alguaciles, escribanos, nuncios, capellanes, consultores, contadores, alcaides de
la cárcel, despenseros, porteros, barberos, familiares y comisarios... «Gracias a Dios, también tenemos médicos y cirujano. Porque ahora los vamos a necesitar». ¿De qué otro modo, si no, podía enfrentarse a aquel caso que le acababa de caer encima como una losa? En su dilatada vida nunca había juzgado nada igual. La carrera de Derecho lo había preparado para competir en lances retóricos, blandir argumentos, anillar conceptos... Pero no para algo así. Tampoco lo adiestraron en semejantes trances los cinco años como ayudante de cátedras. Aquello sólo había sido el ineludible arrimo a los viejos maestros universitarios y sus cartas de recomendación. Ellas lo habían ido aupando con el apoyo de su poderosa familia, los Mendoza. Se llevó la mano a los riñones, más cargados de arenillas que un puerto cegado por los arrastres de las olas. Ahora, la vejez roía sus cansados huesos. Con el retiro en ciernes, ¿cómo afrontar aquel expediente? El caso había empezado a cobrar vuelo. Sus superiores lo estarían observando. Y sus enemigos, y los de su familia, no iban a desaprovechar la ocasión de caer sobre él si algo se torcía. —Una buena encerrona para alguien que sólo pretende jubilarse sin ruido —gruñó entre dientes. Empezó a leer el resumen de lo establecido y averiguado por sus predecesores en el tribunal de Ocaña. La clave estribaba en el sexo del tal Céspedes. Él decía ser varón cumplido. Como tal iba vestido. Como tal ejercía de cirujano. Y como tal se había casado unos dos años antes con una joven de Ciempozuelos a la que doblaba la edad, María del Caño. Mientras él rondaba la cuarentena y parecía persona muy trotada en asuntos de cama, ella declaraba ser virgen antes de las nupcias. Por el examen de unas matronas constaba que ahora ya no lo era y que el matrimonio se había consumado. Mendoza estaba perplejo. «¿Cómo ha podido ser esto si Céspedes ya se había casado como mujer a los quince años, y tuvo un niño con su marido...? Claro que también fue soldado una larga temporada». Si los testimonios allí vertidos no mentían, el reo había nacido hembra. Y esclava. Tras ser liberada, contrajo matrimonio con un hombre. Fue madre y abandonó a su hijo. Empezó a mantener relaciones con mujeres. Acuchilló a un rufián al que casi mató y ejerció la milicia en una de las guerras más feroces que se recordaban. Luego sacó el título de cirujano, profesión exclusivamente