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HISTORIAS

Sólo pienso en ti: la


verdadera historia de la
canción 40 años después

'Solo pienso en ti', un matrimonio, tres hijos y 40 años después

En noviembre de 1978, Víctor Manuel grabó este


himno a la tolerancia inspirado en el amor entre dos
discapacitados. Ella era Mariluz. Él, Antonio. Hoy, un
matrimonio, tres hijos y 40 noviembres después,
Antonio y Mariluz están aquí. Juntos de la mano se
les ve por el jardín

RAFAEL J. ÁLVAREZ | CABRA (CÓRDOBA)


FOTOGRAFÍAS: CARLOS GARCÍA POZO

30/11/2018 02:01

Llevan un rato mirándose, quietos, de pie.


Están cogidos de la mano y no dicen nada.
Sólo se oye un viento breve contra las hojas
y de vez en cuando el clic mundano de una
cámara. En este instante de silencio, en
medio de los dos, una canción se echa a
hablar.

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Hey, sólo pienso en ti, juntos de la mano se


les ve por el jardín...

Son ellos. Mariluz y Antonio


Antonio. Hacen un
gesto y sonríen. Ella se arranca a tararear. Él
asiente.

Son ellos. Una mujer y un hombre


gobernando su discapacidad, casados frente
a tantas cosas, inventores de tres hijos,
pareja con horario.

Son ellos. Mariluz y Antonio, los


protagonistas reales de Sólo pienso en ti,
aquella candidatura de Víctor Manuel
contra el estigma que es ya el himno
colectivo de una era.

La canción se grabó en Milán en noviembre


de 1978 y hoy, 40 noviembres después,
Mariluz y Antonio están aquí.

Son ellos. Sólo pienso en ti.

«Yo la vi y me gustó. Le dije: 'Si quieres, nos


vamos a enamorar'». «Yo pensé lo mismo.
Pero le dije que era pronto, que fuéramos
despacio».

Él tenía 25 años. Ella, 22. Ya se habían


echado el ojo en el centro donde Antonio
trajinaba en la carpintería y Mariluz en el
equipo de limpieza. Un día, ella estaba
bordando en el sillón y él se le acercó con la
pregunta que inauguró su historia.

Estamos en Promi
Promi, la asociación para la
Promoción de Minusválidos, como se
llamaba antes a estos héroes de hoy. Es un
complejo de residencias, pisos y talleres que
lleva casi medio siglo dignificando la vida de
personas con discapacidad intelectual. Los
habitantes de Cabra conocen a los vivos de
Promi, sus paseos por el pueblo, la vida en
sus bloques de barrio, los productos que
trabajan y la cultura que reparten. «Me
gusta hacer teatro. Hice Caperucita Roja y El
mago de Oz. Este año hemos hecho una
obra de mimos sobre el amor». Mariluz
habla más que Antonio. Hay un alzheimer
asomándose que lo aleja cada vez más del
presente. Así que empecemos por el pasado.

Ella fue a nacer en una fría sala de hospital.


Cuando vio la luz su frente se quebró cómo
cristal...

Porque entre los dedos, a su padre Mariluz


se le escurrió. Fue hace 63 años, un 2 de
marzo, en Córdoba. El golpe contra el
suelo provocó un daño cerebral que
acompañará a Mariluz hasta que
muera
muera.

Qué fortuna la mía

Por VÍCTOR MANUEL

QUE FORTUNA la mía cuando en un


hotel de carretera, en Montilla, hacía
tiempo para ir a cantar en Aguilar de la
Frontera y me dio por abrir el Diario de
Córdoba. Una página completa hablaba
de Promi y del hercúleo esfuerzo que
estaba en marcha: la convivencia de
discapacitados de ambos sexos en un
espacio común y la resistencia de las
familias a que les procurasen
anticonceptivos a las mujeres.También
contaban que fabricaban forjas,
muebles y financiaban en parte sus
vidas. Todo bajo la férrea y sabia mano
del doctor Juan Pérez Marín.Toda esa
información entró en mi cabeza como
cuchillo en la mantequilla, pero aún
quedaba una imagen final que remataba
la página: cuando terminaban el trabajo
Mariluz y Antonio se agarraban de la
mano y paseaban por el jardín. Cuando
se editó Sólo pienso en ti todas las
informaciones se referían a dos chicos
con problemas. Cuarenta años después,
el esfuerzo de las familias, de las
asociaciones, ha dado visibilidad a los
discapacitados, también integración y
en el mejor de los casos trabajo digno.
¡Qué menos!

Mariluz Castro Jiménez, niña distinta, cosa a


esconder, carne de cañón. «Mi padrastro era
un rayo encendido. Quería aprovecharse de
mí y le metí una patada en sus partes». La
cría fue aparcada en varios centros de
Sevilla y un psiquiátrico de Córdoba, pero
no todos eran un abrigo. «A finales de los
70, don Juan, el fundador de Promi, fue
reclutando personas de otras residencias
donde las cosas no se hacían bien. Veía en
qué condiciones vivían y su falta de
integración y se las traía a Promi. Y entre
ellas estaba Mariluz. Entró aquí el 3 de
noviembre de 1977». Habla Plácido
Carrasco Navarro
Navarro, uno de los cinco
psicólogos y psicólogas de la asociación,
mientras caminamos junto a residentes
intrigados por la presencia de dos tipos con
cámaras y un bloc.

Él nació de pie, le fueron a parir entre


algodón. Su padre pensó que aquello era un
castigo del Señor. Le buscó un lugar para
olvidarlo...

Y siendo niño, Antonio conoció el sabor de


la diferencia. Todo había empezado hace
ahora 66 años, un 31 de enero, en
Antequera. «En mi pueblo todos me llaman
Miguel».

Miguel Antonio Roldán Molero se crió


criando cabras, gallinas, vacas, una vida
rural sin escuela, una infancia abrupta. «La
situación con algún familiar se hizo
insostenible y todas las partes pensaron que
lo mejor para Antonio era vivir en Promi.
Llegó el 1 de octubre de 1977», cuenta
Plácido. «Yo fui de los primeros en
entrar aquí. Vine con un primo mío. No
me arrepiento. Soy feliz».

Con Mariluz y Antonio en Promi, el destino


se puso a trabajar.

En el comedor les sientan separados a


comer. Si se miran bien...

Mariluz y Antonio se enamoraron, hormigas


por los pies. Se veían en los talleres de
ultracongelados o en las tareas comunes, se
hablaban «como novios», salían a pasear por
el jardín.

Víctor Manuel se topó en el Diario de


Córdoba con un reportaje sobre Promi,
hombres y mujeres viviendo y trabajando
juntos. Y entre ellos, dos que eran uno. Sólo
pienso en ti.

Al cabo de un tiempo, Mariluz y Antonio


pensaron en casarse, la segunda revolución
de sus vidas. Y de las de otros. «Si ya era
extraño que se aceptara la relación de
dos personas con discapacidad,
imagínate el matrimonio»
matrimonio», evoca este
psicólogo militante en los derechos de los
humanos.

"Si ya era extraño que se aceptara la


relación de dos personas con
discapacidad, imagínate el matrimonio"
Plácido Carrasco Navarro, psicólogo de
Promi

La pareja se lo contó a don Juan. «¿Cómo iba


yo a oponerme a su amor? Me pareció muy
bien, pero había que saltar muchos
obstáculos». Es Juan Pérez Marín
Marín, don
Juan, como lo llaman aquí. Este médico
andaluz aún se deja caer muchos días por
Promi, como un padre eterno, como un
abuelo en forma. Su hijo, Juan Antonio
Pérez, preside ahora todo esto, un latido de
profesionales y residentes capaces.

- Yo le pregunté al cura: 'Si Mariluz y yo nos


casamos, ¿usted nos casa?'.

- ¿Y qué dijo el cura?

- ¡Que sí!

Pero el asunto no era tan fácil: España,


años 70, una boda entre «retrasados
mentales»
mentales»... Nació un calvario de
permisos, el esfuerzo de los argumentos, las
ocho letras de libertad, una lucha para
convencer al mundo. Y a la Iglesia.

Plácido relata que el cura, el fundador de


Promi y la pareja viajaron hasta el
arzobispado de Córdoba. En eso, Mariluz
nos sonríe y se acuerda: «Tuvimos que
declarar nuestro amor ante el obispo para
que nos dejara casarnos».

En la capilla, que hoy sigue guardando


susurros para Dios, no cabía un alma aquel
24 de enero de 1982. Todos los compañeros,
los amigos, los trabajadores, las familias...
Ahora pedimos a Mariluz y a Antonio que
entren en la capilla y posen en el mismo
lugar.

- ¿Os volveríais a casar?

- Yo no.

- Ni yo. ¡Así estamos bien!

Antonio y Mariluz se fueron a vivir a un piso


tutelado por la asociación. «Cuando
volvíamos del trabajo en Promi, yo guisaba y
limpiaba la casa. Antonio sabía hacer
migas». Y entonces Antonio nos rescata la
receta rescatándose la memoria.

El amor y el sexo trajeron al mundo a tres


niños: Juan Manuel y los gemelos Francisco
y Antonio. Mariluz los amamantó como una
madre clueca. Antonio dice que se les daba
bien. «A las cinco, yo los recogía del colegio,
los bañaba, y Mariluz ya tenía el trabajo
hecho».

Pero la convivencia no fue todo lo buena


que ellos habían imaginado. Al cabo de los
años, se decidió que lo mejor era ceder
los hijos en adopción. Los tres críos se
fueron a vivir con una hermana de
Antonio
Antonio. «La familia de Antonio es muy
buena, es como si fuera la mía. Hablamos
con nuestros hijos por teléfono y a veces los
vemos. Ahora vamos a pasar juntos la
Navidad».

Antonio y Mariluz tenían unos planes con


sus hijos pero la vida escondía otros. A ella
aún le pellizca la separación. Él empieza a
no acordarse. Es un tema delicado para
ellos, un territorio de amor y dolor. No les
preguntamos más.

La pareja de esta historia, los versos


vivientes de esta canción, siguió trabajando.
Carpintería, cocina, jardinería,
manualidades... «Mira, aquí descargábamos
los camiones», dice Antonio en una ráfaga
de realidad. «Yo hacía salmorejo ahí dentro.
Ahora lo hacen las cocineras», suelta
Mariluz señalando las cocinas.

La vida fue pasando parecida a la de los


demás. Antonio y Mariluz vivían juntos,
iban a trabajar a Promi y volvían a casa.
Pero el deterioro cognitivo hizo de las suyas
y hace algunos años que ya no comparten
techo. Mariluz duerme en una residencia
clavada en un barrio de Cabra y Antonio en
otro pabellón situado un poco más lejos del
centro el pueblo.

Pero de nueve a cinco y media no se


separan.

"Mariluz abronca a Antonio por fumar.


él aguanta, pero sigue echando humo.
'Mando yo', dice pícaro"

Estamos en el presente.

Parecen tan pareja que Mariluz le echa una


bronca a Antonio por fumar y él se la traga
pero sigue soltando humo. «Mando yo», dice
el pícaro, riéndose.

Los fines de semana pasean por Cabra.


«Merendamos, compramos cosas en los
chinos y damos un paseo hasta la Virgen de
la Sierra. Somos creyentes, sí. Bueno, lo
justito».

Mariluz está a gusto y empieza a legarnos


unas píldoras de sorna, un discurso
salpicado con humor y una mueca cómplice.
«Una vez estuvo aquí la reina Sofía. El
marido no vino».

Y cuenta que dieron un paseo con su


majestad y que le regalaron una mesa de
ajedrez hecha por todas. «Otro día vino
Vicente del Bosque. Llovía a mares».

- ¿Os gusta el fútbol?

- Yo soy del Málaga, dice Antonio.

- Yo soy del Córdoba, dice Mariluz.

Antonio no sabe leer, pero por la noche se


sienta en un sofá y mira las revistas. Mariluz
dice que le gustan los libros de aventuras. Y
el teatro. «Me recuerda mi infancia, cuando
hacía obras de pequeña. Me gusta
maquillarme, y los nervios del escenario. Me
gusta cuando actuamos porque nos
relacionamos con gente. Ese día convivimos
con las familias, hacemos paellas y nos
damos premios. A mí me dieron el del club
de los 40 años y a Antonio uno por jubilarse.
El teatro y todo eso es por la
integración. Yo me siento felizfeliz».

Mariluz volverá a serlo el lunes. El 3 de


diciembre, Antonio y ella encarnarán la
jornada La diversidad funcional como
ejemplo de vida, un desvelo más para
mostrar la capacidad de la discapacidad.
«Vamos
Vamos a ir a los colegios para servir
de ejemplo de que nosotros somos
como los demás. Alguna gente mira
mal a los compañeros y eso no me
gusta. Todos tenemos dificultades,
todo el mundo tiene defectos. Pero
todos somos personas
personas. En el fondo, los
que se creen más listos son iguales que
nosotros. Queremos que nos miren como a
los demás. Somos capaces de hacer cosas,
cada uno lo que puede». A Mariluz debe
parecerle que este minuto de palabras le ha
quedado muy serio y nos colma con otra
carcajada. «Cada uno tiene su capacidad. Yo
la tengo en la frente, por no decir otra
cosa...».

Nos batimos a mandíbula riente.

Cuando les preguntamos si les interesa la


política, Mariluz nos informa de que ve las
noticias en Canal Sur. «Al Gobierno se le va
la olla. Son todos iguales. Nosotros siempre
hemos votado, pero este año que no
cuenten conmigo». Ea.

Por la tele va a entrar otra humorada de


mujer. «Antonio ve toros cuando los echan
por la tele. A él le gustan desde pequeño. A
mí los toros, regular. Lo que me gustan son
los toreros».

Ahí está el ingenio, el latigazo de la risa.


Una de las capacidades. Como la de sus
manos, las gruesas de Antonio tras una
biografía de animales, pesos y maderas, y las
moderadas de Mariluz, con ese currículo de
fogones, tejidos y algunas bayetas.

Ahora tocan «las aceitunas». Con una bata y


un gorro blancos, Antonio, Mariluz y un
puñado de residentes pueblan una de las
tareas del centro. «Mira, coges la almendra y
la metes en la aceituna», explica Antonio
con energía, como quien sabe hacer algo
bien y se lo cuenta a otro que nunca lo hizo.
Aquí todos trabajan los pedidos que hacen
las empresas, horas que suman sueldos y
que les sirven para sentir que sirven.

"Somos como los demás. Tenemos


dificultades, todo el mundo tiene
defectos. Pero todos somos personas"
Mariluz

Al otro lado de la sala hay un espacio


diáfano con una enorme estructura de
cartón que comienza a anunciarse. Cuando
los periodistas dejen de preguntar y hacer
fotos, Mariluz y Antonio volverán al taller
de manualidades para terminar este
sombrero gigante. «Este año nuestra carroza
en la cabalgata de Reyes va de Alicia en el
país de las maravillas».

Un país. Córdoba, Sevilla, aquel día en que


fueron al Senado y al Bernabeu en Madrid,
la playa del Palo en Málaga donde se meten
en el agua hasta la cintura. Y aquella vez
que estuvieron en Huesca en una fiesta con
Víctor Manuel. «Hace muchos años vino
aquí para conocernos. Le queremos
mucho»
mucho».

- Y eso de la canción, ¿qué os parece,


Mariluz?

- Muy bien. Un día, una mujer nos puso la


canción y nos dijo que éramos famosos.
Pues muy bien. Se llama Sólo pienso en ti.
Es muy bonita. Cuando la oímos, yo siento
mucha alegría de que nos la hayan
dedicado».

Ellos fueron una canción y una canción fue


el principio de ellos. ¿Qué habría sido de
Mariluz y Antonio sin esta vida? «Si no
fuera por Promi, mi vida habría sido peor. Yo
no quería seguir en Sevilla. Me vine con los
ojos cerrados. Llevo 41 años y aquí está mi
familia. Aparte de Antonio, mi familia es
Promi».

Parece un eslogan. Igual es el de Mariluz. El


de Antonio es «No me arrepiento».

Ella le regala alguna flor y él le dibuja en un


papel...

Algo parecido a un corazón se adivina en el


folio y el rotulador que le damos a Antonio.
Después, el fotógrafo vuelve a pedirles que
se coloquen bajo un árbol. Y que se alejen
juntos de la mano.

Vuelve a sonar el silencio de los ojos de


Antonio y Mariluz. Y el chasquido de una
cámara.

Plácido está siguiendo la sesión de fotos


unos metros más allá del jardín y no se
pierde un detalle de los dos. «Míralos, ésa
es su verdad»
verdad».

- ¿Y cuál es vuestra historia, Mariluz?

- ¿Nuestra historia? La de Pepito Zanahoria.

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