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OLLO
OG A FIIL
GÍÍA LOOSSÓ
ÓFFIIC
CAA
(Reflexiones filosóficas sobre el amor)
Leonardo Caviglia
Así que además de la lógica, bien viene una cardíaca, o una cardiología. La lógica
por su lado es la ciencia y el arte directivo de los razonamientos. Nos muestra que la
razón tiene sus leyes, y que hay que seguir esas leyes si se quiere pensar bien. Tal vez
una cardiología nos venga a decir que también el corazón tiene sus leyes, que también el
corazón tiene “razones”, diría Pascal; las cuales hay que seguir para querer y amar bien.
El corazón tiene su orden, tiene su “ritmo”, y desde el punto de vista del amor, también
nos podemos encontrar con algunas “arritmias cardíacas”.
Cuando hay un problema del corazón normalmente vamos al doctor. Pues bien,
para saber algo más sobre este “corazón” fui en busca de un “Doctor”, en el tema, pero
desde una mirada un tanto más filosófica: me encontré con San Agustín. Este Doctor de
la Iglesia nos decía: “ordena tu amor”. En su pensamiento está la idea de un “ordo
amoris”, un orden de amor: se trata de amar lo que hay que amar del modo en que hay
que amar. “Ama y haz lo que quieras” le escuchamos decir a Agustín, pero también
“ordena tu amor”. El corazón tiene su orden, si queremos amar bien...
Como buenos médicos del corazón, podríamos enriquecer nuestra cardiología con
el estudio de algunos “casos clínicos”, que nos ayuden a hacer algún diagnóstico sobre
las leyes del corazón. La literatura abunda en textos sobre el amor y el corazón, y
algunos de ellos pueden sernos de provecho.
1
Caso clínico 1: Juan y Juana, en Al correr los años, de Miguel de Unamuno.
3
- La Farge tuvo que sentarse. El chico se le acercó y le tomó la mano. La mano de
Tom era cálida y firme.
- ¿Estás realmente aquí? ¿No es un sueño?
- ¿Tú quieres que esté aquí, no?
- Sí, sí, Tom.
- Entonces, ¿por qué me preguntas? Acéptame.
El acepta la simulación porque quiere tener a quien querer para evitar ese vacío, y el
marciano se siente así, querido:
- ¿Quién eres, realmente? No puedes ser Tom, pero eres alguien. ¿Quién?
- ¡No me lo preguntes! ... ¿Por qué no me aceptas y callas? – gritó el chico. Ocultaba
el rostro entre las manos-. No dudes, por favor, ¡no dudes de mí!-. Se levantó de la
mesa y echó a correr.
... Tom volvió a las cinco de la tarde, a la puesta del sol. Miró indeciso a su padre.
- ¿Me vas a preguntar algo?
- Nada de preguntas – dijo La Farge.
“Nada de preguntas”. Mejor no preguntar, mejor no conocer. Porque sino habría que
aceptar la realidad.
5
Pero algo inesperado ocurre: la Bella. La primera reacción de la Bestia, es la de
un amor egoísta: “quiero que me quieran”, parece querer decir al obligar a la Bella a
quedarse... y a quererlo. Cuanto más se esfuerza en forzarla a que lo quiera, más lejos se
encuentra de obtenerlo. Mas, como dice aquella canción: “si amas a alguien, déjalo
libre”, sólo cuando aparece en su “debilidad” vemos a la Bella volviéndose hacia él.
Ante el amor de la Bella, la Bestia se humaniza. Todo lo humano que estaba
oculto aflora por ese amor recibido.
El escritor inglés G.K. Chesterton, en su obra ortodoxia, hablando del valor de los
cuentos de hadas afirma: “Allí está la gran lección de “La Bella y la Bestia”, según la
cual una cosa debe ser amada, antes de ser amable”. El amor de ella le hizo ver lo
humano de él, que ni los demás ni él mismo veía ya que también parecía haberlo
olvidado. El amor es como el beso a la rana, que en los cuentos hace aparecer un
príncipe, como el zapato de la Cenicienta, que descubre en ella una princesa.
Esto me hace pensar en aquella frase tan conocida: “El amor es ciego”, sólo para
constatar que es falsa. Es muy común que alguien diga “¿Qué le habrá visto a éste? (o
ésta)” a la vez que el otro no puede dejar de hablar de la hermosura de la otra persona.
Esto ha llevado a muchos a creer que el amor es ciego. ¡Pero no es ciego!, sino que ve
más. Donde otros ven sapos, el que ama ve un príncipe.
Si bien es cierto que nadie ama lo que no conoce, no es menos cierto que el que
ama conoce más profundamente. Podemos hablar de una “afectividad coincidente”:
Cuando el conocer y el querer recae sobre el mismo objeto, no sólo es posible querer,
sino que es posible conocerlo mejor. Pensemos en cómo es más fácil estudiar aquello
que no atrae. Pensemos también en aquel dicho “porque te quiero, te aporreo”, sólo el
que nos ama, si nos ama bien, nos conocerá a fondo, incluso en aquellos defectos que
tengamos. Quien nos ama de verdad, será más implacable con nuestros errores sin dejar
de ser amante hacia nosotros. “Odiar el error, amar al que se equivoca”, decía nuestro
“doctor” de cabecera, Agustín. El amor ve en nosotros lo que otros no ven, tanto de
bueno como de malo; tal es la eficacia de un amor verdadero que me muestra a mí como
verdaderamente soy.
Podríamos fundamentar esto, señalando que el amor es unitivo, que lleva al sujeto
“fuera de sí”, hacia el objeto amado. De ahí que el amor siempre busca la presencia
(queremos estar frente a frente con el otro), busca la visión del otro (aunque sea con una
foto que llevemos). Al unirnos más a lo que amamos, el conocer se hace más profundo;
se genera así una dinámica en la que el conocer más profundo puede acrecentar el amor,
y así sucesivamente. De este modo en lo mismo, y por obra del amor que profundiza esa
visión, siempre habrá “novedad”. Donde hay amor, no hay lugar para la rutina. Siempre
se puede ir avanzando en el descubrimiento del otro, y de uno.
Para finalizar, vamos a tomar una frase de nuestro médico de cabecera en esta
cardiología. Decía San Agustín que hay que “entender para creer y creer para entender”.
Se podría afirmar que hay que conocer para amar y amar para conocer. Conocer para
amar (nos enseñaron Juan y Juana, y el marciano), amar para conocer (nos revela la
Bella al ver al príncipe en la bestia).
6
Si la razón tiene sus leyes, como nos dice la lógica, el corazón tiene las suyas.
Desde luego, no es lo mismo ordenar un silogismo que ordenar el corazón. Pero el
corazón tiene razones, que la razón no conoce, nos recuerda Pascal.
Consideremos éste, un primer boceto, de una cardiología filosófica, que puede
escribirse.