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CUENTOS DE CALLEJA EN COLORES

CUENTOS DE CALLEJA EN COLORES


PINOCHO BATE A
CHAPETE
I

LOS PIRATAS NEGROS


Dos meses habían transcurrido desde que Chapete, con audacia sin igual, se
había escapado del Bazar acompañado del perro Voltereta.
Durante este tiempo no se había vuelto a saber nada del terrible aventurero.
¿Era que el globo que utilizó para su fantástica evasión le había conducido a
algún planeta lejano?

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¿Era que, a causa de alguna avería, su cuerpo yacía destrozado en el fondo de
una sima o entre las aguas del mar?
No. La Humanidad no había tenido esta suerte; Chapete logró llevar a cabo su
arriesgada fuga con toda felicidad.
Y si el mundo no oía hablar de él era porque Chapete no tenía más que un
pensamiento: su reto sensacional: ¡Ahora, señor Pinocho, nos veremos las caras!
Su sangre de serrín le ardía de impaciencia. Luchar contra Pinocho, vencerle,
humillarle, arrebatarle su campeonato de muñeco audaz, aventurero y famoso: ese
era el ideal de Chapete, su obsesión, su pesadilla.
¡Pero Pinocho no parecía por ninguna parte! ¿Dónde se había metido el
incomparable héroe de madera? ¿Se habría enterado de la fuga de Chapete y de su
reto, y estaría escondido temeroso de su rival de trapo?
Semejante idea sólo podía salir de la cabeza pepinesca de Chapete.
¡Pinocho temeroso! ¡Pinocho acobardado! Ya veo que os reís de semejante
disparate. Y el mismo Chapete lo reconoció en seguida. No. Pinocho no podía
haberse enterado del reto de Chapete. De otro modo hubiese dado al punto señales
de vida.
¿Dónde estaría Pinocho? ¡Vaya usted a saber! —
pensaba Chapete — ¡A un muñeco que tan pronto está
en la Luna, como en el fondo del mar como en una isla
desierta, no se le echa la vista encima así como así!
Chapete, al fin, tuvo una idea luminosa. ¡Se haría
pirata! ¡Pirata! ¿Qué mejor medio para encontrar a un
aventurero como Pinocho que la vida de pirata, toda
llena de aventuras y de peligros? Si; se haría pirata.
Además esa idea le entusiasmaba. ¡Recorrer los mares
en un buque cargado de tesoros y beber ron a todo pasto!
¡Con lo que le gustaba a Chapete el ron!
Ya se veía con un gran sable, dos pistolas y un hacha
de abordaje en el cinto.
— ¡Qué arrogante voy a estar así! — se decía
relamiéndose de gusto — Seré el capitán de una partida
de valientes, y nuestro barco será el terror de los mares.
Y, ya decidido, reunió una docena de perdularios
como él y fundó la banda de «los Piratas Negros», que
más tarde habían de ser conocidos por los chapetones, y
a cuyo nombre habían de temblar todos los continentes e
islas del Globo.
Entre los piratas había dos que pronto se destacaron
de entre los demás, llegando a ser uña y carne de

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Chapete. Llamábanse estos Tintinelo y Patapón.
Patapón era casi un gigante, y su fuerza era tan enorme que cuando jugaba a la
pelota agujereaba la pared. Tintinelo, en cambio, era chiquitín, casi un enanillo,
¡pero más malo!... Además de su escasa estatura era cojo, manco y tuerto; pero, a
pesar de estos pequeños defectos, reunía la agilidad del tigre, la astucia de la zorra
y la ferocidad del león. ¡Menudo tío estaba hecho el tal Tintinelo!
Después de formada la banda, adquirieron un bergantín, al que pusieron por
nombre El Chacal. Y una noche de tormenta, el capitán Chapete con todos sus
piratas y con su perro Voltereta, se lanzó al mar, a bordo de El Chacal, dispuesto a
empezar su carrera de aventuras y fechorías, y sobre todo dispuesto a encontrar a
Pinocho, aunque fuese debajo de tierra.
Y era de ver él imponente aspecto de Chapete sobre cubierta, con su gran sable,
sus pistolones, su hacha de abordaje y las negras plumas de su gorra ondeando al
viento, mientras sus marineros, allá en el fondo del bergantín, cantaban con voz
enronquecida por el ron:

«Aquí están los terribles Piratas Negros,


Más feroces que tigres del Archipán;
Aquí están los terribles Piratas Negros,
Que tienen a Chapete por capitán.
¡Ohé! ¡Ohé!»

Los Piratas Negros fueron muy pronto el terror de los mares, y las bodegas de
El Chacal no tardaron en llenarse de ricas mercancías, arrebatadas a los barcos
apresados por el temido corsario Chapete y su banda de forajidos.
Pero Chapete estaba triste. Ni los ricos tapices, ni las toneladas de canela y
azafrán, ni las esencias de Oriente, ni las joyas ni el oro que llenaban su lujoso
camarote le satisfacía por completo. A veces hasta despreciaba el ron, caso único
en la historia de los piratas. Todo lo olvidaba ante su constante pensamiento:
— ¡Pinocho! ¿Dónde encontrar a Pinocho?
Navegaba un día El Chacal r las proximidades del Golfo de Bengala cuando el
cielo tomó un tinte amenazador para el ojo experto de un viejo lobo de mar.
Densos nubarrones avanzaron rápidamente desde el horizonte, y en pocos minutos
se desencadenó un vendaval espantoso.
Chapete repartió ron a sus hombres, que no tardaron en entonar su canción:

«Aquí están los terribles Piratas Negros,


Más feroces que tigres del Archipán;
Aquí están los terribles Piratas Negros,
Que tienen a Chapete por capitán.

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¡Ohé! ¡Ohé!»

La tormenta arreciaba. El viento rugía feroz y ronco, ahogando los roncos y


feroces ¡ohél ¡ohé! de los Piratas Negros. Una ola gigantesca barrió la cubierta.
— ¡A las jarcias! — aulló el capitán Chapete.
La maniobra se hacía penosamente. De pronto se vio palidecer al timonel, un
viejo atleta con cara de lobo de mar, y sotabarba y nariz de impenitente bebedor de
ron.
— ¡Estamos sin gobierno, capitán!
— ¡Maldición!
Las olas zarandeaban furiosamente al bravo bergantín.
Chapete, cruzado de brazos, daba grandes chupadas a su pipa y pedía ron sin
descanso.
Así pasó toda la noche.
Amanecía cuando el temporal amainó.
— ¡Tierra! — gritó el vigía.
Chapete, seguido por Tintínelo y Patapón, se encaramó en lo alto del palo de
mesana para mejor contemplar aquella tierra providencial que el vigía anunciaba.
El temporal había llevado a los piratas a un país desconocido.
Chapete ordenó a Tintínelo que fuese en
un bote con seis marineros a averiguar frente a qué país se hallaban, y de paso a
comprar ron, que estaba dando las boqueadas por el terrible consumo de la noche.
Luego se tendió sobre cubierta en su hamaca y se puso a tramar sus planes
tenebrosos mientras daba grandes chupadas a su pipa y grandes tragos a su botella
de ron.
Así llevaba largo rato cuando un paso cauteloso y rápido vino a interrumpirle.
Era Tintínelo.
— ¡Capitán! — dijo en voz baja y silbante con acento de triunfo —, ¡ya le
tenemos!
Chapete de un brinco rápido saltó al suelo.
— ¡Qué dices! ¿Él?
— ¡Él!
— ¿Pinocho?
— ¡Pinocho!
— ¡Tintínelo! Si es cierto lo que dices, esta noche tendrás en tu poder una bolsa
llena de esmeraldas y brillantes como huevos de paloma.
El ojo único de Tintínelo brilló de codicia como un carbunclo.
— ¡Pues ya es mía! — continuó — Pinocho está ahí (y señaló el territorio del
Reino Florido).
Allí estaba, en efecto, el incomparable héroe de madera.

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Desde los memorables servicios que les prestó, librándoles del terrible tirano de
Las Islas Verdes, el Rey Florián y la Princesita Rosa Luz eran los mejores amigos
de Pinocho.
El Reino Florido, además de ser un país encantador, estaba muy escondido y
apartado, y allí solía Pinocho pasar algunas temporadas, cuando quería descansar
después de algunas de sus magníficas proezas o huír de la fatigosa asiduidad de sus
infinitos admiradores.

II

PIFA, LA PAJARITA DE LOS REYES MAGOS


La Princesita Rosa Luz era gran amiga de los Reyes Magos. Todos los años,
antes del 6 de Enero, SS. MM. Melchor, Gaspar y Baltasar pasaban unos días en el
Reino Florido, que les cogía de paso para los países donde hacían su gran reparto
de juguetes.
La Princesita Rosa Luz quería mucho a los Reyes Magos; pero también quería
muchísimo a Pifa, la pajarita gentil.
¡Pifa! ¿Que no sabéis quién es Pifa? Pero, ¿es posible? Pues Pifa es nada menos
que la inspiradora de los Reyes Magos, a quienes dice cuáles niños han sido
buenos y cuáles han sido malos, y en vista de este informe, los Reyes hacen su
reparto de juguetes.
Pifa es una pajarita preciosa: tiene el pico de diamante, las patitas de oro y
perlas y las plumas todas llenas de piedras preciosas. Además tiene una voz
admirable y canta que es una maravilla.
Pifa, la pajarita gentil, vuela sin cesar por todas partes, y así vigila, oculta en los
rincones, a los niños, sobre todo a los que son malos; porque a los buenos ya les
conoce y le basta con dar una vuelta de cuando en cuando para comprobar si lo
siguen siendo. Y todos los días vuela al palacio de los Reyes Magos y les cuenta lo
que ha hecho cada niño. Todos los años Pifa tiene unos días de descanso, y esos
días los pasa en el Reino Florido con la Princesita Rosa Luz. Allí conoció Pinocho
a Pifa, y era también gran amigo suyo.
Rosa Luz, la Princesita, nunca estaba tan contenta como cuando Pinocho y Pifa
estaban juntos en su palacio. Pinocho le entusiasmaba con el relato de sus
estupendas aventuras, y Pifa le llenaba sus habitaciones de juguetes preciosos y de
todo cuanto ella le pedía, porque en un vuelo iba al Jardín de los Juguetes del
palacio de los Reyes Magos, donde hay todas las maravillas del mundo.
Un día decía Rosa Luz:

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Pifa, Pifita,
gentil pajarita,
tú que eres generosa y tan bonita,
tráeme de ricos bombones una cajita.

Pifa salía volando, y al medio minuto volvía con una caja de oro y plata llena de
unos bombones tan ricos que no los hay iguales en ninguna parte.
Otra vez Rosa Luz decía:

Pifa, Pifita,
gentil pajarita,
tú que eres generosa y tan bonita,
tráeme una linda muñeca que ande sólita.

Y al punto llegaba Pifa con una muñeca que era un sueño.


Figuraos si Rosa Luz y Pinocho estarían contentos con Pifa.
Pero sólo estaba allí aquellos días.
Luego volvía a su misión de inspiradora de los Reyes.
Y cuando Rosa Luz y Pinocho hacían alguna travesura, cantaban en seguida la
canción de Pifa, que era así:

Pifa, Pifita,
gentil pajarita
que atenta me espías
toditos los días,
no digas al Rey Mago
que yo he sido muy malo;
yo, Rafa, (1)
te prometo ser niño bueno,
dócil y obediente,
si benévolamente
guardas de mis diabluras el secreto.

Y cuando los niños cantan la caución de Pifa con todo corazón y pro
poniéndose de verdad ser buenos, Pifa, la pajarita gentil, hace como que no ha
visto la travesura o que se le ha olvidado, y nada les dice a los Reyes.
Con que ya lo sabéis.
Aprendeos en seguida la canción:
(1) (aquí cada niño pondrá su nombre)

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Pifa, Pifita,
gentil pajarita
que atenta me espías
toditos los días,
no digas al Rey Mago
que yo he sido muy malo;
yo te prometo
ser niño bueno, dócil y obediente,
si benévolamente
guardas de mis diabluras el secreto.

III

EL PLAN DE CHAPETE
Apenas llegó la noche, Chapete se deslizó por el parque del palacio del Rey
Florián y arrastrándose como una serpiente, logró llegar, sin ser visto, hasta
colocarse bajo una ventana iluminada. Allí oculto, escuchó la conversación de
Rosa Luz con Pinocho, y quedóse maravillado y lleno de envidia al enterarse del
gran tesoro que ambos amigos tenían en Pifa, la pajarita maravillosa.
Su plan quedó trazado en un abrir y cerrar de ojos.
Con mil precauciones volvióse por donde había venido; y ya fuera del parque,
corrió con toda la velocidad de sus piernas hacia El Chacal, seguido de Voltereta,
que le había aguardado al pie de un árbol, siempre paciente y fiel y siempre
abiertos sus ojos de botón de bota.
Al día siguiente, dos esclavos etíopes caminaban lentamente hacia el palacio del
Rey Florián. Uno de ellos, que era una especie de gigante, llevaba a la espalda un
cofre; el otro era pequeñín, cojo, manco y tuerto.
Llegaron a las puertas de palacio cuando iban a cerrarlas. El esclavo bajito se ade-
lantó unos pasos, y dirigiéndose al portero le dijo así:
— Buenas noches, Kolobín.
El portero se quedó mirando con curiosidad al enanillo y le contestó:
— Buenas las tengas, amigo. ¿Qué deseas?
—Quería decirte que ese buen mozo que ves ahí junto a la puerta y yo, somos
los Embajadores que nuestro señor, el Príncipe Kaligani, envía al gran Rey Florián
para anunciarle su visita.
Al oír estas palabras, el portero se apresuró a franquear la entrada a los dos

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Embajadores, que al poco rato se hallaban ante el Rey en persona.
El enanillo, que por lo visto era el que llevaba la voz cantante,
se inclinó profundamente, y dijo:
— Majestad: en nombre de nuestro señor el Príncipe Kaligani,
te saludamos. El Príncipe nos envía para avisarte su visita
mañana a primera hora. Este cofre que mi compañero trae a la
espalda, es un obsequio de mi señor para ti y los tuyos; está
atestado de dulces, confites y mermeladas.
Al oír estas palabras el Rey Florián se puso rojo, sus ojos
lanzaron miradas golosas y por sus labios se paseó la lengua
amorosamente.
Porque habéis de saber que aquel gran
Rey, el más poderoso de todos los Reyes de
los cuentos, tenía un defecto. Era más goloso
que un gato. Ante un bombón escarchado,
perdía el juicio; ante un plato de natillas, se
le saltaban las lágrimas. No pudo
contenerse, y exclamó:
— ¿Qué dices, Embajador? ¿Que ese cofre
está lleno de dulces para mí?
— De dulces, de confites y de mermeladas.
— ¡Y de mermeladas!
— Pero mi señor te ruega que tengas un poco de paciencia y no abras el cofre
hasta mañana, porque quiere ser él quien te lo ofrezca personalmente.
El Rey Florián no pudo reprimir un gesto de contrariedad; se vio que luchaba
interiormente. Pero, ¡qué demonios!, un gran Rey no es un chiquillo; y
dominándose, dijo:
— Está bien. La voluntad del Príncipe Kaligani será respetada. Podéis retiraros
a descansar, dejando sin cuidado el cofre en un rincón. Os doy mi palabra de que
nadie tocará a él hasta la llegada de vuestro señor.
Y al decir esto, un profundo suspiro se escapó de su augusto pecho.
Los dos Embajadores depositaron, con mil precauciones, el cofre en un ángulo
de la habitación, y se retiraron tranquilamente, porque sabían que la palabra de un
Rey de cuento es una cosa muy seria.
Después, el Rey Florián, que se caía de sueño, apagó la luz, y bostezando, se
marchó a la cama.
Todo quedó en silencio y en tinieblas.
Así pasó una hora, y luego otra, otra…

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IV

EL RAPTO DE PIFA
¡Pinocho! ¡Pinocho! ¡Nos han robado a Pifita!
Tal fue el grito desolador que despertó al día siguiente a nuestro muñeco
insigne.
Y la Princesita Rosa Luz lloraba sin consuelo mientras repetía:
— ¡Nos han robado a Pifita, Pinocho!
No en vano era Pinocho, como sabemos, el más estupendo de los detectives d).
Rehecho inmediatamente de su primera impresión de estupor y de pena, exclamó
con su gesto inconfundible:
— Calma, Rosa Luz. Calma, Princesita. Examinemos, meditemos y
procedamos. Ante todo, seca tus lágrimas, porque yo encontraré a Pifa y te la traeré
sana y salva. ¡Es Pinocho quien ¡o dice!
Rosa Luz sonrió en medio de sus lágrimas. La promesa de Pinocho era como
para tranquilizar a quienquiera conociese al inmenso aventurero.

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Las investigaciones de Pinocho
confirmaron, sin duda posible, que
Pifa había sido raptada villanamente.
Pifa, en efecto, no se marchaba
jamás del palacio
del Reino Florido
sin despedirse
cariñosamente de sus moradores,
y en especial de Rosa Luz, la
Princesita, a quien siempre, antes
de partir, traía un regalo más
bonito y espléndido que ninguno
de los anteriores.
Y esta vez, nada.
En cambio, en la habitación de Pifa se veían
claramente huellas de gentes extrañas, y entre ellas
se descubrían unas que parecían impresas por
unos zapatones anchos como patas de pato.
La ventana estaba abierta y de ella pendía
una escala de cuerda hasta el jardín...
Dato interesante: los Embajadores del Príncipe
Kaligani habían desaparecido. Dato extraño: el cofre
que debía contener los dulces, los confites y las mermeladas que había tenido al
Rey Florián desvelado casi toda la noche, se encontraba abierto... ¡y vacío!
Pinocho no podía entonces figurárselo; pero vosotros casi casi estoy seguro de
que habéis adivinado lo ocurrido.
Pues, sí, señor; como os habéis figurado, los dos falsos Embajadores eran
Tintinelo y Patapón disfrazados de esclavos etíopes. Y dentro del cofre se hallaba
escondido Chapete, el diabólico Chapete, que era el que había ideado todo aquello.
Porque es lo que él pensó: «golpe doble y golpe maestro: me apodero de Pifa,
con lo que burlo a Pinocho y le humillo cruelmente. Y además yo sabré obtener de
Pifa los más caros y mejores juguetes del mundo, y con ellos me haré rico,
millonario, el Rey del Juguete», y se pavoneaba entusiasmado con su idea.
Urdió su plan y lo puso en práctica como lo hemos visto hasta la entrada del
cofre conducido por los falsos esclavos etíopes, que no eran sino Tintinelo y
Patapón.
Después, agazapado en el fondo del cofre, esperó a que todos durmieran en
palacio, y entonces abrió la tapa, salió de su escondite, y deslizándose
cautelosamente llegó al sitio donde dormía Pifa, seguido de Patapón y Tintinelo,
que le aguardaban escondidos en el pasillo. En un cerrar de ojos se apoderaron de

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Pifa, y con una escala de cuerda se deslizaron hasta el jardín. Después saltaron la
tapia y huyeron. En el puerto les aguardaba una lancha, que les transportó, al
punto, al bergantín pirata, el cual se lanzó mar adentro inmediatamente.
Mientras en palacio todo era confusión y desorden, El Chacal cortaba veloz las
olas bravías.
Chapete, al llegar a su barco, se frotaba las manos con indecible satisfacción; a
la luz de la luna brillaban sus pistolas, su gran sable y su hacha de abordaje,
mientras las plumas negras de su gorra ondeaban al viento. Junto a él Voltereta
contemplaba melancólicamente el inmenso mar con sus ojos de botón de bota.
Patapón y Tintinelo se erguían tras su jefe, mientras las voces enronquecidas de los
demás piratas cantaban en son de triunfo:

«Aquí están los terribles Piratas Negros,


Más feroces que tigres del Archipán;
Aquí están los terribles Piratas Negros,
Que tienen a Chapete por capitán.
¡Ohé! ¡Ohé!»

Chapete, apenas terminó el canto de los Piratas Negros, hizo al cocinero una
seña que significaba: «Dales ron», y seguido de Patapón y Tintinelo se encerró en
su camarote.
Una vez allí sacó a Pifa de los pliegues de su capa. Con muy malos modos y
voz amenazadora, dijo así:
— Mira, Pifa, ahora soy tu amo. Vas a traerme
inmediatamente diez mil kilos de bombones,
veinte mil de caramelos, dos trenes
llenos de juguetes caros y un carro
cargado de monedas de oro
— ¡Ole! ¡Ole! — dijo Patapón.
— ¡Bravo! ¡Bien!
— dijo Tintinelo
— Y a mí tráeme,
además, unas cuantas
cajas de mantecadas
de Astorga, que me
gustan mucho.
— Y a mí dos o tres sacos de peladillas y anises — dijo Patapón.
— ¡Pronto! ¡Corre! ¡Vuela! — rugió Chapete.
Pero figuraos cuál sería la estupefacción de Chapete y sus pérfidos camaradas
cuando Pifa comenzó a decir con voz severa:

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¡Chapete!
Burdo muñeco de trapo,
que tienes cara de sapo
y eres más malo que siete.
No tendrás nada, Chapete.
¡Pifa no te traerá nada,
y por ser bien educada
no te ha dado ya un cachete!
¡Pérfido Chapete!
¡Hórrido Chapete!
¡Infernal Chapete!
¡Chapete!
¡Chapete!

Chapete estaba mudo de asombro y de rabia. Pifa, la pajarita gentil, continuó:

Y te advierto, Tintinelo,
que si sigues con Chapete,
no te va a lucir el pelo.
Y te advierto, Patapón,
que si sigues con Chapete,
es posible que te den un coscorrón.
Y sabed que jamás Pifa
traerá nada a Tintinelo,
ni una mantecada,
ni una peladilla,
ni siquiera un sencillo caramelo.
Y sabed que jamás Pifa
traerá nada a Patapón,
ni un juguete, ni un bombón.
Tintinelo es un malvado.
Patapón es un melón.

Los tres piratas rugieron de cólera. Chapete cogió a Pifa brutalmente, la metió
en un arca enorme que tenía en su camarote y cerró con llave.
Luego se volvió hacia sus amigos y dijo solamente:
— ¡Ron! ¡Más ron!

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V

EL HOMBRE DE LOS PIES PATA DE PATO


El genial Pinocho se sentía por primera vez
en su vida desconcertado.
Toda la servidumbre innumerable del Rey
Florián — cinco mil criados, cinco mil criadas
y cinco mil cocineros con sus pinches y
pinchas— había recorrido el palacio de punta a
punta; había mirado encima de los armarios y
debajo de las camas; había registrado todos los
rincones del jardín y… ¡nada! Todo el palacio
del Reino Florido se puso en movimiento, y. . .
¡nada!
Pero no era eso lo que a Pinocho le
desconcertaba.
Eran aquellas huellas marcadas en la
habitación de Pifa; aquellas extrañas huellas de
pies como pata de pato las que a nuestro héroe
le daban que pensar. El no recordaba haber
visto en ninguna parte, ni aun entre los lunares
W, unos pies tan deformes y tan raros como los
que indicaban aquellas huellas delatoras. ¿De quién podrían ser?
El Rey Florián, entrando precipitadamente, interrumpió las meditaciones de
Pinocho. En lamano traía un libro de Cuentos de Calleja en Colores.
— ¡Mira, Pinocho! ¡Mira, hijo mío! — dijo el buen Rey convoz entrecortada.
Pinocho se quedó estupefacto al leer en el libro este rótulo, estampado en letras
verdes:

CHAPETE RETA A PINOCHO


Junto al rótulo aparecía él mismo, Pinocho, espada, en mano, amenazando a un
muñeco de trapo que empuñaba un espadón también.
Pinocho gritó en seguida:
— ¡Él! ¡Es él! ¡El hombre de los pies Pata de Pato!
Y arrebatando el libro de manos del Rey Florián, salió corriendo como un loco.

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Una hora después, Pinocho, en un aeroplano de la Real Casa, se elevaba
majestuosamente por los aires.
Todo lo habéis comprendido sin duda.
Pinocho en cuanto leyó la historia de Chapete, su fuga del Bazar, su reto
temerario, sintió enardecerse su corazón de leño ante la inesperada complicación
que suponía la existencia de un rival de trapo, audaz, envidioso y acometedor.
No cabía duda: Chapete Pata de Pato era el raptor de Pifa, y el rapto de Pifa
había sido, sobre todo, un ataque directo contra Pinocho, que así resultaba herido
por el ladino Chapete en las fibras más sensibles de su gloriosa madera.
El héroe de tantas empresas descabelladas rugió colérico:
— ¡Ah, señor Chapete! ¡Ah, miserable Pata de Pato! ¡Yo te diré cuántas son
tres y dos y a qué se expone quien se atreve conmigo!
Inmediatamente y con la velocidad del rayo, Pinocho hizo sus preparativos.
Pronto averiguó la rápida huida del buque corsario El Chacal y comprendió que su
capitán no era otro que el pérfido Chapete, y decidió partir al punto en su busca.
Al despedirse de Rosa Luz, le dijo la Princesita:
— Llévate a Pirugián; seguramente no te arrepentirás de ello.
Pirugián era un muñeco que Pifa le había traído a Rosa Luz del Jardín de los
Juguetes como el más notable y preciado que allí había. Parecía un gnomo de los

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cuentos de hadas, con su cuerpecillo chiquitín, con su larga barba cana y sus ojillos
picaros. Era listísimo, y por sus muchos años lleno de calma, de experiencia y de
sabiduría. Pinocho respetaba mucho su consejo y le tenía gran estimación, no sólo
por su gran inteligencia, sino por su corazón de oro. Por su parte Pirugián adoraba
a Pinocho; porque en vez de ser envidioso como Chapete, admiraba el ajeno valer
y aseguraba que ningún muñeco podía menos de enorgullecerse de poder llamarse
contemporáneo y digno compañero del ilustre y famosísimo Pinocho, honra de la
raza de madera.
Así, pues, Pinocho aceptó encantado la compañía de Pirugián. Y el aeroplano
de la Real Casa, aparato magnífico, más perfecto y más veloz que todos los
conocidos en el mundo entero, se lanzó a los aires majestuosamente, conducido por
el pilotò aviador Pinocho y. llevando en el puesto de observador al calmoso y
sapientísimo Pirugián.
En un cuarto de hora los intrépidos aviadores recorrieron el Océano en una
extensión de cinco mil millas.
A los dieciséis minutos de navegación, Pirugián señaló la presencia de un buque
sospechoso.
Acortó Pinocho la marcha y descendió en vuelo planeado a unos trescientos
metros de altura. Pirugián enfocó el buque con sus prismáticos y dijo:
— El buque en- arbola el negro pabellón de los corsarios. Sobre cubierta unos
marinos fuman y beben copiosamente. Ponte un poco más a barlovento para ver si
descubro el nombre del bergantín.
Pinocho hizo rápidamente y con gran habilidad la maniobra.
— ¡Ellos son! — exclamó Pirugián — Veo en el pabellón la inicial Ch de
Chapete. Y en la banda de
estribor se lee El Chacal, Elévate
otra vez para seguirles la pista sin
que nos sorprendan.
El aeroplano se remontó con la
velocidad de una flecha.
En el horizonte se divisaba la
còsta, y pronto dieron vista a un
puerto importante. Era Esmirna.
El Chacal enfiló la rada y
cuando estuvo en ella, fondeó. ,
Pinocho y Pirugián pudieron
ver que del bergantín salía un
bote con seis marineros y varios
toneles. (Chapete enviaba a sus
hombres para hacer provisión de

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su bebida predilecta).

VI

EL GRUMETE
Entre la tripulación de El Chacal todo era alborozo y alegría. Chapete no es-
catimaba el ron a sus hombres, y además les aseguraba una magnífica ganancia,
producto del golpe audaz dado en el Reino Florido.
El bergantín navegaba ahora por el Océano Pacífico. Sólo
hubo un cambio a bordo; la tripulación se había aumentado con
un nuevo marinero. Era éste un grumete ágil y travieso que en el
puerto de Esmirna supo conquistar al capitán Chapete con su
graciosa charla y su viveza, consiguiendo ser admitido en El
Chacal. Era tan simpático el grumetillo que pronto había captado
la amistad de todos, y en todas partes se le veía metiendo la
nariz, que por cierto era de gran tamaño. Aquella tarde Chapete
se paseaba sobre cubierta; parecía meditabundo
e irritado. Voltereta le seguía como sigue la
sombra al cuerpo. A pocos pasos el nuevo
grumete se hallaba ocupado en embrear un
cabo. Chapete se paró de pronto y gritó:
— Oye, grumete:
— Presente, mi capitán — contestó el
aludido, cuadrándose militarmente.
— Mira, busca a Patapón y a Tintinelo, y
diles que vengan al momento
— Volando, mi capitán.
Y el grumete giró sobre sus talones y
des apareció por la escotilla de proa.
Pocos minutos después aparecieron el gigante y el enano.
Al verlos, Chapete se dirigió a ellos; pero al notar la
presencia del grumete exclamó furioso:
— ¿Qué haces ahí, lombriz?
— Espero sus órdenes, mi capitán.
— Pues ya te estás largando donde yo no te vea. ¡Vivo!
— Como usted mande, mi capitán.
Y el grumete se alejó. Pero si alguien le hubiera seguido habría visto que en vez

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de continuar su camino, daba la vuelta cautelosamente tras el palo de mesana y
volvía a acercarse adonde los tres piratas conversaban en secreto;
sólo que ahora se acercaba arrastrándose por el suelo y ocultándose entre unos
rollos de gruesas cuerdas. Así pudo sorprender estas palabras pronunciadas por
Chapete:
— Estoy decidido. Pifa no se rinde ni siquiera por hambre, y yo antes de verme
burlado por una mísera avecilla me vengaré cruelmente, Tintinelo.
— ¡Bien! — dijo Patapón.
— Esta noche, a las doce, cuando todos duerman, esperadme en la puerta de mi
camarote. Me ayudaréis a sacar el arcón donde tengo a Pifa encerrada y sin que
nadie lo sospeche la arrojaremos al mar.
El grumete no escuchó más. Sigilosamente se alejó de puntillas.

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La noche era sombría; densas nubes ocultaban la faz de la luna. Sólo se oía el
ruido de las olas al chocar contra el casco del bergantín. Eran las doce. Todo
parecía dormir a bordo.
De pronto una sombra apareció sobre cubierta; esta sombra era panzuda y
rechoncha: era Chapete.
Al poco rato otras dos sombras, una gigantesca, la otra desmedrada, se unieron
a la primera eran Tintinelo y Patapón.
— ¿Duermen todos? — preguntó Chapete.
— Todos — contestó Tintinelo.
— Entonces, manos a la obra.
Los tres piratas entraron cautelosamente el camarote del capitán y a poco
salieron cargados con el pesadísimo arcón, cárcel de Pifa.
Lleváronlo a la borda, y en silencio, con siniestros ademanes, balancearon el
arcón y lo arrojaron al negro abismo. Un observador atento habría podido descubrir
en el otro extremo del buque al grumetillo de El Chacal, que en una mano sostenía
cuidadosamente un pequeño bulto, mientras con la otra hacía señales misteriosas
por medio de una luz de bengala de color azul.
De pronto se oyó cercano el sordo trepidar de un motor poderoso. Un aeroplano
pasaba casi rozando el palo mayor del bergantín. De la cabina del piloto pendía un
cable y del cable una cesta. El grumete la asió con presteza y dejó en ella algo que
la oscuridad impedía distinguir. El aeroplano volvió a remontarse rápidamente.
Todo esto pasó en menos tiempo que lo cuento. El capitán Chapete se acercaba
seguido de Tintinelo y Patapón. Volvióse de nuevo el grumete y oyó cómo el
capitán pirata exclamaba con voz sombría y reconcentrada:
— Así paga Chapete a quien contra él se rebela. Ya no existe Pifa. No seré el

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Rey del Juguete; pero, ¿qué importa? ¡Pinocho está vencido y humillado! ¡Y eso es
lo que sobre todo me interesa!
— ¡Eso, sobre todo! —repitió como un eco Patapón.
— ¡Sobre todo, eso! —repitió como un eco Tintinelo.
El grumete en su escondrijo se tapaba la boca, y los esfuerzos que hacía para
contener la risa estuvieron a punto de descubrirle.
Pero los piratas no le vieron.
— ¡Hasta mañana! — dijo Chapete,
— ¡Hasta mañana! — contestaron a un tiempo sus dos secuaces.

VII

FRENTE A FRENTE
El grumete salió eje su escondite y marchó a acostarse. Estaba
cansado, tenía mucho sueño y marchaba distraído sin prestar atención
a lo que le rodeaba. Por eso no se dio cuenta de que alguien seguía sus pasos
cautelosamente.
Era el astuto Tintinelo que había decidido espiar al grumete para
comprobar si era fundada una terrible sospecha que le inquietaba y le satisfacía
al mismo tiempo.
No tardó en salir de dudas.
El grumete se estaba desnudando para echarse a dormir. Las
maderas que formaban el mísero camarote donde
dormía el grumetillo estaban mal ensambladas y
Tintinelo pudo, sin ser visto, ver cuanto pasaba
dentro.
No hacía treinta segundos que miraba, cuando
tuvo que esforzarse para no lanzar un grito y un
nombre. El grumete se había quitado una peluca
que le desfiguraba y había aparecido ante los ojos
de Tintinelo en su propio ser y aspecto. ¡Sí! ¡Era él!
¡Bien había hecho en sospechar! Y sin hacer ruido
marchó rápido a dar cuenta de su estupendo
descubrimiento al capitán.
A la mañana siguiente El Chacal fondeaba en
una pequeña bahía de una isla pendida en medio del
Océano, a gran distancia de todo país civilizado. El capitán Chapete mandó

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preparar un bote en el que pusieron pertrechos de caza. Seguido de Tintinelo y
Patapón se dirigió Chapete al bote, cuando gritó:
— ¡A ver! ¿Dónde está el grumete?
— ¡Presente! — dijo una voz alegre y juvenil.
— Anda, ven con nosotros, que vamos a tirar a los pingüinos y a los
somormujos. Nos llevarás el morral.
— ¡No estás mal morral tú! — pensó el grumete. Y en voz alta repuso —:
Siempre a sus órdenes, mi capitán.
Y los cuatro, seguidos de Voltereta, bajaron al bote, que aguardaba ya
dispuesto.
El mar estaba como un estanque, y el bote, impulsado por el vigoroso remar de Pa-
tapón, tocó tierra en pocos minutos.
Desembarcaron cazadores y grumete y echaron a andar en busca de
somormujos y pingüinos.
Apenas habían caminado doscientos metros, cuando a una seña de Chapete los
cazadores se detuvieron bruscamente. Patapón dio un salto y cayó con todo su
enorme peso encima del grumete, al que sujetó con sus manos de hierro, mientras
Tintinelo le ataba con una soga que sacó del bolsillo. Entonces Chapete dirigióse al
prisionero y con siniestra sonrisa, en la que brillaba vanidad insuperable y pérfida
satisfacción, le arrancó la peluca con que el falso grumete se había disfrazado, y le
dijo:
— ¡Buenos días, señor Pinocho! Pinocho, pues él era en efecto (vosotros
seguramente le habíais conocido ya), no se inmutó.
— ¡Buenos días, señor Chapete! No creí que fuerais tan villano que me
atacarais a traición y siendo tres contra uno. Pero ya me las pagaréis.
— ¡Desgraciado! — rugió Chapete — ¿Aun te atreves a amenazarme estando
en mi poder? ¡Pronto, Patapón! ¡La fosa!
Patapón movió un resorte de su escopeta y quedó convertida en un pico.
Tintinelo convirtió la suya en una pala. Y entre ambos comenzaron a hacer en el
suelo un hoyo estrecho y profundo.
Entre tanto Chapete, con su escopeta apercibida, vigilaba a Pinocho, que a pesar
de su situación no daba muestras de preocuparse.
Esto le desconcertaba y le irritaba a Chapete. Hubiera querido ver a Pinocho
temblar acaso llorar de miedo, y al fin, suplicante y humillado, implorar gracia de
su afortunado rival.
Pero, ¡nada! Pinocho seguía impertérrito. Su osadía llego a un punto
inconcebible. Con gesto de indiferencia displicente se puso a silbar la musiquilla
del No me mates...
Chapete brincó de rabia.
— ¡De prisa! ¡Pronto! — gritó — ¿Acabaréis?

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— Dos minutos aún — dijo Tintinelo.
— ¡Ya está! — dijo Patapón.
— ¡Al fin! — rugió Chapete — Vamos, ¡agarradle!
Cogieron aquellos sicarios al bravo muñeco de madera y le metieron en el
profundo hoyo. Sólo sobresalía de él la cabeza de Pinocho. El infame Chapete
había preparado a su envidiado rival el más espantoso de los suplicios. Le dejaría
enterrado con la cabeza fuera de la fosa, para que muriese de hambre y fuera
rematado por los buitres. ¡Lo que hace la envidia!
La siniestra operación estaba terminándose. El mismo Chapete apisonaba la
tierra alrededor del pobre Pinocho, que ya apenas podía respirar.
De pronto Chapete lanzó un grito. Una fuerza desconocida le arrebataba por los
aires...
Pirugián, testigo ignorado de toda aquella escena, avisado por Pinocho en el
momento de embarcar en el bote, por medio de sus señales misteriosas, acudía
oportunamente a salvarlo. Desde el aeroplano había tirado un lazo a Chapete que,
preso en la cuerda, pateaba en el aire furiosamente. Pirugián embistió con el
aeroplano a Patapón y le dejó en tierra atontado por el golpe; en seguida,
amenazando a Tintinelo con una pistola, le obligó a sacar a Pinocho de la fosa y a
cortar sus ligaduras. En cuanto estuvo libre, Pinocho trepó ágilmente por un cable
que le lanzó Pirugián, y en un momento estuvo a bordo del aeroplano.
Entonces, con voz burlona, dijo:
— ¡Adiós, señor Chapete, te falló la combina, Pata de Pato! ¡Qué le hemos de
hacer, hombre! ¡Ah! Y para que te consueles, mira la otra víctima de tus fechorías.
—Y señaló a Pifa, que acababa de mostrarse posada en una de las alas del
aeroplano.
— Cómo, ¿pero no arrojé yo mismo a Pifa al fondo del mar? — rugió Chapete
con los ojos desencajados.
— No, cándido Chapete, no — respondió Pinocho con tono zumbón — ; lo que
tú arrojaste al mar fue el cofre vacío, porque yo había sacado antes a Pifa al
descubrir tus propósitos criminales. Conque adiós y que os divirtáis.

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A Chapete le dio tal ataque de furor al oír esto, que se desmayó.
Pirugián soltó la cuerda, y el perverso muñeco de trapo cayó en la arena junto a
sus amigotes.
El aeroplano giró sobre sí mismo y enfiló a toda velocidad hacia el Reino
Florido.

FIN DE PINOCHO BATE A CHAPETE

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Lord_Rutherford

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