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Niños que matan, niños que mueren

Ana Verónica Juliano1

1. Introducción
Existen ciertas representaciones sociales cristalizadas en el imaginario colectivo.
Imágenes idealizadas (o ideas imaginadas) que cuajan en la sociedad y son asumidas como
norma o justa medida de las cosas. En torno a la niñez, por ejemplo, prima una serie de
construcciones simbólicas vinculadas a un estado de gracia: inocencia, quietud, obediencia,
belleza, ternura, bondad, alegría. El cuerpo social, impregnado por estas representaciones,
tiende a fijarlas y a promover su desarrollo, edificando un patrón de definición identitaria.
En este universo pleno de significaciones positivas, los niños ruedan en el círculo de
la virtud. Visto así, son los legítimos depositarios de las esperanzas y de los sueños
colectivos; de las expectativas y de los deseos familiares; de los imperativos y de las
proyecciones sociales. Afirma Michelle Perrot: Como heredero, el hijo es el porvenir de la
familia, su misma imagen proyectada y soñada, su modo de lucha contra el tiempo y la
muerte2.
Ahora bien, ¿qué ocurre cuando ese estado de cosas se ve alterado? ¿Qué sucede
cuando esa idea o imagen del “deber ser” de la niñez no encuentra correlato en la
configuración de los niños reales, con condiciones particulares y concretas de existencia?
Más aún, ¿qué impacto tienen ciertas representaciones que atentan contra las
paradigmáticas e impulsan otras, cercanas a lo monstruoso?
En esa encrucijada se inscriben los textos de nuestra referencia. A saber, “La gallina
degollada” de Horacio Quiroga, incluido en Cuentos de amor, de locura y de muerte
(1917)3 y El petiso orejudo de María Moreno (1994)4. El primero, responde a estos
interrogantes a través de la configuración de un espacio doméstico en el que irrumpe lo

1
Doctora en Letras, UNT – IILAC. Becaria postdoctoral del CONICET. Contacto: verojuliano@gmail.com
2
Michelle Perrot: “Figuras y funciones”, en Philippe Aries y Georges Duby (directores): Historia de la vida
privada. De la Revolución Francesa a la Primera Guerra Mundial, Vol. 4. Madrid, Grupo Santillana
Ediciones, 2001, p. 151.
3
Horacio Quiroga: “La gallina degollada”, en Cuentos de amor, de locura y de muerte. Buenos Aires,
Booket, 2008, pp. 45-53. En adelante nos referiremos a esta edición.
4
María Moreno: El petiso orejudo. Buenos Aires, Planeta, 1994. En adelante nos referiremos a esta edición.
1
siniestro; el segundo, a partir de la construcción del perfil de Cayetano Santos Godino,
ponderado como el primer asesino serial en Argentina.
En el presente trabajo focalizaremos las representaciones del universo social y
familiar en donde se inscriben las prácticas de los sujetos representados, fundamentalmente
de los niños: los vínculos que construyen; los espacios que recorren y las actividades que
llevan a cabo.

2. De herencias y linajes

A los tres meses de casados, Mazzini y Berta


orientaron su estrecho amor de marido y mujer
y mujer y marido hacia un porvenir mucho más
vital: un hijo.
Horacio Quiroga

Uno de los pilares adonde se cimienta el proceso de construcción y consolidación de


los estados nacionales es la familia, comprendida como fundamento de la sociedad civil.
Célula base del organismo social5, la institución familiar es la encargada de regular el
funcionamiento de la vida en sociedad, ofreciéndose como dique de contención ante
posibles desbordes; cohesiva para el sistema, la familia tipo garantiza el orden y provee
sujetos regidos por un conjunto de valores legítimos (en términos de aceptabilidad) que se
replican puertas afuera.
La familia es concebida como un microcosmos y todo cuanto acontece en su seno es
un espejo del macrocosmos social. Son tiempos en los que impera la razón y, conforme a
los designios de la Lógica, a hijos obedientes corresponden, necesariamente, ciudadanos
decentes (principio de simetría). No obstante, en algunas ocasiones, la imagen que devuelve
el espejo no es la esperada y en lugar de generar representaciones que sirvan de afirmación

5
Las metáforas de la medicina no resultan azarosas si atendemos a la hegemonía discursiva de la época. El
positivismo como epistemología dominante de la modernidad habilita un campo de interpretación para las
problemáticas sociales, a partir de su correlato en las ciencias biológicas.
2
y sostén al statu quo, aparecen otras que desestabilizan los parámetros estatuidos, desafían
e, incluso, resquebrajan ciertas concepciones hegemónicas.
En la historia de la cultura occidental, en torno a la familia se reproducen ciertos
lugares comunes que no son fenómenos naturales ni tienen generación espontánea. Se
espera del padre, cabeza de familia, que sea una figura de autoridad y de ejemplaridad para
los suyos; de la mujer, llamada “biológicamente” a ser madre, que ame incondicional y
abnegadamente; de los hijos, garantías del futuro, que obedezcan y perpetúen el linaje. Se
trata, desde luego, de construcciones socioculturales, de época, y son, por ello mismo,
susceptibles de ser deconstruidas y reformuladas.
Estos ideales, enraizados en el imaginario de la Modernidad, repercuten en la
conformación de las subjetividades, en la asignación de roles, en la distribución de
posiciones de poder y en la habilitación de universos afectivos posibles. Este esquema,
fundado en una lógica patriarcal, es el modo en el que debe funcionar, también, el Estado6.
La literatura es refractaria del universo social donde encuentra condición de
posibilidad, más allá de la opción estética que adopte. Ya sea a través del realismo, ya sea
por medio de la fantasía, cuando aparece algún lugar común, un cliché o un estereotipo, la
ficción literaria ejerce su fuerza transformadora y provoca una grieta por donde se filtran
alternativas que contrarrestan cualquier intento de univocidad y proponen, en algunos
casos, la potencial y perturbadora existencia de órdenes paralelos7.
En pleno proceso de conformación de los estados nacionales, aquellas
representaciones que no se adecuan al estándar son concebidas como desviaciones o
anomalías, esto es, como identidades con signo negativo (alteridades amenazantes) y, por

6
Recordemos que la Ley Sáenz Peña fue sancionada en 1912 y establecía el voto universal, secreto y
obligatorio para los ciudadanos argentinos varones, nativos o naturalizados, mayores de 18 años de edad,
habitantes de la nación. De esa manera se delimitaba, desde el campo de la jurisprudencia, un universo
político del cual sólo participan los hombres. La esfera pública se prevé exclusivamente masculina. Recién en
1947 fue promulgada la Ley del Voto Femenino que permitió que las mujeres participaran de la vida
democrática. No obstante, sabemos que existen zonas intersticiales que suprimen o, al menos, cuestionan las
dicotomías: masculino – femenino, público – privado, razón – afectividad, etc. No desconocemos que las
reivindicaciones por el sufragio femenino tienen su historia y que diversas mujeres participaron de esta gesta.
Asimismo, que el ámbito público –y dentro de éste, los círculos intelectuales– era eminentemente masculino
aunque haya registro de la intervención de mujeres. La ley devenía al tiempo que construía una representación
avalada socialmente.
7
Desde esta perspectiva, la literatura fantástica y de terror aportan ejemplos elocuentes.
3
ello mismo, deben normalizarse a través de la acción de las instituciones8: la escuela –en
forma conjunta a la familia– desempeña un papel fundamental en el “modelado” de los
sujetos.
En “La gallina degollada”9, asistimos a la representación de la familia tipo. Mazzini
y Berta constituyen un matrimonio joven que busca consolidar su contrato social a través de
la progenie. El proyecto familiar se pone en marcha y la llegada del primogénito viene a
colmar las expectativas de los padres, apenas pasado el primer aniversario del matrimonio.

Así lo sintieron Mazzini y Berta, y cuando el hijo llegó, a los catorce


meses de matrimonio, creyeron cumplida su felicidad. La criatura creció
bella y radiante hasta que tuvo un año y medio10.

Con el nacimiento del primer hijo, la incipiente familia comienza a concretar su


propósito. No constituye un dato menor que se trate, además, de un varón. El panorama no
puede ser más propicio. Sin embargo, pocos meses después, el niño –depositario de las
esperanzas de sus progenitores– es asediado por una serie de convulsiones que sellan para
él –y para todo el grupo familiar– un destino irreversible: no volvería jamás a ser esa “bella
y radiante criatura”.
La secuela obtura toda posible proyección pues había quedado idiota, baboso,
colgante, muerto para siempre sobre las rodillas de la madre11. En palabras del médico
constituye “un caso perdido”. La inscripción de la voz del doctor en el relato permite
advertir la impronta del discurso cientificista de la época. Enmarcado en la episteme del
positivismo, el campo de la medicina se halla atravesado por matrices deterministas a través
de las cuales se analizan los casos12.

8
“El hombre normal ‘moderno’ es, entonces, el individuo no degenerado físicamente y cuyo sentido moral se
encuentra regido por el imperio de la razón que guía sus acciones por el camino del bien dominando –
reprimiendo– todo impulso de pasión. La razón en él funciona entonces como la acción domadora de las
fuerzas primitivas –bárbaras– de la pasión; como ‘el’ arma de la civilización y este individuo sólo tendrá
libertad cuando la razón se imponga sobre las tendencias pasionales, ‘hijas de cerebros mal conformados’”.
Gabo Ferro: Degenerados, anormales y delincuentes. Marea, Buenos Aires, 2010, p. 34.
9
En adelante LGD.
10
Horacio Quiroga: Op. cit., p. 46.
11
Horacio Quiroga: Op. cit., p. 46.
12
En este contexto, encuentra condición de posibilidad la novela naturalista. “Durante la década de 1880 la
joven Nación Argentina es conducida por una elite gobernante administrada en su mayoría por médicos
4
En ese contexto, la herencia genética desempeña un papel fundamental al ser
interpretada como la única causa de todos los efectos.

–¡Sí!... ¡Sí! –asentía Mazzini–. Pero dígame: ¿Usted cree que es herencia,
que…?
–En cuanto a la herencia paterna, ya le dije lo que creía cuando vi a su
hijo. Respecto a la madre, hay allí un pulmón que no sopla bien. No veo
nada más, pero hay un soplo un poco rudo. Hágala examinar detenidamente.
Con el alma destrozada de remordimiento, Mazzini redobló el amor a su
hijo, el pequeño idiota que pagaba los excesos del abuelo13.

El determinismo biológico otorga una doble valencia al término herencia. Los hijos
son el medio eficaz de perpetuación para la familia y, además, los portadores y los
legatarios de los bienes materiales y simbólicos de sus antepasados. En ese sentido, no sólo
legan el patrimonio familiar tangible e intangible sino que también asumen el costo de las
“faltas” de sus ancestros (“los excesos del abuelo”).
Pese a todo, el matrimonio persiste en el acatamiento del mandato (traer hijos al
mundo) y la escena trágica se repite, cíclicamente, en los tres vástagos subsiguientes. La
quinta y última hija es la única que permanece exenta a la dinámica fatal de la locura.
Los niños no poseen nombre propio; en todo el relato son nombrados como “los
cuatro idiotas” o construcciones análogas del tipo: “los cuatro engendros”, “las cuatro
bestias”, “los monstruos”. No tienen voz propia, cuando profieren algún sonido es
desarticulado, próximo a formas rudimentarias de comunicación o cercano a emisiones
animales, tales como zumbidos o mugidos. La mirada está siempre perdida, nublada; el
sentido, ausente.
La degradación, como modo de representación, toma principalmente dos formas: la
animalización y la cosificación. En diversos pasajes, los niños son representados como

(entiéndase con educación formal y título de grado universitario fundado en la ciencia médica que dirigen y
asumen una responsabilidad concluyente en el proceso político y social), decidida a impulsar una profunda
transformación del país. Esta dirigencia médico-político-intelectual, que se reconoce a sí misma como
heredera y portadora de los valores de la civilización, ofrece los elementos y las tecnologías de análisis de su
propio campo para identificar estas operaciones epistemológicas y tecnológicas “medicalizando” la barbarie
con el fin de proteger la sociedad”. Gabo Ferro: Op. Cit., p. 21.
13
Horacio Quiroga: Op. cit., pp. 46-47. Las cursivas son nuestras.
5
entes “inmóviles”, “fijos”, “inertes”, “apagados en un sombrío letargo”, “muertos para
siempre”, “espantosas ruinas”.

No sabían deglutir, cambiar de sitio, ni aun sentarse. Aprendieron al fin a


caminar, pero chocaban contra todo, por no darse cuenta de los obstáculos.
Cuando los lavaban mugían hasta inyectarse de sangre el rostro.
Animábanse sólo al comer o cuando veían colores brillantes u oían truenos.
Se reían entonces, echando afuera lengua y ríos de baba, radiantes de frenesí
bestial14.

El hecho de que “los cuatro hijos idiotas” permanezcan innombrados, aludidos sólo
por su condición, es un indicador del grado de marginación social que detentaban los
enfermos mentales15 a principios del siglo XX. Motivo de “vergüenza” familiar, pues son el
testimonio vivo de una “mancha”, son recluidos de su grupo de pertenencia y “negados”, en
este caso, a partir del nombre.
El padre es mencionado a través del apellido, Mazzini, que es una forma de designar
al clan, de exhibir una heráldica familiar; la madre, a través de su nombre de pila, Berta.
Este nombre es legado a su hija menor, Bertita, la quinta y última, la única que consigue
escapar del sino de estupidización de los hijos del matrimonio. Este hecho la erige como el
centro de atención y de cuidado de los padres: la pequeña llevaba a los extremos límites del
mimo y la mala crianza16 y, también, como contrafigura para los pequeños idiotas.
Portar el apellido y/o el nombre de los progenitores resulta altamente significativo:
es una forma de reconocimiento e identificación con el grupo de origen y, también, de
autoafirmación; de fortalecimiento de lazos y sentidos de pertenencia. En el cuento opera
un criterio de selección familiar que discrimina a los hijos dignos (aptos) de ser nombrados
y a los hijos indignos (inaptos), en términos de una lógica darwiniana (también imperante
en la época).

14
Horacio Quiroga: Op. cit., p. 47. Las cursivas son nuestras.
15
Precisamente, en diversos tratados de Historia de la Psiquiatría se alude a ellos como “alienados”,
enfatizando el carácter de apartados de la realidad (o habitantes de una realidad paralela) pero también de
marginación socio-espacial, en términos de reclusión o alejamiento.
16
Horacio Quiroga: Op. cit., p. 49.
6
En este sentido, es interesante también advertir que el espacio físico asignado para
los hijos inaptos es el patio; la parte externa de la casa como metáfora del afuera (la no-
pertenencia) y de la intemperie (desprotección, indefensión, descuido, abandono).

Todo el día, sentados en el patio, en un banco estaban los cuatro hijos


idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz. […]
El patio era de tierra, cerrado al Oeste por un cerco de ladrillos. El banco
quedaba paralelo a él, a cinco metros, y allí se mantenían inmóviles, fijos los
ojos en los ladrillos17.

Sobrepasar los límites de la espacialidad es, justamente, una forma de transgredir el


tabú. Los hijos del matrimonio Mazzini-Ferraz sortean la prohibición e ingresan a la cocina
adonde observan cómo la mucama degüella una gallina para el almuerzo. Extasiados ante el
espectáculo sangriento, “las cuatro bestias” son “sacudidas, brutalmente empujadas”,
expulsadas y devueltas a su espacio, el banco del patio.
En el lugar vedado los pequeños “aprenden” la técnica de degüello con la que,
finalmente, ejecutan a la pequeña hermana sana (sin mancha) y, precisamente por ello, no
salva. Con esta ejecución se produce la indefectible clausura de linaje y el trágico derrumbe
del relato de la Modernidad acerca del deber ser de la familia tipo y de sus miembros, con
sus roles y afectividades esperables.

3. Bajo la lupa lombrosiana

Cualquier craneota inmediato es más inteligente


que el inmigrante recién desembarcado en
nuestra playa.
José María Ramos Mejía

El cuadro social de las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX ofrece una
complejidad considerable. La diversidad sociocultural, convergente en la zona del puerto –

17
Horacio Quiroga: Op. cit., p. 45.
7
espacio central de arribo y de proyección–, suscita una serie de transformaciones en el
diseño de las ciudades-polo, receptoras tanto de inmigración interna como externa.
La extrema heterogeneidad de tipos sociales genera intensos conflictos identitarios,
que colocan a la cuestión del “ser nacional” en un plano prioritario para la definición de
políticas culturales, tendientes a la integración. Dichas políticas no operan bajo el signo del
reconocimiento y la valoración de la diferencia sino a partir de su borramiento. Hacia el
Centenario, las tesis sostenidas por sus principales ideólogos, entre ellos Ricardo Rojas,
giran en torno a la necesidad de homogenizar las identidades culturales, fundiéndolas en un
crisol de razas.
Más allá de los intentos de uniformidad pergeñados desde el poder, prevalece en la
sociedad una pauta cultural segregacionista, de fuerte impronta, que concibe a la alteridad
como amenaza. Son otredades que pululan con sus lenguas extrañas y que resisten con sus
tradiciones y prácticas culturales desconocidas18. Lo foráneo es codificado como bárbaro y
por ello debe ser sometido a la acción civilizadora de la escuela, maquinaria normalizadora
por excelencia.
En esta dirección, la ciencia se afirma como un dispositivo19; como un principio de
organización de lo decible y lo pensable, en un contexto histórico determinado. Oscar
Terán, en su indagación acerca del ensayo positivista, advierte que la ciencia es la matriz
que atraviesa la trama cultural de la época. Los fenómenos sociales son interpretados,
principalmente, a partir de categorías provenientes de las ciencias biológicas.

Ante este complejo cuadro, el discurso positivista persistió en asumir una


misión que en el Ingenieros de principios de siglo se ha tornado evidente:
proponer un mecanismo institucionalizado de nacionalización, para lo cual
la nación deberá ser imaginada como un dispositivo de reformas
integradoras y diferencias segregacionistas20.
18
“…Y sentía la necesidad de dar las gracias por estar hecho de aquella pasta –pasta argentina, pasta
americana y no de otra. Y al mismo tiempo un sigiloso, un instante, un grande y efectivo temor, como si
quisiera prevenir a una multitud de ciertos peligros, ciertos venenos que habitaban el aire, ciertos miasmas
venidos de lejos, ciertas miserias sanguinolentas de ultramar…”. Eduardo Mallea: Fiesta en noviembre.
Buenos Aires, Losada, 1979, p. 7.
19 “
El término ‘dispositivos’ aparece en Foucault en los años setenta y designa inicialmente operadores
materiales de poder, es decir, técnicas, estrategias y formas de sujeción instaladas por el poder”. Judith Revel:
El vocabulario de Foucault. Buenos Aires, Atuel, 2008, p. 36.
20
Oscar Terán: Positivismo y nación en la Argentina. Buenos Aires, Puntosur, 1987, p. 51.
8
El discurso de la ciencia impregna el imaginario colectivo y tiende a producir (y a
reproducir) evaluaciones sociales que justifican el rechazo e, incluso, la repulsión hacia ese
otro, desconocido, cuyos rasgos físicos determinan la condición irreversible de su carácter:
su virtud y, también, su perversión. La impronta lombrosiana21 trasciende los límites de la
criminalística y se instala en el rumor social para instaurar parámetros de legitimación de
identidades.
En la década de 1990, la editorial Planeta lanza al mercado una colección
denominada Memoria del crimen, que reúne relatos basados en hechos criminales ocurridos
en Argentina22. Entre ellos, la non-fiction novel de María Moreno, El petiso orejudo23
(1994). Para la composición del perfil de Cayetano Santos Godino, la autora reúne una serie
de documentos de la época que permiten capturar el ideario emergente.
Los discursos provienen, fundamentalmente, de los campos de la medicina, de la
jurisprudencia y de la prensa. En el texto convergen y se entrecruzan concepciones propias
de principios siglo XX, en diálogo con las del presente de enunciación, que develan zonas
de continuidades y de rupturas. La estigmatización del “otro” conforme a criterios clasistas
y etnocentristas es un aspecto recurrente en nuestra historia social y cultural.
Godino, alias “el Oreja”, es hijo de inmigrantes italianos que viven hacinados en un
conventillo, en absoluto estado de precariedad. Perpetra su primer crimen a los doce años
de edad y su víctima es, también, un pequeño hijo de inmigrantes italianos. Con él
comparte no sólo el origen y la lengua, sino también el presente de miseria.
Víctima y victimario deambulan en soledad por las calles marginales de la
incipiente Buenos Aires, en zonas adonde el cuidado y la tutela de los niños se ven
postergados por las necesidades concretas de hombres y mujeres que deben procurarse el

21
Cesare Lombroso (1836–1909) fue un médico italiano que esbozó una teoría criminalística sustentada en el
determinismo biológico que considera que los patrones genéticos son configuradores del ser delincuente. Su
obra L’uomo delinquente (1876) se basa en el análisis clínico de presos.
22
Componen la serie: Mi madre, Yiya Murano de Martín Murano; El hombre que murió dos veces de Enrique
Sdrech; El sátiro de la carcajada de Dalmiro Sáenz; El comisario Meneses de Carlos Juvenal; Estafa al
Banco Municipal de Ricardo Ragendorfer; Yo maté a Lino Palacio de Miguel Briante; Crimen en el Eugenio
C de Eduardo Gudiño Kieffer; Confesiones de un comisario de Plácido Donato; La matanza de Brandsen de
Sergio Sinay.
23
En adelante EPO.
9
sustento diario. “Hacerse la América” constituye un relato eufórico que no demora en
invertir su signo.
El “Oreja” es representado a partir de la exaltación de sus rasgos físicos como
condición inalienable de su desviación moral. La prensa, medio de comunicación social y
de formación de opinión pública, enuncia a partir de la matriz lombrosiana y aporta una
descripción grotesca, en la que la exacerbación de la fisonomía manifiesta el carácter
bestial de este personaje. La patria degli italiani describe,

La conformación craneana de este loco criminal es de lo más irregular y


característica; la mirada del infeliz a veces resulta dura, despiadada; otras
veces tiene momentos de sensualidad que nos recuerda la mirada de los
leones; ojos oblicuos, tendenciosos, cargados de visiones lúgubres, cínicos.
Cuando ríe alarga su mentón, y el labio superior y la nariz hacen
contracciones propias de las cabras24.

Estos segmentos descriptivos proporcionan una imagen barbarizada del niño


infanticida, empleando analogías con los animales. Advertimos que en esta representación
se enfatizan –en clave frenológica– aspectos físicos (la forma del cráneo, de los ojos, del
mentón, de los labios y de la nariz) y aspectos actitudinales (mirada dura, despiadada,
sensual; ojos cínicos). Se alude a él con los motes de “loco criminal” o “infeliz” pero se
omite su condición de niño. Esta elipsis es estratégica pues lo que se busca, justamente, es
realzar la monstruosidad del sujeto.
Otro medio de prensa, La Tribuna, construye la imagen de Godino (que abunda en
calificativos del tipo: “siniestro”, “perverso”, “monstruoso”, “repugnante”, “inhumano”) a
través del contraste con sus víctimas. En ellas, no se focalizan rasgos físicos sino virtudes
ligadas a la inocencia, a la gracia, al carácter angelical. Su condición de niños, en este caso,
es insoslayable y se ve reforzada por el uso de diminutivos (“almitas”, “cuerpecitos”,
“cabecitas”). El juego discursivo que propone la prensa es la representación maniquea de
ángeles y demonios; la dicotomía civilización y barbarie, cuya fuerza persiste como norma
social.

24
María Moreno: Op. Cit., pp. 39-40. Las cursivas son nuestras. La cita recuerda la descripción emblemática
que hace Sarmiento de “el tigre de los llanos”.
10
Ha muerto dos niños… almitas inocentes que asomaban a la vida como
capullos de lirios que no se han entreabierto. Cuerpecitos endebles, gráciles,
blancos, como los muñecos de las jugueterías. Cabecitas de ángeles con
ojos que miran pidiendo caricias, anhelando los besos…25

La Razón, por su parte, emplea ambos recursos (la animalización y el contraste)


pero a diferencia de los otros medios, no elide la edad del victimario sólo la relativiza en el
uso de las comillas, queriendo significar que ser niño no es sólo una cuestión de edad
cronológica, sino que depende de un conjunto de disposiciones (habitus) que comprenden
cualidades, actitudes, y formas de ser y estar en el mundo. De este modo, se magnifica el
carácter atroz del criminal y la ferocidad de sus crímenes.

La bestia que hizo presa de sus instintos a inocentes criaturas; cuyo relato
cínico y brutal de fechorías espantaba a los más avezados investigadores
policiales; […] el “niño” que si carecía de facultades deliberantes para
medir su acción y responsabilidad, las tenía sobradas para borrar los rastros
del delito que condujeran a su descubrimiento; que elegía a sus víctimas en
seres incapacitados para su defensa; […] ese pequeño monstruo por su
edad, pero grande por la clase y magnitud de los excesos que cometiera, ha
sido perdonado por ley26.

Las representaciones discursivas de la prensa de la época se organizan según las


concepciones hegemónicas de sujeto, provistas por la ciencia. Constituido como un código
maestro, el saber científico funda categorías que exceden los límites de su propio campo y
migran hacia otros, a los que “contaminan”. Las voces de la sociedad y de las distintas
esferas de uso del lenguaje se apropian de estos préstamos y elaboran sus propios
repertorios discursivos, tamizados por el filtro lombrosiano.
Tanto los médicos como los abogados elaboran sus informes a partir del esquema
propuesto por Cesare Lombroso para la detección del criminal nato. De acuerdo con esta
perspectiva, la criminalidad es condición innata en algunos sujetos que son considerados
como anomalías de la naturaleza y, por lo tanto, deben permanecer en las sombras de un
sistema que integra sólo aquello que considera normal o posible de ser normalizado.

25
María Moreno: Op. Cit., p. 74. Las cursivas son nuestras.
26
María Moreno: Op. Cit., pp. 167-168. Las cursivas son nuestras.
11
¿Expresión de la fisonomía? Ininteligente. Estúpida. ¿Acogida? Alegre.
¿Actitud? Humilde. ¿Trato y Maneras? Común. ¿Lenguaje? Vulgar,
pobrísimo. ¿Escritura? Infantil. ¿Afectividad? Emotividad ausente. ¿Tono
afectivo? Indiferencia. ¿Sentimientos morales? Inexistentes. ¿Voluntad?
Escaso poder de inhibición. ¿Temperamento? Amorfo. ¿Carácter? Débil,
sugestionable. ¿Perversiones? Pederasta pasivo. ¿Diagnóstico? Delincuente
nato. ¿Peligrosidad? Latente. ¿Adaptabilidad espontánea a la vida social?
Difícil, debe permanecer recluido27.

El “Petiso Orejudo” responde al perfil del delincuente nato, propuesto por esta
teoría criminalística. La lupa, a través de la cual se lo observa, valida su condición de
inadaptado irrecuperable; él constituye un peligro latente para la sociedad en construcción,
que incorpora a su cuerpo sólo aquellos cuerpos capaces de amoldarse a los códigos que la
erigen. Todo cuanto no se aviene a los parámetros es semiotizado como una amenaza al
organismo vivo de la sociedad y, por ende, debe ser erradicado28.
La historia de Cayetano Santos Godino es funcional a su tiempo. En ella se exhibe
el derrotero de una sociedad que procura afirmarse ante el advenimiento de alteridades que
interpelan al “ser nacional”. El castigo por sus crímenes y su reclusión en la prisión de
Ushuaia sirven de refuerzo a la confianza de la ciudadanía en el Estado.
Entre la incorporación y el rechazo del aluvión inmigratorio se dirime la
“salubridad” del país. La narrativa del Estado nacional, sustentada en la acción de sus
aparatos, ejecuta un programa pedagógico de adecuación a la norma, cuya eficacia
garantiza el orden. Y su correlato, el escarmiento aleccionador. Como afirma Daniel Link,

El Petiso Orejudo es una nada. Vacío de sentido, el Petiso Orejudo es un


mero efecto del discurso de los otros: los médicos, la policía, los abogados,
los periodistas. Ellos, entonces, hicieron literatura, dieron sentido,
heroificaron, llenaron los huecos y crearon el monstruo. Es el positivismo,
naturalmente, quien ha creado los monstruos, los abominables, los fuera-de-
sí y fuera de la especie29.

27
María Moreno: Op. Cit., pp. 208-209. Las cursivas son nuestras.
28
La medicina proporciona diversas analogías tendientes a explicar los problemas sociales. Se concibe a la
sociedad como un cuerpo enfermo que debe ser sanado mediante cirugías capaces de extirpar los males de
raíz. La metáfora del cuerpo enfermo es recurrente en las letras argentinas, fundamentalmente, en el campo
literario de la década del setenta y ochenta, signado por la marca de la dictadura militar.
29
Daniel Link: “Moreno y el bajo”, en Leyenda. Literatura argentina: cuatro cortes. Buenos Aires, Entropía,
2006, p. 233. Las cursivas en el original.
12
4. Conclusión
Cualquier forma de violencia ejercida hacia los niños constituye un problema ético
para la sociedad y encierra un dilema estético en el plano de la representación discursiva.
¿Cómo narrar la muerte, el vejamen, el desamparo? En este caso, al tratarse de niños
infanticidas, la apuesta se redobla y nos acerca al horror del mundo que asiste a su propia
clausura apenas despunta la vida.
En este sentido, la literatura se empeña en dar lugar a narrativas que, lejos de
reafirmar y contribuir a la homogenización de la cultura e identidad nacionales, las
cuestionan construyendo mundos siniestros; reversos de un proyecto excluyente que sólo
integra lo “normal” y repele violentamente lo “anómalo”. En el caso de las historias de
Quiroga y de Moreno, la desviación ocurre a través de la locura.
En ellas, los niños oscilan entre la vida y la muerte; la razón y la locura; la
aceptación y el rechazo. Dichos relatos prodigan imágenes del universo de la infancia que
tensan al extremo los límites de la aceptabilidad, pues pulverizan un imaginario idealizado
en torno a la infancia y nos aproximan al tabú.
Los juegos al aire libre se transforman en escenarios macabros adonde acontecen
degüellos y ahorcamientos. Las formas de amor parental (protección paterna, contención
materna, complicidad fraterna) son trocadas por abandono, vergüenza y venganza. La
inocencia más pura es interrumpida y arrancada de la vida, en manos de inocentes que han
sido previamente arrebatados por las inefables garras de la locura.
La sociedad encuentra sus chivos expiatorios en estos “monstruos”; necesarias
“bestias” a quienes abominar, pues son ellos quienes atentan contra las esperanzas y los
sueños colectivos; destruyen las expectativas y los deseos familiares; reniegan de los
imperativos sociales; y, fundamentalmente, ponen en peligro la “buena salud” de la joven
nación Argentina, en busca de su propia Modernidad.

5. Bibliografía
Angenot, Marc: El discurso social. Los límites históricos de lo decible y lo
pensable. Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2010.
Ferro, Gabo: Degenerados, anormales y delincuentes. Buenos Aires, Marea, 2010.
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Buenos Aires, Entropía, 2006.
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Revel, Judith: El vocabulario de Foucault. Buenos Aires, Atuel, 2008.
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