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Parte 1
Versión y actualización idiomática a partir de la versión de
Cortegana de 1504
Día tras día crecía su fama y cada vez eran más numerosas
las personas que recorrían largas distancias para ver esta
nueva maravilla del mundo. Ya nadie quería acercarse a los
santuarios de la diosa Venus. Sus templos estaban
descuidados, sus rituales olvidados, sus estatuas sin adorno
alguno y los altares cubiertos de fría ceniza. Era a la
doncella a quien todos suplicaban ahora, y tras su rostro
humano veían la majestad de una diosa. Cada nuevo
amanecer la joven era halagada con manjares y sacrificios
dignos de la diosa del amor; y cuando pasaba por algún
lugar, las gentes la honraban con flores y guirnaldas. Este
desplazamiento del culto de la diosa a una mortal, provocó
el enojo de la verdadera Venus, que negando con la cabeza
y pensando para sí, dijo de esta manera:
“Yo que soy la madre de la naturaleza, principio y
nacimiento de todos los elementos, yo que soy Venus
creadora de todas las cosas del mundo ¿Cómo puedo ser
tratada de tal modo que haya de compartir mi majestad con
una moza mortal, y que mi nombre se haya de profanar con
suciedades terrenales? ¿He de tolerar que haya duda de si
tengo que ser adorada o lo sea esa mortal? Ya lo juzgó aquel
pastor que me prefirió a todas las diosas y que fue
aprobado por Júpiter; pero esta que ha usurpado mi lugar,
no encontrará provecho en ello. Le haré que se arrepienta
de esto y de su ilícita hermosura”.
Después de razonar de ese modo, llamó a su alado hijo
Cupido, el que armado con saetas y llamas de amor
corrompe todos los casamientos y sin pena comete tantas
maldades como se le ocurre. A este que por naturaleza es
desvergonzado, perverso y dañino, ella le encendió más con
sus palabras y lo llevó hasta la ciudad donde estaba la tal
joven llamada Psique. Venus mostrando su dolor por la
suplantación de que era víctima, le dijo de esta manera:
«¡Oh hijo mío!, yo te ruego por el amor que tienes a tu
madre, por las dulces llagas de tus saetas, y por los
sabrosos fuegos de tus amores, que des cumplida venganza
a tu madre: véngala contra la hermosura rebelde de esta
mujer, y sobre todas las otras cosas has de hacer una, la
cual es que esta doncella se enamore, con muy ardiente
amor, de un hombre de poco y bajo estado, al cual la
Fortuna no dio dignidad de estado, ni patrimonio, ni salud. Y
sea tan bajo que en todo el mundo no halle otro semejante
a su miseria.»