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Pero fue en la política exterior en la que hubo de asumir los mayores retos.
Ante los ataques de que era objeto el suroeste de los Estados Unidos por
parte del revolucionario mexicano Pancho Villa, envió una expedición militar
a México en 1916, aunque no consiguió capturarle.
Hasta entonces, Wilson había mantenido la neutralidad de los Estados
Unidos en la «Gran Guerra» europea declarada en 1914, continuando de
esta forma la tradicional política exterior aislacionista del país; en la
campaña electoral de 1916 utilizó profusamente la neutralidad como
argumento. Sin embargo, en 1917 se vio obligado a romper sus promesas
de neutralidad, ante los ataques submarinos alemanes a la navegación en
el Atlántico y el temor a una alianza de México con Alemania para arrebatar
territorios a los Estados Unidos (plan descubierto por el «Telegrama de
Zimmermann», enviado por el ministro de asuntos exteriores alemán Arthur
Zimmermann a su embajador en México).
En 1918 el presidente Wilson formuló un programa de catorce puntos que
debían inspirar los tratados de paz y el orden de la posguerra. Era un
programa intensamente moral, democrático y pacifista, que preveía la
abolición de la diplomacia secreta, la libertad de navegación en todos los
mares, la reducción de armamentos, la liberalización del comercio y la
constitución de una Sociedad de Naciones que garantizara el arreglo
pacífico de los conflictos. Para solucionar los contenciosos fronterizos,
Wilson proponía aplicar de forma general el principio de las nacionalidades,
dando la independencia a los pueblos con identidad cultural propia que
habían estado sometidos al Imperio Austro-Húngaro, al Imperio Otomano o
al Imperio Ruso.