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Pablo Neruda: secretos de los archivos

de la URSS
Por: EL PAÍS | 13 de noviembre de 2015

Por Mario Amorós

Pablo Neruda fotografiado en París en 1949, el año en que viajó a la Unión Soviética / Marcos Chamudes

Pablo Neruda viajó por primera vez a la Unión Soviética en 1949. Sus posiciones políticas y su poesía
eran difundidas en aquella nación desde 1937, cuando la revista Internatsionalnaia literatura incluyó un
resumen del discurso que había pronunciado en febrero en París en memoria de su amigo Federico
García Lorca. En 1939, Iliá Ehrenburg tradujo al ruso España en el corazón, su homenaje épico y lírico a
la resistencia republicana, y ya en 1949, con el título de Stiji (Versos), apareció su primera antología en
este idioma. Este libro comprendió, además, el artículo que firmó el 27 de noviembre de 1947 en el diario
venezolano El Nacional para denunciar la deriva represiva del presidente chileno Gabriel González
Videla y un capítulo introductorio de Ehrenburg, que sentó las bases del estudio de su poesía en los
países socialistas.

El 8 de junio de 1949 Neruda llegó a Leningrado. Hacía tan solo un mes y medio que había aparecido de
manera sorpresiva en París, en la clausura del primer Congreso del Movimiento Mundial de Partidarios
de la Paz, celebrado en la Sala Pleyel, en el que participaron casi tres mil delegados de los cinco
continentes, entre ellos Charles Chaplin, Pablo Picasso, el general Lázaro Cárdenas, Diego Rivera,
Jorge Amado, Howard Fast o Paul Éluard. Después de haber sido desaforado como senador por la
justicia chilena por sus duras críticas a González Videla y de vivir un año en la clandestinidad (periodo en
el que concluyó su monumental Canto general), logró burlar la persecución policial y salir a Argentina a
través de un paso en la cordillera en la provincia austral de Valdivia. Fue invitado a la URSS para asistir
a los actos de conmemoración del 150º aniversario del nacimiento de Alexander Pushkin, considerado
el fundador de la literatura rusa moderna. A él dedicaría el poema El ángel de la poesía, que formaría
parte de su libro Las uvas y el viento  (1954).

El 15 de junio, en la ciudad que acogió las jornadas decisivas de la Revolución de Octubre, el poeta
chileno, militante comunista desde el 8 de julio de 1945, se entrevistó con el subdirector de la Sociedad
para las Relaciones Culturales con el Exterior, E. P. Mitskevich. Un funcionario de apellido Ermolaev
tomó nota de la conversación y preparó un informe que fue elevado al Partido Comunista de la Unión
Soviética (PCUS). Este valioso documento histórico forma parte del amplio dossier en ruso sobre Neruda
que se conserva en el Archivo Estatal de Historia Política y Social de Moscú, que ha permanecido inédito
hasta ahora.

En Leningrado habló en representación de la dirección del Partido Comunista de Chile. Destacó que el
viraje de González Videla (elegido Presidente en 1946 con el apoyo decisivo del PC) les había tomado
por sorpresa en 1947 y transmitió una valoración crítica de la larga década de apuesta por la confluencia
con el centro político, representado por el Partido Radical: “Me parece que nuestro Partido se contagió
demasiado con el espíritu de la legalidad y el parlamentarismo. Le hemos dado demasiada importancia a
la lucha por los puestos en el Senado, en el Parlamento y en los municipios y hemos dejado de movilizar
a las masas en la lucha activa. Nosotros educamos a las masas en el espíritu de lucha contra el
imperialismo norteamericano, pero hablamos poco de la reacción interna. Es por ello que ni el Partido
Comunista, ni los sindicatos ofrecieron la resistencia que debían a la ofensiva de la reacción. El espíritu
de legalidad del Partido disminuyó su capacidad combativa. Nos quejamos mucho y cometimos muchos
errores”.

En los albores de la Guerra Fría, agregó a sus interlocutores soviéticos que González Videla les había
traicionado para unirse a los sectores reaccionarios, que defendían los intereses del capital
estadounidense en Chile. Logró asfixiar la huelga de los mineros del carbón de octubre de 1947 y así
pudo iniciar la represión contra el Partido Comunista hasta su proscripción con la aprobación de la Ley
de Defensa Permanente de la Democracia y la reclusión de centenares de sus militantes en campos de
concentración como el de la caleta septentrional de Pisagua, donde entonces sirvió el joven
teniente Augusto Pinochet. Señaló que, pese a ello, mantenían una estructura partidaria sólida, con
unos cincuenta mil militantes, y que habían reestructurado sus órganos de dirección, con un secretariado
clandestino integrado por Galo González, Luis Reinoso y Luis Valenzuela en la cima. El legendario
dirigente Elías Lafertte mantenía un estatus especial, puesto que conservaba su actividad como
senador, aunque no expresaba públicamente su condición de presidente del partido. Otra laguna que
mencionó fue la ausencia de trabajo político entre las masas campesinas, aunque también destacó la
buena relación del PC con la Falange Nacional, de orientación socialcristiana, que les había apoyado
ante la represión desatada por el Gobierno (y que en 1957 participaría en la fundación del Partido
Demócrata Cristiano).

El 25 de junio Neruda llegó a Moscú, donde dos días después la Unión de Escritores Soviéticos celebró
una velada en su honor en la Gran Sala del Conservatorio. Fue presidida por Alexander Fadieiev, autor
del himno revolucionario La joven guardia, y participaron escritores como Semión Kirsánov (discípulo de
Maiakovski), Nikolai Tíjonov, Constantín Símonov y Ehrenburg, quien pronunció el discurso principal.
También visitó la ciudad a orillas del Volga que no pudo conquistar Hitler en 1942-1943, a cuya
reconstrucción dedicaría su Tercer canto de amor a Stalingrado. En el libro de visitas del Museo de la
Defensa, anotó: “Nací para cantar a Stalingrado”. Allí pidió que depositaran, en su nombre y en el de su
partido, una corona de flores en la tumba de Rubén Ruiz Ibárruri (hijo de Pasionaria), teniente del Ejército
Rojo que cayó abatido en septiembre de 1942.

El 3 de agosto de 1949, un documento del PCUS catalogado como “secreto” hizo balance de su visita. El
escrito subrayó la “gran impresión” que le había causado Stalingrado, principalmente los lugares donde
se desarrollaron los combates contra las tropas nazis y la magnitud de los trabajos de reconstrucción de
la ciudad, y que en todas sus intervenciones glosó la fortaleza de su partido y la lucha contra González
Videla. En abril de 1950 en Ciudad de Guatemala, en la lectura pública del que sería cuarto texto de su
libro Viajes (1955), titulado El esplendor de la tierra, evocó su estancia en Leningrado, Moscú,
Stalingrado y Púshkino, la ciudad natal de Pushkin: “Venid conmigo, poetas, a los bordes de las ciudades
que renacen: venid conmigo a las orillas de la paz y del Volga, o a vuestros propios ríos y a vuestra
propia paz. Si no tenéis que cantar las reconstrucciones de esta época, cantad las construcciones que
nos esperan. Que se oiga en vuestro canto un rumor de ríos y un rumor de martillos”. En la que fue su
segunda visita al bello país centroamericano relató también sus impresiones de Polonia y Hungría, ya
que llegó a Budapest el 23 de julio de 1949, invitado por el gobierno comunista para participar en los
actos por el centenario del gran poeta nacional Sandor Petöffi. En aquellos días apareció una antología
de su poesía traducida al húngaro.

Visitó, asimismo, Checoslovaquia, a propuesta de la Unión de Escritores, y el 15 de agosto ofreció una


conferencia de prensa en Praga. “Soy originario y ciudadano de América, un continente al que muchos
por error siguen llamando el Nuevo Mundo. Este nombre no se corresponde con la realidad. El nuevo
mundo comienza con la Unión Soviética y se expande por los países de democracia popular. América es
un lugar de incendiarios de la guerra, un mundo de naciones oprimidas”, proclamó ante los periodistas
checos y los corresponsales extranjeros, en declaraciones recogidas por la Agencia Tass. “En las
naciones del continente mandan los representantes más rapaces y salvajes del imperialismo
estadounidense. Todas las riquezas naturales de América Latina, el petróleo, el cobre, el hierro… no
pertenecen a los pueblos, sino a los imperialistas de Estados Unidos. Ellos dominan de facto todas las
riquezas de la región. El hambre y la pésima situación material, la injusticia y las persecuciones, son el
verdadero patrimonio de los pueblos de nuestro continente”.

Pablo Neruda fue “el más grande poeta del siglo XX”, según las tantas veces citadas palabras de Gabriel
García Márquez, pronunciadas ante las cámaras de Televisión Nacional de Chile la tarde del sábado 23
de octubre de 1971 en la Embajada chilena en Francia, dos días después de obtener el Premio Nobel de
Literatura.
También fue uno de los grandes intelectuales comunistas. Durante más de dos décadas formó parte del
Comité Central del Partido Comunista de Chile, que incluso le eligió candidato a La Moneda el 30 de
septiembre de 1969, hasta que en enero de 1970 renunció en favor de Salvador Allende. Desde junio de
1949 y hasta su última estancia en abril de 1972, el autor de Veinte poemas de amor y una canción
desesperada  visitó prácticamente cada año la Unión Soviética. Fue parte del jurado del Premio Stalin por
el Fortalecimiento de la Paz entre los Pueblos (posteriormente, rebautizado como Premio Lenin),
instaurado en 1950 y que él mismo recibió en su edición de 1953, y uno de los principales representantes
del Movimiento Mundial de Partidarios de la Paz, organización vinculada al bloque soviético y en el
mundo capitalista a los diferentes partidos comunistas.

Las revelaciones del XX Congreso del PCUS, en febrero de 1956, sobre los crímenes del estalinismo no
alteraron su compromiso político, que reafirmó de manera crítica, pero solemne, en 1964 en el largo
poema El Episodio, de Memorial de Isla Negra. Sin embargo, como escribió el profesor Hernán Loyola en
el prólogo al cuarto volumen de la última edición de sus obras completas, “fue su poesía la que cambió”,
ya que desapareció el “utópico horizonte político” que había impregnado su visión del mundo en Las
uvas y el viento  y en las Odas elementales. En 1958, Estravagario inauguró una nueva época en su
escritura poética y delineó las direcciones esenciales que sus versos asumirían en el otoño de su
existencia. En su obra posterior encontramos sonoras críticas al estalinismo, como el durísimo perfil de
Stalin que trazó en el poema El culto (II), o el rechazo a la invasión de Checoslovaquia por las tropas del
Pacto de Varsovia que expresó en el poema 1968, ambos incluidos en su libro Fin de mundo (1969).
Pero jamás desmayó en su defensa pública de la Unión Soviética y del papel que creía que
desempeñaba en aquel mundo que se derrumbaría a partir de 1989.

Y manifestó siempre el orgullo más hondo por su militancia comunista, en las filas de un partido de
masas equiparable por su prestigio e influencia a los PC de Italia y Francia de la época (y que hoy forma
parte con los ministros Marcos Barraza y Claudia Pascual –nieta de dos pasajeros del Winnipeg- del
Ejecutivo de Michelle Bachelet). Así lo expresó el 13 de diciembre de 1971 en el bellísimo discurso que
pronunció en el corazón del barrio medieval de Estocolmo, en el viejo edificio de la Bolsa (sede de la
Academia Sueca), cuando proclamó que había llegado hasta allí para recoger la mayor distinción
literaria, después de una larga y sin duda azarosa existencia, “con mi poesía y también con mi bandera”.
Señaló los “deberes del poeta” y afirmó su fe en la profecía formulada cien años atrás por Arthur
Rimbaud: “Solo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y
dignidad a todos los hombres…”.

Aquel compromiso lo había asumido, para siempre, en España entre 1934 y 1936. La luz y la sangre de
la Segunda República marcaron la evolución de su vida y su poesía.

Mario Amorós, periodista y doctor en Historia, acaba de publicar Neruda. El príncipe de los poetas. Biografía (Ediciones B).

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