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La duda como marea de la fe

Brian McLaren

La duda. Es como una sequía espiritual, una noche sin estrellas


del alma, una marea baja donde la fe parece haberse retirado
para siempre. Casi todos nosotros experimentamos esos
tiempos secos, oscuros y difíciles en los que Dios no parece
ser real y cuando cuesta tanto seguir adelante, y mucho más
crecer. A veces, estas mareas bajas de la fe están relacionadas
con sucesos... la muerte de un ser querido, una relación rota, la
pérdida de un trabajo, una enfermedad prolongada, preguntas
planteadas por un libro o un profesor. Pero a veces parecen
surgir de la nada; el sol está brillando afuera, pero por dentro
sentimos que está oscuro, nublado, gris, vacío.
Como pastor, tengo que tratar con cuestiones de fe y duda a
diario. Pero no son sólo las luchas con la fe de las demás
personas que tengo que enfrentar; yo experimento mis propias
mareas altas y bajas de fe en medio de un ministerio activo. A
través de todo esto he aprendido que la duda puede ser un
portal hacia el crecimiento espiritual.
Antes de ser pastor de Cedar Ridge Community Church, en la
zona de

Baltimore-Washington, era profesor en una universidad


secular. Me llamó la atención allí cuán superficiales son
muchas de nuestras respuestas cristianas a la luz de las
preguntas profundas formuladas. Desde entonces, he querido
ayudar a los cristianos a tener una fe más profunda y reflexiva,
y he querido ayudar a los buscadores espirituales a obtener
buenas repuestas a sus preguntas inquisidoras, para ayudarlos
a llegar a una fe que sea sincera, vibrante y creciente.

La iglesia que sirvo está compuesta, aproximadamente en un


55%, por personas que son nuevas a una fe cristiana
comprometida. Una de las cosas excelentes que tienen estas
personas es que no han aprendido a ser deshonestas aún,
espiritualmente hablando. Por ejemplo, recuerdo cómo una
cristiana, ya con muchos años de crecimiento, se me acercó
luego del culto un domingo y me dijo: “Brian, por favor ora
por mí. Estoy pasando nuevamente por unas de esas etapas en
las que no creo que Dios existe”. Aunque este tipo de
sinceridad es rara, esa clase de dudas no son para nada raras.
Estoy seguro que algunos de ustedes está asintiendo con la
cabeza ahora mismo, diciendo: “Sí, he pasado por eso” o “Es
donde me encuentro ahora”.

Cuando cristianos comprometidos se me acercan para


hablarme de sus dudas, una de las primeras cosas que les digo
es: la duda no siempre es mala. A veces, la duda es
completamente esencial. Pienso en la duda como en algo
análogo al dolor. El dolor nos dice que algo cerca o dentro de
nosotros es peligroso para nuestro cuerpo físico. Es una
llamada de atención y para la acción. Similarmente, creo que
la duda nos dice que algo en nosotros... un concepto, una idea,
un esquema de pensamiento... merece más atención porque
puede ser dañino, o falso, o está fuera de equilibrio.
Tal vez piense que estoy sugiriendo que la duda puede tener,
en realidad, virtudes. Supongo que sí, pero no siempre. Hay
una especie de duda oscura, un tipo de duda exagerada y
autodestructiva, que lleva a la desesperanza, la depresión y el
autosabotaje espiritual. Lo veo así: una imaginación es buena,
pero la imaginación fuera de control se llama psicosis. El
temor es saludable, pero fuera de control se llama paranoia. La
sensibilidad es un don maravilloso, y la ira es una emoción
necesaria, pero la sensibilidad o la ira fuera de control pueden
llevar a la depresión. La duda es igual. Sin control, se vuelve
incredulidad, un corazón endurecido, un cinismo arrogante o
derrotista. Pero, en equilibrio, es nuestro “contador Geiger” de
errores. Sin ella, nos volveríamos crédulos, ingenuos o
estúpidos... ¡que no son grandes cualidades espirituales! Se
parece mucho a la culpa. Francis Schaeffer solía decir que la
culpa era como un perro guardián: útil para alertarlo del
peligro. Pero si el perro se da vuelta y ataca al dueño de casa,
debe ser refrenado y reentrenado.

Así que, si usted pregunta: “La duda, ¿es buena o mala?”,


tendría que contestar: “Sí”. Puede ser una cosa o la otra.
Frederick Buechner expresa esta ambivalencia acerca de la
duda de forma hermosa: “Sea que su fe es que existe Dios o
que no existe Dios, si no tiene ninguna duda, una de dos: se
está autoengañando o está dormido. La duda es el hormigueo
de la fe. La mantiene despierta y en movimiento” (Wishful
Thinking).
He encontrado que esto se cumple de muchas formas en mi
propia vida. Por ejemplo, recibo constantemente e-mails y
cartas de personas que leyeron mi libro Finding Faith. Muchas
han sido agnósticas y ateas endurecidas toda su vida, y muchas
otras han sido cristianos que han “perdido su fe”. Pero Dios ha
usado el libro para atraerlas a una búsqueda espiritual. Me
dicen que yo entiendo y me ocupo de sus preguntas, o que las
respuestas que doy a sus preguntas son mucho más útiles que
las “respuestas fáciles” que han escuchado en el pasado. En
cada caso, la única razón por la que puedo ayudarlas es porque
yo he tenido las mismas preguntas –o sea, dudas– que ellas, y
me he rehusado a transmitirles respuestas que no funcionaron
para mí. Como dijo Buechner, mis dudas me mantuvieron en
movimiento.

Lo pienso de esta forma: todos los cristianos están dedicados a


un crecimiento espiritual de por vida. Eso significa que, dentro
de cinco años, su conjunto de creencias debería ser distinto del
de hoy... sus creencias tendrán un ajuste más fino, estarán más
probadas, serán más equilibradas, estarán más examinadas.
¿Qué lo lleva a examinar una creencia y probarla, contra todo
el trasfondo de la Biblia (no sólo un versículo de prueba
tomado fuera de contexto), contra el sabio pensamiento de la
comunidad cristiana en general (tanto ahora y a lo largo de la
historia) y contra las realidades que usted experimenta? Es que
algo dentro suyo no está tranquilo acerca de una creencia...
algo en usted duda de ella. Al dudar de ella y luego
examinarla, usted puede mantenerla porque pasó la prueba,
descartarla o ajustarla.

Por ejemplo, de niño me enseñaron una versión de la fe


cristiana que consideraba a la ciencia como “el enemigo”. Para
ser un buen chico en mi Escuela Dominical, debía creer que la
Tierra era muy joven, que todo el registro fósil era un engaño,
que los biólogos y arqueólogos estaban en una conspiración
científica contra Dios, y cosas similares. Creí en esto hasta la
escuela secundaria, pero entonces me invadieron las dudas. La
evidencia científica contra ese sistema de creencia parecía muy
fuerte. Esto me llevó a realmente comenzar a pensar, leer y
cuestionar. Tuve la libertad de hacerlo, y el resultado ha sido
una fe vigorosa que ha crecido en los últimos 30 años,
firmemente arraigada en la Biblia, pero sin temor a los
hallazgos de la ciencia. Me di cuenta de que mi problema no
estaba en lo que dice la Biblia, sino en lo que algunos
cristianos decían que dice la Biblia. Como resultado, me siento
libre para cuestionar “dogmas”, tanto de la iglesia como de la
ciencia, porque creo que Dios quiere que busque la verdad, y
porque todos –predicadores y científicos por igual– pueden
equivocarse. En realidad, supongo que en este mismo
momento estoy equivocado en cientos de mis creencias, y
espero que Dios me siga llevando a dudar de estas creencias
para que pueda abrazar otras mejores.

Hay quienes no estarán de acuerdo. Podrían preguntar: “Pero,


¿acaso esa apertura a la duda no llevará a la inestabilidad e
inseguridad espiritual?”. Yo respondería haciendo la pregunta
opuesta: “¿Acaso la renuencia al cuestionamiento no llevará a
una falsa seguridad que podría ser aún más peligrosa?”. Por
ejemplo, imagínese que estamos en el año 1860, y usted es un
cristiano caucásico en el sur estadounidense al que se le enseña
en la iglesia que las personas de piel oscura son inferiores y,
por lo tanto, deben ser nuestros esclavos. La Biblia es usada
para respaldar esta creencia como un absoluto moral, y dudarlo
es considerado como traición no sólo contra el estado sino
contra la iglesia también. ¿No piensa que una persona sería un
mejor cristiano si dudara de esa creencia? O piense en Galileo,
en la Edad Media. Él dudaba de la enseñanza de la iglesia
(“demostrada” absolutamente por la Biblia) de que el sol
rotaba alrededor de la tierra. ¿Habría sido un mejor cristiano –
sin hablar de un mejor astrónomo– si se hubiera rehusado a
dudar?

El tema de la ciencia y la fe es un estímulo importante para la


duda, pero creo que estará de acuerdo en que no es el mayor
instigador de dudas. Esa distinción tendría que ir al problema
del sufrimiento y el mal. Uno llega del trabajo y consulta CNN
online, y lee acerca de otra matanza en Columbine,
Wedgewood, Atlanta o Dallas, o ve fotos del último terremoto
en Turquía o Taiwán, y no puede evitar preguntarse: “¿Cómo
puede un Dios bueno y todopoderoso permitir que ocurran
estas cosas terribles?”.
Otro inspirador de dudas importante es el mal comportamiento
entre cristianos e iglesias; el comportamiento defectuoso de los
religiosos plantea dudas frecuentemente acerca de la
legitimidad de la fe cristiana. Esto es crucial, tanto para
personas que concurren a la iglesia como para los que no lo
hacen. Otro, es la cuestión de qué ocurre con las personas que
no creen. Parece tan injusto y poco compasivo cuando algunos
cristianos parecen casi superficiales en su disposición a
consignar a la mayor parte de la raza humana al infierno. El
hecho mismo de que cristianos compasivos llegan a amar
realmente a sus prójimos los hace dudar de esta actitud
endurecida y superficial hacia sus prójimos de parte de
predicadores como yo. Los cristianos sensibles sienten que
debe haber una respuesta mejor.

Si usted fuera a abordarme con cualquiera de estos temas


difíciles, lo último que quisiera hacer es ofrecerle una
respuesta breve y fácil. Considerar con respeto sus dudas nos
llevaría a desarrollar una relación auténtica, involucrarnos en
una verdadera conversación y recorrer un proceso algo largo.
En cada caso, creo que comenzaría por afirmar lo bueno que
usted está buscando: verdad, autenticidad, sinceridad,
compasión, justicia. Luego, más que dar respuestas, lo
ayudaría a idear varias respuestas posibles; lo ayudaría a crear
opciones. Luego, juntos, evaluaríamos las opciones a la luz de
la Biblia, la experiencia, las cosas que hemos leído o
escuchado de personas sabias. En vez de aparecer como el
gran maestro con todas las respuestas, trataría de arrimarme a
usted como un compañero en busca de esas cosas buenas:
verdad, sinceridad, justicia, y todo lo demás. Y esto es muy
importante: trataría de ayudarlo a seguir orando durante el
proceso, porque, en última instancia, la fe no se trata sólo de
respuestas o conceptos; tiene que ver con reconocer que
muchas de las verdades más grandes de la vida serán misterios
para nosotros debido a las limitaciones de nuestra diminuta
inteligencia. Tiene que ver con recurrir a Dios para que nos
guíe, y pedir la ayuda de Dios para que podamos ser
buscadores sinceros y de buen corazón. Esta es la fe de un
niño, en mi opinión. No se trata de ingenuidad o pereza
intelectual, sino de hacer preguntas y tener una curiosidad
insaciable por la verdad, y acudir a alguien que sabe más que
nosotros.

Por eso estoy tan convencido de que la duda puede ser un


portal hacia el crecimiento espiritual. Lamentablemente, como
la mayoría de las vías de crecimiento, suele ser dolorosa. El
dolor intelectual es un costo subestimado de seguir a Cristo. Si
no me interesara seguir a Cristo, no me importaría demasiado
ser sincero, buscar la verdad, enfrentar la realidad... Estaría
más tentado a simplemente seguir la corriente, tomar el
camino fácil, tal vez anestesiando mi dolor intelectual en vez
de perseverar a través de ese dolor hacia la verdad.

Si usted está atravesando esa clase de dolor intelectual ahora


mismo, vuelvo a decirle que quiero alentarlo a orar al
respecto... a ponerlo todo ante Dios. Es que la clase de
dependencia de Dios que usted está ejerciendo ahora, en medio
de la incertidumbre y la confusión, puede ser la forma más
pura de fe que se encuentra en el planeta Tierra. Involucra un
acto de la voluntad y una valentía que creo que debe ser más
valioso –tal vez hasta heroico– que lo que normalmente nos
damos cuenta. Además, lo alentaría a buscar un círculo de
amigos con quienes pueda ser transparentemente sincero.
Recuerdo una vez, durante mi tiempo en la universidad, que
derramé mis dudas ante un buen amigo. Me escuchó, y nunca
olvidaré lo que dijo: “Brian, en este momento preciso nada de
esto te parece real. Pero sentado del otro lado de la habitación
hay un amigo tuyo cuya fe es fuerte en este preciso instante, y
sé que enfrentaremos esto juntos”. Su presencia y su amistad
me ayudaron a superar la marea baja de mi fe.
Quiero hacer algo más por usted, si está pasando por una
marea baja de la fe. Quiero alentarlo a subir a un nuevo nivel
de pensamiento cristiano investigando nuevos autores y
conferencistas. Obviamente, si el pensamiento al que ya está
siendo expuesto fuera suficiente para abordar las preguntas
que está haciéndose, usted no tendría un problema. El hecho
de que su fe está luchando significa que usted necesita nuevos
maestros. Eso significa, en la marea baja, aceptar el desafío de
pensar más, y no menos; más profundamente, y no más
superficialmente. Así que podría significar que está listo para
leer a C. S. Lewis y Peter Kreeft, Phillip Yancey y Romano
Guardini, Lesslie Newbigin y Nancey Murphey, San Agustín y
Blas Pascal, León Tolstói y Fiódor Dostoievski, Walker Percy
y Tomás Merton. Probablemente haya escuchado la cita que
dice algo así: una mente que se estira para incorporar un nuevo
pensamiento nunca se encoge a sus dimensiones anteriores. En
tiempos de duda, es ineludible: deberá estirarse.

Pero, de nuevo, ¿acaso no debería ser así? ¿Acaso un cristiano


que crece no debería tener una comprensión que crece? ¿No
vale la pena sufrir algún dolor intelectual para tener una fe
vibrante, sincera y probada? En Finding Faith hablo acerca de
esto con algún detalle. Describo cómo la fe parece crecer en
una especie de espiral iterativa y ascendente que tiene cuatro
etapas. Llamo a la primera etapa sencillez, donde todo es
simple y fácil, blanco y negro, conocido o conocible. Luego
viene la complejidad, cuando uno se centra en las técnicas para
encontrar la verdad, ya que el escenario se ha vuelto más
complejo. Después viene la perplejidad, cuando uno se vuelve
una especie de aprendiz desilusionado, donde duda de todas
las figuras de autoridad y los absolutos, donde todo parece
relativo y difuso. Solía llamar a la cuarta etapa madurez, pero
un amigo señaló que sería mejor llamarla humildad, porque en
la cuarta etapa uno acepta sus limitaciones, y aprende a vivir
con el misterio, no como una forma de transigir, sino como
una realización sincera de que sólo Dios entiende todo. Uno
sale de la cuarta etapa llevando una lista más corta de
creencias probadas y atesoradas en las que basa su vida, y con
muchos de sus dogmatismos anteriores sostenidos no tan
fuertemente. En un sentido, una persona sigue encontrando fe
y luego frustrándose con ella y, en cierto sentido, perdiéndola,
para luego encontrar una mejor versión de ella, y así
sucesivamente, tal vez como la actualización de un software...
Fue esto lo que me ocurrió a mí. En esta etapa de mi vida, he
tamizado y he vuelto a tamizar, y he tenido que dejar algunas
creencias, mientras que otras han demostrado que merecen ser
guardadas. Es aquí donde Jesús es tan maravilloso y de tanta
ayuda para una persona cuya fe está en una marea baja, porque
Él consideró todo el sistema religioso de los fariseos, que era
tremendamente complejo y lleno de inconsistencias, y
básicamente dudó de él. Tamizó mucha basura y redujo el
resto a algunos conceptos básicos hermosos... como amar a
Dios con todo nuestro corazón, mente, alma y fuerzas, y amar
al prójimo como a uno mismo. Prefiero que alguien esté
seguro de estos pocos conceptos básicos y viva según ellos a
que esté seguro de un millón de puntos finos de teología
sistemática, y no viva según el llamado de Cristo a amar.
A veces pienso que nuestras iglesias son como el estado de
California, construida sobre una “falla de San Andrés” de
dudas reprimidas. Bajo una superficie hermosa, la presión de
las dudas no expresadas ni resueltas se está acumulando para
cada vez más personas y, tarde o temprano, todo el paisaje se
resquebrajará y se desmoronará. La situación se intensifica por
este punto precario de la historia en el que nos encontramos,
esta transición entre un mundo moderno languideciente y un
mundo posmoderno emergente. Tal como lo veo yo, todos
hemos sido discipulados en una versión completamente
moderna del cristianismo, y aquí nos encontramos en medio de
una transición hacia un mundo posmoderno. Como resultado,
nuestra apologética y teología sistemática modernas parecen
cada vez más desactualizadas para quienes somos personas
más posmodernas. Por eso pienso que estamos acercándonos a
un tiempo de verdadera conmoción, con personas que plantean
nuevas preguntas posmodernas que los cristianos modernos
aún no han comenzado a contestar.

Pero es aquí donde aparece la fe, una fe que se apoya en Dios


mismo, y no en nuestra propia comprensión, incluyendo
nuestra propia comprensión teológica. Tenemos el desafío de
creer que hay buenas respuestas allá afuera, si tan sólo
tenemos la valentía de insistir a través del dolor intelectual de
cuestionar, buscar, aprender y estirarnos. Creo a Jesús cuando
dijo que nunca nos dejaría ni nos abandonaría, y esto incluye
aun cuando cuestionamos. O, como dijo Pablo: aun cuando
seamos infieles, Dios permanece fiel. Es irónico: cuanto más
libre me encuentre para dudar de mis creencias específicas,
más libre me vuelvo para aferrarme a esa fe personal en Dios.
En el punto en que la marea de la fe parece más baja, si
perseveramos y no nos damos por vencidos, veremos cómo
vuelve de nuevo.

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