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Capítulo 4 - Determinismo Científico y Libertad Humana
Capítulo 4 - Determinismo Científico y Libertad Humana
La idea de que el ser humano no es más que un animal más evolucionado que otros, es ya
antigua.
En su obra El origen del hombre, de 1871, Darwin dedicó los capítulos III y IV al tema
titulado «Comparación de las facultades mentales del hombre con las de los animales
inferiores».
● Darwin afirma que la diferencia entre las facultades del hombre y las de los
animales, por grande que sea, es sólo una diferencia de grado y no de especie.
● de tal modo que podríamos observar en los animales, aunque en grados o medidas
diversos, las mismas facultades de las que el hombre se enorgullece: sentimientos,
intuición, emociones, amistad, memoria, atención, curiosidad, imitación, razón, etc.
● Algunas facultades que parecen exclusivas del hombre, como la conciencia, la
abstracción, etc., se podrían interpretar como resultado del uso del lenguaje.
● Darwin incluye confusamente, entre los productos de la evolución, la creencia en
agentes espirituales y en Dios.
● Dice que la distinción más clara entre el hombre y los animales está en el sentido
moral, pero añade que esto se puede explicar mediante la combinación de los
instintos sociales, las facultades intelectuales y los efectos de la costumbre.
¿QUÉ ES LA SOCIOBIOLOGÍA?
● «no hay nada inusual en el hecho de extraer los principios y los métodos, e incluso
la terminología, del análisis exhaustivo de los organismos inferiores y aplicarlos al
estudio de los seres humanos [...] Decir que la misma ciencia puede aplicarse a los
seres humanos no es reducir la humanidad a la condición de esas criaturas más
simples».
El problema está en delimitar hasta qué punto la conducta humana está determinada por
leyes biológicas, por los «genes» que constituyen el material hereditario o, en último
término, por causas físico-químicas, y por conductas instintivas desarrolladas en el curso de
la evolución de los animales.
Wilson se limita a señalar que «casi todos los grandes avances de la ciencia se han hecho
por reducción». Se trataría de un reduccionismo metodológico, simple táctica científica
bien conocida, de modo semejante a como la química se basa en la física, y la biología en
ambas, y no de un reduccionismo filosófico según el cual las realidades superiores se
explican totalmente mediante las inferiores.
Surgen problemas de gran envergadura cuando Wilson llega a uno de los puntos principales
del problema: a la mente humana. Dice que «la relación entre los genes, el cerebro y la
mente es sólo una dificultad práctica, no una dificultad teórica [...] La conciencia puede muy
bien consistir en grandes números de abstracciones en clave».
Es importante subrayar que una cosa es afirmar que el comportamiento humano tiene un
fundamento biológico y otra cosa muy distinta decir que la mente y la conciencia humanas
sean «epifenómenos», simples resultados de acciones físicoquímicas.
Como suele suceder con los reduccionismos, Wilson advierte que la sociobiología está
todavía en sus comienzos, promete mucho, y cuenta ya con importantes estudios a su favor.
Parece que, con más trabajo, y contando con el tiempo, se llegará a encontrar explicaciones
biológicas para todo.
LA REACCIÓN DE LEWONTIN
¿Consigue Lewontin su objetivo? Desde luego, muestra que, científicamente, muchas cosas
son más complejas de lo que a veces dice «el cándido determinismo que con tanta
frecuencia ha pasado por ciencia».
Por otro lado, la heredabilidad está rodeada por otros problemas, y no es fácil mostrar, en
muchos casos, que determinados rasgos sean «heredados».
Lewontin analiza el caso más interesante, el de los gemelos idénticos, que resultan de la
separación de un huevo fecundado en dos organismos completos, siendo, por tanto,
genéticamente idénticos. Sus conclusiones son demoledoras.
● Por una parte, «apenas hay casos de gemelos idénticos que se hayan criado en
ambientes realmente distintos», por lo que muchas semejanzas que se suponen
heredadas no lo son en realidad.
● Por otra, «hay mucha literatura en torno a la heredabilidad de los rasgos humanos y
pocas pruebas fiables».
● En concreto, Lewontin se detiene especialmente en la heredabilidad del «coeficiente
de inteligencia», señalando que (hasta el momento) sólo se cuenta con cuatro
estudios del tema en gemelos, citados en la bibliografía especializada, y que esos
estudios han sido analizados a fondo por Leo Kamin; sus conclusiones, después de
varios años, dicen, por ejemplo, que la investigación más extensa y citada es un
fraude.
Pero Lewontin dice que, aun sin llegar al fraude, «la mayoría de los trabajos sobre la
heredabilidad de rasgos humanos adolece de uno o varios defectos metodológicos graves».
En otra obra titulada Consilience, Edward O. Wilson se propone construir un puente entre la
ciencia y las humanidades.
Su mensaje es que las ciencias naturales son la clave para unificar todo lo demás: las
ciencias sociales, las artes, la ética y la religión deberían interpretarse en clave biológica.
A quien sea materialista, esa idea le puede parecer estupenda. A quien no lo sea, le puede
parecer profundamente equivocada.
En esa línea, la defensa de la biodiversidad y, en general, la simpatía por todos los tipos de
vida que existen, constituyen una parte fundamental del programa de Wilson
Wilson presenta su propuesta como una especie de nueva religión, que explica el sentido
de nuestra vida, que nos dice quiénes somos y hacia dónde vamos. Presenta su propuesta
como la «búsqueda de la realidad objetiva», como una «manera de satisfacer el anhelo
religioso» diferente de la que proporciona la religión tradicional.
Pero esto significa que nos encontramos, una vez más, con una especie de cientificismo
que pretende juzgar toda la realidad utilizando como metro la ciencia natural.
Pero la emergencia de nuevos niveles más bien parece apuntar hacia explicaciones que
van más allá del materialismo, sobre todo si tenemos en cuenta que existen niveles de
complejidad creciente, enormemente sofisticados, que culminan en el ser humano: el
organismo humano proporciona la base biológica para la existencia de seres dotados de
autorreflexión, de capacidad de argumentar y de hablar, de libertad y de responsabilidad
ética.
Por tanto, el materialismo se enfrenta con la tarea de explicar esos subproductos que
parecen tener una vida propia. Pero la tarea es demasiado difícil.
En efecto, si nos preguntamos qué es lo que diferencia al ser humano de los chimpancés,
orangutanes y gorilas, podemos constatar, como un hecho fácilmente verificable, que una
de las diferencias principales, quizá la principal de todas, es que los humanos nos
planteamos problemas éticos y religiosos.
El ser humano es capaz de reconocer a Dios como creador e incluso como padre, es capaz
de hablar con Él, de pedirle cosas, de darle gracias, de buscar la unión con Dios y de dar
sentido a su vida a la luz de la religión. Al intentar explicar todo esto mediante las ciencias,
el materialismo choca con un desafío permanente.
El determinismo afirma que todo sucede necesariamente, según leyes que determinan
totalmente el futuro.
Todo ello condujo a creer que la ciencia apoyaba el determinismo, y Laplace propuso en
1819 su famosa formulación del determinismo científico: una inteligencia que conociera
perfectamente las leyes naturales y el estado actual del universo, podría predecir
exactamente el futuro.
Sin embargo, al llegar al siglo XX, esta imagen de la ciencia comenzó a agrietarse. La física
cuántica, que se ocupa de fenómenos en la diminuta escala de las partículas subatómicas,
encontró leyes indeterministas.
Nos encontramos, según Karl Popper, con un «universo abierto» en el que no todo está
predeterminado y hay auténticas novedades, y donde, por supuesto, se da la libertad
humana; y no ante un «universo cerrado» en el que todo sucedería por necesidad física y
no habría lugar para la libertad.
NUBES Y RELOJES
La realidad es tan compleja que nunca podremos predecirla con toda exactitud: toda ciencia
humana es, en último término, indeterminista, y esto valdría incluso para la física clásica,
que durante mucho tiempo se consideró determinista.
Pero además, continúa Popper, en el caso del ser humano, el determinismo es imposible
porque poseemos unas capacidades que superan las posibilidades del mundo físico:
especialmente, la capacidad de describir la realidad y la de argumentar racionalmente.
Por otro lado, los desarrollos de la física contemporánea conducen a posiciones cada vez
más apartadas del determinismo, aunque supongamos que las leyes básicas son
deterministas.
Se puede objetar que, aunque las teorías tengan la marca de la creatividad genial, lo único
que importa luego es su justificación mediante argumentos, y que, en ese terreno, ya no hay
libertad: las cosas son como son.
Pero el argumento de Popper sobre la libertad tiene puntos débiles. En efecto, aunque
nuestra ciencia sea limitada, bien podría suceder que la realidad esté determinada de modo
necesario.
UN MILAGRO IMPOSIBLE
Las características distintivas del hombre, que Popper señala acertadamente, exigen admitir
un nivel espiritual que trascienda lo material, y no pueden ser simple consecuencia de una
evolución desde la materia. Y lo imposible no puede suceder ni siquiera por milagro.
El «problema» se centra en que, si se admite el espíritu, hay que admitir a Dios. Popper no
da ninguno de los dos pasos. Por eso, su postura acaba siendo una mezcla híbrida de
verdades a medias y de confusiones, y su crítica al materialismo está muy lejos de lo que es
necesario para refutarlo seriamente, aunque algunos de sus argumentos vayan en una
dirección correcta.
Pero, al fin y al cabo, no sería demasiado difícil llegar hasta el espíritu y hasta Dios, una vez
que, como lo hace Popper, se reconoce claramente que en la persona humana hay
dimensiones que superan toda posible combinación de la materia: la libertad, la
racionalidad, el sentido único de cada vida humana, la capacidad de argumentar y de
conocer la verdad.
Pero, para hacerlo, es necesario algo más que un indeterminismo físico bastante dudoso y
una imposible evolución creadora de la emergencia de la persona: hace falta reconocer la
existencia del espíritu, y reconocer a Dios como creador del alma humana espiritual. La
ciencia no se opone a ello, y la reflexión sin prejuicios lo demuestra.
Y si existe el alma espiritual, existe algo más que la realidad material que es objeto de las
ciencias experimentales. Algo que no puede surgir de la materia, puesto que, por su propia
naturaleza, posee un modo de ser distinto.
Lo que importa señalar aquí es que la libertad humana sería impensable e imposible si no
hubiera en la persona humana dimensiones espirituales, si todo se redujera a lo material, y
si no existiera Dios. Y, desde luego, la libertad humana existe.
Estas convicciones llevan fácilmente a falsas ideas sobre la libertad de la persona humana,
que se considera erróneamente como algo sin valor moral objetivo y condicionado por
causas que la ciencia explica suficientemente.
Es difícil explicar cómo actúa nuestra voluntad sobre la base física, pero es un hecho que
actúa. Ahora mismo, yo puedo decidir a voluntad mover un dedo, luego tenerlo quieto, luego
volver a moverlo, y sucesivamente ir realizando todo tipo de movimientos del modo que me
parezca mejor.
EL DETERMINISMO PSICOLÓGICO
Esta postura puede calificarse como «determinismo psicológico». Recoge en parte los otros
determinismos: estamos condicionados por nuestra constitución física, por el ambiente, por
la educación, por nuestra historia personal.
La libertad aparece así como algo contradictorio, pues supondría que, frente a varias
posibilidades, uno puede elegir una peor, pudiendo elegir otra mejor.
Todo esto es suficiente para entender que la libertad humana es compatible con las
motivaciones psicológicas y los condicionamientos físicos y ambientales, aunque sea difícil
determinar siempre y en cada caso concreto el grado de libertad real que se da.
Además, podremos advertir que, aunque somos libres, la realización de la libertad exige un
esfuerzo de honradez y coherencia, que es decisivo para valorar la calidad moral de cada
persona.