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Visibilizando la Paternidad Adolescente

Experiencias y prácticas en la pobreza.

Reflexiones socio-políticas desde el Trabajo Social.

Facultad de Ciencias Sociales

Departamento de Trabajo Social

Área Académica de Infancia y Familia

Dra. Mónica De Martino Bermúdez

Abril de 2017

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1. Agradecimientos……………………………………………………………………..3
2. Introducción………………………………………………………………….……...4
3. Sobre el proyecto…………… ………………………………………………………5

4. Género y experiencia……………………… ………………………………………16


5. Sobre Masculinidades…………………………………………………....…………34

6. Los Interlocutores y sus Experiencias. Entre imposturas y aporías…..…………………..56


6. Sobre la invisibilidad del padre y de otras aporías e imposturas. ..............................113
7. Los significados de hijo. La subjetividad en palabras. .............................................127
8. Biografizando embarazos en la adolescencia. ........................................................155
9. Finalizando: políticas públicas e intervenciones técnicas .........................................179
10. Bibliografía.219

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Agradecimientos.

Este texto no hubiere sido tal sin el apoyo invalorable del equipo de asistentes: Mag. Maia
Calvo; Lic. Fernando Rodríguez y Lic. Alejandra Valdéz. Además de la participación activa de los
delegados institucionales en las reuniones trimestrales que se desarrollaron a lo largo de la
investigación. Hacemos referencia a los/las Lic. Diego González (Aldeas Infantiles); Lety
Lezcague y Patricia Lazaga (Vida y Educación) y Marina Pintos (MIDES), pertenecientes a
aquellas instituciones que avalaron el proyecto de investigación a partir del cual se originan estas
reflexiones.

Fue un honor contar en tales reuniones, con la participación del Lic. David Amorín, uno de los
iniciadores a nivel nacional de los estudios sobre masculinidades. Los aportes de este equipo
ampliado fue invalorable, así como los respaldos institucionales recibidos.
Agradecemos también la financiación de la Comisión Sectorial de Investigaciones Científicas,
Programa Investigación para la Inclusión Social, Llamado 2014, del proyecto de investigación
homónimo.

Hemos dejado para lo último nuestro profundo agradecimiento a todas y todos los adolescentes que
accedieron a ser entrevistados, brindándonos su tiempo, pero muy especialmente el compartir con
nosotros sus sentimientos y experiencias. Pero sobre todo, sus reflexiones sobre sus identidades
sexuales y el ser padres/madres. Reflexiones que fueron, muchas veces, inéditas para sí
mismos/as. Acceder a sus testimonios de vida, compartir por un tiempo breve sus viviendas o
barrios, sentir sus preocupaciones y percibir un futuro que parecería ya estar “jugado”. nos recuerda
un poema de Fernando Pessoa, que posee un cariz trágico, pero por ello no menos real.

Seré siempre el que no nació para eso;


seré siempre el que no tenía cualidades;
seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta
junto a una pared sin puerta
y cantó la cantinela del Infinito en un gallinero
y oyó la voz de Dios en un pozo cegado.

Estanco

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Para todas y todos ellos, para otros tantos que no entrevistamos, para los adolescentes, hijos y
padres de la pobreza, vaya nuestro reconocimiento.

Introducción.
Como ya fue dicho, el material que ahora compartimos es producto de la investigación
Visibilizando la Paternidad Adolescente en sectores de Pobreza, financiada por la Comisión
Sectorial de Investigación Científica (CSIC), llamado 2014 del Programa de Investigación para la
Inclusión Social. Dicha investigación fue avalada y respaldada por organizaciones públicas y
privadas como: Ministerio de Desarrollo Social (Ministerio de Desarrollo Social); Aldeas
Infantiles S.O.S. y Vida y Educación.

El texto dialoga en ese espacio fronterizo entre saberes académicos, saberes técnicos y el saber
común de adolescentes entrevistados. Hemos tratado de cruzar todas estas fronteras, de
flexibilizarlas para hacerlas hablar, para evitar que se encierren en sí mismas. Es por ello que
pretendemos poner en común los resultados de esta investigación, de carácter exploratorio, sobre
los sentidos y experiencias de la paternidad en la adolescencia y en la pobreza. Expresa un trabajo
de “elucidación, es decir, de pensar lo que se hace y saber lo que se piensa, acorde con pretensiones
de cientificidad” (Heler; Casas, 2010,15).

Para ello, aquellas fronteras mencionadas no colocaron límite al juego de varias voces: la de la
experiencia de los y las adolescentes y la del saber teórico/técnico, la de los estudios feministas y
los incipientes sobre masculinidades; lo dicho por las y los adolescentes que son padres; un juego
de miradas también integeneracionales y, muy especialmente, un diálogo interdisciplinario.

El libro trata sobre las condiciones objetivas y subjetivas a partir de las cuales los varones pobres
asumen su masculinidad y paternidad. El proyecto intentó aportar al estudio de las experiencias de
varones/padres/pobres, en términos de un sentido relacional del género, por lo que se impuso el
análisis de la maternidad y de la identidad femenina en la adolescencia. Más allá de eso, el texto
trata especialmente sobre: (i) la conformación de identidades masculinas y formas de ejercicio de

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la paternidad en marcos institucionales y políticos concretos y sus mutuas relaciones; y, (ii) las
construcciones simbólicas y metafóricas que "marcan" a individuos y grupos familiares más allá de
lo que el sexo "informa" (Strathern, 1989).

No se trata solamente de identificar masculinidades hegemónicas y subalternas, en el sentido dado


por Connell (1997), y aplicado a nivel nacional por Guida et allí (2006, 2008), sino de comprender
los procesos socio-culturales, tanto en sus aspectos objetivos como subjetivos, relativos a qué es
ser hombre y qué es ser padre en contextos de pobreza. Y comprender qué es ser hombre, padre y
pobre para algunas instituciones prestadoras de servicios asistenciales.

Como bien lo señala Castells (1997), cuando de pobreza se trata, los estudios muchas veces tienden
a estigmatizar las prácticas de paternidad de los varones subrayando el ausentismo de la figura
paterna, el abuso patriarcal de los varones, etc. En contextos de pobreza, las respuestas del Estado
pueden ser, en sí mismas, fuente de tal desfavorable posición. Siguiendo al autor, debilitado el
antiguo patriarcado y los modelos políticos de los Estados de Bienestar así como la asociación
simbólica del padre con el Estado Moderno (Gil y Nuñez, 2002), los varones pobres podrían
encontrarse sin acceso a nuevos modelos de paternidad y de relaciones en la vida doméstica ¿Por
qué? Pues su punto de partida es ya diferente para construir y hablar sobre sus vidas y experiencias
(Hobson, 2002). Es un punto de partida caracterizado por la carencia y la necesidad en el sentido
dado por Heller (1996).

Analizadas las formas de ejercicio de la paternidad en contexto de pobreza, se impone ubicarlas


como componentes de la experiencia de un sector social. El concepto de experiencia, más allá de los
reconocidos debates suscitados por la perspectiva thompsoniana, posee: (i) ubicuidad teórica: es un
concepto que si bien es cercano a la vida cotidiana, puede ser desarrollado dentro de un modelo
teórico relacionado con la sociedad en general (big theory); (ii) organicidad teórica: como criterio
válido de unificación y organización del conocimiento teórico y de los hallazgos, en la medida que
en un solo enunciado se puede subsumir variados comportamientos que usualmente se analizan en
forma aislada (Gutierrez, 2007, 44) y, (iii) desde un punto de vista teórico-metodológico permite
definir una temporalidad unitaria relacionada ya no con experiencias individuales sino de clases
sociales.

Metodológicamente, la investigación se basó en una estrategia metodológica netamente


cualitativa, amparada en historias de vida y entrevistas en profundidad aplicadas básicamente a dos

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tipos de universos: (i) adolescentes y sus parejas; (ii) agentes institucionales pertenecientes a
aquellas organizaciones que respaldaron esta investigación.

Teóricamente, el texto se apoya en la centralidad metodológica de la categoría experiencia para el


rescate de las individualidades, es decir, firma y reafirma la existencia indiscutible de los sujetos
históricos, de acuerdo a la afirmación de Heller (1996). Y, en segundo lugar, en el género como
práctica articuladora de aspectos subjetivos y objetivos y como categoría relacional entre lo
masculino y lo femenino. De allí que la investigación plasme hoy sus resultados en términos de
paternidades y maternidades.

El libro también analiza y critica la construcción del embarazo en la adolescencia como problema
socio-sanitario, lógica que deriva en la estigmatización de padres y madres adolescentes. Esto llevó
a la identificación de una serie de aporías e imposturas sobre el embarazo en la adolescencia, que
consideramos necesario superar para comprender, desde nuevas perspectivas, este tema e innovar en
términos de política pública e intervenciones socio-técnicas.

Sobre el proyecto..
Estudios y Conferencias, nacionales, regionales e internacionales, reconocen la ausencia, por tanto
la necesidad de incorporar en la agenda política la temática de las identidades masculinas y el papel
activo de los hombres, en tanto padres. Temática que consideramos adquiere relevancia cuando
hablamos de jóvenes y adolescentes que viven en la pobreza. La situación que se presenta es, si se
quiere, paradójica al respecto.
El embarazo a edades tempranas es considerado un factor fuertemente asociado a la exclusión
social, en el caso de adolescentes mujeres, de acuerdo a la bibliografía disponible. Pero esta
aseveración no encuentra la misma consistencia al hablar de la paternidad masculina, en la medida
que no ha sido problematizada. Del mismo modo, en los espacios de intercambio con los agentes
profesionales y político-institucionales que acompañan este proyecto, parecería que el problema
“embarazo adolescente” se asocia únicamente a la familia de la adolescente y no así en el caso del
padre adolescente. No obstante, la casuística parecería indicar que existe una variedad de
situaciones en torno a la paternidad a edades tempranas y en entornos de pobreza: aquellos jóvenes
que asumen en cierta medida el cuidado o sostén de su hijo/a, familias por vía paterna que lo hacen,
ausencia de la figura masculina en todo el proceso. Una variada gama de actitudes frente a la

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paternidad y una variada gama de identidades masculinas para las cuales esa paternidad cobra
significado.
En la medida que es un tema que aparece como invisible en la agenda política, se supone que los
operadores sociales tampoco lo problematizan, encontrándose una ausencia de estrategias
específicas para abordar la temática así como la ausencia de un marco referencial que permita
reflexionar sobre el mismo.
Ser padre a edades tempranas en la pobreza – y tal vez no sólo en ella – implica la reproducción de
identidades masculinas “clásicas”, “hegemónicas”, casi “patriarcales”. Tales identidades son poco
flexibles, esquemáticas y subordinan a la mujer. A lo que se suman las responsabilidades asociadas
al hijo/a, si es que son asumidas. Todo ello constituye un cuadro de vulnerabilidad que creemos no
es necesario profundizar.
El proyecto si bien estuvo estrechamente vinculado a la pobreza, ésta no constituyó un objetivo
de problematización teórica. Existe amplia acumulación al respecto, tanto a nivel nacional como
internacional. (Castells, 1997; Katzman, 1989; Sen, 1984; 1999a, 1999; Terra, 1988; Terra et alli,
1989). Del mismo modo y con las mismas advertencias, el proyecto también vincula pobreza e
infancia, respetando la más significativa tradición teórica nacional, iniciada por los trabajos
pioneros de Katzman (1989), Terra (1988) y Terra et alli. (1989)
Desde otra perspectiva, el proyecto puede enmarcarse en los llamados men´s studies, que
constituyen toda una tradición en la bibliografía anglosajona y francesa, especialmente. Pero al
respecto, consideramos pertinente realizar algunas precisiones.
Los estudios sobre masculinidades, desarrollados a partir de la segunda mitad de la década de los
ochenta, registraron una cuestión relevante, levantada en varios espacios de debate sobre género,
incluso en aquellos específicamente feministas: la importancia de percibir la diversidad de las voces
masculinas (Vale de Almeida, 1995,1996). Connell (1987, 1997), uno de los pioneros en esa
tentativa, procuró desarrollar un modelo conceptual que, dando énfasis al carácter político de las
relaciones de género, ofreciere herramientas analíticas para expresar esa diversidad. Discutiendo las
masculinidades en el marco de una sociología política de los hombres en las relaciones de género,
Connell (1997) consideraba, ya a inicios de los noventa, los lugares y las prácticas de los varones en
las relaciones de género como objeto de esa sociología.
Las revisiones de los estudios sobre masculinidades muestran también que estudiar masculinidades
o feminidades asociadas a los cuerpos sexuados correspondientes, solamente coloca limitaciones

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para el análisis desde una perspectiva de género. Esta fue la fuerte advertencia indicada por
Yanagisako y Collier, en 1987.
Debemos reconocer que tal advertencia no fue lo suficientemente incorporada en los debates
feministas y en los posteriores men´s studies. Es aquí que entra en juego algo que consideramos
"perverso" teóricamente. Sabiendo de los riesgos que el énfasis en la condición femenina presenta
en términos de una perspectiva relacional para el análisis de género, algunas feministas consideran
un retroceso el avance de los men´s studies (Piscitelli, 1998).
Los análisis concretos realizados, tanto a nivel nacional como internacional, siguiendo la
perspectiva de Connell (1997), es decir, pensando en las relaciones entre masculinidades
hegemónicas y subalternas, muestran ausencias que no se refieren solamente a las masculinidades
en sí. Si analizamos minuciosamente la producción nacional consultada que continúa esta línea de
análisis o incorpora al mencionado autor, (Güida, 2006; Güida et alli, 2006) podríamos indicar que
ella evidencia, al mismo tiempo, la inexistencia de una problematización equivalente en lo que se
refiere a las identidades femeninas.
En este sentido, si consideramos al género ya no como algo binario, asociado al dimorfismo sexual
(Strathern, 1989) o como perspectiva analítica para el estudio del poder (Scott, 1988a) es importante
explorar las complejidades tanto de las formas de ser hombre/s como las de ser mujer/es. Es por
ello que el proyecto trató de evitar el énfasis en una de las categorías (varones), lo que se expresa en
la estrategia metodológica: la entrevista a individuos de ambos sexos, para analizar desde los ojos
"propios" (varones) y "del Otro" (mujer), un solo proceso: el ejercicio de la paternidad asociado a
las formas de ser hombre/s.
Sintéticamente presentamos a continuación los objetivos perseguidos.
Objetivos Generales y Objetivos Específicos.
Objetivo general: El proyecto tuvo por objetivo proponer lineamientos teórico/técnicos para la
formulación de políticas públicas en torno de un problema relevante pero escasamente estudiado
por las Ciencias Sociales en Uruguay: el ejercicio de la paternidad por parte de adolescentes
pertenecientes a familias que viven en la pobreza.
Objetivos Específicos.
1.- Identificar y definir rasgos sustantivos de las formas de ser hombre/s que se construyen en
contextos de pobreza.
2. - Analizar las formas de ejercicio de la paternidad por parte de varones pobres.

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3.- Reconocer los impactos de los lazos objetivos y subjetivos que se establecen entre Estado y/o
instituciones prestadoras de servicios sociales y las familias, en las formas de ser hombre/s y de
ejercicio de la paternidad en sectores de pobreza.
4.- Identificar sucintamente tendencias en la relación entre tiempo histórico, vida familiar y
experiencia personal, a partir del análisis intergeneracional incluido en los discursos de los varones
a entrevistar.
5.- Identificar los universos simbólicos asociados a la figura del varón/padre/pobre, hegemónicos en
los Programas y Servicios en los que se desarrollará el presente proyecto.
Como ya fuera dicho, el proyecto tuvo un neto corte exploratorio como se deriva de su
fundamentación, se basa en una estrategia metodológica netamente cualitativa, basada en historias
de vida y entrevistas en profundidad aplicadas a dos tipos de universos: (i) adolescentes y sus
parejas; (ii) agentes institucionales pertenecientes a aquellas organizaciones que respaldaron esta
investigación. Las entrevistas a los agentes tecno- burocráticos fueron de carácter colectivo, no así
a los agentes tecno-políticos con quienes asumieron una modalidad individual.
El número de entrevistados se rigió por el principio de saturación. La concepción teórica que
alimentó los aspectos técnicos y operativos que se profundizarán posteriormente, puede ser
resumida de la siguiente manera en torno a dos categorías que se consideran fundamentales a la
hora de abordar el objeto de estudio. Tales categorías ya fueron anunciadas anteriormente. A saber:
experiencia humana y el género como experiencia.

La centralidad metodológica de la categoría experiencia para el rescate de las


individualidades.
La afirmación de Heller (1996) en torno a la existencia indiscutible de los sujetos históricos, nos
permite realizar una breve, pero necesaria, alocución sobre el concepto de experiencia al que nos
referimos.
En un contexto histórico de serias disputas teóricas en el movimiento comunista europea, así como
entre sus máximos representantes teóricos pos- segunda Guerra Mundial, el historiador E.
Thompson plasma en varios textos de envergadura su postura frente al estructuralismo francés,
acercándose de cierta manera al marxismo existencialista sartreano, en términos de recuperar al
individuo hundido en un baño de ácido sulfúrico, al decir, del filósofo francés.
Cabe aclarar que Sartre no anunciaba la muerte del individuo moderno, ni indicaba posturas
posmodernas en torno al tema. Lo que Sartre quería señalar con esa frase es que el marxismo

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francés estructuralista había hundido al individuo, a la acción humana, bajo categorías universales
que ya no tenían “contacto” con el ser humano particular y su singularidad. Para Sartre “las clases
sociales”, “el partido” se habían transformado en categorías universales formales que ya no
retomaban ni permitían analizar la experiencia de hombres y mujeres conformando esas clases y
sus luchas. Ese es el sentido dado por Sartre a su expresión de un ser humano diluido en ácido. De
ahí su sintonía con Thompson: la necesidad de recuperar las agencias particulares y vincularlas a
categorías universales.
De manera un tanto grosera, podemos indicar que con el concepto de experiencia, el autor inglés
intenta comprender y aportar una mirada renovadora, a la relación entre estructura y agencia
humana y a la forma de producción del conocimiento en el marco del materialismo histórico-
dialéctico, alejado de todo ismo en torno a la figura de Marx.
Pero por sobre todas las cosas, Thompson (1981) trata de desentrañar la relación entre conciencia y
ser social; las formas de constreñimiento que el ser social coloca a la consciencia, por decirlo de
alguna manera. En ese camino dirá que toda experiencia, es experiencia recuperada, pero no por
ello debe ser estigmatizada como simple y mero subjetivismo.
Como una forma de conocimiento específico, el propio autor se encarga de subrayar sus límites y
constatar su validez dentro de los mismos:

En mi opinión la verdad es más matizada: la experiencia es válida y efectiva pero


dentro de determinados límites; el campesino "conoce" sus estaciones, el marinero
"conoce" sus mares, pero ambos están engañados en temas como la monarquía y
cosmología (Thompson, 1981:19).

Avanzando en su conceptualización, el autor nos indica que la experiencia podría ser entendida
como la mediación entre ser social y conciencia social, en sus propias palabras, como el "término
medio necesario entre el ser social y la conciencia social", en tal sentido, engarza estructura,
cultura, valores, significados y acciones humanas concretas. En clara alusión a Althusser, y
tratando de romper la impronta mecánica entre estructura y superestructura, el autor nos indica:

(...) todas estas "instancias" y estos "niveles" son de hecho actividades, instituciones e ideas
humanas. Hablamos de hombres y mujeres, en su vida material, en sus determinadas
relaciones, en su experiencia de las mismas y en la conciencia que tienen de esa experiencia.
Por "determinadas relaciones" indicamos relaciones estructuradas dentro de formaciones
sociales particulares de maneras clasistas –lo cual constituye un conjunto muy diferente de
"niveles" que Althusser suele desestimar-, y que la experiencia de clase hallará expresión
simultánea en todas esas "instancias", esos "niveles", instituciones y actividades. Es verdad

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que la efectividad de la experiencia y el conflicto de clase se expresará de maneras distintas
en diferentes actividades e instituciones, y que por un acto de separación analítica podemos
escribir de ellas "historias" diferentes. Pero por lo menos parte de lo expresado (…) será la
misma experiencia unitaria o presión determinante, acaeciendo en el mismo tiempo histórico
(…). De modo que todas esas "historias" distintas deben ser juntadas en el mismo tiempo
histórico real, el tiempo dentro del cual el proceso sucede. Este proceso integral es el objeto
último del conocimiento histórico, y esto es lo que Althusser se propone desintegrar.
(Thompson, 1981, 158 -159).

A lo que apunta esta larga cita, es al tema neurálgico de la “determinación” de la vida humana por
parte de los aspectos materiales de existencia (estructura). Junto con Williams (1977), más allá de
diferencias, tal determinación puede entenderse como límites o ejercicio de presiones sobre la
agencia humana. Debemos agradecer a ambos que tales interpretaciones permitan realizar una
crítica severa a la sobredeterminación de la estructura que realiza Althusser. Del mismo modo,
aunque tal vez sin una precisión teórica absoluta, nos permiten repensar las formas como el modo
de producción y la estructura de clases se “imprimen” en las acciones humanas y en el modo como
la gente vive. En palabras de Sorgentini (2000:57) “Thompson propone la fórmula marxiana "ser
social/conciencia social" como alternativa a la dominante en el marxismo "base/superestructura"”.
En ese entendido el concepto de experiencia puede ser entendido como impreciso. Por un lado
aparece determinada por la estructura, pero por otro el autor indica que la experiencia es
determinante sobre la conciencia social existente al momento de tal experiencia.
A este aspecto ambiguo arremete Anderson (1985), indicando dos sentidos de la experiencia: uno
neutro (como trama subjetiva en la que se vivencian los aspectos subjetivos que condicionan la
vida social) que él defiende; y otro positivo (como componente de la conciencia social y que
expresa las respuestas emocionales y subjetivas de los individuos) que critica por hipersubjetiva y
que atribuye a Thompson. Aún en posiciones contrarias, puede decirse que ambos coinciden en
recuperar el papel del individuo, de la agencia humana, el punto de vista de los sujetos en la
reconstrucción de un período histórico o de un problema socio-político que coloca en jaque valores
y significaciones altamente subjetivas, como es el caso de nuestro tema.
Es este aspecto el que rescatamos como hilo conductor de nuestra estrategia metodológica. La
opinión de estos jóvenes, sus prácticas y juicios, en un campo donde se juegan diversas posturas
axiológicas y las mismas carencias materiales. Ambas expresan una gama de situaciones que hacen
a la clase trabajadora uruguaya respecto a la sexualidad, las relaciones de género y la reproducción
biológica y social de la población. Por tanto, en estas tramas subjetivas tratamos de leer cómo la
experiencia “conjuga” la conciencia y el ser social de estos jóvenes. En palabras de Thompson,

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“tomaremos sus acciones y sentidos como “la huella que deja el ser social en la conciencia social”
(Thompson, 1981:14)

Como veremos posteriormente, dentro de los estudios sobre género y masculinidades, Connell
(1987) apunta con su concepto de orden de género a analizar los constreñimientos que todo orden
social (el ser social) conlleva a las diversas prácticas de generización. En este ítem sólo planteamos
una cita del autor que nos parece oportuno traer a colación. Connell define la estructura social en
términos de esos límites:

Una estructura social es un padrón de constreñimiento sobre la práctica inherente a las


relaciones sociales. Aunque las estructuras marcan la fijeza del mundo social, la
sedimentación de prácticas pasadas que limitan la acción presente, la dimensión de la
vida colectiva que existe más allá de la intención individual, no son impermeables al
cambio. La práctica se puede volver contra lo que la constriñe; así la estructura puede
ser deliberadamente el objeto de la práctica. Pero la práctica no puede eludir la
estructura, no puede flotar libre de sus circunstancias (Connell, 1987: 95).
Lo que queremos indicar es que sin existir diálogo con la obra de Thompson, existe cierta sintonía
intelectual en el campo temático de género, que Connel expresa en esta cita. Las prácticas (¿o
experiencias?) de género también son objeto de límites o presiones ejercidas por aspectos
estructurales y éstos son también espacios de prácticas, presentes y pasadas, que ejercen su acción
transformadora –aunque sea intencionalmente – en los potentes componentes estructurales del
mundo social.

Aspectos tecno-operativos.
Para nosotros fue necesario e importante rescatar la experiencia humana como mediación entre ser
y conciencia social, como forma de desentrañar la relación entre subjetividad y condiciones
materiales de existencia. No de manera general, sino a partir de la experiencia en torno a las formas
de concebir y materializar en prácticas concretas las formas de ser padre y de ser hombre. No en
toda la sociedad uruguaya, sino en la pobreza urbana, en los espacios liminares de la ciudad y por
parte de adolescentes, no de hombres adultos. Es decir, en esa etapa de la vida caracterizada por
transformaciones, dudas y muy pocas seguridades a futuro.
El criterio de selección de los adolescentes a ser entrevistados teóricamente se basó en lo que
Bourdieu (1990) ha denominado competencia. Indica el autor:

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(…) se puede aceptar así que son técnicamente competentes los que son socialmente
designados como competentes, y basta designar a alguien como competente para imponerle
una propensión a adquirir la competencia técnica que funda a su vez la competencia social
(Bourdieu, 1990: 57)

Es por ello que se seleccionó, a partir de referentes institucionales, a adolescentes que se


presumió que tienen algo para decir. Las unidades de análisis no fueron las personas que proveen
de materialidad a las categorías sociales, sino los encuentros, que afectan a ambos interlocutores.
(Oxman, 1998) Evento comunicativo, que transmite experiencias más que saberes. Si bien las
historias de vida no reemplazan métodos cuantitativos, son el único medio, para nosotros, para
acceder a los procesos internos que la información cuantitativa no provee. . Analizar la cultura y
prácticas sociales de los varones pobres, desde el punto de vista de los individuos, es un objetivo
que no debe ser malinterpretado. Como lo indica Heller (1991:61)

… tomar el punto de vista del individuo no tiene status epistemológico ni ontológico.


Tampoco tiene un valor explicativo ni interpretativo. Uno puede afirmar que la persona es
un producto de su entorno y, sin embargo, ontemplar el entorno con los ojos de su roducto.
También se puede afirmar que en la vida humana hay casos y ejemplos que son más valiosos
que el individuo separado, y contemplar esas cosas más valiosas desde el punto de vista del
individuo. Puede además afirmarse que los hombres y las mujeres siempre se hallan en la
red de las relaciones sociales, aunque esto no implica que la única red que merece la pena
investigarse sea esa, ni tampoco que los constituyentes de la red sean, a fines teóricos, no
existentes. Los individuos existen.

Paralelamente se aplicaron entrevistas en profundidad a aquellos agentes tecno - políticos y tecno


burocráticos, a los efectos de identificar tanto los atributos materiales y simbólicos que atribuyen a
aquellos jóvenes/ padres/pobres como los modelos explicativos que usualmente se utilizan para
analizar las problemáticas surgidas de este trípode conceptual.
Para el análisis del material empírico recogido, nos basamos en el denominado Análisis Crítico del
Discurso (ACD) (Wodak y Meyer, 2003), sobre el cual cabe señalar que, aún con deficiencias en
sus fundamentos teóricos, toma al lenguaje como práctica relacionada con el contexto social del
entrevistado. Por último, como en todo análisis de discurso se atenderá especialmente a aquellos
elementos lingüísticos o analógicos que refuerzan o relativizan lo dicho.
En el texto, los técnicos son identificados en género masculino como: operadores de campo;
directores; mandos gerenciales o referentes/supervisores (que no cumplen funciones de
intervención directa) como forma de dificultar su identidad. Los y las adolescentes son
presentados/s con nombres ficticios para el mismo fin.

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Ajustes realizados a la estrategia metodológica.
Cabe destacar que una vez iniciado el trabajo de campo, tropezamos con dos dificultades de
diversa índole. Si bien a nivel teórico ya indicamos la invisibilidad de la paternidad adolescente, no
pensábamos que la misma iba a ser tan contundente a nivel institucional.
Existieron realmente dificultades para ubicar adolescentes que además de padres, tuvieran hasta 24
años, habiendo tenido su primer hijo/a siendo menor de edad y siendo este hijo/a mayor de 18
meses, en el entendido que la paternidad posee mayor proximidad paterno filial en la medida que el
niño/a crece. No fue criterio tenido en cuenta el tipo de relación mantenida entre la pareja parental
(convivencia o no; vínculo legal o no).
Además de la difícil localización de adolescentes, el agendar varias veces las entrevistas se tornó
en algo habitual, transformándose en muchos casos en entrevistas que no se realizaron, de acuerdo
a la voluntad del adolescente. Podemos decir que por cada entrevista realizada, se concretaron 1.5
contactos fallidos e imposibles de realizar por los temas advertidos por los equipos técnicos. A
saber: cambios de celulares, de domicilios, en la relación con la madre de sus hijos/as, etc.
A esto se agregó que, institucionalmente y en general, son las madres las identificadas y con
quienes se trabaja. La extrema especialización y focalización de algunos programas hace que el
adolescente sea abordado como estudiante, trabajador, joven en situación de calle, pero no como
padre, aunque así lo sea. Muchos técnicos ignoraban la condición de padres de los adolescentes con
quienes trabajan casi diariamente.
A este problema se le sumó una característica de los adolescentes que de alguna manera incidió en
la tarea: el limitado manejo del vocabulario, las dificultades en torno a la construcción de un
discurso que tenga el yo como protagonista. Sin llegar a realizar una apreciación ontológica del
lenguaje, debemos reconocer que las condiciones socio-políticas actuales, caracterizadas por una
fuerte segmentación social, por un individualismo acérrimo y por una alta individualización de los
problemas sociales, hacen muy difícil que el lenguaje una a los individuos (Bauman, 2002). Las
condiciones de producción, distribución y consumo de los discursos también son altamente
diferenciadas, lo que hace que las entrevistas hayan encontrado mayores dificultades para su
realización. No obstante la información recogida no invalidó al conjunto de entrevistados como no
competente, en el sentido metodológica arriba explicado.
El conjunto de entrevistados finalmente quedó conformado por once padres y nueve madres. El
rango de edad de los varones entrevistados osciló entre 23 y 17 años. El de las mujeres entre 16 y

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26 años, habiendo tenido hijos tanto hombres como mujeres durante su adolescencia. La edad
promedio al tener el primer hijo es de 18 para los varones y 16 para las mujeres.
En pocas palabras, podríamos decir, que hemos entrevistado a adolescentes sumamente
desprotegidos, que llevan adelante sus vidas como pueden y de la mejor manera que pueden
hacerlo, para quienes no están garantizados ninguno de sus derechos, lo que se vuelve más
dramático si pensamos que siendo aún adolescentes han sido padres y madres y sus niños crecen
también en tal situación.
Podemos indicar que nos hemos acercado, por escasas horas, a las expresiones más duras de la
pobreza, algunas de las cuales son apenas atenuadas por programas y servicios sociales que, más
allá de objetivos y voluntades, no dejan de ser meramente paliativos. A modo de ejemplo, dos de
los padres adolescentes han visto transcurrir parte de su infancia en diversos programas del
Instituto del Niño y Adolescentes en Uruguay, pero al momento de la entrevista ambos se
encontraban independizados de la Institución hace años y viviendo con sus familias de origen o
parejas. Otros dos de los adolescentes entrevistados han sido contactados para esta investigación a
partir del Programa Jóvenes en Red. Dos parejas han sido contactadas por ser padres con hijos que
concurren Centros CAIF, en tal caso no se consideran adolescentes o jóvenes institucionalizados.
Tampoco tenían antecedentes de institucionalización temprana. Los otros cinco adolescentes han
sido contactados por programas sociales que incentivan la primera experiencia laboral, por tanto no
pueden ser considerados institucionalizados sino adolescentes que acceden a un servicio social
específico. No poseen antecedentes en instituciones totales. De las jóvenes entrevistadas, ninguna
ha tenido una historia de institucionalización y, como ya se dijo, dos hacen uso de Centros de
Atención a la Infancia y la Familia (CAIF), junto a sus parejas, ya contabilizadas.
La amplia mayoría de los adolescentes estudiaban al momento del embarazo, más allá de hacerlo
como “rutina” y sin expectativa en la mayoría de los casos. Ninguno de estos jóvenes o
adolescentes participó de programas específicos sobre embarazo en la adolescencia.
Estos son algunos de los datos de nuestros interlocutores, vayamos al diseño de su escenario de
vida. A modo de somera contextualización, consignamos algunas de las características de sus
vidas.
En general, nuestros informantes viven en barrios de origen obrero, pero sumamente
estigmatizados por problemáticas asociadas a la inseguridad, ruptura de lazos comunitarios, etc.
Otros pertenecen a barrios asociados a fallidas políticas de vivienda hoy tugurizadas. Pero en
definitiva hablamos de barrios periféricos, estigmatizados y que reúnen muy precarias condiciones

15
de existencia. En otras palabras, simbólicamente y para la mayoría de la sociedad, estos
adolescentes y sus parejas portan la identidad de la pobreza, de lo marginal y de lo “desviado”. Se
trata de adolescentes cuyas vidas son casi la sumatoria de aquellos rasgos asociados a la pobreza y
que constituyen casi un estereotipo intelectual y político: niveles educativos que apenas
sobrepasan primaria, no estudian ni trabajan y si trabajan lo hacen de manera esporádica o en
ocupaciones que exigen muy poca calificación o formación, rara vez lo hacen de manera formal.
Excepto dos de ellas, las adolescentes no trabajan remuneradamente, dedicándose a tareas de
cuidado en el espacio doméstico.
En general, estos adolescentes, si viven en pareja, lo hacen en la casa familiar de origen de la
adolescente mujer. Solo dos de las parejas viven de manera independiente. Las condiciones
habitacionales son, en los casos abordados, absolutamente insuficientes en términos materiales y
subjetivos.
Las vidas de estos adolescentes, apenas traspasan los límites de sus barrios, es decir, su movilidad
social, espacial y cultural es prácticamente nula. Los varones que trabajan de manera formal y
continua se desplazan hacia el centro de la ciudad. Cuando hablamos de trabajos informales, en
general, éstos se ubican de manera próxima al domicilio.

Género y Experiencia
El uso del concepto género permitió rechazar el determinismo biológico haciendo visible la amplia
gama de construcciones socio-culturales de lo femenino y lo masculino. Hawkesworth (1999:5 -
6) indica algunos de ellos. A saber: fue utilizado para indagar las relaciones sociales entre
hombres y mujeres y sus formas de organización (Rubin, 1975; Barrett, 1980; MacKinnon, 1987),
para investigar la fetichización de las diferencias sexuales (Shanley y Pateman, 1991); para
desarrollar una semiótica del cuerpo, el sexo y la sexualidad (De Lauretis, 1984 ); para explicar la
producción de bienestar en términos de división de responsabilidades entre hombres y mujeres
(Walby, 1986); para teorizar desde la perspectiva de la masculinidad (Connell, 1987); para
comprender la psiquis humana (Chodorow, 1978) y para explicar las identidades individuales
como construcciones cotidianas (Butler, 1990)
Las discusiones sobre género en distintas esferas se han convertido en una característica del saber
contemporáneo. Diferentes emprendimientos teóricos emplean el género de manera obviamente
distinta. Como también enumera (Hawkesworth, 1999: 5- 6): el género ha sido analizado como un
atributo de los individuos (Bem, 1974); como un cuadro de relaciones interpersonales (Spelman,

16
1988) y como un modo de organización social (Firestone, 1970). Ha sido definido en términos de
status social (Lopata y Thorne, 1978), papeles sexuales (Epstein, 1971) y estereotipos sexuales. Ha
sido concebido como una estructura de la conciencia (Rowbotham, 1973) como psiquis
originariamente triangulada (Chodorow, 1978), como ideología internalizada (Barret, 1980;
Connell, 1987). También ha sido entendido tanto como producto de la atribución (Kessler y
McKenna, 1978), de la socialización (Gilligan, 1982), o de prácticas disciplinarias (Butler, 1990).
Ha sido problematizado como un efecto del lenguaje (Daly, 1978); una cuestión de adaptación de la
conducta (Epstein, 1971), una característica estructural del trabajo, el poder y la catexis (Connell,
1987).
Ha sido descripto en términos de una oposición binaria así como caracterizado como diferencia
(Irigaray, 1985a, 1985b) y como relaciones de poder basadas en la dominación y subordinación
(MacKinnon, 1987, Gordon, 1988) Ha sido construido de manera pasiva en tanto serialidad (Young,
1994) y de manera activa, como un proceso que genera interdependencia (Lévi-Strauss, 1971)
También ha sido denunciado como una cárcel (Cornell y Thurschwell, 1986) y aceptado como
liberador (Irigaray, 1985b). Ha sido identificado como un fenómeno universal (Lerner, 1986) y
como una rasgo históricamente específico, relacionado con la cada vez mayor, sexualización de
las mujeres en la Modernidad (Riley, 1988). Vinculado a la “larga lucha de las mujeres”, ha abierto
las puertas también al análisis de las masculinidades de manera alternativa (Mitchell, 1967).

Lo que dice el diccionario.

Analicemos ahora el significado cultural y políticamente atribuido a los sexos, para posteriormente
ordenar algunos desarrollos teóricos sobre el concepto. Así, por ejemplo, es considerado como
"clase cuya extensión se divide en otras clases, las cuales, en relación a la primera, son llamadas
especies" (Ferreira, 1986:844).Guiándonos por este sentido, tendríamos las especies hombre y
mujer de la llamada clase humana.

Género también podría ser "cualquier agrupamiento de individuos, objetos e ideas, que tengan
caracteres comunes"(Ferreira, 1986:844). Tendríamos, así, individuos de dos sexos, de nuevo el
hombre y la mujer, agrupados a través de características comunes, o sea, lo femenino para la mujer
y lo masculino para el hombre. De acuerdo a los usos y definiciones de nuestra lengua, dichos
caracteres serian convencionalmente establecidos, pudiendo ir desde maneras y estilos, como al

17
referirse a los estilos de arte - género literario, etc. - e incluso, a las taxonomías de la biología,
botánica o zoología, así como también al campo de la gramática propiamente dicho.

Desde esta última perspectiva gramatical, género sería una "categoría que indica, por medio de
desinencias, una división de los nombres basada en criterios tales como sexo y asociaciones
psicológicas" (Ferreira, 1986:844) En este sentido podrían ser identificados el género masculino, el
femenino y el neutro.

Como vemos el vocablo género propicia interpretaciones diversas, dependiendo de quien busca el
significado y aún puede ser aplicado a seres, objetos e ideas e incluso a la propia vida, ya que por
"género de vida" se entiende: “conjunto de actividades habituales, provenientes de la tradición,
merced a las cuales el hombre se asegura su existencia, adaptando la naturaleza en su
provecho"(Ferreira, 1986: 844-45).

Como sabemos, la especie humana se comunica y establece lenguajes, ya sean hablados, escritos o
gestuales, que se constituyen en representaciones sociales que, según Lane (1984,34), son esperadas
por el grupo: "este análisis nos permite apuntar una función del lenguaje que es la mediación
ideológica inherente a los significados de las palabras, producidas por una clase dominante que
detenta el poder de pensar y "conocer" la realidad, explicándola a través de "verdades"
incuestionables y atribuyendo valores absolutos". Si las características que denomina el término
género tienen que ser "convencionalmente establecidas", ellas van a pasar por padrones
socialmente consensuados. Solo así se entiende lo que serían los dos sexos en que la sociedad
normalmente divide a los seres humanos. Veamos como son definidos semánticamente.

Masculino: "Dícese de las palabras o nombres que por la terminación o concordancia designan
seres masculinos o como tal considerados"(Ferreira, 1986:1099). Femenino: "Dícese del género de
palabras o nombre que, por la terminación y concordancia designan los seres femeninos o como tal
considerados"(Ferreira, 1986: 768).

A través de este preámbulo podemos percibir cómo la lengua refleja la construcción cultural del
pueblo que nombra - a partir del dominio de características comunes de género - representaciones
sociales que atraviesan a seres humanos, instituciones, normas y valores sociales

Pero la instancia psíquica que depende más de las circunstancias histórico-sociales es el


superego, este grande asimilador de normas y valores vigentes, este regulador del

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comportamiento - a través del ego que se comunica con él - de acuerdo con lo que cada
cultura considera reprobable o deseable. Así, aunque una gran parte de lo que mueve a las
personas - la materia instintiva que constituye las pasiones, sea inherente a lo que vengo
llamando de condición humana, la forma como las pasiones adquieren, la manera como se
expresan, la valorización positiva o negativa de cada una de ellas, todo eso está permeado
por esta modalidad de expresión de consumo y de visión del mundo de cada cultura que
acostumbramos llamar ideología (Kehl, 1992:485).

Los sentidos dicotomizados de la lengua, expresando valoraciones, hacen con que el mismo término
mujer acabe siendo aprehendido como "santa y reproductora" o como “prostituta”. O incluso, que la
denominación de femenino también designe, en sentido figurativo, afeminado. Si miramos de
nuevo el diccionario, nos deparamos con la siguiente afirmación sobre la mujer: "el ser humano del
sexo femenino capaz de concebir y parir otros seres humanos y que se distingue del hombre por
esas características" (Ferreira,1986: 1168). Y encontramos toda otra serie de designaciones que,
excepto dos de ellas, tienen como significado el de meretriz. A saber: mujer de la calle, mujer de
mundo, mujer perdida, etc.

Para el significado de Hombre, el diccionario nos dice: "cualquier individuo perteneciente a la


especie animal que presenta el mayor grado de complejidad en la escala evolutiva del ser
humano"...(dotado)..."de las llamadas cualidades viriles, como coraje, fuerza, vigor sexual, etc."
(Ferreira, 1986:903). Entre los sentidos dados a la palabra hombre no existe ninguna designación
que tenga sentido peyorativo, por el contrario, todos los sentidos de la definición general son de
"alguien que presenta el mayor grado de complejidad de la escala evolutiva" (Ferreira, 1986:903).

Percibimos así que, más que una simple dualidad de sentidos, tenemos un diferencial de
pesos/poderes para los términos hombre y mujer. La mujer, en el sentido de la construcción social
de la lengua, del significado social del término que la nombra, solo existe como meretriz o
reproductora, no teniendo otras funciones sociales. No en vano para Lacan la "mujer no existe" o,
en otras palabras, lo femenino se coloca en la categoría de lo innombrable, revelando la impotencia
del saber para nombrarlo como tal (Almeida, 1992: 15). Debemos recordar que las significaciones
rastreadas acarrean dos mil quinientos años de civilización iniciada en el apogeo griego. Y en ese
devenir el imaginario humano se fue poblando de "una gama inmensa de mitos, cosmogonías, seres
folklóricos, etc. La posición y el papel de la mujer en medio de este circuito acaban siendo
expresados a través de esos mitos inscriptos en el imaginario" (Almeida, 1992:15).

19
Con estos elementos, intentamos comprender la noción de género en cuanto posibilidad de
instaurar una apertura dialógica entre el "yo" y el "otro".

Una propuesta: Género como categoría analítica.

Respecto a las relaciones entre los sexos, históricamente las relaciones entre hombres y mujeres se
prestan a múltiples interpretaciones, ya sea en ámbitos académicos o políticos. Como objeto de
conocimiento se presenta, desde sus orígenes, como campo eminentemente disputado, incluso
semánticamente. Así, por ejemplo, desde hace aproximadamente dos décadas, la tradición
académica anglosajona aplica a esta temática el concepto "genero", en la medida que se sitúa "en la
esfera social, diferente del concepto sexo, posicionado en el plano biológico" (Saffioti, 1992:183).
Paralelamente, las ciencias sociales francesas apelan al concepto de "relaciones sociales de sexo",
en el entendido que "el propio sexo no se inscribe puramente en el terreno biológico, pero sufre
una elaboración social, que no se puede negligenciar bajo pena de naturalizar procesos de
carácter histórico" (Saffioti, 1992:183).

Hoy por hoy, esta disputa semántica puede ser considerada estéril a la luz del consenso básico y
mínimo alcanzado que bien puede resumirse en "que las relaciones sociales de sexo o las
relaciones de género se traban también en el terreno del poder" (Saffioti, 1992:185), no obstante
preferimos utilizar, de aquí en más, el concepto de relaciones sociales de género para reforzar el
carácter eminentemente social de las mismas.

Más allá de eso, al procurar entender el significado de las relaciones sociales entre los sexos o las
relaciones de género, en las últimas décadas se multiplicaron los esfuerzos académicos por dar
estatuto científico a las vivencias y estudios sobre la mujer. Los estudios sobre la condición
femenina se diseminaron en diversos campos del saber e instituciones académicas. Con una fuerte
articulación entre el mundo académico y la participación política, se intentaba hacer visible a la
mujer como sujeto histórico siempre subsumido en categorías universales como: clase social, fuerza
de trabajo, individuo, etc. Rescatar a la mujer fue un importante esfuerzo académico y político, pero
muchas veces no significó cambios en las prácticas cotidianas e institucionales e, incluso, provocó
tendencias a la construcción de guetos o actitudes auto-centradas en lo femenino.

20
Nuevas formas de entender las relaciones entre los géneros surgen en las últimas décadas, tratando
de: a) rescatar y comprender las relaciones entre los géneros como relaciones entre entidades no
unívocas ni auto-referidas; y b) ampliar el horizonte epistemológico y ontológico de los estudios de
género, muchas veces limitados al referente empírico "mujer" (Kofes, 1993).

Obviamente, hemos realizados burdas generalizaciones. No pretendemos agotar toda la bibliografía


existente sobre el concepto de género, por cierto sumamente amplia. Solo vamos a anotar algunos
presupuestos que nortean los estudios de diversas/os cientistas que apuntan a superar la fuerte
identificación entre los estudios de género y la condición femenina.

Los aportes de la historiadora Johan Scott son ineludibles en esa discusión. En primer lugar, para la
autora, el concepto "género" tiene una larga historia, pues a lo largo de siglos, "las personas
utilizaron de modo figurado los términos gramaticales para evocar los trazos de carácter o los
trazos sexuales" (Scott, 1990:5)1. Así, ya en 1878, Gladstone, citada por Scott, afirmaba que
"Atenea no tenía nada del sexo más allá del género, nada de la mujer más allá de la forma" (Scott,
1990:5).

Como ya fue dicho, cientistas anglosajonas comenzaron a utilizar la palabra género en sentido
literal, como una forma de entender, visualizar y referirse a la organización social de la relación
entre los sexos. Fueron tentativas de resistencia al determinismo biológico implícito en el uso de los
términos como sexo o diferencia sexual. En verdad se quería enfatizar el carácter fundamentalmente
social de las distinciones basadas en el sexo. Como afirma Scott (1990:5) citando a Davies,
"Nuestro objetivo es descubrir el alcance de los papeles sexuales y del simbolismo sexual en las
diferentes sociedades y períodos, es encontrar cuál era su sentido y cómo funcionaban para
mantener el orden social y para mudarlo".

El género también era visto y propuesto por investigadoras que afirmaban la importancia del
concepto para transformar los paradigmas, supuestamente universales, vigentes en diferentes
disciplinas. Así, por ejemplo, las historiadoras Gordon, Buhle y Dye, citadas por Scott (1990:6),
indicaban que

… inscribir las mujeres en la historia implica necesariamente la redefinición y el


alargamiento de las nociones tradicionales de aquello que es históricamente importante, para
incluir tanto la experiencia personal y subjetiva cuanto las actividades públicas y políticas.

1Para las transcripciones utilizamos la versión al portugués de "Gender: A useful Category of Historical Analysis",
publicada por Educação e Sociedade. Volume 2, Nro. 16, Jul/Dez. 1990. Pág. 5 - 22.Porto Alegre.

21
No está de más decir que, tan excitantes cuanto puedan ser los comienzos reales de hoy,
una tal metodología implica no solamente una nueva historia de las mujeres sino también
una nueva historia.

Ubicada, dentro de la disciplina Historia, en la corriente de la Historia Social, desde una perspectiva
de género, Scott pretendió que tal concepto diera cuenta básicamente de tres cuestiones: 1) explicar
tanto las continuidades/discontinuidades de las experiencias sociales diferenciadas por sexo, como
las desigualdades presentes; 2) constatar la calidad de los trabajos sobre la Historia de las Mujeres
y su estatuto marginal en relación al conjunto de la disciplina histórica; 3) superar la aparente
objetividad y neutralidad científica aportada por el uso descriptivo del vocablo género, que en los
hechos funcionó como sustituto de mujer a los efectos de dotar de legitimidad a un nuevo campo
temático.

De acuerdo con la autora, género sugiere informaciones respecto a hombres y mujeres. Es más, la
información sobre las mujeres siempre serían también informaciones sobre los hombres, y
viceversa. Insiste en la idea de que el mundo de las mujeres y el mundo de los hombres forman
parte del mundo del "otro" respectivo, siendo recreados dentro y por el mundo de su contrario y
complemento.

Scott nos permite rechazar esferas separadas y también, aunque parcialmente, justificaciones
biológicas. Género aparece, en una primera instancia como "una categoría social impuesta sobre un
cuerpo sexuado" (Gates apud Scott, 1990:7). Usar género así presupone todo un sistema de
relaciones que puede incluir el sexo, pero que no es directamente determinado por el sexo ni
determina directamente la sexualidad.

La propuesta de Scott, cabe aclarar, es atravesada por diferentes posiciones teóricas a lo largo del
tiempo. En primer lugar, la autora desempeñó un papel preponderante y polémico dentro de la
tradición marxista de la Historia Social discutiendo el papel dado a los sujetos y sus experiencias.
Alineada críticamente en las elaboraciones thompsonianas, la autora se separa, paulatinamente,
hacia propuestas basadas en los análisis foucaultianos del poder y las propuestas desconstructivistas
de Derrida.

En la medida que los sujetos y sus experiencias necesitan ser abordados como históricos y
sexuados, la autora elabora una certera crítica a la narrativa masculina o neutra de la historia clásica.

22
Pero, avanzando en esta crítica, propugna un nuevo paradigma para el quehacer histórico, que
permita recuperar las relaciones sociales de sexo. Paradigma éste de carácter pos-estructuralista
donde el lenguaje, entendido como prácticas y haceres, parecería que se transforman en una fuerza
oculta y fetichizada así como los conceptos marxistas - clase, fuerzas productivas - que fueron
objeto de sus primarias críticas. En segundo lugar, recoge elementos de varias escuelas del
psicoanálisis para explicar la producción y reproducción de las identidades de género, oscilando a lo
largo de su trayectoria entre el pos-estructuralismo francés y las object-relation theories anglo-
americanas presentes en algunas aportes ya clásicos en la literatura sobre el tema.

Más allá de la compleja evolución intelectual de la autora, rescatamos de su primeras elaboraciones,


su definición de género como "un elemento constitutivo de relaciones sociales fundadas sobre las
diferencias percibidas entre los sexos, y el género es un primer modo de dar significado a las
relaciones de poder" (Scott, 1990:14). Desde esta perspectiva, la autora se aparta totalmente de
posturas esencialistas que transforman las identidades de género en construcciones a - históricas,
inmutables y, por ende, carentes de toda posibilidad de transformación.

La perspectiva de la autora se basa en la elaboración eminentemente cultural de las diferencias


entre los sexos. Elaboración que atraviesa diferentes esferas de lo social: 1) los universos
simbólicos asociados a tales diferencias; 2) los dispositivos normativos - también moralizadores -
que regulan e imputan tales universos y que también sancionan o reprimen otras formas de
objetivación de tales representaciones; 3) la vida política que articula toda organización social,
asignando diferentes roles y posiciones sociales a los sexos; y 4) las identidades personales como
elaboración subjetivas de situaciones y representaciones sociales históricamente contextuadas y
disponibles ( Scott ,1990: 14 -15).

Las diferencias entre los sexos aparecen como un elemento fundamental en la organización
material y simbólica de toda la vida social. Paralelamente, el concepto de género se transforma, para
la autora, en una herramienta teórica, en una categoría analítica de amplia capacidad heurística a la
hora de analizar las diferentes esferas de lo social.

En cierta manera, ese horizonte epistemológico de la categoría género, no se remite a las entidades
empíricas hombre y mujer, como objetos particulares (Scott, 1988: 9). No obstante, además de su
calidad de instrumento analítico, el concepto género involucra, para esta autora, un aspecto
ontológico - las diferencias entre sexos como constitutivas de los sujetos y sus prácticas sociales - y

23
un otro político - las relaciones de poder que se reflejan en las desigualdades existentes entre
hombre y mujeres. Es decir, a la dimensión ontológica de la propuesta de Scott, en cierta manera
apegada a las diferencias sexuales, a las entidades hombre/mujer, se suma el considerar las
relaciones sociales entre los sexos como matriz, fáctica y analítica de relaciones y estrategias de
poder basadas en y reproductoras de las desigualdades históricamente establecidas.

Pero pensamos que género, entendido como categoría analítica, debería llevarnos, además, a la
identificación de las diversas maneras en que tales relaciones se objetivan e imputan. Lo que
queremos señalar es que: a) la propuesta de Scott aún permanece referida a las categorías
nominales hombre y mujer, como son entendidas habitualmente; b) las negociaciones entre los
sexos, la flexibilidad de los papeles sexuales clásicos, el espacio social ganado por aquellos que
poseen una opción homosexual, el cuestionamiento a las identidades asociadas a los sexos,
cuestionan esta concepción del género como mera categoría analítica.

De cierta manera Scott no escapa a un pensamiento dicotómico, planteado en términos


naturaleza/cultura o mujer/hombre, que coloca como punto de partida indiscutible de toda relación
de género, la existencia de dos sexos diferenciados. Es decir, parecería que los procesos sociales y
culturales relativos a la constitución de las relaciones de género son un momento secundario y
posterior a la constatación de la existencia de machos y hembras (Saffioti, 1992; Flax, 1987).2

En otras palabras tal vez sea necesario superar los resabios del género como variable nominal,
presentes aún el análisis de Scott. O sea, en lugar de enfocar las relaciones de género a partir de la
existencia de hombres y mujeres, quizás sea más productivo hacerlo a partir de todas aquellas
manifestaciones sociales que apuntan a la no siempre exitosa ratificación, material y simbólica, de
los caracteres físicos innatos.

Básicamente a esto se refiere Butler (1990) al hablar de subversión de las identidades de género y
de la necesidad de pensar la alteridad más allá de la dicotomía hombre-mujer o del padrón
heterosexual dominante.3 Para esta autora género no solo implica los rasgos (marcas) culturales

2Similares observaciones puede merecer el concepto de "sistema de sexo/género" de Rubin (1975), elaborado en clara
consonancia con los lineamientos marxistas y que marcó profundamente el debate feminista en la década de los setenta.
3Obviamente no se trata de una crítica a la heterosexualidad ni de una defensa esencialista de la homosexualidad como
única alternativa posible al padrón sexual heterosexual. Tan sólo advierte severamente acerca de la imposición de la
heterosexualidad como padrón normativo absoluto y como verdad del mundo natural.

24
asociados al sexo, sino la propia acción o proceso de producción y valoración de tales rasgos -
"gender performance". Las propuestas dicotómicas entre naturaleza/cultura, colocarían al sexo y al
género como campo anterior e inmutable a esa performance de diferenciación y significación a
partir de la cual se construyen y reconstruyen transitorias y flexibles identidades de género. A partir
de una fuerte discusión política con diversos/as autores/as, Butler intenta romper con tales
dicotomías estableciendo que, incluso el sexo - dato biológico y natural por antonomasia - es un
producto cultural, socialmente disputado.

Si para Butler el género es elección, es cierto también que esa elección se realiza en condiciones
históricas y culturales determinadas y se procesa en clara oposición o en sintonía con los atributos
de - y con los padrones normativos que se asocian a - los cuerpos sexualmente diferenciados. En la
trama de relaciones sociales cotidianas los "otros" también imputan atributos y expectativas de
género que serán o no asumidas o materializadas. Tales imputaciones también conforman una cierta
dosis de constricción a la elección personal (Butler, 1987).

En una perspectiva similar puede ubicarse la obra de la antropóloga Strathern (1988). Los estudios
de Strathern tienen por origen y horizonte la discusión en torno a la validez de los postulados de la
antropología y el feminismo "occidental" o, incluso, de la ciencia occidental en su conjunto.
Strathern (1988) inicia su diálogo con diversas formas de entender el género, combatiendo todo
tipo de esencialismo e identidad pre-factual. La materia prima de sus elaboraciones es el conjunto
de metáforas o imágenes de orden sexual encontradas en Melanesia, las cuáles más que aplicarse a
hombres o mujeres como entidades unitarias, se refieren y diferencian valores, procesos, acciones e
intereses sociales, ya sean individuales y colectivos.

By gender I mean those categorizations of persons, artifacts, events, sequences, and so on


which draw upon sexual imagery - upon the ways in which the distinctiveness of male and
female characteristics make concrete people's ideas about the nature of social relationships
(Strathern, 1988:ix).

Como bien lo señala en cita al pie de la primera página del Prefacio de "The Gender of the Gift",
más que una categoría analítica, género es un tipo de categoría de diferenciación. No posee ningún
potencial para “definir”, por el contrario opera como una suerte de “marcador” de un tipo específico
de diferencias sociales: aquellas que hacen a características masculinas y femeninas. Y en tanto

25
instrumento de marcación amplía la potencialidad del propio concepto de género, superando todo
tipo de referencia, fáctica o simbólica, al hombre o a la mujer (Kofes, 1993).

Strathern alerta, de esta manera, sobre dos peligros intelectuales: 1) la construcción dicotómica de
las representaciones simbólicas acerca de los sexos- estereotipos sexuales; y 2) el análisis de la
elaboración de las identidades sexuales como un juego de encastre en relación a las construcciones
dicotómicas referidas, en términos de adecuación, oposición y/o reformulación de las
representaciones/estereotipos imputadas a los sexos. Enfatiza, así, la procesualidad y plasticidad
constante de la construcción de las identidades de género, tanto en su modalidades unitarias -
"same sex"("all male"/"all female")- como en sus formas transgenéricas o compuestas -"cross sex".
Las relaciones entre hombre y mujer dejan de ser relaciones entre individuos unitarios,
racionalmente asociados a específicas identidades de género. Las personas, consideradas como un
derivado de entidades múltiples, a través de la interacción social, se transformarían en un singular
que asume identidades de género variadas, ya sean éstas compuestas o unitarias. Esto dependerá de
las circunstancias y de las identidades asumidas por aquellos con quienes se interactúa.

La persona singular, como expresión "momentánea" y específica de plurales y diversas relaciones


sociales, puede articular y expresar distintas identidades, de acuerdo al contexto y a los otros
agentes. Personas y objetos pueden asumir tanto las prácticas como los valores atribuidos por su
cultura a su propio sexo - "same sex"- como aquellas características atribuidas al otro - "cross sex".
Las propias acciones y procedimientos pierden también su carácter neutro, así como también las
estrategias y conceptos de clasificación, como bien lo demuestra el intercambio de dádivas en
Melanesia.

En un plano ontológico, dejando de lado la particular concepción del ser humano que poseen los
melanesios, las atribuciones de género se objetivan en diversas entidades, espacios y momentos.
Del mismo modo, las relaciones sociales entre los sexos no coinciden vis à vis con sujetos que
poseen atributos inmanentes a sus cuerpos específicamente sexuados4. Sujetos, objetos y acciones
se presentan, así, singulares y múltiples, flexibles y plurales5.

4Al respecto, es interesante el análisis de las nuevas técnicas reproductivas a la luz de la particular visión de los melanesios
sobre la concepción humana y los atributos de sexo y tipos de relaciones sociales involucradas en ella (Strathern, 1995).
5 Lo cierto es que las provocativas posiciones de la autora se tornan insoslayables a la hora de analizar las relaciones de
género, si bien justo es reconocer que sus fuertes cuestionamientos a los parámetros científicos occidentales provocan
cierta "incomodidad" y pecan, tal vez, de una homogeneización excesiva (Piscitelli, 1994).

26
A la hora de articular las acciones personales, las subjetividades y las estructuras sociales, es cierto
también que otras tendencias teóricas se tornan sugerentes, aunque inmersas en parámetros
claramente "occidentales". Nos referimos a aquellos abordajes que tratan de rescatar lo que la gente
hace de sí misma a partir del juego de relaciones sociales que establece. Es decir, aquellas
perspectivas teóricas que abordan la construcción histórica y social del género a través de la vida
personal, de la performance del self, intentado resolver la ecuación entre la acción de sujetos
históricos y estructura social.

Giddens (1991, 1992) podría ser uno de los más relevantes y actuales exponentes de estas teorías de
la práctica, al indicar al género como producto del aprendizaje y la experiencia, de la vigilancia y
del autocontrol, del constante monitoreo del propio self. Como bien lo señala en las obras de
referencia, si la anatomía ya no inscribe un destino, la identidad sexual constituye en sí una cuestión
de estilo de vida, de proyecto personal.

A este tipo de enfoques apunta Connell (1987:91), en clara referencia a la obra de Bourdieu y
Giddens, en el entendido que: "An adequate theory of gender requires a theory of social structure
much stronger than the implicit voluntarism of role theory". Preocupado por un adecuado balance
entre la estructura social - entendida de manera amplia como "the pattern of constraint on practice
inherent in a set of social relations"(Connell, 1987:97) - y la práctica de los sujetos - entendida
como "the transformation of that situation in a particular direction" (Connell, 1987: 95), el autor
adopta las elaboraciones de Lucien Goldman para definir una estrategia analítica sensible a ambos
elementos.

Lo que ha dado en llamar "structural inventories" apunta al relevamiento analítico de los rasgos
estructurales percibidos en una situación dada, exigiendo una completa exploración de la situación,
en todos sus niveles y dimensiones (Connell, 1987:98). A su vez esta estrategia encuentra dos
conceptos articuladores fundamentales, a nivel teórico y operativo: 1) "gender order": a
historically constructed pattern of power relations between men and women and definitions of
femininity and masculinity" (Connell, 1987:98,99); 2) "gender regime": que guarda relación con
"the structural inventory of a particular institution" (Connell, 1987:99)6.

6De cierta manera el autor parecer se deudor de las elaboraciones de Rubin (1975).

27
Para el autor las relaciones sociales de género son irreductibles a las diferencias biológicas, si bien
la dicotomía entre hombre y mujer se torna en un elemento fundamental para entenderlas, en la
medida que "gender means practice organized in terms of, or in relation to, the reproductive
divison of people into male and female" (Connell, 1987: 140).

En términos teóricos, género es para el autor una categoría básicamente relacional, pero a diferencia
de Scott, no en términos de alteridades sexuadas - hombre o mujer - sino entre esferas de prácticas
sociales. En sus propias palabras: "... (...)...the "linking concept" is about the making of the links,
the process of organizing social life in a particular way" (Connell, 1987:140). Ese carácter
eminentemente práctico del género, su capacidad heurística en base a la acción, se refuerza en su
idea que bien puede usarse el término género a manera de un verbo.

Por otro lado, si Strathern(1988) estaba preocupada por la capacidad epistemológica y ontológica de
las metáforas sexuales y apunta a un carácter que no es estrictamente corpóreo ni humano, Connell
plantea preocupaciones de orden analítico y operativo, colocando las diferencias sexuales - si bien
diversificadas y plurales - como sustento material de las performances de un self institucionalmente
posicionado.

Más allá de diferencias, estos autores se tornan sugerentes a la hora de analizar las relaciones de
género. Flexibilidad y pluralidad en tiempos y espacios, elección y libertad en la construcción de
una biografía, contextos sociales que plantean limitaciones y posibilidades, circularidad de atributos
y caracteres, son algunos de los elementos que retomaremos en nuestro posterior abordaje del
material empírico.

Por último, si al hablar de género hablamos de enfatizar la perspectiva relacional, es necesario


reflexionar también sobre las transformaciones en la construcción de las identidades masculinas.
En líneas generales coincidimos con Vale de Almeida (1996:161-62) quien a partir de la lectura de
Strathern indica que:

La dicotomía masculino-femenino (en el sentido de macho y hembra) es una


metáfora potente para la creación de diferencias (...). No es, en sí misma, ni más ni
menos esencialista de lo que cualquier otro principio de distinción, si aceptáramos
que tanto el cuerpo sexuado como el individuo con género son resultados de procesos
de construcción histórica y cultural.
De cierta forma y desde la perspectiva de Connell (1987) la performance de género no solo hace a
regímenes de género específicos (familia, instituciones diversas, etc.) sino también a la sociedad en

28
general, como orden de género, en la medida que constituyen padrones de restricciones de las
prácticas sociales, histórica y culturalmente acuñados. Si bien juegan a manera de condicionantes es
obvio decir que también son objeto de acción, postulando así su posible transformación, como ya
fuera anunciado (Connell, 1987).

En la línea planteada por Strathern y que Vale de Almeida respeta, masculino y femenino se tornan
formas de diferenciación de agentes y atributos, de prácticas sociales y relaciones de poder,
accesibles, imputables y asumidos por hombres y mujeres indistintamente, algo no visible
sustantivamente en el material empírico analizado. (Vale de Almeida, 1996:162). No obstante,
existen leves avances que tratan de superar la habitual dicotomía entre hombre/mujer y con una
imputación simple y compacta de atributos masculinos y femeninos de acuerdo al sexo. Pese a
ello, y teniendo aún la diversidad como guía y principio, existe un núcleo central en torno al cual se
articulan las identidades de género.

Si los estudios feministas abrieron posibilidades para el estudio de masculinidades, teóricamente la


distinción entre sexo y género es quien habilita este campo de investigación, basada en la distinción
tantas veces analizadas entre naturaleza y cultura, presente en los debates del movimiento feminista
de los años sesenta. Debate que trajo consigo cierto determinismo cultural sobre el campo de la
sexualidad. Tal vez Sex and Temperament de Margaret Mead, en el campo de la Antropología, sea
un buen ejemplo de ese determinismo como efecto no deseado, obviamente.

Ya avanzada la historia del movimiento feminista, Ortner y Whitehead (1981: 1) indican que:

…natural features of gender, and natural processes of sex and reproduction, furnish only a
suggestive and ambiguos backdrop to the cultural organization of gender and sexuality.
What a gender is, what men and women are, what shorts of relations do or should obtain
between them – all of these notions do not simply reflect or elaborate upon biological
“givens” but are largely products of social and cultural processes.

Yanagisako (1987) coloca un punto de inflexión interesante: entender el género como un sistema
de símbolos y significados estructurantes y estructurados de y por prácticas y experiencias socio-
culturales, como lo hacen Ortner y Whitehead, ya citadas. Significa superar la diferencia entre
hechos biológicos del sexo y hechos culturales relativos al género. Derivan de ello tres cuestiones
que la autora señala como fundamentales a la hora de analizar género, sujetos y prácticas. A saber:

29
(i) ¿Cómo es que las personas se constituyen como sujetos con género en contextos culturales
específicos?; (ii) ¿Cómo las categorías de género son definidas en tales contextos?; y (iii) Si el sexo
es la base de género nos deberíamos preguntar cómo se ha construido ese sistema
autoreferenciado. (Yanagisako, 1987:4)
Collier y Yanagisako (1987) profundizan estos aspectos desde la perspectiva de la práctica. Es
obvio que si queremos analizar cómo las personas se constituyen en sujetos sexuados y con género,
debemos prestar atención a personas concretas realizando cosas concretas. Y tales sujetos y cosas
que se hacen, se encuentran en un “sistema” que limita, constriñe, domina. En términos de
construcción de la femineidad y masculinidad, debe ser atendido básicamente este sistema en sus
aspectos culturales. En definitiva, tales autoras colocan en relación los conceptos de: género,
femineidad/masculinidad, estructura y práctica social.
Contemporáneamente, desde el campo de los men´s studie, Connell (1987)7 intenta dar respuesta a
alguna de estas interrogantes y posee similares preocupaciones teóricas. Veamos sus aportes en el
siguiente ítem.
En resumen, Connell (1987) desarrolla una propuesta teórica para el estudio de género dentro de
ciertos patrones que hacen a una teoría de la práctica. En la obra de referencia, el interjuego de las
categorías estructura y prácticas sociales, género y masculinidades hace que el autor intente
construir un modelo teórico que pueda interpretar la agencia humana – en términos de género - y
sus determinantes objetivas y subjetivas. Es por ello que Connell sostiene que una teoría de las
relaciones de género requiere de una teoría del orden y de las prácticas sociales más que de un
simple paradigma de los roles sociales y sexuales.
De ello se deriva que nos proponga entonces analizar las relaciones de género en base a tres
dimensiones que se articulan de múltiples maneras: (i) las relaciones de producción (labor); (ii) las
relaciones de poder, donde las conductas violentas se asocian a una supuesta esencia masculina; y
(iii) las relaciones de afecto, emociones y sexualidad social (cathexis). Tales dimensiones serían
los componentes de cualquier orden de género o régimen de género. Tanto los modelos de carácter
estructural como los inventarios de rasgos estructurales son miradas simultáneas sobre hechos
diversos. (Connell, 1987)
Para Connell (1987:140), el concepto “género” es relacional e implica una manera de ordenamiento
de la práctica social. Agrega que género “(…) significa una práctica organizada en término de, o

7Connell, Robert, 1987. Nota: A partir del 2007, las obras de Robert Connell se publican bajo su nuevo nombre Raewyn
Connell, mujer transgénero, socióloga y profesora de la Universidad de Sydney, Australia.

30
en relación a, la división reproductiva de personas en varones y mujeres”. Resulta interesante su
visión de “historicidad de las relaciones de género” (1987:143) considerando que éste es un
concepto más fuerte que el de “cambio social” ya que la idea de “historicidad” trata de cambios
producidos por la práctica humana, siendo los actores sus propios protagonistas en ese proceso.
Connell (1987:92) nos propone pensar el género también a partir del concepto de estructura social
considerando que “el concepto de estructura social expresa las limitaciones que se apoyan sobre
una forma dada de organización social (…)” y que estas limitaciones en la práctica social operan
bajo una compleja interacción entre poderes y a través de una serie de instituciones sociales. En
este sentido, Connell interpreta que las relaciones de género importan configuraciones de prácticas
sociales específicamente de género.
En Gender and Power, R. W. Connell (1987) expone una “teoría social sistemática del género”,
que lucha por representar la historicidad del género; el papel dinámico del género en el plano del
trabajo, el poder y la catexis. Intenta, además, vincular agencia y estructura social en la formación y
reproducción del género, así como la turbulencia y las contradicciones que pertenecen al género
como experiencia vivida. Como él mismo expresa, desarrolla una teoría del género “basada en la
práctica”, atenta tanto al poder limitante del género como a los intentos de liberarse de tales
limitaciones.
Existe, obviamente, líneas que lo separan de Butler: el género como una práctica social es algo más
que una simple marca del cuerpo humano, “es el tejido de una estructura de símbolos que exageran
y distorsionan el potencial humano” (1987: 79) Se opone al dualismo mente/cuerpo, insistiendo
en que “la transformación práctica del cuerpo en la estructura social del género no se realiza sólo
a nivel del simbolismo: tiene efectos físicos en el cuerpo, la incorporación es material” (1987:87).
Para construir una mirada histórica sobre el género o, en otras palabras, analizar la historicidad del
mismo, apela a Marx y Sartre para delinear una concepción de las prácticas humanas en relación
con las estructuras sociales. Según esta perspectiva, las prácticas son las acciones diarias de los
seres humanos que se apropian de y transforman la naturaleza para satisfacer sus necesidades y, en
el proceso, transformarse a sí mismas, produciendo nuevas necesidades y nuevas prácticas. Las
prácticas también pueden ser definidas como transformaciones sobre el mundo natural que abren
nuevas posibilidades, así como nuevos riesgos y presiones. También pueden instituirse e
institucionalizarse, creando un grado de disciplina en el mundo social que limita la libertad de
futuras prácticas.
Connell define la estructura social en términos de esos límites, en cierta sintonía con Thompson:

31
Una estructura social es un padrón de constreñimiento sobre la práctica inherente a las
relaciones sociales. Aunque las estructuras marcan la fijeza del mundo social, la
sedimentación de prácticas pasadas que limitan la acción presente, la dimensión de la vida
colectiva que existe más allá de la intención individual, no son impermeables al cambio. La
práctica se puede volver contra lo que la constriñe; así la estructura puede ser
deliberadamente el objeto de la práctica. Pero la práctica no puede eludir la estructura, no
puede flotar libre de sus circunstancias (Connell, 1987: 95).

Como mejor puede entenderse el género es como un conjunto interrelacionado de estructuras


sociales que organizan la vida social en torno al sexo y la sexualidad. Es más, el autor argumenta
que el género puede concebirse en términos de estructuras muy específicas vinculadas a prácticas
sociales particulares de trabajo, poder y catexis, es una estructura autónoma constitutiva de esos
campos. Así, por ejemplo, en el ámbito del trabajo, opera como una limitante, al definir la división
sexual del trabajo, la organización de la vida doméstica, la división entre trabajo pago y no pago,
etc. Dentro del ámbito del poder, el género estructura la autoridad, el control y la coerción, bajo el
monopolio masculino del ejercicio de la violencia. En el plano de la catexis, nos habla de prácticas
que construyen relaciones emocionalmente, en las que el género estructura sujetos deseantes y
objetos deseables, padrones de deseo y prácticas sexuales, así como los términos y condiciones del
intercambio sexual. Estas estructuras de género existen en una interrelación compleja que denomina
composición histórica. El género así entendido es “un concepto vinculante. Se trata de vincular
otros campos de la práctica social con prácticas modales de generización” (Connell, 1987:140).
Forzando la comparación, tal vez para la creación y transformación del género, sea un punto
común entre las posturas aquí analizadas la importancia de la agencia, en términos de Connell, la
performance según Butler, o el proceso de devenir mujer, de acuerdo a Beauvoir (1970), algo que
aquella postura natural no incorpora. No obstante, si Beuvoir y Connell expresan diferentes posturas
materialistas, Butler se extravía en un constructivismo radical que hace sinónimos al sexo y al
género. Su apuesta es a la intelección de los problemas de las minorías sexuales. Intelección radical,
en tanto pérdida de la materialidad corpórea y del reconocimiento de las diferencias.
Y si Beauvoir (1970) hace gala de la comprensión de un Sujeto Trascendental singularizado en un
cuerpo de hembra que se transforma en un particular –esa hembra que devino mujer – Connell
coloca énfasis en los constreñimientos de la estructura sobre la agencia y en la necesidad de
explorar nuevas formas de pensar el género de manera tal que diferentes esferas de lo social puedan
ser analizadas a partir de esta perspectiva teórica no totalizadora.
Veamos ahora como es el interjuego entre femineidades y masculinidades en las tres dimensiones

32
que estructuran el género.

Con “labor” este/a autor/a se refiere al sistema estructurado alrededor del género en cuanto a la
producción, al consumo y a la distribución señalando algunos puntos en particular que resultan
importantes para la comprensión de este concepto: la magnitud y la insistencia de demarcaciones
entre el trabajo femenino y masculino; la discriminación salarial y la exclusión en los lugares de
trabajo en cuanto a oportunidades de realizar una carrera y en consecuencia en la acumulación de
riqueza. De esta manera, no es casual que sean los hombres que manejen el capital y no las mujeres
que quedan ligadas a una división de trabajo diferenciad, inequidad en los ingresos y al cuidado de
los niños. Por tanto, en cuanto a las relaciones de producción, Connell sostiene que la división
sexual del trabajo debe comenzar a ser vista como parte de un sistema generizado de producción,
consumo y distribución relacionado tanto con el mundo público como con el privado.
Las relaciones de “poder” se practican en los modos de ejercer autoridad ya sea en el lugar de
trabajo, en el hogar, en las instituciones, etc. Al igual que en las relaciones de producción, Connell
(1987:108) nos dice que “la estructura de poder es un objeto de prácticas así como también una
condición. (…) es un aparato socio-político que asume la dependencia de las mujeres por parte de
los hombres y la refuerza”.
Siguiendo el concepto de estructura social, pero ahora relacionado a la sexualidad, Connell
(1987:111) sostiene que primeramente se debe ver la sexualidad como social. “Su dimensión
corporal no existe ni previo ni por fuera de las prácticas sociales en las cuales las relaciones entre
las personas se forman o se llevan adelante. La sexualidad se actúa o se dirige, no es “expresada”.
La cathexis refleja claramente desigualdades de poder. La heterosexualidad masculina es una
construcción histórica a través de la cual se excluyeron otras formas de deseos y relaciones
masculinas. Connell sostiene que en la “familia” descrita por Parsons, se alcanzaba una
“reciprocidad estable” de cathexis, pero al precio de una represión interna y externa. Olvida citar a
Foucault, quien en el primer volumen de su Historia de la Sexualidad, ya señalaba el resultado de
esa estricta represión de la familia nuclear: una familia altamente erotizada. Concluye por tanto que
la “heterosexualidad hegemónica, entonces, no es un hecho natural sino un estado de situación en
el campo del poder y de cathexis” (Connell, 1987:101).
Podemos afirmar entonces que las relaciones de poder, de producción y de vínculos emocionales
y/o sexuales, son tres ejes fundamentales presentes en nuestra vida y práctica sociales que nos
sirven a la hora de analizar la construcción social de las identidades de género. Connell (1987)

33
están preocupado por la ecuación prácticas/experiencia y estructuras desde una perspectiva que
rescata a hombres y mujeres. Vale recordar que esto ha sido uno de los referentes de la
investigación. Reconocer que: (…)é a experiência (muitas vezes a experiência de classe) que dá
cor à cultura, aosvalores e ao pensamento; é por meio da experiência que o modo de produção
exerce uma pressão determinante sobre outras atividades; e pela prática que a produção é
mantida. (Thompson, 1982: 45)
Lo que queremos resaltar es el papel que otorgamos a la experiencia en términos de elección de
alternativas de acción y valoraciones. Experiencia que, como ya señalamos, se encuentra
relacionada a determinadas condiciones objetivas de vida que se expresan, no tanto como sustento
inmodificable de los cursos de vida, sino como un cuadro, más o menos amplio, de posibilidades de
acción y elección. Respecto a la temática que nos convoca, condiciones estructurales y subjetivas
que se presentan como un cuadro, más o menos amplio, para el desarrollo de prácticas de
generización.

34
Sobre Masculinidades
Los estudios de la relaciones de género y específicamente los “estudios de género de los hombres”
aportan fundamentos para la desnaturalización de los contenidos esencialistas, positivistas y
normativos que definen el ser “hombre”.

El individuo es socializado en el marco de una concepción dominante de género que le atribuye


determinadas cualidades aparentemente naturales, esenciales a su condición biológica. Los estudios

35
y movimientos sociales feministas han puesto de manifiesto el proceso por el cual la mujer ha sido
históricamente subordinada al hombre, producto de un orden social patriarcal que le atribuye
cualidades naturalmente inferiores.

No obstante los avances en la producción de conocimiento en relación al hombre y la mujer como


sujetos genéricos –es decir, con una identidad de género socialmente construida y no
biológicamente determinada-, las definiciones a-históricas persisten tanto en el campo académico,
como en el campo de las políticas públicas.

Si partimos de la idea del carácter eminentemente social y relacional de la categoría género, y de la


importancia de la construcción de relaciones sociales igualitarias, se hace necesario cuestionar los
supuestos epistémicos que subyacen hoy en las definiciones e intervenciones políticas sobre las
relaciones de género.

El proceso de producción de conocimiento sobre género

Según Nuñez Noriega (2007), el término “hombre” no refiere una realidad externa –objetiva del ser
hombre-, sino que es un concepto mediante el cual se interviene en la realidad para diferenciar, en
el marco de un sistema de significación. Citando a Butler, afirma que el término es una “ficción
cultural”, o sea, una convención de sentido que tiene efectos sobre las subjetividades, las prácticas,
los cuerpos –efectos que luego aparecen como esencia del ser hombre. El autor destaca el carácter
heterogéneo y disputado de los significados –o en términos de Bourdieu, las luchas por la
“representación legítima” de la realidad- en el marco de los regímenes epistémicos y de género
dominantes.

Haciendo hincapié en la construcción simbólica de la realidad social, destaca la articulación


histórica entre un “modelo de ser hombre” –propio del régimen social patriarcal- y un “modelo de
hacer ciencia” –fundado en determinadas concepciones dominantes sobre la relación entre sujeto,
conceptos y realidad, y propio del horizonte cultural de la modernidad. Nuñez Noriega se sitúa
desde una perspectiva constructivista “que cuestiona al empirismo realista y a la modernidad”
(2007: 55) y aboga por un proceso de conocimiento de las “masculinidades” fundado en el rescate
de los saberes subyugados, la experiencia, las emociones –como nuevos caminos epistémicos. Esta

36
línea de pensamiento se torna interesante para nuestro pensamiento, en tanto prestar atención a
experiencias y emociones.

Desde otra tradición de pensamiento, Sylvia Walby (2001) rescata precisamente el proyecto de
racionalidad de la ciencia moderna para los estudios de género. Lejos de una interpretación
positivista y empirista de la ciencia, Walby defiende el realismo, como una epistemología que
presume que hay un mundo externo –objetivo-, que no puede ser completamente conocido, pero al
cual es posible aproximarse mediante un conjunto de investigación empírica y construcción teórica.
Además de construcción simbólica, la realidad es objetivación de la práctica social.

Sin negar los problemas relativos al “gendering” –haciendo género- del conocimiento científico,
Walby cuestiona a aquellas feministas que rechazan la “ciencia” a favor de epistemologías
alternativas, tales como, la epistemología posmoderna y la “feminist standpoint epistemology”, o
epistemología del punto de vista feminista. La “feminist standpoint epistemology” se basa en la
presunción –de inspiración lukacsiana- de que el oprimido –en este caso la mujer- puede conocer la
realidad más claramente que el opresor –en este caso el hombre-, que estaría ciego por intereses de
la ideología dominante. En segundo lugar, presume que la experiencia directa es menos mediada, y
por lo tanto menos distorsionada, que el conocimiento fundado en teorías –en tanto elaboradas por
hombres. Para la epistemología del punto de vista feminista, importa menos que su criterio interno
sea verdadero, y más en el poder de un grupo de hacer prevalecer su punto de vista sobre otras
perspectivas igualmente plausibles.

Descartando una concepción absolutista, pero también relativista de ciencia, Walby sostiene que la
ciencia no es un espejo de la naturaleza, pero tampoco es un espejo de la cultura. La ciencia no es
monolítica, un cuerpo autoritario y cohesivo de conocimiento que asume inapropiadamente el
estatus de verdad, sino que existe en constante cuestionamiento y crítica interna. Por lo tanto,
ciencia no es un “todo unificado patriarcal” (2001: 10). Más que rescatar saberes subyugados, se
trataría de emplear el método de conocimiento científico para hacer visibles los procesos de
subyugación.

It is most succesful in affecting public policies not when it claims a special status but when
it claims to have better and more authoritative knowledge than any other. Women’s studies
as a field does not need its own specialist epistemology in order to defend its place in the
academy (Walby, 2001: 19).

37
Al poner en diálogo ambos autores –exponentes de dos tradiciones de pensamiento-, rescatamos sus
aportes específicos para el conocimiento de las masculinidades. Nuñez Noriega nos orienta a
entender el ser “hombre” dentro de un sistema conectados de símbolos y cuestionar la relación entre
el símbolo y lo real. Walby nos convoca a analizar otras formas de expresión de las relaciones de
género que se materializan en estructuras: de producción, de consumo, de instituciones, etc.

Lecturas sobre Connell y su concepto de masculinidad hegemónica.

En esta última dirección, los estudios sobre masculinidades de Connell (1987, 1997), ya citados
reiteradamente, nos permiten reproducir teóricamente la unidad dialéctica entre las condiciones
subjetivas y objetivas de vida de los hombres, como sujetos genéricos. Lejos del materialismo
mecanicista, Connell entiende la masculinidad como práctica de género que se configura
históricamente dentro de una estructura de relaciones de género –práctica que, a la vez, transforma
esa estructura. Explica:

…dado que el género es una manera de estructurar la práctica social en general, no un tipo
especial de práctica, está inevitablemente involucrado con otras estructuras sociales.
Actualmente es común decir que el género intersecta –mejor dicho, interactúa- con la raza y
la clase. Podemos agregar que constantemente interactúa con la nacionalidad o la posición
en el orden mundial” (Connell, 1997: 10).

Se trata, entonces, del proceso de estructuración genérica de cualquier práctica social. Connell
cuestiona los distintos enfoques que han prevalecido en las definiciones de masculinidad a través
del tiempo y que, fundados en distintas lógicas, definen la masculinidad como un objeto, y no como
proceso por el cual se estructura la práctica de hombres y mujeres. Distintos pero articulados en la
práctica, los enfoques esencialistas, positivistas y normativos han definido a la masculinidad –
respectivamente- como objeto de carácter natural, como conducta promedio, o como norma.

38
inguna de estas definiciones de masculinidad –ni las llamadas “esencialistas”- aprehenden la
esencia de la vida social, entendida como la objetivación de una práctica subjetivamente orientada.
Al contrario, realizan un proceso de conocimiento reificador, en el sentido de fijar cualidades
supuestamente naturales (esenciales), típicamente manifiestas (positivas), o normativamente
establecidas (normativas).

El concepto de masculinidades hegemónicas, sistematizado y acuñado por primera vez por


Carrigan, Connell y Lee en el artículo “Towaards a New Sociology of Masculinity” de 1985, intentó
oponerse a las teorías de roles, especialmente referida a los hombres y, por otro lado, ilustrar la
diversidad del universo varonil. Es un concepto que, como lo señala Connell (2005), décadas
después, cuando realiza una relectura crítica del mismo, se originó en debates internos en la
Australian High Schools en el campo de estudios sobre inequidad social.8
El autor indica que el concepto de masculinidad hegemónica, también tendió puentes para el
diálogo con la ciencia política, en términos de entenderla como un patrón de prácticas que legitima,
produce y reproduce el dominio de hombres sobre mujeres y de algunos hombres sobre otros que
desarrollan las llamadas masculinidades subordinadas.
El concepto de hegemonía masculina dista de poder compararse con el “rol sexual masculino”,
aspecto de gran relevancia teórica. No se trata de roles, sino de un modelo de masculinidad ideal
que no necesariamente corresponde al de la mayoría de los hombres. Por otro lado, si bien existe
una conexión entre masculinidad hegemónica y violencia patriarcal, Connell (1987: 184), señala
que “(…) hegemonía no significa dominio cultural total, eliminación de alternativas. Significa el
poder alcanzado dentro de un equilibrio de fuerzas, es decir, un estado de situación.” Por tanto, lo
que interesa no es necesariamente lo poderosos que son los hombres sino lo que sustenta su poder,
lo consiente y lo reproduce.
Es esta dimensión que puede observarse con mayor claridad en el caso de las masculinidades. Como
forma de estudiar las relaciones de poder entre hombres y de dar visibilidad a otros grupos
subordinados, Connell señala tres elementos o categorías que son las masculinidades hegemónicas,
las masculinidades conservadoras y las masculinidades subordinadas. La masculinidad hegemónica
tiende a reproducir la dominación de los hombres y la subordinación de las mujeres, en lo que es la
dinámica del patriarcado. Cuando se refiere a las masculinidades conservadores, el/la autor/a nos

8 Integrado por: Kessler, Suzanne; Ashenden, Dean; Connell, Robert; Dowsett, Gary.

39
dice que si bien la mayoría de los hombres no responden a ese “tipo ideal” de las masculinidades
hegemónicas, de alguna forma colaboran con su manutención ya que este sistema de dominación
patriarcal les ofrece ciertos beneficios por el simple hecho de ser hombre, por lo tanto no
encuentran motivos para cambiar este sistema.
Por otro lado, Connell señala que entre grupos de hombres, también existen relaciones de
dominación y subordinación. Las masculinidades subordinadas, son aquellas al decir por el/la autor,
confinadas a los guetos, y que se relacionan fundamentalmente con los hombres gay que suelen ser
discriminados por considerarlos “femeninos”. Por tanto, la hegemonía masculina, se construye en
esa relación de dominación hacia las mujeres así como también con masculinidades subordinadas.
Esta subordinación, por otro lado, se presenta también, por ejemplo, en la violencia callejera, en la
discriminación económica, ejemplos retomados por Connell en el Capítulo 1 de la obra de
referencia.
Toda elaboración teórica debe necesariamente ser respetada y también deconstruida. El oficio del
cientista social es, justamente, realizar un diálogo crítico con los constructos que tiene a disposición
y siempre sospechar de la realidad. Wetherell y Edley tienen el mérito de haber realizado las
primeras críticas al concepto de masculindades hegemónicas:

...la noción de masculinidad hegemónica no es suficiente para entender el nitty gritty


de negociar identidades masculinas y estrategias de identidad de los hombres. (....)
Connell sostiene que la masculinidad hegemónica no es un tipo de personalidad de un
personaje masculino real. Más bien, es un ideal o un juego de normas sociales
prescriptivas, simbólicamente representadas, una parte crucial de la textura de muchas
actividades rutinarias sociales mundanas y disciplinarias. El contenido exacto de las
normas sociales prescriptivas que constituyen la masculinidad hegemónica es dejado
incierto. (Wetherell, Edley, 1999: 336).

Es decir, elaboran un grupo de críticas que refieren a la ambigüedad del concepto. ¿Refiere a tipos
ideales, como ya fue señalado, o a un tipo de masculinidad particular ubicada en un tiempo y
espacio, en un contexto societal determinado?
En ese sentido Wetherell and Edley (1999) se preguntan si no nos encontraríamos ante un
concepto fallido en términos de dotar de especificidad a lo que se entiende en la práctica por
masculinidad hegemónica en este modernidad tardía. Parecería ser que estamos, según estos

40
autores, frente a un modelo fijo, ahistórico, que violenta la procesualidad del concepto de género y
que es ciego a los cambios en las definiciones sociales de lo masculino, lo femenino, el género e
incluso el sexo y el cuerpo.
Otro grupo de críticas apunta es de orden teórico. ¿El concepto de masculinidad hegemónica refiere
a la estructura social o a prácticas sociales individuales?

Debemos reconocer que el modelo teórico del/la autor/a define tanto el concepto de género como el
de masculinidades básicamente en términos de orden social o si se prefiere, de estructura social.
Es a ese nivel donde se coloca el acento. Es decir, da cuenta de la dominación de un grupo sobre
otro: hombres sobre mujeres, hombres sobre otros hombres. Poco explica de los resortes psico-
sociales más cercanos al self que llevan a asumir determinadas posturas en el marco de las
relaciones sociales de género. Parecería que el autor, especialmente cuando habla de
masculinidades, paradójicamente, se refiere a un componente de un sistema de dominación, poco
relacionado con la vida cotidiana de las personas. E, incluso, tampoco llega a relacionar ese nivel
estructural con los procesos que derivan en diversas posturas individuales tanto de resistencia,
como de sumisión.
Un segundo grupo de críticas refiere a ciertos esquematismos que se deslizan en tal concepto. La
construcción típico-ideal de masculinidades señalada up supra, peca de cierto reduccionismo y
parecería ser una falsa solución al dilema de la heterogeneidad de vivencias del ser hombre.
Parecería prudente hacer presente aquí las observaciones de Watson (2000) y White (2002) quienes
señalan la necesidad de distinguir entre un análisis de las masculinidades a nivel estructural y una
forma de entenderlas como un proyecto colectivo vivido individualmente. No todos los hombres
viven la masculinidad en el mismo y con el mismo sentido.
No obstante ello, cuando Connell revisa su concepto de masculinidades hegemónicas en su artículo
de 2005, reconoce que efectivamente no da cuenta de las diversas “hegemonías” varoniles
existentes. Diversos autores analizan este punto. Light y Kirk (2000) lo hacen en las élites
australianas de educación secundaria a través de los cuerpos masculinos de jugadores de rugby o
football y su extensión a otras dimensiones de la vida colegial. Messner, (2002) realiza un
interesante y similar análisis en el contexto de eventos profesionales deportivos o, en palabras más
vulgares, respecto a las estrellas del deporte. Aunque la propuesta de Wetherell y Edley (1999)
se basa en el análisis de los componentes discursivos a partir de los cuales se construyen los
dispositivos hegemónicos del género. Al respecto señalan:

41
Nosotros necesitamos considerar los múltiples e inconsistentes recursos discursivos
disponibles para construir identidades de género hegemónicas, y, en segundo lugar,
necesitamos permitir la posibilidad que la complicidad y la resistencia puedan mezclarse
entre sí. (Wetherell, M.;Edley,N.; 1999:352.).

Si bien las críticas de estos autores son pertinentes: ¿sólo los componentes discursivos generan
hegemonías en términos de género? ¿Están éstas aisladas del todo social? La preocupación de
Connell por vincular agencia y estructura, objetividad y subjetividad no se muestra con claridad en
éstos teóricos.
Frente a estas críticas, Connel (2005:13) se defiende señalando: “Pero en otros aspectos, la
ambigüedad en los procesos de género puede ser importante para reconocerlos como un
mecanismo de hegemonía.” Hegemonía que obviamente no sólo refiere a lo discursivo. El
problema radica, en nuestra opinión, en que ni Connell (2005) ni como veremos luego Coles
(2009) logran elaborar un modelo teórico sensible a los enlaces entre prácticas de género y
construcción de hegemonía, social, cultural y política, aún cuando Connell critica sus primeras
aproximaciones al concepto de masculinidades hegemónicas.
Retomando a Watson (2002) y White (2002) y su concepto de proyecto colectivo creemos que son
necesarias algunas precisiones o, desde nuestra perspectiva, algunos elementos que lo enriquecen. A
saber: el hombre histórica y socialmente determinado, comienza en la infancia y su entorno familiar.
Claro está que en una familia enclavada en una determinada clase social. Si Sartre clama porque
dejemos entrar la infancia a la Historia - ¿historia? – también es justo reconocer que, no sólo
cuando de masculinidades se trata, pero también cuando de ellas se habla: “(…) el hombre se
caracteriza ante todo por la superación de una situación, por lo que logra hacer con lo que han
hecho de él, aunque no se reconozca nunca en su objetivación.” (Sartre, 1966:77)
Cabe señalar que nuestras reflexiones apuntan a comprender la masculinidad como un proyecto
colectivo objetivado y subjetivado por cada hombre, coloreado por su propia identidad. En otras
palabras, el concepto de experiencia ya analizado en el capítulo anterior. Para el caso de tales
prácticas de masculinización, es importante recordar lo que Connell (1997:39) indica respecto al
concepto de “masculinidad hegemónica” definida como:

(…) la configuración de práctica genérica que encarna la respuesta corrientemente

42
aceptada al problema de la legitimidad del patriarcado, la que garantiza (o se toma
para garantizar) la posición dominante de los hombres y la subordinación de las
mujeres.

En este contexto, la hegemonía es entendida como el poder social alcanzado a través de fuerzas
sociales representadas dentro de “(…) la doctrina y práctica religiosa, los contenidos en los medios
de comunicación, la estructura salarial, el diseño de las viviendas, políticas de
bienestar/tributarias y así sucesivamente.” (Connell, R., 1995:39). Experiencia, como ya hemos
dicho, no implica mera subjetividad, sino respuestas y acciones subjetivas y colectivas sobre
padrones estructurales, materiales o simbólicos, que limitan la vidas. Experiencia, por tanto, no
son meras prácticas individuales o colectivas sino una específica relación entre condiciones de
existencia y conciencia. Vale recordar esto, para no otorgar un predominio unívoco y mecánico a lo
material ni transformar lo material en algo meramente cultural, parafraseando a Fraser.

Sobre Paternidad Adolescente.


La paternidad adolescente ingresa a la agenda académica especialmente a partir de los años 80 y
90 en Europa y Estados Unidos. De forma un poco tardía comienza a ser debatida en América
Latina y apenas recientemente en Uruguay a partir de mitad de los años 2000.
Si bien en América Latina la maternidad adolescente aumentó entre 1990 y 2000, a partir de ese
último año el descenso fue muy significativo (Rodríguez, 2014; Varela, 2014a; 2014b). Pero aún
América Latina continúa teniendo la más alta fecundidad adolescente luego del África
Subsahariana (Varela y otros, 2014a; 2014b).

Pero cabe destacar que ambos autores señalan que la maternidad adolescente se asocia a derechos
no materializados, en la medida que aumenta el número de nacimientos no deseados entre las
adolescentes, más aún que en madres adultas (Varela y otros, 2014a; Varela y otros, 2014 b).

Si bien la paternidad adolescente posee dificultades para su informe estadístico, por razones que se
asocian a la figura de un padre “ausente”, esta breve introducción hablaría de la magnitud del
fenómeno. Los autores citados indican que continúa siendo un problema social contundente en la
medida que en América Latina se asociaría con la reproducción de la pobreza.

43
(…) el análisis procura mostrar que las desigualdades reproductivas tienen la doble
condición de ser expresión de desigualdades sociales estructurales y de ser factores que
coadyuvan a la reproducción de la desigualdad social, como se ha explicado previamente.
Así, se concibe a la desigualdad reproductiva como una pieza más del escenario de la
desigualdad social en América Latina, que la CEPAL9 ha destacado como el principal
problema de la región (Rodriguez Vignoli, 2014:60).

Específicamente para nuestro país, cabe remitir al estudio reciente realizado por López y Varela
(2016) que deja al desnudo la profunda relación entre el embarazo a edades tempranas y
desigualdades socio-económicas. Preocupadas por la resistencia a la baja de la maternidad
adolescente, luego del descenso ya señalado, las autores y su equipo analizan las diversas
expresiones de la desigualdad social expresadas en este fenómeno. En este contexto y desde una
perspectiva estrictamente vinculada a la paternidad adolescente, caben algunas apreciaciones.
El embarazo a edades tempranas es considerado un factor fuertemente asociado a la exclusión
social, en el caso de adolescentes mujeres, de acuerdo a la bibliografía consultada. Pero esta
aseveración no encuentra la misma consistencia al hablar de la paternidad masculina, en la medida
que no ha sido problematizada. Del mismo modo, en los espacios de intercambio con los agentes
profesionales y político-institucionales que apoyan el proyecto mencionado, parecería que el
problema “embarazo adolescente” se asocia únicamente a la familia de la adolescente y no así en el
caso del padre adolescente. No obstante, la casuística parecería indicar que existe una variedad de
situaciones en torno a la paternidad a edades tempranas: aquellos jóvenes que asumen en cierta
medida el cuidado o sostén de su hijo/a, familias por vía paterna que lo hacen, ausencia de la figura
masculina en todo el proceso. Una variada gama de actitudes frente a la paternidad y una variada
gama de identidades masculinas para las cuales esa paternidad cobra significado.
Los estudios sobre masculinidades, desarrollados a partir de la segunda mitad de la década de los
ochenta, registraron una cuestión relevante, levantada en varios espacios de debate sobre género,
incluso en aquellos específicamente feministas: la importancia de percibir la diversidad de las voces
masculinas (Vale de Almeida, 1995,1996). Connell (1987, 1997), como ya hemos visto, uno de los
pioneros en esa tentativa, procuró desarrollar un modelo conceptual que, dando énfasis al carácter
político de las relaciones de género, ofreciese herramientas analíticas para expresar esa diversidad.

9 Comisión Económica para América Latina y el Caribe – CEPAL.

44
Es importante agregar que adolescencia/juventud y paternidad conviven de manera azarosa y
conflictiva. La bibliografía consultada, obviamente no es exhausta ni aún conclusiva, pero permite
mapear algunos puntos sobre los cuales parece haber acuerdo y otros sobre los que se identifican
diversas opiniones. En primer lugar, existe acuerdo sobre las características complejas de la
adolescencia, como período vital en el que ocurren diversas transformaciones, unas asociadas más
a la biología, otras que anuncian, a través de ciertos ritos de pasaje, el ingreso al mundo adulto.
Este ingreso consistiría, según varios autores, como cierto “orden” o “secuencia” de
transformaciones que constituyen una “habilitación” para ser adulto y que se reflejaría en la
adquisición de habilidades y responsabilidades. La paternidad a edades tempranas es, por
naturaleza, transgresora ya que es entendida como la alteración de ese “orden” naturalizado.
Lo hace además con una fuerte carga simbólica en la medida que el desafío a lo socialmente
esperado surge justamente de una fuerte vinculación con el deseo, con lo íntimo, que hace
irreverente y “público” el ejercicio de la sexualidad a edad temprana. (Blos, 1994; Outeiral, 1994;
Montmayor, 1986; Piaget, 1976).
En segundo lugar, también se señala que el ingreso al mercado de trabajo o la conclusión de los
estudios superiores son claros ejemplos de ritos de pasajes al mundo adulto. Pero el tener el
primer hijo/a también lo es. La paternidad rompe con aquel ordenamiento naturalizado en una
edad en que los jóvenes aún dependen de sus mayores y aún no han constituido sus propias
redes de apoyo, lo que hace necesario el sostén de sus familias de origen (Montmayor; 1986;
Russell, 1980; Robinson, 1988; Piaget, 1976; Kiselica y Pfaller, 2011).

Podemos señalar también, que los aportes de Havighurst (1953, 1972) son considerados pertinentes
para abordar el tema de la paternidad y maternidad a edades tempranas. El autor acuña el concepto
de tareas evolutivas y asigna diez a la adolescencia. Una de ellas es construir aquella identidad de la
que hablábamos y un self sólido. Si el adolescente se acepta y se quiere, tanto física como
emocionalmente, comenzará un camino independiente a partir de las apreciaciones sobre sí mismo
que va construyendo. Si encuentra dificultades para aceptarse y para entender sus dilemas, será
difícil que desarrolle un concepto de sí claro (Kimmel & Weiner, 1998). El embarazo en la
adolescencia es presentado por Havighurst (1953, 1972) como una traba o dificultad para asumir las
tareas evolutivas propias de su edad, de las cuales solo colocamos un ejemplo. Ser padre y ser
adolescente no se conjuga armoniosamente en la medida que el ejercicio de las tareas evolutivas
propias de esa etapa se verá dificultado por el hecho de ser padre. La paternidad adolescente sería
entendida como una paternidad condicionada por la propia naturaleza de la adolescencia.

45
A partir de esta concepción de la adolescencia como el período de búsqueda y construcción de la
identidad personal, Erikson (1974) construye el concepto de moratoria psico-social, es decir, la
adolescencia como un momento de pausa, de “suspensión”, de espera de la adultez entendida como
madurez. En esta adolescencia como moratoria psico-social es que se incorporan los elementos de
identificación imputados por otros y los adquiridos por el propio individuo (Kimmel & Weiner,
1998; Cruzat y Aracena, 2006).

Pensar la adolescencia o juventud como etapas “previas” al mundo adulto, nos inhabilita a
reconocer sus propias complejidades y particulares riquezas como todo punto de inflexión en las
trayectorias vitales. Si nos remitimos solamente a esa perspectiva, corremos el riesgo de pensarlas
negativamente, como etapas caracterizadas por carencias o “dolencias” si es que nos acotamos, por
ejemplo, a la etimología de la palabra adolescencia (adolescer) (Breinbauer y Maddaleno, 2005;
Rodríguez Vignoli, 2014; Silber y Castells, 2003).

Cabe agregar también que toda categoría etaria es siempre relacional y su naturaleza no puede ser
pensada de manera esencialista u ontológica (Criado, 2005:88). Existe una relación socio-política
jerárquica entre las personas pertenecientes a diversas categorías etarias, de tal manera que el
mundo infantil, adolescente y juvenil es subalterno al adulto. Y esto constituye parte de nuestra
cultura y se encuentra ampliamente naturalizado (Criado, 2005; Silba, 2011).

Este adultocentrismo que impregna la vida social y política es colocado en cuestión. Elías (1998)
nos muestra cómo la jerarquía etaria naturalizada puede ser cuestionada. Nos dice: (…) la idea de
que el poder de mando incondicional de los padres y la rigurosa obediencia de los hijos, incluso
desde el punto de vista de éstos, es la disposición más saludable y fértil, hoy en día despierta
sospechas” (Elías, 1998: 418).

Las formas de vivir y pensar asociadas a cada etapa etaria no dejan de ser tipos ideales, modelos
sociales, por tanto, dividir la vida en etapas sucesivas también es algo meramente ilusorio. Así por
ejemplo, Silba (2011) indica, para el caso argentino, que el concepto de moratoria social es
inaplicable en el entendido que:

…la idea misma que la totalidad de los y las jóvenes cuentan con una etapa entre
la niñez y la adultez caracterizada por la posibilidad de aplazar compromisos
laborales, maritales, familiares, etc., constituye una reducción de la diversidad
de experiencias juveniles, ya que no toma en cuenta en su enfoque las diferencias
que representa el cruce de la edad con la clase, el género, la etnia, la religión ni el
lugar de residencia (Silba, 2001: 232-233)

46
En la misma dirección, Krauskopf (2004:27) afirma respecto a la juventud, pero que bien puede
ser aplicado a otras etapas de la vida.

El tiempo de ser joven identitariamente varía entre estratos, culturas y clases


sociales. La mayoría de las personas menores de edad de la región de
latinoamericana, que viven en exclusión social, sin invisibilizadas como tales y
enfrentan la premura psicosocial en el cumplimiento de responsabilidades
supuestamente adultas y con ausencia de oportunidades. Esta premura se intensifica
a partir de la pubertad, momento del ciclo vital que parece legitimar su responsabilidad de
procurar la subsistencia y aportar a sus familias.

Podríamos pensar que el individuo hijo de la Modernidad ha sido asociado a un hombre, blanco,
racional, europeo y propietarios. El resto de los humanos que no asumen ese modelo ideal han sido
catalogados por Hall (1996) como sujetos marcados, en el entendido que son pensados respecto a
aquel modelo ideal como inferiores o ubicables en un nivel civilizatorio inferior. A estos sujetos
marcados refiere Krauskopf (2004) y hacemos referencia nosotros al abordar la vida de
adolescentes pobres que además, a una edad temprana, asumen la responsabilidad de su paternidad.
Y si bien se impone el plural para hablar de adolescencia, para respetar sus variaciones de acuerdo a
diversas mediaciones (clase, género, raza, etnia, religión), debe reconocerse que es en este período
de la vida donde el camino que se recorre es el camino hacia la propia identidad. En el mismo, el
ansia de ser independientes abre las puertas a grupos de pares, diversos nucleamientos de iguales y
obviamente a la vivencia de la sexualidad coital (Papalia & Wendkos, 1997). Y en esta fase de la
vida tan especial, confusa y rica, debe pensarse cómo se instala el embarazo y cómo se vive, ya que
como lo indican Cáceres y Escudero (1994) puede ser una experiencia vivida con alegría pero
también puede ser una pesadilla e incluso una tragedia.

En esta particular temática, la bibliografía consultada también nos dice que el padre ha sido menos
investigado, aunque en el campo de los mens´s studies, comenzará a percibirse la preocupación por
el tema a partir de los años ochenta y en Europa (Elster y Lamb, 1986; Anderson, 1996; Cabrera,
Tamis-Lemonda, Bradley, Hoffert y Lamb, 2000). En nuestro continente, puede señalarse que
algunos estudios ya desde fines del siglo pasado, indican la aparición de nuevas formas de entender
la paternidad en la adolescencia y la juventud, con padres que llevan adelante un papel más
participativo en la crianza de sus hijos/as. (Martini, 1999; Ramires, 1997; Trindade y Bruns,

47
1999). Si bien se mantiene la asociación del padre joven como “ausente”, “inmaduro” (Nunes,
1998) o sólo interesado por el sexo (Robinson, 1988), diversas publicaciones informan sobre estas
nuevas expresiones de la paternidad a edades tempranas.

La dificultad del estudio de los modelos socioculturales emergentes reside en que se está definiendo
una experiencia social que todavía se encuentra en proceso y que, a menudo, no es reconocida o es
negada o invisibilizada de distintas maneras. Es ignorada o no reconocida como una experiencia
relevante desde un punto de vista de la organización social y a lo sumo se la considera una
experiencia aislada o individual (Del Valle, 2002). En muchos casos probablemente estamos ante
un tipo de fenómeno de preemergencia activa (Williams (1997), ya que son constructos que aún no
gozan de un consenso generalizado y que sus prácticas no están aún normalizadas
institucionalmente o todavía no han alcanzado un grado de articulación notable, aunque su
capacidad de presión e influencia sea significativa (Bogino, 2015: 9)
Fonseca (1998) hace una indicación interesante al decirnos que el silencio que rodea al padre
joven se debe a que es aún asumido como “hijo de”, mientras la adolescente lo es como “madre
de”. Es decir, la paternidad no aparece como un destino inexcusable para el adolescente varón
(Sambade, 2014), mientras que para la adolescente parecería que sí, y estrechamente vinculado a las
tareas de cuidado.
A esto se suma lo que Furstenberg (1980) observa: el padre adolescente/joven sería, de cierta
manera “alejado” por la familia de la madre, grupo familiar que asume un papel central de
sostén y cuidado. Pero la familia de origen de y la propia joven madre son fundamentales
para habilitar al joven como padre, es decir, la constitución del joven como padre depende, en
parte, de cómo el embarazo y posterior nacimiento se “instalan” en el mundo adulto,
especialmente en el de la madre de su hijo/a. También depende de cómo su pareja lo instituye como
padre (Levandowski y Piccinini, 2004), algo que ya Olivier (1995) había indicado a comienzos de
la década de los noventa desde Francia, como dilema constitutivo de la paternidad10. En otras
palabras, tales autores indican que el padre es “habiltado” – o no - por la madre a desempeñar su
paternidad. Obviamente, también Freud (1996) ha aportado las dificultades que atraviesa la
instalación de las funciones materna (nutricia) y paterna (de corte) en la pareja parental, a través de
diferentes obras. Si a lo señalado por Freud le agregamos la edad temprana de la pareja y las

10 Sobre las dificultades para construir la condición de padres en jóvenes universitarios no pobres, recomendamos la
lectura de: Salguero Velázquez, Alejandra, Pérez Campos, Gilberto, Ayala Jiménez Dafne y Soriano Chavero,
Montserrat (2015)

48
tensiones generadas por el mundo adulto, la situación en la adolescencia/juventud parecería ser más
compleja11.
Las tensiones y opciones dilemáticas de los jóvenes que viven su adolescencia y juventud con
responsabilidades adultas son analizadas por diversos autores, como Allen y Doherty (1996) y
Hendricks (1980; 1988) que indican sus impactos en términos emocionales. Marsiglio y Cohan
(1997) señalan la necesidad de apoyos institucionales para fortalecer este segmento poblacional,
Hobson (2002) y Walby (1994) sostienen que las propias políticas públicas colocan también en
un lugar rezagado y estigmatizado al propio adolescente/joven12. Parecería que Uruguay y la
región no se separan de esta tónica, de acuerdo a los estudios de Güida y su equipo. (2007)
Esta invisibilidad, o este verdadero “muro de silencio” (Medrado y Lyra, 2015) sobre el padre
adolescente/joven, se asociaría, en nuestro país y entre otros elementos, al predominio del binomio
madre – hijo, como rejilla analítica y político-institucional, para el abordaje del embarazo
adolescente. Síntesis conceptual y política impuesta desde el Código del Niño de 1934, que ha
provocado lo que hemos dado en llamar, le feminización en exceso del embarazo adolescente
Hasta nuestro tiempos, el binomio madre-hijo es la tónica de todo programa socio-sanitario en el
campo de la maternidad a edades tempranas. Lo femenino es demandado social y políticamente
cuando se trata de embarazo y no es cualquier forma de lo femenino la que se demanda. Se
demanda lo femenino basado en un instinto maternal incuestionable. Mientras que lo masculino no
es demandado como componente de la situación de embarazo a edades tempranas.
Lo que se encuentra detrás de esa excesiva feminización del embarazo adolescente es la demanda
socio-política activa de ese instinto maternal incuestionable. Pensamos que tal feminización en
exceso del embarazo adolescente debe ser hoy desdibujada a partir de su propia masculinización,
como forma de poner en práctica un concepto de género de tipo relacional que permita colocar a
ambos progenitores en igualdad de derechos y obligaciones. En otras palabras, pensamos que es
hora de convocar, de demandar lo masculino en las situaciones de embarazo adolescente,
especialmente cuando el propio padre lo es 13.

11 Con este párrafo no estamos justificando la ausencia real de los padres adolescentes, sino indicando algunas dificultades
existentes cuando el joven tiene el deseo de asumir, de cierta manera y en cierto grado, su paternidad. No dejamos de lado
los efectos de las masculinidades hegemónicas y del sistema sexo/género a la hora de abordar la maternidad adolescente
en soledad.
12 Sobre este tema específico remitimos al estudio reciente de Gervais, C., Montigny, F.; Lacharité, C. y Dubeau , D.
(2015) que refiere a la realidad canadiense.
13 Ya Nancy Chodorow (1994) había realizado estudios sobre la experiencia de familias con padres casi ausentes o
ausentes desde la perspectiva del mundo adulto.

49
Continuando con los textos referenciados, podemos señalar que algunos “efectos” de la paternidad
en la adolescencia/juventud son analizados tanto en Europa como en América Latina. La
paternidad adolescente o juvenil, se asocian tanto con niveles bajos de escolaridad o con el
abandono de los estudios como con una débil inserción en el mercado laboral. (Marsiglio, 1986;
Dearden, Hale y Alvarez ,1992). A pesar de esto, otros autores subrayan que el abandono de los
estudios precede al embarazo (Stern y García, 2001; Rodriguez, 2003, 2005; Pantelides, 2004;
Furstenberg, 2007; Llanes, 2012; Rodriguez y Cavenaghi 2013). En nuestro continente, además,
se indican las dificultades de los padres adolescentes o jóvenes para integrarse plenamente en
sociedades complejas y avanzadas. (Varela y Fostik, 2011) Independientemente a estas
divergencias se destaca la asociación de la paternidad a edades tempranas con situaciones de alta
“vulnerabilidad social”. No obstante, Pantelides (2004) plantea algo que merece ser rescatado:
realiza una crítica sustantiva a aquellas posturas que analizan la paternidad o maternidad a edades
tempranas en situaciones de pobreza. La autora destaca a la cultura como elemento sustantivo para
la toma de decisiones sobre sexualidad y reproducción. Rompe con la asociación estricta entre
adolescente + pobreza + maternidad/paternidad. Los horizontes según género, la historia de las
infancias e incluso de los primeros años de la adolescencia son elementos que no se pueden dejar de
lado a la hora de analizar el tema en cuestión, más allá de condiciones materiales de existencia.
Para diversos autores latinoamericanos, que retoman los estudios pioneros europeos, la identidad
masculina, para ser tal, debe ser reconocida o investida por otros hombres, en espacios que
reproducen relaciones asimétricas de género. Juegos deportivos, reuniones en bares, las típicas
reuniones masculinas, refuerzan el ser varón. La figura de proveedor también es fundamental para
ser considerado hombre así como el cuidar a otros desde una perspectiva de autoridad. De ello
deriva que ser padre implicaría la subordinación de la mujer. Por tanto, ser padre implicaría la
reproducción de la masculinidad hegemónica (Connell 1997; 1987).
Ser padre significa también lo que Fuller (2000: 38) ha denominado como la consagración de la
hombría adulta, asociada al orden del hogar y de una pareja establecida, en oposición a la excesiva
libertad de amigos y calle. Pero la autora agrega otro elemento: ser padre/ hombre, implica la
responsabilidad de serlo, en oposición a los jóvenes machos, que fecundan pero no cuidan ni
proveen. La hombría es, por tanto, un atributo culturalmente construido que habla de un hombre
padre responsable por sus hijos/as (Fuller, 2000, p. 50 y ss.). Más allá de estos padrones
tradicionales, Viveros (2000) plantea el surgimiento de nuevas relaciones entre padres e hijos/as,
desde una perspectiva socio-histórica. Es decir, el pasaje hacia relaciones más igualitarias con los

50
hijos puede ser analizado como una línea de continuidad histórica señalada por diversos autores
que cita en el texto de referencia (Elias y Knibiehler por ejemplo). Del mismo modo, indica la
diversidad de las experiencias de paternidad/es basándose en diversos autores, pero subraya
especialmente que en torno a la paternidad adolescente existe una suerte de olvido que hace
necesario superarlo a través de políticas sociales adecuadas y la construcción de redes de sostén.
Merecen destacarse, también, algunos aportes latinoamericanos ya que en los últimos años
estudios sobre género, salud y derechos reproductivos han comenzado a abordar la temática de las
masculinidades en el entendido que la paternidad es un elemento clave para la identidad masculino,
mucho más que el ejercicio de la sexualidad coital o el hecho de poder fecundar. Obviamente, la
experiencia de la paternidad es diversa, según de relacione con la trayectoria de vida, el tipo de
familia, y las condiciones objetivas y subjetivas de vida (Fuller, 2000b). Y tales relaciones y su
significado varían muy claramente según la franja etaria a la que se pertenece (Olavarría,
Benavente & Mellado, 1998).
Parecería ser que la paternidad estaría asumiendo modalidades más amorosas o afectivas por parte
de los hombres latinoamericanos, por lo pronto de acuerdo a ciertas imágenes reproducidas en
medios masivos de comunicación (Bolaños,2000) aunque ello no indique necesariamente que se
hayan producido cambios profundos en el ejercicio de la paternidad ni de la maternidad ni en la
construcción de las identidades masculinas y femeninas más allá de los mandatos sociales
tradicionales (Fuller, 2000a).

Si en capítulo anterior hablamos de la masculinidad hegemónica a modo de norma de regulación de


las relaciones entre los género, cabe destacar que tal masculinidad implica que el hombre sea fuerte,
racional, heterosexual, seguro, proveedor y que su agencia sea básicamente pública pero también
que el hombre sea padre (Olavarría, 1999, 2000), en la medida que la paternidad se asocia con la
plenitud de la masculinidad (Olavarría, 1999; Olavarría & Parrini, 1999).

La vivencia de la paternidad es por naturaleza heterogénea como lo señalan tanto Fuller (2000b)
como Viveros (2000) y aún en esa heterogeneidad surgen dudas sobre cuánto ha cambiado a la luz
de los avances en el campo de los derechos de la mujer y en términos de relaciones más igualitarias
entro los géneros. Parecería que la experiencia de la paternidad no se ha visto totalmente modificada
por estos procesos de largo plazo (Alfaro, 1997; Fuller, 1997; Ponce y La Rosa, 1995; Cruzat y
Aracena, 2006).

Pero Fuller (2000c) nos indica que ser padre a edades tempranas es una experiencia distinta, pues
por su naturaleza es ambivalente. Ambivalencia entre la libertad y la vida hogareña, entre conquista

51
y monogamia, entre competencia masculina en la conquista y competencia en las tareas que la
paternidad conlleva. Ambivalencia entre tareas evolutivas y tareas de cuidados propias de un adulto.

De acuerdo a la autora, los adolescente hacen referencia a la paternidad en sus proyectos de vida, y
su máxima responsabilidad se asocia a no tener hijos en la calle, a aquella hombría honorable a la
que ya hicimos mención. Incluso en los sectores populares los adolescentes hablan del sacrificio al
hacer mención a su paternidad y sus nuevos lazos familiares. Esto hace mención a una moral que
coloca en un primer lugar las tareas de proveer y formar (Fuller, 2000c). En otra obra (2000a) la
autora indica que en la medida que el embarazo se instala en un período donde la transgresión y la
búsqueda es la norma, parecería que adquiere el carácter de un componente ordenar de la vida. La
autora señala que adolescentes en situaciones de alta vulnerabilidad buscan un hijo como ordenador
de sus acciones y vida futura. Es decir, la paternidad puede ser vivida no como un problema, sino
como una solución ante ciertas formas o condiciones de vida.

A pesar de la diversidad de experiencias y la insinuación de experiencias “más igualitarias”,


América Latina no escapa a las tres P indicadas por Gilmore (1990) ya en los años 90: ser
hombre implica, ser padre, proveedor y protector, que enmarcan el dominio público de la hombría.
O, en palabras de Badinter (1993): se llega a ser hombre a partir de una triple negación – algunas
anunciadas por Freud (1996) tempranamente- no ser niño, no ser mujer y no ser homosexual, que
podríamos señalar como los dominios psicológicos de la masculinidad. Ya Nolasco (1993) nos
advertía sobre la complejidad e importancia de la paternidad como dimensión del ser hombre, una
dimensión que aporta los más importantes retos al hombre para sentirse como tal. En definitiva, ser
padre, a partir de lo leído, implicaría una forma de pasaje al ser adulto y ser reconocido como
padre responsable sería una forma de ser reconocido como hombre con hombría, aunque en la
adolescencia/juventud cronológicamente nos enfrentemos a procesos inconclusos y de naturaleza
transicional.

Lo que se intenta rescatar es que en la adolescencia se procesa:

(…) el doble pasaje a ser hombre, que implica construir el género varonil,
distinto del femenino, y construir la adultez, y el doble pasaje a ser mujer. En
dichos pasajes, la habilitación a la autonomía pasa en gran parte por el
aprendizaje, llamativamente poco negociado, de los guiones de género y
sexualidad esperados (Pecheny, 2010:13).

Aproximaciones nacionales al tema.


52
Como ya fue dicho, la paternidad en la adolescencia/juventud comenzó a ser objeto de estudios
académicos de envergadura a partir de las décadas de los 80 y los 90, tanto en Europa como en
Estados Unidos. Posteriormente comienza a ser pensada y discutida en América Latina y en
nuestro país a partir de la segunda mitad de los años 2000.
Como ya se dijo, es cierto que en nuestro continente, la maternidad adolescente aumentó entre
1990 y 2000, pero paradójicamente, a partir de ese último año indicado, su descenso comienza a ser
muy significativo (Rodríguez, 2014; Varela, 2014a; 2014b). Ya vimos también como las
condiciones materiales de existencia es una mediación de peso a la hora de analizar estos temas, en
la medida que la maternidad o paternidad adolescente se encuentran fuertemente vinculados a
derechos no materializados, ya que aumenta el número de nacimientos no deseados entre las
adolescentes más que en mujeres adultas (Varela y otros, 2014a; Varela y otros, 2014 b).
Ya sabemos que la paternidad adolescente/juvenil presenta particularidades a la hora de ser
informada estadísticamente, ya sea por su sub-declaración, ya sea por la figura de ese padre
“ausente”. No obstante, esta breve introducción habla de la magnitud del fenómeno “maternidad
adolescente”, muchas veces asociada, no todas obviamente, a la paternidad adolescente. Los
autores consultados opinan que continúa siendo un problema social relevante en la medida que en
América Latina se asocia a la reproducción de la pobreza.

(…) el análisis procura mostrar que las desigualdades reproductivas tienen la doble
condición de ser expresión de desigualdades sociales estructurales y de ser factores que
coadyuvan a la reproducción de la desigualdad social, como se ha explicado previamente.
Así, se concibe a la desigualdad reproductiva como una pieza más del escenario de la
desigualdad social en América Latina, que la CEPAL ha destacado como el principal
problema de la región (Rodríguez Vignoli, 2014: 60).

Al respecto, convendría detenerse en algunos rasgos que asume el tema en Uruguay


específicamente. Siguiendo la tendencia arriba mencionada, nuestro país expresa un descenso de su
fecundidad adolescente. En 1996 y 1997 las tasas se ubicaban en 72 y 74 mil respectivamente, para
luego ubicarse, en los últimos años, en torno a un 60 por mil (Varela y otros: 2014a; 2014b). Este
descenso, según las autoras, se relacionaría con los avances que se observan en materia de
protección y reconocimiento de derechos vinculados a la maternidad y paternidad adolescente14.

14Como ejemplo podemos pensar en la Ley 18.426 - Ley de Defensa del Derecho a la Salud Sexual y Reproductiva
(2008) - que, en consonancia con la región, avanza en el cumplimiento de los Objetivos del Milenio sobre la temática en

53
Pero la última Encuesta Nacional de la Juventud 2013 – ENAJ - recientemente presentada, arroja
resultados complementarios. Es interesante destacar que, de acuerdo a ella, 9 de cada 10
adolescentes/jóvenes entre 12 y 24 años, declaran utilizar métodos anticonceptivos y expresan
altos guarismos de conocimiento sobre los mismos, siendo el método de emergencia (“la pastilla del
día después”), el menos conocido.
No obstante, uno de cada cinco declara haber tenido un hijo. Esto significa el 20% del total de la
población de tales edades. Si observamos esos porcentuales según el sexo, uno de cada diez
varones ha tenido un hijo y una de cada cuatro mujeres es madre. Según las edades, en el tramo
entre 15 y 19 años, un 4,9% son padres/madres; entre los jóvenes de 20 a 24 años, lo es un 24,6%
y entre los de 25 y 29 años, un 44,3% del total de tal grupo de edad. Género y edad son claros
ordenadores del tema, claves analíticas que no pueden dejarse de lado. Incluso si incorporamos la
perspectiva de cuidados.
Paternidad/Maternidad y Cuidados, son temas íntimamente relacionados. A medida que se analizan
tramos de edad más elevados, la ENAJ 2013 indica que las responsabilidades de cuidado aumentan
también, pasando del 26% al 47% si comparamos los tramos etarios de 12 a 14 años y de 25 a 29
años respectivamente. En los dos primeros tramos de edad definidos estadísticamente en la fuente
consultada, es decir, entre los 12 a 14 años y de 15 a 19 años, los adolescentes y jóvenes cuidan en
general a hermanos u otros familiares que tiene entre 0 a 3 años de edad. Cuando aumentan su edad,
los jóvenes cuidan a sus hijos. Nuevamente aquí el género es fundamental para el análisis.
Las jóvenes que cuidan niños o niñas de 0 a 3 años le dedican, en promedio, 65 horas semanales,
mientras que los varones le dedican 26. El 16,1% de los jóvenes dejaron de trabajar o estudiar
para dedicarse a los cuidados, ya sea de manera remunerada o no. Existen importantes diferencias
por sexo. Casi una de cada cuatro mujeres deja de estudiar o trabajar, mientras que solamente
sucede esto en un 5% para los varones (MIDES, 2015).
Observemos ahora el siguiente cuadro resumen donde pueden observarse los números absolutos y
relativos de jóvenes con hijos o sin ellos, de acuerdo a la edad, región y quintiles de ingreso para el
Uruguay 2013.

cuestión, tanto en el reconocimiento de Derechos Sexuales como Derechos Humanos, como en la


implementación de programas y servicios sociales. Es decir, la maternidad y paternidad adolescente en Uruguay ha sido
objeto de visibilidad socio-política en los últimos cinco años (Rodríguez Vignoli, 2014; Varela y otros, 2014a;
2014b).

54
Uruguay: Paternidad de los jóvenes por edad, región y quintiles de Ingreso
Quintiles de ingresos de los hogares con valor
Total
locativo (sin servicio doméstico)
Región Edad
Medio Medio
Bajo Medio Alto
bajo alto
19 144 0 0 0 0 144
Montevideo 20 y más 9.598 4.220 4.257 2.351 1.672 22.098
Total 9.742 4.220 4.257 2.351 1.672 22.242
17 0 89 0 82 0 171
18 359 0 0 0 0 359
Resto del
19 82 144 315 0 0 541
país
Con hijos

20 y más 14.052 9.402 5.118 1.571 520 30.663


Total 14.493 9.635 5.433 1.653 520 31.734
12 a19
28.592 16.955 11.897 10.114 6.557 74.115
años
Montevideo
20 y más 10.980 11.324 17.735 22.073 24.314 86.426
Total 39.572 28.279 29.632 32.187 30.871 160.541
12 a19
54.697 29.243 14.443 6.564 2.991 107.938
Resto del años
Sin hijos

país 20 y más 12.183 18.020 15.657 13.037 6.168 65.065


Total 66.880 47.263 30.100 19.601 9.159 173.003
Fuente: Elaboración propia en base a la ENJU 2013. Banco de Datos – FCS.

Colocaremos especial énfasis en los menores de veinte años, dado el espacio con el que contamos.
Existirían en nuestro país 1.215 padres adolescentes y jóvenes, entre los 17 y los 19 años de edad,
de tal manera que se identifican 171 jóvenes en la edad de 17 años; con 18 años, 359 casos, y con
19 años, 685 padres en todo el país. Si analizamos su distribución de acuerdo a los quintiles de
ingreso y zona geográfica nos encontramos con las siguientes tendencias: (i) respecto a los padres
que tienen 17 años, se distribuyen de manera casi equitativa entre los quintiles Medio Bajo y Medio
Alto y se ubican todos en el interior del país; (ii) con relación a los padres con 18 años, todos se
ubican en el último quintil, es decir, en el Bajo asociado a la pobreza; (iii) por último, los padres

55
que tienen 19 años y son de Montevideo ascienden a 144 y se ubican todos en la pobreza. El resto
(541) se ubica en el interior del país, y se distribuyen entre los quintiles Bajo, Medio Bajo y Medio,
pero especialmente en los dos últimos.
Si bien estadísticamente el número absoluto de padres adolescentes puede ser considerado bajo así
como los guarismos indicados en el cuadro, podríamos decir que la paternidad adolescente se
encuentra fuertemente asociada a situaciones de pobreza y con una fuerte representación en el
interior. No obstante, los agentes profesionales consultados, insertos en las políticas públicas
referidas a familia, adolescencia y juventud, identifican el fenómeno en su trabajo cotidiano y
asociado a edades menores Del mismo modo, una reciente investigación realizada por el Instituto
Mujer y Salud del Uruguay (2015) – MYSU- aporta resultados que más que duplican el número
de padres adolescentes y jóvenes registrados por la ENJU. La sub-declaración o la ignorancia de la
condición de padre (personal o institucional) pueden ser motivo de tan bajo número.
Paradójicamente, en Uruguay, conocemos estadísticamente el fenómeno y se le estaría
asignando una visibilidad especialmente política desde una perspectiva de derechos, pero este
“reconocimiento” es acompañado por escasos estudios, en su mayoría de corte psicoanalítico o
socio-demográfico. Un avance sustantivo es el reciente estudio coordinado por López y Varela
(2016) sobre embarazo adolescente, donde se incorpora un ítem sobre masculinidades.
Pero en nuestro país recién aparecen estudios específicos a inicios de los años 2000. Entre ellos
se destacan los estudios pioneros de Güida y su equipo (2007) que analizan la escasa participación
masculina en las políticas públicas asociadas al cuidado de la infancia, además de la prácticamente
ausencia de espacios pensados para los varones al respecto.
Con otra población objetivo, Amorín (2003) analizó la paternidad. Su investigación refiere a
hombres adultos de clase media. Desde la Psicología identificó los temores de estos padres; las
trabas para demostrar sentimientos al poseer fuertes rasgos culturales patriarcales y, muy
especialmente, ejercer una paternidad presionada por las exigencias de una sociedad
mercantilizada. Ya en el año 2006, con Carril y Varela (2006), desarrolla un estudio
comparativo entre padres adolescentes provenientes de sectores medios y pobres. Estos padres
tienen en común no haber reflexionado previamente sobre la paternidad, comparten sentimientos
ambiguos respecto a ella y reconocen las profundas transformaciones que ha aparejado en sus vidas.
También todos se sienten poco habilitados para ejercer su paternidad, ya sea emocionalmente como
económicamente Más allá de estas similitudes, los autores encuentran importantes diferencias
relacionadas con las condiciones de existencia y no con la edad. Para los adolescentes/jóvenes de

56
clase media, la paternidad poseería una inscripción afectiva, mientras que en la pobreza los padres
vivencian una gran responsabilidad tanto como proveedores económicos como de bienestar
material.15
Hecha esta escueta presentación, sobre la producción nacional sobre el tema, se considera que
en la obra de Amorín y otros (2006) existe un aspecto que merece ser destacado en la medida que
creemos problematiza aquel avance socio-político en términos de derechos. Los autores expresan
que tanto los y las jóvenes entrevistadas piensan derechos sexuales y reproductivos como la
libertad de elegir (con quién y cuándo) sin coerciones y violencias. “Pero la libertad de acción y
elección es entendida en general, como un atributo individual, (no como parte de un contrato
social.). Es decir, enfatizan la determinación individual y la voluntad irrestricta” (Amorín, Carril,
Varela, 2006: 277) Desde nuestra perspectiva, esto estaría expresando una característica propia
de la adolescencia y, por qué no, de la cultura del individualismo posesivo analizado por
Macpershon (1970) Es decir, no retrataría solamente un atributo de los /las adolescente. Pondría
en tela de juicio, además, aquellos avances políticos en términos enfoque de derechos, pues se
habla desde una perspectiva solamente individual.
La paternidad adolescente se expresa como un fenómeno de reciente problematización, por lo que
deberíamos considerar sus estudios como no concluyentes. La bibliografía vernácula es
prácticamente inexistente. Al respecto tratamos de visibilizar las ambigüedades al respecto. Existen
trabajos que indican la ausencia del adolescente y otros que indican su compromiso con su
paternidad. Existiría mayor coincidencia en analizar la paternidad a edades tempranas como una
situación que genera mayores niveles de vulnerabilidad en términos socio – educativos y
económicos. Del mismo modo, las diversas publicaciones hacen acuerdo sobre los impactos en la
propia adolescencia, que conjugan un proceso de autoreferencia psicológica con responsabilidades
del mundo adulto. Lo cierto es que aún quedaría mucho por investigar sobre esta temática que, en
América Latina por lo menos, también se asocia a una compleja trama de desigualdad (Rodriguez
Vignoli, 2014). En nuestro país esto parece ser claro, en la medida que el fenómeno se asocia
fuertemente con la pobreza (López y Varela, 2016).

15 Algo similar encuentran De Martino, Espasandín, Cafaro (2014) en los segmentos pobres: el trabajo, la paternidad,
la figura de proveedor familiar y una mujer fuertemente desvalorizada se asocian con la identidad masculina construida
en la pobreza.

57
Como ya hemos dicho, esta investigación se propone, dentro de una de sus líneas de indagación,
entender los significados que los jóvenes entrevistados atribuyen a la paternidad y maternidad
para poder enriquecer el análisis y las propuestas de las intervenciones profesionales a las
problemáticas de los padres adolescentes. Ya hemos visto como diversos autores enfatizan la
importancia de incluir, en el diseño y la implementación de políticas y programas sociales, aquellos
elementos que los varones consideran necesarias en su condición de varones y adolescentes.

Lo cierto es que la paternidad es todo un desafío para el hombre a la hora de constituirse como tal y
asumirse no solo como hombre sino con hombría, de acuerdo a Fuller (2000) Como ya fue dicho,
desde el punto de vista psicoanalítico, el hacerse padre es una relación compleja y no exenta de
dilemas y tensiones. Especialmente para los varones, siempre entendidos como lo Universal y
Absoluto, por tanto sin necesidad de pensarse como género. Ya lo anunciaba De Beauvier y lo
enfatiza posteriormente Wittig de manera radical (2006: 86): “Género es utilizado en singular
porque, en efecto, no hay dos géneros, sino uno: el femenino, el “masculino” no es un género.
Porque lo masculino no es lo masculino sino lo general”

Sin llegar a posturas epistemológicas radicales en cuanto a género, lo que nos interesa destacar es
que la problemática del joven padre es importante abordarla para construir relaciones igualitarias
de género, en términos de derechos y responsabilidades, no sólo sexuales y reproductivos. No hay
que olvidar que los cambios en torno a las masculinidades hegemónicas no dependen de una
mera responsabilidad individual sino de un proyecto político – cultural que permite su superación
en todos los ámbitos (Güida, 2000). Indagar las experiencias de paternidad, sus configuraciones
particulares y nuevas prácticas emergentes puede aportar a la formación de futuras generaciones
más sensibles a la igualdad de género y a nuevas formas de expresión de la hombría. Pensamos que
es un aporte para tratar de superar lo que Simone de Beauvoir indicaba drásticamente:

La primera y la peor maldición que pesa sobre la mujer es hallarse excluida de las
expediciones guerreras; no es dando la vida, sino arriesgando la propia, como el
hombre se eleva sobre el animal; por ello en la Humanidad se acuerda la
superioridad, no al sexo que engendra, sino al que mata. (Beauvoir, 1970, p.
84).

58
59
60
Los Interlocutores y sus Experiencias. Entre imposturas y aporías.

Como ya dijimos en el capítulo relativo a apreciaciones teórico-metodológicas, es nuestra


preocupación tratar de comprender las experiencias de la paternidad pero en un contexto
específico: el de la pobreza. También, como ya fue advertido, no es uno de los objetivos debatir
teóricamente el concepto de pobreza, tampoco concretamente las condiciones materiales de
existencia, pues el público al que va dirigido este texto, las conoce en demasía.

Tanto el elenco de técnicos entrevistado como el de adolescentes, han dejado entrever algunos
aspectos que es interesante rescatar a modo de delinear escenarios. Ya hemos dicho que se trata de
jóvenes que apenas tiene primaria terminada y uno o dos años de Ciclo Básico sin culminar, en el
mejor de los casos.

Sus trabajos en la mayoría de los casos no son permanentes, son changas en la construcción –
incluido el arreglo de casas en el propio barrio y no en empresas de construcción – o se han
desempeñado por períodos como reponedores en supermercados, atendiendo pequeños negocios
barriales, cuidando galpones en empresas reconocidas, vendiendo ropa usada en ferias barriales
previamente recolectada en casas particulares, limpiando cunetas en sus barrios. Otros han
desarrollando experiencias laborales puntuales dentro de programas de trabajo protegido en
instituciones sociales con convenios con Mides, en fin, una gama de inserciones laborales muy
precarias, frágiles, sin reconocimiento ni calificación, con salarios magros.

Cuando tampoco se accede a esto, el tema se transforma en “Pasar el día”, ”Vivir el día a día”.
¿Cómo se hace cuando no se trabaja o se trabaja en las condiciones arriba señaladas? Los
adolescentes van a casa de familiares o vecinos a buscar una “ayuda” (entiéndase comida, muy
pocas veces dinero), para ellos y sus hijos.

El barrio o el grupo de pares tampoco ayuda. Al que trabaja cuando regresa al barrio le
espera el “Ché, vó, te largaron”. Es decir, es visto como alguien que no puede disfrutar o no
vive con libertad su adolescencia (Operador de Campo).

61
Si es una joven mamá, hasta su propia familia puede jugar negativamente en su trayectoria
estudiantil o laboral. Algunos educadores indican que es común que el bebé comience a perder peso
y la familia se lo recrimine a la joven madre, indicando que: “Tenés que hacerte cargo vos, para eso
sos la madre”. Si trata de estudiar aún es peor, porque en palabras de otro educador: “No está
produciendo, no trae dinero a la casa”.

La carencia más sentida por los jóvenes y también señalada por los técnicos es la de vivienda. La
mayoría vive con sus familias de origen, ya sea junto a su pareja o separados. Muy pocos tienen
“casas” independientes y las condiciones de tales viviendas son tan limitadas que tenemos prurito
de llamarlas “vivienda”. En general, los operadores y referentes nos informan que el domicilio en
general es matrilocal, faltando espacio y privacidad, además de no ser exactamente “viviendas” por
los motivos ya señalados. Como señala un técnico sobre la zona en la que trabaja:

Un rancho al lado de otro, uno encima de otro.(…) No tienen baños. ¡Cómo se naturaliza
que no tengan baños! Los adolescentes se acostumbran a vivir sin baño, la gente se
acostumbra…! (Operador de Campo)

Estamos describiendo la pobreza del Montevideo urbano, donde se asienta aquella población a la
que van dirigidos los diversos programas y políticas sociales que apuntan a la emergencia,
indigencia o los nuevos nombres que se imputen al pauperismo absoluto. Sin vivienda, casi sin
trabajo, sin estudio, “En tremenda soledad”, al decir de uno de los técnicos entrevistados, estos
adolescentes deciden, como veremos en el próximo capítulo, ser padres y madres. Y lo hacen en un
magma de mensajes contradictorios por parte de los técnicos, las políticas públicas, sus familias y
amigos. Incluso, de ellos mismas. Por tanto, estas notas también hablan de cómo se reproduce la
pobreza en nuestro país, desde una perspectiva de género y generación.

En este capítulo, ordenaremos la opinión de técnicos y adolescentes en base a los ejes que
articularon las entrevistas en profundidad. También en base a nuevas categorizaciones que
surgieron del material empírico y que permitieron enriquecer la categorización inicial de las
herramientas para la recolección del material empírico (Strasuss, Corbin, 2002).

62
Es necesaria otra observación, la perspectiva relacional de género que nortea este proyecto hace
que la paternidad y sus prácticas lleve necesariamente a analizar su contrapartida: la maternidad e
identidades femeninas que se desarrollan. Por lo tanto en algunos momentos se habla de paternidad,
en otros de maternidad y en otros de maternidad y paternidad en la adolescencia o el embarazo en
la adolescencia. A modo síntesis, ¿cómo discernir a veces lo que es de naturaleza relacional?

¿El embarazo en la adolescencia es o no un problema?

Y es un desamparo todo…

(Referente).

Retomamos en este ítem el texto elaborado a partir de Casa Luna que nos ha servido de disparador
para pensar en torno a este tema. Incluso el título del ítem juega con el del texto mencionado. En
general, el embarazo en la adolescencia ha sido analizado desde diversas disciplinas científicas y
técnicas que coinciden a grandes rasgos en abordarlo como un problema socio-sanitario. También
siempre ha sido visto con relación a la madre adolescente y recientemente se exploran aspectos
vinculados a la paternidad en la adolescencia.
En general el foco ha sido el embarazo adolescente en la pobreza, siendo asociado a problemas de
salud, sanitarios, emocionales, tanto en la gestación como en el parto. Como ya hemos visto se
asocia también al abandono de estudios, a trayectorias laborales fragmentadas y débiles, con parejas
no estables y con problemáticas como las adicciones y otras.
Esta perspectiva que construye en torno al embarazo en la adolescencia diversos nudos
problemáticos, y lo aborda con fatalismo, habilitó a que la intervención haya sido pensada desde la
prevención y desde el desarrollo de iniciativas que apuntan a generar actitudes responsables
respecto a la salud y la sexualidad en el mundo adolescente.
Como ya fuera dicho en el capítulo correspondiente, pensar la adolescencia como etapa
preparatoria a una adultez plena, hace que el embarazo a esa edad sea considerado precoz,

63
“anticipado”, en la medida que las mejores condiciones psico-físicas y sociales se asocian con la
edad adulta, edad de la madurez y plenitud no solamente física o biológica.
También este posicionamiento ha sido vinculado a temáticas tales como el crecimiento de la
población en los segmentos pobres, la prostitución, la ignorancia, conductas sexuales disipadas. En
fin, toda un elenco de situaciones que hacen del embarazo a edades tempranas, la exposición
fatídica de un conjunto de “males”, propios de los segmentos populares, en nuestras palabras,
siempre peligrosos o en peligro (Prada, Singh & Wulf, 1990; Flórez & Soto, 2006). Pero lo que nos
interesa destacar es que a partir de esta visión, aún arraigada, como veremos posteriormente, el
embarazo en la adolescencia es una síntesis de “riesgos” y “peligros” que no son propios de la
pobreza, pero que así lo hacen aparecer como tal síntesis. Esta embarazo, que podríamos
denominar embarazo síntoma, tiene también un profundo impacto en las identidades de los
adolescentes y jóvenes que lo viven, muy especialmente de las mujeres adolescentes (Cunnil, 2008,
Sevilla, 2008).
Este breve resumen se encuentra presente en la gama de respuestas obtenidas, que oscila entre
considerarlo un problema para los diferentes agentes involucrados o criticar de manera sustantiva
su construcción como problema. A continuación reproducimos algunas opiniones a modo de
ejemplo como forma de ordenar nuestra exposición.

1.- Es un problema para agentes específicos.

Es un problema para el niño, es un problemas para ellas también, porque es como un


vínculo extraño allí, un apego extraño. En general las madres con las que trabajamos
tienen como una apropiación de sus hijos y no importa mucho el hombre. (…) como que
los hijos son su propiedad (Operador de Campo)

Es un problema para el estado, para las instituciones (Operador de Campo)

No es un problema ni para la mamá ni para el papá. No sé, cuando hay otras urgencias
para sobrevivir…El embarazo es como….no es un problema (Referente).

64
2. No estamos frente a un problema.

Yo tengo una lógica diferente, por ejemplo, no sé por qué ponemos maternidad y
paternidad adolescente junto con violencia, porque ya de por sí estamos transmitiendo que
es una lógica de problema. Yo no tengo esa concepción. El 90% de los trabajadores del
Programa la tiene, yo no lo concibo como un problema La problemática no es que tengan un
hijo, la problemática son las condiciones de pobreza y de desamparo y de vulnerabilidad en
las cuales viven. No pasa por responsabilizar a los adolescentes ni que el embarazo impida
el proyecto educativo (Referente).

El problema no sería el embarazo, en un contexto de sustentabilidad el tema sería otro, y


hasta podría ser todo un proyecto, el problema es que surge en un caos de problemas. Si lo
pensamos desde la prevención entonces asumimos que es un problema, lo vemos como algo
patológico, porque uno previene lo que puede ser riesgoso o dañino, y me parece que eso
es perverso como sociedad, mirando solamente el embarazo, porque ¿si no se embaraza esa
adolescente, todo es maravilloso? …. y no lo es. Lo miramos como problema e
invisibilizamos otras vulneraciones, además focalizamos en la persona y no en el
contexto (Referente).

3.- ¿No es vivido como problema?

Algunas opiniones de los adolescentes no hacen sino ratificar las opiniones técnicas. Más que el
embarazo son las condiciones en que se desarrolla el mismo, y no sólo condiciones materiales las
que constituyen un problema, En este caso la referencia sí es a aspectos económicos:

Teníamos un año de novios, no lo esperábamos tampoco, fue un sorpresón! Cuando nos


enteremos por un test de embarazo nos sentamos a conversar los dos, encaramos a mi
suegra, a mi padre y mi madre. Les dijimos, nos dijeron que nos apoyaban en todo y
bueno, pintó, tuve que conseguir trabajo, me costó pero conseguí, y tá, empezamos una
vida de nosotros, comprando ropa al niño, tabamos ilusionados, nos imaginábamos ya
como iba a ser, si era nena ya teníamos nombre, si era varón ya teníamos un nombre.
Sabíamos que iba a ser una lucha larga, porque mirá que tener un hijo es bravo, uno dice
“Comprar aquello, comprar esto”, pero a veces uno no va a comprar y no puede y se

65
queda con las ganas de comprarlo, como todo, pero yo que sé… (Ricardo, 23 años, padre a
los 18 años).

En otros casos las dificultades para conciliar estudios, trabajo y paternidad/maternidad sí son vistas
como un problema a resolver. Además de poder mantener una vida adolescente a la que tiene
derecho.

Complicado el tema de que tá!, tuvimos que cortar los estudios, y eso, por mientras,
¿no? Ahora ya vamos a enganchar de vueltas con los estudios pero se nos complicó en el
momento, para ella con la panza y so…tá! Y a mí porque ya tengo que tener otra mentalidad,
no de ir a estudiar sino para conseguir un trabajo para poder hacerse una casita y eso, por lo
menos para dejarle algo pa ella. (refiere a la hija) … (…) Tá, por la macana que nos habíamos
mandado, porque quieras o no sos gurí, tenés 18 años y no podés salir ni a un baile ni nada
porque tenés que cuidar a la bebé y todo. Tenés otra responsabilidad. Hacer las cosas las
hacés, pero con otro límite, “Hasta tal hora, por el frío, hasta eso por la niña (Gustavo,
18 años, hija de tres meses)

En el planteo de Gustavo, “la complicación” expresa también la ausencia de políticas y programas


que respalden el ejercicio de una paternidad cercana. Del mismo modo expresa la mirada del mundo
adulto, donde salir a pasear la pareja sola, parecería ser mal visto, en la medida que aún viviendo
con sus suegros y manteniendo una muy buena relación con sus padres, no pueden realizar
actividades recreativas en la noche, como ir a bailar. El mundo adulto impone un “castigo”, pero
también el problema no es sólo la mirada del adulto, sino la impostura (Oviedo y García, 2011) del
mundo adulto y del político, que asocia la paternidad o maternidad en la adolescencia como
pasaje al mundo adulto, cuando son y siguen siendo solamente adolescentes. Pero esta impostura no
es maniquea, si bien acordamos con Oviedo y García (2011) pensamos que este tipo de
comprensión del tema (madre o padres adolescente sinónimo de adultez) es una verdadera aporía, es
una contradicción racional que no encuentra solución en sí misma, por ser paradójica por
naturaleza: no se puede ser adulto si se es adolescente, tan simple como ello. Hecha esta aclaración,
a partir de ahora imputaremos a impostura un significado político y cultural y a aporía otro
racional, ambos derivados del orden social. Esto a modo de ordenar el texto, pero aporía e
impostura se encuentran íntimamente ligados: una construcción intelectual se expresa en discursos y
posturas que no son “verdaderas” en torno a un tema. Y hablamos de imposturas y aporías que

66
provienen del mundo adulto y del orden social y que son asumidas, muchas veces, por los propios
adolescentes.

Retomando los discursos, la mirada de Carmen, pareja de Gustavo, es algo diferente:

Para mí está maravilloso, desde que tuve a XX me cambió la vida. Es una experiencia
nueva, no sé cómo explicarte, me cambió todo, todo. No sé cómo explicarte. (…) Algunas cosas,
porque mirá, yo ni salía, igual no cambió tanto, yo estudiaba, tá! Dejé de estudiar. Para mí me
cambió la vida totalmente, ahora es una cosa nueva (… ya hacemos la casa y todo, más o menos
fue complicado un poquito, de a poco vamos haciendo algo (…) Sabíamos que iba a ser
complicado, porque traer un hijo al mundo no es fácil pero tá!, ahora de a poquito
estamos haciendo nuestras cosas, nuestra propia casa (Carmen, 16 años, hija de tres
meses).

Carmen enumera algunas de las “cosas” que han cambiado, pero su balance es positivo. No
problematiza su dominio doméstico por excelencia, la numerosa familia con la que conviven
(padres, hermanos, tío). Asume su maternidad, como la quintaesencia de lo femenino. Ambos
coinciden que ser padres en la adolescencia “se complica”, “es complicado”, pero no le otorgan un
estatuto de problema sin solución. Cosas que se dejan, cosas que se logran, dentro de un horizonte
de expectativas que parecería ser limitado. Posteriormente profundizaremos esto, pero nos
encontramos frente a una segunda impostura política y una segunda aporía racional: tener un hijo
es la quintaesencia del ser femenino, así como del masculino. No se trata de “culpabilizar” a estos
adolescentes, sino de observar cómo la experiencia de construirse como hombre o mujer se
encuentra moldeada por el orden social del cual se trate y en base a ello la identidad de género se
construye y defiende. No existirían espacios para pensar desde otra perspectiva que permita
visualizar la impostura política y la aporía racional, que obviamente van de la mano. Nos
detendremos más adelante en ello.

En general, esta es la posición de los entrevistados, excepto cuando el hijo es considerado un


“accidente”. Esto es así entendido cuando el hijo es concebido en una relación a la que el varón no
considera de “amor” o “afecto”, o sea, “noviazgo”. Predomina en estos adolescentes una ética
sexual donde se separan con claridad las situaciones de amor, con adolescentes que así lo merecen,
de aquellas que son tan solo “aventuras”, con chicas no “merecedoras”. Toda una ética asociada a

67
un masculinidad hegemónica, donde prima la “moral” del dominio (Gilligan, 1985). Sobre este
aspecto profundizaremos en el próximo capítulo.

Sólo un adolescente, Joaquín, que fue papá a los dieciséis años, organiza su discurso dentro de una
lógica que se asimila a las diferencias de clase, a partir de diversas expectativas y posibilidades. Es
interesante su planteo. Reproducimos parte del diálogo con el entrevistador.

J: Lo que yo veo que la mayoría de la gente que tiene hijos en la adolescencia fue
gente que estuvo en la calle o gente pobre, los que están mal económicamente. Yo mismo
conozco gurises que tuvieron hijos a los quince años y todos estuvieron en la calle o estuvieron en
INAU o fueron gurises pobres que los padres no los ayudaron y todo eso. Es que para
nosotros todo es más loco, más así, porque vos te juntás, como que buscás el afecto en otra
persona, por ejemplo, te juntás con tu novia, y buscás el afecto de ella y no importa que quede
embarazada. Te vas a vivir juntos y a los dos o tres meses está embarazada. Más allá que
tiene consecuencias eso, en un niño y todo y como que no te importa y sos adolescente
también en la cabeza no te… no sos un adulto! (…) Claro, buscas una familia, ponele yo nunca
tuve una familia y ahí busqué una familia. En cambio, ustedes planifican más: “Que estudie,
que vaya a la Universidad, que trabaje, que luego se case”, tienen más proyectos,
planifican más, piensan más las cosas.

E. ¿Quiénes son ustedes y nosotros?

J: Ustedes que tienen plata o estudios y nosotros que no tenemos nada (sonríe
ampliamente)

Joaquín hace referencia no solamente a aspectos materiales, sino a la capacidad de proyección en la


vida, a recursos simbólicos, culturales, sociales, familiares. Y la vida le ha enseñado la simple y
para él, “naturalizada” división de las personas entre ustedes y nosotros, los que tienen y los que no.
Joaquín es el único entrevistado que parecería problematizar ciertas aseveraciones consideradas ya
dadas y que expresa ciertas formas de desconstrucción de emblemas políticos y culturales sobre el
tema (imposturas) y sus formas de explicación racional que nada explican (aporía)

A modo de resumen, no podemos desconocer que es muy diferente el embarazo en la adolescencia


al que transcurre en la vida adulta, por las propias características de la adolescencia ya vistas en el

68
capítulo anterior que obviamente acarrean ciertas particularidades (Parrini, 1999). Como dicen
Joaquín: ¡No sos un adulto! Lo que no significa que el embarazo en la adolescencia sea per se un
problema. Pero las opiniones de los técnicos ordenadas en el primer ítem señalan desde dónde
se lo construye como problema:

1.- desde una perspectiva psicológica, preocupada por la situación de la mujer y del niño, a partir de
la construcción de vínculos simbióticos, tema que no es dejado de lado por ningún técnico y que
también se desprende de las entrevistas a adolescentes. Esta mirada debe ser tenida en cuenta,
aunque cabe preguntarse si el problema es el embarazo o el vínculo posterior. O si al embarazo en
la adolescencia le corresponde siempre ese tipo de vínculo. Pero la respuesta instiga a pensar este
asunto, tanto teórica como operativamente.

2.-el problema es para el Estado o para las políticas públicas que subrayan la prevención pero
solamente en términos de decisiones reproductivas, por tanto, desde esta perspectiva cada embarazo
adolescente es considerado como un “fracaso” de las supuestas políticas preventivas (Corbo, Güida,
2010). No sería vivido como problema por los adolescentes involucrados, incluso ni por sus
familias o grupos de pares. El embarazo en la adolescencia sería un problema construido política y
técnicamente en clave de prevención y decisiones reproductivas. Pero vivido antropológicamente
en una primera instancia sin tensiones en torno al propio embarazo.

Respecto a esto último cabe una apreciación de importancia, de acuerdo a nuestra opinión. Estamos
convencidos que Trabajo Social y otras profesiones que operan sobre lo social, intervienen en el
centro de lo que Heller (1985) considera historia (y no Historia). Es decir, en los procesos
cotidianos de producir y reproducir la vida, de determinada manera. Es decir, intervenimos en la
historia, donde el sujeto es productor y producido.

Si las profesiones asistenciales “intervienen” en la historia, sus objetos son objetos tanto históricos
y políticos como culturales, no entendiendo la cultura como la cultura de un grupo específico, en
este caso, los pobres.

Por tanto, no estamos de acuerdo en señalar al embarazo en la adolescencia como problema objeto
de intervención. Ordenamos nuestro pensamiento. En primer lugar porque en general se
interviene sobre el embarazo en la adolescencia en la pobreza. Si el embarazo en la adolescencia
fuera el problema las políticas públicas lo atenderían en toda la estructura social. Obviamente

69
existen avances en torno a los derechos de niños, niñas y adolescentes así como a sus derechos y
salud reproductiva.

En segundo lugar, si los objetos de intervención son históricos y políticos, construidos a partir de
una agenda política, es correcto lo que dice el operador: es un problema para el Estado. Pero es
incorrecto indicar que el problema lo sea el embarazo en la adolescencia: el problema lo son
ciertas características asumidas por la reproducción socio-demográfica de la sociedad uruguaya: su
reproducción en los sectores pobres, más allá de alteraciones (baja de la fecundidad adolescente
como ya fuera dicho).

Lo que queremos indicar es que el problema - objeto de intervención, concreto, en todas sus
dimensiones (económicas, políticas, culturales, psicológicas, etc.) lo es la forma de reproducción
que asume la sociedad uruguaya. Una de sus construcciones como problema político es, justamente,
el embarazo adolescente como problema pero muy especialmente en sectores populares.
Intervenir en el embarazo en la adolescencia y en la pobreza, es intervenir entonces en tendencias
socio-demográficas y no sólo en sus expresiones concretas y particulares. Es intervenir, además, en
las “clases peligrosas”.

Esta dimensión política del tema no aparece como relevante en las entrevistas realizadas, aunque
podría estar sustentando el segundo tipo de respuestas. Pensamos que desde tales pautas de
reproducción emerge la concepción del embarazo en la adolescencia – pobre como problema. Esto
es lo reforzado por los referentes que opinan: el embarazo no es el problema sino las condiciones de
vida, como ya se ha visto. En esta línea, Stern ya en 1997 indicaba que el embarazo en la
adolescencia se tornaba en problema no por el embarazo en sí, sino por la invariabilidad de la
pobreza y la falta de oportunidades para todas las mujeres.

La literatura consultada revela que si bien es a partir del discurso médico, muy especialmente, que
se ha construido el embarazo adolescente de los sectores populares como un problema, también este
discurso le asocia otros factores no médicos que conforman toda una construcción ideológica de
rasgos negativos, atribuidos al embarazo en la adolescencia como también a los adolescentes que
lo llevan adelante. De tal manera que “embarazo adolescente” pasa a ser un constructo casi
ontológico de las adolescentes pobres e indigentes.

70
El embarazo precoz no planeado se considera una falta, un hecho contrario al
progreso, incompatible con los ideales de éxito dominantes, un acontecimiento que
cambia negativamente la vida, coarta la autonomía y limita la realización de las
mujeres jóvenes (Oviedo y García, 2011: 932).

Lo que nos parece interesante destacar al respecto es que lo real (en este caso, pautas de
reproducción de la sociedad uruguaya) ha tenido una construcción política como problema que se
expresa, por ejemplo, en el embarazo en la adolescencia y en la pobreza. Si tal representación del
problema, coincidiera con lo real, no existiría “discursos” en competencia, pero existen
importantes disonancias: los adolescentes no lo viven como problema, sus familias en general
tampoco, algunos técnicos debaten en torno a ello. Debemos reconocer que existen diversas
formas o lógicas de representación sobre cualquier fenómeno (Haking, 1996). En el tema que nos
incumbe basta releer las diversas opiniones de los técnicos. Lo importante es producir otras
representaciones (otras reproducciones teóricas) del embarazo en la adolescencia y en la pobreza,
que no lo enclave como un problema individual (esta pareja, esta adolescente, esta familia) o de
ciertos segmentos poblaciones (pobres, populares, barriales, como ya sabemos hiper-
estigmatizados).

Por lo pronto, en estas primeras líneas proponemos la necesidad de superar la estigmatización del
embarazo vivido por adolescentes. Para ello, aunque pueda parecer menor, es necesario
desadjetivar el embarazo como “adolescente” (etapa que es asociadas a carencias que se trasladan al
sustantivo embarazo) y biografizarlo, señalando que es una embarazo vivido en situación de
adolescencia o en la adolescencia (Parrini, 1999). No es un mero juego de palabras y no es simple
detalle, se trata de analizarlo y construirlo desde otra perspectiva que alimente nuevas formas de
intervenir sobre lo real.

Oviedo y García (2011:932) indican que la construcción como problema del embarazo en la
adolescencia sintetiza toda una serie de negaciones.

Esta visión del asunto desconoce que: a) el embarazo se asocia a factores culturales
que inciden en la construcción de la subjetividad femenina y, en consecuencia, lo
promueven; b) la preñez en sí misma, no genera consecuencias negativas, y, si aparecen,
éstas son el resultado de la pobreza, la inequidad y factores culturales; c) la gestación precoz
no sólo se explica cómo manifestación de problemas individuales relacionados con la

71
desestructuración y la crisis de la familia; d) es necesario un tejido social, conformado
por las familias, las organizaciones, y el Estado, capaz de contener a las madres y a sus
hijas e hijos. Por tanto, en la visión del embarazo como problema social, se evidencia la
precariedad de la sociedad para garantizar que la gestación, en este momento de la
vida o en otros, sea deseada y soportada por redes afectivas y de servicios estables.

Algunas nuevas formas de representar el embarazo adolescente ya no como problema fueron


delineadas por algunos de los entrevistados. Hemos recogido opiniones que avanzan al respecto.

Desde la psicología perinatal tenemos que reconocer que el embarazo y el puerperio,


para la mujer como para el hombre, son momentos de modificaciones, de cambios, es como un
periodo fermental a nivel psíquico, para construir cosas novedosas, como para construir una
historia novedosa, es una oportunidad.. Pero en la adolescencia no solo es oportunidad,
necesita acompañamiento (Referente).

Yo no sé si catalogarlo como problema. Capaz que es por deformación profesional, pero


cuando hay algo que emerge, ¿qué desnuda?, ¿qué muestra? ¿qué denuncia? Eso
implícito sería el o los problemas, pero no el embarazo en la adolescencia (Referente).

Lo cierto es que a lo largo de estos últimos párrafos hemos identificados una serie de aporías
respecto al embarazo en la adolescente: 1.- es construido intelectualmente como problema, desde
diversas perspectivas; 2.- se asocia a diversas “patologías” y problemáticas de diversa índole. Es
síntoma de ellas; 3.- la intervención política por excelencia es la prevención entendida como
incidencia en las decisiones personales de los adolescentes y jóvenes; 4.- es un problema casi ajeno
a las pautas de reproducción de la sociedad uruguaya: es un problema de “pobres”.

Esta forma de comprender el tema es paradójica porque muchas no es un problema para los
jóvenes; porque muchas veces los hijos son deseados y porque ni el embarazo es síntoma de
“patologías varias”. Este forma de pensarlo, provoca una razonamiento circular, que se alimenta en
sí mismo, en lo fenoménico (las jóvenes pobres se embarazan más y tienen muchos problemas) y la
forma de prevenirlo es que usen métodos.

72
Nos preguntamos qué explican estas aporías basadas en la casuística y en un pensamiento clínico e
higienista. ¿Qué explica el binomio madre/ hijo y cuánto moraliza? No obstante cabe destacar que
tal tipo de razonamiento poco a poco se ve superado ante el avance de los derechos de niños, niñas
y adolescentes, pero que aún pervive y se reproduce en lo político, en los dispositivos
institucionales y en las propias intervenciones técnicas.

Estas imposturas construidas política y culturalmente a lo largo del tiempo, desde el Modelo del 34
en nuestro país, parecería que aún mantienen su presencia y derivan de una forma de pensar el tema
que lleva a un callejón sin salida (o cuya salida ya la sabemos: nos lleva a los barrios más pobres de
Montevideo). Se pueden resumir tales imposturas, de acuerdo a Oviedo y García (2011) de la
siguiente manera: 1.- el embarazo en la adolescencia implica falta de información y uso de métodos
anticonceptivos; 2.- las políticas sociales que apuntan a este tema “demuestran” que la
responsabilidad última es de los adolescentes; 3.- El embarazo en la adolescencia constata un
contingente poblacional “atrasado”, que parecería no hijo de la modernidad; 4.- el embarazo en la
adolescencia implica asumir un estatuto adulto.

Creemos necesario, como ya se dijo, construir nuevas formas de representar el problema


necesariamente lo que derivará en nuevas formas de intervenir en él (Hacking, 1996). Formas de
representar e intervenir que hagan énfasis en las posibilidades de la experiencia humana, por
mínimas que sean, más allá de una lógica binaria del evitar o no “el problema”. Son necesarias
nuevas perspectivas, que permitan comprender el problema desde otra lógica y socavar aporías e
imposturas. A modo de ejemplo, el enfoque de Derechos es un interesante inicio de una nueva
problematización.

¿Hijos deseados? ¿Hijos accidentes?

No estábamos buscando, “Si venía, venía”.

Si eso no es una búsqueda… (sonrisas)

(Referente)

73
En general los técnicos son unánimes en señalar que, en general, las parejas adolescentes pobre,
han deseado de alguna manera el embarazo, lo han buscado o, en otras palabras, lo han dejado
acontecer. Nos lo dicen de diversa forma:

El accidente es mentira. La gran mayoría de las situaciones que trabajo son chiquilinas
que buscaron y chiquilines también que buscaron tener un hijo. No es una cuestión de que cae,
sino que es buscado. (Operador)

Muchas veces saben lo que va a pasar porque no se están cuidando, ninguno de los dos, o
puede pasar que ella diga que está tomando pastillas y no las está tomando, pero él sabe
también y tampoco tiene ninguna acción para prevenir el embarazo. De cualquier forma el
hombre es cómplice. (Operador)

Para mí todos los hijos de estas parejitas están en el cálculo de probabilidades,


quizás no están planificados como lo haríamos nosotros, pero sí deseados. (Operador)

Por tanto, toman de algún modo decisiones en tal dirección. No se trataría de una postura basada en
la desinformación sobre métodos anticonceptivos, al contrario.

Te puedo decir que todos y todas las adolescentes conocen los métodos. Hay
desinformación sobre la pastilla de la lactancia, que pierde efectividad si el nene
come, etc., pero métodos conocer y tienen acceso…así que... hay algo de planeado.
(Referente).

Algunos técnicos aportan elementos en torno a los límites de la decisión de embarazarse, que
deberían ser considerados a la hora de trabajar con adolescentes. Desde un punto de vista
psicológico se nos dice:

Quedan embarazadas o embarazados, no hay un proyecto, es el deseo puesto en acto. No


hay el Deseo, Pienso y Planifico…es la inmediatez (Operador)

Pero no están ajenas las dimensiones culturales o antropológicas.

¡Hay que sostener en algunos barrios que con 20 años no tenés un hijo, ¿eh?!, Hay que
remarla para explicar en tu entorno que no, que todavía no querés tener hijos! ¡Ser la distinta
tiene su costo! ¿O pretendemos que tengan nuestra lógica de clase media? (Referente)
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Lo cierto es que de los discursos de los adolescentes se desprende que las situaciones son variadas.
Además se encuentran diferencias entre la información que aporta uno u otro integrante de la pareja.
Nuevamente Gustavo, nos dice:

Ella tomaba pastillas y todo eso y yo me cuidaba con preservativos Hasta el día de hoy no
sé qué pasó, algo falló.

Mientras Carmen, su pareja, nos dice:

Sí, yo planifiqué el embarazo, fue … como explicarte… re-lindo. Nosotros ya habíamos


hablado, tá!... y quedé porque yo igual no tomaba pastillas, (Usábamos) preservativos.

En el marco de relaciones amorosas “estables”, en base a la ética sexista ya señalada, no se


considera que el hijo sea un “accidente” sino un “descuido”. Tomamos un ejemplo opuesto al
anterior: Jorge habla de su hijo “accidente” y el contexto en el cual fue concebido:

… porque yo la conocí a ella sólo para pasar algo, ¿entendés? Yo no sentía ese amor por
ella y a estar con un hijo con ella.

En otras parejas entrevistadas, también aparece la interrupción del uso de métodos anticonceptivos
por parte de la mujer. Fernanda, que tuvo a su hija primera a los 17 años, nos dice en un primer
momento

… fue cuando quedé embarazada de XX (su primer hija), nosotros sabíamos que no
usando… no cuidándonos íbamos…iba a quedar, fue como que podía quedar embarazada y fue
consentimiento de los dos, más bien buscado.

Para posteriormente comentar jocosamente:

Para mí los hijos no unen a la pareja….Ojo!! Lo hice con XX (su primera hija) (Risas)
Claro, lo hice con XX!!!

Joaquín, en su época de adolescente “infractor” nos comenta que vivía en un hotel en Ciudad Vieja.

… y XX (su pareja) iba para allí y se quedaba y empezamos a salir y quedó


embarazada y empezamos a construir una familia, tá!

Braulio que tuvo a su hija con 18 años también comenta:

75
Yo quería ser padre… no era tan joven, no!

Por tanto, volvemos a reiterar, que debe pensarse el embarazo en la adolescencia desde otra óptica,
no como accidente o como “error” o “descuido”.

Las decisiones posteriores.

Vale la pena una breve mención a esta temática. Dada la legislación vigente, el diálogo en torno a la
Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) parecería que se ha instalado con cierta visibilidad en
la cotidianeidad del mundo adolescente, una vez conocido el embarazo.

Es censurado fuertemente, tanto por las parejas adolescentes, sus familias y su entorno. También
es cierto que los técnicos de diversas especialidades no facilitan la toma de decisiones al respecto ni
alimentan una postura basada en derechos al respecto.

Después está el tema de la IVE y no entra, tenemos que tener un cambio cultural. Si
será una sociedad hipócrita que criticamos a las madres adolescentes y luego idealizamos la
maternidad. Es impensable que una madre se vaya, pero sí que el padre lo haga. Es vivido
con mucha culpa, con mucha angustia. Se censura mucho el aborto, los adolescentes, las familias,
el barrio. (Referentes)

Para muchos adolescentes no está claro que el aborto sea legal. (Operadores)

Te dicen cosas tan dramáticas: “¿Yo? ¿Matar a mi hijo?”; “Un hijo mío, no”. Tanto las
madres como los padres. (Operadores)

- Tenemos que ver culturalmente, capaz que nos tenemos que detener un poco más y ver
la posibilidad de decidir no proseguir con ese embarazo, no habilitamos esa
posibilidad de decir: “Yo no puedo cuidar, no quiero cuidar”

76
- La condena no está solo en el contexto social, del barrio, la condena es de los propios
técnicos que no aceptamos a veces que una chiquilina venga y nos diga (Diálogo entre
Referentes)

En las entrevistas realizadas a adolescentes existen diferentes posturas, desde el rotundo

Yo no estoy a favor del aborto. (Expresión radical) (Braulio)

… y yo no estaba ni ahí, porque yo había visto un video de cómo se hace


un aborto, que el niño siente, no sé si vos viste un video de cómo se rompe
adentro y el niño como que se esconde y aunque vos no creas, por eso yo no hice esa
cosa. (Joaquín)

Hasta los matices siguientes:

… no era de malo o de que no quisiera tenerlo ni porque nada, yo le planteé a ella que si
quería… o sea… no tenerlo …(pausa) ....pero no quiso… y yo, o sea, en sí, en sí, en sí no quería
ser padre ahora. (Jorge)

El mandato de la maternidad y el cuidado es sumamente profundo para las adolescentes, pero


también lo es la paternidad en la mayoría de los casos. De tal manera que también la adopción no
es bien vista. Todos los agentes involucrados, desde la madre o el padre adolescente hasta los
técnicos, tiene resistencia a romper el fuerte binomio madre – hijo. Algunos técnicos lo explican de
la siguiente forma.

Nos pasó en una situación supercompleja. La educadora no podía tolerar que la


joven diera en adopción a su hijo. No lo podía tolerar! Pero ella no era solo la educadora
en ese momento, era la representación del gran porcentaje de la sociedad al que le resulta
intolerable (Referente).

Las adolescentes asumen el mandato de la maternidad y el cuidado, asumen estereotipos de género,


reforzado todo ello por su entorno social, familiar y afectivo. Mientras tanto se naturaliza

77
absolutamente que el varón tenga una actitud de huída o que se deslinde de responsabilidades
mayores respecto a su hijo. La moral de cuidado, al decir de Gilligan (1985) se asume sin más por
parte de las adolescentes y desde el universo adulto y también del masculino.

Ninguno de los entrevistados, hombre o mujer, ha defendido la IVE. Plantean que al comienzo lo
pensaron u otros entrevistados indican que la responsabilidad en torno a ello es de la mujer, como
fue adelantado y veremos en el capítulo posterior en experiencias concretas. El énfasis al responder
que no pensaron o no decidieron una IVE es sumamente marcado. Parecería que la pregunta
ofendiera.

Una sola pareja de las entrevistadas recurrió a la IVE. La entrevista realizada impacta por la
culpabilidad que acarrea la IVE. La vivencia de la IVE se presenta como muy difícil de soportar
especialmente para la mujer. Esta entrevista también nos habla de la necesidad de un
acompañamiento posterior a la IVE, para generar un espacio donde los sentimientos encontrados
puedan ser elaborados sin culpa.

En primer lugar cabe acotar que Fernanda y su compañero, en su primer embarazo habían decidido
recurrir a la IVE, cuando aún no existía como figura legal. Pero el ver a su bebé en la primera
ecografía hizo que desistieran de la decisión. Nos dice que fue “Un click”. Pero luego nos narra.

Entre el embarazo de XX (su primera hija) y el de XY y XY´ (sus hijos varones mellizos
pequeñitos) yo hice un aborto. Cuando se hizo legal, me hice ese aborto de tres meses. En ese
momento RR (su pareja) pasó muy mal porque se sintió culpable, en realidad fue la decisión de
los dos, porque bueno, estábamos viviendo en casa de su abuela, en una habitación de 2x2, no
teníamos baño, teníamos que ir al baño de la casa de la abuela. Entonces un embarazo en
ese momento… no planeado, fue un día y quedé, entonces, claro, fueron muchas cosas. Entonces
yo agarré y dije “Ya que ahora es legal, está todo más cuidado, vamos a hacerlo”. Y fue
todo tan rápido (…) Además yo soy RH- , tengo que tener una vacuna que cuando haces un
aborto igual te la tenés que dar y no me la dieron. Agarré anemia, estuve dos semanas con un
sangrado bastante importante, haciendo reposos. RR (su pareja) se sentía culpable, se hechó
toda la culpa. (…) Para mi madre fue que lo perdí, para la familia de RR también, una mentira
piadosa. Solo nosotros dos sabemos.(…) Entonces es como un remordimiento que te queda:
“¿¡Por qué lo hiciste!?”. Ahora cuando nacieron los mellizos nosotros dijimos:
“Nos quisimos librar de uno, no quisimos tener ese bebé y Dios nos mandó dos a la

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vez. Entonces fue como que nos devolvió, la tristeza que nosotros teníamos, nos devolvió eso.
Nosotros lo sentimos así, como si XY y XY´ fueran como dos ángeles que cayeron así.

La cita, omite todo comentario descriptivo o teórico: sufrimiento, culpa, soledad, ocultamiento y
un error médico de acuerdo a lo que la joven nos cuenta. Incluso ciertos lapsus: “Nos devolvió la
tristeza.” Es importante observar como la pareja ocultó la situación a su familia, con la que
conviven en un espacio sumamente reducido. La estigmatización sobre la mujer o la pareja que
decide una IVE no tiene en cuenta este repertorio de sentimientos. Los dispositivos institucionales
en torno a la temática deberían también dar cuenta de los mismos y afinar ciertos procedimientos.
¿Es necesario que una madre o pareja que ha decido una IVE tenga que observar al feto en una
ecografía? ¿No existe una dosis de perversidad en todo ello? ¿Es una práctica habitual a nivel
público o también a nivel privado?

La necesidad de acompañamiento psico-social post IVE, especialmente en estas situaciones tan


precarias y solitarias, se impone como requisito en la intervención política y técnica. El material
empírico aporta estos sentimientos, o las dudas en torno a la IVE al analizarla como posible
decisión y las respuestas basadas en una moral sexual sexista, muchas veces. Acompañar a estas
jóvenes – y por qué no a todas las mujeres – luego de una IVE para elaborar sus sentimientos debe
ser una estrategia incluida en los servicios respectivos.

Desexualización del embarazo en la adolescencia.

Desde otra perspectiva, el embarazo adolescente nos solo continúa siendo medicalizado, sino
fuertemente generizado, estrictamente feminizado. Y la dupla madre e hijo se torna una dupla difícil
de separar psicológica y corporalmente. Este vínculo excesivamente “denso”, indiscriminado, es el
que la madre puede sostener y el que se defiende y mantiene institucionalmente.

Se crea como ese vínculo extraño allí, un apego extraño con la mamá, el hombre queda
afuera aunque esté presente. El hijo es una posesión, “Es mío” Ese discurso se siente y se ve.
Entonces, ¿cómo te metés con esa dupla? (Operador)

79
Es muy corporal este vínculo. Hasta que el niño camina porque ahí pasa a ser
independiente, como que cuando camina tiene autonomía para hacer lo que quiera
(Operador)

La maternidad es entendida así. Una chica nos dijo (hablan entre sí y refieren a la
situación concreta): ¿Qué trabajo puede dar un hijo? Si es solo darle mañas (Operador)

Todo ello en el contexto antes dicho: la extrema naturalización de la maternidad y del cuidado por
parte de la joven y la naturalización de la ausencia del padre. El reforzamiento de la moral del
cuidado (femenina) y la de la dominación (masculina) (Gilligan, 1985). Cabe destacar que en todas
las situaciones abordadas, la primera opción ha sido que el varón trabaje y la mujer “quede” en el
hogar realizando tareas de cuidado. Las tres únicas mujeres que trabajan remuneradamente,
comenzaron su trayectoria laboral luego de su primer embarazo y luego que el niño creciera lo
que consideraron suficiente (aproximadamente al año y medio o dos años de vida del niño)

Por ende, el embarazo adolescente, además de medicalizado y feminizado es profundamente


desexualizado. Si bien hace visible el ejercicio de la sexualidad coital de los adolescentes, una vez
anunciado e instalado, parecería que se desarticula de la sexualidad. Tampoco la sexualidad, en
general, es motivo de abordaje técnico o de diálogo. Son escasos los ejemplos que se aportan.
Algunos de ellos arrojan luz sobre la identidad femenina de estas madres adolescentes pobres,
parece que además de ser deseables, deben ser también de alguna manera decentes. Lo cual parece
paradójico frente a la representación simbólica de los adolescentes como sexualmente
desenfrenados y de las adolescentes como sexualmente “fáciles”.

En torno a preguntas sobre la pareja y la intimidad, muy pocos adolescentes respondieron la


pregunta, algunos rieron y otros no entendían qué otros significado podía tener el ejercicio de la
sexualidad. También la mayoría se mostró pudorosa y obviamente se respetó esa postura de
silencio, no respuesta, miradas asombradas. Algunas respuestas pueden destacarse: Un varón
habló del sexo como “cercanía” con su pareja; una de las jóvenes indicó que “tener una buena
intimidad es importante para mantener la pareja”. Otra comenzó a reírse mucho y respondió: ¡No
sé, te vienen ganas. El cuerpo te lo pide”. O sea, el sexo como comunicación, como componente
importante en la vida de una pareja y el sexo en versión gozosa y divertida, sin expresiones
simbólicas asociadas a su ejercicio. Sólo tres de los 19 jóvenes y adolescentes remiten a este tema.

80
Nos dice un operador:

Yo he escuchado gurisas que dicen que se están cuidando. Y dicen “No sé, se pone
preservativo”. Y yo les digo: “¿Cómo no sabes, no sentís, no mirás? La respuesta: ¡Ay, no,
como voy a mirar!! Tienen una moralina, hay un tabú con el cuerpo, con el cuerpo y la
relación sexual. (Operador)

Estos serían los “adolescentes desenfrenados” que diversos estigmas nos acercan. Nuestros
interlocutores adolescentes y los técnicos entrevistados aportan otra visión que creemos necesario
ingresar a futuras agendas académicas e interdisciplinarias.,

En tal contexto se deber abordar el embarazo en la adolescencia que en términos de decisiones,


resume cuatro, al decir de una referente: la decisión de tener sexo, la de no usar métodos
anticonceptivos, la de tener ese niño (no IVE) y la de quedarse con él (No adopción). Más allá de
los relativos márgenes de libertad que poseen los adolescentes para esta toma de decisiones, debe
tenerse en cuenta ello a la hora de entender teóricamente el fenómeno y de abordarlo
metodológica y técnicamente.

Como señala una referente:

Nuestro trabajo tiene un límite, la decisión es del otro. (Referente)

La instalación del embarazo en la vida cotidiana.

Desde el vamos ya se vé…

(Operador)

Desde su instalación, el embarazo en la adolescencia y en la pobreza, nos expresa sus ambigüedades


y como experiencia, los límites de lo ya establecido, material y culturalmente. Aceptado por las

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diversas generaciones que hacen al entorno familiar y al barrio donde los padres adolescentes viven,
con un gran peso simbólico, la experiencia del embarazo ya reproduce desde sus inicios las marcas
del patriarcado y marca, a su vez, los espacios otorgados a padres y madres.

Se toma todo naturalmente, No conozco ninguna madre que le haya dicho a sus hijos o
hijas: ¡¡Qué hiciste!! ¡Tan joven!! Todos lo felicitan: el barrio, la familia: ¡¡Ay!! ¡¡Un
Fulanito chiquito!! ¡Ahora sí a trabajar! (Referente).

A veces el padre es el último que se entera. Sabe el barrio, todo el mundo y después el
padre. A veces se enteran por los amigos, pero tampoco hacen acuso de recibo (Referente).

No hay mucho ritual para enterarse ni para el conocimiento del bebé. En general se
lo cuentan primero a sus madres. Hay niños que ya tiene meses y todavía no conocen al
padre y vive ahí, al lado de la madre. Lo van a conocer y ta! El padre va al hospital o va a la
casa de la adolescente, lo conoce y tá. Y cuando conocen al bebé, los que más o menos
asumen, es tipo: “Sí, este es mi hijo, tomá el par de championes y el equipito
(Operador).

Y así se instala también nuestro trabajo. No se trabaja en prevención. Se habla


mucho de sexualidad, de embarazo, de interrupción voluntaria del embarazo, pero no hay
un trabajo en profundidad. Y todo lo que hablas para prevenir…es como si nada. (Operador)

La respuesta más frecuente es “Mis padres nos dieron pa´delante” o expresiones similares. Excepto
en una situación, donde los dos adolescentes cursaban Ciclo Básico y Bachillerato algo avanzado,
los padres expresaron: “Qué bol…. los estudios, todo!! En tal situación y aún contando con el
apoyo de ambas familias, los jóvenes “marcharon” al trabajo y las chicas a su casa. Parecería que
no existe otra respuesta desde el mundo adulto más allá de repetir estereotipos.

Desde el embarazo es que la adolescente queda atada al espacio geográfico de su domicilio, en


tareas de cuidado, en la medida que el embarazo es vivido y problematizado bajo el signo de la
enfermedad o el riesgo.

Los varones siguen con su rutina cotidiana, pero las mujeres “tienen que cuidar el
embarazo”, se quedan en sus casas, yo digo que “están empollando”, cuando en realidad es un
estado de salud y son adolescentes. También por cuestiones culturales: Me tengo que comportar
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como adulto, cuando la idea es que sigas siendo adolescente. Mientras, la primera reacción del
varón es de huída. Es real, especialmente en varones muy jóvenes (Referente)

Aunque huya en un primer momento, o no sea habilitado, el padre será buscado muchas veces
cuando el niño crezca, cuando aquel vínculo simbiótico comience a adquirir otros rasgos.

El niño permanece con la madre hasta que es necesario el padre, hasta que la madre
puede amamantar y todo lo demás, no es buscado. . Como que la cuestión física marca todo.
Cuando el nene crece: A buscar al papá! Salimos todos corriendo (Operador)

Al principio las adolescentes no traen al padre como problema, pero cuando se enoja...Ahí
sí empieza el problema y salimos a buscar al padre, cuando el niño crece, cuando deja de ser
bebé, cuando no alcanzan ya las mañas (Operador)

83
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6. Sobre la invisibilidad del padre y de otras aporías e imposturas.

Con el padre te nace automáticamente:

¡ Andá a laburar!!

(Operador)

Y es tan fuerte el binomio madre – hijo…que…

(Referente)

Ya hemos indicado en capítulos precedentes, que la bibliografía analizada enfatiza que, en general,
el padre adolescente es un padre invisible más allá que es una tónica el que no asuman su propia
paternidad. El “muro de silencio” (Medrado, Lyra, 2015) construido en torno a la figura del padre,
puede observarse a lo largo de la historia de nuestro país. Lo podemos encontrar especialmente
en la construcción ideológica, sobre todo embarazo, del binomio madre – hijo, propia del
Modelo del 34.

Construcción de raigambre básicamente sanitaria y respetuosa de los estereotipo de género que


asocian fuertemente a la mujer con la maternidad.

Si realizamos un rápida aproximación genealógica sobre el tema, la medicalización del embarazo y


su feminización puede encontrarse plasmada en la Exposición de Motivos del Código del Niño del
1934 así como en los servicios que coloca a disposición de toda mujer - madre. Va de suyo que el
embarazo adolescente también fue medicalizado y feminizado, además de supuestamente
“protegido” y enclaustrado.

La permanencia de tal construcción ideológica es una de las razones que los técnicos asocian a la
invisibilidad del padre joven. Asociada a arraigados estereotipos de género hace que muchas veces
sea la propia adolescente la que pronuncie esa invisibilidad, sin que ello implique que quitamos
responsabilidad al joven progenitor como veremos a continuación.

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El binomio madre hijo es tan fuerte y el lugar del hombre tan cómodo que muchas
veces la mujer se apropia tanto de ese lugar que tampoco habilita al otro para que
ocupe ese lugar, para que lo comparte. (Referente)

No se entiende que una cosa es dejar la pareja amorosa y otra es no dejar la parental.
Para ellos (padres adolescentes) el vínculo es con la madre y listo. “Dejo de estar con mi
pareja y dejo de estar con mi hijo”. (Operador)

(respecto a las madres) …El hijo es mío, el espacio es mío, el técnico o la técnica
referente es mío o mía. (Al padre) lo tomaban como una invasión. (Mando medio)

Braulio comenta:

Bañarla la ayudo, o sea, la ayudo, lo que pasa es que ella (su pareja) es mucho: “Dejá que
lo hago yo” , “Dejá que lo hago yo” (risas) (…) O sea, conmigo no se queda (refiere a su hija)
se pone a llorar conmigo, pero no sé por qué.

Aunque, como ya dijimos, la iniciativa varonil no queda exenta de análisis:

Es la liviandad de la responsabilidad masculina frente al embarazo. Es decir, el


poco impacto que tiene en los varones. Muchas veces estando informado o enterado
que su pareja está embarazada es: “El problema es de ella, ¿no? (Técnico no Operador)

Juan, uno de los jóvenes entrevistados es un buen ejemplo de esta ética hegemónica machista. Nos
habla de su segunda pareja y segunda hija. Algo similar le expresó a su primera pareja cuando
quedó embarazada. Su experiencia la veremos en el capítulo próximo.

Y bueno, tá, después encontré otra pareja, empezamos a salir, empezamos a hablar,
estuvimos como un año y medio así, saliendo, y yo le hablé y le pregunté si estaba segura de tener
una hija, porque lo principal es que tiene que estar segura ella , la mujer, y tá, después ella
se puso segura y se dio como para que naciera mi otra hija. (Adolescente)

Esta invisibilidad del padre adolescente se reproduce a nivel de los sistemas de evaluación y
monitoreo, donde las experiencias de la paternidad y sus agentes no “aparecen”, generándose un

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círculo vicioso donde la casuística no alimenta al sistema, pero tampoco el sistema abre “espacios”
para la búsqueda inicial de información sobre estos procesos.

…algunas dificultades principalmente asociadas a lo que son indicadores que pueden dar
riesgo de cuidado parental, que puedan indicar la pérdida del cuidado parental de los niños
pueden decir algo (sobre el tema), pero… Primero: quienes son las que se acercan
más a los espacios son las madres, son las referentes del cuidado. Los padres son los que menos
participan y tienen menos contacto con los referentes del cuidado diario de los niños.
Respecto a padres jóvenes ahí tenemos como un vacío, no hay gran cantidad de información y
tenemos poca experiencia de trabajo con ellos (Técnico no operador).

Porque en realidad, como señala un agente político-burocrático:

El trabajo con los padres, las parentalidades tempranas en contextos de pobreza, si bien es
parte de la realidad de la población con la que trabajamos, es cierto que existe un
desconocimiento. (Director)

Desde otra perspectiva, cuando el adolescente asume su paternidad, de la manera que puede, lo hace
en primer lugar y básicamente, a partir de la figura del proveedor. Esta respuesta casi automática,
no sólo es actuada por los varones sino que es impulsada por técnicos, familiares y el propio barrio.
Es así que, una vez instalado el embarazo, el adolescente que asume de alguna manera su
paternidad, se lanza a la búsqueda de trabajo, si no lo tiene, como forma de alcanzar una de las
exigencias básicas de la identidad masculina. Los impactos de este Ser Proveedor son enunciados
de la siguiente manera:

Para mí una de las cosas que les pasa a los adolescentes varones cuando son padres es
… como una lanzada de catapulta al ámbito laboral, no? El mensaje es Vos necesitas producir.
La llevaste como quisiste ahora, pero a partir de ahora” y su responsabilidad deja de ser
ser papá, estar acompañando. Es como que Vas a ser padre y tenés que trabajar” Es lo que me
impacta más, que los gurises no se centran en el embarazo, no en ser papás, sino que se centran
en el “Yo ahora necesito trabajar” (Operador).
87
Como que si no logra ser proveedor en ese momento y no se posiciona, aparece la
desvinculación casi absoluta, o sea, “Ya fue” y ahí también fue el hijo. No sienten que
tiene derecho más allá de proveer (Referente)

Te derivan la pareja que están trabajando el lado del embarazo y no sé qué, pero
para que el papá trabaje. Ya viene como ese discurso, ¿no? La mirada ahí dirigida, el
varón que va a ser padre, viene el hijo, tiene que salir a trabajar (Operador).

Lo ven como algo natural, se tiene que encargar de eso, de trabajar, tiene que encarar.
(Técnico no operador)

Lo señalado por los técnicos también es unánime en las entrevistas realizadas. La identidad
masculina y el trabajo se refuerzan así como el rol de proveedor. Obviamente otros adolescentes
ya trabajaban antes de ser padres, no así las adolescentes: todas estudiaban, aunque las perspectivas
de egreso fueran distantes.

(refiere a padres y suegros) nos dijeron que nos apoyaban en todo pero tuve que
salir a trabajar, me costó pero conseguí. (Adolescente)

(refiere a cómo se siente más maduro y hombre a partir de ser padre)...porque tenía que ir
a laburar, sabía que tenía que ir a trabajar sí o sí y ahí te sentís más hombre. (Adolescente)

Cuando nos enteramos por un test de embarazo, nos sentamos a conversar (…) tuve que
salir a conseguir trabajo. (Adolescente)

El ser proveedor es analizado en toda su ambigüedad por los técnicos.

Con este corte de clase, el ser proveedor, acá es dramático, eso de proveer es dramático,
porque en este medio conseguir dinero pasa a ser una situación complicada. Ese padre

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sobrecargado… la contracara es la sobrecarga de ella, donde el mandato absoluto es lo
contrario, quedan absolutamente solas, estén en las condiciones que estén … solas
(Operador)

Eso tiene que ver con una cuestión cultural del hombre proveedor (…) tienen un
registro que no es biológico estrictamente, no pasa por lo corporal como en el cuerpo de
la mujer Lleva otro tiempo y muchas dices los tiempos son respetados en la asunción de la
maternidad de la mujer pero no son respetados en la asunción de la paternidad de los varones
(Referente).

Pero el proveer habilita al ejercicio de la paternidad, aunque sea en su mínima expresión:


ver a su hijo (…) Con esa función de proveedor se ganan el derecho de tener contacto con el
niño, ¿no? “Si no me da nada y no me trae nada…” como que lo económico está
estrictamente relacionado con la posibilidad de entrar en contacto con ese niño y alcanzar la
paternidad de alguna manera (Operador).

Las tres P indicadas por Gilmore (1990) que significaban: ser padre, proveedor y protector, síntesis
de la identidad masculina, parecería que se diluyen en estas situaciones. El adolescente apenas
puede proveer lo básico, tampoco se encuentre en condiciones de proteger. Y cuando decimos
proteger, también incluimos el cuidar. Los padres varones no desempeñan casi tareas de cuidado.
Juegan con sus hijos, y de acuerdo a lo observado de manera muy infantilizada, casi como iguales.
Parecería que el fecundar, el engendrar, el ser padres, es lo que afianza su masculinidad. Al
respecto, un operador nos dice, poniendo en duda la capacidad de proveer de los padres
adolescentes pobres:

Parecería que el ser hombre es fecundar…porque proveer…(Operador)

Lo que nos hablaría de otra “impostura”: ser padre adolescente no significa ser proveedor, por más
que se lo incite o estimule a ello. Se adulto, ser cuidadora, ser proveedor, ser responsable, una y
otras construcciones ideológicas en torno al embarazo adolescente que surgen a partir de
construcciones intelectuales que poseen contradicciones racionales que poco explican de la
problemática, por ser aporías justamente: la adolescencia no implica justamente todas estas

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cualidades y si lo hacen, hablan de una adolescencia cercenada. Tales aporías (elaboraciones
intelectuales) son acompañadas de expresiones político-culturales que son netamente imposturas: A
modo de ejemplo: “Si es madre o padre es responsable, asume su adultez y cumplirá los roles
inherentes a tal etapa (cuidadora, proveedor, educadora), pero paralelamente los tutelaremos”. O,
“Ahora es una mujer que merece respeto”.

Retornando al tema, no obstante, algunos operadores señalan buenas experiencias en torno a


paternidades asumidas por adolescentes.

Yo he visto algunos gurises varones tratando de alterar lo que es el tema de la paternidad


y acompañando en el proceso de embarazo. Por lo que he visto cuando realmente se logra un
acompañamiento en el proceso, la idea de esa paternidad es importante. Penosamente estos
gurises se ven a veces enfrentados al tema del proveedor: mucho acompañarla a la
ecografía, pero “Si no me traes un peso …” y eso es malo, porque el adolescente está tratando
de generar paternidad y culturalmente lo presionan porque su función no es
acompañarla a la ecografía.(Operador)

Al respecto, en el próximo capítulo veremos algunas experiencias en torno a la paternidad, con las
que tratamos de ejemplificar la diversidad de situaciones. Los registros biológico y cultural no
estarían ajenos a esto:

Hay todo un imaginario social y cultural, una educación en lo que tiene que ver con género
y con roles estereotipados de género, de lo que se espera de una mujer y de un varón. Hay un
registro corporal, la mujer en el embarazo inevitablemente registra el cambio en su vida, desde lo
biológico además. Al varón le cuesta más, tiene otros tiempos para asumir esa paternidad.
Siempre se dice que los adolescentes no asumen, pero son diferentes los registros. Tienen
otros tiempos (Referente)

Es un problema que el padre hoy esté cada vez más ausente y eso es cierto. Pero a la
vez creo que también no es algo que esté determinado, y que en ellos hay mucha capacidad.
Si uno los apoya y los incentiva un poquito, tiene esa capacidad de desarrollar cierta paternidad
bastante saludable con el niño (Operador)

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De lo anterior se desprende que no es ajena la necesidad apoyo y redes de sostén como sostienen
autores que ya han sido referenciados. Pero apoyo y sostén que respete los derechos de los
adolescentes. ¿Por qué lo decimos? Aparecen otras figuras en torno al embarazo en la
adolescencia. Aparecen otras figuras referentes del cuidado, que muchas veces anulan a los
adolescentes y sus iniciativas, muy especialmente a la adolescente. Este proceso de “seguimiento”
casi cuerpo a cuerpo sobre las prácticas que desarrollan las adolescentes, es un proceso que
podemos denominar como “maternidades tuteladas” y el término tutela habla de una postura
subordinada y no autónoma.

Y algo que sin duda marca, no es positivo o negativo, no lo sé, es que en los casos en que se
asume creo que hay una impronta del mundo adulto fuerte.(Referente)

Muchas veces se da esa competencia entre roles maternos, cuando se quedan en su


casa (la de la adolescente) .Entonces la adolescente no se anima a ejercer su rol materno,
porque no sabe como cualquier muchacha a su edad. Si tiene al lado alguien que le dice “Deja
que yo me encargo, que tengo experiencia…”. Es el mundo adulto sobre la adolescencia, los
adolescentes tienen que aprender, pero los adultos invaden. Muchas veces son las abuelas las
que no dejan que sus hijas cumplan su rol y eso queda invisibilizado en los informes técnicos
(Referente)

Fernanda, su pareja y sus tres hijos viven en casa de su madre, con el compañero de ella y sus dos
hermanos menores. Ella y su núcleo familiar, los cinco, viven en una habitación. El vínculo con su
mamá lo vive así:

…con mi madre me llevo bien y todo, o sea, tengo mis peleas. En todo quiere meterse.
No sé, por decirte, hoy se me ocurrió darla agua a los mellizos. Y mi madre va y me dice:
“¿Cómo le vas a dar agua a los cuatro meses si no te dejan darles de comer hasta los seis?!!
Sí, bárbaro, pero hace un calor!!.. (…) Yo lo pienso así, porque a mí con este calor no me
dan ganas de tomar leche caliente, entonces yo les herví agua con manzana y se la dí y
llegó (su madre) y me insultó toda!!

Estos aspectos serán retomados cuando analicemos los significados que adquiere el hijo en el
próximo capítulo. Pero queremos resaltar que ser padre o madre no sólo permitiría construir una
identidad masculina o femenina como la socialmente esperada, sino también que en muchos casos
“resuelve” situaciones y condiciones de vida que pueden ser consideradas como de extrema

91
vulnerabilidad. Por lo menos desde un punto de vista psico-social y afectivo. El hijo, muchas veces,
es más que un hijo.

La diversidad de situaciones.

Obviamente no existe un padrón homogéneo que regularice las experiencias de paternidad. Si bien,
en general el padre adolescente es un padre con dificultades para asumir la paternidad. Nos dicen:

Todo es muy variable, hay padres que no aparecen otros que aparecen de vez en
cuando la adolescente lo reclama Pero lo echa, lo vuelve a reclamar. Porque tiene que
ver con las características de la adolescencia me parece, de ser adolescente. A las mujeres les
cuesta mucho habilitar. Cuesta muchísimo (Operador)

Pero de los discursos técnicos se desprenden tres aspectos que aparecen como regulares y que
merecen nuestra atención. Obviamente los planteamos como líneas de indagación a partir del
material recolectado con nuestros informantes.

¿Filiación matrilineal?

Una de las primeras regularidades a señalar es la tendencia a registrar al niño como hijo de madre
soltera, es decir, dejar clara únicamente la filiación materna. Una lectura muy burda de esto
asociaría la maternidad adolescente sólo con el afán económico de acceder a ciertas prestaciones
sociales sin necesidad de trabajar. De tal manera, que la madre adolescente, parecería, además de
“ligera”, que no tiene otras habilidades ni otras disposiciones que ser madre.

No es lo que hemos encontrado en el material empírico analizado. Ni técnicos ni madres ni padres


indican o dejan expresar este tipo de interés, lo que vulgarmente se escucha como “No les gusta
trabajar. Tienen hijos para cobrar la Asignación”.

Parecería que tras esta filiación matrilineal se conjugan diversos factores, de índole material y
subjetiva. Ya hemos ahondado en la ausencia paterna o en la débil presencia de los padres
92
adolescentes. Pero llama la atención que aún siendo padres muy presentes, los hijos sean “anotados”
como hijos de la madre, debilitando así otro carácter de la identidad masculina: el tener progenie, la
filiación, el antiguo linaje.

No es novedad que el papel de la madre es reforzado política e institucionalmente. Así por ejemplo,
la mujer es la interlocutora válida para el Estado, en lo relativo a protección y prestaciones sociales.
Las tareas de cuidados asignadas socialmente y asumidas culturalmente implican también los
trámites correspondientes, cumplir con controles establecidos a la hora de acceder a ciertos
beneficios sociales. Tratándose de servicios (guarderías, por ejemplo) la situación permanece
incambiada. Ante la salud y educación pública, es la madre la cara visible del núcleo familiar y así
lo disponen también las políticas públicas que responsabilizan a la mujer a la hora de otorgar
prestaciones en dinero. Llama la atención que en las pocas situaciones en que la mujer trabaja, el
padre comparte este tipo de tareas.

Desde otra perspectiva, los adolescentes en general, cuando asumen su maternidad y paternidad de
manera conjunta, es decir, cuando lo hacen como pareja y deciden vivir como tal, viven en casa de
la adolescente. Parecería que la familia de la adolescente es un referente más claro, indicando así
una tendencia hacia la vivienda matrilocal.

Estos aspectos materiales de existencia responden también a ciertos sentimientos. Por ejemplo, la
particular vivencia que tienen los varones, en este caso adolescentes, sobre el significado que
asumen los beneficios sociales. Parecería que la Asignación Familiar, la Tarjeta Uruguay Social
certifican y definen su inhabilitación como proveedores.

Otra diferenciación de género. Para los beneficios sociales siempre va la mujer y se


presenta siempre como madre soltera, como jefa de familia, por más que esté el padre. Y yo
pregunto ¿Por qué mentís? Porque si él no está trabajando es como que no es de hombre
recibir la tarjeta del Mides (Operador)

Hay una cuestión en los varones, que te dicen en las entrevistas: “Ah, es un tema de
ella”. Cuando vas a ordenar la situación en tu cabeza: “A ver, vamos a ver las prestaciones”, la
políticas a las que acceden, ¿no? “Ah, no, eso es tema de ella” (Operador).

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La fragilidad de las relaciones afectivas en el mundo adolescente, las condiciones materiales de
existencia sumamente deterioradas, hacen que la filiación más clara a nivel afectivo y político-
institucional sea la de la madre. Este círculo vicioso hace que el padre no vea como una
responsabilidad el pago de una pensión alimenticia, en caso de que trabaje. Tampoco la madre, en
general, tiene problemas al respecto. Veremos situaciones que reflejan esto en el próximo capítulo.

Otra cosa que llama la atención muchas veces es que a veces, estando junta la pareja,
cuando nace el niño o la niña es reconocida por la madre y no por el padre. Cuando
preguntamos la respuesta es: “No, porque si el después se va yo no puedo cobrar la
Asignación, tengo que sacar la tenencia para cobrar la Asignación o la tarjeta del Mides, o
no sé qué.” Es como que el apellido es el de la madre (Operador)

La pensión alimenticia es vista como una dificultad, las madres consideran “No, yo no
lo quiero jorobar, no le quiero jorobar la vida”. Como que no es vista como un deber del padre.
(,..) o un derecho del niño. O esto que es el padre pero no sabe nada, eso también pasa. Sucede
esto de la posesión. “Ese hijo es mío y nadie más puede opinar porque yo lo estoy criando”
Este se siente y se ve. No es solamente lo que digo sino que lo actúo. Hay una tendencia de las
mujeres a decir “Yo puedo, yo puedo todo. Conmigo mi hijo va a tener todo, no le va a
faltar nada” (…) Podríamos indagar también cuánto habilitan estas mujeres a los hombres, lo
que no quiere decir que todos los hombres estén preocupados (Referente)

Hay un tema de prestaciones, la Asignación es doble si sos madre soltera, es un tema de


política. O esto de ponerle el apellido de la madre, al hijo para que “No me complique la
tarjeta del Mides o la Asignación o no sé qué” (Operador)

No piden retención judicial si el padre trabaja. No, yo pido nada, soy la madre
omnipotente. No se ve como un derecho del niño. Y está todo el tema “Yo la ayudo”,
“El ayuda”. El padre no tiene que ayudar, es su responsabilidad!!! (Operador)

La reproducción del lugar subordinado de la mujer, la maternidad marcada a fuego en su


subjetividad, el sentimiento de soledad que se acopla al afecto hacia su hijo pequeño, el padre
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desdibujado y responsabilizado, la necesidad de acceder a prestaciones más importantes,
reforzarían, entre otras cosa, esta madre omnipotente y este padre “despreocupado” por su prole y
su filiación. Una madre omnipresente y un padre que no protege. No es, más ni menos, que la
reproducción del orden de género existente.

No obstante, nuestros interlocutores, al vivir en pareja, la mayoría de ellos, comparten los gastos, y
lo que no viven en pareja, aportan en acuerdo con la madre de sus hijos: “Ella me dice: Dame tanto
y yo le doy. Además le compro pañales o lo que necesite”. En uno sólo de los casos que no vive en
pareja se ha iniciado el trámite para la correspondiente pensión, a iniciativa del propio padre. Lo
interesante es que del conjunto de adolescentes con los que dialogamos, todos los niños – excepto
un caso - han sido reconocidos por sus padres, aún teniendo en cuenta los niveles de pobreza y
algunas vidas institucionalizadas que caracterizan al grupo.

Esta diversidad de expresiones, aún en situaciones de alta desigualdad social, habla de la necesidad
de, como decíamos, “biografizar” el embarazo en la adolescencia, como forma de comprender sus
actuales configuraciones y pensar, así, nuevas formas políticas y técnicas de abordaje.

El parentesco “desordenado”.

En este ítem no nos referimos a la filiación materna estrictamente, sino al hecho que el embarazo
en la adolescencia, muchas veces, origina líneas de parentesco que adjetivamos como
desordenadas, que colocarían en una situación “complicada” la construcción de la identidad
infantil.

Hay veces que el padre no lo reconocer pero el niño va a la casa de los abuelos
paternos, y los abuelos le dan pañales o un ayuda y tienen vínculo. Todo eso transita por la
irregularidad, conoce a los abuelos pero no al padre, tiene vínculo con los abuelos pero no
con el padre (Operador)

Si entramos a ver esas paternidades, del propio hijo, de la pareja, de algunos hijos,
también quedan confusas esas paternidades y eso confunde a los niños. ¿Cómo se
construye identidad? ¿Quién es mi papá? (Operador)

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El problema es cuando la madre tiene luego otra pareja que asume la paternidad de
ese hijo. El padre se retira: “Me mira mal”; “Mi hijo lo reconoce a él.”, Él le hace todo”. Se
generan situaciones muy extrañas. El padre se retira en lugar de asumir o compartir el
cuidado (Operador)

En este sentido, los vaivenes diversos de las pareja parental, convivan o no, hace que los derechos
de niños y niñas se vean totalmente desdibujados, incluso los de estos padres adolescentes. Se
conforman triadas totalmente desamparadas, donde a la pareja parental se le exige el desempeño de
su paternidad o maternidad como si fueran adultos y a partir de modelos adultocéntricos. Mientras
el hijo pequeño tiene que construir a retazos su identidad entre, padre, abuelo, nuevo compañero de
la madre, abuelas muy presentes y aun jóvenes, parejas de sus padres biológico, etc.

Esa filiación matrilineal, por decirlo así, denuncia y expresa también cómo la paternidad se ha
transformado.

No es la sangre o el linaje lo que hace a un padre, como ocurría en épocas pre-


modernas y ya tampoco lo es el amor o el deseo hacia la madre, como sucedió en
la Modernidad. La paternidad contemporánea aparece como una opción subjetiva y
como una relación vivida. Los aspectos subjetivo y vinculares toman la delantera
y reafirman su importancia en un universo donde el proceso de individuación se
ha intensificado. El padre no es el espermatozoide y tampoco lo es el apellido.
Padre es quien ama, cuida y disfruta la relación con sus hijos. (Meler,2009: 276)

Sullerot (1993) incluso señala que el predominio de lo vincular hace que se desdibujen incluso los
lazos genéticos así como legales. Es así como, indica la autora, cuando el hijo es producto de
relaciones efímeras, cuando se reclama el reconocimiento del hijo para la construcción de su
identidad, muchos padres se sienten “estafados” o acorralados por parte de la mujer que reclama ese
derecho La autora indica que la aparición del derecho materno como soberano es algo que coloca
en una situación ambigua a los hombres.

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Pero ambas citas, las que refieren a Meler y a Sullerot, se vinculan a sectores sociales que
acompañan los procesos de transformación de la intimidad y las tendencias actuales de
individuación y reflexividad yoica. Refieren a sectores sociales medios o altos y con niveles
educativos completos. En los segmentos sociales que analizamos, parecería que las subjetividades
no se relacionan con los nuevos enclaves de la individualidad reflexiva de la una segunda
modernidad (Beck; Gidens; Lash, 1997)

Pero lo cierto es que la filiación por vía materna, la debilidad de los lazos paternales, el
reconocimiento estatal de la mujer en su papel maternal, se confabulan para establecer líneas de
parentesco como ya dijimos confusas, “desordenadas” y una filiación por vía materna acompañada
por la ausencia de una paternidad que no llega a instalarse como práctica. No estamos frente a un
derecho materno soberano, sino débil y subordinado aunque se exprese de manera omnipotente. La
filiación materna en la pobreza no desnuda nuevas formas de paternidad o derechos de la mujer
robustecidos. Por el contrario, desnuda la fragilidad de las relaciones entre hombres y mujeres,
especialmente adolescentes, y la sumisión de la adolescente mujer a la maternidad y al mundo
masculino.

Cabe acotar, por último, que cuando hablamos de “filiación materna” no nos referimos solamente a
aquellas situaciones en que los hijos están reconocidos sólo por su mamá. Sino también aquellas
otras en las que, aún reconocidos por sus padres, la figura de éste se desvanece de tal forma que el
vínculo más estrecho es con la figura materna.

Paternidad/Maternidad adolescente: Ocupar un espacio pre-determinado.

A lo largo de nuestra trayectoria en el anterior Consejo del Niño o Instituto Nacional del Menor –
INAME – fue muy común escuchar siempre que el tener un hijo en la adolescencia y en la pobreza
era una forma de “tener algo” cuando todo estaba negado. Escuchadas atentamente las entrevistas
realizadas, parecería que la maternidad y la paternidad ofrecen, además, otro status a estos
adolescentes y un lugar prefijado y determinado en el mundo adulto, a nivel familiar y comunitario.

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Más que un lugar donde anclar sus vidas, la maternidad y la paternidad permite ocupar un lugar
predeterminado, socialmente.

Los técnicos lo dicen de esta manera.

Yo creo que les da como otro lugar. Es muy común que cuando hablan con una técnica o
algo, lo primero que preguntan es ¿Vos tenés hijos? Como que “Bueno, si no tenés, callate”. Es
como que es más importante ser madre que ser mujer” (Operador)

Yo insisto que es la ocupación de un lugar que le da reconocimiento. Si yo no me


siento reconocido por otras habilidades o como persona, teniendo un hijo como que
me corro de un lugar – a veces de cuidado de sus familiares – y empiezo a tener otro (Operador).

Es otro el trato que reciben aunque luego las maltraten, les corten los estudios: “Ahora sos
madre”. Es como muy perverso a veces. Es un pasaje al mundo adulto, pero en eso: madre. En el
caso de los varones el lugar reconocido es el trabajo (Referente)

Respetando opiniones muy fundamentadas, creemos que en este aspectos también se identifican
aporías e imposturas.

Un espacio que puede ser reconocido: mujer –madre, pero que no otorga estrictamente status, en la
medida que esa madre adolescente muchas veces continua siendo controlada o su maternidad es
estrictamente tutelada. Por otro lado, este nuevo espacio implica un cambio jerárquico dentro del
núcleo familiar, dentro de las redes intergeneracionales, pero no una situación por ello menos
subordinada.

Parecería que más que rito de pasaje al mundo adulto, es un rito de consolidación de un ser
femenino signado por la maternidad. La maternidad otorga a las adolescentes la cristalización de un
ideal femenino compartido, basado en la maternidad. Más que de adulta, la adolescente ocupa el
lugar de madre, aunque se presente como discurso no verdadero el que ahora es reconocida como
adulta. Para Oviedo y García (2011) el discurso de pasar a ser adulta y autónoma es toda una
impostura del mundo adulto que marca la subjetividad femenina: ser mujer es ser madre.

En cambio, para los padres adolescentes, la adolescencia continúa medianamente su rutina y la


paternidad queda librada a su iniciativa. En aquellos casos de convivencia y de vínculos más

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estables, la figura paterna parecería ser más firme. Lo que se transforma en impostura para estos
varones padres y pobres son las bases de su identidad masculina pues como ya veremos, no pueden
–algunos no quieren – proteger ni proveer.

Respecto a esto, cuando el domicilio es matrilocal y conviven con las “abuelas”, la maternidad es
tutelada, como ya se dijo. La situación de los varones que viven en esta situación tiene un sesgo
diferente. No se trata de una paternidad tutelada, es que no son investidos como autoridad viril ni
habilitados afectivamente como autoridad dentro de la dinámica familiar. O sienten que tiene que
“Pedir permiso para abrir la heladera” como lo siente Brian, pareja de Fernanda, o son tratados
como “un hijo” más a educar y guiar, como en el caso de Gustavo, pareja de Carmen. Gustavo,
obviamente, no lo vive como problema, se siente “un hijo más”.

Como dijimos los hijos de estas parejas son, por lo menos, una alternativa, no son todos “errores”,
muchos son deseados y planificados. Pero todos poseen un significado particular para sus padres. Y
con ese significado particular y en el entramado de lazos de parentescos “desordenados” deberán
construir su identidad. Y en tal contexto sus padres, también adolescentes, deberán construir sus
vidas, afianzar su identidad como adolescentes que son. La tríada padre, madre e hijo, en estos
casos, tiene la delicada particularidad de reunir a niños o niñas y adolescentes, que poseen los
mismos derechos. Esta perspectiva es aún difícil de asumir, dentro de un conjunto de dispositivos
(médico, legal, educativo) que poco espacio y condescendencia tiene hacia estos chicos. Este es otro
problema que no debe ser eludido. En el próximo capítulo veremos este aspecto.

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7. Los significados de hijo. La subjetividad en palabras.

Ya habíamos mencionado que el embarazo en la adolescencia había sido históricamente


feminizado, medicalizado y desexualizado. Es decir, sexualidad adolescente y embarazo parecería
que corren por carriles diferentes. No estamos hablando de la necesaria separación entre búsqueda
del placer y reproducción. Hablamos que desde un punto de vista teórico, técnico y político, el
embarazo en la adolescencia se desvincula de cómo los adolescentes y jóvenes viven y piensan su
sexualidad. Y esto parecería ser así también luego del embarazo, porque ahora su condición es
“adultos”.

Estos aspectos han hecho que la paternidad adolescente haya sido definida por lo negativo, por lo
otro, diferente a la maternidad, ni siquiera complementarios. (Parrini, 1999) La paternidad
adolescente, por tanto, es difícil abordarla no solamente en su faz biológica (asociada al ejercicio de
ciertos derechos reproductivos y sexuales) sino también en su faz social (formas y ejercicio de la
paternidad). También abordarla en su faz ética no es fácil, si tenemos en cuenta la perspectiva
foucaultiana a partir de la cual, la vivencia de la sexualidad habilita la constitución de un yo
autónomo, libre y ético, para sí y para la pareja en cuestión.

El material empírico nos permite deducir que tanto para técnicos como para los propios
adolescentes, los discursos sobre sexualidad y reproducción se encuentran separados, sin relación,
excepto en aquellas situaciones en que el hijo es señalado como un “hijo accidente”, concebido a
partir de una vivencia de una sexualidad que domina a la mujer y paralelamente le permite al
hombre “alejarse” de lo potencialmente femenino Es decir, una vivencia de la sexualidad
masculina que refuerza que el hombre no es homosexual ni es mujer, como ya vimos en los
capítulos anteriores.

El contexto reproductivo adolescente, en la pobreza, parecería signado por algunas características


que nos interesa detallar. En primer lugar su disociación del ámbito matrimonial, tendencia que no
se asocia sólo a la pobreza, pero que en ella asume expresiones específicas como las ya analizadas
ut supra. Duby (1992:20) nos indicaba respecto al matrimonio que:

102
por la institución matrimonial, por las reglas que presiden las alianzas (...), las
sociedades humanas gobiernan su futuro, tratan de perpetuarse en el
mantenimiento de sus estructuras, en función de un sistema simbólico”; agrega que,
“los ritos de matrimonio son instituidos para asegurar dentro de un orden el reparto de
las mujeres entre los hombres, para reglamentar en torno a ellas la competición
masculina, para oficializar, para socializar la procreación.

Según el autor, el matrimonio instituye además, la paternidad y los ritos de la paternidad,


“designando quiénes son los padres, añaden otra filiación a la filiación materna, única evidente.
Distinguen uniones lícitas de las demás, dan a los hijos que nacen de ellas el estatuto de herederos,
es decir, le dan antepasados, un apellido, derechos” (Duby, 1992:20).

Los sentidos dados al padre moderno, asociado al matrimonio y a una pareja heterosexual con roles
claramente definidos han sido brevemente reseñados por Meler (2009a), quien los define a partir de
las representaciones colectivas sobre el padre y la función paterna, que habitan diversas teorías
psicoanalíticas así como elaboraciones mitológicas de diversas culturas.

En primer lugar, la autora hace mención al Padre Terrible, al padre de la Horda, que ejerce su poder
sobre las hembras de la misma, interceptando las posibilidades de los machos jóvenes. El Padre
Terrible hace apelo a la violencia sobre hembras, niños y jóvenes. Sólo matándolo es posible
compartir su poder e omnipotencia y sobrevivirlo. Este padre es el analizado por Freud en Tótem y
Tabú (1943). Es tal la necesidad de superar este Padre, su violencia y la usurpación por parte del
padre de todo lugar posible para los hijos, que surge la Norma, la Ley. Surge de un pacto entre los
hijos varones, que deciden no usurpar a las mujeres de su horda sino darlas como esposas a los
varones de otras, en una norma de dádiva o intercambio donde la dádiva siempre asume el género
femenino como dominado. Este pacto es un pacto viril, en el que las mujeres no participan y no
pactan, sólo asumen. Surgiría así el tabú del incesto, paralelo al tabú del parricidio, que denotan el
pasaje de un registro biológico a otro cultural. De esta manera y desde una perspectiva
psicoanalítica, el lazo social surgiría de la superación de toda postura narcisista.

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El Padre Legislador es aquel que, una vez superado el anterior, expresa y aplica la Norma que
permite el crecimiento de todos los hijos. Psicoanalíticamente, además de establecer el tabú del
incesto, protege al hijo de la voracidad incestuosa de la madre, a partir de un vínculo de excesiva
fusión. En palabras de Lacan (1970, 97): “el padre interviene efectivamente como privador de la
madre, en un doble sentido, en tanto priva al niño del objeto de su deseo y en tanto priva a la
madre del objeto fálico”.

Aún cuando este Padre Legislador, esposo de la Madre Moderna, aparece como necesario para el
crecimiento infantil, se diferenció el padre de la función paterna, o en palabras de Lacan, se
diferenció el padre del “nombre-del- padre”. El autor lo indica con claridad: “ Hablar de nombre-
del-padre no es de ningún modo lo mismo que invocar, como frecuentemente se hace, la
carencia paterna. Hoy se sabe que un Edipo puede muy bien constituirse aun cuando el padre no
está (1970: 47)

Sólo en una sociedad en la que ya se había plasmado una figura paterna distante es posible que
teóricamente pueda reproducirse intelectualmente este fenómeno. Es decir, Lacan reproduce
teóricamente una tendencia ya sentada en las sociedades modernas: una familia nuclear,
afectivamente dirigida por una madre –ama de casa y un padre más preocupado por su rol de
proveedor exitoso que de padre cercano, ausente casi todo el día por cuestiones laborales. Ya lo
describía Parsons junto a Bales (1955) y Lasch (1996) lo dejaba muy claramente sentado en su
crítica a las construcciones teórico-políticas de Parsons y sus seguidores.

Pero Padre Terrible y Padre Legislador no están automáticamente separados ni el Padre Legislador
es una superación absoluta del Terrible. Como bien nos señala Meler (2009a: 290):

La imagen de un padre que representa un mundo apolíneo, racional y de ese


modo transmite a sus hijos las leyes culturales, respecto de las cuales sus madres
parecerían estar al margen, encubre el hecho de que numerosas modalidades
paternales transportan en sí mismas un peligroso contrabando de omnipotencia. El
padre terrible asoma tras la imagen del padre justo y sabio y esta constatación
deberá hacernos reflexionar no sólo sobre la masculinidad social, sino sobre la
forma que han adquirido las instituciones vigentes creadas bajo el dominio
masculino.

104
En la actualidad, con la vivencia de nuevas formas de masculinidades, se hace presente el Padre
Cuidador. El padre presente, cariñoso, que día a día comparte las tareas de cuidado con la madre.
La autora de referencia analiza las transformaciones en el espacio público que ocupan las mujeres,
sus avances en torno a múltiples derechos y la diferente valoración que asume la maternidad,
cuando ha dejado de ser una única opción para la mujer.

En tal contexto, plantea que más que el “fagocitar” al hijo, el abandono sería el riesgo que implica
la figura materna que ya no es ama de casa solamente. Más allá de esta interpretación, destacamos
que la mujer parecería ser siempre acusada de abandónica o de simbiótica. Ante todos estos
cambios en la condición femenina, la coparticipación masculina en los cuidados, la presencia más
cercana y próxima del padre, pasa a ser un tema de agenda pública. Tanto Chodorow (1984); como
Rubin, (1975) así como Badinter (1993) lo plantean.

En tal sentido, la diferente ubicación de la madre en la “triada” freudiana, el papel más cercano que
se pide al padre y que algunos de ellos lo asumen, hacen que Benjamin (1997) indique la
importancia de las identificaciones cruzadas: niñas con padres; niños con madres. No es a la madre
fálica sino a la femenina a la que los hombres deben acudir a la hora de la identificación de ciertos
aspectos para asumirse como padres afectuosos y presentes. Así como las mujeres que trabajan
fuera de su casa debieron asumir ciertos aspectos de sus padres a la hora de organizar su vida extra-
doméstica o valorar su trabajo.

Estos aspectos brevemente referidos nos permiten analizar la propuesta de la autora como una
lectura evolutiva de la paternidad, que se expresa en dimensiones biológicas, psico-sociales y en
una ética de la sexualidad. Cuando hablamos de la expresión ética de la sexualidad, no significa
una valoración dicotómica entre malo o bueno, normal o anormal. Indicamos cómo la sexualidad
adquiere la forma del dominio de sí a partir del control del deseo sexual masculino vivido y
representado casi como incontrolable. Dominio que se ha logrado, como se desprende del texto de
Meler (2009a) y con claras referencias foucaultianas, ejerciendo la sexualidad dentro de los
parámetros del matrimonio y apostando a una ética que denominados como de conyugalidad.

Psico-socialmente, podríamos indicar que la autora nos habla de una paternidad que procesa un
movimiento evolutivo positivo. Sus “tipos ideales” así lo señalarían. La paternidad, en sus
expresiones psico-sociales evoluciona desde un padre todo-poderoso y violento a un otro

105
interdicto, que introduce la Norma y la Ley ante las carencias de una figura materna asociada
estrictamente a lo afectivo excesivo. Desde un padre proveedor, básicamente, y distante, hacia un
padre presente, afectivo, co-responsable, de cierta manera más femenino. Desde el ejercicio de una
racionalidad masculina, es decir, el ejercicio de “éticas” sexuadas. Al respecto Gilligan (1985)
señala que las mujeres desarrollan una moral basada en los cuidados mientras que los hombres
desarrollan otra basada en la dominación.

Desde un punto de vista biológico, la paternidad también evolucionaria en el pasaje de estos “tipos
–ideales”: desde una sexualidad que no “racionalizaba” la llegada de los hijos hacia una
reproducción planificada y decidida por ambos cónyuges de manera más equilibrada; desde un
derecho al placer sólo masculino hacia otro democratizado. La década de los 60 fue un parte agua
al respecto, en la medida que tales procesos se asocian materialmente con el surgimiento de la
píldora anticonceptiva. La separación placer/reproducción es la síntesis clara de profundos cambios
en las situaciones de vida de las mujeres. Desde otra perspectiva, de una paternidad indiscutida en la
medida que es establecida legalmente y en el marco de la institución matrimonial hacia una
paternidad que puede ser vaga, difusa ante el derecho materno absoluto, según expresión de la
autora.

Estos “tipos-ideales” construidos por Meler (2009a) corresponden de manera algo forzada
teóricamente, a una etapa pre-industrial, a otra industrial y moderna y por último, en palabras de la
autora, a una sociedad posmoderna. Es necesario realizar tal apreciación. Del mismo modo, no
debemos ocultar que se trata de una propuesta que observa básicamente las clases favorecidas y con
acceso a bienes y servicios. Denota también una suerte de asociación con países centrales,
básicamente de antecedentes y tradiciones judeo-cristianas o protestantes.

Podríamos decir que el contexto reproductivo adolescente analizado, difiere de tales lineamientos.
El matrimonio no se encuentra investido social ni políticamente y la sexualidad y la
maternidad/paternidad asumen otras expresiones, tanto biológicas, sociales como éticas. Alcanzar
pensar con lo que hemos denominado “parentescos desordenados”.

Nuestro interés es poder trasladar este marco analítico a las experiencias de la paternidad, vividas
por adolescentes pobres urbanos haciendo una composición de lugar o mapeando ciertos escenarios

106
en torno a las experiencias de la sexualidad entendida como la forma en que el ser humano
establece su experiencia con relación a ciertas normas y reconoce cierta obligación de
respetarlas (Foucault, 1986:27-28).

Los sentidos dados al hijo, que nos habla de cierta manera del sentido dado a la paternidad en las
tres dimensiones reseñadas ut supra, ha sido una de las categorías que guiaron la recolección del
material empírico, tanto a nivel de técnicos como de adolescentes. A ello se sumó la ética sexual
desarrollada por estos jóvenes, según el párrafo anterior. Como ya fue señalado en la Presentación,
las voces de técnicos y adolescentes, de padres y madres y la nuestra tratando de comprender, se
entrecruzan en estas líneas.

Los significados del hijo.

Los significados imputados al hijo son tantos y variados como adolescentes hay. Pero de acuerdo a
la opinión técnica recogida, podemos establecer algunos modelos, como los siguientes.

La paternidad o maternidad como acto reparador.

Muchas veces es una forma de reparar su propia historia, ¿no? Bueno, “Yo fui
abandonado, yo perdí el cuidado de mis padres de alguna forma. Pero yo no voy a
hacer lo mismo. Voy a tener un hijo y lo voy a cuidar”. Después lo que se pone en
juego cuando el hijo efectivamente está ahí, es otra historia. Pero muchas veces es lo que
mueve. (Operador)

Sullerot (1993) ha analizado los hijos de padres ricos y exitosos y llega a la conclusión que tales
hijos se han vinculado más con el “personaje” que con la “persona concreta”. Han idealizado a sus
padres teniéndolos como figuras distantes. La autora no hace mención a los sectores populares, pero
lo cierto es que muchas veces los adolescentes entrevistados hacen mención a un padre distante, un
padre ausente u otras diversas adjetivaciones. Lo que ambas situaciones indican es que, al decir de
la autora respecto a los hijos de padres exitosos, estos jóvenes llegan a su adolescencia y a su edad
adulta con “hambre de padre”. Este sentimiento lo han resuelto de la siguiente manera: ante la
imposibilidad de modificar la situación respecto a su padre, satisfacen esa necesidad tan sentida,
“por delegación”, es decir, siendo padres presentes con sus hijos (Sullerot, 1993).
107
Nuevamente otra frustración, otro “fracaso” en sus vidas, la delegación en general fracasa, por la
propia condición de adolescente y de adolescente sin recursos ni redes de contención fuertes. Por
otra parte ese enamoramiento primario de la paternidad y luego del hijo deja paso al descubrimiento
de otras necesidades y exigencias y al reconocimiento de no poder.

Seidler (1997) cuando refiere a los impactos subjetivos de la paternidad, nos indica que la
transmisión generacional que implica el-nombre-del-padre, permitiría a los padres elaborar sus
traumas infantiles y reparar de algún modo sus vínculos internos con sus propios padres. Pero una
actitud proactiva en la educación y formación de sus hijos, una presencia marcada conlleva también
el riesgo de la repetición, en otras palabras, no aseguran poder sanar retroactivamente los vínculos.

La paternidad o maternidad como habilidad.

Este significado es típicamente femenino. Las adolescentes, en general, han cuidado ya a familiares
y hermanos. Y perciben esa experiencia, como preparatoria a su propia maternidad. Es por ello que
el embarazo parecería ser la culminación de un sueño: cuidar a algo propio, no tanto tener algo sino
tener alguien a quien cuidar. Es decir, tener a alguien “suyo” con quien ejercitar lo que ha aprendido
desde pequeña o ha visto que las mujeres de su casa y barrio realizan. El hijo o la hija que tendrá,
también posee un significado que es otra impostura: parecería que resuelve dos faltas, la “de
alguien propio a quien cuidar” y la de no ser mujer, pues se es mujer cuando se es madre, de
acuerdo a lo que las adolescentes piensan, y no sólo las adolescentes. El hijo o la hija permite
encontrar una breve respuesta sobre sí misma y lo que se es. “Soy mamá”, anulándose otras
posibles interrogantes o alternativas (Oviedo y García, 2011; Kait, 2007).

En el caso de las adolescentes, fueron mujeres a cargo de la familia, de sus hermanitos,


entonces después les parece que eso es una capacidad, una habilidad y que pueden llegar a
hacer algo mucho mejor, después la cuestión real, se les desmorona todo y no logran sostener.
(Operador)

El modelo de maternidad o de mujer en tanto madre, es ser mamá de manera completa y absoluta,
con dedicación casi completa a sus hijos, repitiendo las tareas de cuidado. Madre y mujer adulta son

108
sinónimas. Al decir de Kait (2007) a partir de su larga trayectoria de trabajo como terapeuta con
adolescentes madres y pobres, la adolescente: “cree que haciéndose madre asegura su
identificación futura como mujer”, con un desprendimiento extremo en algunos casos. Por ejemplo,
al decir de una adolescente entrevistada:

(…) te respetan más porque al ser madre ya no pensás tanto en vos …

El hijo catalizador de la violencia.

El sentido otorgado al hijo expresa toda la complejidad de la paternidad o maternidad en la


adolescencia o, como la realidad nacional lo demuestra, la complejidad de ser mujer en una
sociedad que se disfraza de no patriarcal.

El embarazo es muchas veces la situación que desencadena vínculos violentos en un terreno ya


abonado para ello. La mayor vulnerabilidad de la mujer, la propia tensión de las responsabilidades a
asumir, la huida del padre adolescentes y sus regresos esporádicos, en fin, de diversas maneras
aquel control “cibernético” por medio de mensajes, da paso a otras formas más explícitas de
violencia, no en todos los casos. Este problema, como se sabe, no se encuentra vinculado a la
pobreza, sino que traspasa las clases sociales, en la medida que el sistema sexo/género o, para otros
autores, el patriarcado continúa naturalizando el dominio masculino sobre la mujer.

(…) el embarazo adolescente es un momento de riesgo en vínculos signados por


ciertos niveles de sometimiento o de machismo. No es un nuevo escenario de riesgo, sino
que las situaciones de violencia se agudizan, por ejemplo, aparece el ejercicio de la violencia
física durante el embarazo, cuando antes no estaba visible. Creo que hay un punto de partida, los
varones pueden elegir ser papás, las mamás no, las gurisas de alguna manera están y ese es un
punto de partida. (Referente)

Muchas veces el embarazo se cruza y con el ejercicio de la violencia, y esas situaciones


no son pocas y quedan metidas en la bolsa del embarazo adolescente y es una forma de ejercicio
de la violencia, de sometimiento. Después tomará forma en la vida de esa mujer pero el
surgimiento del embarazo se enraíza en eso. (Referente)

109
Sí, en situaciones de violencia también la otra parte, o sea el hijo o la hija, se transforma
en una herramienta para reforzar el sometimiento de la mujer, como que en alguna situación
hemos visto que si ella se llegara a plantear la posibilidad de negarse al cuidado de ese hijo, él la
mata, sí la mata. . Como estas cosa de que él, sin decirlo, ejerce un control sobre lo que ella hace
sobre ese niño y lo bien que lo cuida y entonces….Estoy pensando en XX (se dirige al grupo
de técnicos y dialogan sobre una situación concreta de una pareja adolescente) (Referente)

La situación de embarazo y la llegada de un hijo, en algunos casos, se torna en una situación


compleja, donde los más vulnerables son madres e hijos. La racionalidad patriarcal se presenta con
su máxima expresión.

Reiteramos ante la necesidad de claridad absoluta en este ítem. Si bien la violencia en las parejas
adolescentes existe y que muchas veces el embarazo se torna en una situación de mayor
vulnerabilidad, es necesario no realizar una asociación directa y absoluta con el embarazo en la
adolescencia, en la medida que hacerlo implica tener como punto de partida: 1.- que el embarazo
adolescente es un problema; y 2.- que la violencia es patrimonio de las parejas adolescentes y
pobres. No obstante cabe resaltar algunas opiniones al respecto.

- (…) tema violencia…está salado.

- Impresionante: 99.99% de los casos (de parejas adolescentes).

- Es como algo...la violencia está instalada, instalada. Todo tipo de violencia:


¿Dónde estás? ¿A dónde fuiste?

- El control es impresionante, el cuerpo, el control sobre el cuerpo del otro. Lo que


se pone o no, si va a la playa o si no va.

110
- No sé cómo derivé en este tema (educador que lo introdujo) pero me hizo acordar
a …(remite a una situación concreta y dialoga con el equipo al respecto) (Diálogo
entre operadores)

El hijo salvador.

Este significado también acarrea dosis de problematicidad para el niño pequeño y la construcción de
su identidad. Recibe un mensaje claro: su padre (o su madre) viven gracias o a través de él. Si la
reparación de los vínculos con el padre era “delegada” en la paternidad, en este caso parecería que
la vida es “delegada” en el niño, por lo menos discursivamente. El hijo es una nueva oportunidad de
vida, o la posibilidad de huir de una vida malsana (abuso, violencia), El hijo no repara, el hijo
permite salirse de un lugar de mayor opresión, no importan por cuánto tiempo sea la eficacia de la
“salvación”. El hijo salva y ordena la vida.

Cabe destacar que en tales situaciones muchas veces el hijo permite nuevas actitudes relativas al
cuidado de sí, al autoreconocimiento de derechos, en otras palabras, abre un espacio para construir
la vida con ciertos rasgos diferentes. O, por lo menos, se apuesta a ello. Y es que el hijo salvador
viene en situaciones donde ya “no queda nada”: se ha perdido todo por el consumo, por ejemplo, o
se está por perderlo en situaciones de extrema vulnerabilidad donde la vida de la madre, por
ejemplo, ha pasado a tener solo un valor de uso en la interna de la familia de origen.

… gurises que estaban internados y colocaban la foto de su hijo, su hijo pequeñito, en la


mesa de luz de la cama del residencial del Portal Amarillo porque era un faro, digamos, una luz. En
el contexto de un deterioro tremendo donde la persona llega a un estado de consumo tal,
donde pierde todo, el motivo para salir, de estos adolescentes y jóvenes, en ese hijo, es esa hija,
era de lo que se aferraban. (…) Creo que en estas situaciones extremas uno puede ver cómo se
juega de manera emocional tan fuerte el tema de la filiación”.16 (Mando gerencial)

16Idéntica apreciación sobre lo que denominados hijo salvador, especialmente en casos de jóvenes adictos, fue realizada
por referentes de J. en Red, en la entrevista correspondiente.

111
Yo he visto situaciones en las que el niño viene como un salvador, con todo lo que esto
tiene de costo para el niño. En situaciones de extrema vulnerabilidad, de consumo, el niño
para a ser como un motor para el autocuidado. En situaciones de abuso, el niño pasa a ser
quien delata el abuso, lamentablemente. Por lo tanto si se pone en evidencia, ¿qué sucede?, se
suspende el abuso. El niño no le recuerda al abusador, le recuerda el fin del abuso, no el
abuso, ¿se entiende? (Referente)

Y a veces encontramos que las gurisas buscan el embarazo como forma de zafar, de
encontrar un lugar que no se le da en su núcleo familiar, zafar de la violencia, por ejemplo. (…)
¿Sabes por qué son importantes los abuelos paternos? Porque muchas veces la adolescente
huye de su casa, por situaciones de violencia o de abuso y se va a vivir a casa del novio, no
porque quiera, porque fue la escapatoria. Yo digo que las adolescentes agencian familias, pero a
veces el pasaporte para agenciar una familia es un hijo. “Sólo como novia, no. Ahora, ¿si soy
la madre del nieto?” (Referente)

El hijo también se concibe como salvador desde otra perspectiva. Cuando permite que su madre o
padre accedan a determinadas políticas asistenciales mínimas o básicas. No se trata de una
racionalidad económica que fundamenta le decisión de tener un hijo. Esto no se observa en las
entrevistas ni es destacado por los técnicos ni operadores. Hablamos de que la maternidad o
paternidad, cuando permite acceder a ciertos programas o servicios, transforma a ese niño en la
“llave” de la puerta de ingreso a la protección social. Como lo señala una referente:

A veces implica no quedarse en la calle sino en una casa. Además de ingresar a un


sistema de protección: ciertas políticas y beneficios sociales. Pero también una red de
protección familiar un poco más consistente, a veces. (Referente)

El hijo como dádiva.

112
En los varones juega otra cosa. Como que cuidarse es cosa de las mujeres, “Si ella quiere
un hijo, yo se lo doy”. Es esta cosa del hombre, donde se juega la virilidad, esta cuestión de
ser adultos. (Operador)

Y en realidad en un momento este chiquilín se quiebra por la presión de su mamá que


le decía: “Tenés que hacerte cargo del bebé”. Y en un momento me dice que sentía que todos
estaban haciendo cosas por el bebé y él no. Y que él no había querido ser papá, pero que su
mamá estaba feliz en ser abuela. (Referente)

Yo lo que he escuchado es “Mi mamá quería un nieto”. (Operador)

(…) una parejita que el método anticonceptivo que usaban era el coito interruptus y vino
la gurisa y me dijo: “Y bueno, en ese momento yo se lo pedí y él me lo dio”. El lugar ese de
“Me lo dio, como un regalo”. (Operador)

Cabe resaltar, en una primera aproximación, las expresiones ya clásicas e históricas, utilizadas
ahora por los adolescentes. Expresiones que se asocian al ideario patriarcal asumido. La mujer
como el lugar pasivo, que recoge y que es penetrado. Y el hombre como quien fecunda, “expulsa”,
penetra. Es un lenguaje metafóricamente asociado a los flujos humanos, al recibir y al dar; al
recibir y expulsar, en definitiva, a lo pasivo –femenino y a lo activo-masculino. También denota un
juego sexual, que expresa la potencia masculina y cierta “debilidad” femenina, que en general es
quien “pide”. Nuevamente, activo/pasivo/, dominado/dominante; dar/recibir; fecundar/cuidar, y
tantas otras metáforas que reproducen la dominación masculina y un universo femenino limitado y
subordinado, mejor dicho, por subordinado, limitado.

Este hijo “dado”, “regalo”, se asocia con toda una tradición antropológica sobre el sentido y el
género de la dádiva. Diversos estudios antropológicos han señalado que las mujeres eran la dádiva o
regalo por excelencia, en la medida que eran dadas en matrimonio a los hombres de otras hordas.
Ya hemos hecho mención a ello, cuando hablamos del pacto viril entre el Padre Terrible y sus hijos
varones que luchan por una visibilidad social.

Pero lo que aparecería en el material empírico de esta investigación, no es exactamente un pacto


viril sino un pacto entre hombre –mujer, donde no puede asociarse tan fácilmente la pasividad con
la adolescente y la acción con el adolescente. En algunas ocasiones el hijo es pedido por él, como se

113
desprende de algunas entrevistas. En otras, por la mujer. Y en muchos casos es fruto de una
decisión más o menos dialogada, planificada o sentida por ambos.

Pero aún así, el “hijo como dádiva”, en acuerdo con Strathern (1988), expresa una suerte de
igualdad entre los géneros en términos de negociación, por tanto se acerca a una racionalidad
mercantil, como dice la autora, donde la “reificación” de personas y relaciones se encuentra en
consonancia con una economía que denomina mercantil. No es una dádiva sexuada, como en las
sociedades cuya economía se basa en intercambios o exclusivamente en dádivas.

Como ya hemos visto, estos niños en general son medianamente “pensados” y, aunque se exprese
el “don” masculino de “dar”, la adolescente no busca pasivamente ese hijo, sino que a partir del
“pedido” de un hijo sabe que ocupará otro lugar social, el de madre y mujer, aunque sea esto una
impostura político-cultural.

En otras palabras, parecería que a través del hijo “dado” o “pedido” sopesa el valor que tienen, uno
para otro, como personas y no una mero intercambio recíproco como plantea Malinowski
(Strathern, 1988). En definitiva, la negociación implica también el acoplamiento de dos voluntades,
generizadas y diferenciadas y que asumirán papeles sexuados y diferentes.

El hijo como dádiva se asocia a ese deseo de ser mamá o papá, es lo que imprime su búsqueda, más
que la “función” o “poder” que se le inviste cuando se lo “siente” - consciente o inconscientemente
- como salvador o reparador. ¿Pero cuál es la diferencia entre este hijo como dádiva o intercambio
y el hijo que salva, repara o permite la protección social?

El hijo como dádiva, está fuera de todo tipo de relación costo-beneficio. Torna a la pareja,
recordemos que adolescente y pobre, como personas valiosas entre sí. Y ese valor, esa ser preciado
para otro, es trasladado muchas veces a un nivel de mayor profundidad – en el entendido de estos
adolecentes - es su amorosa, relativamente estable y prolongada, claro está, de acuerdo a los
parámetros actuales donde el tiempo se consume rápidamente17.

El hijo como experimento.

17 Con respecto a la dádiva, existe amplia tradición antropológica al respecto. No queremos ser irrespetuosas con tal
tradición. Strathern (1988) ha sexuado a la misma. Solo traemos a colación algunos elementos.

114
Por último, llama la atención la presencia de un discurso digamos sin sustento racional,
aparentemente. No podemos explicarlo solamente por las carencias materiales y la necesidad de
algo propio. También es un discurso femenino. Algunas adolescentes hablan de querer saber qué se
siente al ser madre. Tal vez sea una variante de la maternidad como habilidad o destreza. Pero en
este caso hace referencia a algo corporal, material, concreto, y también a ciertas emociones vividas
y asociadas más al embarazo que a la maternidad en sí.

El asumir el lugar social de mujer/madre no es colocado como lugar de respeto o falsa autonomía.
Se hace énfasis en los sentimientos provocados por la maternidad. ¿Qué se siente?

Nos atrevemos a interpretar esto de la siguiente manera. Dijimos con anterioridad que el tener un
niño de cierta manera responde a la pregunta ¿Quién soy yo? Cierta intuición intelectual nos hace
pensar que esta maternidad guiada por la experiencia neta, apunta más bien a ¿Cómo soy yo?

Tal vez esta actitud refiera a una búsqueda de algo que damos en llamar bondad personal, en
contextos donde el mensaje que se recibe es que la vida propia no vale mucho. O, en el extremo, la
búsqueda del castigo, pues si no valgo nada, tal vez no merezca vivir, por ejemplo, en el caso de la
adolescente portadora de HIV a la que hace mención un equipo de operadores al que hacemos
referencia a continuación:

Tenemos el caso de una adolescente que le dijo al compañero que no le comprara


pastillas. Cuando le pregunto por qué, me dice: “Porque yo quería saber lo que se
sentía al estar embarazada”. Como eso de quiero probar... (Operador)

Perdón (interrumpe otro operador) porque nosotros tenemos también una adolescente
con HIV que se contagió porque también quería saber qué se sentía al estar embarazada. Su
discurso era ese: “Quería saber qué se sentía”. Y sabía que la pareja tenía HIV, que se iba a ir
del país pues era extranjero, en fin, todo se habló, todo se trabajó… en fin. (Operador)

A modo de resumen, podemos indicar que, independientemente a los sentidos dados al hijo, existe
un proceso que es común a todos. La reificación del niño, como dádiva, como salvador o la
personificación del mismo como agente reparador, son los mecanismos materiales y simbólicos por
115
medio de los cuales la paternidad cobra significado o se construye. Parecería que subjetivamente
los y las adolescentes necesitan profundamente que su relación afectiva o amorosa, se objetive en
algo específico, en una forma específica: el hijo y la paternidad o maternidad, en las tareas
concretas que conllevan. En otros casos, el niño es un mero accidente del ejercicio de una
sexualidad que no tomó los recaudos necesarios.18

En la vida concreta, la identidad frágil adolescente, por más débil que sea, se revela en las acciones
llevadas a cabo por diversas motivaciones. Y tales acciones se llevan a cabo con o en interacción
con otro: en el tema que nos preocupa, pensemos primariamente en la pareja. Por tanto, cada
situación es particular, única e irreductible a otras futuras. En tal sentido, y pensando en políticas
públicas, nunca futuros embarazos podrán tomarse como fracaso. Porque cada embarazo es fruto de
particulares relaciones y motivaciones y de identidades que se modifican con el paso del tiempo.
Además porque las acciones y decisiones político-programáticas y su racionalidad económica
no están en consonancia con el mundo afectivo y social de estos adolescentes ni tampoco a la
altura de sus pésimas condiciones de vida.

El hijo accidente.

Creemos que no necesitamos profundizar al respecto. Estamos frente a situaciones donde el hijo
proviene de relaciones efímeras, donde no ha habido un uso de anticonceptivos. El tipo de relación
sexual se basa, por parte de los varones, en una sexualidad cargada de machismo, como lo
demuestran las palabras de uno de los adolescentes entrevistados.

18Cabe recordar que la reificación de los objetos y relaciones es creada a través de todo tipo de intercambio, a partir del
proceso de equivalencia de las formas, como observa desde la antropología marxista Godelier (1986).Tanto si los objetos
de la relaciones humanas sean otros humanos, en este caso el hijo, tanto si los objetos a los que hacemos referencia son
parte de la creatividad y productividad en el trabajo (work)

116
En sí no fue una buena experiencia. Yo me conocí con la madre de mi hijo y en sí
nunca llegamos a tener una relación. Fue algo que pasó. O sea, no fuimos novios ni
nada. Fue algo que pasó dos o tres veces, lo que sea. Y así fue que quedó embarazada. ( José)

Y el hijo accidente es expresión de una forma de ejercer la sexualidad que analizaremos


posteriormente. Hablamos en esta oportunidad del hijo que es adjetivado como accidente, que
causa molestia o por lo menos sentimientos contradictorios. Y que en general surge en relaciones
que no pueden denominarse como de “pareja”, como los propios adolescentes lo indican.

Sobre las dimensiones de la paternidad.

El sistema sexo/género es abordado aquí muy especialmente como todos aquellos dispositivos que
hacen parte de la constitución temprana de la subjetividad. Hablar de sexualidad masculina y
paternidad es hablar de las representaciones sociales que las predeterminan. O, en palabras de
Connel (1987) de aquel orden de género que coloca a nuestra disposición todo un inventario de
ideas, representaciones y conductas consideradas, por un orden social determinado, como
pertinentes y adecuadas para cada sexo.

Tal orden de género y sus inventarios son producto de las prácticas políticas y sociales de nuestras
generaciones precedentes. Objetivadas en normas, instituciones, reglas, expectativas, regulan las
conductas de hombres y mujeres desde su infancia. Este orden de género patriarcal que caracteriza a
la sociedad uruguaya obviamente atraviesa y se anuda en los sentidos dados al hijo.

Así, podemos señalar, en una primera lectura, que la sexualidad femenina históricamente ha sido
asociada a “recibir” los flujos masculinos y “retener” al hijo, socialmente se asocia a la
subordinación, bajo las figuras de entrega, donación, sacrificio y cuidados. Existen avances,
obviamente. Pero lo dicho es así en los testimonios recibido: la posición de dominio del varón se
expresa socialmente, en ese “dar”, “expulsar”, dar el hijo a la mujer que es su pareja, como ya
hemos visto. Pero también es cierto que otras parejas han dialogado y mínimamente negociado el
embarazo, llegando a un acuerdo que habla de relaciones de género de cierto modo un poco más
equitativas

117
Tal vez una distinción en la vivencia de la sexualidad adolescente, además de su carácter inaugural
y novedoso, es que oscila entre la infancia y la adultez, entre lo vulnerable y lo fuerte, o como
indica Meler (2009b:159) ”entre el desamparo infantil y el poder atribuido a los adultos”. Las
posturas ante el hijo luego nacido y la paternidad que denominamos nula o fragmentada, por
decirlo de alguna manera, son expresión de la tensión indicada por Meler (2009b)

En este contexto reproductivo analizado, la paternidad masculina biológicamente entendida, se


expresa por una serie de elementos que trataremos de sintetizar a continuación.

En primer lugar cabe destacar que de acuerdo a la bibliografía consultada, para los adolescentes el
ejercicio sexual aparece como una práctica alejada del afecto, como expresión de virilidad extrema,
como elemento que refuerza la identidad masculina, al confirmar no ser homosexual ni mujer,
como ya se ha dicho. Pero el material empírico recogido, nos permite pensar que esto no se
adecua a la mayoría de las situaciones analizadas por nosotros. El hijo es, como ya dijimos,
medianamente buscado, dentro de relaciones consideradas de “novios” que poseen cierta historia o
“tiempo”. Hay situaciones donde esto se refuerza a partir de una ética de la virilidad estrictamente
hegemónica.

En la mayoría de las historias que nuestros interlocutores contaron con amabilidad y apertura, el
sexo deviene de relaciones más o menos estables y prolongadas, en una percepción del tiempo muy
acotada claro está. En muchos discursos el ser pareja durante seis meses ya es un indicio que la
pareja está en condiciones para la paternidad y la maternidad. Pero en general los adolescentes
hablan de relaciones consolidadas que permiten investir no sólo eróticamente a la pareja sino
investirlos como padres potenciales, también en una situación de tensiones ambiguas. Pues es cierta
la preocupación por el desempeño, por el estar a la altura de lo que se espera de un hombre, en fin,
una serie de características vinculadas a los padrones sexuales masculinos hegemónicos que hacen
que la sexualidad sea, muchas veces, el desempeño de un rol. Al decir de un adolescente sobre la
sexualidad y sus sentidos:

(…) aunque suene así un poco a machismo, si con 17 años no me sobran mujeres
estoy en el horno … (risas)..

Del mismo modo, el hijo como dádiva, coloca a la mujer en un lugar simbólico históricamente
tradicional: extractora de semen, de energía, aunque no se verbalice. (Seidler, 1997).

118
Gilmore (1990) en obra ya citada, indica que el hombre es evaluado por su potencia sexual y su
capacidad de fecundar a la mujer. En situaciones donde el proveer es algo prácticamente vedado, el
fecundar, como ya hemos visto, tal vez sea una de las pocas formas de consideración y estima de la
figura masculina, en un tramo de edad donde la afirmación personal es sumamente necesaria.

Parecería además que existe una fuerte falta de comunicación en torno a la sexualidad, tanto entre la
pareja – al respecto los y las entrevistadas no hablan – como con técnicos. Pero, de acuerdo a lo
señalado por uno de los operadores entrevistados, como ya ha sido indicado, existiría por parte de
las adolescentes una suerte de preocupación por ser percibida como sin deseo, o “decente” o como
mujer que une sexo y amor. Esto también es relativo, ya que en el conjunto de entrevistadas, hay
adolescentes que han tomado toda la iniciativa, tanto para conocer a su pareja, relacionarse con ella,
iniciar la convivencia, etc.

Un atributo asociado a la masculinidad biológica y que parece desdibujado en las situaciones a las
que pudimos abordar, es que la seducción no aparece como forma de ganar prestigio masculino, sí
el hacerse cargo de los hijos, que dotaría a estos adolescentes de hombría, además de su condición
masculina (Fuller, 2000c). Del mismo modo, la represión de la afectividad no se percibiría en
estos varones jóvenes, especialmente en relación a los hijos con quienes establecen relaciones casi
fraternales.

Estos atributos asociados a la masculinidad hegemónica parecerían estar atenuados, no porque el


repertorio del sistema sexo/género sea diferente, sino por la edad por la que atraviesan. El ser
adolescente tal vez explique más que la clase y el género estas características.

No obstante vale la pena recordar la tendencia al control de la mujer, al control de su cuerpo, es


decir, dónde está, con quién y cómo está vestida, son tres preguntas frecuentes a través de diversos
dispositivos electrónicos. Tal expresión social de la sexualidad masculina dominante expresa
también el costo que deben pagar estos varones para dar cuenta de la figura masculina imperante.
Su inversión narcisista se agota en mantener y reproducir tal figura. De esto habla Seidler (1997),
haciendo referencia a mantener tal masculinidad biológica que sustente el dominio social y por
tanto la masculinidad social.

Socialmente, este tipo de paternidad biológica – que hace alusión clara ciertas expresiones ideo-
interpretativas del ejercicio de la sexualidad – se asume en acciones sociales e interpretaciones
sociales.

119
Desde la perspectiva de las adolescentes, ya hemos reiterado su asociación fortísima a las tareas de
cuidado, desarrollando fuertes influencias en el ámbito privado, no así en el público donde se
encuentran profundamente limitadas en el ejercicio de cualquier tipo de poder o derecho. Es
prácticamente nula la participación masculina en tareas de cuidado, siendo más presente cuando la
pareja convive.

Si bien esto es así, también lo es que los adolescentes encuentran muchas dificultades para
sobresalir en el ámbito público. Estrictamente estamos hablando de encontrar y mantener o sostener
un trabajo estable y bien remunerado. Paralelamente su influencia en el ámbito doméstico es menor.
Esta masculinidad retraída, ese rol de proveedor sumamente diluido expresaría posibles fuentes de
frustración a las que debe prestarse atención.

La paternidad en su expresión social posee un elemento que para nosotros amerita ser objeto de
reflexión. Ya hemos insistido respecto a la escasa o nula participación de los jóvenes en tareas de
cuidado. El domicilio matrilocal no es ajeno a ello: el sentirse ajeno en casa de los suegros, el sentir
que debe pedirse permiso, es algo que coarta la iniciativa y espontaneidad. Pero lo que también
debe considerarse es la capacidad de estos varones jóvenes o adolescentes para colocar límites a sus
hijos, o en otras palabras, desempeñar la función “de corte” introduciendo la norma y ley cultural,
en otras palabas, ponemos en duda la capacidad de interdicción paterna.

En las entrevistas realizadas, cuando observamos el tipo de vínculo espontáneo de estos


adolescentes padres con sus hijos, es un vínculo basado en el juego donde el padre se infantiliza y a
la hora de límites (que el niño no suba una escalera, es una situación muy simple, que hemos
observado) se invoca a la autoridad materna.

Este punto merecería más atención para poder complejizarlo. Esto habla de otra triada, no la típica
edípica, donde la madre parecería ejercer cierto poder derivado del cuidado, por tanto, del
“conocimiento” del niño o por estar muchas veces sola ante toda responsabilidad, más allá de la
convivencia.

Seidler (1997) indica que la triada digamos clásica, o más específicamente, el padre interdicto, es
posible cuando los padres son conscientes o rescatan sus propias necesidades. En palabras de Meler
(2009a: 291): “ …para limitar la omnipotencia infantil se requiere, de acuerdo a estas
posturas, adoptar una posición de rival, donde se percibe al niño como competidor por

120
bienes escasos, tales como el tiempo, el esfuerzo, el descanso o la atención de la
madre”.

Que el padre esté mejor dotado para colocar límites es también una construcción ideológica,
asociada a su “fuerza”, “menor capacidad para el sacrificio”, etc. Pero lo cierto es que en las
situaciones analizadas observamos madres con fuertes tendencias a la “apropiación” del hijo, como
fuera reseñado, desempeñando papeles de relevancia y a padres adolescentes o absolutamente
alejados o que sostienen de la manera que pueden la paternidad y la vida. No son estos padres, hijos
de la nueva modernidad. En tal sentido, y teniendo como base y trasfondo una pobreza límite, nada
más alejado que aquel panorama descripto por Freud (1984) con relación al niño como Su Majestad.
Más se acerca a una experiencia, a un rol instrumental, a un objeto propio y a un mandato asumido
y materializado. O a una gran aporía e impostura, respecto a los y las adolescentes, donde el hijo
es un certificado de adultez e identidad sexual plena para mujer y hombre. En tales imposturas e
aporías, participamos todos y hacemos participar a los adolescentes.

Lo que queremos señalar es ¿dónde se ancla la legalidad de la paternidad de estos adolescentes?


También cabe preguntarse ello para las adolescentes, pero por falsa conciencia, parecería que en el
caso de las mujeres, es más evidente su papel de madres.

Sin pretender agotar el tema, traemos a este diálogo a Tuber (1997:78) que critica las
construcciones lacanianas respecto al nombre-del-padre. Nos dice:

Así tenemos por un lado al padre sublime, al gran hombre, al pacificador y por
otro, al padre que exige la obediencia ciega a su autoridad y una creencia
absoluta e incuestionable. En consecuencia, la función paterna no puede transmitir
solo el principio de la razón, sin acarrear igualmente la crueldad y la irracionalidad.

Esta concepción del padre simbólico se relaciona con un contexto en el cual el hombre se adueñó
simbólicamente del origen materno de la vida. Es decir, se asocia históricamente con una
paternidad y maternidad en la que el origen materno de la vida ha sido expropiado por el padre, a
partir del linaje patrilineal. Además es claro que una madre afectiva, nutricia y un padre que ordena
y coloca límites reproduce la división sexual del trabajo industrial y las “esferas” de la producción y
reproducción.

121
Pero como ya hemos visto en el capítulo anterior parecería que el parentesco y la filiación se ubican
matrilinealmente, El origen materno no es el que se oculta, en estos casos y no sólo en estos,
también en el mundo adulto. Si bien no tenemos respuestas, debe pensarse cómo se desarrollan las
funciones nutricia y de corte en estas parejas adolescentes, inestables y frágiles. Siempre habrá en el
contexto familiar alguien que las desempeñe o complemente, más que la presencia importa que la
función se cumpla, pero lo cierto es que los sentidos otorgados a los hijos, a partir de las carencias
materiales y afecticas de ambos padres, hacen que las condiciones de ejercicio de estas paternidades
y maternidades en la adolescencia deban ser pensadas desde otra perspectiva.

No podemos analizar estas situaciones, para luego abordarlas en tareas de acompañamiento, desde
una perspectiva clásicamente asociada a la triada edípica o a las funciones paterna y materna. La
propia condición adolescente, que no debe perderse de vista ni dejar de ser ejercida, explica las
debilidades al respecto. Son adolescentes que no son conscientes de sus necesidades ni aún las han
elaborado, cuando ya son responsables de la crianza de un niño

Este aspecto es fundamental a la hora de pensar el tema y las formas de abordarlos. Por eso la
propuesta de biografizar el embarazo en la adolescente y no que la adolescencia de los padres lo
adjetive como un embarazo ya problemático por ser “adolescente”.

A esto se suma, socialmente, la figura de un padre proveedor frágil, con escasa presencia y una
madre que apunta a la apropiación, esto es, asume la impostura de una adultez socialmente obligada
cuando ambos padres son y deben ser aún adolescentes como decíamos. La ambivalencia de la
función de proveedor ya la hemos visto en capítulos anteriores.

Desde una perspectiva netamente psicológica planteamos toda una línea de trabajo que hace al niño
pequeño: los valores asignados los colocan en un lugar de omnipotencia o colocan en ellos
mensajes o responsabilidades muy fuertes. Ello hace a una conjugación de componentes psico-
sociales que no son fácilmente aprehensibles ni abordables. Ser consciente del valor asignado al
hijo por cada padre o madre ya es un avance para todo equipo que pretenda acompañar procesos en
estas circunstancias.

122
Por último, Foucault (1986) otorga al ejercicio de la sexualidad la capacidad de constitución de un
sujeto libre y ético, a partir del reconocimiento del otro/a, con igualdad de derechos, objeto y sujeto
de liberación del self.

Si retomamos tal concepción, a nivel teórico el ejercicio de la sexualidad (y de la


paternidad/maternidad tal como ha sido explicado) se asocian en un proyecto de constitución del
yo que el autor establece de la siguiente manera:

En esta moral de hombres hecha para los hombres, la elaboración de sí como


sujeto moral consiste en instaurar de sí a sí mismo una estructura de virilidad: sólo
siendo hombre frente a sí mismo podrá controlar y dominar la actividad de hombre
que ejerce frente a los demás en la práctica sexual. Aquello que debe tenderse en
la justa agonística consigo mismo y en la lucha para dominar los deseos es el
punto en que la relación de sí se volverá isomórfica a la relación de dominación, de
jerarquía y de autoridad que , a título de hombre y de hombre libre, se pretende
establecer sobre los inferiores, y con tal condición de “virilidad ética” es que se
podrá, según un modelo de “virilidad social·”, dar la medida que conviene al
ejercicio de la “virilidad sexual”. En el uso de sus placeres de varón, es necesario
ser viril respecto de uno mismo, como se es masculino en el papel social. La
templanza es en su pleno sentido una virtud de hombre.” (1986:81)

Esta conformación histórica de la virilidad, que el autor no separa de ciertos atributos de lo que
posteriormente Connel (1987) denominaría masculinidad hegemónica, la hemos detectado en
aquellas situaciones donde se unen algunos factores: 1.- una edad un poco más avanzada de los
padres; 2.- parejas que conviven de manera más o menos estable; 3.que cuentan con un mínimo
espacio propio, por mínimo que sea, para ellos y sus hijos; 4. como obvia derivación de los
atributos masculinos de virilidad, los padres y en algunos casos las mamás, poseen trabajos más
estables, dentro de la precariedad o nivel salarial que caracteriza al conjunto.

No es novedoso lo que indicamos, se trata de una sexualidad y paternidad/maternidad ejercidas a


partir de aquella ética que denominados de la conyugalidad y que habilita también una ética de la
virilidad. Volvemos a decir que no es un juicio de valor, sino que algunos de los entrevistados,
constituyen un ejercicio de la sexualidad y la paternidad que consideran ético, o sea, consideran

123
necesario que su experiencia sexual y paternal se asocie a estas normas. O sea, dentro del marco de
una pareja estable y que convive. La constitución de su virilidad pasa por ello, en sus experiencias
particulares.

Son aquellos jóvenes entrevistados, que viven con sus parejas de manera continua y estable, que
han sido padres con pocos años mas – en torno a los 19 – y que comparten un espacio que otorga un
poco más de independencia, los que se acercan a este proceso señalado por el autor. Parecería ser
que la llegada del o los hijos han provocado esta conjunción entre virilidad ética, sexual y social,
respetuosa de los padrones hegemónicos. Se trata de escenarios un poco más estables, con funciones
y roles parentales un poco más definidos o claros, aun dentro de condiciones objetivas de vida
sumamente limitadas. Los trabajos son también más estableces, aunque sumamente precarios y de
ingresos absolutamente insuficientes. Son jóvenes que han procesado de manera menos dilemática
su ingreso al “mundo adulto”. Más allá del futuro de la relación de pareja se han instalado ya en la
vida como “padres de”. Son parejas que poseen un mínimo apoyo familiar material – un terreno,
construcción de una pieza, etc.- y afectivo. O sea, el mundo adulto, en la figura de familiares, se
hizo presente de una manera habilitadora, aunque no exenta de dificultades.

Queremos destacar que en estas parejas el hijo no ha sido una dádiva, tampoco un salvador o un
pasaporte. Volvemos a resaltar que no hacemos juicios de valor, solo estamos señalando que
parecería que son hijos corolario de una relación amorosa que se considera ya prolongada, por tanto
convivir y tener hijos es el siguiente paso. En el marco de una vivencia del tiempo muy acelerada.

Son adolescentes que provienen de familias que, aún con dificultades, han mantenido cierta
estabilidad en el tiempo, aún cuando la figura paterna no sea el padre biológico exactamente, y en
las que existe, más allá de las condiciones de trabajo, una actividad laboral permanente, una
trayectoria estable, incluso dentro de la órbita estatal. Estas familias de origen, si bien son más por
línea materna, están presentes y mantiene abiertas ciertas posibilidades de diálogo. Aunque nada es
fácil cuando el mundo adulto y el adolescente conviven además con una paternidad o maternidad
ejercida en la adolescencia. Se superponen roles, se tutela la paternidad o maternidad, los espacios
físicos para la intimidad son muy limitados. Situaciones que ya son sabidas, no sólo por la literatura
consultada, sino por la práctica profesional que los lectores desarrollan.

124
En estas parejas la figura del padre, más allá de limitaciones, se acerca a la del padre legislador,
con apoyaturas funcionales de otras personas con las que convive, en alguno de los casos.

Otras situaciones la componen aquellas parejas para los cuales constituir una pareja y, como
corolario, tener un hijo, los ha “asentado” en la vida, les ha “dado un lugar”, un espacio afectivo
donde ser para sí y para esos otros que poseen gran significación afectiva. Existen una gran
inversión e investimento afectivo tanto en la pareja como en el hijo. No se trata del hijo reparador,
sino de alcanzar un espacio socio-afectivo que exprese su “Yo soy”, “Estoy aquí”, etc. Más que la
paternidad, la construcción de una familia tipo, como refugio afectivo en un mundo hostil, es la
tónica de sus deseos y acciones. La paternidad, el hijo, es corolario, pero no elemento fundante de la
relación familiar que se establece. La ética que caracteriza a este tipo de paternidad es la de la
conyugalidad, sobre la de la virilidad.

Son padres presentes que en general delegan las tareas de cuidado. La posterior evolución de estas
parejas varía: permanecen juntas o se separan, pero destacamos que la llegada del hijo, en estos
casos ha sido planificada, luego de un período de noviazgo que estos adolescentes en algún
momento consideraron suficiente para consolidar la pareja. En las situaciones analizadas los
tiempos varían desde nueve meses a cuatro años, en contextos donde la vivencia del tiempo es
voraz. Las formas de familia siempre se asocian, en estas situaciones, a la pareja monogámica y
conyugal.

En general estos padres y madres provienen de familias de origen, de orden nuclear, pero con
conflictos vinculares muy importantes, donde en algunos casos los padres han desarrollado figuras
delictivas. Las trayectorias laborales son erráticas. Los vínculos amorosos confusos. Familias con
las que todo operador social ha trabajado y conoce.

Otro grupo lo constituyen aquellos que, viviendo de manera distante de sus hijos o hijas,
problematizan esa situación y sienten el peso de no haber podido superar a un padre ausente y que
ha dejado su mella. Son situaciones claras donde el sentido del hijo es reparador. No tiene
condiciones objetivas para desempeñar una paternidad que la conciben desde la autoridad, la
cercanía y el traslado de la experiencia. Desarrollan relaciones sumamente conflictivas con la madre
de los niños y aparece la figura femenina de la suegra, también como portadora de males posibles.
El papel de proveedor es puntual, más allá de los esfuerzos, pero tratan de mantener un vínculo
cercano con sus hijos. Son situaciones donde se hace presente la ética de la virilidad en un

125
contexto donde la conyugalidad, también asumida en un momento, no ha podido ser sostenida.
Se trata de situaciones donde además se expresa la necesidad de compartir los cuidados, dentro de
los límites que implica la separación de la pareja amorosa.

En estas agrupaciones de situaciones, los adolescentes hacen presentes las dos interrogantes
fundamentales a la hora de llegar al mundo adulto señaladas por Freud: el amar y el trabajar. Estos
adolescentes lo plantean aún desde su condición no adulta y en sus limitadas condiciones
materiales de existencia.

Por último tenemos situaciones donde los padres apenas asumen su paternidad como mínimos
proveedores, deslindando responsabilidades o llevando adelante acompañamientos puntuales. Son
situaciones donde el hijo dádiva se hace presente, por ejemplo, pero reproduciendo la dominación
masculina y no el poder negociador de los dos sexos. Son situaciones también donde el hijo es un
“accidente” y se da fuera de una relación afectiva y a partir de una sexualidad machista y
“ganadora”. Son situaciones donde no encontramos una ética de la hombría o virilidad como la
hemos entendido hasta ahora. Se trata de una ética masculina hegemónica profundamente poco
respetuosa de lo femenino.

Las familias de origen muchas veces son familias nucleares, con trayectorias laborales estables, sin
problemas profundos aparentemente. Sus padres son obreros, sus madres empleadas o amas de casa.
Traen a colación diálogos mantenidos con sus padres a lo largo de sus vidas. En fin, en tales casos,
pesa el hijo como accidente y en los discursos se plantea una ética de la virilidad y de la
conyugalidad, como norte y orientación de vida, pero que no se sostiene en estas situaciones
concretas de paternidad.

Discursivamente, entonces, en este último grupo, hay adolescente que quieren asumir su paternidad
y tratan de hacerlo, marcados por una ética de la virilidad en este aspecto, es decir, la templanza, el
yo, se expresa más en la paternidad que en la conyugalidad.

Queremos ser claras respecto a las situaciones que hemos mapeado. No debemos olvidar que
estamos frente a adolescentes que, siendo sujetos de derechos especiales por tal condición, deben
asumir responsabilidades del mundo adulto, que además les exigen comportarse como tales, cuando
deberían continuar siendo, de alguna manera, adolescentes.

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Por otra parte, conforman y son modelados por un orden social patriarcal y asumen diferentes
aspectos de los inventarios de género de la sociedad uruguaya: subordinación femenina, ser hombre
es ser padre, la mujer debe dedicarse a tareas de cuidado y el hombre a ser proveedor y muchos
rasgos más que cada lector identificará a partir de sus prácticas socio-políticas y profesionales. Pero
lo cierto es que la mujer adolescente madre carga con una mayor soledad y aislamiento.

Por último algunas interrogantes que nos planteamos desde esta conjunción biológica, social y ética
de la sexualidad y paternidad en la adolescencia.

Parecería que la perspectiva freudiana se hace más presente en aquellas situaciones donde ética de
la virilidad y conyugalidad coexisten. Donde las funciones paternas y maternas parecerían estar
más claras. Tal vez allí, de acuerdo a Freud, el padre varón vea como rival potencial a su hijo,
como su competidor. Pero lo que cabe destacar es que los sentimientos de rivalidad no dan cuenta
de los sacrificios y sentimientos encontrados de la madre. Se fijan en esa diada, en el hijo rival, pero
no en la esposa exigida por el niño (Meler, 2009a: 353-354).

Estos jóvenes parecería que, aunque de manera frágil, pueden asumir la figura del Padre Legislador,
del padre tradicional, que se interpone entre la fusión del niño y la madre omnipotente y narcisista
a nivel teórico. Hemos observado juegos pero también la colocación de límites cuando interactúan
con sus hijos, además de la definición de espacios “adultos” e “infantiles” de manera muy precaria
dentro de sus casas también muy precarias.

Por tanto, ni la adolescencia ni la pobreza estarían definiendo per se la conformación de estas


identidades masculinas y conformaciones familiares. Existe un proceso que es profundamente
cultural y psicológico, pero que hace a la manutención de un orden social profundamente injusto y
sexista, aun dentro de esa ética viril y conyugal.

Desde otra perspectiva, podemos preguntarnos si en aquellas situaciones donde la autoridad paterna
se encuentra deteriorada, o se observa la ausencia del padre como cuidador cercano, no podría
fomentarse la erotización del vínculo madre-hijo (Meler, 2009a). De alguna manera los técnicos lo
aprecian, intelectualmente lo intuyen, pero no logran definir con exactitud: “ese apego extraño”;
“en el que todo pasa por el cuerpo”; un vínculo donde la madre es la única gran dadora, ya que ser
madre es sólo “dar mañas”.

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Parecería, de acuerdo a diversos autores ya citados, que no sólo en América Latina se han instalado
diversas formas de paternidad, que superan la figura del Padre Terrible. Así, el padre interdicto que
resuelve la compleja situación edípica, convive con aspectos de padres cuidadores y amorosos.
Esto nos obliga, como ya lo indicáramos en el capítulo destinado a género, a superar lógicas
binarias.

Pensar complejamente desde nuestra perspectiva no es simplemente pensar en la diversidad. Sino


también pensar en los contextos socio-históricos a partir de los cuáles han surgido ciertas formas de
comprensión de estos temas. Es entender el contexto de construcción y validación de ciertas formas
del pensamiento teórico, en otras palabras, asociar la producción teórica a su contexto de génesis.
Lo real y la forma como el ser humano lo piensa, la relación entre consciencia y existencia, la
conciencia que el humano adquiere de la “cosa”, en sentido filosófico, es lo que nos habilita a
pensar en clave de diversidad, complejidad, o, en palabras que consideramos más adecuadas, en
clave de totalidad, aunque sea como horizonte posible. Porque como bien indica Sartre (1966) no
existe totalidad sin totalizador, aunque si nos apresuramos por las ansias institucionales que nos
permean, podemos terminar como totalizadores sin totalidad.

No es un juego de palabas, si no ponemos en juego, además de la experticia, la capacidad de


comprender y complejizar los temas como pertenecientes a un orden social, no tendremos totalidad.
Y si lo hacemos burdamente, remitiéndonos sólo a la pobreza como causa única o a la cultura o
dinámica del capitalismo sin más – tendencia generalizada en nuestra profesión - seremos
totalizadores ineficaces ya que no habremos ni siquiera asomado a los límites de las expresiones
fenoménicas de la realidad.

Por último y a la luz de Sartre (1966), es interesante pensar, tan sólo como línea de indagación, por
qué adolescentes con un campo de los posibles tan limitado, es decir, con un elenco de
objetivaciones posibles tan escaso, se objetiven especialmente como padres o madres. Su campo
instrumental, de elementos materiales y subjetivos para objetivarse en un yo que otorgue identidad
y en actividades que otorguen sentido y placer a sus vidas, ya dijimos que es limitado. Pero tienen
su cuerpo, que les permite reproducirse y tener hijos y ser padres o madres y otorgar dádivas. Lo
que queremos indicar, a modo de hipótesis, es que quizás vivan su cuerpo de manera instrumental,
como forma de objetivarse y encontrar respuesta a las preguntas ¿Quién Soy? ¿Qué Soy?

128
129
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8. Biografizando embarazos en la adolescencia.

Los sentidos del hijo y de la paternidad, así como la ética que se expresa en los mismos, no se
conjugan arbitrariamente como compartimentos estancos. La realidad, sumamente más compleja,
combina, a veces, varios sentidos del hijo, con algunas de las racionalidades que hemos encontrado.

Para biografizar o entender estos conceptos a nivel de la experiencia humana, hemos decidido
ordenar relatos de vida de nuestros interlocutores a modo de sintétizar sus experiencias y
ejemplificar lo analizado hasta aquí. Esperamos que esto sea útil al lector, tanto pertenezca al
universo político- institucional, como profesional. para identificar situaciones similares a la hora de
su desempeño profesional y poder colocar en acción o acto, los conceptos que consideramos
pertinentes para su análisis.

Cuando la ética de la conyugalidad y la ética de la virilidad coinciden.

Yo soy todo para ellos no má.

Manuel.

Manuel tiene 24 años y su pareja, Rocío 21 años. Cursó hasta primer año de liceo, sin completarlo y
su pareja hasta segundo. Rocío hizo un curso de computación. Son padres de María de 4 años y de
Claudio de 4 meses. Viven solos en una muy modesta “casita” de chapa, de unos 4 metros por
cuatro, que conforma toda una hilera de similares construcciones que bordean una cañada. Son
terrenos inundables. Adentro han divido el espacio con cortinas o muebles para diferenciar
espacios para adultos y para los niños. El piso es de tierra. Mientras se realiza la entrevista, María
va y viene por la casa y reclama de manera constante a su papá. La niña juega con elementos
típicamente femeninos: cochecitos, muñecos al que dice (mi hijo), etc. Manuel ha realizado diversos
trabajos que no exigen calificación y Rocío es vendedora en una casa de ropa deportiva.
Actualmente está en uso de licencia por maternidad y Manuel está desocupado. El padre de Manuel
es obrero de la construcción y su madre empleada doméstica. Su abuelo paterno es policía jubilado.
La familia de Rocío también está integrada por padres obreros y/o empleados.

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Es fácil hablar con el dispuesto Manuel aunque no sea estrictamente simpático. Es serio y acotado a
lo que se pregunta. A pesar de su edad podemos denominar “siete oficios” nos narra en primer
lugar, cómo fue enterarse que iba a ser padre. ¿Qué sucede cuando se recibe esa noticia?

Ella estaba en la casa da le hermana más grande y yo estaba trabajando. Y me


mandó un mensaje, la hermana:”Felicitaciones”. No entendía nada y después agarró y
hablé con ella y me dijo que se había hecho un “Evatest” y le salió positivo. ¡Una sorpresa!
Hacía tres años que estábamos juntos, ahora vamos pa´ los siete años, ya ahora. Fue
raro, porque sentía emoción pero.. ..no...no sentía algo rato, estaba en shock, corte. (…) La
primera persona a la que se lo conté fue a mi madre y nada, me dio para adelante y
tá! Lo primero que hicimos fue salir a comprar cosa, a ver cosas, y hablamos de cómo
íbamos a hacer y eso, porque ella estudiaba en ese momento, era joven. El embarazo fue
relindo, tranquilo. A lo primero tuvo, coso aborto, ¿cómo es?, no me sale el nombre.
Cuando recién empezó tuvo pérdidas, la mandaron a reposo, no sabíamos si sí o si no, pero
después salió todo bien y tá! ¿Cuándo nació? Yo estaba trabajando, era de noche, estaba
vendiendo rosas, primero fuimos, ahí control y todo, estaba vendiendo rosas para el día de la
madre, sábado y domingo, me llamó mi cuñada que iban para el hospital, ya no trabajé más, no
vendí rosas ni nada, estaba en el medio de la nada, la llevaron para el Canzani y llegué yo,
estuve un par de minutos, cinco minutos y ya entramos en la sala de partos. Ah! Fue
hermoso, verla salir fue hermoso. Después enseguida se la dieron a ella y a mí y fue… no
sé...inexplicable, sí. Amor, alegría, lloré, la abracé. Yo sentí que fui padre cuando la tuve en
los brazos.

La búsqueda de un lugar propio siempre fue un objetivo para esta pareja. Al principio Manuel lo
cuenta así:

Yo vivía con mi madre y mis hermanos y ella con su madre y dos hermanos. Después
me comprobaron tá!, que mi madre me compró el ranchito de aquí de la esquina y nos
juntamos y todo, después nos fuimos a vivir a un lugar mejor que la madre de ella nos dio
un lugar (un espacio en su casa) y ahora en el momento estamos acá.

Pero el camino no fue tan lineal, patrilocal, matrilocal, hasta llegar a la vivienda propia que,
debemos aclarar, es el cuarto humilde que hemos detallado arriba.

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Cuando ella nació vivíamos en casa de mi suegra. Y tá, bien, a lo p rimero bien,
pero después…Nosotros teníamos una pieza, nuestras cosas aparte, pero tá! Después la
madre de ella, enseguida que nos fuimos nosotros, se fue a vivir a Marindia. Quedamos
viviendo con mi cuñada, la melliza de ella (refiere a su pareja). A lo primero todo bien, pero
después… ahora que estamos viviendo solos cambió todo para bien. Es que la convivencia…
yo me levantaba temprano y era tarde y mi cuñada escuchaba música o hacía relajo, ahora que
estamos solos es totalmente diferente. Nosotros estuvimos un tiempo separados, fue
convivencia, fue tema de nosotros y temas de yo que sé, de las amigas que se metían en la
relación y la hermana, y esto y lo otro, y tá! Nos separamos. Yo me vine para acá, al
otro ranchito anterior que yo tenía, me lo prendieron fuego (se resiste a hablar de este tema), me
vine para acá y ella se quedó allá, en lo de su madre. Y después tá! Con el tema de la niña, que
se enfermó y todo, volvimos y después de volver a los cuatro o cinco meses se hizo el cosa de
embarazo y le salió positivo. Y dije, ta! El varoncito, y salió varoncito.

Sobre la planificación o no del embarazo, Manuel es algo contradictorio.

Desde que empezamos nos cuidamos, ella tomaba pastillas. Fue una decisión tener hijos,
de los dos.

Cuando se hace referencia a la sorpresa inicial que narró, responde:

Sí, claro, igual me sorprendió. Estuvimos varios meses sin cuidarnos.

Puede pensarse que se trata de los tantos casos donde “el cuidarse” es algo confuso, que depende
sólo de la mujer y que, como señalaron los técnicos en el capítulo anterior, el tomar pastillas
siempre posee un umbral de incertidumbre ante posibles olvidos, etc. Más allá de esto, Manuel es
otro caso de ética viril (hacerse cargo de la prole y de la mujer) y de conyugalidad (vivir juntos),
aún en esa separación que se imputa a esa suerte de sociabilidad femenina que denominamos
“fisgona”, otro de los tantos rasgos de nuestro inventario de género nacional. Esta sociabilidad
“fisgona” aparece muchas veces en la figura de la suegra, como veremos en la situación de Julián.

Manuel indica que la paternidad lo cambió. No habla de ser adulto sino de ser más hombre, pero en
diminutivo: más hombrecito.

Ser padre es hermoso, cambie totalmente. Yo era jodón, re jodón con todo el
mundo, ahora no, soy más serio, más….(busca palabras) soy para ellos todo, todo

133
para ellos no má. La manera de expresarme, todo, antes era mejor, ahora soy muy
seco, como si fuera más hombrecito, más maduro.

El joven es un padre “cuidador” en la medida que comparte tareas de cuidado y, observándolo con
su hija, es amoroso, el vínculo se percibe como fluido y muy cariñoso. Manuel cocina siempre,
“hago todo yo”, la llevo al CAIF. Aparentemente también es el Padre Legislador. La toma de
decisiones es compartida con su pareja. Como señala: “Con ella hablamos bien, ya es común”.

Él ( se refiere al bebé) toma pecho y mema, pero a ella la sentamos en la mesita y


come sola.

¿De dónde ha surgido esta ética viril y conyugal en este joven padre y compañero? La figura de su
madre y de su abuelo se hace muy fuerte en su relato, dentro de la parquedad del entrevistado.

En total somos diez hermanos, mis padres están separados, pero mi padre es vecino. De
chico era todo complicado, porque mi padre toma mucho, ahora no tanto porque ya se dio
cuenta de grande, después de muchos años, que tá!.. y tuvo un error y todo… (no
profundiza sobre el error. Se supone VD por la frase que sigue en la respuesta) Si, él tomaba
mucho y era bravo para la familia. Mi abuelo, mi abuelo era amigo (refiere al abuelo
paterno) Mi abuelo era mi padre, vivíamos todos juntos. Mi abuelo se pasaba hablando
conmigo cuando yo salía, que tenga ojo, que me cuide, que vuelva temprano, era recompañero
conmigo. Mi mamá se la pasaba trabajando, era lo único que hacía.

La figura de ese abuelo cercano y cuidador se sumó a una madre que colocó límites, más allá de
estar afuera todo el tiempo trabajando. La Norma o la Ley en este caso, fue colocada por la madre
trabajadora, y, recordemos, madre de diez hijos. Manuel nos los dice así.

Cuando dejé de estudiar me había colgado en la joda. (…) Mi madre dijo: “En vez
de gastar plata que haga algo en casa” Y tá! Me puse a limpiar (literalmente a
hacer las tareas domésticas) y después a hacer changas: limpiar cunetas y eso. Cuidaba a
mis hermanos y a mis hermanas, les cocinaba. Esperaba que mi madre llegue de trabajar y que
tenga todo limpio y después, ahí, salía yo.

Su vida laboral comenzó más formalmente, cuando su cuñado lo vino a buscar para trabajar con él,
aproximadamente un año después. Desde que dejó la combinación de tareas domésticas y limpieza
134
de cunetas, trabajó en logística, construcción y otras changas. Como ya vimos vendió rosas en la
calle también. Al momento de la entrevista se encuentra desocupado, estaba realizando tareas de
construcción en una imprenta. Está buscando trabajo, que como vemos, es irregular, variado y sin
la protección de leyes laborales. En términos de condiciones de vida, la de Manuel y su familia no
escapa a la tónica general que han señalizado los técnicos.

La ética de la conyugalidad sobre la ética de la virilidad paterna y una hija reparadora.

Me dicen que soy buena madre y todo! (Mariela)

… porque no tenía mucha amistad ya con mi familia, no tenía a nadie.


(…) Estando con ella yo juego, juego con ella, juego con ella. (Braulio)

Braulio, de 20 años, padre de una niña de un año y medio, reúne ciertas características que nos
permiten indicar que más que la paternidad, la conyugalidad le ha aportado un sentimiento de
pertenencia e identidad.

Braulio vive con su compañera, Mariela, de 18 años y con su suegro. El domicilio es matrilocal, es
una casa modesta, de material liviano, en un barrio periférico de la ciudad. La casa posee dos
habitaciones, baño y cocina, todo muy deteriorado. La casa y el terreno donde se ubica son
propiedad histórica de la familia materna de Mariela. A lo largo del terreno hay otras construcciones
tipo ranchos, de materiales livianos y bloques, donde viven sus hermanos con su familia, una tía y
primos y primas. Los hombres de estas familias se dedican a recolectar basura y en palabras de
Mariela “venden porquerías” en diversas ferias, la más afamada, la de Piedras Blancas. Pero el
padre de Mariela trabajó siempre en la construcción, ahora hace tiempo que no, y su madre ha sido
obrera textil toda su vida. La dinámica de todos estos grupos familiares es, por lo menos curiosa.
Los hombres en el día salen a trabajar y “en las casas” quedan las mujeres que casi diariamente
tienen problemas y discusiones entre ellas, llegando a situaciones de violencia importantes,
especialmente entre Mariela y su hermana. En general las discusiones son en torno a la partición de
las viviendas, en la medida que la madre de Mariela está internada hace tiempo y en una situación
muy delicada de salud que hace el pronóstico de vida sea muy reservado.

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Braulio está en seguro de paro, a través de un amigo llegó a una ONG vinculada al Movimiento
Scout Católico, que a través de su Acción Social, brindan cursos de capacitación y consiguen
pasantías de trabajo. Ha realizado algunos otros cursos en esa ONG (informática, trabajo con yeso,
etc.) y está esperando que le consigan otro empleo. Trabajó en tareas de limpieza en Centros
Comunales de la IMM. Concurre a una ONG a practicar boxeo. No está inscripto en ningún
programa social o institución prestadora de servicios sociales, excepto en aquella mediante la cual
obtuvo su primer empleo. Estudió hasta 3er.. año de Ciclo Básico, como Mariela hasta 2do.,
abandonando los dos ante el embarazo. La niña está reconocida sólo por la mamá, quien recibe
Asignación Familiar, Tarjeta de INDA y T.U.S. Cabe acotar que la niña tiene una enfermedad
renal aparentemente crónica, pero los controles médicos no son periódicos ni sostenidos en el
tiempo y, obviamente, son cosas “de la mamá”. Mariela de mañana hace las tareas de la casa y de
tarde mira tele (novelas), “para pasar el rato”. Braulio entrena mucho en la ONG ahora que está
sin trabajo.

Braulio habla muy poco, fue realmente difícil entrevistarlo, aunque estaba predispuesto. Mariela, en
cambio, es más alegre y extravertida. Aunque ambos presentan una presentación algo “depresiva”
que en el caso de Mariela se hizo explícita al comenzar a llorar amargamente por los problemas con
su hermana. La entrevista con ella se interrumpió en ese punto y el diálogo tomó otros rumbos.

Braulio nos habla de su pareja y su hija de la siguiente manera.

Fue en el liceo, cuando estábamos en el liceo, estudiábamos en el Liceo 30 Nocturno,


en Piedras Blancas. Fue así de improviso, yo estaba con mis amigos, ella estaba con su amigo,
después yo la acompañé a mi amiga a la parada y entonces ella empezó a tirar onda, ya empezó
con todo, me pidió el número y eso y me llamó. Después pongámosle a los tres días nos
arreglamos. …igual…yo era medio tímido, ella empezó con todo, ella me pidió el número, fue todo
muy rápido porque yo no era amigo, yo no la conocía a ella, no era mi amiga. Me acuerdo que
yo fui a entrenar (boxeo en la ONG) y la llamé para verla, a los dos días era, Ahí
comenzó. Me llevó pa la casa, todo fue muy rápido, eso mismo ahí, fuimos pa la casa, y ta,
me presentó al padre y a los hermanos y eso fue todo, rapidísimo. . Yo tenía 18 y había
terminado el Ciclo Básico. Yo tengo tercer año de liceo aprobado. Ella tiene segundo, estaba
haciendo tercero.

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A este noviazgo tan rápido le sigue un embarazo también a muy corto plazo. Y Braulio nos comenta
con total claridad su motivación.

Por una parte, ta, vino de sorpresa, por otra parte yo quería, no?. Yo quería. , ta, por
una parte yo quería porque…por los problemas personales que estoy viviendo, por el tema de que
yo no tenía padre y eso, quería ser padre.

E. ¿Ganas de tener un hijo…?

También porque no tenía mucha amistad ya con mi familia, no tenía a nadie, mal o bien
la que fue mi amiga, la que fue mi novia y la que me está apoyando en este momento es ella.
…y es lo que me ayudó bastante. Es que antes de conocerla a ella yo era medio depresivo, no
tenía ganas de nada y después del momento que la conocía a ella, cambié, cambié total.

E: ¿Y la nena te cambió en algo?

Si (pausa) Cambió bastante (voz baja) o sea, me cambió bastante para bien (pausa)
estando con ella yo juego, juego con ella, juego con ella, ehhh, a veces ta! Yo no puedo meter
tanto de eso porque a veces la que la soporta más es ella (Mariela). Es re pegada! Es más pegada
con ella que conmigo.

Braulio no profundiza los problemas familiares aunque nos habla de un padre que fue asesinado por
ajustes de cuentas, una madre que ejerció la prostitución para mantener a sus cinco hijos (cuatro
hermanas y Braulio) y los problemas de relación con Mariela y la bebé, cuando vivieron un tiempo
en casa de su familia. Ante ello, él decide irse con su mujer e hija e insiste varias veces: “Yo a
ellas no las dejo, no las dejo por ningún motivo”. Y dice refiriéndose a Mariela:

Ella sabe más o menos todas mis cosas, toda mi historia, porque yo lo he hablado
con ella, porque yo sinceramente no sy de esas personas que se guarda mucho, porque si no me
ahogo por guardarme mucho y me pongo mal. Con ella hablé y ella también me contó cosas
personales de ella y yo también compartí. Y ella mal o bien estuvo conmigo, me ayudaba, me
prestaba atención, me ayudaba en todo, como quien dice, a esta altura del partido, me
apoyaba en ella, por eso yo soy muy apegado a Mariela.

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Su mamá parece ser una figura fuerte en su vida. Refiriéndose a ella, nos dice textualmente:

Ah! Obvio, si es una parte mía, una parte de mí, una parte mía. Mi madre, digamos,
antes de conocer a mi padre ya la luchaba sola con mi hermana mayor, por eso esos vínculos de
ellas (refiere a vínculos estrechos y conflictivos)… Tonces a ella siempre le digo (le cuenta sus
cosas) , o sea, siempre que pasa algo malo, yo que sé, un problema, porque mi madre la
luchó sola, luchó bastante sola, sin la ayuda de nadie.(…) Siempre me dice: “Adorabas
a tu papá. Y como eras el único varón, él te adoraba”.

El mundo de Braulio es un mundo de mujeres, de una madre fuerte, hermanas celosas (de acuerdo a
su discurso) y de un padre que vivió poco y murió trágicamente. Y forma una familia donde la
figura omnipresente es Mariela. Braulio habla poco de su hija. Al hablar de los significados de la
paternidad nos dice:

Ser padre me dio responsabilidad, me dio, ehh, yo que sé, me dio mejor
amistad con ella, yo estoy hablando de la Manu (su hija), tener amistad con
ella, tar juntos, yo que sé. Va a llegar un momento que ella va a cumplir la mayoría de
edad, y ta, va a tener que hacer la vida de ella, pero yo lo que quiero en este
momento es estar con ella, y nuevamente cumplir con la responsabilidad y los medios y tá
y esas cosas. (…) Me dio ser adulto, a mí siempre me enseñaron así, no sé
como algunas personas tiene hijos y no se hacen cargo ni nada, a mí me enseñaron a
hacerme cargo, a respetar a las mujeres y todo, me enseñaron eso.

Por eso no pensó en la interrupción del embarazo.

No, nunca. Nunca. Y si ella interrumpía yo le iba a seguir insistiendo, le iba a


seguir insistiendo, nunca la iba a dejar, no la voy a dejar. Yo no estoy a favor del
aborto.

El mundo de Braulio se rige por una ética de la conyugalidad, en primerísimo lugar, y en segundo
lugar en otra de la virilidad. Mariela es su apoyo, su amiga, todo. Con su dinero mantiene a su
compañera e hija, tal como lo dice en su discurso, las respeta, se hizo cargo de su hija con hombría.
Esa ética fue transmitida por su madre, en una familia de mujeres. Mariela es su compañera y
amiga y con su hija juega y habla de un sentimiento de amistad. No la ha reconocido, “son cosas
de Mariela” y prácticamente no participa en los cuidados, ya que “Mariela quiere hacer todo”.

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Braulio juega y juega con Manu, ayudarla a bañar es también como un juego. No es un Padre
Legislador, ni llega a ser el Padre Cuidador, es casi un igual, a quien Mariela trata de atender y
cuidar como veremos a continuación.

El discurso de Mariela aporta los mismos pero también otros elementos. En algunos aspectos sus
vidas son como espejos. El párrafo siguiente nos muestra a Mariela oscilando entre un mundo
infantil y el supuesto mundo adulto al que la maternidad la hizo llegar… aunque hable con otras
niñas.

(ser madre)… Significó algo lindo, porque yo también me sentía sola, como él. Aunque él
no tenía padre, yo tenía apoyo de mi madre, pero nada que ver, mi madre se la pasaba
trabajando y cuando no estaba mi madre me sentía mal, me sentía la peor, porque no me
daba con nadie en ese momento, me pasaba peleando con todo el mundo y ta! Después nació
Manu fue un cambio grande, porque ahí fue cuando comencé a hablar con otras niñas
y...ta! yo mal o bien tengo el apoyo de él y todo… fue…una cosa…estupenda. (…) Mucha
responsabilidad, a parte tener nenes, tener hijos, nosotros estábamos buscándola

Mariela nos dice que conocían métodos anticonceptivos pero que ellos la buscaron a su hija, y que
Manu le “resolvió” problemas:

¿Qué problemas me resolvió? No estar peleada con mis familiares, no estar alejada de
todo el mundo, ta…eso. (…) Porque te ven diferente, me dicen que soy buena madre y todo. En
general, (a la adolescente) se la ve como alguien que merece más respeto, porque si ella va a ser
madre, tiene que pensar un poquito más en el hijo que en ella. En mi caso yo tengo una
conocida que vive frente de mi casa, tiene 16…15 o 16 años y está embarazada de tres
meses, creo. Y yo le dije: “Ahora no sos vos, ahora es lo que tenés ahí dentro y ya está. Lo
pasado ya está. Si vos te peleaste… pero a la criatura no la podes meter en el medio, no tiene
sentido, porque después los niños terminan mal.”

Es interesante pensar cómo Manu parecería ocupar un lugar secundario para Braulio pero es una
hija “salvadora” para Mariela, que supuestamente le ha permitido subsanar sus problemas internos y
de relacionamiento. Hablando de su consejo a su vecina, Mariela habla de una ética de la
maternidad que expresa una condición femenina subsumida a la de madre. Habla de una ética de la
sexualidad asociada a la pareja y a la reproducción. Y en aras del hijo se abandona todo. Así como
Raúl abandonó el liceo para trabajar, aunque no participa en ninguna tarea de cuidados y el horario

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de trabajo no era extenso. Mariela también dejó de estudiar y no trabaja para dedicarse a lo
doméstico.”Lo que pasa es que ahora es ella, el estudio es lo último”.

Es interesante saber que: “Las decisiones sobre Manu las tomo yo, más yo que él, porque él se
pasa el día entrenando”. Pero que además cumple una extraña función de protección hacia
su compañero. Todas las noches, cuando vuelve de practicar karate en la ONG lo va a buscar a la
parada. Una vez preguntada la causa, la respuesta fue “Para cuidarlo, porque los gurises (del
barrio) se meten con él”.

En un primer momento se comprendió que la fuerte Mariela iba a proteger a Braulio de posibles
ataques y ante su timidez prefería acompañarlo. Además quien es de esa zona del barrio es ella y su
familia. Pero las razones fueron muy otras:

E. ¿Vas a protegerlo de los gurises del barrio?

M. Sí, para que no arme lío (susurra algo al principio incomprensible) Para que
las cosas no terminen mal. Él practica boxeo…

Mariela cuida a su compañero, para que no se exceda, cuida a los gurises del barrio en definitiva, a
su hija, pero ¿puede cuidarse a sí misma?

El resto de la entrevista transcurrió sobre el sentido de soledad que siempre la acompaño desde los
siete años, cuando falleció su abuela, que era quien la cuidaba mientras sus padres trabajaban. Ese
sentimiento de soledad y distancia no ha podido superarlo, así como una relación muy compleja con
su hermana, en torno a las figuras paternas: “Ella es de mi mamá; yo soy de los dos”.

La angustia a raíz de las peleas con su hermana de 33 años que llegan a expresiones de violencia
física, desborda la entrevista que, como dijimos, toma otros rumbos. Mariela utiliza una forma
muy interesante para enlazar las relaciones intergeneracionales de su familia. En nuestras palabras,
un estilo trágico, donde muerte y vida se enlazan fuertemente, donde muy especialmente la vida
está previamente asociada a la muerte de un antecesor. Es decir, su memoria biográfica está
caracterizada por ese estilo trágico, donde la muerte marca la vida. Así, por ejemplo, de la abuela
que la cuidaba cuya ausencia aún la entristece dice:

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Mi abuela murió en el año 2002, en el mismo día en que había nacido mi sobrino.
Era la abuela que me cuidaba, a mi abuelo no llegué a conocerlo porque murió dos días antes que
mi madre supo que estaba embarazada de mí. (Larga pausa)

Esta niña que entreteje la muerte y lo felizmente vivenciable (vida/embarazo), mantiene más allá de
su locuacidad, ese estilo trágico de ver su vida, es esta adolescente que comenzó a hablar con otras
niñas cuando fue madre. Como si su infancia hubiera sido suspendida con la muerte de su abuela a
los siete años, y hubiera sido reconquistada con el embarazo, cuando comenzó a vincularse de
nuevo con otras nenas, casi en sus propias palabras.

Detrás de esa Mariela que conquista rápidamente a Braulio, está esta otra, pequeña y trágica. Por
otra parte, entre líneas, la timidez de Braulio puede esconder formas violentas de resolver sus
problemas internos. Mientras tanto Manu, de año y medio, vive las situaciones de violencia entre su
madre y su tía o su madre y su tía-abuela, casi diariamente y llora cada vez que orina, “porque le
arde”, dice la mamá, pero su problema renal no está siendo tratado como debería.

Lo cierto es que la niña que vino a salvar a su mamá de la soledad, a darle otro status respetable
dentro de su familia, la que de cierta manera también completa la diada que otorga seguridad a
Braulio, deja al desnudo toda aporía e impostura imputada al embarazo en la adolescencia: los
adolescentes padres o madres no se tornan en adultos, no reciben un trato diferencial, ni la
maternidad ni la paternidad per se “cementan” la identidad personal frágil de estos adolescentes
casi niños que han vivido como pueden.

Tributo a la madre siendo padre en la vereda.

Nos quedamos en la puerta de la casa, ahí, tranqui, un rato, ahí.

Julián.

Julián tiene 17 años y mellizas de nueve meses. Si bien vivieron un tiempo con Rosario (19 años),
están separados desde los cinco meses de vida de las nenas. Tuvieron a las niñas luego de un
noviazgo de dos años aproximadamente. Ella vive con su mamá y hermanos. Ha estudiado para
chef en un instituto privado. No trabaja y cuida a las nenas. No pudimos entrevistarla dado el difícil

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vínculo entre ellos. Él vive con una tía paterna, trabaja de manera estable como electricista en una
oficina pública y realiza en este momento un curso a través de INEFOP, a través del cuál ha sido
contactado. El padre de Julián, por temas económicos, no pudo tener a sus hijos con él. Es obrero.
Por tanto Julián vivió en un hogar sustituto hasta los siete años y hasta los dieciséis en otros
hogares (internados) en INAU hasta que pasó a vivir con Rosario. Tiene aún como referente a “la
señora que lo crió”, con quien mantiene un buen vínculo así como con su papá, con quien se ve
sistemáticamente. También supo tener la ilusión del fútbol, que suspendió para ayudar a cuidar a
sus hijas. Piensa volver a fútbol profesional a los pocos meses de realizada la entrevista a partir de
un acuerdo ya alcanzado con un equipo de la categoría B. Mantiene un vínculo difícil con su ex –
pareja y con su suegra, que afecta la relación más permanente con sus hijas. Aporta dinero de
acuerdo a lo que la madre de las mellizas le pide o necesita. Las niñas están reconocidas por ambos
padres. Si bien es empleado público no aporta pensión alimenticia, porque “ella” no lo ha
solicitado. Julián le gira mensualmente lo que su ex pareja le va pidiendo, además de comprar ropa
a sus hijas. El adolescente presenta su situación de la siguiente manera. Vale la pena recordar que
Julián también tiene un discurso formado por frases cortas, espera las preguntas, pero a lo largo de
la entrevista pudimos ir profundizando algunos temas.

La historia amorosa de la pareja es más o menos la habitual; cierto tiempo de noviazgo y el pensar a
planificar ese hijo.

Mirá, nosotros los primeros meses, desde que nacieron las nenas, en febrero, estuvimos
juntos y nos separamos más o menos en junio, agosto, por ahí. O sea, porque no nos llevábamos
bien, la convivencia y eso, estábamos viviendo juntos en la casa de ella y la madre y tá! Y en
la convivencia no nos llevábamos bien, y eso, es decir, nos separamos. Además ahora ella está
con otra persona también, ¿viste? Yo a las nenas las veo, dos o tres veces por semana, cuando
no trabajo o tengo tiempo libre, voy y las saco a la plaza y eso. Las llevo a la plaza y si está feo
nos quedamos ahí, en la vereda de la casa de ella, porque, viste?., no tengo, no tengo ganas de
tener más relación con la mamá de la madre de mis hijas. Nos quedamos en la puerta de la
casa, ahí, tranqui, un rato, ahí. Ella (la suegra) no se mete en la relación con mis hijas, no
quiere que yo hable, que tenga relación con su hija.(…) Porque ella piensa que yo prefiero salir
de joda y eso, antes de estar con mi hijas pero no es así, capaz que lo entiende de esa
forma. Cuando yo estuve viviendo con ella nos llevábamos re bien. No sé que le habrán dicho.

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A ella me la presentó un amigo mío y empezamos a salir. Salimos un tiempo, viste?
Y después a andar de novios y eso y salimos un tiempo. El embarazo lo planificamos,
porque en ese momento estábamos bien, más bien económicamente y tá, y yo me crié con una
mamá adoptiva que ahora tiene 70 años y ta! Quería que por lo menos viera a mis hijos antes de
morirse y que tá! No sé qué decir… Ella no tenía muchas ganas pero tá, después con el tiempo sí,
o sea, me entendió y tá, pero no tenía ganas en ese momento.

Yo en aquel momento trabajaba como ahora y jugaba fútbol, trabajaba en una


imprenta,tenía sueldo más el fútbol, y con eso más o menos nos manejábamos. Yo entre
los dos sueldos ganaba unos treinta y tres mil pesos por mes y teníamos estabilidad. Y a veces
para salir, yo no soy mucho de salir, pero nos turnábamos, teníamos bastantes discusiones
por eso también, ella me decía que iba a salir con las amigas, bueno , dale, y al otro día nos
turnábamos, un día salía uno y otro día el otro. Pero yo soy más tranqui, yo soy de salir a
comer y eso, ella de ir a bailes.

La forma como organizaron sus vidas para el cuidado de las mellizas fue la siguiente;

Ella nunca trabajó, estudió cocina en XXX. Los trabajos no los pude mantener. Tuve que
dejar el futbol por un tiempo, o sea, eran dos nenas chiquitas y las teníamos que cuidar. No
podía quedarse ella sola porque no se podía. Tuve que dejar el futbol porque entrenaba de
mañana y tá! Iba a trabajar de tarde no más a la imprenta, pero menos horas, antes trabajaba
ocho horas después seis. Aparte la madre nos ayudaba con la plata, cuando yo tenía solo lo de
la imprenta. La mamá es administrativa en (dependencia pública).

Respecto a los cuidados llama la atención la forma en que ambos compartieron las tareas, incluso
Julián se considera algo obsesivo con la limpieza, “Soy medio tranca”. El cuidado de las niñas, la
limpieza y la cocina se compartían con Rosario.

Julián indica que no ha tenido modelos varoniles a seguir. Su padre es un buen hombre, al decir de
Julián, pero no convivieron y el esposo de su “mamá adoptiva” no estableció un vínculo importante
con él. También nos dice que no tiene un modelo de pareja a seguir.

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No es que no hubiera hombres en mi vida, pero es que no eran modelo a seguir y las
mujeres eran más las que se podía tener relaciones y después…de las mujeres surgía tener
relaciones y te fueras, no servían para nada o eran un dolor de cabeza, o sea, me inventé yo una
historia en la cabeza de respetar a la mujer, no quería eso, que fuera una más y tá! No tuve un
modelo a seguir, o alguien que me mostrara una pareja y estar bien o que me dijera:
“Mirá, tenés que actuar así”.

Independientemente a ello, Julián plantea el deseo de mantener el vínculo con sus hijas, pero su
postura es ambivalente. O por lo menos es esto lo que Julián puede asumir y no pide más. A
diferencia de Jorge, no ha solicitado por vía judicial tenencia o régimen de visitas. Indica además
que ellas (abuela, madre e hijas) están bien económicamente.

Las quisiera ver pero no puedo,porque no me dan los tiempos, quisiera poderlas ver
todos los días, y tenerlas conmigo, pero tá, bué! También reconozco que hay limitaciones,que
no las puedo tener viviendo conmigo,no sé cómo decirte. Me gustaría verlas más seguido, pero
no me dan los tiempos. Los fines de semana ellos se las llevan,se va a pasar a lo de la
abuela de mi ex que vive afuera y bueno, tá! Se las llevan y eso. Además la madre no quiere, las
quiere tener con ella.

A diferencia de otras situaciones o de lo señalado por alguna bibliografía, la nueva pareja de


Rosario no genera perturbación alguna en Julián. Lo que sí señala Julián es el gran cambio que
significó tener a sus hijas.

Antes de ser papá pensaba mucho en mí, o sea, (…) capaz que eso de que quería
salir de joda y eso, pensás sólo en vos y eso, viste? Y ser papá me cambió mucho, me siento
más adulto y responsable, sé que todo lo que haga les vas a influir, sé que si me mando algo y
voy preso ellas lo van a sentir, y sé que si no voy a trabajar y no tengo qué dar, ellas también lo
van a sentir… me cambiaron sí.

La entrevista comienza a tener más densidad. Cuando Julián se compara con su padre, que no pudo
tenerlo como padre cercano, pero lo iba a visitar siempre, nos dice.

Yo no sé hasta qué punto soy mejor padre. Nunca lo había pensado, porque, yo no sé, yo
soy padre nomás porque las tengo, porque no estoy todos los días con ellas, no las enseño a

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hablar, no las enseño a atarse los cordones, no las enseño a ponerse algo, que también son
cosas de padre. A mí también me hubiera gustado que mi padre hubiera estado conmigo, no sé,
que me llevara a la plaza a jugar a la pelota o algo, ¿viste? Son cosas chiquitas pero tá! A uno le
molestó de chico, no? No lo tenés y tá! Pero por más que yo intente de estar yo sé que no es
suficiente, no sé si, no sé si, no sé si ponerme el collar de buen padre por eso.

Julián insiste con emoción hasta decir su verdad:

No, no me considero buen padre (pausa), no sé, no me considero buen padre, y no


me considero buen padre. No me limita nadie como padre, no, no me limitan, yo que sé, o
sea, está en mí, o sea, ellas no me limitan, yo me limito hacer muchas cosas y no poder estar
más tiempo, porque si no hiciera nada estaría todos los días, iría todos los días, estaría toda la
tarde, yo mismo me pongo límites. Porque estudio, porque trabajo, porque juego fútbol, porque
en los tiempos libres a veces voy al gimnasio, porque hago muchas cosas.

Y dentro de su emoción no dice que aspira para sus hijas lo que no difiere de otros padres:

Que se respeten como mujeres, hoy por hoy ves gurisas de 15 o 16 años que están para
cualquier cosa, no se valoran, no se respetan. Yo quiero que tengan a alguien que las quiera y
que las respete.

La entrevista como tal fue difícil, tanto en el manejo de tiempos como en acompañar un proceso
reflexivo que culmina con el reconocimiento de sus propias responsabilidades. Lo cierto es que
Julián quiere a sus hijas, más allá de ser “regalos” para su madre adoptiva. Es muy significativo este
tributo y habla del agradecimiento profundo de este adolescente hacia la madre adoptiva que los
crió hasta sus siete años. Es importante reconocer que dejó el futbol, para cuidarlas más allá que la
convivencia duró pocos meses. Fue padre “cuidador”. Es un padre presente, a su manera. Y es un
adolescente, a su vez, que estudia, trabaja, hace deportes… y vive casi solo, ya que con la tía
paterna con quien vive el vínculo no tiene casi historia.

Pero además del reconocimiento de sus límites, llama la atención la capacidad simbólica de Julián
que asocia a la paternidad acciones muy concretas, pero básicas y elementales para que todo niño se
ponga de pie y camine su vida: hablar (comunicación, expresión, razón), atarse los cordones,
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(justamente de los zapatos que permiten caminar con seguridad), ponerse algo (practicidad, utilidad,
habilidad, independencia).

Ha sido un adolescente que “ha estado” y ahora está hasta dónde lo dejan y él acepta. Esto habla
de mayores dificultades por parte del mundo adulto para “habilitar” u “orientar” que del mundo
adolescente. Julián parece tenerla clara en sus respuestas, ahora sobre sus límites y contradicciones
habla tanto su condición de género como su adolescencia. Pero Julián sufre.

Ética masculina hegemónica… cuando no se puede asumir la paternidad.

La que tiene que estar segura es ella, la mujer.

Juan.

Juan tiene 20 años. Tiene un trabajo estable, nocturno, cuidando unos galpones de una fábrica
reconocida durante la noche. Actualmente realiza changas en la construcción durante el día. Ha
tenido otro trabajo que ha dejado: como reponedor en un supermercado reconocido. En general ha
trabajado formalmente. Fue padre a los diecisiete años de su primera hija, Natali, de tres años, que
vive en el interior del país, hace tiempo, con su mamá. Su madre hoy tiene 21 años y la tuvo a los
18. Convivieron poco tiempo. La niña nació luego de cuatro años de noviazgo. Juan tiene otra hija,
Tamara, de ocho meses, que vive con su mamá, Estela, de 18 años. Tamara fue concebida luego de
un año y nueve meses de noviazgo. Juan no ha convivido con sus hijas, tan sólo un tiempo con la
mayor. No recuerda la última vez que vio a Natali con exactitud. Juan proviene de una familia de
obreros y empleados. No ha terminado Ciclo Básico. Vive en un barrio periférico de la ciudad,
indicado como “zona roja”. Es memorioso y simpático, muy detallista.

El nombre de mi hija mayor lo elegí escuchando una música. Justo viene aquella y me
dice que no sabe si está embarazada o no y tá!, me preguntó qué hacíamos. Y yo le dije: “Si
tenés que tenerlo, tenelo” El deshacerte de eso no va porque quede feo y a mí no me va a
gustar, aparte es una más que viene y eso, es una vida más que tenemos que disfrutar los
dos, yo lo voy a tratar de disfrutar al máximo”. Yo lo tomé bien y ella lo tomó bien, al
principio estaba todo ahí entre que estaba confundida entre que no… Pero después nos pusimos a
hablar los dos y yo le dije: “Es una vida más. Aparte nos va a dar una alegría a los dos porque
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¿qué más alegría podemos tener nosotros que tener una hija? O sea, la madre, yo soy el
padre, y es algo que es una responsabilidad que tenés que llevar y es algo que tenés que
saber, que tenés que ir a laburar y todo. Además cuando mi hija nació yo era joven y era mucho
eso, porque tenía 17 años y era un gurí. Me hizo madurar pila y pude laburar tranquilo porque
al ver a tu hija, al ver nacer a tu hija, no sé como explicarlo. Nació Natali, cambió toda la
historia, me empecé a preocupar por ella, a trabajar, salía de un trabajo y me iba a otro,
con tal que esté bien.

El idilio, la felicidad compartida, todos los fundamentos para tener esa hija, desaparecieron en
menos de dos años, como en muchos casos de acuerdo a las respuestas de los técnicos.

Y después llego el momento de separarnos y nos separamos, después la madre se fue para
XX (departamento del interior) y yo no supe más nada de ella. Y no pude reconocer a mi hija. Yo
fui a buscar a mi hija al Registro Civil y me dijeron que no aparecía.

Ordenemos el relato. Juan fue a “buscar” a su hija al Registro Civil, casi dos años después de
nacida, cuando con toda la familia materna se instala en otro departamento. Pero la historia
continúa. Juan, simpático y extravertido, nos dice.

Y bueno, tá, después encontré otra pareja, empezamos a salir, empezamos a hablar,
estuvimos como un año y medio así, saliendo, y yo le hablé y le pregunté si estaba segura de tener
una hija, porque lo principal es que tiene que estar segura ella , la mujer, y tá, después ella
se puso segura y se dio como para que naciera mi otra hija, Y cómo explicarte… estaba
emocionado y a la vez estaba contento y a la vez te dan todas las sensaciones juntas.

El discurso de Juan no deja de ser atractivo, pero plantea con total crudeza sus sentimientos,
sabiendo además que lo que dice no se ha concretado.

Yo soy de tomar mis cosa con las responsabilidades que tienen, si a mí me gusta
hacerlo después tengo que aceptar las consecuencias que tiene después.Entonces es algo
inexplicable, llegar a tener un hijo, a tan poca edad, es algo que son errores que se manda uno,

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pero que después de lo errores que se manda, uno aprende. Aprende y mucho, porque mirá
después de tener a mi hija… ahora que no la veo, aprendí mucho.

La ética hegemónica, patriarcal, no la ética viril de la templanza, la ética machista de Juan, queda al
desnudo aunque él no sea tal vez consciente de ello. Sus hijas han sido errores, pero quien tiene que
estar segura al tener el hijo es la mujer. Por ello Juan no toma el recaudo de cuidarse con algún
método. Juan toma el recaudo de preguntar a sus parejas si están seguras de ser madres, porque
sabe que desde mirada machista hegemónica, la responsable y siempre presente tiene que ser la
mamá. Además, una vez interrogada sobre ese aprendizaje que le ha dejado la experiencia con su
hija mayor, nos dice.

Aprendí mucho, a tratar un bebé, si está llorando es por algo, vos lo agarrás y ya te
das cuenta, si te extraña o no, si te siente o no. Yo antes no sabía cambiar un pañal. Ahora sé
todo, sé vestirla, sé bañarla. Con la segunda, con la primera no, lo hice muy poco.

Las historias son contradictorias cuando son narradas por Juan. Y no se inmuta y sigue adelante. De
aquella alegría con la que había que recibir a su primera hija, el relato se transforma en otro.

Y la idea salió de los dos, estábamos hablando los dos y ella decía que quería tener un
hijo y yo le decía que era mucha responsabilidad, que teníamos que sentar cabeza, estar más
tranquilos los dos y que cuando estuviéramos más tranquilos la cosa era más diferente. Pero luego
la idea salió de los dos.

Juan y su ex pareja estuvieron juntos cuatro años antes de tener a Natali. Desde los catorce años de
Juan hasta sus dieciocho. Luego del nacimiento de la niña, a los 17 de Juan, estuvieron juntos
aproximadamente un año, pero viviendo muy poco tiempo en casa de Juan y menos aún en la de su
suegra. Juan lo reordena de esta manera.

El tema de por qué nos separamos, eso es algo que ni yo sé. Es fue porque la madre de
ella se empezó a meter y yo soy de lío… cero. Cada uno tiene su forma y yo soy de que no se
metan en mis cosas y si se meten yo voy a ir con mucho respeto voy le digo: “Señora, se anima a
no meterse en mis cosas, o yo me meto en su pareja? Yo no me meto. A mí me gusta estar con mi
pareja, yo y ella, y hablar nosotros dos. ¿O yo estoy contigo? Yo no estoy contigo, estoy con tu
hija y los temas de nosotros son de nosotros dos. Y tá!, después de golpe quería mandar

148
sobre mi hija más que yo que soy el padre. Hasta que me dijo “No, porque vos no tenés
derecho ninguno”. Y yo agarré y le dije: “No, señora, la que no tiene derecho es usted. Yo soy
el padre, yo tengo más derecho que vos que sos la abuela.” Digo: “Ahí estás equivocada, yo tengo
más derecho que vos”. Y ahí empezamos a discutir y yo ya dije “Me voy” (…) al otro día
fui para la casa y ya no estaban.

La decisión de mudarse a otro departamento fue una decisión familiar materna, es decir, todo el
núcleo familiar se mudó y Juan no fue puesto sobre aviso, de acuerdo a su mirada de los hechos.
Obviamente tampoco fue una mudanza de una noche para la mañana siguiente y que ningún vecino
presenció, de acuerdo a Juan.

Fue una decisión de ella, No sé que debe haber pasado por la cabecita de ella, pero
por la mía, que te saquen a tu hija de al lado y no poder verla y vas a reconocerla y vas al
Juzgado de Familia, preguntás y te asesorás y nadie te dice nada, lo único que te dicen es que
no la encuentran… es algo que te pega para atrás, que te deja mal. Porque uno está pensando en
estar con su hija, por más que uno se mande una c…, la criatura no tiene nada que
ver. Porque así como ella necesita la madre también necesita del padre. (…) Nadie me
asesoró que lo primero que tenía que hacer era reconocerla y ta!, y cuando yo voy a
reconocerla mi hija no aparecía

Cuando se le indica a Juan que intentó reconocer a su hija tardíamente, parece tornarse en un hábil
declarante.

No, mi hija nació un siete de noviembre y yo fui el 24, porque el 23 cumplí 18 años. No
aparecía, como que no estaba registrada, ni por la mamá. Pero tenía cédula, y me pareció raro
eso, pero tá! Ya me estoy asesorando porque yo quiero ver a mi hija.

Juan es sumamente memorioso y hace gala de ello. Juan es simpático. Recuerda las fechas con
exactitud, las horas en que transcurrieron los hechos, es detallista. Y eso puede ser un arma de doble
filo en una entrevista. Los errores con los que “la criatura no tiene nada que ver” son: haber iniciado
una nueva pareja, vecina también, estando aún con la madre de su primera hija, lo que se supone
generó celos, problemas de pareja, con su familia política, etc. Pero además Juan cometió un

149
pequeño error, con relación a un hurto de un celular. Fue reconocido por testigos. Estuvo tres días
en la Comisaría y tuvo que cumplir medidas no privativas de libertad por un corto tiempo, en una
ONG a partir de la cual lo contactamos. Los técnicos que trabajaron con él tienen una muy buena
opinión de Juan. Juan es muy buena persona, es trabajador y buen hijo, fue un error cometido en
un grupo y no ha quedado clara su participación en el hecho más allá de que algunos testigos lo
reconocieron. Pero no es un padre cercano. Aquí se hace presente la dosis de deshumanización de
las políticas públicas. El Programa era de Medidas No Privativas de Libertad, por tanto no se trabaja
necesariamente el tema paternidad o masculinidad, sino la infracción a una norma específica: la
propiedad privada.

No es responsabilidad de los técnicos ni de la Organización. Como bien informa uno de ellos y


realizando un análisis lógico desde el marco institucional:

No tenemos mandato institucional para trabajar el tema. Si no lo trabajamos no nos pasa


nada y a la institución tampoco, porque los objetivos del Programa y la política son otros en este
caso. No trabajamos el tema, no sé si deberíamos, en fin. (Operador)

El discurso de Juan puede ser sincero, y tal vez la situación haya sido procesada tal como la cuenta.
Pero lo cierto es que cuando la mujer prescinde del hombre/padre y coloca distancia física, real, el
padre pasa a ser necesario, al menos en el orden mental de Juan. Y el reconocimiento de su hija a
partir de su mudanza al interior, pasa luego a ser realizado a los pocos días de nacida, teniendo ya
su cédula y supuestamente reconocida por su madre adolescente. Juan es un padre que a los tres
años de nacida su hija, no sabe su situación legal y tampoco la ve hace un año y medio. En verdad
no la veía mucho mientras vivió en el mismo barrio incluso cuando estaban conviviendo con ella y
su mamá.

Lo que pasaba era que trabajaba todo el día. En el XX (nombra un supermercado


reconocido y la sucursal correspondiente) y en los galpones de la empresa XXX (
apellido vinculado a la producción agropecuaria, entre otra ramas de actividad) de
noche. Me iba de un trabajo a otro y hay días que no me da el tiempo. La plata se la
daba a ella (se refiere a la hija no a la pareja) le compraba ropita, pañales, lo mismo que hago
ahora, y le daba mucho cariño, mucho cariños, y que supiera.

150
Luego de la ida (huída para Juan) hacia otro departamento, la vida continuó.

Y se llevó todo y después no tenía ganas de ir a trabajar, estaba dejado, me


habíansacado las ganas.Y ahí conocí a Estela, en el barrio, un día se sentó a hablar
conmigo y me preguntó de unos temas y yo le conté todo de mi hija y tá! Empezamos a hablar…
estuvimos un año y medio, no, un año y nueve meses de novios. Decidimos juntos tener
un hijo. La primera (hija) fue una sorpresa a medias, pero no, la segunda ya no. Fue más
planeada por los dos. (Comienza un emotivo discurso sobre el crecimiento de su hija, sus
habilidades, que no tenemos porqué dudar que no sea verdadero. Muestra filmaciones y videos en
su celular. Dejamos un espacio obviamente para que exprese estos sentimientos cotidianos.

Con esta pareja las cosas parecen se diferentes y algo que Juan ha aprendido es que la convivencia,
aunque escasa, es compleja.

Cada uno vive en su casa, ella vive con sus padres yo con los míos. Fue como yo le
dije: “Yo no te voy a obligar a hacer algo que no querés. Si vos te sentís cómoda acá yo no
voy a tener problema que vos te quedes, al contrario, te voy a dar para adelante si vos te sentís
cómoda. Yo no te voy a llevar a un lugar en el que te sentís incómoda.

Juan es el sujeto transitivo: él no voy a ir a un lugar donde se sienta incómodo. A él no lo van a


obligar. Eso sí lo aprendió de la relación anterior, pero su discurso es de otorgar libertad a la mujer
y apoyarla.

Estela no trabaja, se dedica a cuidar a su hija y esta suegra “se metió un poquito al principio pero
después que vio, ya no se metió más”

La postura autoritaria de Juan, simpáticamente presentada bajo rótulos de apoyo o responsabilidad,


también se expresa en su ética sexual:

El método (anticonceptivo) lo elegía yo…hay que cuidarse y aparte ella se cuida. Yo


con preservativo y ella usaba preservativo femenino. Entonces nos cuidábamos los dos
mutuamente. Nos cuidábamos por más que yo no tenga nada (refiere a otras
relaciones)…prevenís mucho.

Esta es la realidad para Juan, pero sus relaciones han sido relativamente prolongadas antes de los
dos embarazos, por tanto se deduce que efectivamente con sus parejas tomaron algún tipo de

151
recaudo. La forma de la toma de decisión y de expresarla es lo que asume la forma del
antihumanismo de la ética machista.

Por otra parte, queda la duda si la relación con Estela es sólo como pareja parental, porque cuando
se dialoga sobre el tema de los espacios íntimos para la pareja, Juan nos dice que sólo salen con la
nena, nunca solos y que están bien estando cada uno en su casa. Es un tema en el cual Juan no
profundiza ni tampoco se explaya como es su costumbre.

Por último, cabe destacar que Juan nos cuenta que ha tenido un padre y una madre muy presentes.
Recuerda nítidamente cuando su padre lo llevaba a jugar al futbol, lo narra de diversas maneras y
parece que disfruta del recuerdo. También nos dice que en su casa, entre todos, hacían las tareas del
hogar, menos su padre. Alaba a ambos padres por ser muy trabajadores y luchar por ellos. Dos de
sus cinco hermanos, llegaron a Bachillerato aunque no lo completaron. Estas dos hermanas
abandonaron sus estudios porque fueron madres jóvenes, así como lo fue la propia mamá de Juan:
tenía quince años cuando nació su primera hija. Juan comenta también que sus padres se han
separado ya de mayores y que ahora están “que van y que vienen”.

Esta historia de Juan, que es flaco y albañil y aquí quedan las cercanías entre ambos Juan, nos hacen
recordar algunos de los conceptos trabajados en el capítulo anterior: las líneas de identidad y
parentesco “desordenadas”, la distancia abismal que no separa de la materialización del derecho a la
identidad de estos pequeños, hijos de adolescentes, la satanización de la figura femenina: amiga
fisgona; suegra metiche; madre irresponsable o vengativa; el planificar el hijo sin tener un lugar
pensado donde vivir, el rechazo a la IVE; las adolescentes cuidando a sus hijos, realizando tareas
domésticas y en la tarde mirando las novelas, “para pasar el día”. Una de las máximas de esta ética
antiética machista, Juan la repite como defensa de los derechos de la mujer.

Es como yo le decía (a su actual pareja) “Yo no te pido que estés trabajando ni nada para
darle algo, sólo te pido que la cuides bien. Mientras la cuides bien de lo demás me encargo yo. No
te tenés que hacer problema porque me encargo yo.

Pero es también una máxima del discurso adolescente: “Me hago cargo”, tanto como madre o padre,
pero es la familia, más o menos habilitadora y presente, quien brinda vivienda, alimentación y
diversas formas de colaboración, incluido el castigo por “el error” o el reforzamiento del encierro
de la adolescente en los límites del hogar: “Para algo la madres sos vos”

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La separación de sus padres y la figura paterna son los únicos temas sobre los cuales Juan no ha
querido profundizar y lo ha dicho claramente. Lo hace de manera educada y es la primera vez que
notamos lágrimas en sus ojos. Una vez terminada la entrevista, y a la hora de despedirnos del
equipo técnico, nos comentan que suponen que en la familia de Juan hay una historia marcada de
violencia doméstica y alcoholismo, por parte del padre. Esto no lo explica todo pero nos dice
muchas cosas.

Tensiones y dilemas entre ética hegemónica y ética conyugal y viril. Tensiones y dilemas en
torno a un hijo accidente y catalizador de la violencia.

Yo andaba en la re joda…

Y así fue que sucedió lo mío.

Jorge.

Jorge, de 21 años, mecánico, tiene un hijo de once meses. La mamá del niño es una adolescente que
tiene 15 años a la que no pudimos entrevistar dado el difícil vínculo que existe entre ambos. El niño
ha nacido con problemas de salud, que podrían derivar en ciertos problemas de retraso en su
crecimiento, pero se encuentra controlado. La mamá y el niño viven con la abuela materna. Madre y
abuela tienen un vínculo complicado. Los padres de la adolescente se han separado hace tiempo y
las relaciones que mantienen no son estables ni frecuentes, de acuerdo al discurso de Jorge. El joven
vive con sus padres y hermanos. Nunca compartieron la vivienda. La adolescente se quedaba
algunos días en casa de Jorge. A los cinco meses de nacer el niño se separaron definitivamente.
Ninguno de los tres han vivido situaciones de institucionalización. Cabe acotar que Jorge aporta
dinero para la crianza del niño de acuerdo a “lo que va necesitando” y le solicita la mamá. Lo ve de
acuerdo a la voluntad de ella. La relación es muy ríspida y ha llegado a situaciones de violencia en
la calle, por parte de la mamá, de acuerdo al discurso del entrevistado. Actualmente se ha
judicializado la situación a pedido de Jorge, para definir régimen de visitas, pensión alimenticia,
etc. El niño está reconocido por su padre. Hemos llegado a Jorge a través del equipo técnico del
CAIF donde concurre su hijo. El joven explica y siente así su situación.

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En sí no fue una buena experiencia,. Yo me conocí con la madre de mi hijo y en sí
nunca llegamos a tener una relación. Fue algo que pasó. O sea, no fuimos novios ni
nada. Fue algo que pasó dos o tres veces, lo que sea. Y así fue que quedó embarazada. Y ahí
se habló con quien se tenía que hablar, yo hablé con ella, y decidimos tenerlo. Tuve que
hablar con mis padres y hasta conmigo mismo. (…) Yo sé que hice las cosas mal. Y en parte
ella también, porque ninguno hablamos de eso (refiere al uso de métodos anticonceptivos) Yo
pensé que las sabía todas en ese momento, que lo hacía y ta!... no pasaba nada y tá! Ninguno
dijo “Vo, que te parece si nos cuidamos..” No sé, o sea, nunca se habló. Andaba para la
recontrajoda, y andaba con una o con cualquiera y pasaba lo que pasaba, listo y
chau! Si te he visto, no me acuerdo! Era todo un “Viva la….”. Ta, y así fue que pasó lo
mío.

En un primer momento fueron sus padres quienes lo acompañaron en su proceso.

En general los que me dijeron cosas fueron mis padres. Me sentaron y me dijeron que
lo que había pasado había sido un error y cosas de esas pero que el niño no tenía la culpa y
todas esas cosas, ta!. Me dijeron que no cometiera más errores, que les contara todo, que para
algo eran mis padres, que me iban a ayudar, no me iban a dejar solo.

Tampoco Jorge dejó de lado la idea de interrumpir el embarazo, algo que vive con cierta dosis de
culpa.

En un momento, cuando ella recién se había hecho el test de embarazo y que ya eran dos
positivos, no era por malo, no porque no lo quisiera tener ni porque nada…yo se lo plantee a
ella, que si quería… o sea.. no tenerlo…y no! No quiso. Y yo, en sí, en sí, en sí, no quería ser padre
ahora, no quería. Y menos…capaz que si estuviera con otra persona, yo antes estuve cuatro
años con una muchacha, y si teníamos un hijo estaba recontrabien porque yo realmente la
quería…pero en este caso... porque yo la conocí a ella sólo para pasar algo, ¿entendés? Yo no
sentía ese amor por ella y a estar con un hijo con ella. ..Pero cuando nació él fue
recontra lindo, lo mejor, hermoso!! Es inolvidable. No te lo olvidás más ese momento.

También este pasaje denota la ética de la sexualidad de Jorge: parecería que distinguiría entre hacer
el amor (con quien ama) y tener algo (sexo) con quien no ama. En definitiva la mujer es algo
cosificado, pues aún estando con quien ama “estaba para la rejoda”. Discursivamente la ética de
la conyugalidad y virilidad se hace presente como norte en su vida.

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Cuando nació yo intenté estar con la madre y él porque yo necesitaba verlo. Y tá,
intenté estar con la madre dos o tres veces. Venía a casa y se quedaba. Pero yo sentí que
no era para mí, sentía que no, que las cosas no eran como yo las quería. E iba a estar con
ella, se quedaba en mi casa. Todo eso a mí me confundía y a ella más. Hace un par de mese le
dije toda la verdad. Que yo no la quería, que todo fue una calentura y que tuvimos un bebé que
yo lo amo…pero yo quería a otra persona (ese noviazgo coincidió con el embarazo, no obstante
Jorge mantuvo la relación con la madre del hijo durante algunos meses luego del
nacimiento.) (…) Y esas cosas duelen y le agarró como un rencor, que hace cosas
como no dejarme ver al nene. No tengo pautada visitas, no me contesta, no puedo
decirle nada. Ahora decidimos hacer las cosas por juez (se refiere a él y su familia).

La ética de la conyugalidad y virilidad tradicional se encuentra en este joven que tuvo un hijo por
accidente, que andaba con una y otra y que además, intentó convivir con la madre de su hijo
habiendo comenzado otro noviazgo que sigue hasta el momento. Más allá del de que Jorge pueda
decir lo que supuestamente el entrevistador espera, creemos que sus palabras demuestran su
ambivalencia, una forma de ser hombre y el ideario familista de la sociedad, que tiene como su
referente inmediato a sus padres. Parecería que procesara una lucha titánica entre el deber ser (ética
de la conyugalitas y virilidad) y el ser (un papá que ve poco a su hijo, que ha ejercido una
sexualidad de sesgo machista, etc.). Veamos los dilemas de Jorge.

Todo lo del chiquito me lo pierdo. Lo iré a tener (se refiere por más tiempo, de
manera regular) cuando él tenga dos años, cuando ya camine y corra, pero todo el
crecimiento me lo pierdo. Me siento incómodo teniendo otro bebé con otra madre (a
futuro, no está esperando otro hijo, al momento de la entrevista por lo menos) Tener dos hijos
con distinta madre…Ir pa´ cá y pa´ allá, no me va mucho. (…) No quiero tener un hijo acá y
otro allá y tener doscientas madres que me vuelvan loco. (…) Mi madre el único novio que tuvo
fue mi padre y se amaron desde el principio y siguieron la vida juntos, somos cuatro (hijos)
y estuvimos siempre juntos todos. Más allá de una pelea u otra que tuvieron mis padres siempre
estuvimos juntos. Hice cursos de mecánica, esta camioneta es gracias a ellos. Ellos me
orientaban y me guiaban y yo le ponía ganas porque era como que me impulsaban. (…) Mi

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madre siempre está ahí. Llego del trabajo y pregunta ¿Llegaste cansado, hijo? Yo
trato de imitarlo a mi padre. Mi padre me da todo, pero no es solo eso, sino que es re
cariñoso, re compañero, o sea, todo. Yo quiero hacer esas cosas: irlo a buscar, llevarlo a pasear,
tener un buen contacto con la mamá.(…) No quiero decir que estoy triste de tenerlo, sino de
tenerlo así. Yo quiero hacer lo mismo con él (refiere hace lo que padre hizo con él) pero hay
muchas trancas que no puedo. Me tranca mucha cosa y no puedo.

La paternidad ejercida por su padre es su modelo y la pareja de sus padres también. Pero lo que
también queda claro es que tanto Jorge como su familia tienen clara la condición de menor de edad
de la adolescente y de mayor de edad de Jorge. Esto genera temores en la familia y en el joven. El
temor a ir preso, por haber embarazado a una menor de edad (15 años) está presente. Además de
episodios de violencia que no quedan claramente establecidos en el discurso. En la medida que
avanza el discurso aparece cómo el hijo funciona como catalizador de esa violencia.

Tengo que hacer lo que ella diga porque si no se enloquece y no me lo dá más después.
(…) Y ahí cuando se lo llevé me dice ¿Por qué me judeas? ¿Querés que te dé una cachetada? (…)
Y le dije: “Y bueno pégame si querés” Y ahí me encajó una cachetada. (delante del niño) Aparte
estábamos en la calle y grita, y toda la gente…entonces es re-complicado y ya tengo miedo de
esas cosas. No quiero que pasen esas cosas porque es menor y si ella empieza a grita en la calle
o se desacata o me empieza a pegar y eso y yo llego a reaccionar en ese momento porque me
da impotencia y la toco o algo de eso?? Ella es menor, y alguien la ve o la acompaña a hacer la
denuncia, yo soy mayor, si dice que la llegué a tocar?? No quiero que pasen esas cosas,
entonces ahora voy a la hora del CAIF que sé que ahí no va a hacer nada.

La supuesta agresividad de la adolescente, pero también la agresividad hasta ahora (‘) controlada
del papá adolescente, (¿y si la llego a tocar?) están presentes, latentes, frente al hijo, posibilitando o
no las visitas. En fin, el niño su Majestad, está esperando que piensen en él. Para la virilidad
hegemónica de Jorge, la compleja situación se resume de la siguiente manera.

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Y todo empezó así, la historia, porque yo le dije que no quería estar con ella. El
bebé ve sus abuelos, el problema es conmigo y con que yo esté con otra mujer, son celos, y
se las agarra con el niño que no tiene nada que ver, no sé si se las agarra, pero como que me
lo retiene un poco porque yo estoy con otra persona.

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9. Finalizando: políticas públicas e intervenciones técnicas

¿Por qué asociamos siempre el análisis de nuestras prácticas al espacio de las políticas públicas
en cuestión? ¿Por qué nos hemos colocado ese tope? Proponemos, antes que nada, pensar en primer
lugar en la democracia, palabra que junto con derechos, igualdad y equidad conforman una
articulación conceptual propia de agentes políticos y profesionales.

Pero una democracia consolidada, más allá de los contenidos teóricos que la sustentan, aún en
sentido amplio y discursivo, es aquella que se basa en la participación de la sociedad civil
organizada y no solamente en cuerpos tecnocráticos, burocráticos y en un elenco partidario. Es una
democracia consolidada aquella que no solo refiere a la administración de lo económico y lo social
o, en otras palabras, una democracia para la cual la política no se limita a la administración de la
cuestión pública tomando como casi único referente a la Constitución y el cuerpo de normas
legisladas (Baratta, 1995).

La democracia y la política serían algo meramente virtual y poco virtuoso si solo retoman el
“contrato social” desde una perspectiva formal o meramente estática, en palabras de Agnes Heller
(1994). De ser así, por elevación, lo que sería formal y estático sería el profundo sentido de justicia
que debe alimentar el proyecto ético-político – y no meramente económico – de la vida nacional.
Toda respuesta política a un problema considerado como tal para la sociedad en cuestión, debería
ser la respuesta pública organiza, a partir de la participación de los afectados y los que poseen la

158
experticia adecuada, en torno a valores considerados respetables por la sociedad en conjunto
(igualdad, libertad, etc. colocando éstos a modo de ejemplo)

Si democracia y política poco virtuosa se basan en una “justicia formal” o “estática” debemos
aclarar en qué consisten. Heller (1994) coloca una metáfora interesante: pensamos en la habitual
representación artística de la Justicia: una mujer con ojos vendados con una balanza en sus manos.
Pero acaso: ¿esta expresión no representa a una justicia que no ve lo que ha sucedido, quién ha
cometido un acto injusto, en qué circunstancias sociales? Acaso, la justicia para ser justa no debe
ver, observar, conocer a los involucrados y sus circunstancias? ¿La justicia no debería tener sus
ojos abiertos para poder discriminar si un acto injusto no se ha realizado en aras de un principio
justo, de un valor supremo? La justicia formal habla de la aplicación de una norma en una situación
social compleja, muchas veces no conocida en profundidad. La justicia estática aplica una norma en
función de un acto y no en función de un contexto socio-político y menos de un contexto relacional
y del mundo interior (psico-social) de quien comete el acto.

En segundo lugar, retomando a Baratta (1995:13) ese proyecto ético-político de sociedad no debe
adoptar la estructura económica, social o jurídica de una sociedad como una forma ya formada
“inamovible” (forma formata, en palabras de Castoriadis, citado por el autor) sino como un
momento instituyente, creativo, que no reproduce solo lo existente. Un proyecto político, jurídico,
ético-político dinámico que coloca en constante revisión y redefinición las relaciones sociales, “el
contrato” social, donde no solo los políticos y sus respaldos tecnocráticos son sujetos de la política
sino todos los ciudadanos, portadores de necesidades reales.

De esa manera la democracia sería “entendida como la auto-organización de la respuesta pública a


las necesidades reales de sus portadores” (Baratta: 1995:14) Y esa auto-organización debe apelar,
concretar la participación de la sociedad civil en la gestión de las cuestiones públicas. Solo de esa
manera los derechos de los diversos derechohabientes, podrá ser afirmados, realizados,
concretizados.

Llama la atención la existencia de cierta sintonía entre los aportes de Baratta (1995) y Heller
(1994). El primero con su definición de democracia y sus críticas a la política mezquina, habla de
ese proyecto político dinámico. Cuando Heller (1994) analiza históricamente los significados de la
justicia, indica la existencia de un sentido de justicia – que hace a aquel proyecto colectivo – que
denomina dinámico.

159
¿En qué consiste? En las normas jurídicas puestas en acción, donde puede ser cuestionada la
“justicia” de la norma. En la aplicación y el debate en torno al cuerpo normativo se desencadenan
conflictos de índole moral y socio-político, entre individuos, grupos e instituciones, en torno a lo
que se considera moral, justo e injusto. Sería la “justicia” vivida, aplicada, replicada,
conflictivamente, revisándose a sí mismas, revisadas por los otros, cuestionadas, incluso, a partir de
las diferentes apreciaciones en torno a los valores que debe garantiza la justicia. (Heller, 1994: 172
y ss.)

Como señala la autora, en ese sentido de justicia dinámica se abre un abanico de conflictos sociales
y políticos que giran en torno a la cuestión de la justicia y la injusticia. Esto no equivale a decir que
los grupos o individuos (…) están motivados por una idea de justicia y menos aún que están
exclusivamente motivados por esa idea (Heller, 1994:1818).

Tal vez, un ejemplo claro de “justicia formal” sea la reconocida aplicación de dobles estándares y
también un claro ejemplo de justicia dinámica sean los debates en torno de ellos. El concepto de
justicia formal tiene correlatos en cuanto a procedimientos. Uno de ellos es justamente la aplicación
de dobles estándares.

Si se juzga severamente a un determinado grupo e indulgentemente a otro (u otros) cuando se da la


misma X (acción, forma de conducta o padecimiento) en ambas, este acto es injusto. Esta
incongruencia se denomina aplicación de dobles estándares y se atribuye a un sesgo social (y
ocasionalmente ideológico) (Heller, 1994:21) Y este concepto de dobles estándares se aplica
perfectamente al campo del género. Con ello vivimos y sobre ello debatimos. Pensemos en las
reivindicaciones del movimiento feministas: “A igual tarea, igual remuneración”; pensemos en el
pedido de protección ante la violencia contra la mujer, que coloca en duda la capacidad estatal y
democrática de proteger a mujeres y niños que atraviesan tales situaciones. Pensemos en la madre,
siempre madre y en el padre que optar por serlo y se naturaliza su falta de responsabilidad ante sus
hijos. En fin, pensemos en diversos ejemplos. Y tales ejemplos, históricamente, nos demuestran la
existencia de dobles estándares con los que mujeres y niñas hemos aprendido a vivir y convivir.
Todo ello constituye un orden social que “(...) afecta tanto a hombres como mujeres, ya que limita
las oportunidades de los varones de participar en la vida familiar y la crianza de los hijos y
disminuye los beneficios de salud y comunicación de la mujer” (UNICEF, 1998:52).

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Por tanto, en la materia amplia de género, los dobles estándares nos hablan por un lado de esa
justicia meramente formal, pero también de la necesidad de una justicia dinámica que permita este
tipo de cuestionamiento. Y esa justicia dinámica, replicada en diversos espacios de la sociedad civil,
discutida entre las y los ciudadanos involucrados, que presiona y manifiesta colectivamente, que
dialoga y discute los valores y derechos a ser defendidos, y que elabora propuestas concretas,
puede ser bien representada por los movimientos relativos a los derechos de las mujeres.
Lamentablemente, no ha sido percibida con esa fuerza en el campo de la niñez y de la adolescencia,
pues el mundo adulto se ha investido como interlocutor válido, excepto cuando de algún programa
televisivo se trata. Y porque la infancia no reditúa políticamente.

La justicia estática/formal y aquella otra dinámica acompañan también las diversas


transformaciones, ya sean éstas de índole económica, política o socio-cultural, que atraviesan el
capitalismo tardío, están determinadas y mediadas por las profundas mutaciones que se visualizan
el conjunto de la vida social. Constituyen ejes centrales de estas transformaciones los cambios que
desde la crisis de la década del setenta se vienen procesando a nivel mundial tanto en el padrón de
acumulación, como en la forma de regulación social (Harvey, 1992).

A modo de ejemplo, una de tales transformaciones que nuestros lectores conocen ha sido una
profunda desarticulación de las antiguas matrices de las Políticas Sociales, a través de
transformaciones que afectan las orientaciones, pero también los mecanismos responsables de la
regulación y la instrumentación de un vasto conjunto de servicios sociales (Midaglia, 1998). Se
ha observado una transición de modelos de protección social universales y centralizados hacia otros
de naturaleza residual (Titmuss, 1981). Es decir, de políticas universales a otro tipo de políticas y
programas destinados a categorías y grupos en situaciones de riesgo o marginalidad social
(Midaglia, 1998).

Tres conceptos fueron básicos para procesar este direccionamiento: pobreza, familia y riesgo
(Midaglia, 1998). Estos fueron los conceptos que alimentaron la definición de poblaciones objetivos
y la focalización estricta de la financiación y atención técnica. Pero, la familia continúa siendo el
centro de la intervención social, en aquellos programas asistenciales considerados sustantivos. Esta
actitud de privilegiar a la familia y el territorio en el actual momento histórico puede ser

161
considerada un tanto paradojal. Las familias, conformadas históricamente como entidad privada,
íntima, o refugio ante un mundo competitivo y complejo, y concebida como matriz de identidad
social y como sustento de vínculos sociales primarios y básicos, hoy es colocada en el centro de las
preocupaciones de la sociedad. Pero, en general, en el amplio espectro de las políticas públicas, la
familia es abordada como “responsable” pero no como “locus” generador de ciudadanía o como
“locus de ciudadanía.” O, en el mejor de los casos, como “lugar de encuentro de “derechos
individuales”, definidos de manera históricamente clásica.

En este contexto, familias y territorio asumen otras expresiones.. La primera como unidad que
debe resolver problemas derivados de la estructura social o del déficit de socialización de sus
miembros o acompañar las directrices técnicas otorgadas a los diferentes miembros como
“individuos”. El segundo, como sucedáneo empobrecido de lo que en algún momento se definió
como “comunidad “. No es lo que es “en común” a un grupo de individuos, sino como territorio
(espacio) de “anclaje” tanto de un set de políticas focalizadas como de una burocracia móvil.
Es un territorio politizado formalmente, desde el Estado, es decir, un “territorio estatizado” y no una
comunidad politizada por la historia de la propia comunidad. (De Martino, 2001, 2014; Mioto,
Campos y Carloto, 2015)

De acuerdo a investigaciones que hemos realizado con respaldo de CSIC, podemos indicar que bajo
los gobiernos de izquierda, si bien los énfasis han sido atenuados, no existen mayores rupturas
respecto a políticas sociales desde la apertura democrática en términos ideo-políticos. Nos
enfrentamos a políticas que tratan de atenuar las oportunidades al nacer y que no apuestan a la
integración social, como veremos posteriormente. Todo ello sin desmerecer los resultados obtenidos
en descenso de la pobreza e indigencia, aunque se ha logrado básicamente a través de políticas de
transferencia de renta con bajo impacto en la redistribución de la renta (De Martino, 2014)

Esta nueva configuración de políticas públicas se expresa también en un nuevo conjunto de


relaciones políticas y sociales a nivel nacional e internacional, que afectan el conjunto de la vida
social en sus múltiples dimensiones y se expresan concretamente en el nuevo reordenamiento de
fuerzas políticas, así como también en los cambios en el rol y funciones del Estado a partir de los
programas de reforma y de las nuevas asociaciones o coaliciones de las fuerzas políticas y
económicas plasmadas en los Organismos Financieros Internacionales, que actúan ya no sólo en el
campo político - económico sino también en el político-social como referentes y diseñadores de
políticas públicas.

162
Desde este punto de vista, la mayor complejidad de los procesos de sociabilidad y de las relaciones
sociales necesariamente involucran y deben posibilitar la constitución de individualidades
crecientemente articuladas, capaces de desarrollar y efectivizar prácticas sociales cada vez más
complejas y mediadas. Totalidad y producción/reproducción social parecería que se reducen a
procesos de individuación y de acción de individuos riesgófilos., esto es productos y productores de
“riesgos”

En términos de orientaciones ideo-política de la profesión, es interesante analizar estas


mutaciones apenas reseñadas por ser ya conocidas, a partir de sus sustentos políticos-técnicos
retomando a Dubet (2011, 2015)

El Estado de Bienestar, sin entrar a discutir tal concepto, se ha caracterizado en sus diversas
expresiones, en políticas universales basadas en un paradigma de la integración (de las clases)
apostando para ello a lograr la igualdad de posiciones (la menor distancia o diferencia posibles
entre clases.) No quiere decir esto que lo haya logrado, pero el “contrato institucional” apuntaba a
disminuir las diferencias sociales (entiéndase de clases), material y culturalmente a partir del
concepto de igualdad.

Las transformaciones en el capitalismo tardío, caracterizado por una política liberal, poseen un
formato característico de políticas sociales que refiere a su focalización en problemáticas
específicas, asociadas a tramos etarios; acceso a trabajo, salud y educación por parte de grupos
pobres, etc. Estas políticas apuntan, como se desprende de muchos documentos, a igualar las
condiciones de partida, (es decir, al momento de nacer, por ende de clases) Es decir, a igualar las
oportunidades diversas a las que se accede el individuo de acuerdo a la posición social en la que
nace. No apunta a mejorar las condiciones que dependen de una posición en la estructura social
(integración) sino a tratar de igualar las diferencias existentes para que luego cada individuo pueda
o no aprovecharlas o hacerlas rendir, en términos de ser “parte de” (cohesión).

En el primer caso, la sociedad, a partir de sus matrices de protección social, apostaba a una
mayor igualdad o proximidad entre las clases sociales, lo que obviamente iguala las oportunidades
también. Por tanto se apostaba a la integración y a un set de prestaciones universales, en el marco de
una sociedad “aseguradora”, donde los riesgos y sus costos eran colectivizados. Estamos hablando
del Estado de Bienestar (Castel, 1999).

163
En el segundo caso, hablamos de un programa institucional, que habla de una igualdad entendida
como “similitud” de las oportunidades al nacer, dando énfasis entonces a políticas focalizadas que
permitirían “disminuir” el déficit de oportunidades de partida de las clases desposeídas. La
sociedad, entonces, pretende aumentar la cohesión social, en lugar de la igualdad. El aumentar la
cohesión social, aportando a la igualdad en las oportunidades de estudio, trabajo, etc. hace que sea
el propio individuo el gestor de su inserción futura en la sociedad.

No podemos pues, imputar sesgo alguno de integración a este formato de políticas, pues ya no
tratan de igualar posiciones sociales o hacerlas cercanas, sino que los individuos “hablen”,
“piense”, “actúen” de manera mínimamente similar o parecida en torno a ciertos ítems (trabajo,
educación, sociedad, etc.). O sea, lo que se pretende discursivamente es garantizar una cohesión
básica entendida como cierto grado de pertenencia mínima a la sociedad.

Si el programa de la integración caracterizó el ideario de las profesiones asistenciales. el ideario de


la cohesión alimenta actualmente el diseño de la matriz de protección pero no hace parte del
ideario político – técnico del colectivo profesional, de acuerdo a diversos documentos estrictamente
disciplinarios, como el Código de Ética de la Asociación de Asistentes Sociales del Uruguay. Tal
vez de aquí derive, en parte, el malestar profesional.

Teóricamente, la apuesta política a disminuir el déficit en “la situación de partida” deja al


individuo y a las familias pobres, al amparo de sus “posibilidades” a futuro cuando ya la partida o el
inicio esté jugado. Políticamente y a nivel presupuestal, si se han otorgado “oportunidades” más
homogéneas, dependerá del individuo o de la familia, el poder administrarlas adecuadamente y
lograr individualmente avances en su cohesión social. Como bien lo dicen diversos autores que
analizan tales temáticas, en este capitalismo tardío, a problemas estructurales se otorgan respuestas
individuales o biográficas (Castel, 1986; 1999; Dubet, 2011, 2015; Bauman, 1999, 2003a, 2003b).

Esta disrupción entre de “procesos biográficos” vrs. “escenarios estructurales” a partir de


dispositivos focalizados y que apuesta a intervenciones profesionales de corta duración y “en
crisis”, pone en juego cotidianamente el acervo teórico- práctico de la profesión colocando el
peligro de “naturalizar” las problemáticas familiares asociándolas unívocamente a la pobreza. Es

164
decir, parecería que las familias son sustraídas, junto a la pobreza, de un universo científico
donde puedan ser pensadas y pensadas para intervenir con sustento (De Martino, 2001; 2014).

Pero consideramos importante analizar estos tópicos en el campo específico de familias y género.
Para ello nos amparamos en Stolcke (1999:19) que nos indica que tanto género como parentesco se
construyen mutuamente dentro de un contexto sociopolítico más amplio. ¿Pero cómo asumir ese
contexto más amplio en términos no sólo sexuados? Gayle Rubin en artículo original de 1975, nos
ha enseñado un concepto que puede articular este complejo societal capitalista, desigual desde toda
perspectiva. Ese concepto que permite una mirada de género sobre la dinámica capitalista es el
sistema sexo/género, definido de tal manera: “El conjunto de disposiciones por el que una sociedad
transforma la sexualidad en productos de la actividad humana, y en la cual se satisfacen las
necesidades humanas transformadas” (Rubin, 1996:37). La autora ha indicado que ese sistema es
“sede de la opresión de las mujeres, las minorías sexuales y algunos aspectos de la personalidad
humana de los individuos” (Rubin, 1996:37).

¿Qué significa sexualidad transformada en productos de la actividad humana? La primera imagen


que viene a nuestra mente son los hijos. En este caso, estas parejas adolescentes, con sus niños, sus
formas de crianza, el trabajo que deben desarrollar en torno a ellos (comida, limpieza, baños,
juegos) (Parrini, 1999) Pero también ser una mujer acorde a lo socialmente esperado es un producto
de la sexualidad culturalmente elaborada. Ídem respecto a un hombre que se considera tal desde la
perspectiva de la masculinidad hegemónica. Pero resistir contra ese sistema sexo/género puede
producir sexualidades en otros productos diversos (homosexualidad) que producirán otras formas
familiares y de reproducción. Un ejemplo simple que permite analizar lo privado con sus
expresiones públicas es analizar la forma cómo, económicamente se segregarán los mercados
también en torno a las diversas formas que asumen los productos de las sexualidades en tanto
necesidades. A modo de ejemplo: mercado de productos para niños, para niñas; turismo y mercados
para población LGTB, etc.

Por tanto, podríamos señalar que si las actuales metas de las políticas públicas apuntan a la cohesión
y no a la integración, también eso se expresa en términos de género. Es decir, las políticas
altamente focalizadas aún poseen una débil perspectiva de género y la supuesta “igualdad de
oportunidades” que dicen subrayar, no lo hacen desde una perspectiva de género. Pensemos en la
lentitud que guía la aplicación del Sistema Nacional de Cuidados, por ejemplo. Fundamental para el

165
mejoramiento de las condiciones de vida de muchísimas mujeres dedicadas al cuidado, es una
política que parecería no tener la envergadura necesaria, en términos de aplicación práctica,

Diversa bibliografía indica la relevancia, al menos discursiva, que asumen las familias a la hora del
diseño y aplicación de diversas políticas y programas sociales. En estos procesos las familias son
agentes presentes y para nada ajenos. Como las familias y el género hacen parte del mundo – real y
simbólico – de todas las personas y está atravesada por valores morales, religiosos e ideológicos,
parecería ser que las propias familias están asentadas sobre bases comunes. Bases comunes ligadas
a relaciones parentales (consanguíneas) o de alianza (matrimonio). En otras palabras, existe una
fuerte tendencia a pensarla y abordarla como un grupo natural, con un fuerte sustento biológico. En
consecuencia, también las relaciones que se entretejen en torno a ella fueron o son consideradas
como naturales y en función de ello enaltecidas. Por ejemplo, el amor materno, el amor paterno, el
amo filial, el ser hombre, el ser mujer. Parecería que nada más ajeno al sistema sexo/género que
esta entidad formada sólidamente en el “amor”.

Tal vez el máximo exponente contemporáneo de la “naturalización” de la familia y del género sean
Talcott Parsons y Bales (1955) básicamente en dos aspecto: (i) su abordaje teórico de la familia
amparado básicamente en una estructura nuclear y subrayando su carácter de subsistema
responsable, en última instancia, de la transmisión de los valores máximos de la sociedad;; ii) la
definición tradicional de los géneros y el papel también tradicional asociado a cada uno de ellos;
(iii) su interés y acciones políticas concretas en términos de intervenciones técnicas sobre las
familias en el contexto del Welfare State norteamericano. Interés que apuntaba a normalizar e
“higienizar” los vínculos familiares, como veremos posteriormente; (iv) en función de lo anterior,
podríamos decir que se trataba de una familia altamente sexualizada, cercada por el sexo.

La tendencia ampliamente difundida de pensar la familia como grupo natural, articulado


básicamente sobre el sustento biológico de todo ser humano – consanguineidad- filiación –alianza –
hace necesario como dice Durham ( 1983: 31) : disolver sua aparência de naturalidade,
percebendo-a como criaçao humana mutable” Su muerte ha sido tantas veces anunciada, pero
continúa viva, plástica y atravesando “A tendencia da burguesia a “naturalizar” e asssim
“universalizar” aquelas instituçoes que asseguram sua propia perpetuaçao, entre elas o

166
casamento, a família e a divisao sexual do trábalho” (Stolke, 1993: 64). Por tanto, desnaturalizar la
familia implica desnaturalizar el orden social y entenderlo como un sistema sexo/género, esto es,
entenderlo como totalidad que también debe ser analizada a partir de tales mediaciones. No puede
explicarse la división del trabajo sino la entendemos también como sexualmente organizada.

Esto toma relevancia al hablar de las familias de adolescentes, las que ellos forman a partir de la
filiación, ya que todo es esporádico, frágil, sin sustentos sólidos, como lo es la adolescencia misma.
Nunca más de recibo utilizar el término “arreglos afectivo-sexuales” que propusimos hace ya
varios años, a la hora de hablar de las familias que estos adolescentes forman. Nucleares o
extendidas; con uno o dos núcleos familiares; con maternidades o paternidades tuteladas por el
mundo adulto; con nuevas parejas o compañeros/as cuando la pareja conyugal se separa, en fin.
Formas familiares que por su plasticidad asumen diversas formas y dinámicas. De allí la necesidad
de un término que no asocie estas núcleos afectivos en el modelo idealizado de familia. Pensemos
en “arreglos afectivos-sexuales” que no dejan de ser arreglos humanos donde se entreteje el afecto y
la sexualidad, además donde se comparte cotidianamente la vida o parte de ella.

En definitiva y retomando párrafos iniciales, a la hora de pensar las políticas públicas sobre el tema
y las prácticas profesionales, son estos conceptos de articulación, desnaturalización, diversidad,
derechos, sistema sexo/género, respeto a los diversos productos en que se materializa la sexualidad,
los que deben guiar una justicia dinámica que rompa con los esquemas dicotómicos de la justicia
formal: hombre/mujer; fuerte/débil; heterosexualidad/homosexualidad, etc.

Apelar a la diversidad, al reconocimiento pero también a la distribución de renta (Fraser; 1997)


para “reducir” las distancias entre clases, son premisas de las que políticas públicas y las
profesiones asistenciales deben partir. Sumado a esto deben reconocer que la familia no puede ser
abordada como una entidad social aislada en la medida en que ya desde los Siglos VXIII y XIX
diversos autores la han analizado con la conformación socio-histórica de su tiempo y con aspectos
tales como la política en general, la contradicción capital-trabajo y su función como elemento que
habilitó/ta la integración y/o la cohesión social, por ejemplo (Cichelli;Cichelli, 1999).

Más que desde un “manual” o ABC de políticas públicas, nuestra propuesta es la siguiente.
Problematizar los programas o políticas que abordan parcial o totalmente la paternidad o
maternidad en la adolescencia, desde esta perspectiva 1.- ¿qué tipo de justicia coloca en
movimiento?; 2.- ¿Cuáles son sus formas de entender el género, lo masculino, lo femenino? ; 3.-

167
¿Cuáles sus formas de entender lo familiar y el papel asignado a las familias?; 4.- ¿Generan
cohesión o integración? ¿A qué apuestan? Obviamente, el lector puede agregar muchísimas
interrogantes.

Veamos ahora lo que nos técnicos nos han dicho sobre los tópicos que organizaron básicamente las
entrevistas. Se recuerda que los adolescentes no enumeran programas o servicios sociales. Hacen
referencia solamente a la Asignación Familiar, a la TUS y a “la Tarjeta de INDA”. Obviamente
mencionan los centros zonales de salud y, en algunos casos, a CAIF a los que toman como
“guarderías” y no como un programa integral.

La invisibilidad del padre adolescente.

Los modos de vivir la pobreza, la familia, nuestro género y sexualidad, las formas en que se
procesa la individuación, se asocian fuertemente al Estado, ya sea tanto “dador” de servicios como
de un “espacio” reconocido, por ejemplo, para la mujer como “administradora” de las
transferencias de renta (De Martino, 2016). Lo que queremos rescatar es la presencia del estado
como garante, al menos discursivamente, de la satisfacción de ciertas necesidades muy básicas para
la reproducción biológica y social en la pobreza. Salud, vivienda, educación, formación para el
trabajo, transferencias monetarias, son formas de sostener ciertos umbrales mínimos de la
reproducción biológica y social. Por otra parte, otorgan un espacio social y un entramado simbólico
donde se procesan individuaciones y relaciones de sociabilidad.

Al respecto y en lo referente a la temática analizada, la primera constatación que debemos dejar


clara y que los lectores ya saben, es la ausencia de programas destinados a padres adolescentes. La
excesiva focalización de las políticas, desde el punto de vista programático, en ciertos procesos,
problematizados tanto teórica como políticamente, (dificultades de ingreso al mercado de trabajo,
trayectorias estudiantiles fragmentadas, conflictos con la ley, embarazo adolescente feminizado,
etc.) hace que la integralidad del ser humano se fragmente en tantas dimensiones como problemas
se priorizan políticamente.

Pero, prestemos atención, la infracción sí se masculiniza y feminiza, la salud en algunas patología


también, pero básicamente es la “Inseguridad” la que identifica al hombre, especialmente al joven y
adolescente, como “peligroso” y “enemigo” y en torno a su figura Uruguay ha procesado una
inflación punitiva históricamente llamativa. Por tanto, no todos los varones adolescentes son
invisibles para el Estado, lo son de acuerdo a qué valores colocan en riesgo. Nuevamente aquí la

168
temática de la justicia, con minúscula, la que debe ser cotidiana y debatida y ante la que tenemos
que tener una actitud propositiva.

Pero no sólo el adolescente padre se encuentra invisibilizado. Le competen las generales de la ley:
ni la paternidad ni la masculinidad como parte del proceso de individuación han sido incorporadas
a la agenda política de manera crítica. Los estudios sobre masculinidades han sido ubicados
recientemente como campo específico de conocimiento. Recientemente también, en nuestro país,
se esbozan algunos programas sociales, tanto públicos como privados, que incluyen esta
perspectiva, especialmente en temáticas vinculadas a: 1. la violencia doméstica y/o de género, en
el campo socio-jurídico; 2.- en el caso que nos compete, a la salud y derechos reproductivos de los
adolescentes; 3.- familias conformadas por adolescentes.

Desde la perspectiva de esta investigación, las dificultades institucionales para “ubicar” padres
adolescentes fue un dato revelador, ya que sus situaciones eran abordadas solamente desde una
perspectiva laboral, educativa o rehabilitadora. Al decir de un operador.

A partir de esta investigación me puse a pensar qué gurises


(refiere a con los que trabaja) eran padres. (Operador)

Kimmel (1998:208) nos dice que la invisibilidad es una característica de la masculinidad. Es una
invisibilidad de raigambre filosófica y política: “es, en sí, una cuestión política”, dice el autor. Por
tanto no podemos exigir que Uruguay sea la excepción a la norma. Sí podemos comenzar a exigir e
inducir la problematización y visibilidad del tema en variados ámbitos y no sólo cuando se trata de
infracción.

Filosóficamente, como ya hemos dicho en el capítulo correspondiente a género, el hombre ha sido


considerado El Hombre, en tanto Sujeto Universal. En tanto sujeto universal, que engloba toda la
diversidad humana, el hombre no es particular, no existe una racionalidad varonil particular, ya que
permanece oculta bajo el manto de esa Universalidad. Las mujeres han sido consideradas toda y
total diferencia respecto a ese Hombre, por eso han sido asociadas a la magia, la brujería, a la
naturaleza innombrable y temida y han sido escritas en minúsculas. Pero el hombre siempre ha sido

169
completamente semejante al Hombre en tanto Universal: ha sido encarnación de la razón, de la
acción, del poder, del buen juicio, etc. No debemos dejar de reconocer que más que los estudios
sobre masculinidades, ha sido el feminismo el que ha permitido desmontar ese Universal, para el
cual la mujer siempre ha sido lo Otro y secundario, como diría Beauvoir (1970) el “segundo sexo”,
nunca el primero. Por otra parte si el Hombre era Universal y semejante a sí y resumía todas las
diversidades, no tenía porqué reflexionar sobre su género y sus formas de ejercerlo. Era La Norma y
La Ley. Es por ello que diversos autores indican las dificultades de los hombres en pensarse como
género y no como mero sexo biológico (Kimmel, 1997; Olavarría,1999; Fuller, 2000).

Tenemos entonces una construcción de lo masculino que ha hegemonizado y masculinizado el


poder, y en tanto Universal no ha sido “visto” ni “problematizado”. Como ha estado instalado
como definición del ser humano moderno, no ha sido necesario explicarlo ni menos aún hablar de
sus debilidades. A modo de ejemplo, la Razón ha sido masculina, blanca, de clase media, instruida,
etc. Aunque es un sustantivo femenino, para señalar una paradoja gramatical solamente. La justicia
también, formal y dicotómica, ha sido un espacio masculino por excelencia, en el cual el
movimiento feminista introdujo propuestas y apuestas dinámicas.

Básicamente, este conjunto de factores hace que programas o servicios sociales también sean
generizados en clave femenina. Ya hemos hablado respecto a la construcción del embarazo en la
adolescencia como problema sanitario, femenino y desexualizado. Debemos reconocer que el
mentado binomio madre – hijo no ha sido de “total practicidad” a la hora del abordaje técnico por
tanto puede dudarse de su credibilidad científica, porque algo es “útil”, es decir, aplicable, si es
verdad científica, de acuerdo a la tónica marxista (Heller, 1996).

Las entrevistas que más aportan para este ítem son las de los técnicos, como ya lo hemos dicho.
Ninguno de los adolescentes entrevistados se encuentra en programas sociales de atención a la
maternidad o paternidad en la adolescencia. Lo que sí los adolescentes reclaman es algo obvio y que
los lectores ya saben: trabajo y vivienda, ni más ni menos. Los técnicos entrevistados hacen
referencia a esta ausencia ya analizada teóricamente. Los aportes de los técnicos son críticos, a
partir de una experiencia sumamente rica y con altas dosis de reflexividad.

No es nuestra intención volver a insistir sobre un punto muchas veces señalado en diversos ámbitos
académicos y técnicos. Hablamos de la ausencia de coordinación entre diversos programas y

170
servicios sociales que abordan familias y/o adolescencia. Además de la necesaria y “pedida”
coordinación entre políticas universales y focalizadas. El camino previsto políticamente entre
aquellos programas focalizados hacia las políticas universales más tradicionales (educación, salud,
etc.) como tránsito de materialización y concientización de derechos, parecería que no ha sido un
camino recorrido por las poblaciones objetivo. Pero hablamos hoy de estos adolescentes que
ejercen, en soledad y como pueden, su paternidad y maternidad.

Pero lo que señalan los técnicos es aún más primario, en términos de perspectivas que permitan
abordar la temática, o, en primer lugar, identificarla. Básicamente los técnicos refieren a una
perspectiva de género muy débil en el diseño de las políticas y programas y más débil aún en lo que
refiere a masculinidades. Dialogan también en torno a la ausencia de prevención y de una
perspectiva de derechos. Estos aspectos, considerados fundamentales para abordar la temática,
parecería que son dejados a la iniciativa individual de los operadores.

Desde el programa XXX no hay específicamente una línea de cómo trabajar con
la maternidad y la paternidad. No es ni bueno ni malo, es una realidad, y
es algo que me parece que está a construir y que hay una apertura para
construirlo. Lo que pasa es que es un programa bastante novedoso. (…) Además
es un programa que está aprendiendo cómo trabajar, porque su objetivo no es
trabajar con madres y padres adolescentes pero como te decía, por la realidad, es
inevitable. (Referente)

Acá lo que yo siento es un enorme vacío en el diseño del programa. En ningún


momento se planteó la idea de que el padre presente podría estar también siendo
objeto de implementación (del Programa) y de alguna manera, de medidas que
estuvieran en el propio diseño del programa (refiere a que no se tiene en cuenta a
la hora de la intervención, la paternidad o maternidad adolescente como
elemento que incide en los logros del propio programa) (Operador)

Yo te digo que desde el rol que cumplo como operador social dentro de los dispositivos,
yo tengo respuesta para la madre adolescente, para una buena cantidad de situaciones.
Pero para el varón, no. Es más, el diálogo con el padre adolescentes es un diálogo que
nosotros construimos, pero no tenemos protocolo, nada está pensado para esa situación.

171
Si no decís nada todo bien, el dispositivo institucional queda bien igual, nadie te obliga.
(Operador)

Es un tema muy reciente. Estamos teniendo


capacitaciones sobre masculinidades en el Mides,
recién. Surge esa necesidad de pensar el tema. (Referente)

La intervención: Librada a los técnicos, ¿librada al azar?

Si el elenco disponible de políticas y programas denota tal ausencia pero el tema aparece más o
menos recurrentemente en la realidad sobre la que se trabaja, parecería que la iniciativa de
abordarlo no es de carácter político – programático, sino meramente individual.

En el programa XXX tenemos muy poco consensuado o poco sistematizado el trabajo de


campo. Ha sido una intervención mucho más guiada por las metas y por la articulación
institucional pertinente para lograr esas metas en clave de inserción laboral, educativa y
sociocultural. Nosotros una de las tareas que estamos asumiendo en la actualidad es
revisar la metodología del programa a la luz de tres años de intervención, en donde vemos
que es necesario hacer hincapié es en la inclusión de determinados contenidos. Pero toda el
área vinculada a sexualidad derechos sexuales y reproductivos, vínculos familiares (..) sin
embargo para ser autocrítico con la conducción del Programa, esos contenidos han quedado
excesivamente librados a la iniciativa del equipo territorial y hoy sentimos la necesidad
de consolidar muchos más esos acuerdos, explicitarlos, redactarlos, en documentos. (Director)

Es tan variado como educadores hay. Y es tan variado como


imaginarios sobre el género y la maternidad hay. Hay equipos que trabajan más y otros menos y
hay equipos que sólo trabajan lo educativo y lo laboral. Hay que equipos que se involucran desde
otro lado, piensan como en la complejidad. Yo tengo que respetar a todos los equipos (Referente)

172
Es muy difícil hablar con el adolescente, no por el vínculo. No
tenemos mandato institucional, no me siento mandatado para hacerlo. Es cómo que no podés hablar
de estos temas con alguien que está en el día a día. Eso es lo que yo siento y lo he omentado a
los compañeros. Es una frustración. (Operador)

En nuestra opinión, el ideario propio del Estado de Bienestar ha sido el ideario propio de las
profesiones asistenciales, por tratarse de una profesión moderna asociada a la expansión de
derechos. Será por ello que Dubet (2011) realiza un análisis comparativo entre docentes,
enfermeros y asistentes sociales a la hora de analizar los impactos del desmoronamiento de los
principios ideo-políticos de una sociedad “integrada” ( no igualitaria ni justa).

Los grandes cuerpos profesionales burocráticos se insertaban en una estructura estatal también
burocrática, lo que hacía más fácil el recorrido profesional como “secuencia” en una carrera pautada
por concursos y ascensos y reglas medianamente claras para cada nivel de responsabilidad. Esto es
bastante esquemático, pero lo que queremos indicar es que la burocracia flexible que caracteriza al
Ministerio de Desarrollo Social - MIDES – es otro tipo de organización, mediada por
organizaciones privadas (ONGs) con orientaciones, organizaciones e intereses diversos. Los
múltiples niveles y escenarios de actuación, líneas de responsabilidades y formas de entender la
intervención desde un punto de vista filosófico, hacen que el operador sea rehén de diversas lógicas
de acción y de autoridad. Si el estudio ya no garantiza la movilidad social ascendente, la
intervención social y la formación continua tampoco garantiza una carrera burocrático-profesional,
en función de lo ya dicho y de las condiciones laborales establecidas (contratos a término).

La soledad en la intervención posee, tal vez, una de sus líneas de explicación en estos términos.
Pero también en la complejidad adquirida por lo social en un mundo también cada vez más
complejo y diverso, donde para cada derecho habiente se construye una “burocracia” específica
(Dubet, 2006).

La visibilidad de la pobreza. ¿Dónde está el quiebre?

Paralelamente, si lo masculino no es abordado o si lo es, depende del interés particular del operador,
la pobreza sí es visibilizada y genera profundas dudas y tensiones en los equipos técnicos.

173
Uno les pide tener un proyecto… ¿qué proyectos va a tener si vos no sabés si mañana te
van a matar o si vivís el día a día? Es brutal, pero lo más brutal es que nadie, a nivel estatal, está
haciendo foco, porque ¿qué pasa con estos jóvenes? ¿Qué planes hay para estos jóvenes? ¿Dónde es
el quiebre de estas situaciones? ¿Dónde se cortan estos hilos? ¿En la escuela? (Repite en tono
mayor y con dejo de duda) ¿En la escuela?... Tiene primaria completa y nada más y por extra
edad!! (Operador)

Pero si viven el día a día, ¿de qué te agarrás para trabajar? Si preguntas ¿Buscas
trabajo? ¿Tenés trabajo? ¿Te gustaría trabajar? Y te dicen “No, no me gusta trabajar”.
(Operador)

Parecería que impactan ciertas formas culturales que asume la pobreza, ciertas formas de vivirla.
Destacamos algunos aspectos: la naturalización de la situación por parte de los adolescente y
jóvenes; por parte de las propios grupos barriales e incluso podríamos decir de los propios
programas que hablan de ciertos objetivos cuya consecución es sumamente difícil en tales
contextos. Hacemos referencia a lo impactante que resulta la falta de incentivo, por parte de los
adolescentes, para realizar determinadas actividades. En fin, las imposturas que sabemos existen en
torno a la pobreza, y que sabemos que lo jóvenes saben. Por ejemplo, la educación no traerá
aparejada movilidad social ascendente alguna ni un empleo seguro y con buena remuneración. El
trabajo que se conseguirá no permitirá alcanzar la tan ansiada modesta vivienda. El horizonte
cerrado, amurallado en los márgenes del barrio, genera una identidad muy profunda con lo que se
conoce y con quienes se conoce: familiares, grupos de amigos, el barrio. El que dice “Vó, te
soltaron” cuando alguien sale de trabajar y regresa a su casa.

Por otra parte, existen prácticas políticas y técnicas históricas que no han sido superadas: la
pobreza que se observa y gestiona políticamente, también es hablada en corrillos. Haciendo
referencia a una adolescente que había apelado a la IVE y no lo había comentado con la pediatra de
sus hijos, al llegar a la consulta ésta le pregunta sobre el proceso. La referente nos dice

Está naturalizado que la vida de los pobres es pública, se había difundido en el


Centro de Salud que la chica había recurrido a IVE. Tal vez la doctora estaba preocupada
en serio, pero ella no le había contado.(Operador)

O, de acuerdo con Nussbaum (1993) el pragmatismo de las políticas sociales, se refleja a la hora
de la comprensión también en una ausencia de cualquier referente colectivo, en una ausencia de

174
toda forma de evaluación que apele al bien común aristotélico. Tanto en el referencial teórico
como en su aplicación práctica. los programas sociales poseen una concepción de pobreza
“ontologizada”. Parecería que la pobreza, en lugar de poseer raíces estructurales, es una suerte de
atributos negativos imputados a aquellos que viven en condiciones objetivas desfavorables. Nacer y
vivir en condiciones de pobreza se transforma en la configuración de un nuevo “anthropos”: el
homus pauper, humanamente deficitario, humanamente irracional, humanamente “inorgánico”. Los
sustentos de este tipo de programas parecería que fortalecen este tipo de construcción de la noción
de pobreza, altamente individualizada. (De Martino, 2012, 2013).

Diálogo de sordos.

La escasa articulación de las políticas públicas, las dificultades de coordinación, el desembarco de


una serie de dispositivos en territorios no preparados para un trabajo aceitado, ha generado
dificultades que aún hoy permanecen. Existen diagnósticos al respecto y vivencias de ello. Más allá
de esta experiencia, se mantienen expectativas por parte de los técnicos, respecto al Sistema
Nacional de Cuidados que tibiamente comienza a implementarse.

Esta política de cuidados en articulación con la capacitación y la educación creo que


todavía es una cuestión que hay que desarrollarla. Va a requerir diseñar la proximidad de los
centros de educación inicial, una serie de cuestiones, la posibilidad de compatibilizar horarios,
hay que ver un conjunto de cuestiones del desarrollo del sistema de cuidados que están
orientados a las madres porque, digamos que esto es bastante patente, de que son las mujeres
jóvenes las que asumen el cuidado de sus hijos, no? Nosotros tenemos muchos casos de varones
que coparticipan o se corresponsabilizan de las tareas de cuidado, pero también tenemos
muchísimas mujeres que los asumen prácticamente en soledad. (Director)

Lo que nos pasa a nosotros es que nos cuesta más generar procesos con las gurisas
mamás que con el chiquilín papá, y otra vez vuelvo a lo cultural, la dificultad de las gurisas de
separarse de los hijos y de las funciones de cuidado asignadas. Es mucho más difícil
para la gurisa, pues no hay un Sistema de Cuidados sólido. (Referente)

175
¿Promoción o prevención?

En el material empírico recolectado estas dos posiciones no se oponen radicalmente al pensar la


intervención: acompañamiento socio-educativo y prevención no se presentan como mutuamente
excluyentes. Sí son señaladas como referentes de posturas teóricamente diferentes a la hora de
problematizar o no el embarazo en la adolescencia. Y esto es señalado por muy pocos técnicos. En
general, en las entrevistas se plantean los dos tipos de intervención como complementarios. Se
indica sobre la ausencia de un trabajo preventivo o sobre las dificultades para realizarlo. Y se hace
mención a diversas formas de acompañamiento, más allá que los objetivos y metas institucionales
no habiliten el abordaje del tema.

La dicotomía acompañamiento o prevención (Varela y López, 2015)) no se presenta con claridad en


las entrevistas, lo que sí se indica es que no se trabaja en prevención dada las limitaciones de las
políticas públicas al respecto. El énfasis es colocado en el acompañamiento, por las experiencias
concretas de los entrevistados. Y la prevención si bien puede indicar una lógica de problema, al
decir de una de las entrevistadas, muchas veces es asumida como prevención en situaciones
concretas y particulares. Es decir, no como prevención en grupos poblacionales definidos
estratégicamente. Por tanto, los equipos entrevistados, excepto uno de los técnicos, no coloca en
oposición acompañamiento/prevención, sino que las perciben como estrategias complementarias de
acción.

Por otra parte, para el trabajo concreto con parejas adolescentes, uno de los técnicos deja pistas
sobre la naturaleza del embarazo como oportunidad para reconstruir, a veces mínimamente, ciertas
trayectorias vitales.

Desde la psicología perinatal tenemos que reconocer que el embarazo y el puerperio, tanto
para la mujer como para el hombre, son momentos de modificaciones, de cambios, es como
un periodo f fermental a nivel psíquico, para construir cosas novedosas, para construir
una historia novedosa, es una oportunidad pero en los adolescente en general no solo es
oportunidad, necesita acompañamiento.(Referente)

176
Las limitantes de ambas estrategias son indicadas de la siguiente manera:

Con el embarazo, así se instala también nuestro trabajo. No se trabaja en prevención.


Se habla mucho de sexualidad, de embarazo, de interrupción del embarazo, pero no hay un trabajo
en profundidad. (Operador)

Del mismo modo, las técnicas de cercanías, propias del acompañamiento, son observadas de la
siguiente manera:

El problema es que, en general, con las familias uno tendría que trabajar cuerpo a cuerpo y
no unos meses. Pero eso no es lo que se piensa, que no es sólo darle como herramienta que vaya,
que consiga sino después que consigue…sostener. (Referente)

El resumen de lo que se hace y se aspira es realizado de manera contundente por un referente:

El tema es que estamos haciendo lo que podemos y no lo que debemos.(Referente)

Si bien el planteo no es radical en términos de ambas estrategias, lo ciertos es que puede percibirse
una estrategia no explícita donde el “logro” sería el “no embarazo”, por ende, si tiene que ser
evitado es un problema y, por elevación, el campo de acción son las decisiones reproductivas de
ciertos segmentos poblacionales: los pobres. Estaríamos hablando de una forma de gestión de la
vida de los adolescentes pobres en términos de su sexualidad. Por otro lado, aunque no con claridad,
surge otra estrategia de acompañamiento socio-educativo que apunta a: 1. trabajar las tensiones
entre los aspectos subjetivos y materiales del embarazo en la adolescencia y en pobreza: 2. ampliar
redes de apoyo; relación entre los géneros más equitativa; 3. formas en que asumen su paternidad y
maternidad, en una perspectiva que apuntaría a derechos reproductivos y salud reproductiva.

En el primer caso el valor a defender es la disminución de la relación pobres/no pobres, sin apuntar
a ningún tipo de redistribución. Es la herencia del antiguo binomio-madre-hijo y la asociación del
embarazo con la infidelidad, la prostitución, el engaño, etc. (Modelo del 34), En el segundo caso,
son derechos asociados al ser humano a ejercer con libertad su sexualidad, a partir de una ética del
cuidado de sí y del otro.
177
Los mensajes contradictorios. Las imposturas en palabras.

Las imposturas del mundo adultos son indicadas por los técnicos como mensajes contradictorios.

Somos un poco contradictorios. Por ejemplo, no hay r efugios de 24 horas para una
muchacha de 18 años que no tenga hijos pero si tiene hijos sí. Es una política. Y muchas veces son
objeto de maltrato, de abuso y ya no tiene la protección de INAU y lo que Mides ofrece son
refugios nocturnos. Ahora si tuviera un hijo, sí hay refugios. Son contradictorios los mensajes
de la sociedad, ¿no?

Otra expresión de mensajes contradictorios lo constituye la propia reproducción de estereotipos de


género por parte de los técnicos.

Rescatamos al padre que se hace cargo, a la madre no. No importa si somos técnicas, si
somos mamás, tratamos de proteger al papá muchos más que a las
madres, mucho más. Y lo justificamos: “Pobre, está solo”. “Qué bien este padre cómo se hizo
cargo”. Y de la madre adolescente no decimos nada… ¡Cómo se culpabiliza muchísimo en todo a
las mujeres. Siempre, ¿no? (Referente)

A los varones ni les preguntamos, ni se trabaja la paternidad y yo me juego a que reproducimos a


veces las peores cosas. (Operador)

Siempre el castigo es para la muchacha, porque otra opción sería que el padre cuidara. Pero no
es una opción. Es un paradigma, no partimos nunca de la
corresponsabilidad, nunca, nadie. (Referente)

El desprendimiento o desvinculo de la madre con el hijo es impensable, el desprendimiento o


desvinculo del padre es naturalizado. (Operador)

Este punto debe ser objeto de una crítica consciente por parte de los operadores en general. ¿Qué
valores y conceptos sobre familias, género, maternidad, paternidad, expresamos y transmitimos a la
hora de la intervención? Las intervenciones técnicas no deberían basarse en el sentido común o en
elaboraciones ideológicas o morales. Se deben basar en un pensamiento crítico, afinado, sobre el
problema en cuestión y sobre el ser humano en general. Las profesiones asistenciales deben

178
poseer sustento teórico y refinamiento técnico y no debe convertirse en un eslabón de una larga
cadena de intervenciones moralizantes, que juzgan y prejuzgan al ser y su situación.

El maltrato institucional.

Por último, la mayor e inhumana impostura frente al embarazo adolescente, lo constituye el


maltrato institucional, que compromete instituciones pero también prácticas de personas concretas.
Este maltrato, como efectos no deseados pero que se viven cotidianamente puertas adentro de las
instituciones, es comentado de diversas maneras. Expresa también la concepción de esa pobreza
ontologizada. Creemos que los discursos de técnicos nos eximen de todo comentario:

En el caso del padre que está a cargo de las dos nenas, cuando va al Mides le han dicho: “Ah,
bueno, lo que vos querés es sacar planta al Estado para las gurisas, no?” Y el tipo lo que quieres
es cobrar la Asignación porque las tiene él y es un derecho. (Operador)

Desde la salud, por ejemplo, es clarísimo. El otro día en un Nodo, hablando de una gurisa que no
quería amamantar al niño, era como la personificación de la maldad. Es sólo una adolescente que
no quiere amamantar a su bebe.(Referente)

Está bien que las políticas focalizadas introduzcan estos temas, pero también las universales, el
sistema de educación, la salud pública, donde se reproducen estos estereotipos. Tienen ese
rechazo (hacia las y los adolescentes con hijos) Vemos como se les abren y se les cierran las
puertas en un montón de cosas, entonces no solo está en los técnicos o en políticas
focalizadas, está en las políticas universales. ... y eso implica un nivel de soledad (para los
adolescentes) (Referente)

El Modelo del 34, que feminizó e institucionalizó el embarazo, no sólo lo hizo riesgófilo sino
también culpógeno. Como ya dijimos, producto y productor de riesgos pero también de culpas.
Culpa especialmente de las mujeres y de aquellos que no tienen la edad asociada a la madurez,
culpa por ejercer una sexualidad coital activa cuando no se tiene la responsabilidad ni los medios
materiales y subjetivos para “hacerse cargo del hijo”. Por tanto, el embarazo en la adolescencia, no

179
sólo ha sido considerado un problema, sino también un riesgo y generador de nuevos riesgos y se
asoció a conductas sancionadas, generadoras de culpa casi eterna. Culpa que los adolescentes
parecería que no viven en una dimensión profunda, lo que denota márgenes de salud emocional que
permiten un trabajo promocional. Es un buen punto de partida.

A modo de resumen, elaboramos un cuadro analítico sobre las estrategias técnicas que se derivan
del material empírico analizado. Se trata de un cuadro que tal vez sintetice demasiado la
información.

180
Pero estamos hablando de adolescentes que son padres y madres en sectores de pobreza.
El carácter idealista de los contenidos que hemos esquematizados es relevante. La
invisibilidad mayor es la de la pobreza. Por tanto vale recordar a Nancy Fraser (1997),
aunque puede ser muy cuestionada.

En un mundo donde la desigualdad coloca de esa manera su impronta en los proyectos


de vida individuales, el discurso político toma la forma de cuestiones de justicia o
injusticia social ya sea vinculada a una perspectiva socioeconómica – explotación,
marginación, privación - o a una perspectiva cultural o simbólica – dominación
cultural, falta de reconocimiento, irrespeto. El resultado es la afectación de las
identidades tanto individuales como grupales puesto que se arraigan en procesos y
prácticas sociales que colocan sistemáticamente en desventaja a las personas entre sí.
Cada vez más, la identidad grupal ha ido sustituyendo los intereses de clase, tanto es así
que las pretensiones de validez en las que sustentamos el discurso en este estadio de la
modernización, tienden más a la defensa ante la dominación cultural, que a lo que
refiera a la explotación del hombre por el hombre. (Fraser, 1997)

Como consecuencia, el conflicto político en el siglo XXI va a oscilar entre las luchas
por la redistribución y el reconocimiento. Es por ello, que “(…) las pretensiones
basadas en la identidad tienden a predominar cada vez más, en tanto que las
perspectivas de redistribución parecen retroceder. El resultado es un campo político
complejo con poca coherencia programática” (Fraser, 1997: 20).

Quizá sea posible pensar en el análisis de cuestiones de orden político o social,


diferenciando la faceta socioeconómica de la faceta cultural o simbólica que estas
puedan guardar para sí. Sin embargo el dilema que traen asociadas estas luchas por el
reconocimiento en detrimento de la redistribución indica que ambas categorías se
refuerzan dialécticamente para aquellas colectividades cuya problemática de fondo esta
afianzada tanto en la estructura de clases como en los procesos y prácticas sociales. Tal
es el caso de las vinculadas a la raza o al género (Fraser, 1997:27) “(…) tanto el género

181
como la ´raza` son modos de colectividad problemáticos. A diferencia de la clase, que
ocupa uno de los extremos del espectro conceptual y de la sexualidad, que ocupa el
otro, el género y la ´raza` son bivalentes, esto es, están implicados simultáneamente
en la política de la redistribución y en la del reconocimiento”

A partir de la lectura de la autora, hemos sintetizado otro tipo de abordaje tecno-político que
no es de ninguna manera quimérico para una sociedad que posee una expresión demográfica
escueta. Lo hemos dado en llamar Estrategia Integral del Embarazo en la adolescencia.

Racionalidad Problema Objetivos Actividades Modalidad Fundam


objeto de Filosófic
intervención
No piensa al Aspectos Alcanzar Tareas educativo- Establecimiento Reconoci
embarazo psicológico- mayores niveles promocionales con de vínculos de Cultural
adolescente emocionales y de autonomía en enfoque de carácter condición
como problema. socio-políticos tanto derechos y en el emancipatorio adolescen
Sí lo son las del o los adolescentes , ámbito de la salud padre/ma
condiciones de adolescentes. desde una reproductiva. Abordaje
vida sobre las perspectiva individual y Reconoci
que se instala. Correlación entre colectiva y no Tareas educativas familiar. político d
deseo, necesidad meramente y de orden adolescen
y carencia a individual. promocional/ Abordaje padre/ma
partir de las organizativo. grupal en pobre.
condiciones Promover la territorio.
objetivas y generación de Acompañamiento Atenuar
subjetivas de deseo de en los procesos de Organización distancia
vida de los/las satisfacción de construcción de de agentes clases so
adolescentes aquellas satisfactores de colectivos en
padres/madres. necesidades necesidades torno a
socio-políticas sociales.(vivienda, construcción de
(carencias) trabajo; ideario de satisfactores.

182
(Heller) género equitativo;
adecuación del
Elaborar junto sistema educativo a
al/la adolescente la condición de
el deseo y las padre/madre;
necesidades generar consciencia
vinculadas al de un colectivo,
ser etc.)
padres/madres
Respaldar procesos
Promover de hominización
paternidades y que incluyan la
maternidades condición de
armónicas y género, de
cercanas. adolescente y la
paternidad.
Promover
relaciones de
género
equitativas.

Promover
acciones y
organizaciones
colectivas,
etarias, genérica
y territoriales.

Abordaje
interdisciplinario

183
Obviamente debemos puntualizar conceptualmente algunos de los elementos que figuran en
este cuadro. Antes de ello nos interesa destacar que este tipo de política, que parece ser una
declaración de principios, implicaría un diseño focalizado y atado al territorio que como
primer paso incluyan el trabajo como fuente de dignificación de lo humano, asociado a la
construcción del lugar donde se vive y aspira vivir en familia. Trabajo y vivienda es lo
sentido profundamente como necesidad radical y en este sentido son profundamente carentes,
tanto las parejas como los pequeños hijos habidos. Cuando un operador indica ¿Dónde se hará
el quiebre? Es en esos dos aspectos y en la formación educativo de carácter práctico, pero
innovadora, ya no sólo vinculadas a los clásicos: tareas de cocina, peluquería o albañilería,
debidamente imputados a mujeres y hombres, respectivamente.

Las instituciones vinculadas a la temática, así como la capacidad reflexiva de los


técnicos entrevistados, pueden señalar la innovación al respecto: aunar reconocimiento
cultural y político en ondas redistributivas. No hablamos de incidir en la reproducción
de la pobreza mediante transferencia de renta (algo que ya ha quedado demostrado
como equívoco) Tampoco de reducción de la pobreza imponiendo decisiones
reproductivas en segmentos poblacionales. Hablamos de un sinceramiento histórico que
indique que estas temáticas, clase y género son categorías estructurales de un orden
social y que por tanto ameritan tanto dosis de distribución como de reconocimiento. Sin
tomar el cielo por asalto, dadas las actuales condiciones históricas, hablamos de un
sinceramiento que permita apelar a una mínima integración social.

Ahora bien, respecto a lo conceptual, nos gustaría realizar las siguientes apreciaciones.
Aún en marcos institucionales, todas las prácticas cotidianas hacen que debamos
escoger entre intereses y valores humano-genéricos y necesidades y valores particulares
(Heller, 1978). Este ya antiguo pero vigente enunciado de Heller (1978), nos indica que
lo cotidiano, no es mera reproducción mimética de secuencias de acción (rutinas). Es
en ese cotidiano donde desarrollamos nuestras prácticas profesionales y la institución
donde trabajamos también posee su cotidianeidad, así como la propia profesión genera
la suya. Del mismo modo, ese es el cotidiano de los adolescentes de los que hablamos.
Las disciplinas involucradas en lo social deberán develar cómo operan individuación y
sociabilidad, a partir de prácticas concretas desarrolladas por estos adolescentes y sus
familias, en el entendido que:

184
Con el desarrollo de la sociabilidad y la consecuente intensificación y extensión,
tanto objetiva como subjetiva, de los conflictos entre los elementos genéricos y
los particulares, surge la necesidad de mediaciones que expliciten, tan
nítidamente como sea posible, las necesidades genéricas que van
desarrollándose gradualmente. Es necesario identificar las necesidades
genéricas, plasmarlas en formas sociales que sean visibles en las más
diversas situaciones, para que se tornen, de hecho, operantes en la cotidianeidad.
Valores como justicia, igualdad, libertad, etc., surgen en cada período como
expresiones concretas, históricamente determinadas, de las necesidades genérico-
colectivas puestas por el desarrollo de la sociabilidad. Ciertamente, por ser
expresiones concretas, históricas, de las necesidades humano-genéricas, el
contenido de esos valores se altera con el pasaje del tiempo. Tales cambios
introducen nuevos complejos, pero no alteran el hecho de que tales valores son
centrales en la elevación de la conciencia, en escala social, de la contradicción
singular universal, género/individuo; y que a su vez, la elevación del nivel de
conciencia de la contradicción individuo/género influye decisivamente en la
identificación más precisa de las necesidades genéricas históricamente surgidas.”
(Lessa, 1997:97)

Las diversas profesiones asistenciales deben tener en cuenta, cuando de familias e


individuos se trata, la necesidad de analizar y comprender el conjunto de prácticas y
acciones cotidianas de los individuos, que oscilan entre valores y necesidades
particulares o universales/genéricas. Es en el modo como la gente vive que, en el
desarrollo de un específico modo de vida, las tendencias universales y particulares se
expresan. Del mismo modo, se expresan las necesidades sentidas. Al respecto, Heller
(1996), nos dice que la necesidad, si bien es una categoría de naturaleza social, se
comprende individualmente: “Los hombres y mujeres ‘tienen’ necesidades en tanto […]
actores y criaturas sociopolíticas. Sin embargo, sus necesidades son siempre
individuales” (Heller, 1996:84). En este sentido, la autora realiza una segunda

185
caracterización; esta vez las necesidades pueden situarse entre los deseos, por un lado, y
las carencias (necesidades sociopolíticas), por otro. “El deseo manifiesta (directa o
indirectamente) nuestra relación psicológico–emocional y subjetiva con las
necesidades, mientras que las carencias (necesidades sociopolíticas) describen un tipo
o clase de necesidad que la sociedad atribuye o asigna a sus miembros (o a alguno de
sus miembros) en general” (Heller, 1996: 85).

El espacio entre ese deseo y esas necesidades es el espacio donde definitivamente


debemos trabajar y desarrollar las mejores de nuestros conocimientos teórico-
operativos. Pensamos que indagar sobre lo que el adolescente (o la adolescente)
necesitaba y que el hijo vino a “satisfacer” es un elemento clave para el diseño y la
implementación de políticas y programas. ¿El hijo es una mediación para… solucionar
qué; alcanzar qué…? ¿Es una mediación entre lo que se desea y lo que no se tiene o no
se tuvo? ¿Es lo mismo que el hijo sea deseado o “necesitado”? Pensemos en los
sentidos del hijo identificados a partir del material empírico. Esta dimensión, de acuerdo
a Heller (1996) es netamente psicológica – emocional, y debe ser incorporada en las
estrategias políticas y técnicas.

Es esto lo que intentamos plasmar en el cuadro presentado ut supra. Pero a esto le


sumamos otra dimensión. La generación de deseos en torno a carencias socio-políticas
hace que la participación sea un elemento clave a la hora de promover derechos en
segmentos poblaciones sumamente vulnerados, y sometidos a un pauperismo
absoluto. Con relación a esto, Heller nos dice:

Hoy en día, las necesidades sociopolíticas (carencias) son permisos. Los


derechos también son permisos. En la medida en que las necesidades son
atribuidas/adscritas y legalmente codificadas, uno tiene derecho a
manifestar/reclamar esa necesidad. La necesidad es entonces reconocida
socialmente. Es posible que no se haya proporcionado aún satisfacción para ella;
pero esto es visto como una anomalía a subsanar” (Heller, 1996:106).

186
A su vez, la participación como carencia (necesidad sociopolítica) sólo podrá ser
satisfecha en la medida que se reconozca individualmente, no solo como deseo, sino
también como derecho. Conde (2008) realiza una interesante observación:

La intervención puede pensarse como mediación entre la carencia y el deseo; y


entre la distribución de formas sociales de satisfacción y la conciencia de derecho. Esta
tarea generalmente no aparecerá destacada ni explicitada, pero el operador de
políticas, más allá de la tarea específica que realice, desarrolla acciones cotidianas
que pueden contribuir tanto con la elucidación del deseo de los actores sociales para
defender sus derechos o, por el contrario, tender a capturar la necesidad de esos
actores con un objeto mercancía que alivie la carencia pero no transforme su
entorno. La elucidación del deseo requiere la interrogación para definir en qué se
quiere participar y cómo se articula con proyectos más o menos colectivos de
autonomía en la producción de instituciones que
permitan alcanzar esos objetivos. De esta manera se descentra la acción detrás del
objeto mercancía que la modernidad adjudica a cada necesidad, cosificando los
valores y mutando las cualidades en cantidades. (Conde, 2008: 82)

La concepción de la intervención como mediación que permite devenir el deseo en


necesidad es sumamente interesante, especialmente en poblaciones que, como ya vimos,
aparentemente han perdido el deseo o no se articulan colectivamente en pos de la
satisfacción de necesidades. Los adolescentes entrevistados, las poblaciones definidas
por los técnicos, niegan el abordaje del ser humano tal como lo plantearon Heller y
Feher (1988)

(…) la forma moderna de creación de necesidad, de percepción de necesidad, de


distribución de necesidad, aumenta la insatisfacción independientemente
de que cualquier necesidad concreta se vea realmente satisfecha y esta
insatisfacción general opera como potente fuerza motivadora en la
reproducción de las sociedades modernas (Heller, Feher, 1988:162).

187
Si la cita puede explicar la dinámica del consumismo y la recreación constante de
necesidades que se satisfacen a partir de un objeto mercancía, los adolescentes
entrevistados corren tras el consumo pero se muestran totalmente pasivos frente a
carencias que derivan del orden social injusto.

Nancy Fraser (1991) para dar luz sobre estos procesos nos propone poner el acento en
la interpretación que se realiza de las necesidades y observar cómo las demandas de
necesidades adquieren un estatuto político. Estas se encuentran en redes controvertidas
en las que no sólo se preguntan sobre qué demandas serán o no atendidas, sino que
existen debates entre diversos interlocutores con relaciones sociales entre sí. Existen por
tanto, múltiples intereses de grupos que se ponen en juego a la hora de interpretar las
necesidades.

Ahora bien, es Fraser la que sintetiza los dilemas a la hora de pensar la intervención
social en clave de derechos. Para la autora la familia y la economía oficial son los
principales enclaves despolitizadores que las necesidades deben superar para asumir su
carácter político. El proceso para ello, es indicado por Fraser:

En resumen, cuando los movimientos sociales logran politizar


necesidades previamente despolitizadas, entran en el terreno de lo social,
donde los esperan otros dos tipos de lucha. Primero, tienen que pelear contra
poderosos intereses organizados, dedicados a formular interpretaciones
hegemónicas para sus propios fines. Segundo, se topan con los discursos de los
expertos en y alrededor del estado. Estos enfrentamientos definen dos
ejes adicionales de lucha por las necesidades en las sociedades del
capitalismo tardío. Son luchas muy complejas, ya que por lo general, los
movimientos sociales buscan medidas estatales para resolver sus
necesidades ‘fugitivas’ al mismo tiempo que se oponen a las
interpretaciones terapéuticas y administrativas. Así, estos ejes significan

188
conflictos entre interpretaciones rivales de las necesidades sociales y
construcciones rivales de identidad social” (Fraser, 1994: 22).

Es esencial comprender este párrafo para asumir una intervención que trabaje a partir
del deseo y de las necesidades de los adolescentes, y las carencias socio-políticas
objetivas de la pobreza, y una intervención que apueste a la conformación de agentes
colectivos, El saber experto, es decir, los técnicos debemos luchar contra nuestra propia
inmanencia y un discurso de derechos que muchas veces se traduce en las peores
expresiones de la discriminación, como lo hemos visto en palabras de los entrevistados.

Pero mantenemos una preocupación., ¿Cómo trabajar con estos adolescentes que se
mueven en un mundo altamente particularizado? ¿Cómo trabajar con adolescentes
donde lo genérico humano no adquiere relevancia? ¿Cómo trabajar en sus vidas
cotidianas cuando, como indica Heller (1985), su estructura es la que más se presta a
la extrañación, por la co-presencia en sí de particularidad y especificidad? La
asimilación de las normas dominantes puede convertirse en conformismo para quien
obvia su particularidad y se basa en la fe (Heller, 1985: 65). Y esta sería la tónica de la
vida de estos adolescentes. Sólo podemos indicar dos pistas al respecto.

1.- una de ellas ya fue indicada: el trabajar desde el deseo y la necesidad, tónicas
subjetivas, que no es lo mismo que trabajar sobre lo que simplemente el o la
adolescente, necesita según una definición técnica a priori. Trabajar a partir de posturas
y decisiones que marcan lo que deseó. A modo de simple ejemplo y como fuera dicho,
trabajar a partir del significado asociado al hijo, ya que la mayoría de las veces
satisface algún tipo de deseo: ser salvado; ser adulto, etc. Pero de manera vinculante con
las necesidades que pueden no ser aún deseadas. También trabajar el surgimiento del
deseo en torno a carencias socio-políticas. Es decir, trabajar a partir de la paternidad o
de relaciones de género concretas, el ser político de estos adolescentes.

2.- reconocer que las experiencias de paternidad (y maternidad) no son experiencias en


el sentido de mediación entre la consciencia y lo real. Estos jóvenes no acumulan

189
consciencia sobre sus condiciones de vida y sus experiencias, incluso la de padres, no
“tensan” la realidad de lo social, no la ponen en juego, ni siquiera la cuestionan, como
para que su “experiencia” modifique algunas de las dimensiones involucradas.
Trasladando el concepto, y siendo muy atrevidas intelectualmente, tampoco la
experiencia de la paternidad es una experiencia que “tense”, que “presione” la realidad
de las relaciones asimétricas entre los sexos que ellos mismos ponen en juego. Por tanto,
más que de experiencias, deberíamos pensar en la paternidad (y maternidad), al menos a
partir de lo visto, como prácticas concretas, es decir, acciones guiadas por un sentido
práctico.
Es decir, la famosa fórmula elaborada por Bourdieu (1997) para explicar el sentido
práctico, a saber: (habitus x campo)19 = práctica, reafirma nuestras apreciaciones. Lo
masculino y lo femenino parecería se expresa solamente como práctica o sentido
práctico. Aunque a la hora de explicar o dar sentido a sus prácticas de género, los
adolescentes apelen a esquemas de comprensión asociados a ciertos habitus de clase
(padre proveedor; mujer subordinada; espacio doméstico para la mujer, etc.) O en
palabras de Connel (1987) apelen al orden de género socialmente establecido.

Lo que queremos indicar es que la masculinidad o la femineidad, la paternidad y la


maternidad, serían formas de hacer/se generizadas (masculinas o femeninas) en el
entendido que tejen componentes estructurales con otros subjetivos y personales, pero
guiadas con una intención meramente práctica: solucionar problemas referidos a
situaciones concretas, ya sean emocionales como materiales. Tales prácticas se
encontrarían enraizadas en las vivencias familiares, en sus presencias y ausencias, en la
subjetividad, individual y colectiva y en fuertes marcas de clase y de todo el orden
social. En palabras de Burin (2009), estaríamos frente a adolescentes cuyas formas de
actuar son guiadas por un sentido performático de acuerdo a los dogmas establecidos
sobre lo que es un varón o un padre. Si se quiere, con un sentido básicamente adaptativo
a los principios del sistema sexo/género

19 El autor entiende el Habitus como el conjunto de prenociones o categorías pre-cognitivas que permite al
agente actuar en el espacio social en que ocupa un lugar. Para el autor es la historia hecha “carne”,
individualizada. Por Campo entiende un espacio social, con determinados lugares que disponen de
diferentes niveles de poder, negociación, etc. Es la historia hecha instituciones. Por ejemplo: el campo
religioso, el campo artístico, etc. (Bourdieu, 1997).

190
Para terminar, se desprende del material empírico que los padres adolescente se hacen
una pregunta casi instintiva cuando el embarazo se instala: ¿Ahora qué? Asumir. Y otras
preguntas, que sólo algunos se las hacen, respecto a la paternidad, ¿Eso es todo? ¿Ser
proveedor? ¿Ver poco al niño? ¿Depender de mis suegros?

Toda situación compleja y crítica es dolorosa, pero debe ser transformada en


oportunidades de cambio. Así, tal vez, los varones reaccionan con juicios atributivos y
comparativos: “Ahora pierdo la posibilidad de los bailes”, “Se me acabó la joda”, lo
que atribuye una cualidad negativa al embarazo. Pensamos que la construcción de
juicios críticos, que hace parte de la madurez al posicionar al sujeto en su nueva
situación, es todo un campo de actuación que debe ser explorado. “El juicio crítico es
aquel que permite asumir la nueva condición y situación, superando el juicio
identificatorio narcisista y binario: Yo/Otro (que es la mujer)” (Burin, 2009, 371). En
la situaciones que nos preocupan, el juicio crítico permitiría asumir, lo que se pueda y
quiera, como varón, pero a partir del análisis de la situación dolorosa y a partir de
recomposiciones ahora trianguladas: Yo/Ella/ Hijo”

De eso se trata cuando hablamos del deseo y las necesidades. Pero así quedarnos en lo
meramente individual, no aborda las condiciones en las cuales se desarrolla el embarazo
en la adolescencia pobre. Y ya vimos que ese sí es el problema. Conformar agentes
colectivos, respuestas colectivas a carencias socio-políticas compartidas, politizar el
territorio y no estatizarlo, son otras líneas de trabajo que hablan de otros deseos y otras
necesidades. Trabaja la condición política de los adolescentes, o la conformación de
agentes colectivo, es ver la participación en tanto derecho. Esto se torna fundamental a
la hora de aplicar una perspectiva de derechos, especialmente en situaciones de pobreza,
de casi total despojamiento.

Al respecto, Heller (1996:106), que se ha tornado en nuestra referente, nos dice:

(…) las necesidades sociopolíticas (carencias) son permisos. Los derechos


también son permisos. En la medida en que las necesidades son
atribuidas/adscritas y legalmente codificadas, uno tiene derecho a

191
manifestar/reclamar esa necesidad. La necesidad es entonces reconocida
socialmente. Es posible que no se haya proporcionado aún satisfacción para
ella; pero esto es visto como una anomalía a subsanar”.

A su vez, la participación así como la satisfacción de carencias, deben ser trabajadas,


desde esta perspectiva integral del tema, como derecho de todo niño, niña o
adolescente. (Conde, 2008)

En resumen: podemos indicar que las políticas públicas y las prácticas que se
institucionalizan en su ejecución deberían evaluarse en función de su capacidad para
promover los movimientos instituyentes de grupos que expresan necesidades y
carencias. Las prácticas institucionales que se derivan de las políticas públicas deberían
promover la satisfacción de carencias tanto como los vínculos psico-sociales entre
deseos y necesidades de adolescentes. . Es decir, toda profesión asistencial debería
aportar su experticia para trabajar, junto al adolescente y sus redes de contención en: los
aspectos psico-emocionales relacionados con la condición de adolescente y padre
madre; pero también contribuir en la conformación de sujetos colectivo socio
políticas, en torno a carencias relativas a las condiciones materiales y subjetivas de
existencia. O, en otra forma discursiva que puede utilizarse, los campos de actuación,
necesariamente interdisciplinarios, deben apuntar tanto a las condiciones psico-sociales
de elaboración de la condición humana como a la capacidad de los adolescentes para
promover procesos político-organizativos en torno a derechos que son solamente
atribuidos.

Pero tratemos de “bajar a tierra” algunas de estas consideraciones. Lo haremos de


manera concisa y tratando de enumerar algunas orientaciones que resuman debates
anteriores. El orden de tales puntos no implica ningún tipo de valoración u
ordenamiento de “más a menos”. Comencemos, siguiendo a Oviedo y García (2011)

1.- Las prácticas profesionales deben superar la idea del embarazo como problema y
pensar que su objeto de intervención es incidir en la toma de decisiones reproductivas
de los adolescentes. O que su objeto de intervención es la información o formación de

192
los mismos en salud reproductiva, asociando a ésta con el conocimiento de la existencia
y uso de determinados métodos anticonceptivos.

2.- Las prácticas profesionales deben abordar el embarazo en la adolescencia en el


marco de condiciones de vida determinadas, tanto en sus dimensiones materiales como
simbólicas. Es decir, analizar ese embarazo como parte de un contexto estructural y
simbólico, donde se construye la identidad personal, que incluye la identidad de género.
Es decir, el embarazo puede ser considerado metafóricamente desde la perspectiva de
género, como un escenario, donde se producen y reproducen aspectos subjetivos
imputados por género: mujer madre cuidadora, padre proveedor.

3.- En tal escenario, es viable trabajar críticamente en la generación de un pensamiento


crítico sobre tales identidades a partir de la indagación del propio adolescente, de otras
posibles formas de ser madre, padre, hombre y mujer.

4.- Esto habla de la ampliación del campo de los posibles, al decir de Sartre (1966). No
del campo instrumental que se asocia a elementos materiales, si no el campo de las
posibles objetivaciones del ser. Concretamente sugerimos la necesidad generar espacios
de reflexión sobre la condición femenina y masculina, y sobre el ejercicio de la
paternidad que permite superar, o iniciar un proceso en esa línea, las habituales
asociaciones patriarcales sobre hombre, mujer, etc. Es fundamental trabajar
estereotipos, construcciones ideológicas, valores frente a la sexualidad y frente al otro
sexo, frente a la reproducción (Del Castillo et al, 2008) Todo este entramado favorece la
reproducción de relaciones de género dicotómicos, inequitativas y, subrayamos,
violentas.

5.- Del mismo modo es necesario abordar aquellos aspectos psico-emocionales (deseos
y necesidades) sobre diversos tópicos. Además de los indicados por Del Castillo et al
(2008) es necesario abordar sus capacidades, actitudes, sentimientos, valoraciones y las
orientaciones que asumen para su vida.

193
6.- También sería saludable que las intervenciones profesionales abrieran espacios para
una vinculación críticas con los programas y políticas asistenciales.

7.- Otro desafío a asumir es el fortalecimiento de aquellos aspectos que hacen a un


relacionamiento respetuoso y solidario con sí mismos y con los otros.

8.- Es necesario iniciar toda estrategia profesionales a partir del análisis del contexto en
el que los adolescentes viven.

9.- Promover la creación de espacios, servicios y dispositivos, a nivel de las políticas


universales, que briden atención especializada a padres y madres adolescentes, para
poder articular vida privada con estudio o trabajo. Este tipo de política no debe dejar
por fuera la protección del hijo o hija de estos adolescentes.

10.- Contribuir a la transformación de las relaciones entre los géneros y de los


imaginarios instituidos desde el orden patriarcal sobre el padre y la madre
adolescentes.

11.- Transitar un recorrido que permita sustituir espacios y miradas adulto-céntricas


para concentrarnos en los intereses vitales de niños y adolescentes.

12.- Instalar la escucha, la discusión, el análisis crítico como parte de la comunicación


cotidiana, y destituir todo tipo de mensaje moralizador.

13.- Hacer de la construcción de autonomía el eje central de la reflexión, para que niñas
y adolescentes cuestionen los roles sexuales tradicionales en las que continúan siendo
socializados.

14.- Deconstruir las imposturas en torno al embarazo en la adolescencia. A saber: 1.- el


embarazo como pasaje al mundo adulto; 2.- el embarazo como adquisición de
condiciones femeninas o masculinas (madre y proveedor, respectivamente); 3.- el
embarazo como problema, como riesgo o como motivo de culpa; 4.- el binomio madre-
hijo como objeto de intervención o régimen de verdad sobre el tema; 5.- la autonomía

194
para el ejercicio de la paternidad y maternidad bajo el manto de la tutela adulto-
céntrica.

15.- Reconocer que padres y madres continúan siendo adolescentes y tiene sentimiento
y necesidades acordes.

16.- Abordar la constitución de sujetos políticos, de ciudadanía y también de agentes


colectivos.

17.- Politizar la adolescencia, politizar el embarazo en la adolescencia, que significa


avanzar en un enfoque de derechos sobre salud reproductiva y sexualidad así como
sobre carencias socio-políticas. Es decir, guiar la política y la práctica a partir de un
enfoque de derechos integral, que situé la salud reproductiva en un contexto socio-
económico determinado y la vincule a otras carencias.

18.- Des-adjetivar y biografizar el embarazo en la adolescencia, como ya fuera dicho de


acuerdo a Parrini (1999)

19.- Reconocer que todo es transicional en estas situaciones: desde la pareja e incluso
hasta la paternidad o la maternidad, la propia adolescencia, el lugar físico donde viven,
etc. Estas situaciones diversas y frágiles deben ser el punto de partido de todo análisis y
de toda intervención técnica.

En fin: valorar y respetar los derechos de los niños supone elevarse por encima de la
propia particularidad hacia la especificidad, para lo cual se requiere conocimiento del
propio Yo y del Nosotros. Pareciera que las instituciones se arrogaran para sí el
Nosotros y que las familias lucharan por defender lo individual. Nada más negativo
que esta imputación. Creemos que, sin ligereza intelectual, las profesiones
asistenciales deberían, como norma ética, en cada acción profesional, alcanzar un grado
de homogenización que le permita romper con su propia cotidianeidad, para centrarse en
el encuentro con el otro. Del mismo modo, la dinámica institucional, alguno de cuyos
rasgos han sido delineados por los entrevistados, debería como tal también romper con
aquellas prácticas rutinarias, cosificadas, en aras de alcanzar institucionalmente ese
estado permanente de homogeneización, tendiendo claro en cada acto – ya sea

195
administrativo, gerencial, político institucional – los fines últimos que otorgan su razón
de ser.

Por último las palabras de una referente entrevistada que no culpabiliza al operador de
campo, sino que sintetiza la situación.

El abordaje del educador tiene que ver con el vínculo educativo y el vínculo
educativo se construye. Se construye en la medida que haya un educador con
empatía y disponible para construir un vínculo. (…) Si tú tienes miedo de lo que
surja, imaginate el miedo que debe tener la gurisa de contarte lo que pasa,
porque si no te lo hubiera contado espontáneamente, no? Eso ya denota algo,
hay algo raro, por eso te digo, eso depende de cómo es el trabajo de cada equipo
y de cada educador.

(Referente)

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