Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Domenich Antoni de La Etica A La Politica Completo
Domenich Antoni de La Etica A La Politica Completo
Doménech; Aritoni
• 172.Í/D 7.12e/Ñ B 16135
9788474234275
ANTONI D O M ÉN EC H (Barcelona,
1952) estudió filosofía y derecho en la
U niversidad de B arcelona y filosofía
y teoría social en la Universidad Li
bre de Berlín. A ctu alm en te es profe
sor titular de Filosofía y M etodología
de las Ciencias Sociales en la U niver
sidad de B arcelona, y presidente de la
sección de filosofía social y política de
la histórica S o cietat C atalana de Filo
sofía (B arcelona). A u to r de num ero
sos trabajos publicados tanto en revis
tas académ icas especializadas com o
en revistas de c o m b ate político, sus
cam pos de in te ré s abarcan desde la
teoría formal de la racionalidad, la
teoría de la inform ación y la filosofía
de la ciencia, hasta la economía n o r
mativa del b ie n esta r, la ecología, la
filosofía.política, la historia del pensa
m iento y la crítica de la cultura.
DE LA ÉTICA A LA POLÍTICA
CRÍTICA/FILOSOFÍA
Directora: V IC T O R IA CAMPS
ANTONI DOMÈNECH
DE LA ÉTICA A LA POLÍTICA
■: ./ - . ■ ■ ' V■ :
j J, ' . i - ; ,7 4 ... V •
P rp lo g o de
JESÚS: M O S TE R ÍN
!K
E p ic u r o , Gnomologium
M arx , Grundrisse
PR Ó L O G O
J e sú s M o s t e r ín
M oiá, junio de 1989
2. — D O M É N EC H
P R E F A C IO DEL A U T O R : R A Z Ó N E R Ó T IC A
V E R S U S RA ZÓ N IN E R T E
M ETA FÍSIC A Y E C O N Ó M IC A : LA
C O M PR E N SIÓ N «O C C ID E N T A L » D EL M A L E N
EL M UNDO Y LAS A P O R ÍA S D E L O PT IM ISM O
R A C IO N A L IST A «M O D E R N O »
3. — DOMÉNECH
M ientras el jo v en Kant, todavía deslum brado p o r los destellos
del sistema leibniziano, se niega a a d iv in ar en el catastró fico suceso
o tra cosa que un signo del poder de D ios, el m aduro V oltaire cree
llegado el m om ento de rendir su optim ism o com poniendo el célebre
P oem a sobre el desastre de Lisboa, que llegó a g an ar casi tantos
adm iradores co m o , unos años antes, el «whatever is, is right» del
poeta Alexander Pope. Y el propio R ousseau, bien que indignado
con el m udadizo V oltaire,3 le escribirá, sin em bargo, instándole a
prescindir antes de la omnipotencia que de la bondad del a u to r del
universo: una posibilidad —contra lo que interpreta el ginebrino—
a la que ya se había adelantado V oltaire, quizá in sp irad o en la
circunspecta fó rm u la con que hace expresarse David H u m e a uno
de los personajes de sus divulgados diálogos sobre la religión n atu
ral: «La benevolencia, regulada p o r la sabiduría y lim itad a por la
necesidad, puede producir un m undo com o el presente».4
I.i. A n á n k e , p r ó n o ia , h e im a r m è n e
dem ostrar. E n e fe c to , si fuera uno a m o ld e a r (platto) las d istin ta s cosas sin tener
constantem ente la v ista fija en el todo, es d ecir, tran sfo rm án d o las ... en lugar de
limitarse a fo rm a r m uchas cosas con u n a o u n a con m uchas, en ese caso ocurriría
que, cuando h u b ie ra n alcanzado la p rim era y la segunda e incluso la tercera genera
ción, se h abría h e c h o in finita la m ultiplicidad en el sistema de tran sfo rm acio n es;
mientras que, tal c o m o sucede en realidad, es adm irable lo fácil q u e le resulta al que
se cuida de to d o » . Si el fin a conseguir n o estuviera bien presente, se despilfarrarían
ios medios p ara n o conseguir nada; tal es la lección de rac io n alid ad (poiética) con
que nos instruye P la tó n en el pasaje citad o .
27. C risipo, fr. II 633. M ientras no se d iga lo contrario, citam o s a los estoicos
de acuerdo con la edición de Von A rnim , Stoico ru m veterum fr a g m e n ta , 4. vols.,
Reclam, Leipzig, 1905-1924.
28. H. von A rn im , «Die europäische P hilosophie des A lte rtu m s» , en K ultur
der Gegenwart, I-IV (1923), p. 233.
íes, en demasía prietos y trabados, n o dejan espacio p ara el mal,
para lo adverso, no permiten disteleología alguna. ¿P o r qué, pues,
hay mal? ¿Por Qu é sufre el hom bre? ¿ P o r qué? inquirirán, hostiles,
epicúreos y académ icos. Entre las páginas más cruelm ente satiriza
das de la historia de la filosofía está, sin duda, la m uchedum bre de
ellas que Crisipo dedicó a dar cuenta de la funcionalidad y conve
niencia de todo tip o de plagas:29 en su D e la providencia, por poner
un ejemplo, explica la mayor atro cid ad de las culturas hum anas, la
guerra, como un m edio adecuado p a ra prevenir la sobrepoblación
(fr. II 1.177). (D icho sea entre paréntesis: anticipándose en más de
dos milenios a ciertos afam ados etnógrafos contem poráneos adictos
a la especulación panglosiana.) 30 A lo sumo, se concederá que el
mal puede ser tam bién un castigo de Zeus. Pero ¿un castigo contra
qué? ¿Contra el pecado? ¿Y no es el pecado ya un mal? ¿Y no
presupone el pecado al libre arbitrio hum ano? ¿Cóm o conciliar eso
entonces con el rígido determinismo de la Stoa? [En un locus muy
citado (fr. II 975), Crisipo concederá el libre arbitrio, pero com pa
... nem o ig itu r vir m agnus sine a liq u o adflatu divino u m q u a m fuit.
Nec vero id ita refellendum est, u t, si segetibus aut vivetis euiuspiam
tem pestas n o c u e rit aut si quid e vitae com m odis casu s abstulerit,
eum , cui q u id h o ru m acciderit, a u t invisum deo aut n eg lectu m a deo
iudicam us: m a g n a di curant, p a rv a neglectunt.31
I.ii. H a c ia u n D io s q u e o p t im iz a c o n c o n s t r ic c io n e s :
A r n a u l d , M a l e b r a n c h e , L e ib n iz
32. Poseidonio tiene unos interesantes p aso s en q u e ejem plifica con accid en tes
de la vida cotidiana su n oción de los efectos la terales de un m odo v iv am en te prefi-
g u rad o r de la teoría sociológica contem p o rán ea de los «efecto s perversos» o « efecto s
em ergentes» (cf. para esa teoría R aym ond B o u d o n , E fe c to s perversos y o rd en social,
tra d . cast. Rosa M aría P h illip s, Prem ia, M éxico, 1980, el cual, d esg raciad am en te,
atribuye a la Ilustración dieciochesca el invento del a s u n to ). P a ra los p aso s p e rtin e n
tes de Poseidonio, cf. la com pilación crítica d e W ilhelm N estle, D ie griechischen
Philosophen in A usw ahl, vol. III, Jena, 1908, p p . 106 ss.
33. Nestle, op. c it., vol. IV, p. 265. G u sta v K a fk a y H an s Eibl lla m a ro n a esos
efectos laterales estoicos «co n stan tes de ro z a m ie n to » (R eib u n g sko n sta n) inevitables
de un curso ordenado del m u n d o . Su ad m isió n p o r la S toa es v eh em en tem en te
criticada por estos conservadores eruditos, pues « a b re p u ertas y ventanas» al asalto
del ateísm o epicúreo. C f. K afka-E ibl, Der A u s k la n g d er a n tiken P h ilo so p h ie, V erlag
E rnst R einhardt, M unich, 1928, p. 321.
34. A unque la im agen ciceroniana del p r a e to r no hace p ro b ab le m en te sino
reflejar la creciente tendencia de la Stoa tardía a c e d e r a! dualism o, ten d en cia visible
claram ente no sólo en C icerón, sino en S éneca, en el esclavo E p icteto y en el
em perador M arco A urelio.
n a tu ra l que la solución estoica al problema del mal, al problem a de
las disteleologías del m u n d o , al problema del sufrimiento h um ano,
resu ltara atractiva para cualquier filósofo teísta racionalista dispues
to a desleír —o a liq u id ar— el ocasionalismo de la tradición filosó-
fico-teológica cristiana, em peñada en resaltar la contingencia de lo
creado a fuerza de hacer intervenir constantemente al A rquitecto en
obras de m antenim iento.35 Un Dios transcendente que, en el acto
m ism o de la creación, da todas las leyes de funcionam iento del
universo no tiene que preocuparse ulteriormente por su curso. P u e
de que esas leyes sean perfectas y detalladas, que no perm itan
anom alía alguna; pero tam bién es posible que la perfección m ism a
de las leyes esté en su simplicidad y universalidad, y entonces no
está excluida la anom alía, no hay que descartar efectos laterales
inevitables.
P a ra Leibniz, com o p ara Malebranche y A rnauld, debió co n sti
tu ir un acontecim iento intelectual importante descubrir la d o ctrin a
estoica a través del diccionario histórico de Bayle. C uando Leibniz
observa en la Teodicea (IB § 209, IIB § 335) que la intención de
tra e r el bien no siem pre puede realizarse sin malas consecuencias,
está utilizando la noción estoica de los synaptóm ena, de los efectos
laterales, y se sirve adem ás explícitamente de ejemplos de C risipo.
D irecta o indirectam ente (a través de la misma Teodicea, el «libro
básico de la Ilustración alem ana», «el libro de cabecera de la E u ro
pa cu lta» , que todos esos calificativos recibió), la idea ha ejercido
una p ro fu n d a influencia en la cultura filosófica dieciochesca, p a rti
cularm ente en el área germánica: baste mencionar la List der Ver-
n u n ft hegeliana, o su antecedente, la problemática astucia de la
natu raleza en la filosofía práctica de Kant, dudosamente c o m p ati
ble con su criticismo. L o mismo que el optimismo estoico, tam bién
el ilu strad o acostum bra a «redondear» los resultados practicando
4. — D O M I-N l < H
sino m ás bien una particular definición de perfección». Veamos esa
definición:
I .III. L o s C O M P O S S IB IL ¡A
I.iv. M á x im o s y m ín im o s
51. «E! gran m a tem ático suizo del siglo x v m L eo n h a rd E u ler creía, com o
M aupertuis, que la existencia de un principio d e m ín im o tal com o el d e la m enor
acción no era un m ero accidente, de m odo q u e defen d ió to d o s los aleg ato s de
M aupertuis en favor de él. El principio ev id en c iab a el designio consciente de Dios.
A parentem ente, el D ios que antaño era so la m e n te el geóm etra de los científicos
griegos y renacentistas h a b ía sido ahora e d u c a d o . E n poco tiem po, h a b ía p a s a d o de
ser un mero geóm etra a ser un consum ado m a te m á tic o , co m p eten te en to d a s las
ram as de la disciplina», dice M orris K line en su M a th em a tics in W estern C u ltu re
(Penguin, H arm ondsw orth, 1977, p. 263). D ic h o sea de paso: de la p asió n co n que
el principio de M aupertuis fue debatido da u n a m u e stra el que el d e b a te ro m p ió la
apasionada am istad de F ederico el G rande con V o lta ire , sarcástico d e tra c to r éste del
principio en cuestión.
trayectoria natural de los cuerpos en el espacio-tiem po m axim iza
una fu n ció n llam ada el intervalo. Y en la m ecánica de ondas reap a
rece el m ism o principio.
Q ue la idea flotaba en el ambiente desde antes de que M auper-
tuis enunciara su célebre principio; que antes incluso de que Euler
ofreciera las oportunas precisiones m atem áticas, en su célebre
disertación sobre curvas m axim i m inim ive propietate gaudentes,
funcionaba como postulado regulativo, lo atestigua, por ejem plo,
la deliciosa serie de pesquisas que se sucedieron, a comienzos del
siglo x v j i i , tras form ular R éaum ur la tesis de que el fondo p iram i
dal de las células de cera de las abejas estaba construido de m anera
tendente a minimizar la superficie —y, por lo ta n to , la cera— de las
paredes:
M edidas, estas últim as, que eran las establecidas, unos años
antes, p o r M araldi tras exam inar concienzudam ente los panales.
R éaum ur puso al joven m atem ático suizo K önig Ja tarea siguiente:
sea una célula hexagonal cerrada por tres ro m b o s iguales, ¿cuál es
la disposición que necesita la menor cantidad de material p a ra la
construcción de la célula? König confirmó la sospecha de R éaum ur
y dio 109° 26’ y 70° 34’ como m agnitudes de los ángulos que
cumplían la condición exigida. Al recibir K önig la noticia de que
sus resultados coincidían con las mediciones reales de M araldi, no
pudo menos de exclam ar — bien reveladoram ente— que las abejas
habían resuelto un problem a que rebasaba el ám bito de la vieja
geometría y exigía los m étodos calculísticos de Newton y Leibniz.
Lo m ism o Fontenelle, a la sazón presidente perpetuo de la A cad é
mie R oyale, quien resum ió el asunto así unos años más tarde: «La
gran m aravilla es que la determinación de esos ángulos rebasa con
mucho las fuerzas de la geom etría común, y pertenece a los nuevos
métodos fundados en la teoría del infinito».
•Sabían las abejas ta n to ? 52 De ningún m odo: « l’excès de leur
gloire en est la ruine. Il fa u t rém onter ju sq u ’à une Intelligence
«nfinie, qui les feut agir avégleum ent sous ses ordres, sans leur
aeorder de ces lumières capables de s’accroître et de se fortifier par
elles-mêmes, qui font l’h o n n eu r de notre R aison».53
Esa Inteligencia infinita es precisam ente el D ios de Leibniz. Sin
perder de vista que com etem os un anacronism o, podem os recons
truir la posición de Leibniz haciendo uso de la teo ría m atem ática de
la optim ización de nuestros días. Supongam os, p or el m om ento,
que está claro en Leibniz cuál es el m axim ando: la cantidad de
realidad del universo (la «fuerza»). Sea esa m agnitud la función-ob
jetivo del proceso de optim ización en que está em peñado el Dios
leibniziano: esa función está d ad a en Su Intelecto, y expresa las
relaciones entre los com posibles permitidas por las verdades lógicas
y metafísicas que com ponen las vérités de raison. (Hacemos, pues,
la suposición ulterior de que la teoría leibniziana de los composibles
es sostenible.) Y sea, por últim o , la clase de las {X} la variable de
control de la función, lo que en el sistema leibniziano equivale a las
T abla 1.1
Paisaje adaptaíivo de tos mundos metafíisicamente posibles
(con una sola variable de c o n tro l)
s. — DOMÈNECH
z ian a— ¿por qué «mal físico» y «m al m oral»? Supongam os quc
resulta satisfactoria la solución agustiníana de reducir el m al físico
a m era consecuencia del mal m oral, a castigo del pecado; queda
aú n abierta la cuestión de por qué ha perm itido Dios el pecado.6«
E n el mundo m ental Ieibniziano son pensables dos respuestas al
espinoso interrogante: 1. Un m undo sin pecado es lógicam ente in
consistente —viola alguna «verdad de razón»— ; o b ien , 2. Un
m undo sin pecado —sin libre arb itrio — es menos perfecto, tiene
m enos «fuerza», o menos «abundancia de fenóm enos», que un
m undo en el que, a través del libre arb itrio , Dios da a los seres
racionales61 la posibilidad de pecar.
]. La prim era respuesta estaría en la línea de un viejo argu-
m entó de la teodicea, conocido ya p o r los estoicos y conceptuado áí
veces por los historiadores de la filo so fía 62 como «argum ento lógi
co». De acuerdo con el «argum ento lógico», para ser pensable, el;
bien necesita de su correlato lógico, el mal; de un m u n d o sin mali
no podría apreciarse la bondad. En su últim o libro — espléndido,5
com o todos los suyos— , el filósofo británico recientem ente fallecí-;
do John Leslie M ackie ha refutado del m o d o que sigue el filosofema:!
60. «Perm itido»; esto es, no directam ente q u erid o . D ios a rro stra el riesgo de?
q u e los individuos po r Él creados con libre a rb itrio com etan m alas ac cio n es, pero no
«quiere» esas malas acciones. Este es el p u n to d e vista agustiniano tra d ic io n a l, sobré i
el que más adelante harem os algunas con sid eracio n es, p articu larm en te a propósito ?
de la llamada « paradoja de la om nipotencia». S eñalem os, no o b stan te, a h o ra que la'
afirm ación de que to d o el mal físico es d eriv ab le — a través del ca stig o divino, sil
q uerido derechamente por D ios— del mal m o ra l, del pecado, revela u n a completa !
insensibilidad para con el sufrim iento de aq u ellas criatu ras que, p o r n o ten er libre;!
a rb itrio , no pueden pecar: los animales, y q u iz á las p lan tas. En la E p ísto la a los§i
rom anos (8, 22), P ab lo ha hablado con piedad d e to d as las criatu ras — « q u e gimen?!
a la una»-—, no sólo de los seres dotados de razó n : ¿cóm o co n ciliar eso con lék
doctrina agustiníana? P ro n to veremos cóm o, y a q u é precio.
61. En Leibniz, com o luego en K ant, se d a p o r posible qu e n o seam os los j
únicos «seres racionales» m oradores del u n iv erso , que en otros p la n eta s h ay a seres?!
parecidos a nosotros en p u n to a inteligencia, facu ltad es espirituales y ... lib e rtad paraSI
pecar.
62. Cf., por ejem plo, K afka-Eibl, op. c it., p. 341, así com o B illicsich, op. cié,I I
p a ssim .
pero, si dam os p o r b u e n o tai im p la u sib ie p rin cip io y, adem ás, p re s
cindim os de la p o sib ilid a d de que h a y a co sas q u e n o sean ni b u e n a s
ni m alas, ad m itien d o así que un d io s g lo b a lm e n te bueno, lim ita d o
exclusivamente p o r im posibilidades ló g icas, te n d ría u n a ra zó n s u fi
ciente para no e lim in a r el m al c o m p le ta m e n te , esto explicaría ta n
sólo —de un m o d o consistente con las d o c trin a s teístas— la o c u rre n
cia de un m inúsculo q u a n tu m in s ta n tá n e o del m al: el suficiente p a ra
satisfacer este e x tra ñ o principio m e ta físic o , p e rm itie n d o así la c o n ti
nuación de la ex istencia de la p o r lo d em ás p e rd u ra b le b o n d ad d e la
creación y de su c r e a d o r .63
j v i. U n a n u e v a ju s t if ic a c ió n p o s ib l e d e l m a l e n e l m u n d o :
EL JUEGO D EL REINO DE LA G R A C IA
empero, más com plicado: pues Leibniz h a b ía ya resuelto el pro b lem a de M alebran-
che en el reino de la n atu ra lez a: en él vigen leyes determ inistas y, al p ro p io tiem po,
una arm onía preestab lecid a, una «áurea c a d e n a de los fines» que o rg an iz a teleológi-
camente a la n atu ra lez a, com o se dice en las O bservaciones sobre ¡os «P rincipios»
cartesianos (§ 1). El rein o de los espíritus sería redundan te en él, si no fuera a
cumplir la m isión específica de establecer u n a p articu la r relación de D ios con las
criaturas racionales (en tre ellas, los seres h u m a n o s).
66. P ara un tra ta m ie n to tradicional de la p a ra d o ja , cf. J. L . M ackie, «Evil
and Om nipotence», en M inct, vol. 64 (1955). T am b ién B. M ayo, « M r. Keene on
Omnipotence», en M in d , vol. 70 (1961). U n tra ta m ie n to reciente y m ás refinado
puede encontrarse en el libro ya m encionado de M ackie sobre el teísm o , p p. 160 ss.
Para tin atrevido e n fo q u e del asunto en té rm in o s de teoría de los ju eg o s de estrate
gia, cf. John S. B ram s, Superior Beings, S p rin g e r V erlag, Berlín, N ueva Y ork, 1983,
capítulo 4 («The P a ra d o x o f O m niscience a n d th e T heory o f M oves»), pp. 67 ss.
Leibniz está en condiciones de escapar a la p a r a d o ja contestan
do por la n egativa la pregunta: no puede; pues es lógicam ente
im posible que un ser om n ip oten te cree seres que n o p u ed e contro
lar, y ya sa b em o s que no puede ped irse a la o m n ip o te n c ia que viole
una «verdad de razón ». En co n secu en cia , D ios d eb e con trolar a los
seres racionales a los que d o ta d e libre arbitrio; su om nipotencia
im plica om n ificien cia . Mas q u izá pueda buscarse en el reino de la
gracia un ardid que, com o en el rein o de la n a tu ra leza , preserve el
libre arbitrio sin renunciar al c o n tro l divino ú ltim o .67 j
Si D io s n o es aquí un m ero A rq u itecto, sin o un Padre, un
Príncipe, se su p on e que entabla un tip o de relación interactiva con
los sú b d itos, y quizá podam os describir esa relación c o n el lenguaje:
preciso de la teoría m atem ática de los juegos de estrategia. Una?
respuesta satisfactoria a este p rob lem a podría afirm a r que, en el;
sistem a in teractivo que es el E sta d o de D ios, en la civiías dei, e l ;
Suprem o M on arca dispone siem p re, contra sus sú b d ito s, de una?
estrategia gan ad ora. En nuestro c a so , deberíam os precisar que la
estrategia gan ad ora pasa por perm itir un buen n ú m e r o de males en;
el m undo. . '
Inventem os un juego de estas características. D io s , de un lado,
está interesado prim ariam ente en que sus súb d itos crean en Él y se
«salven», pero secundariam ente interesado en q u e el cam ino de la?
salvación n o sea fácil, o lo que es lo m ism o, quiere q u e sus súbditos:
se «ganen» la salvación. Este interés secundario p o d r ía llevarle a no .
revelarse de un m odo m an ifiesto, sin o más o m e n o s tortu oso. Por
otra parte, lo s súbditos están prim ariam ente in te r e sa d o s en creer
para salvarse (pues no creer es con d en arse, y la c o n d e n a eterna es el
peor de lo s m ales im aginables),68 y secundariam ente interesados en
ma» es rechazada por el análisis m atem ático o rto d o x o , pero reiv in d icad a en los
últimos años por el lla m a d o análisis n o -sta n d a rd . C f. G eorgescu-R oegen, o p. cit.,
Apéndice A, «The T ex tu re o f the A rithm etica! C o n tin u u m » , así co m o el texto
c¡ásico del análisis n o -sta n d a rd , A. R ob in so n , N o n -sta n d a rd A n a ly sis, N o rth -H o -
liand, A msterdam, 1966, en cuyo últim o c a p ítu lo se citan m uchos p asos p ertin en tes
de Leibniz. R obinson se sirve del teorem a de L ow enheim -Skolem p a ra p ro b a r la
existencia de un m odelo no-standard para la te o ría axiom atizada de los núm eros
reales, un modelo que ad m ite sim ultáneam ente n ú m ero s in fin itam en te p eq u e ñ o s y
números infinitam ente g ran d es.
es una situación en la q u e Él n o permite el m al (C,) y el sú b d ito
cree en Él y busca la sa lv a ció n (C2), aunque la salvación del sú b d ito
es, en esta situación, « a u to m á tica » . El se g u n d o peor resultado para
D ios es la situación en la q u e Él permite el m al (A ,) y el sú b d ito no
cree ni busca la salvación (A 2). El resu ltad o peor, la catástrofe,
para D io s sería que Él no permitiera d iste le o lo g ía ni m al alguno
(C,) y el súbdito replicara, encim a, no creyen d o en Él y d esvin cu lán
dose del afán de sa lv a ció n . — Esta últim a situ a ció n podría reflejar
la problem ática de fo n d o del «argum ento ló g ic o » , ya criticad o: si
no hay m al, no puede resaltar el bien, ni m e n o s su A utor. i
P or su parte, el sú b d ito tendrá este ord en de preferencias:
C ,C 2 = 4 > A ,C 2 = 3 > C, A 2 = 2 > A ,A 2 = 1. Es decir, q u e su¿
m ejor resultado se alca n za cuando D ios n o perm ite el m al en eii
m undo y él m ism o cree (cree, además, c o n seguridad y co n fia n za , i
pues no perm itiendo m al algu n o, el T o d o p o d e r o so se revela indirec
tam ente). El segundo m ejor resultado para el súbdito de la ciudad,
de Dios es una situación en la que el P rín cip e perm ite el m al y él, a
pesar de to d o , cree, se arrepiente, si p eca, y se afana en la salva-:
ción. El resultado m ás cercano al desastre p ara el súbdito es aquei
en el que D ios perm ite el m al, y el súbd ito, em b otad os los sentidos'
por la sola presencia del bien, no atina a recon ocerlo c o m o tal, y,
así, no cree.69 El desastre para el súbdito, su peor resu ltado, acon
tece cuando D ios perm ite el mal en el m u n d o y él m ism o, solivian-?
tado por una estrategia que le resulta in co m p ren sib le, aborrece de
la fe y acaba con d en án d ose. t
69. E sta situación sería un refinam iento del lla m a d o «argum ento ló g ico » de lá
teodicea tradicional: no que no haya bien sin m al, v e n d ría a decir, sino q u e si hay'|
sólo bien los seres racionales pueden ser incapaces de p ercib irlo . Mas el p ro b lem a es; i
entonces, que en un m undo en el que sólo hay bien, los individuos no p u ed en pecar. J
o bien no creer no es un pecado, y no se ve entonces p o r q u é habrían de condenarse;-!;
o bien lo es, y entonces no to d o es bien en el m u n d o . C o m o se ve, pues, la situación:!
no es muy verosímil.
M E T A F ÍS IC A Y EC O N Ó M IC A
R e p re se n te m o s el ju ego e n f o rm a n o rm a l o m a tric ia l:
Súbditos
A2 C2
Ai (2,1) (4,3)
Dios
C, (1.2) (3,4)
T a bla 1 .2
estrategia c o n tra ria , etc.); D ios posee atrib u to s e x tra o rd in a rio s, tales com o la o m n is
ciencia y la in m o rtalid ad . U n ju g a d o r con esos atrib u to s n o es u n jugador q u e p u ed a
ser c a p tu ra d o po r la teoría de ju e g o s tradicional; hay q u e rehacer la teo ría a Su
m edida. Y eso es lo que hace B ram s — un politólogo m u y experim entado en esta
ram a de las m atem áticas— en su orig in al libro, al que h ay qu e colocar, ju n to co n el
ya m e n cio n a d o de Alvin P la n tin g a , en tre las más so fisticad as defensas recientes de
los a rg u m e n to s teístas.
72. A g u stín no estaría a h o ra obligado a deducir el m a l físico del mal m o ral: el
mal físico p o d ría haber sido arb itra ria m e n te in tro d u cid o p o r D ios com o p arte d e su
estrategia g an a d o ra. R ecuérdese al p o b re Job — tan a d m ira d o p o r K ant— : q u iz á su
paciencia a n te las plagas in ju sta s q u e le asolaban e s ta b a basad a en la in tu ició n
p ro fu n d a del juego del reino de la gracia. P ero el m ism o « m al m etafísico» leibnizia-
no, la negatio tom ista (com o es sa b id o , m uchos a u to re s tom istas tom an a m a l a
Leibniz el que llam e «m al» a! « m al m etafísico» ad u c ie n d o que ignora la crucial
distinción de T om ás entre la p riv a tio — que es p ro p iam en te un «m al»— y la negatio
—que no lo es—), podría ser un su b p ro d u cto de esa e s tra te g ia ; no haría falta en tal
caso d ec la ra rlo verdad m etafísica de razón. P o r o tra p a r te , tam bién la d isp u ta del
jan sen ism o (cuyo tran sfo n d o se ad iv in a perfectam ente en el enfrentam iento entre
A rn au ld y M alebranche) p erd e ría m o rd ien te gracias a n u e s tro juego; si «D ios q u iere
que to d o s los hom bres se salven», co m o dice Pablo en u n p aso crucial en la p o lé m i
ca ja n se n ista (1 Tim . 2:4) ¿tiene entonces una vo lu n ta d general que p ro d u c e la
salvación universal, com o q u iere Jansenius? ¿O no la tie n e y eso explica q u e la
m ayoría se condene, com o a firm a n los jesuítas? L,a tien e, podría decirse, pero
la m a y o ría de los hom bres se c o n d e n a por causa del ex tra v ío a que les ind u cen los
costes laterales de la estrategia g a n a d o ra divina.
dispuesto a pagar cualquier p recio — in clu so el de fo m en ta r lo m ás
a b o rre c ib le —
con tal de sa tisfa cer el capricho de h acer difícil la
salvación. Sin duda es este un rep roch e de p e so .73 P e r o parece m ás
devastadora la conclusión de q u e si la d efen sa del o p tim ism o teísta
escoge esta vía que le h em os c o n str u id o acabará p or probar lo
contrario d e lo que se propone: p u es el reino de la gracia no absor
b e los m ales de to d o s los órd en es q u e se dan en el m u n d o , sino que,
por el co n tra rio , es el juego del reino de la gracia el que crea
negativas o deseconom ías en el reino d e la naturale-
e x te r n a lid a d e s
za. O, dicho de otra form a: la estrategia ganadora d e D ios podría
conllevar el que el m undo no fu e r a el m ejor de los m u n d o s posibles
para que fu e ra posible una salvación satisfactoria.
L legaríam os así a p aradojas p or el estilo de afirm ar que éste no
es el m ejor de los m undos p o sib le s para que sea el m ejor de los
mundos p o sib le s, la fe lix culpa q u e allana el ca m in o d e la salvación .
O de que, para ser D ios una p ro vid en tia specialissim a en su trato
con los espíritus, debe perm itir e fe c to s laterales in m e n so s, debe
comportarse c o m o una p rovid en cia e sto ica , e tc .74
(Sin am igos estaba el gran señor del m u n d o , / sintió u n a c a ren cia: p o r eso creó
espíritus, / ¡beato espejo de su b ea titu d ! / Y si en el cáliz del en te ro reino de las
ánimas / n o pudo el A ltísim o h allar un igual / ha de a b ru m a rle - la infinidad.)
Como se sabe, Schiller se contó e n tre los ad m irad o res de la te o d ice a leibniziana.
74. O tra p ara d o ja im aginable, d eriv a b le de esa situ ació n : p a ra c o n tro lar o m
niscientemente la situación, Dios d e b e ría c o m p o rtarse com o si n o fu e ra om nisciente.
O ésta, m ás cruel: cuanto m ás p ia d o so s y creyentes los sú b d ito s, m ás riguroso el
Príncipe, m ás debería acentuarse Su e stra te g ia de perm itir el m al, p a ra seguir p onién
dolos a p ru eb a , p ara que el p ecador a rre p e n tid o siga p ro p o rc io n a n d o al Cielo más
gozo que n o venta y nueve justos q u e n o lo necesitan. En fin , lo q u e n o s turba de
estas consecuencias procede del h e c h o d e que, en este ju e g o , el A rq u itecto del
mundo no parece sino un efecto lateral d e l P rincipe, el cual «rig e la p a rte m ás noble
del U niverso», com o se dice en el T ra ta d o de m etafísica (§ 36): « ... si el principio
supremo de la existencia del m u n d o físico es la disposición d e d arle la m ayor
En resolución, pues, el juego del reino de la g ra cia encajaría
quizá con el pesim ism o existencial agustiniano, que se niega a ver
en este m undo otra cosa que un valle de lágrim as, u n nigrom ántico
espectáculo, o la colección de gim ientes criaturas de q u e habla Pa
blo en el célebre paso de su E pístola a los rom anos. P ero no se
entiende cóm o habría de encajar con satisfacción a lg u n a , aun la
más tibia, resp ecto del m undo en que vivim os. S ch op en h au er se
sentiría feliz c o n este resultado: el optim ism o teísta á la L eibniz es
incompatible, n o ya con la d octrina cristiana sob re este mundo
COSa harto argum entada por el forjador del p e sim ism o moden-
n o ) sino con la misma idea cristiana de la gracia.
Queda aún, sin embargo, el recurso de hacer bajar el reino de la
gracia a la T ierra, de construir o de realizar en el m u n d o físico la
respublica optim a de los espíritus gobernada por el P r ín c ip e . Si el
balance del universo natural es d eficitario, si nada c o n sig u e absor
ber las deseconom ías externas del reino de la n atu raleza, queda al
menos la posibilidad de traer a este valle de lágrim as el reino de la
gracia. La cosm odicea se convertiría así en o p tim ism o so cia l, en
sociodicea. Y buena parte de la filo s o fía práctica m o d e rn a puede
interpretarse sin exageración c o m o un intento de llevar a cab o ese
proyecto, com o la pretensión — norm ativa o exp licativa— de que el
orden social constituya una civitas dei terrena.
Esa pretensión es, como tendrem os ocasión de ver en los próxi
mos capítulos, el background m eta físico principal d e la filosofía
práctica m oderna.
6. — DOMÉNECH
que perm ite la m ayor su ficien cia d e los in d ivid u os, p o rq u e organiza
una d ivisión d el trabajo en la q u e se funda la cob ertu ra de las
necesidades q u e hace a los h o m b res p lenam ente autárquicos; la
ciudad es la actu alización de la natu raleza del h o m b re porque es lá
actualización d el hom bre c o m o ser racional, de su natu raleza racio
nal d esplegad a en la práctica (póiesis ) de las diversas artes y posibi-
litada por la d ivisión del tra b a jo en la polis y p o r la actividad
pública p ro p ia m en te práctica (praxis ) de la c o m u n ic a c ió n y la toma
de d ecisiones de los c iu d a d a n o s.8 Tam bién las h orm igas y otros
anim ales so n sociab les (Pol., I, 2 , 1.253a; De hist. anim ., I, q,
448a) só lo el hom bre, em p ero, está d otado de ra zó n y lenguaje
(Pol., ibd.\ « ló g o n dé m ón on á n th ro p o s échei to n z ó io n » ), y de esa
característica esencial de su ser v ien e la polis c o m o actu alización de
la naturaleza racional del h o m b r e , siendo ella , en resolu ción , su
télos, lo m ejo r , el m arco p ro p icia to rio de la felicid a d de los indivi
duos h u m a n o s.9 P or eso los b á rb a ro s, que n o v iv ía n organizados
« p o lítica m e n te» , lo m ism o q u e lo s esclavos, qu e n o participaban de
la vida de la p o lis, eran h om b res cuya generación n o estaba consi
m ada, cu ya naturaleza no esta b a actu a liza d a .10
La é tica -p o lítica de la A c a d e m ia y del L iceo representa el esta
dio de p le n itu d de lo que lla m a rem o s «tangente á tic a » . U n a plerti-
tud ciertam en te peculiar, pues lo q u e m ueve a P la tó n y a Aristóte
les a m ed ita c ió n sobre la p o lis es precisam ente la crisis de ésta, la
am enaza de disgregación que sig u ió a la derrota e n la guerra dél
P elo p o n eso y su definitiva d isgregación tras la d o m in a c ió n macedcu
nia. Si n o gem eb u n d a, la r e fle x ió n política de lo s d o s grandes af-
quegetas es, al m enos, m ela n có lica e id ealizad ora de una realidad;
15. G orgias, 493; R ep ú b lica , 577D y ss., 612D; L e y e s , 734E, son los loci más
c o m ú n m e n te citados.
16. A sí habla el A ten ien se en Leyes, 689A, B.
17. Salvo en el se n tid o , algo forzado, de q u e el q u e odia lo que le parece
h e rm o so y bueno no « sa b e» q u e debe am arlo y a b ra z a rlo .
D e aquí que u n a d e estas vidas [la v irtu o sa y tem plada] nos sea
m ás agrad ab le, m ie n tra s q u e la o tra [la viciosa e incontenida] ac o n
tece necesariam ente q u e p o r n atu raleza sea m ás penosa; y al que
q u ie ra vivir a gusto y a n o le estará perm itido vivir voluntariam ente
de m a n e ra in m o d e ra d a , sino que desde a h o ra es y a evidente que, si
lo d ich o hace un m o m e n to es cierto, resulta fo rzo so que todo h o m
b re inm o d erad o lo sea m al de su grado, p o rq u e son la ignorancia y
la in continencia, o a m b a s cosas a la vez, las q u e hacen que to d a la
tu rb a m u lta h u m an a viva a p a rta d a de la te m p la n z a .18
23. «Buen control» sobre uno m ism o sería literalm ente eü k rá te ia . Es curioso
que el concepto n o esté en Platón ni en A ristó te les. Y la eükráseia q u e se halla en los
comentarios a P la tó n de G aleno no tiene n a d a que ver con n u e s tro a su n to : viene de
krásis (mezcla), n o de krátos (fuerza), c o m o la enkráteia. (De to d a s fo rm a s, p ara la
relevancia psicológica de la «buena m ezcla» de G aleno, cf. J a c id e P ig eau d , L a
maladie de l ’ám e. É tu d e sur la relation d e l"ame et d u co rp s d a n s la tradition
médico-philosophique antique, Les Belles L etre s (Études an c ien n es), P arís, 1981,
p. 58.)
24. Este m a y o r realismo de A ristó teles n o le im pide en o tra s ocasiones ser más
entusiasta que P la tó n , com o cuando su p o n e a un tipo h u m a n o sin o b stácu lo s in ter
nos que superar (es decir, cuando el e n k ra té s se le convierte en un san to ): « ta n to el
continente com o el m oderado son tales q u e no hacen n ad a c o n tra rio a la razón por
causa de los placeres corporales; pero el p rim e ro tiene y el seg u n d o no tiene m alos
apetitos, y el u no es de tal índole que n o p u ed e sentir placer c o n tra rio a la razón,
mientras que el o tro [el enkratés] puede se n tirlo pero no se d e ja a rra s tra r p o r él».
(Ét. Nic., 1.151b - 1.152a.)
25. « C o n tra estos enemigos de la lib e rta d ... es preciso so ste n e r com bates no
menos terribles que contra aquellos que in te n ta se n con las a rm a s en la m an o red u
cirnos a la esclavitud. Un enemigo g e n e ro so , tras haber c a rg a d o de cadenas a su
víctima, ha hecho a veces, gracias a su m o d e ra ció n , que los v encidos se vuelvan
mejores y vivan en adelante más dichosos ... » , hace decir J e n o fo n te a S ócrates en su
diálogo D e Io económ ico. (La cita p ro ce d e de la edición B e rg ú a de Je n o fo n te :
Xenofon, Sokrates, Clásicos Bergúa, M a d rid , 1966, pp. 312-313.)
26. El m odelo en que se inspira la p in tu r a platónica de la c iu d a d es el del alm a
humana. C om o el enkratés se gobierna a sí p ro p io , así debe ser g o b e rn a d a la ciudad;
ciudad da la base material de la suficien cia, la ciu d ad cubre J
necesidades de los individuos, la ciudad les p ro p o rcio n a el mar
en el que form arse ideas adecuadas sobre la propia felicid a d . Te
P
A C
(2 ,2 ) (4,1)
(1.4) (3,3)
T abla II. !
J u e g o d e l d ile m a d e l p r i s i o n e r o
P a rtie n d o de esta ordenación de preferencias de todos los inclf
viduos que com ponen la com unidad, el resultado inevitable es
situación A A , pues A es la estrategia dom inante p a ra todos los i (y
p or lo ta n to , para P). A h o ra bien: AA, que es la solución djj
juego, es u n resultado su b ó p tim o .31 De hecho, es sólo el segundo
peor resu ltad o , de acuerdo con la escala de preferencias de l0;
ju g ad o res. Lo trágico de este juego es que no hay form a de escapas
de su e stru ctu ra y m ejorar el resultado: si alg u n o de los jugadores
cam b iara de estrategia (pasara de A a C) iría a peor (obtendría uj
resultado CA = 1), porque la solución A A del juego es lo qu|
técnicam ente se conoce com o un equilibrio estricto de Nash, es
decir, u n a situación de la que ninguno de los jugadores puedt
a p a rta rse unilateralm ente — cam biando de estrateg ia— sin sufrís
p érdidas.
P e ro supongam os que los individuos deciden jugar un juegc
d istinto cam biando sus preferencias. Digamos que ahora tienen |
siguiente escala: CC = 4 > CA = 3 > AA = 2 > AC = 1. Esc
quiere decir que prefieren cooperar incondicionalm ente, contribuí]
hagan lo que hagan los dem ás; prefieren incluso una situación en 1:
que nadie coopere a una situación en la que to d o s cooperen meno:
ellos (A A > A C), seguram ente por el h o rro r que les causa sentii
vergüenza de sí mismos. (La vergüenza del h o m b re ante sí mismo
un co ncepto capital de la ética antigua, al m enos desde que Demó
crito recom puso el cam po sem ántico del co n cep to del aidós —1;
vergüenza ante el sem ejante— para dar cabida al aideisthai heautón
a la vergüenza de sí p ro p io . ) 32 •
P
A C
(2,2) (1,3)
(3,1) (4 ,4)
T abla II.2
J u e g o d e la c o m u n i d a d d e e n k r á tic o s
I I .n i . A k r a s ía , s o p h ía , h é x i s , p h r ó n e s is
36. Q ue im pide estru c tu ralm en te la salud psíquica, la euthym ía. Sobre las
connotaciones médicas del uso q u e h acen los filósofos griegos de la noción de
euthymía, cf. Jackie Pigeaud, L a m a ta d le de l ’âm e, op. c it., p p . 449 ss. Tam bién es
útil ei ensayo de M artha N ussbaum , « T h erap eu tic argum ents: E picurus and A risto-
tle», recogido en Schofield y S trik er (eds.), T he N o n n s o f N a tu re (C am bridge Uni-
versity I <ess, Cam bridge, 1985, pp. 31-74) ju n to con el resto de ponencias a la
Tercera C onferencia internacional so b re F ilosofía H elenística celebrada en G otinga
en agosto de 1983.
7, — DOM ÈNECH
posible de sortear la violación akrática del silogismo práctico sir
necesitar por ello del autoconocim iento de que hace gala el enkratés.
Supongam os que, tra s repetidos intentos de abandonar el taba
co, el akratés i, desesperado de la debilidad d e su voluntad, concibe
el siguiente m odo de « d ejar el vicio»: d a r a todos sus posible*
proveedores de tabaco instrucciones severas (ya acom pañadas de
am enaza, ya de im portantes sumas de dinero) p ara que en ningúr
caso, pase lo que pase y ordéneles él en el fu tu ro lo que les ordene;
le sum inistren tabaco. A sí consigue ligar externam ente su voluntad
a un am arradero fijo e im pedir que sus preferencias de segunde
orden sean barridas p o r los tem porales de su carácter akrático. ¿E¡
o no a h o ra akrático i? Su conocim iento de sí m ismo no ha aumen
tado un ápice tras a b an d o n a r el tabaco, su carácter no ha cambia
do, pero su conducta no viola ya el silogismo práctico, ya no actúí
contra su mejor juicio. Sus «virtudes dianoéticas» no han experi
m entado m ejora, pero sus «virtudes éticas», ai parecer, sí. Quizj
A ristóteles no se sentiría inclinado a considerar un akratés a Z.37 JE,
Sócrates platónico, desde luego, sí lo h a ría .38 P ero lo cierto es qui
ah o ra podemos concebir la posibilidad de alguien «capaz de usar ls
virtud en lo propio y no capaz en lo que respecta a otros» (y a]
revés), ahora podem os concebir la posibilidad de alguien que evita
la conducta akrática sin necesidad de acceder a la sophía: b asta cor
que sea capaz de ligar su voluntad a u n buen punto de amarre
externo en un caso y deje de hacerlo en el o tro .
O tra posibilidad es la siguiente: el individuo recibe por tradicióc
una serie de pautas de conducta que se le convierten en hábitos
T a b la II. 3
Phrónesis como estrategia mixta
II.iv . La t a n g e n t e á t ic a y la d iv is ió n d e l t r a b a jo e n l a p ò l i s
54. Exem pla d o c e n t: A driano adoptó el epicureism o com o filo so fía co rtesan a
oficial (a instancias de su m adre adoptiva, la e p icú rea P lo tin a). El em p e ra d o r Agoca
(siglo m a.n.e.), tras su conquista a sangre y fu eg o de m edia A sia, a d o p tó y propició
la expansión de la pacifista y racionalista filo so fía b u d ista. (Tras la c o n q u ista : pues
nunca se ha derram ado u n a gota de sangre en n o m b re del b u d ism o .) P e ro ni epicú
reos ni budistas tenían am biciones políticas. A! co n tra rio : E p icu ro d eclara expressis
verbis a la am bición política incom patible c o n la tranq u ilid ad del esp íritu . Sí la
tenían muchos estoicos. D e aquí que la co n tro v e rsia sobre la co m p atib ilid a d de la
.vocación política con la ataraxia sea recu rren te en to d a la historia del p ó rtic o . Y los
casos de filósofos estoicos que llegaron a lo s aled a ñ o s del p o d er son in contables,
acabando por el m ism ísim o em perador M arco A u relio .
ellos como meros objetos de pasiones y afectos vitandos y un
posición, prácticamente epicúrea, que hace del sabio alguien «capa
de usar muchas cosas sin necesitar de ellas».55 Lo interesante es, e
cualquier caso, que la felicidad es vista por todos los estoicos n
como un fin que haya que perseguir por sí mismo, sino con)
producto lateral de una conducta conforme a la naturaleza y a le
dictados de la razón. Si esa naturaleza y esa razón se agotaran en ?
concepto de ellas que parece sostener la cosmología estoica (visitad
en el capítulo anterior), el mensaje del pórtico no tendría muchi
interés. Pero la diferenciación, introducida a lo que parece p<j
Crisipo, entre un «macrocosmos» y un «microcosmos», entre uj
mundo exterior y el mundo interior del hombre, convierte a ¡
enseñanza estoica en una pieza atractiva. Que el mundo exterior,;)
«macrocosmos», está gobernado por una especie de inteligenci
divina, que su decurso es completamente racional, es otra maneí:
de decir que no es susceptible de cambio por parte del sujeto: 1
«teodicea» estoica es un reconocimiento de impotencia, es la capj
tulación del sujeto fr e n te a un m u n d o (natural y social) que i
desborda; es la confesión de que no p u ed e con él. Harina de otrí
costal es el universo interior, el «microcosmos»: él debe ser el aside
ro del hombre que aspire a vivir bien en un mundo inhóspito!;
extranjero (pues el cosmopolita es ciudadano del mundo enien
porque no lo es de sitio alguno). ,|§
La armonía con la naturaleza puede buscarse de dos modo:
distintos: modificando el entorno vital (el «conjunto exterior di
oportunidad»), o cambiándose a sí propio hasta adaptarse a .é
(transformando el «conjunto interior de oportunidad»).56 Y ests
60. C f., por ejem plo, K afk a-E ib l, op. cit., p. 116: « L a d o ctrin a ... de la
conducta ética sería, entonces, ilu so ria , p ues caeríam os en el raz o n am ie n to circular
de que hay que ser ya sabio y b ueno p a r a p o d er aspirar a la sa b id u ría y a la v irtu d » .
61. E videntem ente, el « p ro p ó sito de enm ienda» cristian o carece de las sutile
zas que engalanan a la p ro k o p é esto ica. P o r lo p ro n to , el p e n sa m ie n to cristiano no
puede siquiera entender la idea griega de la « p ro fu n d id a d » del a lm a , de las je ra r
quías en los órdenes de preferencias. L a v irtu d cristiana no es o b ra exclusiva de su
portador, el virtuoso no se m odela a sí m ism o; la virtud se co n sig u e por asistencia
divina, por la gracia, la cual no se recibe a cam bio de u n a d e te rm in a d a co n d u cta,
sino por capricho divino. G rada gratis d a ta , dice A gustín. In clu so un filósofo cris
tiano tan cercano aún (tem poral y g eo g ráficam en te) a los ideales de la cu ltu ra griega
como el p ad re capadocio G regorio de N yssa (siglo iv d .n .e .), q u e h a utilizado u n
concepto parecido, a mi entender, a la p r o k o p é estoica (el c o n c e p to de m órphosis o
desarrollo gradual de la personalidad h u m a n a a través de la ed u cació n o paideía),
incluso él, se distancia expresam ente d e la arelé griega clásica aduciendo que la
virtud hu m ana es m ás difícil de a lc a n z a r de lo que h ab ían su p u esto los filósofos
paganos. « L a virtud cristiana descrita p o r G regorio parece p rác tica m e n te in alcan za
ble sin la ayu d a divina», ha escrito W ern er Jaeger en la p eq u eñ a o bra m aestra
compuesta poco antes de su m uerte: E a riy C hristianity a n d G reek Paideia, H arv ard
University P ress, Cam bridge, M ass., 1961, p. 87.
62. K afka-E ibl {op. cit., p. 116) la consideran «un p a so h acia una p ura ética
de la convicción».
moldeable de acuerdo con el capricho de los hombres. En consecuen
cia, lo que debe ser transformado para salvaguardar la salud psíqui
ca de los sujetos, lo que hay que cambiar para impedir su «frustra
ción», es el alma de éstos, su conjunto interior de oportunidad
Ocurre, sin embargo, que hay dos modos —al menos— de altera
ese conjunto. Uno corresponde a lo que la psicología contemporá
nea conceptuaría como irrupción de «disonancias cognitivas» en 1
psique del individuo.63 Supongamos que prefiero A a B siempre
en cualquier caso. Pero el contexto en el que me muevo (mi conjun
to exterior de oportunidad) es tal que A es prácticamente imposible
pero B, en cambio, es de fácil acceso. La teoría de las disonancia
cognitivas predice, entonces (bajo determinados supuestos), que,
la larga, se desencadenarán procesos en mi mente que acabarán pd
hacerme preferir B a A, sin que intervenga en ello decisión conscier
te alguna por m i parte. .Mi cambio de gusto se debe a mecanismo
causales ocultos —o quasi ocultos— a mi consciencia, y ese cambi
se produce en el mismo plano u orden de preferencias: no es nec<
saria la conjetura de una psicología «profunda», o no «plana», co
más de un orden de preferencias. He acabado por adaptarme a n
contexto de un modo «espontáneo», automático, si se quiere, per
no se puede decir que lo haya hecho autónomamente, sino heterc
norriamente, esto es, forzado por las circunstancias exteriores y si
apercibirme de que he sido determinado por ellas.
Bien distinto es el caso en que el contexto en el que me d'eser
vuelvo frustra mis deseos (de primer orden) de A , pero tengo u
segundo orden de preferencias que me aconseja preferir (en el pr
mer orden) B a A cuando A no es accesible, o m ejor arín, que m
aconseja conformarme con lo disponible en cada momento y supr
mir o extinguir los deseos imposibles. Las constricciones exterior!
no habrían conseguido cambiar — heterónomamente— mis gusto;
pero yo me adaptaría igualmente bien a ellas, y de un modo perfei
tamente consciente del proceso psíquico seguido.64
aquí una traducción del difícil verso, realizada co n ayu d a de Miguel C andel: G uía
me fundador y señor del excelso firm am ento / d o q u ie ra te plazca: ¿por qué d em o
rar la obediencia? / A q u í estoy, dispuesto. H a z q u e no quiera, y cum pliré entre
lágrimas, / sufriré cual m a lv a d o lo que sufrir le fue dad o al bueno. / G u ían los
hados al que consiente; p o r la fuerza arrastra n al q u e disiente.) El verso fue conser
vado por Epicteto y tr a d u c id o al latín —ú n ic a versión disponible— p o r Séneca
tEpíst., 107). Agustín lo c ita en la Ciudad d e D io s (V, 8). R ecuérdese tam bién la
imagen —presentada en el cap ítu lo an terio r— q u e ofrece Crisipo de la libertad
individual y del acom odo al m edio: la imagen del p e rrito atad o a un c a rro , sin o tra
opción que la de seguir v o lu n ta riam e n te al c a rro o dejarse arrastra r p o r él. A h o ra
podemos com prender m e jo r, sin em bargo, la a p a re n te p a ra d o ja de la d o ctrin a estoi
ca del libre arbitrio.
65. La oración-divisa d e la Liga a n tialco h ó lica de los E stados U n id o s pide
serenidad frente a lo in e v ita b le, valentía para s o rte a r lo evitable y sa b id u ría p ara
conocer la diferencia. (C f. el com entario de B ateso n so b re ese lem a en sus S te p s to
an Ecology o f M ind, op. c i t . , pp. 334 ss.) Lo in e v ita b le sería, p ara la S to a, to d o , o
casi todo, lo relacionado co n el m undo exterior; lo evitable, los escollos y accidentes
de nuestra geografía p síq u ica. Sin em bargo, el o p tim ism o m etafísico estoico (in ter
pretado aquí como d eclaració n de im potencia fre n te a los avatares del m u n d o exte
rior) bordea la disonancia cog n itiv a al presentar — eng añ o sam en te— al m acrocosm os
como amigo del hom bre p a ra que éste lo acepte tal cual y proceda a rem odelar,
adaptativamente, su c o n ju n to interior de o p o rtu n id a d . N o así el b u d ism o , el cual,
sobre poseer una psicología aú n más refinada, p ro fu n d a y elaborada q ue la del
estoicismo, parte de un pesim ism o m etafísico c o m p leto : «L a vida es u n a larga
agonía, no es sino dolor. Y tiene razón el niño al llo ra r después de nacer. E sta es la
primera Verdad». La p rim e ra de las cuatro que B u d a dicta, en el lecho de m uerte, a
su discípulo Ananda y q u e co nstituyen su te sta m e n to , la esencia de su d escubrim ien
to. (Verdad, por cierto, b ie n parecida a la ex p re sa d a p o r el celebérrim o p aso del
poema del epicúreo L ucrecio que K ant citó en su A n tro p o lo g ía cuando tra ta b a de
interpretar el llanto del recién nacido com o la m e n to p o r su falta de lib ertad : «Vagi-
tuque locum lugubri c o m p le t, ut aequum est / C u i tantum in vita restet tran siré
malorum!». [Kants W erke, edición de la A cadem ia pru sian a, reirnpr. B erlín, 1968,
Walter de Gruyter, vol. V II, p. 268].) Sea co m o fu e re , el optim ism o m etafísico
estoico significa un retro ce so respecto de la c o n c ep c ió n anética del cosm os que
sostuvo Sócrates, concepción que debe tener p ro ce d en cia jónica y que la leyenda
filosófica (Diógenes L aercio, 11,6) atribuye a A rq u e la o s, un verosímil in sp ira d o r del
maestro de Platón nacido h ac ia el 450, quien h a b ría a firm a d o de los ju sto s y de los
despreciables que no lo son p o r naturaleza, sino p o r im putació n h um ana.
8. — DOMÉNECH
es la diferencia entre tener una conducta aparentemente virtuosa 3
otra plena y conscientemente permeada por la virtud.66
Estamos ahora en condiciones de entender mejor la importanti
e influyente idea estoica de que la felicidad es un producto latera
de la acción humana, no algo que pueda constituir un fin por s
misma.67 En un contexto en que difícilmente pueden realizarse lo-
deseos de primer orden, la felicidad no puede fiarse a la satisfacciór
de ellos, sino que ha de resultar más bien de una vida conforme \
la naturaleza y a la razón (exteriores) guiada por preferencias d¡
órdenes superiores (la «ley interior», la «naturaleza», la «razón)
propias).68 í
Si preguntamos por la continuidad de esta elaboración ético-psi
cológica estoica con la revolución moral socrática, hay que observai
lo siguiente. El virtuoso estoico es también un enkratés, sólo qu¡
situado en una vida social más incierta y menos integrada, coi
menos raíces en la tradición que los contertulios de Sócrates. Nc
(2.2) (1,1)
(3 ,4) (4,3)
T abla II. 4
Juego del en k ratés socrático en la co sm ó p o lis
(2,2) ( 1 . 1)
C (4,4) (3.3)
T a b l a 11.5
J u e g o d e l enkratés e s t o i c o e n la c o s m ó p o l is
¡I v i É T H O S CONTRA POLIS: EL JU EG O C A L IC L E S -N lE T Z S C H E
d
A C
. (3 ,2 ) (4,1)
(1.4) (2,3)
í T abla 11.6
“áS
¿aso aquí, pues el jugador de colum na m antiene sus preferencias de
fuerte.) Es decir, el débil preferiría ahora ser do m in ad o a e n fre n ta r
se abiertamente a su opresor (AC > A A ). El ju eg o resultante sería
aún más favorable al fuerte que el anterior:
d
A C
A ( 3 , 1) (4 ,2 )
C ( 1 ,4 ) (2 ,3 )
T abla II.7
A C
A (3,3) (4,1)
fu
C (1,4) (2.2)
T abla 11.8
Juego in tertem p o ra l del fu e rte C alicles-N ietzsche contra s í m ism o
9. — DOMÉNECH
eso no puedo im aginar ya réplica alguna) de que el enkratés consK
gue su óptim o, su mejor resultado dada su escala de preferencias»
m ientras que el fuerte calicleo-nietzscheano debe de conformarse
con un second best, lo cual, incluso desde el p u n to de vista del
«patrón n a tu ra l» (Carnéades) del «interés propio», es un resultado
más bien m odesto.
La apología sofista y neosofista del fuerte se en fren ta a este
dilema: o bien tiene el fuerte preferencias de segundo orden, dé
acuerdo con las cuales preferiría no preferir fu m ar (y entonces es
un akratés en sentido estricto); o bien carece de u n segundo orden
de preferencias (sus únicas preferencias serían las preferencias de
fuerte, situadas en un prim er y único nivel), tra tá n d o se entonces de
una psique prim itiva (de una b estia rubia, quizá, difícilm ente de un
«superhom bre») por fuerza fa lta de libertad interior, de enkráteia.
No es difícil de entender la atracció n que una d o ctrin a «m oral» así
radicales de n ih ilism o : sin que con ello q u iera decirse qu e ella se quede en una
negación, en un n o , en u n a voluntad de neg ar. Q uiere m ás bien lleg ar a lo contrario,
a una afirm ación dionisíaca del m u n d o tal com o es, sin d escu en to s, sin excepciones,
sin posibilidad de elección; quiere el etern o círculo, las m ism as cosas, la misma
lógica y falta de lógica de lo inextricab lem en te an u d ad o . El su p re m o estad o que un
filósofo puede alca n za r: relacionarse dionisíacam en te con la ex isten cia; mi fórmula
p ara ello es a m o r fa ii» . (Nietzsche, A n s d e m N achlass der a ch tzig e rja h re , en Werke,
edición S chlechta, reim p r., U llstein, F ra n c fo rt, 1979, vol. IV , p. 426.) La salud
psíquica de la v irtu d socrática le parece a N ietzsche «la salud del p le b e y o » (ibid., IV,
363); y del au to co n o c im ie n to , im prescindible p ara m odificar el c o n ju n to interior de
o portunidad, n a d a quiere saber: « ¿ Q u e rrá creérsem e? P ero yo ex ijo qu e se me crea:
siempre he p e n sa d o mal de mí y sobre m í, y sólo raram en te, só lo forzado a ello,
siem pre a d esg an a del “ asu n to ” , p resto a la divagación, siem p re sin fe en el resulta
do, gracias a u n a incoercible desco n fian za respecto de la p o sib ilid a d del autoconoci
m iento, d esco n fian z a que me ha llevado al extrem o de p ercib ir, in clu so en el mismo
concepto de “ cono cim ien to directo ” q u e los teóricos se p erm iten , u n a contradicho
in adjecto. E sto es, aproxim ad am en te, lo m ás seguro qu e sé so b re mí mismo».
(Jenseits von G u te u n d Böse, W erke, vol. 111, p. 194). El a m o r J'uti es, pues,
interpretado así, inconsistente: se p u ed e o p ta r por cam biar a la vez los dos conjun
tos, el exterior y el interior, de o p o rtu n id a d (lo que no h a h ec h o aú n en serio
ninguna cu ltu ra h u m a n a conocida); se pued e o p ta r p o r ca m b ia r el co n ju n to exterior
de o p o rtu n id ad sin rem odelar el in te rio r (com o la cultura e u ro p e a m oderna); y se
puede o p ta r p o r tra n sfo rm a r el co n ju n to in te rio r de o p o rtu n id a d d e ja n d o intacto ei
exterior (com o los budistas o los estoicos). P ero no se puede o p ta r p o r mantener
intactos los dos c o n ju n to s y am arlos: p o rq u e p ara am ar un c o n ju n to de oportunidad
exterior adverso hay que proceder a m o d ific a r el co n ju n to de o p o rtu n id a d interior,
y viceversa. ;¿
uede eiercer en ^ em Pos convulsos: 91 le va m ejor, en efecto, al
fuerte que al débil en esos tiempos, co m o se puede apreciar en la
-e lu c ió n del juego Calicles-Nietzsche.
P e ro la inm ortal lección de la
¿*ica socrática es que al fuerte de verd ad , al enkratés, al que es libre
interiormente y no se tiraniza a sí m ism o porque no tiraniza ta m p o
c o a ios demás, le va aún mucho m ejor.
S e p u e d e d e c ir q u e la s le y e s d e l c o m e r c io c o n t r i b u y e n a p e r f e c -
H c io n a r la s c o s tu m b r e s p o r la m is m a r a z ó n q u e la s c o r r o m p e n . E l
c o m e r c io c o r r o m p e las c o s t u m b r e s p u r a s : d e e s o se la m e n t a b a P l a
tó n ; p e r o p u le y s u a v iz a [a d o u c i t ] la s c o s tu m b r e s b á r b a r a s , c o m o
p o d e m o s v e rlo c a d a d í a .7
uir intento de resc ata rlo del hum illadero de lo s literati y de lo q u e con ta n ta gracia
¿orno razón ha lla m a d o M ario Bunge charlacaneo de «filósofos franceses». Ejem plos
j í e é s e movimiento sean: A d o lf G rü n b au m , F o u n d a tio n s o f P sychonalysis, University
•íins (eds ), P hilosophical Essays on F reud, C a m b rid g e University P ress, Cam bridge,
¿1982. De mayor in te rés son aú n para n u estro s propósitos los acercam ien to s al psico
análisis de científicos sociales im portantes, señaladam ente el psicólogo y econom ista
George Ainslie (p siq u ia tra del V eteran A d m in istra tio n M edical C en ter, de Pensilva-
fiiáj y el econom ista, m atem ático y filó so fo Serge-C hristoph K olm . A m bos han
intentado recientem ente una reconstrucción conceptual de la d o ctrin a psicoanalítica
primero en «A b eh a v io u ral econom ic a p p ro a c h to the defense m echanism s: F reu d ’s
enérgy theory revisited», en Social Science In fo rm a tio n , vol. 21, 1982; y el segundo
'em «Psichoanalyse et th éo rie des choix», en Social Science In fo rm a tio n , vol. 19,
1980) utilizando el instrum ental form al (básicam ente ¡a teoría de la elección y la
¿teoría de la optim ización) de la ciencia e c o n ó m ic a al uso, e in te n ta n d o , al propio
tiempo, usar él psicoanálisis así reco n stru id o p a ra criticar (de m o d o dev astad o r, en
él caso de Kolm) los supuestos de c o m p o rta m ie n to de la teoría econ ó m ica {id est, los
¡supuestos de individuos egoístas y m axim izadores de una simple fu n ció n de utilidad).
Pues bien; siguiendo a h o ra el cam ino in sp ira d o p o r Ainslie y K olm , fácilm ente se
puede precisar el co n cep to aquí usado de « so b reeg o » . (Dicho sea en tre paréntesis:
ños' hemos perm itido m odificar la trad u c ció n corriente de Überich p o r «superego»,
no sólo porque « sobreego» es más literal, sino porque no ofrece la connotación
aumentativa del ego q u e tiene la traducción h a b itu a l, sino la co n n o tació n del térm i
no alemán: el estar encim a del ego, com o u n apósito.) El sobreego sería aquella
parte de la psique q u e alm acena las no rm as de conducta adquiridas p o r el individuo
arel-proceso de socialización. Pero un so b reeg o «clásico» tendría que representarse
cómo una m etaordenación (parcial) de las preferencias de órdenes inferiores del
individuo (y, por lo ta n to , com o un p rin cip io independiente de elección), m ientras
que él sobreego « cristian o » tendería m ás bien a ser una constricción (ap arte de las
constricciones del « p rin cip io de realidad») a la actividad m axim izadora del ego (y /o
.del «ello», de los im pulsos biológicos no racion alm en te m ediados p o r los cálculos
del ego). Evidentem ente, esta actividad « c o n stric to ra » del sobreego cristian o puede
ser más o menos fu e rte , tener grados (lo q u e ta m b ié n podría expresarse form alm en
te ;1por ejemplo, d a n d o al sobreego p referen c ias lexicográficas co n um brales más o
¡menos remotos de sa tu ra ció n ). Así, por lo arg u m e n ta d o en la n o ta 14, el sobreego
protestante es más estricto com o constricción q u e el sobreego p o strid e n tin o (pero en
cualquier caso m enos q u e el sobreego del sa m u ra i, la violación de cuyo código de
honor, el seppuku, no le deja o tra opción q u e el suicidio, el harakiri). Tendrem os
ocasión de volver so b re este asunto en el c a p ítu lo VI.
ta», y que es «absolutam ente racional en la m ed id a en que es la
voluntad substancial que él pone en la particular autoconscienc;-;.
una vez que esa consciencia se h a elevado a consciencia de su
universalidad » . 18 Incluso Kant, el g ran adalid de la autonom ía mo
ral m oderna, ha expulsado del su jeto las preferencias de órdenes?!
superiores otorgándoles dignidad ontológica especial: no puede in
terpretarse de otro modo su explicación del im perativo categórico
como ley dada por el hombre noum énico al h o m b re fenoménic
También la volonté générale de R ousseau (que no coincide con la
volonté de tous) es una hipóstasis de las preferencias de órdenes
superiores . 19 La cultura moral cristiana ha recibido el ideal de for- ’
*
18. La p rim e ra cita es del a ñ a d id o al p arág rafo 258 d e la F ilo so fía d el dere-ig.
cho. (El añadido n o es de Hegel — c o m o quizá pueda a p re c ia rse por la extraña f
sintaxis de la frase, q u e ha llevado a u n a la rg a disputa so b re su co rrecta interpreta-
ción— , sino del ed ito r y discípulo de H eg e l, E duard G ans, según el cual Hegel lo :"¡
dictaba oralm ente en sus lecciones m a g istrales de filosofía del d erech o .) La segunda
cita es del § 260. Y la tercera, del § 258. Significativam ente, e sta ú ltim a prosigue así!?!
«E sta unidad substancial es un fin a b so lu ta m e n te inmóvil en sí, en el cual la libertadas
llega a su derecho suprem o. Por o tra p a rte , este fin últim o tie n e u n derecho supremo?!
frente al individuo, cuyo suprem o d eb er es ser m iem bro del E s ta d o » . C om o Hegel
no percibe que la adhesión al bien p ú b lic o o colectivo de la c u ltu r a ética republicanjiÉ
antigua es el resu ltad o de un co m plicado bargaining in te rio r del alm a clásica quejl
resulta en la form ación de preferencias de segundo orden y en el racional gobierno;!
de éstas sobre los deseos inm ediatos — presum iblem ente eg o ísta s, particularistas
m iopes— , com o n o lo percibe, puede im p u ta r «irreflexión» a la ética antigua: «Eiñjj
los estados de la antigüedad el fin su b je tiv o sim plem ente co in cid e con la voluntad ..
del E stado. E n la época m oderna, en c a m b io , reclam am os u n a o p in ió n privada, u n !
querer privado y una consciencia p riv a d a » (añadido a § 2 6 1 ) . L o misterioso es!
cóm o, tras reclam ar «una opinión p riv a d a , un querer p riv a d o y una consciencia®?
privada» desde la sociedad civil (que p a r a Hegel es el n o m b re d e la sociedad articu-;-.
lada por el m e rcad o , por la interacción de agentes egoístas — p ro v isto s de «libertad.!
subjetiva»—), p ueden los individuos ad h e rirs e al bien p ú b lic o , a la «voluntad subsLs
tancial» del E sta d o , o qué m ecanism os — nunca explicitados p o r Hegel— llevarían^
en su defecto, es decir, en el caso de q u e fracasara tal a d h e sió n al bien público,
que la interacción de individuos eg o ístas en la sociedad civil desem bocara en lag
«consciencia elevada a universalidad» del E stado. No es la tó p ic a oscuridad dé;g
Hegel la responsable de ese m isterio; él revela más bien u n a p a r a d o ja irresuelta de laf|
filosofía p rác tica m oderna, la p a ra d o ja del bourgeois e m p e ñ a d o en ser ciíoyeníf
19. R ousseau (junto con H ob b es) es u n o de los p o co s filó so fo s a cuya inter-J|
pretación se ha aplicado —lim itadam ente— la m aquinaria c o n c e p tu a l de la teoría dé|5
los juegos. C f. W . G. Runcim an y A . K. Sen, «G am es, ju stic e , and the generafj
will», en M in d , vol. 74 (1965), p ara u n a interpretación de la v o lo n té générale comoi®
superación del dilem a del prisionero a q u e conduce la ag reg ació n de las volontés'áef
tous. Dicho sea de paso, y a p ro p ó sito de to d as estas h ip ó stasis de las preferencias;/
¿ación paideía) de la cultura clásica, pero su ren u n cia a la
autonomía del individuo no le ha p erm itid o conservarlo m ás que a
través de la hipóstasis teísta, o de tra su n to s de ella .20
Ya recordamos antes (nota 61 del cap ítu lo II) que, aun parecién
dose la mórphosis de G regorio de N yssa a la p ro ko p é estoica, se
22. C itado por Erich A u erb ac h , L enguaje literario y p ú b lic o ..., op. cit., p. 73.
Para un tratam ien to sistem ático de este problem a, el lo c u s clásico es la S u m m a
THeologica de T om ás de A q u in o , I a, X X , 1.
23. El paralelism o entre p a sió n am orosa y pasión m ística fue agudam ente
descrito por O rtega en sus E n sa yo s so b re el am or. A su so b e rb ia exploración sólo se
uie ocurre o b je tar que el am or d ise cc io n ad o por el filósofo m ad rileñ o tiene, com o la
mística, un m arco cultural d efin id o , no es cualquier am or.
. 24. J u n to a la «pasión g lo rio sa » , los frailes están d ispuestos a adm itir, con
restricciones, la pasión del ben eficio , la avaricia. Algo inconcebible para A gustín,
quien, com o se sabe, de los tres p rincipales deseos pecam inosos del hom bre caído
—el deseo de dinero y posesiones, el deseo de poder y el deseo sexual— sólo disculpa
al deseo de p o d er, a la libido d o m in a n d i (siempre que fu era acom pañada de un
fuerte deseo de alabanza y de g lo ria ). P a ra la «m odernidad» de los frailes francisca
nos (y dom inicos), cf. Lester K. E ittle , P obreza voluntaria y econom ía de beneficio
en ¡a Europa m edieval, trad. de M erced es Barat, T aurus, M a d rid , 1980, pp. 243 ss.
IO. — D O M ÈN EC H
ción de la virtud clásica, de la virtud de la p o lis ? Ciertamente sí (a¡
menos en las ciudades italianas), y hay que entender el contexto
el que el pensamiento cristiano se halla cuando los filólogos humáfjf
nistas recrean académ icam ente la idea clásica de la virtud polític¿|f
ciudadana. yJS
III. i i . P o l it iz a c ió n d e l a g r a c ia y o r d e n n a t u r a l
de las doctrinas económ icas). C o m o su lector H egel, tam bién A dam Sm ith tiene el
alma escindida entre la m o d e rn id a d burguesa y los an tig u o s ideales republicanos.
' .' 32. El crecimiento d em o g rá fico llevó a ren d im ien to s decrecientes en la ag ricu l
t u r a ; lo q u e bajó (hacia el siglo x n ) el precio del f a c to r productivo tra b a jo , em p u
jándolo a la emigración h ac ia nuevas tierras vírgenes o hacia las ciudades. L a colo
n iz a c ió n d e más y más tie rra s hasta ocupar vastas á re a s del territo rio europeo hizo
qué'la s diferencias entre ellas (diferencias en cuan to a la dotación de recursos natu-
rálésj pero también de precios relativos de los fa c to re s de producción principales
— t i e r r a y trabajo—) p ro p iciaran — po r sus ventajas co m p arativ as— el intercam bio
m u t u a m e n t e beneficioso. D e o tro lado, la em igración hacia las ciudades llevó al
c r e c i m ie n t o y robustecim iento de éstas, lo que fa c ilita b a la especialización en la
p r o d u c c i ó n m anufacturera en ellas, convirtiéndolas a sí en nuevos polos diferenciales
- - c o n v e n t a j a s com parativas— estim ulantes del in te rc a m b io m ercantil y, creciente
m e n te , e n centros de o rg an iz ac ió n del mismo a escala local, regional y, a m enudo,
s u p ra rre g io n a l.
Y lo que el buen funcionam iento colectivo de ese comportamiento I
individual requiere son derechos que, definiendo precisam ente lgr
relaciones de los hom bres con las cosas —con los objetos de propie.
d ad (crecientemente alienable)— , p u ed an utilizarse p a ra solventar I
eventuales conflictos entre los hom bres: regulae juris, n o enkrátela
exige la econom ía de m ercado. R eglas, leyes que rebajen los costes!
de transacción de la economía de m ercad o : que hagan predecible i f !
conducta de los hom bres, que faciliten la negociación de los acuer- í
dos entre ellos y que refuercen con sanciones contrafácticas la vf f
gencia de esos acuerdos. Y autoridad: un poder soberano que pro-V
m ulgue esas leyes y las haga respetar. Con no poco fundamentó!
constituyen derecho y autoridad (o «libertad» y «soberanía») los
dos conceptos políticos centrales del pensam iento político moderno!
—y la fuente principal de sus antinom ias. v?
A hora bien; precisam ente el p o d er político y el derecho están;!
p o r lo regular, som etidos a econom ías de escala. Eso quiere decir!
que el coste de su ejercicio decrece, p o r unidad de bien p o r elfos\
generado, a m edida que aum enta su extensión o en v erg ad u ra .33 En ;
un m undo como el de la Baja E dad M edia e incipiente modernidad,
en el que sólo los sectores «transactivos» estaban som etidos a eco-!
nom ías de escala , 34 el increm ento de la productividad tenía que!
a n d ar estrecham ente ligado a la expansión, de esos sectores, entre;
ellos los generadores de «bienes públicos» (el poder político y la'
justicia). Los im plicados en el trá fic o social m ercantil tenían que
percibir de un m o d o u otro que el incremento de escala de la-
autoridad (la extensión geográfica de la soberanía) y de la ley (lá;
extensión del á m b ito de aplicación del derecho) dism inuía el costé
de sus servicios. Y los soberanos, los depositarios del p o d e r político:
35. Los juegos de sum a cero son juegos en los q u e el valor n u m érico del
resultado es el mismo para am b o s ju g a d o re s, sólo q u e d e signo inverso: es d ecir, lo
que gana uno viene de lo que o tro pierde.
36. Sin em bargo, en ta n to no consiga m ás a n e x io n e s, tiene que inten sificar la
extracción de renta fiscal de sus ac tu a les súbditos p a ra p o d e r sostener la g u erra, con
lo que las iniciales ventajas (en térm inos de costes) de la expansión del p o d e r se
difumínan hasta desaparecer, y así ven los h ab itan tes de ¡os b urgos con creciente
reticencia cóm o el coste de los bienes públicos (p ro te cc ió n y ju sticia) se d isp a ra ; el
consiguiente intento de éstos de fiscalizar los designios fiscales del soberano llev ará,
como es harto sabido, al su rg im ien to de la institución p a rla m e n ta ria , y con ello, a
una nueva época de la vida p o lítica m o d ern a en la q u e ac o n tecerá el trá n sito del
absolutismo al liberalismo.
37. C onviene decir aquí q u e a la expansión del p o d e r p o lítico no sólo e m p u ja
ban las econom ías de escala, sino tam bién el hecho de q u e las nuevas tecn o lo g ías
bélicas requerían, para su plena eficiencia, una escala m a y o r p o r p arte de las in s titu
ciones que las fueran a aplicar. C o n el descubrim iento de la ballesta y de la a la b a rd a
va la necesidad de ejércitos p ro fe sio n a les, pues el servicio d e cu a ren ta días al a ñ o de
villanos y siervos es com pletam ente ineficaz frente a u n id a d e s m ilitares p erm a n en te
mente entrenadas con esas a rm a s (de aquí el flo re cim ie n to de m ercenarios; p o r
ejemplo, los célebres alabarderos suizos). Y nada d ig am o s del descubrim iento de la
pólvora y del arte torm entaria.
ciudades de las que podía esperarse un interés p o r la pòlis clásica
(particularm ente las italianas, cuna del hum anism o cívico en lo|
siglos xv y xvi) fueron «m unicipalizándose», convirtiéndose, esto
es, en nudos decisivos del tráfico social, en centros de prosperidad
mercantil, pero sometidas cada vez más a un p o d er político foráneo;
a la soberanía de un duque, de un príncipe, de u n m onarca o de
emperador —o de un obispo— . Eso debilitó decisivam ente las espe
ranzas de un renacer de la c u ltu ra política republicana. Difícilmente
podían sus habitantes participar —esa palabra clave de la libertad
política republicana— en la gestión del poder político qua ciudada
nos. Difícilmente podían e n tra r en la dinám ica de «gobernar y ser
gobernados», por expresarlo con el desiderátum aristotélico. Por
contra, un nuevo concepto de libertad —el concepto moderno - - 5
surgía: las ciudades estaban sometidas al im perium , de cuyas deci
siones políticas eran excluidas, pero la «libertad» de los ciudadanos
la garantizaba el derecho, la ley de ese im perio. C u an d o Carlos I de
Inglaterra proclam a a finales del siglo xvi que la libertad del pueblo
no tiene nada que ver con tener voz en el gobierno, sino con estar
sometido a —y am parado p o r— la ley, está ya instalado en el
concepto m oderno de «libertad»: la libertad ju ríd ica negativa .38 ,s
Tal es el contexto de aparición de lo que antes llam ábam os «uso
imperial», del cristianismo. El endiosado m onarca ha de dictar leyes
como aquellas con que el C reador ha o rd enado la naturaleza; e!
orden social emula al orden natural; el buen orden social es uri
orden natural. En este contexto, pero sólo en éste contexto, vige la
conocida analogía del politòlogo Cari Schm itt entre metafísica y
39. La an alo g ía entre «ley ju ríd ic a» y «ley de la n atu raleza» puede ser algo
más que m etafórica. L as leyes jurídicas son juicios condicionales (m ás precisa y
técnicamente: son en u n c ia d o s co n tra fá ctico s subjuntivos) sobre la co n d u cta fu tu ra
de [os súbditos y las consecuencias de esa c o n d u c ta ; y a m enudo están tam bién los
enunciados legales d e la ciencia form ulados co m o condicionales co n trafáctico s. Des
de luego que todo eso está sujeto a p o lém ica entre los filósofos del derecho y los
filósofos de la ciencia, p ero hay corrientes m u y im portantes en am b as subculturas
qiie tienden a rec o n stru ir en esos térm inos sus respectivos enunciados legaliform es.
Cf„ para la filosofía del derecho, H. L. A . H a rt, The C oncept o f L aw , O xford
University Press,. O x fo rd , 1961; y, para Ja filosofía de la ciencia, N . G oodm an,
Fact, Fiction, and F orecast, B obbs-M errill, N u ev a Y ork, 1973. A su n to com pletam en
te distinto es si, a p a rte de la analogía fo rm a l, hay flechas causales en tre am bos tipos
de leyes, es decir, si la tradición jurídica de la cu ltu ra europea ha in flu id o de algún
r.módo en la form u lació n de leyes de la n a tu ra le z a por parte de la ciencia europea
inóderna (o al revés). El gran historiador b ritá n ic o de la ciencia Jo sep h N eedham
parece sugerir algo así al afirm ar que la sa b id u ría china no p u d o desem bocar en el
cultivo de la ciencia te ó ric a por faltarle un c o n c ep to de Dios tran scen d en te legislador
y la tradición del d ere ch o rom ano. C f. J . N eedham , Sciencie a n d C ivilization in
China, Cambridge U niversity Press, C a m b rid g e, 1965, voi. II, pp. 518 ss. P or lo que
hacea Cari Schm itt, su tesis es que: «L a im ag en m etafísica que del m u n d o se hace
una determinada ép o c a tiene la misma e s tru c tu ra que la idea que tiene de la form a
de su organización p o lítica . L a constatación de una tal identidad es la sociología del
concepto de so b e ra n ía» . Politische T heo/ogie, D uncker & H u m b lo t, Berlín, 1922,
pp. 59-60.) La g en eralizació n schm ittiana es falsa, por supuesto. (A unque en su
apoyo podrían invocarse algunas investigaciones de la antropología cu ltu ral contem
poránea: por ejem plo, R o b ín Lobin y F ra n k R eynolds (eds.), C o sm o g o n y a n d Ethi-
cal.Order, Chicago U niversity Press, C hicago, 1985.) No se puede ded u cir del Timeo
n.-República, ni m enos las Leyes', ni —p o r m u y o tro s motivos— cabe derivar de la
Metafísica aristotélica la Política. En c a m b io , la afirm ación del gran ju rista del
nacionalsocialismo es aproxim adam ente cierta p o r lo que hace a la filo so fía política
medieval y m oderna. El p o rq u é habrá de av e rig u arse en los próxim os cap ítu lo s, que
intentarán además p re c isa r la noción de « e s tru c tu ra » (de la im agen del m u n d o y de
la forma de la o rg an iz ac ió n política) p a ra ev itar caer en las laxas analogías que
pueblan el museo d e los h o rro res de las ciencias sociales.-
En una época herida por guerras devastadoras en tre naciones suñí|¡f
gidas en un juego de suma cero sin tregua y p or guerras religios¿ 1
a menudo civiles; en un m undo, p o r otra parte, cuyos Estadoslfp
habían acab ad o aún de resolver lo que Max W eber llam ó la «ex¡.
piación de los expropiadores», es decir, la centralización del podt
político y la arrogación por éste del monopolio de la violencia;
un mundo, adem ás, cuya faz estaba siendo tran sfo rm ad a poríjjf
auge de la econom ía m ercantil, quebradas por ella sus tradicione
debilitadas sus costumbres; en u n a época y en u n m undo así,¿lj§
idea de un o rd en social émulo del natural tenía que ser no tanto ulf
eco de la realidad económ ica, sociológica y p o lítica, cuanto u«¿l
desiderátum, u n a búsqueda de raíces normativas p a ra la vida social
¿Cómo .no h a b ía de regresar la tesis estoica del o rd en natural inspí?|
rado en la recta ratio (orthós logós), cómo no hab ía de intentar!
también la escolástica una interpretación de la teo ría política aristpSt
télica en térm inos iusnaturalistas ? 40 ¿Cómo ren u n ciar a influir cofl
esas doctrinas a la política y al derecho positivo de la época?
El derecho natural, declara G rocio, es un «m andam iento de la?;
razón que m uestra que en una acción hay necesidad m oral o bajezít!
moral por su coincidencia o n o con la naturaleza racional, por iol;
que Dios, com o C reador de la naturaleza, ha o rd e n a d o o prohibido!!
tal acción » . 41 Evidentem ente, la naturaleza es vista aq u í como crea$
ción de D ios, no —paulinam ente— como la consecuencia de jal
«caída». — Y a veremos luego cuán im portante es esta afirmación*?
para entender el desarrollo del iusnaturalism o— . N o el egoísmo yielf
pecado hum anos interesan a G rocio , sino el appetitus societatis def
los hombres. Pues el filósofo de las Provincias U nidas no está tan!
V 45. C f. Landucci, op. cit., p a r a P ico com o p en sad o r del D escubrim iento; y
para el Pico neoescéptico, R. H. P o p k in , The H isto ry o f S kep licis/n , University o f
California P ress, Los Ángeles, 1978.
, i.¡ 46. ¿E ran éstas «salvajes y b estia les» , estaban en treg ad as a «pecados grandes,
enormes y abom inables», carecían d e «policía alguna», com o sostuvieron Oviedo y
Acosta? ¿O eran «com unidades p o lític a s» en el sentido de A ristó teles, con «leyes y
policía», com o tendía a pensar fra y B artolom é de Las C asas? ¿N o tenían «Rey ni
Señor», ni obedecían a nadie, co m o so stu v o Vespuccio, o m ás bien lo contrario era
lo cierto, com o parece desprenderse d e los relatos de C ristó b al C olón? La posición
escolástica era, desde luego, el p u n to principal de apoyo — en el plano doctrinal—
délos defensores de los indios, c o m o se aprecia en el valien te cap ítu lo XLVI de la
Apologética H istoria («De la p erfec ció n de las sociedades in d ias» ) de fray B artolo
mé, No p odían los indígenas de las In d ia s occidentales ser v erd ad ero s hom bres (y el
papales había declarado veri hom ines'i v no ser sociales OnÍ7n alpunas comnniHaHes
ció a escrutar en el salvaje americano las condiciones de vida natu.
ral del individuo para, partiendo de ellas, co n stru ir un orden social •'
n a tu ral, fundado en derecho natural. N o com unidades políticas
busca el iusnaturalism o racionalista en A m érica, sino individuos
dotados de appetitus societatis, piezas adecuadas para com poner e l:
rom pecabezas de la b u e n a sociedad hum ana.
P e ro am bas búsquedas ven distraída su la b o r por el ataqu
neoescéptico a su flanco gnoseológico recibido del racionalismo
estoico y peripatético. P ues los antiguos son tam bién reos, según
ese ataq u e, de soberbia epistemológica: A g rip p a von Nettesheim
—un interesante p recursor de Paul K. F eyerabend— llama a los
filósofos sectarios de ellos «m aestros de erro res» . La única verdad
es que nada puede conocerse con certeza, y pretender lo contrario:!
es yerro de lesa gravedad. La razón h u m an a es falaz, y no menos!
engañosos son los sentidos. La única fuente genuina de verdad es la
fe: p o r eso «es m ejor y m ás beneficioso ser idiotas, nada conocer^;
creer por fe y caridad p a ra acercarse a D ios que ser eminente yj
orgulloso a través de las sutilezas de la ciencia p ara acabar en poder!
de la serpiente » .47 y
Es m uy probable que el movim iento neoescéptico que se inicia
al ro m p er el siglo xvi se hubiera lim itado a constituir un episodio;
intelectual más o m enos curioso de no ser p o r el soporte institueio-1
nal de qué gozó d u ra n te siglo y medio p o r parte de la Iglesia!
ro m a n a . P orque el siglo xvi es tam bién el siglo de la Reforma, está'
.,U - -• i x i m l .n ík h
poráneo D escartes habían realizado ya cum plidam ente la tarea. In.
cluso se puede sostener que la escolástica tardía la h ab ía comenzar
do ya en el siglo xiv. Y Bacon, del que Hobbes es devoto, había
contribuido sin duda alguna al d errib o . Pero vale la p en a registrar
cóm o Bacon h a entendido su desvinculación respecto del esquema
escolástico p ara percibir qué es lo original de H o b b es, lo que le
hace único, m etafísicam ente h ab lan d o . Bacon ha sep arad o así física
y metafísica: «Physica est quae inquirit de efficiente et materia-
M etaphysica, quae de form a et fin e » . 51 Es decir, que el esquema
teleológico aristotélico quiere B acon expulsarlo de la física, pero
está dispuesto a conservarlo en m etafísica. Ni D escartes, ni Male-;
branche, ni L eibniz, ni siquiera Spinoza, están to talm en te libres de
ese modo baconiano de entender la metafísica: to d o s ellos andan,
de uno u o tro m odo, ligados a la perfección del ser .52 Hobbes no:
su metafísica es enteramente mecanicista. O, dicho de o tro modo: su!
m etafísica sólo está dispuesta a adm itir el reino de u n a naturaleza
espacio-tem poralm ente entendida y meram ente a rticu lad a por cau
sas eficientes y materiales. Él m ism o ha llam ado «reino de las.
tinieblas» (regnum tenebrorum) al reino de la gracia que pretende!
superponerse a la naturaleza. A diferencia de M alebranche y de
Leibniz, H o b b es no quiere a dm itir un reino natural de la gracia-
P o r eso purga a su metafísica de to d a teleología, de to d a intencio
nalidad, de to d a potencialidad. El longevo filósofo cree alinearse!
así con la v erd ad era filosofía cristiana, contam inada p o r siglos déí!
recepción de ideas paganas: en la naturaleza no hay negación, comol
en el ser aristotélico; ella es p uram en te privativa .53 N o hay nada enf
la naturaleza que tienda por sí solo a la perfección, nada actúa!
propter fin e m ,54 Ni siquiera el hom bre, que, en cu an to criatura!
( 2 , 2) ( 4 , 1)
C ( 1 ,4 ) (3 , 3 )
T abla III. 1
E l estado de naturaleza, com o dilem a d e l prisionero
p ro p ó sito s, pues la lógica del dilem a es la misma) sería u n a representación del juego:
con n ju g a d o re s , es decir, un au tén tico dilema del p risio n e ro generalizado en el qü?
to d o s ju e g a n co n tra todos. T en d ría m o s entonces u n a ra z ó n r de beneficios/costtt
(con co ste 1 p ara cada ju g a d o r). E l resultado, para c a d a ju g a d o r, de la estrategia®
sería, en ta l caso, una ganancia de (n — r)/n u n id a d es m ás que la ganancia®
escoger C (y el beneficio au m en ta a m edida que n a u m e n ta ). Si todos cooperaran)^
g an a n cia sería de r — 1 unid ad es p a ra cada ju g ad o r.
57. «R acionales» en el sen tid o de maximizar la fu n c ió n definida por su orda
de p re fe re n c ia s. La pregunta de si esta ordenación es « ra c io n a l» (la pregunta clásiatj:
no tie n e se n tid o en una concepción privativa de la n a tu ra le z a hum ana como la qa;
sostienen H o b b es, los teólogos y los economistas o rto d o x o s . A sí, por ejemplo, eo3:
delicioso B iblical Games. A Strategic Analysis o f S io ries in th e O íd Testainení (MITí
P ress, C a m b rid g e, M ass., 1980), ha podido Steven B ram s aplicar el ¡nstrumenai
c o n c e p tu a l de la teoría económ ica estándar (con in d iv id u o s egoístas maximizadoi|j
de u n a sencilla función de u tilid ad ) a la elucidación del A n tig u o Testamente- r f
tra n d o a sus actores com o co n su m ad o s estrategas « ra c io n a le s» (incluido Dios). “
¿té A, con el resultado perverso — colectivam ente hablando— de
?cbnseguir una situación considerada por ambos com o la segunda
u¿enos mala, A A , que es la solución del juego.
D ado el o r d e n de p r e f e r e n c ia s d escrito (A C > CC >
xfr > CA), los «hom bres de naturaleza» viven en perm anente es
tado de conflicto, viven en el resultado subóptim o, colectivam ente
irracional, que deriva de sus'acciones individualmente racionales.58
E l «miedo a la muerte» (en los E lem entos, en el D e cive y en el
yM-Pero la función principal que cum ple esa discrim inación entre
sociedad y Estado en la argum entación de los au to res que seguirán
la línea de P ufendorf (Leibniz, L ocke, ...el m ism o H egel) no es la
de apuntalar la explicación co n tractu alista hobbesiana del origen de
íá: soberanía (facilitando las « norm as previas» a la discusión del
contrato), sino —como tendrem os ocasión de ver en los capítulos
siguientes— la de poner coto a esa soberanía fren an d o su invasora
III. iv . Sobre l a n a t u r a l e z a d e l o s m o d e r n o s s ú b d it o s
llevaría a mejores resu ltad o s, incluso desde el p u n to de vista de la orden ació n actual.
A partir de esas reflexiones, i com ienza una reflex ió n crucial: si yo he llegado a esa
conclusión, seguram ente los dem ás tam bién. E v id e n tem e n te , no puede arriesgarse a
cambiar sin más de estra te g ia (pasando a C) p o rq u e esto favorecería la perm an en cia
en A de los demás. — Y a hem os visto cuán difícil es escap ar a la lógica del d ilem a.—
Pero puede optar p o r u n tip o de estrategia m á s co m p licad a (y sólo p osible en el
'uego iterado) tendente a m o stra r a los adversarios q u e él ha llegado a la conclusión
¿ que el juego p rac tica d o es irracional para to d o s y que puede m ejorarse si todos
cooperan. A este efecto, elegirá una estrategia condicional. P or ejem plo: «en la
jugada k + 1 elegir la estra te g ia C, y luego, a p a r tir de k + 2, elegir la estrategia
que haya elegido el a d v e rsa rio en la jugada a n te rio r; C en k + n si el ad v ersario ha
escogido C en A l n — 1; A en caso co n trario . L as preferencias de segundo orden
(de las que supuestam ente deriv aría ahora la estra te g ia condicional) llevarían a una
ordenación de las escalas de preferencias de p rim e r o rd en , la elegida o p referid a de
las cuales podría ser ésta: C C > A C > AA > C A . U n ju g a d o r con esta o rdenación
de preferencias no tiene ya estrategia d om inante (a diferencia de lo que o cu rre con
•la escala de preferencias del dilem a del p risio n e ro , cuya estrategia d o m in an te es
inequívocamente A): C p u e d e llevarle a lo m e jo r y a lo peor, y A a lo segundo m ejor
o a lo segundo peor. P o r eso su altruism o es só lo condicional. Y ese altruism o
condicional triunfará si los jugadores tienen su ficien te contacto entre sí (si están
expuestos a interacciones suficientem ente rep e tid as). E sto daría razón de las «islas
de concordia» de que h a b la H obbes, o, de un m o d o m ás general, de la societas
prima de que habla P u fe n d o rf: fam ilias o p equeños g rupo s hum anos en los qu e todo
el mundo se conoce y en los que la interacción e n tre /1 e h se realiza p o r p arte de
ambos con la seguridad d e q u e se repetirá en el f u tu ro tal interacción.
; ¿Pero qué ocurre con los grandes grupos? ¿Q u é ocurre si i, e i2 no se han visto
en su vida, ni tienen la se g u rid a d de que volverán a encon trarse después de su actual
'interacción? Después de m u c h a s interacciones re p e tid a s con terceros, am b o s pueden
•haber desarrollado p referen c ias de segundo o rd e n com o las antedichas, pero no
tienen, en su particular in te racc ió n , posibilidad de utilizar estrategias condicionales
porque no saben si el suyo es un juego iterado o u n episodio sin co n tin u id ad . En ese
caso, y suponiendo que el p ro ceso de socialización a q u e les han so m etid o los ju eg o s
iterados desarrollados re p etid a m e n te con terceros hasta el presente n o ha dejado
huella en su carácter — n o les ha hecho «sociables», o «virtuosos» — , am b o s pueden
desear un poder e x te rn o , u n «soberano», que realice sus preferencias de segundo
orden obligándoles a elegir « lo m ejor» para am b o s, la estrategia C.
Irónicamente, ese p o d e r externo no es « a rtific ia l» o convencional en el sentido
técnico fuerte del térm in o . P u es una convención se define por las siguientes caracte
rísticas: Una regularidad ® en la conducta de m ie m b ro s de una población n , cuando
;>on agentes en una situ ació n recurrente a, es u n a conven ció n si y sólo si se cum ple
capaz de luchar exitosam ente y triu n fa r de las pasiones. Pero, ?í
cam biar las arm as de esa lucha, está revelando tam bién su significa
do m oderno: el individuo nada puede p o r sí solo frente a las pro
pias pasiones; p a ra vencerlas, hay q ue salir fuera de él, hay
recurrir a algún p u n to externo de ap o y o . C uando D escartes sepan
H - dom énech
Al considerar incapaces a los hom bres de llevar a cabo Jo qUe
Spinoza llam a «una virtuosa conducción de la vida» y justificar
soberano precisam ente por eso, están adm itiendo —por implica
ción— que los súbditos, qua sú b d ito s ,75 desconocen lo que sea ej
«buen vivir», no saben en qué consiste su p ro p io «bien». Y siendo
el soberano un poder erigido p o r esos súbditos, bien pueden %
decisiones del mismo llam arse y valer como p ro tecto ras y generado,
ras de «bienes públicos», pero no ciertam ente en el sentido clásico'
de autoorganización del «bien vivir» de los individuos, de común
denom inador y garantía de los agathá, pues en qué consistan éstos
es ahora u n enigma insondable tan to para el so b eran o (absolutismo)
como p a ra los súbditos (liberalism o). P ara el liberalism o esto no és
tan grave, porque parte de u n a ru p tu ra total con el concepto clásico'
de virtud-libertad-feíicidad, lo que le perm ite prescindir sin mucho¿
quebrantos de la idea de «bien privado». E n cam bio, aunque.¿[S
absolutism o puede sostener que el «bien público» es la realización
por el soberano de las preferencias de segundo o rd en de los súbdjl
tos, te n d rá , no obstante, que adm itir que su «bien público» nj
puede ser el com ún denom inador o la g aran tía de los varios «bienes?
privados», porque éstos consisten, según el co n cep to clásico, precij
sámente en la capacidad de los sujetos de realizar esas preferencias?
en el cultivo de su propia «fuerza interior», y eso es lo que él'
soberano les arrebata y to m a ah o ra en sus m an o s. El «bien públi-j
co» definido (absolutismo) o m eram ente p ro d u cid o (liberalismo)!
por la soberanía sólo puede ser el común d en o m in ad o r de intereses,
de deseos o de pasiones particulares, a p a rtir del choque de !of§
cuales los individuos quizá consigan desarrollar preferencias de séj
gundo o rd e n , pero no realizarlas ellos m ism os. P o r lo que, aun si!
las realiza el soberano, a ellos les seguirá fa lta n d o la experiencia!
esencial p a ra que pueda hablarse de «bien p riv ad o » o de «buena!
vida» en el sentido clásico: el conocim iento y el dominio deiaf
necesarios para hacer caso de sus mejores razo n es, para «gober -
y ser gobernados » .76 jg¡
algó es seguro: ligarse externam ente para c o n s e g u ir «lo m ejor» eq u ivale a restringir
él propio conjunto de o p o rtu n id a d (exterior). S u p o n g a m o s que mi c o n ju n to exterior
es E = iaíji x2> x3 ) •S u p o n g am o s que, c o n s id e ra n d o todas mis razo n es, resu lta que
xj es el elemento que m axim iza la 'función d e fin id a por mis p referen cias de orden
superior (de segundo o rd e n , en nuestro c a so ). P e ro , po r los m o tiv o s qu e fuere,
siempre tiendo a escoger Xj. Ligarm e e x tern am e n te equivale a b u scar u n reso rte que
«¡jiilse a x 3 de mi c o n ju n to de o p o rtu n id ad , q u e lo haga inviable re d e fin ien d o mi
conjunto E y convirtiéndolo en E ' = {X|, x2 ). ¿Q u ié n es más libre, el su je to capaz
de elegir x, con el co n ju n to de oportunidad E o el su je to sólo capaz de escoger en
É;'? Para los antiguos no h a b ría duda: el p rim e ro sería m ás libre in te rio rm en te , n ad a
dentro de él le im pediría escoger x, c E. P ero el te ó ric o ab so lu tista no p u ed e percibir
la diferencia; lo único q u e p ara él contaría es q u e am bos acaban esco g ien d o xi (el
segundo, tras haber fija d o el soberano su c o n ju n to de o p o rtu n id ad E ') . E s decir, al
perder el concepto de lib e rtad interior, el a b s o lu tism o se queda co n u n a noción
puramente instrum ental de libertad: libertad es lo. q u e perm ite al su je to elegir x, sea
cómo sea. (Ya veremos q u e el liberalismo h e re d a esa noción in stru m e n ta l de la
¡libertad.)
/ 77. Es de sobra co n o c id a la afirm ación d e H o b b e s, según la cual to d o derecho
de propiedad privada viene del soberano. A h o ra b ie n ; esto no es un ca p rich o n o rm a
tivo absolutista (como tien d en a pensar los c rític o s liberales de H o b b es). U na vez
más. Hobbes describe lo q u e ve: la aparición en E u ro p a de los d erechos de propie-
dádimodernos por concesión de los m onarcas allí d o n d e esa concesión co in cid e con
[“ intereses fiscales a c o rto plazo del so b e ra n o (la Inglaterra p o ste stu a rd ia n a , las
Provincias Unidas). (En los países en los q u e ese interés fiscal a c o rto p lazo del
¡soberano no coincide con la concesión de d e re c h o s de prop ied ad —la E sp a ñ a de la
ral) a la p ro p ied ad del propio yo, com o piensa el m ás refinad<l
representante actu a l del liberalismo político, Robert N o zick .78 ]^|
im portante es q u e , al rom per con el concepto clásico de virtud$p
pensam iento político m oderno no p u ed e vincular la afirm ación-rfp
esos derechos a noción alguna de bien hum ano\ el sujeto de esos:
derechos es térra incógnita.19 Sólo se nos dice que tiene deseos «¡j¿:
aquellas cosas q u e son necesarias p a ra vivir cóm odam ente y la espe.
ra n z a de obtenerlas con la propia industriosidad» (no si esos deseos
son «buenos» deseos, si su satisfacción hace «felices» a los horn--
bres), y hay que establecer un sistem a de derechos de propiedad
ap to para solventar los conflictos en tre los hombres causados por;
sus impulsivos intentos de satisfacer p o r la fuerza esos incontrola
dos deseos. De aquí que ni el poder político ni esos derechos se’
consideren necesarios «cuando los bienes de la vida son pocos y de?
escaso valor» (H u m e ).80 ¿1
Pero no son éstos reproches que p u edan arredrar al pensamién-í
to político m o derno. Antes habría que refutar sus creencias, de
acuerdo con las cuales hay un su m m u m bonum que está p o r encima?
V-'- .1. C om o m ostró vividam ente L ion F euchtw anger en su no v ela sobre el ú ltim o
año de vida de Rousseau (N arrenw eisheit o der T o d u n d Verklcirung des Jean-Jacques
Rousseau), ya en vida del filósofo h a b ía un Rousseau al g u sto d e cad a clase social,
. por lo ta n to , un Rousseau « ro m á n tic o » p ara el m a rq u é s de E rm enonville — ¡y
para María A n to n ie ta!— y un R o u sseau «clásico» rep u b lican o -rev o lu c io n ario p a ra
d plebeyo M artin C atrou.
■C' . 2. A un así conviene distinguir « g rad o s» en ese co n c e p to privativo: hay u n
concepto privativo radical, el de H o b b e s , de acuerdo con el cual nos en fren ta m o s
poco menos que a psiques planas y m ezq u in as, sin preferen cias de órdenes su p erio -
"es; luego h a b ría un concepto p riv ativ o q u e supondría p siq u es p lan as, pero b o n d a
dosas (Grocio, L ocke, el Rousseau « ro m á n tic o » ); luego un c o n c ep to privativo en el
sentido de que, aun adm itiendo la « p ro fu n d id a d » p síq u ica , ap en as ad m itiría la
tposibilidad del gobierno de las preferen cias de órdenes su p erio res sobre las de ran g o
inferior fe! R ousseau «clásico», el h o m b re «em pírico» de K ant).
estoicos, B runi vierte al rom ance la Política de A ristóteles, y
general, el m ovim iento renacentista enfoca la atención de la cultura
europea h acia el m undo antiguo, se afana en re c rea rlo .3 Pero ej:
humus del é th o s antiguo está m uerto, sepultado p a ra siem pre bajo
la losa estéril del cristianismo y del feudalismo. El filó so fo moderé
no tem prano, au n con la m ejor voluntad, no puede entender j|
cultura m o ral clásica. Bacon critica, por ejemplo, a los filósofo!
antiguos p o r h ab er actuado: íf|
IV .i. La f u s ió n d e in t e r e s e s p r iv a d o s e in t e r é s p ú b l i c o :
l a s o l u c ió n r e p u b l i c a n a m o d e r n a
13. — DOMÈNECH
te el m odelo estratégico-estructural con el que describimos esa de-
d u cció n .— T anto el «m ortal god» hobbesiano como la «volonté!
générale» rousseauniana pueden describirse con el m ism o modelo; I
P ues Rousseau ab an d o n a su concepción adánica de la naturaleza!
h u m a n a en cuanto en tra a discutir la constitución del E stad o politk;;
c o ,28 y como Locke ve a los hombres «biased by their interests», así !
tam bién R ousseau les ve cegados y sesgados por su intérêt parlicu-
lier en cuanto ab an d o n a n la condición « n atu ral» . ¿Cae entonces en 1
un concepto privativo à la Hobbes? Si así fuera, al renunciar al '
o rd e n n a tu ra l ,29 R ousseau tendría que a b ra za r el absolutism o políti-’.
co. Y hay sin d u d a pasos del C ontrato social que sugieren tal -
in terp retació n .30 ¡ijj
M as R ousseau, com o Locke, y a diferencia de H obbes, puede
conceder, en el plano de los hechos, u n a naturaleza h u m an a priva-H -ti
tiv a (o al m enos u n a segunda naturaleza —la civil— privativa);
pero jam ás en el plano normativo. De m o d o que los individuos que •
se em peñan en un proceso político constituyente pueden estar des ¿
lum brados por sus intereses particulares — p or las «funestas luces»J
de la civilización— , pero no por ello d ejan de estar desprovistos, !
qua hom bres n aturales, de derechos inalienables. No es, pues, ef;
soberano quien crea el derecho y lo o to rg a a los súbditos, sino las
partes contratantes quienes crean la fig u ra del soberano p ara que ■
p ro te ja del m ejor m odo posible esos derechos suyos previamente ¡í
•'/à
:
28. «Les lois co n tien n e n t les hommes sans les changer» (D iseurs s u r l ’origine'f,
d e l ’inégalité, ed. c ita d a , p. 87); «Les vices qui ren d en t nécessaires les institutions i
sociales sont les m êm es qui en rendent l’abus in év itab le» (ibid.)\ « U n peuple qui H
n ’ab u sero it jam ais du gouvernem ent n ’abuseroit p as n o n plus de l’independance; un 9
p eu p le qui go u v ern ero it to u jo u rs bien n ’auroit p a s bésoin d ’être g o u v ern é» (Contrat.|
so c ia l, ed. citad a, p. 280). Lo mismo piensa L o ck e en cu an to saca a los hom bres de! !
es ta d o n atu ra l con la p ro p ied a d privada: « fo r th o u g h th e Law o f N a tu re be plain. í
a n d intelligible to ail ra tio n a l créatures, yet m en, being biased by th eir interests, as:|
well as ignorant fo r w a n t o f study o f it, are n ot a p t to allow of it as a L aw binding.j:
to th em in the ap p lica tio n o f it to their p articu la r cases» (Second T reatise, § 124): -li
29. Es precisam ente esa renuncia al orden n a tu ra l lo que hace q u e el concepto
de « n atu ra lez a» sea ta n polisém ico en R ou sseau , h a s ta el p u n to de q u e , como es-3
h a r to sabido, ha llegado a h ab lar de la necesidad de dénaturer al h o m b re civil para
im p e d ir su extravío h ac ia el am our-propre y el in té rê t paticulier.
30. P o r ejem plo, éste: «O n convient qu e to u t ce que chacun alièn e, par !e,4
p a c te social, de sa p u issan ce, de ses biens, de sa lib e rté, c’est seulem ent la partie du,;»
to u t cela do n t l’usage im p o rte à la com m unité; m ais il faut convenir aussi que leg
so u v e ra in seul est ju g e de cette im portance» (C o n tr a t social, op. cit., p p . 253-254). j
¿¿isteníes, anteriores a la civitas. Los individuos, así lo form ula
Locke, ceden sus «poderes naturales», sus derechos (o algunos de
-sus derechos), al soberano; no se someten sim plem ente a él (no se
someten de ningún m odo, precisaría Rousseau) p ara que éste cree
esoí derechos .31 H obbes, a pesar de su infatigable oposición al aris-
totelismo, es, sin em bargo, aristotélico (más aristotélico que R ous
seau y Qu e Locke, por lo m enos) al concebir a los individuos, com o
sujetos políticos, sólo d en tro de la polis, de la civitas, del Estado.
Locke y Rousseau m uestran la raíz estoica de su pensamiento polí-
;tiCí) al concebir individuos políticos com pletam ente autárquicos de
iiíre- anteriores a la existencia misma de cualquier com binación
política.
Evidentemente, H obbes es en este punto un «aristotélico» dis
torsionado, como distorsionado es el «estoicism o» de Locke y R ous
seau: pues es tan poco aristotélica la presunción hobbesiana de la
posibilidad de individuos p o r naturaleza no políticos (en «estado de
naturaleza»)-, como poco estoica es la idea de que la autarquía
individual puede presuponerse, para una argum entación jurídica,
¿n vez de ser un elaborado p roducto de la racionalidad virtuosa del
individuo. Asistimos en am bos casos a una form idable transform a
ción y deformación de nociones clásicas con objeto de ponerlas al
servicio del pensam iento político m oderno, y en ese proceso se
.pierde lo esencial del éth o s antiguo: la virtud política ática y la
virtud autárquica estoica, estrecham ente vinculadas, como sabemos,
a los conceptos clásicos de libertad y felicidad. Libertad es p ara
Hobbes el sometimiento a la voluntas soberana —única fuente del
. derecho— , y la felicidad hobbesiana es tam bién un subproducto de
ese sometimiento: el goce, p o r él propiciado, de los «frutos de la
industria» hum ana; libertad y felicidad no tienen ya nada que ver
con la autonom ía m oral del individuo. P ara Rousseau y para Locke
la libertad y la felicidad son cosa del hom bre « n atu ral » ; 32 al hom
bre civil sólo le es dado conseguir una opalescente imitación de
Aellas. Aunque la distinta respuesta que dan a la pregunta: ¿cómo
33. Cf. sobre este p u n to C ari Schm itt, D ie D ikfa iu r, D uncker & Humblot,
Berlín, 19784, pp. 118 ss. C
34. Cf. M acpherson, L a teoría política del in d ivid u a lism o p o sesivo , trad. cas!;
de J. R. Capella, F o n tan e lla , B arcelona, 1973. d}
'Pero esto es Precisamente 1° 9 ue republicanism o de Rousseau
considerará peligroso para la supervivencia del E stad o , o , más exac
tam ente, para la conservación de un cuerpo político acorde con la
noluntad general». De aquí que el E stado de R ousseau haya de
stfdr precisamente para lo contrario: para fre n a r el lujo, p ara
j ^ ^ r var la simplicidad de las costum bres, p a ra m antener, en lo
nosible, la igualdad de rangos y fo rtu n a s .35 De o tro m o d o , el vicio
se’iría apoderando de los ciudadanos hasta el p u n to de que, debili-
■iSif{progresivamente la «voluntad general» en cada uno de ellos,
e s p o l e a d o s y sin brida el «interés particular» y el « am o r propio»,
.los fundamentos mismos del E stado se derretirían com o cera en el
brasero, el contrato social colapsaría, y sólo h ab ría lugar para la
tiranía (o para la anarquía) de los intereses p a rtic u la res... Pues, si
h a d e conservarse el contrato social, los ciudadanos h a n de conser
v a r consigo algo de virtud .36
í;5t35. Esto arro ja una luz diferen te sobre la conocida ac u sa ció n de R ousseau a
Hobbes, según la cual éste estaría a trib u y e n d o al «estado de n a tu ra le z a » las pro p ie
dades que distinguen a la vida social m o d e rn a ; es en esta ú ltim a en la que hay que
hábíar «sans cesse de bésoin, d ’avidité, d ’o p p resio n , de désirs e t d ’o rgueil» (D iscours
sur i origine de l ’inégalité, ed. cit., p. 39), de to d a esa « m u ltitu d e de passions qui
sont l’ouvrage de ¡a société» (p. 57). Sí: H obbes y sus seg u id o res « p arloient de
íhcmme sauvage, et ils peignoient l’h o m m e civil» (p. 3j9).
36. Ya tendrem os ocasión de ver que R ousseau no se h ace m uchas ilusiones al
respecto.
37. Sobre la trem enda influencia de E sp arta en la te o ría p o lítica republicana
••'.edema cf. la exhaustiva investigación de E lisabeth R aw son , T h e Spa rta n Tradition
m'European T hought, The C larendon P re ss, O x fo rd , 1969. E v id en tem en te la educa-
rión espartana en la autorrepresión te n ía que ser m ás fácilm en te com prensible y
.accesible a ¡a cu ltu ra cristiana que el refin am ien to , volcado al co n o cim ien to de sí, de
lá brete socrática. P ero conviene p re g u n ta rse qué fuerzas psicosociales em p u jan en la
Kwlemidad incipiente hacia el redescu b rim ien to de la virtud re p u b lic a n a (espartana).
Uná de las respuestas más sugestivas a este in terro g an te la d io N o rb e rt Elias en su
lían investigación Über den Prozess d er Z ivilisation. S o zio g en etisch e u n d psychoge-
lútische Untersuchungen (Suhrkam p, 2 vols., F ra n c fo rt, 1980 — p rim era edición,
1936—). Su teoría es, sobre poco m ás o m enos, la siguiente: c u a n d o un grupo o
Mse social se halla en situación h istó rica ascendente, tiende in ev itab lem en te, en una
sPtúiiérá fase, a asim ilarse a los valores y las p au tas de co n d u cta de la clase superior,
d o » . 38 R ousseau es ambiguo respecto de la form a de Estado qye
m ejor encarna a la «voluntad general» (m onarquía, aristocracia,
dem ocracia); es ambiguo respecto de la propiedad p riv ad a; ambigu3
es tam bién la relación entre sus dos «modelos utópicos» mutuamen
43. S obre la «condición de irrelevancia» (en relació n con la división del traba;
jo ) c f. E d n a U ilm an-M argalit, T h e Emergence o f N o r m s , op. cit., pp. 48 ss.
44. Evidentem ente la p ro b a b ilid a d de que esto o c u rra au m en ta con el volumet
del g ru p o hum ano. G rupos red u c id o s pueden m ás fác ilm e n te sortear la condición di
irre le v an c ia en la m edida en q u e la propia ap o rtació n , independientem ente de lo qué
h ag an los dem ás, puede ser decisiva p ara la p ro d u cció n del bien publico-en cuestión.
S o b re el ta m a ñ o de los g rupos hum anos y p ro b ab ilid ad de fr e e riding, cf. el libre
clásico de M ancur O lson, T he L ogic o f Colleciive A c tio n , op. cit.
'0hilOs°P^es dieciochescos menos republicanos y m ás dados a espe
cula! con un orden natural, de ascendencia estoica, pero sobre todo
¡¿pirado en el orden de la naturaleza que parecía describir la cien-
natural m oderna: un orden que funcionara com o un reloj, por
sí solo, sin necesidad de trabas ni retoques, com o la naturaleza
iüisina .45 O igam os al influyente H elvetius: «Si el ciudadano no pu-
¡ñera conseguir su propia felicidad privada más que prom oviendo a
Ifnítiempo la pública, nadie salvo los bobos sería vicioso. Todos los
Hombres serían necesariamente virtuosos, y la felicidad de las nació
l a s sería la bendición de la m o ra l » . 46
■i? Sólo que los philosophes buscaban —republicanam ente— en
una falsa dirección ese m ecanism o: en un legislador sabio, en un
«gran educador» que instituyera un «despotismo legal» capaz de
ípHner en m arch a tal orden .47 P o r eso hablaban aún de virtud. Los
^filósofos protoliberales y liberales, en cambio, sí buscan en la direc
ción adecuada, y encuentran un m ecanism o de este tipo, un meca
nismo que convierte al «vicioso» (entendiendo ah o ra aquí por ello
■al jugador que o p ta por la estrategia A) en un «m al calculador»,
. exactamente com o quería el p h ilosophe D ’H olbach, es decir, en
'alguien poco consecuentem ente egoísta. Tal m ecanism o es el merca-
- do; él, y no el legislador, rom pe eficientemente la condición de
l.irrélevancia de los individuos. V eam os cómo por la vía del ejemplo:
$ 8 *-Supongamos que los m iem bros de la com unidad P se proponen
Cultivar un núm ero determ inado de hectáreas de suelo fértil con
■objeto de satisfacer las necesidades alimentarias de la comunidad:
Supongamos que la propiedad de esas hectáreas es colectiva (y
colectivo el uso productivo que se hace de ellas). Supongamos,
además, que los miembros de P son «egoístas», es decir, que tienen
:estructuras de preferencias del tip o de las que conducen al dilema
del prisionero generalizado. Supongam os, además, que no hay «mo-
;V\- 45. La im agen del reloj se gen eraliza a lo largo de los siglos xvn y xvm como
metáfora p ara h a b la r de la vida eco n ó m ica.
46. D e l ’E sp rit (1758), citado p o r T a lm o n , op. cit., vol. I, p. 246.
47. P arece fu era de duda que los p h ilo so p h e s lenían en este p u n to muy presen
te la experiencia de la adm inistración ce n tralizad a de la m o n a rq u ía borbónica. Si
Montesquieu « d efe n d ió » a los estam en to s, a las provincias, a los «poderes interm e
dios», con su co n o c id a división de p o d ere s, los philosophes « d efen d ían » a los inten-
dants del p oder central (Turgot m ism o lo era). Cf. al respecto C ari Schm itt, Die
piktatur, op. c it., pp. 97 ss.
ral» en P , que sus miembros no han sido socializados con un «so:
breego» colectivo. ¿Qué o currirá? O currirá que, a falta de un mé
canismo que im pida la satisfacción de la condición de irrelevanci^
de los individuos, el suelo no será cultivado. P u es todos los mienii
bros de P escogerán, como estrategia individual racional, A, es
decir, abstenerse, no cooperar en la consecución del bien público
que es cu b rir las necesidades alim entarias de P , con lo que obtene
mos el nullus terrae cultus del «estado de n atu raleza» de Hobbes,
En cam bio, u n a com unidad P ' que tuviera las m ism as finalidadé¿
colectivas, es decir, cultivar un determ inado n úm ero de hectáreas, y
contara con m iem bros igualm ente egoístas, pero en la que no hubie
ra propiedad colectiva de la tierra (o uso colectivo de la misma),
sino que dispusiera de un suelo parcelado y re p a rtid o de un modo
u otro entre sus miembros egoístas, y en la que éstos, además)
pudieran intercam biar entre sí los productos cosechados en las dife
rentes parcelas, una com unidad así conseguiría el «bien colectivo»,
conseguiría, esto es, cubrir las necesidades alim entarias de sus miem
bros .48 C ada m iem bro de P ' ten d ría un interés («particular») en
cultivar su p ro p ia parcela de tie rra porque de ella tendría que sacar
los productos con qué alim entarse, ya directam ente —consumiendo
su propia cosecha— , o bien indirectam ente —a través del intercam
bio, cam biando la parte no consum ida de su p ro p ia cosecha por
productos de la cosecha de o tro s que él no estuviera en condiciones
de cultivar en su propia parcela— . Es decir, la combinación de
derechos de propiedad (sobre la tierra) y de intercam bio mercantil
constituiría un mecanismo capaz de suprimir la condición de irrele-
vancia del esfuerzo individual, y con esa condición desaparecería
también el resultado subóptim o, colectivamente irracional, y desas
troso para to d o s los m iembros de la com unidad, a que estaba con
denada P .49
cípio de contribución». Y el propósito del c o m u n ism o m arx ian o es a b o lir el « p rin ci
pio de contribución» m ism o: de aquí el fu n d a m e n to de la justicia eco n ó m ic a co m u
nista («de cada cual según sus capacidades, a c a d a cual según sus n ecesid ad es» ), el
cual fundamento sólo pued e construirse p a s a n d o p o r una fase «de tra n sic ió n » en la
que aún vale un d eterm in a d o «principio de co n trib u ció n » («a ca d a cu a l según su
trabajo»). Que el objetiv o final de M arx fu e ra prescindir de to d o tip o d e «prin cip io
de contribución» h ab la p o r sí solo de su p a re n te sc o con la cu ltu ra m o ra l clásica.
50. Es obvio que la virtud ática, s o b re to d o en su versión aristo télica , está
vinculada a la prop ied ad priv ad a. A ristóteles co n sid era que la p ro p ie d a d es el fu n d a
mento de la virtud: no pu ed e ser virtuoso q u ie n no es p ro p ietario , p o rq u e le falta
una condición im prescindible para ello: la a u to n o m ía o au tarq u ía; el n o p ro p ietario
depende de los dem ás, y n o puede aspirar a se r libre. De todas fo rm a s, n o hay n ad a
én el concepto socrático de areté que le ligue inevitablem ente a la p ro p ie d a d priv ad a
(e\ enkratés puede conseguir su «libertad», su « au to n o m ía » , au n p riv a d o de bienes
materiales, com o vim os en la Stoa). Q ue A ristó te le s insista en lo c o n tra rio , tiene
mucho que ver con el tip o de vida política q u e el E stag irita defiende en la polis: él
no es partidario de la dem ocracia [es decir, del g obierno de los p o b res, q u e ese — y
no el de «gobierno de la m ayoría» sin m ás— es el significado del c o n c ep to en el
autor de la Política (1.290a, 30-40)], él es p a rtid a rio del g obierno d e las clases
medias, el predom inio de las cuales sólo p u e d e obtenerse excluyendo de la vida
política a la m ayoría de desposeídos libres de la p o lis, a los p ro letario s ( thetes). N o
ia.democracia plebeya de E fialtes quiere A ristó te les, ni siquiera la g en e ro sid ad d em a
gógica de un Pericles, sino la m oderación « b u rg u e sa » de un T h eram en es. (De m odo
parecido, el republicanism o no dem ocrático de K an t le llevará a excluir de la vida
política a los que dependen de los dem ás, a lo s p o b res y desposeídos, q u e no pueden
aspirar a la au tonom ía en ta n to que no co n sig u e n la sib isu ffic ie n tia : «D ie dazu
erforderliche Q ualität ist, ausser der natürlichen (das es kein K ind, kein W eib sei),
die einzige: dass er sein eigener Herr sei (s u i Juris), m ithin irg en d ein E ig en tu m
habe», es decir, que la ú n ica cualidad re q u e rid a p a ra p articip ar en la v id a política,
aparte de las « naturales» (no ser niño o m u je r), es ser p ro p ietario , señ o r de sí
mismo, sui juris («Ü ber den G em einspruch: D as m ag in der T h eo rie rich tig sein,
taugt aber nicht fü r die P raxis», en K ants W e rk e , A kadem ie T ex tau sg ab e, B erlin,
reimpr. de W alter de G ru y te r, 1968, vol. V III, p . 295. T odas las citas q u e hacem os
de Kant proceden de esta edición.) A h o ra b ien; el concepto de p ro p ie d a d p riv ad a
que maneja A ristóteles — dejem os ahora el de K a n t— no tiene n ad a q u e ver con la
propiedad privada m o d e rn a , con los « p ro p e rty rights» que van con el m ercad o : se
trata de una propiedad inm óvil o inalienable, fu n d am e n talm en te de la tie rra , q u e, de
n o el fom ento del m ercado y de los derechos de propiedad, mas:|¡¡
pesim ism o respecto del hombre civilizado le hace vacilar, como
q u e d a dicho, respecto de la propiedad privada. Es, sin embargo'JH
absolutism o político la doctrina más congenial con la solución ¿yl
m ercado y de los derechos de propiedad. —No en vano constituye!
absolutism o y liberalism o dos herm anos gemelos engendrados por
el espíritu m o d ern o .— P or lo pronto, com o causa de la guerra íp
to d o s contra to d o s, H obbes no ha recurrido únicam ente a la natí!
raleza hum ana « c a íd a » : junto a ella h a puesto tam bién, com o con
cau sa, al ius o m n iu m in omnia, a la ausencia de propiedad privadp
a la com unidad de bienes en el estado de naturaleza. H obbes sigue.'
así a G rocio, quien, en el capítulo antes mencionado com o influeipi
cia sobre Rousseau (De iure belli ac pacis, II, cap. 2), había carall
terizad o de este m o d o la organización de la propiedad por lof¡
salvajes am ericanos: «om nia et com m unia et indivisa omnibusiS
P e ro Grocio no extraía conclusiones som brías de esa caracterización!
A l contrario: el holandés interpreta el pecado original de la huinafl
n id a d no tanto com o un crimen de im piedad contra D ios, cuañtpl
co m o extravío histórico-social respecto de ese com unism o original
rio . Es el desarrollo de las artes lo que conduce a la escisión sociáji
al surgim iento del «tuyo» y el «m ío», y así, a la corrupción deílaf
exim ia sim plicitas primigenia, a la aparición de pasiones y deseos!
inconfesables y d a ñ in o s .51 Hobbes invierte literalmente la axiológía¡¡
grociana: las pasiones y los deseos fo rm an parte del concepto privaS
tiv o de la naturaleza hum ana, son ónticam ente constitutivos de éflaj
(es decir: no están históricam ente determ inados, como afirm a tiro?!
ció, y luego, con él, Rousseau, el republicanism o ilustrado escocés!
jtspnó posibles. Y adem ás, se puede su sp e n d er esa condición p o r o tra s vías que el
^establecimiento de derechos de p ro p ied a d e intercam bio m e rc a n til. E so es lo que n o
lia querido ver el em pirista Locke, a p esar de tener toda la ev id en cia em pírica de la
f ígoca á sti disposición. El gran P u fe n d o rf distinguió entre reru m c o m m u n io positiva
y negativa, aunque negando —influido p o r H obbes— q u e la c o m m u n io prim aeva
|p w í r e r á s e r com m unio positiva. L ocke, q u e ta n to ap rendió — y p la g ió — de P ufen-
al m enos, haber ap re n d id o ta m b ié n de él q u e no to d o com unism o es
gnóm icam ente estéril.
M. - DOMÈNECII
vez realizad a, deja suficientes recursos a los dem ás para que najj¡í
esté peo r que antes de llevarse a cabo la apropiación —en la era <S
la « co m u n id ad de recursos»— . De m odo que, si el individuo ^
apropia de la parcela de tie rra T con objeto de cultivarla, pero deja
tierras suficientes para que los demás individuos sigan recogieí¿¡|
de ellas — sin cultivarlas— los mismos frutos que obtenían antes de
que i se ap ro p iara de T, entonces la apropiación privada de T es ¿jí
derecho de i. Pero la definición del derecho de propiedad loekeario
tiene m ás implicaciones: im aginem os, por co m o d id ad , que sólo hay
dos individuos, i y j , que viven en T; es decir, T es to d a la tierra $
que d isponen i y j . Im aginem os ahora que i se ap ro p ia de T. pa|
bien: esa apropiación será tam bién lockeanam ente legítima (/' tendrá
«derecho» a ella), si i cultiva T con ayuda de j com o asalariado, y
el salario de j —medido en productos cosechados en T — es igual o
m ayor q u e la masa de bienes naturales espontáneos que j recolect!
ba en T antes de que / se la ap ro p iara .54 E sta implicación della
definición Iockeana de la legitimidad de la apropiación privada
m uestra con claridad m eridiana cóm o se pierde la noción clásica ^
libertad con la cultura m oderna: pues es muy notable que no entre
en la reflexión norm ativa de los sedicentes lib e ra le s 55 la posibilidad
f-I
54. O bservem os ah o ra algo q u e m ás adelante se rev e lará como decisivóiji
p u n to c ru c ia l en la posición de L ocke es qu e el único m o d o d e resolver los conflict«
h u m an o s d e intereses es conseguir que la in terd ep en d en cia económ ica de ellos:»
tenga la e s tru c tu ra de un jueg o de sum a cero; que lo q u e u n o s ganen no venga dele
que o tro s p ie rd e n . Y el m e rcad o y los derechos de p ro p ie d a d le parecen el mtét
ad e cu a d o p a r a rom per las estru c tu ra s antagónicas de in te ra c c ió n . : ||¡
55. E so aclara la ap a ren te inconsistencia de que L o c k e fu era el redactor deí
co n stitu c ió n esclavista del E sta d o de V irginia (y él m ism o ac cio n ista de una coójS
nía esclav ista). (La anécdota está c o n ta d a p o r S erg e-C h risto p h Kolm en su espléní
do libro rec ien te Le liberalism e m oclerne, PU F , P arís, 1984, p . 95.) Si uno piensa 'írfL
com o sig u ien d o a'L o ck e piensa h oy en día R obert N o zick , q u e «la cuestiónenle»
es si u n a ap ro p ia ció n de un o b je to no poseído em p eo ra la situación de otrosí
(A n a rc h y , S ta te , and Utopia, op. cit. p. 175) y mide la « situ a c ió n de otros» sólo jw
la c a n tid a d de bienes m ateriales a su disposición (o in c lu so , aunque eso llevad!
tiem po a rg u m e n ta rlo , por la u tilid a d ), entonces, en d e te rm in a d a s circunstancias,^
esclavitud p u e d e ser «legítim a», a saber, cuando la m a n u m isió n del esclavo es;pw
(p ro c u ra m e n o s medios m ateriales de vida, p o r ejem plo) q u e el mantenimiento,djlá
cadenas. Y así es como ju stific a Locke la esclavitud: el esclavo es prisioneró¡áj
guerra (de g u e rra colonial, evidentem ente); com o tal está c o n d e n a d o a muerte;;po<
la esclav itu d es m ejor que la m u e rte. Evidentem ente, N ozick no aceptaría la«¡gag
tud en n in g ú n caso; pero entonces debería reconocer q u e el «crucial point» no,«|
de L ocke, sin o o tro (por ejem p lo , el de la self-o w n ersh ip n o z ik ia n a , ya comentad|Í
de que J’ aun A te n ie n d o 1 un salario que iguale —o m ejo re— la
i||§tj(}ad de bienes p o r él recolectados en T antes de su apropiación
IfSt/1-; no quiera depender para su subsistencia de i, se niegue, esto
|p jjip erder su lib e rta d . Su libertad en sentido republicano, eviden-
lalente. Pues, en efecto, la dependencia respecto de o tro particular
IJpyez de respecto del todo, del com ún o del Estado) es para el
republicanism o la negación m i s m a de la libertad. Dice Rousseau:
La seco n d e relation [la re la ció n p ropiam ente civil] est celle des
"membres e n tre eu x , ou avec le c o rp s entier; et ce ra p p o rt d o it être au
-premier ég ard aussi petit, et au sec o n d aussi grand q u ’il est possible;
/en sorte q ue c h a c u n citoyen soit d a n s une parfaite in d épendance de
-tous les a u tre s, et dans une excessive dépendance de. la cité: ce qui se
'ait toujours p a r les mêmes m o y e n s ...56
criticada en el capítulo a n te rio r). (P ara una c rític a ejem plar del carácter instrum ental
sdejí «libertad» Io ckeanó-nozikiana en rela ció n con su « p ro p ietarism o » , cf. Cerald
Cohen, «Sel f-o w n ers hip , W orld-O w nership, a n d E quality», en F ran k L ucash (ed.),
^Justice and Equality H e r e a nd N o w , C o rn ell U niversity Press, Ith ac a, Londres,
:;Í986,,pp- 126 ss.)
5§|p56; Contrat so c ia l, X II, II (p. 271 de la edición citada). N otem os un a im plica
ción no obvia del « in dependentism o» rep u b lican o . Éste sería difícil de entender
d « d e el punto de v ista de la racionalidad q u e el m ercado pone en o b ra . E n efecto,
ÍUMífespuesta liberal a la voluntad rep u b lican a de no depender de o tro particular
sería decir que lo q u e o cu rre es que no se ha o frecid o al individuo rep u b lican o un
p re c io suficientemente a lto para com prar su d ep endencia (dada la « tasa m arginal de
■sustitución de bienes» del individuo en cu e stió n ); si le ofrecem os u n a cantidad de
bienes materiales (o de lo que sea) lo suficien tem en te alta, el individuo d ejará de ser
re p u b lic a n o , venderá su independencia. P o r lo ta n to , concluirá el lib eral, no hay
p ro b le m a . Eso ocurre p o rq u e nuestro liberal no im agina que pueda h aber lo que en
:la«teoría económica se llam an «preferencias n o arquim edeas», las cuales, en efecto,
son incompatibles con las «curvas de in d iferen cia» con que norm alm ente se describe
inconducta del co n su m id o r en el m ercado. P e ro precisam ente el valor que el repu
blicano concede a su in d ependencia tiene q u e ver con la estructura no arquim edea o
l e x i c o g r á f i c a » de sus preferencias. (U na e s tru c tu ra lexicográfica de preferencias se
puede definir del m odo siguiente: el co n ju n to de bienes ( x t, y¡ ) es lexicográficam en-
••^Preferido al co n ju n to j x2, y 2 ) si y sólo si se cum plen las siguientes condiciones:
1 X[ > x2; o
s‘ X| = x 2> en to n ces y t > y2
ÿdjÿ;En donde el signo « > » significa, co m o de costum b re, «es preferido a» . Eso
sjJSSí?. decir que, p o r m u ch o que suba y 2 n u n ca conseguirá invertir el orden de
i i l í l í encias m¡entras x, siga siendo preferido a x2. E videntem ente este sería un caso
extremo de preferencias lexicográficas; las preferencias no arquim edeas con que
Pero la libertad liberal, como la absolutista, tiene un valor me
ramente instrumental:57 la libertad liberal es sólo libertad para po-?¡
seer privadamente y para intercambiar bienes en el mercado, y pasa
po r buena sólo en la medida en que promueve el bienestar material,
en la medida en que multiplica los «frutos de la industria» humana,
no porque ella misma sea en sí un valor fundamental en el que ha!
de echar sus raíces el bien privado, la buena relación de los indivu;
dúos consigo mismos, entre sí y con los bienes materiales: esta es
otra consecuencia de la pérdida moderna de la noción de bien
privado. La inexistencia de éste es sólo camuflada con la definición
de unos derechos individuales cautivos, como la razón inerte moder
na, de las pasiones, puestos a disposición de ellas, y así, al servicio*
de la infelicidad de los individuos, de la explotación de unos por
otros y de la dependencia opresiva de unos respecto de otros. Nadie
ha expresado m ejor que el joven M a rx en La cuestión ju d ía (1844)
el horror que la cultura clásica ha de sentir ante esta demasía mo
derna:
suelen tra b a ja r los e c o n o m istas son más re a lista s al in co rp o rar « u m b rales de satura-.
ció n » , valores c o n s ta n te s a partir de los cu ales se fijan las p referencias lexicográfi
cas. C f. N icholas G eorgescu-R oegen, A n a ly tic a l E conom ics, H a rv a rd University
P re ss, C am bridge, M a s s ., 1966, pp. 198 ss.) L a célebre d iatriba c o n tra el capitalis
m o , p o rq u e co n v e rtía en valores de cam bio v a lo re s tradicionales co m o la am istado
el a m o r, que se h a lla en el prim er libro de E l C a p ita l tiene que ver c o n eso, con el
republicanism o de M a rx y con la « d eslexico g rafizació n » de las e s tru c tu ra s de prefe
ren c ias que im plica la «m odernización» e c o n ó m ic a . T am bién p u ed e interpretarse
co m o racionalidad lex ico g ráfica (id est, b a s a d a en preferencias no arquim edeas) la
W ertrationalitat q u e M ax W eber im putaba a las sociedades trad icio n ales contrastán- ;
d o la con ¡a Z w e c k ra tio n a lita t m oderna (b a sa d a en estructuras no lexicográficas de
preferencias).
57. Véase la n o ta 76 del capítulo III.
58. M E W , I, p . 370. A precíese la n o ta b ilís im a fórm ula: « ser liberado dd
eg oísm o» («vom E g o ism u s befreit w erden»). E s la virtu d socrática la qu e está ha:;
b la n d o aquí; M arx q u ie re un orden social q u e p e rm ita a los hom bres liberarse de la -,
Sea como fuere, es obvio que, sin hacer frente a las pasiones,
renunciando a la virtud y —a diferencia del absolutismo— sin bus
car un equivalente funcional de ella, el liberalismo muestra una vía
distinta para solucionar el dilema del prisionero generalizado, para
conseguir la «armonía» de la vida social. No es la suya, ciertamen-
íte, una «armonía» basada en la agregación de «bienes privados»,
pero es «armonía» en el sentido de que promete solventar los con
flictos entre los individuos promoviendo el «interés» de cada uno
de ellos tal como es, sin aspirar a cam biarlo.59 Basta con reconocer
un sistema de derechos naturales de propiedad y con dejar actuar al
mercado para que la condición de irrelevancia desaparezca y los
hombres, por viciosos y privados de bondad que sean, se pongan a
trabajar en interés de todos constituyendo un orden social no me
nos equilibrado y armonioso que el orden que vemos todos los días
en el libro que la naturaleza tiene abierto ante nuestros ojos. El
orden social natural anhelado por la vieja Stoa parece al alcance de
la mano; y lo que es más importante, sin necesidad, no ya de virtud
estoica (que el pórtico mismo, como hemos visto, separaba de su
doctrina política), sino incluso de o ikeiosis, de apetito de sociedad
de los hombres. Un orden social natural amigo del concepto cristia-
IV .tu . E xc u rsu s: m e r c a d o y v ir tu d
63. P a ra el jueg o del dilem a de! prisionero contra los propios yos futuros,
véase el ca p ítu lo II.
64. P u e s la función de utilidad q u e describe el descuento del futuro en el
individuo ra c io n a l del que parte la te o ría económ ica no pued e ser «irracional», no
puede d esco n tar el fu tu ro más allá de lo razonable dada la esperanza de vida del
individuo, y a d e m á s debe ser in te rtem p o ra lm en te consistente, es decir, la curva de
descuento del fu tu ro debe ser ex ponencial (descontando un d eterm in ad o tanto por
ciento por u n id a d de tiem po). Sin em b a rg o , la psicología económ ica empírica ha
No hay nada, en efecto, en la teoría económica estándar que
nos permita hacer la hipótesis de que todos los miembros de P'
trabajarán desde el primer momento con dedicación en su parcela
de tierra. Pero se le puede echar una mano con la siguiente conje
tura: una vez introducidos los derechos de propiedad y la libertad
de intercambio económico, sólo aquellos miembros de P que culti-
ven abnegadamente su parcela de tierra sobrevivirán a las presiones a
del mercado; mientras que los perezosos serán barridos por él,
perecerán (pues no tienen ya medio de sustentarse fuera del inter
cambio económico entre egoístas). Así, el mercado hará las veces
de filtro selectivo que retendrá la autodisciplina y eliminará la mo
licie.65 Es decir, a largo plazo, el mercado acabará produciendo
individuos capaces de resolver el dilema del prisionero contra si
mismos, individuos capaces de comportarse con una tasa racional
de descuento del futuro personal.66 Podemos, entonces, resumir asi
la posición liberal, una vez reforzada con este últim o argumento-
«evolucionado»: los derechos de propiedad y el mercado resuelven
67. O bservem os que para llegar a esa conclusión no h a sido necesario averi
guar nada sobre los episodios internos del a lm a del ho m o o ec o n o m icu s, su psique
sigue siendo un m isterio . Desde el p unto de vista del argu m en to u tiliza d o sólo puede
predecirse que su co n d u cta irá ajustándose a la « rac io n alid ad » , en te n d id a co m o una
tasa de descuento del fu tu ro personal que p u e d a describirse con u n a fu n ció n expo
nencial. Pues, en rea lid ad , la imagen c a lc u la d o ra de lo qu e p o p u la rm e n te se conoce
como homo oeco n o m icu s no es la del tip o id e al de los eco n o m istas, q u e renuncian
al estudio de las m otivaciones individuales y d e la génesis de la e stru c tu ra de las
preferencias de los com petidores en el m e rc a d o ; esa im agen c a lc u la d o ra , qu e incluye
una percepción — po r prim itiva que sea— de la vida interior del ag en te económ ico es
más bien la del h o m o oeconom icus so c io lo g icu s, la del tip o ideal de los sociólogos
dé la economía, el tip o ideal de Max W eber, d e W erner S o m b art, de G eo rg Sim m el.
Ellos, no los econom istas «puros», han e s tu d ia d o la natu raleza del su stitu to m o d er
no de la virtud clásica.
68. Cf. H alévy, op. cit., p. 16.
69. Véase al respecto A. H irseh m an , L a s p a sion es y los intereses, op. cit.
"70. Por eso h a podido escribir M arx en los M anuscritos ec o n ó m ico -filo só fi-
Los individuos cuya interdependencia económica está basada en
el mercado utilizan, de hecho, a éste como ligadura externa de sus
preferencias personales de segundo orden. Aunque ellos mismos,
por desconocerse a sí propios, no consiguen realizar sus preferencias
personales de segundo orden (id est, romper la estructura de dilema
del prisionero respecto de sus yos futuros), la presión externa que
los demás ejercen sobre ellos a través del mercado restringe su
conjunto de oportunidad dejándoles como únicas opciones accesi
bles aquellas que implican una tasa de descuento del futuro perso
nal compatible con su supervivencia en el régimen de economía de
eo s (1844) que «esta ciencia [la econom ía política d e su tiem po] ... es al mismo
tie m p o la ciencia de la ascesis, y su verdadero id eal es el del avaro ascético, pero
ex u b e ran te m en te u su rero , y el del esclavo ascético, p ero productivo. Su ideal moral«
es el del trabajador q u e lleva u n a parte de su sa lario a la caja de ah o rro s ... Por eso
la e c o n o m ía , a pesar de su apariencia m u n d a n a y placentera, es u n a auténtica;
cien c ia m oral, la m ás m o ra l de las ciencias. L a a u to rre n u n c ia , la ren u n cia a la vida
y a to d a s las necesidades h u m a n as constituye su en señ an za central. C u a n to menosi
c o m a s y bebas, c u a n to s m enos licores com pres, c u a n to menos vayas al teatro, al.j
b a ile , a la ta b ern a, c u a n to m enos pienses, am es, te o rices, cantes, pintes, luches, etc’¿i
ta n to m ás ahorras, ta n to m a y o r se hace tu te so ro al que ni polillas ni herrumbre-
d e v o ra n , tu capital. C u a n to m enos eres, c u a n to m en o s exteriorizas tu vida, tanto.;!
m á s tienes, ta n to m a y o r es tu vida enajenada, y ta n to m ás vida e n a je n a d a almace-ji
ñ a s » . (M E W , E rg á n z u n g sb a n d , 1, p. 549.) M arx p resen ta, pues, a la «virtud» qu¿?J
re su lta de la teoría ec o n ó m ic a com o una « v irtu d » p seudoestoica de la renuncia, y leí
o p o n e una m oral e u d a im o n ista de tipo epicúreo. ¿ P o r qué «pseudoestoica»? Porque!
n u n c a p odríam os p re se n ta r com o estoica (el clasicista Or. M arx m enos que nadiejj
u n a « v irtu d » que lo fía to d o al «tener» y n ad a al « se r» , una «virtud» basada en la?!
c o m p u lsió n y el d esco n o c im ie n to de sí. D os p ág in as m ás adelante (p. 551), y muyí!
significativam ente, c o n tra p o n e M arx la m oral d e la econom ía a la retórica moralj
v ig en te para c o n fu ta r — socráticam ente— a las d o s: «L a m oral de la economía^
política es el beneficio, el trab ajo y el ahorro, la sobriedad; pero la economía poféf
tic a m e prom ete sa tisfa c e r m is necesidades. L a ec o n o m ía política de la moral es;lá§
a b u n d a n c ia de buena co n cien cia, de virtud, e tc ., p e ro ¿cóm o puedo ser virtuosoa|
n o soy; cóm o p uedo te n er bu en a conciencia si n o sé nad a?» . Vale la p en a detenerse^
un m o m en to aquí p a ra ap re cia r la fuerza del a rg u m e n to de M arx. É l acusa a la:
« m o ra l» de la ec o n o m ía p o lítica de no poder c u m p lir su prom esa de satisfacer niig
necesidades, y a la « m o ra l» vigente, de no p o d e r cu m p lir la suya de proporcionar^^
a b u n d a n c ia de « v irtu d » y « b u en a conciencia». P e r o am bas acusaciones están relaci(|S
n a d a s. ¿P o r qué n o p u ed e cum plir su p ro m esa la econom ía política? Porque
in d iv id u o que no se c o n o c e a sí mismo, e m p u ja d o com pulsivam ente p o r las fuerztttji
del m ercado a la p o se sió n , al trab ajo y al a h o r r o , ten d erá a una ta sa de descueittój
del fu tu ro personal igual a cero: es decir, su co n su m o presente será cero, todo: loJ
rese rv a rá para el « f u tu ro » ; pero com o el « fu tu ro » está hecho de la agregación-^
mercado.71 No se trata, pues, de que el mercado y los derechos de
p ro p ied ad promuevan la «virtud» personal, sino que, en el mejor
de los casos, actúan como mecanismo social que torna inaccesibles
muchas de las opciones privadas más alejadas de aquellas que un
hombre «virtuoso» escogería.
De nuevo vemos aquí como el éthos moderno, al perder la
libertad clásica, la libertad «interior» socrática, sólo puede conceder
v alor instrum ental a la «libertad de elegir». En la nota 76 del
capítulo III mostramos, por la vía del ejemplo, cómo el absolutis
mo político corrompió el concepto clásico de libertad: suponíamos
'allí un conjunto (exterior) de oportunidad E — { x,, x2, x3 } en el
qué el individuo, considerando todas sus razones, tendría que elegir
XiV Pero en e* cl ue siempre mostraba una tendencia irrefrenable a
elegir x3; el filósofo absolutista no podía ver la diferencia, en cuan
tío a libertad personal, entre el individuo que en esa situación elige
E y el individuo que elige x, € E ', siendo E '= { x,, x,} tras haber
Teíiminado el soberano x3 del prim itivo conjunto de oportunidad del
mÜividuo. Pero veamos la sorpresa que nos reserva el liberal; le
podemos imaginar perfectamente diciendo: «el soberano no debe
Miniscuirse en el conjunto de oportunidad del súbdito (mientras x3
“ijo dañe directa o indirectamente a otros, y si daña no debe decidir-
-lo el soberano, sino los mismos afectados, o la “ opinión pública” );
hay que dejar que nuestro individuo escoja libremente x3 si esta es
su tendencia irreprimible; si lo hace, ya se encargará el mercado de
eliminarle». Es decir, el mercado actúa restringiendo de hecho tam-
íjbiéh el conjunto de oportunidad de los individuos,72 haciendo, en
v
ífmomentos presentes, tenderá a no consum ir nada nunca, te n d erá, esto es, a lo que
SMarx llama «la renuncia a la vida y a to d a s las necesidades h um anas». Sólo un
phróñimos puede evitar eso, m as p a ra serlo hay que conocerse m uy bien a sí m ism o.
^(Recuérdese la reconstrucción co n c ep tu al de la phrónesis realizad a en el capítulo 11.)
g^érojeso es lo que no perm ite el ac o so a que las fuerzas del m ercado someten al
'ímdiyiduo. El individuo que carece de phrónesis está co n d e n a d o inevitablem ente a
í-|ostílar compulsivamente entre u n a ta sa de descuento del fu tu ro personal hiperbólica
tritértemporaImente inconsistente) y u n a tasa cero de d escu en to del futuro. Y esos
precisamente los individuos rea lm en te existentes en n u estra s sociedades altam en-
gt&jntostrializadas de occidente, según enseña la psicología económ ica em pírica de
|ímiestros días.
Pero, por lo dicho en la n o ta anterior, oscilante siem pre entre la tasa
gl^Pwbólica y la tasa cero.
p p 7 ? . Repárese en la arg u m e n tac ió n de algunos liberales radicales en favor de la
@!#Slización de la heroína: el ind iv id u o es propietario de sí m ism o; p o r consecuencia,
nuestro ejemplo, que las únicas opciones accesibles sean x , y .jj
que el conjunto de oportunidad del individuo se reduzca a E '. En?e¡
m ejor de los casos (que es el que estamos considerando sienip((
aquí),73 el mercado puede disciplinar al individuo, substituir ápjj
complementarse con, el sobreeego autoconstrictor cristiano —o de
tipo que fuere— ; también puede, más sencillamente, «eliminarle^
pero no liberarle, no substituir a la virtud socrática como medio d(
salud psíquica, como partera de la armonía de la personalidad hit
mana, como autoconocimiento y autorredención. Por eso es,
efecto, pertinente hablar de enlightened self-interest o de amour-pj-$
p r e éclairé, y no de «bien privado», en la cultura política liberal
moderna.74
Observemos, para acabar esta sección dedicada a la «identificó
ción natural de los intereses particulares», dos consecuencias que ss
siguen, con lo que llevamos dicho, de la personalidad del homo
oeconom icus (o, para ser más exactos, del h o m o oeconomicus so-
ciologicus). La primera es que un sujeto atado por la disciplina dé!
tie n e derecho a hacer con sig o lo que quiera m ie n tras n o cree externalidades negativa!
a los d em ás (este segundo p a s o del argum en to su p o n e , dicho sea de paso, que toda
lo s d em ás son indiferentes al espectáculo de la d eg rad ació n del ad icto , que és<
esp ec tác u lo les deja fríos, q u e no crea por sí m ism o externalidades negativas); ade
m á s, la disciplina del libre m e rc ad o ya se en c arg ará p o r sí sola de que esta conducta
n o p ro life re m arginando a los adictos (no hace fa lta qu e el m ercado los «eliminé»;
d e eso se encarga el « c a b a llo » ). (C on lo qu e n o se h a criticado la propuesta dt
leg alizació n , sino sólo un tip o de argum entación en fav o r de ella.) - . -,í|
73. Pues nuestro tr a b a jo es fu n d am e n talm en te la exploración de la lógica-di
los concep to s, y estam os dispuestos a concederles de buen grado todo —o casi
to d o — lo que su lógica p erm ita. ■
74. Este enlightened self-interest im plica lo q u e a lo largo del siglo xvía
em p e z ó a conocerse co m o « m a n eras» , el su stitu to burgués de la virtud clásica.íH
tr á f ic o social m ercantil req u ie re «m an eras» , sen tid o del «trám ite» social (como diría
O rte g a ), el egoísmo d e sn u d o es c o n tra p ro d u c en te, h a de adornarse y vestirse, d
in d iv id u o ha de a u to c o n tro la rse , la represión de sus p ro p io s im pulsos es condición
n ec esaria de su éxito social. S obre «virtud» y « m a n e ra s» , cf. J. A . A. PococlS
« V irtu es, rights, an d m a n n ers: A m odel for h isto ria n s o f political thought», recogí;
d o en su volum en, ya c ita d o , Virtue, C om m erce, a n d H isto ry, capítulo 2. De mucho
in te ré s es tam bién (en u n a trad ició n intelectual co m p letam en te distinta de la de
P o c o c k ) la obra m aestra del h isto ria d o r y so cio ló g o N o rb ert Elias, Über den Proven
d e r Z ivilisalion. S o zio g en eíisch e u nd psych o g en etisch e U ntersuchungen, 2 vols., 0^
cit. O b jetiv o por él perseg u id o es, precisam ente, la descripción histórica de la «tráñfj-
fo rm a c ió n de las constricciones ajenas in te rh u m an a s en autoconstricciones intrato;
áihri
m a n a s» , controladoras de lo s «im pulsos afectiv o s» (vol. 1, p. LXI).
Cercado puede asignar m uchos recursos psíquicos a la exploración
lj|j inundo exterior, y al revés, la misma presión del m ercado le ha
¿e llevar a asignar poca energía psíquica —po ca «lib id o » — a la
g ¿ oración del mundo interior, al conocim iento de sí: casi to d a la
«libido» está, pues, a disposición de la investigación de la realidad
circundante con el objetivo de liberar a los individuos de las cons-
Iflbciones inform ativas externas, incluso de am p liar el conjunto de
tdpbftunidad exterior y de m e jo ra r las condiciones am bientales de la
¡¡acción de los individuos .75 El m ercado fu e rza a los sujetos a esa
a s ig n a c ió n desigual de recursos psíquicos blandiendo la am enaza de
^ elim in a c ió n por «selección natural». Eso tiene com o corolario,
desde luego, el maravilloso desarrollo de la c u ltu ra científica euro
pea moderna y su consiguiente triunfo sobre la n a tu ra lez a ;76 pero
también el subdesarrollo de la «ciencia y de la técnica del alm a», y
>Ía consiguiente proliferación de la m iseria psíquica en la era de la
«conquista del espacio». La segunda consecuencia es la heteronom ía
jfynrial de la acción hum ana en una sociedad reg u lad a p or el mer-
&cado: por lo pronto, como se acaba de m en cio n ar, el m ercado
t-fuérza a una asignación desigual de los recursos psíquicos de los
hombres; pero además, el m ercado (com binado con la propiedad
g , — 0OM ÊNECH
republicanos: «vosotros, en la práctica, no podéis; vuestra virtud es
la de la guillotina, vuestra libertad es el reino del Terror». Y hay
que reconocer que, aun viéndose en la necesidad de proceder a una
recom posición política indirecta de la «identificación natural de los
intereses particulares», al liberalismo aú n le quedan argumentos
p a ra presentar al capitalism o como un reino natural de la gracia.
VC'
Ca p ít u l o V
é-
del r e i n o a r t i f i c i a l d e l a g r a c i a a l
REINO n a t u r a l d e l a g r a c i a
•
Súbditos
C2
Ai ( 2 , 1 ) (4,3)
Soberano
C, ( 1 , 2 ) ( 3 , 4 )
T a b la V .l
y'-ii. El l ib e r a l is m o p o l ít i c o c o m o j u e g o
¡V DEL REINO NATURAL DE LA GRACIA
’ ’V 7; O bservem os un detalle im p o rta n te: en este juego, las p referen cias del so b e
rano '>e enfrentan a las de los súbditos de un m odo distinto a c o m o acontecía en el
juego del reino de la gracia del capítulo I entre Dios y sus c ria tu ra s racionales. P u es
las preferencias de las criaturas racionales eran preferencias estricta m e n te in d iv id u a
les; en cambio, las preferencias de los sú b d ito s son, p ro p iam en te h a b la n d o , preferen-
cias.sociales de segundo orden, son las preferencias que el co m ú n de ¡os súbditos
iJree que todos deberían tener —incluido él m ism o— . Q ue sean preferencias indivi
duales (sobre lo que uno cree que ha de hacer) o sociales (so b re lo que uno cree que
’’aa de hacer todos) no tiene aquí n in g u n a im portancia, p e ro y a verem os que tiene
una importancia decisiva en el pró x im o ju eg o , en el juego del rein o n atu ral de la
gracia.
ficación histórica siguiente: las largas y recurrentes guerras entre
monarcas absolutistas, con objeto de anexionarse nuevos territorios
de ampliar la escala de la producción de bienes piiblicos y abaratar
su coste, tuvieron como efecto lateral perverso el aum ento, a lo
largo de los siglos xvi, xvn y x v m , de esos costes h asta lo insopor
table .8 La presión fiscal llegó a un punto en el que los súbditos
tenían que percibir que no se podía ya vivir «cóm odam ente» sin
ejercer algún tipo de control sobre la autoridad política —particu
larmente sobre sus rentas y gastos, y sobre su política «exterior»—
sin realizar una auditoría pública de la fábrica de bienes públicos
(No es casual que el iusnaturalism o grociano surgiera preocupa
do por el hundim iento de la vida internacional y tuviera a la vez
una concepción tan universalista del derecho: las norm as del dere
cho natural vigen con tal generalidad para Grocio que —literalmen
te— «ni D ios» puede saltárselas. Ni es casual tam p o co que la im
pugnación m ás sostenida y firm e del poder soberano tuviera lugar
en el suelo más castigado por la guerra: alem ana es la tradición
«monarcómaca» de oposición a la «razón de E stad o » y a los arca:•>
na impeñi, alem ana la tradición de las vindiciae contra tyrannos,
alemán es A lthusíus y su derecho de resistencia del pueblo. Todos
ellos anteponían la «dignidad» a la «com odidad». Y el liberalismo
político, con su insistencia en el «imperio de la ley » 9 y en el «prin
cipio de publicidad» del poder político es una versión secularizada
de esa poderosa corriente iusnaturalista de los siglos xvr y xvn.)'?.
De m odo que los súbditos «liberales» tienen a h o ra esta estruc
tura de preferencias: C,C, = 4 > A,A, = 3 > A,C 2 = 2 > C,A 2 = 1.
Subditos
O2
Ai (2,3) ( 4 ,2 )
Soberano
C, (1.1) (3 , 4 )
T a b la V .2
T a b l a V .3
dos que ella), pero eila m ism a no es dom inante, no lleva siempre al
ju g ad o r de colum na a m ejores resultados que las otras tres. La
solución del juego, pues, no es inm ediata. O curre, sin embargo,
que, p u esto que el ju g ad o r de fila tiene una m etaestrategia dominan
te, la m atriz decisional queda reducida, p a ra el jugador de colum
na, a la fila donde se halla esa m etaestrategia, es decir, a la fila
tercera (em pezando por arriba). El problem a del jugador de colum
na se reduce, pues, a escoger aquella m etaestrategia que le lleva á
m ejores resultados en esa fila, y esa m etaestrategia es, evidentemen
te, «lo m ism o» (A, si A ,, C 2 si C,). Por consiguiente, la solución del
m etajuego es: A,A¡C,A, / «A 2 si A,, C 2 si C ,» = (3,4). Es decir, la
intersección de estas dos m etaestrategias d a com o resultado que e)
soberano utilice la estrategia C,, y los sú b d ito s, la estrategia C¿;
R ecordem os que en el ju eg o del reino n a tu ra l de la gracia la inter
sección de estrategias C ,C 2 = (3,4), y ese e ra el óptim o de Pareto
que queríam os como solución del juego. P u es bien, la negociación
entre soberano y súbditos nos sirve en bandeja esa solución a través
jeJ metajuego del reino natural de la gracia.
£i pacto entre soberano y súbditos parece posible. Ese pacto
rgjh la soberanía es lo que buscaban la fronda de los hugonotes y
luego los «estam entos» en F ran cia, lo que anhelaban los «m onarcó-
jjiacos» alem anes, lo que querían los «moneyed interests» en la
Inglaterra postestuardiana; ese pacto, esa negociación, es lo que
trataba de legim itar la antecedent standing law de Locke, la afirm a
ción, esto es, de derechos previos al contrato de sum isión. De pros
perar el acuerdo, el soberano n o sería ya fuente de todo derecho,
lino más bien m inister legis, servidor de la ley; el soberano no
decidiría ya de m odo incontestado sobre lo que hubiera que consi
derar de interés público, sino q u e tendría que tener en cuenta lo que
el pueblo o p in a ra sobre la utilitas populi. «W ho shall be judge?»,
pregunta Locke en el § 20 del Segundo tratado-, la respuesta es que
«el pueblo» debe juzgar .12 P e ro si el pueblo debe juzgar sobre la
salud pública y debe fiscalizar los medios de que se sirve la autori-
ídad política p a ra prom overla, entonces es dudoso que el poder
retenga la soberanía, .que ésta no vaya a parar al pueblo como
resultado de la negociación en tre súbditos y poder político y se
^disuelva en la ley. Y esta es, en efecto, la prom esa y la esperanza
; Hél liberalismo político clásico: que la autoridad se disuelva en el
derecho como el azucarillo en el agua, que no gobiernen los hom
ares sobre los hom bres, sino las leyes —universales— sobre los
hombres; que las leyes manen de la vertías de la opinión pública
políticamente articulada y no de la autoritas de la corona; que el
Estado no haga callar al D erecho, sino que sea un E stado de Dere-
S'cho.13 Significativamente, la p a la b ra «soberanía» no aparece ni una
/sola vez en to d a la obra escrita de Locke.
. Que la ciudad de Dios venga a la tierra conform ando un orden
! 12. O la « o p in ió n pública». S o b re opinión pública y E sta d o de D erecho,
cf.'Jurgen H ab e rm as, H istoria y crítica de ¡a opinión p ú b lica , trad . cast. de
A. Doménech, G u sta v o Gili, B arcelona, 1981.
' , ¡3. El co n c ep to de Estado de D erec h o (R echtsstaat) procede del liberal prusia
no Robert von M o h l. P ero, significativam ente, los liberales alem anes aceptaron
tyjJMñén L d o ctrin a de los «fines del E s ta d o » del m onárquico Ju liu s von Stahl, lo
gne'es incompatible con el concepto de E s ta d o de Derecho. P u es la ley liberal no
tener fines jurídicam ente relevantes; sólo su form a (universal) lo es. C f. Neu-
natural en el que el suprem o juez sean los hom bres mismos, y s jp f
pilares, los derechos de p ro p ied ad , el m ercado y el Estado de Dere ,
cho: esa es la em bajada «teológico-política» de la apología liberal
del capitalism o. El sistem a de derechos de p ropiedad y la libertad
de intercam bio económ ico garantizan u n a solución al dilema del
prisionero generalizado; el E stado garantiza que esa solución seflÉ
definitiva, que todos la respetarán , y la universalidad de la ley.sjp
cuida de que el Estado no haga sino garantizar esa solución, de que"
sea un E stad o de Derecho. ''SMí
V.ni. L a in c u m p l ib l e p r o m e s a d e l l ib e r a l is m o p o l ít ic o
(V - do m én ech
Y venimos así a la tercera fun ció n de la universalidad de la leyí§
a su función político-ideológica: ocultar el poder político, disolver
las relaciones políticas y sociales de fuerza en relaciones jurídicas'
en u n a palabra: enm ascarar a la soberanía pretextando embridarla
P ues el Estado liberal de Derecho, p o r sí solo, no puede significar^
el trán sito , la extinción de la autoridad política. Que el soberano seí
som eta a la -universalidad de la ley no significa que deje de ser!
soberano: pues soberano es quien decide, no sobre el funcionamien-
to norm al del ordenam iento jurídico, sino quien decide sobre los •:
estados de excepción. Locke, por señalado ejemplo, en su celebre'!
división de poderes, distingue entre el poder legislativo, el poder!
ejecutivo y un m isterioso tercer poder, el foederative p o w er, que, a
diferencia de los otros dos, no se ocupa de asuntos internos, sino de
las relaciones con las potencias extranjeras, de la guerra y de la paz, -
de las colonias y de los tratados internacionales. Locke no puede
hacer valer p ara ese tercer poder la universalidad de la ley, pues, en
ese ám bito, to d o depende de los cam biantes intereses y planes del í
potencial enem igo .18 La autoridad política retiene, pues, con el «po
der federativo», la capacidad para decidir sobre situaciones excep
cionales, la so b e ra n ía .18 Pero Locke hubiera podido h ab lar también!
(y que no lo haya hecho es lo que le reprocha tácitam ente Schmitt,f
el K ronjurist del nacionalsocialismo) del «enemigo interior», de la!;
necesidad de un poder con capacidad p ara hacer frente, mediante el.
estado de excepción, a la secessio plebis. .fa
No corram os, sin embargo, dem asiado, que de nuestros actua-Y
les modelos —el juego y el m etajuego del reino natural de la gracia,!
así com o la resolución parcial del dilem a del prisionero generaliza-,
do a través del m ercado y de los derechos de propiedad— , todavía :
V.iv. T r e s l ín e a s d e r e p l ie g u e p a r a s a l v a r
# AL REINO NATURAL DE LA GRACIA
21. L a pen etració n del m ecanism o del m ercado en los re so rte s básicos de hfs
vida social lo s a rra sa . Es cierto que el d esarro llo d e la eco n o m ía d e m ercado favore-L
ce la le n ta , p e ro progresiva, cristalizació n de algo parecido a los estamentos, las -7
llam adas « co a lic io n e s de distribución» (asociadas al fenóm eno del corporativismo).||
P ero con efe c to s tan negativos p a ra el buen funcionam iento d e la vida económica
regulada p o r el m ercado que la eficiencia de éste sólo parece p o d e r restablecerse i
la d e s a p a ric ió n m ás o m enos tra u m á tic a (guerras, grandes depresiones, etc.) deljg
tejido c o rp o ra tiv o . C f. sobre las «coaliciones de d istrib u c ió n » y el consiguieutc
« reu m a tism o institu cio n al» generad o r de ineficacias económ icas en las economías à g
m ercado d e s a rro lla d a s, así com o so b re la «necesidad» p erió d ica d e catástrofes soqaj||
les p ara ree stab lec er el equilibrio p e rd id o , M ancur O lson, T h e R ise and D eclinef| p
N a tio n s, Y ale U niversity Press, New H av e n , 1982. .
formar coaliciones, reunirse en sindicatos de intereses, construir
lobbies. La única condición de posibilidad que debemos poner a la
fornación de esos grupos es que el coste de adherirse a ellos sea,
para cada uno de sus miembros, in ferio r a los beneficios que sacan
—o esperan sacar— de su adhesión: de otro m odo, el fr e e riding
impediría de nuevo su cristalización. Esto quiere decir que esas
coaliciones serán relativam ente pequeñas y estarán ligadas por inte
reses particulares poderosos, y que puede haber m uchas .22 Todas
intentarán influir sobre el poder político para distraer las decisiones
de éste hacia los intereses de la p ro p ia coalición, no hacia los inte
reses generales de los súbditos. Lo q u e ocurrirá entonces es que: L
O bien el soberano aum entará su p o d er político enfrentando los
intereses de unas coaliciones con los de otras, dejándose así las
manos libres p ara proceder según le convenga (el «pluralism o» de
Hitler: las SS c o n tra las SA, las SA contra el ejército y la gran
industria, el p a rtid o nazi contra las SA , etc.). 2. O el poder político
se dejará influir p o r algunas de esas coaliciones (en detrim ento de
los intereses de las otras, y del com ún de los súbditos), con lo que
fácilmente sus leyes perderán el predicado de la universalidad, y el
temido bilí o f attainder entrará de nuevo en escena .23 Precisam ente
27. F ilosofía de! D erecho, § 279 (ed. citada, p. 329). D e todas form as convie
ne adv ertir el esfuerzo de H egel po r diferenciar su « d ere ch o de gracia» del desacre
ditado Begnadigungsrechtes ab so lu tista. Q ue Hegel q u ie re acercarse al viejo ideal
republicano de la aequitas (o, p o r lo menos, a la p h ila n th ro p ía de los monarcas
helenísticos alabados por la S to a) y no al capricho del so b eran o m oderno (o a la
clem entia de los postreros em p erad o res rom anos), está atestig u ad o por la explícita
crítica que de la grundloser G nade, de la «gracia sin fu n d am en to » , sin criterio,
realiza H egel (en el añadido 173 al parágrafo 282).
28. Recuérdese el p o p u la r chiste de la E spaña de F e rn a n d o VII, según el cual,
con trariad o el m onarca por u n m inistro que aducía la im p o sib ilid ad de una orden de
la co ro n a «porque lo im pide la ley de la oferta y la d e m a n d a » , exigió «la derogación
de esa ley».
||gencias puestas al soberano p o r los com plejos engranajes de la
fidá económica m oderna se reduce a afirm ar que el m ercado es una
constricción sobre el c o n ju n to de o p o rtu n id ad del soberano,
|¡na constricción suficiente (no es preciso com prom eter al argumen
to también con la afirm ación de la necesidad de esa constricción ) 29
para barrer la fila AACA del m etajuego de la ta b la V.3 (la fila
tercera em pezando por arriba ) . 30
t . Pero ¿es suficiente? No lo es. La afirm ación de lo contrario se
lasa- por lo p ro n to , en un m alentendido. Evidentem ente, el poder
político está constreñido por el m ercado, y Steuart y M ontesquieu
tienen razón cuando afirm an la im posibilidad de coups d ’autorité
en ia vida económ ica m oderna. M as ¿qué quiere esto decir? Que
femando V II no podía abolir p o r decreto la ley de la oferta y la
demanda, pero no que F ernando VII no fuera u n soberano absolu
tista aun a pesar de estarle vedados sus prontos tem peram entales,
pues la soberanía política se define por la capacidad (potencial)
para establecer estados de excepción, para —utilicem os una vez
más la espléndida m etáfora— hacer callar al Derecho cuando «la
necesidad es urgente» (Bodino); no por la fuerza (actual) que per
mite prescindir perm anentem ente del derecho, de las leyes univer
sales.
■i-- Para entender bien la lógica del concepto así definido de «sobe
ranía», es útil com pararla con la lógica del concepto de «derecho
de propiedad». Un detentador de un derecho de propiedad sobre el
¡recurso X tiene poder actual p a ra impedir el acceso a X, no de
aquellos que no respetan ese derecho (ladrones, extorsionadores, etc.),
sino de los que lo respetan .31 P ero sobre los que no lo respetan,
nuestro p ro p ietario tiene poder potencial indirecto en la medida en
que podría, caso de sobrevenir el «crim en», hacer caer sobre ellos
el peso del p o d er político que protege su derecho sobre X; y en este
último sentido podemos decir que el propietario tiene «soberanía»
29. Es decir, con la afirm ación de que el m ercado libre es una condición
necesaria de las libertades políticas.
30. Y p a ra b arrer todas las filas q u e responden con A, a la m etaestrategia «C 2
siempre» de los súbditos, es decir, las filas 1.a, 2 .a, 3 .a, 5 .a , 6. a , 8. a, 10.a y 13.a,
empezando p o r arrib a.
;V-:; 3!. P a ra la lógica del concepto de «derechos de p ro p ied ad » , cf. A rlh u r Stinch-
¡córnbe, La construcción de teorías sociales, tracl. cast. de M a rta R ivalta, Nueva
Visión, Buenos A ires, 1970, pp. 183 ss.
sobre X , y que es la existencia de esa «soberanía», de ese podeE
potencial sobre los que no respetan su derecho, lo que le confiere?
poder actual sobre aquellos que lo respetan. ?
A nálogam ente, la soberanía propiam ente d ich a, el poder polítj.-
co, es p o d e r potencial: p o d er p ara decidir si la n o rm alid ad político?!
jurídica h a sido interrum pida, si el caso es de «necesidad urgente»
si el estado de excepción ha de en trar en vigor, si el derecho ha de
callar y h a de hablar la fuerza. P o r lo tanto, la estrategia A, p0r
parte del soberano no im plica necesariam ente u n a conducta arbitra
ria o caprichosa, no im plica el coup d ’autorité perm anente, sino
sólo que el aparato —o algunos aparatos— del E stad o se reservan
la soberanía de una nación, la capacidad, esto es, p ara dar un coup
d ’autorité cuando ellos lo estim en oportuno (o «inevitable»), Y la
racionalidad del soberano le lleva a reservarse la soberanía en todos ‘
los casos, salvo cuando los súbditos no están dispuestos a ello en i
modo alguno (de aquí que la m etaestrategia d o m in an te del sobera
no sea precisam ente A ,A ,C ,A 1), es decir, cuando los súbditos dejan i
de ser súbditos y se convierten en ciudadanos .32
(No es inoportuno reco rd ar entre paréntesis algún detalle intere
sante de la historia de esa racionalidad del p o d er político moderno,
de la llam ad a raison d ’É ta t. A rranca con el M aquiavelo del Prínci
pe —no el de los D iscursos, que es inequívocam ente republicano—,
con aquella virtú disciplinadora de los afectos, con aquella «pasión.,
razonada», calculadora y fría, que el príncipe fu n d a d o r de un nue
vo E stado debía tener p a ra sortear la fo r tu n a (encarnada por sus
lismo inglés clásico resultó compatible con u n a b u ro cracia colonial-im perial —inclui-’;|
das las fuerzas arm adas de su m ajestad— d e proporciones gig an tescas, como elj|
«estado mínimo» de la contrarreform a re a g a n ia n a ha resultado com patible con.d^
mayor esfuerzo m ilitar realizado por los E sta d o s U nidos en toda su historia).
37. Nos ahorrarem os aquí la o tra p re g u n ta : ¿funcionan b ien las relacion«?Í
entre las naciones soberanas? En la era d e la G uerra de las G alax ias y de lasjg
estrategias nucleares de «contrafuerza», la resp u e sta es trágicam ente obvia. ',v**
xistencia de «m ercados de futuros acontecim ientos contingentes»),
«bienes posicio nales», «externalidades», e tc .38 Todos estos «fallos
del mercado» requieren la intervención del E stado, y no siem pre
una intervención legal-universal, sino a m enudo una intervención
«universal-determinada» (Hegel), con «equidad», con particular
atención al caso. ''
b) Pero, aun si esos equilibrios se p ro d u je ra n ,40 en el «núcleo
de la economía hay lu g ar para varios de ellos, hay varios óptim os
de Pareto posibles, y u nos incorporan m ás justicia distributiva que
otros: el que una econom ía de m ercado «real» alcanzara el «núcleo
de la economía» no excluiría autom áticam ente las luchas entre indi
viduos —y coaliciones— para pasar de un punto del «núcleo» a
38. Y casi cada uno de estos conceptos va aso ciad o a un gran econom ista del
siglo xx: Schum peter, K alecki, K eynes, S raffa, P ig o u , H irsch , etc.
39. P o r ejem plo, to d a s las disposiciones legales encam inadas a realizar algún
ideal de justicia d istributiva, h a n de ir m ás allá, necesariam en te, del rule o f law;
tienen que buscar la « eq u id ad » , el tra to igual a los iguales, y desigual a los d esig u a
les (lo cual no im plica n ecesariam en te la quiebra de la universalidad de la ley). Y no
digamos nada de la p osibilidad de que se form en coaliciones de intereses, lobbies,
japaces de influir en la legislación de un país.
v ' 40. Y esos equilibrios se «consiguen» siem pre c u a n d o el interesante idea! m e
todológico del equilibrio gen eral se utiliza perversam ente com o apisonadora ta u to ló
gica. Así argum entan ¡os lla m a d o s econom istas neoliberales: no hay « paro in v o lu n
tario», todo el paro es v o lu n ta rio ; el p arad o es un in d iv id u o a ¡a espera de q u e se le
ofrezca un empleo m ejor, o u n individuo que prefiere el p aro p ara form arse bien y
conseguir en el futuro un em p leo m ejor. O bien: sí hay p aro involuntario, p ero ese
¿paro no es un «fallo del m e rc a d o » ; el parado es un individ u o que busca activam ente
empleo y no lo encuentra p o rq u e carece de in fo rm ació n suficiente para en c o n tra r al
. empresario que le em plearía (y el em presario, a su vez, carece de inform ación p ara
hallar al posible em pleado); se tr a ta , pues, de constricciones inform ativas de la vida
; social, de constricciones q u e a fe c ta n y restringen la eficacia del m ercado, p ero no de
fállos del m ercado m ism o. E tc é te ra . P a ra ver el c a rácter tautológico de este tip o de
razonamientos neoliberales n a d a es m ás útil que ap licarlo s a la «defensa» de aquello
que los neoliberales más d e te sta n (pues, en realidad, p u ed en aplicarse a la d efen sa de
.todo). Defendamos ta u to ló g ic am en te al Estado asistencial intervencionista: es cierto ,
.como dicen los neoliberales, q u e la intervención red istrib u tiv a del Estado en la vida
. económica crea ¡«eficiencias im p o rta n tes; ahora bien, esas ineficiencias se deb en en
su mayor parte a la poca in fo rm a c ió n que ¡lega a los g o b ern an tes sobre las p referen -
i.'ciás de los individuos, así co m o a la calculada d esin fo rm ació n que algunos de éstos
.^proporcionan al E stado; p o r lo ta n to , se trata de u n a constricción in fo rm ativ a,
procedente de la vida social, q u e afecta a la eficiencia de la actividad red istrib u tiv a
^gubernamental, pero no de un « fallo del E stado». C o m o ve el lector, se tra ta de u n a
gSoche en la que todos los g a to s pueden ser pardos o blancos según le convenga al
»espectador.
otro, p ara «cam biar de óptim o». P o r eso Edgeworth — dos año
antes de que naciera Keynes— concluía y a su gran ap o rtació n a b
teoría del equilibrio general con la observación de que «competidor
requires to be supplem ented by a rb itra tio n » . 41 —Ni que decir tiene
que el «arbitraje» tiene que correr a carg o del E stado.— M as si pe)
im possibile hubiera un solo óptimo de P a re to en el «núcleo» de la
econom ía, tam bién sería necesario el « a rb itra je » del E stado: pues é
haber alcanzado «el» equilibrio no excluiría el que, por ser muj
desiguales las dotaciones iniciales de los individuos, m uchos de ello;
no aceptaran tam poco el resultado y se rebelaran contra la «injusti
cia» del óptim o conseguido (el «único posible»). Entonces el Esta
do se vería en la necesidad de intervenir, ya —en el caso e x tre m o -
para sofocar la secessio plebis, o bien p a ra reestructurar el sistems
de derechos de propiedad, y ambos casos suponen, por definición,
una conducta del poder fuera de derecho.
41. M athem atical P sych ics: A n Essay o n th e A p p lica tio n o f M a them atics lo
[he M o ra l Sciences (1881), c ita d o por A m artya S en , « R atio n al Fools: A C ritique oí
the Behavioural F o u n d atio n s o f Econom ic T h e o ry » , recogido en su lib ro Choice,
Welfare, and M easurem ent, Blackwel!, O xford, 1982, p. 84.
( í-^smou- Síoüoieca
42. E s decir, actuarían del m o d o m ás co n tra rio p o sib le al ideal ro u sseau n ian o .
43. L a teoría que analiza las dem ocracias políticas o cc id en tales en esos té rm i
nos es la llam ad a «teoría económ ica de la d em ocracia». T ie n e su origen en el lib ro
de Schum peter, Capitalism , Socialism , and D em ocracy (A lien a n d U nw in, L o n d res,
1961), y fue desarrollada hasta a d q u irir el rango de u n a v e rd a d e ra «teoría» p o r
Anthony D ow ns en su libro A ti E co n o m ic T heory o f D e m o c ra c y , H arp er, N ueva
York, 1957.
44. El perspicaz lector ya h a b rá n o tad o a estas a ltu ra s q u e el « so b eran o » n o
tiene por qué ser un « m onarca»; puede ser el ejército, los servicios secretos y los
consejos de adm inistración de las em presas tran sn acio n ales (co m o en el Chile d e
:1?73), o el «com plejo m ilitar-in d u strial» denunciado p o r el p resid en te E isenhow er
; en su patético discurso de despedida de 1960. U na vez m ás: « so b eran o » es q uien
a tiene poder p ara decidir sobre el e stad o de excepción.
17. — D O M É N E C H
universal4S en la confianza de que, no sólo no entorpecerían
metajuego del reino natural de la gracia, sino que lo llevarían a j |§
conclusión m ás feliz que un liberal pueda im aginar: el soberai^P
racional no ten d ría otro rem edio que renunciar a su soberanía pó|f¡
que los sú b ditos habrían conseguido un procedim iento para ligarse
a su m etaestrategia colectivamente racional. Un procedim iento, cier 'í
tamente, que ha de repugnar al pensamiento político republicano aL
basar el funcionam iento del p o d er político en un fundam ento radi
calmente o p u esto al desiderátum republicano: pues, en efecto, el '
poder no es, en la democracia indirecta liberal, u n a charge onéreu-
se, sino, al revés, una fuente de beneficios para sus posibles deten
tadores (la llam ada «clase política»), y esa es la definición repu.ú;
blicana clásica de la «corrupción» de la vida p ú b lic a . 16 Pero un
procedimiento que, al fin y al cabo, salva aparentem ente lo único-
que un liberal quiere salvar: el juego del reino natural de la ■
gracia.
A parentem ente sólo: porque este último repliegue de la argumen
tación liberal, aun si más sólido y consistente que los dos anterio
res, se presta a objeciones devastadoras. La p rim era, bastante ob
via, es ésta: así como vimos que en la vida económ ica el mercado
mostraba u n a serie de «fallos» inevitables (a raíz de los cuales el
liberal ha de adm itir la necesidad del Estado), así tam b ién , aplicado
a la vida política, el m ecanism o del mercado h a de exhibir esos
mismos fallos. N o es cosa de explorarlos en detalle aquí; hacerlo
nos llevaría m ucho más lejos de lo necesario en el presente contexto
argumentativo. Pero sí harem os un breve inventario: p o r lo pronto,
el mercado político —como el económ ico— es in cap az de producir
«bienes públicos», bienes de cuyo disfrute no puede excluirse a
53. P ara la teoría del duo p o lio espacial d e H o tellin g aplicada a los procesos
políticos, cf. O tto Davis y M elvin H inch, «A m a th e m a tic a l m odel o f policy formu-
¡ation in a dernocratic society», en J ..L . B ernd (e d .), M athem atical Aplications m
P oli tica! Science, A rnolds F o u n d a tio n , D allas, 1966, vo!. II, pp. 175-208. Es de
m ucho interés tam bién el c a p ítu lo VI del ag udo e in flu y en te libro de A lbert Hirsch-
m an, Salida, voz y lealtad, tra d . cast. de E. S u árez , M éxico, F C E , 1974 (edición
original en inglés de 1970), p p . 66 ss. P a ra u n a so fistic a d a crítica del pluralismo de
las «em presas políticas» y de la dem ocracia b a s a d a en el «m ercado político»,
cf. R. F arq u h arso n , T heory o f Voting, Blackwell, O x fo rd , 1969. U no de los objeti
vos del libro es precisam ente u n a defensa, m a te m á tic a m e n te m uy refinada, de la
concepción ro usseauniana de la dem ocracia d ire c ta . F arq u h arso n , adem ás de un
filósofo político radical y de un destacado d isid en te del régim en racista sudafricano,
realizó una de las m ás g ra n d e s aportaciones h a s ta la fecha a la aplicación de la
teoría m atem ática de los ju e g o s al análisis de los p ro ceso s políticos antes de suicidar
se en el m etro de L ondres en 1969.
do económico son desiguales. Com o antes vimos, si el equilibrio
a lc a n z a d o p o r el mercado se sitúa en el «núcleo» de la economía y
eS; por ta n to , un óptim o de P a re to , ese óptimo lo es sólo en rela-
•cj¿n con la distribución desigual inicial de recursos de los individuos.
gn el m ercado político ocurre otro tanto: aun suponiendo que no
Rubiera problem a de provisión de bienes públicos (votos de los
súbditos) o rendimientos crecientes a escala (oligopolización de la
«oferta» política), las em presas políticas partirían con recursos de
siguales, y las que tuvieran a su disposición más dinero, más orga
nización, m ás inform ación, m ás medios publicitarios, conseguirían,
;|jj el «óptim o político de P a re to » , una posición relativa más venta
josa que las otras. Es concebible que un Estado preocupado por el
bienestar social corrija este tip o de injusticia en la vida económica
rfr'ocediendo a ajustes redistributivos, pero ¿quién podría corregirla
:!! la vida política? Sólo los beneficiarios de ella, es decir, los
(menos interesados en ello.
Si ah o ra juntam os a) y b) podem os ver las consecuencias que se
{¡jgrivan de que en un m ercado político haya, a la vez, rendimientos
¿recientes a escala y dotación desigual de recursos: las dos empresas
■|ólíticas con recursos iniciales mayores tenderán, p o r la vía de los
jréhdimientos crecientes a escala, a duopolizar el m ercado político.
lÉsos dos partidos estarán en condiciones de imponer sin demasiadas
dificultades sus program as a la población de votantes (como los
monopolios im ponen sus precios a los consumidores) independien
temente de que a éstos les gusten más o menos —o no les gusten en
.absoluto— esos program as. L a soberanía de la cám ara legislativa
—en el supuesto de que exista tal cosa— no será ya «soberanía
píspular», sino a lo sumo soberanía del duopolio (u oligopolio)
i político que la ocupa. P ero hay más: el poder de las empresas
políticas oligopólicas no es absoluto; ellas dependen en buena medi
da de sus recursos, y por lo ta n to , de las fuentes detentadoras de
{esos recursos, y por lo tanto, de los individuos — o coaliciones de
individuos— m ás poderosos en la vida económica y social y en el
{¡aparato institucional del E stad o . Éstos son el verdadero soberano
{dé-la escena política contem poránea, ellos constituyen la autoridad
.política, o, com o se dice en E spaña con una afortunada expresión
.pppular, los «poderes fácticos», es decir, los poderes que no son
{«legales» ni Dueden serlo, precisam ente porque se reservan la ca
pacidad para hacer callar al Derecho, para decidir sobre los estados
de excepción.54
Ahora podemos contestar a la cuestión an tes planteada: ¿para
qué el mercado político si los súbditos pueden ser «virtuosos», al
menos hasta el punto de esforzarse en depositar su voto? No sirve’
ciertamente, para salvar al juego del reino n a tu ra l de la gracia*
Pero sirve como ficción legitim adora de un o rd en social que, sobre
impedir el «bien privado» de sus com ponentes, ni siquiera consigue
como promete, la armonía colectiva aun recu rrien d o in extremis a
¡os restos de virtud ciudadana que tolera la sociedad moderna
El fracaso intelectual del liberalismo político viene, pues, del
divorcio practicado entre virtud y libertad. Su éxito real, en cambio
de que ha sabido utilizar los rescoldos de v irtu d ciudadana —visi
bles en el comportamiento del electorado— q u e no ha conseguido
apagar el sofocante imperio de la «libertad subjetiva» moderna
para legitimar un sistema de dominación p o lítica y de explotación
económica ante sus propias víctimas. Y el fracaso intelectual y real
del republicanismo revolucionario m oderno á la Robespierre viene,
no de su intento de restauración del éthos clásico, sino, bien ai
contrario, de sus servidumbres «m odernas», d e su impotencia, para
encontrar un concepto de «virtud» (o de «felicidad», o de «liber
tad») capaz de derrotar a la «libertad subjetiva» de la sociedad civil
burguesa.
54. Los partidos obreros de m asas clásicos (so ciald em ó cratas y comunistas)
han utilizado, de ordinario, los recursos prestados g ra tu ita m e n te (virtuosam ente, en
el sentido más genuinamente republicano del térm ino) p o r sus m ilitantes para con
trapesar los poderosos recursos económ icos y b u ro crático -ad m in istrativ o s de las
empresas políticas electorales burguesas y hacerse un sitio en el m ercado político.
Para la inserción de los partidos obreros en el m ercad o p o lítico , inserción que los
autores llaman «lassalleana», cf. A. D om énech, J. G u iu y F. O vejero, «13 tesis
sobre el futuro de la izquierda», en m ientras ta n to , 26, p rim a v e ra de 1986.
SOBRE EL R E P U B L IC A N IS M O «A B SO L U T IST A »
DE RO U SSEA U Y EL R E P U B L IC A N IS M O
«LIBERAL» D E KANT
1. El texto p ro sig u e , sin em bargo: «Si hay alguna sociedad e n tre ladrones y
asesinos, éstos d e b e n abstenerse al m enos, de acu erd o con las observaciones prece
dentes, de robar y d e m a ta r entre ellos» (citad o p o r E. G. W est, « A d am Smith’s
economics o f p o litics» , op. cit., p. 517).
2. E xplotación en el doble sentido siguiente: prim ero, en el se n tid o directo de
acum ulación de p o d e r p o r parte de unos p ara fijar el co n ju n to de oportunidad ‘
exterior de otros, sa c a n d o de ello beneficio p articu lar; y seg u n d o , en el sentido ;
indirecto de los o b stá c u lo s estructurales p u e sto s p o r el sistema so cial a una asigna- .
ción racional de los recursos psíquicos (en tre el co n ju n to ex terio r y el interior áe]:
oportunidad) po r p a rte de los individuos.
3. K ants W erk e, op. cit., V III, p. 366. E n adelante citarem o s a K ant con un:
núm ero rom ano (q u e indica el volum en de esta edición de sus o b ras) y un número
arábigo referido a la pág in a, salvo las referen cias a la Crítica de la ra zó n pura, que :
se harán, com o es n o rm a ], de acuerdo con las respectivas pag in acio n es de la primera >
(A) y de la segunda (B) ediciones. r:
viva e interesada atención los événem ents que llevaron a la R evolu
ción de 1789 (como unánim em ente refieren sus biógrafos), sino que
fue de los pocos grandes intelectuales de la época que no pestañea
ron ante el Terror (fía t ju stitia et p eria t m undus, ¡esa m áxim a
antigua es lo que vino a la memoria de Kant viendo ro d ar las
guillotinadas cabezas ! ) ; 4 el retrato de R ousseau continuó siendo
hasta el final el único ad o rn o de las paredes de su sobrio cuarto de
trabajo, y no hay indicios de que m aldijera seriam ente 5 de Robes-
pierre ni siquiera en la fase contrarrevolucionaria que siguió a Ter-
midor. Y, fuera ya de la anécdota, ¿cóm o encajar en el sistema
ético kantiano el divorcio liberal entre «virtud» y «libertad»?
Si algún sentido tiene en Kant la p a lab ra «libertad», éste es
indisociable de su noción de «virtud». Precisam ente, como hemos
visto ya en capítulos anteriores, cuando Hegel ataca como «m era
palabrería inesencial» al intento m oderno de restaurar la «virtud»,
está dando una lanzada al rigorismo ético de Kant. ¿Es entonces
Hegel más «liberal» que K ant, contra lo que afirm a la opinión
comúnmente recibida? Y si no, ¿qué enigm a esconde la filosofía
política del idealismo alem án, por qué parece desafiar a todos los
esquemas clasificatorios' usaderos?
T En la misma página de la que está to m a d a la anterior cita, K ant
da una prim era pista p a ra la solución de ese «enigma». El proble
ma que trataban de resolver los «seres racionales», nos dice K ant,
sería igualmente solventado por «un pueblo de demonios inteligen-
tes» («ein Volk von T eufeln —wenn sie n u r Verstand hätten— »).
Pues:
4. Más aún: K ant nos re c o n fo rta en la Paz p e rp e tu a con la afirm ación de que
«no perecerá el m undo por el solo hecho de que d esap arezcan unos cuantos m alva-
io s» ( V I H , p . 379).
f-; 5. C om o se sabe, K a n t ha considerado a la R evolución francesa co m o el
primer intento serio, co n scie n tem e n te em prendido, de m o ralizar ¡a vida política. E n
1794, el T error de R obespierre sólo consigue im p resio n arle hasta el punto de h ab lar
. (en la D isputa de ias fa c u lta d e s: V il, 85) de los trem en d o s «costes» que un tal
experimento revolucionario h a llevado consigo. Y to d o esto teniendo en cu en ta la
.censura absolutista en la P ru sia de la época (tras la m u erte del «gran F ritz»). De
«Jotra parte, sobre el am or de K an t p o r Rousseau, cf. E rn s t C assirer, Rousseau, K a n t,
Oß'oethe, Princeton U niversity P ress, New Jersey, 19 70.
m o do en opo sición unos a otros qu e u n o m odera o destruye el efecto"*
ruinoso del o tro ... y se fuerza al h o m b r e a ser un buen ciudadana J¡
ya que no una p e rso n a mora/mente buena.6
6. El subrayado es m ío.
es infringen las leyes, pero no por la «líbre» determ inación de su
; «voluntad pura», la cual debe de legislarse y obedecerse a sí p ro p ia ,
- y no necesita las leyes del E stado.
' .Kant es el primer filósofo postclásico que reintroduce sistem áti
camente la idea clásica de la «libertad in terio r» . Al hacerlo, este
firme partidario de la universalidad de la ley (jurídica) socava la
pretensión liberal de que se pueda disolver al po d er, a la a u to rid ad ,
a 1 1 soberanía, en un co n ju n to de leyes (jurídicas) universales: p o r
que las leyes del Estado, p o r universales que sean, contienen siem -
■pre un resto de coerción, la coerción necesaria p ara que los «dem o-
B?óios inteligentes» se com porten como «buenos ciudadanos»; ya que
los buenos ciudadanos de p o r sí, las «personas m oralm ente b uenas»,
no necesitan la coerción garantizada por esas leyes, y pueden vivir
Kifisin;ellas gracias a su capacidad para ser «libres», es decir, « v irtu o
sos», es decir, «autónom os», es decir, súbdito s de las leyes — o
«máximas»— dictadas p o r su propia v o luntad. En eso, K ant sigue
fielmente a su adm irado R ousseau: «Les lois contiennent les hom -
•nes sans les changer » . 7
Z}'y¿" El más grande filósofo m oderno, cuya filosofía m oral a m enu-
do ha sido m alinterpretada com o mera filosofía del derecho, tiene
una concepción de la. ley inequívocam ente republicana y, p o r lo
tanto, ella desempeña un papel secundario en su ética. No las regu
las juris, no los modos de resolución de conflictos de intereses,
dominan las reflexiones prácticas de K ant, sino la erradicación de
. esos conflictos, es decir, la realización de la m o ralid ad , de la «liber-
tad», de la «virtud», de la «autonom ía» de los individuos. Lo que
Kant quiere no es «contener» a los hom bres, sino «cam biarlos».
Y en eso, su republicanism o es más radical que el de R ousseau.
Píies, al renunciar el ginebrino a la posibilidad de restaurar la
bondad natural del hom bre en su «estado civil», sólo le quedaba el
«buen ciudadano», al que había que «contener» —p ara que fu era
«bueno»— con la violencia de la ley (de u n a «ley universal», p or
’’ cierto, que encarnaba a la universalidad de la «volonté générale»);
en tanto que Kant, por c o n tra , por no renunciar a la posibilidad de
la; bondad moral del hom bre en ningún caso —y menos, com o
f veremos, en el «estado civil»— , aún podía asp irar a «cam biar» a
los hombres para que no hubiera necesidad de «contenerlos». La
VI.i. El j u e g o d e l a v ir t u d r o u s s e a u n ia n a
8. P ues el «ego» media entre las pasiones que rugen en el interior del indivi- '
dúo (su «ello») y el silencio d esap a sio n ad o del «sobreego» ro u sseau n ian o . Pero no
jugador de fila y procederá, en lo que hace a su interacción con
e a ia siguiente ordenación de resultados: A,C; = 4 > C , C 2 = 3 >
£ A2 = 2 > C , A 2 = 1. Es decir, s prefiere, en prim er lugar, dom i
nar incondicionalm ente —sin necesidad de dar «razones» de sus
Órdenes-— a e, y que éste le obedezca sin renuencia; luego prefiere
una situación en la que, aunque él no dom ina incondicionalm ente y
sin necesidad de d a r «explicaciones» al ego, e obedece sin em bargo
a sus «razones»; luego una situación de conflicto abierto entre ego
y.sobreego (la típ ica «neurosis n arcisista» de Freud), en la que éste
se niega a dar «razones» de sus órdenes, y el ego a obedecerlas; por
último, lo que m ás tem e el sobreego es una situación en la que él
mismo se aviene a dar «razones», no pretende una dom inación
incondicional del ego, y éste no obedece a sus «razones».
Por su p arte, el ego civil e será el jugador de colum na (sus
estrategias están, pues, representadas p o r la segunda letra de cada
resultado) y o rd e n a rá los posibles resultados de su interacción con s
del modo siguiente: C,C, = 4 > A ,C 2 = 3 > C,A 2 = 2 > A ,A 2 = 1.
Es decir, e prefiere, en primer lu g a r, una situación en la que el
sobreego explique todas sus razones al ego, y éste obedezca esas
razones; en segundo lugar, e prefiere una situación en la que el
sbbreego le im pone sus preferencias sin explicarle p or qué, y él
obedece; en tercer lugar, e prefiere u n a situación en la que el sobre
ego expone al ego sus razones, pero e no las obedece; y p o r últim o,
lo que más tem e, es una situación en la que el sobreego no da razón
alguna al ego, y el ego no obedece.
El juego así construido intenta c ap ta r form alm ente la idea si
guiente: las preferencias sociales de segundo orden no las form a
autónoma y paulatinam ente el individuo (como en la cultura clási
ca), sino que — com o corresponde a la cultura cristiana— le vienen
a éste, im perceptiblem ente, por un proceso de socialización más o
por ello deja éste de ser un sobreego c ristia n o (cristian o -refo rm ad o , p a ra ser preci
sos), el cual, com o a p u n ta m o s en el capítulo 111 (n o ta 18), no co n stitu y e un criterio
independiente de elección del individuo (las p re fe re n c ia s sociales q ue d efien d e no son
propiamente preferencias del individuo, p re fe re n c ia s que el in dividuo p erciba com o
suyas, sino que co n stitu y e n la im pronta d e ja d a en él por el proceso de socialización
í no definen, pues, un m axim ando del in d iv id u o ), sino que actúa co m o constricción
al conjunto interior de o p o rtu n id a d del su je to : el ego percibe esa constricción inte
rior, y las p referencias personales de se g u n d o o rd en cuyos intereses él defiende
toman en cuenta esa constricción.
menos traum ático, como im p ro n ta suya, y están fijad as com o^¿|l
apósito en su personalidad: eso es el sobreego. E l ego civil roussea
niano es bastante consciente de eso, conoce los p ro p ó sito s del 0-
breego —o al menos su designio— , pero teme a sus p ro p io s ini,
sos «naturales » , 9 a sus pasiones (a su «ello»), tem e que el amour
propre sesgue su juicio y le lleve a la conducta incivil. Quiere pop?
ello, en primer lugar, obedecer al sobreego, pero quiere también, a
ser posible, que el sobreego le explique sus razones y justifique ante
él las preferencias sociales que s representa. E l sobreego, por $u
parte, no se fía de la claridad de juicio del ego, le cree prisionero
del intérêt particulier, y quiere p o r eso, ante to d o , que el ego civil
le obedezca y, a ser posible, ciegam ente, sin necesidad de explicacio
nes. —Dicho de otra forma: el proceso de socialización le ha ense
ñado al individuo a temerse a sí m ism o.
Representemos el juego en form a matricial:
e
C2
Ai (2,1) (4,3)
c, ( 1 .2) (3,4)
T abla V IJ
Juego de la v ir tu d rousseauniana
10. Esto nos da pie p a ra observar varias cosas a la vez. La p rim e ra tien e que
ver con algo ya a p u n ta d o en el capítulo III, a sa b e r, el carácter h ip o stasia d o de las
preferencias de órdenes superiores en la cu ltu ra de tra d ic ió n cristiana: en el ju e g o del
reino de la gracia del c a p ítu lo I esas p referen cias se hipostasían en D io s, y en el
juego del reino artificial de la gracia, en el so b e ra n o . A h o ra , en el ju eg o de la virtu d
rousseauniana, se h ip o stasían en la «volu n tad g e n e ral» . Es ciertam ente in te resa n te
que esa «voluntad general» no se conciba co m o alg o fuera del su jeto , sino co m o un a
voz interior que razona «en el silencio de las pasiones» ; hay un p ro g reso aq u í
respecto de la antro p o lo g ía de H obbes. Y es c la ro q u e Rousseau se acerca al éth o s
clásico; pero esa voz in te rio r no deja de ser a je n a al individuo, él no la reconoce
como propia. —T am poco es propia, sino de D io s, la voz que habla a la consciencia
del cristiano.— Por eso h a b la por boca del so b re e g o .
18. — DOMÉNECH
m ás preciso, de expresarlo sería decir que el desarrollo de la civili„
zación y del lujo im pone una constricción en el conjunto de opor
tu n id a d de e barriendo de la matriz decisional la colum na C 2.)
p a rtir de ese mensaje, R ousseau construye su doctrina política: si el
E stado obliga absolutistam ente a los individuos a comportarse
correctam ente (de acuerdo con el juego de. la ta b la V .l: el juego del
reino artificial de la gracia) y es cierto que el ego civil juega contra
el sobreego el juego de la tabla VI.I (el juego de la virtud rousseau-
niana), entonces el E stad o no está coaccionando a los individuos
sólo para garantizar el bien colectivo, o el «interés general» —como
se lim ita a afirm ar la doctrina política ab so lu tista tradicional—,
sino que íes está coaccionando para g aran tizar su propio bien pri
vado, les está «forzando a ser libres», está com batiendo la constric
ción que el desarrollo de la civilización pone al conjunto de oportu
n id ad del ego em pujándole a la irracionalidad, a la mala resolución
de su conflicto intrapsíquico."
Rousseau puede entonces decir que h a resuelto el «problema
fundam ental del co n tra to social», a saber: «trouver une forme d ’as-
sociation qui défende et protege de to u te la forcé commune la
personne et les biens de chaqué associé, et p a r laquelle chacun,
s ’unissant á tous, n ’obéisse pourtant q u ’á lui-mém e, et reste aussi
libre qu ’auparavan/». Pues al obedecer a la ley qiie la volonté
12. «•■• il fau t convenir q u e le souverain seul est juge de cette im portance [del
bien público]» (C ontrol social, ed. cit., p. 254).
13. V ale la pena som eter a exam en la consistencia de esa « libertad» del ciu d a
dano ro u sseau n ian o . N otem os, p o r lo p ro n to , que en R ousseau hay dos form ulacio
nes distintas del asunto: ia p rim e ra n o prom ete liberar a (o au m e n ta r la libertad de)
los hom bres con el co n trato social, sino sólo dejarles tan libres (o ta n poco libres)
como antes del co n trato . E sta es u n a form ulación consistente con un concepto
clásico de la libertad. Pero la se g u n d a form ulación es m ucho m ás problem ática, e
implica u na corru p ció n del c o n c ep to clásico de libertad. E n efecto, no se puede
forzar a los hom bres a ser libres sin pervertir la noción de libertad en un sentido
instrumental m o d ern o . S upongam os q u e un individuo i tiene unas preferencias de
segundo o rd en (es decir, una m e tao rd en a ció n parcial de sus preferencias de prim er
orden) que, d a d o un conjunto de o p o rtu n id a d exterior E = ( x, y ), deberían llevar
le a elegir x. P e ro i es un akratés: no consigue im poner sus preferencias de segundo
.orden, así q u e siem pre acaba eligiendo y. N uestro hom bre n o es, pues, interiorm ente
libre. P ero el p u n to crucial es q u e nadie pued e forzarle a serlo. Precisam ente, el
arranque del concepto in stru m en tal m od ern o de libertad co n la filosofía política
absolutista divorciaba a ¡a c u ltu ra m o ral m oderna irreversiblem ente del éthos clási
co, según tuvim os ocasión de ver, al descuidar la diferencia esencial que existe entre
la elección de x por i y la elim in ació n de y po r el soberan o . Sería un error, sin
embargo, c o n fu n d ir la intención ro u sseau n ian a de « forzar» a los hom bres a ser
libres con la intención abso lu tista de restringirles su co n ju n to exterior de o p o rtu n i
dad. La restricción del co n ju n to e x te rio r de opo rtu n id ad de i es un acto de coerción
física sin m ayores consecuencias. P e ro la pretensión de fo rz a r a i a ser libre va
. mucho m ás allá, y conlleva una im p o sib ilid ad conceptual: pues consiste en la preten-
1 sión de o b ligar a ; no m eram ente a escoger x, sino a que esco ja x «librem ente», lo
que equivale a darle una orden — conceptualm ente inconsistente— por el estilo de:
«¡escoge x, y escógela por tu p ro p ia volun tad !» . Este tipo de relación p arad ó jica
'entre la a u to rid a d que quiere « fo rz a r a ser libre» a aquellos sobre quienes tiene
poder ha sido p rofundam ente e s tu d ia d o en los últim os años p o r la llam ada escuela
de psiquiatría de P alo A lto. En ese tip o de relaciones (relativam ente corrientes en la
.vida fam iliar: ejem plo típico es el del pad re que ordena a su hijo que sea espontá-
' two, o el de la m adre n o -au to rita ria q u e , en vez de obligar a su hijo a que se cepille
»■‘los dientes ca d a día, pretende o b lig arle a que desee cepillarse los dientes a diario)
. '..basa precisam ente esta escuela su te o ría del «doble vínculo», teo ría a partir de la
seau puede interpretarse consistentem ente en ese m arco: el lujo y ja
abundancia, la m ultiplicación mercantil de las necesidades «artifji
cíales», no corrom pe a la voluntad general, n o debilita o apaga la
voz del sobreego en las conciencias de los individuos, pero lleva al
ego de éstos a la deriva, le saca de su legítim o —y racional (en el
m arco del juego de la virtud rousseauniana)— am our de soi para
hacerle caer en la tram pa irracional del am our-propre. Hobbes diría
que esa es la eterna condición hum ana, y que la solución de la
irracionalidad colectiva p o r ella implicada no es o tra que la erección
del «gran artificio», la entronización del «dios m ortal», del Estado
absolutista. Rousseau, en cam bio —y eso contribuye decisivamente
a hacer de él un republicano— , cree que el E stado mismo está
perdido cuando todos los individuos se entregan al amour-propre
(cuando pocos, si alguno, siguen la estrategia racional del ego);
.VI.n. E l ju e g o d e l a v i r t u d k a n t i a n a
17. Un buen resum en de las controversias alem a n as sobre este punto, en K arl-
Heinz Ilting, «G ibt es eine kritisch e E thik und R echtsphiloso p h ie Kants?», en A rch iv
für die Geschichte der P h ilo so p h ie, vol. 63 (1981), p p . 325-341. La mejor discusión
reciente, con m ucho, de los dilem as de ¡a filosofía p rác tica k an tiana la p ro p o rcio n a
el últim o libro de Y irm iahu Y ovel, K ant and tile P h ilo so p h y o f H istory, P rin ceto n
University Press, New Jersey , 1980.
p o r la «razón», que legisla la conducta del individuo a p a rtir de la
m etaíey universal que es el im perativo categórico: «actúa siempre
sólo de acuerdo con aquellas máximas que tú querrías ver converti
das en leyes universales». O, lo que viene a ser lo mismo: «actúa
siem pre como si las m áxim as de tu acción tuvieran que convertirse
p o r obra de tu v o lu n tad , en ley natural universal». N otem os que el
im perativo categórico es puram ente fo rm al, es «absoluto», incondi-
cionado: no dice n a d a sobre el contenido de la acción de los indivi
d uos. Tam poco dice nada sobre las consecuencias de su acción
v irtuosa (y en ese sentido, es un principio de una ética de la convic
ción o de la intención, no de la responsabilidad, en el sentido de
M ax W eber). Sólo h ab la de la form a legal-universal b ajo la que
debe cobijarse la acción m oral del individuo. Pero si to d o s los
individuos obedecieran a su voluntad p u ra , sí podríam os decir algo
sobre las consecuencias de su acción sin salir del m undo inteligible:
ellos constituirían un «m undo m oral», una «com unidad ética», un
«reino de los fines», com o dice en la G rundlegung der M etaphysik
der Sitten\ o, com o prefiere en la R eligión in. d. Grenzen d. b.
V ernunft, una sociedad «inspirada p o r las leyes de la virtud» («Ge-
selschaft nach Tugendgesetzen»), En nuestro lenguaje, esto equiva
le a decir que en u n a sociedad de individuos que actuaran de acuer
do con un im perativo categórico, en u n a sociedad de «seres racio
nales» (y no m eram ente «inteligentes»), no habría estructuras de
dilem a del prisionero, ni, por consecuencia, necesidad de coerción,
de autoridad, de soberanía, de E stado. Y ese «m undo m oral inteli
gible» es lo que K ant llam a tam bién «reino de Dios en la tierra».
Pero ¿es ese «reino de Dios en la tierra» realizable en la tierra,
es decir, en el « m u n d o empírico», en la «naturaleza»? C ad a indivi
d u o puede, ciertam ente, representarse ese m undo moral inteligible,
puede «verlo», p o r así decirlo, pero el im perativo categórico que ha
de m over a su acción ni siquiera basta p a ra desearlo, la «voluntad
p u ra » del individuo no es suficiente p a ra quererlo: pues ella se
reduce a im prim ir fo rm a legal-universal a todas y cada u n a de las
acciones del individuo, y no tiene n a d a que decir sobre las conse
cuencias de esas acciones, en p articu lar, sobre el resultado de la
interacción de esas acciones con las de o tro s individuos que se dejen
guiar —o no— por su propia voluntad p u ra. Si la ética kantiana se
detuviera aquí (com o lo pretenden algunas historias de la filosofía),
sería una mera ética de la convicción com pletam ente ajena al mun-
-jo, y por cierto que poco interesante com o tal G esinnungsethik.
''pero K ant percibe perfectam ente estas lim itaciones que convierten
al im perativo categórico en un principio inerm e. P o r eso su v erd a
dera doctrina ética no acaba aquí; com ienza aquí,
ó La voluntad pura individual que inspira al im perativo categóri
co no sólo no basta p ara que el individuo se represente y quiera un
mundo m oral inteligible, sino que ni siquiera b asta para que el
individuo se represente un objetivo totalizador de las propias accio-
nes aisladas del sujeto: el im perativo categórico las trata discreta
mente, regula cada una de ellas por separado, pero n ad a dice de las
relaciones entre ellas. A h o ra bien, com o cria tu ra lim itada —« n a tu
ral»— que es el hom bre, necesita una representación que totalice y
Jé continuidad a sus acciones morales, necesita figurarse un fin, un
objetivo para todas ellas, no puede actuar discretam ente sólo p o r
mor de máximas universales; sus acciones tienen que englobarse y
unificarse en un proyecto. Ese fin, ese objetivo que ha de aco m p a
s a r a las acciones, totalizándolas, es el su m m u m bonum , el bien
supremo del individuo, el cual tiene que «sintetizar» al ho m b re
»«inteligible» de la «libertad»,, de la «voluntad p u ra» y de la « v ir
tud» con el hombre «em pírico» de la «naturaleza» , que persigue su
«felicidad». De aquí un segundo im perativo: « o b ra siempre de tal
modo que seas digno de la felicidad». K ant no puede adm itir que la
felicidad determine y sea el motivo ( Triebfeder) de la acción m oral,
¿porque eso sería, según él, tanto como perm itir la «heteronom ía»
de esa acción (su causación fuera de la volun tad p u ra, su carácter
periférico al mundo de la razón y de lo inteligible), pero puede
permitir que esa aspiración del entendim iento del hom bre n atu ral
acompañe, como un p roducto lateral, al resultado de la acción
moral. Interpretado de este m odo, el segundo im perativo categóri
co, encargado de realizar la síntesis entre el individuo inteligible y el
individuo natural, dice así: busca la felicidad, pero sólo como p ro
ducto lateral de la acción virtu o sa.18
tar como efecto lateral de una acción em pren d id a con o tro s p ro p ó sito s; lo contrario
traería consigo una inconsistencia conceptu al. (F orm ulado d e o tro m odo: hay un
mundo accesible en el que yo consigo olvidar x, y ese o lv id o es u n producto de mi
acción; pero no hay ningún m u n d o accesible en el que yo o lv id e x y ese olvido
resulte causalm ente de mi propósito de olvidarlo.) Es claro el suelo protestante que
pisa K ant; ya tuvim os ocasión de v er en el capítulo 111 có m o el protestantismo
presenta a la salvación como un p ro d u c to lateral de la fe (así in terp retáb am o s allí la
doctrina re fo rm a d a de la predestinación).
19. C onviene poner en guardia al lector sobre el uso k a n tia n o de la noción de
«naturaleza», pues ella com prende en la filosofía p ráctica de K ant también a las
instituciones sociales.
20. C ritica de la razón práctica (V, 110-111). O tras defin icio n es famosas se
hallan en L a religión dentro de los lim ites de la mera ra zó n (V I, 60 y 97): «la
humanidad en su perfección m oral co m p leta» y el «bien su p re m o com o bien social»;
en la M etafísica de las costum bres (V I, 385): la «unión de la p ro p ia felicidad con la
felicidad de los dem ás»; y en la C rítica del ju icio (V, 453): « la u n ió n de la felicidad
universal con la m oralidad».
% ara poner o rd en en los asuntos hum anos? ¿A qué tom arse tantas
molestias? ¿A qué arriesgar en la filosofía práctica la integridad de
su criticismo? ¿A qué em barcarse en la aventura de explorar el
mundo noum énico? La respuesta es bastante sencilla: el republica
no Kant cree q u e una buena constitución política (cosm opolita) es
parte del sum m um bonum de la especie, ella es un objetivo que ha
de perseguir m oralm ente el individuo que actúa conform e al tercer
imperativo. L o s dem onios inteligentes quizá se com porten como
«buenos ciudadanos» bajo una tal constitución, una vez estableci
da, paro ciertamente no contribuirán un ápice a su advenim iento.2'
Ocurre, adem ás, que la buena constitución política, p or form ar
parte del sum m um bonum , no puede ser coercitiva, sus leyes no
pueden ser o tras que las leyes m orales (pues se trata de una «com u
nidad ética», ya no de una «com unidad jurídica»), y p or lo tanto,
no caben, propiam ente hablando, «dem onios inteligentes» bajo esa
constitución (p o rq u e, de lo c o n tra rio , la coerción seguiría siendo
necesaria). Si K ant fuera un liberal, su filosofía práctica sería puro
fuego de artificio; no serviría p ara n ad a, y encima, sería inconsis
tente. Pero, com o republicano, K ant utiliza su filosofía práctica no
sólo para desenm ascarar a la d o ctrin a liberal como inm oral, sino
para poner fuera de su alcance la civitas dei terrena, para destruir el
juego del reino natu ral de la gracia, m ostrando, com o m uestra la
discusión que hem os hecho aquí partien d o de un m odelo form al de
él, que en ese ju eg o no puede prescindirse del poder de un sobera
no, o, por decirlo con Kant, m o stran d o que en el reino natural de
la gracia el soberano es «invulnerable» (unverletzbar) (V III, 303).
Tampoco el «reino de Dios en la tierra» kantiano consigue, de
todas formas, traslad ar la soberanía al «pueblo»; sólo consigue
arrebatársela al poder político institucionalizado. Pues la garantía
última de que la síntesis entre el «m undo moral inteligible» y el
mundo natural «em pírico» se realizará reside en Dios. Dios se con
vierte, entonces, en un postulado de la razón práctica: el concepto
de Él como un moralischen Weltherrscher (como un «soberano
moral del m undo») es inexcusable com o puente entre la «voluntad
22. Crítica de la razón pura, A267 / B655. Nótese la a n a lo g ía entre esta tarea
que Kant propone al hombre y la ta re a q u e, según estu d iam o s en el capítulo í,
propone Platón en el Timeo a la raz ó n «divina»: dar fo rm a a u na materia ya
existente, lidiar con la anánke.
¿obre los intereses del ego (y así, so b re la form ación de sus p re
ferencias)/'
>y El sobreego quiere, principalm ente, ser obedecido p o r el ego,
-quiere que el individuo sea «libre» y « v irtu o so » ; pero q u iere ta m
bién, secundariam ente, ser obedecido incondicionalm ente (pues el
Operativo categórico es «absoluto», «incondicional»), sin te n e r que
dar explicaciones que, por lo dem ás, no está en muy buenas co n d i
ciones de dar porque no tiene nada q u e ver con el co n ten id o co n
creto —«m aterial»— de las acciones q u e em prenda el individuo y
(je jas consecuencias de ellas.24
Por otra parte los intereses del ego son, prim ero y p rin cip alm en
te. que el sobreego le dé explicaciones de sus órdenes, el ego recla
ma «contenidos» al im perativo categórico, «fines representables»
e
A2 C2
A, (2 ,3 ) (4 , 2 )
C, ( 1 . 1) ( 3 ,4 )
T abla V I.2
VI.ni. E l t r jl e m a d e l a f il o s o f ía p r á c t ic a k a n t ia n a
'§¥'25. Que D ios garantice que el h o m b re em pírico será feliz co n sólo que no
'actúe por m or de la felicidad, que ésta venga com o un p ro d u cto m eram en te lateral
A la acción h u m a n a virtuosa.
19. — D O M F N F r w
tivo kantiano (actuar para promover el m áxim o bien de la especie);
y la única garantía de que ello es posible, de que el «reino de Dios
en la tierra» es realizable sin que el kantism o se d esprenda de sü
carácter «crítico», es que Dios mismo asista a esa «síntesis»; qUe
Dios, y no el hom bre, sea el verdadero soberano de ese reino, un
soberano «a tenor del cual, todos los verdaderos deberes, incluidos
los éticos, han de representarse tam bién como órdenes Suyas».“
El sobreego rousseauniano conseguía someter, en el juego de la
virtud rousseauniana, a un ego civil predispuesto a la obediencia
(idénaturé); las dificultades venían allí de que el lujo y la abundan
cia de las sociedades modernas corrom pían a ese ego y le llevaban
a una deriva irracional que com prom etía la solución del juego. Y si
eso se generalizaba, si en muchos individuos estaba en peligro la
virtud, entonces u n a grave amenaza se cernía sobre la salud de la
república. Com o Rousseau creía que la m uerte de las repúblicas por
debilitación progresiva de su fundam ento —la v irtu d — era a la
larga inevitable, no le dolían prendas en afirm ar que: «il faudrait
des dieux pour donner des lois aux hom m es».27 Pues bien; Kant
parece llegar a conclusiones parecidas. Él no parte, com o Rousseau,
de un ego «desnaturalizado», sino del ego «natural» que aspira a la
«felicidad»; pero ese ego, como hem os visto, no puede racionalmen
te someterse sin condiciones al sobreego virtuoso. De aquí que el
concurso divino sea también una necesidad ideal p a ra K ant. Sólo
que, como el de Königsberg no aspira —a diferencia del ciudadano
ginebrino— a la edificación de una civitas m ortal, sino a la terrena-
lización de la eterna civitas dei, la petición de auxilio divino no es
tampoco para él un suspiro m elancólico, un m odus dicendi, sino
nada menos que un postulado de la razón práctica. El intento
26. La religión dentro de los lím ites d e ¡a mera razón (V I, p. 62). Sería,
em pero, un e rro r to m a r esta afirm ación p o r la expresión de u n p ío desideratum
religioso. P ara desengañarse, nada m ejor qu e co m p ararla con la sig u ien te afirmación
de uno de los escrito res que más ha in flu id o sobre el p en sam ien to político de
Robespierre (y de B abeuf), el republicano-revolucionario M ably: «TI [Dios] doit être
le premier garant d u pacte qui les hom m es o n t fait en entrant en société, et ce n’est
que sur la foi de ce tte garantie ... que les h om m es peuvent c o m p te r sur la foi de
leurs concitoyens. 11 reste consolateur de to u s ceux qui sont o p p rim é s par la justice
humaine, et que le u r innocence pourra re n d re héreux au milieu des malheurs, s’ils
peuvent appeler d e la méchanceté ou d e Ja so ttise des hom m es au tribunal de la
sagesse divine» (D e ¡a Législation (1777), c ita d o p o r T alm on, op. c it., vol. I, p. 243).
27, Contrat social, ed. cit., p. 260.
__rorno en Rousseau; m uy elaborado en K ant— de restau rar la
v¡rtud clásica fracasa p orque no consigue u n concepto m oderno de
ella que cumpla la fu n ció n básica del concepto antiguo: ser, no el
adversario de la felicidad hum ana, sino su principal p ro m o to r.28
‘ { ousseau y K ant, con to d a su adm iración por la cultura clásica,
pertenecen esencialm ente a la cultura c ristian a, y menos p or necesi
tar la realización de sus ideales político-m orales el auxilio divino,
que por aquello de lo que esa necesidad es corolario inexcusable: la
hipóstasis en Dios, fuera del individuo «em pírico», de las preferen
cias de órdenes superiores sostenidas p o r la volonté générale y por
el reine Wille.
Rousseau intenta evitar al soberano del absolutism o político
28. Parece inexcusable realizar aquí una d ig resió n sobre la idea que se hace
¿ant de la virtud antigua d e ascendencia socrática, así com o de las relaciones en tre
su Tugend y la areté de la p o lis. P ues K ant in te rp re ta la virtud ática com o p h ró n esis
(en el sentido de A ristóteles), co m o prudentia, y la vierte al alem án p o r K lu g h eit
(astucia), no por T ugend (v irtu d ). ¿Q ué idea se h ace K a n t de la phrónesis aristo téli
ca? Kant no ha leído la o b ra práctica del E stagirita, él to m a el concepto de W o lff,
qitien lo había recibido a su vez de Thom asius (¡n tro d u c tio a d p h ilo so p h ia m au/icam ,
Leipzig, 1688). P ero T h o m a siu s utiliza la noción d e p ru d en tia en el sen tid o de
capacidad para e! tra to m u n d a n o cortesano. Pues T h o m a siu s entiende por « p ru d e n
cia» no la phrónesis de A ristó teles, sino la « p ru d en c ia» p icaro n a de! O ráculo m a n u a l
y arle de prudencia (1647) de n uestro G racián, al q u e ha leído y co m en tad o con
profusión. La K lugheit de K a n t, pues, no es la sa b id u ría práctica aristotélica, sino la
artera cism undanidad de la H o fp h ilo so p h ie de B a lta sa r G racián . (Cf. al resp ecto las
eruditas — y atin ad as— o b servaciones de Fierre A u b e n q u e en su «La prudence chez
Kant», recogido com o ap én d ice III en su gran in v estigación sobre La p ru d en ce chez
Arisíote, P arís, P U F , 19863, p p . 196 ss.) La p ru d en c ia cae entonces, p ara K an t, no
del lado de la razón y la lib e rta d , sino que va con el en ten d im ien to , con la n a tu ra le
za. —Por decirlo castizam ente: puede haber d em o n io s k an tian o s « p ru d en tes» .— L a
nrtud clásica le parece a K an t u n a form a sutil de eg o ísm o , y la ve em p aren tad a (por
su irrenunciable eudem onism o) con la filosofía m o ra l de lo que, años d espués,
llamará Feuerbach el «filisteísm o burgués» procedente de F ran cia (H elvetius, D ’H ol-
fcach) o de Inglaterra (H um e). P o r eso no concibe p ro p ia m e n te Kant su d o ctrin a de
ja virtud com o una resta u ració n del éthos clásico, sin o com o una novedad rad ical,
•porque su rigorism o va m á s allá dei éthos clásico [a u n q u e sin d u d a exagera A u b en
que cuando afirm a que « la polém ica de Kant c o n tra la do ctrin a tradicional de la
prudencia contiene in nuce la to ta lid a d de su filosofía p ráctica» (op. cit., p. 196)]. El
problema es que no sólo va m ás allá de lo que él se figura que es la sab id u ría
práctica clásica, sino que su rigorism o va más allá ta m b ié n de lo que realm ente es
esa sabiduría. Y quedándose m ás acá de ella, com o, p o r o tra p arte se qu ed a, en lo
.atinente al au toconocim iento, a la exploración del y o , n o le resta al hom bre v irtu o so
kantiano, com o al cristian o m edio, sino vivir con u n a m oral por encim a de sus
•posibilidades psíquicas.
trasladándolo al interior del alm a del ciudadano: eso es el sobreeg<j
rousseauniano, eso es la «voluntad general». Kant in ten ta evitar'^
soberano «invulnerable» del liberalism o político trasladándolo taríi
bién al interior del alm a del ciudadano: eso es el sobreego kantiano
eso es la «voluntad pura». Al proceder así, al querer rescatar repu;
blicanamente la virtu d , ponen en evidencia, desenm ascaran, si así
puede decirse, las doctrinas absolutista y liberal com o ideologías dé
la dominación, com o siervas antirrepublicanas del im perium . p ero
la tradición cultural en la que están — el cristianismo refo rm ad o -
no les proporciona u n a com prensión lo bastante buena de la estruc
turación del ap arato motivacional de la psique hum ana com o para
permitirles un concepto de virtud que vaya más allá de la crítica de
las ideologías y de los sistemas políticos vigentes, un concepto que
permita una alternativa intelectualm ente viable a ellos. P ues la sola
idea de buscar un soberano dentro del alm a —un «sobreego» » K
ya un reconocimiento implícito de q u e los sujetos no pueden resol
ver el juego del dilem a del prisionero contra sí m ism os, la capaci
dad para lo cual, según vimos en el capítulo II, daba su verdadero
fundamento a la virtud ática de ascendencia socrática y la hacía
conceptualmente inseparable de la búsq u ed a de la felicidad personal.
2. Ibid.
3. N achgeiassene A p h o rism en , en G es. W e rk e , X, 331.
4. Véase la v o z «C om position F ala cy » , red a cta d a por Jo h n L . M ackie, en la
Encyclopedia o f P h ilo so p h y , editada por P a u l E dw ards, Free P ress, N ueva York,
Pero no se tra ta de discutir a q u í a Feuerbach, sólo de ilustrar
condensadamente una de las soluciones postkantianas a las antino-
mias de la filosofía práctica crítica.
VII.ii. Un c o n c e p t o d e « l i b e r t a d » a j e n o a l a « n a t u r a l e z a »; jgr
SACRIFICIO DE LA SÍNTESIS KANTIANA EN E L PESIMISMO Dg
Sc h o p e n h a u e r
6 . I b id ., p p . 4 4 9 - 4 5 0 .
jjos individuos capaces de sostener la «guerra de la vida» pueden
feistir; los menos capaces son cribados por la selección natural, que
'les priva, Por as* decir, del «derecho a la existencia». Mas ¿justifica
¡||(vla afirm ación de que vivim os en el peor de los m undos posibles?
"Vamos a averiguarlo representando el m undo schopenhaueriano con
paisaje adaptativo idéntico al que hemos usado en la tabla 1.1
S e l capítulo primero) p a ra representar el m u n d o leibniziano. El
¡Motivo de que se puedan representar dos m undos literalmente con
tradictorios con el mismo paisaje adaptativo radica en que am bos
usan el principio de razón suficiente. R ecordem os, pues, ese paisaje:
T abla VII. 1
20. — D O M Ë N F .C H
la vida m ism a )... y actuando con la virtud de los hom bres sencillos
que se d e jan guiar por sus sentimientos naturales de compasión
hacia to d o s los seres cosufrientes en vez de p o r la ambición de
felicidad.
Es m uy notable que tan tenaz paladín de u n concepto radical
mente p rivativo de la naturaleza acabe reconociendo la existencia
de «sentim ientos naturales» de compasión en los hom bres. Pero no
menos n o ta b le es que el introducto r oficial del b u d ism o en Occiden
te pueda sostener una noción de «virtud» más a lejad a aún de la
solución b u d ista que la de su adm irado —y criticad o — Kant. Por
que el p rim er dardo crítico de Schopenhauer se dirige al racionalis
mo m oral de Kant, a la identificación por éste de racionalidad y
m oralidad, u n a identificación «insólita» para el pesim ista y, según
él, no reconocida en «ninguna época».18 Pero es el caso que en esa
18. II, p. 627. Un poco después, hacia el final del p rim e r volum en del Mundo
com o v o lu n ta d y representación (II, 630), Schopenhauer c ita con aprobación a
R ousseau («M es sentim ents n aturels parlaien t pour l’in térêt co m m u n , ma raison
ra p p o rta it to u t à m oi ... O n a beau vouloir établir la vertu p a r la raison seule, quelle
solide base p e u t-o n lui donn er?» ), en el m arco de un re p a so histórico-filosófico
tendente a m o s tra r lo «insólito» de la idea de K ant. N o es p rec iso discutir aquí los
sesgos o los erro re s de ese repaso (A ristóteles es presentado co m o un irracionalista
ético a p o y á n d o se en una cita de la G ran É tica, de la que h o y estam o s en condiciones
de d u d ar q u e fu era escrita por el E sta g irita y de explicar, c o m o hem os hecho en el
capítulo I I, el arracionalism o p rác tico de la misma). P ero tie n e un interés más que
anecdótico la interpretación sch openhauerian a de la d o c trin a práctica estoica: el
culto filó so fo niega carácter m oral a esa doctrina; ya que h a de reconocer su racio
nalidad, só lo le concede valor «ais eine Anweisung zu einem eigentlich vernünftigen
Leben», c o m o orientación p ara u n a vida racional: «D e v irtu d y vicio no puede
p ro p iam en te h ab larse en esa rac io n alid ad » (II, 630-634). H a y v arias cosas que obser
var aquí. L a prim era es que esa interpretació n de la ra z ó n p rác tica antigua, que
S ch o p en h au er utiliza co n tra K ant, viene del mismo K ant (el c u a l, com o se dijo ya,
la recibió, p o r vía de T hom asius y W o lff, del Oráculo m a n u a l d e G racián, una obra,
dicho sea d e p aso , que el políglota Schopenhauer tra d u jo m aravillosam ente al ale
m án). L a se g u n d a es la p ro fu n d a iro n ía que supone el q ue el in tro d u c to r del budis
mo en O c c id e n te no consiga reconocer en la Stoa al p rim o h erm a n o del budismo.
Pues el b u d ism o no es o tra cosa q u e un a orientación p a r a la vida racional del
individuo, u n a orientación, com o la de la Stoa, m ucho m ás su til y profunda de ¡o
que p u d o im a g in a r S chopenhauer. L a «virtud» de que h a b la Schopenhauer no se
halla c ie rta m e n te en la Stoa; pero ta m p o c o en el budism o. Q u ien quiera encontrarla,
que ingrese en u n a iglesia cristiana. (El conocim iento que del b u d ism o tiene Schopen
hauer es co m prensiblem ente insuficiente. Las versiones de te x to s budistas al alemán
o a o tras le n g u as europeas en la época eran fragm entarias y deficientes — ¡aun hoy
lo son! — , y el gran políglota, que sin em bargo desconocía el pali y el sánscrito,
identificación K ant no anda solo; Je acom pañan —y con mejores
argumentos— los dos filósofos m ás adm irados por Schopenhauer:
Buda y P lató n . Schopenhauer rechaza, adem ás, la dificultad de la
virtud k an tian a, su intelectualism o, el difícil entrenam iento que re
quiere; él se o p o n e decididam ente al autoescrutinio del alm a protes
tante de K a n t;19 pero la recom endación que hace K ant al candidato
a la conducta v irtu o sa, a saber, descender al infierno del autocono-
cimiento para p re p a rar el cam ino hacia la bondad,20 con todas sus
connotaciones cristiano-reform adas, es infinitam ente más budista
—y platónica— que la receta schopenhaueríana de la com pasión y
la simpatía n a tu ra l por las gem ebundas criaturas del reino de los
'vivos. La raíz histérico-sociológica del cristianismo —com o doctrina
de y para el ágroikos— 21 se no ta, desde luego, más en Schopenhauer
que en K ant.
22. «El sufrim iento es, en efecto, el p roceso de p u rificació n , único a través de
cual, las más veces, el hom bre es salv ad o . E s decir, es resc ata d o del extravío de la
voluntad de vivir. P or eso en los libros cristianos destinados a la edificación se
estudia con ta n ta frecuencia el carácter sag rad o de la cruz y del sufrim iento, y es
muy adecuado en general este sím bolo cristian o de la cruz, q u e es un instrumento
del sufrimiento, no de la acción. Incluso K oheleth, sin em b arg o de ju d ío , tan filóso
fo, dice con razón: “ Estar triste es m e jo r qu e reírse, pues p o r la tristeza se purifica
el corazón” . B ajo el rótulo del d euteros p lu s, yo mismo he p re se n ta d o al sufrimien
to como equivalente de la virtud y de la sa n tid a d » . Die IVelí ais W itle IV, p. 745.
siquiera intenta, com o la de K ant, ir con la razón; es u n a virtud
ignara.23
Nada más alejado del budism o. El budism o es, p o r lo p ro n to ,
un eudemonismo, si se quiere, un eudem onism o «negativo»: su
objetivo es reducir el sufrimiento del m u n d o , m inim izar el sufrim ien
to (la dukha) de los individuos. Y p a ra conseguir ese o b jetiv o —tal
23. Estas son afirm aciones de m ucho ca lib re y necesitan alg u n a m atizació n .
La m atización es o b lig a d a si se tienen en c u e n ta los arg u m en to s p ro p o rc io n a d o s p o r
Schopenhauer en el im p o rta n te libro tercero d el M u n d o co m o v o lu n ta d ... (I, p p . 219
ss.). En ese libro estudia nu estro filósofo «la re p re se n ta c ió n , in d e p en d ie n te m en te del
principio de razón su ficien te» , es decir, la p o sib ilid a d de escapar del « e x tra v ío » de la
lucha de la vida, y p o r lo ta n to , por im p lica ció n , del sufrim iento q u e va co n ella.
Schopenhauer in terp reta la doctrina plató n ica de las ideas (lo m ism o q u e la d o ctrin a
kantiana de la cosa en sí) com o doctrina de u n m u n d o en el que n o rige el principio
de razón suficiente, y en el que, por co n sec u en cia, las cuitas de la g u e rra de la
existencia quedan cancelad as: «Puesto, pues, q u e n o so tro s com o in d iv id u o s no ten e
mos otro conocim iento q u e el que está so m e tid o al principio de ra z ó n , p ero esa
forma excluye el con o cim ien to de las ideas, es lo cierto que, si es p o sib le q u e nos
elevemos del conocim iento de las cosas p a rtic u la re s al de las ideas, eso sólo puede
acontecer por m edio d e una transform ación del su je to . U n a tra n sfo rm a c ió n co rres
pondiente y análoga a aquel gran cam bio q u e se o p e ra en la en tera n a tu ra le z a del
objeto, y merced a la cual, el sujeto, ta n p r o n to co n o ce u na id ea, d e ja de ser
individuo». (I, 229.) C re o que este libro te rc e ro p ro p o rc io n a un a de las m ás in tere
santes y perceptivas interpretaciones que se h a n o frecid o nunca de la te o ría de las
ideas de P latón. E n m i opinión, está fu e ra de d u d a q u e lo que h a in sp ira d o a
Schopenhauer es su conocim iento de la filo so fía b u d ista , p a rtic u la rm e n te de la
doctrina central de ella, la doctrina de la in e x iste n cia , del no-ser del in d iv id u o . El yo
es una ilusión b asad a en la ignorancia, e s ta es la enseñanza fin al del bud ism o
profundo (y ¡a que le diferencia crucialm ente de o tra s filosofías o rien tales em p aren
tadas culturalm ente con él). La liberación c o m p le ta del individuo aco n te ce sólo en
cuanto llega a la co m p ren sió n de la n a tu ra le z a iluso ria —y d a ñ in a — de su yo.
Ahora bien; hay dos vías para llegar a ese re su lta d o . La prim era es relativ am en te
trivial, y es explotada p o r algunas escuelas b u d is ta s com o cam ino p ro p e d é u tic o p ara
acceder a la segunda: consiste en lo que p o d e m o s llam ar «experiencias o ceánicas»,
experiencias, esto es, en las que el individuo vive m om en tán eas id en tificacio n es con
su contexto, o con alg ú n o bjeto. Este tip o de experiencias han sido ex ten sa e in ten
samente estudiadas p o r la psicología em p írica occid en tal, y suelen co n o cerse com o
deep flo w experiences. (C f. M. C sikszentm ihalyi, B e y o n d B ored o m a n d A n x ie ty : the
Experience o f Play in W o rk and Games, Jossey -B ass, San Francisco, 1975.) E n esas
experiencias de « flu jo » o de identificación c o n el co n tex to — o con lo qu e el indivi
duo está haciendo— , el sujeto experim enta la co n c en tra ció n de la m en te en un solo
foco, com prom iso to ta l, deja de percibir el tie m p o ; cu erp o y m ente, p o r c o n tra , se
perciben com o una u n id a d autointegrada, el ig u a lita rism o y la so lid arid ad con los
compañeros, la u n id ad con el entorno, to d o e sto es vivido del m odo m ás n a tu ra l p o r
el sujeto. C sikszentm ihalyi ha investigado esas experiencias, por ejem p lo , en g rupos
es su primera lección— no sirve el sentim entalism o de las sencillas
inclinaciones naturales, no bastan las buenas intenciones, menos
aún los dogmas morales o metafísicos, no las sombras ni el rigor
ciego, sino el rigor analítico implacable, la serenidad, la luz, la
claridad, la razón: «Yo no soy un dogm ático (ditthivadí), sino un
analista (vibhajjavadi)», dice Buda al final de la célebre Subbha
24. P a ra el ciclo káhrm ico, véase la nota 16. Q uizá te n g a interés observar aq u í
que la idea del ciclo khárm ico es p rese n tad a por el b u d ism o «superficial» (es decir
por el budism o para principiantes) a través de la m etáfora d e la metem psicosis, de la
reencarnación sin fin en otras fo rm a s de vida que recom pensan (negativa o positiva
mente) la co n d u cta de la vida a n te rio r. A la vista de esto, resu lta de lo más n atu ral
suponer (com o hace Kolm en su L e Bonheur-Liberté, op. cit.) que el m ito de la
?metempsicosis en P lató n y, en g en eral, en la filosofía griega an tig u a, no es sino u n a
metáfora p ara lo mismo.
25. El Zen no perm ite q u e se p ractique la m editación sassen más de unos
veinte m in u to s seguidos p o r el peligro de que la m ente caiga, sin preparación, en un
abismo terro rífico . Y el budism o tib e ta n o habla literalm ente de «infierno» y de
«demonios» en determ inadas experiencias m editativas. A cceder de im proviso al sub-
¿consciente no parece en cualquier caso una experiencia p erso n al agradable.
26. C f. al respecto el in te resa n te capítulo que al bu d ism o (desgraciadam ente,
sólo al b udism o Zen) dedica el etó io g o y biólogo Jo h n H . C ro o k en su libro T he
.Evolution o j H um an Consciousness, op. cit., cap. 12. C rook ofrece, además (aparte de
Dos cosas merece la pena ap u n tar respecto de la solución budis
ta: la primera es que no hay en el budism o una recomendación
dogmática sobre el mejor m o d o de emplear la razón, sobre la «asig
nación óptim a» de los recursos psíquicos racionales entre los fines
alternativos de explorar el m undo exterior y explorar el mundo
interior. Lo que todos los filósofos budistas com parten es —por
seguir usando léxico de econom ista— la idea de que esos recursos
psíquicos son escasos, y de que, por lo tan to , asignarlos a uno de
los dos mundos tiene «costes de oportunidad» para el otro. La
felicidad de los individuos (la su/cha, que es la minimización del
sufrimiento, de la dukha) consiste en hallar u n a asignación personal
satisfactoria: el m aestro bodisattvha difícilm ente puede decir a sus
discípulos dónde está ese p u n to óptimo; sólo puede ayudarles a
encontrarlo, orientarles con u n a idea preconcebida aproxim ada de
su localización y acom pañarles en la búsqueda hasta donde le sea
dado. Las varias escuelas budistas tienen o tras tantas ideas aproxi
madas sobre la situación de ese punto: el espectro de ellas oscila
entre asignar prácticam ente todos los recursos psíquicos racionales
a la exploración y m odificación del m undo interior (es decir, exac
tamente lo contrario que la tecnología «occidental») y buscar una
«vía media» permitiendo que una parte relevante de los recursos se
destine a la exploración27 del conjunto exterior de oportunidad. En
el primer caso tenemos al m onje budista m endigo (que no puede
distraer recursos psíquicos en el trabajo productivo), al budista
empeñado en extinguir todos sus deseos, en conseguir el nirvana', en
el segundo, tenemos a los budistas nórdicos (m ahayana —en parti
cular, los C ha’n o Zen—), que no sólo pueden trab ajar productiva
32. Se p odría rep o n e r a eso que S chopenhauer n o excluye tal posibilidad. Pues
él vislum bra, com o q u e d a d ic h o , un m undo n o regido por el principio d e razón
suficiente, el m undo (¿ p la tó n ic o ? ) de las ideas. S ó lo que no hay tal m u n d o ; el de
Schopenhauer es un tr a s u n to de la «inteligibilidad» k an tian a , no una trad u c ció n al
alemán de la d octrina b u d ista (la cual quiere, p recisam en te, conocer un « m icro m u n -
do» férream ente e s tru c tu ra d o p o r la causalidad; p a r a « liberar» , ciertam ente, al su je
to de él, pero en el m ism o se n tid o en el que la ciencia europea le « libera» de las
constricciones in fo rm ativ as procedentes del « m a c ro m u n d o » exterior). Un « m u n d o
de despiertos», en la ac ep c ió n en que estam os u s a n d o aquí el concepto, no es un
mundo en el que haya d e ja d o de regir el principio de la causalidad (no im p o rta en
sste contexto si d eterm in ista o probabilista), no es un «reino de los fines»; tam p o co
- es una congregación de m ísticos (dem asiado ensim ism ados p ara entretenerse en p ro
ducir o recib ir'ex tern alid ad es positivas capaces de a g u a n ta r el substrato m a terial de
ia vida social). Es un m u n d o de hom bres racionales capaces de asignar eq u ilib rad a
mente sus recursos p síquicos, y por eso mismo, ca p ac es de escapar de la cárcel de las
estructuras sociales de interdep en d en cia regidas p o r juegos de sum a cero.
• 33. Véase la n o ta 20 de este capítulo.
fantasma, llámese «m undo inteligible» o «m undo de las ideas» 0
«mundo de las puras fo rm as» :34 sólo puede venir de la insatisfac
ción («empírica») con el sufrim iento del yo ignorante de sí propio;
de la insatisfacción («empírica») con la pro p ia estructura de prefe
rencias; de la formación («empírica») de órdenes superiores de pre
ferencias; de la determ inación («em pírica») de explorar las circuns
tancias («empíricas») que estorban a la realización de esa voluntad
de orden superior, de la determ inación, esto es, de liberarse de las
constricciones inform ativas que atenazan a esa voluntad; de la deci
sión («empírica») de m odificar («em píricam ente») el c o n ju n to de
oportunidad interior. Y en ese sentido, la motivación m oral no
puede ser nunca totalm ente «autónom a» en la acepción kantiana;
sólo puede aproximarse a la «autonom ía», pues un resto irreducti
ble de «heteronomía» ha de subsistir siem pre cuando se abandona
el cómodo templo que cobija a los discursos transcendentales: pe
dirle al software que, sobre rehacer su pro p io program a, reconstru
ya también el hardware que le soporta, es sencillamente exigirle lo
imposible. Platón reconoció esto claram ente, y nunca se hizo ilusio
nes sobre la posibilidad de desterrar definitivam ente a la anúnke,3i
36. Eso argum enta convincentem ente Yovei en su K a n t’s P h ilo so p h y o f H is-
tory, ya citado.
37. En io que sin d u d a puede apreciarse la raíz cristian o -escato ló g ica de la
concepción trágica de la histo ria p ro p ia del idealism o alem á n . U na p resen tació n de
la filosofía de la historia siguiendo este filu m m e d ita n d i puede en co n trarse en el
ensayito de Karl Lów ith, W ellgeschichte u n d H eilsgeschehen , K ohlham m er, S tu ttg a rt,
1953. M ayor interés que este tip o de especulaciones á la L d w ith o á la N o rm an C o h n
(siempre eruditas, pero a m e n u d o conceptualm ente a m o rfa s ) tiene p ara n o so tro s el
apercibirnos de lo siguiente: la visión trágica del p ro g re so h istó rico no viene sin m ás
de algo qu e podam os llam ar «visión cristiana del m u n d o » ; al co n trario . L a visión
cristiana tradicional de la h isto ria es atem p o ral: B oecio y A gustín en tien d en el
saeculum com o reino de la fo r tu n a ; el cristiano es im p o te n te en ese m undo g o b e rn a
do por el azar y lo im previsible. Y el m ensaje de B oecio es precisam ente q u e ese
mundo, con toda su m ald ad , no es real; p ara ac ce d er a la verdadera rea lid ad es
necesaria la fe, desde ella el tiem p o no existe, la a p a rie n c ia de la fo r tu n a es fin a lm e n
te com prendida corno m ero test de la solidez de la c re en cia religiosa en D ios, y « to d a
fortuna es buena fortuna». Los hom bres tocados p o r la gracia tienen fe y p u ed e n
sufrir el m undo de la fo r tu n a com prendiendo su irre a lid a d , y así, escap an d o y
triunfando de él. (Dicho sea de p asad a: ese m ensaje d e Boecio y del cristian ism o
agustiniano es lo que S chopenhauer pretende e m b a ja d a de P la tó n y del G a u th a m a .)
Escapando, no enfrentándose a él: la lucha contra la fo r t u n a , co n tra la diosa T y c h é ,
era cosa del soberbio hom bre p ag a n o ; la fe y la gracia su stitu y en a la v irtud a n tig u a .
Ahora bien; la escatología cristian a herética no a c e p ta el n u nc-stans b oeciano-agus-
tiniano, y pretende conferir realid ad al saeculum , h ilv a n a rlo com o historia-de-la-sal-
vación, vincularlo a las o peraciones de la gracia h a c ie n d o de ella, no un in stru m e n to
Evidentemente, si la razón no quiere ser «perezosa» —en el
sentido de K ant—, si no quiere buscar m uletas teleológicas allí
donde son de rigor las explicaciones causales, la presunción de un
teatro histórico así no puede ser sino una « id ea regulativa» del
destino del hom bre —nunca u n «juicio constitutivo» sobre el decur
so de la especie— , y la realización de esa idea necesita del concurso
divino, o, por decirlo con H egel, del «paso de D ios por la tierra».
Pues no se le ve a esa idea em brague posible con el «m undo empí
rico» m ientras no rinda trib u to a un Ser suprem o encargado de
garantizar la conversión del hom bre en efectivo agente moralizador
de la naturaleza, en W eltbaumeister. O m ientras no proponga un
conjunto de mecanismos causales, explicativos del curso de la histo
ria hum ana, que den cuenta p o r sí solos de la disposición aparente
mente teleologica con que el program a de m oralización la inviste: la
«teoría de la historia» de K arl M arx ha de verse sobre todo como
un intento científico-social (con transfondo heurístico metafisico-
idealista) de establecer tales mecanismos sin v acar a las zonas «pe
rezosas» de la «razón».
La visión trágica de la historia, característica de la línea Kant-
21. — D OMÉNEC H
la libertad, sino a través de un ciego in c o m p ro m iso (blinde Ohnge-
fa h r ). La libertad a c tú a según conceptos. E n ú ltim a in stan cia, tiene
que haber algo en C q u e lo haga p re ferib le. L lam em os a ese algo X
... ¿C óm o es, en tonces, que p recisam en te X decide de la elección
y n o un posible — X ? E sto no puede te n e r su razón sino en una
regla universal q u e el ser racional ya p o se e . T iene que ser u n a premi
sa m ayor de la in fe re n c ia racional p o r el estilo de: lo que es de un
tip o tal y cual ( = X ) debe ser p re fe rid o , a to d o ; C es de ese tipo
lu eg o ... etc. La p re m isa m ayor contiene la regla. U n a tal regla es lo
q u e K ant, de m o d o felicísim o, ¡lama u n a m á xim a . (En u n a inferen
cia racional teó ric a, la m áxim a sería la p re m isa m ayor; pero la teoría
n o es lo suprem o p a r a el hom bre, y c u a lq u ie r prem isa m ay o r tiene
a ú n un principio su p e rio r encim a. Lo su p re m o p a ra el ho m b re empí
rico , su m áxim o, es la regla p ara su a c c ió n .) 42
4 2 . I V , p . 1 8 0 .
acuerdo con el cual la « lib ertad » pisa el suelo firm e de la «n atu ra
leza». N o: Fichte se siente incóm odo al m ostrar que la argum enta
ción de K ant por él reco n stru id a se queda en tierra; él da alas a la
libertad, y quiere que vuele. «¿C uál podría ser, en ese punto de
reflexión en el que hemos d e jad o al hom bre, su m áxima?» se pre
gunta Fichte. Sólo «la m áxim a de la propia felicidad». P or eso es el
hombre, en esa etapa de reflexión, no propiam ente un hom bre,
sino sólo un «animal inteligente», un verständiges Tier, pues el
motivo de su máxima es heterónom o, no es otro que el del impulso
natural de máximo placer (o mínimo displacer). C on las preferen
cias de segundo orden, v en d ría Fichte a decir, no hemos abandona
do aún el terreno de la « te o ría » y del «entendim iento», no hemos
accedido aún a la uránica región de la «razón práctica». Fichte se
propone dem ostrar la necesidad de una m ediación más para conse
guirlo, y su dem ostración es altam ente instructiva:
U na m ediación más m o n ta tanto como introducir preferencias
de tercer orden. —Ya hem os visto en el capítulo segundo cómo la
filosofía práctica estoica era incom prensible sin su reconstrucción
en térm inos de preferencias de tercer orden: que Fichte proceda
ahora a u n a reelaboración q'uasi-estoica del concepto de virtud p ro
porciona una confirm ación indirecta de la validez de nuestra recons
trucción del éthos estoico.— E n efecto:
43. Ib id ., p. 182.
44. «A quí hay algo de incom prensible; y no p u ed e ser de o tro m odo, pues nos
encontram os en la frontera m ism a de lo com prensible q ue es la d o ctrin a de la
libertad aplicada al sujeto em p íric o .» Ibid.
45. Las preferencias de se g u n d o orden, caso de ser obedecidas, consiguen sólo
optim izar d entro del co n ju n to (in terio r) de o p o rtu n id a d d a d o al individuo por la
naturaleza y por el proceso de socialización. Fichte co n sid era m aterialm ente libre
sólo al su jeto capaz tam bién de m o d ific ar ese co n ju n to d é o p o rtu n id ad ; p ara conse
guirlo, necesita form ar preferencias de tercer orden, y ob ed ecerlas. Q uizá el lector se
pregunte ah o ra , acordándose de la reconstrucción — re a liz a d a en el capítulo II— del
paso del enkratés ático al en k ra té s estoico, por qué n ec esita Fichte preferencias de
tercer o rden para hacer libre al su je to si al enkratés á tic o le b astaban las de segundo
orden. E n el capítulo II hem os d escrilo el tránsito de las preferencias de segundo
orden clásicas a las preferencias de tercer orden postclásicas o helenísticas com o una
profundización en la psicología in d iv id u al, pero no h em o s d icho con eso que Sócra
tes no fu era m ateraliter libre. L a respuesta a la h ip o té tic a pregunta po d ría ser ésta:
Lo m ism o que en las filosofías helenísticas, la aspiración a la
utonomía lleva en Fichte a las preferencias de tercer orden. Pero
,sí como en la Stoa no encontrábam os nada m ágico, n ad a inexpli-
able en la form ación de las preferencias de tercer o rd en que cons-
ituían la antesala de la apathía, su form ación es u n m isterio en la
46. Com o h em o s visto, Fichte u tiliza p o r dos veces esta p a la b ra —lo que
excluye prácticam ente que se trate de u n a expresión azarosa— , u n a vez en forma
adverbial (untauglich ) y o tra como verbo (nich ts taugt). (Kant h a b la tam b ién a veces
de la Tauglichkeit de las m áxim as.) H em os trad u cid o untauglich p o r «inadecuado»,
pero la traducción n o agota el campo sem án tico connotativo de la p a la b ra : taugen es
un verbo em p aren ta d o etim ológicam ente con el sustantivo T u g en d , q ue hay que
traducir por « v irtu d » . (C f. la voz taugen en D as H erk u n ftw ó rte rb u ch del dicciona
rio Duden, vol. 7, M anheim , Viena, Z u rich , 1963.) Así pues, resu lta n a tu ra l suponer
que Fichte escoge esa palabra para significar un a insatisfacción del hom bre con
preferencias de se g u n d o orden inadecuadas-en -tan to -q u e-n o -v irtu o sas. E sto nos da
la ocasión para h a c e r n o ta r al lector q u e co n la p alab ra alem ana T u g e n d ocurre —en
menor m edida— lo q u e con la griega a re té : denota prim o rd ialm en te v irtu d , bondad
interior en sentido m o ral estrecho, pero in co rp o ra a la vez la c o n n o ta c ió n —muy
clara etim ológicam ente— de «adecuación», de «ap titu d » y aun de «satisfacción». Y
quizá no sea del to d o ajeno a eso el q u e las dos únicas c u ltu ras filosóficas de
occidente que h an elab o rad o conceptos de libertad interior se h ay an desarrollado en
las lenguas griega y alem ana.
• jjo está ni siquiera dispuesto a adm itir a la felicidad como producto
o efecto lateral de u n a conducta virtuosa. En el parágrafo 25 de la
jnisma S itte n le h r e , precisam ente tras h a b er definido como la «esen
cia de la inm oralidad» a la «conversión de la satisfacción del im pul
so natural en fin ú ltim o de mi acción», declara abiertam ente su
hostilidad tam bién a aquellos que sólo quieren «corregir» al hom
bre en vez de «cultivarlo», a aquellos p a ra quienes «la recom pensa
no debe ser el único fin del virtuoso», incluidos aquellos para quie
nes esa recompensa « n o debe ser fin p r i n c i p a l, sino la te ra l (N e b e n -
zw eck )» : «De ningún m odo; la recom pensa no debe constituir fin
alguno. Cualquier acción por esperanza de recompensa, o p o r tem or
a ¡a condena, es absolutam ente in m o ral » . 47
Esa anim adversión de Fichte hacia la «naturaleza», incluso el
halo de enigma «incom prensible» que ro d e a a la «práctica» fichtea-
na, hace tanto más sorprendente el q u e, siguiendo a K ant, Fichte
busque también un hilo causal o em pírico con el que hilvanar el
despliegue de la m o ralid ad en el m u n d o . Ese hilo, como ya se vio
en la alusión a los G r u n d z ü g e , es la historia de las sociedades
humanas. Pues, com o dice en la S i t te n le h r e (§ 16): «Sólo a través
de la educación en el sentido más am plio, esto es, a través de la
impronta (E i n w i r k u n g ) que la sociedad deja en nosotros, ad q u iri
mos la posibilidad del uso de nuestra libertad ... Si la sociedad
fuera mejor, tam bién lo seríamos n osotros , . . » . 48
Que el entram ado em pírico-causal que ha de llevar finalm ente a
la apoteosis de la h isto ria hum ana, a la sociedad plenam ente virtu o
sa, sea de una debilidad fantástica en el joven Fichte, es cosa de la
que no cabe extrañarse: buen discípulo de K ant, no quiere arriesgar
se a alimentar a la « ra z ó n perezosa», no quiere que su filosofía se
despeñe por los derro tad ero s de la especulación teleológica; ese
entramado debe derivar del postulado de la razón práctica que es
47. IV, p. 316. R ecu érd ese la in terpretación q u e hem os realizado de la d o c tri
na protestante de la p red e stin a ció n y de la con cep ció n k an tian a de la felicidad:
salvación y felicidad las in te rp re táb a m o s co m o p ro d u cto s esencialm ente laterales.
Productos no son fines. U n p ro d u cto esencialm ente lateral es un resultado tal de la
acción hum ana-que, de p ro p o n érselo el sujeto co m o fin (incluso com o fin « lateral» ),
fracasaría en su consecución. F ichte no corrige, p u es, aq u í a K ant; lo m atiza.
48. El texto prosigue: «co n todo, sin p ro p io m erecim iento. Pero la p o sib ilid ad
de serlo con propio m e re cim ien to no queda p o r ello cancelada; sólo se eleva a un
punto m ás alto» (IV, p. 184).
Dios, no del ingenio constructivo teorético-filosófico. N i que decir
tiene que ese p o stu lad o no puede hacerse comprensible teóricam en
te, sólo puede «postularse»:
Pero ya por esa tem prana fecha (1800), y en el m ism o libro (La
determinación del hombre), puede percibirse cierta desconfianza de
Fichte respecto de la arm onía entre el desarrollo de la «naturaleza»
(id est, la ejecución del «plan universal») y la «libertad» del hom
bre, entre el destino terrenal y el destino propiam ente m oral del
hombre como ser racional. ¿C onstituyen «las acciones mandadas
por la voz de la conciencia tam bién los medios, los únicos medios,
de conseguir el fin terrenal de la hum anidad»? ¿N o se «necesita
más que querer lo m ejor para que lo m ejo r acontezca»? se pregunta
Fichte. Pero sólo p a ra responder decepcionadam ente:
49. Die B estim m u n g des M enschen (1800), II, p. 307. Vale la p en a contrast
este texto con o tro , procedente de la W issenschaftslehre (1801) (11; § 47, p. 157):
«Cuando se habla de un m undo óptim o y d e las huellas de D ios en ese m undo, la
respuesta es: el m u n d o es el peor que pueda h a b e r en la m edida en q u e, en sí mismo,
es una completa n u lid a d . P ero precisam ente p o r eso an d a esparcida p o r él la única
bondad posible de D io s, a saber: que a p a rtir d e él y de todas sus circunstancias la
inteligencia puede elevarse a la decisión de h a c e rlo m ejor».
q u e los cuerpos celestes, ind ep en d ien tem en te de todas las in q u ie tu d e s
h u m an as, siguen el curso que les está p re scrito ; y que esa fu e rz a
a rra s tra consigo a to d a s las intenciones h u m a n a s, buenas y m a la s,
en la ejecución d e su p lan superior u tiliz a n d o , con su su p erio r p o d e r
y p a ra su p ro p io fin , lo que fue e m p re n d id o p a ra o tro s fin e s.50
50. II, p. 280. No será ocioso com parar esta afirm a c ió n de F ichte co n la
expeditiva aseveración del ec o n o m ista S teuart, según la cu al: «Si un p u eblo se v o l
viera to ta lm e n te desinteresado [no egoísta], no h a b r ía p o sibilidad de g o b e rn a rlo .
Cada u n o p o d ría considerar el interés de su país d esd e un ángulo d iferen te, y
muchos p o d rían contribuir a su ru in a tratan d o de p ro m o v e r sus ven tajas» . (C ita d o
por H irsch m a n , Las pasiones y los intereses, op. c it., p p . 56-57.)
51. Véase la nota 37 de este capítulo.
52. V, p. 518. La n o tab ilísim a fórm ula, según la cual la « au to an iq u ilac ió n es
la entrada en la vida su p erio r» , p o d ría perfectam en te p ro c e d e r de un tex to b u d ista,
si no tu v ie ra la connotación m ístico-teísta que, ev id en te m e n te, posee en F ich te.
Pero, co n to d o , hay que rec o n o cer en este filó so fo , u n a d e cuyas sentencias m ás
VII.i v. E l M a r x «r e p u b l i c a n o » y e l M a r x « l i b e r a l »
célebres dice que la visión del m u n d o refleja la p erso n a lid a d de quien la sostiene,
una personalidad afín al arq u etip o b udista. Por ejem p lo : no le faltab a a Fichíe
memoria, una de las cualidades m ás preciadas y estim u lad as p o r la pedagogía budis
ta, un arm a im prescindible en la lucha contra el a u to e n g a ñ o : según cuentan sus
biógrafos, el niño Johan G ottlieb F ich te , hijo de una h u m ild e fam ilia de siervos del
señorío de O berlausitz, conseguía rete n er en la cabeza los serm o n es dominicales del
pastor; llegado el señor un d om ingo a la misa con re tra s o , sólo pudo oír el largo
sermón del pastor a través de la fiel reproducción qu e d e él hiciera el pequeño
Fichte, a instancias de su padre. El señor de O berlausitz q u e d ó a tal punto impresio
nado con el genial talento in fan til, q u e consintió en p ag a rle sus estudios en Jena.
(La anécdota, en Wilhelm W eischedel, D ie philosophische H in tertrep p e, DTV, Mu
nich, 1975, pp. 191 ss.)
53. E n los M anuscritos económ ico-filosóficos, M arx h a criticado sin contem
placiones lo que allí llama « com unism o crudo»: «Ese c o m u n ism o — en la medida en
que niega la personalidad de los hom bres— constituye p recisam en te la expresión
más consecuente de la propiedad p riv ad a , que es esa n eg ació n » . M E W , Ergánzungs-
band, I, p. 534.'
cano» y el M arx «liberal». El segundo ha m uerto p ara siempre,
pero el prim ero está más vivo que nunca.
Es el M arx «republicano» — perm ítasem e seguir con esta inocen
te broma— qu ien instruye el acta acusatoria más com pleta que se
ha levantado n u n c a contra la cu ltu ra capitalista m oderna, el M arx
que, con acentos inequívocam ente clásicos, hace reo al capitalismo
del delito de im pedir la autorrealización y la au tarquía m oral de los
individuos:
58. En los últim os años se han publicado excelentes estim aciones y crític
metodológicas de esa teo ría. Cf. Gerald C o h é n , Kctrl M arx T heory o f History,
Oxford University P ress, O xford, 1978; Jo h n R oem er (ed.), A n a iytica l Marxism,
Cambridge University P ress, Cambridge, 1986; J o h n Elster, M aking sense o f Marx,
Cambridge University P ress, Cambridge, 1985. M anuel Sacristán, S obre Marx y
marxismo, vol. I de sus P anfletos y materiales, Ica ria , Barcelona, 1983.
hombres, ni tam poco felices, iguales o fraternos; a la virtud corres
ponde esa tarea, como, sin em bargo, sabía m uy bien el otro M arx,
¡l que a lab ó a los escritores sociales antiguos p o rq u e su «investiga
ción n u n ca se pregunta qué fo rm a de propiedad es la más producti
va, la Que crea mas riqueza», com o hacen los econom istas m oder
nos, sino «qué tipo de pro p ied ad crea los m ejores ciudadanos » . 59
■ 59. G rundrisse, Dietz V erlag, Berlín (Este), 1953, p. 387. (Corno se sabe,
'-dificultades políticas im pidieron q u e los G rundrisse se in c o rp o ra ra n a la edición de
las obras co m p letas de M arx y E ngels con la que estam os tr a b a ja n d o aquí, la célebre
MEW.)
A MODO DE C O N C L U S IÓ N : SO B R E LA TA R E A
DE UNA ÉTICA R A C IO N A L C O M O
RECTIFICACIÓN D E L A R A C IO N A L ID A D
MODERNA
22. — D O M É N E C H
cuadas. El presente capítulo discutirá brevemente algunos requisitos
mínimos que deberían cumplir esas teorías.
VIII.i. M ercado, é t ic a e in f o r m a c ió n
7. E n este punto se ap re cia bien la fala cia del « in d iv id u alism o » lib eral. Su
ética no tiene lugar para el c o n c ep to de individuo c o m o p erso n a . El liberal a rg u m e n
ta así: n adie conoce m ejor las preferencias de u n in d iv id u o qu e el individuo m ism o ;
y el m ercad o (a diferencia d e la planificación) p e rm ite q u e el individuo satisfag a sus
preferencias sin necesidad de que otros las co n o z ca n p a r a servirlas. Eso im plica p o r
lo p ro n to la incapacidad p a r a entender que hay p re fe re n c ia s que no pueden s a tis fa
cerse venalm ente, que hay preferencias que sólo p u ed e n satisfacerse si o tro s tien en
inform ación suficiente so b re ellas. P ero , ad em ás, h ac e el su p u e sto g ratu ito de q u e el
autoconocim iento que las sociedades de m e rc ad o p e rm ite n es suficiente p a ra la
«buena vida» y para el eú p rá ttein de los in d iv id u o s. L a psicología económ ica de
nuestros días, como sabem os, ap u n ta a lo c o n tra rio .
pobres los flujos de información en las sociedades de mercado? La
respuesta no es del todo obvia. El mercado puede organizar gran
des áreas de la vida económica sin necesidad de que los individuos
tengan mucha información sobre las necesidades, los deseos y las
preferencias de los agentes con los que, directa o indirectamente,
interactúan. Pero ¿no podría ser de otro m odo? ¿Es el mercado
una condición suficiente de esa pobreza inform ativa? ¿No podría el
mercado, además, convertirse en canal com unicativo portador de
ricos flujos de información si los individuos estuvieran dispuestos a
ello? Aparentemente sí: si los hombres tuvieran v erd ad era necesidad
de información sobre las preferencias de o tro s hom bres, o aun
sobre las propias, ¿no habría un «hueco de m ercado»? ¿Y no ha
brían de surgir, por consecuencia, empresas p ro d u cto ras y vendedo
ras de esa información? Si no surgen, es p o rq u e los hombres no
tienen necesidad de esa inform ación, porque el m ercado se la ahorra.
Un liberal se quedaría satisfecho con esa arg u m en tació n .8
Pero parece que el liberal anda sobrado de argum entos, lo que
nunca es buen síntoma: por un lado, no podría hablarse de inefi-
ciencias de las decisiones colectivas en nuestra v id a social dadas las
constricciones informativas que pesan sobre ella e im piden mejorar
el proceso de toma de decisiones colectivas; p o r o tro , resulta que ni
8, Antes de entrar en otras consideraciones más in te resa n tes, hay que observar,
no obstante, que ia información es un bien económ ico con u n a s pecuiiaridades a las
que parece insensible el argumento liberal. Esas peculiaridades tienen que ver con el
carácter de bien público de muchos bienes inform ativos. P o r ejem plo: con frecuen
cia, el disponer del bien inform ativo X (una nueva te cn o lo g ía, por ejemplo), no
significa que quien lo posea esté en condiciones de venderlo sin m ás a o tro , pues el
sólo uso de la información X por su actual propietario tra n sm ite sin más esa infor
mación a cualquier otro posible u su ario , y el Estado debe in terv en ir p ara proteger
los derechos del descubridor. O bien: supongam os que la em presa Y tiene una
determinada información secreta X; yo sospecho que esa in fo rm a c ió n podría intere
sarme, pero, por definición, no p u ed o saberlo de an tem an o (si lo supiera, ya tendría
la información y no necesitaría co m prársela a Y). Sólo p u e d o saberlo después de
adquirirla; pero eso mismo me frena com o diente de Y. P o r consecuencia, es muy
difícil que surjan empresas como Y, porque la in c ertid u m b re en la que están sus
potenciales clientes les hace m alos clientes. N inguna e m p re sa puede despejar ¡a
incertidumbre social respecto de X , precisam ente porque esa in certid u m b re estrangu
la al posible mercado de la inform ación necesaria p ara d e s p e ja rla . P o r consecuencia,
ese tipo de información adquiere el carácter de un bien p ú b lic o , y tiene que servirla
el Estado (o el regalo altruista si el donador tuviera la in fo rm a ció n de que el
receptor necesita ¡a información X , o el receptor ¡a in fo rm a c ió n de que el posible
donador tiene una información X que posiblem ente le interesa).
siquiera po d ría hablarse de constricciones inform ativas, pues, si los
hombres q uisieran, podrían generar y difundir la inform ación nece
saria: si no lo hacen es porque no lo necesitan, porque viven en una
sociedad en la que esa inform ación es prescindible. U no de los dos
argumentos es necesariam ente falso , pues su conjunción es eviden
temente contradictoria.
Los hom bres prefieren una sociedad altruista a una sociedad de
egoístas. Sus preferencias sociales de segundo orden quieren una
sociedad de altruistas; sobre eso puede haber pocas dudas, y todas
las doctrinas m orales conocidas coinciden en ese p u n to . A hora bien,
si en las «sociedades com plejas» conocidas predom ina el egoísmo
sobre el altruism o, eso no puede deberse a que los individuos no
necesiten inform ación sobre o tro s hom bres y sobre sí mismos (la
necesitan si prefieren una sociedad altruista a una sociedad egoísta),
sino a que no pueden obtenerla. Y no pueden obtenerla porque se
trata de info rm ació n necesariam ente no venal. Es decir, porque la
organización de la vida económ ica a través del m ercado (o a través
de la planificación burocrática central) pone constricciones esencia
les a la producción y a la difusión de esa inform ación:
14. Para una convincente argum entación en este sen tid o , cf. E rh a rd Eppler
Die íódtiche Utopie der Sicherheit, Row ohlt, R einbeck bei H am b u rg , 1983.
nteresante de ver las propuestas de garantizar derechos a los anima-
es, que se vienen haciendo con insistencia desde finales de los
;esenta,'5 sea considerarlas com o intentos de am p liar la base infor-
nativa de las éticas de la responsabilidad.) O bvio es decir que lo
nismo vale en las relaciones entre hum anos: una relación arm onio-
ja entre ellos requiere algo m ás que la evaluación de las consecuen-
;ias de sus acciones,' necesita inform ación sobre las m otivaciones y
as intenciones —sobre las «convicciones»— de los individuos p o r
gue necesita «limpieza de corazón».
El segundo aspecto —en p a rte em parentado con el prim ero—
jescuidado p o r el consecuencialism o lo constituyen las acciones
humanas q u e los psicólogos contem poráneos llam an «autotélícas».
Éstas son aquellas acciones en las que la típica relación medios-fi-
nes con que suele describirse a la acción hum ana n o vige: la acción
autotélica tra e la recompensa en sí m ism a, en los m edios mismos.
El proceso es lo que cuenta, el cam ino es la m eta (o parte de la
meta). U n ejem plo im portante en nuestro contexto de discusión lo
puede o frecer la participación política: una idea de participación
política algo rica no puede ser m eram ente instrum ental; la partici
pación p olítica no debe ser vista sólo en función del objetivo que se
propone, sino que debe ser valiosa o satisfactoria p o r sí misma. Si
enfrentarse racionalm ente a la crisis presente im plica prom over la
más am plia participación política, generar un proceso colectivo de
aprendizaje m oral, entonces no sería realista p ro p o n e r procesos de
participación que no tengan fuertes com ponentes autotélicos. —No
sería realista porque entonces h ab ría que esperar la aparición, con
toda su fu erza dem oledora de la acción colectiva, del problem a del
free rider.— O tro ejemplo im p o rtan te —y más tra d icio n al— es el
del trabajo: ya tuvimos ocasión de ver cómo el jo v en M arx conde
naba la alienación del trab ajo b ajo los regímenes económ icos de
propiedad p riv a d a precisam ente porque im pedían que fuera una
actividad autotélica; pero no h a b ría m odo de d a r sentido a esa
condena ética de la alienación del tra b a jo —u na de las piezas deci
sivas de la te o ría marxista de la ju stic ia — en el m arco de un lengua
je puramente consecuencialista.
V III. i v . R a w ls y l a b a se in f o r m a t iv a d e l a é t ic a
VII I. v. H a b e rm a s: l a v e n g a n z a d e l « tra b a jo »
32. A unque no es este el lugar o p o rtu n o para arg u m en tarlo , creo que el clási
co político que m ás h a inspirado a H ab erm as es Hegel, no M arx. L o s problem as que
tenía Hegel, según tuvim os oportunidad de ver, para conectar so c ied a d civil (y el
imperio en ella de la «libertad subjetiva») con sociedad p o lítica , reaparecen en la
dicotomía haberm asiana entre « trab ajo » y «com unicación».
33. P ara la teoría haberm asiana de la publicidad (Ö ffe n tlic h k e it) cf. su Histo
ria y crítica de la opinión pública, op. cit. P a ra la relación de esa te o ría juvenil de
la publicidad con su filosofía moral p o ste rio r, cf. mi prólogo a H isto r ia y crítica...,
«El diagnóstico de Jürgen H aberm as, veinte años después».
colectivos, de la vo lo n té générale. L a idea de H aberm as es intere
sante, supone un desafío a la concepción dom inante de los procesos
políticos de to m a de decisiones y a p u n ta a una crítica de los regím e
nes de dem ocracia indirecta representativa.
En la sección tercera de este capítulo hemos considerado tres
modos de escapar de la tenaza a rro v ian a, tres modos que —a dife
rencia del truco raw lsiano— inten tab an aum entar los inputs de in
form ación en el proceso de elección social. Pues bien; po d ría decir
se que la crítica haberm asiana del proceso político puesto en obra
por las dem ocracias indirectas representativas —o liberales— cabe
en los dos últim os. Pues, en efecto, pilares conceptuales de esos
regímenes son: 1. La consideración del proceso político (electoral)
como un proceso instrum ental para llegar a un fin que radica fuera
del proceso de to m a de decisión política, no siendo en m odo alguno
ese proceso un fin en sí mismo (el aprendizaje de la población, por
ejemplo); 2. La consideración de la actividad política fundam ental
como una actividad privada (depositar el voto en secreto); 3. La
consideración de que el objetivo de la política es llegar a com prom i
sos entre intereses particulares opuestos e irreductibles; y 4. A d o p
tar como regla de decisión la de la m ay o ría simple.
Observemos, p o r lo pronto, que cualquier m ovimiento tendente
a ensanchar las m ayorías simples, a aum entar, esto es, los costos
transactivos y a reducir los costos externos de las tomas de decisio
nes,34 puede significar tam bién una desviación de los tres prim eros
puntos: y lo significa con seguridad si lo que se persigue es valorar
34. Los costos « ex tern o s» de una regla de decisión (por ejem plo, de la regla de
decisión por m ayoría sim ple) son los costos de d e ja r fuera a una p a rte de los
implicados en la decisión (49 de 100, en el ca so de la m ayoría sim ple). L os costos
«transactivos» de u n a regla de decisión son los co sto s necesarios p ara conseguir el
acuerdo entre el n ú m e ro d e personas a que la regla de decisión atribuye la m ayoría
suficiente p ara to m ar la decisión (51 de 100 en el caso de la regla de m ayoría
simple): son costos de tie m p o , de esfuerzo c o le c to r de inform ación, de persuasión
del discrepante, etc. U n a m ayoría óptim a es aq u e lla que m inim iza la su m a de los
costos «externos» y los co sto s «transactivos», y n o es nada obvio que la m ayoría
simple sea una m ay o ría ó p tim a . (Véase al resp e cto D enis M üller, Elección pública,
op. cit., pp. 40 ss.) P a ra determ in ad as decisiones (co m o por ejem plo las qu e afectan
a determ inados aspectos d e la política de la cien cia y de la técnica), p ro b ab lem en te
una m ayoría óptim a se a c e rc a ría ya ah o ra m ism o (a pesar de lo trem endos qu e son
los costos transactivos en regím enes de ec o n o m ía de m ercado) a la u n an im id ad ,
porque los costos ex tern o s de esas decisiones son insoportab lem en te altos).
p o r sí mismo el pro ceso político com o proceso de ap rendizaje de la
población; si lo que se pretende es la introducción de un principio
de publicidad esencial en la actividad política de los individuos
(discutir con o tro s, colectar inform ación y transm itirla, argum entar,
persuadir y ser p ersuadido: el acto —p riv a d o — de votar es u n mero
corolario de to d a esa actividad pública); si lo que se persigue es, en
fin, la reconsideración del objetivo de la política: no sería ese obje
tivo ya tanto el de llegar a com prom isos entre intereses irreductible
m ente antagónicos, cuanto el de llegar a consensos, p ersu ad ir, cam
biar la percepción de los propios intereses y contribuir al cam bio de
la de los dem ás, ilu strar, autoilustrarse y ser ilustrado p o r otros,
acercarse a la unanim idad tanto com o sea posible, al m enos en
aquellas cuestiones que se consideran cruciales para to d o s y en las
que perm itir costos externos, por pequeños que sean, puede ser
dem asiado costoso.
En cierto sen tid o , H aberm as puede considerarse u n exponente
filosófico paradigm ático de este tip o de crítica de la democracia
indirecta representativa como m ecanism o insuficiente p a ra la toma
de decisiones co lectiv as .35 Ei consenso racional haberm asiano, que
busca, no la co m p o n en d a, no la negociación entre intereses particu
lares irreductibles, sino el consenso racional entre los individuos, el
acuerdo unánim e (o quasi) entre ellos sobre el bien com ún, o sobre
el bien público, o sobre la volonté générale (o com o queramos
llam arle), se su p o n e que ha de conseguirse a través dei enriqueci
m iento de los flu jo s inform ativos entre los sujetos (el concepto de
«interacción com unicativa» sería, pues, particularm ente afortunado
al respecto). E so le hace interesante p a ra nuestro presente escruti
nio, m otivado prim ordialm ente por el problem a de las constriccio
nes inform ativas.
A diferencia de Rawls, H aberm as no intenta fu ndar la búsque
da del bien público procediendo a u n a restricción de la información
disponible, sino que, al revés, parece sugerir la solución de un
ensancham iento de los canales de com unicación entre los individuos.
H aberm as n u n c a ha especificado el contexto institucional verte-
37. V eám oslo así: en una v id a económ ica reg u lad a p o r el m ercado como
mecanismo principal de interdependencia económ ica los c o sto s transactivos (colec
ción de in fo rm ació n , persuasión del discrepan te, tiem po n ec e sa rio p ara la participa
ción política, etc.) serán siempre altísim o s, y la unanim idad n u n c a será una «mayo
ría óptim a» (ver nota 28). P ara q u e la unanim idad (o la q u asi unan im id ad ) política
pueda llegar a ser una m ayoría ó p tim a (y sea socialm ente p la u sib le ) es necesaria una
vida económ ica que reduzca rad icalm en te los costos tra n sa c tiv o s de las reglas de
decisión que inco rp o ran las instituciones políticas. Y p ara eso es necesaria la remo
delación previa —o sim ultánea— del ám b ito « trabajo».
38. C om o ya apuntam os en an terio res capítulos, N o zic k es susceptible de
recibir una crítica parecida. Pero n o tiene interés polém ico a q u í pues, a diferencia de
Rawls y de H ab e rm as, este fino re p re se n ta n te del u ltra lib era lism o no se propone una
teoría del bien social com o teoría de la elección colectiva ra c io n a l; al neoiusnatura-
lista N ozick le interesa sólo que la so ciedad respete unos d ere ch o s individuales más
o menos razonablem ente definidos, y le im porta un higo si el resu ltad o es «racional»
o no (en alg u n a acepción de la p a la b ra «racionalidad»). P o r eso concentra el fuego
de su crítica al utilitarism o en el consecuencialism o: los d e re c h o s individuales restrin
gen el m arco de la elección social independientem ente de las consecuencias que ello
traiga consigo; no am pliar la base in fo rm a tiv a del co n secu en cialism o , sino restringir
la, es lo que N ozick quiere.
Agustín de H ip o n a , O bras de san A g u s tín (ed. bilingüe p re p a ra d a por
varios p a d re s agustinos), B iblioteca de A utores C ristia n o s, M adrid,
1946 y ss.
Ainslie, B ., « A b eh avioural econom ic a p p ro a c h to the defense m echanism s:
F re u d ’s en erg y theory revisited», en Social Science In fo rm a tio n , 21
(1982).
Alchian, G ., E c o n o m ic Forces at W o rk , L iberty Press, In d ian á p o lis, 1977.
Aristóteles, P o lític a , edición bilingüe y trad u c ció n de J. M aría s y M . A raú-
jo , C e n tro de E studios C o n stitu cio n ales, M adrid, 1983.
— , Ética N ic o m á q u e a y É tica E u d e m ia , ed. e intr. E. L ledó, tra d . J. Pallí,
G redos, M a d rid , 1985.
Arnim, H . v o n , «D ie europäische P h ilo so p h ie des A lte rtu m s» , en K ultur
der G eg en w a rt, I/IV (1923).
—, (ed.), S to ic o r u m vetera fra g m e n ta , 4 vols., R eclam , L eipzig, 1905-1924.
Arrow, K ., S o c ia l C hoice and In d iv id u a l Values, W iley, N ueva Y ork, 19632.
—, «G eneral eco n o m ic equilibrium : p u rp o se , analytic techniques, collecti
ve ch o ice», en A m erican E c o n o m ic R eview , vol. 64 (1975).
Aubenque, P ., L a p ru d en ce chez A r is to te , P U F , París, 19863.
Auerbach, E ., L e n g u a je literario y p ú b lic o en la baja latinidad y en la
E dad M eclia, tra d . cast. L. L ó p ez , Seix B arrai, B arcelona, 1969.
Avineri, S ., H e g e l’s Theory o f th e M o d e rn State, C am b rid g e University
Press, C a m b rid g e , 1972.
Baron, J ., R a tio n a lity a n d Intelligence, C am bridge U niversity P ress, C am
bridge, 1985.
—, «Second O rd e r probabilities a n d belief-functions», T h eo ry and Deci
sion, vol. 23 (1987), pp. 25-36.
Baron, H ., T h e Crisis o f the Early Ita lia n Renaissance, P rin c e to n Univer
sity P ress, N ueva Jersey, 1975.
Bart, P ., D ie S to a , F rom m ans V erlag, S tu ttg a rt, 1946.
Bateson, G ., S te p s to a n d E cology o f M in d , B allantine B ooks, Nueva
York, 1972.
Bell, R. M ., H o ly A norexia, U niversity o f C hicago P ress, L o n d re s, 1985.
Berlin, 1., F our E ssays on L iberty, O x fo rd U niversity P re ss, O x fo rd , 1969.
—, Philosophy, Politics, and S o ciety, O x fo rd U niversity P re s s, O xford,
1962.
Bernd, J. L. (ed.), M athem atical A p p lic a tio n s in Political S cien ce, Arnolds
Foundation, D allas, 1966, vol. II.
Billicsich, F ., D a s P roblem des Übels in der Philosophie d e s A bendlandes,
2 vols., Sexl Verlag, Viena, 1955.
Bloch, E., N a turrecht u n d m enschliche W ürde, S uhrkam p, F ra n c fo rt, 1977.
Blumenberg, H ., «S elbsterhaltung u n d B eharrung», en E b elin g (ed.), Sub
ject ivitat u n d Selbsterhaltung, S u h rk a m p , F ran cfo rt, 1976.
Boudon, R ., L a lógica d e lo social, R ialp , M adrid, 1981.
—, Efectos perversos y orden social, tra d , de R. Phillips, P re m ia , México,
1980. '
Boulding, K. T he E co n o m y o f L o v e a n d Fear, W ad sw o rth P u b lish ., Bel
mont, C alifo rn ia, 1973.
Braithwaite, R . B. Theory o f G am es a s a T ool f o r the M o r a l Philosopher,
Cam bridge U niversity Press, C am b rid g e, 1955.
Brams, S., B iblical G ames, M IT P re ss, C am bridge, M ass., 1980.
—, Superior B eings, Springer, B erlín, N ueva Y ork, 1983.
Briefs, G ., «D as gewerbliche P ro le ta ria t» , en G rundriss d e r Sozialökono
mik, vol. IX (1926).
Cassirer, E ., Rousseau, Kant, G oeth e, P rinceton U niversity P ress, Nueva
Jersey, 1970.
Cohen, E ., K arl M a rx Theory o f H is to ry , O xford U niversity P ress, Oxford,
1978.
—, «Selfownership, w orld-ow nership, a n d E quality», en L u c a sh (ed.). Jus
tice and E q u a lity H ere and N o w , C ornell University P re s s, Ith ac a, 1986.
Cohn, N ., The Pursuit o f the M illen iu m , H arp er & Row , N u e v a Y ork, 1961.
Coleman, J ., Individual Interests a n d C ollective A ctio n , C a m b rid g e Univer
sity Press, C am bridge, 1986.
—, Introduction to M athem atical Sociology, Free P ress, N u e v a Y ork, 1964.
Couturat, L ., La logique de L eibniz, P U F , P aris, 1903.
Crook, J ., T he E volution o f H u m a n Consciousness, O x fo rd University
Press, O x fo rd , 1980.
Csikszentmihalyi, M ., B eyond B o re d o m and A n xie ty , Jossey-B ass, San
Francisco, 1975.
Dasgupta, P ., «U tilitarianism , in fo rm a tio n , and rights», en Sen/W illiam s
(eds.), 1982.
Davidson, D ., A ctio n s and E vents, O x fo rd University P re s s, O x fo rd , 1984.
Deyon, P ., L o s orígenes de la E u ro p a M oderna: el m e rca n tilism o , trad,
cast. M. A . Oliver, P enínsula, B arcelona, 1970.
Dilthey, W ., W eltanschauung u n d A n a ly s e des M enschen seit R enaissance
u n d R e fo r m a tio n , en G esa m m elte S c h rifte n , vol. II, V a n d en h o ec k &
R uprecht, S tu ttg a rt, 1959.
D oraenech, A ., « E l diagnóstico de J ü rg e n H a b e rm a s, veinte a ñ o s después»,
prólogo a H a b e rm a s , H istoria y critica d e la opin ió n p ú b lica .
— , « L a ciencia m o d e rn a , los peligros a n tro p o g é n ic o s p resen tes y la racio
nalidad d e la política de la cien c ia y de la técn ica» , en A rb o r,
vol. C X X III, en e ro de 1986, p p . 9-51.
— , De la ciencia so cial a la teoría d e l m é to d o . Un viaje d e ida y vuelta,
m anuscrito in é d ito , 1988.
— , J. G uiu y F . O v ejero , «13 tesis s o b re el fu tu ro de la iz q u ie rd a » , en
m ientras ta n to , n .° 26 (prim avera d e 1986).
Downs, A ., A n E co n o m ic T heory o f D e m o cra cy , H a rp e r, N u e v a Y ork,
1957.
— , Inside B ureaucracy, Little, B row n, B o sto n , 1967.
D retske, F ., K n o w le d g e & the F low o f In fo r m a tio n , B lackw ell, O x fo rd ,
1981.
Ebeling, H . (ed .) S u b je k tiv itä t u n d S e lb sterh a ltu n g , S u h rk a m p , F ra n c fo rt,
1976.
E dw ards, W ., « O p tim a l strategies fo r seeking in fo rm a tio n » , Jo u rn a l o f
M a th em a tica l P sychology, vol. 2, 1965, p p . 312-329.
Elias, N ., Über d en P rozess der Z iv ilisa tio n , 2 vols., S u h rk a m p , F ra n c fo rt,
1980 (p rim era edición 1936).
Elster, J ., L e ib n iz et la fo r m a tio n d e V'esprit capitaliste, A u b ier M o n taig n e,
P aris, 1975.
—, Ulyses a n d th e Sirens, C am bridge U n iv ersity P ress, C a m b rid g e , 1979.
—, Sour G rapes, C am bridge U niversity P re s s , C am bridge, 1983.
—, M aking Sen se o f M a rx, C am bridge U n iv ersity P ress, C a m b rid g e , 1985.
— (ed.), The M u ltip le S e lf', C am bridge U niversity P ress, C a m b rid g e , 1985.
— y A . H ylland (eds.), F oundations o f S o c ia l C hoice T h eo ry, C am b rid g e
University P ress, C am bridge, 1986.
Eppler, E ., D ie tö d lic h e U topie der S ic h e rh e it, R ow ohlt, R ein b ec k , 1983.
Farquharson, R ., T h eo ry o f Voting, B lack w ell, O x fo rd , 1969.
Ferguson, A ., E ssa y on the H isto ry o f C iv il S o c ie ty , ed. F o rb es, E d in b u rg h
University P re ss, E dim burgo, 1974.
Festinger, L ., A T h e o ry o f C ognitive D iso n a n c e , S ta n fo rd U niversity P ress,
S tan fo rd , 1957.
Feuchtwanger, L ., N arrenw eisheit oder T o d u n d Verklärung des Jean-Jac
ques R o u sseau, F ischer, F ra n c fo rt, 1984.
Feuerbach, L ., G e sa m m elte W erke, 12 v o ls., ed. de W . S c h u ffe n h a u e r y
W. H arich, A k a d em ie Verlag, B erlin E ste , 1967.
Fichte, W erke, 11 v o ls., ed. de I. H . F ic h te , re im p r., W alter de G ru y te r,
Berlín, 1971.
F itz g era ld , R. (ed.), H um an N eeds anc! P olitics, P ergam on P ress, Rush.
B ay , 1977.
F ra n k f u rt, H ., «Freedom o f the will and the concept o f a p e rso n » , en
Jo u rn a l o f Philosophy, vol. 68 (1971).
F rie d , L. S., y C. R. P eterson, «Inform ation seeking: optional versus fixed
stopping», en Journal o f Experim ental P syc h o lo g y , vol. 80, 1969,
p p . 525-529.
F rie d m a n , M ., Ensayos sobre economia p o sitiv a , trad . cast. R. O rtega,
G redos, Madrid, 1967.
G a u th ie r, D., The Logic o f Leviathan, O xford U niversity Press, O xford,
1969.
G e h le n , A ., Die Seele im Technischen Zeitalter, R o w o h lt, R einbeck, 1957.
— , Theorie der W illensfreiheit und frü h e p h ilo so p h isch e Sch riften , L uch
terh an d , Neuwied, 1965.
— , A nthropologische F orschung, Rowohlt, R einbeck, 1961.
— , M o ra l und H yperm oral, A thenäum , F ra n c fo rt, 1967.
— , Urmensch und Spätkultur, Athenäum , F ra n c fo rt, 1977.
— (e d .), Soziologie, D iederichs, D üsseldorf/C olonia, 1955.
G e lln er, E., The Legitim ation o f Belief, C am bridge University P ress, C am
bridge, 1974.
— , T he Devil in M odern Philosophy, R outledge & K egan P au l, L ondres,
1979-
Georgescu-Roegen, N ., Analytical Econom ics, F lavard U niversity Press,
Cam bridge, Mass., 1966.
-— , The Entropy Law a n d the Economic Process, H av ard U niversity Press,
Cam bridge, Mass., 1971.
— , E nergy and E conom ic M yths, Pergam on P ress, N ueva Y o rk , 1976.
G ey er, C .-F., «Das Jah rh u n d ert der T heodizee», en K antsstudien (1982).
G ilb ert, D ., y J. C ooper, «Social Psychological Strategies o f Self-D ecep
tion», en Martin, M. (ed.), Self-D eception a n d Self-U nderstanding,
Kansas University P ress, Lawrence, 1985.
G o ffm an , E., The presentation o f S elf in E ve ryd a y L ife , A nchor Books,
Garden City, N. Y ., 1959.
G o m p erz, H ., Die Lebensauffassung der griechieschen P hilosophen und
das Ideal der inneren Freiheit, Friedrichs, J e n a , 1904.
G o o d m an , N., Fact, Fictions, and Forecast, B obbs-M errill, N ueva York,
1973.
G o v in d a (Lama), The Psychological A ttitu d e o f E arly B uddhist P hilosophy,
Rider, Londres, 1961.
G risw old, Ch., Self-K now ledge in P lato’s P haedrus, Yale U niversity Press,
New Haven-Londres, 1986.
G rü n b au m , A., Foundations o f Psychoanalysis, U niversity o f C alifornia
Press, Los Angeles, 1983.
G u e n th e r, H . V ., P h ilo so p h y a n d P sychology in th e A bidham m a, S h am b a-
la, B erkeley, 1976.
G u e ro u lt, M ., Leibniz, d y n a m iq u e et m é ta p h y siq u e , A ubier M o n taig n e,
P a ris , 1967.
H a b e rm a s , J ., H istoria y crítica d e la opinion p ú b lic a , trad . cast, de A . D o-
m èn ech , G . Gili, B a rc e lo n a , 1981.
— , T e c h n ik u n d W issen sch a ft als Ideologie, S u h rk a m p , F ran cfo rt, 1968.
H alév y , E ., The G ro w th o f P hilosophical R a d ica lism , Faber & F a b e r,
L o n d re s, 1972.
H a rd in , R ., C ollective A c t i o n , J. H opkins U niversity Press, B altim ore,
1982.
H a re , R ., The Language o f M o r a ls , O xford U niversity P ress, O xford, 1959.
H a ric h , W ., Jean P auls R e v o lu tio n sd ic h tu n g , R o w o h lt, R einbeck, 1974.
H a rs a n y i, J ., «C ard in al w e lfa re , individualistic ethics, and interpersonal
co m p ariso n s o f u tility » , en J o u rn a l o f P olitical E c o n o m y , vol. 63 (1955).
H a rt, H . L . A ., T he C o n c e p t o f L aw , O xford U niversity Press, O x fo rd ,
1961.
H a rtle , A ., The M od ern S e l f in R o u sse a u ’s C o n fessio n s, Indiana U n iv er
sity P ress, N otre D a m m e , 1983.
H a rtm a n n , N ., E th ik, W a lte r de G ru y ter, B erlin, 1929.
H ay ek , F . von, In d ivid u a lism a n d E co n o m ic O rder, G atew ay E dition, I n
d ia n a , 1948.
— , T h e C o n stitu tio n o f L ib e r ty , R outledge & K egan, L ondres, 1960.
— , D erech o , legislación y libertad, vol. I: N o rm a s y orden, no co n sta
t r a d ., U nión E d ito rial, M a d rid , 1978.
— , e t al., E vo lu tio n u n d M e n sch en b ild , H o ffm an u n d C am pe, H a m b u rg o ,
1983.
H a z a rd , P ., L a crise de la co nscience européenne (1680-1715), P U F , P a ris,
1961.
H eck sch er, E ., M erca n tilism , 2 vols., Allen a n d U n w in , Londres, 1955.
H egel, P h ilo so p h ie der G esch ich te, ed. B runstäd, R eclam , S tuttgart, 1961.
— , P h én o m én o lo g ie des G eistes, U llstein, F ra n c fo rt, 1973.
— , F rü h e po litisch e S y ste m e , U llstein, F ran c fo rt, 1974.
— , F ilo so fía del derecho, tr a d . cast, de V erm al, E d ito ria l S udam ericana,
B u en o s A ires, 1972.
H ein rich , D ., «D ie G ru n d s tru k tu r der m odernen P h ilo so p h ie» , en E beling,
H . (e d .), S u b jectivitä t...
H e rd er, H erd ers W erke in f ü n f B ä n d e, ed. de R egine O tto , A ufbau V erlag,
B erlin E ste/W e im ar, 1978.
H in tik k a , J ., Lógica, ju e g o s d e lenguaje e in fo rm a c ió n , trad . cast, de A .
G a rc ía , Tecnos, M a d rid , 1976.
H irsc h m a n , A ., Salida, v o z y lealtad, trad . cast, de E . Suárez, FCE, M éxi
co , 1974.
— , L as pasiones y los intereses, tra d . cast, de E. S u áre z, F C E , M éxico, 1978.
— , L ’econom ie comme science in ó ra le et p o litiq u e, S euil, P aris, 1984.
H o bbes, The English W orks, 11 v o ls., ed. sir W . M o lesw o rth , L ondres,
1839-1845.
—, L evia th a n , ed. M. O akeshott, B lackw ell, O x fo rd , s.d .
H o rk h eim er, M ., Zur K ritik d er instrum enteilen V e r n u n ft, A thenäum F is
ch er, Francfort, 1974.
H o w ard , N ., Paradoxes o f R a tio n a lity , M IT P ress, C am bridge, M ass.,
1971.
H um e, Treatise o f H um an N a tu re , ed. Selby-Bigge, O x fo rd University
P ress, Oxford, 1960.
—, E co n o m ic Writings, ed. F o rb es, P enguin, H a rm o n d sw o rth , 1970.
In trilig ato r, M ., M athem atical O p tim iza tio n and E c o n o m ic Theory, P re n
tice H all, Englewood C liffs, N .J ., 1971.
Jaeger, W ., Paideia, trad. cast, d e J . G aos, F C E , M éxico, 1970.
— , A ristóteles, trad. cast, de J . G a o s, F C E , M éxico, 1946.
— , E arly Christianity and G reek Paideia, H arv ard U niversity Press, C am
bridge, M ass., 1961.
Jan tsch , E. (ed.), The E vo lu tio n a ry Vision, sim posio de la A AAS, W est
view Press, Boulder, C o l., 1981.
Jeffrey , R ., The Logic o f D ecisio n , University o f C hicago Press, 198 32.
Jo n es, E ., y T. Pittman, « T o w ard a general th eo ry o f strategic selfpresen
tatio n s», en J. Suis (ed.), P sychological P erspectives on the Self, Erl-
b au m , Hillsdale, N .J., 1982.
— , y V. H arris, «The a ttrib u tio n o f attitudes», en J o u rn a l o f Experim ental
Social Psychology, vol. 3 (1967).
K afk a, G ., y H. Eibl, Der A u s k la n g der antiken P h ilo so p h ie , E rnst Rhein-
h ard Verlag, Munich, 1928.
K an t, K ants Werke, 11 vols., A k ad em ie T extausgabe, B erlin, reim pr. Wal
ter de Gruyter, 1968.
K irschheim er, O ., Funktionen d e s Staats und d er V erfassung, Subrkam p,
F ran cfo rt, 1972.
— , P olitische Herrschaft, S u h rk a m p , F rancfort, 1967.
Kline, M ., Mathematics in W estern Culture, P e n g u in , H arm ondsw orth,
1977.
K olakow sky, L., El mito de la autoidentidad h u m a n a , T eorem a, Valencia,
1977.
K olm , S .-Ch., Les élections, sont-elles la d é m o c ra tie ? , Les editions du
C erf, Paris, 1977.
— , «Psychoanalyse et théorie des choix», en S o cia l Science In fo rm a tio n ,
vol. 19 (1980).
— , L e bonheur-liberté, P U F , P a ris, 1982.
— , « In tro d u c tio n à la réciprocité générale», en S o cia l Science In fo r m a tio n ,
vol. 22 (1983).
— , « A ltru ism and efficiency», en E th ic s (1983).
— , L a b o n n e économ ie, P U F , P a ris, 1984.
— , L e libéralism e m oderne, P U F , P a ris, 1984.
K ripke, S ., «N am ing and N ecessity», en D avidson y H a rm a n (eds.), S e m a n
tics o f N a tu ra l L anguage, R eidel, D o rd rech t, 1972.
L an caster, K ., «The dynam ic inefficiency o f ca p ita lism » , en Jo u rn a l o f
P o litic a l E co n o m y, vol. 81 (1973).
L anducci, S ., I filo s o fi e i selvaggi (1580-1780), L a te rz a , B ari, 1972.
L eibniz, P hilosophische S c h rifte n , ed. G e rh ard t, 8 v o ls., reprint, O lm s,
H ild esh eim , 1967.
Levin, M ., M etaphysics a n d th e M in d -B o d y P ro b le m , O x fo rd U niversity
P ress, O x fo rd , 1979.
Lewis, D ., « C o u n terp art th eo ry o f quantified m o d al lo g ic» , en Jo u rn a l o f
P h ilo so p h y , vol. 65 (1968).
—, C o n v e n tio n , H arvard U niversity P ress, C am b rid g e, M ass., 1969.
Ling, T ., T h e B uddha, P enguin, H a rm o n d sw o rth , 1973.
Little, L . K ., Pobreza voluntaria y econornia del b en e fic io en la E u ro p a
M e d ie v a l, trad. cast. M . B a ra t, T au ru s, M a d rid , 1980.
Locke, T w o Treatises o f G o v e r n m e n t, ed. L aslett, D e n t & S ons, L o n d re s,
1977.
L ogan, F ., «D ecision-m acking by rats: delay versus a m o u n t o f rew ard», en
J o u r n a l o f C om parative a n d P hysiological P sy c h o lo g y , vol. 59 (1965).
Lovin, R ., y F. R eynolds, C o sm o g o n y a n d E thical O rder, C hicago U n iv er
sity P re s s , Chicago, 1985.
L öw ith, K ., W eltgeschichte u n d H eilgeschehen, K o h lh a m m e r, S tu ttg a rt,
1979.
Lukäcs, G ., D ie Zerstörung d er V ern u n ft, 2 vols., L u c h te rh a n d , D a rm sta d t,
1973. •
L ukasiew icz, J ., A r is to tle ’s L o g ic fr o m the S ta n d p o in t o f M odern F o rm a l
L o g ic, O x fo rd University P ress, O x fo rd , 1957.
M acIntyre, A ., Tras la virtud, tra d . cast, de A. V alcârcel, C ritica, B arcelo
na, 1987.
M ackie, J . L ., «Evil and o m n ip o te n ce» , en M in d , vo l. 64 (1955).
—, « C o m p o sitio n falacy», voz de la E ncyclopedia o f P h ilo so p h y, 8 v o ls.,
P a u l E d w a rd s (ed.), Free P ress, N ueva Y ork, 1973.
—, E th ics. In v en tin g R ight a n d W rong, P enguin, H a rm o n d sw o rth , 1977.
—, « T h e law o f the jungle: m o ral alternatives and p rin cip les o f evolution»,
en P h ilo so p h y , vol. 53 (1978).
—, The M ira c le o f Theism , O x fo rd U niversity P ress, O x fo rd , 1982.
M acpherson, J ., L a teori'a p o litic o d el in d ivid u a lism o p o s e s iv o , trad . cast.
J. R . C ap ella, F o ntanella, B arcelona, 1973.
Maier, H ., S okrates, M ohr, T u b in g a, 1913.
M arx , Grundrisse, D ietz, Berlin Este, 1953.
— y Engels, Werke. (M E W ), Dietz, Berlin E ste, 1957 y ss.
M ay n ard Smith, J ., « G am e theory and th e evolution o f b e h a v io u r» , en
Proceedings o f th e R o y a l Society o f L o n d o n , vol. 205 (1979).
— , Evolution and th e T h eo ry o f Games, C am b rid g e University P re ss, C am
bridge, 1982.
M ay o , B,, «M r. K eene o n O m nipotence», en M in d , vol. 70 (1961).
M einecke, F., D ie Id e e der Staatsräson in der neuren G eschichte, O lden
burg, M unich, 1924.
M ontesquieu, O euvres C om plètes, G allim ard , P arís, 1949.
M orgenstern, O ., y J. von N eum ann, T heory o f Games a n d E conom ic
Behaviour, P rin c e to n University P ress, P rinceton, N. J ., 19533.
M osterin, J., R a cio n a lid a d y acción h u m a n a , A lianza, M adrid, 1979.
M üller, D., Elección pública, trad. cast, de J . C . Z ap atero , A lian za , M a
drid, 1984.
N agel, T., «Rawls o n Justice», P hilosophical Review , vol. 83, 1973.
N eedham , J., Science a n d Civilization in C hina, C am bridge University
Press, C am bridge, 1965, vol. 11.
— , «H istoria y valores hum anos: una perspectiva china p ara la ciencia y la
tecnología m u n d iales» , en Rose (ed.) L a radicalización d e la ciencia,
trad. cast, de M . A . González; N ueva Im agen, M éxico, 1976.
N egt, O ., y A. K luge, Ö ffen tlich keit u n d E rfa h ru n g , S u h rk am p , F ran cfo rt,
1972.
N estle, W ., Die griechischen P hilosophen in A usw alh, 3 v o ls., J e n a , 1908.
N eum an, F., D e m o kra tisch er und autoritärer Staat, EVA, F ra n c fo rt, 1967.
Nietzsche, F ., W erke in f ü n f Bände, ed . Schlechta, reim p r. en 5 vols.,
Ullstein, F ra n c fo rt, 1979.
N o rth , D ., y R. T h o m a s, The Rise o f th e Western W orld, C am bridge,
University P ress, C am bridge, 1973.
N ozick, R., A n a rch y, State, and Utopia, Basic Books, N ueva Y o rk , 1974.
O f fe, C ., S tru ktu rp ro b lem e der kapitalistichen Staaten, S u h rk a m p , Franc
fort, 1972.
O linick, M ., A n In tro d u c tio n to M a th em a tica l M odels in th e Social and
L ife Sciences, A ddison-W esley, L o n d res, A m sterdam , 1978.
O lson, M ., The L o g ic o f Collective A c tio n , H arvard U n iv ersity Press,
Cambridge, M a ss., 1965.
— , The Rise and D eclin e o f N ations, Y ale University P ress, N ew Haven,
1982.
O pp, K.-D., Die E n tsteh u n g sozialer N o r m e n , M ohr (P aul S iebeck), Tubin-
ga, 1983.
O rtega, J., La idea ele principio en L e ib n iz, A lianza, M ad rid , 1974.
— , Ensayos sobre el a m o r, Alianza, M a d rid , 1979.
P a rijs, P h . van, T h e E vo lu tio n a ry E xp la n a tio n in Social Sciences, R ow m and
and L ittlefield, T o to w a , N . J ., 1981.
P au ly , D er kleine P a u ly : L exicon der A n t i k e in f ü n f B ände, D T V , M unich,
1979.
P ig eau d , J ., L a m a la d ie de l ’âme. É tu d e s u r la relation d e l ’â m e et du
corps dans la tra d itio n m éd ico -p h ilo so p h iq u e antique, Les Belles L etres,
P aris, 1981.
P la n tin g a, A ., The N a tu r e o f N ecessity, O x fo rd U niversity P ress, O xford,
1972.
P la to n , L a república, ed . bilingüe y tr a d cast, de J. M . P a b ó n y M.
F z.-G alian o , C e n tro de Estudios C o n stitu cio n ale s, M ad rid , 1981.
— , L a s leyes, ed. b ilin g ü e y trad. cast, d e J. M . P ab ó n y M . F z.-G alian o ,
C en tro de E stu d io s C onstitucionales, M a d rid , 1983.
— , D iálogos, 3 v o ls., ed. E. Lledó, tra d . cast, de J. C alonge, E . A costa,
F. Olivieri, J . L . C alvo, E. L ledó y C . G arcía-G ual, G red o s, M adrid,
1981 y ss.
P o co ck , J ., The M aquiavellian M o m e n t, P rin ceto n U niversity P ress, N.
Jersey, 1975.
— , Virtue, C o m m erce, a n d H istory, C a m b rid g e U niversity P ress, C a m b rid
ge, 1985.
P o h len z, M ., D ie S to a , 2 vols., K lo ste rm a n , G otinga, 1948.
P o lan y i, M ., P erso n a l K now ledge, R o u tle d g e & Kegan P aul, L o n d res, 1958.
P o p k in , R ., The H is to r y o f Skepticism , U niversity o f C alifo rn ia P ress, Los
Angeles, 1978.
P o p p er, K ., The P o v e r ty o f H isto ricism , R outledge & K egan P a u l, L o n
dres, 1961.
— , The Open S o ciety a n d its E nem m ies, R o u tled g e & K egan P a u l, L ondres,
1965.
R ap p o rt, A ., M a th e m a tic a l M odels in th e Social a n d B ehavioural Sciences,
W iley, N ueva Y o rk , 1983.
— , «T he C oncept o f R ationality in F o rm a l Decision T heory», P u b licatio n
Series o f the In tern atio n al In stitu te fo r C om parative Social R esearch
(W issenschaftszentrum ), Berlín O este, 1978.
— , y A . C h am m ah , P risoner’s D ile m m a , U niversity o f M ichigan Press,
A nn A rb o r, 1965.
Rawls, J A T h e o ry o f Justice, O x fo rd U niversity P ress, O x fo rd , 1972.
R aw son, E ., The S p a rta n Tradition in E u ro p ea n Political T h o u g h t, O xford
University P re ss, O x fo rd , 1969.
Rescher, N ., The P h ilo so p h y o f L e ib n iz, P ren tice H all, E nglew ood C liffs,
N. J ., 1967.
Riedel, M ., M e ta p h y sik u n d M eta p o litik, S u h rk am p , F ra n c fo rt, 1975.
Riley, P ., The G eneral W ill before R o u ssea u . The T ransform ation o f the
D ivine into th e C ivic, Princeton U n iv ersity Press, P rin c e to n , N. J .,
1986.
R iker, W . H ., Liberalism against P opulism . A C o n fro n ta tio n b e tw e e n the
T heory o f D em ocracy a n d the T heory o f Social Choice, F re e m a n &
C o ., San F rancisco, 1982.
— , y P . O rdeshokk, « A th eo ry o f the calculus o f voting», en A m e ric a n
P olitical Science R e v ie w , vol. 62 (1968).
R itter, J ., M e ta p h y sik 'u n d P o litik , S u h rk am p , F ra n c fo rt, 1969.
R o b in so n , A ., N o n -sta n d a rd Analysis, N o rth -H o lla n d , A m ste rd a m , 1966.
R oem er, J ., A General T h e o ry o f E xp lo ita tio n a n d Class, H a rv a rd U n iv er
sity Press, C am bridge, M ass., 1982.
— , (ed.), A n alytical M a r x is m , C am bridge U niversity Press, C am b rid g e,
1986.
— , y R . H ow e, «R aw lsian justice as the co re o f a gam e», en A m e ric a n
E co n o m ic R eview , v o l. 71 (1981).
R ohde, R ., Psyche. S e e le n k u lt und U nsterblichkeitsglaube der G riech en , 2
v ols., reprint, W estdeutscher Verlag, D a rm s ta d t, 1961.
R osenberg, A ., D e m o k ra tie und K la sse n ka m p f, U llstein, F ra n c fo rt, 1966.
— , D em okratie u n d S o zia lism u s, EVA, F ra n c fo rt, 1962.
R ousseau, D u C ontrat Social, Classiques G a rn ie r, P aris, 1962 (u n a edición
que contiene ad em ás el Discours su r Ies Sciences et les A r t s y el D is
cours sur l ’origine d e l ’inégalité p a rm i les h o m m es).
— , L es C onfessions, 2 v o is., G allim ard, P a ris , 1973.
Russell, B., A C ritical E xp o sitio n o f the P h ilo s o p h y o f L eib n iz, C am b rid g e
U niversity P ress, C am b rid g e, 1900.
S acristán, M ., P a n fle to s y materiales, vol. I: S obre M a rx y m a rxism o ,
Icaria, B arcelona, 1983.
Sam uelson, P ., « A rro w ’s m athem atical p o litic s» , en Sidney H o o k (ed.),
H u m an Values a n d E c o n o m ic P olicy, N ew Y ork U niversity P re s s , Nue
va Y ork, 1967.
S autet, M ., N ietzsche et la C om m une, Le S y co m o re, P arís, 1981.
Scitovsky, T ., The J o y le ss E conom y, O x fo rd U niversity P ress, O xford,
1976.
S chadew aldt, W ., D ie A n fä n g e der P h ilo so p h ie bei den G riec h en , Surhr-
kam p, F ran c fo rt, 1978.
S chm itt, C ., Die D ik ta tu r , D uncker & H u m b lo t, B erlín, 19784.
— , Politische T heologie, D uncker & H u m b lo t, B erlín, 19793.
Schneiders, W ., « R esp u b lica optim a. Z u r m etaphysischen und m oralischen
Fundierung der P o litik bei Leibniz», en S tu d ia leibnitiana, vol. 9 (1977).
Schofield, M ., y G. S trik e r (eds.), The N o r m s o f N ature. S tu d ie s in Hele-
nistic Ethics, C a m b rid g e University P re ss, C am bridge, 1986.
Schopenhauer, W erke in zehn Bände, ed. H ü b s c h e r, D iogenes, Z u ric h , 1977.
Schum peter, J. A ., C apitalism , Socialism , a n d D em ocracy, H a r p e r and
Row , Nueva Y o rk , 1961.
Seipel, L , Die w irtschaftlichen Lehren d e r K irchenvater, V iena, 1907.
S en, A ., On E co n o m ic In e q u a lity , O x fo rd U n iv e rsity P ress, O x fo rd , 1973.
— , « C h o ice, orderings, a n d m orality», en K ö rn e r, S. (ed.), Practical R e a
s o n , Blackwell, O x fo rd , 1974.
— , « E q u a lity o f w h a t? » , en T he T anner L e c tu re s on H u m a n Values, vol.
1, C am bridge U n iversity P ress, C am b rid g e, 1980.
— , C hoice, Welfare, a n d M ea su rem en t, O x fo rd U n iv ersity P ress, O x fo rd ,
1982.
— , y W . R uncim an, « G am es, justice, and th e g e n e ra l will», en M in d , vol.
74 (1965).
— , y B. W illiam s (eds.), m ilita rism a n d B e y o n d , C am bridge U n iv ersity
P re s s , C am bridge, 1982.
S h k la r, J ., M en & C itizen s, C am bridge U n iv ersity P re ss, C am bridge, 1969.
S im m el, G ., S ch o p en hauer u n d N ietzsche, D u n k e r & H u m b lo t, L eip zig ,
1907.
S im o n , H ., «A b eh av ioral th eo ry o f ra tio n al c h o ic e » , en Q uarterly J o u r n a l
o f E conom ics, vol. 69 (1964).
— , R e a so n in H um an A ffa ir s , Blackw ell, O x fo rd , 1983.
S in clair, T ., A H isto ry o f G reek Political T h o u g h t, R outledge & K egan
P a u l, L ondres, 1967.
S m ith, A ., The W ealth o f N a tio n s, ed. C a n n a n , F re e B ooks, N ueva Y o rk ,
1937.
S o m b a rt, W ., E l burgués, tra d . cast, de M . P . L o re n z o , A lianza, M a d rid ,
1972.
Spiegel, H ., «A dam S m ith ’s heavenly city», en H isto r y o f P olitical E c o
n o m y , vol. 8 (1978).
S p inoza, D ie E th ik, ed. G e b h a rd t, M einer, H a m b u r g o , 1976.
—, T heologisch-P olitischer T ra kta k, ed. G e b h a rd t, M einer, H a m b u rg o ,
1976.
Staveley, E ., Greek a n d R o m a n Voting a n d E le c tio n s, T ham es a n d H u d
so n , L ondres, 1972.
S tinchcom be, A ., L a co n stru cció n de teorías sociales, tra d . cast, d e M .
R iv alta, Nueva V isión, Buenos A ires, 1970.
Stone, C h ., «Should trees have standing? T o w a rd legal rights fo r n a tu ra l
o b jects» , en So u th ern C alifornia L a w R e v ie w , vol. 45 (1972).
Suppes, P ., «T he role o f subjective p ro b ab ility a n d utility in d ec isio n -m a
k in g » , en P roceedings o f the T hird B erk eley S y m p o siu m on M a th e m a
tical Statistics a n d P ro b a b ility, vol. V, 1965.
T alm on, J ., D ie G eschichte d er totalitären D e m o k r a tie , 3 vols., W e std e u ts
ch er Verlag, C o lo n ia /O p la d e n , 1963.
Tom ás de A quino, S u m a Teológica d e Santo T o m á s d e A q u in o (edición en
latín y en castellano p o r varios padres d o m in ic o s ), Biblioteca de A u to
res C ristianos, M a d rid , 1953 y ss.
T roeltsch, E ., E l p rotestantism o y el m u n d o m oderno, tr a d . cast, de Euge
nio Im az , F C E , México, 1967.
T ug en d h at, E ., Selbstbew usstsein u n d Selbstbestim m ung, S u h rk am p , F ranc
fo rt, 1979.
— , P ro b lem as de la ética, trad. cast, de J. de Vigil, C rític a , B arcelona, 1988.
T versky, A ., y D . K ahnem an (eds.), Judgem ent u n d er U ncertainty, C am
bridge U niversity Press, C am b rid g e, 1982.
U llm an-M argalit, E ., The E m ergence o f N orm s, O x fo rd U niversity Press,
O x fo rd , 1977.
V ernant, J .- P ., M yth e et p en sée chez les grecs, M a sp e ro , P aris, 1971.
W atzlaw ick, P . et alt., In tera ktio n , H iibschner, M u n ich , 1972.
W eber, M ., G esam m elte A u fs ä tz e zu r R eligionssoziologie, 3 vols., M ohr
(P aul Siebeck), T ubinga, 1971-1972.
— , W irtschaft u n d Gesellschaft, M o h r (Paul Siebeck), T u b in g a, 1970.
W eischedel, W ., Die philosophische H intertreppe, D T V , M unich, 1975.
W est, E ., «A . S m ith’s econom ics o f politics», en H is to r y o f P olitical Eco
n o m y , vol. 8 (1976).
W est, M ., «Physiological effects o f m editation: a lo n g itu d in a l study», en
Br. Jo u rn a l Soc. Clin. P sychiatry, vol. 18 (1979).
W ollheim , R ., y J. H opkins (eds.), Philosophical E ssa ys o n Freud, Cam
bridge U niversity Press, C am bridge, 1982.
Yovel, Y ., K a n t and the P h ilo so p h y o f H istory, P rin c e to n U niversity Press,
N ueva Jersey, 1980.
Zeleny, M . (ed.), A utopoiesis, D issipative S tructures, a n d Spontaneous
Social O rders, Westview P ress, Boulder, C o lo ra d o , 1980.
r e g is t r o a n a l ít ic o
ÍNDICE O N O M Á ST IC O
25. — D O M È N E C H
S ch elling, 293 S ra ffa , P ., 255
S ch iller, 27, 75, 293, 294 S taveley, E . S ., 89
S c h m itt, C., 152, 153, 177, 196, 200, 203, S te u a rt, 241, 250, 251
227, 242, 252 S tinchco m b e, A ., 251
S ch o field , M ., 97, 158 S toa, 25, 39, 44-47, 105-111, 113, 114,
S ch o p en h au er, A rth u r, 2 7 , 55, 76, 133, 116, 121-123, 136, 154, 155, 189; 191,
293, 296-316, 317; an tieu d e m o n ism o 193, 205, 213, 250, 292, 306, 325
sc h o p en h au erian o , 29 6 , 302 [crítica S to n e, C h . D ., 349
d el «eudem onism o relig io so » , 302]; S trik er, G ., 97, 138
co m pasión, 306-308, 311; crítica del Suls, J.„ 325
racionalism o m oral d e K a n t, 306-309;
«explotación u n iv e rsa l» , véase Scho
p en h a u er, m undo c o m o ju e g o de sum a T á c ito , 167
c e ro ; felicidad, 29 6 ; in te rp re ta c ió n T a lm o n , J ., 187, 199, 200, 203, 245
o rig in a l de la te o ría p la tó n ic a de las T ay lo r, F. M ., 339
¡deas y de la d o c trin a k a n tia n a del T heram en es, 88, 205
m u n d o noum énico, 309; m u n d o com o T h o m a s, R. P ., 150
ju e g o de sum a céro , 298, 302, 304, T h o m a siu s, 291, 306
305, 308, 313, 314; p esim ism o , 293, T h u ro w , L ., 305
29 6, 297, 298 (d ef.); v irtu d , 296, 302, T ib e rio , 253
3 06, 307-309; « v o lu n ta d » , 298-302, T ito L iv io , 107
308, 310; y el b u d ism o , 302-307, 309; T o m á s de A quino, 35, 37, 39, 40, 74.
y el trilem a k a n tia n o , 293, 296; y 145, 154
R o usseau, 304-306 T ò n n ie s, F ., 131
S ch o pen h au er, J o h a n n a , 307 T oqueville, 225, 245
S ch u m p eter, J. A ., 255, 257, 258 T ra sim a c o , 107, 123
S eip el, i., 214 T ro eltsch , E ., 274
S en , A ., 27, 94, 142, 188, 256, 340, 347, T u g e n d h a t, E ., 30, 102
352, 361 T u rg o t, 193, 203
S én eca, 44, 47, 108, 113, 136, 189 T versk y , A ., 261
S h aftesb u ry , 171
S h k la r, J ., 192
S im m el, G ., 217 U llm an-M arg alit, E ., 103, 166, 202
S in cla ir, T. A ., 106, 122, 123
S lu zk i, C ., 276
S m ith , A dam , 24, 148, 149, 188, 214, V alla, L o ren zo , 56
223-225, 265, 266, 333; el «problem a V eblen, T h „ 189, 305
d e A dam S m ith», 148-149; republica V e rn a n t, J . P ., 116
921
n ism o de A dam S m ith , 223-225 V eró n , E ., 276
S o b e ja n o , G ., 131 V erò n ica G iuliano, 102
S ó crate s, 45, 46, 98, 106, 113-116, 124, V espuccio, 157
314, 324; el S ócrates p la tó n ic o y el V ico, 167
S ócrates de J e n o fo n te , 98; y B uda, V irgilio , 61, 107
314; la herencia so c rá tic a , véase Socra- V o ltaire, 34, 35, 40, 59, 190, 191
tism o ; la herencia so c rá tic a V on A rn im , FL, 44, 122
S ó fo cles, 105 V on M ises, L ., 339
S o ló n , 189 Von M o h l, R ., 239
S o m b a rt, W ., 217, 221 V on "Neumann, J ., 28
S piegel, H ., 214 Von S ta h l, J ., 239
S p in o z a , 162, 176, 178, 232 V on W ilam ow itz, U ., 19
W a lra s, L ., 254, 339 W eischedel, W ., 330
W atzlaw ick, P ., 276 W e st, E. G ., 224
W e ak lan d , J. H ., 276 W e st, M ., 304
W eb er, M ., 23-25, 37, 4 1, 154, 212, 217, W illia m s, B ., 347
223, 280, 347; « p o liteísm o ético» m o W o lff, 68, 291, 306
d e rn o , 23; « ex p ro p ia ció n de los expro- W o lh eim , R ., 141
piad o res» y fo rm a ció n de la soberanía
m o d e rn a , 154; s o b re legitim idad del
p o d er político m o d e rn o , 274; sobre Y ovel, Y ., 279, 317
« p ro fe ta ético» y « p r o fe ta ejem plar»,
24
W eisb ro d , B. A ., 261 Z e n ó n de.C itio , 105-107, 113, 121
ÍN D IC E DE M A T E R IA S Y C O N C E PT O S
ab so lu tism o , 26, 151, 172, 175-179, 181, a k ra té s, 85 (def. aristo télica), 86, 95,
183, 185, 187, 194, 196, 201, 206, 207, 97, 98, 102, 128-130, 275; co m u n id ad
219, 225, 227-233, 243, 244, 249, 250, d e ak rático s, 117, 172; de los sujetos
273, 276-279, 288, 291; com o ideolo del co n tra to social, 174, 175; e igno
gía im perial, 26, 152, 292; discreciona- ra n c ia de sí p ro p io , 86, 97; y c o n tra
lid ad absolutista, 241, véase tam bién dicciones en la m ente, 85-86, 94
so b e ra n ía y d iscrecio n alid ad legislati a lien a ció n , 218, 332, 333, 336; del tra b a
va; m ercado y d ere ch o s de propiedad, jo , 332, 349 [intraducibilidad de esta
206, 228; y so b e ra n ía , 177-179, 194, p ro b lem átic a a un lenguaje consecuen-
196, 207, 227-233, 243, 244, 249, 273, cialista, 349]; to ta l, 333, 336
276, 277, 291 a l tr u is m o , 116, 117, 149, 2 02, 338,
acliáphora, 106, 107, 304 343-346; anegoísm o a través de) pane-
a d y n a to i. 104 g o ís m o , 117; co n d ic io n a l, 345-346
a eq u ita s, 153, 230, 247, 249, 250, véase [com o estrategia ev o lu cio n aria esta
tam b ién B egnadigansrecht; Billigkeit; b le, 345-346]; del enkratés, 344, 346;
b ilí o f attainder; epieíkeia; y derecho d e fin ic ió n del altru ism o [biológica,
de gracia; in te rp re tac ió n an tirrep u b li 346; en térm inos de p referen cia, 346];
ca n a de la aequitas, 247, 250, véase incondicio n al, 345-346; m edición del
ta m b ié n clem entia a c to altruista, 346; posible inconsis
a g a th ó n , 24, 25, 83, 90, 96, 178, 366; te n c ia de las filosofías m orales altru is
e tim o lo g ía de a g a th ó n , 83; téleion ta s, 347; preferencias a ltru ista s, 173,
a g a th ó n , 81 174 [preferencias (sociales) de segundo
a g o g é espartana, 122; d iferencia con el o rd e n altruistas, 343, 345]; refu tació n
ka ló n ático ta u to ló g ic a del altru ism o , 346; socie
aiciós, 92; aideísthai h e a u tó n , 92 d a d de altruistas, 338, 343-346; univer
a kaiaplexia, 318 sal, 345; y constricciones in fo rm a ti
akrasía, 84, 85, 96, 97, 100, 110, 175; vas, 343-346; y flujos sociales protei-
eos de inform ación, 338; y p a trim o n io ataraxia, 115, 120, 121, 144; sab io ata-
g enético de la hum an id ad , 345, 346; y ráxico, 109
« p e q u e ñ o grupo», 338, 345 autarkía: a u ta rkés, 81; autarkía d e iure,
aniathla, 84, 98, 340 195; p ro b lem a de la autarkía ética,
a m o r fa ti , 129, 130, 138 115; sociedad de individuos au tá rq u i-
a m o r sceleratus habendi, 186, 195 cos, 102, 167; v irtud a u tárq u ica , 195,
a m o u r d e soi, 186-188, 276; y conserva 205; y au to rreaiizació n en M arx , 332;
d o su i estoica, 188 y p ro p ied a d p riv ad a, 205
a m o u r p ro p re , 186, 188, 194, 197, 199, a u to a n u la c ió n : corno p ro d u cto lateral,
201, 272, 276, 304, 305; a m o u r p ro p re 116; co m o extinción de los p ro p io s d e
éclairé, 214, 220; y c o n su m o ostenta- seos, 312, véase tam bién n irv a n a ; en
to rio , 189, 305; y razón, 191, 272, 276 el b u d ism o p ro fu n d o , 117, 309, 310,
a n á n ke , 9, 40, 42, 46, 54, 284, 310, 316; 329, 330; en Fichte, 329, 330 [com o
co m o constricción in te rn a , 310, 316 « e n tra d a en la vida su p erio r» , 329,
an é tic a, concepción anética del cosm os, 330]; en la S to a, 116
114 au to co n o c im ie n to , 26, 86, 89, 90, 97, 98,
á n o ia , 84, 98, 340 102, 116, 130, 143, 178, 197, 199, 218,
an o re x ia, 102 220, 221, 291, 307, 310, 311, 315, 316,
a n teced en t standing la vv, 239 355; co n tra ste en tre A gustín y R ous
a olexía, 144 seau, 143; el pro b lem a del a u to c o n o
a p a th ía , 115, 158, 325; sa b io apático, cim ien to en los prim eros filósofos cris
1 0 2 , 121 tia n o s, 143; en el budism o, 117, 309,
a p ó p h a sis, 144 310, 315; en K ant, 291, 307, 310, 311,
a p p e titu s societatis, 121, 154-156, 158, 315, 316 [com o «com ienzo de to d a sa
160 b id u ría h u m an a» ]; exploración in tro s
a p re n d iz a je m oral, 95, 346, 349, 363 pectiva, 199, 310; M arx sobre a u to c o
a rca n a d o m in a d o n is, 253; origen del n o cim ie n to , 218; y au to escru tin io p ro
co n c e p to , 253 te sta n te, 139, 307; y au to rrep resió n ,
arcana im perii, 234 197; y d escu en to del fu tu ro p erso n al,
a rete, 83, 111, 135, 197, 291; d ificultades 218
d e su traducción, 83 [paren tesco eti autoelecció n , 284, 323, 324; en Fichte,
m o ló g ico con agathón, 83]; virtu d es 323-324; en K ant, 284; en S artre,
to ic a , 197, 198, 213, 321, 323 [Fichte 284
y la virtu d estoica, 321, 323]; virtud au to en g a ñ o , 261, 325, 330; cultivo de la
so c rá tic a (o ática), 80, 89, 107, 130, m em oria co m o arm a budista d e lucha
132, 148, 193, 197, 205, 212, 220, 292 co n tra el au to en g añ o , 330; del v o ta n
[M arx y la virtud de asce n d en cia so te, 261; y estrategias de au to p resen ta-
c rá tic a , 212]; y akrasía, 84; y m erca ción, 325
d o , 205; y propiedad p riv a d a , 205; y a u to n o m ía , 136, 138, 142, 143, 166, 167,
T u g e n d kantiana, 291, 292, 326; y vir 189, 195, 205, 268, 281, 283, 288, 316,
tu d cristian a, 111 321, 322; en los antiguos, véase autar
a r m o n ía social, véase ta n g e n te ética bur kía:; tam b ién enkráteiir, en F ich te, 321,
g u esa 322; en K an t, 321, 322; negación cris
a rro v ia n o s , teorem as, véase im posibili tia n a de la au to n o m ía, 136, 138, 143;
d a d , teorem as de noción m o d ern a, 142, 166, 167, 189,
ascesis, 218 195, 205; y en propiedad p riv ad a , 321,
a s tu c ia de la naturaleza, véase filosofía 322
d e la historia a u to rid a d , véase soberanía
a s tu c ia de la razón, véase filo so fía de la a u to rre p re sió n , 197, 284, 294, véase ta m
h isto ria bién sobreego; y au to co n o cim ien to ,
197; y autoelección, 284; y belleza de bo eth eíri h ea u tó n , 115
la g randeza m oral, 294 b ra m a n is m o , 116
au to télica s, actividades, 332, 349; y alie b u d is m o , 25, 102, 109, 113, 115, 116,
n ació n del trabajo, 332, 349; y conse- 130, 140, 144, 184, 302-310, 325, 329,
cuencialism o ético, 349; y participa 330; ateísm o b u sita, 140; b u d ism o m a-
ción política, 349; y p ro b le m a del fre e h a y a n a , 312; budism o p ro fu n d o , 115,
riding, 349 309 [d o ctrin a cen tral, 117, 309, 310;
a v ija , 117, 304, 340 o b je tiv o ce n tral, 310, 312-314]; b u d is
m o su p e rfic ial, 311; b u d ism o th e ra v a -
d a , 140; b u d ism o tib e ta n o , 311; b u d is
B egnadigungsrecht, 153, 230, 247, 249, m o Z en (o C h a ’n), 310, 311, 312; r a
250 c io n a lid a d del b udism o, 109, 310-312
b estia ru b ia, véase su p e rh o m b re [y asig n a c ió n ó p tim a de rec u rso s p sí
bien p riv ad o : antiguo, véase agathón; q u ic o s, 312, 315]; co m p asió n b u d ista
n o ció n m oderna de, 175, 177-180, 182, y c o m p a sió n sc h o p en h a u erian a , 311;
187, 188, 199, 201, 212, 213, 220, 276, eu d e m o n ism o b udista co m o e u d e m o
337, 340, 362, 366 [agregación de bie n ism o « n eg ativ o » , 310, 311; in d iv i
nes privados, 213] d u a lis m o b u d ista, 106, 313; técnicas
bien público: de ascendencia socrática, b u d is ta s del alm a, 184, 185, 310; y
véase kalóri', esp artan o , véase agogé; a u to a n u la c ió n , 329, 330, véase ta m
n o ció n m oderna de bien público, 142, b ié n b u d ism o p ro fu n d o ; y au to c o n o -
175, 177-180, 182, 188, 200, 201, 204, c im ie n to , 117, 309, 310, 315; y esto i
207 , 224, 274, 276 , 337 , 362 , 366 [bie c ism o y epicureism o, 106, 115, 116,
310; «ex p erien cias o ce án icas» , 309,
nes colectivos originarios, 209]; nó-
310; y m etem psicosis, 311; y p sico lo
ción técnico-económ ica de bien públi
g ía em p írica occidental, 304, 305, 309,
co, 150, 202, 222, (d ef.), 223, 234,
310; y S ch o p en h au er, 302-306
241, 254, 258, 259, 261, 263, 342
bulé, 88
[egoísm o com o bien p ú b lic o (p arad o
ja del egoísm o liberal), 345; inform a
ció n com o bien público , 342; poder
c a íd a , 137, 146, 154, 214, 300; h ip ó tesis
p o lítico y justicia co m o bienes públi del « árcan g el caído» en la filo so fía
cos, 150; sector público voluntario, m o d e rn a , 300; m u n d o caído y pesim is
261] m o m etafísico cristiano, 137; n a tu r a
bienes posicionales, 255, 305; véase tam leza ca íd a del h o m b re, 138, 146, 206;
bién juegos de sum a cero ; y límites n a tu ra le z a com o « creació n » y com o
del crecim iento de las ec o n o m ías capi « c a íd a » , 137, 154, 214; y p riv a tio
ta listas desarrolladas, 305 c a p ita lism o , 222, 226, 303, 319, 331, 339;
b ie n estar, E stado de, 180, 255 a p o lo g ía liberal del ca p ita lism o , 239,
b ien estarism o, 347, 350, 358; bienestaris- 240, 303, 339 [teodicea, sociodicea y
m o utilitarista y eu d em o n ism o anti a p o lo g ía del cap italism o , 229]; com o
g u o , 350; como «núcleo de la trans re in o n a tu ra l de la gracia, 226, 229;
fo rm a ció n ética de la m o d e rn id ad » , d e s c o n fia n z a def idealism o alem án en
350; rechazo raw lsiano del bienestaris el c a p ita lism o , 319; in c ap acid ad del
m o , 358; utilidad, com o base in fo rm a c a p ita lism o p a ra respetar las c o n d ic io
tiv a de! bienestarism o, 350 nes d e com petición perfecta del m o d e
b ik in i, 102, 109 lo d e eficiencia económ ica, 339; M arx ,
b ilí o f attainder, 153, 230, 247, 249 c rític o m o ral del cap italism o , 331; re
B illig ke it, 249 c h a z o ético racionalista del ca p ita lis
bio s, 143, 184 m o , 222; y eudem o n ism o , 303; y ex
b o d isa ttvh a , 312 p lo ta c ió n , 222
cardinalism o, véase utilidad; tam bién, dificación del c o n ju n to exterior de
utilitarism o oportunidad, 179, 218-221, 276, 308,
catálepsis, 310 311, 337; (y cu ltu ra tecnológica «occi
causa: eficiente, 39, 161, 162, 163; final, dental», 109, 311, 312, 337]; interior,
161, 163; fo rm a l, 161, 163; m aterial, 108, 109 (def.), 112, 113, 119, 129,
161, 162 221, 266, 271, 316, 324, 325, 337 [mo
causalidad, véase tam b ién razón suficien dificación del c o n ju n to interior de
te, principio de; determ inista, 315; oportunidad, 109, 112, 119, 129, 130,
p robabilista, 315; y «pereza de la r a 136-138, 152, 276, 311, 312, 324, 325,
zón», 318, 327 346 (en sentido a ltru ista , 346; modos
citta, 304 de am pliación, 112 ; y preferencias de
ciu d adano, véase ta m b ié n virtud ciu d a tercer orden, 324; y tecnología del
dana: buen c iu d a d a n o y persona m o alm a, 311, 312)]; del soberano, 251,
ralm ente b u e n a , 268, 269, 282, 283; 256 [restricción del c o n ju n to de opor
b o urgeois-citoyen, 1’42, 223, 224; y d e tunidad del so b e ra n o , 179]
m onio in te lig en te, 268, 269, 282, 283 consecuencialism o, 347-349, 366, véase
civilis societas, véase sociedad civil tam bién ética de la responsabilidad;
civitas, 165, 166, 169, 170, 195, 290, 318 N ozick, crítico del consecuencialism o,
civitas dei, 68, 70, 72, 146, 233, 290; 366
civitas dei terrena, 24, 76, 146, 181, consensus gentium , 156, 157, 159
239, 240, 283, 318, 337 [como b a ck conservatio sui, 176, 188, 193
g round m etafisico principal de la filo constricciones: a la activ id ad del Crea
sofía p rác tica m o d e rn a , 76 (extravío dor, 35, 36, 38-40, 53, 54, 63; ajenas
de la filo so fía p rác tica m oderna en la ín terh u m an as, 220; autoconstriccio-
ilusión m e ta físic a de la civitas dei nes, 220, 283, 292; constricciones a la
terrena, 337); en K an t, 265, 280, 282, conducta de los agen tes económicos,
283, 290]; co m o respublica óptim a, 68 338; constricciones o coerciones «in
clem entia, 250 ternas» [en K an t, 283, 292, 307, 310,
C lub de R o m a, 305 315, 316, 326; en P la tó n , 310, 316];
coaliciones de d istrib u c ió n , 246, 247, del conjunto in te rio r de oportunidad,
255, 257, 263; e ineficacia económ ica, 109 [actividad co n strictiv a del sobree-
246 go cristiano, 141, 271, 284, 285, 292]:
co m m u n io p o sitiv a , 209 del intelecto d iv in o , 57, 61-64; de re
co m m unio p rim a e v a , 209 cursos, 109, 337; el m ercado com o me
co m m unis o p in io , 81, 159 canism o co n stricto r de la actividad del
com pasión, 306, 307, 308, 311; concep soberano, 250-254; inform ativas, 21,
ción sc h o p e n h a u e ria n a de la com pa 109, 221, 225, 315, 316, 337, 339, 340,
sión, 306-308, 31 1 [contraste con la 341-345, 353 [del E sta d o , 255; del mer
idea b u d ista, 311] cado, 255, 338-345, 353; de una socie
com posibilidad, 56-58, 65, 69, 187; de dad, 339, 340, 343, 353; (y sacrificio
los bienes p riv a d o s, 187 ético del bien p riv a d o , 341; y sacrifi
com unism o: corno sociedad de hom bres cio de ¡a rac io n alid ad colectiva, 344)];
libres (en el se n tid o clásico del térm i lecnológicas, 109, 337
no), 333; « c ru d o » , 330; éticam ente in consum o o ste n ta to rio , 189, (def.), 305;
dividualista, 330; m arxiano, 205, 330 y bienes p osicionales, 305; y juegos
[necesidad de a b u n d a n cia m aterial, de suma cero, 305
334, 335]; p a rtid o s com unistas, 264 contractualism o, véase co n trato
co n junto de o p o rtu n id a d : exterior, 108, C ontrarrefo rm a, 139
109 (def.), 112, 129, 152, 179, 219, contrato , 166, 167, 169-172, 176, 192,
220, 246, 266, 275, 313, 337, 351 [m o 196, 197, 229, 274; véase tam bién co-
venant-, p a ctu n r, synthéke\ c o n tra to de despotism o de los pobres (Aristóteles),
sum isión, 196; co n tra to de u n ió n , 196; 89, 104, 205; con cep ció n rousseaunia-
definición co n tra ctu a lista de u n ó p ti n a, 126, 224, 225, 257, 262; directa,
m o social, 353, 358, 360; D ios co m o 126, 262; in d ire cta o representativa,
g aran tía del c o n tra to en el re p u b lic a 257, 260, 363-365 [actividad política
nism o rev o lu cio n ario , 290; el p ro b le com o ac tiv id ad p riv a d a , 363, 364;
m a fu n d a m e n ta l del co n traro en R o u s com binación de d em ocracia indirecta
seau, 274-276; en tre súbditos y so b e y m ercado co m o m ecanism o de deci
ra n o , 2 3 6 -2 3 9 ; n e o c o n tra c tu a lism o sión colectiva, 339, 358 (deficiencias y
r a w ls ia n o , 3 5 8 -3 3 6 2 ; y l i b e r t a d , apología de ese m ecanism o, 339, 358);
274-276; y v irtu d , 173, 197 concepción in stru m en tal del proceso
co n tribución, p rin cip io de, 204, 205, 221; político, 363; o b jetiv o de la política:
e investigación científica, 221; y c o m u llegar a co m p ro m iso s entre intereses
nism o m a rx ia n o , 205; y ju sticia lib e irreductibles, 363, 364; regla de m ayo
ral, 204; y m e rc ad o , 204; y socialism o, ría simple, 363, 365]; liberal, 200, 213
204 [restos axiológicos republicanos en las
convención, 173, 174 (def.) dem ocracias liberales, 258]; participa-
co o peración, 91, 92, 118, 124-126, 163, tiva, 213; plebeya, 88, 124, 205; repu
165, 166, 172, 202, 204; incondicional, blicana m o d e rn a , 245; teoría económ i
92; y c o n tra to social, 167, 172 ca de la d em o cracia, 257, 258; to tali
córtex, 312; n eo có rtex , 311, 312 taria, 200, 245, 273
costes ex tern o s, véase regla de decisión derecho: com o ars b o n i et aec/ui, 247:
costes tra n sa c tiv o s, véase regla de deci com o « lib ertad » (en sentido m oder
sión no), 16, 150, 207; com o opuesto a «so
co venant, 166, 172 beranía», 150, 239, 240, 251; de aso
creación: a u to crea ció n y auto elecció n , ciación, 248, 257; de gracia véase
284; c o m o o b je tiv o se c u n d a rio de tam bién a eq u ita s; B egnadigungsrecht;
D ios, 68; creatio continua, 39, 228; bilí o f a tta in d er; BiUigkeit\ eipiékeia),
ex a m ó rp h o s hyles, 36; ex n ih ilo , 36, 247; derecho al d esarro llo de la perso
39, 163 [el filó so fo cristiano debe ex nalidad in d iv id u al, 332; derecho del
plicar desde la n ad a, 163]; y « c a íd a » , m ás fuerte, véase sofistas; derecho n a
137, 154, 214 tural, véase iu sn atu ralism o ; derechos
creencias: de segundo orden, 21; y ra c io «artificiales», 179; derechos de los an i
n alidad, 20-23 males, 349; d erechos de propiedad,
crisis ecológica, 303, 305, 334, 337, 348, 179, 180, 196, 204-210, 215, 216, 219,
350; crisis dem ográfica, 337; crisis de 221-223, 227, 240, 242', 251, 256; d e
recursos, 337; devastación de la b io s rechos inalienables, 194; derechos in
fera, 337; y am enaza bélica, 337, 348 dividuales com o constricción a la elec
cristianism o re fo rm a d o , véase p ro te s ta n ción social, 336; derechos y bien p ri
tismo vado, 180; d ro its d e l ’h o m m e y droits
du citoyen, 212, 332, 350; Estado de
D erecho, 239-242; funciones de! dere
darana, 115 cho en un o r d e n ju ríd ic o liberal,
deep flo w s , véase experiencias oceánicas 240-242; leyes universales, 230, 231,
deísmo: an tio ca sio n a lista, 39, 48 234, 239, 240-242, 247, 248, 250, 255,
d em e, 88 262, 266, 270; m etaleyes, 241
dem ocracia: aten ien se, 356, 357 [y m é to deseos, véase p referen cias
dos az aro so s de elección, 356, 357 despotism o legal, 193, 203, 241; y abso
(funciones de esos m étodos, 357)]; b a lutism o ilu stra d o , 193
sada en el m e rc ad o político, 262; co m o deutero ap ren d izaje, 276
deuteros plus, véase S ch o p en h au er d itth iv a d i, 310
dictadura: com isionada, 252; com o char- división de poderes, 246
ge onéreuse, 252; en el republicanism o d ivisión del trab ajo : en la p o lis , 41, 107;
antiguo, 252; m o d e rn a , véase d ictadu hostilid ad republicana m o d e rn a a la
ra soberana; so b e ra n a, 252 división del tra b a jo , 223, 224; y co m
dilema del prisionero, 90, 91, 95, 117, p le jid a d de las sociedades m o d ern as,
142, 165-170, 188, 193 , 205, 241, 243, 339 [escasez de flujos in fo rm a tiv o s en
244, 280, 295; c o n tra u n o m ism o, 96, esas sociedades, 339, 345]; y oikéiosls,
215, 216, 218, 292; e im perativo cate 120; y póiesis artesan al, 41; y « so lid a
górico, 280; entre los súbditos (enfren rid ad orgánica», 133; y ta n g e n te ática,
tados al soberano), 243-245; generali 102-105
zado, 163, ¡64, 166, 169, 201-203,208, d o b le vínculo, 94, 275, 276; te o ría del
213, 215, 221, 223, 242; y falacia de do b le vínculo, 94; y d esarreg lo s en la
composición, 295; y participación p o relación entre órdenes de preferencias,
lítica y actividades au to télicas, 349 94, 275, 276; y en ferm ed ad es m en ta
D ios: bondad de D io s, 37, 40, 68, 74; les, 276
cognoscibilidad de los fines del C rea dóxicas, representaciones, 80
d or, 162, 301; com o a g en s liberrim um , d u k h a , vé a se ta m b ié n s u f r i m ie n to :
49, 54; como A rq u ite c to , 36, 48, 68, 310-314; m inim ización de la d u kh a
70, 75, 77 [ W eltb a u m eister, 284; Dios co m o objetivo del b u d ism o , 310, 312
Arquitecto com o efecto lateral de Dios d u o p o lio espacial, teorem a del, 262
Príncipe, 75]; com o an á lo g o del sobe d ya n a , 115
rano, 228, 229, 231, 232; com o C rea
dor, véase creación; co m o estratega
racional, 70-75, 164, 273; com o geó ec o n o m ía del am or, 261, 314
m etra, 59; com o le g isla d o r, 153, 228; ec o n o m ía del tem or, 261
como m atem ático clásico, 59; com o efectos (o productos) laterales, 40, 46,
optim izador, 36, 49, 50-56, 61-66, 300, 47, 48, 68, 75, 111, 116, 151, 217,
314; como p o stu lad o de la razón prác 282; auto an u lació n co m o efecto la te
tica, 283, 294, 318, 327, 328 [como ral, 116; efectos em ergentes, 47; efec
garante de que el h o m b re sea un agen tos perversos, 47, 233, 241; la felici
te m oralizador de la «naturaleza», d ad com o p roducto lateral [en K ant,
318; como garantía del co n tra to social 114, 281, 282, 289; en la S to a, 108,
en el republicanism o revolucionario, 114]; pro d u cto s esencialm ente latera
290]; como P ríncipe, 68, 70, 75, 233, les, 114 (def.), 281, 282, 327, 348; katá
283 [Moralischer W eltherrscher, 283, p a ra k o d ú d e sin , 47, 233, 241; salva
290]; deseconomías de la acción divi ción com o producto la te ra l de la fe,
na, 75, 76; im perfección de un Dios véase pro testan tism o , co n cep ció n p ro
que actuara p ropter J'inern, 162; poder te sta n te de la salvación; syn a p tó m en a ,
de Dios, 40, 68, 69, 74; [paradoja de 48; y disteleologías, 68
la om nipotencia, 69]; posibilidad de eficiencia: del E stado, 255, 261; de los
un Dios m aligno, 300, 314, 315, véase m ecanism os de tom a d e decisiones co
también diteísm os; sa b id u ría de D ios, lectivas, 339, 342, 343; económ ica,
37, 40, 56, 61, 68, 74, 300 [paradoja véase tam bién in m e jo rab ilid ad , condi
de la om nisciencia, 75]; serenidad e ciones de: 215, 246, 255 [del m ercado
impasibilidad de D io s, 145; voluntad com petitiv o , 215, 246, 325, 339, 355,
general de Dios, véase jansenism o; y 362; de la planificación cen tralizad a,
la autoanulación individua!, 329 339; de la reciprocidad g en eral altru is
disonancias cognitivas, 112, 114, 126 ta , 345; y co rp o rativ ism o , 246]; en la
diteísm o, 37, 38 p roducció n de utilidad m a rg in al, 352,
361; ineficiencia del m ercado político, ek lo g é , 110, 115, 144
262; ineficiencia (dinám ica) de! cap ita elección: social, 337, 338 [de una. socie
lismo y de to d a vida económ ica que d ad ó p tim a, 353; m é to d o s u tilitaristas
separe socialm ente decisiones de con card in alistas de elección social, 356,
sum o y decisiones de inversión, 333 357 (m étodo c a rd in alista d e N ash) m é
ego, 141, 270, 271-278, 284, 285; com o to d o s u tilita ristas o rd in a lista s, 356,
portavoz de las preferencias persona 357; obstáculos a u n a elección social
les de segundo o rd en , 270, 271; civil racio n al, 338 (im p o sib ilid ad lógica de
ro u ssea u n ia rv o , 270-278, 290, 291; u n a elección social ra c io n a l, 353-355);
k a n tia n o , 2 84-290; ilusoriedad del te o ría de la elección social, 26]; teoría
ego, véase b u d ism o p ro fu n d o , d o ctri de la elección, véase ra c io n a lid a d , teo
na central del ría de la
egoísm o: anegoísm o a través del pane- e leu tero lo g ía, 23, 284; del deseo (com o
goísm o, 116, 117; antiegotism o estoi ética ra c io n a l), 23; ep istém ica, 23;
co, 107; « ca lc u lad o r» , com o dato in a k a n tia n a , 284
movible de p a rtid a del liberalism o p o ello, 141, 270, 272-278; ello rousseau n ia-
lítico, 319; co m o resu ltad o de las cons n o , 272-278
tricciones in fo rm ativ as sobre la socie e n a je n ac ió n , véase alien ació n
d ad , 343-345; concepción paulina del e n k rá te ia , 86, 87, 99, 100, 107, 109, 130,
egísmo, 163 [influencia en L utero y 150, 350; com o fu erza o lib e rtad inte
H obbes, 163]; de la burguesía recién rio r, 178, 219, 350 [h isto ria de la filo
consolidada, 198; del h o m o oeconom i- so fía griega com o m a rc h a ascendente
cus, 186; defensa tau tológica del egís en el progresivo re fin a m ie n to del con
m o (tautología p anegoísta), 346; defi cep to de lib ertad in te rio r, 115]; com o
nición del egoísm o [biológica, 346; neologism o so crático , 86; co m u n id ad
científico-social, en térm inos de prefe d e enk rático s, 93; en k ra lé s, 25 , 86, 87,
rencias, 346]; e in terés, 186, 20!, 319; 97-100, 102, 114-120, 128-131, 205,
justificación del egoísm o universal por 318, 324, 325 [e in fo rm a c ió n ; y altru is
los obstáculos a la elección social ra m o, 344, 346]; e tim o lo g ía de enkrá
cional, 345; « in etafísico » , 294, 295; teia, 87; y elección rac io n al de p refe
necesidad liberal de proteger estatal rencias, 350
m ente al egoísm o, véase egoísmo, p a epieíkeia, 230, 247
r a d o ja del e g o ís m o ; p a ra d o ja del ep o c h é, 115
egoísm o: el egoísm o com o bien públi eq u ilib rio : com petitivo, 254-256, 262-263
co, 345; y arnour p ro p re , 188; y budis [dificultades, 254-256]; de co o rd in a
m o, 313-314; y debilidad de los flujos ció n , 174; general, 255, 256 [teoría del
inform ativos, 338, 339; y dilema del equilibrio general, 254, 256; uso acien-
prisionero, 203; y dro its de l'hom m e, tífic o del idea! m e to d o ló g ic o del equi
212; y «filiteísm o b u rg u és» , 291, 294; lib rio general, 255]; de N ash [estricto,
y filosofía de la h isto ria , 319, 321; y 73 (d ef.), 92, 126, 232, 236; no-estric-
gracia divina, 138, 163; y «gran gru to , 73 (def.)]
p o», 338, 345; y iusnaturalism o m o e sce p ticism o : an tig u o , 158; m oderno,
d ern o, 154; y m e rc ad o , 149, 160, 201, 156-159 [y C o n tra rre fo rm a , 159]
203, 204, 216, 249, 319, 338, 362; y escolasticism o, 39, 154-157; m etafísica,
patología p síq u ica, 309, 310; y p a tri 161, 162; teo ría p o lítica, 156, 157, 170,
m onio genético de la hum anidad, 345, 171
346; y planificación central, 338, 343; e s c h a to n , 147; uso escato ló g ico del cris
y sociedad civil, 142, 249; y teoría eco tian ism o , 146, 147, 317, 318 [y filoso
nóm ica, 164 fía de la h isto ria, 317, 318; y virtud
eTdos, 144 ciu d a d a n a an tig u a, 318]
E sta d o de D erec h o , 239-242; o rig en del eudaim onia, 2 8 , 78, 101, 189, 355; c o n
co n c e p to , 239 traste con la id e a m oderna de felici
E sta d o d e n a tu ra le z a , 160, 163, 165, 166, dad, 178, 180, 184, 195, 203, 264, 268,
169, 190, 192, 194, 195, 197, 206, 207, 292, 355
215; c o m o dilem a del p risio n e ro gene eudem onism o: an tig u o y bienestarism o
r a liz a d o , 163-166; d iferencias entre utilitarista, 350; antieudem onism o es
H o b b e s y R ousseau, 197; in te rn a c io toico, 114; eu d em o n ism o epicúreo, 14,
n al, 242; y p ro p ied a d p riv ad a , 242 331; eu d e m o n ism o y an tieu d em o n is
E sta d o m ín im o , véase liberalism o mo en K an t, 114, 289, 302; crítica
e stam en to s, 203, 239, 245, 246, 248, 256; schopenhaueriana, 2% ; «reLigioso», 302
a sam b lea de estam entos y P a rla m e n eukosm ía, 104
to , 256; estam en to s p ro v in cian o s ver eükráseia, 87
su s in te n d a n ts centralistas, 203; o rg a eükráteia, 87
n izació n estam en tal de los sú b d ito s, eunom ia, 104, 121, 152
246, 248; y fr e e riding, 246, 250; y eü práttein, 8 1, 83, 341
m u ltitu d o dissoluta, 245 euthym ía, 97, 144
estra te g ia: acción estratégica (en sentido eü zén, 81
h a b e rm a sia n o ), 362, 363, 365; cam bio experiencias o ce án ica s, 309, 310, 332
de e stra te g ia s, 169; co n d ició n a n tie s explotación: e ideal republicano de in d e
tra té g ic a , 254; estrategia c o n d icio n a l, pendencia p e rso n a l, 222; «explotación
173-175, 237-239, 244, 246, 250, 288, universal» sch o p en h au erian a, 298; n o
289; estra te g ia d o m in an te, 73, 91, 93, ción m arx ista d e la explotación, 222,
118, 125, 127, 129, 164, 173, 232, 236, 234; y c o n ju n to exterior de o p o rtu n i
273, 287 [m etaestrategia d o m in a n te , dad, 222, 266; y co n ju n to in terio r de
237, 250]; estrategia g a n a d o ra , 73; es o p o rtu n id a d , 266; y liberalism o, 264
tra te g ia racio n al, 95, 168, 204, 273, exterriaüdades n eg ativ as, véase m e rcad o ,
276 [m etaestrateg ia rac io n al, 250]; es fallos del
trateg ia s de a u to p re sen tac ió n , 325; es
tra te g ia s disponibles, véase c o n ju n to
de o p o rtu n id a d ; estrategias ev o lu cio falacia: de c o m p o sic ió n , 243, 244, 295
n a ría s estables, 28, 345, 346; e stra te (def.); ética del individualism o lib eral,
gias n ucleares de c o n tra fu e rz a , 254; 341; fu n cio n a lista, 240
estra te g ias m ixtas y p uras (d e f.), 100, falsa consciencia, 296
101 faturri, véase heirnarm éne
ética cín ica , 83, 105, 115, 116 fe: concepción p ro testan te de la fe, 139,
ética c ire n a ic a , 105, 115 282; en el p ro g re so , 36; en la P ro v i
éticas d e la convicción o de la in ten ció n , dencia, 36; y v irtu d cristiana en la c o n
111, 280, 347 cepción b o e c ia n a , 137, 147, 317
éticas de la resp o n sab ilid ad , 280, 347, Fechner-W eber, ley de, 304, 305, 351
348; lim itaciones in fo rm ac io n ales de felicidad: co m o p ro d u cto lateral, 108,
las ét. de la resp., 348, 349; éticos, 114, 2 8!, 282, 289, 302, 327; d e las
p rin cip io s; com o exigencias de exclu criaturas rac io n ale s, 68; en la c o m u n i
sión de d eterm inados tip o s de in fo r dad de D ios, 76; en la cultura filo só
m a c ió n , 340, 341, 346, 353; restricción fica a n tig u a , véase eudaimonta; felici
n o z ic k ia n a de la base in fo rm a tiv a de dad in terg en eracio n al y filosofía de la
los prin cip io s éticos consecuencialis- historia, 3 19, 333; infelicidad en las
ta s, 361; restricción raw lsian a de la econom ías a lta m e n te industrializadas,
b ase in fo rm a tiv a de los p rin cip io s é ti 305; ru p tu ra m o d e rn a con el co n cep to
cos b ie n estarista s, 361 clásico, 178, 180, 184, 195, 203, 264,
euboh'a, 89 268, 292, 302, 337, 340
f e l i x cu lpa, 75, 318 h u gonotes, 239
filiste is m o , véase egoísm o, filisteism o hybris, 138
b u rg u és hyle, 144
filo so fía de la historia, 36, 133, 316-355;
a s tu c ia de la naturaleza, 316; astucia
d e la razó n , 317; noción trá g ic a de la igualdad, 103, 190, 240, 248, 335, 352;
h isto ria en el idealism o a le m á n , 317, ante la ley, véase isonomía: a n tin o m ia
318, 321, 333 [y «m ano invisible» del m o d ern a e n tre igualdad y lib e rta d ,
m e rc ad o , 319, 333]; origen del con cep 248; desigualdad de recursos iniciales,
to « filosofía de la h isto ria » , 36; y fe 263; d esig u ald ad distributiva, véase
licid ad intergeneracional, 319, 333; y justicia d istributiva; igualitarism o y
v irtu d , 316-335 experiencias oceánicas, 309; ig u a ld ad
fisió c ra ta s, 193 u tilita rista card in alista, 351-352; ig u a l
fo e d e r a liv e pow er, 242, 253 dad raw lsian a, 360, 361; in trad u cib ili-
fo r tu n a , 137, 147, 229, 317, 318; y sae- dad de un co n cep to adecuado de ig u al
c u h im , 317, 318; y virtud en B oecio, d ad al len g u aje de la utilidad, 352; y
137, 147, 317, 329; y v irtu d en M a- virtu d , 335
q u ia v elo , 229, 252 Ilustración: ala plebeya de la Ilu strac ió n ,
fra te rn id a d , 335; y virtud, 335 134; alem an a, 134; escocesa, 206, 223;
fr e e riding, véase dilem a del p risio n ero y m o d e rn id ad , 135
f u tu ro , descuento personal del, 215-219; im perativo categórico, 142, 280, 281-290,
ta sa racional de descuento del fu tu ro , 307; segundo im perativo, 281, 287,
215-218; y phrónesis, 219 289; tercer im perativo, 282, 283, 285,
289, 290; y fracaso del au to co n o ci-
m iento, 307; y «voluntad sa n ta» , 307
G e sin n u n g seth ik, véase ética de la co n im perium , 26, 148, 152, 292; el e m p e ra
vicción dor com o ¡ex anim ata, 247; im p erio
g n o sticism o , 37 cosm op o lita, 193; imperio de la ley,
g racia: concepción ag u stin ian a, 111, 139, véase rule o f law; im perium a ffe c tu m ,
143, 317, 318; concepción p au lin a, 166; im p eriu m rationis, 166, 170, 181,
138, 143, 189 [influencia so b re L u te ro 207 , 278; som etim iento de las c iu d a
y H o bbes]; politización de la gracia, des, 152; uso im perial del cristian ism o ,
véase eschaton 146, 147, 152; versus res p u b lica , 26,
148, 152, 292
im posibilidad arro v ian a , véase im p o s ib i
h ed o n ism o , 83, 105, 189 lidad, teorem as de
h eg ern o n ikó n , 292 im posibilidad, teorem as de, 353-365
h eim a rm é n e, 40, 43, 46, 68 individualism o: b u d ista, 106, 313; b u r
h e te ro n o m ía , 112, 221, 268, 281, 284, gués m o d ern o , 24, 175; con cep ció n
287, 289; concepto k a n tia n o , 281, 284, atóm ico-individualista de la so cied ad ,
287, 289, 296, 316; y felicidad en Fich- 155, 156, 160, 167, 193; estoico, 107;
te, 323, 324, 329; y m e rcad o , 221 ético de M arx, 330; hiperindividuaüs-
h éxis, 91, 99 m o de la época helenística, 24; ja in is-
h ip o lép ticas, representaciones, 80 ta, 106; lib eral, 341; posesivo, 196; y
h o lism o , 155, 170 cosm opolitism o, 106
h o m o oeconom icus, 167, 186, 217, 220, in fo rm a c ió n : co m o coste tran sactiv o ,
253; diferencia con el h o m o oecono- 363, 364, 366; constricciones in fo rm a
m icis sociológicas, 217 tivas, véase constricciones in fo rm a ti
h o m o o ec o n o m icu s sociologicits, 217, vas; p articu la rid ad de la in fo rm ac ió n
220 com o bien económ ico, 342; te o ría de
la in fo rm ació n , 344; y m ercado, d o , 173-174]; ju e g o del enkratés socrá
338-345, 352, 353, 356, 358; y p rinci tico en la co sm ó p o lis, 118, 119; juego
pios éticos, 340, 341, 346, 353, 361, del «gallina», 126; ju e g o del reino a r
364 tificial de la g rac ia, 26, 229, 230-233,
inm ejorabilidad, condiciones de, 254 277, 288; juego del rein o de la gracia,
interés p rivado, 187 24, 70-75, 229, 231, 232; juego del
interés público o general, 187, 201, 207, reino natural d e la grácia, 26, 229,
223, 229, 247, 257, 274, 276, 319, 362, 233-239, 242, 243, 258, 264, 274, 283,
363, 366 288; juegos co m p etitiv o s, 254; juegos
intérêt éclairé, 186; eniightened s e lf in te de coordinación, 174; juegos de sum a
rest, 186, 220 cero, 151 (d ef.), 156, 210, 234, 253,
intérêt particulier, 186, 194, 197, 199, 254, 302-305, 308, 314, 315, 334, 353;
201, 204, 222, 225, 253, 257, 259, 261, juegos diferenciales, 333; juegos infi
272, 276, 277, 362; interés p articu lar nitam ente an ta g ó n ic o s, véase juegos
com o c o rru p c ió n republicana, 224, sum a cero; ju e g o s intrapsíquicos, 25;
257 juegos sem ánticos, 27; teoría de ju e
intérêt p ersonnel, 186 gos, 27, 29, 70, 95, 142, 254, 262, 360
irracionalidad, véase racionalidad [uso explicativo, 27; uso herm enéuti-
irrelevancia, condición de, 202 (def.), co, 27; uso n o rm a tiv o , 27]
203, 204, 208, 213, 215, 221, 222, 259 justicia: distributiva, 255, 263, 351 [y fis-
islamismo, 140 calidad red istrib u tiv a, 180, 351, 352,
isonom ía, 104, 152 360; y óptim o d e P a re to , 136, 255,
isost heñía, 158 263, 351-353; y ru le o f law, 255; según
¡u s a d r e m , 148 el utilitarism o c a rd in a lista , 351]; libe
iusnaturaiism o, 153-156, 158, 160, 179, ral, 205; m a rx ian a, 205, 309; socialis
194, 195, 207, 366; concepción iusna- ta, 205; p la tó n ic o -a risto té lic a , 103;
turalista de la p ro p ied ad privada, 207, problem a de la « co o rd in ació n ju sta»
213; concepción spinoziana del d ere de las actividades p ro d u ctiv as y rep ro
cho n atu ra l, 176; liberalism o político ductivas de los h o m b res, 103; según
com o secularización del iusnaturalis- los sofistas, 123, 124; y principio de
mo, 234; n o zick ia n o , 266; y so beranía, contribución, 204, 205
234
ius om nium in o m n ia , 206
ka ló n , 24, 83, 89, 96
k a m m a , véase k h a r m a
jainism o, 106, 303, 348 kh a rm a , 303, 304; ciclo khárm ico, 303,
jansenism o, 74, 214 304 (def.), 305, 308, 311, 313, 325;
judaism o, 140 satisfacción n o -k h á rm ic a de los de
juegos: juego Calicles-N ietzsche, 123-126 seos, 313
[juego C alicles-N ietzsche con un p o d er K lugheit, véase ta m b ié n phrónesis; p ru -
político d isu a so r, 127-128; juego in te r dentia; y p ru d en c ia, 285, 291; noción
tem poral del fu erte contra sí m ism o, kantiana, 285, 291; y Tugend, 291
128-130]; jueg o de desigualdad, 103; k o in é , 120, 121
juego de la co m u n id ad de enkráticos,
93; juego de la ju sticia raw lsiana, 360;
juego de la v irtu d kantiana, 26, 27, L eid , véase D u kh a ; tam b ién sufrim iento
279, 284-290, 293; juego de la virtu d ley, véase derecho
ro u sseau n ian a, 26, 270-278, 288; ju e liberalism o, 26, 151, 177-179, 181, 183,
go del dilem a del prisionero, 91, 103 187, 193, 200, 201, 206, 207, 210, 213-
[juego del d ilem a del prisionero ite ra 220, 222-225, 227, 229, 233-266, 282,
288 , 292 , 3 03 , 305 , 341; ap o lo g ía libe logos, 115, 143, 184; y bi'os, 143, 284
ral del capitalism o , 240, 303, 341-343; L ó w enheim -S k o lem , teo rem a de, 71
com o b ú sq u e d a de arm onía sin virtu d ,
183, 213; co m o ideología a n tirre p u b li
cana de la dom inación, 262-264, 292; m acro co sm o s, d o c trin a estoica del, 108,
com o re in o natural de ¡a g racia, véase 113, 116, 118, 121, 315
reino n a tu ra l de la gracia; ta m b ié n , m ahayana, véase b u d ism o m ah ay an a
ju eg o del rein o natural de la gracia; m al: m al físico, 42, 66, 74; mal m etafí-
com o secularización del iu sn atu ralis- sico, 40, 54, 65, 74, 79, 80, 144; m al
m o , 234; concepción in stru m e n ta l de m oral, 42, 66, 69, 74, 79, 144; m ales
la lib e rta d , 219, 220 [divorcio liberal de prim er o rd e n , 67; m ales de seg u n
entre v irtu d y libertad, 200, 245, 264, do ord en , 67; m ales de todos los ó rd e
267, 319]; «individualism o» liberal, nes, a b so rc ió n d e, 75
341; necesid ad liberal de p ro teg e r es m axim ización: ac tiv id ad m ax im izad o ra
ta ta lm e n te al egoísmo com o bien p ú del ego, 141, 271; agentes m axim iza-
blico, 345; prom esa y esperanza del dores, 28, 164; co m o idea regulativa
lib eralism o , 239-264; y E stad o m ínim o en la ciencia m o d e rn a , 58-61 [y d escu
(o g u a rd iá n nocturno), 253, 254; y eu b rim ien to de las m a tem áticas in fin itas,
d em o n ism o ético, 303, 305; y los ju e 58-49]; de la d iferen c ia entre resu lta
gos de su m a cero, 210, 303-305, 334; dos y costes de p ro d u cc ió n , 41; de la
y m e rc ad o y derechos de p ro p ie d a d , felicidad en la c o m u n id a d de D ios, 76;
206, 207, 216, 217, 219, 227, 240, 242, de la p erfecció n m etafísica, 50, 58,
251, 256; y rule o f taw, 234; y so b e ra 299; del in g reso es p erad o , 359; del p la
n ía , 222-227 , 229 , 233-264 , 269 , 283, cer, 136, 323, 324 [de la su kh a , véase
288, 292 tam bién sib a ritism o , 313]; de p re fe
lib ertad: a trav és de la coerción, véase rencias de ó rd en e s superiores, 28, 179;
d em o crac ia to ta litaria; tam bién to ta li de una fu n c ió n de eu d aim onía, 28,
ta rism o ; co m o recom pensa de la a u to 101; de u n a fu n ció n de u tilid ad , 20,
su ficiencia, 89; concepción in stru m e n 28, 79, 164, 166, 202, 351; einsteinia-
tal, 179, 2 )2 , 219, 275, 276; c o n c ep na de la fu n c ió n de intervalo, 60; en
c ió n r e p u b l i c a n a m o d e r n a , 200, la ag ric u ltu ra tra d ic io n a l, 41; global,
211-213, 264, 274-276; concepto m o 300, 301; h a m ilto n ia n a , 59; local, 300,
d ern o, 152, 178, 201, 210, 211, 225, 301, 314; m a x im a n d o de los agentes
248, 337 [contraste con el co n c ep to económ icos, 360; m ax im an d o divino,
an tig u o , 179, 195, 210, 211, 219, 225, 65; m axim in [criterio m axim in, 359,
264, 275 , 276, 340]; de in te rcam b io 360; sociedad m ax im in , 360]; m inirni-
m ercantil y de em presa, 204, 208, 212, zación del su frim ie n to (o de la d u kh a ),
215, 216, 223; externa y esclavitud in 136, 310, 313, 314, 315, 323; m inim i-
terio r, 87; in terio r, véase tam b ién enk- zación del tr a b a jo , 41; parcial, 301; y
rúteia, 152, 275, 278, 322, 326, 350, m eliora fa c e re , 52; y m elius fa cere, 52
355 [co m o libertad para que el indivi m e d ita c ió n tra n s c e n d e n ta l, 115, 304,
duo m o d ifiq u e sus estructuras de p re 310, 311
ferencias, 350]; libre arb itrio , 70, 71, m e r c a d o , 1 4 8 - 1 5 1 , 1 80, 193, 1 96,
74, 113; p a ra pecar, véase m al m o ral; 201-208, 211-222, 240, 242, 246, 249,
« su b je tiv a » (Hegel), 133, 248, 249, 250, 253-264, 303, 304, 319, 320, 333,
260, 264; y soberanía com o con cep to s 339-353; co m b in ac ió n de m ercado y
centrales del pensam iento político m o dem ocracia in d ire c ta com o m ecanis
dern o, 150 m o de to m a d e decisiones colectivas,
libertinaje, véase escepticismo m o d e rn o 339, 358, 363; co m o canal tran sm iso r
lím bico, sistem a , 311, 312 de in fo rm a c ió n , 343-345, 352, 353,
358, 365; com o in sp ira ció n heurística no rm as: de coordinación, 103; d e gene
de la filosofía de la h is to ria del idea ralizació n , 103; de p arcialid ad , 103
lism o alem án, 319, 320, 333; como núcleo de la econom ía, 254, 2 5 5 , 256,
m ecanism o destructor de la condición 263, 303
de irrelevancia, 202, 203, 208, 213; efi
ciencia del m ercado, 215 , 246, 254,
255, 262, 339 [m ercado y núcleo de o b jetivism o ético, 143
u n a econom ía, 254, 303, 304]; fallos ocasionalism o, 48
del m ercado, 254, 255, 258, 261-263, oikéiosis, 120, 155, 160, 213; o ik e io n ,
345; m ercado político, 256-264 [es 155
tru c tu ra oligopólica del m e rc a d o polí opresión (o dom inación p o lítica ), 264,
tic o , 262, 263; partid o s o b re ro s y mer 266, 334; noción m arxista d e, 334
c a d o político, 264]; y a g o ra , 362-363; o ptim ism o, 37, 40, 67, 68, 75, 77, 113,
y a rm o n ía social, 213, 214, 240; y asig 296, 297; optim ism o m etafísico esto i
n ac ió n de recursos p síq u ico s, 221, 343, co, 113, 114
351; y bienes posicionales, 305; y cons optim izació n : d entro del c o n ju n to de
triccio nes inform ativas so b re las socie o p o rtu n id a d interior, 324; d in á m ic a,
d ad e s, 341-345; y c o rp o ra tiv ism o , 346; 48, 63; estática, 47, 63; te o ría de la
y egoísm o, véase egoísm o; y hetereno- o ptim izació n , 49, 61-64, 108, 109, 141,
m ía de la acción h u m a n a , 221; y ra 333; y perfección m etafísica, 49, 50
cio n alid ad , 211, 253, 341; y soberanía, ó ptim o : asignación óptim a de recu rso s
196, 240, 241, 246, 250-254 psíquicos, 312 [y salida de la cárcel de
m e rcan tilism o , política ec o n ó m ic a del, los juego s de sum a cero, 315]; de P a-
228, 234, 241 reto , 92 (def.), 93, 95, 103, 118, 241,
m eta b o lé, 110, 111 254-256, 263, 288, 289, 351-354 [e in
m e taé tic a, 347 ju sticia distributiva, 126, 256, 263; ó p
m e taju eg o s, 237; m etajuego del reino na tim o «político» de P areto , 263; y asig
tu ra l de la gracia, 237-239, 242-244, nación intergeneracional de recu rso s,
246, 250, 258; m etaju eg o de la virtud 352-353; y com paración in te rp erso n a!
k a n tia n a , 288; teoría de los m etajue de utilidades, 351; y juegos d e sum a
g o s, 237 cero, 353]; de segundo g ra d o , véase
m etem psicosis, 116, 311 seco n d best\ global, 301; lo c a l, 301;
m icro co sm os, doctrina e s to ic a del, 108, m a y o ría óptim a, 363 [y u n a n im id a d ,
116, 121, 310, 315 363; y m ayoría simple]; re su lta d o su-
m in im ización, véase m axim ización b ó p tim o , 165 , 201, 202, 204, 288 [su-
m ó rp h o sis, 11, 143 boptim alidades p arad ó jicas, 237]; so
m o rta l g o d , 169, 170, 194, 196, 231, 290 ciedad ó ptim a [posibilidad d e su elec
ción social racional, 353-358; p ro b le
m as de su definición en té rm in o s con-
n ecesidad: «ciega», 55; « fe liz » , 55; «geo trac tu alista s, 353, 358]
m é trica » (o m etafísica), 55, 57, 65, 70; orden n atu ra l, 121, 147, 148, 152, 154,
y a n á n ke, véase anánke 155, 191, 193, 194, 203, 213; orden
n eg a tio , 37, 74, 144; y m e tafísica teleo- social n atu ra l, fundado en d e re c h o n a
ló g ica, 144 tu ra l, 158; y escisión de ética y po líti
n eoliberalism o, 255 ca, 121, 193, 213; y lib eralism o , 203,
n eo p irro n ism o , véase escepticism o m o 213
d ern o ordin alism o , véase utilidad; ta m b ié n u ti
n eu ro sis narcisista, 271 litarism o
n ih ilism o, 130, 160 órexis, 110
n irva n a , 144, 312 o r/hós logós, 154
p a c tu m , 166 cen traliza d a y au to ritarism o político
p a id eía , 122, 143, 144 co m o m ecanism o de decisión colecti
p an en teísm o, 39 v a, 339; constricciones in fo rm ativ as
p an teísm o , 39, 48 s o b re las sociedades puestas p o r la p la
p a ra d o ja : del egoísm o, 245; del votante, n ificació n centralizada, 343; y egoís
259, 260; de la o m n ip o te n c ia divina, m o , 338, 343
69; de la om nisciencia div in a, 75; de p le o n e x ía , 148
la votación (o de C o n d o rc e t), 259; p a p o d e r político , véase soberanía
rad o ja s de la racionalidad-, 237; rela p o d ere s fácticos, véase so b eran ía
ciones personales de com unicación p a p ó ie sis, 82, 157, 185
rad ó jica, véase d o b le vínculo p o te n cia -a cto , 39, 144, 161, 162
p articip ació n política: concepción in stru p ra p ís, 116
m ental de la p a rtic ip a c ió n , 349; y ac p ra x is, 82, 157, 185
tividades au to télicas, 349; y dem ocra p red e stin a ció n , 139, 282, 302, 327
cia, véase d em ocracia particip ativ a p referen c ias: agregación de, véase elec
pasiones: b o n a ep a ssio n es, 136, 144; con c ió n social; tam bién im posibilidad,
cepción antigua, véase p a th é \ concep te o re m as de; cam bio de preferencias,
ción g ro cia n o -ro u sse au n ia n a, 197-199, 92, 94, 95, 118, 137, 138, 357 [elección
206; concepción h o b b e s ia n a , 161, 162, d e preferencias, 22, 94, 110, 322, 337,
176, 178, 199, 206; g/oriossa passio, 350, 358; y debate político, 357]; con
144, 145; definición ag u stin ia n a , 136, ce p ció n m ecanicista de las preferen
137, 144, 145; en se ñ o re a d a s de la ra cias, 161; de «débil», véase preferen
zón (H um e), 132, 175, 176, 308; igno cias de dilem a del p risio n ero ; de dile
ra n c ia com o re m e d io « ro m á n tic o » m a del prisionero, 124-131, 165, 166,
co n tra las pasiones, 192, 199, 305-308, 167, 169, 173, 202, 215; de « fuerte»,
309; «industria del c o n tro l de las p a 124-131; de «gallina», 126; de segun
siones» (D escartes), 185; libido dom i- d o o rd en , 94, 95, 98, 112, 119, 120,
nandi, 145, 186; reco n ciliació n cristia 130, 139, 169, 170, 172-174, 177-179,
n a con las pasio n es, 145; silencio de 218, 233, 243, 270, 271, 275, 276,
las pasiones, 187, 188, 191, 192 322-326, 346 [como espacio de libertad
p a th é , 110, 136; c o m o innovación lin in te rio r, 322]; de tercer o rd en , 119
güística de la S to a , 110; dificultades (d ef. form al), 120, 136, 323-326 [y m o
de su traducción al la tín , 136, 137 d ific a c ió n del co n ju n to in terio r de
pecad o , véase mal m o ra l, o p o rtu n id a d , 324]; escala card in al de
p ec ad o original, véase ca íd a ; tam bién preferen cias, 351, 352; escala ordinal
p ri vatio de preferencias, 92, 93, 94, 96, 117-
p e s im is m o , 27, 7 6 , 1 13, 137, 293, 1 19, 120, 125, 126, 131, 231, 234, 235,
296-302, 313 243; génesis de las p referencias, véase
p h a ntasía ka ta lep tiké, 115, 156 ta m b ié n utilidad, génesis de, 350; hi-
p h ila n thropía, 121, 249; origen del co n p ó sta sis de las preferencias de grados
cepto, 121 su p e rio re s [en Dios, véase tam bién
p h ró n esis, 97, 99, 102, 137, 219, 291; te o n o m ía , 139, 140, 142-145, 273, 291,
p h ró n im o s, 99, 100, 101, 219, 318; y 332; en el E stado, 141; en la voluntad
p ru d e n tia m u n d a n a , 100; confusión g en e ral, 273]; lexicográficas, 141, 211,
k an tian a sobre la p ru d e n c ia aristotéli (d ef. fo rm al), 212; intensidad de pre
c a , 291 feren c ias, véase utilidad card in al; ó r
p h y s is, 80, 88, 121, 122; dicotom ía n o denes de preferencias, 94 (def. in fo r
m o s/p h y sis, 121 m al), 110-112, 119 (def. fo rm al), 138,
p lanificación c e n traliza d a, 261, 338, 339, 142, 143, 172-174, 179, 322-324 [de
343-345; com binación d e planificación sarreg lo s en la relación en tre órdenes
de p referencias, 94, 275, 276; m etap re- 312; c ie n tific id a d del psico an álisis,
feren cias, 114]; sociales, 354, 355 [pre 140, 141; y b u d ism o , ¡85; y te o ría f o r
ferencias sociales de seg u n d o o rd en , mal de la ra c io n a lid a d , 141
120, 176, 188, 196, 233, 243, 244, 270, psicom aquia, 24, 186
271, 343 (y sociedad de a ltru ista s, 343,
345); tran sitiv id ad de las p referen c ias
sociales, 354]; u tilid ad co m o índice racionalidad : an a lítica , 19; arq u im ed ea ,
q u e m ide el grado de sa tisfac ció n de 19, 211, 212; científica, 308; co m o es
las p referencias, 28 clava de las p asio n es, 132, 175, 176,
p riv a íio , 74, 144; concepción p riv ativ a 308, 313; c o n c ep to clásico y c o n c e p to
de la n atu raleza, 163; co n cep ció n p ri m o d ern o , 165, 166, 175, 176, 191, 195,
v ativ a del hom bre, 26, 144, 164, 167, 336, 337, 340; de las reglas de d ecisió n
170, 172, 181, 183, 189, 190, 194, 196, colectiva, 363; del descuento del f u tu
206, 213, 215, 233, 306 [concepción ro, 215-218; del h o m o o eco n o m icu s,
p riv ativ a «clásica», 183; concepción 253; de los fin es, 19, 212; de los v a lo
p riv ativ a «radical», 183; co ncepción res, 19, 211; d ialéctica, 19; ep istém ica,
p riv ativ a « ro m án tica » , 183, 191; n a tu 20, 21, 23; eró tica, 19, 20, 22 (d e f.),
rale za civil privativa, 194]; y pecado 186, 313, 331, 337; ética o de los d e
o rig in al, 189 seos, 21, 336; in erte, 19, 20, 22 (d ef.),
p r o k o p é , 110, 111, 143 175, 176, 212, 313, 337; in dividual y
p ró n o ia , 36, 40, .44, 46, 75, 122, 214 colectivo, 134, 165, 168 [irra cio n a li
p ro p ie d a d privada, véase ta m b ié n d ere dad colectiv a, 202, 204, 244, 276, 341];
ch o s de prop ied ad , 192, 194, 198, 203, in s tru m e n ta l, 19; lexicográfica, 19,
206-213, 215, 221, 222, 330, 339; alie 211, 212 [del ego, 141]; m ín im a, 19,
n ab le o m oderna, 205; au sen cia de 20; p a ra m é tric a , 70; poiética, 41-43;
p ro p ie d a d privada en e s ta d o de n a tu práctica, 19; p ro b lem a fu n d am e n tal
rale za , 206-208; concepción ev olucio de la ra c io n a lid a d h um ana, 109 [y la
n a ría , 339; concepción iu sn a tu ra lista , solución budista-, 109, 311-313]; su
207; inalienable, 205; y areté, 205; y puesto d e racio n alid ad en la te o ría
a u ta rk ía , 205; y a u to n o m ía , 205 [y he- económ ica, 216; teoría form a! de la
te ro n o m ía , 221, 222] ra c io n alid ad , 23, 27, 141; y c o n c e p
p ro te sta n tism o , 139, 189, 190, 271, 282, ción p riv ativ a del hom bre, 164; y m e r
292, 302, 327; concepción p ro te sta n te cado, 21 1, 253, 341
del E sta d o m oderno, 274; concepción raison d ’É ta t, 252, 253
p ro te s ta n te de la fe, 139, 282; c o n c ep razón su ficien te , principio de, 57, 64,
ció n p ro testan te de la g rac ia, 139; c o n 298, 300, 301, 309, 310, 314, 315; uso
cep ció n p rotestante de la salvación, é t i c o - t e r a p é u t i c o d el p r i n c i p i o ,
139, 282, 302, 327; y p red e stin a ció n , 309-310; u so pesim ista del p rin c ip io ,
1 3 9 ,2 8 2 ,3 0 2 ,3 2 7 298-301, 314; y conocim iento de las
p r o v id e n c ia , véase ta m b ié n p r ó n o ia \ ideas p la tó n ic a s y del m undo in te lig i
ta m b ié n p rovidentia, 214, 319 ble k a n tia n o , 309, 315
p r o v id e n tia , véase tam bién p r ó n o ia ; spe- reciprocidad: e in fo rm ació n , 343-345; re
c ia lis s im a , 46, 52, 64, 68, 75 ciprocidad general com o m ecan ism o
p ru d en c ia, véase tam bién K lu g h eit; phró- org an iz ad o r de la actividad e c o n ó m i
n e s is; prud en tia , 291; en G ra c iá n , 291 ca, 344, 345 [com o canal in fo rm ativ o ,
[in flu en cia sobre K ant, 291] 344; d em o strac ió n de su eficiencia,
p r u d e n tia , véase tam bién K lu g h e it; ta m 345]; y a ltru ism o , 343-345
b ién p hrónesis, 291; en T h o m a siu s y recta ratio, 154
W o lff, 291 R eform a, 133, 139, 158, 167, 183
p sico an álisis freudiano, 140, 141, 185, re fo rm a tio , 146
regla de decisión colectiva: costes exter R ev o lu ció n fra n ce sa, 133, 189, 248, 267
n o s , 363, 364; costes tran sa ctiv o s, 363, rule o f la w , 152, 227, 234, 255; o rigen
3 64, 366 [en una ec o n o m ía de m erca del c o n c e p to , 234; y ju sticia d is trib u
d o , 363, 366]; regla de m ay o ría sim tiv a , 255
p le , 363 [y m ayoría ó p tim a , 363]; u n a
n im id a d , 363, 364, 366 [y m ay o ría ó p
tim a , 363] sa e c u lu m , 146, 317; com o re in o d e la
re in o artificial de la g racia, 181, 196, 227 f o r t u n a , 317
rein o d e Dios en la tie rra , véase civitas salud p síq u ic a : divorcio de salu d p síq u i
d e i terrena ca y ética , 25, 140 [en el cristian ism o ,
re in o de la gracia, 68-70, 74, 146, 162, 140]; eu tím ic a socrática, 115, 130, 220
167, 233; com o regnum tenebrorum [com o «salud del plebeyo» (N ietzsche),
en la m etafísica h o b b esian a, 162 130]; y au to co n o c im ie n to , 309-310; y
rein o d e la naturaleza, 68-70, 146, 162, exp erien cias oceánicas, 309-310
167; reino de las causas, 68, 284, 316 sa lv a c ió n , 23, 68, 70-72, 74-76, 139, 146,
rein o de los fines, 68, 69, 214, 280, 284, 147, 282, 302; concepción p ro te s ta n te ,
3 15, 316; arm onía p reestab lecid a, 68, 139, 282, 327; d o ctrin a c a tó lic a (pos-
69, 162; «áurea cadena de ¡os fines»,
trid e n tin a ), 139; d o ctrin a escato ló g ica,
69 146, 147; v o lu n ta d salvífica del C re a
rein o n a tu ra l de la gracia, 162, 163, 181, d o r, 23
2 14, 215, 227, 245, 283
sa m a d h i, 115, 117
rep u b licanism o: an tid em o crático , 88, 89,
sassen, 310, 311
205; austeridad republicana, 188, 189,
secessio p le b is, 242, 256
197, 275; cultura re p u b lic a n a , 116,
se c o n d b est, 129, 192, 193
120, 152; de la Ilu stració n escocesa,
selección n a tu ra l, 199, 301, 314, 345
2 0 6 , 223; del idealism o alem án, 319;
se lfo w n e rsh ip , 180, 210, 211, 219, 220,
d e m o crático antiguo, 88, 252; libertad
332
rep u b lican a como indep en d en cia res
s e p p u k u , 141
p e c to de los particulares, 211 , 212,
22 2 , 332; legislador rep u b lican o com o so b e ra n ía , 26, 150, 152, 165-167, 169,
e d u c a d o r en la virtud, 199; noción re 171, 176, 177, 185, 193, 195, 196, 222,
p u b lic a n a de co rru p ció n , 224, 258; 223, 227-264, 275, 283; au sen c ia del
re sto s axiológicos rep u b lican o s en el té rm in o en L ocke, 195, 239; c o m o d e
lib eralism o [en T oqueville, Sm ith y f in id o r a del bien público, 177-180,
F e rg u so n , 223-225; en las dem ocracias 194; co m o en tro n izació n de la v o lu n
lib e rale s, 258, 260, 261, 264]; socialis ta d g e n e ra l, 196, 275; com o o to rg a d o -
ta francés, 331; to ta lita rio , 201; tradi ra de d erech o s, 177, 179, 194, 196,
ció n republicana m o d e rn a , 147, 148, 207, 230; concepción m a rx ista de la
186-189, 193, 196-198, 211, 223-225, e x tin c ió n de la so b eran ía, 334; del so-
2 52, 258, 265-292, 330-335 [hostilidad b ree g o , 275; de la cám ara legistiva,
re p u b lic a n a a las co nsecuencias de la 263; ló g ica y definición del co n c e p to ,
d iv isió n del trab ajo , 223; republicanis 243, 251, 252; p o p u la r, 249, 250, 257,
m o revolucionario, 26, 189, 264, 279, 263 [de las asam bleas p o p u la re s a n ti
290]; y dictadura, 252 g u as, 252]; sociología del c o n c ep to ,
reru m co m m u n io , 209 153; y d ic ta d u ra , 252; y d iscrecio n ali-
res p u b lic a , 26, 122, 148; república p ar d a d leg islativ a, 241, 255, 256; y eco
tic u la r, 193, 197, 242; respublica ópti n o m ía de m e rc ad o , 196, 240, 241, 250-
m a , 69, 76 [im posibilidad de la a u to 263; y lib eralism o , 222-229, 233-264,
rid a d política en u n a república ó pti 283 [so b eran o com o m in ister legis,
m a , 277]; salus res p u b lic a e , véase 239]; y lib e rtad com o co n cep to s ce n
ta m b ié n agogé, 122 trales del p en sam ien to p o lítico m o d er-
26. — D OM ÈNECH
n o , 150; y « p o d e re s tá ctico s» , 263; y subjetivism o ético, 143
raison d ’E ta t, 252-254 su frag io : censitario, 88, 205; universal,
sobreego, 141 (d e f.), 185, 270-278, 284- 257, 258
2 92, 296-302; a u to rr e p r e s iv o , 198, sufrim ien to , 136-138, 302-304, 308, 309,
199, 220, 271, 28 4 , 285, 292; clásico, 311, 314; concepción b u d ista, véase
141, 292; « co lec tiv o » , 204; com o po r d u kh a ; también k h a r m a , ciclo khárm i-
tavoz de las p re fe re n c ia s sociales de co ; concepción c ristia n a , 137, 138,
segundo o rd en , 270, 271, 273; cristia- 302, 308; de los a n im ales y las plantas,
‘ n o , 141, 185, 220, 271; del sam urai, 66, 303
véase S e p p u k u ; k a n tia n o , 284-292, s u k h a , 312, 313
296, 307; p o strid e n tin o , 141; protes s u m m u m bonum , 180, 281-283, 319
ta n te, 141, 271; ro u sse a u n ia n o , 270- su p erh o m b re, 123, 130
278, 290-292 s y n th é k e , 16"
socialdem ocracia, 264
socialism o, 180, 205; eficien cia económ i
ca de un socialism o co n plan central, ta n g e n te ática, 24, 83 (d e f.), 88, 90, 96,
339; y m ercado, 339 [socialism o com o 103, 119, 166, 175, 201
único m odo de sa tisfa c e r los requisi ta n g en te espartana, v éase tam b ién ago-
tos de eficiencia d el m e rc ad o librem en gé, 199
te com petitivo, 339]; y planificación ta n g en te ética b u rg u esa, 182, 185, 186,
d escentralizada, 339 201, 217, 222, 319
sociedad civil, 135, 142, 170-172, 206, íechné, 89
241, 249, 264, 362; origen del uso ac teísm o , 39, 66, 67, 76
tual de la n o ció n , 171, 172 télos, 80, 82
sociedad política, 171, 362; particular teodicea, 33, 35, 37, 38, 48, 54, 55, 66,
política! so c ie ty , 192 75, 77, 229; co sm o d icea, 67, 75; críti
societas prim a, 170, 171, 173 ca kantiana, 301; so c io d ic ea, 24, 26,
socratism o, 88; el p ro b le m a socrático, 68, 75, 229; teo d icea cristian a y ap o
131; herencia s o c rá tic a , 13'6, 180, 185 logía del m ercado, 2 14; teodicea cris
[aportación de M a rx , 212, 213, 218, tia n a y apología del ca p italism o , 229;
332, 366]; la lecció n so c rática, 131; la teodicea m oral, 85
revolución' m o ra l so c rá tic a , 114 te o n o m ía , 329
sofistas, 88, 107, 123, 124, 130; y reac th e ra v a d a , véase b u d ism o th erav ad a
ción a n tirre p u b lic a n a , 88, 124 th e te s , 88, 89, 104, 124, 204; p artid o p ro
so lid arid ad m e cá n ica , 133, 246 letario de los te/i, 88
so lid arid ad o rg á n ic a , 133 to talitarism o : d em o crático , 200, 273; re
so m a to id es, 42 publicano, 201
so p h ía , 89, 97-99 tranquilitas anim i, 116
stéresis, 144 T t/gend, 291, 326; p a re n te sc o etim ológi
subconsciente, 85, 185, 312; base neuro- co con taugen, 326; y a re té, 291, 292,
fisiológica, 312 326; y Klugheit, 291
sú b d ito s: a b so lu tista s, 228-233, 243, 273; ty ch é , véase tam bién fo r t u n a , 137, 317,
com o co n su m id o res de p rogram as p o 318
líticos, 257; de D io s, 70-73; derechos
de los súbditos, 155; f r e e riding de los
súbditos frente al so b e ra n o , 243-245, U m w ertung, 126
256, 258 ¡intereses generales de los unan im id ad : principio d e, véase óptim o
súbditos, 247]; lib e ra le s, 228, 233-239, de P areto; com o reg la de decisión,
243, 244, 246, 248, 250; y soberano, véase regla de d ecisió n colectiva
178, 228-239, 243, 256, 260; y virtud u tilid a d , 20, 28, (d ef.), 220, 350-361; car
ciudadana, 148, 229, 244, 252, 253, 260 dinal, 351, 352, 355-358, 361; com o
base in fo rm a tiv a del bienestarism o é ti 317; de ascendencia socrática, véase
co, 350; co m p arac ió n interpersonal de areté; divorcio liberal entre virtud y
utilidades, 351, 352, 355, 361 [y a u to - libertad, 200, 245, 264, 267; e in fo r
con ocim iento, 355]; com paración in- m ación, 344; e sp a rta n a , 122, 197, 199,
trap erso n al de utilidades, 351, 361 [y 200, 201, 270, 278; véase tam bién ago-
a u to e x p lo ra c ió n introspectiva, 351]; gé; intentos m o d e rn o s de revivir la vir
génesis de la u tilid ad , 350; im posibili tud antigua, 133-135, 183, 186, 197,
dad de un co n cep to adecuado de ig u a l 198, 203, 264; véase tam bién K ant: vir
dad en té rm in o s de utilidad, 352; in- tud; tam bién R o u sseau : virtud; ru p tu
trad u cib ilid ad de ¡os conceptos de ex ra m oderna con la v irtu d antigua, 132-
p lotación y o p resió n al lenguaje de la 135, 146, 148, 178, 180, 181, 183-185,
u tilidad, 352; intraducibilidad de los 193, 213, 215, 217, 228, 260, 317, 319,
derechos h u m a n o s al lenguaje de la 321; virtudes éticas y dianoéticas, 89,
utilidad, 350; intraducibilidad de la li 97, 98; y com ercio, 135, 148, 186; y
bertad al lenguaje de la utilidad, 350; contrato social, 173, 197; y filosofía
m arginal, 351, 352 [eficiencia de los de la historia, 316-335; y fo rtu n a , 137,
pobres y los dism inuidos com o p r o 147, 252; y « m a n eras» , 220, 223; y
ductores de utilidad m arginal, 352, m ercado, 186, 214-222, 321
361]; te o ría de la utilidad, 79, 360; y vita activa, 146, 147
eudaim onía, 28, 355 voluntad: « artificial» hobbesiana, 170;
utilitarism o, 347-353, 355, 356, 358-360; general, 27, 142, 187, 194, 196, 198,
card in alista, 351, 352, 355, 356; co m o 200, 248, 269, 270, 273-277, 291, 292,
aceptación sim ultánea de bien estaris 366 [de D ios, véase jansenism o; hipós-
m o, consecuencialism o y evaluación éti tasis en la v o lu n ta d general de las p re
ca por la vía de la agregación de la ferencias de ó rd en es superiores, 142,
utilidad to tal, 347; crítica raw lsiana, 273; im posibilidad de dar sentido a la
358-361; lim itaciones inform acionales, noción de v o lu n ta d general, 355; v o
347-353 [im posibilidad de que el u tilita lontés particulières, 52, 277; y univer
rismo transcienda éticamente al m erca salidad de la ley, 269; y volonté de
do, 353]; ordinalista, 351, 352, 359, 360 tous, 187, 270, 276]; p opular [meca
nismos exclusores de la voluntad p o
pular, 365]; « p u ra » k antiana, 268,
vibhajjavadi, 310 279, 280, 281, 283, 284, 289, 291, 292
vindiciae co n tra tyrannos, 234, 245 [y voluntad g en eral, 291]; schopen-
virtud: « b u rg u esa » frente a « friv o lid ad haueriana, 298-300, 308
co rtesana», 198; ciudadana, 83, 102,
117, 146, 149, 181, 223, 244, 260, 261,
264, 275, 277-279, 317, 318; cristian a, yoga, 116; véase ta m b ién m editación
102, 135, 136, 137-140, 147, 306, transcendental
ÍNDICE
Prólogo, p o r J e s ú s M o s t e r ín . . 11
Prefacio del autor: Razón erótica versus razón inerte . . 19
Serie Clásicos:
Ludw ig W ittgenstein
IN V ESTI C A C I O N ES FI LOSÓF1 CAS
Im m anuel K ant
L E C C IO N E S D E É T IC A
Ka r l M a r x
E S C R IT O S S O B R E E P IC U R O
C harles S. Peirce
El H O M B R E , UN S IG N O
(El pragm atism o de P eirce)
José G aos
LA F IL O S O F ÍA D E LA F IL O S O F ÍA