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Los Caminos Del Wallmapu Pais Mapuche
Los Caminos Del Wallmapu Pais Mapuche
Beatriz Vitar
Departamento de Historia de América
Universidad de Sevilla
RESUMEN
SUMMARY
The author discusses the salient features of the complex phenomenon of Mapuche
revitalization in Argentina and Chile, focusing on the political dimension of the process
in the Chilean context. Here the ethnic and linguistic assertion is a key component in
the emergence of a Mapuche nationalist movement, which calls for the Chilean Govern-
ment’s recognition of the Mapuche people as a different “nation.” Such nationalism not-
withstanding, Mapuche revitalization cannot be understood if taken out of the general
conditions in the countries in which the Mapuche live, as well as in others, such as Bolivia
and Spain.
RDTP, vol. LXV, n.o 1, pp. 255-288, enero-junio 2010, ISSN: 0034-7981, eISSN: 1988-8457, doi: 10.3989/rdtp.2010.007
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“La guerra mapuche sacude Chile”, rezaba un titular del diario argenti-
no La Nación de agosto de 2009, con relación a las protestas por el asesi-
nato de un joven comunero en un enfrentamiento con carabineros1. Detrás
de esta noticia, anunciada con tintes sensacionalistas, se escondía una larga
historia que arranca en los tiempos coloniales y que hoy, en las vísperas
de las celebraciones del Bicentenario de la independencia americana, im-
pone reflexionar acerca de esas naciones “imaginadas” (Anderson 1993),
construidas en torno a un ideal civilizador que excluyó a los habitantes
autóctonos, identificados con la barbarie. Son estos mismos pueblos los que
ahora experimentan un proceso de redefinición de su identidad colectiva,
recorriendo las sendas que conducen a su consolidación como nación. Los
mapuches constituyen un ejemplo cabal de ello.
Desde las últimas décadas del siglo XX, una conjunción de factores ha
dado lugar en América Latina a los movimientos de revitalización étnica y
lingüística, formando al presente parte de la realidad político-social de va-
rios países del Continente. Este fenómeno se manifiesta en el rescate de
elementos de la cultura tradicional, aunque a través de una reformulación
identitaria que responde a un nuevo contexto en lo político, económico y
social y a una dinámica de interacción con diferentes actores. En el caso
mapuche, la reemergencia étnica se plasma esencialmente en la demanda
de restitución de sus territorios históricos, “ocupados” por las repúblicas
criollas en el siglo XIX, y, de modo correlativo, en la reclamación de su
derecho a la autodeterminación y al autogobierno. Reivindicaciones estas que
se fundan en el cuestionamiento de las nuevas repúblicas nacidas del pro-
ceso independentista, inventadas (Fernández Bravo 2000) sobre la base de
la exclusión indígena; un proceso susceptible de revertirse en una “inclu-
sión” determinada sobre la base de la “exclusión” —valga el juego de pala-
bras— de sus características étnico-culturales diferenciales para diluirse en
una misma identidad cultural común o ser nacional construido en torno al
lema del progreso (Quijada et al. 2000: 31).
1
Cuerpo de policía de Chile, dependiente del Ministerio de Defensa Nacional. Cons-
tituido bajo el lema de “Orden y Patria”, tiene como funciones el mantenimiento de la
soberanía nacional, el orden público y el cumplimiento de las leyes. El suceso al que
hago referencia, ocurrido el 12 de agosto de 2009, motivó una declaración de condena
a la actuación policial y de apoyo al pueblo mapuche por parte de miembros de la
comunidad académica de Chile, entre los que se encuentran algunos de los autores ci-
tados en estas páginas; los firmantes de dicho documento reconocían al “Gulumapu”
(o “Ngulumapu”) como el “territorio histórico del Pueblo Mapuche” (http://argentina.
indymedia.org/news/2009/08/687829.php).
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En las elecciones celebradas en diciembre de 2009 y enero de 2010, el candidato
de la derecha chilena, Sebastián Piñera, ganó con clara ventaja frente a Eduardo Frei,
candidato de la Concertación, alianza de partidos que gobernaba el país desde hacía dos
décadas.
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Samaniego Mesías y Ruiz Rodríguez hablan de “cuestión mapuche” y no de “pro-
blema indígena”, en tanto que éste es algo que incumbe al Estado y a la sociedad winka
(nombre que los mapuches dan a los chilenos y a los no indígenas) por su incapacidad
histórica de “resolver” las relaciones con los mapuches (2007: 14).
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Las noticias coloniales sobre este grupo indígena, un caso de las deno-
minadas “sociedades de cacicazgos”, proyectan la imagen de un pueblo
guerrero y resistente a la dominación, sujeto a la conocida trilogía clasifica-
toria sin rey, sin fe y sin ley tan en boga en la literatura de la época. Con
estos pueblos bárbaros, sin embargo, no sólo se mantuvieron guerras sino
también parlamentos y tratados de paz, recibiendo el tratamiento de nacio-
nes. Como bien señala Weber (1998: 162), durante el período de los
Habsburgo se instauró un marco jurídico dentro del cual los mapuches —o
“araucanos”— tuvieron garantizado un territorio propio al sur de la frontera
del río Bío-Bío en virtud del Tratado de Quillín, firmado por las autoridades
coloniales y los líderes araucanos en 1641. Si bien el conflicto fronterizo
persistiría durante todo el período colonial, a fines del siglo XVIII (bajo los
Borbones) “los españoles implícitamente reconocían que el territorio arau-
cano, el Estado de Arauco, gozaba de autonomía” (ibid.: 163). Además, los
acuerdos celebrados reconocían su carácter de nación fronteriza (la sola
mención de una “frontera” suponía la aceptación de un límite territorial a
la expansión colonial), cimentando una tradición pactista mediante la cual
la Corona aseguraba a los grupos araucanos “derechos más amplios que los
otorgados a otros indígenas” (ibid.: 162). En la etapa de la emancipación,
la fidelidad a los pactos establecidos con la monarquía española llevó a los
mapuches a aliarse con las fuerzas realistas para combatir a la insurgencia
criolla. En el caso argentino, el proceso colonial registró características si-
milares, con períodos de guerra fronteriza y otros bajo la vigencia de acuer-
dos o tratados de paz, en una relación secular en la que se alternaron
—aunque en términos más ventajosos para el poder español— “dominancia
y resistencia en cada uno de los contendientes” (Bechis 2008: 362).
En el siglo XIX, el movimiento independentista criollo incluyó al mundo
indígena con fines utilitarios, dada la necesidad de reforzar los márgenes
de las nuevas naciones. Incluso, las exigencias del proceso emancipador
promovieron el enaltecimiento de los mapuches en la retórica “patriota”
(v. g., la idealización de la figura de Lautaro en Chile), aunque, una vez
estabilizada la nueva nación, los indígenas pasaron a ser los salvajes que
obstaculizaban el avance de la modernidad (Samaniego Mesías y Ruiz
Rodríguez 2007: 23). Como hoy ocurre con la globalización económica, los
dictados del nuevo modelo impuesto a las ex colonias hispánicas por los
países industrializados, disfrazados bajo el lema Civilización o barbarie, se
tradujeron en la expansión de las fronteras y la ocupación de las tierras
indígenas para llevar a cabo la explotación minera y agro-ganadera. Así, bajo
la consigna de “modernidad y progreso”, los procesos de construcción na-
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Véase, por ejemplo, “Mensaje de Wiñoy Xipantu [Año Nuevo] 2009 del Príncipe Felipe
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La ley indígena de 1993 reconoció oficialmente la existencia de ocho etnias en el
país (Naguil 2005): mapuche, aymara, rapa nui, atacameño, alacalufe, colla, quechua y
yamana.
6
En este censo la pregunta giró en torno a la identificación de los censados con
uno de los grupos indígenas existentes en el territorio chileno, mientras que en el de
2002 se enfatizó sobre la pertenencia a uno de tales grupos.
7
Sobre las particularidades de ambos censos y en especial las deficiencias de la téc-
nica censual aplicada en 2002, véase: “Reflexiones metodológicas en torno a los censos
de 1992-2002 y la cuestión Mapuche”, por M. Valdés (Wekull) en http://www.mapunet.
org/documentos/mapuches/Ref_met_cen_1992-2002.pdf.
8
El nombre “Pehuén” es el de una especie arbórea propia de las cordilleras del sur
de Chile, conocida en español como araucaria (Bengoa 2007: 124). Los pehuenches,
originariamente una etnia diferente, fueron “mapuchizados” a raíz de las migraciones
mapuches a la zona cordillerana después de la invasión española (Mariotti 2004: 267).
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En 1998 el 14,6 % de población en estado de pobreza se concentraba en la Araucanía,
representando los mapuches un 80 % de ese total (Gissi 2004a).
10
Se trata, por lo demás, de procesos inherentes a los fenómenos migratorios, ya que
las sucesivas generaciones van construyendo su identidad en el marco de las interacciones
con la sociedad receptora.
El lof es la unidad tradicional de familias, basada en el parentesco extenso (Latta
11
2005).
12
Otro de los cambios surgidos en la jefatura fue la aparición de líderes femeninas
(Latta 2005: 186).
13
Encuesta Complementaria del Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas
de 2001: http://www.indec.gov.ar/webcenso/ECPI/index_ecpi.asp. Encuesta Complemen-
taria de Pueblos Indígenas. Resultados nacionales: http://www.indec.gov.ar/webcenso/
ECPI/pueblos/ampliada_index_nacionales.asp?mode=00.
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En 2004-2005, la industria forestal —uno de los “pilares” de la economía neo-libe-
ral— incrementó sus exportaciones en un 33 %, previéndose hasta 2010 un ritmo soste-
nido que afectará a “100 mil nuevas hectáreas de bosque exógeno” (Samaniego Mesías
y Ruiz Rodríguez 2007: 437, 439).
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Hastings (2000) otorga una importancia crucial a la etnicidad y a las particularida-
des culturales (lengua, religión) en la construcción de las nacionalidades, frente a las
tesis de los “modernistas”, como Hobsbawm (2000) y Anderson (1993), quienes sostie-
nen la idea de un nacionalismo basado en una reinvención de la tradición.
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en Chile, que arrasó con la propiedad comunitaria, es decir, con las tierras
otorgadas a través de títulos de merced16 (Samaniego Mesías y Ruiz Rodríguez
2007: 16). Aunque la división de tierras practicada en la época pinochetista17
fue resistida por muchos dirigentes mapuches, acabó convirtiéndose en la
manzana de la discordia en el seno de algunas familias, ya que mientras se
hizo efectivo el otorgamiento de títulos de propiedad a los miembros que
vivían efectivamente en el campo, se excluyó de este reparto a los parien-
tes emigrados a las ciudades (Martínez Neira 2008: 144).
A los conflictos generados por la parcelación de tierras se sumaron los
suscitados por las represas hidroeléctricas construidas por la compañía es-
pañola Endesa18 en el Alto Bío-Bío, que significaron el desalojo de cien
comunidades pehuenches. El estudio de Latta (2005) sobre este caso mues-
tra el juego de intereses de los diversos actores (mapuches, Estado, empre-
sas, la sociedad chilena) y las consecuencias negativas de los planes
desarrollistas estatales en lo inherente a las prácticas organizacionales
mapuches, dado que la dinámica “proyectista” del modelo económico, como
afirmara Foucault, apunta al fin último de formar “sujetos neoliberales” (en
Latta 2005: 170).
16
En 1979 Pinochet decretó la división de la propiedad comunitaria indígena, entre-
gando las parcelas a los cabezas de familia. La nueva ley indígena de 1993 (bajo el
Gobierno de P. Aylwin) estableció a su vez un régimen de protección especial para es-
tas tierras, prohibiendo su venta a los no indígenas, entre otras medidas (Bengoa 2007:
121-122).
17
Con anterioridad a la dictadura pinochetista, la Reforma Agraria emprendida por
Eduardo Frei y Salvador Allende no llegó a subsanar el despojo sufrido por los mapuches
en el siglo XIX, al no concretarse la restitución de tierras “ancestrales” (Samaniego Mesías
y Ruiz Rodríguez 2007: 419).
18
Entre 1997 y 2004, la construcción de las represas Pangue y Ralco por parte de
Endesa (nombre, a su vez, de la antigua compañía estatal chilena, la Empresa Nacional
de Electricidad, privatizada por Pinochet) provocó una ola de protestas de los mapuche-
pehuenches. Un tercer emprendimiento (la represa de Corema) fue aprobada en sep-
tiembre de 2009, al superar la evaluación de impacto ambiental.
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En 2006 se logró un avance importante con la publicación de la primera Gramáti-
ca Básica de la Lengua Mapuche, elaborada por profesores de la Universidad Católica
de Temuco con financiación de la CONADI (Comisión Nacional de Desarrollo Indíge-
na): http://www.uct.cl/boletin/index.php?op=ver_noticia&idn=921.
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La presión homogeneizadora del Estado chileno movió a muchos de los mapuches
residentes en centros urbanos a solicitar el cambio de apellidos, borrando así un signo
clave de la alteridad. Hacia 2002, unas treinta mil personas de origen mapuche habían
iniciado sus trámites con este fin (Samaniego Mesías y Ruiz Rodríguez 2007: 26).
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Véase la reseña de este libro en Morales (2007).
22
Para elaborar su obra Las últimas familias y costumbres araucanas (1913), el
etnógrafo Tomás Guevara contó con la ayuda de varios caciques que recompusieron, a
través de sus relatos, la historia de treinta y tres familias mapuches del Valle Central,
hoy integrado en la IX Región de Chile (1913: 3).
En el Museo de la Plata (que incluye también secciones de Antropología y Ar-
23
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siglo XIX; es en este marco donde sería posible, a la luz de los planteamientos
de Anderson acerca de la significación de los museos (1993: 249-257), in-
terpretar los reclamos mapuches sobre elementos que forman parte de su
patrimonio cultural como una especie de contra-discurso hegemónico.
En la senda narrativa de la nación, la prensa étnica juega un papel
crucial, sobresaliendo en este aspecto el periódico bimensual Azkintuwe
(citado en estas páginas), fundado en Temuco en 2003 como un órgano de
prensa “nacional” para todo el espacio del Wallmapu, es decir, los territo-
rios reivindicados por los mapuches en Argentina y Chile (Beccaría Sacco
2008: 228). En dicha publicación, la procedencia de la noticia se indica con
el nombre en lengua originaria de las diferentes regiones que componen la
nación mapuche; así, por ejemplo, “Puelmapu”, si se trata de sucesos rela-
cionados con los mapuches de Argentina. Por lo demás, destaca su apuesta
por “la reconstrucción de aquella vieja utopía del país mapuche” (énfasis
añadido), una anhelada meta frente a la cual se alza la descalificación de
un miembro del Gobierno chileno, que la define, recurriendo al mismo con-
cepto, como proyecto “utópico”25. Por otra parte, la tradición centralista del
Estado chileno se erige como un impedimento sólido para el reconocimiento
de una región autónoma; en el caso argentino, con mayor peso del federa-
lismo histórico, existe una resistencia similar, aunque basada principalmen-
te en razones de orden demográfico (Hernández 2003: 74).
Otra de las particularidades que identifican al movimiento de revitalización
mapuche es su discurso en defensa del medio ambiente, un rasgo que com-
parte con la mayoría de los pueblos indígenas que hoy hacen oír su voz en
el Continente. Se trata de un elemento identitario negociado, producto de la
globalización del pensamiento ecologista. A nadie escapa que en las comu-
nicaciones de los movimientos étnicos se recurra usualmente al argumento
del respeto de los pueblos originarios por la naturaleza, que enlaza con el
concepto de desarrollo sostenible. Los programas reivindicativos de los mo-
vimientos indígenas han sabido conjugar muy bien este argumento con el
reclamo de sus derechos colectivos, conformando así un discurso
“etnoecologista” (Bengoa 2007: 83, 135). Este rasgo ambientalista del movi-
miento de revitalización posiciona a los mapuche —como a otras etnias de
América26— en un plano de acción común con organizaciones ecologistas y
25
Declaraciones al diario El día de José A. Viera-Gallo, ministro de la Presidencia en
Chile, con relación a las aspiraciones mapuches de obtener un estatuto similar al de
los vascos y catalanes en España (http://www.diarioeldia.cl/index.php?option=com_
content&task=view&id=31652&Itemid=167).
26
Particularmente, con ocasión de asistir a la VII Reunión de Antropólogos de
MERCOSUR en Porto Alegre, en julio de 2007, pude apreciar estas connotaciones en los
discursos de líderes guaraníes que habían sido invitados a conferenciar en el marco de
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aquel evento. Entre otros muchos ejemplos, se encuentra el de los wichís del Chaco
salteño (Argentina), quienes asimismo han hecho de la relación armónica con la natura-
leza y la explotación racional de sus recursos una de sus señas de identidad (Van Dam
2001: 175). Sobre los argumentos ecologistas en las demandas de otros pueblos indíge-
nas en Argentina, véase también Vom Hau y Wilde (2009), en relación con las denun-
cias de los diaguitas.
Una persona de origen mapuche, “vocero” de la organización Acción Bahiense
27
Comunitaria (formada por congregaciones pentecostales), apuntaba que sus ancestros “han
sido mapuches de Chile, pero nosotros ya perdimos eso” (en Hernández 2002).
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Como un ejemplo cabal de autogobierno indígena, Bengoa (2007: 145) cita el caso
de los Inuit de Groenlandia, que gozan de la “más antigua y desarrollada” autonomía.
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del Arauco la que se enarbola como símbolo de identidad nacional (Ancán Jara 2003: 26).
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No obstante, en los territorios más plenamente identificados como mapuches, la
demarcación de fronteras étnicas está presente en las referencias a la población blanca
con el término de “colonos”, acentuando así su condición de extranjeros que han veni-
do a apropiarse de sus tierras.
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31
Es el caso de Víctor Naguil, autor citado en estas páginas.
32
También desde este medio periodístico se llegó a denunciar la Ley 19.253 (1993),
invirtiendo el sentido de los discursos al hablar de “desigualdad” ante la ley en favor de
los mapuches (Samaniego Mesías y Ruiz Rodríguez 2007: 437).
33
La Ley 19.253, sobre comunidades indígenas, legitimó a éstas como forma de or-
ganización local, reconocimiento que se plasmó en un modelo “occidental” que fracturó
los principios tradicionales (Latta 2005: 168), ya que es el Estado quien fija las bases
para la formación de comunidades (que adquieren la condición de tal con la “voluntad”
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ticas del poder empresarial (la negociación individual con cada familia afecta-
da por la ocupación de tierras) se han visto beneficiadas por la desarticula-
ción de las instancias locales con las organizaciones regionales o naciona-
les, frente a las que se encuentran en desventaja en virtud de su aislamiento,
que conlleva un difícil acceso a los medios de difusión y a la interacción
con otros agentes políticos y sociales (Latta 2005: 167). No obstante, en la
esfera local los mapuches han conseguido ciertos avances, como la conquista
del gobierno en ocho municipios del sur de Chile, que cuentan ya con un
alcalde indígena; esto no sólo ha tenido un impacto positivo en lo que in-
cumbe a la revitalización étnica sino también en el campo de la salud y la
educación, mediante la implementación de programas interculturales, aun-
que no así en las relaciones con la población no mapuche, que mantiene
sus recelos ante esta nueva realidad (Bengoa 2007: 21). A su vez, en Ar-
gentina se concretó recientemente la fundación del “primer municipio indí-
gena” (Ranquel, en la provincia de San Luis), administrado por un lonko y
constituido por un territorio de más de 60 mil hectáreas otorgadas por el
gobierno provincial (La Nación, 16 de agosto de 2009).
Frente a los intentos de cohesionar fuerzas en un partido representativo
del mundo mapuche, se erige el inconveniente de la “desarticulación” de
los diferentes movimientos (Latta 2005: 179) y asociaciones creadas en Chi-
le y Argentina. En esta última, en gran medida bajo el influjo de cierta
historiografía, el imaginario nacional relaciona la presencia de poblaciones
mapuches en algunas provincias patagónicas con las “invasiones” araucanas
procedentes de Chile. Durante mi estancia en Argentina en agosto de 2009,
y a propósito de las movilizaciones mapuches en el país vecino, oí a un
universitario winka de la provincia de Neuquén referirse a los mapuches
como “invasores” que sólo buscan “obtener tierras”; una percepción, por lo
demás, generalizada entre chilenos y argentinos. El testimonio de este jo-
ven nos remonta a la llamada “araucanización de las pampas”; es decir, a
la “supuesta” expansión transcordillerana de araucanos agricultores chilenos
desde el siglo XVI para asentarse en zonas habitadas por grupos cazadores
y recolectores (pampas o tehuelches), adoptando el uso del caballo y vol-
viéndose saqueadores de los asentamientos ganaderos pampeanos (Kropff
2005: 107). El concepto de “araucanización” fue enarbolado por el “discur-
so hegemónico nacional” para legitimar la conquista de Pampa y Patagonia
(ibid.), habiendo sido definido como una construcción intelectual iniciada
del tercio de sus habitantes). En virtud de la citada ley, Endesa debió negociar con cada
una de las comunidades pehuenches afectadas por la represa hidroeléctrica Ralco, a fin
de permutar sus tierras por otras fuera del embalse, dado que parte del territorio
pehuenche iba a ser inundado por las obras (Latta 2005: 173; Mariotti 2004: 268).
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El Consejo de Todas las Tierras se formó con un grupo de disidentes de Ad Mapu
(de orientación comunista), que proyectaron al mismo tiempo la organización de “tribunales
mapuches” (Martínez Neira 2008: 144-145; Samaniego Mesías y Ruiz Rodríguez 2007: 429).
37
En el caso del Partido Comunista, el objetivo fue capitalizar el “dinamismo” del
movimiento mapuche para ampliar las bases sociales de dicha organización política, se-
gún la dirigente Isolde Reuque; a la vez que su esposo se refería a los intereses parti-
distas como causantes de la “ideologización del movimiento mapuche” (Reuque Paillalef
2002: 146).
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Noticia de la agencia EFE, 13/11/2009 en: http://www.kilapan.entodaspartes.net/
spip.php?article452. La Coordinadora Arauco Malleco mantiene una posición contraria a
la de la Alianza Territorial Mapuche, que se muestra proclive a las negociaciones con el
Gobierno chileno.
Véase como ejemplo los proyectos de “revitalización de la cultura mapuche” en
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En este aspecto, resulta interesante la perspectiva de análisis formulada por Vom
Hau y Wilde (2009: 4), que combina un enfoque de los movimientos sociales y su lu-
cha por una ciudadanía dirigida “desde abajo” y de un modelo de ciudadanía conduci-
da “desde arriba” por el Estado.
41
Ministerio de Desarrollo Social [Argentina]. Instituto Nacional de Asuntos Indíge-
nas (INAI). Tierras y Registro Nacional de Comunidades Indígenas – Programa de
Relevamiento Territorial: www.desarrollosocial.gov.ar. [Nota: el término “relevamiento” es
de uso habitual en Argentina, como sinónimo de registro o recogida de datos.]
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Tucumán es una de las provincias en las que el registro territorial se encuentra
avanzado, aunque en fecha muy reciente las comunidades indígenas (un total de 19 en
el territorio provincial) han denunciado la existencia de sentencias judiciales de desalo-
jo en favor de “terratenientes”, contraviniendo así las disposiciones de la Ley 26.160 (2006),
que declaró “la emergencia en materia de posesión y propiedad de las tierras que tradi-
cionalmente ocupan las comunidades indígenas por el término de cuatro años” (plazo
que se ha prorrogado hasta 2013); disposición por la que quedaban suspendidos duran-
te este término de tiempo “la ejecución de sentencia y actos procesales o administrati-
vos cuyo objeto sea el desalojo o desocupación de tierras” (ARGENPRESS.Info:http://
www.argenpress.info/2010/03/argentina-tucuman-comunidades-indigenas.html).
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CONCLUSIONES
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A este IV Congreso de ARALAR, celebrado en Pamplona (Navarra, España) en oc-
tubre de 2009, fueron invitados el presidente del Wallmapuhen y otros dirigentes de este
partido, como así también líderes nacionalistas kurdos, catalanes y bretones. En esta
reunión, los representantes del Partido Nacionalista Mapuche entregaron a ARALAR la
Wenufoye, “nuestra bandera nacional mapuche” (Quilaqueo 2009).
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BIBLIOGRAFÍA CITADA
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