Está en la página 1de 3

(Staunton, Virginia, 1856 - Washington, 1924) Vigésimo octavo presidente

de los Estados Unidos de América (1913-1921). Hijo de un pastor


protestante, estudió en la Universidad de Princeton, en donde más tarde
trabajó como profesor de Derecho Constitucional (desde 1890) y llegó a ser
rector (1902-1910).

Vinculado al Partido Demócrata, pasó luego a la política y fue gobernador


de Nueva Jersey en 1911-1912; si sus reformas pedagógicas habían hecho
de Princeton una universidad modélica, sus reformas políticas y sociales en
Nueva Jersey llamaron suficientemente la atención como para convertirle
en candidato a la presidencia para terminar con un largo periodo de
hegemonía política republicana.

En las elecciones presidenciales de 1912 obtuvo una abrumadora mayoría,


favorecida por la división del voto republicano

llevó adelante el programa de la Nueva Libertad, consistente en reforzar la


intervención del poder central en apoyo de la democracia: reorganizó el
sistema bancario americano con la creación de un banco central (la Reserva
Federal, en 1913), creó un impuesto federal progresivo sobre la renta
personal, introdujo la elección directa de los senadores por sufragio
universal, extendió el derecho de voto a las mujeres, empleó la fuerza del
Estado para luchar contra los monopolios y trató de frenar el consumo de
alcohol con la ley seca.

Pero fue en la política exterior en la que hubo de asumir los mayores retos.
Ante los ataques de que era objeto el suroeste de los Estados Unidos por
parte del revolucionario mexicano Pancho Villa, envió una expedición militar
a México en 1916, aunque no consiguió capturarle.
Hasta entonces, Wilson había mantenido la neutralidad de los Estados
Unidos en la «Gran Guerra» europea declarada en 1914, continuando de
esta forma la tradicional política exterior aislacionista del país; en la
campaña electoral de 1916 utilizó profusamente la neutralidad como
argumento. Sin embargo, en 1917 se vio obligado a romper sus promesas
de neutralidad, ante los ataques submarinos alemanes a la navegación en
el Atlántico y el temor a una alianza de México con Alemania para arrebatar
territorios a los Estados Unidos (plan descubierto por el «Telegrama de
Zimmermann», enviado por el ministro de asuntos exteriores alemán Arthur
Zimmermann a su embajador en México).
En 1918 el presidente Wilson formuló un programa de catorce puntos que
debían inspirar los tratados de paz y el orden de la posguerra. Era un
programa intensamente moral, democrático y pacifista, que preveía la
abolición de la diplomacia secreta, la libertad de navegación en todos los
mares, la reducción de armamentos, la liberalización del comercio y la
constitución de una Sociedad de Naciones que garantizara el arreglo
pacífico de los conflictos. Para solucionar los contenciosos fronterizos,
Wilson proponía aplicar de forma general el principio de las nacionalidades,
dando la independencia a los pueblos con identidad cultural propia que
habían estado sometidos al Imperio Austro-Húngaro, al Imperio Otomano o
al Imperio Ruso.

Pero cuando, ya terminada la guerra, Wilson se trasladó a Europa para


participar en la Conferencia de Paz de París (1919), descubrió la realidad de
la política internacional, marcada por el revanchismo y las ambiciones
territoriales de los vencedores. Decepcionado por los compromisos que se
vio obligado a aceptar, regresó a Estados Unidos sin otro éxito significativo
que el de haber conseguido que se creara la Sociedad de Naciones.

Por entonces, además, la oposición republicana había obtenido la mayoría


en el Congreso, y desde allí expresaría su desaprobación a la política de
Wilson. El Senado se negó a ratificar el Tratado de Paz de Versalles e
impuso de nuevo el aislacionismo, rechazando el ingreso en la Sociedad de
Naciones que había contribuido a crear su presidente. Wilson lanzó una
campaña para ganarse el apoyo de la opinión pública, pero un colapso le
apartó de la actividad política, dejándole inválido para el resto de su
mandato. En 1919 recibió el Premio Nobel de la Paz.

También podría gustarte