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El Cine: ¿estrategia para perder clase o herramienta fundamental de las

humanidades?

Por: Gilberto Bonilla Sánchez

A diferencia de lo que muchos creen, hacer uso del cine en las aulas de
clase no es un simple juego o entretenimiento, tampoco se usa para “perder clase”
como se le escucha manifestar a algunos que no alcanzan a dimensionar el valor
en sí mismo que tiene el cine de ser trasmisor de dramas humanos, pues él es
cultura popular, arte, espectáculo, pero sobre todo un medio de comunicación
social. Las tramas y los temas del cine pueden y deben ser llevados a las aulas
como elementos reflexivos y, por ende, orientadores de comportamientos. Pues
como se pretende mostrar en la siguiente argumentación, siguiendo algunos
autores como Morín, Puttnam, Martínez-Salanova, Pardo y Ramón, el cine es
representación popular de la cultura, es nuestra realidad experimentada a través
de otros que nos permiten comprender las diversas y complejas dimensiones de la
condición humana.

Podríamos preguntarnos por los valores que aporta el cine a los jóvenes o
por los modelos que les trasmite en conjunto con la televisión, y en un país como
Colombia, las respuestas tendrían que pensarse desde la oferta cinematográfica
que nos llega y la preferencia, que se demuestra a través de la mayor afluencia de
espectadores, a las películas de acción, terror o aquellas en las que predominan
los efectos especiales. De igual forma, se debe tener en cuenta la rapidez con que
se viven y se digieren las actividades en la sociedad contemporánea, antes se
veía una película y, tal vez, ya no se volvía a ver. Quedaban los recuerdos, que se
posaban en el comportamiento, a manera de profundización nostálgica, y por lo
tanto de incidencia constante en la conducta. Hoy todo es rápido, vertiginoso, las
películas se ven en la pantalla mientras se realizan otras actividades, el recuerdo
es poco duradero y se desestima la reflexión sobre la imagen ( Martínez-Salanova,
2003, 48).

Como se afirma antes, el cine es un medio de comunicación y por tanto es


necesario interpretar sus resultados para descubrir qué es lo que nos quiere
comunicar. Una película se compone de un centenar de elementos diferentes que
en su conjunto, forman una narración con posibilidad de múltiples y variados
comentarios y reflexiones. Como todo relato, una película utiliza técnicas que hay
que conocer, descubrir e interpretar para que los mensajes lleguen a nosotros de
la forma más parecida a como pretenden quienes han realizado la película. Pues
como afirma Ramón (2007):

El estudio del cine en las aulas universitarias debe partir de una concepción no teleológica
de su historia, haciendo hincapié en sus períodos de transformación/transición y los
diferentes modos de representación con los que interpela al espectador a lo largo del
tiempo. El análisis formal de las películas introduce la problemática del sujeto en la obra y
reivindica unos valores humanistas, cuya ausencia resulta devastadora en la llamada
sociedad de la información (Ramón, 2007, 59).

Pues una película no basta con verla. Hay que analizarla con ojo crítico con
el fin de aprovechar todo en su composición, para comprenderla mejor y poder
valorar al cine como contador de historias, transmisor de valores y como portador
de arte y de conocimientos. No cabe la menor duda de que con una película en las
aulas pueden realizarse múltiples actividades. La película puede utilizarse como
medio de iniciación al lenguaje transformado de la realidad. Pero además, se
puede leer, estudiar e interpretar la película y, si es posible, investigar sobre su
entorno, sus características principales y llevarla a situaciones didácticas
relacionadas con otros conocimientos que permitan a los estudiantes comprender
mejor una problemática en particular.

De la misma manera, algunos autores nos recuerdan que “La enseñanza


del cine debería tender a la formación de espíritus críticos, capaces de enfrentarse
a los films concretos y analizarlos, como quería Eisenstein, en la materialidad de
su forma” (Ramón, 2007, 60). Permitiendo así entender al cine como una
herramienta fundamental de la formación humanista, que en sus principios
aguarda una intencionalidad muy similar al intentar formar profesionales críticos,
éticos y reflexivos de las problemáticas sociales que nos agobian.

Por esta razón las producciones cinematográficas deben desprenderse de


la solemnidad que les da el hecho de ser consideradas obras de arte, para
aterrizar en un campo un poco más cercano a la realidad que vivimos a diario los
seres humanos, retratar esa cotidianidad, la popularidad de las culturas y permitir
que desde esa concepción se evite la estratificación de los productos
cinematográficos y las personas que se inclinan por gustos distintos a los de los
críticos más eruditos del “séptimo arte”. Pues al recordar a Morín, comprendemos
que el cine no siempre fue una pieza brillante del arte, sino un medio difusor de
“folklore”:

A lo largo de este siglo, los medios produjeron, difundieron y mezclaron un folklore mundial
a partir de temas originales tomados de diferentes culturas, respetados o sincretizados.
Todo comenzó en los años 1920 en el cine; en sus inicios “diversión de ilotas” según la
expresión del académico Georges Duhamel, que expresaba el desprecio de la casta
intelectual y universitaria, el cine se trasformó en arte a la vez que en industria, en una
paradoja ininteligible por mucho tiempo para la alta inteligencia, y, después de un tiempo
de purgatorio, fue reconocido como el séptimo arte (Morín y Kern, 2006, 30).

En últimas, el cine “bueno” o “malo” cumple con su doble función: crear


sociedades saludables y participativas; o negativas e ignorantes, como lo ilustra
Puttnam cuando describe las funcionalidades que tiene el cine que él produce:

Para Puttnam, las películas buenas o malas, tienen un poder enorme: dan vueltas en el
cerebro y se aprovechan de la oscuridad de la sala para formar o confirmar actitudes
sociales. Pueden ayudar a crear una sociedad saludable, participativa, preocupada e
inquisitiva; o, por el contrario, una sociedad negativa, apática e ignorante” (Pardo, 1998,
70).

Es por esto, que se hace necesaria una orientación académica o


pedagógica de las representaciones cinematográficas, para guiar esa doble
intencionalidad que tienen las películas, hacia el propósito de la formación
humanista de una sociedad como la descrita por Puttnam, saludable, participativa,
preocupada e inquisitiva de las posibles soluciones que se puedan construir a los
problemas y momentos críticos, que acciones del pasado y el presente le han
generado a la humanidad. Convirtiéndose dicha orientación en una
responsabilidad social y profesional de todos los docentes, pero especialmente de
aquellos que están un poco más contagiados de formar valores humanistas que,
como se dijo antes, cuando se ausentan resultan devastadores para una sociedad
sumergida en la híper-información. De la misma manera, los cineastas comparten
con los docentes descritos antes, dicha responsabilidad social pues las películas
tienen una poderosa influencia en la sociedad, por lo tanto el cineasta, debe ser
consciente de su responsabilidad social (Pardo, 1998, 53).

El cine juega un papel fundamental como agente de socialización, de ahí la


gran responsabilidad que tienen quienes lo producen y quienes lo consumen
tomando conciencia de las diversas influencias que éste produce, como lo afirma
Pardo al estudiar a Puttnam:

Puttnam, entiende al cine -en cuanto representación dramática de la vida misma- como un
poderoso agente de socialización, cuya influencia alcanza los estratos más íntimos del
hombre y conforma los comportamientos y actitudes sociales. De ahí que, en su opinión, el
cineasta debe actuar con conciencia a la hora de determinar los contenidos y el alcance de
sus películas (Pardo, 1998, 56).

Pero en medio de esta corresponsabilidad entre productores y


consumidores de cine, se puede instaurar la educación o formación humanista,
para brindar las herramientas necesarias y aportar los elementos conceptuales y
metodológicos que ha logrado construir como ciencia del saber con el propósito de
contribuir a que dicha influencia sobre los comportamientos y actitudes sociales
despierten desde lo más intimo del hombre su sensibilidad por la tierra, por el
planeta y los recursos que éste nos ofrece, despertando su alteridad para
desarrollar vínculos más entrelazados entre las distintas formas de manifestar
nuestra cultura. Pues el cine, como tal, ya ha sido lo suficientemente estudiado por
las ciencias sociales como lo confirma Pardo:

Durante sus primeros cien años de vida, el cine ha sido objeto de numerosos estudios que
lo han contemplado como un fenómeno socio-cultural sin precedentes. La investigación
realizada desde las ciencias sociales ha otorgado una atención desproporcionada a los
efectos más inmediatos –tanto sociales como psicológicos- en detrimento de otras
consideraciones –estético-culturales, por ejemplo- y se ha producido una cierta inflación de
teorías, que se reducen a tres grandes corrientes de investigación: 1) los efectos del cine
sobre las actitudes y comportamientos del espectador; 2) la consideración del cine como
reflejo de una identidad individual o colectiva; y 3) el estudio sociológico-estructural de la
propia industria cinematográfica (Pardo, 1998, 56).

Pero ya es hora de aplicar todos los hallazgos y recomendaciones surgidas


de los numerosos estudios mencionados sobre el cine, por medio de los procesos
pedagógicos que se puedes realizar de manera orientada en las aulas educativas,
especialmente desde las humanidades, por la sencilla razón de que el cine tiene
efectos en las actitudes y comportamientos humanos y refleja una identidad
individual y colectiva, y esos dos ejes son, entre muchos otros, objeto de reflexión
y estudio por parte de las humanidades.

Desde Puttnam podremos comprender mejor la relación estrecha entre las


obligaciones que él le asigna a los cineastas y los compromisos que los docentes
y las humanidades como tal, deben tener con los individuos que influencian a
diario, cuando Pardo afirma lo siguiente:

Para David Puttnam, el cine no es ni una forma de expresión artística ni una industria que
deba moverse bajo parámetros exclusivamente económicos. Es ante todo y por su misma
naturaleza un medio de comunicación social; concretamente, aquél que ejerce una
influencia más directa y decisiva sobre el individuo y la sociedad. (…) el trabajo del
cineasta consiste en abordar temas complejos, difíciles y arriesgados, y hacerlos llegar al
público de una manera accesible y entretenida. Si cuando se aborda un tema profundo se
presenta de manera inaccesible, obsesivamente artística, hemos fracasado: no hemos
sabido aprovechar el medio (Pardo, 1998, 63).

Del mismo modo, usurpando un poco las palabras del productor británico,
se podría afirmar que el trabajo del maestro, especialmente el de formación
humanista, consiste en abordar temas complejos, difíciles y arriesgados, y
hacerlos llegar a los estudiantes de una manera accesible, agradable y
comprensible, porque cuando abordamos un tema de manera inaccesible,
obsesivamente academicista e ilustrada, corremos el riesgo de fracasar. Como
herramienta para evitar este fracaso y como elemento esencial para abordar la
complejidad de la realidad de manera accesible y agradable, se le presenta el cine
a las humanidades, con una riqueza temática abordada en sus infinitas horas de
grabación que permiten el abordaje de casi todos los temas que preocupan los
estudios relacionados con las dimensiones de la humanidad.

Para terminar, simplemente una recomendación que nace desde una crítica
que Puttnam realiza a los llamados filmes abstractos o experimentales, pues
según Pardo:
Puttnam critica los filmes abstractos, experimentales o “de autor” dirigidos a un público
minoritario, diciendo: desprecio a aquellos artistas que quieren dirigirse a un grupo
reducido de personas, porque supone negar el poder del cine como instrumento de
comunicación. (…) los artistas cinematográficos deben aprovechar la potencia del medio
(…). Y si eso significa minimizarse interiormente como artista y maximizarse como
comunicadores, así debe ser (Pardo, 1998, 64).

Lo anterior para resaltar, que el cine se puede llevar a las clase, pero hay
que tener en cuenta el tipo de público que allí se ubica, para aprovechar la
potencia que tiene el cine como instrumento de comunicación, que en algunas
ocasiones se pierde cuando se recurre a películas “abstractas”, “experimentales o
de autor” que desaniman a los estudiantes por no tener desarrolladas las
capacidades compresivas y reflexivas que lo ubicarían en ese reducido grupo de
personas para el que fue producido el film abstracto que se proyecta. Lo mismo
puede suceder con las teorías o autores que se proponen para las discusiones
académicas en las clases de humanidades, nos olvidamos que a veces, o casi
siempre, tenemos que aprovechar la potencia que tiene nuestro medio –las clases
de humanidades- y para esto es necesario minimizarnos como eruditos y
maximizarnos como maestros.

Referencias:

Martínez-Salanova, E. (2003). El valor del cine para aprender y enseñar. Comunicar,


revista científica iberoamericana de comunicación y educación, n° 20, 45-52.

Morín, E. y Kern, B. (2006). Tierra-Patria. Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires.

Pardo, A. (1998). Cine y sociedad en David Puttnam. (Spanish). Comunicación y


Sociedad, 11(2), 53-90.

Ramón, J. (2007). Para una metodología de la enseñanza del cine ¡Viene el rinoceronte!
Comunicar, 15(29), 59-62.

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