Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Los Piratas Negros fueron muy pronto el terror de los mares, y las bodegas de
El Chacal no tardaron en llenarse de ricas mercancías, arrebatadas a los barcos
apresados por el temido corsario Chapete y su banda de forajidos.
Pero Chapete estaba triste. Ni los ricos tapices, ni las toneladas de canela y
azafrán, ni las esencias de Oriente, ni las joyas ni el oro que llenaban su lujoso
camarote le satisfacía por completo. A veces hasta despreciaba el ron, caso único
en la historia de los piratas. Todo lo olvidaba ante su constante pensamiento:
— ¡Pinocho! ¿Dónde encontrar a Pinocho?
Navegaba un día El Chacal r las proximidades del Golfo de Bengala cuando el
cielo tomó un tinte amenazador para el ojo experto de un viejo lobo de mar.
Densos nubarrones avanzaron rápidamente desde el horizonte, y en pocos minutos
se desencadenó un vendaval espantoso.
Chapete repartió ron a sus hombres, que no tardaron en entonar su canción:
II
Pifa salía volando, y al medio minuto volvía con una caja de oro y plata llena de
unos bombones tan ricos que no los hay iguales en ninguna parte.
Otra vez Rosa Luz decía:
Pifa, Pifita,
gentil pajarita,
tú que eres generosa y tan bonita,
tráeme una linda muñeca que ande sólita.
Pifa, Pifita,
gentil pajarita
que atenta me espías
toditos los días,
no digas al Rey Mago
que yo he sido muy malo;
yo, Rafa, (1)
te prometo ser niño bueno,
dócil y obediente,
si benévolamente
guardas de mis diabluras el secreto.
Y cuando los niños cantan la caución de Pifa con todo corazón y pro
poniéndose de verdad ser buenos, Pifa, la pajarita gentil, hace como que no ha
visto la travesura o que se le ha olvidado, y nada les dice a los Reyes.
Con que ya lo sabéis.
Aprendeos en seguida la canción:
(1) (aquí cada niño pondrá su nombre)
III
EL PLAN DE CHAPETE
Apenas llegó la noche, Chapete se deslizó por el parque del palacio del Rey
Florián y arrastrándose como una serpiente, logró llegar, sin ser visto, hasta
colocarse bajo una ventana iluminada. Allí oculto, escuchó la conversación de
Rosa Luz con Pinocho, y quedóse maravillado y lleno de envidia al enterarse del
gran tesoro que ambos amigos tenían en Pifa, la pajarita maravillosa.
Su plan quedó trazado en un abrir y cerrar de ojos.
Con mil precauciones volvióse por donde había venido; y ya fuera del parque,
corrió con toda la velocidad de sus piernas hacia El Chacal, seguido de Voltereta,
que le había aguardado al pie de un árbol, siempre paciente y fiel y siempre
abiertos sus ojos de botón de bota.
Al día siguiente, dos esclavos etíopes caminaban lentamente hacia el palacio del
Rey Florián. Uno de ellos, que era una especie de gigante, llevaba a la espalda un
cofre; el otro era pequeñín, cojo, manco y tuerto.
Llegaron a las puertas de palacio cuando iban a cerrarlas. El esclavo bajito se ade-
lantó unos pasos, y dirigiéndose al portero le dijo así:
— Buenas noches, Kolobín.
El portero se quedó mirando con curiosidad al enanillo y le contestó:
— Buenas las tengas, amigo. ¿Qué deseas?
—Quería decirte que ese buen mozo que ves ahí junto a la puerta y yo, somos
los Embajadores que nuestro señor, el Príncipe Kaligani, envía al gran Rey Florián
para anunciarle su visita.
Al oír estas palabras, el portero se apresuró a franquear la entrada a los dos
EL RAPTO DE PIFA
¡Pinocho! ¡Pinocho! ¡Nos han robado a Pifita!
Tal fue el grito desolador que despertó al día siguiente a nuestro muñeco
insigne.
Y la Princesita Rosa Luz lloraba sin consuelo mientras repetía:
— ¡Nos han robado a Pifita, Pinocho!
No en vano era Pinocho, como sabemos, el más estupendo de los detectives d).
Rehecho inmediatamente de su primera impresión de estupor y de pena, exclamó
con su gesto inconfundible:
— Calma, Rosa Luz. Calma, Princesita. Examinemos, meditemos y
procedamos. Ante todo, seca tus lágrimas, porque yo encontraré a Pifa y te la traeré
sana y salva. ¡Es Pinocho quien ¡o dice!
Rosa Luz sonrió en medio de sus lágrimas. La promesa de Pinocho era como
para tranquilizar a quienquiera conociese al inmenso aventurero.
Chapete, apenas terminó el canto de los Piratas Negros, hizo al cocinero una
seña que significaba: «Dales ron», y seguido de Patapón y Tintinelo se encerró en
su camarote.
Una vez allí sacó a Pifa de los pliegues de su capa. Con muy malos modos y
voz amenazadora, dijo así:
— Mira, Pifa, ahora soy tu amo. Vas a traerme
inmediatamente diez mil kilos de bombones,
veinte mil de caramelos, dos trenes
llenos de juguetes caros y un carro
cargado de monedas de oro
— ¡Ole! ¡Ole! — dijo Patapón.
— ¡Bravo! ¡Bien!
— dijo Tintinelo
— Y a mí tráeme,
además, unas cuantas
cajas de mantecadas
de Astorga, que me
gustan mucho.
— Y a mí dos o tres sacos de peladillas y anises — dijo Patapón.
— ¡Pronto! ¡Corre! ¡Vuela! — rugió Chapete.
Pero figuraos cuál sería la estupefacción de Chapete y sus pérfidos camaradas
cuando Pifa comenzó a decir con voz severa:
Y te advierto, Tintinelo,
que si sigues con Chapete,
no te va a lucir el pelo.
Y te advierto, Patapón,
que si sigues con Chapete,
es posible que te den un coscorrón.
Y sabed que jamás Pifa
traerá nada a Tintinelo,
ni una mantecada,
ni una peladilla,
ni siquiera un sencillo caramelo.
Y sabed que jamás Pifa
traerá nada a Patapón,
ni un juguete, ni un bombón.
Tintinelo es un malvado.
Patapón es un melón.
Los tres piratas rugieron de cólera. Chapete cogió a Pifa brutalmente, la metió
en un arca enorme que tenía en su camarote y cerró con llave.
Luego se volvió hacia sus amigos y dijo solamente:
— ¡Ron! ¡Más ron!
VI
EL GRUMETE
Entre la tripulación de El Chacal todo era alborozo y alegría. Chapete no es-
catimaba el ron a sus hombres, y además les aseguraba una magnífica ganancia,
producto del golpe audaz dado en el Reino Florido.
El bergantín navegaba ahora por el Océano Pacífico. Sólo
hubo un cambio a bordo; la tripulación se había aumentado con
un nuevo marinero. Era éste un grumete ágil y travieso que en el
puerto de Esmirna supo conquistar al capitán Chapete con su
graciosa charla y su viveza, consiguiendo ser admitido en El
Chacal. Era tan simpático el grumetillo que pronto había captado
la amistad de todos, y en todas partes se le veía metiendo la
nariz, que por cierto era de gran tamaño. Aquella tarde Chapete
se paseaba sobre cubierta; parecía meditabundo
e irritado. Voltereta le seguía como sigue la
sombra al cuerpo. A pocos pasos el nuevo
grumete se hallaba ocupado en embrear un
cabo. Chapete se paró de pronto y gritó:
— Oye, grumete:
— Presente, mi capitán — contestó el
aludido, cuadrándose militarmente.
— Mira, busca a Patapón y a Tintinelo, y
diles que vengan al momento
— Volando, mi capitán.
Y el grumete giró sobre sus talones y
des apareció por la escotilla de proa.
Pocos minutos después aparecieron el gigante y el enano.
Al verlos, Chapete se dirigió a ellos; pero al notar la
presencia del grumete exclamó furioso:
— ¿Qué haces ahí, lombriz?
— Espero sus órdenes, mi capitán.
— Pues ya te estás largando donde yo no te vea. ¡Vivo!
— Como usted mande, mi capitán.
Y el grumete se alejó. Pero si alguien le hubiera seguido habría visto que en vez
_______________________________
La noche era sombría; densas nubes ocultaban la faz de la luna. Sólo se oía el
ruido de las olas al chocar contra el casco del bergantín. Eran las doce. Todo
parecía dormir a bordo.
De pronto una sombra apareció sobre cubierta; esta sombra era panzuda y
rechoncha: era Chapete.
Al poco rato otras dos sombras, una gigantesca, la otra desmedrada, se unieron
a la primera eran Tintinelo y Patapón.
— ¿Duermen todos? — preguntó Chapete.
— Todos — contestó Tintinelo.
— Entonces, manos a la obra.
Los tres piratas entraron cautelosamente el camarote del capitán y a poco
salieron cargados con el pesadísimo arcón, cárcel de Pifa.
Lleváronlo a la borda, y en silencio, con siniestros ademanes, balancearon el
arcón y lo arrojaron al negro abismo. Un observador atento habría podido descubrir
en el otro extremo del buque al grumetillo de El Chacal, que en una mano sostenía
cuidadosamente un pequeño bulto, mientras con la otra hacía señales misteriosas
por medio de una luz de bengala de color azul.
De pronto se oyó cercano el sordo trepidar de un motor poderoso. Un aeroplano
pasaba casi rozando el palo mayor del bergantín. De la cabina del piloto pendía un
cable y del cable una cesta. El grumete la asió con presteza y dejó en ella algo que
la oscuridad impedía distinguir. El aeroplano volvió a remontarse rápidamente.
Todo esto pasó en menos tiempo que lo cuento. El capitán Chapete se acercaba
seguido de Tintinelo y Patapón. Volvióse de nuevo el grumete y oyó cómo el
capitán pirata exclamaba con voz sombría y reconcentrada:
— Así paga Chapete a quien contra él se rebela. Ya no existe Pifa. No seré el
VII
FRENTE A FRENTE
El grumete salió eje su escondite y marchó a acostarse. Estaba
cansado, tenía mucho sueño y marchaba distraído sin prestar atención
a lo que le rodeaba. Por eso no se dio cuenta de que alguien seguía sus pasos
cautelosamente.
Era el astuto Tintinelo que había decidido espiar al grumete para
comprobar si era fundada una terrible sospecha que le inquietaba y le satisfacía
al mismo tiempo.
No tardó en salir de dudas.
El grumete se estaba desnudando para echarse a dormir. Las
maderas que formaban el mísero camarote donde
dormía el grumetillo estaban mal ensambladas y
Tintinelo pudo, sin ser visto, ver cuanto pasaba
dentro.
No hacía treinta segundos que miraba, cuando
tuvo que esforzarse para no lanzar un grito y un
nombre. El grumete se había quitado una peluca
que le desfiguraba y había aparecido ante los ojos
de Tintinelo en su propio ser y aspecto. ¡Sí! ¡Era él!
¡Bien había hecho en sospechar! Y sin hacer ruido
marchó rápido a dar cuenta de su estupendo
descubrimiento al capitán.
A la mañana siguiente El Chacal fondeaba en
una pequeña bahía de una isla pendida en medio del
Océano, a gran distancia de todo país civilizado. El capitán Chapete mandó