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Estrés, Comparacin Entre Lazarus y Ribes
Estrés, Comparacin Entre Lazarus y Ribes
La consideración del estado dinámico del estrés hecha por Wolf , representa un avance desde
el punto de vista de la búsqueda por ofrecer explicaciones que fueran menos rígidas y limitadas a las
explicaciones desde el estímulo, o desde la respuesta, pues al considerar esta dimensión, se deja
abierta la posibilidad de la interacción y la mutua influencia.
En esta línea, comenzaron a aparecer explicaciones que fueron pasando progresivamente de
definiciones basadas en las consecuencias del estímulo sobre lo que ocurre en el organismo, a otras
que dieron los primeros pasos por introducir en las explicaciones las variables mediadoras entre el
estímulo y la respuesta, es decir, la mediación del sujeto o el procesamiento que hace de la
información que proviene del medio antes de emitir sus respuestas.
Se abrió así paulatinamente la discusión y elaboración teórica desde otras disciplinas tales
como la sociología, en la que se relacionó el estrés con nociones como anomia, aislamiento,
impotencia y falta de sentido como variables psicosociales influyentes y dignas de tomar en cuenta en
las explicaciones sobre el fenómeno del estrés y sus implicaciones sociales.
Igualmente, dentro de la misma psicología, las orientaciones derivadas de la psiquiatría y la
psicopatología, comenzaron a introducir conceptos de índole dinámica, que daban cuenta de
procesos internos del sujeto. Sin embargo, se dio énfasis al conjunto de síntomas presentados por el
sujeto frente a la imposibilidad de gratificación de los impulsos, utilizándose el término ansiedad en
lugar de estrés.
Paralelo a estos avances en el estudio del estrés, se fue consolidando también la psicología
cognitiva la cual aportó hallazgos en torno a la mediación cognitiva del sujeto, formulándose
conceptos como el de cognición, metacognición, e interesándose por los procesos representacionales
y de aprendizaje, poniendo el énfasis en el papel del sujeto.
En este sentido, aparecieron los trabajos de Bandura (1980) en torno a los mecanismos
autorreguladores de la actividad del sujeto, así como los conceptos de autoeficacia percibida y
expectativa de resultados los cuales describen variables mediadoras importantes en la actividad del
sujeto frente a los eventos ambientales.
En este panorama histórico acerca de las definiciones de estrés, se puede observar la
tendencia a englobar el fenómeno en tres orientaciones diferenciadas: a) por un lado, están aquellas
explicaciones que consideran el estrés como un estímulo, b) en segundo lugar aparecen las
explicaciones que conciben el estrés como respuesta, y c) finalmente, se pueden mencionar aquellas
definiciones que tratan de considerar la relación que existe entre los estímulos ambientales y las
respuestas del individuo, pero dando prevalencia a uno u otro factor.
Las orientaciones que conciben el estrés como respuesta son aquellas derivadas de la
biología, la fisiología y la medicina, aunque su origen parece remontarse a la física. En este caso, se
da la relevancia a las reacciones del individuo ante la presencia de situaciones consideradas
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estresantes. En este grupo entran autores como Selye (1953), para quien la manera en que el
organismo responde a los estímulos percibidos, las defensas puestas en práctica y las reacciones
que genera, son las que describen la naturaleza del estrés. Sin embargo, existen autores que critican
estas orientaciones, puesto que consideran que las respuestas no pueden ser evaluadas sin hacer
referencia a los estímulos que las producen (Bravo y otros, 1988; Lazarus y Folkman, 1986).
Por su lado, las explicaciones del estrés como estímulo, asumen, de entrada, que ciertas
situaciones son en sí mismas estresoras, dejando de lado la consideración de las diferencias
individuales y socioambientales implícitas en la valoración de las situaciones. Es decir, que se
descuida el hecho de que deben conjugarse una serie de factores, tanto personales como
ambientales, para que un evento ambiental específico adquiera el poder de afectar un organismo.
(Bravo y otros, 1988; Lazarus y Folkman, 1986).
El tercer grupo de orientaciones, aunque intenta explicar el estrés desde un enfoque relacional
en el que interactúan elementos inherentes al sujeto con los provenientes de las situaciones
ambientales, tienden a dar prevalencia a un factor, que en la mayoría de los casos es considerado el
elemento psicológico, el cual se hace coincidir casi exclusivamente o preponderantemente con lo que
sus representantes denominan procesos mediacionales o cognitivos. En este grupo entran los
autores de orientación cognitiva, para quienes es la evaluación que el sujeto hace de las situaciones
ambientales como estresoras lo que configura tanto al estrés como a los estilos generados para su
afrontamiento.
Todo esto significa que a pesar de que Lazarus intenta dar un enfoque relacional al
tratamiento del estrés, sus planteamientos reflejan una tendencia a la ambigüedad puesto que sus
formulaciones se dirigen a explicar los procesos cognitivos que permiten al sujeto supuestamente
evaluar una situación como amenazante, y a los mecanismos de afrontamiento como respuestas
derivadas de esa interpretación, más que al dato objetivo, que daría la forma a los elementos que
definen operacionalmente el fenómeno. Incluso la misma definición podría en sí misma referirse a
otros fenómenos de salud tales como la depresión o los procesos ansiosos en los cuales el individuo
también podría percibir al medio como "amenazante o desbordante de sus recursos y que pone en
riesgo su bienestar" (Lazarus, 1986, p. 43))
En este sentido, y siguiendo lo expresado por Ritter (1997, pg. 137), se puede decir que
Lazarus, como la mayoría de los autores cognitivos:
Coinciden en que la respuesta de estrés… sólo ocurre en situaciones estimulativas que son
concebidas por el sujeto como amenazantes, concibiéndose el estrés, como un fenómeno
subjetivo, cognoscitivo o psicológico, sólo en cuanto a sus factores causales. Se concentra
entonces el estudio y la explicación psicológica del estrés en las cogniciones subjetivas,
hasta el punto de darse una disociación entre éstas y las amenazas objetivas de la situación.
Lo anterior significa que desde este enfoque cognitivo el estrés, queda restringido a los
mecanismos valorativos del sujeto, lo que pareciera reducir el elemento psicológico a lo cognitivo y,
de esta manera, se hiciera depender tanto los elementos fisiológicos involucrados, como las
expresiones conductuales, representados por las respuestas de afrontamiento, de una dimensión
subjetiva poco susceptible de encuadre objetivo.
eventos de patología biológica que aparentemente no estaban causados por algún agente patógeno
externo o por factores de tipo hereditario, puesto que se introduce el comportamiento como el eje
conector entre el organismo y el ambiente en el que se desenvuelve. Es decir los estados fisiológicos
alterados dependen también de la acción del individuo. Esto es así para las condiciones clínicas que
involucran lo orgánico, de las cuales el estrés puede ser considerado un ejemplo.
Es así como para este autor, los resultados de estos estudios han permitido “… examinar
también de manera sistemática las propiedades estresantes de los acontecimientos y agentes
externos, pues los efectos del estrés no dependen exclusivamente de las características físicas de la
situación…” (Ribes, 1990a, pg. 29).
Desde este panorama, apoyado en los avances de la metodología en el análisis experimental
de la conducta, se configura la dimensión crítica desde la cual se puede explicar el fenómeno del
estrés. Esta dimensión dentro del enfoque de Ribes (1990), queda representada por el
comportamiento. Esto permite superar las explicaciones tradicionales, surgidas desde la medicina
psicosomática en las que se explican los eventos corporales desde la influencia del aparato psíquico
a través del sistema nervioso. Para Ribes (1990) entonces, “… es el comportamiento objetivo que se
despliega frente a situaciones que tienen características contingenciales delimitables, el que modula
las formas de reacción biológica del propio individuo” (pg. 29).
Es decir, que “… en la medida en que el individuo constituye un todo inseparable, el
comportamiento es la dimensión crítica que regula diferencialmente las propiedades funcionales de
los agentes del ambiente en su acción sobre el organismo” (Ribes, 1990, pg. 29)
Desde lo anterior, el fenómeno denominado estrés adquiere la susceptibilidad de ser
estudiado desde los datos objetivos que lo configuran y lo explican, a saber: las condiciones
orgánicas que se derivan de los comportamientos que median la acción del sujeto en el entorno
donde se desenvuelve. De allí, que su anaílisis sea susceptible de encuadre dentro de este modelo.
Esto es así, pues dichos aspectos objetivos se explican dentro del Modelo Psicológico de la Salud de
Ribes (1980), desde dos categorías descriptivas: a) “… categorías referentes a los procesos
psicológicos que vinculan condiciones del organismo con acciones del individuo enmarcadas en un
medio sociocultural”, y b) “… las resultantes o consecuencias de dichos procesos en términos de las
características funcionales del comportamiento, la vulnerabilidad del organismo y sus efectos en la
producción-prevención de enfermedad, y conductas asociadas a la alteración biológica” (Ribes, 1990,
p.22)
Ahora bien, ¿Cómo se definiría el estrés desde este modelo?
Para Ritter (1997), el estrés estaría representado por “…Un comportamiento psicológico con
predominio del sistema fisiológico, y la modalidad, intensidad y frecuencia de este predominio…
dependerían de las interacciones entre la historia de contingencias, los factores filogenéticos y las
variables de contexto” (p. 141).
Siguiendo lo propuesto por Ritter (1997) y apoyándose en los planteamientos del Modelo de
Ribes (1990), Díaz, Feliciani y Guillén (1998) consideran el estrés como:
Nótese en la definición que existen tres elementos claves para entender y explicar el estrés:
las alteraciones fisiológicas discriminadas y reportadas por el sujeto, los cambios en el ambiente, los
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cuales en el modelo se explican desde los arreglos contingenciales de las situaciones en las que se
desenvuelve el sujeto, y en las cuales se despliegan las competencias funcionales presentes, y la
historia interactiva del individuo.
Desde aquí, en el contexto del análisis del estrés, se logra comprender la definición de Ribes
cuando se refiere al hombre como un organismo que se comporta en unas condiciones sociales y
culturales que le son características. Este contexto constiuye las variables socioculturales que forman
parte del análisis del comportamiento.
De este modo, para Ribes (1990) las variables socioculturales o del contexto, entran en
contacto con un organismo biológico que despliega formas de comportamiento en ese contexto
particular. Este contexto adquiere diversidad de formas: familia, grupos de pertenencia (que
configuran las microcontingencias) y comunidad, país de pertenencia, instituciones (que dan forma a
las macrocontingencias).
Así, Ribes y Sánchez (1990), considerando que la estructura de las situaciones son
organizaciones de contingencias entre objetos, acontecimientos y personas, señalaron doce tipos de
arreglos contingenciales ante los que los individuos pueden desarrollar estilos idiosincráticos (siempre
y cuando no se establezcan criterios predeterminados de efectividad para la interacción). Esto
arreglos contingenciales son los siguientes:
1. Toma de decisiones: posibilidad de emitir una sola respuesta ante contingencias que
implican estímulos competitivos o inciertos en tiempo.
2. Tolerancia a la ambigüedad: propiedades funcionales antagónicas y/o diferentes entre la
señal y la suplementación, imposibilidad de discriminar la relación contingencia-no
contingencia, o irrelevancia de la señal con respecto a la contingencia.
3. Tolerancia a la frustración: mantenimiento de la ejecución bajo condiciones no señaladas
de interferencia, disminución, pérdida o demora de las consecuencias.
4. Logro: mantenimiento u opción de ejecuciones bajo condiciones señaladas de requisito
creciente o mayor requisito de respuesta relativa o absoluta.
5. Flexibilidad al cambio: cambios de respuesta ante un número finito de contingencias no
señaladas o señaladas inespecíficamente en alternación o al azar.
6. Tendencia a la transgresión: tendencia de responder ante señales de no responder.
7. Curiosidad: diversificación de respuestas y estímulos ante contingencias presentes que
no lo requieren, o preferencia por contingencias variables.
8. Tendencia al riesgo: opción por contingencias señaladas con probabilidades reales o
aparentes de consecuencias de mayor valor y/o pérdida contingente asociadas, ante
contingencias alternativas de constancia relativa.
9. Dependencia de señales: ajuste de respuesta a señales repetitivas o eventuales que son
redundantes a la contingencia, y efectos en la ejecución estable cuando se retiran las
señales sin que se cambien los criterios de administración de las consecuencias.
10. Responsividad a nuevas contingencias y señales: efectos en la respuesta ante nuevas
señales frente a la misma contingencia o ante nuevas contingencias cuando se
mantienen las mismas señales.
11. Impulsividad- no impulsividad: correspondencia de las respuestas a las condiciones
disposicionales (señalamiento y consecuencias) en una situación cuyos componentes
contingenciales no son funcionalmente homogéneos.
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12. Reducción de conflicto: respuesta ante señales concurrentes opuestas o ante opciones
de respuesta que implican consecuencias concurrentes opuestas o competitivas. (Ribes
y Sánchez, en Ribes, 1990, p. 80-81)
Estos arreglos contingenciales, de acuerdo a lo expuesto por Ribes en su modelo, podrían
corresponder con características funcionales de las situaciones a partir de los cuales se produce el
estrés. Esto permite concluir que los estilos interactivos del individuo podrían ser predictores de la
manera en que determinadas situaciones estresantes potencialmente o demandantes en el momento
actual, influirían en las reacciones biológicas desencadenantes de un mayor o menor grado de
vulnerabilidad a enfermedades y agentes patógenos.
Para entender cómo se verifica la acción de los arreglos contingenciales en la práctica, y su
posible influencia en la generación del estrés, se presenta a continuación una breve descripción de
los arreglos de las situaciones y de los estilos interactivos correspondientes a los seis de ellos que de
acuerdo al análisis realizado sobre el modelo podrían representar mayor relación con las conductas
de estrés.
1. Toma de decisiones:
Con respecto a la toma de decisiones, pareciera que lo explicado por Ribes (1990), se refiere
a la conducta específica generada ante la presencia de situaciones de múltiples alternativas. Lo que
puede entenderse como aquellos eventos en los que el individuo “… debe decidir ejecutar o no una
conducta dentro de un período de tiempo apropiado teniendo dos o más alternativas competitivas…”
(Díaz, Feliciani y Guillén, 1998).
Lo anterior se refiere a aquella ocasión en que el individuo se encuentra ante dos o más
situaciones simultáneas, o frente a otra que presenta dos o más condiciones simultáneas que pueden
ser: a) incompatibles física, temporal o normativamente, b) imprevisibles física, temporal o
normativamente, ó c) que demandan una opción y el sujeto percibe tal demanda, no la percibe, o
percibe una demanda inexistente.
En este tipo de situaciones la persona se encuentra ante la exigencia de elegir entre una de
las opciones. Estas tres situaciones, presentan un elemento común que es la demanda temporal
inmediata, sin embargo, atendiendo la discriminación que el sujeto realice de ella, se ajustará en su
respuesta a ese criterio temporal, teniendo que decidir cuál será el camino a seguir.
De acuerdo a Ribes (1993), el estilo interactivo que opera en estas situaciones donde hay más
de una opción de respuesta es el descrito como: “oportuno” o “inoportuno”, pues la decisión puede
ser definida como un problema de oportunidad temporal de la respuesta. En este caso, cuando un
individuo da su respuesta fuera del tiempo exigido por el arreglo de la situación, puede decirse que
actuó incorrectamente, por lo que su comportamiento puede ser catalogado como inefectivo. Por esta
razón, el estilo “inoportuno”, podría estar asociado al estrés.
2. Tolerancia a la ambigüedad
En este contexto, los eventos son denominados situaciones ambiguas. Las respuestas
emitidas ante este tipo de situaciones son llamadas respuestas de tolerancia a la ambigüedad, y los
estilos interactivos que se despliegan son: “alta tolerancia a la ambigüedad” caracterizado por el
mantenimiento de un mismo comportamiento durante la situación ambigua por períodos prolongados
de tiempo; y “baja tolerancia a la ambigüedad”, el cual implica cambiar con rapidez la conducta
realizada ante estímulos discriminativos confusos.
3. Tolerancia a la frustración
4. Tendencia al riesgo
En este caso, la propuesta parece indicar que el individuo estaría frente a situaciones con
doble alternativa para elegir. Una de estas alternativas, presenta contingencias señaladas con
probabilidades aparentes o reales de consecuencias con mayor valor, o posee pérdidas contingentes
asociadas (de riesgo), y la otra posee contingencias de constancia relativa (seguras).
Las circunstancias en las que se producen estos arreglos contingenciales probables, son
llamadas situaciones de riesgo, y las respuestas dadas a este tipo de situaciones son denominadas
tendencia al riesgo. En estas situaciones los estilos interactivos que pueden desplegarse son: “alta
tendencia al riesgo” y “baja tendencia al riesgo”.
En ellas pueden ocurrir que una persona se enfrente a condiciones que cree le ofrecen
estabilidad (en cuanto a la probabilidad y cantidad de consecuencias a su actuación) y, al mismo
tiempo, a condiciones que reconoce como variables e impredecibles pero que aparentan mayores
consecuencias, se decide por estas últimas cuando le parecen ventajosas en: a) probabilidad, b)
cantidad o magnitud, o c) en probabilidad/magnitud, aún sabiendo que hay probabilidades de pérdida
de tipo inmediato o mediato.
En términos del estrés, una persona con un estilo de “alta tendencia al riesgo, optará por elegir
el segundo tipo de alternativas, lo que podría generarle estrés a causa de la impredictibilidad de las
contingencias, mientras que aquel sujeto que presente baja tendencia al riesgo, escogería la opción
más segura.
5. Reducción de conflicto
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En este caso de acuerdo al análisis de la propuesta de Ribes (1990a), pareciera que las
situaciones representativas, las cuales podrían denominarse conflictivas, lo son porque el individuo se
halla expuesto a indicaciones, consecuencias y/o indicaciones y consecuencias simultáneas y
competitivas, opuestas entre ellas, pero en las que necesariamente se debe emitir una respuesta.
Aquí se pueden describir dos estilos interactivos: “facilidad para resolver conflictos” y
“dificultad para resolver conflictos”. En ambos casos, el criterio de delimitación del estilo, es el tiempo
que la persona invierte en resolver el conflicto, considerando que a mayor tiempo, mayor dificultad.
El estilo más asociado al estrés pareciera ser el de dificultad para resolver conflictos, debido a
que ofrece la posibilidad de mantenerse más tiempo en la situación conflictiva, lo que implicaría
además la existencia de comportamientos inefectivos.
6. Impulsividad- no impulsividad
En este caso, el estilo pareciera estar asociado a situaciones en las que no sólo están
presentes los requerimientos relacionados con respuesta esperada y las consecuencias previstas,
sino que existen reacciones del individuo que no son consistentes con las indicaciones que definen la
respuesta. Estas reacciones se consideran operaciones o factores disposicionales del individuo y
están presentes en cualquier tipo de situación en la que éste se maneje, es decir, formando parte de
sus estilos estables de actuación.
Si las conductas del individuo en una situación particular están reguladas básicamente por
esas operaciones disposicionales, se estará en presencia de respuestas impulsivas, las cuales
definen el estilo interactivo “impulsivo”. Pero si ese individuo actúa conforme a las indicaciones y/o
consecuencias de la situación, emitirá conductas enmarcadas en el estilo “no impulsivo”.
En términos de estrés, pareciera que presenta mayores niveles la persona del estilo no
impulsivo puesto que sus respuesta implican una mayor exposición a los requerimientos situacionales
exigentes y a las consecuencias aversivas derivadas de la “represión” de los estados disposicionales
que le permitirían drenar las respuestas emocionales o fisiológicas presentes. Mientras que el
impulsivo (a pesar de tener que trabajar ciertos déficits, tales como la asertividad en habilidades
sociales), estaría menos sometido a las características de la situación.
Este modelo de comprensión del estrés (en comparación con el modelo cognitivo), ofrece
mayores posibilidades no sólo para la comprensión del fenómeno, sino también para su abordaje en
la práctica clínica puesto que:
Ofrece la delimitación de datos objetivos sobre los que basar la identificación e
intervención sobre el estrés: las alteraciones orgánicas discriminadas por el sujeto, las
cuales son producidas en situaciones contingenciales características y están
moduladas por los estilos de interacción del sujeto.
La identificación de los estilos interactivos relacionados con la historia de aprendizaje
del individuo ofrece la posibilidad de abordar instancias conductuales específicas cuya
modificación ayudaría a reducir las señaladas alteraciones biológicas y reducirían el
efecto del ambiente sobre el organismo.
La identificación de las condiciones contingenciales presentes permite al individuo
discriminar las respuestas requeridas por los arreglos de esa situación, lo que le
conduce a identificar los comportamientos que estarían actuando como el mecanismos
mediadores entre el entorno y sus condiciones orgánicas. Esto conduce a la
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delimitación del aspecto objetivo que debe ser modificado y le confiere un papel más
activo en la generación del estrés, lo que va más allá de la evaluación cognitiva.
Al intervenir sobre los estilos interactivos, se suministran al individuo conductas
instrumentales de prevención en contraposición a las de riesgo, lo que configura de
manera más objetiva el afrontamiento al delimitar la acción del sujeto a
comportamientos determinados en las condiciones medioambientales en las que se
han generalizado sus respuestas discriminadas como de riesgo.
Lo anterior conduce a la consideración de que el estrés ya no está en la condición
ambiental que es evaluada como amenazante, sino que existe el comportamiento
como eje modulador del efecto que ese medio ambiente tiene sobre los cambios
producidos en el organismo. Por tanto, el afrontamiento estaría dirigido a la
modificación de dichos comportamientos.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:
Ritter, E. (1997, Julio). La dimensión psicológica del estrés. Ponencia presentada en el XXVI
Congreso Interamericano de Psicología. Sao Paulo, Brasil.