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CONCIENCIA PERSONAL, DEFINICIÓN Y PRECISIONES

Eduardo García Gaspar

La conciencia personal. Algo innato y universal, que está en todos y que es eso que
distingue a lo bueno de lo malo, para guiar la conducta propia.

Índice

• Primero, ¿qué es la conciencia?


o Sindéresis
o Algo dentro de cada uno
o Silencio de la conciencia personal
o Universalidad
• Conciencia personal y universal
o La conciencia personal
o ¿Qué es conciencia?
o Un examen personal
o Conciencia igual a reconocimiento
o Qué es lo que se reconoce y acepta
• Conclusión: una pregunta obligada
• Y unas cosas más…
• Notas adicionales sobre la conciencia personal: ¿son las reglas morales ajenas a mi
voluntad o yo las fabrico?
o Reglas ajenas a la voluntad propia
o Reglas fabricadas a la voluntad
• Conclusión

Primero, qué es la conciencia

Ella es un elemento interno humano. Algo que tenemos de manera innata. Le llamamos con
esa palabra ‘conciencia’.

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Una especie de disposición natural a reconocer lo bueno y lo malo. Más una
inclinación a hacer lo bueno y evitar lo malo. Algo propio del ser humano y que es llamado
así, conciencia siendo algo personal e inevitable.

Sindéresis

El punto clave es que eso está en la misma naturaleza humana. Es parte de nuestra esencia,
como si lo tuviéramos escrito internamente. Tiene su nombre especializado, es la palabra
‘sindéresis’:

«Del griego “syntéresis” (discreción) que deriva, a su vez, de “syntéreo” (estar atento,
observar) el término sindéresis se refiere a la capacidad del alma para distinguir el bien del
mal, para captar y reconocer los primeros principios morales».webdanoia.com

Más aún:

«Santo Tomás considera la sindéresis como el hábito intelectivo (inclinación/disposición a


conocer) de los primeros principios del orden moral, no adquiridos mediante un proceso
cognoscitivo, sino conocidos naturalmente.
Así como existe un hábito intelectivo innato de los primeros principios de la vida especulativa
(como los de identidad y de no contradicción), que se llama «inteligencia de los principios»,
de la misma manera existe otro hábito de los primeros principios de la vida práctica (en
primer lugar: «hay que hacer el bien y evitar el mal»), que es precisamente la sindéresis».
mercaba.org

Algo dentro de cada uno

Insisto en ese punto clave, el de ideas sobre el bien y el mal y que no son producto de lo
externo. Son, o mejor dicho, están dentro de cada uno de nosotros por el hecho de ser
humanos.

Silencio de la conciencia personal

Esto tiene consecuencias: quien no sea ya capaz de distinguir entre lo bueno y lo malo siquiera
crudamente y, por eso, sea incapaz de sentir responsabilidad (culpa o mérito) por sus acciones,
sufre una perturbación en su naturaleza.
El «silencio de la conciencia» es un trastorno aún peor que el actuar mal y sentir culpa:

«Quien ya no se da cuenta de que matar es malo ha caído más que quien aún reconoce lo
vergonzoso de sus acciones, porque el primero está más alejado de la verdad […]». Benedicto
XVI, On Concience.

Esto tiene una debilidad sustantiva cuando no se pone sobre la mesa otro elemento
de la conciencia, la universalidad. Me explico.

Universalidad

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Si por conciencia se entiende una disposición natural hacia el bien y un rechazo natural del
mal, y eso se deja así nada más, se corre el riesgo de hacer que la conciencia sea igual a la
creencia personal más o menos racionalizada de cada uno.
Esto llevaría al relativismo moral y, entonces, se concluiría que la conciencia dice
cosas distintas a cada persona.
La conciencia es esa predisposición igual en todos, una constante humana. Tiene el
mismo contenido. No es jamás el producto de una racionalización personal que justifica
alguna creencia individual que crea diferentes concepciones del bien y del mal.
La conciencia es como una «voz de la verdad» dentro de la persona misma y frente a
la que se somete voluntariamente (de allí el gran valor de la libertad humana).

Conciencia personal y universal

• Quien sea una persona de conciencia no hará de lado a la verdad, incluso cuando el hacerlo
le presente ventajas de fama, de éxito y riquezas.
Y, si acaso llega a sucumbir en algún momento, sentirá culpa y corregirá.
• Quien sea una persona de conciencia entiende que sus deseos y gustos pueden no
corresponder a lo indicado por su conciencia.
A ella no se le puede manipular haciéndole creer en racionalizaciones cómodas que
justifiquen lo anhelado.
• El que sea una persona de conciencia actúa con dirección. La dirección de la verdad,
que es la única posible para no perder rumbo.
• Una persona de conciencia entiende a la libertad de una cierta manera muy distinta
a la actual. En nuestros días la libertad se entiende como el poder hacer lo que uno quiera,
sea lo que sea.
La conciencia plantea a la libertad como la oportunidad de hacer lo que se debe hacer.
Todo puede hacerse, pero no todo debe hacerse.
• La persona con conciencia ha pulido, refinado y educado eso que estaba dentro de
ella, la tendencia natural a hacer el bien y evitar el mal.
Ella ha dado significado real a lo que ya traía dentro escrito en su mente.
• Quien sea una persona con conciencia encontrará una admirable coincidencia de
creencias con otros que hagan lo mismo. Esta es la universalidad que produce la conciencia
educada.
Sí, habrá discusiones y desacuerdos, pero todas ellas estarán iluminadas por las mismas
nociones centrales.

La conciencia personal

«Es tu conciencia la que te dirige». Eso dijo la persona. Es cierto, pero no suficiente. Hablaba
ella de los crímenes del narcotráfico.
Los reprobaba y dijo eso sobre tales criminales. Habían ellos, no hace mucho, lanzado
una granada en medio de un festejo privado.

¿Qué es conciencia?

Su definición es algo que imaginamos con facilidad. Recuerda una frase: «La conciencia es
eso que molesta en medio del placer».

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La hemos visto en caricaturas. En esas en las que un personaje tiene un ángel en un
hombro y un diablo en el otro. Los dos aconsejan al personaje y él decide. La imaginamos,
pero no está demás tratar sobre el concepto de conciencia.
La definición de conciencia dice que ella es un juicio o una valoración, que usa nuestra
capacidad de razonar, y que reconoce la moralidad de un acto personal.

Un examen personal

La conciencia, por tanto, es una especie de examen de actos que realizamos y a los que
analizamos en cuanto a si debemos o no hacerlos.
En esencia es como una exploración que reconoce terrenos buenos y malos para
caminar, y que es inevitable.
El sujeto es la persona que realiza ese juicio y reconoce la cualidad moral del acto que
está haciendo, hizo, o va a hacer. Por esto es que es cierto que es nuestra conciencia la que
nos dirige.

Conciencia igual a reconocimiento

Pero la clave de lo que es la conciencia es una palabra que pasa desapercibida, la de


‘reconocer’. Ella hace toda la diferencia.
Como escribió John Flader, «El papel de la conciencia, por tanto, no es ‘crear’ la
cualidad moral de una acción».
La conciencia no tiene el rol de inventar reglas éticas o morales. Su función consiste
en reconocerlas, admitirlas, aceptarlas. Hay en esto algo similar al científico que descubre una
ley física. Él no la inventa, sino la descubre.

Qué es lo que se reconoce y acepta

La pregunta que sigue es la natural, la de dónde se descubren los principios morales. En dos
partes.
Una es en nosotros mismos. De manera innata tenemos algunas ideas básicas sobre
qué es bueno y qué es malo. La más obvia de ellas es la vida. La consideramos buena y por
eso evitamos perderla y nos disgusta ser dañados en nuestro cuerpo.
La otra es la afinación de esa conciencia innata en multitud de fuentes: libros,
religiones, conversaciones, reflexiones, educación escolar, ejemplos en familia y demás.
Es decir, no podemos por nosotros mismos descubrir los principios morales. Tenemos
alguna idea innata de ellos, pero solo pueden pulirse con educación que proviene de muchas
fuentes.
Y entre ellas, aunque le pese a muchos, la religión es posiblemente la más influyente
de todas.

Conclusión: una pregunta obligada

El lector sagaz se preguntará ahora qué sucede con quienes no educan a su conciencia y la
educan con principios contrarios. La interrogante es vital. Y es complicada.
Puede ser que la persona, por ella misma, decida no educar su conciencia. Esta es una
falta personal de despreocupación y la culpable es la persona misma.

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Pero puede ser que otra cosa le suceda a la persona.Quizá ella no tenga culpa alguna
de su inhabilidad para saber si algo debe o no hacerse. Puede ser que jamás haya sido educada
en eso, o bien algo peor, que se le haya educado con una conciencia equivocada.
En este caso, la persona no puede ser realmente considerada responsable total de sus
malas acciones.
La clave, entonces, está en la iniciativa de la persona. Si ella es la que ha preferido no
educar a su conciencia habiendo tenido oportunidad de hacerlo, será ella responsable de sus
acciones.
Y lo opuesto, cuando la persona no sea la responsable de la falta de educación de su
conciencia. Este último caso es extremo. Muy pocos en el mundo moderno, con tanta
información, podrían argumentar en su defensa el desconocer cuestiones de conciencia.
En resumen, es un asunto central esto de la conciencia, central y personal, pero no
subjetivo. No pueden crearse morales paralelas y tampoco pueden tenerse reglas morales que
solo pongan atención en los efectos en los demás.

Notas adicionales sobre la conciencia personal:


¿son las reglas morales ajenas a mi voluntad o yo las fabrico

Eduardo García Gaspar

La persona lo resumió sabiamente. Hablaba de las normas que deben regir nuestra conducta.
De eso que llamamos moral o ética. De lo que nos dice que hay cosas buenas y malas, debidas
e indebidas.
Más o menos, dijo esto.

«¿Es una decisión propia el determinar las reglas según las cuales debo vivir? ¿o, por lo
contrario, esas reglas son ajenas a mi voluntad e independientes de mis deseos?»

Solucionar eso tiene sus complicaciones.

Reglas ajenas a la voluntad propia

Comencemos por la alternativa de que las normas morales son independientes de mi decisión
y existen por sí mismas.
Esta posibilidad postula que el bien y el mal, lo aconsejable y desaconsejable, tiene
una vida propia, separada de la persona, pero que la obliga a comportarse de una cierta
manera.
Digamos que es algo como las leyes físicas, las que por mucho que queramos cambiar
no podemos.
Estamos obligados a respetarlas y si no lo hacemos, sufriremos consecuencias. Es
decir, si la moral es así, el no respetarla producirá efectos nocivos en nosotros.
Dentro de esta posibilidad, está la idea de que nuestra misma naturaleza y conciencia
existen reglas que concuerdan con ella. El hecho de ser humanos nos dice que hay normas
morales que no dependen de nuestra decisión.
Bajo esta posibilidad, nuestra única posibilidad es descubrir esas normas y principios.

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Digamos que entonces la ética y la moral son también ciencias destinadas a descubrir
verdades. Así como descubrimos el ADN, descubrimos principios morales; reglas que nos
obligan a una cierta conducta, como el mandamiento de no matar.
Es ese descubrimiento de la moral y la ética, por supuesto, habrá discusiones y
controversias; teorías contrarias y desarrollos distintos. Pero, todo animado por la idea del
descubrimiento de la verdad ajena a nuestra voluntad.

Reglas fabricadas a la voluntad

La primera posibilidad es muy distinta, según ella es una decisión propia el fijar las reglas
morales y éticas. Son ellas un producto humano y dependen de la voluntad propia.
Podrán discutirse opiniones diferentes entre las personas, incluso muy racionalmente,
pero no hay un criterio final de solución objetiva.
En este escenario cada persona es una fuente moral legítima responsable solo ante sí
misma y su conciencia. Por supuesto, esto tiene un problema serio, el de que cada persona
podrá construir sus propias normas según su conveniencia acomodada en cada momento.
Esta especie de ética a la carta, con moral del día, produce tal variedad de conductas
permitidas que la vida en común sería muy difícil si en verdad se aplicara. La vida en sociedad
necesitará un mínimo de normas comunes, reconocidas por todos, para sobrevivir y, me
parece, manifestadas principalmente en las leyes.

Conclusión

Muy bien, creo que esas dos posibles fuentes de moral y ética, resumen la esencia de lo que
en esos terrenos sucede actualmente y desde hace ya tiempo.
Vivimos en medio de discusiones éticas y morales de graves consecuencias, eso que se
ha llamado guerras culturales.
Son desacuerdos severos entre opiniones morales y éticas, dentro de una misma
comunidad, en terrenos muy sensibles. Las posiciones en defensa y en contra del aborto son
un ejemplo notable de eso. Lo mismo que las opiniones acerca del matrimonio de personas
del mismo sexo.
No pretendo nada más que exponer una situación actual en extremo diferente a la de
otros tiempos, en los que las «opciones morales» tenían una amplitud mucho más restringida.
Entender esto ya es ganancia, reconociendo la influencia real de la propuesta de que
cada persona puede decidir su propia moral.
La amplitud moral y ética crea una holgura tal que permite la entrada de todo, o casi
todo, con escasos filtros de calidad. Dicho de otra manera, cualquiera puede sostener
opiniones morales y defenderlas como si fuesen de gran calidad.
Es un fenómeno por el que un biólogo se convierte en un teólogo, un físico en un
filósofo, un político en un erudito ético, un escritor de novelas en un sabio moral, un director
de cine en una autoridad ética, un cantante en una fuente creíble de deontología, un video
en youtube es una fuente axiológica, un psicólogo crea su sistema moral.
Son cambios sustanciales. De los autores, pocos y sesudos, que eran referencia de ideas
morales y éticas, ahora usted tiene en el mismo nivel a un cantante y a D. Hume, a un director
de cine y a J. Ratzinger. Olvídese del resto de los gigantes del tema, ahora eso está en Twitter,
o en memes.

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En resumen, estamos viviendo en un ambiente de notable amplitud moral, en el que
las más sabias de las opiniones éticas y morales, cualesquiera que ellas sean, son unas pocas
entre las abundantísimas opciones a seleccionar.

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