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Cuando hablamos del machismo en la sociedad, al igual que cuando hablamos de los
estereotipos de poder y de las cápsulas feministas, pensamos en el ejercicio de la violencia
activa. Pero en el machismo sutil, la violencia tiene brotes más escondidos, casi incluso,
hasta seductores.
En el machismo sutil, el amor toma tintes infantiles donde los celos se vuelven incluso un
acto de cariño: “te celo porque te amo”, “siento que cuando sales te pudiera perder y eso me
aterra”.
En pleno inicio del tercer milenio, muchas son las pequeñas pruebas de sufrir violencia en la
relación, pero hay otras que pasan sin ser notadas. Aún cuando conocemos los tipos de
violencia, pareciera que no es un asunto donde las personas se detengan a defender sus
propios derechos al interior de la pareja, y se les olvida que esto se llama relación y es por
amor, y no un secuestro carcelero sadomasoquista.
Los tipos de violencia que una relación puede afrontar tiene muchos matices y cuando la
violencia aparece hay etapas que nos muestran que las cosas avanzan y pueden llevar a
deteriorarse más, de manera crónica, evolutiva e irreversible., y rompen el espacio de
seguridad de la pareja. Los agresores suelen presentar con frecuencia alteraciones
psicológicas como falta de control sobre ira, dificultades en la expresión de
emociones, déficits de habilidades de comunicación y de solución a problemas y
baja autoestima.
En una lucha abierta de poder que en la negación, la víctima se opone a darse cuenta, de
pronto, se ve envuelta en una creciente búsqueda de aprobación del victimario, cediendo a
todas sus propuestas y minimizando su persona, necesidades y deseos en función del otro.
La víctima va cerrando las puertas a sus referentes externos y comienza el aislamiento
voluntario o exigido por el agresor, sobre todo del afecto filial: la familia o amigos, aunque el
agresor parece acercarse cada vez más a sus propios círculos de familia o amigos.
La víctima asume una sensación masoquista de asumir la culpa por haber “activado” la
violencia del otro, e incluso pide disculpas, y entra en un estado de pasmo que lleva a la
parálisis de indefensión y resistencia ante el abuso, complementado con el enojo ante
quienes intenten de manera codependiente, ayudarle a salir de donde no quiere salir.
El Victimario tiene chispas de culpa que proyecta a la víctima por sus actitudes que lo
provocan y comienza las promesas de que “esta será la última vez. La persona afectada
puede sentirse recompensada y perdona, creyendo que no volverá a suceder.
Tercera etapa:
En la disociación la víctima pide ayuda, pero la realidad es que sólo quiere hacer el vómito
psíquico, hablar y quejarse pero no llegar a la resolución que la llevaría inevitablemente a
enfrentarse a la realidad del abusivo que no quiere ver.
Los que rodean a la víctima se desgastan en ayudarle en múltiples opciones de cambio que
jamás tomará. Desafortunadamente estas opciones va y se las ofrece al agresor, y en este
síndrome de Estocolmo doméstico, incluso delata a quienes le propusieron estos cambios,
para que cuando llegue su justo castigo, pueda saber que no fue su idea y ahora le añadan
la prohibición de tales consejeros, asilándose cada vez más y justificando al agresor con un
falso sentido de “compasión o lástima” del otro y no de sí misma.
Cuarta etapa:
El juego sadomasoquista está instalado y tanto víctima como victimario son rehenes de su
contraparte, que en la codependencia se complementan hasta que ambos van muriendo en
su núcleo, atrapados por un sistema que va de mal en peor, con el sufrimiento, la adicción y
la enfermedad, hasta la muerte espiritual o física.
En los tipos de Violencia, podemos reconocer la agresión pasiva o la activa, y aunque por lo
general, la agresión pasiva precede y da lugar a la activa, de pronto ya en la enfermedad
ambas crecen y se retroalimentan hasta ahogar a los individuos que se tornaron personajes,
y que de hecho ya no son personas.
Aunque la violencia surge y compromete situaciones de vida no resueltas de la propia
infancia, y que llega a ser parte de su vida cotidiana, es importante revisar que lo que no se
perdona termina por imitarse como conducta aprendida, por ser lo más fácil desde lo
conocido y lo más cómodo, aunque no lo que nos lleva a la felicidad. La violencia familiar
refleja en su aparición, el retraso socio-cultural, en la falta de compasión y respeto.
El ser humano es un ente Biológico-físico, Psicológico, Sociológico, y Trascendental, por lo
que la violencia tiene tintes que van en cada aspecto de nuestra vida y merman la existencia
y el sentido de vida hasta la desesperanza. Las señales de violencia son más fáciles de
ocultar o de argumentar si son emocionales, la agresión pasiva y la psicológica no se
perciben de manera evidente.
LA VIOLENCIA PSICOLÓGICA:
Los rasgos más visibles del maltrato son los que provienen de la violencia activa;
sin embargo, los maltratos de la agresión pasiva, que parecen de baja intensidad,
son los maltratos que, mantenidos en el tiempo, socavan la autoestima y los que
mayoritariamente se dan.
Mientras que el abuso físico es episódico, el psicológico es progresivo y se
mantienen por plazo largo, y daña la estabilidad mental con las consecuencias de
que la persona se disminuye y afecta su desarrollo emocional.
La persona tiene problemas de identidad, dificultad en cuanto al manejo de la
agresividad, dificultad para construir relaciones afectivas por la desconfianza hacia
las relaciones sociales, lo que lleva a la víctima a la depresión, al aislamiento, a la
devaluación de su autoestima e incluso al suicidio.
La intención que trae consigo la violencia psicológica es.
Humillar a través de palabras hirientes, rechazo, gritos e insultos.
Hacer sentir mal e insegura a la persona, deteriorando su propio valor,
devaluación, comparaciones destructivas.
Relación de dominio mediante desprecios y amenazas.
Negligencia, ignorar, indiferencia, dar la contra, sabotear.
Abandono, descuido reiterado
Celotipia e infidelidad combinada como táctica de manipulación, te acuso
de lo que hago y poder ejercer el aislamiento para centrar el abuso.
Coerción
Etc.
VIOLENCIA ECONÓMICA
La violencia económica, es lo que azota los hogares de nuestro país en todas las escalas
sociales, la base de la misma prostitución en la pareja y hasta de los hijos, donde la
compraventa de afecto y el poder se ejerce con la constante de dominación económica, y en
donde en la mayor parte de los casos se refiere al sometimiento de las mujeres (salvo
excepciones de hombres), por el acto lujurioso del poder. La lujuria como base del pecado
capital, no solo se refiere a una sexualidad desmedida, se refiere al sometimiento del otro en
sus expresiones de poder, dinero, imagen, y sexo.
Es un abuso que transgrede el derecho fundamental de las personas que deciden convivir
en pareja, donde la base es mantener al otro bajo el yugo del chantaje y la manipulación, con
un secuestro sexual, secuestro de imagen social, secuestro por el poder que impone el
miedo, incluso a la soledad, y el secuestro por la manipulación sistémica donde los hijos, el
qué dirán, y hasta la misma incapacidad de recursos son armas para el personaje machista.
Es una forma de violencia doméstica, donde el que abusa tiene el control directo
de todo lo que ingresa sin importar quién lo haya ganado, o de donde proviene el
usufructo, incluso si es un regalo de parientes. El abusivo “administra los bienes
de la familia”, manipula el dinero, dirige, y es el dueño absoluto de lo material.
El agresor puede actuar de una manera muy sutil: dice que no tiene dinero,
que tiene que ayudar a su madre, que le robaron la cartera, que le bajaron
el sueldo (nunca dice cuánto gana), que le pagan después, algunos incluso
tienen sus cuentas y bienes a nombre de otros.
Por eso es importante descifrar y nombrar la realidad que se está viviendo, por
dolorosa que sea, de tal modo que a pesar, de las argucias legales y de las
estupideces religiosas que someten a las víctimas cargando su cruz.
Educar a los consejeros y terapeutas para que sepan reconocer y no alentar este
tipo de abusos, comenzando por los que los avalan, en las instituciones religiosas,
y las estructuras de antivalores sociales en contra de las minorías en un mundo
machista.
Animar a las personas a llevar un proceso terapéutico que les ayude a resolver su
baja autoestima y a ser económicamente independientes.
Educar a las personas para entender que una pareja sana comparte la
administración de los recursos con equidad y equilibrio y que estar en pareja no es
una cárcel ni una obligación, sino un consenso adulto y amoroso que requiere
respeto y madurez.