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PEDRO CARDIM

La aspiración imperial de la monarquía portuguesa


(siglos XVI y XVII)*

El 13 de septiembre de 1707 se celebró en Roma una ceremonia en


recuerdo del rey de Portugal. Pedro II había fallecido algunos meses an-
tes y, como era habitual en esta época, la comunidad portuguesa decidió
organizar un acto en su memoria. Para llevar a cabo esta ceremonia, los
dirigentes de la «nación portuguesa» en Roma eligieron la iglesia de San
Antonio, sede de la hermandad del mismo nombre y edificio-símbolo de la
comunidad lusa. Han llegado hasta nosotros algunos ecos de esa solemni-
dad a través, sobre todo, de una descripción, escrita por un autor anónimo,
que se imprimió en Roma bajo el título de Funeral que se celebrou na Real
Igreja de Santo António da Nação Portugeza em Roma. Pella morte do Se-
renissimo Rey de Portugal Dom Pedro II. aos 13 de Septembro de 1707...
(Roma, Antonio Rossi, 1707). La mayor parte de este texto está dedicada a
la decoración efímera de la iglesia, es decir, al programa pictórico concebi-
do específicamente para el caso. La «nación portuguesa» contrató a Carlo
Fontana, uno de principales arquitectos de la Roma de principios del siglo
XVIII, para coordinar la ornamentación del templo.1 Su trabajo dio como

* Este estudio se ha realizado en el marco del proyecto de investigación «Las letras y


los iletrados. Formas de comunicación y circulación de modelos culturales en el Siglo de
Oro ibérico», coordinado por Fernando Bouza Álvarez, de la Universidad Complutense de
Madrid, y financiado por el Ministerio de Educación y Ciencia (ref. HUM 2005-04130).
Quiero dar las gracias a Maria Fernanda Bicalho, Zoltán Biedermann, Edval de Souza Bar-
ros y Susana Münch Miranda por sus valiosos comentarios y sugerencias.
1. Carlo Fontana nació en Bruciato, cerca de Como, en 1634 y murió en Roma en
1714. Fue autor de una vasta obra arquitectónica, sobre todo en Roma. Sobre Fontana,
vid. E. Coudenhove-Erthal, Carlo Fontana und die Architektur des römischen Spätbarocks,
Wien 1930.
10 Pedro Cardim

resultado una serie de imágenes y esculturas que pretendían proporcio-


nar al cosmopolita público romano un relato concreto, una representación
exacta de dos temas principales: en primer lugar, la realidad de Portugal en
los primeros años del siglo XVIII y, en segundo, los principales atributos
del rey que acababa de fallecer.2
Resulta evidente que la decoración concebida por Fontana pretendía
mostrar que, desde un punto de vista político, el mundo lusitano contaba
con una marcada dimensión ultramarina. Así, en el texto antes referido
puede leerse que en las paredes laterales de la iglesia de San Antonio es-
taban «pintadas con gran arte las cuatro partes del Mundo, Europa, Asia
África y América para dar a entender el amplísimo dominio de la Corona
de Portugal, que en todas las cuatro partes del Mundo tiene vastos reinos
y países sujetos y tributarios de la misma Corona». Por lo tanto, se recal-
caba el «amplísimo dominio» en las «cuatro partes del mundo», así como
el carácter heterogéneo de las entidades políticas que se encontraban bajo
la autoridad – ésta, también, de diversa naturaleza («sujetos y tributarios»)
– de los reyes de Portugal, quienes se presentaban, de este modo, como
verdaderos reyes de reyes.
La misma descripción refiere, también, que sobre la cornisa de la
iglesia se colocaron doce estatuas «las cuales, con la diversidad de los
vestidos, representaban los doce principales países sujetos al dominio de
Portugal, pintado cada uno de ellos en su escudo particular». Además de
esta referencia, el texto enumera, a continuación, esos «países», divididos
en dos grupos: en primer lugar, «Portugal, isla de Madeira, Terceiras, Cabo
Verde, Maranhão y reino del Algarve» y, en segundo, «Macao, Brasil, isla
de Santo Tomé, Goa, reino de Angola y Mozambique».
Junto a la representación de los diferentes territorios que se encontra-
ban bajo el gobierno de la corona portuguesa – entre los que destacan, en
el grupo de los territorios situados en el Atlántico, al norte del Ecuador, los
dos «reinos» que integraban los dominios que poseía en Europa, a saber,
el «reino de Portugal» y el «reino del Algarve» –, la descripción de la ce-
remonia celebrada en la iglesia romana de San Antonio incluye, asimismo,
un elogio del rey fallecido, como, por otra parte, era habitual en este tipo
de escritos. Entre los rasgos de Pedro II, el texto resalta, especialmente, no

2. Parte de la decoración concebida por Fontana quedó registrada en una série de gra-
bados de grande dimensión que se encuentra, por ejemplo, en la Biblioteca Nacional do Rio
de Janeiro, Colecção Barbosa Machado, Secção Retratos, nºs. 535-541.
La aspiración imperial de la monarquía portuguesa 11

sólo el hecho de que hubiese firmado la paz con la Monarquía Hispánica


en 1668, sino también que hubiese resultado victorioso de las guerras en
las que había participado, al tiempo que destaca la contribución del sobe-
rano – y de Portugal – en la lucha contra los «infieles», es decir, contra los
musulmanes. Si tenemos en cuenta que se trata de una ceremonia celebrada
en Roma, podemos comprender que en este acto se destaque de forma es-
pecial la lucha por el catolicismo y que, también por ese motivo, no haya
ni la más mínima referencia a la participación portuguesa en la Guerra de
Sucesión de España, el gran conflicto que se estaba produciendo en ese
mismo momento, dos de cuyos principales escenarios eran las penínsulas
Ibérica e Itálica. Probablemente, este silencio se debía a que, en esta con-
tienda, los ejércitos portugueses luchaban junto a las fuerzas protestantes
contra contingentes mayoritariamente católicos, de origen español y fran-
cés. Por lo tanto, en este caso, no podía invocarse el argumento religio-
so, de naturaleza católica, en favor de Pedro II. Por el contrario, sabemos
que la propaganda borbónica criticó duramente al soberano portugués por
aliarse con protestantes.3
Por ello, Carlo Fontana tuvo que buscar otras formas de elogiar al rey
de Portugal. El modo adoptado por el artista italiano fue la tradicional enu-
meración de las virtudes del monarca. Así, en pinturas colocadas en varios
lugares de la iglesia se representó la figura del rey acompañada de diversos
atributos. En una de ellas se evocaba la historia reciente de Portugal, pues
se representó «la persona del Rey, acompañado de un cortejo numeroso,
en acto de rechazar la Real Corona que le ofrecían […], porque Su Majes-
tad nunca quiso ser coronado solemnemente». Por medio de esta imagen
se intentaba representar el desinterés por el poder que había mostrado el
soberano luso. De hecho, Pedro II no quiso asumir la dignidad real entre
1668 y 1683, mientras vivió su hermano Alfonso VI.4
En otra pintura, Pedro II aparecía representado junto a la figura de la
liberalidad. Era ésta una imagen que realzaba la generosidad, pero también
la riqueza, del rey portugués que se encontraba «en acto de echar gran
cantidad de monedas dentro de una cornucopia». En ese mismo cuadro

3. Cfr. M.T. Pérez Picazo, La publicística española de la Guerra de Sucesión, Ma-


drid 1966, y P. Cardim, Portugal en la guerra por la sucesión de la Monarquía Española,
en Almansa, Encrucijada de Europa. La Guerra de Sucesión y el III Centenario de la Ba-
talla de Almansa, ed. F. García González, Albacete, Universidad de Castilla – La Mancha
(en prensa).
4. Â. Barreto Xavier, P. Cardim, D. Afonso VI, Lisboa 2006, pp. 362 y ss.
12 Pedro Cardim

aparecían «varios obreros a lo lejos» que «cavaban en la tierra junto a un


monte y sacaban metales». Se trata de una clara alusión al reciente des-
cubrimiento de oro en la región que más tarde se conocería como «Minas
Gerais», en el interior de Brasil. En poco tiempo, este oro se extraería en
cantidades cada vez mayores. Además, la inscripción que acompañaba esta
imagen venía, en cierto modo, a explicar su sentido:
Novis in Brasilia inventis Auri sodinis
Munificentiae Petri II. servit Natura.
Para que no hubiese ninguna duda sobre su significado, el autor de la
descripción impresa que estamos analizando incluyó una glosa de estas dos
frases latinas: «fue el rey don Pedro II beneficiado por Dios para que pu-
diese ejercitar mejor la virtud de la liberalidad, permitiendo que en el tiem-
po de su reinado se descubriesen nuevas minas de oro en Brasil». Además
de constatar la creciente importancia de Brasil y de sus riquezas dentro del
mundo ultramarino portugués, con esta imagen se pretendía también decla-
rar que la divinidad, responsable última de la generosidad del mundo bra-
sileño, además de los bienes hasta entonces extraídos de América del Sur,
había proporcionado al rey portugués «abundantes tesoros, con los cuales
pudiese socorrer a los pobres de sus miserias y dotar de nuevas rentas a
los ministros de la Iglesia y de las misiones que fundó». Como vemos, de
este modo se afirmaba no sólo que la corona lusa contaba con la protección
divina, sino también que su rey había demostrado un elevado sentido de
la responsabilidad, pues, premiado por la providencia con tamaña riqueza,
había sabido dar un uso correcto a este tesoro, al utilizarlo en favor de los
más necesitados y de las instituciones eclesiásticas. Se comportaba, en fin,
de acuerdo con los patrones morales que se podían esperar de quien osten-
taba un dominio de carácter imperial.
Esta ceremonia realizada en Roma, que tenía un evidente objetivo pro-
pagandístico, reviste un significado especial, pues resulta muy representa-
tiva de la manera en que la corona de Portugal intentó utilizar, en provecho
propio, cierto ideario imperial o, por lo menos «monárquico», entendido
este término en su acepción coetánea, es decir, de dominio extenso, con
vocación universal y finalidad trascendental, sobre entidades muy diversas
desde el punto de vista político y cultural.
Sin embargo, debemos señalar que, lejos de tratarse de un episodio
aislado, esta solemnidad en memoria del difunto rey de Portugal es se-
mejante a actos realizados en otros lugares, algunos de ellos muy lejos de
La aspiración imperial de la monarquía portuguesa 13

Roma e, incluso, fuera de la propia Europa. Tal es el caso de la celebración


que tuvo lugar en octubre de 1707 – es decir, un mes después de la solem-
nidad romana – en la ciudad de San Salvador de Bahía, en Brasil, y que
describe Sebastião da Rocha Pitta en su Breve Compendio e Narraçam do
Funebre Espectaculo.
Las exequias celebradas en la catedral de Salvador, a la sazón capital
de la América portuguesa, presentan algunos puntos comunes con la ce-
remonia realizada en Roma, si bien, al menos a juzgar por la descripción
de Rocha Pitta, el aparato efímero presentado al público de Bahía fue más
simple y contó con menos pinturas. Aún así, dentro del templo se constru-
yó un imponente mausoleo, concebido por Gonçalo Ravasco Cavalcanti
e Albuquerque, secretario de estado del «Estado de Brasil», a través del
cual se intentaba demostrar el «gran amor que los americanos portugueses
siempre tuvieron y tienen a sus reyes».5 Para adornar las paredes, se orga-
nizó un certamen poético, a través del cual se lanzó un llamamiento a los
poetas de esa ciudad americana para que contribuyesen en la ceremonia.
La respuesta a esta llamada se materializó en una serie de poemas, con
forma y métrica variada, especialmente epigramas y emblemas. Conviene
destacar que en los versos compuestos para el certamen en honor de Pedro
II se hablaba, a veces, del «vasto Imperio portugués», una expresión que
servía, de nuevo, para subrayar la enorme extensión – ultramarina – de los
dominios de la corona lusa. Sin embargo, en estos versos también se aludía
a la «monarquía portuguesa». Es decir, en ambos casos Portugal aparecía
representado como una realidad política plural, como un compuesto de
dominios situados en diversos continentes, cada una de cuyas partes con-
taba con un estatuto político diverso. Debemos señalar, asimismo, que el
mausoleo que «erigieron los americanos portugueses» estaba ornado con
«una corona imperial, ostentando su poder [de Pedro II] en el mayor carro
de su triunfo».6

En realidad, no era nuevo que la corona portuguesa se auto-represen-


tara como un poder con aspiraciones imperiales o como una «monarquía».
Al menos desde los primeros años del siglo XVI era habitual que, en el

5. S. da Rocha Pitta, Breve Compendio e Narraçam do Funebre Espectaculo que na


insigne Cidade da Bahia, cabeça da America Portugueza, si vio na morte de ElRey D. Pe-
dro II. De gloriosa memoria, offerecido À Magestade do serenissmo Senhor Dom Joam V.
Rey de Portugal, Lisboa 1709, p. 3.
6. Ibidem, p. 12.
14 Pedro Cardim

vocabulario de auto-presentación de los reyes de Portugal, se relacionase la


expansión ultramarina con algún tipo de ideario imperial. En este sentido,
basta recordar la famosa embajada de Tristão da Cunha que Manuel I envió
al papa León X en el año de 1514.7 Ésta es una de las primeras manifesta-
ciones de lo que podríamos considerar como la apropiación portuguesa de
un ideario de dominación universal con un propósito propagandístico, es
decir, con el objetivo de llevar a cabo una política de reputación exterior en
las diferentes cortes de la Europa occidental. En Roma, en el célebre cor-
tejo de 1514, ante la mirada de los representantes de los demás príncipes
europeos, se presentó a Manuel I como el monarca que más reyes había so-
metido, lo que, según se suponía, le facultaba para tratar en pie de igualdad
con las grandes casas reales europeas.8
Debemos tener en cuenta que, en los siglos XV y XVI, la idea de
«imperio» era un conjunto de diversos conceptos que remitía, en primer
lugar, a una línea poco clara de herencia política desde el Imperio Romano
hasta el Sacro Imperio. Sin embargo, el ideario imperial hacía referencia,
al mismo tiempo, a la noción – procedente del antiguo Derecho romano –
del emperador como «Señor del Mundo», como un dirigente que recibía su
poder directamente de Dios. Esta noción fue recuperada en la Edad Media
por juristas que pretendían defender la jurisdicción del príncipe frente a los
especialistas en derecho eclesiástico, que sostenían la primacía del papa
para gobernar el mundo en calidad de vicario de Cristo. Asimismo, había
interpretaciones particulares del «imperio», como era el caso de la tradi-
ción surgida en el contexto castellano-leonés, que consideraba a España,
en sí misma, como un imperium, en el sentido de que rechazaba cualquier
forma de jurisdicción universal, ya fuese secular o eclesiástica.9 Finalmen-
te, coincidiendo con el inicio de la expansión ultramarina, a comienzos

7. Sobre este tema, vid. L.F. Thomaz, J. dos Santos Alves, Da Cruzada ao Quinto Im-
pério, en A Memória da Nação, ed. F. Bethencourt, D. Ramada Curto, Lisboa 1991, pp. 93 y
ss. Véase también, D. Ramada Curto, A literatura e o império: entre o espírito cavaleiroso,
as trocas da corte e o homanismo cívico, en História da Expansão Portuguesa, ed. F. Bethen-
court, K. Chauduri, vol. I, A Formação do Império (1415-1570), Lisboa 1998, pp. 441 y ss.
8. L.F. Reis Thomaz, L´idée impériale manueline, en La découverte, le Portugal et
l´Europe, Actes du colloque, ed. J. Aubin, París 1990, pp. 39 y ss. A. Vasconcelos de Sal-
danha, Iustum Imperium. Dos tratados como fundamento do império dos portugueses no
Oriente. Estudo da história do direito internacional e do direito português, Lisboa 2005,
pp. 321 y ss.
9. P. Fernández Albaladejo, Imperio de por sí: la reformulación del Poder Universal
en la temprana edad moderna, en Fragmentos de Monarquía. Trabajos de historia política,
La aspiración imperial de la monarquía portuguesa 15

del siglo XVI se difundió un concepto de «imperio» que hacía referencia a


una vasta extensión de territorio, en especial ultramarino, sobre el que un
gobernante ejercía su dominio, generalmente por medio de la conquista.
En el contexto europeo de este período se impuso la costumbre, también
asociada al ideal imperial, de atribuir al poseedor de este título una elevada
responsabilidad moral, es decir, la obligación de trabajar por una renova-
ción moral y espiritual que tenía como objetivo la restauración de la paz
entre los príncipes cristianos. Pero un hecho es cierto: el concepto de impe-
rio o, por lo menos, la palabra se utilizaba cada vez más y pasaba a abarcar,
incluso, los «imperios» extra-europeos.
Como vemos, el ideario imperial aglutinaba ideas que generaban en-
tusiasmo y que, en algunos momentos, crearon grandes expectativas.10 Y, a
pesar de que ningún rey de Portugal llegó al punto de reivindicar de forma
oficial el título de «emperador», el proceso de apropiación del ideario im-
perial por parte del poder regio luso se intensificó en las décadas siguientes
y la experiencia ultramarina portuguesa pasó a interpretarse, cada vez más,
a la luz de ese ideario de dominación universal. A semejanza de lo que ocu-
rría en otros reinos de la Europa occidental,11 tanto en tiempos de Manuel
I12 como de Juan III se asistió a la utilización, a veces de manera sistemá-
tica, del ideario imperial en el cuadro de una política de reputación y de
prestigio en las demás cortes.13 Como señaló José Sebastião da Silva Dias,

Madrid 1992, pp. 168-184; J. Gil, A apropriação da ideia de império pelos reinos da Penín-
sula Ibérica: Castela, en «Penélope. Fazer e desfazer a história», 23 (1995), pp. 67-88.
10. J.H. Elliott, Monarquía compuesta y monarquía universal en la época de Carlos
V, en Carlos V. Europeísmo y universalidad, vol. V, Religión, cultura y mentalidad, Madrid
2001, pp. 705-706.
11. Xavier Gil Pujol (Imperio, monarquía universal, equilibrio: Europa y la políti-
ca exterior en el pensamiento político español de los siglos XVI y XVII, Lezione XII del
Seminario de la Università di Perugia, Dipartimento di Scienze Storiche, 1996, pp. 2-23)
recuerda que la idea de una monarquía universal formaba parte del vocabulario habitual de
los políticos y escritores europeos y, con frecuencia, aparecía asociada a la idea de imperio,
entendido éste como cabeza secular de toda la respublica christiana.
12. J.P. Oliveira e Costa, D. Manuel I. 1469-1521. Um príncipe do Renascimento,
Lisboa 2005, pp. 175 y ss.
13. La auto-representación de la realeza portuguesa con trazos imperiales también tenía
lugar fuera de Europa. Catarina Madeira Santos señala que Afonso de Albuquerque percibió
la importancia de caracterizar de forma grandiosa al rey de Portugal como medio de afirma-
ción política frente a los poderes orientales (Goa é a chave de toda a Índia. Perfil político da
capital do Estado da Índia (1505-1570), Lisboa 1999, p. 130). Sin duda, la diferencia cultural
entre los europeos y los asiáticos provocaba que esas proyecciones del ideario imperial euro-
16 Pedro Cardim

en algunos casos, la literatura portuguesa de la primera mitad del siglo XVI


se volvió triunfalista y mostró, incluso, cierto «deslumbramiento patriótico
[…] y una visión épica de los descubrimientos y de las conquistas»14. Aun-
que el mismo Silva Dias reconoce que ese “deslumbramiento” coexistió,
incluso en los momentos de mayor auge, con un persistente pesimismo re-
lativo a la expansión ultramarina, en realidad el vertiginoso crecimiento de
la pequeña corona lusitana se convirtió al poco tiempo en un tema central
de la representación de cierta «portugalidad».15
Uno de los momentos más espectaculares de la representación del Por-
tugal ultramarino en la Europa central fue la decisión de Juan III – adopta-
da en 1550 – de ofrecer un elefante al emperador Maximiliano II. El paqui-
dermo fue llevado especialmente de Malabar a Goa y, de allí, hasta Lisboa.
Después viajó por tierra hasta Barcelona, en cuyo puerto fue embarcado
para Génova. De ahí prosiguió su marcha por el norte de Italia hasta el ar-
chiducado de Austria y se convirtió en el primer elefante vivo que se vio en
tierras germánicas. Es importante tener en cuenta que el animal, muy exó-
tico, remitía a la realidad ultramarina oriental al tiempo que evocaba, claro
está, los triunfos del antiguo Imperio Romano. Así, por medio del regalo de
ese animal – que fue bautizado, de manera muy reveladora, como Solimán,
otro dirigente que, aunque no era católico, tuvo una proyección claramente
imperial –, el rey portugués pretendía demostrar al Sacro Imperio que el
imperium de Portugal también era vasto y diversificado. Sin embargo, no
deja de resultar irónico que la leyenda de un grabado que recoge el mo-
mento en el que el elefante Solimán atravesó el río Inn, en Wassenburg,
indique que procedía de «Ispania» y no específicamente de Portugal.16

peo fuesen susceptibles de interpretaciones opuestas, como recuerda Alan Strathern a propósi-
to de la presencia portuguesa en Sri Lanka (Kingship and Conversion in Sixteenth-Century Sri
Lanka. Portuguese Imperialism in a Buddhist Land, Cambridge 2008, pp. 35 y ss.).
14. J.S. da Silva Dias, Os Descobrimentos e a Problemática Cultural do século XVI,
Lisboa 1982, pp. 13-14.
15. Ibidem. Véase, también, Thomaz, Santos Alves, Da Cruzada ao Quinto Império,
pp. 135 y ss. Sobre el período de Juan III, véase, maxime, A.I. Buescu, D. João III. 1502-
1557, Lisboa 2005, pp. 224 y ss, y también Z. Biedermann, De regresso ao Quarto Império:
a China de João de Barros e o imaginário imperial joanino, en D. João III e o Império.
Actas, Lisboa 2004, pp. 103-120.
16. Se trata de la xilografía realizada por Michael Minck y fechada el 24 de enero de
1552. Sobre el impacto del elefante en Viena, vid. K. Mühlberger, Bildung und Wissenchaft.
Kaiser Maximilian II und die Universität Wien, en Kaiser Maximilian II. Kultur und Politik
im 16. Jahrhundert, ed. F. Edelmayer, A. Kohler, Wien-Munich, 1992, pp. 203-230. Véase,
La aspiración imperial de la monarquía portuguesa 17

Durante la segunda mitad del siglo XVI continuó el panegírico de la


ampliación espacial del dominio político de los reyes portugueses, debido,
además, a que en ese período la expansión continuó tanto en Oriente como
en el Atlántico. También es cierto que surgieron nuevos brotes de pesimis-
mo, sobre todo en el contexto de los debates sobre la gobernabilidad de un
conjunto tan vasto de tierras y de pueblos. Fueron varios los que sostuvie-
ron que una comunidad política demasiado extensa no se encontraba en
condiciones de desempeñar las funciones de una auténtica sociedad civil
ni de proporcionar bienestar físico o moral a sus miembros, porque éstos
eran demasiado heterogéneos y excesivamente numerosos y vivían en te-
rritorios muy distantes.17 También hubo momentos en que la población se
alejó de los proyectos imperiales fijados por la corona lusa.18
El mundo del siglo XVI fue pródigo en uniones e incorporaciones te-
rritoriales, debido sobre todo a que se consideraba que cada nueva adquisi-
ción de territorio aumentaba el poder del príncipe que encabezaba ese mo-
vimiento expansivo. Sin embargo, John Elliott señala que la consecuencia
paradójica de este proceso fue que ese desarrollo del carácter compuesto se
correspondió con un aumento de la complejidad del conjunto que, de este
modo, resultaba cada vez más difícil de gobernar.19 Dadas las condiciones
del siglo XVI, gobernar un espacio tan extenso suponía un desafío y la dis-
tancia física constituía sin duda uno de los principales obstáculos.
No obstante, el poder real portugués y sus agentes continuaron exal-
tando la expansión ultramarina, que presentaban cada vez más como una
realidad constitutiva del discurso sobre la identidad portuguesa. Se trataba

también Z. Biedermann, Das Geschäft mit den Dickhäutern – Anmerkungen zum ceylonesi-
schen Elephantenhandel vom 16. bis zum 18. Jahrhundert, en Mirabilia Asiatica. Produtos
raros no comércio maritimo /Produits rares dans le commerce Maritime / Seltene Waren im
Seehandel, ed. C. Guillot, R. Ptak, J. dos Santos Alves, Wiesbaden 2005, pp. 141-167.
17. Reis Thomaz, L’idée impériale manueline, p. 49; D. Ramada Curto, Cultura escri-
ta e práticas de identidade, en História da Expansão Portuguesa, vol. II, Do Índico ao
Atlântico (1570-1697), Lisboa 1998, pp. 461 y ss.
18. Cfr. P. Cardim, Entre o centro e as periferias. A assembleia de Cortes e a dinâ-
mica política da época moderna, en Os Municípios no Portugal Moderno. Dos Forais
Manuelinos às Reformas Liberais, ed. M. Soares da Cunha, T. Fonseca, Évora 2005, pp.
167-242. También en Castilla la adhesión de la sociedad a los proyectos imperiales – y a
los sacrificios que suponían – estuvo lejos de ser automática y consensual, como recuerda
I.A.A. Thompson, La respuesta castellana ante la política internacional de Felipe II, en La
monarquía de Felipe II a debate, Madrid 2000, pp. 121-134.
19. Elliott, Monarquía compuesta, p. 704.
18 Pedro Cardim

de un discurso que generaba entusiasmo y que se dirigía tanto al público


interno – como factor de movilización, sobre todo de los grupos dirigentes20
– cuanto al externo,21 como forma de expresar la pretensión de exclusivi-
dad en la navegación y la conquista.22 En el fondo, era la respuesta factible
de la corona portuguesa a la dinámica expansiva general que se vivió en la
Europa Occidental y que, en algunos lugares, comenzaba a cuestionar su
presencia exclusiva en ultramar. Además, como ya señaló António Vascon-
celos de Saldanha, en este contexto, Sebastián I adoptó algunos atributos
formales de emperador; introdujo el tratamiento de majestad y la utiliza-
ción de la corona cerrada, que significaba imperio y dominio eminente
sobre reyes.23 En la misma época se discutió la posibilidad de abandonar
ciertas posesiones en Oriente, del mismo modo que antes, en tiempos de
Juan III, se había adoptado la resolución – después de acalorados debates
– de renunciar a algunas plazas del norte de África.24
Como sabemos, con frecuencia se entendió que Portugal, en su ex-
pansión ultramarina, competía con las demás coronas de la franja atlántica
europea que también se encontraban envueltas en una dinámica expansiva
y que, asimismo, utilizaban idearios universalistas con una finalidad políti-
ca.25 En este contexto, el ideario imperial aparecía asociado con frecuencia
a cierta pretensión de exclusividad y acompañado de un intento de delimi-
tar un área en la que los lusos fuesen los únicos con derecho a instalarse.26
El primer y principal competidor de Portugal fue, claro está, Castilla
donde, a causa de su rápida expansión, también tenía lugar la elaboración

20. N.G. Monteiro, M. Soares da Cunha, Governadores e capitães-mores do império


Atlântico português nos séculos XVII e XVIII, en Optima Pars. As Elites do Antigo Regime
no Espaço Ibero-Americano, ed. N.G. Monteiro, M. Soares da Cunha, P. Cardim, Lisboa
2005, pp.191-252.
21. S. Peloso, Le scoperte portoghesi nella problematica culturale italiana della se-
conda metà del secolo XVI, en Studi in memoria di Elide Melillo Reali, Napoli 1989, pp.
157-165.
22. Reis Thomaz, L’idée impériale manueline, p. 41.
23. Vasconcelos de Saldanha, Iustum Imperium, pp. 329-330.
24. Buescu, D. João III, pp. 230 y ss; M.A. Lima Cruz, D. Sebastião, Lisboa 2006,
pp. 46-47.
25. F. Bosbach, The European Debate on Universal Monarchy, en Theories of Empi-
re, 1450-1800, ed. D. Armitage, Aldershot 1997, pp. 81-98.
26. A. Vasconcelos de Saldanha, Conceitos de ‘Espaço’ e ‘Poder’ e seus reflexos na
titulação régia portuguesa, en La découverte, le Portugal et l’Europe, Actes du colloque,
ed. J. Aubin, Paris 1990, p. 124.
La aspiración imperial de la monarquía portuguesa 19

de lo que Xavier Gil denomina «universalismo castellano».27 Ya hay seña-


les de esa relación de concurrencia en el siglo XV. Ejemplos obvios son el
debate acerca de la soberanía sobre las Canarias o los tratados de Alcáço-
vas y Tordesillas. En el siglo siguiente continuó la tensión, debido, sobre
todo, al control sobre las islas Molucas. Como señaló Diogo Ramada Cur-
to, otro episodio de esa competencia luso-castellana tuvo lugar a mediados
de siglo, concretamente en 1548. Ese año se publicó la Historia General y
Natural de las Indias, de Gonzalo Fernández de Oviedo, una obra en la que
las hazañas de los portugueses eran deliberadamente minimizadas frente a
las de los españoles.28 No resulta casual que, en ese momento, se compu-
siesen algunos de los textos en los que la dimensión ultramarina del poder
regio portugués se presentaba de forma especialmente triunfalista. Tal es el
caso de las obras de João de Barros o de Fernão Lopes de Castanheda.
También revela esta competencia un hecho que tuvo lugar en el sudes-
te asiático a mediados del siglo XVI. En una playa de Maquiem, una de
las islas Molucas, tuvo lugar una discusión entre algunos españoles de la
armada de Ruy López de Villalobos (1542-1546) y el mandarín, que sabía
hablar portugués. Los españoles aprovecharon la ocasión para jactarse «de
las grandes grandezas de Castilla y poquedades de Portugal». Para ilustrar
sus argumentos, don Alonso Manrique dibujó dos reinos en la arena, el de
Castilla «muy grande» y el de Portugal «muy pequeñito». Ante este dibujo,
el «mandarín de Maquiem» pregunto: «Entonces, señor, si esto es así, ¿por
qué sucedió lo de Aljubarrota?».29
La relación de competencia entre las expansiones portuguesa y caste-
llana continuó, si bien con matices, a partir del momento en que los lusos
pasaron a ser vasallos de Felipe II. El «Rey Prudente» tuvo la oportunidad
de comprobarlo durante la jornada con la que inauguró su gobierno de
Portugal. En su entrada solemne en Lisboa, a mediados de 1581, Felipe
II – don Felipe I de Portugal – fue agasajado con una serie de festejos en
los que estaba muy presente el tema de la expansión ultramarina portugue-

27. Pujol, Imperio, monarquía universal, equilibrio.


28. Ramada Curto, A literatura e o império, p. 450.
29. Documentação para a história das missões do Padroado Português do Oriente.
Insulíndia, III, 1563-1567, ed. A. Basílio de Sá, Lisboa 1955, pp. 212 e 497; cfr. C. Bo-
xer, Spaniards and Portuguese in the Iberian Colonial World: aspects of an ambivalent
relationship, 1580-1640, en Salvador de Madariaga. Liber Amicorum, Recueil d’etudes
et de temoignages edite a l’occasion de son quatre-vingtieme anniversaire, Bruges 1966
pp. 246.
20 Pedro Cardim

sa y en los que se manifestaba un sentimiento de orgullo no sólo por las


hazañas que la nobleza lusa realizara fuera de Europa, sino también por la
dimensión de los dominios portugueses. Lo mismo sucedió en 1619, cuan-
do Felipe III visitó Portugal.30
Es cierto que, en el contexto del conglomerado político encabezado
por Felipe II, en algunos momentos el ideario imperial portugués se ar-
ticuló de forma armoniosa con la ideología imperial que también España
había elaborado y sirvió, de ese modo, para potenciar una concepción pan-
hispánica de conquista universal bajo el signo del catolicismo.31 Conviene
tener presente que la incorporación de Portugal fue un acontecimiento que
reforzó, aún más, el ideario universalista pues, para muchos, la unión de
toda la Península Ibérica y de sus dominios ultramarinos bajo un mismo
soberano era un viejo sueño que ahora se hacía realidad. Xavier Gil Pujol
afirma que, en medio del entusiasmo que se generó entonces, el discurso de
la Monarquía Hispánica se volvió agresivo y arrogante frente a sus enemi-
gos, al tiempo que sirvió para aglutinar a los vasallos de los Austrias.32
En este sentido, resulta revelador que muchos portugueses asumieran,
de manera aparentemente fácil, la condición de vasallos del rey de España.
Conviene no olvidar que se trataba de un mundo en el que, como señala
Antonio Feros, predominaban la pluralidad de derechos y de pertenencias
y donde, por eso mismo, era posible que conviviesen el sentimiento de
identidad española y el particularismo de cada uno de los reinos que inte-
graban los dominios de los Austrias.33 Así se explica, por ejemplo, que va-
rios portugueses, entonces residentes en Roma, entrasen voluntariamente
en la cofradía de la «nación española» y contribuyeran en ella, al mismo
tiempo que seguían favoreciendo a la iglesia de San Antonio que, como
dijimos, era el edificio-símbolo de la comunidad portuguesa. En el fondo,

30. F. Bouza Álvarez, Retórica da imagem real: Portugal e a memória figurada de


Filipe II, en «Penélope. Fazer e desfazer a história», 4 (1990), pp. 19-58; P. Cardim, Felipe
III, la ‘Jornada de Portugal’ y la Cortes de 1619, en La monarquia de Felipe III, ed. J.
Martínez Millán, M.A. Visceglia, vol. III, Madrid 2008.
31. E. Asensio, España en la épica portuguesa del tiempo de los Felipes, en Estudios
Portugueses, París 1984, pp. 455-493.
32. Pujol, Imperio, monarquía universal, equilibrio, p. 11.
33. A. Feros, Por Dios, por la Patria y el Rey: el mundo político en tiempos de Cer-
vantes, en España en Tiempos del Quijote, ed. A. Feros, J. Gelabert, Madrid 2004; Sobre
el mismo tema, cfr. J.-F. Schaub, Le sentiment national est-il une catégorie pertinente pour
comprendre les adhésions et les conflits sous l’Ancien Régime?, en Le sentiment national
dans l’Europe méridionale aux XVIe et XVIIe siècles, ed. A. Tallon, Madrid 2007, p. 158.
La aspiración imperial de la monarquía portuguesa 21

esta práctica revela que el discurso sobre la identidad española era, en esta
época, bastante inclusivo y abierto, hasta el punto de que pocos lo conside-
raban incompatible con pertenecer a la «nación portuguesa».34
Con todo, la verdad es que los dominios ultramarinos de Portugal y de
Castilla continuaron formalmente separados y se registraron numerosos ca-
sos de tensión y hasta de conflicto, debido al creciente número de portugue-
ses establecidos en las «Indias de Castilla», así como a la presencia de vasa-
llos no lusos del Rey Católico en el mundo ultramarino portugués.35 Además,
la grandeza, la estructura transcontinental y el carácter heterogéneo de las
tierras que se encontraban bajo el dominio de la corona portuguesa fueron
aspectos que se utilizaron como símbolos de su particularismo regnícola, es
decir, como una forma de mostrar a los demás miembros de la Monarquía
Hispánica que Portugal era diferente de Aragón, Nápoles, Sicilia, Milán o
Flandes y que merecía ser tratado de una forma especial, precisamente por-
que era la cabeza de un gran número de posesiones ultramarinas.
En consecuencia, durante los años que siguieron a 1581, la grandeza, la
heterogeneidad, el poderío y el carácter pluri-continental de los territorios
que se encontraban bajo el dominio de los reyes de Portugal fueron temas
invocados con frecuencia por las élites lusas, preocupadas siempre por la
defensa de sus prerrogativas, como medio de autoafirmación. En algunos
casos, ese discurso se encontraba asociado a una protesta contra prácticas
que eran consideradas como violaciones del estatuto regnícola de la corona
lusa. Sin embargo, la mayor parte de las veces, quienes invocaban la con-
dición imperial portuguesa no cuestionaban propiamente la integración de
Portugal en los dominios de los Austrias, pero exigían, eso sí, que la corona
lusa gozara de una situación de mayor realce, inmediatamente después de
Castilla, frente a los demás miembros del cuerpo de la monarquía.

34. T. Dandelet, Spanish Conquest and Colonization at the Center of the Old World:
the Spanish Nation in Rome, 1555-1625, en «The Journal of Modern History», 69 (1997),
p. 500.
35. L. Hanke, The Portuguese and the Villa Imperial de Potosi, en III Colóquio In-
ternacional de Estudos Luso-Brasileiros, Actas, Lisboa 1960, pp. 266-276; M. da Graça
Ventura, Portugueses no Peru ao tempo da União Ibérica. Mobilidade, Cumplicidades e
Vivências, Lisboa 2005; J. Israel, The Portuguese in Seventeenth-Century Mexico, en Em-
pires and Entrepots. The Dutch, the Spanish Monarchy and the Jews, 1585-1713, London
2003; E. Cabral de Mello, Olinda Restaurada. Guerra e Açúcar no Nordeste, 1630-1654,
2ª edição revista e aumentada, Río de Janeiro 1998, pp. 37 y ss; R. Valladares, Castilla y
Portugal en Asia (1580-1680). Declive imperial y adaptación, Leuven 2001.
22 Pedro Cardim

Son muchos los episodios y los escritos que podríamos referir para
ilustrar lo que acabamos de decir. En 1619, por ejemplo, durante las cortes
celebradas en Lisboa, los condes de Portugal solicitaron a Felipe III que les
concediese asiento en la Capilla Real y, para ello, alegaron que siempre ha-
bían disfrutado de este derecho hasta 1581 y que «la Corte es común a to-
dos los Reinos de la Monarquía de Vuestra Majestad y así es Corte tanto de
la Corona de Castilla como de la de Portugal y de las demás unidas al feliz
imperio de Vuestra Majestad y siendo verdad que los condes de Portugal,
cuando están en Madrid (cuando Vuestra Majestad reside en aquel lugar)
están en la Corte de la Corona de Portugal» [el subrayado es nuestro].36
Otro ejemplo ilustrativo es la obra Memorial de la Preferencia, que
haze el Reyno de Portugal, y su Consejo, al de Aragon, y de las dos Si-
cilias... (Lisboa, Geraldo da Vinha, 1627), escrita por el portugués Pedro
Barbosa de Luna a finales del reinado de Felipe III pero publicada, de for-
ma póstuma, en la tercera década del siglo XVII.37
Barbosa de Luna pretendía demostrar que, en el seno de la Monarquía,
Portugal tenía derecho a ocupar un lugar más digno que Aragón. Entre los
diferentes argumentos que esgrimió, invocó la dimensión ultramarina, la
extensión y la amplitud de la jurisdicción de la corona portuguesa y re-
cordó los «Imperios, y Reynos, que [Portugal] tiene debaxo de su mando,
y dominio y grandes empresas, y conquistas, que han hecho y hazen sus
vassallos, mostrando el valor, y excellencia de sus personas, con que sus
principes se hazen grandes, y gloriosos sojuzgando debaxo de su Imperio
muchos Reynos, y monarchias».38
Barbosa de Luna expuso este argumento de forma bastante pormenori-
zada, pues afirmó que «hizieron los Portugueses vassallos de Su Magestad
de aquel Reyno grandes salidas fuera del, y infinitas conquistas por todas las
partes del mundo, principalmente en las costas de Africa, y descubrimiento
de las islas del mar Oceano, en la nauegacion de las Indias Orientales, y con-
quistas de todo el Oriente». Como era de esperar, atribuyó a estas hazañas
una dimensión religiosa y presentó a los portugueses como los principales
propagadores de la fe católica, sobre todo frente a los musulmanes:

36. Consulta a El Rei Phelippe do Estado da Nobreza das Cortes que se fizerão em
Lixboa em 619. Contem muitas couzas que representauão e pedião a El Rey, Biblioteca do
Palácio da Ajuda, Lisboa, cód. 44-XIII-32 / 100, fl. 5.
37. J.-F. Schaub, Dinámicas políticas en el Portugal de Felipe III (1598-1621), en
«Relaciones, Revista del Colegio de Michoacán», 73 (1998), pp. 169-211.
38. Barbosa de Luna, Memorial, fl. 10.
La aspiración imperial de la monarquía portuguesa 23

en el esfuerço, y valor con que debelaron, y truxeron a su yugo, e Imperio con


grande exaltación de la fee catholica infinitos Reyes.... ganando por fuerças
de armas de los más poderosos Moros del reyno de Ormuz en la India citirior,
y en la ulterior del grande reyno de Goa, el puerto y ciudad de Chaul, el reyno
de Baçaim, la prouincia, y estado de Daman, la grande ciudad, y Imperio de
Diu, que con fuerça, y violencia estraña quitaron de las manos, y poder de los
Turcos, y de los poderosos Reyes de Cambaya, y la fortissima isla de Ceilan
en nada inferior al reyno, e isla de Sicilia: la qual toda sujetaron con mano
armada, aunque en muchos años, por la grande resistencia de los siete Reyes,
que la posseyan.
En el razonamiento de Barbosa de Luna destaca la equiparación de
la isla de Ceilán a la de Sicilia, la importancia concedida a la lucha contra
el Islam y, sobre todo, la ausencia de alusiones a las conquistas realizadas
en el Atlántico. Para Barbosa de Luna, así como para muchos de los que
durante los siglos XVI y XVII celebraron la expansión portuguesa, Oriente
era la principal causa de prestigio. Por eso, en el Memorial llevó a cabo
una enumeración detallada de los reyes que existían en el Índico y que eran
tributarios del soberano portugués, de lo que resulta un retrato de la corona
lusa en la que ésta surge como una potencia de carácter imperial centrada,
esencialmente, en las llamadas «Indias Orientales».39
Barbosa de Luna añade que este poderío transcontinental se reflejaba
en el rendimiento de cada una de las coronas y explica que en los «libros
proprios de la hazienda Real [se ve] lo mucho que renta a su Magestad
aquella corona [de Portugal], y lo poco que renta el Reyno de Aragon».40
Para concluir, declara, de forma contundente, que las conquistas de Ara-
gón no «tienen comparacion alguna con las de los Portugueses, que por
sus notables hechos se hizieron conocer en toda la redondeza de la tierra,
conquistando con sus armas, y valor donde el Sol de pone, hasta los más
remotos lugares adonde nace».
A través del escrito de Pedro Barbosa de Luna puede comprobarse que
la temática de la dominación imperial asociada a la proyección ultramarina
fue un argumento utilizado en Portugal, durante el tiempo en que formó parte
de la Monarquía Católica, para defender la posición de esa corona – y de

39. António Vasconcelos de Saldanha señala que, a partir de mediados del siglo XVI,
en varios textos literarios se otorga a los reyes de Portugal el título de «Emperador de
Oriente». El mismo Saldanha mantiene que esa atribución se aplicó raramente a los domi-
nios que Portugal poseía en América (Iustum Imperium, p. 329).
40. Barbosa de Luna, Memorial, fl. 12.
24 Pedro Cardim

sus grupos dominantes – en el seno del conglomerado político encabezado


por Felipe III y por Felipe IV. Como dijimos, sería simplista ver en este tipo
de argumentación únicamente el deseo de romper con la Monarquía. Por el
contrario, lo que subyace en el escrito de Barbosa de Luna es la voluntad de
mantener a Portugal en la esfera de los Austrias pero, preferentemente, en
una posición más elevada, justo por detrás de la de Castilla.
Además, debemos tener en cuenta que los súbditos de las demás co-
ronas que integraban la Monarquía de los Austrias, empezando por los
propios castellanos, recurrieron al mismo tipo de estrategia argumental.
Un buen ejemplo de ello es la obra de Gregorio López Madera que, en
Excelencias de la Monarchía y reyno de España (1597), reflexionó sobre
la extensión de las posesiones de Felipe II, presentadas como el mayor de
todos los imperios, y subrayó el hecho de que Castilla poseyese los territo-
rios del Nuevo Mundo, lo que le confería «preeminencia y cualidad propia
de Imperio y Monarquía».
También en Aragón se recurrió al mismo tipo de argumentos. Así suce-
dió, por ejemplo, en plena década de 1620, cuando apareció un «Memorial»
en el que se intentaba demostrar, precisamente, la superioridad de esta corona
con respecto a Portugal. La segunda razón presentada por el autor anónimo
de este texto – estudiado por Emilia Salvador Esteban – hacía referencia al
número de reinos que se encontraban bajo el dominio de cada una de las dos
coronas para demostrar que, en este sentido, Aragón superaba claramente a
Portugal, pues abarcaba bajo su jurisdicción ocho importantes y poderosos
reinos, parte de ellos ultramarinos (en el Mediterráneo), a saber: Aragón,
Valencia, Cataluña, Mallorca, Cerdeña, Nápoles, Sicilia y Jerusalén.41 En el
fondo, tanto el libro de Barbosa de Luna como este memorial anónimo de
origen aragonés son ejemplos reveladores de que, entre los diferentes cri-
terios empleados para «evaluar la grandeza, dignidad, y excelencia de un
Reyno», uno de los verdaderamente importantes era el de ser más extenso,
plural y compuesto que los demás.42 Esta relevancia queda confirmada por el

41. Se trata de un «Memorial» de principios de la década de 1620 que se encuentra en


el Archivo de la Corona de Aragón, Consejo de Aragón, Secretaría de Valencia, Leg. 603,
doc. 10. Fue estudiado por E. Salvador Esteban en Integración y periferización de las Coro-
nas de Aragón y de Portugal en la Monarquía Hispánica. El caso Valenciano (1580-1598),
en Las sociedades ibéricas y el mar a finales del siglo XVI, ed. L. Ribot, E. Belenguer, vol.
III, El área del Mediterráneo, Madrid 1998, p. 174.
42. Sea como fuere, como señaló Xavier Gil, varios observadores coetáneos recono-
cían que Francia tenía un carácter más compacto que la Monarquía Hispánica que, desde
La aspiración imperial de la monarquía portuguesa 25

hecho de que, a partir de mediados del siglo XVI, la Monarquía Hispánica,


en sus presentaciones públicas en Roma, también subrayó su dimensión ul-
tramarina como símbolo de prestigio y de reputación.43

Tras la ruptura entre Portugal y la monarquía de Felipe IV, en 1640, el


tema de la expansión ultramarina volvió a ocupar el centro de atención por
iniciativa, esta vez, de los publicistas de los Bragança, la casa ducal recién
elevada a la dignidad regia. Debido a que era una casa real muy reciente y,
por ello mismo, débil y debido, también, a que se trataba una promoción
asociada a un movimiento que muchos calificaban, de manera peyorativa,
como «revuelta», los primeros Bragança utilizaron de modo sistemático el
tema de la dimensión ultramarina portuguesa no sólo como una forma de
autoafirmación frente a los demás príncipes europeos, sino también como
un medio para justificar y legitimar su ascenso a la dignidad real.
Así, numerosos diplomáticos que sirvieron a Juan IV durante las décadas
de 1640 y 1650 llevaban instrucciones para que, además de negociar, promo-
viesen una acción propagandística que insistiera en la grandeza ultramarina
de Portugal y subrayara que, como unidad política, el reino luso debía ser
independiente y gobernado por un rey «natural» y residente en su territorio.
Al mismo tiempo, se esforzaban en demostrar en las cortes europeas que los
dominios ultramarinos de la corona portuguesa no habían sido bien tratados
ni por Felipe III ni por Felipe IV, lo que justificaba la revuelta y la secesión.
Por lo tanto, se trataba de una argumentación que pretendía sostener que
Portugal, bajo la nueva dinastía de los Bragança, contaba con la grandeza
necesaria no sólo para ser independiente sino también para ser tratado como
un miembro legítimo y merecedor de respecto en el teatro internacional.44
Durante la década de 1640, mientras Portugal se esforzaba en ser re-
conocido por los negociadores congregados en Münster y Osnabrück, An-

finales del siglo XV y principios del XVI, era considerada como una entidad política más
inestable precisamente porque presentaba mayor diversidad interna. Pero, junto a esa di-
versidad, se veían también aspectos comunes a los diferentes reinos ibéricos. X.G. Pujol,
Visión europea de la Monarquía española como Monarquía compuesta, siglos XVI y XVII,
en Las Monarquías del Antiguo Régimen, ¿Monarquías Compuestas?, ed. C. Russell, J.
Andrés-Gallego, Madrid 1996, p. 69.
43. Dandelet, Spanish Conquest, pp. 479-511.
44. Cfr. P. Cardim: ‘Portuguese Rebels’ at Münster. The diplomatic self-fashioning
in the mid-17th century European Politics”, en Der Westfälische Friede. Diplomatie, po-
litische Zäsur, Kulturelles Umfeld, Rezeptionsgeschichte, ed. H. Duchhardt, Munich 1988,
pp. 293-333.
26 Pedro Cardim

tónio Moniz de Carvalho, secretario de la embajada de París, dirigió a la


corte francesa un escrito que revela la importancia de los territorios ultra-
marinos como criterio para ese reconocimiento internacional «pues siendo
cierto, que lo que se pretende en Münster con los ardentes
deseos de todos, es la paz general de la Christiandad, paz general digo, y no
tratados particulares, ¿cómo podria ser paz general, si quedase de fuera el
Rey, y Reyno de Portugal? siendo una Monarchia tan considerable, tanto en
si misma, como en sus dilatadas conquistas [El subrayado es nuestro]45.
Es cierto que muchos de esos enviados, al mismo tiempo que difun-
dían imágenes triunfalistas sobre la presencia portuguesa fuera de Europa,
no tenían ningún inconveniente en proponer la cesión de algunas de esas
mismas «dilatadas conquistas» para alcanzar alianzas con Francia, Inglaterra
o las Provincias Unidas.46 Por otro lado, todos sabían que, en Asia, la pre-
sencia portuguesa era cuestionada cada vez más por los soberanos asiáticos
y norte-europeos y lo mismo podía decirse del nordeste de Brasil, atacado
por los holandeses. Ante las dificultades ocasionadas por la concurrencia
norte-europea, muchos negociadores diplomáticos lusos llegaron a afirmar
que algunas posesiones ultramarinas constituían un peso inútil. Como con-
secuencia, abandonaron los valores universalistas y los ideales confesionales
y accedieron a firmar treguas y acuerdos de paz con los protestantes. Estos
acuerdos carecían de los principios confesionales inherentes a las antiguas
concepciones imperiales y significaban, esencialmente, una «paz política».
Otros, como Manuel Fernandes Vila Real, criticaron la pretensión de los
Austrias de llevar a cabo una política universal. Consideraban que ese com-
portamiento atentaba contra el derecho natural de los demás reinos y equiva-
lía a la conquista de territorios sin tener derechos legítimos, lo que constituía,
claramente, una violación de la soberanía. El mismo Vila Real criticó a quie-
nes utilizaban la religión católica para justificar conquistas ilícitas.47

45. A. Moniz de Carvalho, Esfuerzos de la Razon, Para ser Portugal Incluido en la


Paz General de la Christianidad. Conformes a las Obligaciones, intereses, y empeños de
Francia. Con Memoria de lo Representado con ellos, a la Magestad Christianissima de la
Reyna Regente. Solo Comunicados a los Ministros superiores del Consejo de Francia, y
Portugal, Paris 1647.
46. E. Cabral de Mello, O negócio do Brasil. Portugal, os Países Baixos e o Nordeste
(1641-1669), Lisboa 2001.
47. M. Fernandes Vila Real, Epitome genealogico del Cardenal Duque de Richelieu y
discursos politicos sobre algunas acciones de su vida …, Pamplona 1641, pp. 115 y 216.
La aspiración imperial de la monarquía portuguesa 27

Sea como fuere, a pesar de esta divergencia entre el discurso oficial


de triunfalismo católico y la práctica imperial cotidiana caracterizada, más
bien, por el pragmatismo de la realpolitik, en la propaganda de la dinastía
Bragança siguieron predominando las imágenes épicas de la presencia por-
tuguesa en el mundo y del servicio que Portugal prestaba al catolicismo.
Resulta evidente que, en este período, la referencia a la identidad católica
seguía implicando una dimensión universal. Incluso se produjo un regreso a
temas mesiánicos48 y a un providencialismo a veces exaltado, cuyo ejemplo
más conocido es, sin duda, el pensamiento del jesuita António Vieira. En la
línea del «universalismo castellano», el famoso jesuita sostuvo en sus escri-
tos que el Portugal de los Bragança era plenamente merecedor del título de
«universal». Para justificarlo, utilizaba el argumento de su extensión sin pre-
cedentes, de la asunción de la tarea de defender la fe católica y, además, de
la inspiración providencial que hacía de los portugueses el pueblo escogido
por la divinidad.49 Como señaló José María Jover, António Vieira, así como
otros muchos predicadores de su época, vio en el «Portugal Restaurado» el
miembro de un gigantesco cuerpo agonizante que se había salvado milagro-
samente; un imperio renovado cuya finalidad en todas las tierras del mundo
era la propagación y defensa de la fe.50 Curiosamente, el hombre que sostenía
estas ideas triunfalistas sobre los Bragança, a los que prometía el dominio
universal bajo el ascendiente del catolicismo, era el mismo que en la década
de 1640 defendió la entrega de Pernambuco a los «herejes» holandeses para
alcanzar la «paz política» que entonces Portugal necesitaba de manera deses-
perada, es decir, un acuerdo carente de los principios confesionales inheren-
tes a las antiguas concepciones imperiales pero que permitía poner fin a uno
de los muchos frentes de guerra en que los lusos se encontraban envueltos.
Este ideario, lejos de limitarse a la propaganda vertida en las cortes
extranjeras, también apareció en sermones y en libros dirigidos al público

48. J. Israel, Dutch Sephardi Jewry, Millenarian Politics and the Struggle for Brazil,
1650-54, en Conflicts of Empires. Spain, the Low Countries and the Struggle for world
supremacy, 1585-1713, London-Rio Grande 1997, pp. 145-170.
49. A Utopia do Quinto Império e os Pregadores da Restauração, ed. J.F. Marques,
Falmalição 2007; L.F.S. Lima, Os nomes do Império em Portugal no século XVII: reflexão
historiográfica e aproximações para uma história do conceito, en Facetas do Império na
História: Conceitos e Métodos, ed. A. Dore, L.F.S. Lima, L.G. Silva, São Paulo 2008, pp.
244-256.
50. J.M. Jover Zamora, Sobre los conceptos de monarquía y nación en el pensamiento
político español del XVII, en «Cuadernos de Historia de España», 12 (1950), pp. 119 y ss.
28 Pedro Cardim

portugués, así como en ceremonias realizadas tanto en Portugal como en


sus dominios ultramarinos, es decir, en actos donde la mayor parte de los
presentes eran vasallos del rey luso. Por ejemplo, en 1656, en las exequias
de Juan IV, una de las principales iglesias de Lisboa fue decorada con un
sugestivo conjunto de imágenes en las que estaban representadas las diver-
sas posesiones ultramarinas portuguesas. En la «Instrucción» para el acto,
elaborada por el propio secretario de Estado, puede leerse que, en esta
representación de lo que era entonces Portugal,
han de pintarse los dos reinos de Portugal y Algarves que la Corona tiene en
Europa; en los otros dos, los reinos y estados que la Corona tiene en África;
en los otros dos deben estar los reinos y estados que la Corona tiene en Asia
y en los otros dos los que tiene en América, todo pintado con gran distinción
y claridad, escribiendo debajo de cada Estado cuándo se ganó, quién reinaba
y qué capitán lo conquistó [El subrayado es nuestro].51
Como puede verse en este pasaje, el autor del programa pictórico en
memoria de Juan IV mostraba cierto interés en aclarar el modo de incorpo-
ración adoptado por la corona portuguesa en cada momento de su proceso
expansivo. Para ello, explicaba que, por lo que atañía a su estatuto jurídico-
político, esos territorios habían sido «conquistados», si bien sabemos que,
en realidad, las formas de tomar posesión o de adquirir el control habían
sido variadísimas. Y para que cada uno de esos «reinos y estados» fuese
identificado con facilidad, el secretario de Estado indicó que «la pintura
debía ajustarse con los árboles, las gentes, los animales y las aves que hay
en las mismas partes que se pintan». Además, debajo de cada uno de esos
ocho paneles se colocaron animales que simbolizaban cada continente.
Por lo tanto, podemos comprobar que, además de pretender movilizar
a la población, este conjunto pictórico intentaba transmitir, asimismo, una
representación visual de la voluntad de la corona portuguesa de presentarse
como un poder imperial; para ello, incidía en el hecho de que dominaba
territorios muy extensos y diferentes desde el punto de vista geográfico
y cultural. También queda reflejada la preocupación por explicar – y por

51. Memorias que pertencem ao Funeral do Senhor Rey D. João 4º. Por Pedro Vieira
da Silva, Arquivos Nacionais / Torre do Tombo, Col. S. Vicente, vol. 22, f. 25 segs. Sobre
este documento, vid. P. Cardim, Una Restauração visual? Cambio dinástico y uso político
de las imágenes en el Portugal del siglo XVII, en La Historia Imaginada. Construcciones
visuales del pasado en la Edad Moderna, ed. J.L. Palos, D. Carrió-Invernizzi, Madrid 2008,
pp. 185-206.
La aspiración imperial de la monarquía portuguesa 29

subrayar – la naturaleza compuesta de la monarquía de los Bragança con


el objetivo de equipararla a las grandes monarquías europeas de aquella
época, especialmente a la de Felipe IV de España.
Años más tarde aparecerá el mismo tipo de discurso visual en las
fiestas organizadas con motivo del matrimonio entre Alfonso VI y María
Francisca de Saboya. De hecho, en la entrada solemne en Lisboa, en el ve-
rano de 1666, en un contexto en el que también se celebraban las recientes
victorias contra las fuerzas de los Austrias, se exhibieron diversas imáge-
nes que enfatizaban el carácter ultramarino de la corona portuguesa en los
arcos triunfales construidos especialmente para tal ocasión.52

Teniendo en cuenta todo lo anterior, podemos afirmar que la ceremo-


nia con la que abrimos este ensayo, lejos de ser un caso aislado, se inscribe
dentro de una larga tradición de empleo de atributos imperiales para repre-
sentar la corona portuguesa. Sin embargo, como ya dijimos, ello no signi-
fica que ningún rey portugués llegase a reivindicar, en términos formales,
el título de «emperador» o a ostentar oficialmente esa dignidad. Además,
debemos recordar que a principios de la Edad Moderna, la palabra «impe-
rio» se utilizó pocas veces para designar el conjunto político portugués.53
Eran mucho más corrientes otras expresiones como la de «reino y con-
quistas ultramarinas», en la que destaca, además de la distinción entre los
dominios situados en Europa («reino») y los que eran exteriores al Viejo
Continente («conquistas ultramarinas»), una acepción algo vaga de la pa-
labra «conquista», pues con ella se englobaban los dominios que se habían
incorporado al cuerpo político portugués de muy diversas maneras.54

52. Cfr. Â. Barreto Xavier, P. Cardim, Las fiestas del matrimonio del Rey Alfonso VI
de Braganza y María Francisca de Saboya (Lisboa, 1666), en «Reales Sitios. Revista del
Patrimonio Nacional», XLII, 106 (2005), pp. 18-41.
53. Luís Filipe Reis Thomaz señala que la propia interpretación de las palabras «im-
perio» y «emperador» era bastante fluida en el contexto portugués (L’idée impériale ma-
nueline, p. 48). António Vasconcelos de Saldanha mantiene una idea similar. En su opinión,
el «imperio» era una imagen puramente literaria y carente de rigor jurídico: «Na linguagem
dos historiadores, dos poetas e dos governantes, ‘terra’, ‘província’, ‘estado’ ou ‘império’
são termos que se utilizam sem grande rigor para designar esses territórios ultramarinos,
e que só têm de comum o persistente acento de vastidão ou gigantismo» (Conceitos de
‘Espaço’ e ‘Poder’, p. 121).
54. Como dijimos, la palabra «conquista» podía designar el derecho no sólo a la con-
quista efectiva sino también a la imposición de tributos. Era ésta una práctica con hondas
raíces en la tradición ibérica tardo-medieval, como refleja la imposición de tributos a algu-
30 Pedro Cardim

A partir del siglo XVII, en lugar de «imperio», la palabra más uti-


lizada para designar el cuerpo político portugués, tanto en su dimensión
europea cuanto ultramarina, fue «monarquía», un término con capacidad
de aglutinar55 y reminiscencias de dominación universal inspirada por la
divinidad. Debemos tener en cuenta que, en el mundo ibérico, el térmi-
no «monarquía» se generalizó primero en España.56 Como señaló I. A. A.
Thompson, así ocurrió en el último cuarto del siglo XVI, cuando el título
de «Reyes Católicos» fue reelaborado y adquirió tintes claramente uni-
versales. A partir de ese momento, el poder real español pasó a definirse
como «Monarquía Católica», al mismo tiempo que hacía de la religión y
de la unidad religiosa uno de sus signos distintivos.57 Esto sucedió, claro
está, en un contexto de rivalidad con Francia, cuyo rey ostentaba, como
sabemos, el título de «Cristianísimo». Así se entiende que Gregorio López
Madera, en sus Excelencias de la Monarchia y reyno de España (1597),
sostuviese que los dominios que España poseía en el Nuevo Mundo eran
un elemento determinante de su grandeza, ya que precisamente gracias a
ellos tenía «preeminencia y cualidad propia de Imperio y Monarquía». Y,
como señaló Carlos Hernando en los estudios que dedicó a la irrupción de
las Indias en el ideario político castellano, durante los primeros años del
siglo XVII siguieron presentes las imágenes de poder universal asociadas
a la Monarquía Católica. Por ejemplo, Tommaso Campanella consideraba
que la navegación y el dominio ultramarino eran el eje indispensable de ese
proyecto.58 También en esta época se generalizó la expresión «Emperador
del Nuevo Mundo» para designar al rey español.

nos reinos musulmanes del sur de la Península. A partir de finales del siglo XVI, también se
hizo corriente la expresión «conquista espiritual» para designar la acción evangelizadora de
la Iglesia católica en las tierras ultramarinas.
55. Vasconcelos de Saldanha, Conceitos de ‘Espaço’ e ‘Poder’, p. 121.
56. M.J. Rodríguez-Salgado, Christians, Civilised and Spanish: multiple identities
in Sixteenth Century Spain, en «Transactions of the Royal Historical Society», 6th s., 8
(1998), pp. 238 y ss.
57. I.A.A. Thompson, Castile, Spain and the monarchy: the political community from
‘patria natural’ to ‘patria nacional’, en Spain, Europe and the Atlantic world. Essays in
honour of John H. Elliott, ed. R. Kagan, G. Parker, Cambridge 1995, pp. 125-159; también
de I.A.A.Thompson, La Monarquía de España: la invención de un concepto, en Entre Clío
y Casandra. Poder y Sociedad en la Monarquía Hispánica durante la Edad Moderna, ed.
F.J. Guillamón Álvarez et al., Murcia 2005, p. 53.
58. C. Hernando, Las Indias en la Monarquía Católica. Imágenes e ideas políticas,
Valladolid 1996, p. 178.
La aspiración imperial de la monarquía portuguesa 31

Después de generalizarse en el léxico político español, el término


«monarquía» se divulgó en el contexto portugués a partir de los años fina-
les del siglo XVI.59 Para ello resultó fundamental la obra de fray Bernardo
de Brito, especialmente su Primeira Parte da Monarchia Lusitana, contém
as histórias de Portugal desde a criação do mundo até o nascimento de
nosso senhor Jesus Cristo … (Alcobaça, Monasterio de Alcobaça, 1597).
Sin embargo, conviene tener presente que Brito dedicó su Monarchia Lusi-
tana al «Católico Rei D. Filipe II do nome, Rei de Espanha, Imperador do
Novo Mundo» [El subrayado es nuestro].
Años más tarde, el mismo Brito publicaba la Segunda Parte, da Mo-
narchia Lusitana. Em que se continuão as historias desde o nacimento de
nosso Salvador IESV Christo, ate ser dado em dote ao Conde dom Hen-
rique ... (Lisboa, Monasterio de San Bernardo, 1609). En la dedicatoria,
esta vez dirigida «ao Catholico e Sempre Augusto Rey Dom Phelippe III.
do nome entre os de Castella, & segundo de Portugal, Senhor de Espanha,
Emperador do novo mundo» [el subrayado es nuestro], el fraile de Al-
cobaça explicaba que con este libro pretendía demostrar la grandeza de
Portugal y defender su condición de miembro “especial” de la Monarquía
Hispánica, «porque si en número de provincias y cantidad de vasallos, te-
nían sus Imperios otros estados mayores, en obras valerosas y en fidelidad
de los naturales ninguno le llevó nunca ventaja». Por ello, fray Bernardo de
Brito concluía que «comparando Portugal en sí con cualquiera de los mu-
chos reinos que Vuestra Majestad tiene en su monarquía, ninguno lo iguala
en grandeza y contemplado con sus conquistas y reinos tributarios, hay por
ventura más que ver en él sólo que en muchos de los otros juntos».
Una prueba evidente de que la palabra «monarquía» se usaba cada
vez más es también el hecho de que Bernardo de Brito fuese criticado por
personas que consideraban impropio aplicar el término «monarquía» a la
corona lusitana, porque, según alegaban, Portugal formaba parte de otra
monarquía, la de los Austrias. En el «Prologo ao Leitor» de la segunda
parte de su obra, Brito respondió a las críticas que le habían lanzado y afir-
mó que «Monarquía» servía para designar cualquier entidad política que,
como Portugal, «además de su grandeza, señorea tantos reinos y provincias

59. Vasconcelos de Saldanha, Conceitos de ‘Espaço’ e ‘Poder’, p. 121. Sobre el au-


mento de la producción historiográfica en Portugal durante la década de 1590, véase de
D. Ramada Curto, A Cultura Política em Portugal (1578-1642). Comportamentos, ritos e
negócios, Lisboa, Universidade Nova de Lisboa, Tesis doctoral, 1994, pp. 350 y ss.
32 Pedro Cardim

en diversas partes del mundo». Además, para defender su opinión, recor-


daba que «monarquía» significaba también un régimen político, razón por
la cual «cualque pequeño estado gobernado por un solo Príncipe se llama
propiamente Monarquía y su regimiento, Monárquico. Y si los cuatro rei-
nos famosos del Mundo tuvieron ese apellido no fue (como algunos erró-
neamente imaginan) por su grandeza, sino porque el señorío de cada uno
de ellos dependía de una sola persona, que no reconocía superior a ninguna
otra de la tierra». Como vemos, el significado de la palabra «monarquía»
apuntaba en dos direcciones: por un lado, aludía a una forma de gobierno y,
por otro, indicaba un poder universal con inspiración providencial, si bien,
en este último caso, hacía referencia a una soberanía plena.
Más tarde, ya en la década de 1630, el jurista António de Sousa de Ma-
cedo, en sus Flores de España Excelencias de Portugal..., de 1631, al enu-
merar los atributos lusitanos, añadía otro elemento al complejo significado
de la palabra «monarquía»: el poder eminente. De hecho, Sousa de Macedo
afirmaba que «es Portugal Monarchia soberana independiente, y sin recono-
cer superior alguno». Según su explicación, esto significaba que la corona de
Portugal era soberana y no reconocía, dentro de sus fronteras, ni la autoridad
del emperador ni la superioridad del reino de Castilla y León.60
En este libro, Sousa de Macedo se hace eco también del ideario impe-
rial de carácter triunfalista. En efecto, en sus elogios de Portugal recuerda
«quan dilatado está su Imperio» y añade que «en la Asia posseen tan gran-
de Imperio [...] En Africa muchas Ciudades, Villas, y fortalezas, y tambien
Reynos, como en Angola, y otros; en la America lo mismo; de modo, que
en todas las quatro partes del mundo tienen los Portugueses señorios, y si
más partes uviera, tambien las conquistára». Además de utilizar, en varias
ocasiones, la expresión «imperio dilatado» de los portugueses, afirma que
otra de las «excelencias» de Portugal era «tener por vassallos los mayores
señores, que nunca Monarcha alguno ha tenido».61
Como vemos, para Sousa de Macedo la definición de Portugal como
«monarquía» pretendía subrayar lo que distinguía esa corona de las otras
que integraban los dominios de los Austrias. Era el reino que más territo-
rios había sometido («imperio dilatado»), que tenía una vocación provi-
dencial para el dominio universal y, finalmente, que contaba con una larga

60. A. de Sousa de Macedo, De las grandes prerrogativas de la Monarchia de Portu-


gal, capítulo V de Flores de España Excelencias de Portugal …, Lisboa 1631, p. 41.
61. A. de Sousa de Macedo, Flores de España, p. 34.
La aspiración imperial de la monarquía portuguesa 33

historia de lucha contra los «infieles» (en el norte de África y en Oriente) y


contra los «herejes» (en América del Sur).
Junto a todos estos atributos, a partir de finales del siglo XVII se com-
probó que Portugal era también una «monarquía» porque poseía territorios
en los que había importantes yacimientos de oro. Como señalamos en rela-
ción a las exequias de Pedro II celebradas en Roma, muchos interpretaron
este descubrimiento como una especie de dádiva divina. Además, en la
ceremonia realizada en la iglesia de San Antonio, esta idea aparece clara-
mente y se refleja también la voluntad de equiparar la «monarquía portu-
guesa» a la española, que, como sabemos, había sido asimismo regalada
con importantes recursos minerales en América.62 Recordemos que, en su
época, también se atribuyó una significación mesiánica al descubrimiento
de plata en Perú.
Así, y de forma un tanto paradójica, a pesar de la fuerte presencia del
ideario imperial en la representación de la corona portuguesa, el concepto
de «Imperio», entendido como el conjunto de los territorios bajo jurisdic-
ción lusa situados en Europa y fuera de ella, se utilizó con poca frecuencia
hasta el siglo XVIII. Sin duda, era más habitual el uso de la palabra «mo-
narquía», así como una utilización más «empírica» del término imperium
para designar la situación de hegemonía que alcanzaba un soberano por
medio de su propia capacidad de expansión y que excluía cualquier com-
petencia. Buen ejemplo de ello es el título del famoso tratado de Serafim
de Freitas, De Justo imperio lusitanorum asiatico ... (Valladolid, oficina de
Gerónimo Murillo, 1625).

Hace algunos años, Carlos Hernando Sánchez sostuvo que era necesa-
rio considerar en serio los conceptos de «reino», «monarquía» e «imperio»
en el análisis de la formación del dispositivo institucional que la corona
española construyó en América porque, con estos términos, España – y

62. En las ceremonias que tenían lugar en los territorios de la Monarquía Hispánica
era habitual que América se representase relacionada con las riquezas que proporcionaban
los metales preciosos. Véase, por ejemplo, el caso de la entrada del cardenal-infante don
Fernando en Amberes en 1635 como nuevo gobernador de los Países Bajos españoles, poco
después de la victoria de Nördlingen. Peter Paul Rubens se encargó de dirigir el programa
decorativo. En la cara posterior de uno de los arcos de triunfo que se levantaron, el Arcus
Monetalis, aparecía representada una gran roca y unos mineros que excavaban con sus pi-
cas en busca de plata mientras otros cargaban oro; Hernando, Las Indias en la Monarquía
Católica, p. 185.
34 Pedro Cardim

también Portugal – intentó configurar políticamente la realidad ultramari-


na, sobre todo la americana.
A la vista de todo lo dicho hasta ahora, no hay duda de que la irrupción
del mundo ultramarino en la conciencia política originó una creciente pro-
ducción discursiva sobre el sentido de «imperio».63 Sin embargo, ello no
provocó que, durante los siglos XVI y XVII se utilizase la palabra «Impe-
rio» para designar oficialmente los dominios extra-europeos de los reinos
ibéricos, sino, más bien, al contrario. Además, los nombres de las insti-
tuciones de la corona portuguesa que tenían responsabilidades políticas
sobre los espacios ultramarinos resultan ilustrativos. Como sabemos, en
la administración central portuguesa, el primer organismo especializado
por entero en el ámbito ultramarino fue creado en 1604 bajo Felipe III y
bautizado, después de una acalorada discusión, con el polémico nombre
de «Conselho da Índia».64 Sin duda, se trataba de una creación tardía, si
tenemos en cuenta la importancia que el mundo ultramarino había adquiri-
do en el discurso oficial de la corona lusitana y que el gobierno de Castilla
contaba, desde la década de 1520, con el Consejo de Indias.65
Más tarde, después de la ruptura luso-española, se creó el «Consel-
ho Ultramarino» (1643).66 De acuerdo con su regimiento, este organismo
tenía jurisdicción sobre los «Estados de la India, Brasil y Guinea, isla de
Santo Tomé y Cabo Verde y de todas las demás partes ultramarinas, excep-
to las islas de Azores y Madeira y los lugares de África». Y, entrado ya el

63. Ibidem, pp. 14 y 49.


64. F. Mendes da Luz, O Conselho da Índia, Lisboa 1952. De acuerdo con el Regi-
mento del Conselho da Índia, este organismo decidiría sobre las materias, de cualquier
cualidad que fuesen, relativas a los Estados de la India, Brasil, Guinea, Santo Tomé, Cabo
Verde y Angola, pero no a Madeira y Azores y al norte de África. Véase, sobre el mismo
asunto, el estudio de G. Marques, O Estado do Brasil na União Ibérica: dinâmicas políticas
no Brasil no tempo de Filipe II de Portugal, en «Penélope. Revista de História e Ciências
Sociais», 27 (2002), pp. 7-35.
65. André da Silva Costa señala que, a partir de 1530, comenzó a imponerse cierta
separación en la administración central portuguesa entre los asuntos relativos al «Reino»
y las materias vinculadas a la «India». Sin embargo, el mismo estudioso reconoce que esta
división raramente tuvo resultados, pues entre esos dos ámbitos siguió predominando la
fluidez: Os secretários e o estado do rei. Luta de corte e poder político, Lisboa, Tese de
Mestrado em História (História Moderna), Faculdade de Ciências Sociais e Humanas da
Universidade Nova de Lisboa, 2008, capítulo 2.
66. E. de Souza Barros, Negócios de Tanta Importância. O Conselho Ultramarino e
a disputa pela condução da guerra no Atlântico e no Índico (1643-1661), Tese de doutora-
mento, Universidade Federal do Rio de Janeiro, 2004.
La aspiración imperial de la monarquía portuguesa 35

siglo XVIII, cuando se llevó a cabo la reforma de las secretarias de Estado


bajo Juan V (1736), la designación escogida para la sección especializada
en los asuntos relativos a los dominios extra-europeos fue la de «Secretaria
de Estado da Marinha e do Ultramar» [el subrayado es nuestro]. Por lo
tanto, la palabra «imperio» no fue la más utilizada para designar el mundo
ultramarino portugués y las instituciones encargadas de su gobierno. Lo
mismo podría decirse de los términos «colonia» y «metrópolis» que prác-
ticamente no aparecen en el vocabulario de los siglos XVI y XVII sobre el
mundo ultramarino.67 Además, una de las primeras veces que se empleó de
forma oficial el término «colonia» para referirse a una parte de los domi-
nios ultramarinos de Portugal fue en la década de 1680, cuando se fundó la
«Colonia de Sacramento», un establecimiento portugués en la orilla norte
del Río de la Plata, justo en frente de Buenos Aires.68 Claro está que, en este
caso, se utilizó el término «colonia» de forma consciente con el objetivo
de evocar el antiguo sentido romano de esta palabra. Se refería al carácter
castrense de la empresa y a que se trataba de un enclave, de una especie de
vanguardia militar situada en medio del territorio enemigo.69
Sin embargo, como ya dijimos, esto no impidió que, tanto en Portugal
como en España, se desarrollase una producción discursiva sobre el nuevo
sentido de «imperio». Con respecto a la expansión española, Xavier Gil
Pujol señala que la increíble dimensión de la conquista americana generó
cierto clima de euforia, hasta el punto de que Antonio de Nebrija afirmó
que, aunque el «título del Imperio» pertenecía a Alemania, la «realidad
de él” estaba en los reyes españoles.70 Por su parte, Hernán Cortés, como
sabemos, también hizo varias alusiones al título imperial y a su relación
con el mundo americano.71 Sin embargo, como sugiere Pablo Fernández
Albaladejo, Carlos de Habsburgo, en la fase inicial de su reinado, aunque
no se mantuvo indiferente con respecto a América, estaba mucho más pre-
ocupado por consolidar su situación centro-europea y el título imperial

67. A. Lempérière, El paradigma colonial en la historiografía latinoamericanista, en


«Istor. Revista de Historia Internacional», V, 19 (2004), pp. 107-128.
68. P. Possamai, A vida quotidiana na Colónia de Sacramento. Um bastião português
em terras do futuro Uruguai, Carnaxide 2006.
69. J.C. Richardson, Imperium Romanum: Empire and the language of power, en The-
ories of Empire, pp. 1-9.
70. Pujol, Imperio, monarquía universal, equilibrio, p. 4.
71. V. Frankl, Imperio particular e imperio universal en las cartas de Relación de
Hernán Cortés, en Theories of Empire, pp. 99-138.
36 Pedro Cardim

vinculado a sus posesiones en Europa, que consideraba mucho más presti-


giosas que las demás.72 Por lo tanto, en el caso castellano, el «universalis-
mo» estuvo, en un principio, mucho más vinculado a la dignidad imperial
en su concepción centroeuropea y tardó en imponerse en el discurso oficial
sobre América. En este sentido, Castilla parece distinguirse de Portugal
donde, como vimos, desde los primeros años del siglo XVI tuvo lugar una
elaboración sistemática de un «universalismo portugués» suscitado por la
expansión ultramarina.
En un trabajo reciente, John H. Elliott también ha dedicado algunos
párrafos al uso de la palabra «imperio», en los que explica la ambigüedad
que presentaba su utilización en el ámbito hispánico durante buena parte
del siglo XVI. Elliott recuerda que el título imperial estaba asociado al
Sacro Imperio y afirma que en el mundo español fueron más frecuentes
otras expresiones como «Monarquía Católica», «Monarquía de España»,
«Indias de Castilla», «Virreinatos americanos», etc. Con respecto a Felipe
II, Elliott también señala que, a pesar de ser la cabeza de un vastísimo
conjunto de dominios, siempre rechazó la posibilidad de utilizar el título
de “emperador», en parte por respecto a la rama austriaca de su familia.73
Elliott reconoce que en las crónicas hispanas – y en las portuguesas, como
dijimos a propósito de Bernardo de Brito – se empleó desde fecha tem-
prana la palabra «imperio» para designar las posesiones extra-europeas de
Castilla (por ejemplo, Gonzalo Fernández de Oviedo utiliza la expresión
«imperio occidental de estas Indias») y que en diferentes libros publicados
a lo largo de los siglos XVI y XVII se designó a Felipe II y a sus sucesores
como «Emperadores de las Indias» o «Emperadores de América». Sin em-
bargo, subraya que este título nunca fue oficial en el ámbito español.

72. P. Fernández Albaladejo, Imperio y administración bajo Carlos V: una reevalua-


ción, en Hernán Cortés y su tiempo, Actas del Congreso (Guadalupe-Cáceres-Medellín,
1985), Mérida 1987, pp. 520-528. Sobre el proyecto imperial en tiempos de Carlos de
Habsburgo, véase el excelente estudio de M. Rivero Rodríguez, Gattinara. Carlos V y el
sueño del Imperio, Madrid 2005.
73. J.H. Elliott, Imperios del Mundo Atlántico. España y Gran Bretaña en América,
1492-1830, Madrid 2006, pp. 189 y ss. Con respecto a este mismo asunto, Xavier Gil señala
que la decisión de Carlos V de separar a España del Imperio también fue decisiva. Pero
Gil recuerda que la separación no fue total, puesto que Felipe se mantuvo como titular del
ducado de Borgoña y feudatario del Imperio y se comprometió a obedecer al emperador en
Milán y Siena. Y en 1558 pidió al emperador Fernando, su tío, el título del «vicariato impe-
rial de Italia», lo que reforzaba la legitimidad de su dominio sobre los territorios italianos
(Imperio, monarquía universal, equilibrio, p. 9).
La aspiración imperial de la monarquía portuguesa 37

En uno de sus reveladores estudios, François-Xavier Guerra ha afir-


mado que la historiografía suele utilizar de forma poco cuidada el término
«imperio»; recurre a él con frecuencia pero, sobre todo, lo considera una
palabra cómoda para designar unidades políticas de gran extensión, forma-
das por una multitud de pueblos bajo un gobierno común.74 Sin embargo,
F.-X. Guerra recuerda que ese término, utilizado de forma vaga, nos dice
poco sobre el modo en que se articularon esos pueblos, cómo se vincularon
entre sí los diversos territorios, su estatuto político o los principios que
regían esas complejas construcciones políticas.
A esto se une el hecho de que la historiografía suele considerar ese
proyecto imperial como algo consensuado y eminentemente positivo para
los gobernantes y para los pueblos que lo asumieron. Al hacerlo, se olvida
de que tales proyectos comportaban una tendencia agresiva y fomentaban,
sobre todo en el ámbito ultramarino, una actitud de marcada insensibili-
dad frente a la diferencia cultural y al particularismo de los pueblos con-
quistados. Además, omite también que, en muchos momentos, el proyecto
de «señorear todo el mundo» se consideró como un sinónimo de poder
desmedido o de ambición insaciable, por lo que fue rechazado por va-
rios gobernantes de la época moderna, empezando por algunos monarcas
ibéricos.75 Y, finalmente, no reconoce que durante ese período parte de la
población no manifestó particular interés por los grandiosos proyectos im-
periales trazados por la corona.
Lo que dijimos hasta el momento viene, en cierto modo, a asumir el
reto lanzado por F.-X. Guerra: a través de la reconstrucción del significado
histórico de esas palabras, hemos intentado captar sus implicaciones políti-
cas y su materialización en instituciones, imágenes y discursos. Claro está

74. F.-X. Guerra, L’etat et les communautes: comment inventer un empire?, en «Nue-
vo Mundo Mundos Nuevos», BAC, colocado on-line el 14 de febrero de 2005 y disponible
en www.nuevomundo.revues.org/document625.html.
75. Debemos tener en cuenta que la llamada «leyenda negra», tal y como se construyó
a finales del siglo XVI en el norte de Europa, se refería tanto a españoles como portugue-
ses. Los ibéricos, especialmente sus reyes, eran acusados de una ambición desmedida, de
fanatismo y de tiranía. Por ello, muchos franceses y, más tarde, holandeses esperaban que,
al llegar a América, los indígenas, oprimidos supuestamente por la intolerancia de los ca-
tólicos, los recibirían como libertadores. Además, no fueron pocos los norte-europeos que
concibieron la lucha contra los ibéricos, en el ámbito ultramarino, como una especie de
nueva «guerra santa», esta vez bajo el signo del protestantismo. Cfr. B. Schmidt, Inocen-
ce Abroad. The Dutch Imaginations and the New World, 1570-1670, Cambridge 2001; A.
Daher, Do selvagem convertível, en «Topoi», 5 (2002), pp. 71-107, pp. 81 y ss.
38 Pedro Cardim

que los testimonios presentados son sólo meros ejemplos entre muchos
otros y que no hay duda de que una respuesta completa a la pregunta antes
enunciada implica una investigación más amplia y sistemática que la que
hemos llevado a cabo para este ensayo.
Sea como fuere, aunque cada uno de esos testimonios responde a
intereses y circunstancias específicas del momento y del espacio en que
aparece, resulta evidente que durante los siglos XVI y XVII hubo una per-
sistente tendencia a representar a Portugal con una dimensión ultramarina.
Con el paso del tiempo, esta tendencia se transformó en algo esencial para
la definición de su identidad política. Ese discurso, que no era mera pro-
paganda, se enraizó y se convirtió en algo casi constitutivo de la forma de
concebir Portugal.
Por otra parte, al determinar el momento en que estas palabras irrum-
pieron en el discurso político, ha sido posible captar algunos elementos de
lo que podríamos llamar «orden interno del poder». Las palabras formaron
parte del proceso de expansión ibérica que implicó la difusión, en territo-
rios muy lejanos, de formas de organización social, de instituciones y de
representaciones. Así, hemos visto que la idea medieval de «imperium»
proporcionó un elemento de comparación útil para la hegemonía de las
dos coronas del occidente ibérico en su afán por estructurar políticamente
un «mundo» concebido como una unidad de poder. El vocabulario de la
tradición clásica fue aplicado a los dominios ultramarinos y sirvió para
presentar a algunos de los protagonistas de la expansión como los mejores
continuadores del prestigio de los romanos.76 A estos elementos se unieron,
como vimos, los valores heroicos de exaltación de las gestas protagoniza-
das por la nobleza portuguesa.77 Con todo ello se pretendía conseguir que la
población y, sobre todo, las élites políticas se adhiriesen firmemente a los
proyectos imperiales de la corona. Sin lugar a dudas, ésta era una cuestión
importante pues, como dijimos, en el seno de la élite gubernativa hubo
siempre voces que cuestionaron la gobernabilidad de estas unidades polí-
ticas caracterizadas por sus descomunales dimensiones y por una hetero-
geneidad extrema. Por su parte, la población en general también manifestó

76. A. Jordan-Gschwend, ‘Uomini illustri’, A série de retratos dos vice-reis portugueses


em Goa, en Tapeçarias de D. João de Castro, Lisboa 1995, pp. 73-78. Véase, también, las
imágenes que iluestran la obra Sucesso do segundo cerco de Diu (1574), de Jerónimo Corte
Real, muchas de las cuales tienen reminiscencias del antiguo mundo imperial romano.
77. M.A. Lima Cruz, Os cronistas do império: da gesta das armas aos heróis do mar,
en Outro Mundo Novo Vimos, Lisboa 2001, pp. 51-59.
La aspiración imperial de la monarquía portuguesa 39

varias veces sus dudas sobre hasta qué punto valía la pena soportar sacri-
ficios – como, por ejemplo, impuestos más gravosos – para poder llevar a
cabo los planes imperiales de la corona.78
Recordemos que, con la incorporación de dominios en Europa, África,
Asia y América, la corona de Portugal se convirtió en una entidad política
formada por la agregación de unidades muy heterogéneas. En ese proceso,
la corona pretendió en un principio integrar pero acabó por admitir esa
diversidad y, con el paso del tiempo, contribuyó incluso a acentuarla.79
Ello se debió, en primer lugar, a que, durante mucho tiempo, los reyes de
Portugal no tuvieron vocación ni medios para asumir una postura más in-
tegradora, pero también a que, como vimos, según los criterios coetáneos,
resultaba prestigioso ser señor de dominios geográficamente distantes en-
tre sí y con un estatuto político diverso.
Precisamente, éste es el último aspecto que debemos analizar en esta
reconstrucción del universo semántico del mundo ultramarino portugués.
De hecho, debemos tener en cuenta que las palabras «imperio» y «monar-
quía», en lo que atañe a su orden político interno, suponían una situación
de diferencia jerárquica entre las partes que componían el todo. Eran enti-
dades políticas internamente plurales, en las que algunas partes tenían más
prestigio y peso político que otras.80 Ya tratamos parcialmente este asunto
en los párrafos dedicados al lugar que ocupó Portugal durante el período en
que formó parte de la Monarquía Hispánica.
Sin embargo, debemos tener en cuenta también que la jerarquía estaba
relacionada, igualmente, con la situación geográfica de cada dominio. En
realidad, en este período se solían considerar de forma muy diferente los
territorios que se encontraban en Europa de los que se situaban fuera del
Viejo Continente. Esta distinción quedaba plasmada en expresiones como
«aquém» y «além-mar» o, simplemente, «reino» y «ultramar». El término
«ultramar» se utilizó de forma persistente. Y cuando, después de más de siglo

78. Cardim, Entre o centro, pp. 167-242.


79. A.M. Hespanha, A constituição do Império português. Revisão de alguns envie-
samentos correntes, en O Antigo Regime nos Trópicos. A dinâmica imperial portuguesa
(séculos XVI-XVIII), ed. J. Fragoso, M.F. Bicalho, M. de Fátima Gouvêa, Río de Janeiro
2001, pp. 163-188.
80. J. Arrieta Alberdi, Las formas de vinculación a la Monarquía y de relación entre
sus reinos y coronas en la España de los Austrias, en La Monarquía de las Naciones. Pa-
tria, nación y naturaleza en la Monarquía de España, ed. B. García, A. Álvarez-Ossorio,
Madrid 2004, pp. 303-326.
40 Pedro Cardim

y medio con dominios fuera de Europa, la corona portuguesa decidió dotarse


al fin de un organismo gubernativo especializado en ese ámbito geográfico,
el adjetivo escogido para ese nuevo consejo regio fue, precisamente, el de
«ultramarino» – «Conselho Ultramarino» (1643) – y no el de «imperial».
No debemos olvidar que, durante los siglos XVI y XVII, se consideraba
unánimemente que el mundo europeo, el «aquém-mar» era el más digno y
civilizado que el de «além-mar». Por lo tanto y en principio, cuantos más
dominios poseyese un príncipe en el ámbito europeo, más prestigio tendría.
Por el mismo motivo, los dominios situados fuera de Europa, debido a su
propia localización «ultramarina», es decir, exterior al espacio civilizado por
excelencia, fueron considerados menos dignos en un primer momento y así
siguieron siendo vistos durante mucho tiempo.81 Este criterio de diferencia-
ción – bien visible, por otra parte, en los títulos oficiales de los reyes ibéricos
– explica tal vez por qué los Habsburgo tardaron en incorporar motivos y ele-
mentos referentes a la América española en su discurso de auto-representa-
ción. En efecto, durante buena parte del siglo XVI, se consideró mucho más
importante el hecho de que los Austrias poseyesen amplísimos territorios en
Europa que el dominio sobre las llamadas «Indias de Castilla».82
En este sentido, la situación de Portugal era bastante diferente. Encaja-
do territorialmente en la Península Ibérica, entre Castilla y el océano, y con
un escaso potencial económico y demográfico, tenía pocas posibilidades –
o más bien ninguna – de ampliar sus dominios en el Viejo Continente. Por
lo tanto, el viraje hacia el exterior de Europa constituyó una opción, pero
también prácticamente la única alternativa posible para una élite política
decidida a ampliar sus horizontes. Así, tanto a través del poblamiento de
las islas deshabitadas cuanto por medio de la conquista militar y de pactos
con autoridades políticas extra-europeas, los reyes de Portugal fueron asu-
miendo tintes marcadamente ultramarinos; se presentaron como la cabeza
de un conjunto que, con el tiempo, pasó a designarse no propiamente como
«imperio» sino como «conquistas ultramarinas».

81. J.H. Elliott, The seizure of overseas territories by the European Powers, en Theo-
ries of Empire, pp. 139-157.
82. Según Carlos Hernando resulta muy evidente que, bajo Felipe II, se recurrió a
imágenes relativas a la dominación americana para legitimar la hegemonía de la Monarquía
Hispánica pero, en cierto modo también, para compensar la relativa pérdida de prestigio in-
herente a la renuncia al título imperial. A partir de entonces, las Indias se convertirán en un
elemento fundamental de la pretensión del dominio universal (Las Indias en la Monarquía
Católica, pp. 108 y ss).
La aspiración imperial de la monarquía portuguesa 41

Debemos tener en cuenta que la expresión «conquistas ultramarinas»


refleja un uso un tanto impreciso del término «conquista». En sentido es-
tricto, esta palabra designaba sólo los pueblos y sus respectivos territorios
que, a raíz de una «guerra justa», habían sido derrotados y, en consecuen-
cia, privados de sus leyes y sometidos a las del vencedor. Sabemos que en
el espacio ultramarino portugués había situaciones muy diversas, muchas
de las cuales no encajaban propiamente en la condición de «conquista».83
Por otra parte, Madeira, Azores y Cabo Verde nunca fueron designados
como «conquistas» pues, cuando llegaron los portugueses, eran tierras des-
habitadas y no fue necesario ningún tipo de acción militar para ocuparlas.
Por su parte, las plazas norteafricanas, aunque fueron áreas extra-europeas
donde la corona portuguesa llevó a cabo una acción más o menos sistemá-
tica de conquista militar, tampoco fueron tratadas como «conquistas». Por
el contrario, se las consideró como la extensión «ultramarina» del reino
del Algarve («reino dos Algarves d´aquém e d´além mar»). Resulta signi-
ficativo que el Conselho Ultramarino no tuviese jurisdicción ni sobre estas
plazas ni sobre los archipiélagos atlánticos antes mencionados.
Sea como fuere, entre los coetáneos se difundió la costumbre simpli-
ficadora de denominar a todos los dominios ultramarinos como «conquis-
tas» aunque, en rigor, muchos de ellos no hubiesen sido incorporados a la
corona lusa tras una guerra y una victoria militar portuguesa. Del mismo
modo, desde finales del siglo XVI se hizo habitual que los naturales de la
América portuguesa afirmasen que eran los descendientes de los primeros
«conquistadores» de esas tierras. En este contexto, el término se utilizaba
como sinónimo de «poblador» o de «pacificador» y no para designar a
los miembros de las tropas victoriosas que participaron en una operación
militar a gran escala.84

83. Desde el Atlántico al Índico, los portugueses extendieron su área de influencia a


través de procesos bastante variados. En algunos lugares se procedió a la simple ocupa-
ción de tierras deshabitadas. En otros fue necesario recurrir a la conquista militar. En otras
partes, los portugueses establecieron una dominación compartida, a través del pacto con
las autoridades políticas extra-europeas. También hubo casos en los que los lusos sólo se
establecieron después de haber sido autorizados por los jefes extra-europeos. Igualmente,
tuvieron lugar diversas iniciativas de expansión espontánea que, a veces, terminaban siendo
reconocidas por la corona. Cfr. Hespanha, A constituição do Império português, pp. 163-
188.
84. E. Cabral de Mello, Rubro Veio. O imaginário da Restauração Pernambucana,
Río de Janeiro 1997, pp. 71 y ss; M.F. Bicalho, A Cidade e o Império. O Rio de Janeiro no
século XVIII, Río de Janeiro 2003, pp. 367 y ss.
42 Pedro Cardim

A pesar de que el mundo ultramarino portugués fue, en cierto modo,


una continuación del «reino» – como prueba el hecho de que la legislación
aplicada en los dominios portugueses situados en Europa se impuso en las
posesiones de «ultramar» – hay un hecho cierto: la situación geográfica
tenía consecuencias en la jerarquía y en la posición de cada miembro del
cuerpo político. Pero los dominios situados en Europa eran, en principio,
más apreciados, debido también a que su incorporación era más antigua.
Por este motivo, los dominios ultramarinos tenían un estatuto político in-
ferior al de los «dos reinos» que la corona de Portugal poseía en Europa:
el reino de Portugal y el «reino del Algarve». Este último aparece, además,
representado en la decoración de la iglesia de San Antonio de los portugue-
ses de Roma, que referimos al inicio de este ensayo.
Claro está que la presencia del rey era también un factor importantí-
simo para evaluar la dignidad de un territorio. Como sabemos, en el caso
de la Monarquía Hispánica, el hecho de que, a partir de Felipe II, los so-
beranos decidiesen residir, de forma más o menos permanente, en Castilla,
resultó decisivo para confirmar la centralidad de esta corona en el mundo
hispánico. Por lo que respecta a Portugal, la cuestión de la presencia o au-
sencia del rey sólo adquirió gran relevancia durante el período en que esta
corona formó parte de la Monarquía Hispánica. Como demostró Fernando
Bouza Álvarez, se consideraba que la ausencia del rey, a partir de 1583,
provocaba cierta devaluación del estatuto regnícola de Portugal y durante
los sesenta años de gobierno de los Austrias, las élites lusas protestaron
frecuentemente por ello.85
Por lo tanto, la palabra «Restauración», escogida para designar el mo-
vimiento separatista portugués iniciado en 1640, implicaba también el sen-
tido de regreso a la situación en la que un gobernante con dignidad regia
volvía a residir de forma permanente en Portugal, lo que suponía, automá-
ticamente, una promoción política. Por las mismas razones, el estatuto po-
lítico de los dominios geográficamente distantes de la corte regia y, sobre
todo, de las posesiones situadas fuera de Europa reflejaba el alcance de la
presencia o ausencia del rey a la hora de conferir dignidad al territorio. En
realidad, los dominios ultramarinos contaban con un estatuto político infe-
rior, no sólo porque se encontraban fuera de Europa, sino también porque
estaban lejos del monarca y porque no era probable que el rey los visitase

85. F. Bouza Álvarez, Lisboa sózinha e quase viúva. A cidade e a mudança da corte
no Portugal dos Filipes, en «Penélope. Fazer e desfazer a História», 13 (1994), pp. 71-93.
La aspiración imperial de la monarquía portuguesa 43

algún día debido, en gran parte, a que no eran considerados dignos de una
visita real. Claro está que esta situación de lejanía del rey fue paliada, en al-
gunos casos, con la institucionalización de la persona del virrey.86 Pero, aun
así, la distancia física con respecto al rey siempre implicó un menoscabo.
Como señaló Evaldo Cabral de Mello, es cierto que en algunos mo-
mentos se sopesó la posibilidad de que el rey se trasladase a un territorio
ultramarino, especialmente a Brasil.87 Sin embargo, siempre que se valoró
seriamente esta idea fue de inmediato descartada. Así sucedió, por ejemplo,
a finales de la década de 1640, cuando algunos consejeros de Juan IV, des-
animados por la lucha contra Felipe IV, llegaron a proponer que el rey se
trasladase a América. En 1668 volvió a considerarse esta alternativa, cuan-
do una conspiración apartó del trono al rey Alfonso VI. En ese momento,
se sopesó la opción de enviarlo a América, pero luego se desistió porque
se consideraba que ese territorio ultramarino era un lugar indigno para un
rey y se encontraba demasiado lejos para que el monarca desterrado fuese
controlado eficazmente. Sin embargo, la idea volvió a aparecer a finales de
la década de 1670, cuando Pedro II, un gobernante más indeciso de lo que
se cree, llegó a sugerir que podría retirarse a Brasil y dejar el gobierno en
manos de su hija, la princesa Isabel, heredera al trono. Sin embargo, el je-
suita Sebastião de Magalhães, su confesor, rechazó esta idea, pues conside-
raba que irse el rey a «vivir entre cafres» era una «resolución absurda» que,
además, iba en contra de la voluntad de Dios, «que lo hizo tan superior»,
y que resultaba perjudicial para la reputación internacional de Portugal.88
Varias décadas más tarde, en 1807, en una situación totalmente diferente,
otro rey de Portugal llevaría a cabo el traslado de su corte a Río de Janeiro.
Como sabemos, esta decisión tuvo profundas consecuencias políticas, pues
la presencia del rey convirtió a América en el centro de la monarquía portu-
guesa, lo que reforzó el peso político de Brasil y de sus élites.
Antes de concluir, digamos una última palabra sobre la persistente «as-
piración imperial» de la corona portuguesa, con que hemos titulado este en-
sayo. Durante la segunda mitad del siglo XVII, la dinastía Bragança mostró
cierta pesadumbre por el hecho de que sólo poseía dominios fuera de Europa
y no tenía soberanía sobre ningún territorio situado en Europa salvo aquéllos

86. Madeira Santos, Goa é a chave, pp. 153 y ss.


87. E. Cabral de Mello, Um imenso Portugal. História e historiografia, Río de Janeiro
2002, pp. 30 y 63.
88. Barreto Xavier, Cardim, D. Afonso VI, p. 363.
44 Pedro Cardim

que, desde el período medieval, estaban ligados a la corona de Portugal: el


«reino de Portugal» propiamente dicho y el «reino de los Algarves». Así,
tras la firma de la paz con la Monarquía Hispánica (1668), la diplomacia de
los Bragança inició una política de reputación e intentó establecer alianzas
matrimoniales entre la casa real portuguesa y algunas casas ducales del otro
lado de los Pirineos, no sólo para esquivar la influencia española sino tam-
bién para, dado el caso, incorporar esos territorios. Así se hizo en la década
de 1670 en relación tanto a Saboya cuanto a Toscana, pero sin que estos
proyectos de incorporación llegasen a materializarse.89 Si esta política hubie-
se tenido éxito y si Portugal hubiese conseguido mantener estas posesiones
en Italia, tal vez la aspiración imperial de la corona se hubiese desviado del
mundo ultramarino y hubiese pasado a incidir en Europa ...
En vista de lo dicho, la ceremonia realizada en Roma en 1707 en
memoria de Pedro II aparece como una especie de punto de llegada de un
largo proceso de lectura de la expansión ultramarina portuguesa por me-
dio de referencias imperiales. En ella queda, en gran medida, sintetizado
el modo en que la corona de Portugal se auto-representó durante los siglos
XVI y XVII. Sin embargo, existe una importante diferencia: mientras que
en ese período destacó, casi siempre, el «Asia portuguesa», en la ceremo-
nia de 1707 la gran novedad fue, sin lugar a dudas, la centralidad de Brasil
y de su oro.90

89. Debemos tener en cuenta que la corona portuguesa dio pasos efectivos para in-
corporar esos territorios italianos, como prueba la correspondencia de Giovanni Domenico
Maserati, representante diplomático de España en Lisboa en la década de 1670; Archivo
General de Simancas, Estado, legajo 7057, documento nº 1.
90. Traducción de Ana Isabel López-Salazar Codes.

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