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(En Imaginaria, Revista quincenal sobre literatura infantil y juvenil, mayo de 2012:
https://imaginaria.com.ar/2012/05/los-clasicos-infantiles-esos-inadaptados-de-siempre-
algunas-cuestiones-sobre-la-adaptacion-en-la-literatura-infantil/)
Podríamos definir a los clásicos infantiles como aquellos textos de los que todo
el mundo tiene noticias, pero que casi nadie ha leído.
Si a un grupo de personas adultas de diversas edades se les pregunta si conocen
al Pinocho, posiblemente dirán que sí; podrán incluso afirmar que la trama versa
acerca de un muñeco que miente y que debido a eso le crece la nariz, un muñeco
que luego de toda clase de aventuras, hacia el final del relato, es transformado
por un hada en un niño de verdad. Ante la pregunta de si han leído el libro, la
respuesta de la mayoría volverá a ser afirmativa, dirán que lo han leído de niños,
o bien de adultos a sus hijos o alumnos. Si se les interroga sobre la extensión
del libro que leyeron, posiblemente las personas entrevistadas hablarán de unas
pocas páginas, y quizá algunos dirán que se trata de una novela de más de
treinta capítulos. Pero este último grupo, será el de una minoría.
Puede que muchas de estas personas manifiesten su decepción al descubrir que
lo que ellos habían tomado por Pinocho, un pequeño libro de una docena de
páginas, no era sino una de las muchas adaptaciones que serruchan, podan y
encastran fragmentos, hasta obtener esas malas copias que poco o nada tienen
que ver con el texto original.
“Y allí está el Pinocho —señala Guillermo Piro no sin cierto humor en su
prólogo— un libro que siempre se lee a destiempo, de lo contrario uno de los
libros más traducidos hubiera podido cambiar el curso de la historia y no lo ha
hecho.” (1)
Esto mismo podría decirse de muchos otros libros de la literatura infantil
universal, comúnmente llamados “clásicos”.
En un libro reciente de Anthony Browne y Joe Browne, en el que el autor de
libros-álbum inglés nos cuenta de su obra, al hablar de Willy el soñador (2)
señala: “Muchos de los sueños hacen referencia a la cultura popular, que a
menudo alude a sueños también. El primero de los sueños de Willy consiste en
ser estrella de cine, pero la ilustración lo presenta en varias versiones, como el
monstruo de Frankenstein (que es el sueño de un científico loco), los tres
compañeros menesterosos de Dorothy en el país de Oz (quienes son, según se
descubre, productos de un sueño), y King Kong…” (3)
Esta observación de Anthony Browne en relación con El mago de Oz pone de
relieve un importante cambio de la versión cinematográfica de la Metro Goldwyn
Mayer en relación con la novela de Frank Baum (1900). Precisamente el gran
cambio adaptativo de la versión cinematográfica realizada por Víctor Fleming en
1939 es ese final donde el viaje de Dorothy al maravilloso país de Oz se ve
transformado, a través de un viejo y trillado recurso, en un sueño o desmayo,
producto de un accidente durante el ciclón. En la novela de Baum, el viaje de
Dorothy y sus compañeros: el hombre de lata, el espantapájaros y el león
cobarde, es tan real como la niña y Totó, su perrito.
Para seguir con obras clásicas de autor como las ya nombradas, podemos
referirnos a uno de los autores más prolíficos y también más maltratados por las
adaptaciones: Hans Christian Andersen (Dinamarca, 1805-1875); quien ha dado
nombre al premio mayor que se otorga a nivel internacional a un autor de
literatura infantil.
Con respecto a este maltrato la crítica literaria María Adelia Díaz Rönner señala:
“Se lee al danés Hans Christian Andersen desde la notable cancelación de su
lectura. A través del tiempo de publicación de su obra, esa gestión cancelatoria
ha permitido la desfiguración de la morfología textual y la desgramaticalidad
progresiva de una narrativa densa, espesa y altamente singular, obligando a un
recorrido minorizado sobre un corpus gastado, maltratado por las varias maneras
de traducirlo y de montar múltiples y reductoras versiones y adaptaciones para
uso de los niños. En tanto consideramos a los textos literarios destinados a los
niños como constructores de una aduana peculiar a través de la que se trafican
valores ‘correctos y adecuados’ según el criterio de la sociedad a la que llega,
es posible entender la porosidad y la vulnerabilidad abusadas de textos como los
de Andersen, mayoritariamente carentes de happy endings y de grueso calibre
dramático, entre otros ingredientes propios de su narrativa, para adecuarlos a
sus consumidores infantiles.” (4)
En otras palabras, la obra de Andersen no se ajusta a las representaciones
actuales de “lo adecuado” en la literatura para niños, no sólo por sus finales
alejados del happy end, o su tratamiento de temas “inadecuados” para niños,
como puede ser la pobreza y la muerte, del que es un claro ejemplo ese trágico
cuento: “La vendedora de fósforos”, sino también por lo que Díaz Rönner define
como una “narrativa densa, espesa y altamente singular”.
Para dar cuenta de esto último y de lo que con elocuencia Díaz Rönner denomina
“grueso calibre dramático” en la obra de este autor, transcribimos aquí un
fragmento del desenlace de “La sirenita”, uno de sus cuentos más famosos:
“La sirenita se dirigió hacia el pabellón real. Levantó la cortina y advirtió que la
esposa dormía con su cabeza apoyada en el pecho del príncipe. Acercándose,
se inclinó y besó la frente de aquel a quien tanto amaba. Miró alternativamente
hacia el oriente —donde el brillo aumentaba— y al príncipe dormido que
murmuraba en sueños el nombre de su esposa, volvió la mirada hacia el cuchillo,
lo levantó con pulso tembloroso… y arrojó lejos el arma en el agua. En el sitio en
que cayó pareció como si algunas gotas de sangre salpicaran las olas. La sirenita
volvió a mirar una vez más a su amado, y se arrojó al mar, donde sintió que su
cuerpo se disolvía en espuma.” (5)
Una escena única que define el destino de la protagonista donde se combinan el
suspenso dramático, la imagen poético/plástica y el trágico final. Esta es además
una escena que continúa a otra de osada ambigüedad moral para un relato
infantil: las hermanas, bellas y buenas, acaban de entregar a la sirenita el cuchillo
para que asesine al príncipe, vierta la sangre del inocente en sus pies y de ese
modo logre salvar la vida.
Pero antes de continuar resulta necesario hacerse una pregunta de base: ¿Qué
es una adaptación?
Marc Soriano define a la adaptación de la siguiente manera: “¿Qué es adaptar?
Tal vez lo más oportuno sea comenzar por una definición simple, aun cuando,
muy probablemente, nos veamos obligados luego a matizarla. Adaptar es hacer
corresponder con. Se trata de un verbo que sólo adquiere su significado preciso
en relación con su complemento de régimen. Adaptar para los niños un libro que
no les estaba destinado significa someterlo a una cantidad de modificaciones —
por lo general, cortes y cercenamientos— que lo conviertan en un producto que
se corresponda con los intereses y el grado de comprensión de los menores, es
decir, que lo vuelva asequible a este público nuevo”
Luego el autor continúa: “Al plantear de este modo la cuestión, percibimos que
la adaptación no es algo nuevo y que no puede reducirse a la censura ejercida
por los adultos sobre ciertos libros.” (8)
Aquí ya tenemos dos cuestiones para resolver. Soriano está hablando en esta
cita de la adaptación para los niños de libros que originalmente no le están
destinados. Ahora bien, sabemos que gran cantidad de textos escritos
originalmente para niños, de los cuales la extensa obra de Andersen y la novela
de Collodi son sólo algunos ejemplos, han sido y siguen siendo sometidos a
innumerables adaptaciones. La otra cuestión planteada por Soriano consiste en
el riesgo de reducir el concepto de “adaptación” al de “censura”.
Graciela Montes señala cuestiones similares cuando dice: “Es difícil rastrear los
orígenes de un material tan difundido, tan recreado, nacido y vuelto a nacer
tantas veces. La Bella Durmiente o Barba Azul no son creaciones de los
hermanos Grimm, que se limitaron a recoger las variantes folklóricas de esos
cuentos que circulaban a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, pero tampoco
nacieron con Perrault, que publicó su versión en 1697, ni con los recopiladores
italianos como Basilio y Straparola, cuyas obras probablemente consultó el
académico francés. Todos esos textos no son sino manifestaciones materiales
de una realidad mucho más fluida e intangible: la literatura oral”. (10)
En otras palabras, los cuentos de la tradición oral recopilados por Basilio,
Straparola, Perrault, Grimm, Pushkin, Tolstoi, Gorki, Afanasiev, Calvino, etc… no
son otra cosa que versiones de relatos cuyo origen se pierde en la historia de la
humanidad, y en definitiva no son sino adaptaciones realizadas por individuos
pertenecientes a las clases intelectuales que han decidido llevar tales relatos de
la tradición oral a la escritura.
Muchos de estos cuentos populares que hoy se circunscriben a la cultura infantil,
en otras épocas no estaban destinados a los niños. Se trata de cuentos que
pertenecían al folklore campesino y eran escuchados por un público heterogéneo
dentro del cual los niños formaban parte. Situación que aún se conserva en
algunos grupos culturales de diversas regiones del mundo, donde niños y
adultos, sin distinción, comparten la escucha de un relato a cargo de un narrador
oral.
Es decir que, muchos cuentos hoy considerados infantiles, provenientes de la
cultura popular, no fueron pensados específicamente para los niños porque,
entre otras cuestiones, en aquellos tiempos el concepto de infancia aún no
existía entre los adultos. Tales relatos han atravesado siglos de historia para
sobrevivir dentro de lo que hoy llamamos literatura infantil, y lo que conocemos
de aquellos relatos no son sino adaptaciones.
Como señala Montes: “No es preciso mencionar que las historias de los Gesta
romanorum, del Decamerone de Boccaccio, del Pentamerone de Basilio y de Le
Piacevoli notti de Straparola nunca estuvieron destinadas a los niños, aunque
incluyan narraciones que después fueron catalogadas definitivamente como
infantiles. No hay pues más que un paso entre los cuentos infantiles y los cuentos
populares, y sus orígenes se confunden.” (11)
Junto a las versiones escritas de cuentos de la tradición oral, también debemos
considerar otra vertiente que ha ensanchado el caudal de lecturas infantiles
desde lo que podríamos llamar los orígenes del sistema literario para niños. Se
trata de obras de la “alta cultura” que jamás fueron pensadas para un público
infantil como Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift (1726) o Robinson Crusoe
de Daniel Defoe (1719), dos textos que los niños tomaron del repertorio adulto
poco después de su publicación.
Sin embargo las que llegaron a los niños no fueron las versiones completas y
originales de estos textos, sino sus adaptaciones populares. Es decir versiones
adaptadas a un público popular que ponían en circulación editores piratas y que
reducían el relato a algunos episodios considerados más atractivos para ese
público específico.
A partir de la invención de la imprenta en el siglo XVI se consolidó un acervo que
más tarde heredará el sistema de libros para niños, compuesto por textos
provenientes de la literatura culta que ingresaron a la literatura popular, no en
sus versiones originales, sino en versiones populares que los vendedores
ambulantes ofrecían en las ferias y plazas públicas. Textos abreviados,
simplificados y profusamente acompañados de ilustraciones, destinados a otro
público que el que habían tenido originalmente. Esta literatura formó parte de la
llamada “literatura de cordel”, la cual incluía tanto los cuentos de hadas y
adaptaciones populares de novelas “cultas” antes mencionados, como otros
textos del tipo: historias de santos, historias de criminales, relatos sobre toda
clase de curiosidades, almanaques y calendarios, libros de medicina, de
astrología, de profecías, de brujería, guías de viaje, tratados amorosos, diálogos
dramáticos, obras burlescas, parodias de sermones o de tratados didácticos…
Toda esta literatura producida bajo reglas de adaptación para un público popular
entró en coalición con nuevas exigencias propias de un concepto de niñez que
se instalaba estrechamente unido al desarrollo del sistema escolar. Concepto
que condicionaba y condiciona hasta la actualidad la producción de los libros
para niños.
Veamos lo que dice Zohar Shavit al respecto: “La sociedad convide la niñez
como el más importante período de la vida y tiende a explicar la mayor parte de
la conducta adulta sobre la base de las experiencias de la infancia. Está tan
acostumbrada a su modo de entender lo que es la niñez, así como a la existencia
de libros para niños, que olvida que ambos conceptos, niñez y libros para niños,
son fenómenos relativamente nuevos; esto es, el modo en que la sociedad ve
actualmente la niñez dista mucho de su modo de verla hace sólo dos siglos.
Además, la literatura para niños sólo comenzó a desarrollarse después de que
la literatura para adultos había llegado a ser una institución bien establecida.
Hasta el siglo XVIII raras veces se escribieron libros específicamente para niños,
y toda la industria de los libros para niños sólo comenzó a florecer en la segunda
mitad del siglo XIX.” (12)
Para dar cuenta de cómo los conceptos de niñez determinan el carácter de los
textos de la literatura infantil, Shavit, en el artículo antes citado, examina varias
versiones de “La Caperucita Roja”. La investigadora escoge este cuento debido
a que sus numerosas versiones, escritas en los siglos XVII, XIX y XX, le permiten
revelar con claridad los modos en que la sociedad ha percibido a los niños tanto
en sus suposiciones acerca de lo que éstos pueden entender, como de lo que
se considera adecuado para transmitirles.
Así por ejemplo, desde la versión de Perrault (1697) a la de los Grimm (1812)
pasaron más de cien años, y en ese período el concepto de niñez incorporó algo
de suma importancia para los siglos venideros: la educación del niño. Podemos
decir que es en el siglo XIX cuando la función formativa comienza a cumplir un
rol central dentro del concepto de niñez y por lo tanto de los textos literarios
destinados a los niños. Este cambio en el concepto de niñez explica según Shavit
las diferencias operadas entre la versión de Perrault y la de los hermanos Grimm
de “La Caperucita Roja”. Diferencias que residen tanto en el tono de los textos
(irónico en el primero e ingenuo en el segundo) como en el cambio más drástico:
el del final (trágico en Perrault y feliz en los Grimm). Shavit señala cómo en el
texto de los autores alemanes se produce una simplificación estilística (oraciones
breves, diálogo simple, léxico limitado), focalizando la narración desde el punto
de vista de la niña. Pero sin duda el gran cambio es el del final.
Mientras para Perrault la historia termina con la niña devorada por el lobo, los
Grimm ofrecen dos finales. En el primer final, el que suele perdurar en las
adaptaciones más difundidas actualmente, la niña recibe su castigo a la
desobediencia cuando es devorada por el lobo, pero luego tanto la niña como su
abuela son rescatadas. En el segundo final, el lobo es ahogado sin que hubiera
llegado a lastimar a la niña. Existen hipótesis según las cuales la versión de los
Grimm es en realidad una oralización del cuento de Perrault, que habría llegado
a Alemania a través de los hugonotes; y estos finales alternativos antes
enunciados, no serían sino un agregado proveniente de otro relato popular
alemán: “El lobo y los siete cabritos”.
Si bien los hermanos Grimm no destinaron inicialmente sus relatos a los niños,
sus cuentos fueron leídos por ellos lo cual al parecer los indujo a ajustar los
textos en sucesivas ediciones, especialmente desde el punto de vista estilístico.
Según señala Shavit hay por detrás del cambio del final en la versión del siglo
XIX una exigencia de la época según la cual el niño debía aprender una lección
de todo acontecimiento, experiencia o historia.
Los Grimm, también observa Shavit, suprimen en su versión las escenas eróticas
del cuento que sí están presentes en Perrault, y ponen mayor énfasis en las
relaciones familiares. Mientras en Perrault la niña muere como fruto de la
fatalidad, en Grimm será rescatada por los adultos responsables de su salud e
integridad.
“En los cien años que pasaron entre Perrault y los Grimm, se desarrolló un nuevo
concepto de la niñez, el concepto ‘instructivo’. Este nuevo concepto difería del
anterior en la importancia que le atribuía al sistema educacional y a los libros
como las principales herramientas educacionales de tal sistema. En un tiempo
muy corto, devino la raison d’être de los textos para niños y guió sus opciones y
sus normas; en gran medida, el nuevo concepto determinó lo que era apropiado
y lo que había de ser catalogado como inadecuado. Así, este concepto fue una
de las principales razones de los cambios que tuvieron lugar en ‘La Caperucita
Roja’ desde Perrault hasta Grimm (…). Además, ese concepto ha regido la
escritura para niños, incluso con más fuerza, desde la época de los Hermanos
Grimm. Podemos suponer eso porque la idea básica sobre la escritura para
niños, es decir, la de que los libros para niños deberían ser escritos bajo la
supervisión de adultos y deberían contribuir al bienestar espiritual del niño, no ha
cambiado desde mediados del siglo XVIII. Lo que ha cambiado son las ideas
específicas prevalecientes en cada período sobre la educación y la niñez. Sin
embargo, la idea de que los libros para niños han de ser adecuados desde el
punto de vista pedagógico y deberían contribuir al desarrollo del niño, ha sido, y
todavía es, una fuerza dominante en la producción de libros para niños.” (14)
Considerada una literatura nociva y corruptora para los niños, la literatura de
cordel, y específicamente los cuentos populares de la tradición oral comenzaron
a ser rechazados de forma vehemente por los pedagogos y adultos responsables
de los niños. Surge así el uso del libro como instrumento de enseñanza moral y
buenas costumbres, más otros conocimientos útiles.
Con el correr del tiempo este rechazo incluyó también a las adaptaciones de los
cuentos de hadas como las realizadas por los hermanos Grimm, que según
vimos, ya contemplaban muchas de las exigencias formativas de los adultos para
con los cuentos infantiles.
Esta función pedagógica exigida a los relatos para niños los diferenció de una
literatura popular de la que los lectores infantiles eran asiduos consumidores,
instalando en la sociedad la discusión sobre qué clase de libros podían ser leídos
por los niños. Una discusión que continúa en vigencia.
Otro error es el que señala la especialista Paula Labeur en un artículo sobre esta
colección (17), en relación con El libro de la selva del Monte Impenetrable,
versión libre del cuento de Joseph Rudyard Kipling: “El libro de la Selva no se
trata, a pesar de lo que aparece en el título, —afirma Labeur— de un cuento,
sino de una colección de tres de un libro de cuentos sobre la India de J. R.
Kipling. Quizás el título llegue a la colección desde adaptaciones anteriores entre
las que se cuenta las que hicieran los estudios Disney.” (18)
En el artículo de Paula Labeur antes mencionado, la autora sintetiza claramente
cuál es la operación de adaptación que guía esta colección y cuáles son sus
consecuencias: “Los cuentos, entonces, renarran un relato tradicional occidental
en un espacio diferente en el que, las etnias originarias aportan exclusivamente
un toque exótico de color local. Actúan dócilmente siguiendo el compás impuesto
por una matriz importada. Podríamos pensar, en términos de literatura para
chicos, la misma metáfora del desierto que legitimó el viaje militarizado. En el
‘desierto’ de narraciones de los grupos étnicos originarios, llegan otras historias
a contarse para las que las culturas originarias prestan personajes como
máscaras (caricaturas) y una ambientación ‘natural’.” (19)
La metáfora del “desierto” utilizada por Labeur no puede ser más gráfica. El gesto
colonizador sobre las culturas de los pueblos originarios, cuya enorme tradición
de relatos es ignorada por completo, resulta evidente.
No nos extenderemos mucho más tiempo en el análisis de esta colección que
tiene la “virtud” de deformar y homogeneizar desde el estereotipo, en sus textos
y en sus ilustraciones, tanto los relatos clásicos europeos de la literatura infantil,
como las culturas de los pueblos originarios de nuestro país. (20)
La reproducción del final de La sirenita de la Patagonia Austral será suficiente
para que el lector saque sus propias conclusiones:
“A LA MAÑANA SIGUIENTE LLEGÓ LA MUCHACHA A LA QUE ÉL HABÍA
PEDIDO CASAMIENTO.
—YA PODEMOS CASARNOS— LE DIJO ABRAZÁNDOLO.
LA SIRENITA SE FUE CORRIENDO A LLORAR A LA ORILLA DEL MAR.
Al igual que los otros títulos de la colección, el “happy end” a lo Disney se impone
como indispensable para narraciones destinadas a pequeños lectores, incluso
en un cuento cuya versión original posee un desenlace trágico. Como también
señala Labeur en su artículo, estos obligados finales felices/clausuradores
entran en flagrante contradicción con la información brindada al final de cada
libro en torno a los pueblos originarios en cuestión. El caso de “La sirenita” resulta
paradigmático en este sentido, si consideramos que el pueblo yámana
desapareció de la faz de la Tierra debido a la colonización. (22)
En 1726 se publicó por primera vez una de las obras satíricas más
cuestionadoras de la especie humana y sus acciones: Los viajes de Gulliver de
Jonathan Swift. Lo paradójico es que este libro lapidario, crítico y mordaz
respecto de la civilización europea y el ser humano, cobró fama no tanto en su
versión original para adultos como en sus innumerables adaptaciones para
niños, derivadas a su vez (como ya se dijo) de antiguas adaptaciones populares.
El libro consta de cuatro partes: “Un viaje a Liliput”; “Un viaje a Brobdingnag”;
“Un viaje a Laputa, Balnibarbi, Luggnagg, Glubbdubdrib y el Japón” y “Un viaje
al país de los Houyhnhnms”.
Este último viaje, el cual suele omitirse en las adaptaciones para niños, es quizá
el más impactante por su contenido satírico.
Los houyhnhnms son caballos racionales, extremadamente honestos,
bondadosos y civilizados. Al punto que Gulliver se avergüenza de explicarle a su
“amo” —es decir a uno de esos caballos— cómo es la sociedad humana, la
política, la Historia de Gran Bretaña y Europa.
Sin embargo, la cita que acabamos de leer del último viaje de Gulliver, no
proviene del texto original, sino de una adaptación para niños. Se trata de la
edición que Vicens Vives realizó a partir del trabajo de adaptación de Martin
Jenkins con los dibujos de Chris Riddell. De esta manera podemos ejemplificar
cómo, si bien un libro para adultos requiere sin lugar a dudas de operaciones de
adaptación para su acercamiento a un público diferente, el infantil, esto no
necesariamente significa equipar la adaptación a la censura; ni partir de nociones
estereotipadas, limitadas y limitantes sobre lo que los niños pueden comprender,
o lo que es permisible mostrarles en un libro destinado a ellos.
No es casual que el último capítulo, el del país de los houyhnhnms no suela
aparecer en las adaptaciones infantiles que, a diferencia de la anterior, parten de
visiones estereotipadas del público infantil. En este capítulo el personaje declara
a su regreso (forzoso, ya que no deseaba volver a la sociedad humana) sentirse
mucho más cómodo entre los caballos de su establo que en compañía de los
hombres (yahoos), incluida su propia familia.
Decíamos que Los viajes de Gulliver es una sátira, y que es este componente
satírico el que suele eliminarse en las adaptaciones infantiles desde el supuesto
de que no resultará comprensible, ni del interés para los niños.
Según la definición de Jaime Rest: “El término sátira se aplica a cualquier
especie de composición literaria que mediante el ingenio, la ironía o aun la
invectiva ridiculice el comportamiento de individuos, la organización de sistemas
políticos o ideológicos, la formulación de esquemas de pensamiento y todo
aquello que sea considerado un vicio de la conducta, de la inteligencia o de los
sentimientos.” Los propósitos de la sátira, señala Rest, consisten en “corregir los
defectos humanos con auxilio de la risa que se suscita por el hecho de ponerlos
en ridículo.” (25)
Vimos cómo en una adaptación para niños del libro de Swift el componente
satírico no necesariamente debe ser eliminado, lo mismo puede decirse de otros
textos que, habiendo sido escritos originalmente para niños, poseen entre sus
páginas elementos satíricos y paródicos. Estos elementos lamentablemente
suelen ser borrados en muchas adaptaciones tan innecesarias como
censuradoras. Este es el caso de capítulos completos de Las aventuras de
Pinocho; como aquella maravillosa escena del juicio en la ciudad de
Atrapachitrulos en la que el muñeco, víctima del robo de dos pillos, luego de su
denuncia ante el juez, es enviado por éste (un gorila con lentes sin cristales) a la
cárcel. Luego de cuatro meses de injusta prisión, Pinocho será puesto en
libertad, pero bajo la condición de lograr que su carcelero le considere un
delincuente. (26)
Sin embargo los cambios y las omisiones operados en las adaptaciones no
siempre apuntan a cuestiones urticantes como la sátira social y política, a veces
llegan a detalles tan sutiles como absurdos. ¿Por qué por ejemplo en las
adaptaciones “a lo Disney” el muñeco cobra vida luego del toque de la varita
mágica del hada? En el texto original de Collodi, por el contrario, la madera con
la que Geppetto hará el muñeco tiene vida desde un primer momento. No hay en
todo el libro explicación alguna, ni de orden mágico, ni de orden natural para que
ese leño parlante se convierta en un muñeco viviente. Luego de una primera
sorpresa por parte de maese Cereza y Geppetto, este hecho será tomado con
naturalidad en la historia. Pero al parecer, los enigmas sin resolver, las “rarezas”
(como el hecho de que el hada tenga el cabello azul, y sufra recurrentes
metamorfosis); las ambigüedades, no parecen llevarse bien con cierto tipo de
adaptaciones que subestiman la capacidad de los niños como lectores. En este
tipo de adaptaciones lo que no está claro debe ser aclarado, y lo que no está
explicado, debe explicarse. De este modo la función didáctica no sólo está
presente en un “mensaje” implícito o explícito para el lector, sino también y ante
todo en el modo en que se cuenta una historia.
Este encasillamiento en un modelo lector inamovible en sus limitaciones,
redunda en el encasillamiento de una literatura destinada a ese modelo. Muchas
de esas adaptaciones, más que parecerse a los cuentos que le dieron origen,
poseen un innegable parecido entre sí. Clones de clones, malas copias de malas
copias, todas iguales, como si siempre estuviéramos leyendo una y otra vez el
mismo y previsible libro.
Maite Alvarado y Elena Massat señalan en relación con la literatura infantil en
general algo que podemos aplicar a las adaptaciones en particular: “El
encasillamiento de los lectores encuentra, por su parte, un correlato en ciertas
marcas identificatorias del género, entre las cuales la repetición parece ser la
más significativa y que vuelve a ligar estrechamente los productos de este
mercado con la cultura de masas. Obediente a la tradición, el texto infantil suele
reiterar o la estructura narrativa, o la construcción sintáctica, o el léxico, y lo hace
recorriendo un repertorio no solo muy reducido sino rigurosamente codificado
desde lugares tales como la normativa, la moral oficial o la enciclopedia infantil.”
(27)
El knockout paródico de Cuentos en verso para niños perversos de Roald Dahl
destinado a los cuentos clásicos, ilustra muy bien lo que estamos diciendo. El
comienzo de “La Cenicienta” se nos presenta como una especie de prólogo del
libro:
“«¡Si ya nos la sabemos de memoria!»
diréis. Y, sin embargo, de esta historia
tenéis una versión falsificada,
rosada, tonta, cursi, azucarada,
que alguien con la mollera un poco rancia
consideró mejor para la infancia…” (28)
Y hacia el final:
“—¡Se cree acaso que puede irrumpir aquí como un Neandertalense cualquiera
y delegar su capacidad de reflexión en el arma que lleva consigo! —prosiguió
Caperucita—. ¡Sexista! ¡Racista! ¿Cómo se atreve a dar por hecho que las
mujeres y los lobos no son capaces de resolver sus propias diferencias sin la
ayuda de un hombre?
Al oír el apasionado discurso de Caperucita, la abuela saltó de la panza del lobo,
arrebató el hacha al operario maderero y le cortó la cabeza. Concluida la odisea,
Caperucita, la abuela y el lobo creyeron experimentar cierta afinidad en sus
objetivos, decidieron instaurar una forma alternativa de comunidad basada en la
cooperación y el respeto mutuos y, juntos, vivieron felices en los bosques para
siempre.” (29)
Una vez más el humor actúa como fuerza desacralizadora y desenmascaradora
de un discurso que se pretende incuestionable. El discurso del “deber ser” de lo
“políticamente correcto” es puesto en evidencia en su hipocresía y esclerosis
mediante las operaciones llevadas a cabo por la ironía.
Algunos de los ejemplos que hemos dado hasta aquí pertenecen a lo que suelen
llamarse “adaptaciones cinematográficas”. Adaptar un texto escrito al cine
implica una operación de traducción de un lenguaje a otro que, por supuesto,
difiere de una adaptación de un texto escrito a otro texto escrito, y cuyas
particularidades deben ser tenidas en cuenta. Sin embargo en los ejemplos
hemos podido apreciar cómo muchas de las modificaciones operadas en
algunas adaptaciones cinematográficas no provienen de necesidades vinculadas
al cambio de lenguaje, sino a representaciones del destinatario infantil de las que
devienen una serie de reglas y limitaciones para los productos culturales
destinados a los niños. Tales operaciones adaptativas se conservan por
supuesto en las posteriores ediciones en papel fieles a la película en cuestión y
sus epígonos, probando de este modo lo anteriormente dicho.
Un ejemplo histórico de traducción al papel de una versión cinematográfica es la
realizada por Germán Berdiales en Argentina, el mismo año de estreno de la
película Pinocho de Walt Disney (1940); versión libre, a su vez, de la novela de
Carlo Collodi. Se trata de la primera traducción al castellano de la versión de
Walt Disney.
En una breve introducción German Berdiales señala: “Pinocho, el simpático
muñeco de madera, nació entre las páginas de un libro que un oscuro autor
italiano —Carlo Lorenzini, que usó el seudónimo de C. Collodi— escribió para
los niños de su patria en las postrimerías del siglo pasado. La originalísima
creación, desbordante de fantasía literaria, candor infantil y sugestiones morales,
alcanza ahora, en pleno siglo XX, su definitiva consagración artística, pues ha
tenido el merecido privilegio de ser presentada a los niños de todo el mundo por
el lápiz ilustre de Walt Disney, mago de nuestra edad.” (30)
Las palabras de Berdiales resumen una argumentación posible respecto de
adaptaciones que, como la versión Disney de Pinocho, se toman todas las
libertades en relación al original, mientras por otra parte resultan muy obedientes
a nociones generalizadas sobre lo “adecuado” en un texto para niños en el
momento de su producción. Desde esta óptica Las aventuras de Pinocho de
Collodi era un texto destinado a la extinción, que debe su supervivencia y
“consagración artística” a la adaptación de Disney. Aceptemos o no tales
argumentaciones, lo que sí puede resultar bastante evidente es cómo las
películas Disney y sus epígonos forman parte de ese proceso de
tradicionalización de los textos clásicos señalado por Díaz Rönner, al punto de
que la “versión libre” viene a reemplazar para buena parte del público a la versión
original, y textos como Pinocho o La sirenita, o bien son adjudicados a Disney o
se los considera de autor anónimo, desconociéndose por completo al autor y
texto original.
Este desvío señalado por la autora del artículo entre los “Cuentos de Polidoro” y
la escuela no puede extrañarnos si consideramos que, como señala Beatriz
Ferro, “Por entonces el mercado del libro escolar no ejercía el atractivo que tiene
actualmente. Polidoro y la escuela transitaban carriles diferentes.” (38)
El respeto al destinatario infantil, claramente observable en el cuidado de los
textos, resulta sorprendente en lo que refiere a las ilustraciones y el diseño
gráfico (39). La calidad de las imágenes en estos económicos libritos de venta
en kioscos, no sólo resultó destacable dentro del contexto de producción de
libros infantiles de la época, sino que continúa actuando como un referente
insoslayable para ilustradores y para todos aquellos interesados en la literatura
infantil de nuestro país y del mundo. (40)
Entre los destacados artistas que hicieron de los Polidoro una muestra de
originalidad y calidad plástica excepcional podemos nombrar a: Ayax Barnes;
Oscar Grillo; Napoleón, Hermenegildo Sábat, entre otros. (41)
Como hemos podido ver hasta aquí la adaptación no es algo nuevo y se sitúa en
los inicios mismos del sistema literario para niños. El más que legítimo propósito
de aproximar al público infantil un acervo literario ancestral supone la necesidad
de adaptar los textos para volverlos asequibles a ese público específico. Han
sido ejemplos de este afán de aproximar los clásicos de la literatura universal a
los niños, figuras de renombre en las letras latinoamericanas como Monteiro
Lobato y José Martí. Graciela Montes, quien ha asumido la tarea de adaptación
en muchas oportunidades, señala al respecto: “La adaptación, cuando es idónea,
resulta una operación rescate de textos que, sin ella, caerían tarde o temprano
en el olvido.” (42)
Acercar al público infantil relatos bíblicos, de la mitología griega, sagas
medievales; cuentos de Las Mil y Una Noches o grandes obras escritas para
adultos como Robinson Crusoe o Los viajes de Gulliver, es una tarea que
requiere indudablemente de la tarea del adaptador. Pero “adaptar” no es
equivalente a “censurar” y no siempre los cambios operados sobre estos textos
se limitan a una voluntad de aproximación al destinatario. Como ya hemos
señalado, por detrás de cierto tipo de adaptaciones podemos vislumbrar
representaciones del lector infantil sujetas a prejuicios, estereotipos y
limitaciones cuya obediencia sin tregua significa una transformación
empobrecedora de ese bien cultural que supuestamente se pretende acercar al
niño, y una subestimación extrema del lector infantil.
Tampoco está de más preguntarnos si textos escritos originalmente para niños
como las Alicias de Lewis Carroll, Las aventuras de Pinocho de Collodi, los
cuentos de Andersen o El Mago de Oz de Frank Baum, las novelas de Mark
Twain, y muchos más, no pueden prescindir de los cambios, cercenamientos y
reescrituras de la adaptación. Y aunque no lleguemos a un acuerdo en relación
con este interrogante, aún podemos preguntarnos por qué en el mercado de
libros infantiles de nuestro país prevalecen ostensiblemente las adaptaciones, y
prácticamente resulta imposible acceder a las obras originales. Valga como
ejemplo de esto la detectivesca tarea de hacerse de un ejemplar de El Mago de
Oz de Frank Baum (no hablemos de los otros tomos de la serie de Oz); Las
aventuras de Pinocho de Carlo Collodi o El cascanueces de E.T.A. Hoffman (43).
Me limito a dar unos pocos ejemplos, aunque esta situación puede extenderse a
novelas clásicas juveniles y a otros muchos títulos de la literatura infantil.
Da la impresión entonces que para los criterios editoriales las versiones
originales no son vendibles, y las adaptaciones (en su mayoría muy poco
respetuosas del original) cubren perfectamente las necesidades de lectura de un
clásico por parte de los niños argentinos. A partir de esta realidad el proceso de
“tradicionalización” a través del cual los textos de autor son reemplazados por
sus adaptaciones pareciera cobrar estatuto oficial en las decisiones del mercado.
Mención aparte requieren los cuentos populares de la tradición oral, cuentos
milenarios que han sobrevivido durante siglos acomodándose a un nuevo
público: el infantil, y que por lo tanto han llegado hasta nosotros a través de sus
adaptaciones. Como ya se señaló, las antiguas versiones de Perrault, de los
hermanos Grimm y de otros grandes recopiladores de esta antigua tradición
europea no son sino adaptaciones, y sin embargo tampoco estos textos llegan
masivamente a los niños sin haber sufrido nuevas modificaciones.
Parece ser que ya en tiempos de Perrault y los Grimm los cuentos populares
dieron cuenta de su rebeldía en su relación con una moral oficial acerca de “lo
adecuado” para niños. Una madre que abandona a sus hijos en el bosque, como
sucedía en la primera versión publicada por los Grimm de Hansel y Gretel, debe
metamorfosearse en madrastra, para preservar así la figura materna; y ya vimos
lo que sucedió con el final de la Caperucita Roja de Perrault.
Pero los cuentos de la tradición popular siguen trayendo dolores de cabeza a los
educadores y otros adultos responsables de los niños.
También hoy cuando un cuento popular resulta un “inadaptado social” o bien se
lo modifica/domestica, según los parámetros generalizados de lo permitido para
niños en nuestra sociedad, hasta volverlo irreconocible; o bien se lo elimina de
la “selección” por parte de los mediadores, o de los editores inclusive. En otras
palabras, se lo censura.
Un buen ejemplo de una moral poco ortodoxa, la que explicaba el mundo para
los campesinos creadores de estos relatos, es la que subyace a muchos cuentos
de pícaros populares. Personajes astutos y débiles, provenientes por lo general
de las clases campesinas, se enfrentan al grande, al rico, fuerte y poderoso. Un
tema bastante antiguo en la literatura, por cierto, ya que se haya presente en la
lucha de Odiseo contra Polifemo, y en la derrota de Goliat por David en el Antiguo
Testamento. El héroe pícaro humilla al poderoso, ridiculiza a las autoridades
políticas y/o religiosas, y durante el breve lapso del cuento el mundo se muestra
“patas para arriba”. (44)
Son incontables los cuentos de animales embusteros y astutos que tienen por
protagonistas a la zorra o el conejo tanto en Europa como en América; de los
cuentos europeos más conocidos tenemos: “El gato con botas”; “El sastrecillo
valiente”; “Pulgarcito”; “Nariz de Plata” (una versión italiana de “Barba Azul”
recopilada por Italo Calvino donde el personaje pícaro se haya encarnado en una
mujer) o los cuentos de Pedro Urdemales llegados y adaptados a nuestras tierras
desde España. Un magnífico ejemplo en el que se relatan las hazañas de uno
de los mayores tramposos de la literatura, lamentablemente menos conocido en
nuestro país, es Las Aventuras del barón de Münchhausen.
Notas
(1) Piro, Guillermo. “Qué cómico resultaba cuando era un muñeco”. En: Collodi,
Carlo. Las aventuras de Pinocho. Traducción y prólogo de Guillermo Piro.
Buenos Aires, Emecé Editores, 2002. El texto completo del prólogo fue publicado
en el Nº 241 de Imaginaria (Buenos Aires, 28 de octubre de 2008).
(2) Browne, Anthony. Willy el soñador. México, Fondo de Cultura Económica,
1997. Colección Los especiales de A la orilla del viento.
(3) Browne, Anthony y Browne, Joe. Jugar el juego de las formas. Una
retrospectiva de la vida y obra del laureado creador de Willy. Traducción de María
Vinós. México, Fondo de Cultura Económica, 2011. Pág. 144.
(4) Díaz Rönner, María Adelia. “Leer a Hans Christian Andersen hoy. La
cancelación de su lectura”. En: La aldea literaria de los niños. Córdoba, Editorial
Comunicarte, 2011. Pág. 187.
(5) Andersen, Hans Christian. “La Sirenita”. En: La Sirenita y otros cuentos.
Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1972. Colección Biblioteca
Fundamental del Hombre Moderno. Pág. 139.
(6) Andersen, Hans Christian. “La Sirenita”. Op. cit. Pág. 138-139.
(7) Shavit, Zohar. Poetics of Children’s Literature. Atenas-Londres,The University
of Georgia Press, 1986. Disponible en internet en:
http://www.tau.ac.il/~zshavit/pocl/index.html
(8) Soriano, Marc. “Adaptación y divulgación”. En: La Literatura para niños y
jóvenes. Guía de exploración de sus grandes temas. Traducción, adaptación y
notas de Graciela Montes. Buenos Aires, Ediciones Colihue, 1999. Pág. 35. En
negritas en el original.
(9) Soriano, Marc. Op. cit. Pág. 42. En negritas en el original.
(10) Montes, Graciela. “Nota preliminar”. En: Andersen, Perrault, Collodi y otros.
El cuento infantil. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1978.
Colección Biblioteca total. Pág. 7-8.
(11) Montes, Graciela. Op. cit. Pág. 9.
(12) Shavit, Zohar. “La noción de niñez y los textos para niños”. En: Criterios Nº
29. La Habana, enero-julio de 1991. Disponible en Internet en:
http://www.criterios.es/pdf/shavitnocion.pdf
(13) Shavit, Zohar. “La noción de niñez y los textos para niños”. Op. cit. Pág. 22.
(14) Shavit. Zohar. “La noción de niñez y los textos para niños”. Op. cit. Pág. 25.
(15) Díaz Rönner, María Adelia. “Leer a Hans Christian Andersen hoy. La
cancelación de su lectura”. Op. cit. Pág. 190-191.
(16) La colección “A leer con Pictogramas” de Editorial Albatros tiene por autora
de sus textos a Roberta Iannamico y como ilustrador y autor de la idea original a
Walter Carzon.
(17) Labeur, Paula. “¿Comieron perdices? Multiculturalismo y literatura infantil”.
Ponencia en el II Congreso Internacional de Literatura para Niños “Producción,
Edición y Circulación” (Buenos Aires, agosto de 2010).