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Manual práctico de tartamudez

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Manual
Manual práctico de tartamu
tartamudez
dez
Alfonso Salgado Ruiz

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En ella encontrará el catálogo completo y comentado

Diseño de cubierta: Pablo Montalbán

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© Alfonso Salgado Ruiz

© EDITORIAL SÍNTESIS, S. A.
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http://www.sintesis.com

ISBN:
ISBN: 978-84-975695-1-4
978-84-975695-1- 4

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7
 A María,
María,
que llegó mientras nacía este libro

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 Índice

 Presentación

1. Introducción: Tartamudear y ser tartamudo


1.1.Una definición útil de los trastor nos de la fluidez del habla
1.1.1.  Determinantes de l a fluidez del habla
1.1.2. Trastornos de la fluidez del habla: tartamudez y taquifemia
1.1.3.  Definición de tartamud ez
1.2. Descripción clínica de la tartamudez y conductas asociadas
1.2.1. Patrón de habla tartamudo
1.2.2. Respuestas motoras
1.2.3. Respuestas fisiológicas
1.2.4. Conductas y procesos cognitivos
1.2.5. Condiciones que agravan o mejoran la fluidez. Situaciones temidas
o evitadas
1.3. Diagnóstico diferencial
1.4. Epidemiología
1.5. Evolución de la tartamudez. Factores relacionados con la recuperación y la
 persistencia
Cuadro resumen
Exposición de casos clínicos
Preguntas de autoevaluación

2.  Etiología de la tartamudez 
2.1. Un modelo de producción del habla como marco de referencia
2.2. Factores relacionados con la génesis y desarrollo de la tartamudez
2.2.1. Predisposición genética
2.2.2. Factores biológicos
2.2.3. Factores psicolingüísticos
2.2.4. Factores psicológicos
2.2.5. Factores ambientales
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2.3. Una teoría integradora: el modelo de capacidades y demandas
2.3.1. Las capacidades para el habla fluida
2.3.2. Las demandas sobre la fluidez del habla
Cuadro resumen
Exposición de casos clínicos
Preguntas de autoevaluación

3.  Evaluación de la tartamudez 
3.1. Evaluación diagnóstica
3.1.1. Diagnóstico diferencial entre disfluencia normal y tartamudez
temprana
3.1.2. Diagnóstico diferencial entre tartamudez temprana y tartamudez
establecida
3.1.3. Evolución negativa y riesgo de cronificación
3.1.4. Ambientes favorecedores o perjudiciales para la fluidez
3.2. Métodos de evaluación en tartamudez infantil
3.2.1. Entrevista con los padres
3.2.2. Medición de las disfluencias e índices de fluidez
3.2.3. Evaluación de la interacción del niño con sus padres
3.2.4. Otras informaciones de interés
3.3. Evaluación funcional
3.3.1. Historia clínica: inicio y evolución del problema
3.3.2. Evaluación del habla y otras conductas motoras asociadas
3.3.3. Evaluación de las conductas de evitación social y comunicativa
3.3.4. Evaluación psicofisiológica
3.3.5. Evaluación de las actitudes, creencias y expectativas
3.3.6. Evaluación situacional 
3.3.7. Evaluación de otros aspectos relacionados con la intervención
Cuadro resumen
Exposición de casos clínicos
Preguntas de autoevaluación

4. Tratamiento de la tartamudez 
4.1. Intervención en tartamudez temprana
4.1.1. Terapia preventiva
4.1.2. Terapia prescriptiva
4.1.3. Terapia integral: modificación del ambiente e intervención directa
 sobre el habla
4.2. Intervención en tartamudez crónica

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4.2.1. Devolución de información y establecimiento de objetivos
4.2.2. Análisis de las excepciones y valoración de los recursos
4.2.3. Reestructuración cognitiva y manejo de las evitaciones
4.2.4. Intervención directa en el habla: moldeamiento de la fluidez y
modificación de la tartamudez
4.2.5. Generalización, mantenimiento y prevención de recaídas
4.2.6. Asociaciones de autoayuda y tratamiento en grupo
4.2.7. El trabajo con chicos mayores y adolescentes
Cuadro resumen
Exposición de casos clínicos
Preguntas de autoevaluación

5. Guía para personas que tartamudean, familiares, maestros y otros


 profesionales
5.1. Guía para los padres
5.1.1. Algunas ideas sobre el habla en los niños pequeños y lo que se
considera “normal”
5.1.2. Qué es la tartamudez y cómo puede reconocerse
5.1.3. Por qué tartamudea un niño
5.1.4. Qué más puede hacer para ayudar a su hijo
5.1.5. ¿Será necesario iniciar una terapia para su habla?
5.1.6. Qué decir a la gente sobre el modo de hablar de su hijo
5.2. Guía para los maestros
5.2.1. El niño de educación infantil 
5.2.2. El niño de educación primaria
5.2.3. Cómo manejar ciertas situaciones en el aula
5.3. El niño que tartamudea: guía para el pediatra
5.3.1. Etiología
5.3.2. Prevalencia e incidencia
5.3.3. El papel del médico pediatra
5.3.4. Diagnóstico diferencial 
5.3.5. Consejos a los padres de un niño con disfluencia normal 
5.3.6. Consejos a los padres de un niño con tartamudez leve
5.3.7. Consejos a los padres de un niño con tartamudez severa
5.4. Algunas palabras para chicos que tartamudean
5.5. Una guía para las personas que tartamudean
5.5.1. Ayudarse a sí mismo: reglas básicas
5.5.2. Un método de autoayuda para adquirir hábitos provechosos
5.6. Algunas situaciones puntuales e información para personas relacionadas
5.6.1. Hablar por teléfono
5.6.2. Cómo reaccionar cuando habla con alguien que tartamudea
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 psicofisiológicas y sociales que conforman el problema entero. Pensar así no sólo permite
una descripción más exhaustiva, más completa y más próxima a la realidad clínica de
cada día, sino que anticipa criterios de evaluación e intervención mucho más amplios y
más fiables de cara a la mejoría de la fluidez y de las consecuencias que de su trastorno
se derivan.
Este primer capítulo se dedicará a la descripción completa del trastorno, delimitando
cuáles son los elementos nucleares del mismo y cuáles son los intentos de solución que
contribuyen a mantenerlo siendo a su vez definidores del problema. Igualmente, se
establecen las diferencias entre la tartamudez en niños y en adultos, y, sobre todo, se
señalan los criterios que deben manejar los clínicos para el correcto diagnóstico de
tartamudez cuando nos encontramos ante niños pequeños. Entendemos que son
cuestiones esenciales, puesto que de su consideración dependerá en el futuro el tipo de
tratamiento y la orientación general de la intervención. El capítulo se presenta, por tanto,
desde una perspectiva eminentemente clínica y aplicada, que permita sentar las bases de
 por qué evaluar e intervenir de una u otra forma.

1.1. Una definición útil de los trastornos de la fluidez del habla

o es adecuado presentar la tartamudez como el más frecuente trastorno de la fluidez del


habla si no es a partir de la propia definición de fluidez y de la consideración de ésta
como la resultante de varios factores. Además, es preciso contemplar que un ritmo
normal de habla no está reñido con la presencia de frecuentes disfluencias, que nada
tienen de patológico.

1.1.1. Determinantes de la fluidez del habla

Coloquialmente, el término  fluidez  se refiere al grado de suficiencia que alguien ha


desarrollado para llevar a cabo una actividad motora. Un movimiento fluido es aquel que
se hace suavemente, con la necesaria rapidez y ritmo, sin interrupciones indeseadas, es
decir, que discurre de manera fácil y continua. En relación al lenguaje, el término implica
facilidad y rapidez para hablar o escribir suavemente y sin esfuerzo, un flujo continuo
con poca incertidumbre. La fluidez, en el contexto de la comunicación oral, es una
dimensión básica del habla que, como tal, se aprende, se desarrolla y se automatiza, y es
el resultado de un discurso más o menos continuo producido a una suficiente velocidad
con un mínimo esfuerzo. Éstos son los cuatro componentes básicos de la fluidez:
continuidad, velocidad, ritmo y suavidad. Respecto a cada uno de estos factores
conviene hacer algunas precisiones para la adecuada comprensión tanto de la fluidez
normal como de la tartamudez, y así poder establecer las diferencias adecuadas entre
disfluencias normales y patológicas.

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En cuanto a la continuidad , en ningún momento debe pensarse que el habla normal
discurre sin accidentes ni tropiezos. Nada más lejano a una simple observación de
cualquier persona hablando: existen pausas, dudas, repeticiones, algunos “esto…” y
“eh…”, frases interrumpidas e incompletas, vueltas atrás… Estas disfluencias indican
que el habla es un auténtico proceso de comunicación que se corresponde con un
intercambio vivo en que el pensamiento discurre al tiempo que se expresa, en el que la
 persona que habla está atenta a las reacciones de su interlocutor, ajusta el mensaje a la
 propia reacción de éste y a la intención de decir lo que desea de la forma más exacta y
comprensible que pueda, y en el que las emociones también cuentan.

Figura 1.1.  Factores determinantes de la fluidez.

A pesar de todo, el habla normal tiene apariencia de continuidad y como tal es


 percibida por el oyente, aun cuando sea realmente muy discontinua. Algunas
investigaciones clásicas indican que el 50% del habla espontánea implica menos de tres
 palabras seguidas, interrumpidas por pausas, y que sólo el 10% de las emisiones orales
espontáneas están compuestas por frases de más de diez palabras dichas sin interrupción.
Entonces, ¿por qué el habla es percibida como un flujo continuo? Fundamentalmente
 porque las pausas en un habla fluida suceden en momentos lingüísticamente apropiados y
cubren una importante función comunicativa. Las interrupciones no son espacios vacíos

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entre palabras, sino una parte esencial del código del habla, tan importante en ocasiones
como las mismas palabras. Las interrupciones del discurso al final de las frases u
oraciones se emplean para respirar y poder seguir hablando. Pero, además, muchas
 pausas son empladas como recursos retóricos naturales cuando se pretende enfatizar 
ciertas palabras o sentencias, o para aclarar aún más el significado de lo que quiere
decirse. En otros casos, los silencios en mitad de la frase indican que el hablante toma un
tiempo para ajustar aún más su mensaje a lo que desea decir, buscando exactamente las
 palabras adecuadas.
La velocidad   de habla en una persona madura oscila alrededor de cinco sílabas por 
segundo (5 s/seg), excluyendo las pausas. Si se tienen en cuenta la frecuencia y duración
habitual de las pausas “normales”, la tasa de habla gira entre 3-4 s/seg, lo que supone
unas 100-150 palabras por minuto. Esto significa que entre el 30 y el 40% del tiempo de
habla está ocupado por pausas. En este sentido, se puede afirmar que el habla fluida
también conlleva frecuentes disfluencias en forma de repeticiones de palabras y frases,
revisiones, interjecciones y sonidos que facilitan el arranque de la oración (por ejemplo,
“esto… quiero decir que…”). Aparentemente, los oyentes ignoran estas faltas de
continuidad en la medida en que no son muy frecuentes y no parecen ser evitadas por el
hablante.
El ritmo  es el elemento prosódico por naturaleza, determinado fundamentalmente
 por la distribución de sílabas acentuadas y no acentuadas en el discurso. Se define como
la ordenación armoniosa y regular de los sonidos, basada en los acentos y el número de
sílabas. Un habla fluida no sólo es continua, rápida y suave, sino que ajusta el tono,
intensidad y cadencia de cada sílaba y palabra, marcando las diferencias entre sílabas
tónicas y átonas, palabras de mayor o menor contenido para el discurso o
 puntualizaciones en el mismo.
Respecto al esfuerzo, el habla fluida es suave, de salida fácil, y está ausente de
tensión muscular tanto de los órganos fonatorios como del resto del cuerpo. Se diría que
una persona con suficiente fluidez no se esfuerza en absoluto para hablar, a pesar de la
gran cantidad de músculos que están implicados en el habla y de la necesaria
coordinación espaciotemporal entre ellos para una correcta emisión. De hecho, éste es un
elemento especialmente importante para diferenciar el habla normal del habla con
 problemas de fluidez: si existen signos visibles de tensión o esfuerzo, el habla es percibida
como no fluida. Son las señales de esfuerzo que debe hacer la persona para hablar las
que denotan que se trata de un problema de tartamudez. Dicho de forma más simple, lo
que caracteriza a la tartamudez establecida no es la existencia de accidentes del habla,
sino la manera de reaccionar ante ellos con un aumento de la tensión, mientras que en la
misma situación una persona no tartamuda reacciona con una disminución de la misma.
En definitiva, lo que se observa por encima de todo es que en una persona con
habla fluida, niño o adulto, las interrupciones del habla (pausas, repeticiones…), aun
cuando sean importantes porque el sujeto se encuentra especialmente activado
emocionalmente, no provocan ninguna incertidumbre en cuanto al devenir inmediato del
habla: la persona está segura de que llegará al final de la frase, de que los órganos de la

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Figura 1.3.  Diferencias entre tartamudos
t artamudos y no tartamudos
tar tamudos en distintos
distintos tipos de errores
error es de fluidez
fluidez (Venkatagi
(Venkatagiri,
ri,
2000).

Un tercer problema es el que se refiere a la necesidad de tener en cuenta el contexto


en el que aparece: los tartamudeos varían mucho de una persona a otra y de situación a
situación, de manera que otro objetivo importante en la práctica clínica será determinar 
aquellas condiciones en las que se incrementan los errores y aquéllas en las que
disminuyen, o las situaciones antecedentes que generan más temor y son más evitadas o
favorecen actitudes negativas sobre su capacidad como hablante, para incluir el manejo
de estas situaciones entre los objetivos del tratamiento.
En general, existe consenso en aceptar la tartamudez como un trastorno de la
fluidez del habla y determinar este trastorno por el tipo de errores que lo definen, así
como por las consecuencias que estos errores generan sobre la comunicación, el
autoconcepto y el funcionamiento general del sujeto. Del mismo modo, hay acuerdo en

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diferenciar la tartamudez en los niños –en los que no existe aún conciencia establecida del
 problema
 problema ni intentos
intentos voluntari
voluntarios
os de soluci
solución–
ón– y en los
los adultos,
adultos, de manera que pueden
considerarse dos cuadros bien diferenciados. Normalmente, las definiciones diagnósticas
de tartamudez incluyen todos los componentes de la misma, haciendo así referencia a la
tartamudez establecida (cuadro
 (cuadro 1.3).
1.3).

Cuadro
Cuadro 1.3.
1. 3.  Definición
 Defi nición y criterios diagnósticos
diagnósticos de tartamudez (ASLHA
(A SLHA** , 2001)

La tartamudez es un trastorno de la fluidez que altera el discurso normal del habla. Todas las
 personas cometemos errores de fluidez (disfluencias)
(disfluencias) a menudo, pero lo que diferencia a la pers ona
que tartamudea de quien comete disfluencias normales es la frecuencia y tipo de disfluencias que
 presenta.
Se considera que existe tartamudez cuando la persona presenta:

1. Repet
Repetiición
ción de soni
sonidos, sílaba
sílabas,
s, partes de pal
palabra
abras,
s, palabr
palabras
as entera
enterass y frases.
2. Prolong
Prolongaciación
ón o al
alargami
argamient
entoo de
de soni
sonidos
dos o sílab
sílabas.
as.
3. Pausas
Pausas tensas,
tensas, vacil
vacilacione
acioness y/o ausen
ausencia
ciass de soni
sonidos entre
entre pal
palabras.
abras.
4. Bloque
oqueosos o esfuerzos
esfuerzos para
para ini
iniciar
ciar o mantener
mantener el fluj
flujo de habla.
habla.
5. Conductas
Conductas asociadas: tensión
tensión muscular
muscular en los los labi
labios,
os, mandíbula
mandíbula y/o cuello
cuello,, temblor
temblor de labi
labios,
os,
mandíbula y/o lengua durante los intentos de hablar, parpadeos, taconeos, giros de cabeza (para
intentar escapar al bloqueo).
6. Variabi
ariabillidad
idad en la presencia
presencia de tartamude
tartamudeos os (es decir,
decir, conductas
c onductas tartamudas),
tartamudas), dependie
dependiendo
ndo de la
situación de habla, del oyente y del tipo de comunicación. Puede haber ausencia de tartamudez
cuando canta, habla a solas o con objetos inanimados.
7. Sentimi
Sentimientos
entos de pérdi
pérdida
da de control sobre el habla,
habla, temor a sonidos,
sonidos, palabras,
palabras, situacione
situaciones,
s, anticipación
anticipación
de la tartamudez, azoramiento y sentimiento de vergüenza. Evitación de sonidos y palabras.
Sustitución de una palabra por otra que se considera más fácil de decir. Evitación de situaciones (por 
ejemplo, hablar por teléfono). Estas reacciones suelen aparecer en etapas más avanzadas del
trastorno.

Las repeticiones y prolongaciones son los aspectos esenciales de la tartamudez. La presencia de los
otros comportamientos varían de una persona a otra y guardan relación con la edad. Las
disfluencias normales del habla suelen ser repeticiones de palabras enteras o interjecciones de
sílabas sin sentido (por ejemplo, ehh, umm), mientras que la tartamudez se caracteriza más por 
repeticiones y prolongaciones de sonidos.

* American Speech-Language-Hearing Association’s Division for Fluency.

La OMS –en su clasificación multiaxial CIE-10 (1996)– define la tartamudez como


un trastorno del habla caracterizado por la repetición o prolongación frecuente de
sonidos, sílabas o palabras, o por numerosas vacilaciones o pausas que interrumpen el
flujo rítmico del habla, que deben ser clasificadas como patológicas únicamente cuando
su gravedad afecta a la fluidez del lenguaje de un modo importante. En ocasiones, la

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tartamudez se complica y puede acompañarse de movimientos de la cara u otras partes
del cuerpo, que coinciden en el tiempo con las repeticiones, prolongaciones o pausas en
el flujo verbal. Se considera la tartamudez como un proceso cronificante, con períodos
de remisión parcial y exacerbaciones que se presentan frecuentemente cuando existe una
especial presión para hablar.
El DSM-IV-TR insiste también en establecer una definición diagnóstica desde la
comparación con las disfluencias normales y con la evolución del habla en relación con la
edad. Se define la tartamudez como un trastorno de la fluidez normal y estructuración
temporal del habla (ritmo) inapropiada para la edad del sujeto. Además de los síntomas
lingüísticos, se incide en la interferencia del trastorno en el rendimiento académico o
laboral, así como en la relación social. Como en el caso anterior, se insiste en que la
intensidad del trastorno varía en función de las situaciones, pudiendo existir condiciones
en las que la persona no tartamudea (por ejemplo, lectura oral en susurro, cantar, hablar 
con objetos inanimados, con niños muy pequeños o con animales).

Cuadro
Cuadro 1.4.
1. 4. Criterios diagnósticos para la tartamudez según el DSM-IV-TR

a) Alteración de la fluidez y la organización temporal normales del habla (inadecuadas para la edad del sujeto),
caracterizada por ocurrencias frecuentes de uno o más de los siguientes fenómenos:

1. Repe
Repeti
tici
cion
ones
es de soni
sonidos
dos y sílab
sílabas.
as.
2. Prol
Prolonga
ongacicion
ones
es de soni
sonidos.
dos.
3. Interje
rjeccio
cciones.
4. Palabr
Palabras
as fragme
fragmenta
ntadas
das (pausas
(pausas dent
dentro
ro de una pal
palabra).
abra).
5. Bloqu
oqueo
eoss audibl
audibles
es o silenci
silenciosos
osos (pausas
(pausas en el habl
habla).
a).
6. Circunloq
Circunloquiuios
os (sustitucione
(sustitucioness de palabras
palabras para evitar
evitar pal
palabras
abras problemáti
problemáticas).
cas).
7. Pal
Palabra
abrass produci
producidadass con un exce
exceso
so de tensi
tensión
ón físi
física.
ca.
8. Repeti
Repeticione
cioness de palabras
palabras monosi
monosillábicas
ábicas (por ejempl
ejemplo,
o, “yo-yo-yo
“yo-yo-yo lo veo”).
veo”).

b) La alteración de la fluidez interfiere en el rendimiento académico o laboral, o en la comunicación


social.
c) Si hay un déficit sensorial o motor del habla, las deficiencias del habla son superiores a las habitualmente
asociadas a estos problemas.

 Fuente:
 Fuente: American Psychiatric Association (2000: 77-79).

Como ya resulta clásico en la definición de la tartamudez, el DSM-IV-TR también


contempla el papel importante de la toma de conciencia del problema por parte del sujeto
 para una adecuada consideraci
consideración
ón del trastorno. La propia
propia defini
definición
ción de tartamudez
crónica debe incluir este concepto, ya que gran parte de los síntomas que configuran su

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descripción clínica provienen de los esfuerzos por no tartamudear que lleva a cabo la
 persona, consciente
consciente de su problema,
problema, así como de la anticipaci
anticipación
ón ansiosa
ansiosa de su difi
dificul
cultad
tad
y de la evitación de ciertas situaciones comunicativas. Todo ello puede provocar ansiedad
social, alteración del rendimiento verbal y una baja autoestima, lo que puede suponer, en
muchos casos, una limitación de la actividad social y laboral. Como es habitual en esta
clasificación diagnóstica, la significación clínica del trastorno se establece conforme a
criterios funcionales referidos a estos últimos aspectos, esto es, con arreglo al grado de
interferencia del tartamudeo sobre el desarrollo personal y social del sujeto.

29
Figura 1.4.  Componentes de la tartamudez.

Este carácter de la tartamudez –definido no sólo como una serie frecuente de

30
errores de fluidez, sino también como los intentos de solución inadecuados de una
 persona que no desea tartamudear y en relación
relación con la propia
propia evoluci
evolución
ón del trastorno– 
fue bien descrito por Stournaras (1987). Este autor propone una definición incorporando
criterios que permiten diferenciar los elementos nucleares del problema (las disfluencias
 patológ
 patológiicas) de los síntomas –verbales
–verbales y no verbales–
verbales– que config
configuran el trastorno como
resultado de la propia evolución del mismo y de la reacción del sujeto frente a él. De esta
manera, la tartamudez establecida (donde ya está presente la mayoría de los elementos)
queda definida como un cuadro complejo, multidimensional, en el que junto a problemas
de fluidez y ritmo deben considerarse una variedad de conductas motoras y verbales,
 pensamientos,
 pensamientos, expectati
expectativas
vas y actitudes
actitudes hacia sí mismo
mismo y su habla,
habla, así como diferentes
diferentes
reacciones fisiológicas, emocionales y sociales. La tartamudez se define, por tanto, como
un conjunto de disfluencias frecuentes que parasitan el habla, junto con la reacción del
sujeto frente a ellas a lo largo del tiempo y los efectos que su incapacidad produce, que
cierran el círculo y contribuyen a mantener el problema inicial.
Según Stournaras, la tartamudez queda definida en función de cuatro componentes:
verbal-motor, fisiológ
fisiológico-emocional,
ico-emocional, cogni
c ognitivo
tivo y comunicativo,

 — El componente motor-verbal   consiste en una interrupción de la fluidez del


habla caracterizada por repeticiones audibles y “no audibles”, prolongaciones
de sonidos, sílabas, palabras y frases, pausas inadecuadas y bloqueos
(incapacidad para emitir el sonido debido a la tensión muscular). Estas
interrupciones son frecuentes y difíciles de controlar por el hablante. Además
de estos elementos verbales, las interrupciones pueden acompañarse de otros
movimientos de los órganos del habla y otras partes del cuerpo (ojos, cuello,
labios, cara, manos, brazos), que dan la impresión de sobreactivación motora
mientras la persona está hablando y que no permiten una secuencia gestual
adecuada.
 — Además, exi
existe a menudo
me nudo un estado emocional  asociado
 asociado a la comunicación que
 puede vari
var iar desde una condi
c ondici
ción
ón general de exci
excitació
taciónn y tensión
tensión a emociones
emociones
negativas como miedo, ansiedad, vergüenza o sentimiento de inferioridad.
Estas emociones pueden acompañarse de reacciones fisiológicas  intensas,
tales como elevaciones de la tasa cardíaca, tasa respiratoria baja y tensión
muscular de los órganos fonoarticulatorios.
 — El componente cognitivo intrapersonal implica disminución de la autoestima y
en su consideración como hablante, atribuyéndose una ausencia total de
control sobre el habla y una severa incapacidad para su relación con los
demás. De esta forma se pueden generar actitudes negativas hacia la
tartamudez, el habla y la comunicación en general.
 — Final
Finalmente,
mente, hay un componente comunicativo  interpersonal, caracterizado por 
una interacción comunicativa alterada entre el tartamudo y los que le
escuchan, a nivel verbal, emocional y de relación.

31
Cuadro1.5. Definición
 Defi nición de tartamudez
t artamudez (Johnson,
(Johnson, 1959)

La disfemia (es decir, tartamudez) es un problema de la conducta 


conducta  del habla en el cual pueden
destacar tres factores básicos:

1. La  falta
 f alta de f luidez en el habla,
habla, dándose repeticiones de partes de palabras, palabras enteras,
 prolongaciones
 prolongaciones de sonidos, interjecc
interjeccione
ioness de soni
s onidos
dos o palabras y pausas excesiva
exces ivamente
mente largas.
2. La reacción de los oyentes 
oyentes  frente a las repeticiones del hablante, valorándolas como indeseables,
anómalas
anómalas o inaceptables.
3. La respuesta del hablante frente a la reacción del oyente,
oyente, frente a su problema, frente a la propia
idea de ser una persona disfémica.

La tartamudez comporta un patrón de respuestas complejo que debe considerarse


desde el aspecto interactivo de toda comunicación. Por eso deben tenerse en cuenta para
su definición las tres dimensiones básicas que se encuentran alteradas: lingüística, social y
cognitiva. Así está recogido en la clásica (y ya superada) afirmación de Johnson (1959),
que resulta un buen paradigma para entender la complejidad e interdependencia que debe
recoger la definición y descripción clínica de la tartamudez: la importancia de la reacción
social (del oyente) ante las disfluencias, que llaman la atención del hablante sobre lo
inadecuado de su habla, y le hacen tomar conciencia de su problema, disponiéndole para
reaccionar frente a ellas, evitar la reacción del oyente, anticipar sus futuros errores e
identificarse cada vez más como una persona tartamuda. En definitiva, la tartamudez
establecida  se define como los intentos infructuosos del sujeto tartamudo para no
tartamudear o disimular su tartamudez.

1.2. Descri
Desc rip
pción clínica
clínica de
de la tartamu
tartamude z y condu
conductas asociad
as ociadas
as

Ya se ha insistido en la necesidad de diferenciar el habla tartamuda en los niños


(denominada tartamudez temprana) de la tartamudez en los adultos (tartamudez
establecida o crónica). Esta diferenciación es importante no sólo por tratarse de cuadros
 bien
 bien disti
distintos,
ntos, sino
sino porque la intervención
ntervención clíni
clínica
ca o preventiva
preventiva ha de ser también
también
claramente diferente en uno y otro caso. Desde el punto de vista clínico, la principal
diferencia entre ambos se establece en el grado de conciencia que tenga el afectado sobre
su problema y la preocupación que éste genera. Se dice que una tartamudez se ha hecho
crónica cuando el niño es plenamente consciente de su problema y ha empezado a
reaccionar ante él, mediante conductas de escape (intentar salir del bloqueo o terminar las
repeticiones) o evitación (de palabras difíciles de pronunciar o de personas o situaciones
que le ponen especialmente nervioso e incrementan los errores). La parte más emocional
de esa toma de conciencia es la aparición de sentimientos de incapacidad, culpa o miedo.
Cuando se realiza la descripción clínica de los componentes de la tartamudez se
hacen precisas tres matizaciones. En primer lugar, se describen todos los componentes

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del patrón de habla tartamudo tomando como referencia la tartamudez crónica, es decir,
conscientes de que muchos de estos elementos no están presentes en la tartamudez
temprana.
En segundo lugar, se debe tener en cuenta la variabilidad interpersonal, de modo
que no todos los sujetos diagnosticados como tartamudos presentan todos los síntomas
que aquí se describen. Estas dos consideraciones exigen diferenciar los elementos
nucleares definitorios y obligados para el diagnóstico de tartamudez de otros
componentes que pueden estar o no presentes en función de la edad, de la evolución
 personal del trastorno y de otras variables
variables indivi
individual
duales
es ( cuadro 1.6).
1.6).
En tercer lugar, y teniendo en cuenta la definición de tartamudez establecida como
la reacción del sujeto ante sus propios errores de fluidez, es preciso diferenciar los
elementos verbales y motores que caracterizan el inicio del problema de los intentos de
solución y las reacciones emocionales y cognitivas que ayudan a la cronificación y
mantenimiento del mismo. Esta distinción resulta clínicamente muy relevante, pues
 permite
 permite al profesional deli
delimitar
mitar cuál es el núcleo del problema y cuáles
cuáles son los síntomas
que se instauran como reacción al mismo y como consecuencia de la evolución del
trastorno. De esta manera se facilita la toma de decisiones terapéuticas para optar por 
técnicas encaminadas a mejorar la fluidez, a eliminar los intentos de solución inadecuados
o a corregir los efectos cognitivos, emocionales y sociales que el trastorno de fluidez ha
 provocado.

Cuadro
Cuadro 1.6.
1. 6.  Rasgos nucleares
nucleares y asociados de la tartamudez
t artamudez

33
•  Elementos centrales en cualquier edad (disfluencias tipo tartamudez, DTT)
 – Repeticiones intra-palabra: “mi no-no-nombre es Ju-ju-ju-juan”, “e-e-escamas en la p-p-
 piel”.
 – Prolongaciones de sonidos: “cuuuuuando hablo”, “ser fffffiel a ti mismo”, “vi un
rrrratón”.
 – Bloqueos: “c omienzo”, “emb arazada”, “prot(t)(t)(t)ésico dental”.

•  Manifestaciones motoras secundarias


 – Sonidos anómalos: respiración ruidosa, “s orbos” nasales, silbidos, soplidos, chasquidos…
 – Muecas faciales: parpadeos, movimientos de ojos, frente arrugada, labios apretados…
 – Posición y movimientos de la cabeza: cabeza estirada, pobre contac to ocular, miradas
dispersas…
 – Movimientos de c uello, brazos, manos, piernas o pies.

•  Manifestaciones verbales y vocales secundarias


 – Baja intensidad de voz, ritmo monótono, habla “con falsete”, excesiva velocidad o lentitud…
 – Circunloquios, sustitución de palabras, interjecc iones, repeticiones de frases y palabras,
dudas…

•  Reacciones emocionales asociadas


 – Miedos c ondicionados a: palabras, sonidos, situaciones, personas…
 – Emociones durante los tartamudeos: ansiedad, frustración, culpa, vergüenza, depresión…
 – Actitudes negativas hac ia el habla, hacia sí mismo y sus capacidades, baja autoestima…

•  Respuestas fisiológicas asociadas


 – Respiración: intentos de hablar durante la inspiración, baja tasa respiratoria, arritmias…
 – Fonación: excesiva tensión muscular, alteración laríngea, contracción simultánea de
antagonistas.
 – Articulación: descoordinación articulación-fonación, movimientos retrasados e imprecisos…

Por tanto, considerar la tartamudez como un patrón complejo que incluye


elementos motores, cognitivos y fisiológicos que varían en intensidad y frecuencia en
relación con distintas situaciones estimulares asegura una evaluación e intervención más
completa y exitosa a medio y largo plazo.

1.2.1. Patrón de habla tartamudo

El discurso de un sujeto tartamudo no se caracteriza sólo por la falta de fluidez, sino por 
 presentar un patrón de habla característico que puede denominarse patrón de habla
tartamudo y que, una vez establecido, sigue unas pautas concretas que el individuo no
 puede controlar fácilmente. Además de las frecuentes disfluencias (repeticiones,

34
 prolongaciones, bloqueos e interjecciones), su habla se caracteriza por la falta de
 prosodia en el discurso, es decir, velocidad y ritmo alterados, entonación y pausas
inadecuadas al contenido semántico, etc., que la hacen distinta al patrón prosódico
normal.

Cuadro 1.7. Características del patrón de habla tartamudo

• Secuencias del discurso que no se atienen a las reglas prosódicas normales


• Estas secuencias están definidas por el espacio silábico entre bloqueo y bloqueo
• El número de sílabas de cada una de estas secuencias es aproximadamente el mismo
• Contracción de músculos de boca y garganta para hablar y superar el bloqueo
• Activación EMG* muy elevada durante los bloqueos al hablar, impidiéndole articular 
• Mayor activación EMG en habla que en lectura, y mayor cuando lee que en silencio
• Disminución EMG cuando repite la sílaba o palabra anterior 
• Repetición de sílabas, palabras o frases para superar la palabra bloqueada
• Descenso del tono EMG cuando el sujeto consigue superar el bloqueo
• Movimientos de manos y pies para disminuir el tono EMG y poder decir la palabra
• Reducción del volumen de aire al hablar, por debajo de los mínimos en silencio
• El número de bloqueos es menor en lectura en voz alta que en habla espontánea
• Con habla en susurro apenas existen tartamudeos
• Seguir la lectura con otra persona (lectura en eco) reduce los errores a la mitad
• Silabear (velocidad de 30-40 palabras/minuto) reduce el número de errores
• El miedo al tartamudeo que experimenta al hablar aumenta la frecuencia de errores
• Anticipación de errores en el habla inmediata que se suelen cumplir 
• La frecuencia de bloqueos y repeticiones varía mucho de unas situaciones a otras

* Electromiograma.
 Fuente: Santacreu y Fernández-Zúñiga (1994: 101-102).

Ya se ha diferenciado entre disfluencias normales y disfluencias tipo tartamudez, es


decir, aquellos errores de fluidez que caracterizan el patrón de habla tartamudo, si bien
las disfluencias normales también son más frecuentes en tartamudos que en no
tartamudos. Entre los accidentes del habla (tartamudeos) más frecuentes en el patrón de
habla tartamudo se encuentran los siguientes:

 —   Repeticiones intra palabra: dos o más repeticiones de sonidos o sílabas que
 pueden ir acompañadas de tensión muscular. Las repeticiones de sílabas son
los accidentes más frecuentes en las personas que tartamudean. Lo más
frecuente es la repetición de la primera sílaba de la palabra, aunque también
 pueden darse repeticiones en otras sílabas. La frecuencia de repeticiones
(número de unidades repetidas) es muy variable de unos sujetos a otros y de

35
unos episodios a otros, igual que la presencia de tensión asociada a las
repeticiones.
 —   Prolongaciones de sonidos: alargamientos anormales, a menudo acompañados
de signos visibles y audibles de tensión. Lo más frecuente es que se alarguen
las vocales, pero también pueden afectar a consonantes continuas  (por 
ejemplo, s, f, c, r, l) o incluso oclusivas sonoras (por ejemplo, b o d), en las
que es posible alargar la parte sonora (vocal) que precede a la “explosión” de
estos fonemas. Como las prolongaciones producen alteraciones en la
acentuación, fuerza o duración de un sonido o sílaba, a menudo se las
denomina  fonaciones disrítmicas.
 —   Bloqueos: incapacidad para hablar al comienzo o mitad de la palabra debida a
la gran tensión en los músculos orofaciales y en el cuello. A veces se los
denomina  pausas tensas, y cuando suceden a mitad de la palabra son
descritos como “palabras rotas”. El discurso queda encallado en una sílaba
“que no sale”, mientras el sujeto queda concentrado durante algunos segundos
en el esfuerzo que está haciendo, con la mirada ladeada y ayudándose a
menudo de movimientos de cabeza, cuello o extremidades, que pueden llegar 
a manifestarse como muecas o espasmos. La postura articulatoria resultante
 puede ser tónica (bloqueos con fijación del movimiento articulatorio, es decir,
incapacidad para emitir ningún sonido mientras dura el bloqueo) o clónica
(repeticiones tensas del sonido o parte del sonido antes de superar el bloqueo
y poder terminar la sílaba). La frecuencia y duración de los bloqueos es muy
variable y éstas a menudo suceden en palabras a las que el sujeto teme
especialmente. Habitualmente ocurren en los sonidos oclusivos pero pueden
aparecer también en vocales que inician la palabra.

Hay grandes diferencias de unos individuos a otros en la duración de los errores, el


espacio de habla fluida entre error y error, y en la agrupación de las disfluencias, de
manera que puede suceder que aparezcan varios tipos de errores en una misma palabra
(por ejemplo, “(t)(t)(t)engo esto te-te-tengo, teeengo que…”).
Además de estas disfluencias propias del patrón tartamudo, pueden encontrarse
otras anomalías del discurso tales como un extraño patrón de acentuación, entonación y
tempo de habla debido a las frecuentes interrupciones y a la respiración irregular que le
acompañan, introducción de palabras o sonidos en momentos de especial dificultad o
 para evitar las pausas (interjecciones o muletilas como ehh, ohh, mm, esto), utilización
del  starter   para comenzar a hablar, alteraciones de la pronunciación ( ataraco por 
“atraco”), palabras incompletas y revisiones ( te to-te toca), circunloquios ( se hizo daño
en la-en la y le dolía…) y sustituciones de palabras que se anticipan como “peligrosas”.
Muchos de estos comportamientos son intentos de superación o evitación de
 bloqueos, repeticiones y prolongaciones involuntarias. Así, los circunloquios y las
sustituciones de palabras suelen ser intentos de evitar ciertos sonidos o palabras, mientras
que las interjecciones y las repeticiones de palabras y frases pueden ser un intento de

36
evitación o escape de los bloqueos.
Los sujetos disfémicos tartamudean aproximadamente un 10% de las palabras que
leen, mientras que el resto se percibe como habla fluida. La frecuencia de tartamudeos
durante la conversación es enormemente variable. Como media, un “episodio” de
tartamudez dura en torno a un segundo, pero los tartamudeos, sin embargo, varían desde
instantes fugaces hasta varios segundos.
Por último, conviene señalar que el habla fluida de los sujetos tartamudos –tanto la
que se observa en el período pretratamiento como la que suele instaurarse tras la terapia– 
se “oye” diferente del habla fluida de los no tartamudos. Generalmente se percibe como
más lenta, con más pausas y un ritmo forzado y anómalo, bien por monótono o por 
desigual.

1.2.
1.2.2.
2. Respu
Respuesta
estass motor
motoras
as

Clásicamente se consideraba que el balbismo (presencia de movimientos tensos en cuello


y cara como consecuencia de la elevada tensión muscular) era un componente de la
tartamudez establecida. Actualmente, junto a los movimientos asociados al patrón de
habla tartamuda, se deben considerar también las evitaciones del habla y la
comunicación, que pueden adoptar formas diferentes, más o menos sutiles, a las que el
clínico debe estar especialmente atento para conseguir su eliminación en aras a un
correcto abordaje del problema.
problema.
Entre las conductas asociadas a las disfluencias se incluyen los movimientos de cara
o músculos relacionados con la fonación, muecas, movimientos de diferentes partes del
cuerpo, y también ruidos como chillidos o chasquidos, sobre todo asociados a los
 bloqueos.
 bloqueos. De entre todos los movimient
movimientosos asociados,
asociados, los que presentan un valor 
valor 
especialmente significativo son los movimientos de los ojos hacia los lados y el parpadeo
(Conture, 1997).
En algunos casos, el sujeto acompaña el habla tensa de una serie de movimientos
 parásitos
 parásitos que se asemejan por su frecuencia y duración a los tics, si bien su naturaleza es
completamente diferente: dilatación de las aletas nasales, movimientos de mandíbula,
labios o cuello, tensión de la frente, movimientos de los ojos hacia diferentes partes del
entorno, posiciones anómalas de la lengua, etc. El individuo puede mover los hombros,
las manos e incluso las piernas en un intento de disminuir la tensión muscular en los
órganos fonoarticulatorios y poder así seguir hablando.

Cuadro 1.8.  Algunas conductas de escape y evitación


ev itación en tartamudez

• Susti
Sustitu
tuci
ción
ón de pal
palabra
abrass
• Anticipaci
nticipación
ón de palabras
palabras peli
peligrosas
grosas y búsqueda
búsqueda de
de sustitutos
sustitutos o circunloqui
circunloquios
os
• Aplaza
plazami
mient
entoo de
de la
la pal
palabr
abraa temi
temida
da

37
• Hablar mámás dedeprisa
risa
• Util
tilizar
zar frases másmás cortas o más simpl simples.
es. Conte
Contestaci
stacione
oness breves
breves
• Termi
erminanarr pron
prontoto las conv
conversa
ersaci
cion
ones
es
• Habl
ablar en tono
tono muy
muy bajbajoo
• Prep
Prepararar
ar las
las fras
fraseses con antantel
elaci
ación
ón
• Inten
Intento
toss de forza
forzarr lala arti
articulaci
culaciónón
• No mant
mantenener
er con
contatacto
cto ocu
ocullar 
• No inicia
niciarr conversa
conversacio ciones
nes ni hacer pregun
preguntas
tas
• Evita
vitarr coge
cogerr elel tel
teléfon
éfonoo
• Evi
Evitar presenta
presentacio ciones:
nes: presenta
presentarr y ser presen
presentad
tadoo
• Evi
Evitar hab
habllar con desconoci
desconocidos dos o personas
personas dede auto
autori
ridad
dad
• Evita
Evitarr habla
hablar:r: saludos
saludos gestual
gestuales,
es, evitación
evitación de encuentros personales…
personales…
• Evi
Evitar habl
hablarar de uno
uno mismo
mismo y de sus sentisentimien
mientos
tos y emocio
emocioneness
• Deci
Decirr “no
“no sé” en vez vez dede cont
contes
esta
tar 

• Habl
abla plplana,
ana, desp
desprovroviista de
de afect
afectoo
• No habl
hablar
ar ni leer
eer enen ppúb
úbllico
• Elimi
Eliminar
nar los
los gestos tranquil
tranquilizizadore
adoress cuando se pesentan
pesentan las
las disflue
disfluencias
ncias

Por tanto, la finalidad de muchas de estas conductas asociadas es mejorar la fluidez


y superar los bloqueos, o bien disimular o encubrir la tartamudez, al menos minimizando
sus efectos, si bien el efecto evidente es el contrario. De esta manera, cada vez que el
sujeto lleva a cabo una serie de movimientos de cuello, cara o extremidades, o cada vez
que parpadea o tensa los labios o la garganta, consigue superar el bloqueo, disminuir la
tensión acumulada en los órganos fonatorios y poder seguir con la frase o terminar la
 palabra.
 palabra. P ara el tartamudo, llevar a cabo estos movimi
movimientos
entos parásitos o hacer fuerza para
que salga una palabra no es algo que produce mayor tartamudez, sino el único recurso
 para poder segui
seguirr hablando,
hablando, recurso que finalmente
finalmente consig
consigue su objetivo,
objetivo, puesto que
logra, a duras penas, decir lo que desea. Con cada nuevo tartamudeo y cada nuevo
intento de superarlo mediante este tipo de comportamientos se produce un nuevo
condicionamiento de escape, que va consolidando el hábito y fortaleciendo un estilo de
habla claramente anormal. El resultado es el que puede esperarse: la instauración de un
 patrón de movimi
movimiento
ento que mantiene
mantiene el problema,
problema, altera
altera aún más la flui
fluidez y el ritmo,
ritmo,
haciendo que este habla anormal sea todavía más visible y, por tanto, más molesto para
hablante y oyente.
Otras conductas más complejas, y a veces más sutiles, son intentos de evitar o
escapar a la propia tartamudez, a la comunicación o a la evaluación social del oyente, que
interpreta la tartamudez como algo desagradable. No mirar a los ojos del interlocutor,
agachar la cabeza, terminar muy pronto las frases, procurar expresarse mediante
sentencias cortas, anticipar mentalmente una palabra difícil que se prevé en el discurso
 para buscar término
término alternati
alternativo,
vo, hablar
hablar deprisa
deprisa y sin
sin interrupciones
nterrupciones son intentos
intentos de
escapar a una situación comprometida en la que puede hacerse presente la incapacidad
 para hablar correctamente. En muchos casos, la propia velocidad
velocidad del habla, que pretende

38
evitar las pausas y disminuir así la probabilidad de accidentes, busca además evitar las
interrupciones del otro o sus posibles correcciones.
También es frecuente encontrar entre sujetos con tartamudez crónica evitaciones de
 personas y situaci
situaciones
ones de habla.
habla. P refieren estar callados
callados a tener que partici
participar,
par, evitan
evitan
 presentar o ser presentados, evitan
evitan cog
coger
er el teléfono y, en general, hablar con extraños
extraños o
 personas de más autoridad
autoridad (lo
(lo que los tratados clási
clásicos
cos denominaban
denominaban logofobia). No es
infrecuente que, como consecuencia de su patrón de habla, del temor a los tartamudeos y
a la reacción del oyente que le identificaría como tartamudo, el paciente presente un
déficit de habilidades sociales, con una peor actuación y una mayor ansiedad social.
En definitiva, cada evitación social o comunicativa debida al temor a tartamudear y
a la consecuente reacción del oyente es un ensayo más de condicionamiento que
contribuye a mantener el miedo a cometer errores, la desconfianza en su propia
capacidad de hablante, la expectativa de nuevos fracasos y, en definitiva, su propia
consideración como tartamudo.

1.2.
1.2.3.
3. Respu
Respuesta
estass fisiológ
fisiológica
icass

Los sistemas fisiológicos de respuesta detectados en la tartamudez se centran en la tasa y


 patrón respiratori
respiratorios,
os, el tono muscular
muscular (EMG) de los grupos implimplicados en el habla
habla y la
articulación. Estas manifestaciones pueden encontrase entre los primeros signos del
 problema
 problema o bien
bien ser consecuencia
consecuencia de alg
algunos de los intentos de soluci
solución
ón efectuados por 
el sujeto para superar o evitar los tartamudeos. En otros casos, la presencia de
reactividad fisiológica está indicando un proceso de condicionamiento clásico ante
 palabras,
 palabras, sonidos
sonidos o sílabas
sílabas temidas
temidas por el sujeto, ya que anticip
anticipaa su posibl
posiblee bloqueo
bloqueo en
las mismas, o ante ciertas situaciones de habla en las que teme tartamudear más. Este
condicionamiento afecta a respuestas del sistema somático y simpático. En este último
caso, la reacción psicofisiológica es consecuencia de los frecuentes errores de fluidez,
que constituyen los auténticos ensayos de condicionamiento aversivo y, a su vez,
 predisponen
 predisponen para una peor ejecución
ejecución verbal,
verbal, precisamente
precisamente al aumentar la tensión
tensión
muscular y alterar la respiración y la coordinación articulatoria.

Cuadro
Cuadro 1.9.
1. 9.  Manif estaciones fisiológicas de la tartamudez

Estas anormalidades se encuentran en algunos sujetos cuando presentan un patrón de habla


tartamudo o durante los errores de fluidez, pero no cuando el sujeto mantiene un habla fluida

•  Respiración
 Respiración
 – Antagonismo
ntagonismo entre res piración torácica y abdominal
 – Paradas completas momentáneas de la respiración

39
 – Interrupc ión de inspirac
inspiracione
ioness durante la espiración
 – Intentos de hablar durante la inspiración
 – Irregularidades
Irregularidades en la suces ión de ciclos respiratorios

• Fonación

 – Irregularidades
Irregularidades en el ritmo de vibración de las cuerdas
c uerdas vocales
 – Fijaciones
Fijaciones momentáneas
mom entáneas de las cuerdas vocales en posición abierta
abierta o cerrada
cerr ada
 – Excesiva contrac
c ontracción
ción muscular
mus cular de la laringe
laringe
 – Contracc ión simultánea
simultánea de los mús culos abductor y aductor
aduc tor de la laringe
laringe

•  Articulación
 Articulación

 – Sincronización defectuosa
defectuos a de la musculatura
mus culatura bilateral
bilateral de la mandíbula
mandíbula
 – Elevada
Elevada tensión de los mús culos articulatori
ar ticulatorios
os
 – El pico
pico de la tensión musc ular
ular se
s e alcanza justo antes del fin de la disfluencia
disfluencia
 – Temblores
Temblores en los músculos
mús culos articulatorios
articulatorios
 – Descoordinación
Desc oordinación entre articulación y fonac ión
 – Movimentos
Movimentos lentos
lentos e imprecisos de los músculos
mús culos articulatorios
articulatorios

• Falta de coordinación
coordinación entre respiración,
respiración, fonación
fon ación y tensión m uscular 

Algunos investigadores (Denny y Smith, 1992; Fernández-Zúñiga et al .,., 1988;


Ingham, R. J. et al .,., 1995; Kelly et al .,., 1995, entre otros) han concedido gran relevancia
a la reactividad psicofisiológica de los tartamudos en las situaciones de habla o ante las
 propias
 propias disfl
disfluenci
uencias,
as, considerándol
considerándolosos nucleares
nucleares para la descripci
descripción
ón y expl
expliicación del
trastorno. Para muchos investigadores y clínicos, la tartamudez establecida sigue unas
 pautas concretas que dependen fundamentalmente
fundamentalmente de dos parámetros fisi fisiol
ológ
ógiicos: la
magnitud de la respuesta EMG de la cara y la garganta –causante de un número
considerable de errores–, y el patrón respiratorio de los tartamudos durante el habla, que
 presentan una baja tasa respiratori
respiratoria,
a, expul
expulsansan rápidamente
rápidamente el aire y le mantienen
mantienen en los
 pulmones
 pulmones en nivel
niveles
es mínimos
mínimos (Santacreu e Ivars, 1993). P ara estos autores, se puede
hablar de un  patrón tartamudo específico de estereotipia de respuesta  ante situaciones
de estrés comunicativo o ante ciertas palabras y sonidos que actúan como estímulos
condicionados. Así, del mismo modo que otras personas activan otros órganos o sistemas
de órganos en situaciones de alarma, algunos sujetos tartamudos muestran una
 predisposi
 predisposició
ciónn psicobi
psicobiolológ
ógiica –innata
–innata o aprendida–
aprendida– para acumular
acumular la activaci
activación
ón simpáti
simpática
ca
y somática en los músculos y órganos encargados de la fonación y la articulación,
especialmente en situaciones de habla, todo lo cual no sólo favorece que aparezcan los
tartamudeos iniciales, sino que optimiza el condicionamiento que afectará al habla

40
 posterior
 posterior (figura 1.6).
1.6). De este modo, cuantas más veces aparezca una respuesta de
tensión muscular, más frecuentes serán las disfluencias, ya que la mayor activación
EMG, especialmente de cara y cuello, elicita directamente un mayor número de
 bloqueos.
 bloqueos.
A su vez, la autopercepción de los errores por parte del sujeto provocará en el
mismo un aumento de la ansiedad y de la activación EMG consecuente, cerrándose así
un ciclo de respuesta que avanza progresivamente en espiral. Se produce, por tanto,
interacción entre cierta predisposición biológica, la exposición frecuente a situaciones de
estrés comunicativo y la percepción por el sujeto de sus disfluencias. Para tener 
conciencia de este fenómeno, basta con observar cómo algunas personas no tartamudas
tartamudean más en situaciones de estrés comunicativo (por ejemplo, hablar en público,
hablar con una persona de autoridad, etc.), en las que fácilmente suelen darse cuenta de
sus errores y atribuirlos precisamente a su estado de activación fisiológica, que entorpece
el habla.
A medida que el sujeto toma conciencia de su problema, comenzarán los intentos
 por log
ograr
rar un habla
habla flui
fluida,
da, poniendo
poniendo empeño en log lograr una adecuada articulaci
articulación
ón y un
discurso ininterrumpido. Paradójicamente, se forzará para que el habla sea suave, se
fuerza el habla para que ésta discurra sin esfuerzo, se pone empeño voluntario en algo
que surge espontáneamente. Estos intentos de solución pueden concretarse a nivel
 psicofi
 psicofisi
siol
ológ
ógiico en dos patrones de respuesta típicos
típicos en muchos tartamudos. P or una
 parte, se tensan los músculos
músculos perifonatori
perifonatorios,
os, haciendo
haciendo fuerza para decir decir la palabra
palabra
 bloqueada.
 bloqueada. P or otra parte, se dismi
disminuye
nuye la tasa respiratori
respiratoria,
a, lo que obli
obliga a inspirar
nspirar la
mayor cantidad de aire posible, disponiéndose a hablar rápido antes de que aparezca el
temido bloqueo, hasta agotar el aire, forzando incluso los músculos pectorales y las
cuerdas vocales, lo que, irremediablemente, es fuente de un nuevo error (por ejemplo,
 palabras
 palabras cortadas, pausas inadecuadas, bloqueos), además de alterarsealterarse consecuentemente
la entonación y la secuencia de la frase. En otros casos, el sujeto aprende a contraer los
músculos del cuello, la cara u otras partes del cuerpo para reducir la tensión que causa el
 bloqueo,
 bloqueo, de manera que estas contracciones
contracciones “parásitas”
“parásitas” quedan reforzadas y se repitenrepiten
en el futuro, construyendo así un patrón de habla tenso con frecuentes movimientos
anómalos. Otras veces la manera de reducir la activación EMG es repetir la palabra o
sílaba anterior, prolongar el sonido inmediatamente anterior o emplear interjecciones y
muletillas para evitar la tensión anticipada. Otro intento de evitar el tartamudeo en
relación a la respiración es inspirar mientras se habla, realizando un breve y brusco
movimiento de mandíbula para abrir la boca mientras se toma aire.
Como puede suponerse fácilmente, este proceso se repite tantas veces que favorece
el condicionamiento de las respuestas fisiológicas ante las palabras, sílabas o sonidos
temidos. Mecanismos de condicionamiento clásico explicarían por qué se dispara con
más frecuencia la activación EMG ante sonidos, sílabas o palabras “difíciles”, al actuar 
éstos como estímulos condicionados, mientras que los intentos de solución basados en la
tensión muscular y la respiración forzada quedan establecidos mediante condicionamiento
operante ya que, a pesar de su carácter patológico, logran su objetivo, que no es otro

41
sino salir del bloqueo, y además lo hacen de forma inmediata. De hecho, ante la pregunta
de cómo pueden quedar reforzados unos intentos de solución que alteran de tal manera la
fluidez del habla, un tartamudo podría responder que si lo hacen es porque hacer fuerza
ara que salga una palabra es la única manera que tiene de poder terminar de decir esa
 palabra.

42
a) Activación EMG-frontal en niños tartamudos, niños con problemas de ansiedad y un grupo control tras la
 presentación de estí mulos verbales,auditivos y visuales (Fernández-Zúñiga et al., 1988). Como puede aprec iarse,
es mayor la reactividad EMG de los niños tartamudos ante estímulos verbales y otros estímulos amenazantes. b)
Diferencias entre adultos tartamudos y no tartamudos en EMG-laringe y tasa respiratoria en silencio, lectura y
habla espontánea (Santacreu et al., 1980). c) Registro de actividad electrodérmica, EMG y respiración en un
tartamudo adulto durante el habla espontánea. d) Patrón respiratorio de un tartamudo y un no-tartamudo mientras
leen.

Figura 1.6.  Actividad muscular y respiratoria en tartamudez.

Los mecanismos de condicionamiento presentes en el temor a determinadas


situaciones, personas u objetos relacionados con la comunicación, y ante los cuales se
tiene experiencia de fracaso en el habla son semejantes, si bien afortunadamente este
condicionamiento es menos frecuente. Así, ante situaciones en las que es inevitable
hablar puede dispararse la respuesta de tensión muscular, lo que conduce necesariamente
a los fracasos temidos. En el peor de los casos, la activación puede ser tan elevada que el
sujeto escapa de la situción o la evita. No obstante, en la reactividad frente a personas y
situaciones debe considerarse también el papel de los componentes cognitivos.
Por último y desde un interés aplicado, conviene tener en cuenta dos datos. En
 primer lugar, en el caso de los niños más pequeños, la presencia de tensión muscular y de
movimientos asociados al hablar es un indicador relevante para el diagnóstico de
tartamudez temprana, frente al de disfluencias normales. En segundo lugar, el hecho de
que se considere el compromiso muscular y respiratorio sobre todo durante los bloqueos
no debe hacernos olvidar que el habla de un sujeto –más o menos fluida en cada
momento– es continua, y que las variables que la determinan están presentes siempre,
independientemente de que en un momento se hagan más visibles en forma de
disfluencia. Esto debe considerarse tanto para dar a la medición de los errores discretos
su justa importancia como para programar un tratamiento no sólo orientado a disminuir el
número de disfluencias, sino sobre todo a incrementar la fluidez.

1.2.4. Conductas y procesos cognitivos

La presencia de componentes cognitivos derivados de la toma de conciencia sobre el


 problema de fluidez y de los intentos infructuosos para evitarlo, junto con los problemas
relacionados con la anticipación a palabras o situaciones (pérdida de confianza en su
capacidad para comunicarse) son el mejor ejemplo de que la tartamudez establecida no
es un problema simple, limitado a una dificultad en el habla, sino que abarca elementos
 psicológicos fundamentales que deben considerarse en el tratamiento para que éste sea
realmente eficaz. Desgraciadamente, estos elementos están tan instaurados y tan
interrelacionados en muchos casos que impiden una resolución completa del problema,

43
 pudiendo hablarse de cronificación de la tartamudez. En estos casos, la intervención se
destinará a paliar lo más posible los efectos psicosociales del trastorno.
Sin duda el elemento cognitivo más importante en la evolución y establecimiento de
la tartamudez es la toma de conciencia del problema por parte del sujeto. De hecho, esta
 percepción progresiva de las dificultades personales para hablar fluidamente es lo que
marca la diferencia principal entre tartamudez temprana y tartamudez establecida, y lo
que cambia de raíz la orientación terapéutica que debe seguirse. De alguna manera, esta
toma de conciencia está en la base de los intentos de solución verbales y motores para
superar o evitar el bloqueo, de las conductas de escape y evitación de situaciones de
habla, y de otras posibles consecuencias emocionales derivadas de la tartamudez (por 
ejemplo, sentimientos de incapacidad, vergüenza, miedo o culpa). Así, se dice que una
tartamudez se ha hecho crónica cuando el niño es consciente de su problema y ha
empezado a reacionar ante él. Llegar a este punto requiere no sólo haber percibido las
reacciones de los oyentes y actuar frente a ellas, como proponía la clásica teoría
diagnosogénica  de Johnson (1959), sino haber vivido con el trastorno durante años.
Además, se hace necesaria una cierta maduración cognitiva que permita darse cuenta al
niño de que tiene un problema que afecta a su capacidad para hablar fluidamente y que
esto le afecta en sus relaciones con las demás personas.

Cuadro 1.10.  Algunas creencias y pensamientos negativos en la tartamudez establecida

• Hablar bien es muy difícil; debo poner mucho empeño para evitar bloqueos
• Soy mal hablante y se nota mucho
• Mi forma de hablar resulta desagradable para los demás
• La gente se siente incómoda cuando les hablo
• En algunas situaciones estoy totalmente convencido de que tartamudearé mucho
• Al poco de empezar a hablar, lo primero que piensa la gente es:“Es tartamudo/a”
• La gente presta más atención a cómo hablo que a lo que quiero decir 
• Mis disfluencias se notan mucho porque ocupan la mayor parte de mi discurso
• La gente evita reírse de mí cuando me oye hablar 
• No tengo control sobre el habla. Siempre hablo tartamudo
• Cuando alguien me describe, lo primero que puede decir es que soy tartamudo
• La gente asocia tartamudez con ser poco inteligente
• Ser tartamudo puede traer consecuencias negativas en muchos aspectos de la vida
• Debo evitar expresar mis emociones porque esto me hace tartamudear aún más
• La tartamudez no tiene solución; lo único que puedo hacer es disimularla
• Un tartamudo no puede ser delegado de clase, representante laboral, coordinador…
• Muchos trabajos no están hechos para tartamudos
• Si hablo mucho, la probabilidad de tartamudear más aumenta
• Si consiguiera sustituir palabras difíciles por palabras fáciles, dejaría de ser tartamudo
• La curación de la tartamudez supone no tener nunca disfluencias
• La gente sabe lo que voy a decir antes de que termine de decirlo
• A veces noto que me tratan con compasión (por ejemplo, no me preguntan en clase…)
• Me molesta mucho tener que hablar en ciertas situaciones o con ciertas personas
• Causo mala impresión cuando hablo

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Esta toma de conciencia suele comenzar en torno a los cinco o seis años de edad.
ormalmente el proceso por el cual el niño adquiere conciencia de su tartamudez es
lento. Probablemente empiece teniendo sensaciones vagas de que algo no va bien y de
ahí pase a la idea de que su habla parece poner nerviosos a sus padres. En momentos
como éstos, el niño suele expresar que habla mal o que no pronuncia bien alguna cosa.
Evidentemente, cuanto más marcadas o frecuentes sean las reacciones de los padres ante
las disfluencias (por ejemplo, estar muy atentos, pedirle que repita, hacerle comentarios o
correcciones), más contribuirán a que el niño se dé cuenta de que su habla es anormal y
molesta, y más fácilmente intentará corregirla. Más tarde comienza a tener la sensación
de que “su lengua no funciona correctamente” y el último paso es etiquetarse a sí mismo
como tartamudo, con todas las implicaciones sociales y afectivas que ello tiene. En
definitiva, el establecimiento de la tartamudez se completa cuando el sujeto con
 problemas de fluidez se define a sí mismo como tartamudo y actúa frente a ello.
Los niños más mayores y los adolescentes verbalizan directamente los sentimientos
de incapacidad y miedo que derivan de darse cuenta de su falta de fluidez y de su
ineficacia para controlarla. Los niños más pequeños pueden manifestarlo mediante
reacciones emocionales ante la tartamudez, poniéndose nerviosos cuando tienen que
hablar en determinadas situaciones, evitando hacerlo ante personas que han sido críticas
con su habla o llorando cuando se quedan bloqueados (Rodríguez Morejón, 2000). Entre
los adultos el abanico es muy amplio, desde personas severamente afectadas por su
tartamudez, con baja autoestima, escasas relaciones sociales y un ánimo depresivo, hasta
 personas que conviven con su tartamudez, han aprendido a afrontar sus consecuencias y
no muestran ninguna reacción emocional derivada de la misma.
Lo que sí es común en la tartamudez establecida es la anticipación de los bloqueos,
cuando el discurso del habla parece aproximarse a sonidos o palabras en los que se prevé
un bloqueo. Los pacientes lo describen como una auténtica profecía autocumplida (tanto
de los errores discretos que cometerán como de su incapacidad como hablantes) y como
si su “cerebro se dividiese”: por una parte, atento a lo que desea decir y, por otra, a las
 palabras que vienen por delante, intentando algo para evitar el bloqueo o buscando una
 palabra alternativa, dando lugar a las sustituciones y los circunloquios.
En algunos casos puede detectarse un procesamiento cognitivo sesgado de la
situación de habla y de su propia ejecución verbal. Además de esta división de la
atención en lo que se desea decir, las expectativas de fracaso al hablar y las reacciones
del oyente ante el modo de decirlo (y no sólo ante el contenido de las palabras), el sujeto
 parece estar más atento a sus errores que a los momentos de habla fluida: los errores
destacan sobre el fondo del discurso, estimándose en muy frecuentes, muy notables,
muy anómalos y muy desagradables para el interlocutor. En el sentido contrario, parece
“sordo” a sus episodios de habla fluida. Se sobrevaloran las reacciones del oyente ante
las disfluencias más allá de lo que realmente ocurre y se presta mucha atención al

45
componente puramente automático del habla como es la articulación y la fluidez, a
expensas del componente semántico y social, más necesitado de control voluntario para
su correcto funcionamiento comunicativo y relacional (Huche, 2000). Por otra parte, no
es infrecuente la presencia de pensamientos automáticos que entorpecen aún más la
 planificación y desarrollo del discurso, ponen más ansioso al sujeto, le confirman en sus
expectativas negativas y le reconfirman en su incapacidad como hablante.
Respecto a las actitudes y creencias presentes en muchos tartamudos, conviene
decir que su influencia negativa no deriva de su grado de veracidad, sino de su papel
como activadoras del sujeto en situciones de comunicación, lo que favorece la aparición
de más errores, y como generadoras de expectativas sobre sí mismos como hablantes y
de las consecuencias que su problema puede traer. Es decir, muchos de estos
 pensamientos pueden ser ciertos en algunas personas y situaciones (por ejemplo, la gente
evita reírse o se comporta compasivamente por ser tartamudo), pero su presencia
favorece la aparición de errores, contribuye a anticipar consecuencias de la tartamudez
 poco realistas, a generar actitudes negativas hacia la comunicación y un peor 
autoconcepto como hablante y como persona. No obstante, debe recordarse que no
todos los tartamudos, especialmente adultos, presentan estas actitudes ni expectativas
negativas ante sí mismos ni ante los efectos de la tartamudez en sus vidas.
Por último, conviene señalar que los tartamudos atribuyen su mejor o peor fluidez a
causas externas. Así, cuando hablan mejor atribuyen que se debe a la buena suerte, a que
las palabras que dijeron eran fáciles, a que su interlocutor no prestaba demasiada
atención a su patrón de habla, etc. En cierto modo, su experiencia les indica que sus
intentos por no tartamudear han resultado contraproducentes, por lo que deben
considerar que la fluidez escapa a su control. Esta atribución externa y estable sobre su
ineficacia como fluyentes obligará a diseñar tareas para que el paciente tome conciencia
de que a veces habla con pocos errores y de que puede intervenir sobre su habla, al
menos en cierta medida, y reorientar así sus expectativas de control. Dicho en otras
 palabras, si un tartamudo cree que no tiene ningún control posible sobre su fluidez, será
difícil que solicite tratamiento o que participe activamente en el mismo.

1.2.5. Condiciones que agravan o mejoran la fluidez. Situaciones temidas o


evitadas

Es de sobra conocido que la fluidez del habla varía en función de las personas con las
que se habla, los temas de conversación que se tratan y las situaciones en las que la
comunicación tiene lugar. En el caso de la tartamudez sucede lo mismo, en el sentido de
que existen ciertas condiciones que actúan como facilitadoras de la fluidez, disminuyendo
la frecuencia e intensidad de los bloqueos, mientras que otras situaciones incrementan las
disfluencias. Por tanto, es posible hablar de relación funcional entre ciertas condiciones
estimulares y el patrón de habla tartamudo. En algunos sujetos, el análisis funcional

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revela que existen situaciones en las que su tartamudez desaparece por completo o al
menos se reduce en un grado muy considerable, mientras que también existen
situaciones, personas y objetos que incrementan la tartamudez de tal forma que el sujeto
 puede llegar a evitarlas, o al menos a enfrentarse a ellas, con la certeza de que cometerá
muchos más errores, cosa que suele suceder, confirmando de esta forma sus temores.
Las condiciones en las que la tartamudez desaparece temporalmente o se ve
significativamente reducida son bien conocidas. Casi todos los tartamudos experimentan
esta mejoría temporal, lo que indica que los efectos beneficiosos de estos factores están
de alguna forma relacionados con la naturaleza misma del problema más que con las
 personas que tartamudean. En cambio, las condiciones que incrementan la tartamudez
están menos definidas, ya que son menos “universales”, es decir, varían mucho de unos
 pacientes a otros y, en la mayoría de los casos, el aumento de los errores que producen
es relativamente pequeño e inconsistente. Esta variabilidad indica que las condiciones que
empeoran la fluidez en los tartamudos están ligadas a las experiencias particulares de
cada paciente y a cómo reaccionan ante ellas e intentan afrontarlas.

Cuadro 1.11.  Algunas situaciones temidas o ev itadas por los tartamudos

• Hablar con personas críticas con su fluidez o que se han burlado por ser tartamudo
• Hablar o leer en público: en clase, en una asamblea, delante de mucha gente…
• Hablar con desconocidos: ser presentado e iniciar o mantener una conversación
• Ir de compras, adquirir entradas, hacer una reclamación al dependiente…
• Mantener su punto de vista, dar opiniones, hacer críticas, ser asertivo
• Hablar en situaciones que considera amenazantes o problemáticas
• Hablar cuando está enfadado, discutir cuando se le ha regañado…
• Usar el teléfono
• Hablar con personas de autoridad: profesores, jefes…
• Hablar con personas del otro sexo (especialmente en adolescentes)
• Dar los datos personales: nombre, edad, dirección…
• Preguntar a un desconocido
• Hablar con amigos en voz alta o en reuniones en pequeños grupos
• Hablar ante una grabadora, un micrófono o ser grabado en vídeo
• Hablar ante un espejo
• Presentar un informe en público: informes de trabajo, exposiciones en clase…
• Iniciar una conversación
• Presentar a otra persona
• Contar chistes
• En general, siempre que comienza a hablar y percibe que se inician los bloqueos

ota: Ninguna de estas situaciones es temida o evitada por todos los tartamudos. Algunos pacientes no muestran
temor ni evitación ante ninguna situación, aunque alguna de ellas incremente su tartamudez. Además, existe una
 gran casuística personal, que sólo el análisis funcional indiv idual permite establecer .

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Entre las condiciones que producen una mejoría inmediata y muy alta de la
tartamudez (reducción de 90-100% de las disfluencias) se encuentran la lectura al
unísono (lectura del mismo texto junto a otras personas), la vocalización sin habla
(articular el discurso sin fonación), la retroalimentación auditiva demorada (retrasar 
artificialmente la audición de las propias verbalizaciones), el silabeo (marcar las sílabas a
ritmo de metrónomo o con los dedos con una separación breve entre ellas), hablar 
despacio (a la mitad de velocidad de su habla normal), hablar bajo condiciones de
estimulación auditiva, visual o cinestésica (es decir, con sonidos distractores o mientras
fija la atención en algo distinto del habla), cantar y alargar el primer sonido de la frase o
de algunas palabras. Otras situaciones que reducen la tartamudez en menor grado
(descenso del 50-80% de las disfluencias) son: hablar solo o con objetos inanimados,
niños o animales, hablar estando distraído o en situaciones de ruido (bien artificialmente
 por enmascaramiento, bien en condiciones naturales de ruido intenso), susurrar o hablar 
muy bajo, y hablar con un tono más agudo o más grave, falseando el tono propio.
Entre las condiciones que incrementan la tartamudez en algunos sujetos se
encuentran: las reacciones negativas de los oyentes (reales o imaginadas, tales como la
falta de atención, dar a entender que no comprenden el mensaje…), hablar a un grupo de
gente, hablar bajo presión de tiempo (por ejemplo, tener que responder inmediatamente o
armarse de paciencia esperando el turno de habla), las figuras de autoridad o personas
extrañas, hablar pr teléfono o tener que presentarse.
Algunos autores clásicos en el campo de la tartamudez describen muy bien la
relación funcional entre las situaciones de comunicación temidas y la propia vivencia del
sujeto como hablante. Se llega a determinar que el tartamudo puede estar sometido a
cierto grado de conflicto entre la decisión de hablar o de permanecer callado. La mayoría
de las situaciones sociales exigen una participación verbal; si el tartamudo habla, se
adapta a la exigencia social implícita, pero asiste al riesgo de cometer errores y hacer 
 público su problema. Cuanto mayor es la responsabilidad de una comunicación percibida
 por el sujeto, tanto mayor será la necesidad de hablar correctamente y, por tanto, más
irrumpirá el deseo de callar. Con su silencio, el tartamudo sortea el riesgo de llamar la
atención como tartamudo, pero no cumple con la “exigencia social” ni con el propio
anhelo de participar en la comunicación.
En definitiva, puede decirse que muchas de las situaciones que el sujeto considera
amenazantes para su habla se caracterizan por ser evaluadas como estresantes. Estos
estresores activarán fisiológicamente al sujeto, alterarán su atención sobre el discurso y
su ejecución y terminarán por aumentar sus errores. En el cuadro 1.12  se recogen los
tipos de estresores que tradicionalmente se han considerado presentes en el
afrontamiento de estas situaciones.
Por último, conviene señalar que los tartamudeos no suceden por igual en todas las
 palabras, sílabas o sonidos. A pesar de las diferencias individuales, los bloqueos más
frecuentes están asociados con ciertas variables fonológicas, semánticas y sintácticas.
Entre el 91-98% de todos los errores de fluidez se encuentran en los fonemas y
sílabas iniciales de la palabra, tanto en habla espontánea como en lectura, con

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independencia de la edad. Las sílabas acentuadas se tartamudean más que las átonas, y
cuando el tartamudeo se encuentra en una sílaba que no es la primera de la palabra, casi
siempre se trata de sílabas tónicas. En cambio, los tartamudeos en la sílaba final y
además no acentuada de una palabra son muy infrecuentes. En niños mayores y adultos,
las palabras que comienzan por consonante se tartamudean hasta cinco veces más que
las que comienzan por vocal, si bien hay que reconocer que un mayor porcentaje de
 palabras de nuestra lengua comienza por consonante. Como grupo, los tartamudos no se
 bloquean más en unos fonemas particulares, si bien cada caso particular tiene definidos
sus “sonidos difíciles”. No obstante, en castellano, las oclusivas parecen llevarse un
 porcentaje elevado de disfluencias entre los tartamudos.

Cuadro 1.12.  Estresores que alteran la fluidez del habla

•  Determinados por la propia situación de habla


Se trata de estímulos de naturaleza social que despiertan ansiedad anticipatoria o de ejecución:
hablar por teléfono, hablar en público, hablar ante un vídeo, hablar bajo estados de agitación o
enfado…

•  Dependientes de ciertas palabras o sonidos


Fonemas, sílabas o palabras que, en función de la experiencia del sujeto, se consideran
especialmente difíciles y susceptibles de producir errores

•  Dependientes de las características del oyente


 Normalmente, personas consideradas de autoridad o que se han mostrado críticas frente a su
habla o se han burlado de él por ser tartamudo

•  Dependientes de su inseguridad como hablante


Situaciones novedosas para el sujeto: presentar una persona a otra, conocer gente nueva, iniciar 
una conversación…

•  Dependientes de sus intentos de no tartamudear 


Hablar deprisa, anticipar palabras difíciles y sustituirlas por otras, “dividir” la atención, estar 
atento a las reacciones del oyente…

Entre las variables léxicas, las palabras largas (de más de dos sílabas o más de cinco
fonemas) se tartamudean más que las cortas. Son más frecuentes los bloqueos en
 palabras de contenido (adjetivos, adverbios, sustantivos y verbos) que de función

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(preposiciones, conjunciones, pronombres y artículos) y en palabras menos frecuentes
que en las más utilizadas, si bien las palabras más frecuentes en el discurso y las palabras
de función son normalmente más cortas que las palabras infrecuentes y de contenido.
Desde el punto de vista sintáctico, se acumulan más errores en las tres primeras
 palabras de la frase que en las restantes. Igualmente, son más frecuentes los tartamudeos
en las sentencias iniciales, los primeros párrafos y al principio del discurso que en los
 posteriores. Suceden más bloqueos en frases largas que cortas. Igualmente, las palabras
que aportan mucha información al mensaje (es decir, palabras que no pueden predecirse
 por el contexto) se tartamudean con más frecuencia que palabras de menor carga
informativa. Ciertamente, el valor informativo depende en parte de la posición de la
 palabra en la frase, y las primeras palabras del discurso son menos predecibles que las
siguientes. Gramaticalmente, las palabras de contenido son menos predecibles que las de
función, por lo que estos dos fenómenos se solapan. Por último, suele observarse que las
mismas palabras leídas como una lista suelen tartamudearse menos que si se leen
formando parte de una oración.

1.3. Diagnóstico diferencial

A pesar de que otros trastornos del lenguaje y el habla también pueden presentar errores
de fluidez, el verdadero problema del clínico se encuentra a la hora de determinar si los
errores de fluidez que presenta un niño pequeño (de dos a seis años) son propios de la
disfluencia normal (lo que antaño se denominaba como disfemia fisiológica o
tartamudez evolutiva) o indican que se trata de un caso de tartamudez temprana.
El porcentaje de niños que atraviesa por un período de falta de fluidez es
relativamente alto, aunque las cifras varían en función del criterio establecido como
 punto de corte. Los datos oscilan entre el 33-66% si se considera el 10% o el 3% de
 palabras tartamudeadas, respectivamente (Ingham, 1999; Yairi, 1981). Estos datos
indican la alta frecuencia de niños que muestran disfluencias y sobre los cuales será
 preciso establecer criterios de evaluación diferencial para un correcto diagnóstico de
tartamudez.
Con los niños mayores, el diagnóstico es relativamente sencillo cuando existen
indicadores claros de conciencia establecida del problema, reacciones ante la tartamudez
y conductas de escape y evitación. El problema se encuentra con los niños más
 pequeños, en los que no están presentes estos fenómenos, pero sí hay tartamudeos
suficientemente notables como para que los padres consulten a un profesional. Existe un
alto grado de consenso entre investigadores y clínicos en la definición operativa de las
disfluencias propias de la tartamudez temprana y las que muestran los niños no
tartamudos. Estas diferencias se centran en la frecuencia, tipo y agrupaciones de las
disfluencias, el número y velocidad de las repeticiones, y la presencia o ausencia de
movimientos asociados.

50
Los niños con tartamudez tienen el doble de errores que los niños con disfluencia
normal. La diferencia aún es mayor si se evalúa a los niños cerca del inicio del problema,
 produciéndose los picos de mayor tartamudez entre los dos y los tres años (Yairi, 1982 y
1997b). Estas cifras llevan a muchos autores a establecer como criterio diagnóstico y de
intervención la presencia de más de un 10% de palabras tartamudeadas (Conture, 1997;
Guitar, 1998; Gregory y Hill, 1999).
Las diferencias son aún más significativas si se compara el tipo de disfluencias más
frecuente en ambos grupos. Las disfluencias de los niños sin tartamudez son sobre todo
repeticiones de palabras de dos o más sílabas, repeticiones de frases, interjecciones o
revisiones. Las disfluencias más frecuentes en la tartamudez son las repeticiones de
sílabas, de palabras monosilábicas, las prolongaciones y los bloqueos con tensión. Este
tipo de disfluencias intrapalabra  son consideradas unánimemente como las más
características de la tartamudez, por lo que se las denomina disfluencias tipo tartamudez
(Yairi, 1997b). En el caso de los niños no tartamudos las disfluencias tipo tartamudez son
inferiores al 3%, menos de una tercera parte de los errores totales. En cambio, en los
niños con tartamudez este indicador llega hasta el 11-12% de sílabas tartamudeadas, lo
que supone en torno al 72% de todas las disfluencias. Así, otro criterio diferenciador se
establece en el 3% de sílabas con disfluencia intrapalabra, de modo que un porcentaje
mayor indica presencia de tartamudez.

Cuadro 1.13.  Diferencias entre disfluencia normal y tartamudez temprana

51
En cuanto al número de unidades repetidas, se sabe que las repeticiones de dos o
más unidades (por ejemplo,  pe-pe-pe-pelota) son muy infrecuentes en niños sin
tartamudez, mientras que entre los niños tartamudos la cifra es aproximadamente del
33%. El criterio operativo se suele fijar en torno al 25%, es decir, si más de una cuarta
 parte de todas las repeticiones que comete el sujeto tienen dos o más unidades (pe-pe-
 pelota serían dos unidades) podría tratarse de un caso de tartamudez (Curlee, 1999).
Otra forma de abordar operativamente las disfluencias, tratando conjuntamente
frecuencia, tipo de errores y unidades repetidas, se presenta en el cuadro 1.14, a partir de
las diferencias entre disfluencias habituales en los niños sin tartamudez (disfluencias
típicas) y las que no lo son (disfluencias atípicas), de manera que estas últimas indican
tartamudez. La numeración ordena este continuo de las disfluencias desde las más
frecuentes hasta las más inusuales. En este sentido, los titubeos (es decir, pararse ante de

52
decir una palabra) son los errores más frecuentes en los niños pequeños con disfluencia
normal, mientras que las repeticiones y las prolongaciones de sonidos son propias de la
tartamudez, por cuanto que son prácticamente inexistentes en niños no tartamudos. En
definitiva, las disfluencias típicas son propias de la disfluencia normal y las disfluencias
atípicas son características de la tartamudez. Las disfluencias fronterizas indican que la
 presencia de repeticiones intrapalabra deben ser consideradas síntoma de tartamudez en
función del número de unidades repetidas y de la presencia de esfuerzo para hablar,
tensión o pérdida del ritmo. Desde este criterio, la presencia de más del 10% de palabras
tartamudeadas y de más de un 3% de disfluencias atípicas apoyaría el diagnóstico de
tartamudez.
La duración total de las disrupciones no es una variable útil para discriminar 
disfluencia normal de tartamudez temprana, es decir, que los niños tartamudos no
emplean más tiempo en pronunciar el segmento sonoro tartamudeado. Sin embargo, sí
existen diferencias cuando se mide únicamente el espacio de tiempo entre sílabas
repetidas, ya que éste es más corto en niños con tartamudez. En otras palabras, el
intervalo entre sonidos es el más largo en las disfluencias normales y el más corto en las
de los niños con tartamudez (Throneburg y Yairi, 1994). De esta forma, la presencia de
repeticiones rápidas constituye un indicador de tartamudez.

Cuadro 1.14.  Disfluencias habituales y no habituales

 Fuentes: Gregory (1999) y Gregory y Hill (1999).

53
Cuadro 1.15. Trastornos del lenguaje y del habla que presentan problemas de fluidez

• Taquifemia

Trastorno del habla (¿y del lenguaje?) caracterizado por un discurso arrítmico, desorganizado,
expresado con una velocidad excesiva y un habla a menudo ininteligible. Además, suele cursar 
con repeticiones de sonidos, sílabas, palabras y frases, revisiones, problemas para encontrar las
 palabras, errores de secuenciación del discurso y articulación anormal de sílabas.
 Normalmente, no existe c onciencia de problema

• Tartamudez neurogénica
Alteraciones de la fluidez asociadas a una lesión neurológica. Tartamudeos secundarios a
lesiones en córtex, cerebelo, ganglios basales o tronco encefálico debidas a diferentes causas
 posibles. Estos pacientes no tienen una historia previa de tartamudez. Normalmente, el inicio del
cuadro es repentino. En la mayoría de los casos, la tartamudez es un síntoma de un trastorno
mayor 

• Tartamudez psicógena

Tartamudeos que habitualmente comienzan en la edad adulta en individuos sin antecedentes


 personales de tartamudez. Es, al menos parcialmente, un síntoma relacionado con trastornos
asociados al estrés o con problemas de ansiedad. En algunos casos se ha relacionado con
reacciones de conversión. Normalmente su aparición es repentina y asociada con eventos
significativos altamente estresantes

•  Afasia expresiva

Pérdida parcial o total del lenguaje expresivo como resultado de algún tipo de lesión del sistema
nervioso central. Estos pacientes suelen presentar problemas persistentes de fluidez. Así, con
frecuencia experimentan dificultades para encontrar las palabras y tratan de compensarlas con
sustituciones y circunloquios

•  Apraxia del habla

Pérdida o deterioro de la coordinación y secuencia de los movimientos del habla. Como


consecuencia del problema pueden aparecer problemas de fluidez

•  Disartria

Trastorno de la articulación como resultado de alguna lesión neurológica cuyas consecuencias


son alteraciones en el tono o movimiento de los músculos fonadores. Determinados sonidos o
conjuntos de sonidos dejan de producirse correctamente o se ven suprimidos o sustituidos por 
otros. También pueden presentarse problemas de respiración, fonación o prosodia que
 provocan pausas irregulares, ausencia de sílabas o sonidos y muecas faciales

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•  Disfonía espasmódica

Trastorno motor distónico caracterizado por espasmos musculares intermitentes de los


abductores y aductores de la laringe, que provocan bloqueos intermitentes de la fonación. En
ocasiones, este trastorno se ha denominado tartamudez de las cuerdas vocales o tartamudez
laríngea

•  Retraso del lenguaje

En algunos niños con retraso del lenguaje pueden aparecer ciertas disfluencias asociadas con
dificultades para pronunciar ciertos fonemas, sílabas o palabras

Por último, se ha comprobado que los niños con tartamudez temprana suelen
 presentar las disfluencias agrupadas, es decir, aparecen varios errores en torno a una
sílaba o a una palabra (por ejemplo,  p[o]-p[o]-p[o] pon-pongo, esto pooongo, pongo
la…). Este fenómeno es menos frecuente en la disfluencia normal, por lo que cuanto
más alto sea el porcentaje de agrupaciones registrado, mayor es el riesgo de estar ante un
caso de tartamudez persistente. El criterio se propone que más de un tercio de las
disfluencias aparezcan en grupos, determinando en tres o más el número de disrupciones
que deben aparecer juntas para que se considere como agrupación (Conture y Melnick,
1999; Curlee, 1999).
Aunque los niños con disfluencia normal pueden presentar movimientos
involuntarios asociados a sus errores, éstos son mucho más frecuentes entre los
tartamudos. Son habituales movimientos de cara o músculos perifonatorios y también
chasquidos asociados a los bloqueos. Especialmente significativos para el diagnóstico
diferencial son los movimientos de los ojos hacia los lados y el parpadeo acompañando a
las disfluencias (Conture, 1997).
Otros problemas del habla y del lenguaje que deben diferenciarse de la tartamudez
son la taquifemia, la tartamudez asociada a trastornos neurológicos adquiridos, la
tartamudez psicógena, apraxia del habla, afasia, disartria, disfonía espasmódica y el
retraso del lenguaje. En todos estos casos pueden aparecer tartamudeos y disfluencias
 patológicas, pero deben ser siempre consideradas como signos de un trastorno más
amplio y bien diferenciado en su etiología de la tartamudez.
Quizá pueda haber más problema para el clínico poco iniciado en la delimitación
entre tartamudez y taquifemia. Ambos son los trastornos de la fluidez por excelencia y
clásicamente se han relacionado entre sí, a pesar de que las diferencias son notables y su
conceptualización también lo es. La frecuencia de sujetos taquifémicos es
significativamente menor, por lo que mucha gente puede no haber conocido nunca a
ninguna persona con este patrón de habla, y el interés profesional por el abordaje de este
 problema ha sido también significativamente menor. En general, puede definirse como un

55
 problema del habla (algunos autores lo consideran más bien problema del lenguaje)
caracterizado por la superposición y omisión de palabras o sílabas, prolongaciones y
 palabras entrecortadas como consecuencia de un discurso particularmente rápido y
desordenado, hasta el punto de resultar a menudo incomprensible. A veces la velocidad
 parece incontrolable, lo que provoca un habla disrítmica, truncada, agitada, salpicada de
frases incompletas, omisiones e incoherencias. El elemento nuclear, por tanto, es una
velocidad patológica, que por otra parte resulta inapreciable para el hablante. Es decir,
 puede que el sujeto sea consciente de que habla muy deprisa, pero no se da cuenta de las
dificultades que tienen sus interlocutores para comprenderle. Parece que estuviera tan
inmerso en lo que piensa que tiene que decir que no percibe la diferencia entre su
intención y la realización de su discurso. A los oídos de su interlocutor, a veces parece
que cada idea que salta a la cabeza del hablante taquifémico reclamara ser traducida en
 palabras, independientemente del interés que pueda tener en el conjunto del mensaje.
La principal diferencia entre tartamudez y taquifemia radica precisamente aquí:
mientras los tartamudos están demasiado preocupados por su ejecución verbal, prestan
demasiada importancia a cómo decir lo que quieren y están inseguros de poder hacerlo
 bien, los sujetos taquifémicos no se preocupan para nada de los efectos de su patrón de
habla sobre la comprensión del mensaje por el oyente. Mientras los primeros dan
excesiva importancia a los aspectos más automáticos del habla, deseando controlarlos, los
segundos se desocupan de la interacción lingüística y de los efectos de su habla sobre la
comunicación. El primero es un trastorno de la fluidez del habla que entorpece la
comunicación; el segundo es un problema de la organización y velocidad del discurso,
que causa problemas de fluidez.

Cuadro 1.16.  Diferencias y semejanzas entre tartamudez y taquif emia

56
57
 Fuente: Adaptado de Daly y Burnett (1999) y Serra (1982).

1.4. Epidemiología

En torno al 5% de todos los niños en edad escolar atraviesan un período de tartamudez


que dura seis meses o más, aunque la cifra de los que han tartamudeado durante
 períodos más cortos llegan hasta el 15%. Tres cuartas partes de estos niños que han
comenzado a tartamudear se recuperarán más tarde de forma espontánea, de manera que
solamente uno de cada cinco tendrá un problema persistente, y sólo tres de cada diez
desarrollarán un problema severo. Con estos datos puede estimarse la prevalencia de la
tartamudez persistente en el 1% de la población menor de doce años (Guitar y Conture,
2001). Esta cifra, con escasas variaciones, se manifiesta en los estudios realizados en

58
diferentes poblaciones, lenguas y grupos raciales. Así, se ha determinado la prevalencia
de tartamudez entre 1,3-1,76% de los niños norteamericanos, 0,8-1% de los niños
aponeses, 1,26% de los bantúes y 0,93% de los niños egipcios (Venkatagiri, 2000). En
España, las cifras obtenidas en población escolar oscilan entre el 0,3% y el 1,49% (Ruiz
Valeros, 2001, y Santacreu et al ., 1984, respectivamente).
En la mayoría de los casos los niños tartamudos tienen menos de diez años. Desde
los tres a los ocho años, las cifras aumentan progresivamente, lo que justifica para
algunos investigadores la relación entre las disfluencias y la transición al habla adulta. A
los ocho años la prevalencia alcanza su valor máximo, disminuyendo progresivamente a
 partir de ella. Entre los adolescentes, las cifras oscilan alrededor del 0,8%. No existen
datos fiables de la prevalencia de la tartamudez en la población adulta, pero se estima que
sea menor, lo que sin duda relaciona el trastorno con la edad, siendo ésta un factor a
tener en cuenta a la hora de determinar la posible cronificación del problema. La menor 
 prevalencia de tartamudez en adolescentes y adultos se debe tanto a la recuperación de
los tartamudos existentes (debida o no al tratamiento) como a la ausencia de casos
nuevos a partir de los doce años.
La prevalencia de niños tartamudos entre personas con retraso mental es del 3%,
aproximadamente, y se calcula que la cifra es mayor en los niños con algún tipo de
 problema neurológico, a pesar de no existir datos suficientemente contrastados.
Hay diferentes maneras de determinar el grado de severidad de la tartamudez,
aunque el más empleado en la práctica clínica y la investigación es el porcentaje de
sílabas tartamudeadas (cuadro 1.17). En la tartamudez leve, las disfluencias son
infrecuentes y breves, pero en los casos severos pueden aparecer interrupciones cada
 pocas sílabas y durar más de treinta segundos, haciendo virtualmente imposible la
comunicación verbal.

Cuadro 1.17. Grado de severidad de la tartamudez

 Sílabas tartamudeadas (% )
Tartamudez leve < 5%
Tartamudez leve a moderada 5-10%
Tartamudez moderada 10-15%
Tartamudez moderada a severa 15-20%
Tartamudez severa > 20%

Siguiendo el criterio de severidad, la prevalencia del problema disminuye a medida


que aumenta la gravedad del mismo: son más frecuentes los casos de tartamudez leve y
levemoderada que moderada-severa y severa. Estos datos coinciden tanto en niños como

59
en adultos. Por otra parte, a las notables diferencias individuales deben añadirse los
cambios que se producen en una misma persona, debidos a la fatiga, la ansiedad, el
tamaño de la audiencia y la propia situación de habla.
La relación entre tartamudez y sexo varía con la edad, aunque siempre es mayor la
 prevalencia entre varones. La ratio varón/mujer es aproximadamente de 2:1 en edades
 por debajo de los cuatro años, aumentando a medida que avanza la edad, lo que indica
que el número de recuperaciones espontáneas es mucho mayor en el sexo femenino. De
hecho, las muestras clínicas de adultos incluyen entre cuatro y seis veces más varones
que mujeres.
Otra variable relacionada con la recuperación natural de la tartamudez es el tiempo
que ha transcurrido desde que comenzó a tartamudear. Sexo y edad (evidentemente
relacionada con la duración del problema) son dos de los predictores más importantes de
la recuperación natural de la tartamudez: un varón que comenzó a tartamudear a los dos
años y continúa haciéndolo a los siete tiene muy pocas posibilidades de dejar de hacerlo
si no es con un tratamiento eficaz.
Las diferencias sexuales y su incremento en relación con la edad guardan cierta
semejanza con las que pueden encontrarse en otros problemas del habla, y se han
interpretado bien como consecuencia del papel que juegan los factores genéticos en la
aparición y evolución del trastorno, bien debidos a la diferente maduración de los órganos
del habla y su control motor o bien como resultado de la presión ambiental, que puede
actuar con distinta intensidad en un sexo u otro.
Aproximadamente dos tercios de las personas que tartamudean tienen algún familiar 
de primer o segundo orden que también lo hace. Aproximadamente el 68% de los
tartamudos tiene un pariente disfémico en su familia extensa, el 39% lo tiene entre su
familia cercana y en torno al 27% es hijo de tartamuda o, sobre todo, de tartamudo.
Estos datos, junto con la concordancia mayor del trastorno entre gemelos monocigóticos
que dicigóticos señala que los factores genéticos son incuestionables en la etiología de la
tartamudez, si bien la vía de transmisión hereditaria no es del todo conocida.
Otras variables sociológicas tales como el estatus económico de los padres, su nivel
cultural o factores personales (como la inteligencia) no guardan relación con la
tartamudez, o al menos los datos más actuales no son suficientemente fiables para extraer 
conclusiones (Yairi, 1999).
La mayor incidencia de disfemia en niños que en adultos, las diferencias sexuales y
el tiempo de tartamudez como factor relacionado con la persistencia del trastorno
sugieren a los clínicos numerosas conclusiones sobre la naturaleza del cuadro y su
abordaje. No sólo es preciso considerar las diferencias entre disfluencias normales y
 patológicas que permitan obtener los datos reales de prevalencia e incidencia. Además se
siguen consecuencias sobre la práctica clínica. Así, no tiene demasiado fundamento
“ignorar” la tartamudez temprana, como se desprendía antaño desde teorías nunca del
todo contrastadas. La cuestión clave desde los datos aquí expuestos no es si se debe o no
intervenir en la tartamudez temprana o, lo que es lo mismo, cuándo se debe intervenir 
con una persona que tartamudea, sino cómo hacerlo (Rodríguez Morejón, 2000).

60
1.5. Evolución de la tartamudez. Factores relacionados con la recuperación
y la persistencia

En la mayoría de los casos la tartamudez comienza de forma precoz, durante el período


de intenso desarrollo del lenguaje y el habla en que el niño comienza a construir frases
más complejas, coincidiendo con los dos años y medio o tres hasta los cinco. La edad
media más frecuente de inicio del problema es de 2-4 años, aunque existen casos más
tempranos –a partir de diciocho meses– o más tardíos, alrededor de los seis años o
incluso un poco más tarde, siendo muy infrecuentes más allá de los nueve y muchos más
extraños a partir de los once años. Si las disfluencias anormales comienzan durante la
adolescencia o la edad adulta, pueden atribuirse a la tartamudez neurogénica.
Generalmente el inicio del problema es progresivo, gradual y no está asociado a
ningún evento puntual (enfermedad, experiencias emocionales intensas, problemas de
desarrollo, etc.). En un tercio de los casos la presentación es repentina, súbita, causando
aún mayor alarma en los padres, que pueden atribuir lo que sucede a cualquier 
acontecimiento próximo en el tiempo y acudir preocupados al pediatra.
Las primeras manifestaciones de tartamudez temprana son titubeos, breves
repeticiones de sílabas o partes de palabras, y menos frecuentemente, prolongaciones de
sonidos y bloqueos. Al principio las disfluencias ocurren al comienzo de la frase, tanto en
 palabras de contenido como de función, generalmente sin esfuerzo, y se incrementan en
momentos de estrés o excitación. En muchos casos esta tartamudez es episódica: se hace
manifiesta durante unas semanas o meses, para después desaparecer paulatinamente. En
otros casos el curso inicial del problema es cíclico, desapareciendo durante unos días o
semanas y volviendo a manifestarse más adelante de manera periódica y cada vez con
mayor intensidad o instalándose de forma permanente. Otras veces la tartamudez
aparece y se mantiene de manera intermitente.
Estos primeros signos de tartamudez disminuyen progresivamente y desaparecen en
la mayoría de los casos. De hecho, el 50-80% de los niños que comienzan a tartamudear 
(o al menos experimentan disfluencias muy notables) muestran poco a poco episodios
cada vez más breves de tartamudez hasta que ésta desaparece completa y
 permanentemente; pero en el resto de los casos los períodos de fluidez van siendo cada
vez menos y más distantes entre sí, hasta que la tartamudez se establece como patrón de
habla habitual. En estos niños, con el tiempo, las series de repeticiones de sílabas que
caracterizaron la tartamudez inicial se acompañan o sustituyen por signos que denotan
mayor esfuerzo para hablar, tales como prolongaciones tensas, fragmentaciones de
sílabas e interrupciones completas del habla. En este momento, las disfluencias pueden
acompañarse de movimientos faciales y corporales, y de patrones respiratorios anómalos,
tales como hablar mientras inspira. Cuando el niño se da cuenta de su falta de fluidez e
intenta corregirse sin lograrlo, empieza a enfrentarse a las situaciones que exigen hablar 
con desconcierto y temor, apareciendo conductas de escape y evitación de palabras,
 personas o situaciones. Cuando están presentes todos estos elementos puede hablarse ya
de tartamudez establecida, teniendo presente que las manifestaciones conductuales,

61
fisiológicas y subjetivas de la tartamudez crónica, así como sus efectos sobre el
funcionamiento social y personal del individuo son diferentes en cada caso.
Las personas con tartamudez persistente pueden pensar que tener una
comunicación eficaz les está vedado, y algunos casos más severos prefieren pasar la
mayor parte del tiempo mudos. Como este problema se manifiesta solamente cuando la
 persona habla, prefieren no hacerlo y evitan el contacto con otros. No es infrecuente que
algunas consecuencias sociales y personales del trastorno lleguen a ser serias. De hecho,
en algunos adultos la tartamudez es causa de desajuste social y dificulta la obtención de
logros laborales, además de ser causa de preocupación y azoramiento en las relaciones
cotidianas, que llevan necesariamente unidas la comunicación y el habla. La ansiedad es
un componente clínicamente muy significativo en tartamudez, y los datos indican que un
44% de los adultos tartamudos que solicitan tratamiento para la disfemia presenta un
diagnóstico asociado de fobia social (Menzies et al ., 1999).
Si tres de cada cuatro niños que comienzan a tartamudear dejan de hacerlo sin
ningún tipo de intervención, cabría preguntarse qué rasgos diferencian al cuarto niño
cuya tartamudez se mantendrá en el tiempo, de tal manera que pueda intervenirse lo
antes posible y evitar la cronificación. En otras palabras, ¿existe la posibilidad de saber 
qué niños disfémicos tienen más riesgo de persistir tartamudeando? Desgraciadamente,
no hay una forma enteramente concluyente de predecir el curso de desarrollo que seguirá
la tartamudez inicial de un individuo, aunque se han determinado algunos factores
relacionados con la recuperación y la persistencia. En cualquier caso, estas variables
deben considerarse con cautela: por una parte, ninguno de los factores de riesgo por sí
solo es capaz de predecir la cronificación del problema, de manera que será la presencia
del mayor o menor número de los mismos lo que oriente al clínico; por otra parte, la
determinación de estos factores se ha efectuado a partir del contraste entre dos muestras
diferentes en el momento de realizar la comparación (recuperación versus  tartamudez
 persistente), si bien son varios los estudios longitudinales que confirman estas mismas
conclusiones (Ambrose et al ., 1997; Yairi y Ambrose, 1992 y 1999; Yairi et al ., 1996,
entre otros).
Entre los factores relacionados con la persistencia del patrón de habla tartamudo se
encuentran: ser varón, tener antecedentes familiares de tartamudez que no se hayan
recuperado, coexistencia de algún problema de lenguaje y especialmente del habla (lo que
denota que los niños tartamudos evidencian menor nivel de desarrollo articulatorio), una
duración de las disfluencias superior a los catorce meses desde su inicio y una rápida
velocidad de habla.
Además de estos criterios principales, otros indicadores de cronificación propuestos
son la presencia de signos de tensión o congelación del movimiento, del aire espirado o la
fonación, y la aparición de reacciones emocionales negativas o que el niño exprese
 preocupación (Gregory y Hill, 1999; Yairi, 1997b). Con mucho menor valor predictivo,
algunos autores proponen también como factores pronósticos que el niño posea bajo
nivel de inteligencia no verbal y un carácter introvertido y sensible (Guitar, 1998; Yairi et 
al ., 1996).

62
un patrón respiratorio rápido y forzado, y en la presencia de estereotipia muscular de
respuesta ante situaciones de estrés comunicativo o ante sonidos o palabras que actúan
como estímulos condicionados. Además, el sujeto aprende a contraer los músculos del
cuello y la cara para reducir la tensión que causa el bloqueo, de manera que estas
contracciones “parásitas” quedan reforzadas y se repiten en el futuro, construyendo
un patrón de habla forzado y lleno de movimientos anormales.
Cuando el individuo toma conciencia de su problema y del efecto que su habla
causa en los oyentes, así como de su incapacidad para controlarlo, aparecen
sentimientos de temor, de ineficacia como hablante, azoramiento y vergüenza. La
 persona comienza a anticipar el bloqueo y a prestar menos atención a lo que dice que
a cómo lo dice. En la adolescencia y en algunos adultos, la tartamudez puede
 presentarse asociada a un déficit en las habilidades sociales y a una serie de
expectativas y creencias irracionales que agravan las consecuencias de la falta de
fluidez.
La tartamudez varía mucho de unos pacientes a otros y de unas situaciones a
otras dentro del mismo sujeto. Entre las condiciones que aumentan las disfluencias en
algunos casos destacan las reacciones negativas de los oyentes, hablar en público, con
desconocidos o personas de autoridad, presentarse, hablar por teléfono o tener que
hablar bajo presión. El porcentaje más alto de errores aparece en los sonidos o sílabas
iniciales de la palabra, sobre todo si empieza por consonante, es una palabra larga y de
contenido, y se encuentra al comienzo de la frase.
Teniendo en cuenta que el porcentaje de niños que atraviesan por un período de
falta de fluidez entre los dos y los seis años es elevado, uno de los principales
 problemas a los que se enfrenta el clínico es asegurarse de que el niño pequeño que
está en su consulta es realmente tartamudo o simplemente presenta disfluencia normal.
En caso afirmativo, deberá tener en cuenta la presencia de factores relacionados con la
 persistencia de la tartamudez, dado que la cifra de niños tartamudos que remiten
espontáneamente es muy alta. Las diferencias que permiten asegurar el diagnóstico se
centran en la frecuencia, tipo y agrupación de las disfluencias, así como en la
velocidad de las repeticiones y la presencia de movimientos asociados. Los niños
tartamudos tienen el doble de errores que los no tartamudos, sus disfluencias más
frecuentes son las repeticiones intrapalabra, las prolongaciones y los bloqueos con
tensión, más de una cuarta parte de todas las repeticiones tienen dos o más
iteraciones, son más rápidas y presentan agrupaciones de los errores. Los niños
tartamudos presentan más movimientos asociados a los bloqueos, especialmente
movimientos de los globos oculares hacia los lados y parpadeos. Además, la
frecuencia, rapidez y esfuerzo de sus disfluencias aumenta a lo largo de los primeros
meses desde el inicio.
Los factores asociados a la persistencia de la tartamudez inicial son: ser varón, la
 presencia de antecedentes familiares de tartamudez crónica, menor nivel de desarrollo
articulatorio, duración de las disfluencias superior a los catorce meses y un habla
rápida.

68
Este problema de tartamudez persistente afecta al 1% de la población menor de
doce años, y está presente en todas las lenguas, culturas y grupos sociales. En la
mayoría de los casos, la tartamudez es de severidad leve o moderada, y su prevalencia
es mucho mayor en varones que en mujeres, lo que indica cierta predisposición
genética en la base del trastorno.
Tres de cada cuatro niños que comienzan a tartamudear remiten de forma
espontánea y sólo uno de cada diez llegará a desarrollar una tartamudez severa. En
estos casos, independientemente de que su inicio fuera progresivo o súbito, van
aumentando las repeticiones con el paso del tiempo, disminuyendo y distanciándose
los períodos de fluidez y apareciendo progresivamente los demás componentes
verbales, motores, cognitivos y fisiológicos que definen la tartamudez crónica.

1.  Exposición de un caso clínico (I): Carlos es un niño que tartamudea

Los padres de Carlos han visitado al pediatra preocupados porque creen que su hijo es
tartamudo.Tras haberle estado observando detenidamente, están seguros de que a su
hijo le cuesta hablar y quieren que se intervenga lo antes posible para “corregir este
hábito y que el niño hable con normalidad”. Además, existen algunos casos en la
familia de su padre de personas tartamudas o, al menos, que no hablan “tan seguros y
rápido como los demás”.
Carlos tiene tres años y siete meses. Su desarrollo ha sido totalmente normal en
todos los aspectos. El embarazo y el parto fueron normales, comenzó a andar cuando
tenía un año, sus primeras palabras ( papá, mamá) aparecieron hacia los doce meses y
no ha tenido enfermedades de consideración. En la actualidad, su desarrollo motor es
adecuado y sus relaciones con otros niños en la guardería son muy buenas.
El lenguaje de Carlos está menos desarrollado que el de sus dos hermanos
cuando tenían su edad y es algo más pobre sintáctica y léxicamente que el de los niños
de la guardería, tal y como le han comentado sus cuidadoras. De hecho, desde la
guardería les hicieron alguna recomendación acerca de la necesidad de estimularle más
 para que avanzara en su desarrollo verbal.
El problema de fluidez ha comenzado hace unos siete meses más o menos. Los
 padres escuchaban repetir sonidos y sílabas, sobre todo al principio de la frase y
cuando Carlos estaba cansado o excitado. Eran frecuentes las repeticiones como qui-
qui-qui-quiero tate  (chocolate), que, que, que, que sí, que, que sí quero  (quiero),
vamo (vamos) a llamá (llamar) a la, a la, a la, puli, puli, pulicía  (policía).También
han identificado prolongaciones de sonidos como eeeeeta  (esta) , aaaaanimal  o
 paaaaaapá. En ocasiones, las repeticiones se alargaban y le costaba mucho terminar la
frase. Desde hace unas semanas la madre ha observado que, a veces, abre la boca
 para decir algo, la deja abierta unos segundos, pero no dice nada. Un día la madre se
asustó especialmente porque el niño le dijo “que no podía hablar”. Fuera de este
episodio Carlos se relaciona con todos lo niños, no parece tener conciencia alguna de

69
su problema y no le importa hablar con desconocidos o exhibirse ante sus padres y
hermanos con las canciones y poesías que le enseñan en la guardería.
El padre de Carlos también tuvo problemas de tartamudez siendo niño, aunque
luego remitieron. No obstante, reconoce que hay algunas palabras en las que
tartamudea y que cuando está nervioso “en seguida se me nota porque tartamudeo
mucho”. Un tío paterno de Carlos es tartamudo y la abuela paterna también tenía
frecuentes disfluencias. Estos antecedentes familiares preocupan aún más a los padres,
que no quieren que este problema esté presente en Carlos. Por eso, a pesar de que los
consejos iniciales del pediatra fueron en la línea de esperar la evolución, ahora creen
que su habla ha ido empeorando y desean iniciar un tratamiento lo antes posible.

2.  Exposición de un caso clínico (II): Elena es una niña con tartamudez 

Cuando Elena tenía cuatro años, sus padres consultaron al pediatra porque la niña
 presentaba repeticiones y prolongaciones de sonidos. El médico les pidió que
esperaran un tiempo y estuvieran atentos a la evolución de las disfluencias. Durante
esa temporada los padres de Elena procuraron ayudarla, pidiéndole que se parara y
comenzara a hablar cuando viera que repetía mucho o se “atascaba”. Algunas veces,
cuando las repeticiones se acumulaban en una o dos palabras y aparecían los
 bloqueos, Elena se ponía muy nerviosa o rompía a llorar porque “no me salen las
 palabras”. No obstante, nunca dio muestras de miedo a tartamudear delante de la
gente y era una de las niñas más populares en su clase de educación infantil. Este
comportamiento social adaptativo y el consejo de algunos profesionales acerca de la
inconveniencia de un tratamiento temprano, retrasó la decisión de intervenir por parte
de los padres, preocupados de hacer algo que agravara el problema. Lo único que
 pusieron en marcha fueron ciertos consejos sobre cómo hablar con Elena y pedían a
sus maestros que hicieran lo mismo con ella en el colegio.
Su desarrollo fue normal, si bien a los tres años el lenguaje espontáneo era
escaso y difícil de comprender debido a problemas de pronunciación y a las incipientes
disfluencias. En esos momentos iniciales los padres no recuerdan que hubiera
 bloqueos ni que la niña diera muestras de esfuerzo para hablar.
Actualmente Elena tiene once años y una conciencia clara de su tartamudez. No
tiene conductas de evitación social con sus amigos y compañeros de colegio, si bien se
retrae y no pregunta en clase todo lo que quisiera por miedo a los tartamudeos y a que
otros niños se rían de ella. A veces alarga voluntariamente los primeros sonidos de
ciertas palabras y al comienzo de su discurso. Otras veces evita ciertas palabras y,
cuando está más nerviosa y teme tartamudear más, se limita a responder con
monosílabos o frases cortas. Piensa que hablar bien es difícil y que los consejos que le
han dado hasta ahora y lo que intenta hacer no le sirven para mejorar.

70
3.  Exposición de un caso clínico (III): Antonio es tartamudo

Antonio, de 25 años y licenciado en Biología, afirma ser tartamudo desde que empezó
a hablar, pero su problema se acrecentó aún más cuando tenía unos catorce años. Sus
 padres consultaron al pediatra cuando era muy pequeño, pero éste les dijo que era
normal que algunos niños tartamudearan y que seguramente se corregiría por sí solo
con el paso del tiempo.También recuerda que cuando era un poco mayor sus padres le
corregían y le daban consejos tales como pensar bien lo que quería decir, pararse y
arrancar cuando se producían los bloqueos o respirar bien.
Inició un tratamiento logopédico a los catorce años con cierto éxito, pero los
avances no se generalizaban a las situaciones fuera de la consulta (si bien para él era
todo un gozo oírse hablar de forma mucho más fluida). Cambió de profesional e inició
un nuevo tratamiento, que también abandonó al ver la inestabilidad de sus logros, la
dificultad para practicar los ejercicios en contextos sociales reales y al comenzar a
 pensar que la tartamudez le estaba limitando de tal manera que quizá fuera mejor 
visitar a un psicólogo que le enseñara “a convivir con este problema y no dejar que me
haga más daño”.
Su patrón de habla es indicativo de tartamudez moderada-severa, ya que las
repeticiones intrapalabra, los bloqueos con tensión y las prolongaciones son muy
frecuentes y se acompañan de movimientos asociados de cuello, ojos y hombros. Rara
vez mira a los ojos cuando habla y aún menos cuando se presenta el bloqueo, que
 puede llegar a alargarse duante varios segundos. En muchos casos busca palabras
sustitutivas de las más difíciles o altera la propia pronunciación adrede, como cuando
dice poroposición por  proposición. En muchos casos le cuesta iniciar la conversación
 porque le supone un enorme esfuerzo “pensar lo que quiero decir, lo que digo y
anticipar las palabras difíciles para buscar un sinónimo, o dar un giro y evitar ciertas
 palabras”. En la primera entrevista se le nota tenso, con un habla forzada y frases
cortas y rápidas.
Con frecuencia prefiere callarse a hablar y hay ciertas situaciones que
sistemáticamente evita, tales como hablar por teléfono, presentarse a desconocidos o
hablar en reuniones de su empresa, sobre todo si están los directivos, ya que se pone
muy nervioso y anticipa que sus tartamudeos serán aún más frecuentes e intensos.
Algunas veces en estas situaciones ha creído que la gente no valora lo que dice porque
está más atenta a su patrón de habla tartamudo y a evitar causarle molestias por ello:
“Cuando me atasco todo el mundo se da cuenta y disimula para que no ofenda, y esto
es lo que más me molesta de mi tartamudez, aunque sé que ellos lo hacen con la
mejor intención”.
Con su mujer no le cuesta hablar y también lo hace con su cuadrilla de amigos
más íntimos y con su familia. En general tiene buenas relaciones en su trabajo, pero
cree que su problema de habla le impide alcanzar logros mayores. Personalmente se
define como una persona seria e introvertida, cariñosa con sus seres queridos pero
temerosa frente a las personas menos conocidas. Su tartamudez no le impide una vida

71
normal pero se la dificulta bastante.

 Preguntas de autoevaluación

1. Se entiende por disfluencias tipo tartamudez (DTT):


a) Las repeticiones de partes de frases.
b) Las repeticiones de sílabas o partes de
 palabras.
c) Las sustituciones de unas palabras por otras.
d) Las repeticiones de palabras completas.
e) Los circunloquios.

2. Un componente psicofisiológico frecuente entre los tartamudos es:


a) La elevación de los valores EMG en cuello y cara al hablar.
b) Un patrón respiratorio lento y rítmico.
c) La falta de coordinación entre respiración y visión cuando se lee en voz alta.
d) Una estereotipia cardiosomática de respuesta en situaciones de habla.
e) La elevación de los valores EMG en cuello y cara en los momentos de
silencio.

3. La principal diferencia entre tartamudez temprana y tartamudez crónica se


establece por:
a) El aumento de las evitaciones sociales.
b) El incremento de repeticiones con tensión muscular asociada.
c) La toma de conciencia por parte del sujeto de su problema de
fluidez.
d) Un mayor número de bloqueos al comienzo de las palabras.
e) La disminución de las conductas de escape.

4. Entre las características de las disfluencias infantiles que señalan tartamudez se


encuentran:

72
a) Un porcentaje de palabras tartamudeadas inferior al 5%.
b) Dos o más unidades repetidas en cada episodio de iteración involuntaria.
c) Una distribución más o menos homogénea de las disfluencias a lo largo del
discurso.
d) Una disminución de las disfluencias desde su inicio hasta la fecha actual.
e) Ausencia de movimientos asociados de cuello, cabeza y ojos.

5. Un factor relacionado con la cronificación de la tartamudez temparana es:


a) Tener antecedentes familiares de tartamudez temprana.
b) Tener antecedentes familiares de tartamudez con remisión espontánea.
c) Tener antecedentes familiares de disfluencia normal.
d) Tener antecedentes familiares de tartamudez temprana de origen
neurológico.
e) Tener antecedentes familiares de tartamudez crónica.

73
2
 Etiología de la tartamudez 

La causa última de la tartamudez permanece desconocida después de varias décadas de


investigación centradas en el origen del trastorno. No obstante, en la actualidad algunas
evidencias están claramente contrastadas: existe predisposición genética no sólo de la
disfluencia patológica, sino de su persistencia y recuperación, el funcionamiento cerebral
en tareas de habla y lenguaje es diferente entre fluyentes y no fluyentes, y el papel del
comportamiento de los padres no afecta tanto a la aparición de la tartamudez cuanto al
correcto desarrollo de la fluidez.
La historia de la investigación etiológica en los trastornos de la fluidez ha pasado
 por etapas de búsqueda de un solo factor –o de muy pocos y relacionados– que explicase
la mayoría de los casos de tartamudez. Y lo ha hecho sin éxito, a pesar de haber 
explorado en todas las direcciones. En la actualidad se proponen modelos más complejos,
que suponen la interacción de cierta predisposición genética, factores constitucionales y
 procesos psicofisiológicos, junto con la influencia de variables ambientales y de
aprendizaje. El paso de la búsqueda de mecanismos simples a la formulación de modelos
clínicos denota el abandono de un clásico modelo médico foniátrico para asumir 
explicaciones funcionales más elaboradas, que entienden la necesidad de considerar 
factores más que “causas”, y hacerlo desde un interés aplicado, teniendo en cuenta el
 propio curso temporal del trastorno y la necesidad de considerar el peso de cada variable
en relación al momento evolutivo del problema y a la múltiple y variada sintomatología
que los pacientes presentan.
Los modelos etiológicos actuales son principalmente clínicos. Esto es, no
conforman grandes teorías explicativas de la tartamudez, sino que relacionan los factores
conocidos implicados en la génesis y desarrollo del trastorno con intención de iluminar las
tareas de evaluación y determinación del tratamiento para un sujeto en cuestión. Parten
de considerar tres errores históricos en el estudio clínico de la tartamudez, para evitar a
los profesionales caer en ellos de nuevo: en primer lugar, la búsqueda de explicaciones
simples y universales que, con frecuencia, padecían de cierta dicotomía entre lo biológico
y lo aprendido y no reflejaban sino los diferentes intereses de los investigadores por 
resaltar unos factores frente a otros; en segundo lugar, la falta de referencia a la
 producción y control normales del habla y, en tercer lugar, la confusión entre los factores

74
implicados en el inicio de las disfluencias y aquellos que explican el desarrollo y
cronificación de las mismas, con la aparición de los componentes secundarios, tal como
se ha descrito en el capítulo anterior. En resumen, es probable que los factores
determinantes del inicio de las disfluencias patológicas no sean los mismos que los
implicados en la puesta en marcha de otra serie de comportamientos más propios de la
tartamudez crónica. Un chico tartamudo de quince años es probable que tartamudee aún
más cuando se encuentra nervioso o cuando anticipa que va a tartamudear, pero es difícil
aceptar que la ansiedad sea la causa de su disfluencia o que el condicionamiento aversivo
ante ciertos fonemas o palabras generase sus primeras disfluencias cuando tenía tres
años.
Esta diferencia entre factores implicados en el inicio de la tartamudez (esto es,
disfluencias patológicas tempranas) y factores relacionados con la cronificación de la
misma (es decir, manifestaciones secundarias y respuestas asociadas) es de enorme
importancia para el clínico que se enfrenta a tartamudos de más edad, ya que le permite
diferenciar qué variables pueden ser responsables de cada parte del problema y mediante
qué procesos estas variables actúan. Ponen orden en un trastorno complejo que cuenta
con una historia repleta de factores que se han propuesto como relevantes frente al
mismo. Muchos autores han relacionado también esta diferenciación con la mayor o
menor importancia de factores orgánicos o ambientales: las variables constitucionales y
genéticas parecen más implicadas en el inicio del problema o, lo que es lo mismo, en la
falta de fluidez como habilidad, mientras que los factores ambientales y los mecanismos
de aprendizaje parecen afectar más al desarrollo del trastorno y la determinación de los
elementos que mejoran o empeoran la tartamudez, si bien los primeros pueden seguir 
 presentes a lo largo del tiempo y determinar su persistencia o recuperación (Ambrose et 
al ., 1997).
En este capítulo se presenta un sencillo y actual modelo de producción y control del
habla, que permite establecer la referencia sobre la que ubicar diferentes factores que han
demostrado su implicación en la génesis y desarrollo del trastorno. En la exposición de
cada uno de estos factores se pretende resaltar el interés aplicado de su consideración
 para un paciente concreto, de manera que la evaluación se oriente, en buena medida, a
determinar su presencia o ausencia en un caso determinado, para actuar en consecuencia.
Por último, se resumen las aportaciones parciales de cada uno de estos factores en la
 presentación de la teoría de capacidades y demandas (Starkweather, 1987; Starkweather 
y Givens-Ackerman, 1997), centrada en tartamudez temprana. Se trata de un modelo
multifactorial de gran sencillez teórica y utilidad clínica, que integra los conocimientos
actuales desde un punto de vista aplicado que oriente las decisiones terapéuticas. La
teoría de Strakweather relaciona la vulnerabilidad biológica y la presión ambiental que
entorpecen el desarrollo de la fluidez y favorecen la disfemia.

2.1. Un modelo de producción del habla como marco de referencia

75
La producción del habla es uno de los comportamientos más complejos, tanto desde el
 punto de vista de la planificación y control cognitivos, como desde la ejecución motora.
Para decir un mensaje concreto están disponibles varios miles de palabras pertenecientes
a la lengua del hablante y se ponen en juego más de cien músculos implicados en la
articulación, que deben coordinarse de forma compleja y secuencial. Para abordar la
descripción del control motor del habla y su constante monitorización por parte del
hablante (que necesita confirmar que está diciendo lo que desea y lo hace de forma
correcta) se hace necesario contar con un modelo de producción verbal que integre y
detalle las distintas fases y procesos implicados en el habla. En este sentido, el modelo de
roducción motriz del habla (Van Lieshout, Hultsjin y Peters, 1996 y 2002) y la teoría
del bucle perceptivo (Levelt, 1989 y 1992) forman la aproximación actual más relevante
en la literatura psicolingüística y una de las más útiles para abordar la explicación de la
tartamudez desde una perspectiva motriz.

Figura 2.1.  Modelo de producción del habla (Levelt et al ., 1999).

76
Se parte de un hablante que desea decir algo concreto, una idea particular que se
emitirá en forma de frase o sentencia. El contenido que quiere expresarse pasa por tres
fases: conceptualización, formulación y articulación. La idea primero es codificada por el
conceptualizador   como una proposición no lingüística o mensaje preverbal . Este
mensaje es introducido en el  formulador , que le da una forma verbal. Esta formulación
lingüística tiene lugar mediante dos pasos: primero, un proceso de codificación gramatical
 proporciona al mensaje una estructura sintáctica superficial ; segundo, esta estructura
sintáctica dispara un proceso de codificación fonológica, cuyo resultado es un  programa
onético final para la frase. Este esquema fonético es una representación interna de cómo
debe ser articulada la frase, por lo que también se denomina  programa o esquema
articulatorio. Para este modelo es muy importante considerar que el programa fonético
es inspeccionado por un monitor interno antes de disponerlo para su articulación. En el
último paso, el articulador   recupera el plan fonético de la memoria intermedia pre-
articulatoria y lo ejecuta en forma de habla manifiesta.
En terminos más sencillos, existe primero el nivel de  preparación conceptual , en el
que las ideas, pensamientos o intenciones que se van a expresar se especifican y
transforman en un mensaje preverbal. Después aparece el nivel de  formulación, en el
que los conceptos se traducen en formas verbales o lingüísticas. Este nivel incluye la
codificación gramatical   (esto es, la selección de elementos léxicos que sustituyen a las
estructuras conceptuales y se unen en un marco sintáctico o estructura superficial) y la
codificación fonológica  (es decir, la determinación de las formas fonéticas definitivas).
Por último, el esquema fonético se inicia y ejecuta de forma articulatoria, mediante una
serie de procesos sucesivos que conducen a la producción del habla.
La mayor parte de la investigación que relaciona la producción del habla con la
tartamudez se centra en el nivel de articulación del modelo de Levelt. En este nivel tiene
lugar una serie de procesos sucesivos que conducen finalmente a la producción del habla.
La fluidez del habla puede estar influida por las exigencias y demandas a lo largo de
etapas diferentes.
Tomando como referencia los descubrimientos recientes sobre las teorías motrices
(Peters, 2002), pueden distinguirse tres fases principales: 1)  fase de organización del 
esquema motor , en la que se elabora un plan motor abstracto; 2)  fase de preparación de
las órdenes motoras, en la que las órdenes a los músculos se sintonizan con el contexto
de la tarea verbal motriz, disponiéndolos para una correcta actuación; y 3)  fase de
ejecución motora, en la que las órdenes a los músculos se inician y desarrollan. A
continuación se detallan brevemente los procesos que suceden en cada una de estas fases
 para su posterior relación con la tartamudez:

 —   Fase de organización del esquema motor . El primer proceso es el de


codificación fonológica, donde se seleccionan los fonemas correctos para
formar una palabra o una frase. Posteriormente, las unidades silábicas
fonológicas se transforman en esquemas motores abstractos. Estos esquemas
o plantillas motrices se recuperan de la memoria a largo plazo o se crean

77
directamente partiendo de cero en el caso de que la sílaba sea poco frecuente
en la lengua. Este esquema motor es bastante abstracto, en el sentido de que
no transmite información específica del comportamiento de cada órgano
articulatorio concreto, sino que más bien está relacionado con un tipo general
de acciones (por ejemplo, cerrar los labios en el sonido /b/ de la palabra
“bueno”). El esquema motor resultante se carga en la memoria a corto plazo.

78
Figura 2.2.  Fases y procesos en la producción motriz del habla (Van Lieshout et al ., 1996; Peters, 2002).

79
 —   Fase de preparación de las órdenes motoras. Esta fase supone todos los
 procesos que traducen el esquema motor producido en la fase anterior en
modelos de órdenes de activación muscular específicos según el contexto.
Estos modelos de órdenes son necesarios para activar los articuladores
individuales implicados en la producción de un determinado sonido (por 
ejemplo, labio superior, labio inferior y mandíbula para un sonido bilabial).
Los esquemas motores se recuperan de la memoria a corto plazo y se ajustan
a las exigencias particulares de la situación comunicativa: tensión, velocidad e
intensidad son parámetros que se suman al esquema motor para optimizar no
sólo su ejecución, sino la transmisión de matices deseados por el hablante para
expresar exactamente lo que desea y cómo lo desea. En este momento, la
selección de los valores adecuados exige una correcta percepción
 propioceptiva y somatosensorial, así como la suficiente flexibilidad para que
 pueda pasarse de un fonema al siguiente y de una sílaba a la siguiente de
manera rápida, suave y precisa.
 —   Fase de ejecución motora. Tras ajustar los parámetros se activan los
músculos efectores, lo que da lugar a los movimientos en los subsistemas
respiratorio, fonador y articulatorio que producen el habla. Como resultado, se
 provocan diferencias de presión de aire que generan las ondas sonoras que son
 percibidas por el oyente como sonidos, sílabas y palabras que conforman el
mensaje que se le envía. En este momento, el hablante recibe también
información acústica de su propia ejecución, lo que contribuye a la
retroalimentación necesaria para el proceso posterior de ajuste motor.

Hasta aquí se ha descrito la producción motriz del habla, pero ¿qué sucede con la
supervisión de la misma que hace el hablante? El modelo propuesto asume que la
regulación o supervisión del habla implica la actuación de dos bucles perceptivos de
eedback , uno interno y otro externo. El bucle externo se activa una vez que se ha
 producido el habla manifiesta, y actúa sobre ella gracias a la audición que el hablante
recibe de su propio discurso, transformándolo en una cadena o  secuencia fonética. El
sistema de comprensión del habla “evalúa” gramaticalmente esta secuencia, esto es, la
analiza fonológica, semántica y sintácticamente. El resultado final de este proceso (habla
analizada) se envía de nuevo al conceptualizador, que creó el mensaje original. Así pues,
este supervisor-comparador chequea la producción final del habla, interrumpe su discurso
e inicia el proceso de reparación cuando detecta algún error.
Además del bucle externo de control, el modelo de Levelt propone un bucle interno.
Este mecanismo es muy semejante al anterior, si bien los procesos de articulación y
audición no entran en juego. El sistema de comprensión del habla afecta en este caso a la
 programación fonética y a la secuencia fonológica posterior, esto es, a lo que el individuo
 planeaba decir y a cómo percibe que lo ha dicho. De hecho, el programa fonético no es
sino la representación del habla interna (lo que desea decirse una vez que ha sido
formulado lingüísticamente) y como tal puede ser evaluado igual que el habla manifiesta,

80
 para eliminar o corregir los errores verbales. Se compara el mensaje una vez codificado
lingüísticamente con la secuencia fonética que emite, de manera que se asegura que la
expresión verbal del mensaje se ajusta al contenido del mismo, tal y como deseaba
transmitirlo, y que la planificación fonética es correcta para su ejecución motora, puesto
que traduce bien la codificación verbal del mensaje: la formulación verbal del mensaje se
ajusta a la idea que quiere expresarse.

Figura 2.3.  Teoría del bucle perceptivo de autosupervisión (Levelt, 1989).

Como puede verse, estos bucles de  feedback   actúan como mecanismos de


comparación entre los distintos momentos de la producción verbal y el contenido final
que se emite, y exigen una fina coordinación entre percepción somatosensorial,
cinestésica y auditiva. Para el clínico de la tartamudez es útil imaginar un comparador  en
la base de la función autorreguladora, que contrasta la idea con la expresión real de la
misma y que detecta los desajustes semánticos, sintácticos, gramaticales y –más
importantes en el caso que nos ocupa– fonológicos que pueden haberse producido a lo
largo del proceso. Si el contenido de lo que se dice y cómo se dice se ajusta a lo que
desea decirse, el proceso continúa. Si existen errores en la programación neurolingüística
(formulación) o en su ejecución motora (planificación de órdenes motoras, articulación y

81
fluidez), el comparador los detecta, informa al sujeto de ellos y le dispone para tomar 
medidas correctoras (cambiar una palabra por otra que expresa mejor la idea, pronunciar 
con más precisión una sílaba, articular de forma más correcta un fonema o introducir una
muletilla que permita decir la palabra bloqueada y continuar el flujo del habla serían
ejemplos del tipo de correcciones que inicia el sujeto ante los errores).
Los mecanismos de autorregulación van perfeccionándose con el desarrollo del
individuo, no sólo gracias a la maduración de los receptores sensoriales, los efectores
motores y los procesos centrales de codificación y formulación, sino también en parte
 por la propia experiencia como hablante y oyente. El niño va aprendiendo a perfeccionar 
el proceso general de producción y autorregulación del habla. Por una parte, el propio
desarrollo cognitivo va permitiendo una elaboración más compleja y precisa de las ideas
y su formulación neurolingüística; por otra parte, la maduración motora permite una
ejecución más adecuada, tanto antes como durante la producción del habla; el niño va
ganando en agudeza para detectar los pequeños errores que se producen en cada punto
del proceso y el modo de resolverlos. Pero el niño no sólo es hablante, sino también
oyente, que recibe información constante de cómo construir el mensaje verbalmente y
cómo ejecutarlo motrizmente de forma correcta. Con cada ensayo de habla, y de la
mano de su desarrollo y de la respuesta del oyente, optimiza su capacidad reguladora y
automatiza su funcionamiento.

82
Figura 2.4.  Modelo de comparador entre programación y ejecución (adaptado de Laver, 1980, y Santacreu y
Froján, 1993).

En la actualidad, la tartamudez se entiende como un trastorno que tiene su origen


en el mal funcionamiento de la producción y control del habla. Abordar la tartamudez
desde un modelo general de producción del habla normal permite comprender cómo una
multiplicidad de factores pueden interferir en el proceso de fluidez, alterando bien la
 planificación motora, bien su ejecución, bien los mecanismos de autocontrol. Del mismo
modo, es posible entender cómo diferentes factores pueden tener las mismas
consecuencias y por qué diferentes personas tartamudas lo son por razones distintas.
Además, el proceso de habla es claramente funcional y comunicativo, por lo que factores
emocionales, sociales y de condicionamiento pueden influir a lo largo de todo el proceso
causando o agravando las disfluencias.
En definitiva, las aportaciones clínicas y experimentales sobre los mecanismos de
 producción motriz del habla permiten explicaciones multifactoriales de la tartamudez,
orientan al clínico y al investigador en busca de diversidad de variables que pueden estar 
implicadas y transforman las clásicas teorías etiológicas en hipótesis de trabajo sobre las
que colocar el papel de cada factor implicado. Y lo que es más importante: se han podido
desterrar muchas creencias generalizadas sobre la tartamudez vigentes durante mucho
tiempo, tales como el papel de los padres, la universalidad de la disfemia fisiológica o la
importancia de la ansiedad. Tal y como están las cosas, los autores más destacados
sostienen que la tartamudez es un trastorno multicausal, donde debe contemplarse el
 papel de factores cognitivos, lingüísticos, emocionales y motores en su etiología y
desarrollo, e insisten en que la relativa ponderación de estos factores hace que la
tartamudez varíe en cada individuo (Smith y Kelly, 1997 y 1999).

83
Figura 2.5.  Representación de un modelo multifactorial dinámico de produción del habla: A) aplicación a la
tartamudez (Smith, 1999); y B) relación entre diferentes variables implicadas en la tartamudez (Smith y Kelly,
1997).

La afirmación principal de un modelo multifactorial es que los tartamudos padecen


un trastorno en el control del habla o que se encuentran en el extremo inferior de un
continuo de destreza motriz del habla. El sistema de producción del habla es un continuo
que va desde la mayor estabilidad hasta la mayor inestabilidad. En términos clínicos,
suele decirse que las personas se distribuyen a lo largo de un continuo de mayor a menor 
habilidad para un habla fluida. Los factores cognitivos, lingüísticos y emocionales afectan
a la producción motriz del habla, y lo hacen sobre la base genética del individuo y las
características del ambiente que le rodea. La presencia de estos factores en un sujeto
concreto, en interacción con su mayor o menor vulnerabilidad hereditaria y la mayor o

84
menor presión ambiental, pueden producir una alteración de la fluidez que el propio
individuo y la cultura a la que pertenece juzgan como anómalas y desagradables.
La consecuencia clínica es evidente: la estrategia en tareas de evaluación y
diagnóstico no debe centrarse en “la causa” de la tartamudez, sino en adoptar una
hipótesis de trabajo basada en un modelo multicausal dinámico y determinar qué
variables afectan a la estabilidad de los procesos motores del habla en esta persona
concreta que tartamudea.

2.2. Factores relacionados con la génesis y desarrollo de la tartamudez

Tradicionalmente, las variables relacionadas con el origen, mantenimiento y cronificación


de la tartamudez se han clasificado en factores de predisposición genética, factores
 biológicos, factores lingüísticos, psicológicos y variables ambientales. Generalmente se ha
considerado que los tres primeros están más implicados en la falta de habilidades innatas
 para una fluidez adecuada, mientras que las variables cognitivas, emocionales y de
condicionamiento actúan más sobre otros componentes del patrón del habla tartamudo y
sobre algunas respuestas secundarias al mismo. Las variables ambientales guardan
relación con las fluctuaciones de la tartamudez y, sobre todo, con el correcto desarrollo
de la fluidez en los primeros años.
A continuación se expondrán someramente los factores más conocidos y
delimitados, los principales datos que avalan su papel en el curso del problema y las
repercusiones aplicadas para el clínico que se derivan de su consideración ante un caso
 particular.

2.2.1. Predisposición genética

En la actualidad no hay duda de la predisposición hereditaria de la tartamudez, es decir,


existe consenso sobre su transmisión genética. Podrá haber discusión acerca de si lo que
se hereda es una menor habilidad para la fluidez –sobre la que deberían actuar otros
factores ambientales para que el trastorno se manifieste– o alguna otra anomalía
estructural o funcional responsable última de los tartamudeos, pero no se cuestiona el
carácter genético de la misma: es mucho más frecuente la tartamudez entre niños que
tienen familiares cercanos tartamudos, del mismo modo que aquellas parejas en las que
uno de los miembros es tartamudo tienen mayor probabilidad de tener un hijo con este
mismo problema.

Cuadro 2.1.  Proporción de f amiliares con tartamudez entre niños y niñas tartamudos

85
 Fuente: Ambrose et al ., 1993.

Además, no sólo tiene origen genético el trastorno o la predisposición al mismo,


sino que algunos de los factores relacionados con la recuperación espontánea o la
 persistencia de la tartamudez son también heredados. Numerosos estudios de
seguimiento han demostrado que los niños que tienen familiares con tartamudez crónica,
es decir, que no remitió de forma natural, son mejores candidatos a mantener su
 problema, mientras que si los familiares se recuperaron, el pronóstico será más favorable
(Ambrose et al ., 1997; Yairi et al ., 1996; Yairi y Ambrose, 1999). Por tanto, el interés
del clínico no debe centrarse sólo en la delimitación de antecedentes personales de
tartamudez, sino en si estos familiares se recuperaron o no de su disfluencia, pues esto es
lo que marca el punto de corte más aplicado de cara al diagnóstico, al pronóstico y a la
decisión de cómo intervenir sobre la tartamudez temprana de un niño concreto. Existe,
 por tanto, predisposición genética para la aparición del trastorno y su posterior evolución,
si bien la investigación genealógica parece indicar que persistencia y recuperación se
transmiten por cauces diferentes, es decir, sobre una base genética común la persistencia
se transmite por factores hereditarios adicionales.
La mayoría de los estudios que buscan las bases genéticas de la tartamudez son

86
estudios familiares, no moleculares, por lo que no se han determinado aún qué genes son
los responsables últimos de la falta de fluidez. Estos estudios estadísticos se fundamentan
en comparaciones entre pacientes identificados (denominados referentes) y sus familiares
de primer y segundo orden, para determinar el porcentaje de casos en los que concurre la
tartamudez y establecer de este modo el grado de probabilidad en la transmisisón
genética del trastorno, si está o no ligada al sexo del progenitor, si deben estar presentes
otros factores también genéticos y otras cuestiones relacionadas. Especialmente
interesantes son los estudios con gemelos monocigóticos en los que uno de ellos es el
referente y se determina el número de casos en los que el otro hermano también presenta
tartamudez u otro problema relacionado. Este tipo de trabajos genealógicos han
determinado que entre el 20-74% de los tartamudos tienen familiares que tartamudean.
En las comparaciones entre gemelos monocigóticos, cuando uno de ellos presenta
disfluencias patológicas, la probabilidad de que el otro hermano también sea tartamudo es
del 20-83%; entre gemelos dicigóticos del mismo sexo, el porcentaje de co-ocurrencia es
del 3-11%. El porcentaje de no tartamudos tomados como referentes que indicaron
 presencia de familiares tartamudos oscila entre el 1,3-42% en diferentes investigaciones,
si bien la mayoría de los estudios indican un porcentaje menor del 10%.
Las notables diferencias entre estos estudios pueden atribuirse al método de
obtención de datos (cuestionario versus  entrevista), el sexo y edad de los sujetos
referentes (niños o adultos) o la propia definición de tartamudez que se adopte. Teniendo
en cuenta estos problemas, además del hecho de que en la investigación genealógica los
falsos negativos (es decir, tartamudos reales que no fueron considerados como tales) son
más numerosos que los falsos positivos (esto es, personas consideradas tartamudas sin
serlo) y los frecuentes casos de recuperación espontánea, es probable que hasta tres
cuartas partes de los disfémicos tengan parientes próximos o lejanos que tartamudean. El
riesgo de tartamudez entre familiares de primer grado de un tartamudo es alrededor del
15%, y por tanto mucho mayor que el riesgo en la población general (5%
aproximadamente).
Estos mismos estudios han concluido que el riesgo de tartamudez entre familiares
de primer grado es diferente y que la variable sexo vuelve a ser nuevamente relevante en
este caso. El cuadro 2.2 recoge el porcentaje de riesgo que tienen los familiares próximos
de un tartamudo de padecer tartamudez. Estos datos indican que los familiares
masculinos (hermanos e hijos) de una persona tartamuda tienen mayor riesgo de
 presentar el mismo trastorno que sus familiares femeninos (hermanas e hijas). Otros
estudios indican que los hijos varones de madres con tartamudez crónica tienen un riesgo
 próximo al 33% de presentar tartamudez, lo que denota la importancia de esta vía de
transmisión genética.
En cambio, la severidad del trastorno no es un factor relevante en el riesgo de
tartamudez entre familiares: la descendencia de un progenitor con tartamudez severa no
tiene necesariamente mayor riesgo de tartamudez que la descendencia de un padre o
madre con tartamudez leve o moderada. Debe insistirse que sí lo es la presencia de
 progenitores que en la actualidad siguen siendo tartamudos, independientemente de su

87
gravedad. Un niño pequeño con disfluencias y familiares cercanos con tartamudez
 persistente tiene más riesgo de cronificación y, por tanto, menor probabilidad de
remisión, por lo que estaría presente un elemento determinante de intervención directa
sobre su habla. Si el niño disfluente no tiene antecedentes de tartamudez o sus familiares
tartamudos se recuperaron de la misma, el pronóstico es mejor y la intervención, si no
están presentes otros factores de riesgo, será diferente (Rodríguez Morejón, 2001).

Cuadro 2.2.  Riesgo asociado de tartamudez entre familiares de primer grado de un paciente tartamudo

Hermanos 20-26%
Hermanas 7-18%
Hijos 26%
Hijas 12%
Riesgo medio en familiares de 1. er grado 15%
Riesgo en población general 5%

2.2.2. Factores biológicos

Durante mucho tiempo se propusieron teorías explicativas de la tartamudez que


centraban su interés en la búsqueda de lesiones centrales o periféricas o en un mal
funcionamiento fisiológico de los mecanismos del habla. Estas anomalías podían ser 
heredadas o consecuencia de un mal proceso evolutivo, pero en cualquier caso
conformarían la base orgánica (alteraciones cerebrales, en el control motriz del habla y en
el procesamiento sensorial de señales) que, de forma aislada o en combinación con otros
factores ambientales, favorecería la aparición del tartamudeo.
En la actualidad, ninguna de estas teorías puede considerarse como “la causa” de la
tartamudez, pero han orientado en la determinación de factores implicados en ella, bien
como variables de predisposición, bien como alteraciones en el proceso de ejecución del
habla que provocan la falta de fluidez y el inicio de disfluencias atípicas.
Entre los mecanismos fisiológicos más explorados se encuentran aquellos que se
centran en el procesamiento cerebral del lenguaje, los procesos de retroalimentación
 perceptiva y la coordinación motriz y miorrespiratoria en la producción del habla. Debe
señalarse que la mayoría de los trabajos que han permitido identificar estas variables son
estudios comparativos entre sujetos tartamudos y no tartamudos, con lo que sus
conclusiones deben considerarse con cautela, ya que no permiten establecer 
necesariamente relaciones de causalidad. En otras palabras, queda sin aclarar si estas
diferencias son causa o resultado de la tartamudez y si estas anomalías tienen una base
genética o son consecuencia de la acción de factores ambientales sobre una característica
estructural o funcional desconocida, que es la responsable última de la aparición de estas

88
alteraciones.

Cuadro 2.3.  Resumen de las principales teorías biológicas de la tartamudez

• Lateralidad cruzada o contrariada


• Falta de dominancia hemisférica
Disfunción cerebral • Procesamiento central derecho del lenguaje
• Patrón EEG defectuoso (ondas alfa)
• Sobreactivación de áreas motoras

• Excesivo tono EMG al hablar 


Disfunción • Reactividad EMG en órganos fonatorios
neuromuscular • Problemas articulatorios
• Problemas en los reajustes motrices del habla

Disfunción • Retroalimentación auditiva demorada


perceptiva • Control preferentemente auditivo del habla adulta
• Sensibilidad propioceptiva limitada

Descoordinación • Déficit de control motriz del habla


entre sistemas • Falta de coordinación miofonatoria
efectores • Problemas de control laríngeo y respiratorio

 ) Procesamiento cerebral del lenguaje y el habla

Cada vez existen más evidencias de que el cerebro de las personas adultas con
tartamudez funciona de forma diferente en tareas de habla y lenguaje. En concreto,
 parece que los sujetos que tartamudean activan preferentemente algunas regiones del
hemisferio derecho para procesar material verbal, al contrario de lo que hacen las
 personas fluyentes, que tienden a usar el hemisferio izquierdo (Braun et al ., 1997; Kroll
y De Nil, 1998, entre otros). No obstante, conviene precisar que esta afirmación no se
sostiene en las consideraciones que desde tiempo atrás circulan en el campo de la
tartamudez.
Por una parte, ha quedado demostrada la falta de relación causal entre zurdería y
tartamudez, tal y como se mantenía equivocadamente desde los años treinta. Además de
considerar que la dominancia manual diestra o zurda no es un indicador fiable de la
especialización hemisférica para el lenguaje, no hay datos que avalen que la mayoría de
los tartamudos sean zurdos, más bien lo contrario. Y apenas hay casos de zurdería

89
contrariada entre las personas que tartamudean. Por otra parte, los estudios con el test de
Wada (inoculación de amital sódico en la arteria carótida para anular temporalmente la
actividad de uno u otro hemisferio), que pretendían demostrar la representación bilateral
del habla en las personas con tartamudez, no se han confirmado en estudios más
recientes y precisos: la representación bilateral del habla no es necesaria para la
tartamudez, del mismo modo que una representación unilateral no previene de la
aparición de tartamudeos. Algo semejante puede concluirse de los trabajos clínicos con
registros electroencefalográficos (EEG) y escucha dicótica (es decir, la presentación de
dos estímulos auditivos –verbal y no verbal– de forma simultánea, uno en cada oído).

Cuadro 2.4.  Diferencias entre tartamudos y no tartamudos en funcionamiento cerebral durante tareas de habla

90
91
Mucho más concluyentes y fiables resultan los trabajos con tomografía por emisión
de positrones (TEP) y resonancia magnética funcional (RMf) y otras técnicas de
neuroimagen, que permiten visualizar la actividad cortical y subcortical in vivo cuando el
sujeto realiza diferentes tareas o se le presentan determinados estímulos. Estos estudios
neurológicos han revelado algunas diferencias notables entre personas tartamudas y no
tartamudas en la forma como las áreas cerebrales funcionan durante el habla ( cuadro
2.4), especialmente cuando se producen los tartamudeos.
Estos resultados sugieren que las personas con tartamudez presentan una
sobreactivación generalizada del sistema motor cortical y cerebeloso, con mayor 
lateralización del hemisferio derecho, mientras que las áreas de procesamiento auditivo
(esto es, córtex temporal) presentan cierta inhibición. Ambos mecanismos están
relacionados con los otros dos factores biológicos asociados a la tartamudez que se
describen en los siguientes apartados, y con las teorías que relacionan la fluidez y el
lenguaje como procesos interrelacionados en la génesis de la tartamudez, tal y como se
desarrollará al describir los factores psicolingüísticos.
Las diferencias interhemisféricas en el procesamiento y planificación del habla entre
sujetos con y sin problemas de fluidez, y su modificación tras entrenamiento terapéutico
(Kroll et al ., 1997; De Nil, 2000) apuntan algunas consideraciones de interés clínico.
Estas diferencias neurales aparecen sólo en tareas de habla espontánea y lectura en voz
alta, pero no cuando el sujeto practica la lectura a coro (leyendo a la vez con otro). En
este sentido, parece que el procesamiento auditivo se normaliza cuando el sujeto lee muy
despacio, habla lentamente, habla en susurro o simplemente vocaliza, lo que indica que
este patrón de habla favorece el correcto control central del habla y favorece la fluidez.
En definitiva, los datos neurológicos, su relación funcional con las disfluencias y
anomalías del habla y su modificación tras el tratamiento eficaz indican la importancia de
una evaluación del patrón de habla en diferentes situaciones y contextos, y un
entrenamiento prolongado en control de la velocidad del habla, inicio fácil, articulación
suavizada, prolongación y suavizamiento de oclusivas. En definitiva, los factores
fisiológicos centrales justifican la necesidad del entrenamiento en habla lenta y la
modificación de la tartamudez como tratamientos orientados a un mejor control motor 
articulatorio basado en un correcto funcionamiento cerebral.

 B) Control motriz del habla y coordinación entre sistemas fonatorio, respiratorio y
motor 

Hablar es un movimiento complejo, que implica la coordinación entre varios


sistemas: debe mantenerse un adecuado ritmo respiratorio, ajustando las inspiraciones a
las pausas prosódicas y espirando el aire en sintonía con unos movimientos de la glotis
que permitan una correcta fonación y con una ejecución motriz de numerosos grupos

92
musculares de la boca y la cara que deben activarse y desactivarse rápidamente y con un
nivel de tensión adecuado para una buena articulación. Los problemas de fluidez pueden
tener su base en el mal funcionamiento de alguno de estos sistemas o, más
 probablemente, en la descoordinación entre ellos. Quizá por esto, los errores disminuyen
cuando se pide a la persona que cuchichee o vocalice sin hablar, ya que se elimina
experimentalmente uno de los tres sistemas. Este mismo factor puede explicar que el
entrenamiento en habla lenta, vocalización y respiración disminuya significativamente la
frecuencia e intensidad de los tartamudeos, tanto en adultos como, sobre todo, en niños.
Como ya se ha descrito, una parte de los sujetos tartamudos reacciona ante las
situaciones de estrés comunicativo con aumento de tensión en los músculos implicados
en el habla. Se trata de un patrón estereotipado de respuesta que se activa en situaciones
de habla, especialmente cuando el sujeto tiene que hacerlo bajo condiciones de ansiedad
o temor a la propia disfluencia. Se trata de un individuo que, al hablar, tensa
excesivamente los labios, los maseteros, la lengua y la glotis, impidiendo que los
movimientos articulatorios fluyan correctamente y provocando el bloqueo. Esto puede
explicar la elevada frecuencia de tartamudeos en las oclusivas y al comienzo de la palabra
o de la frase, así como la relación de los tartamudeos con la ansiedad. Por esta misma
razón puede explicarse que el entrenamiento en relajación muscular progresiva de los
músculos de cara y cuello aporte suavidad y fluidez al habla de los pacientes entrenados.
La determinación de este componente en un paciente concreto, bien mediante registros
EMG, bien por observación de la tensión al hablar, orientará al clínico sobre la necesidad
de incluir este factor en la explicación de la tartamudez del sujeto en cuestión, así como
la necesidad de entrenamiento en su control.
En este mismo sentido, algunos clínicos han constatado que mientras los sujetos
fluyentes, tras cometer errores de fluidez, parecen relajar su tono muscular (esto es,
reflejo de relajación), en los sujetos tartamudos sucede lo contrario: con cada repetición
del sonido o la sílaba bloqueada, el tono EMG de sus músculos articulatorios aumenta,
dificultando con cada nueva repetición la dicción de la palabra en cuestión. No obstante,
no está claro si esta reactividad muscular es causa o consecuencia de los propios
 bloqueos y de un intento ineficaz de controlarlos.
Desde los años ochenta los trabajos más interesantes y sistemáticos respecto a la
falta de coordinación en la programación y control motriz del habla proceden del análisis
riguroso de los mecanismos de producción de la dicción. Se trata de describir las fases de
ejecución motriz (figura 2.2) y determinar las diferencias entre tartamudos y no
tartamudos en cada una de ellas. Así, se ha comprobado que los sujetos tartamudos
 presentan mayores tiempos de reacción ante estímulos verbales, lo que provoca su
mayor lentitud en el inicio del habla, especialmente en ciertos contextos, e indicaría
disrupciones temporales de la puesta en marcha del  programa motor   para la producción
del habla. Igualmente, los sujetos con problemas de fluidez presentan mayor duración de
la dicción de cada sílaba y del intervalo entre un fonema y el siguiente, un mayor 
desplazamiento de los órganos implicados en la producción de cada sonido y mayor 
asincronía en los movimientos de labios y mandíbula, incluso en episodios de habla

93
fluida. Además, los sujetos tartamudos muestran mayores y más frecuentes movimientos
oscilatorios cuando aparecen las disfluencias: parece como si volvieran a poner los
órganos articulatorios a la condición anterior al comienzo de la repetición (oscilaciones) o
del bloqueo (posición estática), lo que señala de nuevo la relación paradójica entre
tartamudeos y sus intentos de superación forzando la fluidez.
Siguiendo el modelo de la figura 2.2, las anomalías observadas en las personas con
tartamudez en cada una de las fases de producción del habla y las explicaciones sugeridas
 para las mismas son:

 — En la fase de organización del esquema motor , se ha propuesto que los


tartamudos se equivocan más al seleccionar los fonemas correctos y tratan de
resolverlo de manera encubierta, pero esta corrección se realiza demasiado
tarde, lo que provoca el bloqueo del sistema o la repetición del fonema
erróneo hasta que se selecciona el correcto ( hipótesis de la reparación
encubierta de Kolk y Postma, 1997).
 — En la fase de  preparación de las órdenes musculares, en la que se recupera el
esquema motor cuando éste ha sido bien aprendido, se ha sugerido que un
factor implicado en la tartamudez consiste en fallos motores del aprendizaje,
que tienen como resultado esquemas motrices improductivos. De hecho, los
sujetos tartamudos son menos sensibles en su percepción somatosensorial,
con umbrales para reaccionar ante pequeños cambios propioceptivos
notablemente más elevados, con lo que la selección de parámetros de
intensidad, velocidad y tensión es menos precisa.
 — En la fase de ejecución motora, en la que se activan las unidades motrices de
los sistemas efectores del habla (respiratorio, fonatorio y articulatorio), se ha
demostrado que las personas disfluyentes tienen una velocidad y amplitud de
los movimientos articulatorios más bajas, así como una mayor variabilidad de
los mismos. En otras palabras, parece que los tartamudos tienen movimientos
del habla más lentos e imprecisos. Respecto a la respiración, algunos
tartamudos son incapaces de controlar la presión diafragmática y laríngea
durante el habla disfluente, aunque su patrón respiratorio es correcto cuando
no hablan. Estos pacientes suelen comenzar la frase de forma más abrupta,
con más presión aérea, lo que entorpece la articulación. Igualmente, tienden a
agotar el aire de los pulmones durante la lectura y la conversación, lo que de
nuevo manifiesta una coordinación inadecuada de los músculos respiratorios
durante el habla. En cuanto a la fonación, los registros psicofisiológicos
demuestran que los tartamudeos suelen acompañarse de una excesiva tensión
de los músculos laríngeos y, en algunos casos, de la coactivación de
antagonistas, lo que favorece los espasmos. Además, respiración y fonación
son dos procesos muy sensibles a los factores emocionales, actuando como
“puentes” de conexión entre los tartamudeos y las variables ambientales y
 psicológicas.

94
Todos estos datos sugieren que las personas tartamudas tienen menos destreza
motriz del habla que las personas fluyentes, entendiendo por este concepto un conjunto
de procesos cognitivos, motores y perceptivos aprendidos y automatizados. La destreza
motriz es un continuo, determinado tanto por factores congénitos como por la propia
historia de aprendizaje, y los tartamudos podrían encontrarse en el extremo inferior del
mismo. Cualquier exigencia extraordinaria pone gravemente a prueba sus limitadas
habilidades motoras. Así, entre otras cosas, la velocidad de habla a partir de la cual
aumenta la probabilidad de disfluencias es menor en los sujetos tartamudos, lo que
explica la ineficacia de intentar hablar rápido para no tartamudear y sus efectos
contrarios. En cambio, por esta misma razón, el entrenamiento en habla lenta es eficaz.
Y a esta misma causa pueden deberse otros dos fenómenos observados habitualmente en
la práctica clínica: por una parte, que los sujetos tartamudos hablan más despacio y con
una particular prosodia cuando no tartamudean, y por otra, el hecho casi universal de que
la lectura a coro y el canto reducen notablemente la frecuencia e intensidad de las
disfluencias. En estas circunstancias, la velocidad de movimiento es menor y se requiere
una articulación menos precisa (en el canto) y el ritmo externo puede proporcionar una
“señal de arrastre” que podría favorecer la coordinación (en lectura coral). Esto último es
válido para el control del ritmo con un metrónomo o cualquier otro sistema que
favorezca un control exterior, como el entrenamiento en silabeo y habla lenta.
Otras conclusiones clínicas que se derivan de la consideración de la tartamudez
como falta de habilidad para el habla fluida se refieren al proceso de evaluación. Es
 preciso analizar el patrón de habla tartamudo no como una serie de errores, sino como un
 patrón globalmente distinto: hay muchas diferencias en el habla fluida de tartamudos
adultos y no tartamudos, incluso cuando muchas no son perceptibles por el oyente, lo
cual refuerza la necesidad de tener en cuenta muchas más cosas que el simple registro de
las disfluencias. Es decir, en sentido estricto los “actos de tartamudez” no existen, no hay
un segundo en el que comience o termine el bloqueo y pueda considerarse el resto del
discurso como normal (Peters, 2002). El habla del sujeto tartamudo es diferente y habrá
que evaluar este patrón de habla en su conjunto. En este sentido, es preciso emplear 
tareas de lectura retardada e inmediata para evaluar la presencia de problemas de
 planificación del habla, tareas de habla rápida y lenta para determinar problemas de
velocidad del movimiento, verbalización de palabras simples y multisilábicas (con
diferentes grados de complejidad consonántica), para investigar el grado de control
motor, y medir el nivel de variabilidad en la repetición de la misma articulación para
estimar la inestabilidad de la ejecución verbal.
Por otra parte, existen grandes diferencias entre tartamudos individuales en
modalidades específicas de habla, dependiendo del tipo y nivel de exigencia en cada una,
 por lo que será preciso evaluar su control motor empleando diferentes tareas: imitación
verbal, lectura, lectura a coro, canto, habla automática y espontánea, conversación y
expresión verbal de contenidos emocionales. Será necesario evaluar las diferencias en
tartamudeo cuando el sujeto habla en tono normal o en susurro y, teniendo en cuenta la
importancia de los mecanismos perceptivos en la coordinación, ejecución y control del

95
habla, deberá evaluarse ésta en tareas de distracción cognitiva que dificulten los procesos
de retroalimentación auditiva o propioceptiva. Por último, en el caso de los adultos, será
 preciso determinar en qué medida ciertos pensamientos o emociones derivadas de la
 propia tartamudez o del temor a tartamudear afectan al proceso general del habla,
disminuyendo aún más la destreza para el habla fluida.

Cuadro 2.5.  Déficits neuromotores implicados en la tartamudez

• Excesivo tono muscular (EMG) al hablar 


• Reactividad EMG en músculos fonatorios y articulatorios
• Ausencia de reflejo de relajación tras repeticiones involuntarias
• Tiempo de reacc ión elevado ante estímulos verbales: lentitud en el inicio del habla
• Elevada duración en la producción de sonidos y sílabas
• Asincronía en movimientos de labios y mandíbula
• Movimientos oscilatorios y bloqueos de los músculos articulatorios
• Errores de selección de fonemas adecuados y corrección tardía
• Mal aprendizaje motor de los esquemas articulatorios
• Poca sensibilidad somatosensorial: selección imprecisa de intensidad y velocidad
• Baja velocidad y amplitud de las articulaciones
• Dificultad para controlar la presión laríngea y diafragmática durante las disfluencias
• Agotamiento del aire durante lectura y conversación
• Excesiva tensión de la glotis y c oactivación de antagonistas
• Velocidad máxima de movimiento más baja
Todo lo cual provoca:
• Menor destreza motriz del habla: escasas habilidades para la fluidez
• Elevada vulnerabilidad para que las exigencias ambientales deterioren la fluidez

C) Retroalimentación perceptiva del habla

Estos mecanismos deben ser considerados como parte de los anteriores, por cuanto
hacen referencia al control del habla, tanto durante el habla fluida como en el habla no
fluida. Tradicionalmente han sido considerados como variables muy relevantes para
explicar la génesis de la tartamudez, y de ellos se derivaron numerosas técnicas
terapéuticas que todavía hoy siguen empleándose con éxito, si bien su eficacia no se
explica sólo en relación a estos factores.
La consideración de anomalías perceptivas procede tanto de observaciones clínicas
como de procedimientos experimentales. Desde el punto de vista clínico, se constata con
frecuencia que los pacientes tartamudos mejoran su fluidez cuando hablan susurrando,
en tareas de lectura en eco y lectura coral, cuando hablan despacio o alargando los
sonidos, cuando prestan atención a otros estímulos diferentes de su habla o se enmascara

96
su propia audición, en el silabeo o cuando simplemente vocalizan sin hablar. Parece que
eliminar o alterar la vía acústica o exagerar la percepción somatoceptiva mejorase la
fluidez o al menos disminuyera los errores.
Los estudios experimentales arrancan de los trabajos sobre el efecto Lee y la
retroalimentación auditiva demorada (RAD) de los años cincuenta. En resumen, se trata
de acoplar un aparato que retrasa la audición de los sonidos del habla varios
milisegundos, de manera que el sujeto cuando habla se escucha a sí mismo con un
retraso controlado por el experimentador. Los efectos de este artefacto sobre la fluidez
son opuestos en los sujetos tartamudos y no tartamudos. En los primeros, la fluidez
mejora notablemente, disminuyendo la frecuencia, duración e intensidad de los bloqueos.
Por el contrario, en los sujetos sin problemas de fluidez, la RAD produce un notable
aumento de las disfluencias (especialmente repetición de sílabas, pronunciaciones
erróneas, sustituciones y omisiones del final de palabra), un retraso en la velocidad de
habla y lectura, y, en general, la sensación de no poder controlar la dicción.
En síntesis, los estudios sobre la RAD indican que el habla normal puede
 perturbarse seriamente si las relaciones de tiempo entre los tres canales perceptivos que
la regulan son interrumpidas por el retraso de uno de ellos. Cuando el individuo habla, al
teórico comparador le llega la información por vía aérea (lo que se oye a sí mismo), ósea
(estimulación táctil propioceptiva de los huesos de la cabeza) y cinestésica (información
de los movimientos articulatorios que está haciendo), y de la correcta transmisión de la
información sensorial dependerá que el  feedback   perceptivo necesario para el control del
habla sea eficaz. Si no hay convergencia entre los tres sistemas de retroalimentación,
 porque uno de ellos es demasiado lento, la fluidez se deteriora.
En esta misma línea han discurrido los trabajos que identifican diferencias en la
actividad del oído medio (mala conducción del sonido a través de los huesecillos) y en el
 procesamiento auditivo de los disfémicos (Hargrave et al ., 1994) o, más actualmente, la
relación entre una menor sensibilidad propioceptiva de los tartamudos y las anomalías en
la ejecución motriz del habla (De Nil y Abbs, 1991).
Cuando se descubrieron estos efectos de la RAD pareció haberse encontrado una
clave importante para la explicación de la tartamudez. Tampoco faltaron aproximaciones
evolutivas que explicaban desde un punto de vista perceptivo la mayor frecuencia de
tartamudez en edades tempranas y su remisión en la transición al habla adulta: los niños,
cuando comienzan a hablar, controlan su ejecución por retroalimentación acústica, pero a
medida que maduran los órganos fonatorios y sus capacidades cognitivas, dan más
importancia a las vías táctil y propioceptiva. Si esto es así, las frecuentes disfluencias de
los niños se deberían a su temporal incapacidad para integrar los tres sistemas o por el
 predominio de una vía –la auditiva– defectuosa. Con la edad, la base del control
 perceptivo deja de ser la vía aérea y la fluidez mejora. Es por esto que algunos
tartamudos hablan mejor en ambientes ruidosos, cuando susurran o en tareas de habla
automática (decir los días de la semana, contar o recitar el padre nuestro), ya que la vía
acústica desaparece o se reduce.
En la actualidad es difícil mantener la teoría de un defecto perceptivo como

97
causante de la tartamudez. Por una parte, los propios estudios experimentales dejan
lagunas importantes sin explicar (las personas están sometidas a continuos desfases
naturales de los sistemas perceptivos del habla y esto no incrementa las disfluencias). Por 
otra parte, el hecho de que ciertas técnicas supuestamente derivadas de este modelo
(seguimiento del habla, prolongación de vocales, habla lenta, distracción, etc.) sean
exitosas no asegura que la teoría que las soporta sea válida (el entrenamiento en habla
lenta mejora la fluidez con y sin soporte de la RAD en los ensayos clínicos).

Cuadro 2.6. Variables que afectan a la retroalimentación perceptiva en tartamudez

• Poca sensibilidad propioceptiva y cinestésica de los movimientos del habla


• Predominio de la vía aérea en el control del habla
• Déficits en la actividad del oído medio
• Procesamiento central auditivo diferente
• Tiempo necesario para distinguir dos sonidos más largos
• Mayor ángulo de fase en las frecuencias de los sonidos: interferencias aéreo-óseas

 No obstante, esta teoría sigue siendo atractiva para los investigadores (que ahora
integran los datos dentro de un modelo de control motor del habla) y sugiere cuestiones
 prácticas a los clínicos: la necesidad de evaluar la fluidez con tareas de enmascaramiento
de la audición y la práctica de entrenamiento y automatización de un estilo de habla a
 partir del habla lenta y la prolongación de sonidos (moldeamiento de la fluidez y
modificación de los tartamudeos).

2.2.3. Factores psicolingüísticos

Una mayor presencia de trastornos del lenguaje entre los niños con disfemia y la
aparición frecuente de disfluencias en determinados fonemas, palabras y estructuras
sintácticas son las razones que permiten relacionar tartamudez y lenguaje. Considerar que
la tartamudez no es un problema de lenguaje (sino de habla) no impide relacionar ésta
con otros factores lingüísticos y articulatorios necesarios para el correcto desarrollo del
habla y que pueden presentar anomalías que favorezcan la aparición y mantenimiento de
las disfluencias.
En general, los niños con tartamudez temprana tienen un menor desarrollo del habla
y es frecuente que también presenten menor desarrollo del lenguaje. Los estudios
epidemiológicos indican que los niños tartamudos –considerados como grupo– presentan
más dificultades de retraso del lenguaje, problemas de pronunciación y de lenguaje,

98
lectoescritura y habla que los niños no tartamudos. En este sentido, se ha podido
comprobar que los niños con tartamudez persistente tienen un menor nivel de desarrollo
articulatorio y una velocidad del habla mayor, de manera que aprender un estilo de habla
más lenta parece un factor protector contra la tartamudez. La concomitancia entre
 problemas de fluidez y trastornos del lenguaje es considerada por algunos autores como
un factor de riesgo de persistencia de la tartamudez o, al menos, un indicador de que la
intervención es necesaria (Curlee, 1999; Gregory y Hill, 1999; Guitar, 1998).
En los niños con síntomas de tartamudez temprana y en los tartamudos adultos se
constata un mayor tiempo de reacción ante estímulos verbales, menor memoria auditiva
y habilidad para aprender composiciones fonológicas nuevas, menor agudeza en la
selección de fonemas y, en general, menor habilidad para la expresión oral y escrita.
Además, numerosas observaciones han concluido que los sujetos con tartamudez tienen
un lenguaje sintácticamente más simple, con empleo de frases más cortas y menos
elaboradas. También son más frecuentes las emisiones incompletas (es decir, inicio de
frases que no se terminan) y los errores gramaticales en el habla espontánea. En los
disfémicos adultos se encuentra una menor expresividad emocional acorde con la frase y
una prosodia (cambios de intensidad, tono, modulación, etc.) más pobre, si bien estos
elementos parecen ser más bien consecuencia del problema que factor precipitante del
mismo.
Todos estos datos refuerzan la idea de que rendimiento lingüístico y fluidez están
relacionados, y sugieren que algunos niños desarrollan un sistema de lenguaje y habla
más frágil debido a algún tipo de deficiencia en los mecanismos de integración cerebral
que median entre la codificación verbal y su ejecución motora. Esta fragilidad puede
estar en la base de la aparición de síntomas de tartamudez u otros problemas de fluidez.
o es extraño, por tanto, que el inicio más frecuente de las disfluencias ocurra en los
 primeros años, y concretamente en el momento de transición a un habla más compleja
fonética, gramatical y sintácticamente, y más sometida a demandas cognitivas (elaborar 
frases más complejas, más largas, referidas a un mayor número de cosas, etc.) y
ambientales.
Por otra parte, las disfluencias no suceden aleatoriamente a lo largo del discurso, a
 pesar de ser impredecibles en buena medida. Existe una relación entre parámetros
fonológicos, léxicos y sintácticos con las disfluencias. Así, son más frecuentes los
tartamudeos en los sonidos, sílabas, palabras y frases iniciales, en sílabas acentuadas y en
 palabras que comienzan por consonante, igual que en palabras largas, poco frecuentes,
de más contenido (verbos, sustantivos, adjetivos, etc.) y más impredecibles a partir del
discurso precedente. Del mismo modo, se cometen más errores en emisiones de mayor 
complejidad lingüística, en oraciones más largas o con mayor número de frases
subordinadas.
Junto a explicaciones de corte evolutivo relacionadas con la vulnerabilidad y las
demandas del habla, se han propuesto numerosas explicaciones a estas relaciones entre
factores lingüísticos y falta de fluidez, con intención tanto explicativa como de
orientación clínica. Todas ellas parten de los mecanismos de produción normal del habla

99
(figuras 2.1, 2.2. y 2.3) y, por tanto, entienden la tartamudez como una “ruptura” de
alguno de los procesos de transición de unas fases a otras como en desajustes en la
formulación, planificación o articulación del mensaje que desea decirse. En todos los
modelos se supone que los sistemas lingüísticos de los tartamudos son más frágiles y
 proclives a cometer errores previos o posteriores a la planificación de la secuencia
fonética. En cualquier caso, el interés se centra en la tartamudez infantil, ya que lo
importante es determinar en qué medida los patrones de adquisición y desarrollo del
lenguaje pueden interactuar significativamente con el inicio y evolución de la tartamudez
en los niños. Además, los datos que relacionan lenguaje con tartamudez indican que los
factores lingüísticos (sintáctico, léxicos y fonéticos) son más determinantes en la
tartamudez temprana, mientras que la tartamudez en los adultos supone una combinación
de éstos con variables individuales de condicionamiento y aprendizaje (Starkweather,
1997a).

Cuadro 2.7. Capacidades y demandas relacionadas con el desarrollo lingüístico en el niño implicadas en la
adquisición de la fluidez del habla

100
De este modo, la relación entre tartamudeos y factores fonológicos (repeticiones de

101
los sonidos iniciales de la palabra, en determinadas consonantes, etc.) puede explicarse
 por una asincronía en la planificación y codificación de las sílabas, dado que el sujeto
tartamudo puede identificar y a veces producir el fonema inicial de una palabra
determinada, pero no su pronunciación completa. También se ha propuesto una mayor 
“lentitud” y menor precisión en los tartamudos para la selección léxica de las palabras a
medida que se va desarrollando el discurso (téngase en cuenta que la velocidad de acceso
léxico –algo así como la selección de las palabras adecuadas para lo que desea decirse
desde el “almacén” de palabras que conforma el léxico del sujeto en cuestión– en el habla
fluida es enormemente rápida y precisa); de este modo, podría explicarse la mayor 
frecuencia de disfluencias en palabras largas y poco frecuentes, en palabras de contenido
y no de función, y la menor puntuación de los niños tartamudos en pruebas de desarrollo
léxico (es decir, menos vocabulario, más impreciso y frases más cortas). La relación
entre factores sintácticos y tartamudeos (mayor frecuencia de errores en las primeras
 palabras de la frase o en oraciones más largas, etc.) se atribuye a una mayor latencia
temporal en la planificación inicial de la primera frase y a una mayor dificultad para
ajustar y adecuar las frases siguientes (existe alguna evidencia de que la selección de
verbos es particularmente difícil para los niños con tartamudez y, como se sabe, la
selección verbal es un componente esencial del proceso de generación de frases y de
argumentación). Algunos de estos argumentos se han expuesto para explicar por qué los
sujetos tartamudos cometen menos errores cuando recitan de memoria o en tareas de
habla automática, ya que es mucho más fácil repetir frases que crearlas.
Por último, la investigación clínica sobre las relaciones entre aspectos prágmáticos
(es decir, el significado que una palabra o frase tiene en el contexto comunicativo
 particular en que el hablante la emplea) y tartamudez infantil sugiere que no existen
diferencias en el grado en que los niños fluyentes y los tartamudos emplean afirmaciones
o respuestas en sus conversaciones con sus padres, a pesar de que clásicamente se han
atribuido efectos adversos de las preguntas de los adultos sobre la fluidez de los niños.
En cualquier caso, un patrón de habla lento por parte de los padres, el descenso de
 presión verbal (correcciones fonéticas, gramaticales o léxicas para que el niño hable
 perfectamente) y una mayor latencia temporal entre el turno de cada hablante parecen
favorecer enormemente la fluidez de los niños pequeños, probablemente porque se
induce a los niños a formular un lenguaje más simple y a realizar la planificación
 prearticulatoria sin tanta urgencia y, por tanto, con mayor posibilidad de precisión y
experiencia de control sobre la formulación y ejecución del habla.
Una de las teorías psicolingüísticas con mayor soporte empírico y aplicaciones
clínicas es la hipótesis de la reparación encubierta (Kolk y Postma, 1997, entre otros).
Esta teoría asume directamente el modelo de producción y control del habla de Levelt
que se considera en este capítulo (y especialmente los procesos de autoevaluación y
supervisión a través de los bucles de  feedback ), y parte del análisis de las disfluencias
habituales que suceden en el habla fluida normal y de las diferencias formales entre las
disfluencias normales y las disfluencias tipo tartamudez. Como se decía en el capítulo
anterior, el habla normal está cargada de repeticiones, alargamientos, frases interrumpidas

102
y pausas, que denotan la actividad mental del hablante para adecuar exactamente lo que
está diciendo a lo que desea decir (por ejemplo, quiero una taza… un vaso de leche). En
el momento que un hablante dice algo que no desea decir o lo dice de una forma menos
adecuada a su propósito, detiene el discurso e intenta reparar la frase, para que ésta
transmita más exactamente lo que desea decir. En otras ocasiones, estas “reparaciones”
suceden cuando el hablante se da cuenta de que ha cometido una incorrección léxica,
gramatical o sintáctica. Tras la interrupción, hay una pausa de duración variable, seguida
de alguna muletilla (por ejemplo, eeeh, mmm, etc.) y después, la palabra o el final de
frase correcto (por ejemplo, quiero un… eeh… una taza de café). Siguiendo el esquema
de los bucles de supervisión recogidos en la figura 2.3, las correcciones para ajustar el
mensaje pueden ser manifiestas (cuando el hablante ya ha dicho algo que considera
erróneo) o encubiertas (el error no está realmente presente en el habla, aún no lo ha
dicho), de manera que estas reparaciones encubiertas se efectúan sobre errores de
 planificación que son detectados antes de su articulación por los órganos efectores. En
ellas existe una interrupción del habla seguida de una muletilla o de una o más palabras
cambiadas (quiero un una taza de café o, aún más ilustrativo para la tartamudez, quiero
un v… una taza de café).
Como se ha descrito, las disfluencias normales suelen incluir unidades más amplias
(por ejemplo, repetición de palabras o partes de frases), mientras que las disfluencias tipo
tartamudez suelen suponer repeticiones o alargamientos de sonidos o sílabas, es decir,
son disfluencias intra-palabra. Ésta es una de las claves de esta teoría psicolingüística: se
sugiere que las disfluencias de la tartamudez provienen de un déficit en la construcción
del plan prearticulatorio o de los primeros movimientos para producir el sonido, de
manera que los tartamudeos son la expresión de los esfuerzos por corregir los errores
fonéticos previamente a su articulación o en los primeros instantes de la misma ( quiero
un vvvv… vaso de vino). Estas disfluencias patológicas estarían indicando un problema
lingüístico prearticulatorio (ubicado en las fases de formulación y planificación motora)
que acercaría el trastorno al campo del lenguaje más que centrarlo sólo en el habla. En
concreto, el problema de los tartamudos se atribuye a una excesiva lentitud en la
codificación fonológica, quizá debida a una retardada activación y selección correcta de
los lexemas (es decir, codificación gramatical). Este retraso conduce a errores en la
elaboración del plan fonético, que son detectados por el evaluador interno (bucle interno)
y corregidos mediante conductas que implican posponer y reiniciar el discurso, dando
lugar a las disfluencias tipo tartamudez (por ejemplo, las prolongaciones y los sonidos sin
significado al comienzo de la frase serían indicadores de una estrategia de posposición,
que consiste en el enlentecimiento de la articulación de una parte de la palabra, para
 permitir al sujeto disfémico más tiempo de activación y planificación). La tartamudez no
es el error, sino la solución –reparación– de los errores. Por eso muchos niños
tartamudos dejan de serlo en la pubertad, cuando adquieren unas habilidades de
codificación suficientemente rápidas y precisas.
Esta hipótesis contribuye a explicar por qué el habla lenta disminuye la frecuencia y
severidad de los tartamudeos y por qué es tan útil eliminar las anticipaciones de las

103
 palabras temidas, las sustituciones y los circunloquios en el tratamiento de la tartamudez
en los adultos.
En todo caso, los datos que soportan estos modelos psicolingüísticos proceden de
investigaciones en laboratorio, que necesitan eliminar el contexto comunicativo del habla,
 por lo que privan al abordaje de la tartamudez de uno de sus elementos fundamentales:
los tartamudeos se hacen más frecuentes cuando el sujeto necesita comunicar nueva
información a los otros. Ésta es una de las razones por las cuales la disfluencia es tan
difícil de estudiar en el laboratorio sin hacerle perder su significado real, a diferencia de
otros trastornos del habla. De hecho, el habla sin intención comunicativa (tal como
repeticiones, interpretaciones, habla automática) presenta menos disfluencias. En este
sentido, es necesario completar el cuadro de los factores lingüísticos considerando los
aspectos conversacionales que suceden en la tartamudez, especialmente en el caso de los
niños mayores y los adultos. En concreto, algunos tartamudos señalan que cuando están
hablando dedican parte de su esfuerzo y su atención a controlar no lo que están diciendo
y su ajuste a lo que quieren decir, sino a cómo lo están diciendo. El hablante desconfía
de su fluidez y se ve obligado aprestar atención y comprobar sus acciones verbales de
una manera voluntaria y consciente. Con muchos de sus intentos de solución y en
frecuentes momentos (incluso tras el proceso de entrenamiento en habla fluida) lo
consigue, pero a expensas de un habla que suena artificial y que resulta molesta para
muchos pacientes, porque altera la naturalidad del proceso conversacional. De hecho, lo
más grave no es la persistencia de accidentes, sino la pérdida, más o menos marcada, del
carácter automático y espontáneo del habla, lo cual resulta de la pérdida de capacidad de
centrar el acto del habla en la elaboración del objeto referencial del intercambio verbal 
(ORIV), que deja de ser el intercambio de los mensajes de la conversación entre
hablantes –con los efectos que los mensajes de uno van teniendo sobre las intervenciones
del otro– para centrarse en una pesada evaluación sobre si se está o no hablando de
forma fluida, las reacciones externas o encubiertas que manifieste el oyente y el propio
carácter desagradable de la conversación bajo estas circunstancias (Le Huche, 2000).
Este elemento contribuye a la cronificación de la tartamudez y dificulta su
recuperación en las personas adultas, hasta el punto de que muchos pacientes dicen saber 
qué hacer para no tartamudear pero prefieren no hacerlo porque su comunicación pierde
enteramente su carácter natural y espontáneo. Y no es infrecuente que muchas personas
tratadas con éxito en programas de habla fluida o modificación de la tartamudez evalúen
su tratamiento como el aprendizaje de trucos para no tartamudear, es decir, que pueden
mejorar su fluidez controlada, pero no alcanzar la fluidez espontánea (no controlada) que
les capacite para hablar normalmente sin tener especial cuidado con los sonidos y las
 palabras.
Las implicaciones clínicas de estos factores sobre el proceso de evaluación e
intervención son numerosas. En primer lugar, en tareas de valoración diagnóstica
orientada a determinar el modo de intervenir, la presencia de otras anomalías del habla o
del lenguaje obliga a una intervención más temprana. En este mismo sentido, se hace
obligado determinar el grado de desarrollo del lenguaje del niño con tartamudez

104
temprana, para incluir tareas de estimulación general del lenguaje si es preciso, o
intervenir sobre la fluidez por medio de ejercicios empleados habitualmente en los
 programas de estimulación. En segundo lugar, los instrumentos que se empleen en la
evaluación de la tartamudez deben poder informar de los proceso verbales que emplea el
sujeto o, al menos, determinar el grado en que otros procesos lingüísticos (no sólo de
habla) están implicados en la formulación y planificación del mensaje por parte del
hablante. En tercer lugar, debe intervenirse sobre los procesos diádicos en la relación
verbal padres-niño, con ejercicios de respeto y prolongación de los turnos de habla,
disminuyendo la presión ambiental sobre su ejecución, permitiéndole (y ofreciéndole un
modelo de ello) un habla más lenta y, en general, con un estilo más simple y permisivo,
que muchas veces es preciso moldear en los padres. Como tónica general de la
intervención, la consideración de los elementos pragmáticos implicados en la tartamudez
señala la importancia de diseñar un tratamiento que tenga en cuenta los aspectos del
contexto comunicativo, aumente la confianza del sujeto en sus habilidades, le dé permiso
 para no estar constantemente alerta sobre sus errores y establezca un estilo personal de
habla que sea lo más natural y espontáneo posible, si bien debe reconocerse que éste es
uno de los mayores retos de la intervención sobre tartamudez cronificada.

2.2.4. Factores psicológicos

En la actualidad no se mantiene ninguna teoría que explique el origen de la tartamudez


 por causas psicológicas. A diferencia de las variables biológicas y lingüísticas, que se
centran en el origen de la tartamudez temprana, los factores relacionados con la conducta
y los procesos cognitivos y emocionales tienen particular importancia para explicar el
desarrollo, cronificación y mantenimiento de la tartamudez establecida, y especialmente
las conductas derivadas de un patrón de habla anómalo y que configuran el cuadro
general de la disfemia y contribuyen a su agravamiento.
Tradicionalmente, el inicio de las explicaciones conductuales de la tartamudez tienen
su origen en la conocida hipótesis diagnosogénica de Johnson (1959), que propuso que
la tartamudez tenía su origen en la reacción exagerada de los padres ante las disfluencias
iniciales de su hijo, las cuales no tienen por qué ser anormales, sino que forman parte del
 proceso normal de desarrollo del habla en los niños pequeños. Los intentos de corrección
de los tartamudeos, el refuerzo de los mismos en forma de atención prestada y las
manifestaciones verbales y no verbales de los adultos ante un patrón de habla
considerado patológico y cacofónico irían poco a poco creando en el niño disfémico la
conciencia de ser tartamudo, de no saber ni poder hablar con fluidez, y de intentar de
cualquier manera evitar o dismular sus errores. De esta forma, se establecerá una serie de
comportamientos verbales, motores y sociales tendentes a la evitación y al control
voluntario del habla mediante unos intentos de solución que constituyen, en sí mismos, el
mantenimiento de la tartamudez. En resumen, la teoría conductista de Johnson se

105
sostenía en dos pilares: casi todos los niños pasan por una etapa de difluencias y es la
actuación de los padres la causante de los intentos de solución que definen el problema,
ya que sus reacciones tienen unos efectos notablemente negativos sobre la fluidez.
En la actualidad, las afirmaciones de Johnson son, al menos, muy cuestionables,
cuando no claramente erróneas, pero es sin duda la teoría que más efecto ha tenido sobre
la consideración de la tartamudez, su evaluación clínica y la determinación de su
abordaje terapéutico y preventivo, y algunas de sus consecuencias aplicadas se
mantienen con plena vigencia (por ejemplo, la aplicación de los programas operantes en
el tratamiento de la tartamudez temprana). Sin duda debido a la hipótesis diagnosogénica
se comenzaron a investigar y delimitar los efectos de las variables psicológicas sobre la
tartamudez. Es a través de los procesos de condicionamiento como puede explicarse la
influencia de las variables ambientales sobre los procesos cognitivos y motores del habla,
y son las variables cognitivas y emocionales las que permiten establecer relaciones
funcionales entre ciertos eventos y el aumento o disminución de las disfluencias.
Además, los factores psicológicos son los que establecen la evolución desde la disfluencia
inicial hasta la tartamudez crónica, y son determinantes comportamentales los que
 permiten establecer la diferencia entre tartamudez temprana y tartamudez establecida.

Cuadro 2.8. Criterios de tartamudez establecida

• Conciencia clara de problema


• Conductas de escape en el habla: esfuerzo motor, movimientos asociados, sustitución de
 palabras, circunloquios…
• Evitación de palabras, situaciones, personas…
• Sentimientos de culpa, vergüenza o frustración
• Anticipación de tartamudeos y temor a hablar por miedo a tartamudear 

Estos factores se agruparán en torno al aprendizaje, variables cognitivas y


emocionales y ciertas variables de personalidad, derivadas de la hipótesis socio cognitiva
de la falta de confianza como hablante (Friedman, 1990).

 ) Condicionamiento clásico, operante y aprendizaje social en la tartamudez

El aprendizaje, por definición, hace referencia a las experiencias de cada persona,


de manera que sus resultados son altamente individualizados. En este sentido, los efectos
del condicionamiento sobre la tartamudez varían mucho de unas personas a otras, lo que
ha de tenerse en cuenta en la evaluación. Pero es posible determinar ciertos aspectos

106
comunes o, al menos, ciertos mecanismos explicativos que relacionen las experiencias
 personales con la evolución individual del trastorno de fluidez. Por otra parte, la propia
variabilidad interpersonal en las manifestaciones de la tartamudez correlaciona con esta
misma consideración de los resultados individuales del aprendizaje. Lo más probable es
que la tartamudez “se adquiera” por muy diferentes vías, en las que características
innatas relativas al control del movimiento, al lenguaje, la emoción y la cognición
interaccionen con procesos relativos a la experiencia –incluido el aprendizaje– que actúan
sobre el control motor, el lenguaje, la emoción y la cognición (Starkweather, 1997a).
Es improbable que el aprendizaje juegue un papel importante –si es que juega
alguno– en los primeros momentos de aparición de la disfemia. Las disfluencias tipo
tartamudez en los niños pequeños con riesgo de ser tartamudos discrepan muy poco de
unos a otros, y no es probable que se vean afectadas por situaciones específicas de cada
uno. Estas dos características (que sugerirían la presencia de procesos de
condicionamiento) están ausentes en los primeros síntomas de tartamudez temprana, lo
que refuerza la idea de que estos síntomas no son aprendidos. Pero al cabo del tiempo, si
no hay remisión espontánea, el sujeto comienza a desarrollar patrones de control
voluntario sobre los errores, se esfuerza en evitarlos o escapar a ellos lo antes posible y
anticipa con cierta facilidad cuándo éstos pueden aparecer. En esto consiste la tartamudez
establecida, que recoge la descripción completa del trastorno, y estas reacciones sí son
explicadas por procesos de aprendizaje. La tartamudez temprana no es aprendida; la
tartamudez establecida sí lo es.

107
Figura 2.6.  Procesos de condicionamiento y aprendizaje en el desarrollo de la tartamudez establecida.

Antes de describir brevemente los efectos del condicionamiento clásico y operante


sobre el desarrollo de la tartamudez, conviene recordar algunas cosas. En primer lugar, la
valencia de un estímulo (esto es, su “significado” emocional y motivacional) depende de
la experiencia personal, de manera que varía de sujeto a sujeto. En este sentido, ciertas
situaciones que agravan la tartamudez en un individuo no tienen por qué hacerlo en
otros, ni tampoco son comunes las situaciones, palabras o personas identificadas como
“más difíciles” y, por tanto, con mayor riesgo de disfluencia. En segundo lugar, la

108
conducta es en sí misma estímulo del comportamiento siguiente, favoreciendo o
dificultando un determinado modo de actuar. Cuando una persona tartamudea, podemos
ver en sus errores parte de la conductaproblema, pero sin duda los tartamudeos disparan
en el sujeto en cuestión una determinada reacción para superarlos o disimularlos que
contribuye a su mantenimiento y que también es parte del problema. En tercer lugar, los
estímulos que actúan como condicionados o discriminativos pueden ser estímulos
internos (pensamientos, sentimientos, emociones…), que deberán ser explorados para
explicar la aparición de ciertos comportamientos. En cuarto lugar, el aprendizaje es un
 proceso continuo que interacciona con la maduración y con el ambiente que ambos
contribuyen a moldear. Así, las conductas de escape y evitación de los niños mayores
son resultado de la toma de conciencia de su anormal estilo de habla, que requiere del
suficiente desarrollo cognitivo y social del niño, pero al que también contribuyen. De
hecho, el niño no sólo evita los tartamudeos, sino que adquiere una imagen de sí mismo
como persona tartamuda y teme sus repercusiones. Del mismo modo, la identificación de
la tartamudez temprana por parte de la familia suele tener gran impacto, alterando ciertas
reacciones ante el niño antes y después de la aparición del trastorno, de manera que el
ambiente más cercano al niño cambia al menos en la parte más relacionada con el
desarrollo del habla y la fluidez.
Por último y quizá más importante, debe recordarse que el concepto de
reforzamiento y castigo es un concepto funcional: el refuerzo y el castigo lo son por sus
efectos sobre la conducta que los ha provocado; la conducta queda reforzada o castigada
cuando su frecuencia de aparición aumenta o disminuye respectivamente de forma
contingente a las consecuencias que la siguieron. Por tanto, conducta y consecuencia son
dos términos que deben considerarse unidos (la consecuencia aparece por la conducta y
ésta se condiciona por las consecuencias). Además, deben tenerse en cuenta las
combinaciones de efectos positivos y negativos con las relaciones de contingencia a corto
y largo plazo. Así, cuando una persona tartamuda lleva a cabo sus intentos de solución,
éstos logran inmediatamente el resultado que buscan (superar el bloqueo), por lo que
quedan condicionados, si bien su presencia habitual crea a largo plazo un estilo de habla
claramente anormal. Por lo mismo, cuando los padres llaman la atención sobre las
disfluencias del niño, es difícil pensar que estén contribuyendo a su mantenimiento por 
reforzamiento, pero lo que sí consiguen es que el niño preste especial atención a cómo
habla, ya que de ello (y no por lo que dice) es de lo que dependen las respuestas de los
adultos. La evitación de la corrección se consigue fijándose en los posibles errores y
tratando de evitarlos, de manera que lo que termina reforzándose es la forma de hablar 
más que el contenido, y especialmente las anticipaciones y los intentos de solución, esto
es, el estar atento a la ejecución de una conducta (el habla) que no es fácil y de cuya
ejecución motriz depende la reacción de los oyentes. No se refuerzan los tartamudeos,
sino el proceso de control de los mismos y la atención centrada en la propia habilidad
como hablante.
Desde el punto de vista del aprendizaje instrumental pueden explicarse los intentos
de solución desarrollados por el tartamudo para afrontar los bloqueos, basados en

109
condicionamiento de escape (repeticiones, esfuerzo muscular para hablar, movimientos
asociados, etc.) y de evitación (respiración rápida, sustitución de palabras, muletillas,
circunloquios, etc.). Al principio, cuando el niño descubre su falta de habilidad para
hablar fluidamente, empezará a poner mayor atención y empeño, y a probar soluciones
ante cada bloqueo, algunas de las cuales quedarán condicionadas al lograr su objetivo,
aumentando la probabilidad de aparición ante cada nuevo ensayo y extinguiendo otras
conductas probables antaño. De este modo, las repeticiones intrapalabra que configuran
la mayoría de los casos de tartamudez temprana se transforman en repeticiones con
tensión y un habla mucho más forzada y difícil, que define el patrón de habla tartamudo.
Igualmente, las conductas de evitación social y comunicativa que se describieron en
el capítulo 1 y que tanto pueden afectar a la calidad de vida del paciente tartamudo son
también mantenidas por reforzamiento negativo, igual que otras respuestas similares en
otro tipo de trastornos (como fobia social, trastornos de ansiedad…). También pueden
identificarse patrones de aprendizaje operante en el posible beneficio secundario que
algunos escolares o adultos pueden obtener debido a su disfluencia. Así, no tener que
hablar en público, coger el teléfono, ir de compras o cualquier otro requerimiento social
de cierto compromiso puede estar siendo mantenido por refuerzo negativo, al considerar 
el resto de las personas que no deben exponer al tartamudo a situaciones tan
desagradables. Este comportamiento, que a corto plazo puede resultar rentable para el
sujeto, contribuye sin duda a mantener un autoconcepto de persona limitada y atribuir a
la tartamudez muchas más posibles consecuencias negativas sobre la vida de quien la
 padece. Un tartamudo puede ser atractivo o no serlo, más o menos inteligente y con más
o menos éxito social, pero estas cualidades son independientes de la tartamudez. Las
conductas de evitación y su mantenimiento por las personas que rodean al paciente
deben ser objeto de tratamiento por el clínico para conseguir realmente eficacia
terapéutica, incluso sobre la adquisición y generalización de un patrón de habla
 prosódico, ya que en la medida en que existan evitaciones el sujeto seguirá teniendo
razones para pensar que no es un hablante con capacidad suficiente para el habla fluida y
será fácil que reinicie sus habituales intentos de solución.
Otra evidencia del papel del condicionamiento operante en el desarrollo y
mantenimiento de la tartamudez es el efecto del tiempo-fuera ( time-out ) sobre las
disfluencias. Cuando comienza el tartamudeo, si se le impide seguir hablando –y, por 
tanto, aplicando los intentos de solución aprendidos–, el bloqueo no se produce y la
frecuencia de errores posteriores disminuye. Si bien es difícil mantener en la actualidad
que el éxito del tiempo-fuera sea debido a la retirada del reforzamiento, sí es evidente
que se altera la secuencia conductual y se introduce un elemento que cambia el desarrollo
habitual del tartamudeo, lo que tiene un fundamento claramente operante.
Las implicaciones del condicionamiento instrumental en el abordaje clínico de la
tartamudez son enormes y aquí simplemente se resumirán, ya que los programas
terapéuticos que se desarrollarán más adelante tienen su fundamento en él. En el campo
del diagnóstico, será preciso determinar la presencia de conductas de escape y evitación
 para determinar si estamos ante un caso de tartamudez temprana o establecida, lo que

110
El papel del ambiente familiar que rodea a la persona que tartamudea –sobre todo
durante los primeros años– ha jugado un papel muy importante en la teoría, la
investigación y la intervención clínica en tartamudez temprana. De hecho, la intervención
sobre el ambiente familiar –bien para reducir su impacto sobre la tartamudez, bien para
favorecer la fluidez– es una de la estrategias de intervención más empleadas cuando se
afronta la disfluencia en niños pequeños, y tampoco es infrecuente incluir a los padres en
los protocolos de intervención directa sobre el habla.
La importancia etiológica del comportamiento de los padres en relación con la
tartamudez de su hijo, los efectos del estilo comunicativo familiar en la génesis y
desarrollo de las disfluencias, y las reacciones de los progenitores ante el problema y su
abordaje terapéutico fueron esenciales en la teoría psicológica diagnosogénica de
Johnson (1959), que consideraba las correcciones de los padres sobre los tartamudeos y
la presión sobre el habla de los niños como los desencadenantes de la tartamudez. La
 popular frase de “la tartamudez comienza en el oído del padre antes que en la boca del
niño” encuentra aquí su origen y su influencia se ha mantenido hasta nuestros días,
incluso entre los profesionales del habla y el lenguaje, y ha sido fuente de enorme
investigación intentando relacionar variables sociales, económicas, familiares y
relacionales con el origen y desarrollo de la tartamudez. De hecho, durante muchos años
se ha aceptado indiscutiblemente que los niños que tartamudean estaban más sujetos a
 presiones ambientales y actitudes negativas por parte del entorno que los niños normales:
altas expectativas, sobreprotección, perfeccionismo, valoración negativa de su
 personalidad, etc., se encontraban entre las características del comportamiento parental
que provocaban o cronificaban la tartamudez incipiente. Estas afirmaciones condujeron a
la creacción de ciertos estereotipos y al diseño de protocolos de intervención no siempre
ustificados.
Por otra parte, el hecho de atribuir a la predisposición genética un porcentaje
elevado de causalidad de la disfluencia temprana no impide reconocer la necesidad de
considerar los factores ambientales para una explicación más satisfactoria del origen del
 problema. De hecho, los datos sobre incidencia de tartamudez en gemelos ratifican que
los genes por sí solos no pueden explicar el desarrollo de la tartamudez en todos los casos
(Ambrose et al ., 1997; Gottwald, 1999) y permiten explorar otros factores –incluyendo
los ambientales– en el origen y desarrollo del trastorno. La interacción entre factores
genéticos y ambientales se hace necesaria para comprender con precisión el papel
determinante de cada una de las variables. Por todo ello conviene dejar claras algunas de
las conclusiones más asentadas hasta el momento, de manera que la intervención del
clínico esté guiada por datos contrastados y no por creencias mantenidas durante
décadas.

Cuadro 2.9.  Algunos f actores ambientales que pueden inf luir sobre el desarrollo de la f luidez

•  Estilo de habla de los padres

118
 – Velocidad de habla
 – Ritmo de conversación
 – Frecuencia y tipo de preguntas
 – Extensión y complejidad de las frases

•  Patrones de interaccion familiar 


 – Modo de tomar el turno de palabra
 – Tiempo cedido para hablar 
 – Inicios y cambios de tema
 – Demandas de ac tuación verbal

•  Reacciones de los familiares ante la tartamudez 


 – Comentarios negativos
 – Instrucc iones para que hable de otra manera
 – Sentimientos negativos expresados implícitamente

•  Estilo de vida familiar 


 – Estructurada versus desestructurada
 – Altas expectativas versus bajas expectativas
 – Estable versus inestable
 – Disciplina clara versus normas confusas

 Fuente: Gottwald, 1999.

Precisamente la transmisión genética parece ser la fuente más sólida de influencia


sobre el ambiente de los niños que tartamudean. Es razonable entender que la presencia
de familiares tartamudos favorecerá que haya comentarios, comparaciones y una
atmósfera general de interés por todo lo que concierne al problema (Yairi, 1997a). En
definitiva, es posible que la predisposición genética actúe más allá de los cromosomas y
afecte al modo de afrontar las disfluencias en el niño cuando éstas se presentan en el
seno de una familia con otros miembros tartamudos o dentro de una familia sin
antecedentes. En cambio, ni el estatus socioeconómico, ni el estilo de vida social y
cultural, ni el tamaño de la familia o el puesto que ocupa el niño disfémico dentro de los
hijos tienen ninguna relación con el origen ni el desarrollo de la disfluencia. Exactamente
lo mismo sucede cuando se consideran variables tales como la inteligencia, el nivel de
aspiraciones profesionales o cualquier otra aptitud de los progenitores. Los estudios sobre
la personalidad de los padres que tienen algún hijo tartamudo arrojan datos bastante
confusos cuando no contradictorios (la única conclusión confirmada es una mayor 
 puntuación en ansiedad en comparación con padres sin hijos tartamudos) y es difícil
establecer relaciones etiológicas entre estas variables y la tartamudez, ya que sería

119
igualmente posible entender que ciertos comportamientos parentales son secundarios a la
disfluencia de los hijos.
Respecto a la conducta cotidiana de los padres y su relación con sus hijos, la única
variable que ha podido contrastarse es una mayor sobreprotección y un comportamiento
más ansioso de los progenitores hacia sus hijos tartamudos que hacia quienes no lo son,
lo que puede entenderse como un factor que altera la propia dinámica parental y favorece
los efectos perniciosos de la disfluencia sobre el desarrollo social del niño, pero no como
causante o agravante de la propia tartamudez. Por otra parte, es frecuente constatar una
 percepción sesgada del comportamiento, la personalidad, las habilidades y el propio
desarrollo del niño por parte de sus padres por el hecho de tartamudear, así como
menores expectativas de logro personal sobre los hijos que presentan disfluencias
respecto de los otros hijos fluyentes. En algunos casos los niños disfluyentes son
 percibidos por sus padres como más ansiosos, más excitables, menos sociables y con
menos control que el resto de los hijos, si bien es frecuente que los propios padres no
sepan concretar a qué datos observables deben estas apreciaciones. En el caso concreto
en el que aparezcan estas falsas creencias o atribuciones, deberá darse información
 precisa sobre qué es la tartamudez, sus efectos reales y las consecuencias perniciosas
sobre el niño del mantenimiento de estas creencias y actitudes.
La interacción padres-hijo y la reacción paternal hacia los tartamudeos ha sido
nuclear para la teoría diagnosogénica y en la práctica clínica constituye un tópico
específico de evaluación de la tartamudez temprana. Algunos comportamientos tales
como criticar su modo de hablar, interrumpir el discurso, no dejarle terminar la frase o la
 palabra, o pedirle que fuerce la articulación contribuyen a cronificar el problema, del
mismo modo que existen ciertos patrones comunicativos que ponen frecuentemente a
 prueba las habilidades de fluidez y comunicación, tales como hacer demasiadas
 preguntas, obligarle a hablar en público, pedirle explicaciones cuando está muy nervioso,
etc., y que se constituyen en fuentes de presión ambiental sobre el desarrollo de la
fluidez. Por otra parte, existen datos que indican que la influencia de las correcciones y
los consejos sobre el habla que hacen los padres a sus hijos disfémicos no son siempre
negativos y en muchos casos están relacionados con la recuperación espontánea (Martin
y Lindamood, 1986 y Yairi, 1997a, entre otros). Esto supone un cambio radical de punto
de vista, pues deja de considerarse el ambiente familiar sólo como un posible factor 
agravante de la disfemia para interpretarlo como un potencial elemento terapéutico: no se
trata sólo de eliminar las variables que dificultan la fluidez, sino de potenciar aquellas que
la favorecen.
Mención aparte merece la consideración de las características del habla de los
 padres y su estilo de comunicación y diálogo sobre la génesis de la tartamudez. Además
de la predisposición genética –tanto de la disfluencia como de su remisión espontánea– 
ya comentada y de la elevada probabilidad de que los niños tartamudos tengan un padre
o madre tartamudos, se han descrito algunas características del habla de los padres que
 podrían tener alguna influencia sobre el desarrollo de la fluidez y la tartamudez, y que
 por tanto deben ser objeto de intervención preventiva o prescriptiva sobre el ambiente del

120
niño disfluyente o con riesgo de serlo (cuadro 2.10). En concreto, la velocidad del habla
y las interrupciones sobre el discurso del niño –en relación con el modo de tomar el turno
de habla– pueden considerarse las dos variables más relevantes. Los chicos con
tartamudez más severa tienen padres que hablan mucho más deprisa de lo que lo hacen
sus hijos, lo que determina que la relación no es tanto entre tartamudez y velocidad de
habla parental, sino entre severidad de la tartamudez y diferencias padres-hijo en tasa de
habla (Conture y Yaruss, 1993). De hecho, cuando se entrena a los padres para que
reduzcan su velocidad al hablar se aprecia una disminución en la frecuencia de
tartamudeos en el niño. Del mismo modo, hacer muchas preguntas, interrumpir el turno
del otro, preguntar y antes de dejar responder hacer un comentario o una segunda
 pregunta son algunos ejemplos de presiones verbales que dificultan la fluidez y favorecen
los bloqueos. También se ha observado que las madres tienden a interrumpir más
frecuentemente el habla de sus hijos cuando éstos presentan disfluencias que en
momentos de fluidez, tanto se trate de niños tartamudos o no tartamudos, favoreciendo
de este modo la aparición de errores. Como en el caso anterior, existe relación entre la
cantidad de tiempo que los padres de chicos tartamudos superponen su turno al de sus
hijos con la severidad de la tartamudez de éstos, de manera que no es tanto la
interrupción lo que presiona a la fluidez, sino la cantidad de tiempo en la que existe
confusión sobre a quién corresponde el turno (Gottwald, 1999). Como ya se ha
comentado anteriormente, cuando se interviene sobre los turnos haciendo más predecible
la estructura de la conversación, se mejora la fluidez y se facilita al niño hablar sin
tartamudear.
En definitiva, la intervención sobre las variables ambientales, y especialmente sobre
aquellas más directamente relacionadas con el lenguaje y el habla, pretenden
fundamentalmente potenciar la fluidez o, dicho de otra forma, establecer unas
condiciones en las que la presión sobre el habla sea menor y se potencien los efectos
 positivos del entorno familiar sobre la fluidez. El ambiente familiar en el que crece un
niño tartamudo puede que no tenga demasiado efecto sobre su tartamudez, pero lo tiene
sobre su fluidez; puede que contribuya poco a la cronificación del problema, pero ayuda
mucho a su resolución. Por otra parte, se trata de reducir el impacto que un mal abordaje
social de la tartamudez temprana tenga sobre el trastorno y sobre el desarrollo general del
niño y su calidad de vida. Además, la participación de los padres en las diferentes
 posibilidades de abordaje terapéutico del problema (entrenamiento en habla para los
 padres, retirada de estresores comunicativos o en el propio entrenamiento en fluidez del
niño) es un elemento esencial a veces y complementario otras para asegurar la eficacia
del tratamiento.

Cuadro 2.10. Características del habla de los padres hacia sus hijos que tartamudean

• Hablan más deprisa a sus hijos tartamudos que a los fluyentes de su misma edad
• Interrumpen más a menudo a sus hijos tartamudos que a otros niños fluyentes

121
• Hablan más deprisa a sus hijos que a sus hijas
• Algunos padres hablan excesivamente a sus hijos
• Muestran escasa tolerancia a los silencios en el diálogo
• Su estilo de habla está muy influido por la presencia de tartamudeos en su hijo
• Algunos padres muestran reacciones negativas no verbales

 Fuente: Starkweather, 1997b.

En resumen, puede afirmarse que el papel de las variables ambientales se centra


mucho más en los procesos de desarrollo de la disfluencia que en su inicio, y pone de
manifiesto la necesaria consideración de todas las variables en un marco de interacción
entre predisposición biológica (capacidades) y factores ambientales y aprendidos
(demandas).

2.3. Una teoría integradora: el modelo de capacidades y demandas

El modelo de capacidades y demandas de Starkweather (1987 y 1997b, entre otros) es


una herramienta sencilla y útil para comprender y manejar la interacción entre variables
relacionadas con el desarrollo infantil y factores ambientales implicados en la tartamudez
temprana. En realidad no es una teoría sobre la tartamudez y añade poco a la explicación
de sus causas. Más bien es un instrumento clínico que recoge y organiza de forma
sencilla los datos procedentes de la investigación y ayuda a los terapeutas a entender qué
fenómenos influyen sobre el desarrollo de la fluidez en los niños y aplicar este
conocimiento a la tartamudez de un niño concreto. En resumen, ayuda a planificar la
terapia a partir de la determinación del contexto o de factores personales que dificultan la
fluidez y favorecen la probabilidad de tartamudear.
En resumen, cada individuo posee una determinada capacidad constitucional para
hablar fluidamente (que en gran medida depende de la herencia) y, al mismo tiempo, esta
fluidez está sometida a una serie de demandas (entendiendo por tales cualquier exigencia
que ponga a prueba la capacidad) que provienen del propio sujeto o del ambiente que le
rodea. Se determinan cuatro áreas evolutivas cuyo desarrollo y coordinación se
relacionan con la capacidad para el habla fluida: control motor del habla, desarrollo del
lenguaje, adaptación social y emocional, y desarrollo cognitivo. Muchos factores ponen a
 prueba el uso fluido y fácil de los mecanismos del habla, precisamente ejerciendo
demandas sobre las capacidades motoras, lingüísticas, sociales, emocionales y cognitivas.
Algunas demandas son internas, procedentes del propio desarrollo del niño, mientras que
las demandas externas proceden del entorno, de las personas que rodean al sujeto o de
las propias vicisitudes de la vida cotidiana. Según este modelo, la tartamudez aparece

122
cuando el niño carece de la capacidad de hablar con la fluidez que las demandas exigen.
Se trata, por tanto, de un punto de vista muy interaccional semejante a los modelos de
diátesis-estrés sugeridos para otros trastornos como esquizofrenia o depresión. La
tartamudez es un fenómeno relativo que aparece no tanto como consecuencia de un
déficit interno, sino como resultado de una incapacidad para responder a las exigencias
externas. Por tanto, si la disfemia es producto de variables biológicas y ambientales, ésta
se manifestará sólo si existe un mínimo de carga genética y cierta influencia ambiental.
Cuanto menor sea la carga genética, más alto debe ser el nivel de demanda, mientras que
una predisposición hereditaria elevada permite que aparezca la tartamudez sin apenas
influencia exterior (Rodríguez Morejón, 2001).

2.3.1. Las capacidades para el habla fluida

La razón por la que la mayoría de los niños no presentan tartamudez a pesar de estar 
sometidos a cierto grado de exigencia es porque poseen una capacidad de fluidez
suficiente para afrontar los estresores que pueden afectar a su habla. La capacidad para
hablar fluidamente está constitucionalmente determinada, en la medida en que depende
fundamentalmente de variables genéticas y biológicas. Esta capacidad es función del
grado de desarrollo de:

 — Las habilidades motoras de control del habla: capacidad de articulación


rápida, suave y precisa, de planificación motriz y de control de los músculos
orofonatorios y respiratorios, reactividad muscular ante estresores
relacionados con el habla, etc.
 — El lenguaje: ya se ha comentado la relación entre tartamudez temprana y otros
 problemas del lenguaje, especialmente los relacionados con su desarrollo, de
manera que un patrón evolutivo tanto demasiado lento como demasiado
rápido puede actuar como factor de riesgo
 — El  funcionamiento social y emocional : está claro que la ansiedad no causa la
tartamudez pero puede agravarla, de manera que aquellos niños con mayores
habilidades sociales y madurez emocional, y que por ello saben afrontar mejor 
los estresores cotidianos –estar con extraños, separarse de los padres, hablar 
ante un grupo…– poseen una capacidad que les facilita hablar fluidamente en
estas situaciones
 — El desarrollo cognitivo: tanto para ser conscientes de las demandas sobre el
habla como para encontrar otras alternativas distintas del esfuerzo y la presión
con las que afrontar las disfluencias normales o patológicas.

123
Además, esta capacidad constitucionalmente determinada puede entenderse como
un continuo, de forma que en un extremo se encuentran las personas con una especial
facilidad para juntar sílabas y en el otro aquellas que apenas son capaces de articular 
 palabra sin tartamudear. En este sentido, medir la capacidad para hablar fluidamente que
tiene un niño pequeño supone algo más que determinar su tasa de palabras no
tartamudeadas o el número de disfluencias por minuto. Supone contar con criterios que
 permitan decidir si la cantidad y el tipo de errores o la historia del niño le colocan en el
extremo inferior de la fluidez, es decir, si se encuentra entre los candidatos a ser 
considerados como tartamudos (Rodríguez Morejón, 2001).

2.3.2. Las demandas sobre la fluidez del habla

El primer tipo de demandas procede del propio desarrollo y puede ser considerado casi
como inevitable: la maduración de los órganos de articulación del niño obliga a la
constante reactualización de los patrones motores y perceptivos que controlan el habla.
Además, el desarrollo del lenguaje impone la necesidad de usos fonológicos, sintácticos,
semánticos y pragmáticos cada vez más complejos (de ahí la relación clásica entre
tartamudez y transición al habla adulta y una demostrada correlación entre complejidad
de la frase y número de bloqueos). Por otra parte, también van desarrollándose estilos de
comportamiento, de solución de problemas, de manejo de las relaciones sociales, etc.,
que pueden favorecer el desarrollo de la tartamudez (Guitar, 1998).
Desde el punto de vista aplicado, se puede tratar de ralentizar el aprendizaje del
niño para reforzar la adquisición de las habilidades, pidiendo a los padres que empleen
modelos lingüísticos más sencillos y aumenten las experiencias cotidianas de éxito, para
afirmar la confianza general del niño.
Por otra parte, están los estresores provenientes del ambiente, que pueden ser más
fáciles de modificar y se resumen en el cuadro 2.11. Entre las demandas sobre las
habilidades motoras puede destacarse la presión temporal, esto es, la urgencia para
hablar, la “obligación” de hablar rápido porque tiene poco tiempo para decir lo que desea.
A veces esto sucede de forma grosera (como cuando deben hacerse corriendo las cosas
antes de salir para el colegio o se pide el menú en un restaurante de comida rápida), pero
es bastante más perniciosa la presión “fina”, menos aparente pero más frecuente (por 
ejemplo, responder al teléfono, decir rápidamente el nombre, dirección, etc.). También
existen ciertas reacciones aprendidas ante sonidos, palabras, ciertas situaciones o ciertos
oyentes. Estas reacciones pueden ser consecuencia de la tartamudez pero contribuyen a
generar más tartamudeos, siendo un indicador de cronificación del trastorno. En otras
ocasiones, el ambiente presiona sobre las capacidades lingüísticas reforzando el empleo
de estructuras verbales más complejas (lo que anima al niño a emplear un estilo de habla
adulto y se enfrenta así a una exigencia mayor) o corrigiendo los errores fonológicos o
sintácticos que presenta, animándole a emplear un lenguaje “correcto”, lo que puede

124
favorecer el empleo de tensión o un excesivo control sobre cómo habla. Del mismo
modo, hablar en ciertas situaciones estresantes (tales como delante de extraños, cuando
se está muy excitado, en una discusión…) o exigiendo demasiados detalles puede poner 
en riesgo el habla fluida del niño.

Cuadro 2.11.  Factores que pueden perjudicar la f luidez en los niños

125
 Fuente: Hill, 1999.

126
En cualquier caso, debe recordarse que la presencia de estos factores estresantes no
implica necesariamente un efecto negativo sobre la tartamudez. Por tanto, en la fase de
evaluación, no basta con identificar la presencia de alguno de estos posibles disruptores
del habla, sino comprobar que tienen efectos negativos sobre la fluidez del niño.
Como conclusión práctica, el planteamiento del terapeuta ante un nuevo caso de
tartamudez temprana es determinar si los factores que predominan permiten pensar más
 bien en un déficit constitucional (baja capacidad) o un exceso de demandas ambientales.
La distinción es relevante porque en el primer caso se planificaría una intervención
directamente centrada en el niño (desarrollando su lenguaje, mejorando su fluidez),
mientras que en el segundo caso se debería intervenir principalmente sobre el contexto.
Ciertamente, en la mayoría de los casos será precisa una intervención combinada, pero
esta diferenciación ayuda en buen grado a la planificación del tratamiento y a su
ustificación.
Siguiendo las directrices más actuales, el modelo de capacidades y demandas
relaciona tartamudez con fluidez y se centra en las primeras disfluencias de la tartamudez
temprana, pero ¿aporta algo este modelo a la explicación de la tartamudez establecida?
Parece que durante su inicio, la tartamudez se ve muy influida por cualquier tipo de
variaciones procedentes del entorno, y con el tiempo el trastorno se hace más
independiente de las influencias externas y pasa a estar más controlado por factores
 personales y, en concreto, por el modo de reaccionar ante los errores y los intentos de
evitarlos. En otras palabras, en los niños la mayoría de las demandas son externas
mientras, que en los adultos es más importante la demanda interna que ellos mismos
generan (como anticipar que va a bloquearse). Por eso, en el caso del niño que comienza
a tartamudear, cuando está en buena medida controlado por el ambiente, deberá
reducirse el estrés ambiental para que mejore la fluidez. En el caso del adulto, los
cambios ambientales tienen menos influencia sobre el habla, por lo que serán más
eficaces los cambios personales que se logren tanto sobre el habla como sobre otros
aspectos cognitivos y motores (Rodríguez Morejón, 2001). Como ya se ha comentado,
dos variables permiten pensar que la tartamudez ha comenzado a depender de aspectos
internos: tener conciencia del problema (empezar a verse como tartamudo, pensar que
hablar es difícil para él, experimentar enojo o frustración por los bloqueos…) y comenzar 
a reacionar ante él mediante conductas de escape (tensión, esfuerzo, repeticiones…) y
evitación (de sonidos, palabras, personas o situaciones).

En la actualidad permanece desconocida la causa de la tartamudez. Además, existe


cierto desinterés por la determinación de los factores últimos responsables de la

127
génesis de las disfluencias patológicas, y se ha demostrado no sólo más certero sino
sobre todo más útil hablar de factores relacionados con el inicio y la cronificación de la
tartamudez. Los datos más recientes procedentes tanto de la investigación
epidemiológica y experimental como de la práctica clínica concluyen que existe una
enorme variabilidad interpersonal entre unos y otros individuos tartamudos y se
apuesta por determinar las variables presentes en cada caso concreto que pueden ser 
responsables de las primeras disfluencias y de la evolución de éstas hacia un patrón de
habla tartamudo, que incluya también otros comportamientos asociados.
Dos han sido los principales intereses en los últimos años, que además han
resultado altamente fructíferos. En primer lugar, el estudio de la tartamudez y sus
diferentes componentes a la luz de un mayor conocimiento sobre la fluidez, esto es, se
ha abordado el estudio de la patología de la fluidez del habla a partir de la
determinación de los elementos que permiten un habla correcta en sujetos normales.
En este sentido, para poder entender con precisión por qué una persona presenta
disfluencias en su discurso y explicar el impacto de diferentes factores sobre la
tartamudez, es necesario considerar cómo se produce el habla, qué mecanismos
cognitivos, motores y perceptivos permiten a una persona codificar su idea en
términos verbales, planificar adecuadamente los movimientos que deberá ejecutar para
decir su mensaje correctamente y controlar su resultado por medio de bucles de
 feedback   auditivo y somatosensorial. Además, esto permite relacionar la tartamudez
como trastorno del habla con otros elementos más propios del lenguaje y determinar 
en qué medida unos influyen sobre otros.
En segundo lugar, el principal interés explicativo se ha centrado sobre la
tartamudez temprana y, más concretamente, en establecer comparaciones entre niños
fluyentes y niños con tartamudez en diferentes variables tanto relacionadas con la
herencia como variables biológicas (procesamiento cerebral del lenguaje, control
motriz, retroalimentación auditiva, etc.), neurolingüísticas y psicológicas (procesos de
condicionamiento y aprendizaje, estilos de personalidad, confianza como hablante,
etc.), y ambientales (estilo de habla de los padres, presiones comunicativas,
correcciones, etc.). Este procedimiento ha permitido confirmar muchas de las
creencias existentes de antaño entre los clínicos del lenguaje, pero sobre todo ha
cuestionado muchas de las afirmaciones que se mantenían desde antaño sin demasiado
fundamento empírico. Por otra parte, debe tenerse en cuenta el carácter comparativo
 –no necesariamente explicativo ni funcional– de estas investigaciones, de manera que
sus conclusiones deben tomarse con cautela a la hora de explicar qué factores y
mediante qué procesos causan la tartamudez o favorecen su cronificación. Existe un
elevado nivel de consenso a la hora de apostar por el carácter orientativo de estas
investigaciones para determinar la presencia o no de estos factores y su relación con la
tartamudez de un sujeto concreto.
En cualquier caso, puede asegurarse el carácter hereditario de la tartamudez (y
en gran medida también de su recuperación espontánea) y la necesidad de diferenciar 
entre los factores posiblemente responsables del inicio –seguramente de naturaleza

128
En cursiva se señalan las opciones que se cuentan como 1 en la corrección.
 Fuente:
 Fuente: Brutten, 1997.

206
Traducción
Traducc ión y adaptación: A.
A. Salgado.
Salgado.

 — Actitudes
ctitudes hacia
hacia la Tartamudez (Stuttering Attitudes, Gregory, 1991). Es un
sencillo cuestionario para niños mayores y adolescentes con 23 ítems
verdadero/falso referidos a la tartamudez y a la vivencia personal del
 problema.
 problema. Se presenta en
e n el cuadro 3.30.
3.30.
Cuadro
Cuadro 3.30.
3. 30.  Actitudes hacia la Tartamudez

207
 Fuente:
 Fuente: Gregory, 1991.
Traducción
Traducc ión y adaptación: A.
A. Salgado.
Salgado.

208
Por otra parte, es conveniente evaluar las creencias del paciente acerca de sus
capacidades para controlar el habla y aprender otras formas de hablar y de afrontar las
situaciones comunicativas difíciles, sus expectativas de cambio y la atribución de la
mejoría a sí mismo o a variables externas incontrolables. En definitiva, es preciso valorar 
las expectativas de control y autoeficacia sobre el habla y la comunicación, especialmente
en adolescentes y adultos. Entre los instrumentos que pueden emplearse destacan el
Control of Behavior  (LCB,
 Locus of Control   (LCB, Craig et al .,., 1985), el Self-Efficacy for Adults who
Stutter Scale  (SESAS, Ornstein y Manning, 1985) y, para adolescentes, el Self-Efficacy
or Adolescent Scale (SEA-Scale, Manning, 1994). El LCB es una escala tipo Likert de
17 ítems diseñada para evaluar la capacidad para asumir la responsabilidad en el
desempeño de nuevas conductas. En definitiva, pretende medir la creencia del paciente
acerca del grado en que los resultados terapéuticos dependen de su propio
comportamiento. Puntuaciones bajas en el LCB indican locus  de control interno y
correlacionan con una mayor eficacia del tratamiento y una menor probabilidad de
recaída. La escala SEAS de autoeficacia mide el grado de confianza en sus propias
capacidades con el que un adulto o adolescente que tartamudea utiliza estrategias de
habla fluida en una amplia variedad de situaciones comunicativas diferentes del contexto
clínico. La puntuación alta en la escala de autoeficacia indicará que el paciente se
considera capaz de aprender y emplear las conductas que conducen a un habla más
fluida y una mejor comunicación.
Por último, conviene reseñar la Evaluación Global de la Experiencia de Tartamudez
(Overall Assessment of the Speaker’s Experience of Stuttering , OASES, Yaruss y
Quesal, 2002), que es un instrumento diseñado para medir el impacto de la tartamudez
en la vida del paciente, así como sus sentimientos acerca de ser tartamudo, sus
dificultades para la comunicación y la valoración del tratamiento recibido. La OASES es
realmente un grupo de escalas que pueden aplicarse conjuntamente o por separado y está
diseñada para determinar las prioridades del tratamiento y el grado de eficacia del mismo
en cada una de las variables.

3.3.6
3.3.6.. Evalua
Evaluación
ción situacion
situacional 
al 

Resulta imprescindible en la elaboración del análisis funcional establecer las relaciones


entre las conductas problema y las situaciones en las que éstas aparecen más
frecuentemente o con diferente intensidad o duración. En el caso de la tartamudez
establecida, es igualmente necesario delimitar el aumento o la disminución, en función de
variables contextuales o situacionales, tanto de las disfluencias como de las respuestas de
evitación comunicativa para poder elaborar una hipótesis etiológica más adecuada y
 personali
 personalizar el diseño
diseño del tratamiento.
tratamiento.
Los niños mayores y, por supuesto, los adolescentes y los adultos son bastante
conscientes de los cambios en la frecuencia y severidad de los tartamudeos en función de

209
diferentes personas, temas de conversación y, sobre todo, situaciones comunicativas. En
el caso de los niños más pequeños es más difícil que informen de estas variaciones con
suficiente precisión, por lo que se hace necesario solicitar informes de padres y
 profesores, para lo que es posible
posible empl
em plear
ear cual
c ualqui
quiera
era de los
los informes de observación
observación que
se han comentado y que recogen información a este respecto.

Cuadro
Cuadro 3.31.
3. 31.  Evaluación
 Ev aluación Global de la Experiencia de Tartamudez

210
2111
21
212
213
214
215
fluidez del niño para decidir el final de la intervención, su continuación con más –y más
directa– supervisión de los padres o la intervención directa sobre el habla del niño (véase
la figura 4.2). En algunos casos, los padres introducen cambios positivos por su cuenta y
comentan la mejoría general que ha experimentado la relación con sus hijos, con los que
ahora pasan más tiempo hablando y disfrutan más haciéndolo. Además, algunos cambios
más genéricos en la vida familiar han contribuido a mejorar la calidad de vida de todo el
mundo y aumenta la expectativa de autoeficacia de los padres.
Si todo va bien, se dedica la última sesión a las posibles recaídas, en las que habrá
de revisarse si se ha vuelto a los viejos patrones estresantes y se interpretan estos
 pequeños aumentos de tartamudez como señales para que los padres hablen más
despacio y relajados, aumenten los silencios y el tiempo que dejan desde que el niño
termina de hablar y empiezan a hacerlo ellos y respeten y suavicen los turnos de palabra.
Por último, se planifica el seguimiento telefónico mensual (3-6 meses) y se deja abierta la
 posibilidad de nuevas valoraciones en la clínica, si es necesario, así como de cualquier 
consulta en el caso de que las disfluencias se agraven y se hagan más incontrolables.
Si no se aprecian mejorías notables, ha discurrido más de un año desde que el niño
comenzó a tartamudear y aparecen signos de evolución negativa, se hace necesario
 planificar la terapia integral, que tiene como núcleo el moldeamiento directo o indirecto
del habla mediante alguno de los diferentes procedimientos que han demostrado
mantener su eficacia a medio y largo plazo.

Cuadro 4.8.  Decálogo para mejorar el estilo de v ida f amiliar y prevenir la cronificación de la tartamudez

1. Controlar el estrés físico: cuidar el sueño, el descanso, la alimentación y los cuidados del niño.
Aumentar, planificar y cuidar las rutinas. Buscar momentos de relax
2.  Manejar el estrés psicosocial : analizar y adecuar las expectativas, exigencias y reacciones ante sus
hijos. Ser reforzante y emplear el control positivo más que el castigo como disciplina. Examinar y
controlar los conflictos domésticos y la rivalidad entre hermanos. Evitar el exceso de actividades.
Cortar de raíz las burlas sobre su habla y los comentarios “benévolos”. Ser flexibles
3.  Disminuir el estrés comunicativo: enfatizar la necesidad de ser un buen modelo de comunicación para
el niño; reducir la velocidad y la complejidad semántica y sintáctica del habla adulta dirigida al niño;
no gritarle para corregirle o pedirle que obedezca
4.  Reducir al máxim o los estresores de la fluidez,  como no escucharle cuando habla, interrumpirle o
exigirle que no hable, competir por el turno de habla, hablar con prisa o pedirle que responda
rápidamente, hablarle o pedirle hablar cuando está cansado, nervioso o emocionado y apenas puede
respirar o después de una riña o castigo, pedir que “se exhiba” o hable con extraños, hacer preguntas
difíciles, etc.
5. “Invertir” en el niño: pasar tiempo dedicado exclusivamente al niño; reforzarle la fluidez y no reforzar 
(por ejemplo, prestando más atención) la disfluencia
6. Convertir las situaciones de habla en experiencias placenteras : eliminar las reacciones negativas,
verbales o no verbales, ante los bloqueos; reservar un tiempo diario para favorecer el habla fluida en
una atmósfera relajada, lúdica, agradable y sin presiones
7.  Llevar a cabo registros de habla: mantener un sencillo diario con notas sobre el habla, la fluidez, los
 bloqueos y otros aspectos relevantes de la vida del niño

260
8. Tareas de habla que pueden hacer los padres : repetir palabras, frases y oraciones suave y lentamente;
enmascarar los tartamudeos; leer o cantar a coro; tiempo-fuera de tartamudeo; role-playings
asumiendo estilos de habla marcadamente lentos y suaves, y cambiando las voces mientras juega con
marionetas, muñecos, etc.; jugar con la voz y el habla e incorporar ciertas tareas de habla en
contextos de juego, etc.
9.  No permitir que la tartamudez traiga ventajas: tratar al niño de la misma forma que al resto; no
evitarle responsabilidades u oportunidades por razón de su tartamudez
10.  No le enseñe trucos para no tartamudear : palabras “fáciles”, muletillas, giros, etc.

4.1.3. Terapia integral: modificación del ambiente e intervención directa


 sobre el habla

En el caso de tartamudez temprana, máxime si además existen predictores de


cronificación o datos que informan sobre evolución negativa, y en los niños con
tartamudez borderline que además presentan otros problemas articulatorios, cognitivos o
de desarrollo asociados, el tratamiento de elección es la terapia integral. Si el núcleo de la
terapia preventiva es el control ambiental de las disfluencias y el de la terapia prescriptiva
es el entrenamiento a los padres, la terapia integral asume la necesidad de intervención
directa sobre el habla del niño para moldear en él un patrón de habla más fluido.
Además, junto con la intervención clínica directa para mejorar la fluidez, se mantiene la
intervención sobre el ambiente, en parte porque éste sigue teniendo un papel relevante en
el mantenimiento de la tartamudez y además porque es un complemento imprescindible
 para que la terapia del habla realmente funcione. Siguiendo la propuesta de Starkweather 
(1997b), la terapia integral interviene drásticamente disminuyendo las demandas a la vez
que ofrece nuevas competencias motoras que aseguren las capacidades. Hacer mayor 
énfasis en un componente u otro dependerá de los datos de la evaluación (Gregory,
1999).
La intervención ambiental sigue corriendo a cargo de los padres, que son
entrenados para introducir los cambios pertinentes. Buena parte de esta intervención es
semejante a las terapias preventiva y, sobre todo, prescriptiva, dado que parte de los
objetivos del trabajo con los padres sigue siendo modificar su patrón de habla (esto es,
velocidad, complejidad sintáctica, turnos conversacionales, pausas, etc.), reducir los
estresores del habla en presencia del niño y la instauración de un estilo comunicativo más
tolerante y de menos presión. La metodología es similar a los procedimientos anteriores,
 por lo que se obviará comentarlo de nuevo aquí. No obstante, hay algunos elementos
nuevos –o al menos que se presentan de forma diferente– que provienen tanto del tipo de
 problema ante el que nos encontramos (esto es, disfluencia atípica o tartamudez inicial
claramente definida) como de los objetivos que pretendemos, que giran en torno a frenar 
la tartamudez e instaurar un habla fluida, por lo que la intervención ambiental, siendo
importante, sólo es uno de los componentes del tratamiento, complementario del
 principal, que es el moldeamiento del habla.

261
Los tratamientos del habla en tartamudez temprana que han demostrado su eficacia
son numerosos y muy diferentes entre sí. Algunos –la mayoría– combinan diferentes
técnicas muy parecidas a las utilizadas con niños más mayores que presentan ya
tartamudez establecida. Suelen basarse en los procedimientos de moldeamiento de la
fluidez y entrenamiento en habla lenta, aunque existe una gran variedad en el formato
terapéutico que se emplea para conseguir sus objetivos. Otros protocolos corresponden a
la práctica clínica y la experiencia constatada de algunos investigadores y clínicos que han
desarrollado sus programas normalmente en centros clínicos universitarios, y que algo
más alejados de supuestos teóricos acerca de la etiología de la tartamudez, basan sus
 propuestas en los buenos resultados obtenidos. P or último, puede encontrarse terapeutas
que siguen prefiriendo un abordaje indirecto del habla en tartamudez temprana,
centrando el grueso de la intervención en la tarea que deben desempeñar los padres en la
esfera del desarrollo y la educación de su hijo, el cambio de actitudes y la modificación
de ciertas conductas.

Cuadro 4.9.  Programas de intervención directa e indirecta en el habla

•  Entrenamiento Sistemático de la Fluidez para Niños


(Shine, 1980)
•  Programa ERA-SM (Easy Relaxed Smooth Movement)
(Gregory, 1999)
•  Incremento Gradual de la Extensión y Dificultad 
(GILCU) (Ryan, 1979)
•  Método de Extensión Prolongada de la Articulación
(Ingham, 1999)
•  Programa Lidcombe  (Onslow, Packman y Harrison,
2003)
• Sistema de Desarrollo de la Fluidez  (Meyers y
Woodford, 1992)
•  Programa de Intervención en Tartamudez  (Pindzola,
Terapia directa 1999)
•  Entrenamiento Motor del Habla (Riley y Riley, 1999)
•  Moldeamiento Indirecto del Habla  (Rodríguez Morejón,
2001)
•  Programa para el Desarrollo de la Fluidez en
 Preescolares (Culp, 1984)
•  Programa de Reglas de la Fluidez  (Runyan y Runyan,
1999)
• Control Directo de la Tartamudez Infantil   (Wall y Myers,
1995)
•  Programa de Fluidez de Monterey (Ryan y Ryan, 1999)

262
• Terapia pesonalizada de Control de la Fluidez (Cooper y
Cooper, 1985)
•  Easy Does It-2 (Heinze y Johnson, 1987)

• Grupos de Padres y Niños (Conture y Melnick, 1999)


•  Prevención de la Tartamudez Temprana  (Gottwald y
Terapia indirecta Starkweather, 1999)
• Terapia Preventiva (Irwin, 1994)
• Terapia de Interacción Padres/Hijo  (Rustin, Botterill y
Kelman, 1996)

En general y desde los comienzos de la intervención sistemática, todos los


 procedimientos de terapia del habla en tartamudez infantil se clasifican en directos o
indirectos  (Conture, 2001; Ingham y Cordes, 1998), y desde siempre ha existido una
 preferencia por uno u otro estilo de tratamiento basada en la discusión acerca de cuál de
los abordajes (esto es, centrado en el ambiente y el comportamiento de los padres versus
centrado en el habla del niño) es más eficaz para eliminar la tartamudez y supone el
máximo beneficio con el mínimo riesgo, normalmente entendido este último en términos
de toma de conciencia del problema, autoidentificación como tartamudo y, por tanto, de
cronificación. No obstante, esta clasificación no está exenta de problemas, dado que la
aparente dicotomía se pierde cuando se observa que hay tanta o más diferencia entre los
 programas pertenecientes a cada categoría que entre las categorías mismas entre sí. Por 
otra parte, hay programas de difícil ubicación en uno sólo de estos apartados (por 
ejemplo, moldeamiento indirecto y tratamiento operante del habla fluida).
Por tratamiento indirecto  se entiende cualquier abordaje que no trata abiertamente
de manipular, modificar o cambiar la fluidez o cualquier otro componente verbal o
comunicativo del niño. El terapeuta se centra tanto en el niño como en su ambiente,
especialmente sus padres. Junto con la información, el consejo y el modelado a los
 padres, se intenta modificar la conducta verbal del niño a través de una variedad de
actividades poco directivas (es decir, “de tono bajo”), en forma de juego, donde los
 patrones de habla deseados están claramente definidos y se modelan y refuerzan
diferencialmente de forma sistemática, pero sin que sean el foco visible de la intervención
(Conture, 2001). Como se dirá más adelante, son intervenciones sin que parezca que se
interviene, al menos a los ojos del niño.
Por el contrario, un tratamiento directo  del habla implica intervenciones explícitas
sobre el habla del niño, las disfluencias y otras conductas asociadas, con intención
manifiesta de modificarla. También supone la participación de los padres, pero siempre
como un complemento a la terapia logopédica que lleva a cabo el profesional en la
clínica, especialmente dirigido a la generalización de los aprendizajes adquiridos.
Recordemos que esta diferenciación es un tanto artificial y pretende sólo orientar al

263
clínico respecto al método de trabajo que puede seguir. Los dos procedimientos que aquí
se presentarán con más detalle son buenos ejemplos tanto de esta dicotomía como del
carácter relativo de la misma. Así, el moldeamiento indirecto del habla (Rodríguez
Morejón, 2001, entre otros) puede ser considerado como un tratamiento indirecto, por 
cuanto interviene sobre el habla sin comentar para nada con el niño por qué se interviene,
y sin embargo es un tratamiento directo sobre la producción verbal, impidiendo que el
niño tartamudee, ofreciendo constantemente modelos de habla fluida, entrenando
 patrones incompatibles con la tartamudez y moldeando éstos a partir de la experiencia
verbal directa. Su carácter “indirecto” estriba precisamente en que a los ojos del niño,
éste viene a consulta a cualquier cosa salvo a modificar su habla.
Frente a este procedimiento, el programa Lidcombe (Harrison y Onslow, 1999;
Lincoln y Harrison, 1999; Onslow et al ., 2001 y 2003, entre otros) es un programa “muy
directo”, que para nada tiene en cuenta la toma de conciencia por el niño y, sin embargo,
es un ejemplo excelente de manipulación del ambiente como estrategia principal para
mejorar su habla (Attanasio, 1999), dado que no ofrece modelos ni enseña estrategias de
habla fluida, sino que se basa en la administración inmediata por los padres de distintas
contingencias en función de si la frase del niño es fluida o no. Es por tanto una
intervención directa a través de la manipulación ambiental.
A continuación se presenta un procedimiento flexible de terapia integral. En primer 
lugar se presenta un procedimiento general común, centrado una vez más en la
información y asesoramiento a los padres para crear un ambiente favorecedor de la
fluidez y cambiar sus actitudes frente a las disfluencias. Junto con él, se planifican
sesiones clínicas de intervención directa con el niño, para instaurar cambios en su patrón
de habla y pedir a los padres que continúen en casa con el trabajo desempeñado en la
clínica por el terapeuta. Este trabajo de los padres es absolutamente imprescindible, tanto
 para asegurar el sobreaprendizaje de las habilidades adquiridas en condiciones
comunicativas cada vez más difíciles como para asegurar la generalización (lo que se
intenta hacer desde el primer momento). La instrucción de dedicar un tiempo diario a
trabajar con el habla, tal y como se ha presentado en los procedimientos anteriores, se
mantiene precisamente con esta finalidad.
Ahora bien, cómo intervenir sobre el habla es una cuestión abierta para la que
existen afortunadamente diferentes posibilidades. Aquí se presentan las dos opciones
citadas –moldeamiento indirecto y control operante del habla fluida–, a partir de dos
 protocolos de suficiente eficacia probada. La elección de uno u otro dependerá del
entrenamiento del terapeuta y, por supuesto, de las características del niño y los padres.

264
Figura 4.4.  Componentes de la terapia integral.

Se tienen varias sesiones con el niño a lo largo de la semana (al menos dos), de 30-
45 minutos. En algunas participan directamente los padres, tanto para aprender cómo
deben actuar como para introducir cambios en la sesión clínica que favorezca la
generalización. Con los padres se tiene un tiempo aparte, bien al final de cada sesión con
el niño, bien en sesiones aparte más largas dedicadas al cambio de su estilo de habla
(semejantes a la terapia prescriptiva) cada semana o cada quince días. Normalmente
estas sesiones a los padres deben tener lugar pronto, al comienzo del tratamiento. La
duración total de la terapia integral es difícil de prever –suele ser de varios meses– y
dependerá de los datos de la evaluación continua del habla que se efectúan a lo largo del
tratamiento.
Algunos terapeutas proponen mantener la terapia prescriptiva con los padres
también en los casos de tartamudez temprana, y si no se alcanzan los resultados
deseados, pasar a la segunda opción, basada en la intervención directa sobre el habla,
 primero con técnicas menos “agresivas”, dejando como alternativa otros tratamientos que
suponen generar conciencia de problema en el niño o trabajan con la articulación
(Rodríguez Morejón, 2001). En cualquier caso, no puede prescindirse de la modificación
ambiental a través de los padres.

265
 ) Intervención con los padres

Como en casos anteriores, la entrevista de devolución de información da cuenta del


uicio diagnóstico y las razones que han conducido al mismo y de la propuesta de
tratamiento, sus objetivos, fases y del papel que se espera que desempeñen los padres a
lo largo del mismo. Además de información acerca de la tartamudez temprana y su
 posible evolución y del desarrollo del lenguaje y el habla, se aborda el papel de las
variables personales y ambientales en la génesis y mantenimiento de las disfluencias. La
información del terapeuta es contrastada con ejemplos del habla del niño y con otros
datos aportados por los padres en las sesiones de evaluación. Además, se entrega la
“Guía para padres” (o algún otro texto de autoayuda para padres) y se planifica el modo
de observar, registrar y analizar los episodios de mayor disfluencia, en aras a reconocer 
diferentes tipos de errores y detectar las variables ambientales que guardan relación
funcional con un incremento de la tartamudez. A partir de ahí se procede de forma
similar a la descrita para la terapia preventiva y prescriptiva.
Cuando se informe acerca de la tartamudez del niño debe apostarse por la brevedad
y la concisión. No se trata de dar lecciones magistrales que sólo suelen contribuir a
incrementar la preocupación de los padres y sus sentimientos de indefensión. Antes bien,
debe quedar clara la diferencia entre tartamudez temprana y establecida, y cómo los
 posibles indicadores de riesgo de cronificación (véase el cuadro 5.4), en caso de haberlos,
son sólo indicadores, que además orientan el tratamiento y aseguran que éste sea más
eficaz, pero no predisponen fatalmente al niño para ser tartamudo de por vida. El
objetivo es hacer entender por qué es importante la intervención con ellos y con el niño,
cuál será su papel –y motivarles para desempeñarlo activamente– como principales
agentes del desarrollo del niño y en qué consiste realmente el habla fluida que deseamos
conseguir, que varía bastante en niños y adultos y que en ningún caso está exenta de
disfluencias normales y hasta deseables.
Tras la descripción de la tartamudez temprana y del tipo de disfluencias típicas y
atípicas presentes en el niño (los padres suelen haber identificado bien las repeticiones de
sílabas y sonidos y los gestos faciales de tensión que a veces las acompañan, pero les ha
 pasado desapercibido otro tipo de errores), conviene dedicar un tiempo a la etiología y a
la experiencia subjetiva que el niño tiene de los tartamudeos.
Respecto a la etiología, de nuevo es preciso asumir tres principios básicos. En
 primer lugar, conocer exactamente la causa del problema no es condición indispensable
 para solucionarlo. Afortunadamente esto es así, y aquí reside el segundo principio, dado
que la causa “última” de la tartamudez permanece desconocida o, en otras palabras,
 posiblemente no es la misma en todos los casos. Puede echarse mano de algunos datos
de la historia clínica del niño (por ejemplo, antecedentes familiares, retraso del lenguaje,
lateralidad cruzada, etc.), pero sólo como factores posibles en un marco mucho más
amplio. En cambio sí se conocen qué factores ambientales pueden contribuir a empeorar 
las disfluencias o a mejorar la fluidez (la teoría de capacidades y demandas es un marco
explicativo fácil de entender y con numerosas conclusiones prácticas). Éste es el tercer 

266
 principio, sobre el que nos detenemos más, se presentan analogías que mejoren la
comprensión de la relación entre herencia y ambiente, se discuten ejemplos con los
 padres acerca de qué condiciones favorecen o dificultan la fluidez (véanse los cuadros
5.2 y 5.3), qué ayudas son eficaces y cuáles no (véase el cuadro 5.5) y, sobre todo, se
intenta cambiar el punto de vista: no es tanto lo que se ha hecho o dejado de hacer –en
efecto, la mayoría de los padres han actuado con absoluta normalidad y guiados por la
intención de buscar lo mejor para su hijo–, cuanto lo que a partir de ahora puede hacerse
 para afrontar el problema, creando las mejores condiciones de habla para que todo
funcione. La idea es aprovechar la disposición, el interés y la dedicación de los padres
 para hacer “algo diferente”. Así pues, la explicación de la etiología debe ser el argumento
 para entender que su tratamiento implica la participación activa de los padres, el niño y el
terapeuta.
Es importante dedicar un pequeño espacio de tiempo a explicar cómo suceden las
disfluencias y son experimentadas por el niño. Los errores son involuntarios y se
imponen al deseo voluntario de hablar y de terminar de decir lo que se quiere. Por ello,
es fácil que comiencen los procesos de condicionamiento operante que mantengan
intentos de solución que, a corto plazo, permiten comenzar o terminar de decir la palabra
o la frase, pero que a largo plazo empeoran el problema. Por esto no conviene dedicar 
demasiada atención a las disfluencias –ni tratar de corregirlas voluntariamente–, sino
reforzar la fluidez (por ejemplo, pedir al niño que nos siga contando en los momentos en
los que habla con mayor fluidez), aprender un estilo de habla más fácil, suave y sin
esfuerzo y ofrecer al niño modelos de habla y condiciones ambientales para poder 
 practicarlo. Éstos serán los objetivos de la terapia realizada en la clínica y reforzada por 
la actividad de los padres.
Los padres están en condiciones de colaborar cuando les queda claro lo siguiente: 1)
que han dedicar un tiempo diario a hablar con su hijo y practicar los cambios aprendidos
con el terapeuta; 2) son los principales constructores de un ambiente relajado y agradable
donde hablar es fácil y están presentes las mejores condiciones para la fluidez; 3) que,
 por tanto, deben introducir cambios en su habla y estilo comunicativo; 4) su papel como
coterapeutas una vez iniciada la intervención con el niño es insustituible para asegurar el
mantenimiento y generalización de los resultados.
Llegado este momento, algunos padres preguntan si tendrán que hablar lento, suave
y sencillo el resto de su vida o durante muchos años para que su hijo supere los riesgos
de seguir tartamudeando. La respuesta es clara: absolutamente no. Como no lo es el
hecho de tener que evitar siempre situaciones estresantes para el niño, lo que además de
ser imposible sería perjudicial. En este momento se está modelando el habla del niño para
eliminar la tartamudez y asegurar lo más posible el habla fluida espontánea, por lo que se
debe cuidar al máximo la actuación de los padres, pero durante un tiempo prudencial.
Además, lo más probable es que ciertos hábitos (como no interrumpir, no hablar todos a
la vez y cuidar los turnos, etc.) se van adquiriendo y pasan a formar parte de la rutina
comunicativa de la familia.
El resto del tratamiento con padres, en lo que tiene de intervención sobre el

267
ambiente, sigue los mismos pasos que las terapias preventiva y prescriptiva. Si acaso es
conveniente que lleven a cabo en casa juegos y ejercicios de estimulación general del
lenguaje que favorecen la comunicación espontánea y llevar a cabo registros de conducta
de situaciones positivas, con intención de orientar su atención hacia los recursos del niño
y no sólo hacia las disfluencias. No es conveniente pedirles que registren
sistemáticamente los períodos de más tartamudez más allá del tiempo que se ha dedicado
a analizar algunos episodios de disfluencia; en cambio sí lo es pedir que registren las
situaciones en las que el habla es más fluida, la frecuencia con que refuerzan al niño o
 pasan un rato agradable con él (Fernández-Zúñiga, 2002). En ocasiones, para facilitar la
comprensión de lo que se les pide y la tarea para casa, es necesario practicar previamente
en la sesión y comentar sugerencias y posibles dificultades.

Cuadro 4.10. Cambios para mejorar la fluidez

 Escuchar de forma diferente

1.Evitar reforzar conductas inadecuadas: a veces se presta más atención al niño


cuando tartamudea que en las ocasiones de habla fluida
2. Identificar el “estilo de escucha” de los padres: cuándo presta más atención, de
qué cosas le gusta hablar con su hijo, cuáles son los momentos de mayor 
atención…
3. Dedicar un tiempo a escuchar: sin TV, sin radio, sin estar leyendo o
cocinando…
4.Cuidar el contacto ocular y una postura corporal que indique interés

 Hablar de forma diferente

1.Hablar despacio: los niños necesitan mucho más tiempo para planificar –lingüística
y motrizmente– su habla, pero tratan de hacerlo a la velocidad del interlocutor 
2. Cuidar la articulación es una manera de enlentecer el habla y ofrecer un buen
modelo
3. Incrementar las pausas y los silencios: tanto su frecuencia como su duración
4. Eliminar las interrupciones, disminuir las preguntas y simplificar las frases
5.Modelar las disfluencias normales: el habla normal no es un habla  sin   disfluencias,
 por lo que se pueden ofrecer disfluencias típicas sin tensión ni esfuerzo de
habla

268
Conversar de forma diferente

1.Hablar con el niño, no sólo hablarle al niño: planear juegos donde se habla, jugar 
con el habla y el lenguaje, contar cuentos y comentarlos, cantar, charlar sin
 prisas ni órdenes
2. No juzgar: el miedo a ser criticado produce ansiedad e incrementa la disfluencia.
La disciplina es importante, pero es mala práctica pedirle explicaciones cuando
se castiga
3.Eliminar el habla no espontánea y las peticiones para que el niño hable

Vivir de forma diferente

1.Aumentar las rutinas: la excitación, la ansiedad anticipatoria y el cansancio


favorecen los episodios de disfluencia y constituyen buenos ambientes para el
condicionamiento
2.Cuidar los hábitos de comunicación: turnos, dedicar un tiempo diario sólo para
hablar 

 Reaccionar ante la tartamudez de forma diferente

1.Aceptar que los tartamudeos generan ansiedad, miedo e impaciencia en los padres
2. Observar el modo de reaccionar ante los errores y los efectos sobre el habla del
niño
3. Dejar terminar las palabras, incluso cuando son disfluyentes
4. Exponerse a las disfluencias para aumentar la tolerancia a las mismas
5. Practicar formas positivas de responder: eco fluido, tiempo-fuera, refuerzo
diferencial…
6. Hablar de la tartamudez con naturalidad, sobre todo si el niño es mayor y
aquélla es evidente

 Fuente: Starkweather et al ., 1990.

 B) Moldeamiento indirecto del habla

Con niños pequeños con tartamudez temprana es posible plantear el objetivo de la

269
eliminación completa de la disfemia, es decir, la adquisición de fluidez espontánea. A este
objetivo principal va dirigido cualquier programa de terapia del habla. La intervención
ambiental crea las condiciones para una comunicación sin exigencias y facilitadora, y el
trabajo directo con el niño pretende instaurar un patrón de habla fluido que el niño con
tartamudez debe aprender de manera sistemática. No es posible instaurar este nuevo
 patrón motor y verbal en un niño que tartamudea –o al menos es así en la mayoría de los
casos (Attanasio, 1999; Ham, 1990)– sin el trabajo directo sobre su modo de hablar; de
la misma manera, el cambio ambiental permite aplicar con éxito el nuevo aprendizaje en
unas condiciones lo más fáciles que sea posible (suele decirse a los padres que el nuevo
estilo de habla es como un brote tierno que debe encontrarse plantado en la mejor y más
cuidada tierra). Tiempo habrá para que el niño vaya afrontando situaciones de habla más
complicadas, exigentes y estresantes y sepa resolverlas con éxito.
Los dos programas que ahora se presentan pretenden estos mismos objetivos (esto
es, establecer un habla suave, sin esfuerzo, fluida y automatizada) y son dos alternativas
 –en algunos casos complementarias– que completan la terapia integral. La diferencia
esencial entre ellos no está tanto en su fundamento técnico ni teórico –ambos tienen una
 potente base en las técnicas operantes–, sino en el modo concreto de proceder en la
sesión y en las tareas para casa. No obstante, ambos programas comparten una serie de
 principios terapéuticos básicos (Fernández-Zúñiga, 2002):

 — Tienen un soporte importante en el juego: teniendo en cuenta la edad del niño


y la importancia dada desde el principio a la generalización fuera de la sesión,
la mejor manera de aumentar la motivación y conseguir que el niño desee
 practicar las tareas que se le piden es a través de actividades con formato de
 juego. En el caso del moldeado indirecto, este componente es esencial y
constituye una de las piezas técnicas fundamentales, hasta el punto de que es
algo más que el “envoltorio” de la tarea. El terapeuta –y los padres en casa– 
conocen bien la sistemática del trabajo que se está haciendo y se dedican a
aplicar las herramientas técnicas pertinentes; el niño está jugando y jugando
con el lenguaje, en tareas verbales que estimulan espontáneamente la práctica
del nuevo estilo de habla.
 — Implican una participación activa: de la mano del principio anterior, cabe
señalar que el fundamento de la terapia consiste en hablar (sólo cuando hay
mucha conducta es posible su moldeamiento), no en hablar acerca del habla.
En cada sesión se proporcionan aprendizajes que el niño deberá trasladar a su
ambiente natural, para seguir practicando. Por eso el juego resulta tan buena
estrategia y tan fácil de generalizar. La asistencia a las sesiones debe ser 
regular y frecuente, sobre todo al principio del tratamiento y en las sesiones de
comienzo de cada fase del mismo.
 — Mantienen la funcionalidad de la comunicación: porque hablamos para
comunicarnos, no para hablar fluidamente. Buena parte de las tareas en la
sesión, que se convierten en juegos fuera de la misma, son ejercicios propios

270
de la estimulación general del lenguaje (como aumento de vocabulario,
gramática, incremento de la complejidad sintáctica, imitación de expresiones,
etc.), pero desarrollados siempre en un contexto de comunicación, porque es
la manera natural y continua de aprender a hablar y mejorar las competencias
lingüísticas. No hay un tiempo para trabajar, hay un tiempo para hablar 
cómoda y agradablemente mientras se practican tareas sobre el habla.
 — Se deben fijar objetivos a corto y largo plazo y prevenir las recaídas: es
 preciso saber en cada momento en qué etapa del tratamiento nos encontramos
y cuál es el objetivo que se pretende conseguir. Unas veces será automatizar 
un patrón de habla incompatible con la tartamudez –para evitar las disfluencias
y, por tanto, reducir los ensayos de expresión anormal–, otras será aproximar 
el patrón de habla lenta a un habla prosódica y otras generalizar los
aprendizajes a situaciones cada vez más difíciles. Los objetivos son distintos y
también la naturaleza de los avances. Es preciso tener claros los logros
 parciales que van indicando progresos en el niño y entender que la reducción
de las disfluencias se produce de forma gradual, por lo que los padres deben
ajustar sus expectativas para poder valorar los éxitos parciales que se van
consiguiendo. Además, deben tenerse en cuenta las recaídas y saber 
interpretarlas como lo que son: ocasiones para aprender y optimizar los
recursos adquiridos.
 — El objetivo es la generalización: del nuevo patrón de habla a las situaciones
comunicativas cotidianas, por lo que la obsesión por la generalización de los
objetivos parciales está presente desde el primer momento, aunque la
transferencia se convierte en objetivo principal y explícito en las últimas
sesiones. Esto implica no sólo tareas para casa y planificación de autocontrol
del habla cuando no están presentes los adultos, sino ir aplicando poco a poco
los aprendizajes a momentos distintos del período de tiempo de 30 minutos
diarios dedicado a practicar y cambios en la propia reacción del terapeuta y los
 padres, que gradualmente incrementan el grado de exigencia y la velocidad del
habla (Starkweather et al ., 1990). Esto supone también cierta graduación de
las sesiones, que comienzan siendo diarias o cada dos días, pasan a ser 
semanales y por fin quincenales, antes del seguimiento.

Los fundamentos teóricos y técnicos del moldeamiento indirecto son numerosos y


variados, pero pueden verse antecedentes en el modelo de Starkweather et al . (1990), el
 programa ERASM (Easy Relaxed Approach-Smooth Movement) de Gregory (1998 y
1999), algunas tareas del control directo del habla de Cooper y Cooper (1985) y, en
cuanto al tipo de entrenamiento y el formato lúdico, a la adaptación para escolares del
entrenamiento en habla lenta de Santacreu y Fernández-Zúñiga (1994). La importancia
dada al juego como herramienta terapéutica y de generalización es compartida con la
terapia de escenificaciones emotivas, si bien ésta se aplica a problemas muy distintos, y
 buena parte de los ejercicios desarrollados en la sesión y practicados en casa proceden de

271
los protocolos de estimulación general del lenguaje.
Las herramientas técnicas en las que se basa constantemente el programa son: 1) el
modelado de habla, dado que el terapeuta –y los padres– presentan el patrón de habla
que debe aprenderse en cada momento de la terapia y le mantienen durante la sesión y el
tiempo de trabajo en casa; 2) el moldeamiento por aproximaciones sucesivas, ya que se
 parte de un patrón incompatible con la tartamudez (por ejemplo, el silabeo con golpe)
aunque sea poco prosódico y se va moldeando hacia un patrón prosódico de habla lenta
y suave; el reforzamiento diferencial se emplea en los momentos de transición de un
 patrón a otro y se van introduciendo ensayos de cambio de patrón al azar para asegurar 
el aprendizaje motor y no de la secuencia; 3) el desvanecimiento de las ayudas (esto es,
estímulos discriminativos o consignas) y modelos de habla; 4) el entrenamiento en
autocontrol y la exposición gradual a situaciones comunicativas difíciles; 5) el carácter 
indirecto  es un elemento técnico esencial, dado que se pretende intervenir directamente
en el habla sin crear conciencia de problema, y da a las sesiones clínicas una apariencia
de juego donde lo menos importante parece ser el trabajo de la fluidez; 6) junto con el
carácter indirecto del moldeado, el terapeuta se guía por la planificación diaria de tareas
de generalización que supongan, por una parte, continuar practicando lo que se trabajó
en la sesión y, por otra, hacerlo en presencia de más personas. El niño juega con la
fluidez de forma guiada por el terapeuta y aplica el control voluntario a los movimientos
fonatorios de forma gradual, lúdica, fácil y sin tensión; y 7) por último, los ejercicios que
sirven de materia para el trabajo de la fluidez son propios de la estimulación del lenguaje,
con lo que este componente –recuérdese la relación entre lenguaje y tartamudez– 
también se trabaja diariamente, favoreciendo al niño la planificación verbal del mensaje,
la captura semántica y los ejercicios de articulación.
La actitud del terapeuta a lo largo de las sesiones es semejante a la descrita en las
terapias preventiva y prescriptiva, en el sentido de frases cortas y sencillas, pocas
 preguntas, contenidos referidos al aquí y ahora y ausencia de interrupciones, si bien en
las últimas fases del tratamiento la presión comunicativa puede ser mayor.
La figura 4.5 resume los objetivos, fases y tareas del moldeamiento indirecto y será
el que se siga para la exposición detallada del mismo. Los cuadros señalan las distintas
fases y objetivos que guían toda la intervención en las mismas, así como la técnica
fundamental, de manera que el terapeuta escoge los ejercicios y tareas conforme a ello.
El texto que se encuentra fuera de los cuadros indica algunas de las estrategias para la
consecución de los fines propuestos en cada momento.
La primera fase del tratamiento se centra en encontrar un estilo incompatible con
las disfluencias, para lo cual se prueban diferentes formas de hablar combinando
velocidad y entonación. Entre los patrones de habla que se exploran están el silabeo con
golpe, el silabeo, el habla lenta y el habla lenta con entonación. Evidentemente, si el niño
es capaz de mantenerse hablando con cierta facilidad y sin tartamudear en el último –más
 próximo al habla prosódica–, no será necesario trabajar con los anteriores. En el caso de
que sólo el silabeo o el silabeo con golpes consiga que el niño no tartamudee y se
encuentre relativamente cómodo hablando de ese modo artificial, entonces se empieza

272
 por ellos y a lo largo del tratamiento se va moldeando hacia los estilos más cercanos al
habla normal.

Figura 4.5.  Moldeamiento indirecto del habla.

La manera de explorar estos estilos de habla ya refleja el empleo del juego como
herramienta imprescindible para trabajar en la clínica sin centrar la atención del niño en
su problema. Normalmente se emplea un juego de panel de recorrido (del estilo del
 parchís o la oca) donde las casillas representan diferentes países, planetas, espacios del
zoo, ecosistemas, ciudades imaginarias, familias de animales (saltamontes cojos, pulgas,
orugas y mariposas presumidas son buenos modelos de silabeo con golpe, silabeo, habla
lenta y habla lenta con entonación, respectivamente), etc., donde sus pobladores hablan
de una forma “rara” y distinta de la nuestra. Evidentemente esta forma de hablar 
corresponde con el estilo de habla que se quiere explorar, por lo que el terapeuta ofrece el
modelo como si formara parte del juego y el niño le imita. En este momento no debe
importar emplear todo el tiempo que haga falta para generar la situación de juego y
meterse en los diferentes personajes (por ejemplo, “se ha recibido desde el planeta Tierra
la misión de explorar nuevos planetas y los astronautas terrícolas deben prepararse para
contactar con los marcianos y aprender a hablar como ellos para poder pasar la
 prueba…”). Lo importante es dar con el contexto de juego y los personajes que
realmente motivan al niño e incluso son protagonistas habituales de sus juegos en casa.
La exploración puede hacerse al azar o gradualmente y debe terminar cuando se

273
encuentra un estilo con el que el niño se encuentra cómodo y es capaz de mantenerse
hablando así sin demasiadas correcciones o recordatorios. Y evidentemente, sin
tartamudear. Para cada estilo de habla se dedica un tiempo y se aplican diferentes
formatos lingüísticos (como afirmar, preguntar, responder, comentar, describir) para que
el terapeuta pueda estar seguro de la manera más adecuada para el niño y los objetivos.
A partir de aquí, la primera tarea para casa puede ser enseñar a sus padres cómo hablan
“los habitantes de tal o cual país”, cómo aprendió en el rato de juego que tuvo con el
terapeuta. En algunas ocasiones, durante la sesión se jugó con puzles, marionetas,
muñecos o juegos de recorrido con tareas de estimulación verbal que, si le han gustado al
niño, pueden continuarse en casa. En cualquier caso, deben primar siempre dos objetivos
metodológicos: que el niño no se aburra –antes bien, lo contrario– y que no se genere
conciencia de problema, es decir, que no fije su atención en aprender a hablar de manera
fluida.
Las siguientes sesiones se dedican a automatizar el patrón de habla elegido y a
 practicar con él mientras se realizan tareas de estimulación del lenguaje. En la consulta,
nuevamente se recuerda el personaje y su forma de hablar –a veces es bueno tener 
 presente un dibujo del “marciano” que nos recuerda cómo debemos hablar– y se inicia el
uego de recorrido (la partida a la que vamos a jugar) con diferentes pruebas centradas en
ejercicios de estimulación del lenguaje. El modo de proceder es utilizar dados e ir 
recorriendo el circuito, realizando en cada casilla la prueba que corresponda (por 
ejemplo, “di el nombre de dos frutas”, “cómo hacen los gatos”, “levántate, tócate la nariz
y di tres nombre de persona”, “termina el cuento con una frase”, “di lo que pasa en esta
escena”, “qué significa automóvil”, etc.) siempre centradas en habilidades verbales que
quieran trabajarse. Cuando el niño consigue ciertas pruebas, recibe como recompensa un
dulce o puntos de valor para poder canjear por otras cosas al cabo de unos días
(economía de fichas).
Si en un momento determinado el niño se aburre, puede cambiarse de juego y
dedicar el resto de la sesión a su actividad favorita, siempre y cuando el terapeuta ofrezca
constantemente el modelo y refuerce verbalmente al niño cuando lo emplea. En algunas
sesiones deben estar los padres, primero para aprender el estilo de habla que se está
 practicando, segundo para aprender cómo se corrige al niño cuando no lo emplea –suele
ser habitual que cuando el niño se implica en los juegos verbales se olvide de hablar 
“como los saltamontes” o a la velocidad que se está trabajando– y tercero para aprender 
un juego que podrá continuarse en casa, en el período de tiempo fijado de antemano para
ugar y hablar con el niño. El objetivo es que el niño vaya adquiriendo dominio sobre un
modo de hablar que impide los tartamudeos, pero no debe forzarse este ejercicio en casa
más allá del tiempo destinado para ello, siempre en contextos de juego y siempre que se
trabaje la motivación del niño para hacerlo y se mantenga una conversación sin
exigencias. El objetivo es automatizar este patrón de habla, no utilizarlo como modo
habitual de comunicación.
Cuando el niño tartamudea o no utiliza bien el modelo de habla, el terapeuta –y en
casa los padres– repite la frase fluidamente o con el ritmo adecuado, le recuerda el

274
 personaje (por ejemplo, “¿ya no eres una oruga?”, “creo que el rey de este país no se ha
enterado porque no hablas como ellos”) o le hace un signo para indicarle que debe hablar 
como corresponde al modelo (mueve la cabeza o el dedo diciendo que no). Es lo que se
denomina  feedback   indirecto (Rodríguez Morejón, 2001), en el sentido de que no son
 propiamente correcciones sobre el habla, sino recordatorios de las reglas del juego
 basadas en hablar de forma diferente.
También pueden diseñarse tareas para casa basadas en diversos ejercicios de
estimulación como trabajar con cuentos rimados y versos, pintar y hablar o pintar y
cantar, imitar voces, “masticar” sonidos, jugar a hablar por teléfono, usar imágenes
auditivas normales, etc. En cualquier caso, recuérdense las reglas generales sobre la
comunicación y el imperativo de presentar todas las tareas en un contexto de juego.
Cuando se tiene dominio sobre el patrón de habla y sobre la técnica del
moldeamiento indirecto se pasa a la tercera fase, cuyo objetivo principal es moldear el
habla desde el estilo automatizado hacia el habla prosódica normal. Se debe dedicar un
tiempo largo al habla lenta con entonación, dado que está muy próximo al habla normal.
En este sentido, el modo en que se realice la transición es muy importante para no
confundir al niño. El principio de reforzamiento diferencial es permanente en cada sesión,
 pero debe avanzarse tan lentamente como sea preciso, asegurando que el niño asimila los
nuevos patrones y se siente cómodo y confiado con ellos.
En las sesiones de modelado se van cambiando los ritmos prosódicos (es decir,
“vamos cambiando de planeta, de familia de animales o de país”) ayudados de la propia
dinámica del juego o de marionetas y muñecos que representan distintas formas de
hablar. Es muy importante introducir cambios al azar en el modo de hablar, siempre
teniendo como límite superior el nivel último en el que se está trabajando pero volviendo
con cierta facilidad a niveles inferiores, menos prosódicos. De esta manera se automatiza
el habla y se entrena el control motor sobre ella. Además, es importante elaborar una
erarquía con las variables que van incorporándose: melodía, entonación, frases más
largas, mayor velocidad del silabeo y del habla, etc.
En cualquier caso, el modo de corregir sigue siendo el  feedback   indirecto, en las
sesiones se sigue empleando el modelado y el mismo tipo de tareas. Los padres
continúan activos en algunas sesiones y mantienen el mismo tipo de tareas en casa,
ajustándose a las normas del terapeuta y reforzando el patrón de habla que se esté
reafirmando en cada momento de la terapia.
La generalización ha sido importante desde el primer momento del tratamiento,
 pero cuando el niño utiliza con facilidad un estilo de habla cercano al normal, se
convierte en el objetivo principal al que dirigir todos los esfuerzos. En esta fase se va
retirando el modelo progresivamente en las sesiones clínicas o se introducen dos
modelos, uno que mantiene el mismo patrón que el niño y otro que habla un poco más
deprisa, para facilitar la transición. Además se facilita que los padres, algún hermano u
otro amigo del niño participen en las sesiones, con la intención de crear situaciones
sociales y comunicativas cada vez más complejas y similares a las cotidianas. En algunas
de estas sesiones se llevan a cabo juegos de roles que representan situaciones habituales

275
en casa o el colegio. Si el niño pierde el modelo o tartamudea, el terapeuta corrige con
eedback   indirecto, recuerda el personaje seleccionado y recuerda a los padres cómo
mantener al niño hablando de la forma que se le ha enseñado (Rodríguez Morejón,
2001).
En la última fase, cuando la mayoría de los niños ha evolucionado hacia un habla
natural y fluida, el esfuerzo se centra en la generalización a situaciones comunicativas
cada vez más complicadas (nuevas situaciones, nuevas personas…), manteniendo su
autocontrol sobre el habla.

C) Control operante de la fluidez por parte de los padres: el Programa Lidcombe

El Programa Lidcombe para la tartamudez temprana, desarrollado por la Unidad de


Tartamudez de la Universidad de Sydney (Harrison y Onslow, 1999; Onslow et al .,
2003; Onslow y Packman, 1999, entre otros), es uno de los métodos actuales más
 prometedores y con datos más contrastados de su eficacia (los autores poseen datos de
seguimiento a lo largo de más de siete años de niños con una remisión completa de su
tartamudez). Sus resultados son aún más sorprendentes si se tiene en cuenta que la
duración promedio del mismo es muy pequeña, su aplicación experimental se ha llevado
a cabo en buena parte por profesionales no expertos y ha sido el tratamiento exitoso en
muchos pacientes con historia de fracasos terapéuticos previos.
Este método se centra directamente en el habla del niño; su aplicación en sentido
riguroso no implica cambios en otros aspectos del niño o su ambiente para eliminar la
tartamudez. No obstante, su método de intervención puede incluirse en el marco más
amplio de terapia integral aquí propuesto. En definitiva, el hecho de no intervenir sobre el
ambiente no es tanto porque no se considere relevante hacerlo, sino por minimizar lo más
 posible la interferencia del tratamiento en la vida familiar cotidiana, ya que de hecho el
 propio programa es, en sí mismo, una modificación del habla por la modificación de las
contingencias ambientales. Así, no pretende tanto crear unas condiciones óptimas para
desarrollar el habla, sino equipar al niño con unas habilidades suficientes para enfrentarse
a las demandas comunicativas de la vida diaria, dado que el programa descansa sobre el
supuesto de que la tartamudez es un problema del habla y que los niños que tartamudean
deben aprender a manejar su defectuoso sistema de producción del habla en todas las
situaciones de la vida (Onslow y Packman, 1999).
El Programa Lidcombe está fundamentado en los principios de la terapia de
conducta y es una aplicación directa de las técnicas operantes (esto es, estimulación
contingente a la respuesta basada en el refuerzo) en su sentido más literal, dado que ni
siquiera se enseña al niño una forma diferente de hablar (como hablar más despacio). Se
trata de cambiar el habla del niño a través de los padres, a los que se enseña a dar 
respuestas contingentes a sus hijos en función del grado de fluidez de sus expresiones,
reforzando verbalmente los momentos de fluidez (por ejemplo, “¡qué suave!”) y

276
corrigiendo el habla tartamuda (por ejemplo, “se te ha colado un saltito”). No obstante, y
éste sería el segundo principio básico que se adopta de la terapia de conducta, la
aplicación del programa se ajusta totalmente a cada caso particular, por lo que los padres
 pueden introducir ciertos cambios ambientales si se consideran necesarios para la
implementación exitosa del programa.
Junto con el entrenamiento a los padres para la aplicación de contingencias al habla
del niño, también se les enseña a evaluar la tartamudez a través de una escala muy
sencilla de valoración gráfica de la severidad de los tartamudeos y se les prepara para que
eduquen al niño en el autorregistro y autoevaluación de sus tartamudeos. Se pretende que
los niños aprendan a identificar sus errores sin generar ansiedad y dando la posibilidad de
decir la palabra o la frase de nuevo de forma más fluida (por ejemplo, ignorar la frase y
 pedir cariñosamente que repita, reforzando si lo hace de forma fluida, o repetir la frase
dicha por el niño de manera correcta, ofreciéndole así un modelo adecuado).
Los objetivos de la intervención quedan claros desde el principio (esto es, la total
desaparición de la tartamudez en todas las situaciones de habla por un período
indefinido) y son una constante referencia a lo largo del tratamiento. Para tener 
conocimiento de los avances y decidir el paso a la siguiente etapa del programa se toman
frecuentes medidas de la tartamudez, tanto objetivas como de estimación por los padres.
Si estas medidas sugieren que la gravedad de la tartamudez no está reduciéndose,
entonces se introducen todos los cambios en el programa que sean necesarios, siempre
manteniendo la misma lógica de una intervención operante.
Por tanto, los componentes para la eliminación de la tartamudez temprana por 
control operante son: 1) refuerzo del habla fluida y corrección de los tartamudeos, es
decir, estimulación contingente a la ejecución; 2) entrenamiento a padres, para que
apliquen la metodología operante primero en minisesiones de 15 minutos dedicadas a ello
y posteriormente en las diferentes ocasiones de habla; 3) medición del habla –fluidez y
naturalidad–; 4) entrenamiento en autovaloración de los tartamudeos y autocontrol de las
correcciones por parte del niño; y 5) solución de problemas.
En la primera fase de tratamiento se incluye una serie de sesiones clínicas
semanales de una hora de duración, en las que los padres aprenden a medir la severidad
de la tartamudez del niño, a distinguir entre episodios de tartamudez y fluidez y a corregir 
los primeros y reforzar verbalmente los segundos. Además de las sesiones clínicas, es
 preciso dedicar un tiempo diario para aplicar el tratamiento fuera de consulta, en el medio
cotidiano del niño. El padre, la madre o los dos se comprometen en la primera sesión a
dedicar un tiempo diario de charla con el niño y a asistir a todas las sesiones clínicas para
aprender el programa y aprender a tomar medidas correctas de la tartamudez. Estas
medidas ambulatorias hechas por los padres junto con las mediciones realizadas en la
clínica por el terapeuta determinan la velocidad del proceso y el paso de una etapa a la
siguiente.
Durante las sesiones semanales, el terapeuta y los padres comentan cómo ha ido la
aplicación de las técnicas durante el tiempo diario en casa destinado para ello, se
aseguran de estar haciéndolo en un ambiente relajado y divertido para el niño y que la

277
experiencia esté siendo positiva para él. Juntos comentan las mediciones de la tartamudez
(el programa Lidcombe propone la utilización en la consulta de un contador electrónico
con dos botones, que permite el cálculo rápido del porcentaje de sílabas tartamudeadas,
mientras los padres emplean una escala tipo Likert para estimar la severidad de los
tartamudeos en casa) y deciden el siguiente paso a dar, qué cambios introducir, cómo
concretar la aplicación contingente de refuerzos verbales y si introducir o no un nuevo
elemento y cómo hacerlo.
Cuando la frecuencia de tartamudeos es muy pequeña (esto es, los padres estiman
una puntuación igual o menor de 2 y hay un 1% de sílabas tartamudeadas en las
mediciones clínicas a lo largo de tres semanas consecutivas) comienza la segunda etapa,
en la que los padres aplican el tratamiento menos frecuentemente y ambos asisten a la
clínica con mucha menos asiduidad, programándose un distanciamiento progresivo entre
una sesión y la siguiente.
¿En qué consiste la administración de contingencias verbales por parte de los padres
y cómo se les entrena para ello? Éste es el núcleo esencial de la intervención: los padres
comentan cosas diferentes a sus hijos después de que éstos hayan hablado sin
tartamudear y después de haber tartamudeado de forma clara. Es por tanto la relación
entre respuesta del niño y contingencia verbal de los padres el componente sistemático de
todo el programa. Esta relación se resume en el cuadro 4.11.

Cuadro 4.11.  Actuación de los padres ante el habla del niño

Si el niño habla sin tartamudear (esto es, responde, pregunta, dice una frase corta
sin disfluencias), los padres pueden: 1) reconocer esta respuesta fluida (por ejemplo,
“esto sí ha sido suave”, “ha sido suave y sin saltitos”, “¡bien dicho!”), 2) alabar esta
respuesta con entusiasmo (por ejemplo, “¡muy bien!”, “¡qué bien lo has dicho!”) o 3)
 pedir que el niño evalúe la respuesta (por ejemplo, “¿ha habido algún saltito?”, “¿te has
atascado?”). Ninguna de las tres opciones son excluyentes, y más bien deben combinarse
y alternarse para que no pierdan valor reforzante. A veces pueden combinarse los

278
refuerzos verbales con refuerzos materiales, como golosinas o piezas de un sencillo
uguete (tipo kinders), de manera que además se incremente la motivación del niño para
el tratamiento. Los elogios han de sonar entusiastas y sinceros y se entrena a los padres
 para que prueben con frases distintas y varíen las mismas para evitar la saciación y la
falta de naturalidad.
Los padres también deben reforzar cuando el niño reconoce espontánea y
correctamente expresiones sin tartamudeo (por ejemplo, “lo he dicho bien, ¿verdad?”), o
cuando corrige por su cuenta una mala expresión.
La razón respuesta/refuerzo varía según los casos en función de la severidad de la
tartamudez: en un niño que tartamudea mucho, puede reforzarse la emisión de una o dos
 palabras sin tartamudeo, mientras que en niños con tartamudez leve, el refuerzo se aplica
tras dos o tres frases sin disfluencias. El programa de razón va ampliándose y haciéndose
variable en función de las mediciones diarias del habla y los cambios que vayan
haciéndose notables. En cualquier caso, debe planificarse de tal manera que la
consecución de reforzadores verbales y tangibles sea elevada cada día. Por tanto, siendo
la misma estrategia, su aplicación varía no sólo de niño a niño, sino en el mismo paciente,
de un día al siguiente (Lincoln y Harrison, 1999).
Si el niño tartamudea, los padres pueden: 1) reconocer la respuesta como habla no
fluida (por ejemplo, “ahí te has atascado”) y 2) pedir que el niño corrija la respuesta (por 
ejemplo, “¿lo puedes decir otra vez?”, “venga, repítelo otra vez”). Estas correcciones se
hacen con la mayor naturalidad en el contexto de la conversación. Por ejemplo, si el niño
tartamudea diciendo “Cu-cu-cuando voy a a a a casa…”, el padre repite “Cuando vas a
casa…”, de manera que da modelo de habla fluida y le pide corrección dentro de la
conversación que están manteniendo.
Las contingencias verbales deben aplicarse lo antes posible tras la respuesta del
niño, sea ésta un tartamudeo o una expresión fluida, y de tal forma que el niño les preste
atención. En cualquier caso, si se trata de un caso de tartamudez, el tono de los padres
siempre es neutral y cariñoso, nunca punitivo, ya que no se trata de un castigo y sería
contraproducente generar ansiedad, miedo o frustración. Algunas de las cosas que los
 padres pueden hacer para que la corrección suene como un consejo amable que además
anima al niño a continuar hablando son las siguientes:

 — Ignorar el tartamudeo y continuar hablando.


 — Comentar que ha sucedido un “accidente” con una palabra y continuar 
hablando.
 — Ofrecer un modelo correcto de la palabra tartamudeada y continuar con la
conversación.
 — Comentar que ha ocurrido un “accidente” con una palabra y pedir al niño que
repita la palabra correctamente.
 — Pedir al niño que repita la palabra tartamudeada correctamente y cuando esto
sucede pedirle que lo repita una o dos veces más, reforzándole en cada
repetición fluida (sobreaprendizaje de la producción correcta y

279
sobrerreforzamiento del habla fluida).

En algunos casos, los niños se sienten molestos cuando se les corrige el habla
tartamuda, sobre todo al comienzo del tratamiento, por lo que este componente puede
suprimirse, pero sólo temporalmente.
Debe ponerse especial cuidado en asegurar que el niño recibe muchos más
refuerzos que correcciones, tanto en los períodos de tiempo destinados en casa a la
terapia como en el resto de las situaciones de habla. Los padres deben asegurar más
elogios por el habla fluida que correcciones por la tartamudez, para evitar que el niño se
centre en las disfluencias y se agobie por ellas, lo que supondría un cambio radical de
 programa, ya que podría pasarse a intentar hablar fluido para evitar las correcciones (esto
es, control negativo). Idealmente, la proporción de los distintos tipos de contingencias ha
de ser 5:1 a favor de los refuerzos de las respuestas fluidas.
El entrenamiento a los padres para que apliquen correctamente en casa el sistema
de contingencias descrito tiene lugar durante las primeras semanas de tratamiento, en las
que el terapeuta lleva a cabo alguna demostración en la sesión de cómo reforzar y
corregir el habla del niño, los padres intentan los mismos procedimientos y, al final de la
sesión, el terapeuta les da  feedback   acerca de su ejecución. Además, pueden realizar 
alguna grabación doméstica de cómo transcurren las sesiones de trabajo con el niño en
casa y traerlas a consulta para ser supervisadas con el clínico. En definitiva, se aplica el
mismo método de modelado que en el entrenamiento a padres de la terapia prescriptiva.
Entre las habilidades que los padres aprenden durante las sesiones de tratamiento
destacan:

 — Mantener la atención del niño durante el tiempo de trabajo directo con el habla
y de acuerdo con el tipo de actividad en que se centra el tratamiento.
 — Provocar que el niño hable mucho y responder a lo que el niño dice.
 — Mantener una actividad adecuada para facilitar el habla fluida.
 — Registrar los períodos de fluidez y de tartamudez, para lo que debe
diferenciarlos entre sí de manera correcta.
 — Aplicar refuerzo y corrección adecuada, inmediata y consistentemente, y de
una manera positiva, pero sin urgencia ni juicios.
 — Mantener una actitud de apoyo.
 — Animar y reforzar la autoevaluación del habla fluida por parte del niño.
 — Usar una variedad de técnicas que ayuden al niño a corregir un tartamudeo.
 — Aprender cuándo deben ignorar un tartamudeo y cuándo deben corregirlo.
 — Determinar la longitud de la expresión libre de disfluencias que se va a reforzar.
 — Sobrecorregir y sobrerreforzar al niño cuando sea necesario.
 — Apreciar los signos de malestar en el niño a causa del tratamiento.

En las fases avanzadas del tratamiento, las sesiones domésticas dedicadas a la


modificación del habla van desvaneciéndose hasta desaparecer, y se pasa a un control

280
continuo en las ocasiones de habla cotidianas, no provocadas. En este momento, buena
 parte del procedimiento cambia, en el sentido de que el control sobre las contingencias se
hace más natural, por lo que deben cuidarse otras habilidades que también han tenido
que entrenarse con el terapeuta: mantener un adecuado sistema de refuerzo y corrección,
registrar y valorar la fluidez y tartamudez en el habla cotidiana del niño, alentar y reforzar 
el habla fluida en muchas ocasiones diarias, corregir de manera aún más natural y
cariñosa, y sin interferir en la comunicación del niño, y mantener el interés del niño por 
continuar con el tratamiento, pasando a un programa de reforzamiento intermitente
(Onslow y Packman, 1999).
Muchas de estas habilidades son sencillas de aprender, como lo es en sí todo el
 programa operante, pero no es menos cierto que una mala aplicación del método de
reforzamiento diferencial puede provocar efectos indeseados sobre el niño, que puede
sentirse constantemente evaluado por su modo de hablar, lo que resultaría a todas luces
 perjudicial para el propio desarrollo de la tartamudez. Por esto es imprescindible una
supervisión semanal de la actuación de los padres, que deben verse acompañados en
todo momento por el terapeuta experto en este procedimiento de intervención.
Para una correcta toma de decisiones a lo largo del tratamiento, un componente
importante es la constante medición del habla, tanto en la sesión clínica con el terapeuta
como en el trabajo en casa con los padres. El terapeuta mide el porcentaje de sílabas
tartamudeadas al comienzo de cada sesión, empleando un contador automático de dos
 botones (véase Onslow et al ., 2003). Para ello, obtiene una muestra de unas 300
 palabras de una conversación que los padres o el propio terapeuta mantienen con el niño
a lo largo de unos diez minutos mientras juegan y charlan con él. Este porcentaje es el
que determina la valoración de marcha del tratamiento, decide si se pasa de la fase inicial
a la fase de mantenimiento y selecciona los objetivos concretos para trabajar en la
 próxima semana.

Cuadro 4.12.  Esquema de una sesión clínica del Programa Lidcombe

1. El terapeuta mide el porcentaje de sílabas tartamudeadas (%ST), mientras los padres o el terapeuta
conversan con el niño
2. Los padres y el terapeuta asignan una puntuación en la escala de severidad (ES) al habla del niño
durante la conversación en la clínica
3. Los padres comentan la severidad diaria de la tartamudez de la semana anterior y el terapeuta la registra
en el diario de sesiones del niño
4. Padres y terapeuta comparan sus puntuaciones ES asignadas a la conversación en la clínica y comentan
las puntuaciones ES obtenidas en casa
5. Se discuten las puntuaciones ES y el %ST para evaluar el progeso clínico durante la semana
6. Los padres comentan el tratamiento empleado durante la semana y se discute con el terapeuta el modo
como se ha aplicado y los cambios para la próxima semana
7. El terapeuta habla con el niño y ofrece un modelo del modo de actuar que se ha convenido en el punto
anterior; se instruye a los padres en la forma correcta de actuar 

281
8. Se dedica un tiempo a comentarios, preguntas y sugerencias acerca del modo de actuar de los padres la
 próxima semana

En casa la evaluación del habla corre a cargo de los padres, que llevan a cabo una
estimación de la tartamudez a partir de una escala Likert de 1 (no hay tartamudez) a 10
(tartamudez extrema). Al comienzo del tratamiento, el terapeuta explica a los padres esta
escala, que está dispuesta sobre una línea horizontal en las que ellos deben marcar su
valoración de la tartamudez diariamente, y los criterios que deben guiar su puntuación.
Como la estimación es diaria y las visitas semanales, los padres trasladan sus
 puntuaciones a una gráfica que se lleva a la siguiente sesión para ser interpretada con el
terapeuta. El padre o la madre pueden: 1) hacer una estimación general del habla del niño
ese día o 2) hacer una estimación particular sobre el habla del niño en un período de
unos 10 minutos. Si se elige el segundo método, que implica menos abstracción y más
observación durante el período de tiempo fijado, deben decidirse siete momentos
diferentes del día (por ejemplo, el desayuno, la merienda, la vuelta del colegio, jugando
con sus hermanos o amigos…) y elegir uno de ellos cada día de la semana (Lincoln y
Harrison, 1999).
Al comienzo de cada sesión, y tras la evaluación objetiva del habla, se discute el
grado de acuerdo entre la medición del terapeuta en la clínica y la estimación de los
 padres en casa. Para ello, y tras escuchar hablar al niño, tanto los padres como el
terapeuta hacen una estimación de su fluidez empleando la escala 1-10. Se considera que
existe un “acuerdo razonable” cuando no hay más de un punto de diferencia entre ambas
valoraciones. La existencia de acuerdo asegura que ambos están empleando los mismos
criterios para valorar el habla del niño.
Como se ha dicho, el tratamiento es implementado fundamentalmente por los
 padres en casa. Para ello, se programan unas minisesiones de 10-15 minutos (el tiempo
que desde el principio se ha fijado para la tarea para casa) que se denominan
conversaciones planificadas. Además de las conversaciones planificadas, donde el
tratamiento parece más sistemático, también se aplican las diferentes contingencias en
situaciones corrientes de habla a lo largo del día, en lo que se denomina como
conversaciones no planificadas o  sesiones continuas (es decir, on-line therapy)
Las conversaciones planificadas han de ser diarias y a ser posible más de una por 
ornada. En este tiempo padres e hijo juegan juntos y se pretende que el niño hable sin
esfuerzo y sin tartamudear. Los ensayos de refuerzo o corrección son planteados y
desarrollados como un juego (por ejemplo, “mientras jugamos con los coches, vamos a
ver si puedes decir palabras sin saltitos. Cuando yo las oiga, te lo digo, ¿vale?”). Para
ello, pueden planificarse juegos verbales (como decir nombres de animales, de personas
conocidas, etc.) o realizar los reforzamientos y las correcciones en otras tareas de juego o
mirando cuentos. Todo dependerá de la severidad de la tartamudez, de las actividades

282
1. Aprender más sobre la tartamudez y sobre su propio patrón de habla
2. Reducir la frecuencia y duración de los tartamudeos
3. Disminuir la tensión y el esfuerzo cuando aparecen los tartamudeos
4. Eliminar las sustituciones y las evitaciones de palabras, personas o situaciones
5. Mejorar las habilidades de comunicación
6. Aprender a tartamudear de manera más sencilla y fluida
7. Manejar situaciones difíciles: entrevistas de trabajo, hablar por teléfono…

 En cualquier caso, los objetivos son personales y deben ajustarse a sus demandas y necesidades.
 Respecto al lenguaje, no se trata de imponer un modo de hablar fluido, sino de adquirir las
habilidades suficientes para que usted tenga la capacidad de elegir hablar tartamudeando o no.

5.6. Algunas situaciones puntuales e información para personas relacionadas

A continuación se presentan brevemente algunas sugerencias prácticas para manejar 


ciertas situaciones especialmente difíciles, bien para la persona que tartamudea, bien para
sus interlocutores. Por último, se señala alguna información general que puede facilitarse
a personas relacionadas con el mundo del empleo, especialmente directivos encargados
de la selección de personal u otros profesionales que puedan estar en contacto con una
 persona con tartamudez y desee conocer en qué consiste este problema y cómo puede
colaborar para reducirlo.

5.6.1. Hablar por teléfono

Fíjese en algunas personas no tartamudas hablando por teléfono: algunos tardan unos
segundos en contestar, otros emplean una muletilla introductoria (“umm, ehhh…”), otros
son muy expresivos con las manos e incluso hablan muy alto o con voz agresiva, otros
 parecen estar deseando acabar cuanto antes… Mucha gente, tartamudee o no, tiene
 problemas a la hora de usar el teléfono, y utilizar este aparato puede causar cierta
angustia. Si como persona tartamuda usted tiene este problema, quizá estas páginas le
ayuden a afrontar esta situación de una manera más eficaz y positiva. Pretendemos
ofrecerle una guía práctica de los pasos que puede llevar a cabo tanto cuando llame como
cuando reciba una llamada.

 ) Llamando a los demás

Llamar por teléfono puede analizarse en 3 fases: la preparación, la llamada y la

398
comprobación de cómo se ha hecho.

 —Preparación

• Asegúrese de lo que quiere decir y de cuál es el objetivo de su llamada,


 para qué llama. Si teme ponerse muy nervioso o es una conversación
comprometida, escriba los puntos de lo que quiere decir en un papel y
téngalo delante cuando esté llamando.
• Llame a un amigo o familiar justo antes de la “gran llamada”; esto puede
relajarle.
• Si tiene una lista de llamadas que debe hacer, ordénelas por dificultad;
empiece por la más sencilla y vaya subiendo hasta la más difícil.
• No evite esa llamada que tiene que hacer, ya que esto acentuará el
 problema.

 —La llamada
• A menudo, lo más difícil es contactar con la persona que se busca. Si le
 ponen con una operadora o una centralita, piense si le resulta más fácil
decir el número de extensión o departamento que busca o el nombre de la
 persona concreta.
• Tenga en mente algunas primeras palabras y sea flexible en lo que quiere
decir. Si empieza a tartamudear, hágalo de forma suave y abierta, sin
intentar forzar las palabras y, sobre todo, acuérdese de hablar más
despacio.
• No deben preocuparle demasiado los “silencios”, ya que ocurren en todas
las conversaciones. Concéntrese en lo que quiere decir y no en sus
 bloqueos. Su objetivo es comunicarse, decir lo que desea, tartamudee o no.
Observe su habla fluida, ya que muchos tartamudos olvidan que hablan
fluidamente muchas veces y en muchas situaciones.
• Si hoy es un buen día porque se encuentra especialmente fluido, haga más
llamadas, aproveche la situación, pero no evite llamar si no es así y debe
hacerlo. Recuerde que la fluidez del habla es sobre todo un problema de
confianza, que la fluidez conduce a la confianza y la confianza a la fluidez.
• En algunos casos, observarse en un espejo cuando está llamando le permite
observar dónde se acumula la tensión en su cara y otras partes del cuerpo.
Aplique algunos de los ejercicios de relajación que conoce.

 —Comprobación
• Muchas personas, tartamudas o no, son conscientes de que hay días en que

399
la fluidez es menor y que no han conseguido transmitir su mensaje
telefónico como deseaban. Si piensa que esta llamada ha provocado
ansiedad y nerviosismo, intente olvidarla, y piense que habrá futuras
conversaciones donde tartamudeará de forma más fluida o no lo hará. De
hecho, cada situación será nueva y le proporcionará experiencias de las que
aprender.
• Recuerde los pasos anteriores y evalúe qué estuvo bien y qué puede
mejorar la próxima vez.
• Si la llamada fue exitosa, dígaselo varias veces y disfrute de su éxito. Si
consiguió hacer esa llamada que tanto tiempo ha estado evitando, hágase un
regalo: acaba usted de terminar con un impedimento.
• Compare los temores iniciales que tenía con lo que realmente ha pasado y
dese cuenta del grado de exageración o fatalismo que tenían algunas de sus
anticipaciones.
• A veces las cosas se ponen difíciles y los bloqueos se presentan sin cesar 
durante la llamada, pero aun así usted se mantuvo firme, no colgó ni cortó
la conversación y consiguió comunicar su mensaje a pesar de que su
tartamudez se lo ponía cuesta arriba. En esos casos, muchas felicidades
 porque sólo usted sabe lo difícil que esto ha sido y el empeño que ha tenido
que poner: recuerde el sentimiento positivo de haber logrado su objetivo y
 permita que este éxito aumente su autoestima.

Cuadro 5.14.  Algunas ideas para utilizar el teléf ono sin temor 

• La práctica te ayudará a estar más animado y contento con el uso del teléfono
• Enfréntate al temor al teléfono. Habla sobre lo que tienes miedo de que ocurra y qué puedes
hacer para manejarlo
• Sé consciente de las situaciones que provocan evitaciones del uso del teléfono. Intenta hacer 
todas las llamadas locales que puedas. Si sueles hacer cosas como presentarte en su casa,
escribirle una carta o mandarle un mensaje por el móvil para evitar hablarle por teléfono, deja de
hacerlo: llámale por teléfono
• Intenta ser la persona que coge el teléfono en tu casa. Si tartamudeas, admítelo de forma abierta
y no intentes disimularlo porque sabes que suele ser peor.
• Muchas personas comentan que hablar con otros sobre su tartamudez ha reducido su ansiedad y
su temor y les hace sentirse más naturales y libres. Ciertamente esto es difícil si toda la vida has
intentado evitar hablar de este asunto, pero seguro que tienes personas cercanas con quienes
 puedas hacerlo
• Observa y escucha cómo hablan por teléfono personas que no tartamudean. Date cuenta de su
falta de fluidez, de sus interrupciones, repeticiones e interjecciones
• Otorga a tus interlocutores el beneficio de la duda. Si saben que tartamudeas estarán preparados,
entenderán posibles silencios y no les molestará
• Por último, pero lo más importante: practica, practica y practica… Habla por teléfono todo lo
que puedas y más. No dejes que un aparato de plástico te complique la vida. Es mil veces mejor 
que hables por teléfono aunque tartamudees a que lo evites

400
 B) Recibiendo llamadas

Éste es el área donde tiene menos control. Sin embargo puede salir al paso de esa
tensión que siente cada vez que suena el teléfono:

 — Conteste siempre a la llamada a su propio ritmo. No corra a coger el teléfono y


no lo haga si en ese momento está usted ocupado en cosas importantes
(acostando a los niños, a punto de salir para el trabajo, hablando por otro
teléfono, conduciendo, hablando con un cliente…).
 — Prepare las palabras iniciales, como la muletilla de qué va a decir: “dígame”, su
nombre, el nombre de su empresa o sección… Utilice lo que le resulte más
cómodo en ese momento.
 — Concéntrese en la llamada que recibe y no esté pendiente de dos cosas a la vez.
Acepte el hecho de que las personas que le rodean pueden oír y ver su
 bloqueo, pero no permita que su presencia le distraiga de su llamada.
 — No tenga miedo a un silencio inicial si le cuesta emitir la primera palabra. Es
 bastante normal que alguien conteste al teléfono y luego no hable, bien porque
está acabando una conversación con otra persona (especialmente otro
compañero o un cliente) o porque ha cogido el teléfono de otra persona.
 — Es posible que la persona que le llame también tartamudee. Si es así, tenga
 paciencia con alguien que puede estar tan nervioso como usted y que, a lo
mejor, está poniendo en práctica estos mismos consejos.

5.6.2. Cómo reaccionar cuando habla con alguien que tartamudea

En el caso de los niños, lo mejor es actuar como si no pasara nada, es decir, como si el
niño hablara normalmente. No obstante, el tartamudeo puede resultar tan molesto que no
 parecería natural que no se reaccione de alguna manera. En este caso, los padres,
maestros o los adultos que estén hablando con el niño en ese momento deben mostrarle – 
mucho mejor con un gesto que con palabras– que se dan cuentan de sus dificultades pero
sin mostrar sorpresa, inquietud, reproche, lástima o cualquier otro sentimiento negativo.
En ningún caso hay que aconsejarle que haga algo para evitarlo. Nunca viene mal una
sonrisa o un gesto de humor o complicidad que dé a entender que comprende
 perfectamente que a veces las palabras no salgan.
En definitiva, el tartamudeo sólo es una pequeña parte de su vida y del niño o del
adulto en cuestión. Algo con lo que se debe tener cuidado pero no una especial
 preocupación y misterio que nos haga ver en esta persona sólo a un “tartamudo”.
En algunas ocasiones, si se tiene suficiente confianza con la persona que
tartamudea, es provechoso hablar francamente de su problema, y especialmente de sus
miedos, su vergüenza o su frustración. Hacerlo es una buena manera de quitar la “cara

401
de fantasma” que suele tener la tartamudez y que parece un tema del que no debe
hablarse nunca. Abordarlo en un clima de cariño y confianza es una buena forma de
normalizarlo y eliminar el estigma que pueden sentir las personas que tartamudean: nadie
es inferior, en ningún sentido, por el hecho de repetir, bloquearse o prolongar los sonidos
más de lo que lo hacen el resto de las personas, y no se trata de un problema del que
sentirse avergonzado o digno de compasión. Además, le dan libertad para hablar sin tener 
que disimular sus disfluencias, por lo que no pondrá tanto esfuerzo por no tartamudear y
su fluidez será mayor.
En el cuadro 5.15 tiene unos sencillos consejos de lo que puede hacer y debe evitar 
 para ayudar a la persona que tartamudea cuando se enfrenta a un episodio de disfluencia.

Cuadro 5.15. Cómo comportarse cuando habla con alguien que tartamudea

• No haga comentarios del tipo “habla más despacio”, “respira tranquilo” o “relájate”. Estos
consejos simplistas son percibidos como degradantes y no ayudan nada en absoluto
• Con su actitud y su comportamiento dé a entender a la persona que le habla que usted está atento
a lo que dice, no a cómo lo dice
• Mantenga un contacto ocular normal y espere pacientemente y con naturalidad hasta que la
 persona termine de hablar 
• Es posible que usted tienda a terminar las frases o acabar las palabras de su interlocutor. Intente
no hacerlo
• Procure hablar de manera lenta y relajada, pero no de tal manera que suene poco natural. Esta
actitud favorece una buena comunicación independientemente de con quién esté hablando
• Tenga en cuenta que las personas que tartamudean tienen con frecuencia menos control sobre
su habla cuando están al teléfono. Por favor, sea aún más paciente en esta situación. Si usted
descuelga el teléfono y no oye nada, antes de colgar asegúrese de que no se trata de una
 persona que tartamudea intentando inciar sus palabras

5.6.3. Información general sobre tartamudez para empresarios y encargados


de personal 

Con frecuencia, los profesionales del lenguaje oímos comentarios acerca de la


tartamudez que demuestran cierto desconocimiento popular del trastorno, sus causas y el
modo como afecta al funcionamiento social y profesional de los afectados. Tampoco es
extraño que alguna persona encargada de la selección de personal o responsable de la
 promoción de los empleados consulte a algún conocido experto en el tema acerca de la
disfluencia. Por desgracia, es más frecuente aún que las propias personas que
tartamudean crean que son peor aceptadas en sus puestos, que tienen limitaciones serias
 para el desempeño de ciertas profesiones, o que su problema frustrará sus oportunidades

402
de promoción profesional. Y nada de esto tiene por qué ser verdad.
Con este motivo se ha escrito esta pequeña guía. Además, estamos convencidos de
que una mejor comprensión de la tartamudez por parte de compañeros y directivos
redundará en beneficio del trabajador que la sufre y de la propia empresa.

 ) Los datos reales

 — Aproximadamente el 1% de la población habla tartamudeando, lo que suponen


varios miles de personas en nuestro país. No obstante, todo el mundo
atraviesa períodos de menor fluidez y experimenta situaciones en las que
hablar les resulta más difícil.
 — La tartamudez en los adultos es un problema crónico del habla que interfiere
con su deseo de comunicación, entorpeciendo no la formación de ideas y la
selección de las palabras que debe emplear para decirlas, sino la coordinación
de los movimientos necesarios para hablar. En la actualidad, la causa última
del problema está por descubrirse, pero hay cierta evidencia de la
determinación hereditaria del mismo.
 — La tartamudez no es uniforme y varía mucho de unas personas a otras y en la
misma persona de unas situaciones a otras o en diferentes momentos. La
gente que tartamudea tiene “días buenos” y “días malos” con su habla.
 — Para una persona que tartamudea, una entrevista de trabajo es posiblemente la
situación comunicativa más difícil que pueda imaginarse. Sus disfluencias en
ese contexto no son indicativas de la severidad de su problema. Seguramente
su habla es mucho más fluida en otras situaciones y probablemente lo será
también en su puesto de trabajo. Por eso, una buena selección debe
considerar los requerimientos del puesto y las condiciones objetivas para
desempeñarlo antes de rechazar a un candidato por el hecho de tartamudear.
 — En algunos casos de tartamudez leve, las personas que la sufren temen
reconocerlo en público, por temor a perder su trabajo o las oportunidades de
 promoción. De esta forma se sienten obligados a mantener su problema en
secreto, lo que puede ser fuente de estrés y repercutir en su rendimiento o en
el de sus compañeros.
 — Diferentes estudios han confirmado repetidamente que las personas que
tartamudean desempeñan correctamente sus ocupaciones, y que la tartamudez
no es razón para un incorrecto desempeño laboral. De hecho, entre las
 personas tartamudas existen médicos, maestros, relaciones públicas,
vendedores…, y es grande la lista de personas con tartamudez que han
alcanzado la máxima cota de prestigio profesional en su campo respectivo
(Bruce Willis, Marilyn Monroe o Winston Churchill son algunos de los
 personajes conocidos de los que nadie dudaría de su éxito profesional a pesar 

403
de su tartamudez).

 B) Y la necesidad de eliminar los falsos estereotipos

 — No existe ninguna diferencia en inteligencia ni ajuste psicológico entre personas


que tartamudean y no tartamudos.
 — No es cierto que la gente tartamuda sea más proclive a ser ansiosa, tímida,
reservada o miedosa. En realidad, las diferencias en los rasgos de personalidad
entre unos individuos y otros no tienen nada que ver con tartamudear o no.
 — La tartamudez no es el resultado de un conflicto emocional o de la timidez.
 — La gente que tartamudea a menudo tiene unas extraordinarias habilidades de
comunicación y de relación social. De hecho, algunas personas que
tartamudean están muy interesadas y motivadas para desempeñar puestos cara
al público y saben manejarse con excelente habilidad en esas situaciones.
 — La mayoría de las personas que tartamudean tiene los mismos objetivos
 profesionales y las mismas ambiciones que cualquier otra, y a cualquier 
individuo con sus mismas habilidades se le podría promocionar para puestos
de mayor responsabilidad.

404
Clave de respuestas

405
406
 Lecturas recomendadas y bibliografía

Lecturas recomendadas

Friedman, S. (1990): Cartas con un paciente. Promolibro: Valencia.


Es un original texto que recoge una serie de cartas sucesivas entre la terapeuta y
un joven que tartamudea y se convierte así en su paciente epistolar. Lo más
interesante del texto es la exposición de la teoría de la confianza acerca de la
importancia de los factores cognitivos en el mantenimiento de la tartamudez. No es
un libro práctico en el sentido convencional del término, por cuanto no presenta un
 programa estructurado de tratamiento, ni recoge una compilación de técnicas
logopédicas y psicológicas. Sin embargo, resulta profundamente sugerente no sólo
 para la comprensión del fenómeno de la tartamudez establecida, sino también para la
consideración de un tratamiento global de la misma.

García Higuera, J. A. (2003): Terapia psicológica en el tartamudeo. Ariel: Barcelona.


Interesante presentación del clásico tratamiento de modificación de la tartamudez
de Van Riper, relacionándolo en este caso con algunos de los principios y
 procedimientos de la terapia de aceptación y compromiso (TAC). Presenta
detalladamente las fases de identificación, desensibilización, modificación y
estabilización que conforman el tratamiento y las ilustra con ejemplos y comentarios
clínicos que relacionan los procedimientos expuestos con diferentes técnicas de
modificación de conducta. Su presentación sencilla y rigurosa y un lenguaje ágil y
conciso convierten este libro en una síntesis muy recomendable para quien desee
conocer y practicar el programa de Van Riper.

Irwin, A. (1994):  La tartamudez en los niños. Mensajero: Bilbao.


Este texto es válido tanto para terapeutas como para padres y maestros de niños
que tartamudean. En su estilo didáctico habitual, la autora presenta una serie de
consejos y tareas para casa en línea con la terapia preventiva, encaminada a disminuir 
las exigencias y presiones sobre el habla. Es un libro eminentemente práctico, y
 probablemente el más útil en castellano para la aplicación de la terapia preventiva.

Rodríguez Morejón, A. (2003):  La tartamudez. Naturaleza y tratamiento. Herder:

407
Barcelona.
Sin duda, el mejor manual general sobre tartamudez escrito en español hasta la
fecha. El autor expone con claridad y rigor los principales síntomas que conforman la
tartamudez temprana y establecida, resume las principales teorías acerca de su
etiología y los programas de tratamiento más eficaces. Además, resume los
 principales criterios diagnósticos y de toma de decisiones en tartamudez temprana y
describe los pasos de la intervención en moldeado indirecto con niños y terapia
centrada en soluciones para los adultos.

Santracreu, J. y Fernández-Zúñiga, A. (1994): Tratamiento de la tartamudez.


Promolibro: Valencia.
Se trata de un clásico en nuestro país. La primera parte es más teórica y quizá
hoy debe considerarse un tanto superada, pero los capítulos dedicados a evaluación,
integración de resultados en un modelo etiológico eminentemente clínico y la
descripción del tratamiento con escolares y adultos basado en el moldeamiento de la
fluidez siguen siendo válidos, útiles y necesarios. Al final del texto se recogen una
serie de instrumentos de evaluación que completan el carácter aplicado de la obra.

 Lecturas recomendadas para el terapeuta

Conture, E. G. (2001): Stuttering. Its nature, diagnosis and treatment . Needham Heigths: Allyn y Bacon.
Culatta, R. y Goldberg, S. A. (1995): Stuttering therapy. An integrated approach to theory and practice. Needham
Heights: Allyn y Bacon.
Curlee, R. F. (1999): Stuttering and related fluency disorders (2. a ed.). Nueva York: Thieme.
Gregory, H. (2003): Stuttering therapy: Rationale and procedures. Needham Heigths: Allyn y Bacon.
Guitar, B. (1998): Stuttering: An integrated approach to its nature and treatment . Baltimore: Williams y Wilkins.
Ham, R. E. (1999): Clinical management of stuttering in older children and aduts. Gaithersburg: Aspen
Publishers.
Onslow, M.; Packman, A. y Harrison, E. (2003): The Lindcombe Program of early stuttering intervention: A
clinical’s guide. Austin: Pro-Ed.
Rustin, L.; Botterill, W. y Kelman, E. (1996): Assessment and therapy for young dysfluent children. Londres:
Whurr Publishers.
Starkweather, C. W. y Givens-Ackerman, J. (1997): Stuttering . Austin: Pro-Ed.

 Lecturas recomendadas para el paciente y los padres de niños con tartamudez

Ainsworth, S. y Gruss, J. (eds.) (2001): If your child stutters: a guide f or parents (5.ª ed.). Memphis: Stuttering
Foundation of America.
Chmela, K. A. y Reardon, N. (2001): The school-age child who stutters: Working effectively with attitudes and 
emotions. Memphis: Stuttering Foundation of America.
Conture, E. G. y Fraser, J. (1998):  La tartamudez y su niño: preguntas y respuestas  (Publ. n.º 27). Memphis:
Stuttering Foundation of America.
Santracreu, J. y Froján, M. X. (1993):  La tartamudez. Guía de prevención y tratamiento infantil . Valencia:

408
Promolibro.

Bibliografía

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416
PSICOLOGÍA. MANUALES PRÁCTICOS

1 Manual práctico de Evaluación psicológica clínica


 Muñoz, Manuel 

2 Manual de trastornos de la personalidad. Descripción, evaluación y tratamiento


Caballo,Vicente E. (coordinador)

417
PSICOLOGÍA CLÍNICA

• GUÍAS DE INTERVENCIÓN

1 Heroína, cocaína y drogas de diseño


 Becoña Iglesias, E./Lino Vázquez González, F .

2 Fobia social
 Bados,Arturo

3 Disfunciones sexuales femeninas


Carrasco, M.ª José

4 Rehabilitación neuropsicológica
 Muñoz Céspedes, J. M./Tirapu Ustárroz, J .

5 Es quizofrenia
 Rodríguez,Abelardo (editor)

6 Parafilias y violación
Cáceres, José

7 Abuso de alcohol
 Echeburúa, Enrique

8 Trastornos del sueño


 Buela-Casal, G./Sánchez,A. J .

9 Trastornos de la personalidad
 Belloch Fuster, A./Fernández-Álvarez, H .

10 Juego patológico
 Fernández-Alba,A./Labrador, F. J .

418
11 Alucinaciones y delirios
Valiente, Carmen

12 Intervención psicológica en las catástrofes


 Robles, J. I./Medina, J. L.

13Estrés
Crespo, María/Labrador, Francisco J .

14 Retraso mental
 Rodríguez, M.ª Josefa/De Pablo-Blanco, Carlos

15 Trastornos específicos de la mujer 


 Larroy, Cristina

16 Obsesiones y compulsiones
 Aldaz Armendáriz, José Antonio/Sánchez Martín, M.ª Montserrat 

17 Estrés postraumático
Capafóns Bonet, Juan Ignacio/Sosa Castilla, Carmen Dolores

18 Autoestima
 Raich Escursell, Rosa M./Mora Giral, Marisol 

19 Agresores sexuales
 Noguerol,Victoria

• GUÍAS TÉCNICAS

1 Técnicas de relajación y respiración


Vázquez, M.ª Isabel 

2 Hipnosis
Capafons Bonet,Antonio

419
3 La entrevista diagnóstica con niños y adolescentes
 Ezpeleta, Lourdes

4 Entrenamiento en inoculación de estrés


 Muñoz, Manuel/Bermejo, Marta

5 Habilidades sociales
 Ballester, R./Gil Llario, M.ª D.

6 Exploración psicopatológica
 Baños Rivera, R. M.ª/Perpiná Tordera, C .

7 Intervención en crisis
 Fernández Liria,A./Rodríguez Vega, B.

8 Psicofarmacología para psicólogos


 Bravo Ortiz, M.ª Fe

9 Entrevista diagnóstica en Salud Mental


Vázquez, Carmelo/Muñoz, Manuel 

10 Técnicas de exposición y autoexposición


 Pérez Pareja, F. Javier/Borrás Sansaloni, Carmen

11 Técnicas cognitivas de intervención clínica


Vázquez, Carmelo

12 Consejo psicológico
Costa Cabanillas, Miguel/López Méndez, Ernesto

420
Índice
Portada 2
Créditos 6
Índice 9
Presentación 13
1. Introducción: Tartamudear y ser tartamudo 16
1.1. Una definición útil de los trastornos de la fluidez del habla 18
1.1.1. Determinantes de la fluidez del habla 18
1.1.2. Trastornos de la fluidez del habla: tartamudez y taquifemia 21
1.1.3. Definición de tartamudez 24
1.2. Descripción clínica de la tartamudez y conductas asociadas 32
1.2.1. Patrón de habla tartamudo 34
1.2.2. Respuestas motoras 37
1.2.3. Respuestas fisiológicas 39
1.2.4. Conductas y procesos cognitivos 43
1.2.5. Condiciones que agravan o mejoran la fluidez. Situaciones temidas o
46
evitadas
1.3. Diagnóstico diferencial 50
1.4. Epidemiología 58
1.5. Evolución de la tartamudez. Factores relacionados con la recuperación y la
61
 persistencia
Cuadro resumen 67
Exposición de casos clínicos 69
Preguntas de autoevaluación 72
2. Etiología de la tartamudez 74
2.1. Un modelo de producción del habla como marco de referencia 75
2.2. Factores relacionados con la génesis y desarrollo de la tartamudez 85
2.2.1. Predisposición genética 85
2.2.2. Factores biológicos 88
2.2.3. Factores psicolingüísticos 98
2.2.4. Factores psicológicos 105
2.2.5. Factores ambientales 117
2.3. Una teoría integradora: el modelo de capacidades y demandas 122

421
2.3.1. Las capacidades para el habla fluida 123
2.3.2. Las demandas sobre la fluidez del habla 124
Cuadro resumen 127
Exposición de casos clínicos 130
Preguntas de autoevaluación 133
3. Evaluación de la tartamudez 135
3.1. Evaluación diagnóstica 136
3.1.1. Diagnóstico diferencial entre disfluencia normal y tartamudez
139
temprana
3.1.2. Diagnóstico diferencial entre tartamudez temprana y tartamudez
143
establecida
3.1.3. Evolución negativa y riesgo de cronificación 145
3.1.4. Ambientes favorecedores o perjudiciales para la fluidez 147
3.2. Métodos de evaluación en tartamudez infantil 149
3.2.1. Entrevista con los padres 149
3.2.2. Medición de las disfluencias e índices de fluidez 154
3.2.3. Evaluación de la interacción del niño con sus padres 162
3.2.4. Otras informaciones de interés 163
3.3. Evaluación funcional 170
3.3.1. Historia clínica: inicio y evolución del problema 174
3.3.2. Evaluación del habla y otras conductas motoras asociadas 177
3.3.3. Evaluación de las conductas de evitación social y comunicativa 186
3.3.4. Evaluación psicofisiológica 196
3.3.5. Evaluación de las actitudes, creencias y expectativas 197
3.3.6. Evaluación situacional 209
3.3.7. Evaluación de otros aspectos relacionados con la intervención 224
Cuadro resumen 228
Exposición de casos clínicos 232
Preguntas de autoevaluación 236
4. Tratamiento de la tartamudez 239
4.1. Intervención en tartamudez temprana 242
4.1.1. Terapia preventiva 248
4.1.2. Terapia prescriptiva 254
4.1.3. Terapia integral: modificación del ambiente e intervención directa
261
sobre el habla
4.2. Intervención en tartamudez crónica 288

422
4.2.1. Devolución de información y establecimiento de objetivos 294
4.2.2. Análisis de las excepciones y valoración de los recursos 297
4.2.3. Reestructuración cognitiva y manejo de las evitaciones 301
4.2.4. Intervención directa en el habla: moldeamiento de la fluidez y
305
modificación de la tartamudez
4.2.5. Generalización, mantenimiento y prevención de recaídas 347
4.2.6. Asociaciones de autoayuda y tratamiento en grupo 350
4.2.7. El trabajo con chicos mayores y adolescentes 351
Cuadro resumen 354
Exposición de casos clínicos 358
Preguntas de autoevaluación 364
5. Guía para personas que tartamudean, familiares, maestros y otros
366
 profesionales
5.1. Guía para los padres 367
5.1.1. Algunas ideas sobre el habla en los niños pequeños y lo que se
367
considera “normal”
5.1.2. Qué es la tartamudez y cómo puede reconocerse 368
5.1.3. Por qué tartamudea un niño 371
5.1.4. Qué más puede hacer para ayudar a su hijo 375
5.1.5. ¿Será necesario iniciar una terapia para su habla? 377
5.1.6. Qué decir a la gente sobre el modo de hablar de su hijo 378
5.2. Guía para los maestros 380
5.2.1. El niño de educación infantil 380
5.2.2. El niño de educación primaria 381
5.2.3. Cómo manejar ciertas situaciones en el aula 382
5.3. El niño que tartamudea: guía para el pediatra 383
5.3.1. Etiología 384
5.3.2. Prevalencia e incidencia 384
5.3.3. El papel del médico pediatra 385
5.3.4. Diagnóstico diferencial 385
5.3.5. Consejos a los padres de un niño con disfluencia normal 390
5.3.6. Consejos a los padres de un niño con tartamudez leve 390
5.3.7. Consejos a los padres de un niño con tartamudez severa 391
5.4. Algunas palabras para chicos que tartamudean 392
5.5. Una guía para las personas que tartamudean 393

423
5.5.1. Ayudarse a sí mismo: reglas básicas 393
5.5.2. Un método de autoayuda para adquirir hábitos provechosos 395
5.6. Algunas situaciones puntuales e información para personas relacionadas 398
5.6.1. Hablar por teléfono 398
5.6.2. Cómo reaccionar cuando habla con alguien que tartamudea 401
5.6.3. Información general sobre tartamudez para empresarios y encargados
402
de personal
Clave de respuestas 405
Lecturas recomendadas y bibliografía 407

424

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