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Tras las denuncias miopes o medrosas de al­

gunos intelectuales, la autoridad que preside el


Estado francés ha querido señalar a «Mayo del
68» como el origen de un relajamiento y un rela­
tivismo moral, un indiferentismo y un cinismo
social de los cuales serían víctimas la virtud polí­
tica y un capitalismo supuestamente dotado de
escrúpulos. La acusación es tan pasmosa en su
propio cinismo y tan ingenua en su mal disimu­
lada astucia, que es inútil detenerse en recusar­
la. No por ello es menos inquietante, a la vez que
significativo, que un cargo tan burdo haya podi­
do siquiera concebirse. Inquietante, a causa de
los rigores para los cuales, de tal modo, se nos
quiere preparar, y significativo, en razón de su
ángulo de ataque: acusar al «Mayo del 68» de in­
moralidad es conservar intactos la virtud de una
buena política y el escrúpulo de un buen capita­
lismo, una y otro al servicio de los ciudadanos­
trabajadores-ahorristas. Pero el profundo movi­
miento del 68 se dirigía precisamente a la políti­
ca en sí misma y al capitalismo en sí mismo. Su
11
JEAN-Luc NANCY

vehemencia arremetía contra la democracia ges­


tionaria, pero, más aún, en él se perfilaba un in­
terrogante acerca de la verdad de la democracia.

Discernir y prolongar ese esbozo es el propósi­


to de las páginas que siguen.

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l. 68-08

Hay una relación muy estrecha y muy profun­


da entre la evocación del cuadragésimo aniver­
sario del 68 y la efervescencia actual, de la que
dan testimonio tantas publicaciones, en torno a
la cuestión de la democracia. De hecho, el 68 pu­
so en marcha, sin que en ese momento se llegara
a advertirlo verdadera o plenamente, el cuestio­
namiento de la seguridad democrática, que pa­
recía ser ratificada entonces por los progresos de
la descolonización y la autoridad creciente de las
representaciones del «Estado de derecho» y los
«derechos del hombre», así como también por la
exigencia cada vez más clara de una justicia so­
cial cuyos modelos no fueran tributarios de los
supuestos implicados en el término «comunismo»
tal como nos veíamos limitados a entenderlo.
Por esta razón, sólo hay aniversario del 68 en
el sentido en que, en efecto, pueden celebrarse
los cuarenta años-una madurez aún capaz de
ser inquieta y aventurada- de un proceso, una
transformación o un impulso que, en ese año del
«22 de marzo», no hacía sino emitir sus primerí-

13
JEAN-Luc NANCY

simos signos precursores y que, en el mejor de los


casos, sólo se encuentra todavía hoy en una fase
inicial.
No hay, pues, motivo alguno para hablar de
una «herencia» del 68, ya nos pronunciemos, de
man era basta nte ridícula, por su supresión 0
queramos hacerlo fructificar con la pretensión de
renovar su supuesta primavera. No hay heren­
cia, no hubo deceso. El espíritu no ha dejado de
soplar.
El 68 no fue ni una revolución, ni un movi­
miento de reformas (si bien fueron su consecuen­
cia infinidad de ellas), ni una impugnación, ni
una rebelión, ni una revuelta, ni una insurrec­
ción, aunque puedan encontrarse en él rasgos de
todas esas posturas, postulaciones, ambiciones y
expectativas. La propiedad más singular del 68,
la propiedad que le ha conferido, como algo_ com­
pletamente natural, el derecho a ostentar su mo­
nograma calendario a modo de patronímico -co­
mo antes el 89, el 48 o el 17-, sólo puede identi­
ficarse si se hacen a un lado, al menos de manera
parcial o relativa, todas esas categorías.
Lo que precedió al 68 y le dio su condición de
posibilidad fundamental -las demás condicio­
nes fueron proporcionadas por circunstancias
más limitadas : arcaísmos en Francia, pesantez

14
LA VERDAD DE LA DEMOCRACIA

Estados Uni­
en Alemania, encarnizamiento de
ectamente
dos en Vietnam, etc.- fue, para ir dir
dente pero
a lo esencial, una decepción poco evi
rta incapaci­
insistente, la sensación tenaz de cie
triunfal
dad de recuperar aquello cuyo retomo
siguie­
habían creído poder anunciar los días que

ron a la Segunda Guerra Mundial: precisame
te, la democracia.
Lo cual equivale a decir que el 68 no sólo fue
lí­
posible sino necesario (¡en la medida en que es
cito invocar este concepto en historia!) por el si­
guiente motivo: aquello de lo cual_ la Segu nda
Guerra parecía haber sido meramente una inte­
rrupción lamentable -la ampliación de un rela­
tivo acuerdo o de una concertación, si no un con­
senso, del mundo de las naciones democráticas, y
el inicio de un derecho internacional- distaba
de volver a encontrar su rumbo de crecimiento y
de consolidar sus certezas. Al contrario, la incer­
tidumbre socavaba sordamente aquello que que­
ría, al mismo tiempo, concebirse como una gran
«reconstrucción» -para utilizar el término que
sirvió de lema a la transformación de la CFDT
[Confédération Fran�aise Démocratique du Tra­
vail}- emblemática del espíritu democrático de
la época.

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2· Democracia inadecuada

Esa época no se daba cuenta de que,


. en forma
imperceptible, comenzaba a rezagarse
con r�s­
pecto a sí misma. Algo en la historia est
aba supe­
rando, desbordando o desviando el curso
princi­
pal de las expectativas y las luchas que prol
on­
gaban las de los dos medios siglos transcum·d
os.
Europ a no discernía hasta qué punto ya no
er� lo que había creído ser, y tampoco, tal vez, en
que medida era incapaz de llegar a ser lo que se
esforzaba, sin embargo, por engendrar: «Euro­
pa» como entidad espiritual y como unidad geo­
política. La apuesta de la Guerra Fría aparecía
como un enfrentamiento entre respuestas a l�s
desafios de la historia del mundo industrial y de­
mocrático: aún se imaginaba la posibilidad de
otro motivo del curso de las cosas (de un progreso
al mismo tiempo técnico y social), un motivo mo­
delado de acuerdo con una u otra visión del hom­
bre Y su comunidad, visión por la cual se rivaliza­
ba respecto de «terceras vías» o ideas regulado­
ras a la vez poscoloniales, postsoviéticas y tam­
bién como superación de la democracia «burgue-

16
LA VERDAD DE LA DEMOCRACIA

sa». De diversas maneras, los Consejos o las Au­


togestiones, las Democracias Directas o las Re­
voluciones Permanentes ocupaban un horizonte
que seguía siendo el de las posibilidades de una
acción organizada y hasta orgánica, y de una pla­
nificación o una prospectiva cuyo esquema for­
mal se había incorporado incluso a la concepción
del Estado.
Ignorábamos que estábamos saliendo de «la
época de las concepciones del mundo» (para reto­
mar, de manera muy deliberada, el título de un
texto en el que Heidegger mostraba con claridad,
en 1938, el cierre de esa «época») y, por lo tanto,
también de las previsiones de un mundo trans­
formado: reformado, renovado y hasta recreado o
refundado.
Lo ignorábamos a tal punto que no reconocía­
mos la magnitud de lo que había pasado y toda­
vía pasaba en nombre de aquello que empezába­
mos a llamar «totalitarismos». Pues bajo ese tér­
mino cuya validez se ha discutido tantas veces, y
cuyo carácter genérico, al menos, debe seguir po­
niéndose en tela de juicio, nos habíamos acos­
tumbrado muy pronto -demasiado pronto, de­
masiado rápido; de hecho, antes de la invención
de la palabra- a designar, por un lado, el mal
político ,absoluto opuesto a la democracia y, por

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otro, un mal que simplemente llegaba de mane-­
ra inesperada y caía sobre la democracia como si
no proviniera de ninguna parte, o bien llegado de
un afuera malo en sí mismo (perversidad de una
doctrina o locura de un hombre). La idea de que
esa llegada inesperada podía deberse a razones y
expectativas surgidas dentro de las propias de-­
mocracias, si bien no estuvo ausente en esa épo­
� no generó una exigencia suficiente de refle-­
xión sobre lo que había hecho caer a la democra­
cia en falta con respecto a sí misma, ya se tratara
de la pérdida de una forma alcanzada en algún
momento (como se la representan los partidarios
de la idea republicana), o bien de una falta cons­
titutiva en una democracia que no sabía, no po­
día o no quería sacar a luz como verdad el demos
que debía ser su principio.
Esta noción de la inadecuación de la democra­
cia (representativa, formal, burguesa) a su pro­
pia Idea -y, por consiguiente, a la vez, a una
verdad del «pueblo» y a otra del kratein, el po­
der- había sido expuesta, y en ocasiones de ma­
nera muy activa, antes de la segunda e incluso
de la primera de las guerras «mundiales». Sin
embargo, las más de las veces sólo había llevado
a alimentar precisamente los movimientos «tota­
litarios» o, al menos, a mantener una especie de

18
o otro: era impo­
aura marginal alrededor de uno
medida •mar­
sible no sentirse en mayor o menor
sofL�cadas o
m--ta•, aunque fuera en versiones
sentirse •reYo­
estetiza� o bien era necesario
era <O.IlS&­
lucionari�. aunque fuese de una man
los aspectos, el
Yadora• o -espiritual-. En todos
mocracia, o a lo
pensamiento se apartaba de la de
a considerarla un mal meno r. No
sumo lle� •
l:I
se rev ela ba

me vita -
obstante, de est.e modo ella
mentira de
blemente como portadora o bien de la
medio­
la e.....-plotación, o bien de la mentira de la
ir jun­
cridad, que por lo demás podían muy bien
re­
tas. Con ello, la política democrática caía sin
de
sistencia alguna en una doble denegación:
justicia y de dignidad.

19
3. Democracia expuesta

Si desde la Segunda Guerra la democracia fue


obje� de una reconsideración, no lo fue tanto por
sí misma como en oposición -¡cuán vehemente
Y autorizada a serlo!- a los "totalitarismos,.,
cuyo recuerdo (en el caso del fa'icismo) y su c.Te­
cientc denuncia (en el caso de los estalinismos)
incitaban sin más a darles la espalda. Sin em­
bargo, ese apartamiento no produjo una toma ele
conciencia acerca del hecho <le que las grandes
catástrofes políticas de mediados de siglo no ha­
bían sobrevenido por la irrupción de demonios
ínexplícablcs. LoR esquem as dominantes han He•
guido friendo los de la barbarie, la locura, la trai­
ción, la desviación o la malignidad: las más de
las veces se Íf,rnoró, de manera máB sonambules-­
ca que deliberada, lo que no oootant<: ¡x,<lía a¡,n,'11-
dcr&: o ínforírne de dertos an�líHís (por ejemplo,
de Batamc o B(;njHmin a Arcndt o .•. Tocquo.
ví11c).
DígámOfdo brevemente: h,;m,JS vífito que la
democracia era í.t�,t,(fa, ¡x:ro no h<;mcYrl vÍHV> que
cJJa míRma He expusiera a ]OH ataqu,;s y que re-

20
LA VETWMJ DK LI. DEMOCllACIA

clamara tanto ser reinventada como dc:fendida


tal cual era. El 68 fue el primer surgimiento de la
exigencia de esa reinvención.
Hasta entonces, la izquierda europea se había
movilizado por las luchas de descolonización y la
búsqueda de diferentes refunclacioncs (de cxtrc-­
ma izquierda o de izquierda ROcial), destinadas a
romper con el comunismo que a la sazón se caJifi­
caba ele "l"cal,, y cuya realidad era todo lo imagi­
nable menos comunista, Pero las luchas por la
descolonización, al igual que la cxígcm.c.ía de rup­
tura, enmascaraban a mcmuclo, por sus urgen­
cias y sus fervore:& mismos, el hecho de; que no
brurtaba con rcajuíJtar una víHiún e-'.r.travíwla o ín­
sufidcnte. Enmagcarahan el hecho� que no po­
día S(!r suficiente con redíficar la ímagc:n d<;}
buL-n sujc:to de: la historia,
En <-'ffa misma ('.,¡x,ca, L"ll efod.o, se íníd6 una
radical tranHformad6n de:1 ¡x;mtamíent.o, pero
del JX,'llSamk'Tlto en su fl,<,-ntido mM amplío y pro-­
fundo, y tambíl'll má8 adive, y O'p'!'ratívo: el J){!Tl­
samíc;nt<, en cuanw plano oo n•ffo.r.í.µn dé 1a c.i­
vílí:r.ací6n, de la l'Y.Íijt<mcía y de las fürtnáH <le
(.,"Valuadón. De h(:.cho, ÍUé frin duda. c-n <..1'k P'm<>-­
do ,1.rn.ndo H(! híw r,;alí,fa.d, de un rm,do difürentc
d,_;J himri(mÍCI> y ftíní€!',li,m cfol T,:rcer P.s.:ír;h, la md­
g,;nda nietr.J1..chéana de una 111,ranx-tttlrn-w.íf,n dl:

21
todos los ,-alores-. Y por ello, a pesar de las almas
bondadosas, fuimos y seguimos siendo nietz.s­
cheanos en este aspect-0; es decir, en una palabra:
abrimos un camino hacia la salida del nihj)jsmo.
Sabemos que es un camino �aosto y dificil, pero
está abiert-0.
Fue la salida del nihilismo, pues, lo que se pu­
so en marcha cuando comenzó a dejarse a tin la­
do una confrontación de concepciones y evalua­
ciones que compartían en secreto (y/o sin saber­
lo) el hecho de referirse o, en última instancia,
parecer referirse sólo a elecciones, opciones to­
das ellas más o menos subjetivas, en una suerte
de democratismo general de los valores. Mas, en
verdad, se estaba desplazando todo el régimen
de pensamiento que permitía la confrontación de
las opciones. En efecto, no se salía sólo de las
«concepciones», las «visiones» o las «imágenes»
del mundo (Weltbiúkr). Se salía del régimen ge­
neral en que la visión como paradigma teórico
implica también el trazado de horizontes, la de-
terminación de miras y la pre-visión operativa.
En medio de los estremecimientos profundos de
las descolonizaciones -acompañados de la ex­
pansión de modelos unas veces socialistas revo­
lucionarios y otras veces socialistas republica­
nos--, así como de las transformaciones tectóni-

22
n� W . ento y las representaciones, se
� del �
.,Jlistoria•, tal como �
abandonaba la era de la
euze O Derrida lo ha-
vi-Strauss, Foucault, Del
di ag no stica do m uy te mpranamente� en el
bían n
.
momento nnsmo en q·ue � �,., se esforzaba co
��_,__,_ .
evos bríos la noaon
#

audacia por recuperar con nu


del sujet-0 de la praxis social

23
4. Del sujeto de la democracia

No en vano existió ese «pensamiento 68» que


algunos creyeron y creen aún poder hacer objeto
de sus sarcasmos. No se trataba de juegos o fan­
tasías de «intelectuales»: también el sentimien­
to, la disposición, incluso el habitus o el ethos, pe­
net�aban las mentalidades y el espíritu público.
Umdo a la desconfianza que inspiraba, al menos,
dete:minada representación de los partidos y los
_
smd1catos, ese ethos tendía a desvincular la ac­
ción política del marco convenido para el ejerci­
cio o la toma del poder -ya fuera por la vía elec­
toral o por la vía insurrecciona!- y de las ref e­
renci as a modelos o doctrinas (pronto se diría
«ideologías», en un sentido inédito del término:
configuración de ideas, cuerpo de pensamiento, y
ya no reflejo invertido de lo real).
De diversas m aneras -y, en efecto, de m ane­
ras muy diferentes y hasta contrapuestas-, se
prescindía del régimen de la «concepción» (con­
cepción del sujeto y sujeto de la conc�p�ió�, do­
minio de la acción y acción de dominio, visión y
previsión, proyección y producción de los hom-
24
LA VERDAD DE LA DEMOCRACIA

bres y sus relaciones) para abrir otro régimen de


pensamiento: ya no más generación de formas
encargadas de modelar un dato histórico prefor­
mado en cierto modo por sí mismo-·preformado,
al menos, por un motivo general del «progreso» y
de la posibilidad de inspeccionar el curso de las
cosas en nombre de una razón disponible-, sino
la exposición de los objetivos mismos (el «hom­
bre» o el «humanismo», la «comunidad» o el «co­
munismo», el «sentido» o la «realización») a un
rebasamiento de principio: a lo que una previsión
no podría agotar, pues ello compromete un infini­
to en acto. 1
Jamás hubo, en lo más profundo y más serio
de ese tiempo de pensamiento, ningún cuest.io­
namiento o desestabilización del sujeto en bene­
ficio de cierta maquinaria de fuerzas y objetos,
como se ha repetido a menudo. Hubo apertura
del «sujeto» a lo que Pascal ya sabía muy expre-

1 Por eso, el «comunismo» no debería proponerse como


una �hipótesis», tal cual lo hace Alain Badiou -y, por con­
siguiente, menos aún como una hipótesis política por veri­
ficar mediante una acción política presa, a su vez, en el es­
quema de una lucha clásica-, sino que debería postularse
como un dato, un hecho: nuestro dato primero. Ante todo,
somos en común. Seguidamente, debemos llegar a ser lo
que somos: el dato es el de una exigencia, y esta es infinita.

25
JEAN-Luc NANCY

samente de él, ese mismo Pascal que inaugura el


tiempo «moderno» -o como quiera llamárselo­
al imponerle una fórmula que equivale a conmi­
nación, promesa y riesgo absolutos: el hombre
supera infinitamente al hombre. El «sujeto», en
este caso, el «sujeto» supuesto de un ser-con-sigo
autoproductor, autoformador y autotélico, el su­
jeto de su propia presuposición y su propia previ­
sión, este, en efecto -fuera individual o colecti­
vo-, se descubrí a super ado por los aconteci­
mientos.
Ahora bien: ese sujeto estaba en el corazón de
l a democr acia. Representativa o directa, la de­
mocracia aún no ha despejado claramente sus
«concepciones» del supuesto del sujeto amo de
sus representaciones, voliciones y decisiones.
Por eso, es legítimo interrogarse sobre la reali­
dad última del gesto electoral, así como de la «de­
mocracia de las encuestas». Esto no implica que
haya que reempl azar sin reparo alguno la repre­
sentación política por la presentación -es decir,
la imposición- del bien o el destino del pueblo o
de los pueblos .
Hoy pueden aparecer muchas ambigüedades
con respecto a las autocríticas reales o presuntas
de la democraci a. Es posible, en efecto, volver
contra sí mismos a los principios democráticos y

26
RACIA
LA VERDAD DE LA DEMOC
a-
echa r un d e bil.1 dad demasiado notoria p
apr ov a

er tir los «d er ec ho s de l hombre», como se


ra perv
. adas de «racismo» .l as en-
hace cuando son eal1fie .
term in da s ctitu de s religiosas� o
ticas contra de a a

n cu an do , en no m b re de un «multiculturalis-
bie
1 ica m en te «c orr ec to», se llega aJ. UStificar
mo» po l't
ujeres. De �aner_a
una subordinación de l as m
aún más insidiosa, se
puede falsear de rruz 1� li-
eñanza y la vida
bre expresión sosteru. endo la ens . . . ero
cultural bajo la hip no sis de la su pe rst i �1ón �
ben inducir a
esas amenazas muy reales no de·
las democrac1·as-•to 1 do lo contran o'- a abando-
nar su propia lucidez.

27
5. Potencia de ser

El 68 tuvo precisnmonto el mér de procn­


ito
v��e do In voluntad de Pt'<-'scntn post
ry ulnr unn
v isión, su dirección Y sus obje
_ tivos. (En lo cson­
ciul, tuvo ese meni · to en nqucllo qu� fue m:is pro-
.
pinmente «el 68», nlgo que no
es fücil discernir
con una mirada que tan sólo sen
sociohistóricn o '
peor nún, psicosociológica.)
Una forma de �nlida de la historia hnbín sido
-:-y ello, ya desde antes de la guerra- recurrir a
ideas del «mesi· nmsmo» representado
como 11con-
tcc1. m1e
.
nto de una ruptura de y en la historia, an­
tes que como advenimiento de un Sal
vador o de
un Jus�ciero. Un pensamiento del tiem
po mismo
en la disyunción más que en el encaden
amiento
en la secesión más que en la sucesión. Ese
recur�
so fue restablecido recientemente, en particu
_ lar
a partir de proposiciones de Derrida. No reab
ri­
remos aquí la discusión sobre las justificacion
es
que tiene o no el uso del léxico mesiánico: bas
te
con señalar el sentido general de lo que en todo
c�o habrá funcionado -<:on respecto a la hist

na y desde 1a década de 1920- como el síntoma

28
L.t ,·�mo DI: L.� D.W �cu

e
rocun'<.'nto do una exigcndn -xpcrimcntlldn
siempre, mm y otm voz- do sustituir todn clnse
do ndvonimionto por el nrontccimicnto. El 68 no
recurrió on modo nlb-rttno nl motivo «mcsit\nico»,
nun cunndo fuo dobidnmontc cnlificndo do «sin
m�sinnismo» o C\Sin Mcsíns». Poro no está vcdndo
proponorso, por un instn.nto, vor en el 68 una ins­
pirnción «mcsiñnicn», on el sentido de que, en lu­
gar do elnborur y proponer visiones y previsio­
nes, modolos y fonnns, en él se prefirió snludnr el
presente do una irrupción o do una disrupción
que no introducía ninguna figura, ninguna ins­
tancia, ninguna nueva nutoridnd.
Lo que cuenta, en esto aspecto, no es el «nnti­
autoritarismo)) ni el sentido libertario o libertino
que so le atribuye al 68 -no sin razones- para
bien o para mal; lo que cuenta es un sentido de
esta verdad: que la «autoridad no puede ser de­
►►

finida por ninguna autorización previa (institu­


cional, canónica, normativa), y sólo puede proce­
der de un deseo que se expresa o se reconoce en
ella. No hay en ese deseo subjetivismo algu no, y
menos aún psicologismo, sino la expresión de
una verdadera posibilidad y, por lo tanto, de una
verdadera potencia de ser.
Si la democracia tiene un sentido, debe ser el
de no disponer de ninguna autoridad identifica-

29
JEAN-Luc NANCY

ble a partir de un lugar Y


un impulso difierent
de los de un deseo -una es
voluntad, una expec .
tiva, un pensamiento- en ta-
el cual se e.xl)rese y s
reconozca una verdadera po e
· sibilidad de ser tod
Juntos, todos y cada uno os
de tod :os . A q w • es menes-
ter repeti. rlo una vez más·. las
. pa l a br as «comu
msmo• Y «socialismo» no
carg aron por casu
dad -cualesqw. era que hayan ali-
sido las distorsio-
nes a que fueron sometidas-
con la exig . . encia y
e1 � .lervor que la palabra -democ .
racia», preci. sa-
mente, no lograba o no logra ya infu
ndir. El 68 se
recuerda de manera repentina, en
el Presente de
una afirmación que pretende ante tod
o liberarse
de cualquier identificación.

30
6. Lo infinito y lo común

La democracia no ha recordado suficiente­


mente que, de alguna forma, también debía ser
«comunista», por no ser más que gcstionaria de
las necesidades y los males menores, privada de
deseo, es decir, de espíritu, aliento, sentido. No
sólo se trata, pues, de captar un -espíritu de la
democracia», sino de pensar, sobre todo, que la
«democracia» es esplritu antes de ser forma� ins­
titución, régimen político y social. Lo que en esta
proposición acaso parezca inconsistente, -espiri­
tualista» e «idealista», conlleva, muy por el con­
trario, la necesidad más real, más concreta y
más apremiante.
Si el contrato . de Rousseau tiene un sentido
más allá de la limitación jurídica y protedora en
que lo encierra su concepto anticuado, es el de
haber producido no sólo los principios de un cuer­
po común que se gobierna, sino también y ante
todo, más esencialmente, los de un ser irzteligcnl.e
y un lwmbre, como dice la letra de su texto.
El espíritu de la democracia no es menos que
eso mismo: la inspiración del hombre, no el hom-

31
JEAN-Luc NANCY

bre de un humanismo medido a la escala del


hombre dado -¿y de dónde sacaríamos ese da­
to?; ¿en qué condición, en qué estatus?-, sino el
hombre que supera infinitamente al hombre. Lo
que nos ha faltado hasta aquí es la combinación
de Pascal con Rousseau. Marx estuvo cerca de
unirlos, pues él sabía que el hombre se produce y
que esta producción vale infinitamente más que
cualquier evaluación mensurable. Y es Marx
quien asocia para siempre su nombre -su nom­
bre propio, no la denominación de «marxismo»-­
ª
la exigencia comunista, respecto de la cual, al
pensarla así, se entiende mejor, además, cómo
pudo resistir y obligar, hasta el punto de ser con­
fundida con engaños.

Esa exigencia, la del hombre, la de lo infinito


y lo común -la misma, declinada, modulada,
modalizada-, no puede, por esencia, ser deter­
minada ni definida. Hay en ello una parte de
incalculnbilidad que es, sin duda, la más rebelde
a los requerimientos de una cultura de cálculo
general, denominada (<cnpital». Esa parte exige
que se rompn también con el cálculo previsional,
con 1n nnticipnción del rendimiento. No se trata
de que esta ruptura deba anular toda anticipn­
ción, prcpnrnción y consideración de lns mi\sjus-

32
LA VERDAD DE U. DEMOCRACIA

tas medidas (en los dos sentidos de la palabra):


también es preciso que encuentre su lugar -y su
tiempo, su momento- lo infüúto de la exigencia.
Durante algún tiempo -breve, como tenía que
ser-, el tiempo del 68 no fue tanto chronos como
kairos: no tanto duración y sucesión coma opor­
tunidad, encuentro, ocurrencia sin advenimien­
to, sin entronización, ida y vuelta de una apre­
hensión del presente como presencia Y copresen­
cia de los posibles. Esos mismos posibles no se
definían tanto como derechos sino como poten­
cias: potencialidades menos apreciadas en sí
mismas en su «factibilidad» que en la apertura,
la expansión de ser que ofrecían en cuanto poten­
cias, y sin tener que quedar sometidas a una rea­
lización incondicional, por no hablar de una reifi­
cación. Al contrario, lo incondicional debe seguir
siendo también, en su absolutidad «irrealizable»,
partícipe de la puesta en acción.

33
7. Partición de lo incalculable

En otras pnlubrns, un mi\s.quo-ln-ob rn O un


dosobrumionto importa a la obrn do lu existen­
cia: lo que ellu pone on común no es sólo dol or­
den de los bienes intorcnmbinblcs, sino también
de lo no intercambiable, de lo que cnrece de vnlor
porque está al margen de todo valor mensurable.
La parte de lo que carece de vnlor -parte del
reparto de lo incalculable y, por lo tanto, estricta­
mente hablando, imposible de compartir- exce­
de a la política. Esta debe hacer posible la exis­
tencia de esa parte; su tarea consiste en mante­
ner su ape1tura, asegurar sus condiciones de ac­
ceso, pero no adopta su tenor. El elemento en el
cual lo incalculable puede comparti rse lleva por
nombre arte o amor, amistad o pensamiento, sa­
ber o emoción, pero no política; no, en todo caso,
política democrática. Esta se abstiene de aspirar
a ese reparto, pero garantiza su ejercicio.
La decepción ante la democracia proviene de
la expectativa de un reparto político de lo incal­
culable. Hemos quedado prisioneros de una vi­
sión de la política como puesta en marcha y acti-
34
LA VJWIJAV m: U. 1)/J.'MOCRAClli

vnción do un ropnrto Dlmoluto: dostino do una


nnción o do uno. ropúblicu, dostino do In humuni­
dnd, vor<lnd de la rolnción, identidad do lo co­
mún. Todo eso que las glorias monárquicas paro­
cfon subsumir y quo los "totalitarismos,> quisie­
ron rcomplnzar por una gloria litorulmonto do­
mo•crática: po<lor absoluto de un Pueblo idontifi­
cndo en su esencia y su cuerpo viviente, pueblo
de los Trabajadores o los Nativos, autoproduc­
ción y autoctonía de un Principio sustituto de los
Príncipes de antaño.
Olvidamos así que las monarquías de derecho
divino dejaron subsistir en su seno -pero como
si estuviera en su flanco, en un margen- al me­
nos otro principio de reparto o de subsunción: el
de una autoridad y una destinación divinas que
nunca se confundieron sin más con la autoridad
y la destinación políticas. Aun en el islam hubo
distinción entre el orden propiamente teológico y
el orden propiamente político. En verdad, la se­
paración de los dos órdenes ya existía en los
orígenes griegos de la política, y las religiones cí­
vicas de la Antigüedad no se fusionaban con las
iniciaciones, los éxtasis o las revelaciones a los
que podían procurarles un lugar. l ·
1 Cuando se habla de «teología política», y sobre todo
cuando se utiliza el adjetivo «teológico-político", la mayo-

35
JEAN-Luc NANCY

La política nació cuando ella misma se sepa



de otro orden' un orden que hoy nuestro espír
, . itu
pub lico ya no considera divino, sagrado ru· inspi-
.
ra do, aunque sigue sosteniendo esa sepa
ración
(por medio, una vez más, del arte, el
. amor el
pensamie nto · · · ), una separación
. que podríamos
suponer la de la verdad o el sentido. Ese sent
ido
del mundo ue está fuera del mundo, como dice

Wittgenstem: el sentido como un afuera abierto
e� el mismísimo centro del mundo, en el mismí­
simo cent ro de nosotros y entre nosotros como
nuestra parte com,un. Ese senti'do que no conclu-
ye nues tras existencias, que no las subsume en
una significación, sino que simplemente las abre
a sí mismas Y, por ende, también unas a otras.
El 68 recuperaba --o volvía a experimentar,
de maner a inédita- el sentido de ese sentido·
junto a la política, pegado a ella, pero también e�
contra de ella o a través de ella.

ría de las veces se produce un efecto de confusión, al dis­


torsionar el sentido que esas palabras tienen para Carl
Schmitt, su inventor: se cree designar una alianza e inclu­
so una fusión de los dos registros, una teocracia, en suma,
cuando se trata, por el contrario, de una distinción muy
clara. (Precisión: el 'Iractatus theologico-politicus de Spi­
noza no participa en modo alguno de lo que Schmitt llama
«teología política». Todo lo contrario.)

36
8. Infinito en lo finito

El nacimiento de la democracia estuvo signa­


do por el olvido del que acabamos de hablar. Al
imaginar que la monarquía asumía la totalidad
del destino -de la existencia o de la esencia- de
los pueblos, las naciones o las comunidades, la
primera reflexión sobre la democracia se conde­
naba a desilusionarse: si Rousseau se resigna a
pensar que la democracia propiamente dicha
(directa, inmediata, espontánea) sólo sería bue­
na para un pueblo de dioses, es porque cree de
manera irrefutable que el pueblo debería ser di­
vino, que el hombre debería serlo; es decir, que el
infinito debería estar dado.
Pero el infinito dado no es el infinito de la su­
peración pascaliana. La infinita superación se
supera infinitamente a sí misma. No está dada
ni por darse. No ha de presentarse en una signi­
ficación ni bajo una identidad. Lo cual no le impi­
de, con todo, ser infinito en acto, infinito actual, y
no potencial: no búsqueda indefinida de un fin en
retroceso perpetuo, sino presencia actual, efecti­
va y consistente. Esto no quiere decir que sea del
37
JEAN-Luc NANCY

o rden de lo mensurable, y ni siquiera de lo deter­


minable en general. Es presencia de lo infinito
en lo finito, abierto en este (Derrida planteaba lo
mismo en estos términos: «La différance infinita
es finita»; la différance no era para él ((retraso» si­
no , al contrario, presencia absoluta de lo incon­
mensurable).
Lo infinito no debería estar dado, y el hombre
no debería ser (un) dios. Esta lección -radical, a
decir verdad, porque toma al hombre en la raíz '
com o quiere Marx, una raíz cuyo exceso con res-
pecto al hombre es infinito- es la lección corre­
lativa de la invención de la democracia. Y Marx,
en el fondo, no ignoraba que el hombre excede in­
finitamente al hombre. No meditó sobre ello ni lo
formuló en estos términos, pero lo que su pensa­
miento introduce en forma inevitable es que la
producción (social) del hombre por el hombre es
un proceso infinito, y en ese aspecto, más que un
«pro ceso », más que una procesión* y un progre­
s o . Marx sabe (au nque no pr o curarem os mo s­
trarlo aquí) que el hombre «total» es un infinito '

• Utilizamos «procesión» en su sentido más elemental


�1 de la «acción de proceder algo de otra cosa•, según la
definición del Diccumario de la Real Academia Espru'\ola
en su primera acepción- para mantener la afinidad del
proces y el processus del original. (N. del T.)

38
DEMOC!lACIA
LA VERDAD DE LA

soluto (ni d� uso , ni


que el «valor» en sentido ab
que la «sahda de la
de cambio) es un infinito, y
lo que necesitamos,
alienación» es un infinito. De
"'

usseau junto c on
entonces, es de Pascal y de Ro
Marx. flll
dios, que su
N o olvidar que el hombre no es @ti
senta, sino
asunción bajo un absoluto n o se pre �
sencia que
que tiene lugar hic et nunc, en una pre �
recho s del
la «dignidad de la persona» y lo s «de �
alguno ,
hombre» no pueden asegurar en m o do �
lvidar,
aun cuando no haya que separarlos; no o
ser
_pues, que lo «común», el demos, sólo podría
soberano c on una condición que lo distinguiera
precisamente de la asunción so beran a del Es­
tado y de cualquier configuración política: esta es
la condición de la democracia. Eso es lo que des­
de el 68 se nos pide que comprendamos.

39
9· Distinción de la política

Esto no define una polític


. a.Ni siquiera deter­
mina de manera sufi
ciente lo que debe ser el
c�po propiamente pol
ítico.Pero al menos man-
ª
tie ne a dista nci· a l máxi
ma «Todo es política»
� ue �abr á sid o sin du da, contra todas las apa�
r encias, una máxima perf
� ectamente neoteoló­
gica. Ni todo ni nada, claro est
á: la política debe
c�mp ren derse en una distinción
-y una rela­
ción- con lo que no puede ni
debe ser asumido
por e�la.No, seguramente, por
que deba asumirlo
otr a instancia (arte o religión,
amor, subjativi­
dad, pensamiento...), sino porque
todos deben
tomarlo a su cargo, cada uno según mod
alidades
que deben seguir siendo --es esencial-
diversas
e incluso divergentes, múltiples e incluso
hetero­
géneas.
La política -que el sueño democrático-socia­
lista pretendía que desapareciera como instan­
cia s eparada para reaparecer como una impreg­
nación de todas las esferas de la existencia (el jo­
ven Marx s e expresaba más o menos en esos tér­
minos)- no puede sino estar separada. No sepa-

40
LA VERDAD DE LA DEMOCRACIA

rada por el apartamiento receloso de los «políti­


cos», sino separada según la esencia del ser-en­
común, que consiste en no dejarse hipostasiar en
ninguna figura o significación.
Sobre la base de esta consideración, que pare­
ce ante todo distante de la preocupación política,
podemos perfilar el contorno democrático de es­
ta. Como se comprenderá, ello también implica
distinguir la política en los dos sentidos de la pa­
labra: considerarla distinta y otorgarle las dis­
tinciones que le corresponden; en particular, de­
jar de pretender disolver el ejercicio y los símbo­
los del poder en un democratismo de indistinción
según el cual todo y todos estarían a la misma al­
tura y en el mismo plano.Uno de los signos más
llamativos del malestar democrático está dado
por nuestra incapacidad para pensar el poder de
otra manera que no sea la instancia adversa y
mala, el enemigo del pueblo, o bien la realidad
indefinidamente desmultiplicada y diseminada
de todas las relaciones de fuerza posibles. En
nombre de la consideración de los «micropode­
res», olvidamos el orden específico del poder (po­
lítico) y su destinación propia y distint�.
Empero, en términos generales, la exigencia
democrática nos enfrenta a una tarea de distin­
ción.Y esa tarea de distinción no es sino lo que

41

JEAN-Luc NANCY

puede abrir el camino a la salida del nihilismo.


El nihilismo, en efecto, no es más que la anu
la­
ción de las distinciones, es decir, la anulación
de
los sentidos o los valores. El sentido o el valo
r só­
lo tienen lugar en virtud de la diferencia:
un sen­
tido se distingue de otro como la derecha
de la iz­
quierda o la vista del oído, y un valor es
esencial­
mente inequivalente a todos los otros.
Lo que
trajo aparejada la crítica nietzscheana de
los
«valores» y la insigne debilidad de las «filosofi
as
de los valores» fue la noción de estos como refe
­
rencias dadas -ideales o normativas- contra
el
fondo de equivalencia de los gestos mismos
de
evaluación. Pero lo que evalúa, distingue y
crea
el valor es, en primer lugar, la distinción del ges­
to. Necesitamos este aparente oxímoron: una de­
mocracia nietzscheana.

42
10. lnequivalencia

tico se ha d�­
Ahora bien: el mundo democrá
sarrollado en el contexto -al cual lo
�1;­
liga su
expresion
gen-de la equivalencia general. Esta_
a el en­
-de Marx, una vez más- no sólo design
la e­
rasamiento general de las distincio�es � .�
i •
ducción de las excelencias en la-mediocnzac ��
motivo que ha dominado, como se sabe, el análi­
sis heideggeriano del «se» {«man»] (en el que se
puede señalar uno de los callejones sin salida
sintomáticos de la filosofia frente a la democra­
cia, y ello sin prejuzgar aquí en nada sobre el �á­
lisis exacto que conviene hacer de esta). Designa
en primer lugar la moneda y la forma mercancía,
es decir, el núcleo del capitalismo. Es necesario
extraer de ello una lección muy simple: el capita­
lismo, en el cual o con el cual, sí no como el cual,
se engendró la democracia, es ante todo, en su
principio, la elección de un modo de evaluación:
por la equivalencia. El capitalismo supone una
decisión de civilización: el valor está en la equi­
valencia. La técnica que también se desplegó en
y por efecto de esa decisión -siendo así que la

43
JEAN-Luc NANcY

relación técnica con el mundo es propiamente y


por origen la del hombre- es una técnica some­
tida a la equivalencia: la de todos sus fines posi­
bles, e incluso, de manera al menos tan flagrante
como con el registro del dinero, la de los fines y
los medios.
La democracia puede tender así a convertirse
e el nombre de una equivalencia más general

aun que la referida por Marx: fines, medios, valo­
es, sentidos, acciones, obras y personas, todos
:
mtercambiables, por no tener ninguno relación
con nada que pueda distinguirlos, por estar rela­
cionados con un intercambio que, lejos de ser un
«reparto» según la riqueza propia de esta pala­
bra, no es más que sustitución de los roles o per­
mutación de los lugares.
El destino de la democracia está ligado a la
posibilidad de un cambio del paradigma de la
equivalencia. Introducir una nueva inequivalen­
cia que no sea, desde luego, la de la dominación
económica (cuyo fondo sigue siendo la equiva­
lencia), la de las feudalidades y las aristocracias
la de los regímenes de elección divina y salva-
ción, Y tampoco la de las espiritualidades, los he­
roísmos o los esteticismos: este es el desafio. No
será cuestión de introducir otro sistema de valo­
res diferenciales: se tratará de encontrar, de con-

44
LA, VERDAD DE LA DEMOCRACIA

quistar, un sentido de la evaluación, de la afir­


mación evaluadora que le da a cada gesto eva­
luador -decisión de existencia, de obra, de por­
te- la posibilidad de no ser medido de antemano
por un sistema dado, sino, al contrario, ser en
cada oportunidad la afirmación de un «valor» -o
un «sentido»- único, incomparable, insustitui­
ble. Sólo esto puede desplazar la supuesta domi­
nación económica, que no es más que el efecto de
la decisión fundamental por la equivalencia.
A la inversa de lo que muestra el individua­
lismo liberal, que no produce más que la equiva­
lencia de los individuos -incluso cuando se los
designa «personas humanas»-, lo común debe
hacer posible la afirmación de cada uno, pero
una afirmación que sólo «valga»,justamente, en­
tre todos y en cierto modo para todos, que remita
a todos como a la posibilidad y la apertura del
sentido singular de cada uno y de cada relación.
Tan sólo así se sale del nihilismo: no con la reac­
tivación de valores, sino con la manifestación de
todos en un marco en el cual la «nada» significa
que todos valen inconmensurablemente, absolu­
tamente e infinitamente.
La afirmación del valor inconmensurable pue­
de parecer piadosamente idealista. Hay que en­
tenderla, sin embargo, como un principio de rea-

45
JE.AN-Luc NANCY

lidad. No se entrega a una ensoñación ni propo­


ne una utopía, ni siquiera una idea reguladora:
enuncia que es necesario partir de ese valer ab­
soluto. Jamás de un «Todo vale igual» -hom­
bres, culturas,palabras,creencias-,pero siem­
pre de un <<Nada es equivalente» (salvo lo acuña­
\

1
ble, lo que todo siempre puede llegar a ser). Cada
uno --cada «uno» singular de uno,de dos,de mu­
chos, de un pueblo- es único con una unicidad, !
i
una singularidad, que obliga infinitamente y 1

que se obliga a ser puesta en acto,en obra o en la­


bor. Mas, al mismo tiempo, la estricta igualdad
es el régimen en el cual se comparten esas incon­
mensurabilidades.

46
ra lo infinito
11. Espacio fonnado pa

inequival�n_te
La condición de la afirmación
ica debe acondicio-
es política,en cuanto la polít
. ón misma no es
nar su espacio.Pero 1a afirmaci· . .
decir: eXJ.s�n­
política. Es todo lo que se quiera
amorosa,cien­
cial,artística,literaria,soñadora,
amistosa,gas-
tífica, pensadora, ociosa, lúdica,
. , . política no sub-
tronónuca, urbarustica...,roas la
sino que les da
sume ninguno de estos registros,
lugar y posibilidad.
a q e el
La política tampoco dibuja otra cos �
una rnde­
contorno, o los contornos plurales,de
tener lu­
terminación en cuya apertura pueden
da cabi­
gar afirmaciones.La política no afirma:
re sa
da a las exigencias de la afirmación; no exp
os
el «sentido» o el «valor»: hace posible que est
de
encuentren su sitio y que ese sitio no sea el
una significación terminada,realizada y reifi.ca­
da,que pueda reivindicarse como figura consu­
mada de lo político.
La política democrática renuncia a figurarse
a sí misma: permite una proliferación de figuras
afirmadas,inventadas,creadas,imaginadas,co-
47
JEAN-Luc NANCY

mo quiera decirse. Por eso, el renunciamien a


to
la Identificación no es una pura asccsis, no rem

te a una entereza o una virtud de abstinen
cia •
que podrían pensarse en un marco de resig
na-
ción, de oportunidad perdida. La política demo
­
crática abre el espacio para identidades múlti­
ples Y para su reparto, pero no tiene que figur
ar­
se a sí misma. Eso es lo que la entereza polític
a
debe hoy saber decir.
La renuncia a la identificación mayor -ya se
haya manifestado en la imagen de un Rey, un
Padre, un Dios, una Nación, una Repúbli un
ca,
Pueblo, un Hombre o una Humanidad, y hasta
una Democracia- no contradice en absoluto la
exigencia de la identificación en el sentido de la
posibilidad, para todos y cada uno, de identificar­
se (hoy nos gusta decir «subjetivarse») como do­
tados de lugar, rol y valor -inestimable- en el
ser-juntos. Lo que hace la política, lo que hace el
«buen vivir» por el cual Aristóteles la determina..
es un •bien» que,justamente, no se determina de
ninguna manera, por ninguna figura ni bajo nin­
gún concepto. Tampoco, en consecuencia, por la
figura o el concepto de la polis. Esta sólo es el lu­
gar desde donde (y no «donde-), el lllcuar a partir
del cual -y no ob.5tante sin salir de él, sin salir
del mundo que desde todos lados entrelaza las

48
1
LA VERDAD DE LA DEMOCRACIA
1
ciudades, las naciones, los pueblos, los Estados-,

1 es posible dibujar, píntar, soñar, cantar, pensar,


sentir, un «buen vivir,. que esté a la medida in­
conmensurable del infinito que todo ..bien,. en•
vuelve.
La democracia no es figurable. Más aún: no
es, por esencia, figura!. Tal vez sea ese el único
sentido que, para terminar, pueda dársele: ella
depone la asunción de figuración de un destino,
de una verdad de lo común. Pero impone configu­
rar el espacio común de tal modo que pueda abrir­
se en él toda la riquez.a posible de las formas que
lo infinito es capaz de adoptar, de las figuras de
nuestras afirmaciones y las declaraciones de
nuestros deseos
Lo que pasa en el arte desde hace áncnarta
años muestra de modo elocuente kb-ta qué pun­
to es real e.--ta exigencia Así romo la ciudad de­
mocrática renuncia a �uurarse. abandona sus
símbolos y sus íconos de manera aca3l �--oosa.
así ve surgir> en camhi� todas las a..�
posibles a formas inéditas. El arte se l"'EWidtce en
el e:.-fuerzo por dar a luz formas qne él roi5J'üi?O
querría ver exredidas con respecto a todas las
formas de lo que se llama ..arte,. y a la f'moa o la
id� misma de -arte-. Ya se trate del rock o del
rop, de la música eied:rónica. el ñdeo. 1s imc�

49
JEAN-Luc NANCY

nes de síntesis, el tag, las instalaciones o las per­


formances, o de nuevos intérpretes para formas
renovadas (como el dibujo o la poesía épica), todo
da testimonio de una febril expectativa, una ne­
cesidad de apoderar�e de manera novedosa de
una existencia en plena trans-formación. Si, co­
mo suele decirse, hay «crisis» de la novela, es por­
que tenemos que inventar un nuevo relato de
nuestra historia en lo sucesivo privada de Histo­
ria. Y si hay body art -hasta la sangre, hasta el
sufrimiento--, es porque nuestros cuerpos de­
sean comprenderse de otro modo. Y el hecho de
que eso pase por todos los extravíos posibles no
constituye un argumento suficiente, pues tam­
bién pasa por todas las exigencias, todos los lla­
mados posibles. Hay que ejercitarse en escuchar.
Sin embargo, esto abre a la vez una cuestión
renovada sobre lo que la ciudad como tal debe
hacer a ese respecto. No tiene que hacerse cargo
de la forma o el relato, ni eximirse de ellos. Es un
dilema, sin duda, que exhiben de manera penosa
las ambigüedades de lns «políticas culturales»:
ambigüedades de quienes las administran y de
quienes lus reclaman. No hny respuesta simple,
y tal vez no huya «respuesta» en absoluto. Poro
hay que actuar, y saber que la democracia no es
wm asunción de la política en neto.

50
12.Praxis

ces fr��ca;
Se me dirá: ¡Usted afirma en ton
• •0, democracia no
es pohtica.
mente que, a suJ•UICI
de medios
y con ello nos deja plantados, privados
as se
de acción, de intervención, de lucha, mientr
ilusiona con su «infinito» ...
'Todo lo contrario. Sostengo, en efecto, que la
cuestión política ya no puede plantearse con se­
riedad si no se considera, como punto de partida,
lo que la democracia introduce como una supera­
ción de principio del orden político, pero una su­
peración que sólo tiene lugar a partir de la polis,
de su institución y de sus luchas tal como se nos
pide pensarlas sub specie infinitatis humani ge­
neris. Es en ese sentido que hablo de «espíritu»
de la democracia: no de «un» espíritu que distin­
ga su mentalidad, su clima, su postulación gene­
ral, sino del htUito que debe inspirarlo, que lo ins­
pira en efecto si sabemos al menos npropitfrnos­
lo, lo cuul exige que logremos sentirlo.
Si la ncción políticn está paralizada, como su­
ccd� hoy en día, es porque yn no se ln puede mo­
vilizar a partir de un. «p1i1ncr móvil" })\'\}\'l�to dú

51
JEAN-Luc NANCY

energía motriz: este ha dejado de existir en tér­


minos políticos, y toda la política debe volver a
movilizarse desde otra parte. Tampoco existirá
otro primer móvil económico, al margen del capi­
tal Y su crecimiento, mientras se siga concibien­
do la economía misma como motorizadora de la
política Y del resto, por efecto de la elección que
valoriza la equivalencia al mismo tiempo que la
idea de un «progreso» que presuntamente mora­
lizaría la indiferencia de esa equivalencia.
En vista de que esa elección profunda -que
se efectuó desde el Renacimiento hasta el siglo
XIX- ha agotado sus virtudes y revela este ago­
tamiento, ya no hay «izquierda», aunque siem­
pre haya más razones que las necesarias para
enfurecerse y luchar, para denunciar y exigir:
exigir el justo, vivaz y bello infinito del hombre
de un hombre más allá de sus derechos.

Sin duda, es posible que esa elección se efec­


túe hoy de otra manera. Es posible que el hom­
bre no desee, en el fondo, otra cosa que el «mal»:
no el «buen vivir» de Aristóteles, que exige un
complemento siempre renovado a la «vida», una
expansión más allá de la necesidad, sino, por el
contrario, ese otro complemento y esa otra ex­
pansión que pueden llevar a cabo la aniquilación

52
LA VERDAD DE LA DEMOCRACIA

tanto de sí mismo como de los otros, y de lo común


así reducido a la común carbonización. Sí, eso es
posible, y la era actual de la humanidad nos re­
presenta una comunidad de osarios, hambrunas,
suicidios y embrutecimientos.
Esta posibilidad misma lleva a una evidencia
enceguecedora la reiterada cuestión de lo que
aquí llamo «comunismo» en cuanto verdad de la
democracia, pues nada es más común que el pol­
vo común al que estamos destinados. Nada, tam­
poco, realiza mejor la equivalencia y su entropía
definitiva. Nada es más común que la pulsión de
muerte, y ya no se trata de saber si las políticas
tecnológicas de Estado que permitieron Ausch­
witz e Hiroshima han desatado pulsiones de este
orden, sino, antes bien, saber si la humanidad,
demasiado agobiada por sus millones de años, no
ha escogido desde hace algunos siglos el camino
de su aniquilación.
Sin embargo, esa nada es nada sustancial:
más que «cosa común» (res publica communis ),
es «común en cuanto cosa, cosificada» (como lo
es, hasta cierto punto, la «mercancía»). Si lo que
queremos es esa nada, tenemos que saber lo que
ese querer quiere decir: no que «Dios ha muerto)>,
sino que la muerte se convierte en nuestro Dios.

53
13. Verdad

Recapitulemos y concluyamos.
La verdad de la democracia es est
a: no se tra­
de una forma política entre otras,
: a diferencia
e lo que fue para los anti os. No
gu es en absoluto
una forma política, 0 bien, Y al menos,
no es ante
todo una forma política. Por eso cuesta tanto
ha­
llar su justa o buena determinación
, Y por eso,
también, pue de mostrarse homogénea y
con­
forme a la dominación de los cálculos de la equi
­
vale ncia general Y de su apropiación (llamada
'<Capitalismo»).
En su inauguración moderna, la democracia
quiso ser refundación integral de la cosa política.
Quien quiere fundar desciende primero a un lu­
gar más profundo que los propios fundamentos.
La democracia (re )engendra al hombre, declara
Rousseau. Abre con nuevos bríos la destinación
del hombre y del mundo con él. La «política» ya
no puede dar la medida ni el lugar de esa desti­
nación o destinerrancia (Derrida). Debe permitir
su puesta en juego y asegurar sus lugares múlti­
ples, pero no la asume.

56
L,,. VKIW!.D JJ/l LA DKMOCIV.CIA

Lu política dcmocr{ttica os, pues, política alo­


ju<la de la aBunción. Pone término a toda especie
do «teología política», sea teocrática o sccu]ari­
zuda. Postula en consecuencia como axioma que
no todo (ni el todo) es política. Que todo (o el todo)
es múltiple, singular-plural, inscripción en frag­
mentos finitos de un infinito en acto («artes"',
«pensamientos", «amores», «gestos», «pasiones»
pueden ser algunos de los nombres de esos frag­
mentos).

La <1-0emocracia,. es así:
- En primer lugar, el nombre de un régimen
de sentido cuya verdad no puede subsumirse en
ninguna instancia ordenadora, ni religiosa, ni
í
poltica, ni científica, ni estética, pero que com­
promete por entero al «hombre- en cuanto riesgo
y posibilidad de «sÍ mismo-, «bailarín sobre el
abismaio, para decirlo de manera paradójica y de­
liberada en términos nietzscheanos. Esa parado­
ja expresa a la perfección el desafio: la democra­
cia es aristocracia igualitaria Este primer senti­
do sólo toma un nombre político de manera acci­
dental y provisoria
- En segundo lugar, el deber de inventar la
política ,w de los fines de la danza sobre el abis­
mo, sino de los medios de abrir o mantener abier-

57
JEAN-Luc NANCY

tos los espacios de sus puestas en obra. Esta di­


ferenciación entre los fines y los medios no está
dada, como tampoco lo está la distribución de los
«espacios» posibles.Se trata de encontrarlos, in­
ventarlos, o inventar la manera de no pretender
siquiera encontrarlos.Pero, ante todo, la política
debe ser reconocida distinta del orden de los fi­
nes, aun cuando la justicia social constituya sin
lugar a dudas un medio necesario para todos los
fines posibles.

Tomemos un solo ejemplo relativamente sim­


ple: la salud.No está dado que la salud deba (ni
pueda) estar regulada por la duración de la vida
ni por un equilibrio fisiológico regulado, a su vez,
a partir de medidas que respondan a un ideal de
duración o desempeño... El significado de «sa­
lud» no puede determinarse únicamente en opo­
sición al de «enfermedad», ni en general por lo
que para nosotros es la medicina.La medicina,
la enfennedad, la salud, tienen valores, sentidos
Y modalidades que dependen de elecciones pro­
fundas efectuadas por una cultura y un ethos an­
terior a toda «ética» y a toda «política». Una polí­
tica de la salud sólo puede responder a eleccio­
nes, orientaciones, que apenas es capaz de modi­
ficar. (Por esta razón, el término «biopolítica» se

58
CIA
LA VERDAD DE LA DEMOCRA
ido de
fia confusa del sent
basa en una hipertro apre-
íti ca ►►. ) U na «s al ud ►• es un a 1'dea , una.
ccpol cirlo deh-
hens 'ó
1 n d e la ex iste nc ia : es -para de . Ga
-
nt e de un a m an er a que se Juzgar á hi Ga
beradame
perbólica Y arcaica- una
metafisica, no una
po-

lítica.
llarse: la de m o-
La hipérbole merece desarro
tafisica Y sól o de s­
cracia es en principio un a me
á fundad� ��r
pués un a política. Pero est a no est
e su cond1c1on
aquella: al contrario, no es más qu
en el ser de
de desempeño. Pensemos ante todo
em os qué
nuestro ser-juntos-en-el-mundo, y ver
duda,
política permite responder a esa idea. Sin
pa­
siempre es posible relajar los sentidos de las
labras, hacer que «política» sea igual a «metafí­
sica,,, pero de ese modo se pierde o se enturbia
una distinción cuyo principio debe ser consu s­
tancial a la democracia. Ese principio le quita al
orden del Estado -sin perjuicio de sus funciones
propias- la asunción de los fines del hombre, de
la existencia común y singular.

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