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2. Parte de la decoración concebida por Fontana quedó registrada en una série de gra-
bados de grande dimensión que se encuentra, por ejemplo, en la Biblioteca Nacional do Rio
de Janeiro, Colecção Barbosa Machado, Secção Retratos, nºs. 535-541.
La aspiración imperial de la monarquía portuguesa 11
7. Sobre este tema, vid. L.F. Thomaz, J. dos Santos Alves, Da Cruzada ao Quinto Im-
pério, en A Memória da Nação, ed. F. Bethencourt, D. Ramada Curto, Lisboa 1991, pp. 93 y
ss. Véase también, D. Ramada Curto, A literatura e o império: entre o espírito cavaleiroso,
as trocas da corte e o homanismo cívico, en História da Expansão Portuguesa, ed. F. Bethen-
court, K. Chauduri, vol. I, A Formação do Império (1415-1570), Lisboa 1998, pp. 441 y ss.
8. L.F. Reis Thomaz, L´idée impériale manueline, en La découverte, le Portugal et
l´Europe, Actes du colloque, ed. J. Aubin, París 1990, pp. 39 y ss. A. Vasconcelos de Sal-
danha, Iustum Imperium. Dos tratados como fundamento do império dos portugueses no
Oriente. Estudo da história do direito internacional e do direito português, Lisboa 2005,
pp. 321 y ss.
9. P. Fernández Albaladejo, Imperio de por sí: la reformulación del Poder Universal
en la temprana edad moderna, en Fragmentos de Monarquía. Trabajos de historia política,
La aspiración imperial de la monarquía portuguesa 15
Madrid 1992, pp. 168-184; J. Gil, A apropriação da ideia de império pelos reinos da Penín-
sula Ibérica: Castela, en «Penélope. Fazer e desfazer a história», 23 (1995), pp. 67-88.
10. J.H. Elliott, Monarquía compuesta y monarquía universal en la época de Carlos
V, en Carlos V. Europeísmo y universalidad, vol. V, Religión, cultura y mentalidad, Madrid
2001, pp. 705-706.
11. Xavier Gil Pujol (Imperio, monarquía universal, equilibrio: Europa y la políti-
ca exterior en el pensamiento político español de los siglos XVI y XVII, Lezione XII del
Seminario de la Università di Perugia, Dipartimento di Scienze Storiche, 1996, pp. 2-23)
recuerda que la idea de una monarquía universal formaba parte del vocabulario habitual de
los políticos y escritores europeos y, con frecuencia, aparecía asociada a la idea de imperio,
entendido éste como cabeza secular de toda la respublica christiana.
12. J.P. Oliveira e Costa, D. Manuel I. 1469-1521. Um príncipe do Renascimento,
Lisboa 2005, pp. 175 y ss.
13. La auto-representación de la realeza portuguesa con trazos imperiales también tenía
lugar fuera de Europa. Catarina Madeira Santos señala que Afonso de Albuquerque percibió
la importancia de caracterizar de forma grandiosa al rey de Portugal como medio de afirma-
ción política frente a los poderes orientales (Goa é a chave de toda a Índia. Perfil político da
capital do Estado da Índia (1505-1570), Lisboa 1999, p. 130). Sin duda, la diferencia cultural
entre los europeos y los asiáticos provocaba que esas proyecciones del ideario imperial euro-
16 Pedro Cardim
peo fuesen susceptibles de interpretaciones opuestas, como recuerda Alan Strathern a propósi-
to de la presencia portuguesa en Sri Lanka (Kingship and Conversion in Sixteenth-Century Sri
Lanka. Portuguese Imperialism in a Buddhist Land, Cambridge 2008, pp. 35 y ss.).
14. J.S. da Silva Dias, Os Descobrimentos e a Problemática Cultural do século XVI,
Lisboa 1982, pp. 13-14.
15. Ibidem. Véase, también, Thomaz, Santos Alves, Da Cruzada ao Quinto Império,
pp. 135 y ss. Sobre el período de Juan III, véase, maxime, A.I. Buescu, D. João III. 1502-
1557, Lisboa 2005, pp. 224 y ss, y también Z. Biedermann, De regresso ao Quarto Império:
a China de João de Barros e o imaginário imperial joanino, en D. João III e o Império.
Actas, Lisboa 2004, pp. 103-120.
16. Se trata de la xilografía realizada por Michael Minck y fechada el 24 de enero de
1552. Sobre el impacto del elefante en Viena, vid. K. Mühlberger, Bildung und Wissenchaft.
Kaiser Maximilian II und die Universität Wien, en Kaiser Maximilian II. Kultur und Politik
im 16. Jahrhundert, ed. F. Edelmayer, A. Kohler, Wien-Munich, 1992, pp. 203-230. Véase,
La aspiración imperial de la monarquía portuguesa 17
también Z. Biedermann, Das Geschäft mit den Dickhäutern – Anmerkungen zum ceylonesi-
schen Elephantenhandel vom 16. bis zum 18. Jahrhundert, en Mirabilia Asiatica. Produtos
raros no comércio maritimo /Produits rares dans le commerce Maritime / Seltene Waren im
Seehandel, ed. C. Guillot, R. Ptak, J. dos Santos Alves, Wiesbaden 2005, pp. 141-167.
17. Reis Thomaz, L’idée impériale manueline, p. 49; D. Ramada Curto, Cultura escri-
ta e práticas de identidade, en História da Expansão Portuguesa, vol. II, Do Índico ao
Atlântico (1570-1697), Lisboa 1998, pp. 461 y ss.
18. Cfr. P. Cardim, Entre o centro e as periferias. A assembleia de Cortes e a dinâ-
mica política da época moderna, en Os Municípios no Portugal Moderno. Dos Forais
Manuelinos às Reformas Liberais, ed. M. Soares da Cunha, T. Fonseca, Évora 2005, pp.
167-242. También en Castilla la adhesión de la sociedad a los proyectos imperiales – y a
los sacrificios que suponían – estuvo lejos de ser automática y consensual, como recuerda
I.A.A. Thompson, La respuesta castellana ante la política internacional de Felipe II, en La
monarquía de Felipe II a debate, Madrid 2000, pp. 121-134.
19. Elliott, Monarquía compuesta, p. 704.
18 Pedro Cardim
esta práctica revela que el discurso sobre la identidad española era, en esta
época, bastante inclusivo y abierto, hasta el punto de que pocos lo conside-
raban incompatible con pertenecer a la «nación portuguesa».34
Con todo, la verdad es que los dominios ultramarinos de Portugal y de
Castilla continuaron formalmente separados y se registraron numerosos ca-
sos de tensión y hasta de conflicto, debido al creciente número de portugue-
ses establecidos en las «Indias de Castilla», así como a la presencia de vasa-
llos no lusos del Rey Católico en el mundo ultramarino portugués.35 Además,
la grandeza, la estructura transcontinental y el carácter heterogéneo de las
tierras que se encontraban bajo el dominio de la corona portuguesa fueron
aspectos que se utilizaron como símbolos de su particularismo regnícola, es
decir, como una forma de mostrar a los demás miembros de la Monarquía
Hispánica que Portugal era diferente de Aragón, Nápoles, Sicilia, Milán o
Flandes y que merecía ser tratado de una forma especial, precisamente por-
que era la cabeza de un gran número de posesiones ultramarinas.
En consecuencia, durante los años que siguieron a 1581, la grandeza, la
heterogeneidad, el poderío y el carácter pluri-continental de los territorios
que se encontraban bajo el dominio de los reyes de Portugal fueron temas
invocados con frecuencia por las élites lusas, preocupadas siempre por la
defensa de sus prerrogativas, como medio de autoafirmación. En algunos
casos, ese discurso se encontraba asociado a una protesta contra prácticas
que eran consideradas como violaciones del estatuto regnícola de la corona
lusa. Sin embargo, la mayor parte de las veces, quienes invocaban la con-
dición imperial portuguesa no cuestionaban propiamente la integración de
Portugal en los dominios de los Austrias, pero exigían, eso sí, que la corona
lusa gozara de una situación de mayor realce, inmediatamente después de
Castilla, frente a los demás miembros del cuerpo de la monarquía.
34. T. Dandelet, Spanish Conquest and Colonization at the Center of the Old World:
the Spanish Nation in Rome, 1555-1625, en «The Journal of Modern History», 69 (1997),
p. 500.
35. L. Hanke, The Portuguese and the Villa Imperial de Potosi, en III Colóquio In-
ternacional de Estudos Luso-Brasileiros, Actas, Lisboa 1960, pp. 266-276; M. da Graça
Ventura, Portugueses no Peru ao tempo da União Ibérica. Mobilidade, Cumplicidades e
Vivências, Lisboa 2005; J. Israel, The Portuguese in Seventeenth-Century Mexico, en Em-
pires and Entrepots. The Dutch, the Spanish Monarchy and the Jews, 1585-1713, London
2003; E. Cabral de Mello, Olinda Restaurada. Guerra e Açúcar no Nordeste, 1630-1654,
2ª edição revista e aumentada, Río de Janeiro 1998, pp. 37 y ss; R. Valladares, Castilla y
Portugal en Asia (1580-1680). Declive imperial y adaptación, Leuven 2001.
22 Pedro Cardim
Son muchos los episodios y los escritos que podríamos referir para
ilustrar lo que acabamos de decir. En 1619, por ejemplo, durante las cortes
celebradas en Lisboa, los condes de Portugal solicitaron a Felipe III que les
concediese asiento en la Capilla Real y, para ello, alegaron que siempre ha-
bían disfrutado de este derecho hasta 1581 y que «la Corte es común a to-
dos los Reinos de la Monarquía de Vuestra Majestad y así es Corte tanto de
la Corona de Castilla como de la de Portugal y de las demás unidas al feliz
imperio de Vuestra Majestad y siendo verdad que los condes de Portugal,
cuando están en Madrid (cuando Vuestra Majestad reside en aquel lugar)
están en la Corte de la Corona de Portugal» [el subrayado es nuestro].36
Otro ejemplo ilustrativo es la obra Memorial de la Preferencia, que
haze el Reyno de Portugal, y su Consejo, al de Aragon, y de las dos Si-
cilias... (Lisboa, Geraldo da Vinha, 1627), escrita por el portugués Pedro
Barbosa de Luna a finales del reinado de Felipe III pero publicada, de for-
ma póstuma, en la tercera década del siglo XVII.37
Barbosa de Luna pretendía demostrar que, en el seno de la Monarquía,
Portugal tenía derecho a ocupar un lugar más digno que Aragón. Entre los
diferentes argumentos que esgrimió, invocó la dimensión ultramarina, la
extensión y la amplitud de la jurisdicción de la corona portuguesa y re-
cordó los «Imperios, y Reynos, que [Portugal] tiene debaxo de su mando,
y dominio y grandes empresas, y conquistas, que han hecho y hazen sus
vassallos, mostrando el valor, y excellencia de sus personas, con que sus
principes se hazen grandes, y gloriosos sojuzgando debaxo de su Imperio
muchos Reynos, y monarchias».38
Barbosa de Luna expuso este argumento de forma bastante pormenori-
zada, pues afirmó que «hizieron los Portugueses vassallos de Su Magestad
de aquel Reyno grandes salidas fuera del, y infinitas conquistas por todas las
partes del mundo, principalmente en las costas de Africa, y descubrimiento
de las islas del mar Oceano, en la nauegacion de las Indias Orientales, y con-
quistas de todo el Oriente». Como era de esperar, atribuyó a estas hazañas
una dimensión religiosa y presentó a los portugueses como los principales
propagadores de la fe católica, sobre todo frente a los musulmanes:
36. Consulta a El Rei Phelippe do Estado da Nobreza das Cortes que se fizerão em
Lixboa em 619. Contem muitas couzas que representauão e pedião a El Rey, Biblioteca do
Palácio da Ajuda, Lisboa, cód. 44-XIII-32 / 100, fl. 5.
37. J.-F. Schaub, Dinámicas políticas en el Portugal de Felipe III (1598-1621), en
«Relaciones, Revista del Colegio de Michoacán», 73 (1998), pp. 169-211.
38. Barbosa de Luna, Memorial, fl. 10.
La aspiración imperial de la monarquía portuguesa 23
39. António Vasconcelos de Saldanha señala que, a partir de mediados del siglo XVI,
en varios textos literarios se otorga a los reyes de Portugal el título de «Emperador de
Oriente». El mismo Saldanha mantiene que esa atribución se aplicó raramente a los domi-
nios que Portugal poseía en América (Iustum Imperium, p. 329).
40. Barbosa de Luna, Memorial, fl. 12.
24 Pedro Cardim
finales del siglo XV y principios del XVI, era considerada como una entidad política más
inestable precisamente porque presentaba mayor diversidad interna. Pero, junto a esa di-
versidad, se veían también aspectos comunes a los diferentes reinos ibéricos. X.G. Pujol,
Visión europea de la Monarquía española como Monarquía compuesta, siglos XVI y XVII,
en Las Monarquías del Antiguo Régimen, ¿Monarquías Compuestas?, ed. C. Russell, J.
Andrés-Gallego, Madrid 1996, p. 69.
43. Dandelet, Spanish Conquest, pp. 479-511.
44. Cfr. P. Cardim: ‘Portuguese Rebels’ at Münster. The diplomatic self-fashioning
in the mid-17th century European Politics”, en Der Westfälische Friede. Diplomatie, po-
litische Zäsur, Kulturelles Umfeld, Rezeptionsgeschichte, ed. H. Duchhardt, Munich 1988,
pp. 293-333.
26 Pedro Cardim
48. J. Israel, Dutch Sephardi Jewry, Millenarian Politics and the Struggle for Brazil,
1650-54, en Conflicts of Empires. Spain, the Low Countries and the Struggle for world
supremacy, 1585-1713, London-Rio Grande 1997, pp. 145-170.
49. A Utopia do Quinto Império e os Pregadores da Restauração, ed. J.F. Marques,
Falmalição 2007; L.F.S. Lima, Os nomes do Império em Portugal no século XVII: reflexão
historiográfica e aproximações para uma história do conceito, en Facetas do Império na
História: Conceitos e Métodos, ed. A. Dore, L.F.S. Lima, L.G. Silva, São Paulo 2008, pp.
244-256.
50. J.M. Jover Zamora, Sobre los conceptos de monarquía y nación en el pensamiento
político español del XVII, en «Cuadernos de Historia de España», 12 (1950), pp. 119 y ss.
28 Pedro Cardim
51. Memorias que pertencem ao Funeral do Senhor Rey D. João 4º. Por Pedro Vieira
da Silva, Arquivos Nacionais / Torre do Tombo, Col. S. Vicente, vol. 22, f. 25 segs. Sobre
este documento, vid. P. Cardim, Una Restauração visual? Cambio dinástico y uso político
de las imágenes en el Portugal del siglo XVII, en La Historia Imaginada. Construcciones
visuales del pasado en la Edad Moderna, ed. J.L. Palos, D. Carrió-Invernizzi, Madrid 2008,
pp. 185-206.
La aspiración imperial de la monarquía portuguesa 29
52. Cfr. Â. Barreto Xavier, P. Cardim, Las fiestas del matrimonio del Rey Alfonso VI
de Braganza y María Francisca de Saboya (Lisboa, 1666), en «Reales Sitios. Revista del
Patrimonio Nacional», XLII, 106 (2005), pp. 18-41.
53. Luís Filipe Reis Thomaz señala que la propia interpretación de las palabras «im-
perio» y «emperador» era bastante fluida en el contexto portugués (L’idée impériale ma-
nueline, p. 48). António Vasconcelos de Saldanha mantiene una idea similar. En su opinión,
el «imperio» era una imagen puramente literaria y carente de rigor jurídico: «Na linguagem
dos historiadores, dos poetas e dos governantes, ‘terra’, ‘província’, ‘estado’ ou ‘império’
são termos que se utilizam sem grande rigor para designar esses territórios ultramarinos,
e que só têm de comum o persistente acento de vastidão ou gigantismo» (Conceitos de
‘Espaço’ e ‘Poder’, p. 121).
54. Como dijimos, la palabra «conquista» podía designar el derecho no sólo a la con-
quista efectiva sino también a la imposición de tributos. Era ésta una práctica con hondas
raíces en la tradición ibérica tardo-medieval, como refleja la imposición de tributos a algu-
30 Pedro Cardim
nos reinos musulmanes del sur de la Península. A partir de finales del siglo XVI, también se
hizo corriente la expresión «conquista espiritual» para designar la acción evangelizadora de
la Iglesia católica en las tierras ultramarinas.
55. Vasconcelos de Saldanha, Conceitos de ‘Espaço’ e ‘Poder’, p. 121.
56. M.J. Rodríguez-Salgado, Christians, Civilised and Spanish: multiple identities
in Sixteenth Century Spain, en «Transactions of the Royal Historical Society», 6th s., 8
(1998), pp. 238 y ss.
57. I.A.A. Thompson, Castile, Spain and the monarchy: the political community from
‘patria natural’ to ‘patria nacional’, en Spain, Europe and the Atlantic world. Essays in
honour of John H. Elliott, ed. R. Kagan, G. Parker, Cambridge 1995, pp. 125-159; también
de I.A.A.Thompson, La Monarquía de España: la invención de un concepto, en Entre Clío
y Casandra. Poder y Sociedad en la Monarquía Hispánica durante la Edad Moderna, ed.
F.J. Guillamón Álvarez et al., Murcia 2005, p. 53.
58. C. Hernando, Las Indias en la Monarquía Católica. Imágenes e ideas políticas,
Valladolid 1996, p. 178.
La aspiración imperial de la monarquía portuguesa 31
Hace algunos años, Carlos Hernando Sánchez sostuvo que era necesa-
rio considerar en serio los conceptos de «reino», «monarquía» e «imperio»
en el análisis de la formación del dispositivo institucional que la corona
española construyó en América porque, con estos términos, España – y
62. En las ceremonias que tenían lugar en los territorios de la Monarquía Hispánica
era habitual que América se representase relacionada con las riquezas que proporcionaban
los metales preciosos. Véase, por ejemplo, el caso de la entrada del cardenal-infante don
Fernando en Amberes en 1635 como nuevo gobernador de los Países Bajos españoles, poco
después de la victoria de Nördlingen. Peter Paul Rubens se encargó de dirigir el programa
decorativo. En la cara posterior de uno de los arcos de triunfo que se levantaron, el Arcus
Monetalis, aparecía representada una gran roca y unos mineros que excavaban con sus pi-
cas en busca de plata mientras otros cargaban oro; Hernando, Las Indias en la Monarquía
Católica, p. 185.
34 Pedro Cardim
74. F.-X. Guerra, L’etat et les communautes: comment inventer un empire?, en «Nue-
vo Mundo Mundos Nuevos», BAC, colocado on-line el 14 de febrero de 2005 y disponible
en www.nuevomundo.revues.org/document625.html.
75. Debemos tener en cuenta que la llamada «leyenda negra», tal y como se construyó
a finales del siglo XVI en el norte de Europa, se refería tanto a españoles como portugue-
ses. Los ibéricos, especialmente sus reyes, eran acusados de una ambición desmedida, de
fanatismo y de tiranía. Por ello, muchos franceses y, más tarde, holandeses esperaban que,
al llegar a América, los indígenas, oprimidos supuestamente por la intolerancia de los ca-
tólicos, los recibirían como libertadores. Además, no fueron pocos los norte-europeos que
concibieron la lucha contra los ibéricos, en el ámbito ultramarino, como una especie de
nueva «guerra santa», esta vez bajo el signo del protestantismo. Cfr. B. Schmidt, Inocen-
ce Abroad. The Dutch Imaginations and the New World, 1570-1670, Cambridge 2001; A.
Daher, Do selvagem convertível, en «Topoi», 5 (2002), pp. 71-107, pp. 81 y ss.
38 Pedro Cardim
que los testimonios presentados son sólo meros ejemplos entre muchos
otros y que no hay duda de que una respuesta completa a la pregunta antes
enunciada implica una investigación más amplia y sistemática que la que
hemos llevado a cabo para este ensayo.
Sea como fuere, aunque cada uno de esos testimonios responde a
intereses y circunstancias específicas del momento y del espacio en que
aparece, resulta evidente que durante los siglos XVI y XVII hubo una per-
sistente tendencia a representar a Portugal con una dimensión ultramarina.
Con el paso del tiempo, esta tendencia se transformó en algo esencial para
la definición de su identidad política. Ese discurso, que no era mera pro-
paganda, se enraizó y se convirtió en algo casi constitutivo de la forma de
concebir Portugal.
Por otra parte, al determinar el momento en que estas palabras irrum-
pieron en el discurso político, ha sido posible captar algunos elementos de
lo que podríamos llamar «orden interno del poder». Las palabras formaron
parte del proceso de expansión ibérica que implicó la difusión, en territo-
rios muy lejanos, de formas de organización social, de instituciones y de
representaciones. Así, hemos visto que la idea medieval de «imperium»
proporcionó un elemento de comparación útil para la hegemonía de las
dos coronas del occidente ibérico en su afán por estructurar políticamente
un «mundo» concebido como una unidad de poder. El vocabulario de la
tradición clásica fue aplicado a los dominios ultramarinos y sirvió para
presentar a algunos de los protagonistas de la expansión como los mejores
continuadores del prestigio de los romanos.76 A estos elementos se unieron,
como vimos, los valores heroicos de exaltación de las gestas protagoniza-
das por la nobleza portuguesa.77 Con todo ello se pretendía conseguir que la
población y, sobre todo, las élites políticas se adhiriesen firmemente a los
proyectos imperiales de la corona. Sin lugar a dudas, ésta era una cuestión
importante pues, como dijimos, en el seno de la élite gubernativa hubo
siempre voces que cuestionaron la gobernabilidad de estas unidades polí-
ticas caracterizadas por sus descomunales dimensiones y por una hetero-
geneidad extrema. Por su parte, la población en general también manifestó
varias veces sus dudas sobre hasta qué punto valía la pena soportar sacri-
ficios – como, por ejemplo, impuestos más gravosos – para poder llevar a
cabo los planes imperiales de la corona.78
Recordemos que, con la incorporación de dominios en Europa, África,
Asia y América, la corona de Portugal se convirtió en una entidad política
formada por la agregación de unidades muy heterogéneas. En ese proceso,
la corona pretendió en un principio integrar pero acabó por admitir esa
diversidad y, con el paso del tiempo, contribuyó incluso a acentuarla.79
Ello se debió, en primer lugar, a que, durante mucho tiempo, los reyes de
Portugal no tuvieron vocación ni medios para asumir una postura más in-
tegradora, pero también a que, como vimos, según los criterios coetáneos,
resultaba prestigioso ser señor de dominios geográficamente distantes en-
tre sí y con un estatuto político diverso.
Precisamente, éste es el último aspecto que debemos analizar en esta
reconstrucción del universo semántico del mundo ultramarino portugués.
De hecho, debemos tener en cuenta que las palabras «imperio» y «monar-
quía», en lo que atañe a su orden político interno, suponían una situación
de diferencia jerárquica entre las partes que componían el todo. Eran enti-
dades políticas internamente plurales, en las que algunas partes tenían más
prestigio y peso político que otras.80 Ya tratamos parcialmente este asunto
en los párrafos dedicados al lugar que ocupó Portugal durante el período en
que formó parte de la Monarquía Hispánica.
Sin embargo, debemos tener en cuenta también que la jerarquía estaba
relacionada, igualmente, con la situación geográfica de cada dominio. En
realidad, en este período se solían considerar de forma muy diferente los
territorios que se encontraban en Europa de los que se situaban fuera del
Viejo Continente. Esta distinción quedaba plasmada en expresiones como
«aquém» y «além-mar» o, simplemente, «reino» y «ultramar». El término
«ultramar» se utilizó de forma persistente. Y cuando, después de más de siglo
81. J.H. Elliott, The seizure of overseas territories by the European Powers, en Theo-
ries of Empire, pp. 139-157.
82. Según Carlos Hernando resulta muy evidente que, bajo Felipe II, se recurrió a
imágenes relativas a la dominación americana para legitimar la hegemonía de la Monarquía
Hispánica pero, en cierto modo también, para compensar la relativa pérdida de prestigio in-
herente a la renuncia al título imperial. A partir de entonces, las Indias se convertirán en un
elemento fundamental de la pretensión del dominio universal (Las Indias en la Monarquía
Católica, pp. 108 y ss).
La aspiración imperial de la monarquía portuguesa 41
85. F. Bouza Álvarez, Lisboa sózinha e quase viúva. A cidade e a mudança da corte
no Portugal dos Filipes, en «Penélope. Fazer e desfazer a História», 13 (1994), pp. 71-93.
La aspiración imperial de la monarquía portuguesa 43
algún día debido, en gran parte, a que no eran considerados dignos de una
visita real. Claro está que esta situación de lejanía del rey fue paliada, en al-
gunos casos, con la institucionalización de la persona del virrey.86 Pero, aun
así, la distancia física con respecto al rey siempre implicó un menoscabo.
Como señaló Evaldo Cabral de Mello, es cierto que en algunos mo-
mentos se sopesó la posibilidad de que el rey se trasladase a un territorio
ultramarino, especialmente a Brasil.87 Sin embargo, siempre que se valoró
seriamente esta idea fue de inmediato descartada. Así sucedió, por ejemplo,
a finales de la década de 1640, cuando algunos consejeros de Juan IV, des-
animados por la lucha contra Felipe IV, llegaron a proponer que el rey se
trasladase a América. En 1668 volvió a considerarse esta alternativa, cuan-
do una conspiración apartó del trono al rey Alfonso VI. En ese momento,
se sopesó la opción de enviarlo a América, pero luego se desistió porque
se consideraba que ese territorio ultramarino era un lugar indigno para un
rey y se encontraba demasiado lejos para que el monarca desterrado fuese
controlado eficazmente. Sin embargo, la idea volvió a aparecer a finales de
la década de 1670, cuando Pedro II, un gobernante más indeciso de lo que
se cree, llegó a sugerir que podría retirarse a Brasil y dejar el gobierno en
manos de su hija, la princesa Isabel, heredera al trono. Sin embargo, el je-
suita Sebastião de Magalhães, su confesor, rechazó esta idea, pues conside-
raba que irse el rey a «vivir entre cafres» era una «resolución absurda» que,
además, iba en contra de la voluntad de Dios, «que lo hizo tan superior»,
y que resultaba perjudicial para la reputación internacional de Portugal.88
Varias décadas más tarde, en 1807, en una situación totalmente diferente,
otro rey de Portugal llevaría a cabo el traslado de su corte a Río de Janeiro.
Como sabemos, esta decisión tuvo profundas consecuencias políticas, pues
la presencia del rey convirtió a América en el centro de la monarquía portu-
guesa, lo que reforzó el peso político de Brasil y de sus élites.
Antes de concluir, digamos una última palabra sobre la persistente «as-
piración imperial» de la corona portuguesa, con que hemos titulado este en-
sayo. Durante la segunda mitad del siglo XVII, la dinastía Bragança mostró
cierta pesadumbre por el hecho de que sólo poseía dominios fuera de Europa
y no tenía soberanía sobre ningún territorio situado en Europa salvo aquéllos
89. Debemos tener en cuenta que la corona portuguesa dio pasos efectivos para in-
corporar esos territorios italianos, como prueba la correspondencia de Giovanni Domenico
Maserati, representante diplomático de España en Lisboa en la década de 1670; Archivo
General de Simancas, Estado, legajo 7057, documento nº 1.
90. Traducción de Ana Isabel López-Salazar Codes.