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Había una vez una familia de nombre Hernández, compuesta por padre, madre y sus dos

pequeños hijos. Vivían en un pequeño pueblo al norte de México, rodeado de árboles de


mezquite y cactus. La vida allí era tranquila, pero la familia Hernández estaba luchando
para sobrevivir. El padre trabajaba en una fábrica cercana, pero sus ingresos apenas
alcanzaban para dar de comer a su familia. La madre ayudaba en lo que podía, pero con
el precio de los alimentos subiendo cada vez más, la situación se estaba poniendo cada
vez más difícil.
Un día, escucharon acerca de la oportunidad de trabajo en los Estados Unidos, en un
viñedo en California. La familia Hernández tomó la difícil decisión de emprender el
peligroso viaje para buscar mejores oportunidades de vida.
Partieron muy temprano en la mañana, cargando solo lo esencial en sus mochilas.
Tomaron un autobús hacia la frontera, donde se encontraron con un coyote que los
ayudaría a cruzar el desierto. El coyote les explicó que no sería un viaje fácil y que
debían estar preparados para cualquier situación que surgiera. Los Hernández asintieron
con determinación y siguieron adelante.
Pronto, estaban caminando por el desierto bajo el sol abrasador y sin agua ni comida. La
madre comenzó a sentirse mareada y los niños se quejaban de sed y hambre. El camino
parecía nunca acabar, y los obstáculos seguían apareciendo por todos lados: dolores de
cabeza, ampollas, el ruido persistente de helicópteros de patrulla, el miedo a ser
descubiertos, entre otros.
Pero el amor y la solidaridad nunca les faltaron. El padre llevaba a su pequeño hijo en
sus brazos, a veces cargaba la mochila de la madre para aliviar su cansancio, y les daba
ánimos para seguir adelante. La madre se esforzaba por alimentar a sus hijos y cuidarlos
en medio del intenso calor.
Finalmente, después de varios días en el desierto, llegaron a la frontera. El coyote les
dijo que estaría arriesgo Finalmente, después de varios días en el desierto, llegaron a la
frontera. El coyote les dijo que estaría arriesgado cruzar en ese momento debido a la
intensa vigilancia, pero la familia Hernández estaba desesperada por encontrar trabajo y
una vida mejor, por lo que decidieron arriesgarse.
El cruce fue muy peligroso, con guardias de frontera y perros entrenados para detectar a
personas que intentaban ingresar ilegalmente al país. Pero la familia se mantuvo unida y
logró pasar sin que los detectaran. Una vez que estuvieron en Estados Unidos, se
sintieron aliviados de haber logrado el primer paso de su migración.
La siguiente parte del viaje fue igual de difícil. Ahora, debían caminar por días seguidos
y dormir a la intemperie para llegar al viñedo donde podrían trabajar. Durante esta parte
del viaje, la familia Hernández se encontró con muchos migrantes como ellos, todos
buscando lo mismo: una vida mejor.
Finalmente, después de semanas de caminar y subsistir con muy poco, llegaron al
viñedo. Aquí, la familia Hernández encontró trabajo como recolectores de uvas. El
trabajo era agotador, pero les pagaban lo suficiente para comer y tener un lugar donde
descansar por las noches.
Los Hernández se establecieron en un pequeño lugar cerca del viñedo, con otras
familias migrantes. A pesar de las dificultades del trabajo y de su situación, encontraron
compasión y solidaridad en sus nuevos amigos.
Con el paso del tiempo, la familia Hernández logró ahorrar lo suficiente para alquilar un
pequeño apartamento en una ciudad cercana. Allí, comenzaron una nueva vida. Los
niños aprendieron a hablar inglés y se adaptaron a la escuela, y los padres encontraron
mejores trabajos.
La familia Hernández siguió trabajando duro y esforzándose por lograr sus sueños. A
pesar de las dificultades y los obstáculos, nunca perdieron la esperanza de tener una
vida mejor. Aprendieron la importancia de la unidad y del amor durante su migración y
cómo superar las adversidades con………

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