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Yo no ando con idealizaciones, pero la conozco desde que era una nena chiquita y por eso
conozco con detalle los hábitos y particularidades que encierra su compleja definición. Se deja
ver al amanecer porque no es un animal nocturno sino que tiene los ojos llenos de sol y de
almendras. Es una Blancanieves cualquiera: amante de perros, gatos, caballos y mariposas (y
otros tantos animales que andamos orbitando alrededor). Canta muy desafinado pero con una
pasión inmensa, y a veces espera canciones de la misma forma en la que se esperan chicos,
amigas o mascotas.
No está fabricada solamente con poesía y boludeces por el estilo sino que tiene los pies
clavados a la tierra, y se cuida mucho de que a la cabeza no se le ocurra salir volando o hacer
alguna otra pelotudez. Pero con esto no quiero dar a entender que es una de esas amantes del
realismo plano y aburrido, de ese que no admite más de tres dimensiones y no deja lugar al
esoterismo. Se acuesta con la idea de un destino predeterminado y acaricia una realidad de
tarot y brujas que hacen magia de verdad, situación entendible visto y considerando que tiene
el alma prendida fuego, y sería un disparate terrible reducirla a aceptar una existencia llena
únicamente de laboratorios, tubos de ensayo y cosas tangibles y cuantificables (de esas que
nos gustan tanto a los racionalistas).
Que nadie se piense que no sé de la precisión con la que maneja su narcisismo premeditado o
de la inconstancia con la que se mueve por entre las gentes, las situaciones y los caminos. Que
a veces es mala y a veces hace mal, y a veces se hace mal. No quiero caer en el error de dejar
mi definición incompleta. Pero a pesar y debido a todo, si tengo la suerte de cruzármela uno
de estos días en una calle cualquiera, le quiero decir un par de cosas:
Leeme el horóscopo
hablame de flacos