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https://www.nytimes.

com/es/2018/02/20/espanol/opinion/tirania-
practicidad-monopolio.html

COMENTARIO

La tiranía de la practicidad
Por Tim Wu
20 de febrero de 2018

Hudson Christie
La practicidad es la fuerza más subestimada y menos comprendida del mundo
actual. Como rectora de las decisiones humanas, podría no ofrecer la emoción ilícita
de los deseos sexuales inconscientes de Freud ni la elegancia matemática de los
incentivos económicos. La practicidad es aburrida. Pero aburrido no es lo mismo
que trivial.

En los países desarrollados del siglo XXI, la practicidad (es decir, las formas más
eficientes y sencillas de realizar las tareas personales) ha surgido como la fuerza
más poderosa que moldea nuestra vida y economía a nivel personal. Esto es así
sobre todo en Estados Unidos donde, a pesar de todos los himnos a la libertad y la
individualidad, a veces nos preguntamos si el valor supremo no es más bien la
practicidad.

Como Evan Williams, cofundador de Twitter, expresó hace poco: “La practicidad
decide todo”. Al parecer, toma las decisiones por nosotros, superando lo que nos
gusta creer que son nuestras verdaderas preferencias (yo prefiero preparar mi café,
pero el instantáneo de Starbucks es tan práctico que casi nunca hago lo que
“prefiero”). Lo fácil es bueno, lo que es más fácil es mejor.

La practicidad es la capacidad de hacer que otras opciones sean impensables. Una


vez que has utilizado una lavadora, lavar ropa a mano parece irracional, incluso
aunque resulte más económico. Una vez que conoces la televisión sin
interrupciones, esperar a ver un programa a una hora determinada parece tonto e
incluso un poco indigno. Resistirse a la practicidad (no tener un teléfono móvil, no
usar Google) requiere una dedicación especial que a menudo se interpreta como
excentricidad, si no es que fanatismo.

Con toda su influencia para moldear las decisiones individuales, el gran poder de la
practicidad quizá surja de las decisiones tomadas de forma colectiva, aspecto por el
que influye en la economía moderna. En particular en la industria relacionada con la
tecnología, la batalla por la practicidad es la batalla por el dominio de la industria.

Los estadounidenses decimos que valoramos la competencia, la multiplicación de


opciones para los ciudadanos. Sin embargo, nuestro gusto por la practicidad genera
más dependencia, mediante una combinación de la economía de escala y el poder
del hábito. Mientras más sencillo es utilizar Amazon, más poderoso se vuelve. La
practicidad y el monopolio parecen ser aliados naturales.
Dado el crecimiento de la practicidad (como ideal, valor y modo de vida) vale la
pena preguntarnos cuál es el efecto de esa obsesión en nosotros y en nuestros
países. No me gustaría sugerir que la practicidad es una especie de mal. Facilitar las
cosas no tiene nada de retorcido. Por el contrario: a menudo abre posibilidades que
alguna vez parecieron fastidiosas y simplifica las cosas, en especial, para quienes
son más vulnerables a las tareas incómodas de la vida.

No obstante, nos equivocamos al asumir que la practicidad siempre es buena,


puesto que tiene una compleja relación con otros ideales que atesoramos. Aunque se
considera y se promueve como un instrumento para la liberación, tiene un lado
oscuro. Con su promesa de eficiencia llana y sin esfuerzo, amenaza con borrar el
tipo de problemas y desafíos que contribuyen a dotar la vida de significado. Al ser
creada para liberarnos, puede convertirse en una limitación de lo que estamos
dispuestos a hacer y, así, nos esclaviza de una manera muy sutil.

Sería perverso adoptar lo poco práctico como regla general, pero cedemos


demasiado cuando dejamos que los métodos fáciles decidan todo.

La practicidad como la conocemos es un producto de finales del siglo XIX y


principios del XX, cuando se inventaron y comercializaron dispositivos que
ayudaban a aminorar la carga de trabajo. Entre los hitos se encuentran los primeros
“alimentos prácticos” como el cerdo y los frijoles enlatados y la avena Quaker; las
primeras lavadoras de ropa; productos de limpieza como el polvo para fregar, y
otras maravillas que incluyen la aspiradora eléctrica, la mezcla instantánea para
pastel y el horno de microondas.

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La practicidad fue la versión doméstica de otra idea del siglo XIX, la eficiencia
industrial, y su compañera la “organización del trabajo”, que representaron la
adaptación del espíritu de la fábrica a la vida doméstica.
Sin importar lo mundana que hoy parezca la practicidad, el gran elemento que ha
liberado a la raza humana del trabajo fue un ideal utópico. Al ahorrar tiempo y
eliminar las tareas fastidiosas, creó espacio para el ocio y con él llegó la posibilidad
de dedicar tiempo al aprendizaje, a los pasatiempos y a cualquier cosa que
representara un interés real. La practicidad proporcionó a la población en general el
tipo de libertad para ser autodidacta que en determinado momento estuvo
disponible únicamente para la aristocracia. De este modo, la practicidad también fue
un gran nivelador.

Esta idea (la de la practicidad como liberación) podría ser embriagante. Sus
representaciones más estimulantes se encuentran en la ciencia ficción y las
figuraciones futuristas de mediados del siglo XX. De publicaciones serias como
Popular Mechanics y espectáculos bobos como Los Supersónicos aprendimos que la
vida del futuro sería completamente práctica. Los alimentos se prepararían con solo
presionar un botón. Las aceras en movimiento eliminarían la molestia de caminar.
La ropa podría limpiarse sola o quizá autodestruirse luego de usarla durante un día.
Por fin se contemplaba acabar con el esfuerzo de la existencia.

El sueño de la practicidad tiene su fundamento en la pesadilla del trabajo físico. Pero


¿acaso el trabajo físico siempre es una pesadilla? ¿De verdad queremos
emanciparnos por completo de esas labores? Quizá nuestra humanidad se expresa a
veces en acciones incómodas y búsquedas que requieren tiempo. Quizá es por ello
que con cada avance en la practicidad, siempre ha habido quienes se le resisten. Se
resisten por terquedad, sí (y porque pueden darse el lujo de hacerlo), pero también
porque ven una amenaza en la percepción de su persona, de su sentido de control
sobre las cosas que les importan.

Hacia finales de la década de los sesenta comenzó a bullir la primera revolución de


la practicidad. La idea de una practicidad total ya no parecía la mayor aspiración de
la sociedad. Esta significaba conformidad. La contracultura trataba acerca de la
necesidad de las personas de expresarse, de cumplir con su potencial individual, de
vivir en armonía con la naturaleza en lugar de buscar constantemente superar sus
molestias. Tocar la guitarra no era práctico. Cultivar tus propias hortalizas o
arreglar tu propia motocicleta tampoco lo era. No obstante, a todo ello se le dotaba
de un valor, o mejor aún, se le veía como un resultado. De nuevo, las personas
buscaban la individualidad.
Tal vez era inevitable, entonces, que la segunda ola de tecnologías de la practicidad
(el periodo en que vivimos actualmente) se apropiara de este ideal. Favoreció la
individualidad.

Podríamos marcar el inicio de este periodo con el surgimiento del reproductor


Walkman de Sony en 1979. Con él podemos ver un cambio sutil, pero fundamental,
en la ideología de la practicidad. Si la primera revolución de la practicidad prometía
facilitar la vida y el trabajo, la segunda prometía facilitarte ser tú. Las nuevas
tecnologías eran catalizadoras de la yoidad y conferían de eficacia a la expresión del
ser.

Pensemos en el hombre de principios de la década de los ochenta, caminando por la


calle con su Walkman y sus audífonos. Está encerrado en un entorno acústico de su
elección. Disfruta, en público, el tipo de expresión de sí mismo que alguna vez
experimentó en privado. Una nueva tecnología le facilita demostrar quién es,
aunque sea solo para sí. Se pavonea por el mundo y es protagonista de su propia
película.

Esta visión es tan seductora que ha llegado a dominar nuestra existencia. La


mayoría de las tecnologías poderosas y relevantes creadas durante las últimas
décadas proporcionan practicidad en la forma de servicios de personalización e
individualidad. Pensemos en la videocasetera, las listas de reproducción, la página
de Facebook, la cuenta de Instagram. Este tipo de practicidad ya no trata de
ahorrarnos el trabajo físico; de cualquier modo muchos de nosotros ya no nos
esforzamos tanto. Se trata de reducir los recursos y esfuerzos mentales necesarios
para elegir entre las opciones que expresan nuestro ser. La practicidad es un clic, las
compras en un solo lugar, la experiencia ininterrumpida del “Listo para reproducir”.
Se aspira a la preferencia personal sin esfuerzo.

Por supuesto, estamos dispuestos a pagar por la practicidad más de lo que a


menudo nos percatamos. Durante finales de la década de los noventa, por ejemplo,
las tecnologías de distribución de música como Napster hicieron posible compartir
música en línea sin costo y mucha gente se aprovechó de ello. Pero aunque sigue
siendo sencillo obtener música gratuita, en realidad ya nadie lo hace. ¿Por qué?
Porque la introducción de la tienda iTunes en 2003 hizo que comprar música fuera
más práctico que descargarla de forma ilegal. Lo práctico derrotó a lo gratuito.
:
A medida que las tareas se vuelven más sencillas, la creciente expectativa de la
practicidad ejerce una presión para que todo lo demás se torne más fácil o quede
relegado. La inmediatez nos ha malcriado y nos molestan las tareas que siguen
requiriendo los antiguos niveles de tiempo y esfuerzo. Cuando puedes ahorrarte la
fila y comprar boletos para un concierto desde tu celular, esperar en la fila para
votar es muy fastidioso. Esto es aplicable sobre todo a quienes nunca han tenido que
esperar en una fila (lo que explica los bajos índices de jóvenes que acuden a votar).

La verdad paradójica a la que me dirijo es que las tecnologías de individualización


de la actualidad son tecnologías de individualización en masa. La personalización
puede ser sorprendentemente homogeneizante. Todos, o casi todos, están en
Facebook: es la forma más conveniente de mantenerte al día respecto a tus amigos
y tu familia, quienes en teoría deben representar lo singular de tu ser y tu vida. Sin
embargo, Facebook parece equipararnos a todos. Su formato y sus convenciones
nos desproveen de todo excepto las expresiones más superficiales de individualidad,
como la fotografía de la playa o la cadena montañosa que elegimos como imagen de
fondo.

No busco negar el hecho de que facilitar las cosas sea de utilidad en aspectos
relevantes al brindarnos muchas alternativas (de restaurantes, servicios de taxi,
enciclopedias de código abierto), cuando solíamos tener muy pocas o ninguna. Pero
ser una persona consiste, en parte, en tener opciones y elegir. También consiste en
la forma en que enfrentamos los problemas que se nos presentan, superamos
desafíos y cumplimos con tareas complicadas (los problemas que contribuyen a
determinar quiénes somos). ¿Qué sucede con la experiencia humana cuando se
eliminan tantos obstáculos, impedimentos, requisitos y preparativos?

El culto actual a la practicidad no reconoce que la dificultad sea una característica


que conforma la experiencia humana. La practicidad es puro destino sin viaje. Pero
escalar una montaña es distinto de subir en el carrito hasta la cima, aunque llegues
al mismo lugar. Nos estamos convirtiendo en personas a quienes les importan solo, o
principalmente, los resultados. Estamos en riesgo de experimentar gran parte de
nuestra vida desde los carritos transportadores.

La practicidad debe servir a un propósito mayor que el propio, para que no


conduzca a más practicidad. En su famoso libro de 1963, The Feminine Mystique,
Betty Friedan echó un vistazo a lo que las tecnologías domésticas habían hecho por
las mujeres y concluyó que simplemente habían creado mayores exigencias. “Aun
con todos los aparatos ahorradores de tiempo”, escribió, “es probable que el ama de
:
casa estadounidense pase más tiempo realizando labores domésticas que su abuela”.
Cuando las cosas se facilitan, buscamos la manera de ocupar el tiempo con más
tareas “sencillas”. En determinado momento, el conflicto que define la vida se
convierte en la tiranía de las tareas pequeñas y las decisiones triviales.

Una de las consecuencias indeseables de vivir en un mundo donde todo es “fácil” es


que la única habilidad relevante es la de ser una persona multitareas. Llevado al
extremo, terminamos por no hacer nada en realidad; simplemente organizamos lo
que debe hacerse, lo cual es una base poco sólida para una vida.

Necesitamos abrazar inconscientemente la incomodidad… no siempre, pero sí la


mayoría de las veces. Hoy, la individualidad se ha reducido a tomar al menos
algunas decisiones poco prácticas. Ya no debes batir tu propia mantequilla ni cazar
la carne que comerás, pero si deseas ser alguien, no puedes permitir que la
practicidad sea el valor que está por encima de los demás. Las dificultades no
siempre son un problema. En ocasiones las dificultades son la respuesta a la
pregunta “¿Quién soy?”.

Aceptar la falta de practicidad podría sonar raro, pero ya la aceptamos sin pensar en
ella como tal. Como si tratáramos de ocultar el problema, buscamos nombrar
nuestras elecciones poco prácticas de otras maneras, como pasatiempo,
entretenimiento, vocación, pasión. Estas son actividades no fundamentales que
ayudan a definirnos. Nos recompensan con el carácter pues involucran un
encuentro con una resistencia significativa (con las leyes de la naturaleza, los
límites de nuestro cuerpo), como al tallar madera, mezclar ingredientes, arreglar un
electrodoméstico descompuesto, escribir en código, contar el tiempo entre un ola y
la siguiente o enfrentar el momento en el que las piernas y pulmones de un corredor
se rebelan en su contra.

Dichas actividades requieren tiempo, pero también nos lo proporcionan. Nos


exponen al riesgo de la frustración y el yerro, pero también nos enseñan algo acerca
del mundo y nuestro lugar en él.

Así que reflexionemos acerca de la tiranía de la practicidad, intentemos resistirnos


más a menudo a su poder de estupefacción y veamos qué sucede. No debemos
olvidar jamás la alegría de hacer algo con lentitud y algo complicado, de tener la
satisfacción de no hacer lo que resulta más sencillo. La constelación de las
elecciones poco prácticas podría ser todo lo que se encuentra entre nosotros y una
vida de total y eficiente conformidad.
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Tim Wu es profesor de Derecho en Columbia, autor del libro "The attention Merchants: The Epic Struggle to Get
Inside Our Heads" y colaborador de la sección de opinión.
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