo, con el ascenso,
finaliza la Operación Carlota, tras casi 16 años.
«Llegamos a Cuba a las 11:00 p.m. Era la segunda vez que yo
viraba vivo y sano. Para nosotros la derrota no era posible», dice y
mientras, en una matemática elemental, calculo que Alejandro, su
segundo hijo, por esta fecha cumple 30 años, y que el fin de la Opera-
ción Carlota tendrá siempre su misma edad.
OTROS títulos DE OCEAN SUR

JORGE OLLER. MEMORIAS DE UN FOTORREPORTERO


Mabiel Hidalgo Martínez

Vivir es un acto de sacrificio, de constancia, de esfuerzo diario,


de fe…, más si se vive con intensidad, con la voluntad explícita
de hacer el bien, de obrar bien. Así ha vivido el protagonista de
estas páginas: fotorreportero de prensa, periodista, investigador
de la historia de la fotografía en Cuba, un hombre íntegro y sen-
sible, cuyos testimonios fluyen con un lenguaje culto y organi-
zado, en correspondencia con su pensamiento y modo de actuar.

158 páginas, 2021, ISBN: 978-1-922501-36-3


Rolando Segura reportando en vivo desde Libia.
¿DÓNDE CAERÁ LA PRÓXIMA BOMBA?

Entrevista a Rolando Segura Jiménez

Rolando Segura Jiménez cumplió 45 años bajo la embestida de la


guerra. El 15 de julio de 2011 pudo ser un «cumpleaños feliz», como
suele cantarse en los onomásticos, pero la guerra poco cree en fiestas.
Estaba en Libia como corresponsal del canal internacional TeleSUR,
para reportar el conflicto entre las fuerzas del presidente Muammar
Gadafi1 y los rebeldes, apoyados por los bombardeos de la Organiza-
ción del Atlántico Norte (OTAN). Ese día, su madre, Xiomara, no
durmió. «Estuve todo el tiempo pensando en él». ¿Qué podía hacer?
9 118 kilómetros separan a La Habana de Trípoli.
«No te va a pasar nada, Segura», se dijo el periodista para insu-
flarle ánimos al cuerpo. Repetía la frase como un mantra. En una con-
tienda bélica esa es, quizás, la manera expedita de seguir adelante, más
si pocos hablan tu idioma y no hay mucha gente que te dé una palma-
dita en el hombro. El optimismo se torna imprescindible para subsistir.
«Contar lo que pasaba en Libia resultaba relevante. TeleSUR lo
supo desde el inicio. El canal no había realizado coberturas fuera de


1
Muammar Gadafi (1942-2011): Líder africano que unificó a Libia e
impulsó el desarrollo social y económico para su nación. Derrocó la
monarquía del Rey Idris en 1969 e instauró un Consejo de la Revolu-
ción que declaró al país musulmán, nasserista y socialista. Fue asesi-
nado por un ataque de la OTAN al convoy donde viajaba.
68 La guerra no espera

América Latina y el concepto nuestro era que no resultaba confiable la


información que estaba llegando, y había que mandar un equipo propio
para comprobar si realmente pasaba lo que decían los medios tradicio-
nales y las redes sociales», dice. Recuerda que, antes de su llegada a
la nación africana, un primer equipo del canal de noticias ya hacía los
reportes en el terreno. Cuando los corresponsales decidieron regresar,
a él le propusieron continuar la cobertura. La tranquilidad del estudio
en Caracas era el antónimo del rincón más seguro de la guerra.

¿Por qué decidió ir a Libia?


Para mí era un interés profesional. No tiene sentido decir
que fue un acto de valentía. Uno piensa en trabajar, porque
alguien tiene que contar situaciones de ese tipo. Libia no solo
era un país lejano, sino con otra cultura y un idioma que no es
de los que uno más escucha. Empecé a leer sobre su indepen-
dencia, la colonización italiana, de dónde provenía la enseña
tricolor utilizada por los rebeldes, diferente a la bandera verde,
y pensé entonces en el tipo de trabajo que podría hacer allí.
Tuve tiempo de prepararme porque, aunque estaba tomada la
decisión, existía la posibilidad de que yo no fuera, ya sea por-
que el equipo que estaba no pudiera salir o se cerrara la entrada
al país. Empezó a estudiarse cómo podíamos llegar y le informé
a mi familia la decisión; por supuesto, le quité drama y lo asumí
como una experiencia periodística.

En Cuba, Xiomara tampoco vivió en paz. «Yo pensaba que no iba a


regresar», comenta con la voz entrecortada, sin embargo, «sus otros
dos hermanos no dejaban ni que los ojos se me aguaran porque cam-
biaban la conversación». Aunque poco habló con él, los directivos del
Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) y Patricia Villegas,2 la


2
Patricia Villegas: Periodista colombiana. Fue presentadora de noti-
cias desde 2005 en el canal internacional TeleSUR. Desde 2011 se
Entrevistas a corresponsales de guerra cubanos 69

presidenta del canal, le informaban que Segura estaba bien; pero Xio-
mara es madre...
Cuando el avión despegó en Venezuela, Segura sabía que no
había vuelta atrás. Tras el periplo Caracas-París-Túnez, el repor-
tero cubano arribó a esta última capital, desde donde ingresó a Libia
cruzando la frontera. Recuerda que no podía entrar por aire ni mar:
«El primer equipo al que yo relevé entró en el último avión que voló
a Libia. Cuando yo fui ya estaban atacando el país por la zona del
Mediterráneo».
La situación se agravaba. Tras las protestas de febrero de 2011 con-
tra la administración de Gadafi en la ciudad de Bengasi, al noreste de
la nación, varios funcionarios gubernamentales se sumaron a la in-
surrección y crearon el Consejo Nacional de Transición (CNT), como
gobierno paralelo dirigido por el entonces ministro de Justicia del líder
libio, Mustafá Abul Jalil.3 En esas circunstancias, la OTAN intervino
en el país para derrocar a Gadafi.
«Sabíamos que la entrada iba a ser por tierra, pero, ¿quién nos
iba a esperar? Nada de eso podíamos saberlo si no estábamos allí.
Por supuesto, manteníamos contacto con Jordán Rodríguez,4 nuestro
periodista en el lugar, y comenzamos a buscar alternativas para entrar
a Libia. Allí estuvimos una semana», cuenta.
Desde suelo tunesino vio personas con una postura muy crítica
sobre la situación de la vecina nación en conflicto. «Había jóvenes,

desempeña como la presidenta de ese canal de noticias.



3
Mustafá Abul Jalil (1952-): Fue presidente del Consejo Nacional de
Transición (CNT) en Libia. Jefe de Estado de facto de 2011-2012. Era
ministro de Justicia en el gobierno de Gadafi cuando se sumó a la in-
surrección en el país norafricano.

4
Jordán Rodríguez (1982-): Periodista venezolano. Fue el primer corres-
ponsal de guerra enviado por TeleSUR a la guerra en Libia en el año
2011. Se desempeñó como columnista en el diario Correo del Orinoco y
presidente de Venezolana de Televisión (VTV).
70 La guerra no espera

sobre todo, que estaban leyendo el libro verde de Gadafi, y no creían


mucho en la idea expuesta por el líder libio en ese texto, respecto al
fundamento de la Revolución Verde.5
»Pero nosotros no viajamos miles de kilómetros hasta el norte de
África para comprobar o demostrar si Gadafi era santo o demonio. Fui-
mos a constatar lo que estaba ocurriendo para poder contarlo. El país
de la Revolución Verde, más allá del color de la bandera, ventanas y
paredes, había sido reconocido como el de más alto Índice de Desarrollo
Humano de África por la Comisión de Derechos Humanos de la ONU
un par de meses antes de iniciados los bombardeos», añade.
El viernes 25 de marzo de 2011, tras la revisión fronteriza,
Rolando Segura traspasó la línea política que divide Túnez y Libia, al
norte de África. Confiesa que la noche antes no pudo dormir. «¡Ya esto
empezó!», se dijo. Aunque tenía visa para entrar legalmente al país,
«en un escenario de conflicto e inestabilidad no basta con presentar un
documento».

¿Cuál es el motivo por el que debieron entrar un viernes a Libia?


Porque es el día de rezos. Había esperanza de que no
hubiera enfrentamientos.

Desde la ventanilla trasera de una camioneta negra, Segura comenzó


a descubrir un país desgarrado. Apenas despegaba el día y, mientras
ellos ponían los pies rumbo a la guerra, otros intentaban llegar a
Túnez, huyendo de la barbarie.
«No habíamos avanzado mucho cuando comenzamos a ver las
huellas de lo que sucedía en Libia, sobre todo en la ciudad costera de


5
Revolución Verde: Movimiento en Libia que emprendió una reforma
agraria, impulsó un sistema de seguridad social, asistencia médica
gratuita y participación de los trabajadores en las ganancias de las
empresas del Estado. Fue dirigido por Muammar Gadafi.
Entrevistas a corresponsales de guerra cubanos 71

Zawiyah, a 40 kilómetros de Trípoli. Estaba destrozada. Allí ocurrie-


ron los primeros enfrentamientos entre las fuerzas del gobierno y los
rebeldes. Vi destrucción, fachadas con impactos de balas y escuché
cañonazos. Entonces el conductor dijo que me separara de la ventanilla
porque podía haber francotiradores, y a donde primero disparaban era
al asiento de atrás. Se me enfrió la vida y me senté en el medio. Íbamos
en un buen carro, llamativo y, de contra, no estaba blindado».

¿Cuál es el escenario que encuentra al llegar a Trípoli?


Una ciudad en desarrollo, con hoteles, centros comerciales
y más de 360 000 viviendas en construcción. Era un país que
empezaban a modernizar. Gadafi tenía un plan de casas para
todas las parejas jóvenes: quienes se casaban contaban con un
hogar. Todo eso fue detenido.

Alojado junto a la prensa internacional en el hotel Rixos, el corres-


ponsal de TeleSUR aún no había sentido el ruido de la guerra. A 15
minutos estaba la Plaza Verde, donde Gadafi solía hablarle a los libios,
y muy cerca de la instalación, la residencia del líder y el centro político
del país, Bab al-Azizia. ¡Menuda ubicación!
«Yo estaba esperando el primer bombazo», dice moviendo el dedo
índice en picada.

***

Los aviones rompieron la barrera del sonido e, ipso facto, el estruendo


ensordecedor. Las lámparas bailaron como péndulos. El té, que hacía
unos minutos había pedido, ondulaba como si también temblara sobre
la trémula mesa.
«Sientes que la bomba cayó al lado tuyo. Te aguantas. Da la sen-
sación de que la próxima ya te va a caer a ti. Todos los periodistas
72 La guerra no espera

corrieron a grabar. Aldrin Fernández6 y yo subimos al techo y ahí fil-


mamos. Nos pusimos a trabajar y es como si se disipara el miedo».
Segura advierte que, por lo general, los ataques aéreos retumbaban
en la capital libia sobre las 11:00 p.m., y recuerda cuando filmó en la
residencia de un líder de la Revolución Verde. Allí radicaba la orga-
nización de ayuda a los refugiados palestinos más grande de África, y
almacenaban víveres. «Yo bromeaba con el camarógrafo para no ori-
narnos en los pantalones. Le decía: en cualquier momento nos bombar-
dean. Cuando salí de aquella casa sentí un alivio tremendo».
Una semana después, mientras lo conducían hacia una nueva zona
atacada por la aviación, el camino le pareció conocido. «¿Será un deja
vu?», pensó cual si fuera una premonición.
«¡No lo puedo creer!». El bombardeo fue en la misma casa, donde
mataron a 19 personas, entre las que había niños participantes en un
cumpleaños.
En el reporte del suceso salió al aire un dilema ético para un perio-
dista. Delante de las cámaras un hombre sacó de entre los escombros,
cubiertos de polvo, despojos humanos. «Yo no había visto lo que era. El
señor lo mostró y dijo: ¡Mira lo que han hecho con mi familia!».

¿Y no taparon esa imagen?


Había que hacerlo, pero la primera vez se emitió así porque
era en vivo.

¿Qué sintió al ver a las víctimas?


Me impactó mucho. Después de eso intenté no estar en los
lugares cuando sacaban los cadáveres.


6
Aldrin Fernández: Fue camarógrafo y editor de TeleSUR. Enviado
del canal multinacional de noticias a la guerra en Libia en 2011.
Actualmente trabaja en el Canal i, en Venezuela.
Entrevistas a corresponsales de guerra cubanos 73

¿Cómo comprobó que esos bombardeos provenían de la OTAN?


Había una zona de exclusión para volar. Lo primero que
hicieron fue destruirle a Gadafi la poca fuerza aérea que tenía.
Él no podía bombardear.

Si bien el gobierno negaba el uso de aviones de combate para asesinar


a civiles, varias potencias occidentales acusaban a Gadafi de la muerte
de ciudadanos inocentes.
Tan temprano como el 17 de marzo de 2011, el Consejo de Segu-
ridad de la ONU aprobó la resolución 19/73, la cual permitió el uso
de la fuerza militar en Libia y estableció una zona de exclusión aérea,
por donde solo sobrevolarían las fuerzas extranjeras. Pueril resul-
taba entonces afirmar que los bombardeos eran orquestados desde Bab
al-Azizia. Dos días más tarde cazas de la fuerza aérea francesa ataca-
ban el país.
Nada valió el intento de mediación apoyado por Gadafi, para lograr
un cese el fuego y cualquier acto de revanchismo en el país norafri-
cano. Un reporte de TeleSUR del año 2017 señala que solo entre el 19
y el 20 de marzo «Estados Unidos lanzó sobre Libia unos 110 misiles
Tomahawk. El 21 de marzo, fuentes del gobierno informaron que más
de 200 personas murieron o resultaron heridas a causa de los misiles
lanzados desde el mar y el aire. Fue el propio presidente de Estados
Unidos, Barack Obama, quien ordenó iniciar las acciones bélicas en
Libia».7
«Recuerdo a Hillary Clinton, quien era jefa del Departamento de
Estado de Estados Unidos en ese momento, cuando dijo que una zona
de exclusión aérea implicaba atacar, bombardear… para quienes decían
que no era una guerra. Atacaban los centros de comando y control, o
sea, unidades militares primero, y después estaciones de policías, hasta
llegar a edificios de civiles», dice.


7
Publicado en TeleSUR como «Cronología de la invasión en Libia».
74 La guerra no espera

Tras el bombardeo a un inmueble donde residían cinco familias el


19 de junio de 2011, en uno de sus reportes el corresponsal de guerra
afirma: «Se logran rescatar tres cadáveres. Lo cierto es que, con luz
verde del Consejo de Seguridad de la ONU, la OTAN sigue masa-
crando al pueblo libio».
En el documental Libia desde adentro, Rolando Segura cuenta:
«Conversamos con muchas personas que eran contrarias a Gadafi,
como también conocimos a muchos que lo apoyaban. El líder libio
despertaba las más enconadas pasiones tanto a favor como en contra,
pero aun quienes asumían esta última postura, ante la agresión de las
potencias occidentales, defendían la resistencia, la independencia y la
soberanía del país, más allá del líder».
La OTAN bombardeaba constantemente para permitir el avance de
los rebeldes. En el Golfo Oriental de la ciudad de Sirte, a 460 kilóme-
tros de la capital, las potencias occidentales brindaban ayuda secreta a
los opuestos a Gadafi. Allí radicaba el 80% de las reservas de petróleo
del país árabe: ¡pura golosina!
Segura recuerda que, en una ocasión, los cazas de la OTAN aún
sobrevolaban, tras haber atacado en las cercanías de la residencia de
Gadafi, de quien se desconocía su ubicación dentro de territorio libio.
En otra, el reporte del corresponsal de guerra cubano era desde la Uni-
versidad Al Fateh, bombardeada precisamente un día de exámenes.
«Cuando llegamos todo estaba destruido. No puedo comprender
cómo no se dan cuenta que esto es una universidad», le dijo una de las
jóvenes entrevistadas tras la explosión.
¿Y si atacaban de nuevo? ¿Dónde está la seguridad en una
guerra? Aunque él se repetía «ninguno de esos misiles es para mí», le
aterraba que las bombas le cercenaran un pedazo. «Filmé cadáveres, y
casi siempre la gente tenía la cabeza explotada. Entonces empecé con la
obsesión de que me mandaran un casco y un chaleco antibalas. ¡Imagí-
nate el miedo que tenía!», evoca.
Entrevistas a corresponsales de guerra cubanos 75

Entre el gatilleo sostenido de las armas y tendido sobre el suelo


del hotel Corinthia, Rolando Segura hizo uno de sus últimos «¡en
vivo!». Los rebeldes tomaron Trípoli y buscaban a Gadafi. La prensa
extranjera había quedado atrapada en el hotel Rixos durante la ofen-
siva militar contra la capital del país, por lo que la Cruz Roja Interna-
cional trasladó a los corresponsales hacia el Corinthia.
Partidarios del líder libio8 hacían resistencia. La situación se tra-
dujo a cinco días sin electricidad ni agua. Era el jueves 25 de agosto
de 2011 y el combate ocurría en las afueras de la instalación. Los dis-
paros resonaban también en la Plaza Verde, a dos kilómetros de dis-
tancia.
«Sí, sí, yo estoy bien. ¿Qué? ¿Estamos al aire?... Les confirmo
que continúan fuertes enfrentamientos en los alrededores del hotel
Corinthia».
Tres días después de uno de sus reportes más estremecedores de
la guerra en Libia, salió del país, luego de casi seis meses. Un nuevo
equipo de TeleSUR, integrado por el periodista Diego Marín Ver-
dugo9 y el camarógrafo Luis Gutiérrez,10 lo relevaba en la cobertura
de guerra.

8
Gadafi fue herido el 20 de octubre de 2011 y asesinado más tarde por
el Consejo Nacional de Transición (CNT), con el apoyo de la OTAN.
Hoy, a 12 años de la masacre contra el pueblo libio, esa nación aún
vive sumida en la violencia y el caos político. Existen tres gobiernos
(dos en la capital y uno al este del país) que no logran el diálogo, pese
a la mediación internacional, y continúan ahogando al país en la ines-
tabilidad y la guerra.
9
Diego Marín Verdugo: Periodista chileno. Graduado de la Escuela
Internacional de Cine de San Antonio de los Baños en Cuba. Ha par-
ticipado como director, productor y director de fotografía en diversos
proyectos cinematográficos de ficción y documental en Chile, México,
Cuba, Senegal, Alemania, Gambia, Francia y España. Fue enviado
especial de TeleSUR a la guerra en Libia en 2011.
10
Luis Horacio Gutiérrez: Camarógrafo de TeleSUR. Fue parte de uno de
los últimos equipos del canal de noticias en la guerra de Libia en 2011.
76 La guerra no espera

Usted entró a Libia por tierra, sin embargo, la salida fue por vía marí-
tima. ¿Por qué?
Era la única posibilidad. Tanto la ciudad de Bengasi al
este, como Zawiya al oeste, estaban tomadas por las milicias
radicales. Lo que trascendía entre los colegas de los medios
internacionales era que una salida por Egipto o Túnez era muy
peligrosa. El 24 de agosto secuestraron a cuatro periodistas ita-
lianos en Zawiya, próximo a la frontera tunesina, y asesinaron
al conductor del vehículo en el que pretendían abandonar el
país. Tocaba esperar entonces a que surgiera alguna alternativa
por mar.
Supimos por la Cruz Roja que la Organización Internacional
de las Migraciones fletaría un barco para evacuar a inmigran-
tes varados en medio del conflicto hacia Alejandría, Egipto.
De inmediato, TeleSUR comenzó a adelantar gestiones con los
gobiernos y organizaciones implicadas para reservar un cupo en
el buque. Sin embargo, lo que en realidad llegó fue una pequeña
embarcación con ayuda humanitaria, procedente de Malta.

El puerto de Trípoli ya estaba tomado por los rebeldes. Tras verificarse


que era periodista y no soldado, Segura zarpó en el barco de regreso
a Malta, una isla en el mar Mediterráneo entre Libia e Italia. Viajó
junto al camarógrafo Henry Pillajo y otras 50 personas entre diplomá-
ticos, periodistas, malteses, así como algunos estadounidenses, serbios,
franceses, rusos, canadienses, que trabajaban en Libia. En las 36 horas
de travesía pensó en los muertos que pone el belicismo. No había ali-
mentos en el barco y el agua escaseaba.

***

Desde Caracas, Xiomara esperaba ansiosa. El avión, ¿dónde está el


avión? «Yo estaba delante de él y no me veía. Cuando nos vimos, ima-
Entrevistas a corresponsales de guerra cubanos 77

gínate… Aquello fue un abrazo tan, pero tan grande». Comenta que,
luego de unos días en la capital venezolana, regresaron a La Habana,
donde él debió entrar a un salón de operaciones porque «en Libia se
cayó en un hueco y le produjo una fisura de cadera».
Ahora es diciembre. Después de varias solicitudes, Rolando Segura
ha accedido a la entrevista. Tal vez le gustan más las que son para la
pantalla, o tiene el mismo dilema garciamarquiano con el género perio-
dístico cuando es él quien está en el otro asiento. Me ha dado poco más
de una hora y llevo 50 preguntas… Algunas se quedan en el aire y él,
casi al finalizar, prefiere terminar el diálogo con una.
Sabe que en la guerra poco vale un cartel que rece «prensa, no
disparen», cuando dice: «Cada vez que tú sientes un avión bombar-
deando te preguntas: ¿y ahora dónde va a caer?».
nos puedes
encontrar
en diferentes
librerías en
la habana

Prado Nº 553, e/ Teniente Rey


y Dragones, Habana Vieja.

f LibreriaAbrilCuba

Librería Cuba va
Calle 23 esq. a J,
Vedado.
ANEXOS
La cámara utilizada por Héctor Ochoa en Girón se conserva en el
Museo de la Imagen, en Santiago de Cuba.
Héctor Ochoa con una cámara similar a la que usó
en Girón.

Héctor Ochoa durante la entrevista.


Belkis Vega en el Líbano, 1980.
Belkis Vega frente a las ruinas de una escuela de niños palestinos.

Belkis Vega cámara en mano.


Roger Ricardo en Cuito Cuanavale.
Roger Ricardo muestra uno de sus libros.

Roger Ricardo durante la entrevista.


Alberto Núñez, corresponsal de guerra en Angola .
Rolando Segura en Trípoli.
ocean sur
una editorial latinoamericana
www.oceansur.com • info@oceansur.com

Ocean Sur es una casa editorial latinoamericana que ofrece a sus lectores las
voces del pensamiento revolucionario de América Latina de todos los tiempos.
Inspirada en la diversidad étnica, cultural y de género, las luchas por la
soberanía nacional y el espíritu antimperialista, desarrolla múltiples
líneas editoriales que divulgan las reivindicaciones y los proyectos de
transformación social de Nuestra América.
Nuestro catálogo de publicaciones abarca textos sobre la teoría política
y filosófica de la izquierda, la historia de nuestros pueblos, la trayectoria
de los movimientos sociales y la coyuntura política internacional.
El público lector puede acceder a un amplio repertorio de libros y folletos
que forman sus doce colecciones: Che Guevara, Fidel Castro, Revolución
Cubana, Nuestra América, Cultura y Revolución, Roque Dalton, Vidas
Rebeldes, Historias desde abajo, Pensamiento Socialista, Biblioteca
Marxista, El Octubre Rojo y la Colección Juvenil.
Ocean Sur es un lugar de encuentros.
la guerra
no espera
entrevistas a corresponsales
de guerra cubanos
La guerra no espera, de la editorial Ocean Sur, es un libro de en-
trevistas a corresponsales de guerra cubanos que tuvieron la difícil
tarea de ejercer su profesión en campos beligerantes en Cuba,
Líbano, Angola, Nicaragua y Libia.

Este volumen narra, como bien advierte su prologuista Iraida Cal-


zadilla Rodríguez, la historia de hombres y mujeres que «se despi-
den de padres, hijos, familia, amigos, compañeros, vecinos, de las
calles de la ciudad, de las playas tibias y nobles de la Isla, de los
almuerzos de fin de semana; y parten sin seguridad de regreso para
enfrentar combates, la muerte de compañeros, las vivencias de
triunfadores y derrotados, y los traumas que dimanan del infierno».

www.oceansur.com
www.oceanbooks.com.au ISBN 978-1-922501-97-4

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