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Bibliografía complementaria
Bibliografía general
Mattoni, Silvio, Bataille. Una introducción, Buenos Aires, Quadrata y Biblioteca Nacional,
2011
Entre los textos, esbozos y fragmentos que Bataille escribió entre comienzos de la
década de 1950 y 1961 (un año antes de su muerte), con la idea de incluirlos en los dos
últimos tomos de su Summa ateológica, aparece un fragmento titulado “El juego”. La
Summa ateológica queda inconclusa y se publica, póstumamente, en tres tomos: La
experiencia interior, El culpable y Sobre Nietzsche (la voluntad de suerte). Los tres tomos,
traducidos por Silvio Mattoni, están publicados, en Argentina, por la editorial El cuenco de
plata. Copio completo el fragmento “El juego”:
Georges Bataille, “El juego”, en: La oscuridad no miente. Textos y apuntes para la
continuación de la Summa ateológica. Selección, traducción y epílogo de Ignacio
Díaz de la Serna, México, 2001, p. 63
La abolición de los privilegios, producto del triunfo del esclavo en la dialéctica del
amo y el esclavo, conlleva la abolición del juego. Todos trabajan: también el amo (aunque
trabaje de amo, ser amo es su obligación, no un juego). Si todos trabajan, todos no juegan.
Con la abolición del juego, la humanidad queda disminuida. Todos los hombres, a partir de
ese momento, identifican lo humano de sí mismos con el trabajo. El juego deberá encontrar
su lugar, en relación al trabajo, como el no trabajo. Donde (y cuando) todo es trabajo, el
juego pasa a ser el no trabajo.
Para Bataille, los hombres se distinguen de los animales por el trabajo. “El trabajo
no es menos antiguo que el hombre”, dice en El erotismo (p. 48). Para operar sobre la
naturaleza con herramientas, hace falta la razón. Las leyes que rigen esas operaciones –sin
necesidad de que quien las aplica las conozca- son leyes racionales. La razón no domina
todo el pensamiento del hombre que trabaja, ni siquiera mientras trabaja, pero lo domina en
la operación del trabajo.
El hombre de Neandertal puede concebir, sin necesidad de formularlo, un mundo
del trabajo como un mundo de la razón. Y lo concibe así (identificando trabajo y razón)
oponiéndolo al mundo al mundo de la violencia, que es donde reina el desorden de la
muerte. El hombre siente que el ordenamiento del trabajo le pertenece, y que el desorden de
la muerte, por hacer de todos sus esfuerzos un sinsentido, lo supera. Como el movimiento de
la violencia arruina toda obra humana, el hombre se identifica (e identifica como humano) el
trabajo.
Para separarse de la violencia, a la que identifican con la muerte, los hombres, a la
par que trabajan, entierran a sus muertos. La otra diferencia del hombre con el animal, según
Bataille, es la conciencia de la muerte:
Percibimos el paso que hay de estar vivos a ser un cadáver; es decir, ser ese objeto
angustiante que para el hombre es el cadáver de otro hombre”
Georges Bataille, El erotismo, trad. Antoni Vicens y Marie Paule Sarazin, Buenos
Aires, Tusquets, 2009, p. 48.
Hay una diferencia, para el hombre, entre el cadáver de un hombre y, por ejemplo,
una piedra. Pero el cadáver de un hombre, al mismo tiempo que horroriza a otro hombre
(porque es el signo de la violencia que significa la muerte), lo fascina: “el cadáver es la
imagen de su destino”.
La violencia, así como la muerte que la significa, tiene un sentido doble: de un lado,
un horror vinculado al apego que nos inspira la vida, nos hace alejarnos; del otro,
nos fascina un elemento solemne y a la vez terrorífico, que introduce una
desavenencia soberana.
La transgresión no tiene nada que ver con la libertad primera de la vida animal. […]
La transgresión excede, sin destruirlo, un mundo profano, del cual es complemento.
La sociedad humana no es solamente el mundo del trabajo. Esa sociedad la
componen simultáneamente –o sucesivamente- el mundo profano y el mundo
sagrado, que son sus dos formas complementarias. El mundo profano es el de las
prohibiciones. El mundo sagrado se abre a unas transgresiones limitadas. Es el
mundo de la fiesta, de los recuerdos y de los dioses. […] Desde una consideración
económica, la fiesta consume en su prodigalidad sin medida los recursos
acumulados durante el tiempo de trabajo. Se trata en este caso de una oposición
tajante. No podemos decir de entrada que la transgresión sea, más que lo prohibido,
el fundamento de la religión. Pero la dilapidación funda la fiesta; la fiesta es el
punto culminante de la actividad religiosa. Acumular y gastar son las dos fases de
las que se compone esta actividad. Si partimos de este punto de vista, la religión
compone un movimiento de danza en el que un paso atrás prepara el nuevo salto
adelante. […]
La religión ordena esencialmente la transgresión de las prohibiciones. […] En las
religiones universales, del tipo del cristianismo y el budismo, el pavor y la náusea
preludian las escapadas de una vida ardiente espiritual. Ahora bien, esta vida
espiritual, que se basa en el refuerzo de las prohibiciones primeras, tiene sin
embargo el sentido de la fiesta; es la transgresión, no la observación de la ley. En el
cristianismo y el budismo, el éxtasis se funda en la superación del horror.
Las imágenes de las cuevas habrían tenido como fin figurar el momento en que, al
aparecer el animal, el acto necesario de darle muerte, al mismo tiempo que era
condenable, revelaba la ambigüedad religiosa de la vida: de la vida que el hombre
angustiado rechaza y que, no obstante, lleva a cabo en la superación maravillosa de
su rechazo. Esta hipótesis descansa en el hecho de que la expiación consecutiva al
acto de matar un animal es una regla entre los pueblos cuya vida es sin duda
semejante a la de los pintores rupestres. Y tiene además esta hipótesis el mérito de
proponer una interpretación coherente de la pintura de la caverna de Lascaux, donde
un bisonte moribundo está frente al hombre que acaso lo ha herido, y al cual el
pintor dio el aspecto de un muerto. El tema de esta famosa pintura, que suscitó
explicaciones contradictorias, numerosas y frágiles, sería el de la expiación que
sigue al acto de dar muerte.
Georges Bataille, El nacimiento del arte, p. 38 [El nacimiento del arte se publica en
1955, dos años antes que El erotismo (1957)].
En el Paleolítico superior, en la Edad del Reno, aparece el juego, bajo la forma de la
actividad artística, como superación del trabajo. La actividad artística, en un comienzo, es
una forma de trabajo que toma la forma del juego. El juego pone en riesgo, además del
trabajo, la prohibición implicada en el trabajo. Recordemos, para evaluar este riesgo, que la
prohibición no es racional sino irracional: la produce el terror, el pavor, el estupor, el
escándalo. Es decir, la establece la sensibilidad, no la razón.
En el relajamiento (respecto del trabajo) que significa el juego (aunque tiene la
forma de un trabajo) la que se ve afectada es la prohibición. La prohibición, “ese tiempo de
estupor y detenimiento”, no obstante, no puede dejar de existir. Y aquí aparece, en El
nacimiento del arte, dos años antes que en El erotismo, el mismo “movimiento de danza”
que Bataille menciona en El erotismo para explicar la religión. Si en El erotismo “la
religión compone un movimiento de danza en el que un paso atrás prepara el nuevo salto
adelante” (El erotismo, p. 73), en El nacimiento del arte “un movimiento de transgresión es
la contrapartida necesaria al detenimiento, al retroceso de la prohibición. […] La fiesta
marca el repentino tiempo en que las reglas, cuyo peso de ordinario se soportaba, están
suspendidas.” (El nacimiento del arte, p. 51).
Desde ya, no todas las prohibiciones están suspendidas. Pero el tiempo de la fiesta
es un tiempo de relativa licencia. Su momento de paroxismo era el sacrificio. Con lo cual la
prohibición de matar estaba relativamente levantada. El nacimiento del arte, en la Edad del
Reno, coincide con el del juego y la fiesta. De ahí que las figuras pintadas en las cavernas
sean una representación del “juego del nacimiento y la muerte” (El nacimiento del arte, p.
53).
La prohibición, para Bataille, es siempre la prohibición de una violencia elemental.
Y esa violencia se da en la carne (El erotismo, p. 98). La carne existe “en el sacrificio y en
el amor”. Y representa el retorno a una libertad amenazante. Los cazadores que pintan a sus
víctimas (animales) en las paredes de las cavernas las pintan como divinas (o las divinizan
al pintarlas): los animales, como los dioses, no están sujetos a prohibiciones.
Por eso la caverna de Lascaux maravilla a quienes contemplan sus pinturas, desde el
respectivo presente, como obras de arte (Bataille enfatiza que lo pintado por los cazadores
es arte; es más: es el nacimiento del arte): porque lo que se ve tiene la apariencia (y produce
el estremecimiento) del milagro.
Bataille pone bien alta, con el ejemplo de Lascaux, la vara de lo que es una obra de
arte: algo que produce “el sentimiento de milagro”, “el sentimiento de carácter inaudito
que tuvieron estas figuras [pintadas en las paredes de la caverna] ante los ojos de quienes
vivieron en la época de su creación” (El nacimiento del arte, p. 22).
El sentimiento que debe producir una obra de arte –podríamos decir− es el
sentimiento del nacimiento del arte. Si Lascaux se instaura para nosotros –como dice
Bataille− “entre las maravillas del mundo”, una obra de arte, para ser tal, debe
maravillarnos.
Si una obra no tiene la prodigalidad propia del sacrificio (el momento paroxístico de
la fiesta), si no busca (o no produce, aunque lo busque) un instante sagrado, que supere el
tiempo profano, el tiempo de las prohibiciones (las prohibiciones necesarias para mantener
la vida al resguardo de la violencia), o si –lo más frecuente− no logra hacer sensible ni ese
propósito ni esa búsqueda, “es una obra mediocre” (El nacimiento del arte, p. 54).
Para Bataille –igual que para Adorno− lo más frecuente de hallar, en el círculo del
arte del propio presente, es la obra mediocre (la obra menor, en la terminología adorniana),
la obra que sólo sirve para ser comparada con otras (como si completara un panorama del
arte y la cultura de la época, en el que aparece como nueva o más nueva) y que falla en la
aspiración de producir el sentimiento de nacimiento del arte equivalente al que produce (y
produjo a sus contemporáneos) la caverna de Lascaux.
todo es juego, que el ser es juego, que el universo es juego, que la idea de Dios es
inoportuna, por lo demás insoportable, debido a que Dios, que no puede ser
inicialmente –fuera del tiempo− más que un juego, está maniatado por el
pensamiento humano a la creación y a todas las implicaciones de la creación que
son contrarias al juego
Georges Bataille, “El no saber y la revuelta”, en: La oscuridad no miente, op. cit., p.
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