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La Pastoral Misionera, la vida de la Iglesia, nuestra vida está atravesada y sostenida por
una Espiritualidad Misionera. Vamos a profundizar acerca de qué es y cómo nos ayuda a
comprender que la Misión es un Estilo de Vida.
Al hablar de “Espiritualidad” lo primero que nos surge es asociarla con palabras tales
como “interioridad”, “oración”, “recogimiento”; a simple vista, nos da la sensación de que
la espiritualidad nos “mete adentro”, nos ensimisma, nos saca del mundo, nos hace
“flotar”. Esto ocurre porque durante mucho tiempo hemos asociado todo lo referente a lo
“espiritual” escindido, separado, dividido de la vida cotidiana, del cuerpo, de lo temporal,
de nuestra historia.
¡Somos una unidad: somos cuerpo y alma! No podemos seguir separados, divididos. Es
momento de integrarnos. La Espiritualidad (y, en este momento, la Espiritualidad
MISIONERA) lejos de “sacarnos del mundo”, meternos hacia adentro nuestro, dejarnos allí
ajenos a la realidad y hacernos sentir “flotando” por las nubes, nos conecta de lleno con la
vida misma, nos pone con los pies en la tierra y con la mirada en el Cielo. ¿Por qué?
Porque la Espiritualidad Misionera es un modo, un camino, un medio que se convierte en
una manera de vivir, en un estilo de vida que, sabemos y creemos por fe, nos ayuda a
alcanzar el Cielo, la Vida Eterna.
La Espiritualidad es el camino, el modo, el medio por medio del cual el Espíritu Santo
realiza la obra salvífica en nosotros, en nuestra vida, para crecer en santidad de modo
personal y comunitario (¡Sí! La salvación es para todos, es en comunidad; nunca debe
pensar que se trata de un acto individualista, intimista). La Espiritualidad Misionera es la
vida vivida según el Espíritu, es dejar que Él la guíe, nos lleve, nos conduzca, con la certeza
de que nos moviliza directo al Cielo, para que ya en la tierra gocemos de la Vida Eterna
(como dice la canción Vida en Abundancia: “La fiesta del Reino comienza acá”). ¡Qué
maravilla! Pensar y vivir el Cielo en la Tierra, ya, aquí y ahora, no como algo lejano,
separado de nuestro hoy, sino como la esperanza que es ya una certeza porque Dios está
con nosotros, habitándonos.
En este camino, sabemos, no estamos solos. Hay muchas “señales”, indicios, signos que
nos marcan por dónde va el camino: Las fuentes para nuestra reflexión son la Palabra de
Dios, la Tradición de la Iglesia, la experiencia espiritual de los santos y los documentos
misioneros. Ejemplo: Redemtoris Missión capítulo VIII, Aparecida, Evangelii Gaudium
capítulo V. Estos documentos hacen referencias concretas de la Iglesia y de nuestras vidas.
Nos valemos de todos estos medios como testimonio de que el camino a la Eternidad es
posible, es real.
JUAN 15 ¡ENVIADOS A DAR FRUTOS!
Estos pasos que propone esta Espiritualidad Misionera no son “acumulativos” (no indica,
por ejemplo, “hoy estoy en el paso 3… El mes que viene, en el 4…). Son pasos cíclicos, son
opciones y decisiones que todos los días debemos dar y vivir. A diario estamos invitados a
vivir estos pasos que se entrelazan como una espiral que nos lleva al Cielo, a lo profundo,
y nos hace gustar de Él acá en la tierra.
La espiritualidad cristiana:
En la comunión con Dios Padre por Cristo su Hijo y en el Espíritu, hace que el
cristiano aproveche la comunión trinitaria siempre como fuente y modelo de vida.
Ayuda a ser contemplativo en el discernimiento espiritual de la voluntad de Dios.
Somos instrumentos al servicio del Espíritu
Damos a Dios la respuesta a través de la Fe, la esperanza y la caridad
DA 240- Una autentica propuesta de encuentro con Jesucristo debe establecerse sobre el
sólido fundamento de la Trinidad-Amor. La experiencia de un Dios uno y trino, que es
unidad y comunión inseparable, nos permite superar el egoísmo para encontrarnos
plenamente en el servicio al otro. La experiencia bautismal es el punto de inicio de toda
espiritualidad cristiana que se funda en la trinidad.
Como hemos visto el fundamento de nuestra vida implica vivir con Él y como El, para ello
es la docilidad plena al Espíritu Santo. Él nos ayuda de muchas maneras, sobre todo de dos
formas. La primera dándonos el don de la fortaleza, después en valentía, en ardor y
entusiasmo misionero. La segunda con el don del discernimiento que es luz para
comprender y obrar la voluntad de Dios.
Entonces la docilidad es dejarse conducir por el Espíritu Santo, que Él obre en nosotros
para vivir y obrar según el estilo de Jesús. El estilo misionero es ser personas humildes y
dóciles al Espíritu Santo.
La espiritualidad misionera es trinitaria y a través del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo
caminamos hacia la santidad. La Espiritualidad Misionera es el camino hacia el Padre,
por Jesús en el Espíritu.
Se dice que el verdadero misionero es el santo y no se llega a ser santo sin ser verdadero
misionero, por eso la misión es el medio y el principal camino para santificarnos, viviendo
nuestra espiritualidad misionera seremos buenos misioneros para ser santo.
EG 264. La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido,
esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más. Pero ¿qué
amor es ese que no siente la necesidad de hablar del ser amado, de mostrarlo, de hacerlo
conocer? Si no sentimos el intenso deseo de comunicarlo, necesitamos detenernos en
oración para pedirle a Él que vuelva a cautivarnos. Nos hace falta clamar cada día, pedir su
gracia para que nos abra el corazón frío y sacuda nuestra vida tibia y superficial. Puestos
ante Él con el corazón abierto, dejando que Él nos contemple, reconocemos esa mirada de
amor que descubrió Natanael el día que Jesús se hizo presente y le dijo: «Cuando estabas
debajo de la higuera, te vi» (Jn 1,48). ¡Qué dulce es estar frente a un crucifijo, o de rodillas
delante del Santísimo, y simplemente ser ante sus ojos! ¡Cuánto bien nos hace dejar que
Él vuelva a tocar nuestra existencia y nos lance a comunicar su vida nueva! Entonces, lo
que ocurre es que, en definitiva, «lo que hemos visto y oído es lo que anunciamos» (1
Jn 1,3). La mejor motivación para decidirse a comunicar el Evangelio es contemplarlo con
amor, es detenerse en sus páginas y leerlo con el corazón. Si lo abordamos de esa manera,
su belleza nos asombra, vuelve a cautivarnos una y otra vez. Para eso urge recobrar un
espíritu contemplativo, que nos permita redescubrir cada día que somos depositarios de
un bien que humaniza, que ayuda a llevar una vida nueva. No hay nada mejor para
transmitir a los demás.