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EL EXILIO ESPAÑOL DE LOS ESTADOS UNIDOS EN LAS CRÓNICAS DE CARMEN LAFORET

Author(s): FRANCISCO J. QUEVEDO


Source: Anales de la literatura española contemporánea, Vol. 44, No. 1 (2019), pp. 69-88
Published by: Society of Spanish & Spanish-American Studies
Stable URL: https://www.jstor.org/stable/26637164
Accessed: 25-11-2022 16:48 UTC

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EL EXILIO ESPAÑOL DE LOS ESTADOS
UNIDOS EN LAS CRÓNICAS DE CARMEN
LAFORET

FRANCISCO J. QUEVEDO
Universidad de Las Palmas de Gran Canaria

Paralelo 35

En 1965 Carmen Laforet se hallaba ante la ardua tarea de


ultimar Al volver la esquina, una obra requerida continuamen
te por su editor, José Manuel Lara. Con el objeto de poder dis
tanciarse de su entorno, viajó a París con una beca de la Fun
dación Juan March. Confiaba lograr la tranquilidad necesaria
para enfrascarse en la redacción y finiquitar el encargo. Sin
embargo, todos aquellos propósitos de creatividad que espera
ba encontrar en la capital francesa se desvanecieron; motivos
familiares decidieron su regreso, su estancia no llegó al mes.
Tras su vuelta de París, acudió a una conferencia de Mi
guel Delibes. Allí, la esposa del escritor vallisoletano le dio
cuenta del viaje que acababa de realizar la pareja a los Esta
dos Unidos. Miguel Delibes había sido invitado por el Depar
tamento de Estado del país americano como international vi
sitor1. Pocos días después, Carmen Laforet recibió la misma
invitación, y la aceptación fue inmediata. Ahora sí que dejaba
atrás la conclusión de Al volver la esquina para volcarse en
un viaje que concibió con un espíritu aventurero, de conoci
miento o reconocimiento de lo que se sabía de Estados Uni
dos, especialmente a través del cine que llegaba a España fil
trado por la censura2.

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La noticia del viaje de la autora a los Estados Unidos cau


tivó a sus lectores. Enseguida se movilizaron las revistas para
conseguir que la novelista diera cuenta en sus páginas de ese
recorrido por aquel país mítico para una inmensa mayoría de
españoles, sumidos en la precariedad económica y en un ám
bito sociopolítico de cerrazón asfixiante. Accedió finalmente a
publicar sus crónicas en el semanario La Actualidad Españo
la. El éxito de estos relatos de su aventura americana fue
grande y tuvo como consecuencia la publicación de Paralelo
35 en 1967, donde se recopilaron esas crónicas bajo la tipolo
gía de un libro de viajes.
Los episodios se estructuran en dieciséis capítulos corres
pondientes a las distintas estancias del recorrido. Arrancan
con la llegada a Nueva York y concluyen, de modo circular,
con su despedida de la ciudad de los rascacielos: "La neblina
envolvía aquellos muelles y les daba una belleza diferente a
la del día de mi llegada. Bordeamos la Estatua de la Libertad
y pude ver su extraordinario tamaño y su pátina verdosa muy
cerca del barco" (Laforet 255). El título del libro se debe a la
contrastada habilidad en los asuntos editoriales de José Ma
nuel Lara. Encontró mucho más sugerente, atractivo, para su
distribución y venta el rótulo de Paralelo 35 que el de Mi pri
mer viaje a USA, con el que había pensado denominarlo Car
men Laforet. Esta aceptó, tras escuchar las razones de su edi
tor, que mezcló entre sus motivos el de una cierta curiosidad
supersticiosa:

El paralelo 35 resume, en su número, la media de los


paralelos que cruzaron mis trenes y autobuses en un
largo recorrido por Estados Unidos. Y por misteriosas
razones editoriales, para mí incomprensibles, según el
editor los libros en cuyo título aparece esta palabra, son
libros de suerte. (Laforet 15)

Desde su desembarco en Nueva York fue acogida como si


se tratara de una estrella; al fin y al cabo, era una invitada de
honor3. Como la autora se encargaría de precisar en el breve
prólogo de Paralelo 35, su propósito no era llevar a cabo una
profunda revisión de los asuntos que causaban mayor impac
to a la ciudadanía americana. Su mirada, como viajera y como

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escritora, iba a ser la de una cronista, lo más fiel posible a la


objetividad de los hechos para trasladar su experiencia a los
lectores:

Si ustedes, después de haberme acompañado de este a


oeste, de norte a sur, de oeste a este, de ciudades a pue
blos, sienten como yo sentí, que la última página podría
ser la primera de un nuevo encuentro; si se han sentido
divertidos e interesados como yo me sentí al vivir mi re
lato, mi ambición de cronista quedaría más que satisfe
cha. (Laforet 6)

Su natural mesura la llevaría a actuar como una reportera


testigo, que iría trasladando los acontecimientos vividos des
de la platea y no desde el escenario; ella se otorgaría el rol de
gozosa espectadora, los protagonistas serían los espacios ame
ricanos y sus individuos. La experiencia de esta cronista no
pudo ser más positiva; de hecho, a partir de este primer viaje
regresaría posteriormente a los Estados Unidos en cuatro
ocasiones.
Si bien es verdad que Carmen Laforet intenta cumplir en
Paralelo 35 el principio apuntado de situarse fuera de la ba
rrera y desde esa atalaya proyectar una imagen imparcial, lo
cierto es que en algunas ocasiones su acentuado compromiso
ético la obliga a sobrepasar esa frontera. No lo va a hacer de
manera disruptiva ni transgresora; bien al contrario, lo reali
zará de una manera calmada, en apariencia silente, pero con
una honda preocupación. Un asunto en el que la voz de Car
men Laforet traspasa el objetivismo que se impone al redac
tar sus crónicas es el exilio español. Desde el punto de vista
de su conciencia crítica no pueden quedar al margen de este
periplo por Estados Unidos los múltiples contactos que esta
blece con los exiliados españoles, testimonios indelebles de la
diáspora cultural y científica que provocó la Guerra Civil y
que remachó la dictadura franquista en la posguerra. El viaje
a la gran potencia americana no solo le sirve a la novelista
para mostrar a los españoles que van a leer sus artículos y su
libro la fisonomía de aquel país, sino que también les hablará
de España a través del recuerdo y la significación de los com
patriotas que tuvieron que refugiarse fuera de su país natal.

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Los exiliados españoles en Estados Unidos

El cálculo de los exiliados españoles a partir del estallido


de la Guerra Civil no es fácil, pero se ha establecido de forma
general que fueron aproximadamente medio millón de perso
nas las que salieron de España para repartirse por todo el
mundo. El primer país receptor fue fronterizo, Francia; a
partir de ahí, el éxodo sufrió una amplia dispersión. Un con
siderando muy importante sin lugar a dudas fue el idioma,
incluso más que el idioma, compartir una cultura común que
sirviese de acomodación en unas circunstancias tan adversas.
En Recuerdos y olvidos. 1906-2006 (2006), de Francisco Aya
la, o El exilio como patria (2014), de María Zambrano, se ha
manifestado con hondura este asunto; aunque, sin lugar a
duda, es el poeta León Felipe quien ha exaltado con mayor
ímpetu la hispanidad. Como apunta José Paulino:

León Felipe, junto con otros muchos, tuvo un punto de


llegada que es decisivo a la hora de su reflexión poética:
México, de cultura semejante y del mismo idioma. Y es
to, a pesar de que hubiera vivido antes allí y estuviera
casado con una mexicana. Pero no resultó el mismo su
sentimiento, su percepción, después de pasar por la ex
periencia de la guerra y la huida [...]. Por ello, la Espa
ña del Verbo puede verse proyectada a toda América, a
la Hispanidad, con razón, justamente en la comunidad
lingüística y cultural. Así, no nos extrañará que León
Felipe piense -sueñe, mejor- en el reino de la Hispani
dad como resultado de la muerte heroica de España. (30)
Los exiliados en los Estados Unidos no cuentan con este
gran fondo anímico cultural de la hispanidad que otros com
patriotas comparten en diversos países latinoamericanos, co
mo México, Chile o Argentina, aunque no sea en absoluto
desdeñable la herencia cultural de los hispanos en la gran na
ción del Norte. Entre otras razones porque en su territorio
actual existen estados de abolengo español, como California,
Texas, Florida o Luisiana. Carmen Laforet, en la visita que
lleva a cabo a este último estado, en concreto a la isla de De
lacroix, comparte vivencias con los descendientes de los cana

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rios reclutados por la corona española para poblar y defender


unas tierras pantanosas e inhóspitas:

Los más viejos ni siquiera hablaban inglés y todos con


servaban el dejo de nuestras islas Canarias, y ninguno
las había visto jamás. Ninguno de aquellos con quienes
hablé había nacido en España, ni los más ancianos. El
español con acento canario era como un idioma de tri
bu, de intimidad. (205)

Aunque son visibles estos brotes de hispanidad en los Es


tados Unidos, lo que decantó fundamentalmente la elección
de los exiliados españoles hacia este país es el reclamo de sus
universidades. Hemos de pensar que la política inmigratoria
americana alentó la entrada en su país de mentes privilegia
das en los distintos sectores del saber, sea el científico o el
humanístico. Lo hicieron tras las guerras mundiales y con los
refugiados españoles. En México, el presidente Lázaro Cárde
nas también entendió el potencial que atesoraban aquellos
republicanos que huían de España y facilitó su traslado y asi
milación; el testimonio del Colegio de México es más que elo
cuente para corroborar el acierto que tuvo el presidente me
xicano al acoger de tal modo a los exiliados españoles. Sin
embargo, a pesar del aliciente de la hispanidad y de ese deci
dido afán de acogimiento del gobierno mexicano, muchos es
pañoles se sintieron más tentados por la fortaleza de las dis
tintas instituciones científicas estadounidenses, desde sus
universidades a centros de una vanguardia tal que no admi
tían comparación, como la NASA o los grandes hospitales con
tecnología puntera. Por ello, estos exiliados decidieron incor
porarse a una cultura diferente, desde el idioma a la manera
de entender la sociedad y, sobre todo, la economía. Sebas
tiaan Faber y Cristina Martínez-Carazo explican las distin
ciones de esa selectiva singularidad del exilio republicano es
pañol en los Estados Unidos:

El grupo de exiliados en el país de Lincoln y Washing


ton se diferencia en varios aspectos importantes de los
que acabaron estableciéndose en otros países de acogi
da, y presenta una serie de problemas de análisis parti
culares. En primer lugar, hay que destacar su tremenda

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dispersión geográfica, debida al hecho de que la mayoría


de los exiliados encontró trabajo en una de las miles de
instituciones universitarias dispersas por el territorio
nacional; a diferencia de países fuertemente centraliza
dos como Francia o México, en Estados Unidos algunas
de las universidades más prestigiosas se encuentran en
los lugares más remotos. Como resultado, no hubo nada
parecido en Estados Unidos a las comunidades exílicas
que se formaron en París, el Distrito Federal mexicano,
Santiago de Chile o Buenos Aires. Por un lado, esta
falta de comunidad recrudeció la sensación de aisla
miento, soledad y marginación cultural. Por otro, les
permitió a los que lograron superarla concentrarse más
que nunca en su propia producción intelectual. (Faber y
Martínez-Carazo 15-16)

Esa dispersión se ha de entender como un agravante en el


exilio español estadounidense que, sin embargo, se rehízo
gracias a la fuerte homogeneidad que se manifestaba en ese
nutrido conjunto de transterrados. Además de su amistad, de
su compromiso político, de sus afinidades como colegas de
profesión, del desarraigo que todos llevaban como un doloro
so lastre, poseían el germen común de su identidad española,
con lo que ello conlleva de asunción de una cultura y de una
lengua que transportan a ese nuevo territorio. La lengua es
pañola fue más que nunca un elemento de unificación entre
los miembros de esa diáspora. Por otro lado, en cuanto a la
dispersión se refiere, aun siendo esta generalizada, en Esta
dos Unidos tuvo alguna excepcionalidad, como apunta José
Luis Abellán en torno a Nueva York:

Muy particular atención merecería la ciudad de Nueva


York, donde siempre hubo un grupo de exiliados repu
blicanos muy comprometidos con el desarrollo de la len
gua española; tenemos que citar en este sentido a Faus
tino González-Aller, que al margen de su trabajo de mu
chos años en las Naciones Unidas, constituye un nove
lista de indudable mérito. Es digna de hacerse notar
también la labor realizada por Eloy Vaquero y Odón Be
tanzos, directores desde 1956 de la revista Mensaje de

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Nueva York, una revista de arte y cultura que ofrece


amplia representación de mucho de lo que se produce
en el inmenso país. Bajo la misma rúbrica -"Mensaje"
ha publicado Odón Betanzos un testimonio sobrecoge
dor de la guerra española: Las sacas (Nueva York, 1970),
del que fue famoso atleta logroñés, Patricio P. Escobal.
(Abellán, Introducción 20)

El exilio español en los Estados Unidos es, fundamental


mente, un exilio de élite, un exilio selectivo dirigido hacia
esos centros investigadores -sobre todo universidades- que se
extienden por todo el país, como tendrá ocasión de comprobar
Carmen Laforet en su extenso recorrido, plasmado en Parale
lo 35. Se beneficia el inmigrante que llega huyendo de la bar
barie de una España envuelta en llamas, miserias y sinrazo
nes avivadas por el monolitismo de la dictadura franquista;
se le va a ofrecer trabajos en centros de prestigio, pero tam
bién -quid pro quo- se le exigirá a cambio su mayor esfuerzo.
Esto contribuye a realizar una ingente labor creativa y que el
baldón del desarraigo patriótico no supusiese un freno a sus
tareas en los distintos frentes, lográndose la paradójica situa
ción de que, en unas circunstancias no deseadas, muchos de
ellos llevan a cabo una obra mucho más eficaz y productiva
que la que probablemente hubieran concebido en su país ori
ginario. Es especialmente destacable, por ejemplo, la contri
bución del exilio americano en Américo Castro para la elabo
ración de su teoría cultural de España, como pone de mani
fiesto Matthew Russell:

Aunque sus ideas de una España tricultural habían na


cido antes de su exilio en los Estados Unidos, fue su lle
gada a Princeton la que impulsó la necesidad urgente de
revaluar la historia de España con la intención de com
prender cómo su país había llegado a tal estado. (145)

Existe otro aspecto muy significativo en el exilio estadou


nidense de los españoles republicanos, sobre todo en lo con
cerniente a los escritores: el público lector4. Cuando esos au
tores llegan a los Estados Unidos se enfrentan a la dura reali
dad de que conservan, aunque estragados por el dolor implíci
to del desgajamiento de su país, la capacidad de desarrollar

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su trabajo como creadores; pero se topan con un horizonte de


expectativas lectoras totalmente diferente. En el mejor de los
casos son reconocidos y valorados por una intelectualidad que
no llega, ni remotamente, al reconocimiento del amplio sector
que poseen en España. No solo se van a encontrar con un te
rritorio diferente, sino con unas costumbres que no les son
propias; unos temas sociopolíticos más o menos conocidos a
los que acceden desde una posición externa; una economía li
beral, cuya comparación con la española suena a cruel burla;
y, si todo esto no bastara, una lengua que no es la suya nati
va. Ricardo F. Vivancos Pérez puntualiza sobre este conside
rando:

El trágico resultado de la falta de espacio para la litera


tura de españoles en EE. UU. es la ausencia de un pú
blico lector. Este capital aspecto de la literatura del exi
lio ya lo planteaba Francisco Ayala en 1948 desde su do
ble perspectiva de escritor y crítico con una pregunta
fundamental: "Yo, español en América, ¿para quién escri
bo?" (Recuerdos 193). Su reflexión, que en aquella época
afectaba exclusivamente a los intelectuales exiliados re
publicanos y era previa a la explosión demográfica de
los hispanos en EE. UU., no dejaba muchas esperanzas.
(106)

Carmen Laforet llegó a los Estados Unidos en calidad de


intelectual española de renombre, por lo que los asistentes
que le asignaron para programar su periplo entendieron que
el principal interés de la autora era aprovechar su estancia
para centrarse en el ámbito universitario. Lejos estaban de
conocer a la escritora, poco amante de los círculos de élite y
de los agasajos protocolarios en estos ámbitos. Anna Caballé
e Israel Rolón cuentan cómo la presencia de Carmen Laforet
suscitó una gran conmoción y también el reconocimiento de
una persona muy poco proclive a protagonismos y vanidades:

La conversación de Laforet era cercana y doméstica. Y


en ese sentido distaba mucho de los encuentros con
otros profesores o escritores, inevitablemente centrados
en el mundo literario y cultural. Algunos de sus con
tertulios agradecían la proximidad que ofrecía Laforet

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mientras que otros quedaban algo perplejos por su


cercanía. (312)

Carmen Laforet, por supuesto, visitó los emporios cultura


les. Por ejemplo, su experiencia en la Biblioteca del Congreso
en Washington fue impactante, superó todas sus expectati
vas:

ese impresionante cerebro del mundo con sus diec


inmensas salas de lectura, sus archivos perfectos, don
se encuentran todos los libros de todas las materias y
todas las lenguas imaginables. (Laforet 20)

Sin embargo, más allá de ello, quiere conocer la re


americana en su conjunto: no solo en las aulas, sino e
vida cotidiana. La escritora, en este sentido, es muy co
te del significado del exilio español de la posguerra; pa
potenciales lectores de Actualidad Española y de su f
Paralelo 35, también este tema es un doloroso, aunque
cable, aliciente:

Me interesa ver en lo posible la asimilación que este


país hace de una serie de inteligencias que por diversas
circunstancias han llegado a formar parte de él. Nortea
mérica sigue formándose con aportaciones europeas,
¿no es cierto? Me interesa seguir el rastro de España en
estas aportaciones. (47)

Dentro del interés que expone Carmen Laforet por seguir


el rastro de los españoles del exilio, en sus crónicas hay una
puntualización clara acerca de dos de ellos. Desde España,
guarda un deseo que quiere que se cumpla a toda costa y que
pone sobre la mesa, no como una condición, aunque sí como
un gran presente que no le pueden negar:

También deseaba saludar a un querido y admirado ami


go, don Américo Castro, en su residencia de La Jolla,
que yo creía cerca de Los Angeles; y sobre todo quería
conocer al gran novelista español Ramón J. Sender, que
vivía en Los Angeles. A Sender le debía contestación a
una carta escrita veinte años antes. La carta más her
mosa de aliento y entusiasmo enviada por un escritor

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conocido, exiliado, a una escritora nueva, surgida des


pués de una Guerra Civil, sin ideas políticas y sin com
promisos®. (Laforet 14-15)

Estas últimas palabras -confesiones personales- se imbri


can a la perfección en la filosofía de vida que acompaña a
Carmen Laforet desde niña6. Su hijo Agustín, cuyo aval para
hablar sobre su madre es manifiesto, apunta a la naturaleza,
la libertad y la soledad como elementos cenitales de su perso
nalidad:

Pero este sentimiento de la naturaleza es, por fuerza,


algo más complejo de lo apuntado. Va ligado a otros dos,
que forman con él un trinomio dinámico, motor y códi
go que determinará tanto la vida como la obra de la no
velista. La soledad y la libertad son los dos dilles de la
naturaleza. (Cerezales 6)

Una mujer de tales convicciones, con esa curiosidad incan


sable, con la libertad personal como acicate continuo, sin
compromisos ideológicos que la constriñan y con la convic
ción de la cultura en todas sus manifestaciones como medio
idóneo de expresión y de conocimiento, no es baladí que tu
viera entre sus amistades a don Américo Castro, un republi
cano de reputado valor humano e intelectual7. Es obvio que,
aunque no hay que desmerecer en absoluto la actividad de los
intelectuales que optaron por distintos motivos seguir con su
actividad en España -hay que reivindicar cómo, a pesar de
ese exilio interior, fueron capaces de llevar a cabo una digní
sima tarea frente a las adversidades políticas y económicas-,
los universitarios españoles perdieron la oportunidad de es
cuchar ex cathedra las lecciones de don Américo Castro, salvo
aquellos que lo siguieron en las aulas estadounidenses:

La gran suerte para los que fueron sus discípulos en


Princeton, y más tarde en la Universidad de California
en La Jolla, fue el poder tener un mentor como don
Américo que estimaba la libertad elucubradora siempre
que estuviera apoyada en una lectura profunda de los
textos sin que, necesariamente, hubiese que sustentar
los argumentos en la crítica anterior. Originalidad de

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pensamiento y no erudición por sí misma fue el legado


que don Américo dejó en sus discípulos y que encontra
mos en las obras de Steven Gilman, Claudio Guillén,
Juan Marichal, etc., y en los que fueron sus inteligentes
lectores como es el caso de Francisco Márquez Villanue
va y muchos otros. (Cardona, s. p.)

El anhelo de Carmen Laforet por reencontrarse con el in


signe investigador no se llevó a cabo. El viaje a La Jolla, en
San Diego, donde residía como profesor de la Universidad de
California, tuvo que suspenderse por unas lluvias torrencia
les que lo hicieron imposible. Tuvo mala suerte en su intento
de contactar con el insigne historiador, también la sufrió con
otros destacados exiliados como José F. Montesinos, Diego
Catalán y Francisco Ayala; pero todo el infortunio que tuvo
con estos fue mitigado por el contacto con otra pléyade no
menos relevante. Coincidió en una cena con el filósofo Ferra
ter Mora -"la reunión en su casa con un grupo de españoles,
entre ellos el catedrático Ferrater Mora y su esposa" (47)-, y
compartió mesa con Jorge Guillén -"En Harvard almorcé con
nuestro poeta Jorge Guillén y otros catedráticos y escritores
españoles y sudamericanos" (Laforet 53)-. En la ciudad de
Cambridge tuvo una conversación con la viuda de Amado
Alonso -"El lago era el retiro solitario del escritor y estaba
efectivamente solitario en la mañana que yo lo vi" (53)-. En
Columbia University fue agasajada por el profesor y crítico
Gonzalo Sobejano, director del departamento de español:

Sobejano nos guió para que viésemos dónde y cómo esta


ba emplazada la universidad. Desde una calle silenciosa
en el crepúsculo, nos asomamos, como en un balcón, a
un parque y vimos allá abajo un barrio que parecía anti
guo y callado. (251)

En la Casa Española de la propia universidad de Columbia,


entre los acogedores compatriotas que departieron con ella,
destacó una pareja: "Conocí a amigos de amigos, como Paco
García Lorca y su esposa Laurita de los Ríos, a quienes por
tantas referencias fue un placer estrechar la mano" (251).

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La complicidad de Ramón J. Sender

La conexión anímica de Carmen Laforet con Sender, por


el que sentía además una admiración extrema como escritor,
se había acrecentado con el paso de las horas, por la cercanía
de ese encuentro y por la lectura de una obra suya publicada
en 1942 en México, pero que no había sido permitida su edi
ción en España por la censura hasta 1965, justo en las fechas
en que Carmen Laforet llevaba a cabo su viaje por los Esta
dos Unidos. La novela era nada menos que Crónica del alba,
una de las piedras angulares de la novelística de Sender y
uno de los referentes literarios esenciales sobre la Guerra Ci
vil española. La figura del escritor no había podido ser borra
da por la censura; su producción anterior a la guerra ya le ha
bía conformado un nombre y un lugar en las letras españolas,
como ha señalado Santos Sanz Villanueva:

El escritor más sobresaliente de los que se inician por


los caminos de la crítica, política o social es, sin duda,
Ramón J. Sender [...]. Un público amplio ha acogido
con calor su obra -en buena parte ya publicada en Es
paña- y a nivel de popularidad debe señalarse que es el
escritor más conocido entre los lectores del interior.
(124-27)

Carmen Laforet contó en su crónica los momentos previos


al encuentro con la intensidad que sostuvo siempre sus ideas.
Crónica del alba acrecentó al extremo su ímpetu de hallarse
ante el admirado Sender:

Desde Boston a Chicago hay una gran distancia. Nues


tro tren atravesó de cuatro a cinco estados en una tarde
y una noche de viaje [...]. Podía cerrar la puerta corre
diza con espejo si así lo deseaba, pero para menos ahogo
únicamente echaba una cortina cerrada con cremallera.
Estas cremalleras las descorrimos varias veces miss P.
B. y yo como en los actos de una comedia, para darnos
explicaciones y promesas de amistad pese a todo. Des
pués de esos breves y rápidos diálogos volvía a cerrar mi
cremallera y a hundirme en la lectura maravillosa de
Crónica del alba, de Ramón J. Sender, un libro leído

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con más de veinte años de retraso y que llegaba a mis


manos con la frescura de algo muy reciente. Lo leía en
una edición americana para alumnos de español, sin sa
ber que precisamente se editaba por aquellas fechas en
España. (Laforet 61-62)

Los lectores españoles que no habían tenido la oportuni


dad de viajar al extranjero, o leerla de manera clandestina,
pudieron al fin tener las mismas impresiones de nuestra via
jera. Aunque mejor sería decir parecidas, puesto que, a dife
rencia del resto, ella estaba a punto de contactar con el autor,
un privilegio que no estaba al alcance de los residentes en Es
paña, lamentablemente tanto para Sender como para sus se
guidores. El autor oscense, aunque estuviera muy implicado en
la vida estadounidense, luchó por no perder su españolidad8.
Ya hemos comentado el ansia con la que Carmen Laforet
atraviesa las etapas de su viaje hasta llegar por fin a la espe
rada noche en la que se va a encontrar con el escritor arago
nés. El título de la crónica no puede ser más escueto, "Ramón
J. Sender". No hacen falta más palabras, es desde principio a
fin un entrañable homenaje a aquel exiliado que la deslum
hra con su cercanía, con su complicidad que desde entonces
se afianza férreamente. Las primeras líneas se encargan de
recalcar la relevancia del escritor, con la lectura de Crónica
del alba (1942-1965) muy fresca:

Ramón Sender es un aragonés universal que vive en


América desde hace treinta años. Ha sido profesor de li
teratura española en varias universidades y cuando yo
le conocí daba clases en la universidad Southern. (Para
lelo 156-57)

Laforet valora como uno de los aspectos más significativos


de la personalidad de Sender su carácter universalista. El au
tor de Crónica del alba es paradigma del intelectual que no se
constriñe al reduccionismo. Sus obras, aun aquellas cuyo cen
tro temático sigue siendo España, se abren al mundo porque
las concibe y las recrea como motivos clásicos, de amplio es
pectro, entendibles en toda cultura. Sender no defrauda a
Carmen Laforet. Le hace reabrir su mirada a la reciente his
toria española desde la lejanía y la observa allí con meridiana

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claridad, como si fuera un cuadro borroso que al distanciarse


se va aclarando conformándose las líneas que lo definen:

Mis amigos del departamento de español en la universi


dad de Maryland me regalaron este libro al emprender
mi recorrido por Estados Unidos. Quedé fascinada por
su fresca belleza, su amenidad, su humor, sus raíces vi
vas, nuestras, profundísimas. Ahí estaba la tierra de
Aragón y la infancia de un muchacho español auténtico
descrito con una tremenda fuerza y una inmensa ternu
ra. Una auténtica vida que salta de una pluma magis
tral al papel y enriquece nuestra sensibilidad. En aque
lla novela yo encontré una verdad, algo que solo puede
definirse con la palabra genio. No haberse publicado
Crónica del alba en España significaba un vacío muy
grande en nuestras letras.
—Precisamente se está editando ahora en España.
También Billy el niño y otras cosas mías. Todo este año.
(Laforet 157)

En Paralelo 35 se constata que la literatura española no


solo se escribe dentro de las fronteras del país hispano, sino
que existe una rica creación en el exilio. Queda expresamente
citada por nuestra autora la censura que sufre la novela, y es
ta crítica de ese tremendo error sociopolítico y cultural no es
estridente, pero sí firme, sin titubeos. Sender, lejos de abju
rar de su condición de español fuera de una España que lo ex
pulsa, se muestra más interesado en demostrar en su escritu
ra que su mundo, aunque físicamente no pueda vivir allí, es
el de su tierra de nacimiento. Su literatura escrita en los Es
tados Unidos por exigencias de la diáspora es de raigambre y
de esencia española9. Quizás el reforzamiento de esa identi
dad se hace con mayor encono desde ese espacio lejano debido
a la necesidad de no olvidar, de reafirmarse como patriota
frente a los que se adueñaron del término "nacional" y lo rei
vindicaron como suyo propio:

Recordaba casi la forma de las piedras del Alto Aragón.


Las calles, los rincones de Madrid, el nombre de los ca
fés... En Norteamérica, y también en la América Lati
na, el nombre de Sender nunca ha sufrido eclipse. Sin

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embargo, su público es el público español. Escribe para


españoles y cosas españolas hasta cuando trata temas
americanos. Es hora de que España le rinda el eco de
sus lectores. (Laforet 157)

La franqueza con la que escribe Carmen Laforet podría


entenderse afectada por la amistad, incluso por la admiración
hacia el maestro que por fin conoce en persona; pero lo cierto
es que se incardina esta manera clara, sin rodeos, de contar
las cosas con su literatura de siempre. Es posible que ese
afecto y ese entusiasmo por hallarse en compañía tan querida
acentuasen su ansia por contar lo acontecido; no obstante, en
ningún caso la hacen caer en un panegírico impulsivo, el rea
lismo se impone:

—Usted no se acostumbraría ahora -le dije- a una vi


da tan áspera como es la de España para los escritores.
Usted no se acostumbraría a sentirse perdido en las bi
bliotecas, a tener que buscar cualquier material de estu
dio entre libros. Tampoco se acostumbraría a nuestras
envidias, enemistades, rencillas... (Laforet 159)

Esta es una Carmen Laforet en estado puro, sin lastres.


Utiliza un lenguaje que se torna narrativo con la apariencia
de la sencillez expositiva; solo con la apariencia, pues esta
sencillez viene determinada por un sabio uso de frases cortas
y términos precisos que no necesitan un mayor retoricismo,
gracias al apoyo de una gran capacidad de observación y libre
discernimiento. Toda la literatura de Carmen Laforet parte
de conceptos que se pueden aglutinar en una visión vitalista
de la existencia, todo lo contrario de un ánimo reductor. Por
eso, el viaje a los Estados Unidos, aunque para entonces ya
ha viajado a otros países europeos, la deslumhra. La libertad
política que no se ejerce en España la experimenta, por ejem
plo, en Francia; pero en Estados Unidos explota esa Carmen
Laforet gozosa por dar rienda suelta a todos sus sentidos y
complacerse con la grandiosidad, con el espectáculo continuo
que ofrecen los avances que ha podido alcanzar la humanidad
gracias a la ciencia en sus más altas instancias y, sobre todo,
con esa naturaleza descomunal, prácticamente ilimitada. Ello
no obsta, sin embargo, para que cierre los ojos a los conflictos

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que observa y que estercolan esa imagen paradisiaca. En esos


conflictos resalta el racismo, tan contrario a su manera de
comprender las relaciones humanas, abierta y desprejuiciada.
Paralelo 35 no es un libro de viajes al uso. Está presente la
mirada de asombro de la turista, pero sobre todo aflora la mi
rada escrutadora y crítica de una novelista que siempre cuen
ta, con un estilo de natural armonía, lo que le dicta su con
ciencia.

NOTAS

1. Al igual que hace Carmen Laforet con Paralelo 35, Miguel Deli
bes también publica un libro, USA y yo, con la recopilación de sue
crónicas de su viaje a los Estados Unidos que había escrito previa
mente en el periódico El Norte de Castilla.
2. Aunque la Ley de Prensa e Imprenta, impulsada por Manuel
Fraga Iribarne y aprobada en 1966, supone un avance hacia las li
bertades en cuanto a la eliminación de ciertas restricciones de la
censura impuestas por la Ley de Prensa de 1938, no se puede hablar
de supresión de la censura hasta después del fallecimiento de Fran
co en 1975. En concreto, se anula la censura con la Ley sobre la
Libertad de Expresión de 1977, con Adolfo Suárez al frente del go
bierno.
3. Desde que pisa tierra estadounidense es acompañada por una
intérprete. Tuvo dos durante su largo periplo de casi dos meses: Ms.
P. B., con la que no congenió; y Eliana, con la que mantuvo una exce
lente relación: "Miss P. B. había leído mis novelas. Gracias a eso te
nía una idea completamente equivocada de mi personalidad y cor
tésmente me hacía notar muchas veces que tal o cual reacción mía
no estaba de acuerdo con los personajes de mis libros. Sobre todo, la
desconcertaban mi sentido del humor y mis risas. Según ella, yo de
bía de ser más bien trágica. Esa atención a mi manera de ser era
una amabilidad semejante a la que yo tenía con ella cuando me em
peñaba en hablarle en polaco. Las dos nos fastidiábamos mutua
mente con estas cosas. [/] Cuando miss P. B. fue relevada en Spring
field (Illinois) por la joven Eliana, y esta manifestó el deseo de com
prar mis libros, le prohibí que leyese ni una sola línea escrita por mí,
al menos hasta que yo estuviese a cien mil leguas" (Laforet 15).
4. El cambio que se ha producido desde los años cuarenta del pasa
do siglo a la actualidad, en cuanto a la implantación de la cultura
hispana en los Estados Unidos, ha variado mucho el horizonte de
expectativas. Hay un público lector muchísimo más amplio que es

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pera la literatura escrita en español y


le interesa mucho más el tema del exilio
tural y ético. Todo ello ha derivado en
sobre el exilio español en América. La
Luis Abellán, Alicia Alted, Carlos X. A
Mari Paz Balibrea, Carlos Blanco Agu
bastiaan Faber, Carlos M. Fernández-S
Ramón López García, Vicente Lloréns, So
Martínez-Carazo, Carmelo Medina Ca
Gerardo Piña Rosales, Consuelo Soldev
eos Pérez, etc. Como nexo común de t
repercusión de lo hispano y de la len
estadounidense, sobre todo a partir de la
5. Como precisa Israel Rolón Barada, est
1947. Sender queda gratamente sorpre
(1945) y, desde la altura de un autor de p
va que Laforet no olvidará.
6. Su independencia con respecto a po
fue tan valorada como condenada. Si la c
dencias pero demoledora, que se leía e
un claro rechazo a un régimen que provo
ta que había dejado paso a unos años trág
La mujer nueva confundió a aquellos q
de progresía antifranquista.
7. Don Américo Castro se había exiliado en Estados Unidos en
1938. Había sido embajador republicano en Berlín y su posición
ideológica e intelectual estaba fuera de toda duda. Don Américo es
uno de los hombres que ha contribuido más al pensamiento sobre
España, uno de los eruditos más preclaros que ha dado este país al
que se dedicó con vehemencia -es sabida, pero se hace necesario re
cordar su controversia sobre la esencia de España con Claudio Sán
chez Albornoz-; pasa más de treinta años de su vida en Estados
Unidos, hasta 1970.
8. En la implicación política de Ramón J. Sender a favor de la Re
pública y de su país no se observa resquicio alguno. Ya en la dictadu
ra de Primo de Rivera es condenado a prisión por sus proclamas
anarquistas. Cuando se produce el levantamiento militar de 1936,
Ramón J. Sender está casado y tiene dos hijos, pero no duda en in
corporarse al frente. En Zamora, su mujer es fusilada por las tropas
nacionales. Sus hijos son recuperados en Bayona gracias a la acción
de la Cruz Roja Internacional. Aunque deja el frente, sigue su lucha
combativa a favor de la República, dando conferencias y buscando
adeptos en varios países, entre los que se incluye Estados Unidos.
En 1939 se exilia, pasa unos años en México y luego ya se instala

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definitivamente en el país n
San Diego, California.
9. Cabe aquí recordar la co
cia o no, la diferenciación o
frente a la literatura que
intelectual, también de fu
circunstancias, que tuvo un
la publicación de "La evolu
ñoles en la emigración", de

OBRAS CITADAS

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