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Sergio Parra, asesinado tras descubrir finanzas de las ACCU

21 mayo, 2015

Uno de los más brillantes funcionarios judiciales que tuvo el CTI en Antioquia fue acribillado
por sicarios el 10 de junio de 1998. Unas semanas atrás de su muerte lideró una investigación
que tocó el corazón económico y logístico de los paramilitares.
Por Juan Diego Restrepo E.

Así reportó la prensa local el asesinato del investigador del CTI de la Fiscalía.

La última amenaza de muerte que recibió el abogado Sergio Humberto Parra Ossa (40 años) fue
horas antes de que lo acribillaran en su carro. Según la versión policial, Parra Ossa viajaba en su
vehículo placas KDJ-618, y mientras esperaba el cambio de luces del semáforo en el cruce de la
carrera Bolívar (Cra 51) con calle Barranquilla (Calle 67), justo al lado del Hospital Infantil de
Medellín, cuando los ocupantes de una camioneta Chevrolet verde de placas RIE-68 y una
motocicleta Yamaha, pasaron a su lado y le dispararon. El crimen se registró hacia las 10 p.m.
del miércoles, según el parte oficial. El investigador recibió 21 balazos en diferentes partes del
cuerpo, que acabaron con su vida en cuestión de segundos. No era la primera vez que lo
intimidaban por teléfono. Ese tipo de llamadas se habían vuelto frecuentes, sobre todo después
de los éxitos que había alcanzado en los últimos operativos contra grupos paramilitares en
Antioquia. Estando al frente de la Unidad de Investigaciones del Cuerpo Técnico de
Investigaciones (CTI) de la Fiscalía en Medellín había tocado el corazón de las Autodefensas
Campesinas de Córdoba y Urabá (ACCU).
Cuando colgó el teléfono aquel 10 de junio de 1998, lo primero que hizo fue llamar a Luz
Janeth, su amiga más cercana por aquella época. La mujer le contó a la Fiscalía detalles de esa
conversación: “Me llamó a las 12 del día y me dijo que estaba muy preocupado porque había
recibido otra amenaza, la segunda, y me manifestó el deseo de estar en mi casa un rato y yo
accedí”. Al rato, se encontró con el investigador en la plaza principal de Girardota, donde vivía
ella. Sergio estaba inquieto y le sugirió que tomaran algo y se fueron para un lugar llamado
Antojos del Camino, a diez minutos en carro de donde estaban.
Momentos después de llegar al sitio, la zozobra embargó al funcionario. “Estando ahí
empezaron a circular motos con personas uniformadas del Ejército, Sergio me dijo ‘vámonos de
aquí ya porque se enamoran de mí y me salen matando’”, recordó Janeth. Y abandonaron el
lugar. La idea inicial fue ir a la casa de ella, pero en el trayecto de regreso detectaron un
automóvil Mazda, color blanco, que los seguía a una prudente distancia. Pese a que el
investigador reducía la velocidad de su vehículo y en un momento hasta detuvo la marcha, el
otro no los rebasaba y se mantenía alejado, para impedir que le vieran las placas.
“El carro blanco nos siguió hasta mi casa. En vista de eso Sergio no se bajó. Paró el vehículo,
yo me bajé rápidamente y él me dio instrucciones de que no me asomara una vez estuviera
dentro de la casa. El carro blanco siguió detrás de Sergio”, relató Luz Janeth ante un fiscal.
Minutos más tarde, él la llamó desde la autopista y le dijo que todo estaba bien, que ya no lo
estaban siguiendo, y le prometió que la llamaría más tarde.
En la cabeza de Luz Janeth rondaban los últimos operativos que había hecho su amigo y de los
cuales supo por él mismo. En particular, recordó uno que adelantó meses atrás en el municipio
de La Ceja, oriente antioqueño, y sobre el cual le contó algunos detalles. “Sergio hizo un
operativo y decomisó unos uniformes camuflados del Ejército, me comentó que había capturado
varias personas en ese operativo y que era algo muy delicado, una semana después de ese
operativo, me dijo que lo habían amenazado de muerte”.
El operativo narrado por Luz Janeth a la Fiscalía fue un allanamiento realizado el 23 de enero de
1998 a una casa situada cerca a la plaza principal. En ese procedimiento, adelantado por un
grupo de investigadores del CTI liderado por Sergio, fue capturado Ricardo López Lora, alias
‘La Marrana’, un paramilitar de las ACCU quien, por orden de los altos mandos de esa
organización armada, fue trasladado del Urabá antioqueño a La Ceja con el fin de constituir una
célula armada que le permitiera adelantar operaciones contra supuestos integrantes,
colaboradores y simpatizantes de las guerrillas de las FARC y el ELN, y contra todos aquellos
que generara desorden social. Se calcula que asesinó por lo menos a 17 personas. Sus fondos
económicos provenían de personas adineradas de la región.
En ese allanamiento los investigadores del CTI incautaron varios elementos, pero el que más les
llamó la atención fue un beeper o buscapersonas, dispositivo de envío y recepción de mensajes,
muy usado en aquellos años. Un análisis de los textos recibidos y enviados llevó a los
funcionarios judiciales a establecer las redes de apoyo de alias ‘La Marrana’, entre ellas las que
logró construir con el mayor Álvaro Cortes Morillo, jefe de operaciones del Grupo de Caballería
Mecanizado No. 4 Juan del Corral, unidad militar con sede en la vereda Mampuesto del
municipio de Rionegro y adscrita a la IV Brigada del Ejército. Los mensajes entre uno y otro
mostraron una fuerte articulación operativa, razón por la cual el Juzgado Primero Penal del
Circuito Especializado de Antioquia condenó a este militar a una pena de 136 meses de prisión
en sentencia proferida el 4 de junio de 2003 por el delito de concierto para delinquir. La sanción
fue ratificada por el Tribunal Superior de Antioquia y por la Corte Suprema de Justicia.
El impacto que tuvo esa captura y la identificación de esas redes de apoyo contuvo por un par
de años la consolidación de las ACCU en esta rica región de Antioquia, donde el valor del suelo
es uno de los más caros del país y en la que tienen sus fincas de recreo prestantes personalidades
del departamento. Lo que logró Sergio y su equipo del CTI no era de poca monta, por ello no
era de extrañar que fuera amenazado.
El investigador volvió a llamar a Luz Janeth horas más tarde de su encuentro, tal como se lo
había prometido. Se comunicó con ella varias veces, tratando de calmarla. Le dijo que se sentía
más tranquilo y le anunció que asistiría a la despedida de su jefe, razón por la cual estaba
optimista. “Me dijo que no me preocupara que ya venía el ascenso, y que me llamaba del
apartamento porque ya había salido de la oficina”, recordó ella.
Luz Janeth tenía muchas razones para preocuparse. Las investigaciones que adelantaba Sergio
no eran fáciles, los resultados que estaba obteniendo afectaban a las ACCU de manera drástica y
develaban el entramado que venía construyendo ese grupo armado ilegal, tanto con miembros
de la Fuerza Pública como con quienes aportaban dinero para financiar sus operaciones
militares. Las amenazas arreciaron cuando, según declaró Janeth al ente investigador, su amigo
“había capturado a una persona muy importante del grupo de los paramilitares”.
El allanamiento al parqueadero Padilla sacó de casillas al jefe paramilitar Carlos Castaño, quien ordenó asesinar a los
investigadores que hicieron parte del operativo. Foto: archivo Semana.

Gregorio Oviedo, quien para la época se desempeñaba como Director del CTI en Antioquia y
era su jefe inmediato, recuerda que este tipo de acciones eran propias de Sergio debido a su alto
compromiso con la institución: “Él representó –y aun representa- a una generación de
investigadores de la Fiscalía que, en su momento, no solo interpretaron y aplicaron de manera
estricta los mandatos constitucionales y legales que deben orientar a todo servidor público, sino
que se comprometieron con la defensa, igualmente irrestricta, de los derechos de las víctimas”.

Tras un parqueadero
Tres meses después de haber liderado el operativo contra alias ‘La Marrana’, Sergio estuvo al
frente de otro allanamiento, esta vez en un parqueadero del centro de Medellín, muy cerca al
centro administrativo de la ciudad, donde quedan las sedes de la Alcaldía de Medellín, la
Gobernación de Antioquia y el Edificio de la Justicia. En ese lugar descubrieron el corazón
financiero y logístico de las ACCU.
Los investigadores del CTI llegaron al sitio, ubicado en el segundo piso del parqueadero sin
saber a qué se enfrentarían. De esa oficina supieron horas antes cuando, a través de una llamada
anónima a la línea 9800 de la Fiscalía, recibieron información sobre un posible movimiento de
un cargamento de uniformes de uso privativo de las Fuerzas Militares desde Medellín hacia
Santa Fe de Antioquia, en el occidente antioqueño.
Tal información, que fue calificada de fidedigna, los llevó a montar un operativo para incautar
esas prendas y detener a los transportadores. Y efectivamente lo lograron. En los límites del
corregimiento Palmitas de Medellín y el municipio de Sopetrán fue detenido un campero
Chevrolet Trooper, de placas KFI 885. En el vehículo iban José Alberto Cadavid Vélez, Boris
Fernando Baena Rodríguez y John Jader Roldán Arango, quienes transportaban varios bultos
que contenían 150 uniformes camuflados de uso privativo del Ejército y tres millones de pesos
en billetes de 20 mil pesos. El hallazgo era significativo en la lucha que adelantaban las
autoridades para contrarrestar el paramilitarismo en esa región del departamento. Las prendas y
el dinero tenían como destino un bloque paramilitar comandado por Luis Arnulfo Tuberquia,
alias ’Memín’.
Pero lo de los uniformes y la plata fue lo de menos. Una revisión detallada de algunos
documentos que portaban los capturados les permitió concluir a los investigadores del CTI que
en el centro de la capital antioqueña había una oficina desde donde se coordinaban tareas de
apoyo y logística a los grupos que hacían parte de las ACCU. Por tal razón solicitaron a sus
jefes allanar el lugar ese mismo día. Así quedó consignado en un documento: “Después del
estudio de la documentación que portaban los retenidos y de cotejar con nuestros archivos, se
puede presumir que en la carrera 55, N° 45A — 38 de la ciudad de Medellín y en la carrera 55,
N° 45A — 10, la cuales corresponden según diligencias adelantadas al Parqueadero Padilla,
pueden haber elementos de esta misma naturaleza, por lo cual solicitamos sea estudiada la
posibilidad de realizar una diligencia de allanamiento y registro”.

En Medellín se había establecido el centro financiero de las ACCU y desde allí se coordinaban las acciones en varias regiones del
país. Foto: archivo Semana.

La solicitud les fue presentada a Oviedo y al Director Regional de Fiscalías, Iván Velásquez,
quienes de inmediato ordenaron el operativo para evitar que quienes trabajaran en ese lugar
fueran avisados. “Sergio estuvo en ese operativo porque el jefe de la Sección de Información y
Análisis, Jorge Fernández, estaba en Dabeiba en un procedimiento contra paramilitares de allá,
y cuando éste se ausentaba, lo reemplazaba Sergio”, recuerda un funcionario que conoció del
operativo en aquella época. “Yo me comuniqué con Sergio y le dije que debía estar al frente de
esa situación”.
El operativo se realizó en horas de la tarde. El grupo de investigadores del CTI llegó al
parqueadero y encontraron en una de las oficinas a Jacinto Alberto Soto Toro, Rosa Nubia
Rodríguez Giraldo y a Luz Aleyda Narváez Caicedo, quienes intentaron destruir diskettes y
documentos cuando se percataron de la llegada de los funcionarios judiciales. Una vez
detenidos y realizadas las inspecciones del lugar, encontraron una mina de información: se
trataba de los documentos de soporte de los movimientos contables de las ACCU de los años
1995, 1996, 1997 y del primer semestre de 1998.
Lo hallado estaba en un armario de doble fondo. “Esos documentos estaban registrados en cerca
de 70 diskettes y dos libros de cuentas”, recuerda un investigador de la época. En ellos había
nombres y apellidos de personas naturales y de empresas, así como anotaciones de movimientos
de dinero, de armas, de municiones, de logística, de vehículos, de propiedades rurales, de
combatientes, todos los organigramas, desde el Estado Mayor hasta el último de los frentes, y
los estatutos de las Autodefensas. Los investigadores tenían en sus manos las pruebas de cómo
se estructuraban las ACCU en el departamento de Antioquia y otras regiones del país. Lo que
revelaban los documentos era una empresa criminal con tentáculos en varias regiones del país.
De acuerdo con los organigramas encontrados, para esa época esta estructura paramilitar estaba
conformada por los bloques Norte, Metro, Llanero y Occidental, el Frente Sur y la Escuela
Móvil, los que a su vez integraban otros frentes y destacamentos.
Toro Soto se identificó, inicialmente, como ganadero y alegó ante los investigadores del CTI
que se encontraba allí de paso. No obstante, ante la contundencia de los hallazgos no tuvo más
remedio que aceptar que era un miembro de las ACCU y era conocido con el alias de ‘Lucas’.
En su primera diligencia de indagatoria y tras ser preguntado si sabía los motivos por los cuales
fue apresado, respondió: “estoy detenido por ser miembro de las Autodefensas Campesinas de
Córdoba y Urabá”. Bajo su responsabilidad estaba la administración de este centro financiero y
logístico.

En este evento social, que concentró a los principales jefes paramilitares, aparece en el círculo Jacinto Alberto Soto Toro, alias
‘Lucas’, quien tenía bajo su responsabilidad el manejo de las finanzas de las ACCU. Foto: archivo Semana.

Una vez los resultados del operativo llegaron a oídos de Carlos Castaño Gil, vocero de las
ACCU, entró en cólera. Sabía que el CTI de Medellín había puesto en riesgo parte de su
estructura paramilitar y desnudó la dimensión real de las ACCU y buena parte de sus
financiadores. Hasta ese momento, no habían sido afectadas por acciones del Estado en su
estructura militar y mucho menos en su componente financiero. Rápidamente comenzó a
trabajar para contrarrestar las consecuencias que podría traer los hallazgos, sobre todo para sus
colaboradores económicos. “Lo primero que hizo fue ofrecer 500 millones de pesos esa misma
noche para que se dejara libre a ‘Lucas’”, cuenta un antiguo funcionario de ese cuerpo judicial.
“Pero nadie quiso aceptar el ofrecimiento”.
El informe inicial presentado un día después del allanamiento al entonces Director Regional de
Fiscalías precisó los hallazgos en el operativo de allanamiento al parqueadero Padilla: “libros de
contabilidad que al parecer registran los movimientos contables de dicha organización,
incluidos los aportantes económicamente, extracto bancarios, comunicaciones sobre operativos
militares, relación de personas que posiblemente hacen parte de la misma”.
De inmediato se conformó un equipo de análisis para que revisaran los documentos encontrados
y se hicieran las valoraciones necesarias para precisar frente a qué estaban. Buena parte de los
datos asentados en los libros contables contenía información de cheques de cientos de cuentas
bancarias, tanto de personas como de empresas, de diversas regiones del país. En total se
identificaron 497 cuentas, las cuales fueron congeladas por órdenes de la comisión de fiscales
que inició el proceso en Medellín.
Luego de identificadas las cuentas, los investigadores le abrieron una carpeta a cada cuenta para
cada persona y empresa registrada en los libros contables con el fin de establecer por qué esos
cheques aparecían en la contabilidad de las ACCU, que, en últimas, había sido la beneficiaria
final de esos dineros. A simple vista no se podía determinar cuál fue el procedimiento que se
hizo para que esos cheques acabaran allí, pero lo cierto es que, como lo diría un investigador en
aquella época, “se comenzó a hablar de muchas personas, de platas que entran a esas cuentas, de
platas que salen, quiénes reciben, se encuentra información muy importante, de gente de toda
clase”.
Los archivos contenidos en el expediente abierto después del allanamiento y la captura de alias
‘Lucas’, permiten reconstruir, inicialmente, el nombre de las empresas cuyas cuentas bancarias
estaban asentadas en los libros contables de las ACCU. Ellas son:

Adicional a los documentos, en el lugar también encontraron un beeper o buscapersonas, cuya


revisión arrojó cientos de mensajes de texto recibidos y enviados que revelaron los contactos
con decenas de personas. Una vez depurada la información, se estableció que desde el
parqueadero Padilla había constante comunicación con jefes paramilitares, empresarios y
militares. Incluso, se estableció que había constantes mensajes con alias ‘La Marrana’, en La
Ceja. Poco a poco se iba descubriendo una gran red ligada a las ACCU.
Con esas pesquisas, Carlos Castaño Gil se sintió acosado y se gestó entonces una campaña de
venganza contra el CTI en Medellín. Al respecto, el exjefe paramilitar Diego Fernando Murillo
Bejarano, alias ‘Don Berna’, le contó a fiscales de Justicia y Paz catorce años después del
operativo contra el parqueadero Padilla detalles de la reacción del vocero de las ACCU: “La
orden que da Carlos es dar de baja  a los investigadores que participaron en ese operativo, para
tratar de intimidar y que no continúen con estas investigaciones y que llegue a individualizar a
las personas que le colaboran a las autodefensas, ya que habían muchos empresarios, ganaderos,
finqueros, personas de todo tipo”.

Daniel Mejía, alias ‘Danielito’, y Diego Fernando Murillo, alias ‘Don Berna’, paramilitares vinculados con la ‘Oficina de
Envigado’. Fotos: archivo Semana.

Al respecto, Oviedo describió para VerdadAbierta.com la trascendencia de esos hallazgos: “el


operativo en el parqueadero Padilla desnudó la cruda y violenta realidad del paramilitarismo en
el país, hasta entonces si no oculta, sí deliberadamente eludida, tanto por los medios de
comunicación como por los llamados sectores vivos de la sociedad con las conocidas
excepciones. Este operativo tuvo especial connotación, además, porque golpeó el corazón
financiero de ese monstruo de mil cabezas”.
Si bien se tenía un cúmulo de información que permitió identificar, en palabras de Oviedo,
“multimillonarios negocios, por ejemplo, la compra de un barco y una hacienda de más de 3.000
hectáreas por parte directamente  de Carlos Castaño, las estrechas relaciones entre guarniciones
militares y los paramilitares, los contactos –relaciones- entre clase política y la organización
paramilitar”, lo cierto es que después de tres años solo se logró adelantar un operativo en
Montería el 24 de mayo de 2001 contra la Fundación para la Paz de Córdoba (Funpazcor),
organización no gubernamental fachada de los negocios de tierras y de sostenimiento de la
estructura armada en Córdoba de los hermanos Castaño Gil y de Salvatore Mancuso.

Persecución violenta
Sergio se convirtió entonces en uno de los primeros blancos por su condición de coordinador del
operativo contra el parqueadero Padilla. Arreciaron las amenazas telefónicas en su contra. De
cómo se sentía este investigador sabía bastante bien Ana Isabel Gómez, una compañera de
trabajo en la Unidad de Investigaciones en aquella época. Según le contó a la Fiscalía, “se le
notaba muy inquieto, yo conocía bastante a Sergio y cuando a él le daba la andadera era porque
algo le pasaba y días anteriores a su muerte estuvo así”. La asistente de Sergio, Elba Lucía
Posso, también hizo referencia a esas inquietudes en una entrevista ante las autoridades: “Yo lo
notaba un poco preocupado, como pensativo; yo en algún momento le dije ‘Jefe, qué le pasa, lo
veo como pensativo’, y me manifestó ‘negra, esto está hecho un mierdero’”.
Juan Carlos Galvis, quien en aquella época trabajaba en la oficina de monitoreo del CTI en
Medellín, recordó en una declaración ante fiscales que conoció a Sergio en 1994, cuando ambos
ingresaron a la institución judicial. Juntos trabajaron en interceptaciones telefónicas autorizadas
para identificar redes del paramilitarismo en Medellín y municipios vecinos. Razón por la cual
había mucha presión y riesgos. “Sergio a veces me comentaba que teníamos que extremar
mucho las medidas de seguridad porque con lo que estábamos metidos era muy delicado y me
insinuaba cierto temor por su vida y la de nosotros”. Lo delicado de estas investigaciones sobre
el paramilitarismo radicaba, según le comentaba Sergio a Galvis, en que enfrentaban “a gente
muy poderosa capaces de hacer cualquier cosa”.
Y ese mismo presentimiento embargaba a Luz Janeth. Las conversaciones con Sergio no la
tranquilizaban, por el contrario, a cada llamado se inquietaba más, pues lo notaba distinto a
como lo había sentido horas antes, cuando se habían encontrado en Girardota. “En la última
llamada que me hizo, antes de salir para su apartamento, me contó que como que a él también lo
estaban despidiendo y que lo estaban acosando para que saliera rápido de la oficina. Lo sentí
muy relajado, muy distinto, y me dijo que se había tomado unos brandis. Después de eso no me
volvió a llamar”.

Lo acribillaron
Eran las 9 y 30 de la noche cuando Sergio se comunicó por última vez con su amiga. Con unos
tragos en su cabeza, sin su arma de dotación, portando un radio de comunicaciones y solo, el
Jefe de la Sección de Investigación del CTI de Medellín, salió de su oficina en el edificio El
Capitolio, centro de la ciudad, en dirección a su apartamento de la urbanización Las Cometas,
en el barrio Robledo. Manejaba un vehículo Renault 12 gris. Tomó la avenida Oriental hacia el
norte, bajó hasta la carrera Bolívar, donde giró a la derecha, buscando la calle Barranquilla. Al
llegar a ese cruce, el semáforo estaba en rojo.
Mientras Sergio esperaba el cambio de luces, dos hombres descendieron de una camioneta color
verde oscuro que estaba a pocos metros, y luego de ubicarse a lado y lado de las ventanillas
delanteras del Renault 12, dispararon en repetidas ocasiones, ocasionándole la muerte
instantánea al funcionario. De acuerdo con uno de los testigos, “el que estaba del lado izquierdo
una vez terminó de disparar hizo el amague de irse, pero se devolvió y siguió disparando contra
el conductor”. En total, los sicarios le propinaron 15 disparos. A los diez minutos de ocurrido el
hecho, la Sala Satélite del CTI fue notificada de un tiroteo en la carrera 51 con calle 67.
Pasadas las 10 de la noche llegó al lugar la fiscal Luz Miryam Suárez, quien se encargó de las
primeras pesquisas. Lo primero en establecerse es que el número de placas del vehículo en el
que llegaron y huyeron los sicarios, suministrado por testigos de los hechos, RIE 698, no
correspondían a las características del carro. Investigadores de la SIJIN de la Policía Nacional
que acudieron al lugar del asesinato establecieron que eran falsas. Luego se quiso conocer las
grabaciones de las cámaras de seguridad que había en este sector de la ciudad, las cuales son
controladas por la empresa estatal Metroseguridad desde el piso 12 de la sede de la Alcaldía de
Medellín.
Así quedó el vehículo en el que viajaba Parra Ossa luego de que dos sicarios lo abalearan.

En el informe que presentó la fiscal del caso quedó registrada la visita a la sala de control de las
cámaras: “Nos dirigimos allí a eso de las dos de la mañana, donde fuimos atendidos por el señor
Guillermo Niño y después de observar el casete que contiene la cinta correspondiente al lugar y
hora en las que ocurrieron los hechos que investigamos, no se encontró en la misma prueba
alguna que condujera a la identificación del vehículo referenciado ya que al parecer las cámaras
enfocaban hacia otro lugar”.
Según consta en expedientes, al día siguiente del homicidio, la mamá de Luz Janeth la despertó
muy temprano, preocupada. Había escuchado en su radio las noticias de la mañana, como era su
costumbre, y en ellas se habló de un hombre asesinado la noche anterior llamado Sergio: “Fue a
mi habitación y me preguntó si yo podía llamar a Sergio al celular o ponerle un mensaje, y le
dije que a esas horas no me parece, y ella me interrumpió y me dijo que había escuchado en las
noticias que habían herido a Sergio, yo traté de marcar al celular, pero no me pude comunicar,
llamé a la casa de John Diego Ruiz, él trabaja en la Unidad de Bello, pero no hablé con él
porque no estaba, hablé con la dueña de la casa y le pregunte si era cierto que habían herido a
Sergio y ella me manifestó que lo habían matado”. La mujer quedó desolada. Había perdido a su
amigo, un abogado graduado en la Universidad de Medellín, de 40 años de edad, y destacado
por su carácter afable y sencillo.
Oviedo, su último jefe, lo recuerda como una persona “desparpajada y ello lo reflejaba en su
forma de ser: su relación con subalternos y subalternas fue en todo momento horizontal y no
vertical, es decir, siempre guiada por el diálogo y las buenas formas, de modo que no imponía
criterios de jerarquía sino de raciocinio; ese carácter sencillo y desparpajado lo exteriorizaba
plenamente en su particular forma de vestir que, en cierta manera, hacía recordar a otro símbolo
del poder judicial como lo fue Jaime Pardo Leal, esto es, ostentar las prendas sin ataduras a
líneas o criterios frívolos”.
Su exjefe lo recuerda como un profesional que tenía como meta escalar en la línea jerárquica del
poder judicial “a partir de un servicio público totalmente entregado a los intereses colectivos y
con apego irrestricto a los postulados constitucionales, legales, morales y éticos, que aplicó
fielmente hasta el día de su muerte”.
Los hallazgos de Sergio contra el paramilitarismo en Antioquia no fueron pocos y sus
consecuencias iban a ser fatales. Adolfo Gómez, quien trabajaba bajo sus órdenes, recordó ante
fiscales una conversación con su jefe: “En alguna ocasión me dijo que presentía que lo iban a
matar”. Curiosamente, Oviedo también destaca una anécdota similar ocurrida al caer la noche
tras el allanamiento del parqueadero Padilla: “en un momento que hasta ahora no tiene
explicación, quedó solo con el Director Seccional en una de las oficinas (eran dos) allanadas, y
en una sorpresiva reacción se dirigió a éste y le dijo: ‘Sabe qué Jefe… con este operativo, los
dos (e hizo un gesto con la mano derecha que significa involucramiento de dos personas, dedos
índice y pulgar)… tuqui, tuqui, lulú’, llevando su mano al cuello. Días después fue asesinado”.

Detrás de su homicidio
Durante los días siguientes, las investigaciones para dar con los responsables del crimen de
Sergio se fueron encauzando hacia el barrio Miramar, en la zona noroccidental de la ciudad.
Informantes del CTI de la Fiscalía aportaron datos que hacían referencia a integrantes de bandas
de esa zona de Medellín quienes al parecer serían los responsables del homicidio. Juan Carlos
Galvis, quien trabajó con la víctima, dijo en una ocasión ante la Fiscalía, que “se ha comentado
que al parecer fue un grupo que contrataron las Autodefensas para que diera de baja a Sergio, al
parecer es una banda denominada en la ciudad ‘La Terraza’”.

Estos fueron los retratos hablados de quienes se supone participaron en el operativo sicarial que acabó con la vida de Parra Ossa.

Para aquellos años, la hegemonía criminal en las calles de Medellín la ejercía la poderosa banda
‘La Terraza’, a través de la cual el jefe paramilitar Carlos Castaño Gil eliminaba a sus
“enemigos”. Para la fecha de la muerte de Sergio, sicarios contratados por esta banda en
Medellín ya habían asesinado al abogado y defensor de derechos humanos Jesús María Valle
Jaramillo; a los investigadores del CINEP Elsa Alvarado y Mario Calderón. Y un año después
acribillaron al humorista Jaime Garzón.
En un informe de la Fiscalía, realizado un mes después de la muerte de Sergio, se registró el
testimonio bajo reserva de uno de los informantes, quien le dijo a los investigadores del CTI que
la muerte del Jefe de Investigaciones de este cuerpo judicial “fue realizada por una banda que
opera en la comuna nororiental al mando de alias ‘Tití’, ‘Tato’ y ‘Vitamina’, quienes recibieron
la suma de cinco millones de pesos, igualmente dice que dicha banda se encarga de realizar los
atentados terroristas que son ordenados por oficinas de delincuencia organizada”. En los
archivos del CTI reposaba información sobre esos hombres y se estableció que hacían parte de
una banda que operaba en el barrio Robledo-Miramar.
La estrategia de ataque en esta ocasión no fue distinta a cómo actuaba la criminalidad
paramilitar en Medellín: Castaño ordenó el crimen del investigador y encargó a ‘La Terraza’, la
que a su vez contrató a sicarios de la banda de Robledo-Miramar, quienes ejecutaron el
homicidio. Si bien varias semanas después del crimen fueron capturados Fredy Tobón Jiménez,
John Jairo Rodríguez Ospina, John Mario Ramos Guzmán y Omar Argiro Henao Vásquez,
como sospechosos del crimen, el proceso penal precluyó a su favor, pues no se pudo demostrar
la participación en el hecho. Han pasado 17 años de este asesinato y aún persiste la impunidad.
Pero las preocupaciones de Luz Janeth estaban más allá de esas capturas, según le dijo a las
autoridades. Sergio le había comentado en alguna ocasión sus inquietudes en relación con
algunos de sus compañeros en el CTI. “Sergio no confiaba en algunos porque decía que había
personas que se vendían por dinero y vendían a los amigos. La última vez que hablamos lo noté
tan relajado, comprendí que a él lo querían ver así y por eso le dieron mucho licor. Me pregunto
por qué lo dejaron ir sin su arma, siendo que él nunca la abandonaba, incluso cuando
ocasionalmente bebía. Eso me parece muy raro”.
Y no era para menos. Desde hacía varios años, se sospechaba que ese cuerpo judicial estaba
infiltrado por las ACCU. Se hablaba de funcionarios que trabajaban para esa organización
paramilitar facilitando información y previniéndolos de posibles acciones en su contra. Uno de
los primeros en pasar por el ente de investigación fue Carlos Mario Aguilar Echeverri, alias
‘Rogelio’, quien fue una de las fichas infiltradas por estructuras criminales del Valle de Aburrá
que luego se incorporaron a las ACCU. Estuvo allí entre 1993 y 1994. Otro infiltrado que fue
identificado plenamente fue Uber Darío Duque Álvarez, un abogado que ocupó durante 1996 el
mismo cargo de Sergio, Jefe de la Unidad Investigativa del CTI en Medellín.

Durante la década del noventa, el CTI de la Fiscalía fue infiltrado por las ACCU para evitar acciones punitivas contra sus hombres.
Foto: archivo Semana.

En desarrollo de una investigación sobre la muerte de unos presuntos secuestradores en la que


aparentemente estaba comprometido el CTI, varios funcionarios fueron entrevistados y uno de
ellos, hablando de Duque Álvarez, recordó una conversación que tuvo con él en la que le dijo
que “con las investigaciones de los paramilitares había que hacerse los bobos y que esa era una
buena forma de colaborarles”.
Pero esa relación iba más allá de “hacerse el bobo”. Así quedó al descubierto cuando, a su salida
del CTI a mediados de 1997, se convirtió en el abogado de Carlos Castaño Gil; se ratificó
cuando se hizo público su cargo de asesor jurídico de la dirección política de las Autodefensas
Unidas de Colombia (AUC), una confederación de grupos paramilitares que se constituyó en
junio de 1997 la que hicieron parte las ACCU; y se reiteró tras su asesinato ocurrido el 2 de
marzo de 2004 en el complejo deportivo Atanasio Girardot de Medellín, muerte que fue
lamentada por el propio Castaño Gil en carta al entonces Alto Comisionado de Paz, Luis Carlos
Restrepo fechada el 9 de marzo de ese año: “Dejo constancia pública de estos hechos criminales
para que el gobierno nacional y los organismos de seguridad del Estado puedan aclararlos y
castigarlos”.
Oviedo recuerda que, para finales de 1997, las actividades investigativas de ese cuerpo judicial
en el departamento estaban seriamente cuestionadas, entre otras razones, según él, “porque se
afirmaba que la institución se encontraba permeada, no sólo por la corrupción en su clásica
expresión, sino igualmente por otros factores desestabilizadores y no menos graves que aquella,
como, por ejemplo, el fenómeno del paramilitarismo”.
Mientras se intentaba aclarar la muerte de Sergio e identificar a los responsables, el clima
alrededor de la investigación sobre documentos hallados en el parqueadero Padilla fue
haciéndose más pesado y riesgoso. Tras la muerte del Jefe de la Unidad de Investigación del
CTI en Medellín, varios de sus compañeros fueron trasladados a otras ciudades y algunos
abandonaron sus cargos y se fueron al extranjero. Se temía que la persecución desatada contra
ese cuerpo judicial pusiera más muertos.
Oviedo recuerda la tragedia ocasionada después del allanamiento y de la muerte de Sergio:
“sobrevino una serie de asesinatos contra servidores que, de una u otra manera, tuvieron
relación directa con la investigación, como es el caso de Diego Arcila Gómez, jefe de la sala
técnica del CTI durante ésta; Jorge Armando Fernández Osorio, coordinador del grupo de
investigadores a nivel seccional; Edwar Holguín, quien había participado junto con Augusto
Botero –también asesinado- de manera activa en la investigación por la muerte del abogado
Jesús María Valle Jaramillo,  atribuida al paramilitarismo; Yerman Alí Giraldo Valderrama,
coordinador de la unidad regional del CTI para Antioquia en la misma época, para citar
solamente éstos”. El propio Oviedo tuvo que salir de la ciudad y, posteriormente, del país para
preservar su vida.

El CTI de la Fiscalía puso una alta cuota de sangre en la lucha contra el paramilitarismo en Antioquia. Foto: archivo Semana.

Y es que Carlos Castaño Gil no estaba tranquilo con el trabajo del CTI en Medellín ni con alias
‘Lucas’ en la cárcel. Su persistencia para sacarlo de allí se concretó la tarde del 29 de
septiembre de 1998, cuando este paramilitar salió del penal de Bellavista presentando una boleta
de excarcelación expedida por la Fiscalía N° 66 Regional que, según las autoridades carcelarias,
cumplió con todos los protocolos exigidos para darle libertad a un detenido. Las investigaciones
para determinar responsables por esta fuga nunca prosperaron.
De alias ‘Lucas’ se volvió a saber el 17 de febrero de 2004, cuando su abogada le solicitó al
Juzgado Cuarto Penal del Circuito Especializado de Medellín la cesación de todo procedimiento
en su contra, argumentando que su defendido se había acogido a la Ley 782 de 2002, que
consagraba beneficios jurídicos para aquellos que integraban grupos armados ilegales. Lo que
reveló esa petición es que este paramilitar fue presentado como integrante del Bloque Nutibara
de las AUC y se desmovilizó, sin que nadie lo detectara, el 25 de noviembre de 2003 en
Medellín. Él era uno de los 868 hombres de esta estructura armada que dejaron sus armas en
aquella ocasión. La Sala Penal del Tribunal Superior de Medellín asumió el estudio de su caso y
determinó, tal como lo había solicitado su abogada defensora, la cesación de todo proceso en su
contra. Con esa decisión, era un hombre libre, sin líos con la justicia.
A esa medida se sumó una seguidilla de decisiones burocráticas sobre el expediente del
parqueadero Padilla que acabaron diluyendo el proceso entre las estanterías de los despachos
judiciales sin que se actuara de manera efectiva y se despejaran las dudas sobre si aquellas
cuentas bancarias, personales y empresariales, asentadas en los registros de contabilidad de las
ACCU, eran efectivamente de financiadores de este proyecto paramilitar.
Durante dos años fue poco lo que se adelantó en la investigación. La muerte de Sergio y las
continuas intimidaciones contra todo aquel que se acercara al proceso, así como la negligencia
en el tratamiento de la documentación, llevaron a tomar la decisión de trasladar el voluminosos
expediente a Bogotá, para que desde allí se adelantara una investigación con menos riesgos para
los funcionarios, dado que se sospechaba de infiltrados de las ACCU en la Fiscalía de Medellín.
Este traslado, autorizado por el entonces fiscal general de la Nación, Alfonso Gómez Méndez,
reveló el lamentable estado de los documentos y la pérdida de algunas carpetas. Una funcionaria
que recibió las decenas de cajas provenientes de Medellín escribió: “es incalculable la cantidad
de documentos que está pendiente por clasificar, y así proceder a conformar los cuadernos”, y
puso como ejemplo una carpeta que estaba conformada por 53 cuadernos: “la gran mayoría de
estos cuadernos superan los 700 y más folios aproximadamente, y dichos cuadernos se
encuentran sin caratular en debida forma, sin foliar, cuadernos que física, estética y
materialmente son inmanejables”.
Pero lo que fue una buena intención para preservar las pruebas y proteger a los investigadores,
se transformó en una excusa perfecta para evitar que las indagaciones progresaran. Entre
diversas fuentes consultadas, todas cercanas al proceso del parqueadero Padilla, hay consenso
en la poderosa influencia que ejerció el fiscal general Luis Camilo Osorio, una vez asumió el
cargo el 31 de julio de 2001, en reemplazo de Gómez Méndez, para que se archivara la
investigación, lo que en efecto ocurrió.
“Con toda la información que había allí fácilmente podría haberse desmantelado el
paramilitarismo. ¿Por qué la Fiscalía no asumió el compromiso que tenía que asumir? Le
atribuyo esa situación a presiones de origen político por la calidad de gente podría aparecer
involucrada”, le dijo un alto funcionario judicial a uno de los investigadores que participó en la
elaboración del libro Memoria de la impunidad en Antioquia, publicado en Medellín en octubre
de 2010 con el respaldo de la Corporación Jurídica Libertad y el Instituto Popular de
Capacitación.
Sergio y sus compañeros ofrendaron su vida por la justicia, pero ésta, lamentablemente, no
actúa tan ágilmente, ni antes ni ahora, como sí lo hicieron los sicarios que segaron sus vidas.
Oviedo mira en retrospectiva lo ocurrido y concluye que todos estos hombres sacrificados
“supieron despojarse de todo interés individual o personal y comprendieron, en su exacta
dimensión, que su papel estaba al lado de una sociedad que, mayoritariamente, estaba siendo
acorralada, sometida al miedo y la humillación por sus sectores más retrógradas y sectarios que
con otros, no menos violentos, han anegado de sangre el territorio nacional”.

Parqueadero Padilla: La desaprovechada oportunidad de desarticular a las


ACCU
22 años después de que las autoridades encontraran evidencias de empresas privadas que financiaron paramilitares,
el caso sigue quieto.
 
El 30 de abril de 1998, un grupo del CTI y la Fiscalía encontró en Medellín, un parqueadero
repleto de documentos que llevaban la contabilidad de las Autodefensas Campesinas de
Córdoba y Urabá, ACCU, un grupo paramilitar liderado por los hermanos Vicente y Carlos
Castaño.

Entre los hallazgos no sólo había listados de integrantes de este grupo armado ilegal, sino
también un seguimiento de giros, cheques y movimientos de dineros que entraban y salían de
las ACCU. Financiar paramilitares en Colombia (una actividad englobada en el delito de
concierto para delinquir), como lo ratificó la Fiscalía el 12 de diciembre de 2016, es
un delito de lesa humanidad.

En el Parqueadero Padilla estaban las evidencias de por lo menos 495 cuentas bancarias que
habían entregado o recibido dineros de las autodefensas, 40.000 transacciones y un amplio
listado de empresas privadas y personas naturales que aportaron recursos a los paramilitares.
También se encontraron bipers que demostraron la estrecha relación entre paramilitares y altos
mandos militares de la región.

Con todo lo descubierto, la justicia podría haber desarticulado la compleja red de financiación
que las ACCU habían tejido, tanto en Medellín como en varias otras regiones de Colombia. Este
golpe a la afluencia económica del grupo armado podría haber frenado la tenebrosa y sangrienta
expansión paramilitar que estaba sucediendo, a finales de los 90 y los primeros años del nuevo
milenio.

Nada de esto ocurrió. Al contrario, hubo un estallido de asesinatos a miembros del CTI y la
Fiscalía en Medellín; se perdió parte de la documentación encontrada; el proceso lo trasladaron
a la Fiscalía de Bogotá, en donde quedó casi congelado  por años; y el paramilitar que
capturaron el mismo día del allanamiento, se fugó de la cárcel. Como quien dice, al caso
Parqueadero Padilla le fueron echando tierrita, hasta que casi nadie más habló de él.
Iban buscando cobre

En 1997 hubo varios cambios en los cargos de la Fiscalía y el Cuerpo Técnico de


Investigaciones, CTI, en la capital antioqueña. A Iván Velásquez, quien hasta ese momento era
magistrado auxiliar del Consejo de Estado, lo nombraron en la regional de Medellín; mientras
que a Gregorio Oviedo Oviedo, hasta ese momento fiscal en Bogotá, lo nombraron director del
CTI en esa ciudad.

En un texto publicado en 2013 por Universo Centro, un medio de comunicación independiente


antioqueño, Velásquez afirma que con la entrada de Oviedo y suya, también llegó un impulso
renovado institucional para perseguir y judicializar paramilitares. Cuenta que en el 98 lograron
interceptar las llamadas de un jefe de rango medio de las ACCU, y que fue así como pudieron
enterarse de múltiples planes del grupo armado.

Entre ellos, relata Velásquez, el de enviar un camión lleno de uniformes camuflados hacia el
municipio de Sopetrán, al noroccidente de Medellín, en la margen derecha del río Cauca, en
donde delinquía un bloque comandado por alias 'Memín' (Luis Arnulfo Tuberquia).

Lo interceptaron y detuvieron el envío de dichos insumos. También se obtuvo la dirección desde


donde supuestamente había salido el cargamento, lo que permitía pensar que allí funcionaba la
fábrica; la nomenclatura señalaba un parqueadero situado a menos de quinientos metros de La
Alpujarra, sede de la Fiscalía Regional y centro administrativo del departamento y la ciudad.,
relata Velásquez para Universo Centro.
Al allanar dicho lugar, creyeron que encontrarían la fábrica de camuflados, pero el hallazgo fue
desproporcionadamente mayor. Allí, en la Clle 45ª # 54 – 57 en Medellín, Oviedo y otro agente
del CTI, Sergio Humberto Parra, hallaron un parqueadero de motos en cuyo segundo piso había
dos secretarias y un paramilitar, destruyendo desesperadamente papeles, disquetes y evidencias.
En el Parqueadero Padilla se llevaba nada más y nada menos que la contabilidad de las
Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá, ACCU.

Toma unos 15 minutos manejar desde La Alpujarra, sede de la Fiscalía en Medellín, hasta el
Parqueadero Padilla, que queda apenas a unas cuadras al nororiente, en El Hueco, el San
Andresito de la capital antioqueña. Es decir que, en las narices de las autoridades, había
cantidades de información sobre la relación económica entre paramilitares y empresas privadas
en la región desde 1995 y hasta el primer semestre de 1998, así como los sueldos que recibían
los paras y las otras ventas por medio de las cuales lavaban activos provenientes del
narcotráfico.

Fueron decomisados decenas de disquetes, dos libros de contabilidad y documentos bancarios:


un verdadero tesoro que revelaba la estructura íntegra de las ACCU, sus finanzas y
quienes las aportaban, cuadros de nómina discriminados por escuadras, los alias de sus
integrantes, incluido el del respectivo jefe, la identificación del grupo, la semana a la que
correspondía el pago y su valor, las retenciones de sueldo por préstamos o para fondos
comunes, etc., escribió Velásquez para Universo Centro.

Con este hallazgo, las ACCU salieron medianamente de las tinieblas y finalmente se supo más
sobre cómo estaban organizadas y en qué partes del país. Verdad Abierta aseguró que de
acuerdo con los organigramas encontrados, para esa época esta estructura paramilitar estaba
conformada por los bloques Norte, Metro, Llanero y Occidental, el Frente Sur y la Escuela
Móvil, los que a su vez integraban otros frentes y destacamentos.

Cuando el CTI hizo el allanamiento, en la oficina clandestina estaba Jacinto Alberto Soto Toro,
alias 'Lucas', de quien posteriormente se supo que era el encargado directo de Carlos y Vicente
Castaño para llevar la contabilidad de las ACCU. Las dos secretarias que lo acompañaban eran
Rosa Nubia Rodríguez Giraldo y Luz Aleyda Narváez Caicedo. Al ver la llegada de las
autoridades, estas tres personas empezaron a destruir documentos, disquetes e incluso a comerse
algunos papeles.

Alias 'Lucas', el contador del grupo paramilitar en expansión más poderoso del país en ese
momento, fue capturado aquel 30 de abril del 98 y cuenta 'Don Berna', que Carlos Castaño puso
el grito en el cielo cuando se enteró.

Amenazas y triquiñuelas legales

Las órdenes de Carlos Castaño Gil se siguieron al pie de la letra. Fue así como los paramilitares
lograron amedrentar y entorpecer la investigación. Desde antes del allanamiento había
comenzado una oleada de asesinatos a miembros del CTI y la Fiscalía en Medellín [4] y zonas
aledañas. Esta violencia contra la institución llegó a su punto más alto cuando Sergio Humberto
Parra fue asesinado a tiros en un semáforo de Medellín, mientras conducía camino a casa.
Algunos medios dicen que aquél 19 de junio de 1998, le dieron 15 tiros con arma de fuego.
Otros afirman que fueron 21.

Parra es el más visible de los 14 investigadores asesinados del CTI y esto se debe a que él
participó directamente en el allanamiento del Parqueadero Padilla, en compañía de Gregorio
Oviedo Oviedo, a quién lo amenazaron múltiples veces y que incluso le tocó exiliarse, después
de ser destituido por Luis Camilo Osorio Isaza.
Se podría decir que el allanamiento al Parqueadero Padilla rompió con la estrategia que los
Castaño venían adelantando, para cooptar y controlar el CTI y la Fiscalía. Hay evidencias de por
lo menos dos paramilitares que lograron 
Infiltrarse  en esta institución pública, antes de los hechos del parqueadero.

El primero de ellos es Carlos Mario Aguilar Echeverri, quien trabajó como investigador del CTI
entre 1993 y 1994. Verdad Abierta asegura que en ese cargo, Aguilar ya recibía y cumplía
órdenes de Diego Fernando Murillo Bejarano, alias 'don Berna', para favorecerlo a él y a otros
integrantes de la llamada ´Oficina de Envigado´ creada por Pablo Escobar Gaviria.

Aguilar Echeverri conocido por el alias de 'Rogelio', “regalaba cada fin de año a sus
compañeros (del CTI) grandes sumas de dinero (...) para garantizar lealtades y un adecuado
flujo de información que permitiera conocer de manera anticipada qué investigaciones había y
qué operativos se iban a realizar contra los miembros de la organización armada ilegal”,
documentó Verdad Abierta. El puente entre narcotraficantes y condenados por la parapolítica,
como Óscar de Jesús Suárez Mira (ver sentencia), se entregó a la justicia de Estados Unidos.

El segundo 'para' infiltrado fue Uber Darío Duque Álvarez, quien en 1996 fue nada más y nada
menos que el jefe de la Unidad Investigativa del CTI en Medellín. A su salida, quedó muy claro
que estaba del lado de la casa Castaño, pues se convirtió en el abogado de Carlos Castaño Gil.

Con solo dos infiltrados plenamente identificados, es posible evidenciar cómo en los años 93,
94 y el 96, los hermanos Castaño tenían sus tentáculos metidos en la Fiscalía. Pero después del
cambio de muchos funcionarios en Medellín durante el 97 y el posterior allanamiento del
Parqueadero Padilla en el 98, la estrategia cambió radicalmente. Ya no se trataba de torcer
funcionarios, ahora la orden era matarlos.

En ese clima de creciente violencia, en septiembre de 1998, en el gobierno de Ernesto Samper


Pizano, el entonces Fiscal General Alfonso Gómez Méndez dispuso el traslado del proceso
Parqueadero Padilla para la Fiscalía Regional de Bogotá. Esto significaba que ahora era en la
capital del país que se iba a continuar con la investigación y ya no en la capital antioqueña, en
donde crecía el número de agentes del CTI asesinados.

En pleno traslado del caso a Bogotá, el 30 de septiembre del 98 y por medio de artimañas que
no fueron investigadas en su momento, alias 'Lucas' salió de la cárcel Bellavista (en Bello
Antioquia) en la que llevaba cinco meses recluido. Presentó una boleta de libertad que, en su
momento, las autoridades aseguraron que estaba en perfecto orden, así que lo dejaron salir.

El fiscal Jhonny López Patiño (firmante de la boleta de libertad que presentó alias 'Lucas' en la
cárcel) liberó al capturado contador de las ACCU, es decir que liberó a la persona que
probablemente estaba más informada sobre quiénes financiaban a los paramilitares y
cómo. Hay que recordar que financiar a los paramilitares es considerado un delito de lesa
humanidad en Colombia.

López Patiño fue encontrado culpable por la Corte Suprema de Justicia el 29 de enero de 2004.
Pero el caso es que 'Lucas' se voló y luego se desmovilizó en 2003, haciéndose pasar por un
miembro cualquiera del Bloque Cacique Nutibara, de las AUC y sin que ninguna autoridad le
reclamara por sus deudas anteriores con la justicia.

Un abogado que solicita reserva de su nombre afirma que "es tanta la impunidad, que Jacinto
Soto Toro (alias 'Lucas') ha sido convocado al proceso penal de los directivos de la Chiquita
Brans, como testigo de la defensa, sosteniendo que él solamente era un correveidile de los
hermanos Castaño Gil y que en esa condición nunca tuvo conocimiento de que los
empresarios bananeros financiaran estructuras paramilitares".
Fue así como a las autoridades se les escapó el eslabón más importante en la cadena financiera
de las ACCU. Pero no sólo esto ocurrió mientras el proceso se trasladaba a Bogotá. En el
camino también se perdió parte de las evidencias recogidas en el Parqueadero Padilla.

En una entrevista con Verdad Abierta en 2015, Iván Velásquez, quien era miembro de la
Fiscalía Regional de Medellín en el año en que se hizo el allanamiento al parqueadero Padilla,
afirmó que,

"Cuando estuve en la Corte Suprema de Justicia investigando parapolítica, volvimos a la


Fiscalía a buscar ese expediente y había muchas partes perdidas. Muchos documentos que
recuerdo de aquel tiempo ya no existían. Recuerdo centenares de disquetes con información
muy importante sobre la conformación de cada una de las escuadras y frentes de bloques
paramilitares que luego ya no estaban. (…) Yo sí siento que no hubo ningún propósito de
investigar el paramilitarismo en esa oportunidad. Si eso se hubiera hecho en 1998-1999 se
hubiera logrado contener mucha de la barbarie que se produjo. Pero no."

Las palabras de Velásquez reflexionan justamente sobre los impactos que podría haber tenido
una profunda investigación tras el allanamiento, en fenómenos como la expansión del
paramilitarismo desde mediados de los 90, como lo han documentado instancias judiciales, el
Centro Nacional de Memoria, organizaciones de víctimas y derechos humanos como Verdad
Abierta, Rutas del Conflicto. En el Parqueadero Padilla se encontró información sobre el plan
que los hermanos Castaño Gil y sus aliados ya habían puesto en marcha para extender su control
territorial armado, a no sólo a la esquina noroccidental colombiana, sino a buena parte del país.

Fue por esto que en 1997 se conformaron las Autodefensas Unidas de Colombia, AUC, una
estructura paramilitar de orden nacional, que englobaba a las ACCU, cuyas finanzas y
financiadores quedaron parcialmente al descubierto, tras el allanamiento del parqueadero
Padilla.

Desde el Parqueadero Padilla, y a través de Jacinto Alberto Soto Toro, se financiaron, planearon
y apoyaron logísticamente las masacres ocurridas entre 1994 y 1998, entre ellas la masacre de
El Aro en Ituango, Antioquia, el 22 de octubre de 1997, la de Pichilín en Morroa, Sucre, el 4 de
diciembre de 1996 y la de La Granja en Ituango el 15 de julio de 1996, como lo corroboró la
sentencia del Tribunal Superior del Distrito de Medellín, en la Sala de Justicia y Paz, del 24 de
septiembre de 2015, contra varios desmovilizados del Bloque Cacique Nutibara de las AUC.

De haber actuado con la debida diligencia, tal vez se hubiera podido cortar el suministro de
dineros que permitió dicha expansión, en la que murieron centenares de civiles masacrados y
tantas otras familias fueron desplazadas y despojadas. (Ver el caso de despojo de tierras
en Cacarica) (Ver el caso de despojo de tierras en Tulapas)

Lo poco que se hizo

El expediente 34.986 del 30 de abril de la Fiscalía de Medellín 1998 (nombre formal para el
caso del Parqueadero Padilla) se remitió a Bogotá mediante la resolución No. 057 del 8 de
septiembre de 1998 de la Dirección Nacional de Fiscalías, que lo asignó a la Unidad de
Terrorismo. Aunque estuvo quieto tres años, sí se clarificaron algunas cosas.

Se identificaron por lo menos 495 cuentas bancarias que habían tenido algún tipo de
movimiento registrado en la contabilidad de las ACCU. También quedó en evidencia que los
recursos de la Convivir El Cóndor, estaban siendo usados para el pago de sueldos de
paramilitares. Recordemos que esa Convivir fue creada en el 96, por los hermanos Luis Alberto
y Luis Guillermo Villegas Uribe, con el visto bueno del entonces gobernador de Antioquia,
Álvaro Uribe Vélez. En ese contexto la justicia también logró determinar que estos hermanos,
estaban gestionando la consecución de armas y municiones ilegales, para dicha convivir (que
resultó convirtiéndose en el monstruoso Bloque Metro de las AUC) por medio de otra de sus
empresas, Lácteos El Paisa.

Dentro del expediente también aparecen los nombres de mínimo 61 empresas que sostuvieron
algún tipo de relación con las finanzas de las ACCU. Entre ellas están los bancos Granahorrar
(hoy día BBVA) y Conavi (comprado por Bancolombia), Coltejer, Comfenalco, Leonisa y
Transportes Botero Soto. (ver Sentencia) Pese a que en 2015 el Tribunal Superior de Justicia y
Paz de Medellín remitió copia a la Fiscalía para que las investigara por su presunta participación
en la sofisticada estrategia de financiamiento de los paramilitares, hasta ahora no hay ningún
resultado.

El 21 de mayo de 2001 (es decir tres años después del allanamiento del Parqueadero Padilla),
investigadores del CTI y el Ejército Nacional allanaron la sede de Funpazcor en Córdoba e
investigaron el accionar de la Federación Ganadera de Córdoba y la Federación Nacional de
Ganaderos, a la vez que pusieron en marcha las 36 órdenes de captura emitidas por la justicia y
21 allanamientos.

El Tiempo documentó que se lograron cuatro capturas el 24 de mayo de ese año a la vez que se
registraron las casas de Rodrigo García, expresidente de la Federación de Ganaderos de
Córdoba; Flora Sierra, senadora y esposa del exrepresentante a la Cámara Jaime Lara Arjona; y
Marta Dereix de Mancuso, en ese entonces esposa de Salvatore Mancuso Gómez, alias ´el
Mono´, entre otras personas. (Ver caso Tulapas, relacionado con Funpazcor y Sor Teresa
Gómez)

Cuatro capturas de 36 ordenadas. El mismo medio recogió un testimonio anónimo que asegura
que no se logró aprehender a más gente, porque ya sospechaban que los iban a buscar y, por
ende, se movían mucho por el territorio.

El caso es que al gremio ganadero, presidido a nivel nacional por Jorge Visbal Martelo,
condenado por promover y financiar grupos paramilitares, no le gustó para nada este gesto. De
hecho, afirmaron que convocarían un paro en Montería, exigiendo a las autoridades que
muestren las pruebas logradas en dichos registros judiciales y que vincularían a personajes
reconocidos de la región como colaboradores de los paras, como lo documentó El Tiempo.

Como afirma el informe de Indepaz, “Macrocriminalidad con licencia legal: Urabá – Darién


1980-2014”: Pese a lo documentado por investigadores del CTI continuaron operando las
empresas de fachada de la casa Castaño (antecesoras de las Convivir). Eso permitió que
Funpazcor fuera la punta de lanza del plan criminal de despojo, legalización y lavado de
activos, y la creación de Asocomún, Asoprobeba, Multifruits, Urapalma, Palmas S.A.
Palmadó, Asoatco, Seguridad al Día y un largo etcétera que encubrieron los agronegocios de
los hermanos Castaño, los Rendón Herrera, el ´Mono Mancuso´, Hasbún Mendoza y don
Berna en el Urabá y Bajo Atrato.

Gracias a lo encontrado en el parqueadero, salió a luz pública cómo Funpazcor, lejos de ser una
fundación que promoviera la paz en el departamento de Córdoba, realmente canalizaba recursos
que resultaban en las arcas de los bloques paramilitares que conformaban las ACCU. Estas
actividades eran lideradas por Sor Teresa Gómez Álvarez, alias ´doña Tere´, hermana de crianza
de los hermanos Castaño Gil y representante legal de Funpazcor.

Su nombre había permanecido entre tinieblas hasta que se hizo evidente su participación en la
movida de dinero, por las pruebas encontradas en el Parqueadero Padilla. Por ejemplo, se
encontró que cinco de los trece cheques que el paramilitar Pedro Ortega Lora, alias 'el Primo',
giró entre el 96 y el 97 a la empresa Inmobiliaria Araujo y Segovia, fueron endosados a Sor
Teresa. Así lo documentó el libro Memoria de la impunidad en Antioquia, lo que la justicia no
quiso ver frente al paramilitarismo, del IPC y la Corporación Jurídica Libertad.

Cabe resaltar que esta empresa es de propiedad de la familia del excanciller y excandidato
presidencial Fernando Araújo Perdomo, después de huir de las FARC que lo secuestraron en
2006. Gómez Álvarez, quien estuvo prófuga de la justicia hasta 2013, compareció ante la
Jurisdicción Especial para la Paz, JEP, el pasado 9 de diciembre de 2020, por su rol en múltiples
despojos de tierras en Córdoba, el bajo Atrato y el Urabá antioqueño, entre ellos el ocurrido en
la región de Tulapas.

En octubre de 2001, la Fiscalía en cabeza de Luis Camilo Osorio, ternado por Andrés Pastrana
Arango, remitió el proceso a Medellín, en donde fue archivado en un anaquel, según el IPC y la
Corporación Jurídica Libertad.

Expectativas sobre la justicia transicional

Los allanamientos parecieran no haber llegado a ninguna parte. Alias 'Lucas' se fugó y luego se
desmovilizó y quedó en libertad. Casi 24 años más tarde, la coyuntura nacional pone
nuevamente el tema de la responsabilidad de terceros y agentes estatales no integrantes de la
fuerza pública en el conflicto, sobre la mesa.

En su resolución No. 008017, la Sala de Resolución de Situaciones Jurídicas de la JEP priorizó


la investigación y procesamiento de las solicitudes de sometimiento de otros agentes del
Estado no integrantes de la fuerza pública y terceros, relacionados con las estructuras
regionales de las Autodefensas Unidas de Colombia: Bloque Norte, Autodefensas Unidas
Córdoba y Urabá y el patrón de macrocriminalidad de ejecuciones extrajudiciales con
intervención de civiles. Bajo esta resolución es que se está avanzando en el caso del despojo de
tierras en Tulapas, por ejemplo.

Se trata de particulares y servidores públicos no integrantes de las fuerzas armadas y la policía,


que contribuyeron “de manera directa o indirecta a la comisión de delitos”, que deciden
voluntariamente someterse a la justicia transicional. Entre ellos los que crearon, financiaron y
fomentaron grupos armados y los que se beneficiaron de la cruenta guerra en el país.

Le compete a la JEP decidir si incluye o no el caso del Parqueadero Padilla como una red de
encubrimiento del financiamiento a las ACCU, y de sus masacres, desplazamientos y otras
graves violaciones a los derechos humanos.

Entre tanto, otras entidades creadas a partir del acuerdo de paz con las FARC, como la
Comisión de la Verdad, también están investigando y documentando el rol de las lógicas
económicas en la evolución del conflicto colombiano. Específicamente aquellas que involucran
gremios como el ganadero y el agroindustrial, entre otros. Aunque esta entidad no sea de
carácter judicial, los aportes que haga serán una referencia en la memoria. “Yo espero que el
informe de la Comisión tenga visos de que eso (la contabilidad de las ACCU) se encontró y
nadie hizo nada”, reflexiona Juan Diego Restrepo, director de Verdad Abierta.

Sin resolución a la vista, persisten muchas preguntas, como por ejemplo ¿por qué la justicia no
ha investigado a alias 'Lucas'? Según testimonios del paramilitar alias 'HH', documentados
por Verdad Abierta, Soto Toro alias 'Lucas', "tenía hasta un beeper para el gobernador, que en
ese tiempo era Uribe. ¿Será por eso que al hombre no lo cogen nunca? Yo lo acompañé a
reuniones con políticos, con gente importante, con mayores, coroneles, oficiales de la IV
Brigada. Y nunca nadie lo persigue. ¿Por qué no lo tocan? ¿La Fiscalía lo protege? ¿Quién lo
protege? Eso es muy sospechoso."
Otra pregunta que permanece: ¿siguen en riesgo los pocos agentes e investigadores de la
Fiscalía y el CTI que sobrevivieron a la oleada de asesinatos y que tuvieron relación con el
caso? El mismo Gregorio Oviedo Oviedo, quien allanó el Parqueadero Padilla aquel abril del
98, denunció en septiembre de 2020 un intento de secuestro, que fue documentado por Contagio
Radio.

Y las más grandes de todas: ¿algún día se le imputarán cargos al listado de personas y empresas
que aparecen como financiadores de las ACCU en los hallazgos del Parqueadero Padilla? ¿Y a
los militares de la IV Brigada y los batallones Juan del Corral y Pedro Nel Ospina con los que se
comunicaba alias 'Lucas'? ¿y a los policías que recibían bonificaciones?

Alias ‘Rogelio’, clave en parapolítica de Antioquia


7 febrero, 2011

Este narcoparamilitar recluido en un penal estadounidense desde mediados de 2008 empezó a


servirle a ‘Don Berna’ desde que estaba en el CTI y sabe mucho sobre cómo éste tejió su red de
complicidades políticas pero no ha querido hablar.

Rogelio al parecer tuvo participación en varias campañas políticas. Fotomontaje VerdadAbierta.com

Si alguien tiene el conocimiento preciso de todos aquellos políticos y funcionarios de gobiernos


locales y regionales que se acercaron a la llamada ‘Oficina de Envigado’, una vez mutó a fuerza
paramilitar a través de sus alianzas con las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), es Carlos
Mario Aguilar Echeverri, alias ‘Rogelio’.
Así lo han establecido algunos investigadores judiciales que le siguen la pista a esta trama
política que en las últimas semanas ha involucrado a varios dirigentes antioqueños. Uno de ellos
es el ex congresista Oscar Suárez Mira, quien fue detenido por orden de la Corte Suprema de
Justicia. También la Corte abrió investigación preliminar del actual gobernador de Antioquia,
Luis Alfredo Ramos, por sus supuestos nexos con grupos paramilitares al mando de Diego
Fernando Murillo Bejarano, alias ‘Don Berna’.
Fuentes consultadas por VerdadAbierta.com, que pidieron la reserva del nombre, aseguraron
que por varios años alias ‘Rogelio’ recibió visitas de políticos y funcionarios de gobiernos
locales y regionales con el fin de establecer acuerdos en los que se favorecieran mutuamente.
Este ex paramilitar y confeso narcotraficante, recibía órdenes de alias ‘Don Berna’ desde la
cárcel, pues era considerado su principal cómplice.
La Corte Suprema de Justicia ya está siguiendo la pista de algunos de estos políticos que ocupan
actualmente curules en el Senado y en la Cámara de Representantes. También ha hecho
consultas por otros que ya pasaron por esas corporaciones públicas en periodos pasados.
VerdadAbierta.com estableció que también se investigan otras personas que han desempeñado
cargos de diverso nivel en la Alcaldía de Medellín, la Gobernación de Antioquia y el Gobierno
Nacional, como secretarías, gerencias de entes descentralizados y ministerios en los últimos
diez años. Las fuentes consultadas han solicitado no publicar los nombres hasta tanto no
avancen las indagaciones.
Buena parte de los acuerdos que hoy se investigan se sospecha que consistieron en que los
políticos recibieron apoyos para las campañas electorales de los años 2002 al Congreso y 2006
para los cargos regionales y locales de diversas maneras: con dinero en efectivo, pago de
transporte, alimentación y publicidad durante el día de elecciones o con la presión armada en las
comunidades de influencia para que votaran ellos.
Los investigadores judiciales también sospechan que esta organización criminal se acercó a
funcionarios de la Alcaldía de Medellín y la Gobernación de Antioquia con el fin de destrabar
algunos obstáculos burocráticos, sobre todo en otorgamientos de licencias de funcionamiento de
negocios a través de los cuales se facilitaría el lavado de dinero producto del tráfico ilegal de
drogas.
Los investigadores judiciales ya tienen testimonios de algunos paramilitares y narcotraficantes
cercanos a alias ‘Rogelio’. Entre ellos, el de Juan Carlos Sierra, alias ‘El Tuso’, quien describió
a ‘Rogelio’ como el encargado de escuchar las propuestas  de apoyo o favor a los políticos o
funcionarios. También era quien recolectaba plata para financiar políticos entre los integrantes
de la llamada ‘Oficina de Envigado’, grupo criminal que para finales de la década del noventa y
comienzos de 2000 montó los bloques Cacique Nutibara y Héroes de Granada de las
Autodefensas Unidas de Colombia (AUC).
En sus declaraciones a la Fiscalía, alias ‘El Tuso’, extraditado a Estados Unidos junto a 13 jefes
paramilitares de las AUC en mayo de 2008, ha descrito encuentros entre algunos políticos y
funcionarios con alias ‘Rogelio’, en los cuales aseguró que se habló de apoyos mutuos y de
aportes de decenas de millones de pesos a campañas electorales, así como a cuentas personales
de algunos funcionarios.
Si bien es claro que el testimonio alias ‘Rogelio’ es clave para precisar los alcances de la
parapolítica en Antioquia, hasta el momento la justicia colombiana no podido tener ningún tipo
de contacto con el ex paramilitar. Pese a que éste se desmovilizó el 30 de noviembre de 2003
con el Bloque Cacique Nutibara y fue vicepresidente de la Corporación Democracia, que se creó
como organización política legal luego de la desmovilización de los paramilitares, no fue
postulado a Justicia y Paz. 
Una vez desmovilizado, este ‘Rogelio’ permaneció oculto hasta julio de 2008, cuando se
entregó a la DEA a través de contactos realizados en Argentina, hacia donde había huido para
evitar que lo mataran en Medellín. Pues después de la extradición de ‘Don Berna’, diversas
bandas criminales del bajo mundo de la capital antioqueña desataron una puja violenta por el
control de la ciudad. 
En los pocos intentos que han hecho los investigadores judiciales para reunirse con él en una
cárcel de Estados Unidos, alias ‘Rogelio’ se ha negado. Alega que no existen condiciones de
seguridad para él y su familia, esto a pesar de que sus familiares más cercanos ya se encuentran
radicados en ese país. Juan Manuel, uno de sus hermanos, al parecer fue el último en salir de
Colombia.
 
Quién es ‘Rogelio’ 
Una mirada detallada a la trayectoria de alias ‘Rogelio’ permite establecer que desde 1993 y
1994, cuando hizo parte del Cuerpo Técnico de Investigaciones (CTI) de la Fiscalía General de
la Nación, ya había comenzado a trabajar para alias ‘Don Berna’.
Como agente del CTI aprovechó sus contactos para evitar que los jefes de la ‘Oficina de
Envigado’ tuvieran problemas judiciales. Fuentes de esa época narran como alias ‘Rogelio’
regalaba cada fin de año a sus compañeros grandes sumas de dinero, tanto en pesos como en
dólares, para garantizar lealtades y un adecuado flujo de información que permitiera conocer de
manera anticipada qué investigaciones  había y que operativos se iban a realizar contra los
miembros de la organización armada ilegal.
Una vez salió de allí por escándalos en esa unidad judicial, no perdió el contacto con sus
compañeros y continuó repartiendo dinero. Informes judiciales de 1997 lo relacionan con varias
actividades ilícitas, entre ellas “porte, tenencia y almacenamiento ilegal de armas de uso
privativo de las fuerzas militares, tráfico de expedientes judiciales así como de estupefacientes”.
Diversas fuentes señalan a alias ‘Rogelio’ de haber ordenado el asesinato y la desaparición de
Daniel Alberto Mejía Ángel, alias ‘Danielito’, uno de los voceros políticos y militares de las
facciones de las AUC bajo el mando de Murillo Bejarano. Al parecer, los hechos ocurrieron el
25 de noviembre de 2006 en zona rural de Caldas, en el sur del Valle de Aburra, en una disputa
por el poder de la llamada ‘Oficina de Envigado’.
Pese a todas las evidencias recolectadas en su contra desde mediados de la década del noventa,
alias ‘Rogelio’ no fue juzgado ni condenado. Si bien existen procesos penales en su contra en la
Fiscalía de Medellín, las indagaciones no han prosperado y nunca se tomaron decisiones que lo
afectaran judicialmente.
Las autoridades judiciales colombianas esperan que alias ‘Rogelio’ se decida a colaborar con la
justicia y revele los detalles que permitan conocer las características de todos aquellos acuerdos
ilegales que estableció de manera directa con políticos o funcionarios antioqueños, en
representación de la llamada ‘Oficina de Envigado’, y que sin lugar a dudas generaron todo tipo
de violencias.

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